bloque iii: la formaciÓn de la monarquÍa hispÁnica y su ... · bloque iii: la formaciÓn de la...

14
1 BLOQUE III: LA FORMACIÓN DE LA MONARQUÍA HISPÁNICA Y SU EXPANSIÓN MUNDIAL (1474-1700) ÍNDICE: 1. Los Reyes Católicos: 1.1. La unión dinástica de Castilla y Aragón. 1.2. La reorganización del Estado. 1.3. La política religiosa. 1.4. La conquista de Granada. 1.5. El descubrimiento de América. 1.6. La incorporación de Navarra. 1.7. Las relaciones con Portugal. 2. El auge del Imperio en el siglo XVI: 2.1. Los dominios de Carlos I y los de Felipe II. 2.2. El modelo político de los Austrias. 2.3. Los conflictos internos. 2.4. Los conflictos religiosos en el seno del Imperio. 2.5. Los conflictos exteriores. 2.6. La exploración y colonización de América y el Pacífico. 2.7. La política económica respecto a América, la revolución de los precios y el coste del Imperio. 3. Crisis y decadencia del Imperio en el siglo XVII: 3.1. Los validos. 3.2. La expulsión de los moriscos. 3.3. Los proyectos de reforma de Olivares 3.4. La guerra de los Treinta Años y la pérdida de la hegemonía en Europa a favor de Francia. 3.5. Las rebeliones de Cataluña y Portugal en 1640. 3.6. Carlos II y el problema sucesorio. 3.7. La crisis demográfica y económica. 4. El Siglo de Oro español: 4.1. Del Humanismo a la Contrarreforma 4.2. Renacimiento y Barroco en la literatura y el arte. -------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- 1. Los Reyes Católicos: 1.1. La unión dinástica de Castilla y Aragón. Con el matrimonio de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón (1469), a los que el Papa dio el título de Católicos, se ponen en España los cimientos del Estado Moderno, basado en la autoridad de los monarcas, y marcando con ello el tránsito de la Edad Media a la Edad Moderna. Esta unión fue personal y de tipo dinástico ya que los dos reinos iban a tener desde entonces los mismos monarcas. Estos hechos sucedieron tras una guerra civil y de sucesión al trono de Castilla (1475-1479) donde Isabel venció a la otra aspirante al trono, Juana la Beltraneja, hija de Enrique IV (rey de Castilla) que fue apoyada por Alfonso V, rey de Portugal, y por gran parte de la nobleza castellana. Sin embargo, y a pesar de la unión, tanto Castilla como Aragón, mantuvieron sus fronteras, sus propias instituciones, su sistema monetario y sus leyes. Se afirma definitivamente el poder real sobre nobleza, clero y ciudades: es el triunfo de la Monarquía autoritaria renacentista. 1.2. La reorganización del Estado. Las reformas que los RRCC introducen en sus territorios tienden a la centralización y al reforzamiento del poder real. Este proceso va a tener más importancia en Castilla, ya que en la Corona de Aragón continúa vigente el pactismo medieval: En Castilla: En 1476 se creó la Santa Hermandad para luchar contra los bandidos de los caminos. Se reorganizan los Consejos, en especial el de Castilla que se convirtió en la cúspide del gobierno y la administración. Se crearon nuevos Consejos: Aragón, Inquisición e Indias. Se reorganizaron las finanzas: la percepción de los impuestos se hizo más eficaz (la alcabala era el impuesto más importante), lo que permitió prescindir más de la Cortes. Se establecieron nuevos cargos. Los secretarios reales eran funcionarios con formación en leyes que intermediaban entre los consejos y los reyes. En los municipios se revitalizó el cargo de corregidor, puesto de designación real que gobernaba las ciudades y tenía competencias administrativas, judiciales y militares.

Upload: others

Post on 25-Mar-2020

10 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

1

BLOQUE III: LA FORMACIÓN DE LA MONARQUÍA HISPÁNICA Y SU EXPANSIÓN MUNDIAL (1474-1700)

ÍNDICE:

1. Los Reyes Católicos:

1.1. La unión dinástica de Castilla y Aragón. 1.2. La reorganización del Estado. 1.3. La política religiosa. 1.4. La conquista de Granada. 1.5. El descubrimiento de América. 1.6. La incorporación de Navarra. 1.7. Las relaciones con Portugal.

2. El auge del Imperio en el siglo XVI: 2.1. Los dominios de Carlos I y los de Felipe II. 2.2. El modelo político de los Austrias. 2.3. Los conflictos internos. 2.4. Los conflictos religiosos en el seno del Imperio. 2.5. Los conflictos exteriores.

2.6. La exploración y colonización de América y el Pacífico. 2.7. La política económica respecto a América, la revolución de los precios y el coste del Imperio.

3. Crisis y decadencia del Imperio en el siglo XVII: 3.1. Los validos. 3.2. La expulsión de los moriscos. 3.3. Los proyectos de reforma de Olivares 3.4. La guerra de los Treinta Años y la pérdida de la hegemonía en Europa a favor de Francia.

3.5. Las rebeliones de Cataluña y Portugal en 1640. 3.6. Carlos II y el problema sucesorio. 3.7. La crisis demográfica y económica.

4. El Siglo de Oro español: 4.1. Del Humanismo a la Contrarreforma 4.2. Renacimiento y Barroco en la literatura y el arte.

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

1. Los Reyes Católicos: 1.1. La unión dinástica de Castilla y Aragón.

Con el matrimonio de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón (1469), a los que el Papa dio el título de Católicos, se ponen en España los cimientos del Estado Moderno, basado en la autoridad de los monarcas, y marcando con ello el tránsito de la Edad Media a la Edad Moderna. Esta unión fue personal y de tipo dinástico ya que los dos reinos iban a tener desde entonces los mismos monarcas. Estos hechos sucedieron tras una guerra civil y de sucesión al trono de Castilla (1475-1479) donde Isabel venció a la otra aspirante al trono, Juana la Beltraneja, hija de Enrique IV (rey de Castilla) que fue apoyada por Alfonso V, rey de Portugal, y por gran parte de la nobleza castellana. Sin embargo, y a pesar de la unión, tanto Castilla como Aragón, mantuvieron sus fronteras, sus propias instituciones, su sistema monetario y sus leyes. Se afirma definitivamente el poder real sobre nobleza, clero y ciudades: es el triunfo de la Monarquía autoritaria renacentista.

1.2. La reorganización del Estado. Las reformas que los RRCC introducen en sus territorios tienden a la centralización y al reforzamiento del poder real. Este proceso va a tener más importancia en Castilla, ya que en la Corona de Aragón continúa vigente el pactismo medieval: En Castilla: En 1476 se creó la Santa Hermandad para luchar contra los bandidos de los caminos. Se reorganizan los Consejos, en especial el de Castilla que se convirtió en la cúspide del gobierno y la administración. Se crearon nuevos Consejos: Aragón, Inquisición e Indias.

Se reorganizaron las finanzas: la percepción de los impuestos se hizo más eficaz (la alcabala era el impuesto más importante), lo que permitió prescindir más de la Cortes.

Se establecieron nuevos cargos. Los secretarios reales eran funcionarios con formación en leyes que intermediaban entre los consejos y los reyes. En los municipios se revitalizó el cargo de corregidor, puesto de designación real que gobernaba las ciudades y tenía competencias administrativas, judiciales y militares.

2

Fernando el Católico se hizo nombrar maestre de las órdenes militares (Santiago, Calatrava y Alcántara), que pasaron de esta manera a estar controladas por la corona, incluidos sus enormes recursos económicos. Se reorganizó el sistema judicial, escalonando la importancia de los tribunales: corregidores, Chancillerías y Consejo Real

En la Corona de Aragón: La creación del Consejo de Aragón, el cargo de Virrey y la Inquisición tendía también, junto con la pacificación del campo y la ciudad de Barcelona, a fortalecer el poder real. los RRCC respetaron e incluso confirmaron los privilegios y fueros de los 4 reinos; nombraron varios virreyes para que los representaran en algunos reinos durante su ausencia.

Se resuelve el conflicto de los remensas mediante la Sentencia Arbitral de Guadalupe de 1486, que suprimía los malos usos y establecía contratos enfitéuticos en el campo catalán.

Impusieron el sistema de insaculación o sorteo para elegir los principales cargos de la ciudad de Barcelona.

