sin límites · 2019. 11. 24. · historias para despertar antes de dormir cangrejos traviesos la...

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    ites

  • Primera edición: Junio 2018© Alejandro Garza © Literálika Editorial® 2017© Grupo Literálika S.A. de C.V.Plaza Río, Ave. San Pedro 801 L8 y L9. Colonia Fuentes del Valle, C.P. 66224San Pedro Garza García, Nuevo León, Mé[email protected] www.literalika.comFacebook: @AlejandroGarza86Twitter:@alejandrogza86

    Diseño de la edición: Ofelia Arredondo

    ISBN: 978-607-97769-5-4

    Queda prohibida la reproducción o transmisión total o parcial de esta obra, en cualquier forma, electrónica o mecánica, sin la autorización expresa de los titulares.

    Impreso en México. Printed in Mexico

    http://literalika.com/https://www.facebook.com/AlejandroGarza86/https://twitter.com/alejandrogza86

  • Historias para despertarantes de dormir

    Por Alejandro GarzaPrimera edición: Junio 2018© Alejandro Garza © Literálika Editorial® 2017© Grupo Literálika S.A. de C.V.Plaza Río, Ave. San Pedro 801 L8 y L9.Colonia Fuentes del Valle, C.P. 66224San Pedro Garza García, Nuevo León, Mé[email protected] www.literalika.com

    Diseño de la edición: Ofelia Arredondo

    ISBN: 978-607-97769-5-4

    Queda prohibida la reproducción o transmisión total o parcial de esta obra, en cualquier forma, electrónica o mecánica, sin la autorización expresa de los titulares.

    Impreso en México. Printed in Mexico

  • Historias para despertar antes de dormir

    cAngrejos trAviesos

    La altura comenzó a causar estragos en sus oídos, le dol-ieron cuando el autobús inició su ascenso por la carretera que iba hacia la montaña. Quería llegar a uno de los destinos más escondidos y paradisiacos del país, anhelaba escapar.

    Le resultaba imposible conciliar el sueño. Transcurri-eron tres horas durante las cuales él tuvo que soportar el calvario que le provocaba la otalgia. El sol comenzaba a re-flejarse en las aguas del océano Pacífico cuando el autobús inició el descenso.

    Ernesto decidió realizar aquel viaje por varias razones: escapar de la ciudad que lo asfixiaba, alejarse un poco de su familia y, sobre todo, abandonar aquella sensación de que nada en su vida, personal y profesional, le salía bien. Se sentía completamente perdido.

    Iba sentado en la primera fila, en el asiento del pasillo. Siempre que viajaba en autobús se quedaba al pendiente del conductor. No podía dormir tranquilo pensando en el chófer: ¿y si dormitaba o se distraía con tantos barrancos a los lados de la carretera? La vida de cincuenta pasajeros es-taría en peligro si a la persona al volante le dieran ganas de buscar pokemones en medio de un camino escabroso. “Yo te mantendré con los ojos en el camino, cabrón”, pensó Er-

  • AlejAndro GArzA

    nesto en algún momento del trayecto. En realidad, el chofer era un excelente conductor.

    —¿Cuánto falta para llegar al hotel? —le preguntó Er-nesto amablemente.

    —Ya falta nadita, joven —contestó—, serán alrededor de unos quince minutos. ¡Usté’ no se preocupe! Prepárese para disfrutar de la vida porque: “en el mar la vida es más sabrosa”.

    Ernesto no pudo evitar poner los ojos en blanco, aun-que después esbozó una sonrisa. Esa era una de sus luchas constantes: quería cambiar, pero no sabía cómo. Lo estaba intentando.

    El autobús recorrió las calles del centro, vestidas de vivos colores: puestos de artesanías, restaurantes de cuyas chimeneas escapaban dedos de humo que le hacían al joven una invitación para ir a perderse entre sus sabores. La gente caminaba, unos niños corrían y otros llevaban una nieve de limón en la mano. Parejas jóvenes bailaban al son de la música. Era un lugar excelente, ahí se podía llegar a olvi-dar…

    Casi era de noche cuando el camión se estacionó frente al hotel. Ernesto no perdió el tiempo: se bajó y estiró las piernas. Al pisar la banqueta alzó la vista hacia el cielo estrellado. La brisa nocturna, que arrastraba el olor de la arena, acarició su rostro.