1.3. La política religiosa. La autoridad real se afirmó aumentando el control real sobre la Iglesia. Desde 1478 el Tribunal del Santo Oficio o Inquisición para perseguir la herejía fue un poderoso instrumento político en manos de la monarquía, ya que era el único organismo con autoridad sobre todos los reinos, y sus dirigentes eran nombrados directamente por los reyes. Uno de sus problemas principales será su alto nivel de corrupción, ya que las condenas conllevaban la confiscación de bienes. Diez años después de su creación más de quince mil conversos habían pasado por las manos de la Inquisición y unos dos mil habían sido eliminados.

Coincidiendo con la conquista de Granada, en 1492 se obligó a los judíos, en un plazo de cuatro meses, a convertirse al cristianismo o a salir de los reinos hispanos. La gran mayoría, unos doscientos mil, optó por expatriarse. La expulsión tenía como objetivo forzar las conversiones y contó con la desaprobación de buena parte de la sociedad culta, aunque no pudieron oponerse por miedo a la Inquisición. Los judeoespañoles expulsados de Sefarad formaron comunidades llamadas sefardíes, dispersas por todo el Mediterráneo. Pero la conquista de Granada planteó una situación nueva de convivencia interconfesional y cultural. Olvidando lo estipulado en la Capitulación de rendición, el cardenal Cisneros quiso forzar la cristianización de los mudéjares granadinos, provocando la primera sublevación de las Alpujarras (1499). Una vez sometido el levantamiento, una Pragmática Real (1502) les impuso la conversión o la expulsión. La mayoría de los mudéjares optó por la conversión. En la Corona de Aragón se tomaron medidas similares en 1525. La Inquisición y Cisneros, que será Inquisidor General desde 1507, consiguieron romper la política de tolerancia.

1.4. La conquista de Granada. Durante el reinado de los Reyes Católicos se produce la configuración de lo que actualmente es el territorio español. El reino nazarí de Granada fue conquistado tras una larga guerra entre 1481 y 1492. La recuperación del espíritu de cruzada vino muy bien a los reyes para mantener ocupada a la levantisca nobleza, además de constituir una empresa de prestigio tras tantos conflictos civiles. En medio de una fuerte crisis, el reino nazarí hacía tiempo que no pagaba las parias, con lo que su permanencia carecía de interés para Castilla. Con la permanente intromisión del clan de los Abencerrajes, se produjo la división del reino de Granada tras la sublevación de Boabdil, enfrentado a su padre Abul Hasan y su tío Muhammad el Zagal, que se asentaron en Málaga. Desde 1484 Isabel y Fernando decidieron acabar con el reino nazarí mediante campañas lentas pero seguras, empleando por primera vez los bombardeos con artillería en los asedios. Fomentando su división interna y alternando la represión con generosas capitulaciones se fue ocupando el territorio. En 1489 Muhammad el Zagal entregó sus dominios a cambio de un señorío, aunque al año siguiente emigró a África. Y en 1492 se llegó a un acuerdo similar con Boabdil para la entrega de Granada, aunque también éste emigró a África al año siguiente. Esta conquista, adornada con la aureola de cruzada, les valió a Isabel y Fernando el título de Reyes Católicos, otorgado por el papa Alejandro VI.

1.5. El descubrimiento de América.

El principal objetivo de los descubrimientos era llegar a las tierras donde hubiera especias, oro y plata. La gran demanda de estos preciados productos y la dificultad para conseguirlos originó unos precios desmesurados. El problema se agravó cuando los turcos dominaron el mediterráneo oriental, tras la caída de Constantinopla en 1453, cortaron las habituales vías de aprovisionamiento desde el Extremo Oriente. La amenaza al comercio de especias animó a la búsqueda de nuevas rutas hacia las tierras productoras de tan anheladas materias.

3

Portugal y España coincidían en el objetivo de llegar a la India evitando el Mediterráneo Oriental. Esto, junto al espíritu guerrero y aventurero heredado de la Edad Media, y el deseo de obtener grandes riquezas, impulsó a los españoles a buscar nuevas rutas navegando hacia Occidente. Ambas coronas firmaron en 1479 el Tratado De Alcaçobas, que consolidó el control de las Islas Canarias por parte de Castilla a cambio de no avanzar hacia el sur de África, que quedó en manos portuguesas. Cristóbal Colón, marino de origen genovés, convencido de la esfericidad de la Tierra, pretendía llegar a las Indias a través de la ruta inexplorada del oeste. Expuso su proyecto a los portugueses en 1484, que lo rechazaron por considerarlo escaso de interés y basado en cálculos erróneos. Tras el intento fallido se dirigió a Castilla en busca del apoyo de los Reyes Católicos. Finalizada la guerra de Granada y liberada Castilla de los gastos que ésta acarreaba, los reyes decidieron apostar por el dudoso plan de Colón. Finalmente, Colón partió del puerto de Palos el 3 de agosto de 1492, con una nao y dos carabelas, y comenzó el viaje hacia el oeste por el Atlántico. El 12 de octubre de 1492 arribó a las Antillas, a la isla de Guanahaní, a la que denominó San Salvador. Después descubrió Cuba y La Española (Haití) y emprendió el regreso a la Península Ibérica en 1493.

Ante el éxito de la expedición, Colón realizó tres viajes más a los nuevos territorios entre 1493 y 1504. Pero, aunque los contemporáneos pronto se percataron de que se había descubierto un nuevo mundo, Colón murió en 1506 con la convicción de que había llegado cerca de las costas de Asia, en las proximidades de Japón. Los descubrimientos de Colón habían hecho resurgir las tensiones con Potugal por el control de las nuevas tierras. Las desavenencias se solucionaron a través de diversos acuerdos diplomáticos, siendo el definitivo el Tratado de Tordesillas (1494), por el cual se trazó una línea divisoria entre las zonas de influencia de cada reino, que dejó involuntariamente Brasil, aún ignoto, para Portugal.

1.6. La incorporación de Navarra. La unificación territorial culminó con la anexión de Navarra, años después de la muerte de Isabel (1504). En 1512, la alianza defensiva de Navarra con Francia, que entonces estaba en guerra con España en Italia, dio ocasión al duque de Alba para ocupar la parte al sur de los Pirineos del reino navarro sin apenas oposición. Navarra fue incorporada a Castilla mediante la fórmula de la unión dinástica en 1515, aunque conservando sus fueros y gran parte de sus instituciones.

1.7. Las relaciones con Portugal. La política hacia Portugal fue la del acercamiento mediante enlaces matrimoniales. A su primogénita Isabel la casaron

con el príncipe heredero de Portugal y, muerto este, con el rey. Tuvo un hijo que habría heredado todos los reinos

de la Península, pero ella murió en el parto y el hijo a los dos años. Después el rey se casó con otra hija de los Reyes

Católicos (María).

2. El auge del Imperio en el siglo XVI:

2.1. Los dominios de Carlos I y los de Felipe II.

CARLOS I

El Imperio de Carlos I de España y V de Alemania (1516-1556) se formó por una enorme herencia no premeditada,

debido a una política matrimonial iniciada por los Reyes Católicos con el objetivo de aislar a Francia.

• De su abuelo paterno Maximiliano de Habsburgo, recibió Austria y le sucedió en el título imperial.

• De su abuela paterna, María de Borgoña, recibió Flandes y el Franco Condado.

• De su abuelo materno, Fernando el Católico recibió la Corona de Aragón que incluía además sus dominios

italianos de Sicilia, Cerdeña y Nápoles.

• De su abuela materna, Isabel la Católica recibió la Corona de Castilla, Navarra y los dominios americanos

Además, durante su gobierno crecieron enormemente los dominios americanos, conquistó Milán y fue coronado

emperador del Sacro Imperio como Carlos V.

Esta herencia motivó el sueño de Carlos V de recrear el Imperio Universal Cristiano: todos los monarcas de Europa

unidos por una sola fe y un solo emperador en lucha contra los turcos. Sin embargo, esta pretensión fue imposible

de llevar a la práctica, pues, Carlos V no consiguió ni la unidad política ni la religiosa.

2.2. El modelo político de los Austrias.

4

Los Habsburgo o Austrias continuaron y desarrollaron la organización política heredada de los Reyes Católicos.

Procuraron rodearse de letrados, funcionarios expertos en leyes que no pertenecía a la alta nobleza. De esta manera,

apartaron a la aristocracia del poder de la Corte, permitiendo que el poder político quedara centralizado en las manos

de los monarcas. La alta nobleza siguió jugando un papel muy importante, detentaba los altos cargos del ejército, de

la marina y de la diplomacia, pero siempre subordinada a la corona.

Castilla se convirtió en el centro del Imperio. Esto ocurrió en mayor medida con Felipe II que con su padre, Carlos V.