    Poco a poco comenzaron a bajarse todos los pasajeros para recoger su equipaje. Algunas voces murmuraban sobre

  • Historias para despertar antes de dormir

    la belleza del lugar y otras ansiaban ir a cenar después del viaje tan largo. ¡Casi catorce horas! Algunos niños les esti-raban la camisa a sus padres para que los llevaran a buscar cangrejos a la playa.

    —Llévame papi, ¿sí? —decía una de las niñas.Ernesto se preguntó si algún día tendría hijos, ¿los lle-

    varía a la playa?, ¿jugaría con ellos?Cuando todos estuvieron listos con sus maletas, se di-

    rigieron a la recepción del hotel. Ahí los esperaba Alonso Hernández, el gerente.

    —¡Buenas noches a todos! —los saludó de manera efu-siva alzando los brazos—. Bienvenidos al hotel Arena Azul. Este es un espacio que invita a que sus huéspedes se conoz-can entre sí para que al final no sean simples conocidos, sino un grupo unido de amigos. En fin, no les quiero quitar más su tiempo para que puedan ir a instalarse a sus habita-ciones y bajen a cenar. Después de tan largo viaje deben de estar hambrientos. Siéntanse con la plena libertad de recor-rer el hotel o la playa en cualquier momento. Aquí no hay restricción de horarios.

    Ernesto miró a su alrededor para identificar a las per-sonas que venían en su grupo. Una joven pareja le sonrió y una chica de pelo castaño y ojos claros levantó la mano para saludarlo. Él le devolvió el gesto, pero no hizo por acercarse a ella.

    Después de registrarse, Ernesto tomó su llave y se fue a su habitación. Subió por el elevador hasta el tercer piso,

  • AlejAndro GArzA

    al salir dio vuelta a la derecha y buscó el cuarto número dieciséis. Entró, dejó la maleta en el portaequipaje y fue a sentarse al borde de la cama. Se quedó absorto en sus elucubraciones, con la mirada perdida en un horizonte de fantasía. Sentía soledad, vacío.

    Diez minutos después volvió en sí, se levantó y comenzó a desempacar. El reloj marcaba las 11:09 p. m. cuando ter-minó de acomodarse en la habitación. Echó un vistazo alre-dedor y se dio cuenta de que el servicio del hotel era ex-celente: incluía un frigobar, bebidas y alimentos de cortesía. Fue a la cocineta y se preparó una cuba con mucho hielo. Después salió al balcón para ser testigo de la noche y del rumor del mar. Cuando deslizó la puerta corrediza, la brisa arenosa no tardó en estimular sus fosas nasales, invadió sus sentidos. Sus ojos reflejaban la luz de la luna sobre el mar. Era una noche nítida.

    El hotel se encontraba lejos del centro. Hacia el lado derecho del balcón se veían las luces del pueblo, distantes. Del lado izquierdo se extendían densos árboles e infinidad de palmeras. “Sería fácil perderse ahí”, pensaba Ernesto cuando algo atrajo su mirada: era una columna de humo que se elevaba hacia el cielo. También se escuchaba el canto de una mujer. Entró de nuevo a la habitación, sentía los ojos pesados. Parecía que el tiempo se hubiera distorsionado: el reloj marcaba las 2:45 a. m.

    Ernesto se metió a la regadera con la intención de refres-carse antes de dormir. Al salir se metió entre las sábanas sin

  • Historias para despertar antes de dormir

    ninguna prenda encima.—No te desanimes —dijo su papá—, tu momento no

    ha llegado, pero pronto lo hará. —Quería infundirle ánimo. Sabía que sería muy difícil comenzar de nuevo. Sabía cuánto había deseado trabajar para esa empresa y lo abrupto que había sido el cese del contrato y ninguna explicación.