En los demás reinos y posesiones se establecieron Virreyes (Aragón, Indias, Italia) o Gobernadores (Países Bajos,

Milán). Estos cargos fueron ejercidos por altos nobles o miembros de la familia real.

El Rey estaba asesorado por los Consejos (sistema polisinodial). Estos podían ser sectoriales (Hacienda…) o

territoriales (Castilla, Aragón, Indias, Italia…). Estaban formados por letrados, nobles y alto clero y tenían un carácter

meramente consultivo. El Rey tenía la última palabra.

Carlos V y Felipe II despacharon los asuntos cotidianamente con consejeros de su máxima confianza, los Secretarios,

que hacían de intermediarios entre el rey y los Consejos. Algunos, como Antonio Pérez con Felipe II, alcanzaron una

gran influencia.

La administración territorial mantuvo la estructura heredada de los Reyes Católicos. Los Corregidores, designados

por la corona, tenían el control de las ciudades. Otros cargos de la burocracia eran los Contadores y recaudadores de

impuestos, y los Alguaciles que hacían funciones de policía.

Las Chancillerías y las Audiencias se encargaron de la administración de justicia.

En 1561, Felipe II fijó la capital en Madrid. Diversos factores explican esta decisión: La situación central de la ciudad

en la península o las ventajas ambientales (agua, caza…). Esta decisión provocó el rápido crecimiento de la Villa y

Corte, a la vez que la decadencia de ciudades como Valladolid o Toledo, que eran anteriormente frecuentemente la

sede de la Corte.

2.3. Los conflictos internos.

Carlos I se había educado en Flandes y su lengua natal era el francés. Cuando llegó a España en 1517, vino rodeado

de una corte de consejeros flamencos y empezó a conceder altos cargos a extranjeros. Además, tras la muerte de su

abuelo Maximiliano I, en 1519, concentró todo su interés en su coronación como emperador. En esos momentos

valoraba más sus posesiones flamencas y alemanas, lo que provocó algunos conflictos internos en los inicios de su

reinado (1519-1522)

El más grave fue la Rebelión de las Comunidades de Castilla (1521-1523). Esta se produjo por varias razones: el

descontento por los gobernantes extranjeros que trajo Carlos V (Adriano de Utrecht), la utilización de los recursos

de Castilla para pagar la política imperial de Carlos V, la necesidad de que el rey tuviera más en cuenta las Cortes y

especialmente la voz de las ciudades, la nefasta política de exportar la lana en bruto, etc. En ciertas ciudades como

Toledo, Salamanca o Segovia, la baja nobleza (Padilla, Bravo, Maldonado), tomaron el poder y formaron comunas.

Carlos V obtuvo la victoria final en la Batalla de Villalar (1523), tras conseguir la división entre comuneros y alta

nobleza. La derrota de las Comunidades aseguró el autoritarismo monárquico y los intereses económicos de la Alta

Nobleza.

El Conflicto de las Germanías se desarrolló en el Reino de Valencia como eco del conflicto de las Comunidades de

Castilla. Sin embargo, fue mucho menos complejo pues consistió en una rebelión esencialmente antiseñorial. En este

caso, Carlos V apoyó claramente a la alta nobleza para aplastar la rebelión.

2.4. Los conflictos religiosos en el seno del Imperio y los conflictos exteriores.

Carlos I llegó al trono con un proyecto de “concordia universal” para hacer frente al expansionismo turco con todos

los soberanos cristianos europeos bajo su supremacía imperial y la asistencia del Pontificado. Pero este proyecto

chocó con la irrupción de las conciencias nacionales, especialmente en Francia e Inglaterra, el desarrollo de la reforma

luterana en Centroeuropa, y el recelo de los papas a sufrir una política cesarista de tutela y control imperial sobre la

Iglesia.

5

Italia, y sobre todo el Ducado de Milán, valioso enlace estratégico entre los territorios mediterráneos y

centroeuropeos de Carlos I, volvió a ser el centro de los conflictos con Francia. La victoria de Pavía (1525) y el

subsiguiente Tratado de Madrid (1526) aseguraron al Emperador la posesión de este territorio, refrendada por la Paz

de Cambray (1529), por la que Francisco I renunciaba a Italia y Carlos I a Borgoña. El receloso papa Clemente VII llegó

a aliarse con Francia frente al Emperador, lo que provocó que las tropas imperiales llegaran a invadir Roma,

sometiéndola a un largo pillaje en 1527.

Completando su dominio y control de Italia Carlos I contó con la poderosa flota del genovés Andrea Doria, que le

aseguró la tranquilidad en las posesiones de Italia, aunque a cambio los genoveses pudieron intervenir en el comercio

con América.

El otro enfrentamiento destacado fue con el Imperio Otomano de Solimán II (1520-1566), bajo cuyo reinado los turcos

amenazaron los dominios imperiales a través del valle del Danubio y del Mediterráneo. Llegaron a sitiar Viena (1529-

1532), y en el Mediterráneo, con la colaboración de sus aliados norteafricanos, interceptaban la navegación y

saqueaban sistemáticamente las costas italianas y españolas. En 1535, el Emperador obtuvo una importante victoria

al apoderarse de Túnez, pero años después (1541) fracasó ante Argel.

Los problemas en Alemania determinaron el fracaso del proyecto imperial de Carlos I. Algunos príncipes alemanes

favorecieron al luteranismo como una forma de oponerse a la autoridad del emperador católico. A pesar de la

condena contra Lutero en la Dieta de Worms (1521), la actitud de Carlos frente al protestantismo fue moderada

durante casi todo su reinado. Pero desde el inicio del Concilio de Trento en 1545 se produjo la radicalización del

conflicto, y Carlos I optó por la solución militar, venciendo a los protestantes, agrupados en la Liga de Smalkalda, en

la batalla de Mühlberg (1547). Los resultados prácticos de esta victoria fueron nulos a causa de la alianza de los

protestantes con el rey Enrique II de Francia en 1552.

Dedicado en cuerpo y alma a su destino imperial, participando personalmente tanto en batallas como en concilios,

Carlos I apenas se ocupó de los asuntos de España, que quedaron en manos de su esposa Isabel de Portugal, del

cardenal Tavera, del secretario Francisco de los Cobos o de su hijo Felipe. Y a pesar de ser la época de las grandes

conquistas, tampoco se preocupó mucho de los asuntos de América. Consciente del fracaso de su proyecto, en plena

bancarrota económica y decadencia física, Carlos V legó el patrimonio austriaco y la dignidad imperial a su hermano

Fernando, quien había firmado con los protestantes la Paz de Augsburgo en 1555. Al año siguiente abdicó en su hijo

Felipe, entregándole el resto de su patrimonio. Vivió sus últimos años enfermo y retirado del mundo en el monasterio

de Yuste.

2.6. La exploración y colonización de América y el Pacífico y la política económica respecto a América, la

revolución de los precios y el coste del Imperio.

Las Antillas, ocupadas durante el reinado de los Reyes Católicos, fueron el punto de partida del expansionismo

español en el continente americano. Desde ellas se emprendió el dominio del istmo de Panamá por parte de Alvarado

y González Dávila, que exploraron Centroamérica entre 1522 y 1524. Siguiendo los pasos de Ponce de León,

exploradores como Cabeza de Vaca, Hernández de Soto y Vázquez Coronado se adentraron en el actual territorio de

los Estados Unidos, mientras Díaz de Solís, Mendoza y Ulloa exploraban el Cono Sur entre 1516 y 1554.

También partieron de las Antillas los conquistadores de los imperios precolombinos. La conquista de México fue

realizada entre 1519 y 1521 por Hernán Cortés. Partiendo de Cuba y tras fundar Veracruz, logró dominar el gran

Imperio Azteca de Moctezuma con una reducida tropa y la alianza de algunos pueblos indígenas. El caballo, las armas

de fuego, las supersticiones indígenas, el factor sorpresa, las traiciones y el escaso apego de los pueblos

precolombinos por sus dominadores autóctonos fueron factores que facilitaron la conquista. Durante varios años

Cortés forjó una gran fortuna y honores gracias a su conquista, convirtiéndose en un ejemplo a seguir por numerosos

aventureros. Francisco Pizarro conquistó el Imperio Inca entre 1527 y 1533, en el que encontró abundante oro. Diego

de Almagro y Pedro de Valdivia conquistaron Chile, tras duras luchas contra los indígenas araucanos, entre 1535 y

1557. Ecuador fue la base para la conquista de las tierras altas de Colombia y la exploración del río Amazonas por

Ordás desde 1531 y Orellana en 1541, buscando un reino mítico repleto de riquezas que colmara sus aspiraciones: El

Dorado.

6

Descubierto el Pacífico en 1513, se inició la búsqueda de una vía de enlace con el Atlántico. Con ello se pretendía

también abrir la ruta occidental hacia las tierras asiáticas de las especias, retomando el proyecto original de Colón

tras quedar claro que aún no habían llegado a Asia. Este era el objetivo de la expedición del portugués Fernando de

Magallanes en 1519, que consiguió encontrar el paso, llamado desde entonces Estrecho de Magallanes. Surcando el

Pacífico llegaron hasta las Molucas; allí murió Magallanes, quedando Juan Sebastián Elcano como jefe de la

expedición. Al regresar a España por el Índico y el Atlántico, la expedición realizó la primera circunnavegación del

mundo. De las cinco naves y doscientos sesenta y cinco hombres que partieron de Sanlúcar de Barrameda, sólo

regresaron al mismo puerto la nao Victoria y dieciocho tripulantes. Pronto se planteó un problema: la ruta de regreso

y, posiblemente, las Islas Molucas caían dentro del territorio exclusivo de Portugal. Por ello, para evitar problemas

con este país, Carlos I renunció a sus posibles derechos sobre las Molucas y las vendió a los portugueses en el Tratado

de Zaragoza (1529).

Todas estas conquistas y exploraciones fueron realizadas y financiadas por particulares que reclutaban su propia

hueste y colocaban las tierras dominadas bajo la soberanía de los monarcas españoles a cambio de honores, tierras

y una parte del botín, estipulada en un contrato o capitulación entre el rey y el capitán. Los conquistadores solían ser

hidalgos extremeños o castellanos de escasa fortuna, mientras que el peso de las exploraciones marítimas lo llevaron

marineros andaluces, cántabros y vascos. Generalmente se les negaba el poder político y era raro que les otorgasen

títulos de nobleza.

La conquista tuvo un carácter mítico y heroico, destacando el valor y el empeño de ese escasísimo grupo de

aventureros que afrontaron obstáculos naturales que aun hoy parecen insalvables. Pero también hay que destacar

la ambición, la crueldad y la codicia, con vergonzosas luchas por el poder y las riquezas americanas. Cortés se rebeló

contra su superior Diego Velázquez y no dudó en torturar al emperador azteca Guatimozín para que revelara el

paradero de supuestos tesoros. Pizarro y Almagro no dudaron en traicionar y asesinar al inca Atahualpa a pesar del

cuantioso rescate pagado, para después enfrentarse por el reparto del botín y los beneficios políticos de la conquista

de Perú, creando bandos que lucharon entre sí y que acabaron con la vida de ambos.

La conquista tuvo la crueldad que suele acompañar a los encuentros entre pueblos con distinto nivel de desarrollo

cultural. En las Antillas la población indígena desapareció y en México quedó diezmada. Al margen de las acciones

militares de conquista y saqueo, fue mucho peor el exterminio involuntario, como consecuencia de las múltiples

enfermedades traídas del Viejo Mundo, para las que los indígenas americanos no tenían defensas, la brutal

explotación de los encomenderos, y la terrible degradación medioambiental provocada por la introducción de la

ganadería extensiva al no aclimatarse bien los cultivos mediterráneos.

Los tres núcleos de asentamiento español más importantes fueron las Antillas, la meseta de Anahuac (México) y los

Andes centrales (Ecuador, Perú, Bolivia). Las primeras eran las tierras americanas más asequibles para la navegación

desde la Península en el camino de ida. Las otras dos zonas, asiento de las grandes civilizaciones precolombinas, eran

las más pobladas y las más ricas en metales como la plata. La mayor parte del territorio explorado tardó mucho

tiempo en colonizarse, y en algún caso no lo fue nunca, siendo el dominio español más nominal que real.

Jurídicamente, los territorios americanos eran reinos, y sus naturales súbditos de la Corona.

Pero, en realidad, dependían del reino de Castilla, que los administraba desde Sevilla a través de la Casa de

Contratación y el Consejo de Indias. Aunque dada la lejanía de estos territorios, la administración más importante

para América fue la allí asentada.

Según se fue definiendo el territorio conquistado se crearon dos virreinatos: Nueva España (1534) en los territorios

de Méjico, Centroamérica y el Caribe; y el Perú (1542) en torno al antiguo territorio incaico. Dentro de ellos existían

demarcaciones menores: audiencias, gobernaciones, capitanías generales, corregimientos y cabildos. Excepto en los

cabildos, donde los criollos podían ejercer cargos públicos, todos los cargos fueron ejercidos siempre por personajes

enviados desde España. Por su parte, las comunidades rurales de indígenas conservaron sus autoridades, los

caciques, y contaron con estatutos propios concedidos por la Corona.

Finalmente, y como elemento curioso, en virtud del Privilegio de Regio Patronato, el rey intervenía en el

nombramiento de las altas dignidades de la Iglesia americana asesorado por el Consejo de Indias; y llevaron allí la

Inquisición, aunque sin jurisdicción sobre los indios, y con una praxis más tolerante que en España.

7

A nivel económico, nos encontramos con una base económica muy débil en la Península, sobre la que se va

superponiendo la riquísima economía americana; y tras la llegada de Carlos I la condicionan los costes tremendos de

una política imperial pocas veces coincidente con los intereses españoles.

El sector más activo de la economía hispana, ya entrado el s. XVI fue el comercio con América, que se convirtió en

una fuente de recursos que parecía inagotable. El Estado organizó todo el comercio con las Indias en régimen de

monopolio castellano, centralizado en la Casa de Contratación de Sevilla. Esto implicaba la prohibición de cultivar

productos mediterráneos y la instalación de industrias, con el objetivo de garantizar un mercado creciente a la

producción peninsular, con lo que los colonos dependían por completo de los suministros metropolitanos para

satisfacer sus necesidades alimentarias, de vestido y de utillaje.

Para abastecer esta demanda desde Sevilla salían cada año dos flotas fuertemente protegidas con escolta con destino

en Cartagena de Indias y Portobelo una, y la otra en Veracruz. En estas ciudades, las mercancías desembarcadas

daban vida a ferias que atraían a los comerciantes. La demanda americana, aunque la población española no era

abundante, desató inicialmente una oleada de prosperidad agrícola en Andalucía, de la que también se beneficiaron

las industrias textiles, de armas, de cueros, las sederías y la construcción naval.

En América pervivió en muchas zonas la economía indígena de subsistencia, a la que se superpuso una economía

colonial basada en primer lugar en la minería, y complementada con la ganadería extensiva y más tarde con la

agricultura de plantación. Las importaciones se pagaban con metales preciosos como el oro procedente de los ríos

antillanos o del botín de la conquista, y la plata procedente de las grandes minas continentales: Zacatecas (México)

y Potosí (Perú). Estos metales llegaban a Sevilla en las flotas de retorno que volvían juntas desde La Habana.

Fue el período de esplendor de las ferias castellanas en Medina del Campo y Medina de Rioseco, donde la plata

acuñada en Sevilla servía para comprar las mercancías de toda España y de Europa que habían de embarcarse para

las Indias y se cerraban las grandes operaciones financieras internacionales. Aunque las elevadas ganancias y la

necesidad de fuertes capitales para financiar las operaciones comerciales atrajeron a Sevilla una numerosa colonia

de mercaderes y banqueros extranjeros, especialmente genoveses, que terminaron controlando el comercio con

América.

Pero la conquista americana tuvo también terribles consecuencias para los pobladores indígenas: el descenso

demográfico debido a las epidemias traídas por los europeos, la dureza del trabajo al que fueron sometidos, la

destrucción de sus formas tradicionales de vida y de su organización social hizo que el emperador, Carlos V,

promulgara las Leyes Nuevas de 1522 destinadas a proteger a los indios.

FELIPE II.

1. Dominios de Felipe II.

Como contraste del Imperio Universal de Carlos V denominamos al reinado de Felipe II (1556-1598) la Monarquía

Hispánica. Esto se debe a que Felipe II centró sus esfuerzos políticos en que el centro de su imperio fuera España y

que éste se convirtiera en un estado hegemónico, pero renunció al Imperio Universal. No renunció, sin embargo, a

la defensa del Catolicismo, que ahora se enfrentaba al crecimiento del Protestantismo (Luteranismo, Calvinismo,

etc.).

Felipe II se convirtió en rey por la abdicación de Carlos V y en principio tuvo que hacer frente a los compromisos

políticos de su padre. Es lo que se llama la política heredada.