    —Tómate unas vacaciones —le sugirió su mamá—. Descansa y ve a poner en orden tu cabeza.

    —Es una buena idea —dijo él, pues no había salido en mucho tiempo.

    Ernesto recordó la escena antes de quedarse profunda-mente dormido. Las manecillas del reloj habían avanzado una hora cuando el borde de la cama se hundió. Él despertó y abrió los ojos. Una mujer, con la cabeza girada sobre su espalda, lo miraba:

    —Vas a morir.Ernesto se enderezó súbitamente, encendió la luz y se

    dio cuenta de que no había nadie. ¿Había sido una pesa-dilla?

    Se levantó, fue a servirse un vaso con agua y le puso mucho hielo para sobreponerse al susto. Volvió a la cama y no tardó en quedarse dormido de nuevo.

    Ernesto despertó unas horas después con una sensación de terror, pero no quiso darle importancia. Se levantó, hizo unas cuantas lagartijas y abdominales, y se fue directo a la ducha.

    Al salir bajó buscando un plato bien servido de chilaq-

  • AlejAndro GArzA

    uiles divorciados, de esos que hay en cualquier lugar de México. Cuando terminó el desayuno decidió irse a per-der al centro de aquel pueblo: quería comprar una que otra artesanía y degustar la gastronomía local. En la recepción pidió referencias sobre alguna ruta de camión que lo llevara hacia allá.

    Una vez ahí, recorrió las calles adornadas por un sin-fín de puestos de vendimias: tres camisas por cien pesos; llaveros, plumas y lápices de todos los colores; tableros de ajedrez tallados en obsidiana o en otras piedras preciosas. El aroma de las brasas lo guió hacia la playa, donde había toda una variedad de puestos que vendían brochetas de pez dorado. Bastaba con ponerles suficiente limón y unas gotas de salsa para deleitar el paladar. ¡Ni el más elegante restau-rante de mariscos podía igualar el sabor de aquello!

    Mientras disfrutaba de aquel manjar de dioses, Ernesto contempló el paisaje: hacia el oeste, el océano Pacífico se extendía hasta el infinito; por el este se dibujaba la cordillera de la Sierra Madre Occidental; por el norte podían verse un centenar de sombras: niños que corrían alegres para darse un chapuzón o para provocar el vuelo de las gaviotas; hacia el sur había una mujer, observaba a Ernesto a la distancia. Ella llevaba un vestido verde y un collar de cuentas rojas; su pelo rizado era de un color negro abismal. No se distin-guía su rostro. Él fue a su encuentro, pero ella se volvió y aceleró el paso para salir de ahí. Él se cayó; cuando se rein-corporó, la mujer se había esfumado por completo.

  • Historias para despertar antes de dormir

    Ernesto regresó al hotel para descansar un poco, en la noche habría una fiesta para los huéspedes. El botones lo recibió en la entrada:

    —Buenas tardes, señor —le dijo sonriendo al abrirle la puerta—. Bienvenido.

    —Gracias, igualmente —contestó ansioso y apresuró el paso hacia el elevador.

    Una joven de vestido blanco lo observó. Ernesto regresó a su habitación. “Quizá me haya dado un golpe de calor y me está provocando alucinaciones”. Preparó la tina de baño con agua fría y se sumergió en ella. A los pocos minutos empezó a dormitar. La puerta se quedó entreabierta…

    Cuando abrió los ojos, le pareció ver una silueta cru-zando por el otro lado de la puerta. Después, nada. “Debe ser el cansancio y la insolación”, se dijo. Volvió a dormitar. Pasaron unos segundos cuando escuchó claramente que la puerta se abría... pero no había nadie. Se acercaba la hora del coctel nocturno; se apresuró a salir de la bañera para arreglarse y luego bajar al lobby.

    Ya en la recepción, esperó a que el grupo se reuniera. Cuando todos llegaron, apareció el gerente del hotel.

    —Buenas noches —dijo de manera suave, pero efu-siva—. Sean todos bienvenidos. Quiero darles las gracias por estar aquí y, sobre todo, por darse la oportunidad de buscar un nuevo comienzo.