2. Política exterior.

El compromiso más importante de la política heredada fue la terminación de la guerra contra Francia. En la Batalla

de San Quintín de 1558 Felipe II derrotó a los franceses. Esta batalla forzó la paz definitiva entre los dos países (Paz

de Cateau-Cambresis), debida al agotamiento financiero de España (bancarrota de 1557), y al inicio de las Guerras

de Religión en Francia.

Hacia 1570, la ofensiva turca en el Mediterráneo se hizo especialmente virulenta. Los turcos arrebataron Chipre a

Venecia y ésta pidió ayuda a España. Venecia, España y el Papado formaron la Liga Santa comandada por Don Juan

de Austria. Éste derrotó a los turcos en la Batalla de Lepanto (1571). La victoria de Lepanto frenó el avance turco en

8

el Mediterráneo, sin embargo, no consiguió terminar con los piratas berberiscos el Norte de África. El Conflicto más

importante al que se enfrentó Felipe II fue el de los Países Bajos. El conflicto de los Países Bajos tuvo causas

económicas y políticas, pero las más graves fueron las religiosas: el norte calvinista se enfrentó al sur católico y Felipe

II luchó por la uniformidad religiosa católica. La guerra estalló en 1568 con la rebelión de las Provincias Unidas de

Holanda. Felipe II recurrió a la fuerza y envió al Duque de Alba que ejecutó a los principales cabecillas. La Guerra de

Flandes (1568-1648) fue una guerra lenta de asedios y una auténtica sangría para los tercios y la hacienda española.

A partir de los años 80 Inglaterra se sumó a los enemigos de Felipe II. Por un lado, la Inglaterra Isabelina desafiaba el

poder marítimo de España en el Atlántico y el monopolio del comercio con América. Además, había un problema

religioso. Inglaterra era una potencia protestante y ayudaba a los rebeldes holandeses contra los tercios españoles.

Este doble desafío provocó la respuesta militar de Felipe II: la Armada Invencible (1588), que fracasó en su intento

de invadir Inglaterra. Esta derrota supuso la pérdida de la hegemonía marítima española en el Atlántico.

Los años finales del gobierno de Felipe II estuvieron marcados por su intervención en las Guerras de Religión en

Francia. Francia fue víctima en la segunda mitad del siglo XVI de la guerra entre católicos (Liga de Guisa) y

protestantes (hugonotes). Felipe II apoyó a la Liga de Guisa para luchar contra el protestantismo, pero también para

debilitar políticamente a Francia y controlarla. La Paz de Vervins de 1598 acabó con esta guerra y devolvió la

estabilidad a Francia.

3. Política interior.

Por lo que respecta a la Península Ibérica ésta no estuvo exenta de conflictos.

En 1566 se produjo la Rebelión de los moriscos de las Alpujarras (Granada). Los moriscos eran cristianos sólo de

nombre, pues en realidad practicaban la religión y cultura islámicas. Felipe II les acusó de ser posibles colaboradores

de la expansión turca por el Mediterráneo, aunque la verdadera razón del conflicto era la necesidad de establecer

una auténtica uniformidad religiosa en el Reino. Los moriscos se rebelaron ante el acoso de las autoridades y fueron

sometidos por el ejército de Don Juan de Austria, expulsados y dispersados por el resto de España.

Entre 1580 y 1581 se produjo la incorporación de Portugal a la Corona de Felipe II. Éste reclamó el Reino por la

herencia de su madre Isabel de Portugal, con el apoyo de la Alta Nobleza Portuguesa. Portugal mantuvo sus leyes e

instituciones. Su incorporación a la corona de Felipe II supuso la unidad política de toda la Península, además añadió

su propio imperio colonial (Brasil, Indonesia, Molucas, etc.) al español.

Felipe II llevó el autoritarismo monárquico a sus extremos, es decir, que practicó una política absolutista. Esto supuso

algunos conflictos con la Corona de Aragón de tradición pactista. La excusa del conflicto fue el caso de Antonio Pérez.

Éste era el secretario aragonés de Felipe II que fue acusado por éste de corrupción y venta de secretos. Antonio Pérez

huyó a Aragón y se colocó bajo la protección de sus fueros y del Justicia de Aragón (1591). Entonces Felipe II recurrió

a la Inquisición tras acusarle de herejía. Esta maniobra fue juzgada como un atentado a los fueros y derechos de

Aragón y provocó una rebelión que el rey tuvo que reprimir por la fuerza (ejecución de Lanuza, Justicia de Aragón).

3. Crisis y decadencia del Imperio en el siglo XVII:

Con el fracaso de Carlos I se desmoronó el inviable ideal de Imperio Universal. Sus sucesores no serán ya

emperadores, sino reyes de las Españas. A partir de Felipe II, los Habsburgo vivieron en España, gobernaron desde

una corte fija, instalada finalmente en Madrid (1561), con colaboradores y recursos españoles, y utilizando el

castellano como lengua oficial. Con el paso del tiempo, en todos los territorios acabaron predominando los cargos

españoles, y en especial los castellanos. De hecho, el peso de Castilla no hizo sino acentuarse, soportando casi en

solitario el esfuerzo de la monarquía. Los otros reinos hispanos estuvieron más apartados de las cargas y de las

posibles ventajas del Imperio.

Felipe II, considerado también un "Austria Mayor", luchó tanto para mantener las posesiones territoriales heredadas

de su padre como para conseguir la unidad católica en tiempos poco propicios para ello. Dueño de un imperio en el

que no se ponía el sol, ampliado con las posesiones portuguesas desde 1581, su fama oscurece a sus sucesores, Felipe

III, Felipe IV y Carlos II, que ocupan todo el siglo XVII, desde 1598 hasta 1700, y protagonizaron la etapa más dura de

la crisis.

9

Felipe III fue un monarca sin formación y de carácter débil; su hijo Felipe IV, más preocupado por los asuntos públicos,

unió a su escaso carácter la debilidad física; y su hijo Carlos II fue claramente un rey incapaz tanto física como

mentalmente. Los sucesivos matrimonios con princesas de la misma Casa de Austria no son ajenos a este proceso.

Con mayor o menor objetividad, es indudable que todos ellos carecieron tanto de las cualidades personales como de

la capacidad política de sus antecesores y llevaron a España a una crisis en todos los aspectos. Por ello se les conoce

como los "Austrias Menores". En cualquier caso sería injusto cargar excesivamente las tintas sobre unos monarcas

que heredaron graves problemas políticos y económicos de sus famosos antecesores.

3.1. Los validos.

Los Austrias Menores se desentendieron del ejercicio directo del poder, dejándolo en manos de los “privados” o

“validos”, figura emblemática de esta etapa. Éstos fueron personajes vinculados a la Corte que llegaron a ejercer

funciones propias de la soberanía real, o lo que es lo mismo, gobernar en lugar de los reyes, aún sin ejercer cargos

concretos en el gobierno. Su poder se basaba en una especial relación con el monarca, en la cercanía al rey y en su

confianza. Pero también en su capacidad para sostener clientelas que le sirvieran para aislar al rey de otras influencias

o facciones.

El papel de los validos se justificaba como una forma de agilizar las medidas gubernamentales mediante mecanismos

más expeditivos que evitaran a los lentos consejos colegiados. Pero la impunidad en el ejercicio del poder, unida a la

tupida red clientelar, llevaría directamente a la proliferación de manejos corruptos que desprestigiaron al sistema.

Dado que el sistema no era exclusivo de España, más que a este tipo de gobierno, la crisis hay que achacarla a la

incapacidad de los gobernantes: ni los reyes ni sus validos estuvieron a la altura.

Más que del reinado del insulso Felipe III hay que hablar de la privanza de Francisco de Sandoval y Rojas, duque de

Lerma. Valido ineficaz y corrupto, asumió en la práctica los poderes ejecutivos y se convirtió en el auténtico director

de la política española. Tras desmontar todo el equipo gobernante de Felipe II, lo sustituyó por su parentela, entre la

que repartió riquezas, honores y cargos, creando una clientela aristocrática que le apoyaba, institucionalizando la

corrupción en todos los ámbitos de la administración. Llegó incluso a trasladar la Corte a Valladolid entre 1600 y

1606. Al final, reconvertido en cardenal para evitar ser juzgado, fue relevado en el cargo por su hijo, el duque de

Uceda y por el confesor real, el padre Aliaga.