    “¿Qué quiere decir con eso?”, pensó Ernesto. Aquel-las palabras sonaban extrañas para el momento. ¿Qué

  • AlejAndro GArzA

    lugar era aquel?—Estoy convencido —continuó el gerente— de que

    cada uno de ustedes vivirá una increíble experiencia con nosotros. —El discurso no parecía el de un hotel común—. Me atrevería a decir que la mejor de sus vidas.

    Hubo un estallido de aplausos.“¿Qué ocurre? —se preguntó Ernesto— ¿De qué me

    estoy perdiendo?”.—¡Ahora, dejémonos de palabras! —exclamó Alonso

    Hernández—. Los invito a pasar al restaurante para que disfruten de una deliciosa cena que hemos preparado para ustedes.

    Los presentes siguieron las indicaciones; entraron y buscaron dónde acomodarse. Ernesto, por su inclinación a ser poco sociable, fue y se sentó en una de las mesas de la orilla. No había pasado mucho tiempo cuando una mujer vestida de blanco se sentó en su mesa.

    —Buenas noches —dijo y luego sonrió—. Me llamó Alondra.

    Él le devolvió el gesto:—Hola, ¿qué tal?Siempre se ponía nervioso, se bloqueaba, cuando trataba

    de conversar con una mujer. Pero ahora la situación era dis-tinta, sentía una energía diferente.

    Se presentaron y la conversación, muy variada, fue acompañada por platillos de mariscos: pozole de camarón, huachinango frito al centro, ensalada con trozos de marlín

  • Historias para despertar antes de dormir

    ahumado, y de postre: flan napolitano. Cuando terminaron, Ernesto le sugirió a Alondra una caminata nocturna por la playa: era la excusa perfecta para contrarrestar el efecto de la cena que, si bien no fue pesada, sí abundante.

    En sincronía se levantaron de la mesa y se dirigieron hacia allá.

    Se quitaron las sandalias para sentir la frescura de la arena y las olas que, tras mojarles los pies, se desvanecían al instante. Caminaron y conversaron. Cangrejos traviesos los acompañaban, moviéndose de un lado a otro, al vaivén de la marea. La luz de la luna se reflejaba en el manto acuático que se extendía en el horizonte. Una suave brisa jugueteaba con sus cabellos y alborotaba la gasa del vestido de Alon-dra. Todo parecía ir bien entre ellos.

    —¿A qué te dedicas? —le preguntó Alondra a Ernesto mientras pasaba los dedos por su cabello para acomodarlo detrás de la oreja derecha.

    —Soy arquitecto —respondió él—, pero me dedico al asesoramiento inmobiliario. Últimamente las cosas no han ido muy bien, el negocio no quiere despegar. No sé, quizás arrastro un mal karma: en mis trabajos anteriores no duré mucho.

    —Ah, ¿sí? —dijo después de escucharlo atenta. ¿Se compadecía?

    —Sí —contestó—. Sentía una mala vibra, como que mis jefes no me apreciaban. Fue como si siempre buscasen el hilo negro, algo que nos les cuadrara. Como que no me

  • AlejAndro GArzA

    querían dar una oportunidad para mejorar.—¡Mira nada más qué cosas! —exclamó ella.A Ernesto le consternó la reacción de la mujer:—¿Te estás burlando?—¡No, para nada! —dijo sonriendo—. Es que recordé

    algo...—Puedes decirme, si quieres… —No, no te preocupes —dijo ya más seria y movió los

    brazos como si sacudiera algo—. Mejor cuéntame, ¿cómo te trata el amor?

    Ernesto soltó un suspiro. Sin darse cuenta, ya se habían alejado lo suficiente del

    hotel. La arena se sentía más húmeda y fresca. No se per-cataron de que iban en dirección a la selva.

    —Tuve una relación de poco más de un año —con-testó—. Ya hace tiempo de eso —se llevó una mano a la cabeza—. Hará un par de años. —Hizo una pausa—. Ella decidió ponerle fin.