Su único mérito puede buscarse en la política exterior, logrando la paz con las potencias enemigas de Felipe II: con

el nuevo rey de Inglaterra, Jacobo I, en 1604; con Francia en 1610 tras la muerte de Enrique IV; y con Holanda en la

llamada “Tregua de los Doce Años” (1609), que supuso un reconocimiento de hecho de la independencia de este

país. En los últimos años de su reinado, Felipe III intervino en la guerra de los Treinta Años (1618-1648) en apoyo del

emperador austriaco, en función de un interés dinástico que, una vez más, en nada beneficiaba a España.

3.2. La expulsión de los moriscos.

Los elementos más destacados de su reinado fueron, a nivel económico, la acuñación de moneda de vellón para

hacer frente al déficit sin sublevar a la población con nuevos impuestos; y a nivel social, la expulsión de los moriscos

en 1609, medida absurda y conflictiva que extraña en el marco de un reinado tan indolente. Muchos moriscos se

asentaron en el norte de África, desde donde desarrollaron una hostilidad notable hacia España.

3.3. Los proyectos de reforma de Olivares.

Felipe IV tuvo un gobierno más prolongado, pero no más afortunado, que el de su padre. Su valido hasta 1643, Don

Gaspar de Guzmán, Conde-Duque de Olivares, fue un político más preparado, preocupado por el bien público y

menos corrupto; pero también obstinado y poco diplomático. Su obcecación en algunas cuestiones, las tremendas

dificultades económicas y la oposición de la aristocracia y muchos territorios de la monarquía, frustraron todas sus

intenciones políticas.

El primer error de Olivares fue emprender una política exterior imperialista para recuperar el prestigio de la

monarquía española. Así, aunque encontró a España ya enredada en la guerra de los Treinta Años, tuvo la nefasta

idea de involucrarla a fondo en ella. El coste del conflicto provocó un desorden económico sin precedentes, con

inflaciones y deflaciones sucesivas, y un quebranto enorme a las arcas estatales, con numerosas quiebras y un

endeudamiento creciente. A ello hay que añadir las malas cosechas desde 1628 y las dificultades del comercio con

10

América. Las enajenaciones de tierras, la venta de títulos y cargos y la multiplicación de los impuestos indirectos no

fueron suficientes para solucionar la situación.

Sin recursos económicos su política reformista estaba destinada al fracaso. Pretendió reformar la administración,

creando una serie de Juntas de Reforma para evitar a los antiguos consejos y a las Cortes de Castilla. También

desarrolló una política centralista cuya finalidad era que todos los territorios hispanos tuviesen un régimen legal y

fiscal similar al castellano, repartiendo las cargas que hasta entonces sólo soportaba Castilla.

El primer paso del plan de Olivares fue la Unión de Armas en 1626. Básicamente consistía en el alistamiento, en caso

de guerra, de un ejército de 140.000 hombres reclutados en todos los territorios de la monarquía. Este proyecto

generó descontento y numerosas protestas, sobre todo entre las clases populares, ya que no se siguieron criterios

proporcionales a la población de cada reino. Pero donde encontró un mayor rechazo fue en la Corona de Aragón,

donde las Cortes de Aragón y Cataluña rechazaron el proyecto, dando origen a conflictos secesionistas que

finalmente le costaron el poder

3.4. La guerra de los Treinta Años y la pérdida de la hegemonía en Europa a favor de Francia.

El elemento que marca toda esta etapa es la Guerra de los Treinta Años (1618-1659). Esta guerra entre el emperador

católico austriaco y los estados protestantes alemanes derivó en un conflicto internacional, con la intervención de

daneses y suecos. Se complicó con la reanudación de la guerra contra las Provincias Unidas en 1621 a causa de los

constantes ataques de la marina holandesa contra las colonias castellanas y portuguesas; acentuada desde 1633,

cuando los Países Bajos retornaron a soberanía del rey de España tras la muerte sin herederos de la princesa Isabel

Clara Eugenia. Y al apoyar la católica Francia, abiertamente desde 1635, al bando protestante, la guerra perdió su

máscara de conflicto religioso y se convirtió en una confrontación por la hegemonía europea entre Francia y los

Habsburgo.

La Monarquía española y sus aliados cosecharon una serie de éxitos iniciales, que culminaron con la victoria de

Nördlingen (1634) ante el ejército sueco. Pero la intervención francesa modificará el curso de la guerra con

consecuencias desastrosas para España, que tuvo que hacer un enorme esfuerzo en plena depresión económica y

con rebeliones internas desde 1640. La derrota naval de las Dunas (1639) y la de los Tercios en Rocroi (1643) hicieron

la situación insostenible. El emperador austriaco tuvo que firmar la Paz de Westfalia (1648), donde España reconoció

la independencia de Holanda, aunque continuó la guerra con Francia.

3.5. Las rebeliones de Cataluña y Portugal en 1640.

La rebelión de Cataluña está en relación directa con la guerra contra Francia. Para forzar la participación de los

catalanes, Olivares abrió un frente en la frontera catalana. Las elevadas cargas económicas y los roces entre el ejército

real y los paisanos degeneraron en la rebelión del Corpus de Sangre (12 de Junio de 1640) que afectó a todo el

Principado. Las autoridades catalanas buscaron el acuerdo con la Monarquía, pero Olivares se negó viendo la

situación como una excusa perfecta para someter Cataluña. La Generalitat, dirigida por el canónigo Pau Claris,

rechazó a las tropas reales, solicitó la ayuda francesa y proclamó conde de Barcelona a Luis XIII. Fue un movimiento

social, económico y nacionalista, contrario al centralismo de Olivares.

En el mismo año de 1640, pero el 1 de Diciembre, se produjo la sublevación de Portugal, sin reacción, ya que no

había ejército que utilizar en esos dominios. El duque de Braganza será coronado como Juan IV el mismo día de la

sublevación. El detonante fue, además del ideal nacionalista, la oposición al reclutamiento de soldados para someter

la sublevación catalana y el descontento popular por el aumento de los impuestos. También hay que señalar la

intervención de Francia, Holanda e Inglaterra, que reconocieron inmediatamente al nuevo reino. Sin mucha relación

con éstas, en 1641 hubo revueltas nobiliarias en Andalucía y en 1647 en Aragón, Nápoles y Sicilia, que fueron

sofocadas. La Monarquía Hispánica se descomponía y así era imposible ganar la guerra.

La imposibilidad de Olivares de someter las sublevaciones portuguesa, y especialmente, la catalana, provocó su caída

en desgracia en 1643 y su sustitución por su sobrino Luis Méndez de Haro.

Sólo el final del conflicto con Holanda y los problemas internos de Francia, que padeció la guerra civil de La Fronda

entre 1648 y 1653, proporcionaron algún respiro, que se aprovechó para someter a los catalanes en 1652. A la

intervención militar y diplomática de Don Juan José de Austria se sumó el cansancio de los rebeldes y el malestar por

11

las tropelías de las tropas francesas en Cataluña. Aún así, Cataluña sólo se sometió a Felipe IV bajo compromiso de

respetar sus fueros, por lo que esta rebelión no tuvo consecuencias políticas.

La falta de visión política del valido Luis Méndez de Haro impidió aprovechar esta coyuntura para obtener un buen

acuerdo de paz que Francia estaba entonces dispuesta a aceptar. La posterior alianza de Francia con la Inglaterra de

Oliver Cromwell volvió a sumirnos en las derrotas.

Así, en 1655 los ingleses se apoderaron de la isla de Jamaica sin declaración de guerra, dificultando aún más el

comercio con América, y cortaron la comunicación marítima entre España y Flandes. En 1659 Felipe IV tuvo que

firmar la Paz de los Pirineos, por la que pasaban definitivamente a Francia el Rosellón y la Cerdaña, además de varias

plazas de los Países Bajos.

Era el fin de la hegemonía española en Europa, lo cual, lejos de ser un desastre, podría considerarse una liberación.

A pesar de ello, tras concluir la paz con Francia Felipe IV intentará someter nuevamente a Portugal. Las derrotas de

Ameixial (1663) y Montesclaros (1665) le hicieron desistir definitivamente, aunque no se reconoció definitivamente

su independencia hasta 1668 por el Tratado de Lisboa. Este nuevo fracaso puso de manifiesto no sólo la escasez de

hombres y recursos, sino sobre todo el grado de extenuación y desmoralización a que habían llegado España y el

propio rey, que muere en 1665.