    —¿Por qué?Ernesto tardó unos segundos en responder.—La verdad, nunca entendí.—¿Cómo que nunca entendiste?—Pues sí —Ernesto comenzó a explicar—. Hubo un ti-

    empo en el que estaba segura de querer casarse conmigo. Una vez entramos a una joyería y me dijo: “No puedo es-perar a casarme contigo”. Esas palabras me hicieron sentir muy feliz.

  • Historias para despertar antes de dormir

    Él volteó para encontrarse con los ojos de Alondra, pero ella tenía la mirada fija en el océano. Parecía que pensaba en algo...

    —Perdón —se disculpó—, te escucho. Y luego, ¿qué pasó?

    —A los pocos meses la noté muy cambiada —re-spondió—. Casi de un día para otro me dijo que ya no se sentía cómoda y que no podía continuar con la relación. No quiso entrar en muchos detalles. Yo…

    —Descuida.—Lo único que te puedo decir es que la odié con todas

    mis fuerzas.Alondra no sonreía, tenía el rostro desencajado. Comenzó

    a caminar en dirección opuesta, alejándose de Ernesto. Primero, despacio; luego, con paso normal.

    —¿A dónde vas? —preguntó él.—¡Discúlpame! —dijo ella con un tono de arrepen-

    timiento—, pero debo regresar al hotel —y se echó a correr.“¿Qué demonios acaba de ocurrir?” se preguntó Ernesto

    en voz baja mientras veía la silueta de Alondra perderse en la distancia. No supo qué hacer, salvo sentarse en la arena. “Siempre me abandonan”, pensó.

    Así permaneció durante veinte minutos, perdido en sus elucubraciones. Miró hacia la izquierda y volvió a advertir una columna de humo entre las palmeras. Se levantó y se encaminó hacia allá.

    Pronto se encontró entre palmeras y árboles. Siguió

  • AlejAndro GArzA

    avanzando y, rodeada de arbustos, encontró una choza: de ahí salía el humo. Se acercó y vio a través de la ventana a una mujer mayor que quemaba unas hierbas en la chimenea. Ernesto creyó que ella no había notado su presencia, pero...

    —Mañana podrías morir —le dijo la anciana—. Será mejor que entres.

    Él guardó silencio; ahora quería salir de ahí.—No puedes huir de tu alma, Ernesto.“¿Cómo sabe mi nombre?”, pensó él.—Eso es lo menos importante —respondió ella, adiv-

    inando su pregunta—. Ahora entra antes de que la víbora te muerda.

    Ernesto bajó la mirada: ahí estaba, ¡era una serpiente! De un salto se subió al escalón y entró a la casa. La mujer volteó hacia él.

    —Por favor, siéntate y ponte cómodo —le dijo mientras señalaba un viejo sillón —. ¿Te puedo ofrecer una taza de té para el susto?

    —Sí, gracias —dijo más tranquilo.La mujer se dirigió a paso lento a la cocina. A los pocos

    minutos regresó sosteniendo con las dos manos una taza humeante.

    —Aquí tienes —dijo y se sentó en una mecedora.—Hace un momento usted comentó que yo podría morir

    mañana —recordó después de darle un trago al té—, ¿cómo lo sabe?

    La mujer comenzó a mecerse.

  • Historias para despertar antes de dormir

    —No estoy segura de si vas morir o no —explicó—, lo único que sé es que tendrás una experiencia cercana a la muerte.

    —Pero ¿por qué? —preguntó él exaltado y sin querer derramó unas gotas de té sobre el piso—. Estoy sano y no he hecho nada malo.

    —Nadie está diciendo que seas malo.Ernesto estaba inquieto.—Por favor —dijo la mujer y se incorporó—, bebe tu té

    para que te tranquilices. Estás enfermo; pero no del cuerpo, sino del alma. —y tras una pausa agregó—: La Muerte po-dría llevarte si considera que eres un peligro para ti mismo.