3.6. Carlos II y el problema sucesorio.

Carlos II heredó el trono con apenas cinco años. La regencia recayó en su madre, Mariana de Austria, sobrina y viuda

de Felipe IV, que entregó el gobierno primero a su confesor, el jesuita alemán Everardo Nithard (1665-1669), y

después a una inoperante Junta de Regencia hasta 1675. En ese año se otorga la mayoría de edad a Carlos II, cuya

incapacidad física y mental era evidente. Puede decirse que nunca gobernó, estando la autoridad política siempre en

manos de sus validos: Fernando Valenzuela (1675-76), su hermano bastardo Don Juan José (1677-1679), el duque de

Medinaceli y el conde de Oropesa (1680-1691). Y en la última década de su vida estuvo a merced de los manejos de

su esposa Mariana de Neoburgo, que abrió una etapa de corrupción e inoperancia.

El gobierno más destacado fue el de Don Juan José de Austria, quien además del prestigio militar ganado en las

campañas de Nápoles y Cataluña, tenía experiencia política y resolución. Sus manejos derribaron tanto a Nithard

como a Valenzuela, además de conseguir retirar a la madre del rey a Toledo. Mérito suyo fue la implicación de la

Corona de Aragón en los asuntos generales de la monarquía, aunque ésta aceptó sin reservas, y sin otra alternativa,

la multiplicidad política de sus Estados, renunciando a los proyectos centralizadores. La muerte le llegó a Don Juan

José de forma inesperada tras poco más de dos años en el gobierno, dejando al rey en el más absoluto de los

desamparos.

A nivel exterior, la Monarquía española quedó reducida a potencia de segundo rango. Aprovechando su creciente

debilidad, Luis XIV ejerció una continua presión expansionista sobre los dominios españoles fronterizos con Francia.

Los antiguos enemigos de España, Inglaterra y Holanda, recelosos de la expansión francesa, se convirtieron en aliados

circunstanciales. Un primer conflicto se solventó positivamente con la Paz de Aquisgrán en 1668, por la que España

recuperaba el Franco Condado y perdía algunas plazas flamencas. Un segundo conflicto se saldó en 1678 con la Paz

de Nimega, por la cual Francia se anexionaba el Franco Condado, Artois y numerosas plazas de Flandes.

Una tercera guerra, iniciada en 1689, terminó con la generosa Paz de Ryswick en 1697, por la que Francia devolvió a

España Luxemburgo, buena parte de las plazas flamencas y las que había ocupado en Cataluña, pero con la

perspectiva de quedarse con todo en breve. La previsible muerte sin descendencia de Carlos II, dio pie a varios

tratados secretos de reparto de sus dominios entre las potencias europeas, mientras la Corte española se convertía

en el foco de numerosas intrigas sucesorias. Al legar todos sus Estados al francés Felipe de Anjou (1700), Carlos II

salvó la integridad de la Monarquía, pero originó un conflicto bélico internacional.

3.7. La crisis demográfica y económica.

I- LA CRISIS ECONÓMICA.

Si en la primera mitad del siglo XVI los efectos de la economía americana habían sido globalmente positivos, no puede

decirse lo mismo del reinado de Felipe II. El monopolio fue imposible de mantener en la práctica, ya que su lentitud

y rigidez encarecía extraordinariamente las mercancías. Por ello, los colonos preferían recurrir al contrabando

12

extranjero y comenzaron a desarrollar cultivos y manufacturas para su autoabastecimiento desafiando la prohibición.

En esto fue importante no tanto la aclimatación de cultivos como los cambios en los hábitos alimentarios.

También ganaron importancia las exportaciones de productos de plantación, obtenidos con el barato trabajo de los

esclavos negros, como las tintóreas (cochinilla, índigo, palo de Campeche), el cacao, el tabaco o el azúcar. Además,

las especies animales introducidas por los españoles fueron el origen de una ganadería extensiva en ranchos y

estancias que se expansionó muy rápidamente, propiciando una activa exportación de cueros.

Otro factor desestabilizador fue el enorme incremento en la producción de plata en Zacatecas (México) y Potosí

(Perú), al tiempo que se reducían los costes de explotación por la introducción, en 1559, de un procedimiento de

tratamiento del mineral a base de mercurio. Así, llegaron a España 2707,5 Tm de plata en la última década del s. XVI.

Esta masiva llegada de metales preciosos a la península provocó un proceso hiperinflacionista que se conoce como

“la revolución de los precios”. La abundancia de plata en un contexto de aumento de la demanda hizo bajar su valor

en relación con las mercancías, con lo que en Andalucía y Castilla esta revolución cuadruplicó los precios a lo largo

del siglo. Esto, unido a la escasez de mano de obra por las guerras y la emigración, provocó una fuerte subida de los

salarios que, a su vez, restó competitividad a las manufacturas castellanas frente a las europeas, que se enviaban a

América desde Sevilla.

La creciente importación de manufacturas europeas hizo salir de España la mayor parte de la plata americana para

cubrir el déficit comercial. Otra buena parte salía también hacia Europa para pagar la interminable serie de conflictos

que, antes Carlos I, que dejó al estado en bancarrota, y luego Felipe II emprendieron por toda Europa, consumiendo

los recursos económicos de forma estéril, ya que se canalizaron hacia inversiones no productivas. Y el resto se

tesaurizaba en los palacios y edificios religiosos en forma de menaje, joyas y objetos litúrgicos. La abundancia de

metales por tanto debilitó la economía española en vez de fortalecerla.

Con una economía nacional débil y una economía colonial con defectos importantes, la política hegemónica de los

Habsburgo llevó a un constante agobio financiero cuyas cargas recayeron fundamentalmente sobre Castilla. Para

obtener los recursos necesarios se recurrió a ingresos extraordinarios, como la imposición de nuevos tributos, la

enajenación de recursos de la monarquía, la venta de títulos y cargos, préstamos de banqueros alemanes e italianos

y la emisión de juros o deuda pública. Aún así, los ingresos no alcanzaban a cubrir los crecientes gastos, que durante

esta etapa se multiplicaron por nueve. Muestra de ello son las tres sucesivas bancarrotas (1557, 1575, 1596) que

Felipe II sufrió durante su reinado. Su herencia económica no fue mejor que la que recibió.

Si políticamente Felipe III encabezó un periodo de paz, se podría esperar una recuperación económica. No fue así, ya

que además de un estancamiento en la llegada de plata americana, los posibles ahorros logrados en esta coyuntura

de paz fueron consumidos con creces por los préstamos y los dispendios y corruptelas de la Corte del Duque de

Lerma, lo que llevó al Estado a sucesivas bancarrotas.

En el siguiente reinado el gobierno fue más eficaz, pero con España nuevamente encenagada en los conflictos

europeos, la situación económica llegará a ser dramática. El estado padecía bancarrotas casi continuas, mientras los

flujos de plata americana se reducían hasta suponer a finales del s. XVII la décima parte de los del siglo anterior.

Además de las calamidades naturales, la mala administración, la ausencia de reformas y la mentalidad económica

predominante están en la base de esta decadencia. Veamos la situación por sectores.

En el siglo XVII puede hablarse de una auténtica decadencia agropecuaria. Junto a los factores climáticos, el descenso

demográfico por la mortandad en la guerra, la emigración a América y la expulsión de los moriscos, determinó la falta

creciente de mano de obra agrícola. Los arcaicos métodos de cultivo determinaban unos rendimientos muy bajos, ya

que los pequeños y medios campesinos, agobiados por deudas e impuestos no podían dinamizar este sector. La única

mejora está en la introducción del cultivo del maíz en la zona cantábrica y Galicia. La ganadería lanar trashumante

experimentó un gran retroceso como consecuencia de la pérdida de mercados, la subida de los precios y costes de

producción en Castilla y la ruina de las manufacturas flamencas por la guerra.

La escasa manufactura perdió competitividad a causa de la revolución de los precios y el aumento de los salarios.

Esto, unido al descenso de la demanda, en España por la pobreza de la población, y en América por el desarrollo del

contrabando y la autoproducción, la sumió en una crisis total. Aunque también hay que destacar la falta de

13

innovaciones técnicas, el inmovilismo de los gremios y la falta de atención estatal. Únicamente los sectores

estimulados por la actividad bélica, como la cría de ganado equino y la siderurgia, tuvieron un cierto desarrollo.

El comercio interior, muy reducido ya por el descenso general de la demanda, era obstaculizado además por las malas

comunicaciones, la persistencia de las aduanas interiores y los conflictos secesionistas de Cataluña y Portugal. El

volumen del comercio exterior decreció también; en Europa como consecuencia de la prolongación de los conflictos

bélicos; y en América a causa de la decadencia naval, el pésimo funcionamiento del monopolio, y la actividad de

piratas y corsarios ingleses, holandeses o franceses, cuya actividad alcanzó entonces su punto álgido desde sus bases

en las Pequeñas Antillas. La pérdida del control de las rutas marítimas debilitó las relaciones económicas con España,

mientras las fortalecía con otros países y entre los propios territorios americanos, que empezaron entonces a

integrarse al margen de la metrópoli.

En una tendencia inversa a la política, durante el reinado de Carlos II, perdida ya toda ilusión hegemónica y tras tocar

fondo la crisis en la llamada “Década Trágica” de Castilla (1676-1686), se inició la recuperación económica, sobre

todo en los territorios de la periferia. El renacer económico de Cataluña se sustentaba en una dinámica industria

textil y en un próspero comercio basado en la exportación de sus producciones de vinos y aguardientes y en la

redistribución de productos coloniales.

La imposibilidad de la iniciativa militar favoreció esta recuperación económica con una rebaja de los impuestos y el

aumento demográfico. Descendió la inflación, aumentó la producción de lana, y con la creación de la Junta General

de Comercio (1676) se reactivó éste y, en particular, el comercio de metales. Gobernantes como el conde de Oropesa

estimularon la industria tomando medidas de carácter mercantilista en el sector manufacturero: incentivos

económicos, eliminación de trabas legales e introducción de técnicos extranjeros.

II-CRISIS DEMOGRÁFICA

Durante el reinado de Felipe II la población española tiende al estancamiento por las guerras y las migraciones, hasta

que a raíz de la epidemia de peste de 1596-1600, que causó medio millón de muertos, se estanca definitivamente en

algo menos de diez millones de habitantes. Pero lo peor de la crisis estaba aún por llegar, y en 1650 la población

española apenas superaba los ocho millones, iniciándose una tímida recuperación a finales de siglo. En esta regresión

demográfica influyeron varios factores, tanto por emigración como por mortalidad.

Especialmente grave, por tratarse de una decisión política, fue la expulsión de trescientos mil moriscos en 1609,

sobre todo en Aragón, Murcia, y Valencia, que perdió por esta causa el 25 % de la población. La medida, además de

inhumana, era inoportuna en una fase de estancamiento económico y demográfico, provocando una decadencia

agrícola en las tierras de Levante. También fue muy importante la emigración a los territorios de América; tanto

cuantitativamente, ya que afectó aproximadamente a 200.000 españoles, mayoritariamente castellanos, como

desde el punto de vista cualitativo, ya que los emigrantes suelen ser jóvenes.

Desde el punto de vista de la mortalidad fueron decisivas las continuas levas por el desarrollo constante de guerras

en Europa, de las que muchos no regresaron o lo hicieron en condiciones lamentables. A ello se unieron la sucesión

constante de malas cosechas y epidemias de peste. Si el siglo comenzó con una epidemia terrible, entre 1647 y 1652

otra epidemia provocó una mortalidad similar en la Corona de Aragón, Murcia y Andalucía. En esos años Sevilla, que

tenía 130.000 habitantes, perdió casi la mitad de su población.

La recuperación se ralentizó por una caída espectacular de los índices de nupcialidad y de natalidad, dada la elevada

proporción de clérigos, tullidos y hombres en armas. En esta situación, Olivares pretendió aumentar el poder de

España con una política natalista y favoreciendo la inmigración. Para ello tomó decisiones tan peregrinas como

extender los privilegios de hidalguía a las familias de más de siete hijos, creando un grupo conocido como los

“hidalgos de bragueta”.

El bache demográfico fue más acusado en el centro de la Península, y su recuperación fue también más tardía y débil

que en las regiones periféricas, con lo que la Meseta perdió definitivamente su preponderancia demográfica y

económica. Las grandes ciudades castellanas vieron reducida su población a la mitad, y sólo Madrid creció de forma

anómala por su papel de Corte. Desde ahora la población tenderá a concentrarse en la periferia de la Península

Ibérica.

14

En América, hasta mediados del siglo XVII continuó la caída vertiginosa de la población india, estabilizándose después.

Por el contrario, aumentaron los efectivos negros, mulatos y mestizos. Para compensar la pérdida de la mano de obra

indígena se incrementó la utilización de esclavos negros africanos, que fueron fijados en las Antillas y en las tierras

bajas de México y de América Central. Por otra parte, la mayor abundancia de población femenina blanca redujo el

ritmo de mestizaje del siglo anterior y los mestizos encontraron mayores dificultades para integrarse en la sociedad

colonial.

La población blanca se triplicó entre 1600 y 1700 debido más al crecimiento vegetativo criollo que a la inmigración

peninsular. Entre los criollos destacaban los grandes latifundistas, hacendados y estancieros, que en este siglo

agrandaron su patrimonio por la anexión de tierras concejiles o de las comunidades indias. Muchos lograron

constituir mayorazgos y por compra de títulos al rey sentaron las bases de una nobleza indiana con una fuerte

conciencia de identidad frente a los españoles venidos de la Península.

4. El Siglo de Oro español: Del Humanismo a la Contrarreforma

En el siglo XVI se produce la primera etapa del Siglo de Oro, el momento de mayor auge cultural de España: el

Renacimiento Español.

Durante la época de Carlos V tuvo mucha importancia el Erasmismo (los hermanos Valdés, Luis Vives, etc.). Sin

embargo, la fundación de la Compañía de Jesús, y el Concilio de Trento frenaron cualquier tipo de reforma religiosa

durante el reinado de Felipe II

Entre los logros culturales más importantes de este siglo hay que citar a Francisco de Vitoria, fundador del Derecho

Internacional o en literatura obras tan importante como el Lazarillo de Tormes, el Misticismo de San Juan de la Cruz

y Santa Teresa de Jesús o la obra de Fray Luis de León. En las artes plásticas hay que citar el Plateresco, el Herreriano,

en escultura Alonso de Berruguete y en pintura El Greco.

Aunque pueda parecer contradictorio, el ambiente de crisis y desencanto del s. XVII dio vida a uno de los períodos

más fecundos de la cultura española. Sobre todo en las letras, con la eclosión de los más importantes autores del

Siglo de Oro, y una obra señera, El Quijote. El realismo, rasgó básico de la actitud barroca, se afirmó en la abundante

y peculiar novela picaresca. Pero al margen de la eclosión de la novela, también destacó el teatro, realista, popular y

conservador desde el punto de vista político y religioso de Lope de Vega a Tirso de Molina. Y el artificio de la poesía,

tanto en la versión culterana de Góngora como en la conceptista de Quevedo, parece querer embellecer una realidad

cada vez menos halagüeña. La muerte de Felipe IV (1665) suele tomarse como límite del llamado Siglo de Oro. Desde

esta fecha hasta finales de siglo sólo pervivió la gran figura de Calderón de la Barca, desapareciendo las grandes

figuras literarias, así como los géneros picarescos y de caballería.

Aunque el Barroco supone una liberación de las normas clásicas para potenciar la libertad del artista, el arte se

mantuvo en la arquitectura muy apegado a la tradición herreriana de la etapa de Felipe II, aunque afirmando su

barroquismo en una decoración cada vez más abundante y concentrada sobre todo en los retablos. Este

decorativismo contrasta con unas estructuras generalmente realizadas con materiales pobres, que reflejan sobre

todo las dificultades económicas de sus patrocinadores: clero, monarquía y nobleza. Al igual que en la religión, las

artes dieron más presencia a lo externo que a lo esencial.

En la escultura, este período fue el de máximo esplendor de la imaginería religiosa de madera policromada de las

escuelas de Castilla y Andalucía. La primera con un estilo efectista, vigoroso y realista, que acentúa el dramatismo,

mientras en la escuela andaluza las representaciones son más contenidas y clásicas. Pero posiblemente fue en la

pintura donde se alcanzó un nivel artístico más elevado con representaciones realistas en las formas y

mayoritariamente religiosas en los temas, además de los pintores de Corte. Velázquez fue el más famoso de ellos.

Si la cultura artística alcanzó un alto nivel, no puede decirse lo mismo de la académica. En la sociedad española que

podía acceder a estudios superiores estaba plenamente vigente el refrán cervantino “Iglesia, o mar, o Casa Real”, por

lo que las universidades se dedicaban a formar mayoritariamente a clérigos y funcionarios. Además, tras el cierre

intelectual del siglo anterior, habían caído en el marasmo más absoluto, y en ellas lo único activo era la lucha

constante entre las órdenes religiosas por controlar las cátedras de Teología. En este ambiente no ha de extrañar

que los sectores más fanáticos del clero sacralizaran la vida intelectual convirtiendo nuestra historia en un conjunto

de mitos fantásticos, heroicos y sagrados, indiscutibles mientras el Tribunal del Santo Oficio siguiese omnipresente.