    —¿Cómo dice? —preguntó Ernesto. Dio un sorbo a su taza y levantó la mirada. La mujer traía puesto un collar de cuentas color rojo que brillaban. Ella encendió lo que pare-cía una pipa y comenzó a fumar: exhalaba una nube blanca. A Ernesto le pareció que se formaba un corazón.

    —¿Sabes por qué Alondra se alejó de ti y se fue cor-riendo?

    Ernesto abrió los ojos, asombrado. “¿Cómo supo lo que pasó? ¿Es una hechicera?”, se preguntó.

    —Soy una simple mujer —respondió ella y se volvió a sentar en la mecedora. Cerró los ojos y dormitó. Ernesto la contempló sin saber qué hacer. Dos minutos después:

    —Disculpe —se animó a decir—. Me iba a comentar sobre Alondra.

    —¡Ah, cierto! —dijo volviendo en sí.

  • AlejAndro GArzA

    Respiró profundo y continuó.—Ella sentía algo por ti, se estaba enamorando. Una

    fuerte atracción se apoderó de ella desde que te vio en el centro del pueblo. Pero a veces lo que somos por dentro termina por destruir las ilusiones, las posibilidades.

    —¿A qué se refiere?—Tú la alejaste con tu forma de ser.—No comprendo.—Ella se dio cuenta de que no tenía nada qué hacer al

    lado de un “muchacho” como tú. Iba a decir “hombre”, pero esa palabra te queda grande.

    —Pero ¡¿de qué habla?! —Ernesto se molestó—. Claro que lo soy, ¿acaso no lo ve?

    Ella sonrió.—Físicamente lo eres —contestó con un tono suave—.

    Pero no de la mente, y Alondra lo notó.Ernesto se calmó.—¿Cómo dice?—Ella se desilusionó de ti porque estuviste quejándote

    todo el tiempo de tu trabajo, actual y pasado; de tu exnovia. Para ti, los demás siempre han tenido la culpa de lo que te pasa. Alondra buscaba a un hombre responsable y seguro de sí mismo.

    Ernesto se quedó callado, meditando aquellas palabras. Sintió como si una ola gigantesca lo hubiera revolcado.

    —¿Y qué puedo hacer? —preguntó.La mujer volvió a sonreír: había esperanza.

  • Historias para despertar antes de dormir

    —La respuesta es sencilla —explicó—. Llevarla a cabo es lo difícil.

    —¿Qué es?—Cambiar tus ideas.La anciana dejó de hablar y la sonrisa desapareció de su

    rostro.—¿Qué ocurre? —preguntó Ernesto. Se hizo un silencio casi absoluto, a no ser por el crujir de

    la leña en el fuego de la chimenea.—La cuestión es si la Muerte te dará la oportunidad de

    vivir y cambiar tu vida... Pocas veces lo hace.—¡¿Y cómo voy a luchar contra la Muerte?! —exclamó

    enojado Ernesto. Su rostro enrojeció.—Tú sabrás que hacer —dijo la mujer—. La respuesta

    ya la tienes. BUSCA EN TU INTERIOR.Ernesto se sintió soñoliento y se recostó en el sillón.—¿En qué momento… estaré a punto de… morir? —

    preguntó con lo que parecía su último aliento.—No lo sé, eso lo decide la Muerte. Pero no te preocupes

    —respondió la anciana acariciándole la cabeza—. Des-cansa en paz.

    Ernesto se quedó profundamente dormido.“Espero que seas valiente —murmuró la mujer—. Los

    otros murieron por no serlo”. Dejó a Ernesto en el sillón y se fue a su pequeña alcoba. Antes de acostarse se paró junto a la ventana y contempló las estrellas; la brisa del mar acariciaba su rostro.

  • AlejAndro GArzA

    —Entonces, ¿será mañana? —le preguntó a la noche.—Sí —respondió la Muerte.

    ********************************************

    Este ha sido un vistazo de uno de los cuentos del libro "Historias para despertar antes de dormir" del autor

    Alejandro Garza. Para saber como termina, y leer el resto de los cuentos, puedes conseguir tu copia del libro en

    Librerías La Ventana, Públiarte, Literlálika o directamente con el autor.