zaguán literario num. 02

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Revista del Seminario de Géneros Literarios Número 2 - Febrero 2016 Universo en el subtérraneo una crónica de Rebeca Mora Ángel, amor de mi vida un cuento de Sandra Moreno Escritor invitado: Leonel Pérez Mozqueda

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Page 1: Zaguán Literario Num. 02

Revista del Seminario de Géneros Literarios

Número 2 - Febrero 2016

Universo en el subtérraneo una crónica de Rebeca Mora

Ángel, amor de mi vida un cuento de Sandra Moreno

Escritor invitado: Leonel Pérez Mozqueda

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CrónicaAdoptando a Dana/Helga Valentina Hayashi Chávez

ÍNDICE

Diseño basado en la plantilla: “RED Borders LLC”, usada bajo licencia Creative Commons.

Zaguán Literario es una publicación digital de carácter semestral, elaborada a partir de los trabajos de los alumnos del Seminario de Géneros Literarios, que es parte del plan de estudios de la carrera de Co-municación de la Universidad Panamericana. Esta publicación es un proyecto de difusión cultural sin

fines de lucro.

Todos los textos son propiedad de sus respectivos autores. Las fotografias utilizadas están bajo licen-cia Creative Commons y fueron tomadas de la página www.pixabay.com; excepto la foto de portada,

propiedad de los editores.

Las opiniones contenidas en Zaguán Literario son responsabilidad de sus autores y no reflejan necesa- riamente la posición de los editores y/o la Escuela de Comunicación de la Universidad Panamericana.

Editores responsables: Santiago Uría, Edgar Rodríguez y José Luis LópezCorrección de estilo: Melissa Juárez Mora

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Ensayo¿La vida sin cultura o la cultura sin vida? Sandra Moreno Zamudio

CrónicaUn alemán amante de Siria en Dinamarca Roberto Candiani

EnsayoMártires en* la crisis moderna Melissa Juárez Mora

EnsayoProyector de Vidas Mónica González Urruchua

CuentoHistoria de la marsopa que bailaba charleston Leonel Pérez Mozqueda

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CuentoLos engrananos César García Ibarra

CuentoÁngel, amor de mi vida Sandra Moreno Zamudio

CuentoLa isla sin retorno Tania Cortés Campoy

CrónicaUniverso en el subterráneo Rebeca Mora Aguirre

29CrónicaEl reino de un león Paola Mangino Fernández del Valle

33CrónicaVoltée la cabeza y tosa Enrique Guerrero Bárcenas

57MinificcionesEl inútil botón aquelUna mala influenciaPulsoPareja ideal¿Qué es la felicidad?

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Presentación

SANTIAGO URÍA & EDGAR RODRÍGUEZ

PROFESORES DEL SEMINARIO DE GÉNEROS LITERARIOS

La revista Zaguán Literario nació originalmente por y para el Semi-nario de Géneros, sin embargo cada nuevo número busca ampliar la riqueza de sus contenidos y extender la difusión del proyecto. Por eso se invita a toda la Escuela de Comunicación a conocer e incorporarse a esta iniciativa, con la finalidad de elevar la cultura literaria de la comunidad estudiantil.

Este segundo número incluye la colaboración de Leonel Pérez Mozqueda, escritor radicado en el Estado de México con más de una década de trayectoria. Se trata de una nueva sección que busca generar un espacio de interacción entre los alumnos y autores con experiencia en el medio literario.

La portada muestra el zaguán de Campana nº 73, que es parte del claustro de la Universidad Panamericana. Este inmueble fue, en otro tiempo, la casa donde José Fernández de Lizardi escribió la novela costumbrista El periquillo Sarniento, según explica la Direc-ción de Monumentos Coloniales.

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(Michoacán, 1979) Miembro

fundador del Grupo Cultural

la Iguana, con el cual obtuvo

en tres ocasiones la beca del

Fondo de Cultura del Estado

de México (FOCAEM). Fue

miembro de la Asociación

de Escritores del Estado de

México (AEEMAC). Concluyó

en 2013 el Diplomado en

Creación Literaria del Insti-

tuto Nacional de Bellas Artes

(INBA). En 2014, con el apoyo

del FOCAEM, teminó el libro

El Infierno Vacío, actualmente

en proceso de edición.

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Un tema claro en su estructura evitará meses de trabajo disperso.Escribir es un arte, más amigo de la ciencia que del arte mismo. En la ciencia, como en la literatura, la búsqueda no es error sino esencia del método. La literatura es más amiga del boxeo que del arte mismo.«¿Y dónde dejas la inspiración?» Preguntan los escritores, de esos que uno envidia sin quererlo, porque dicen conocer la inspiración. Aseguran que es una cosa más bien divina, como Dios.Yo nací averiado del músculo de la inspiración. Quiero decir que no conozco la inspiración.Tampoco he conocido a Dios.Pero tengo fe. Fe en la posibilidad de que escribir suceda.A diferencia de aquellos que escriben en esta-do de trance, seducidos por la musa y el estro, yo debo encontrar el arte en la observación, y para que la observación suceda tengo que dar un paseo.Camino por horas. Entre calles cuento el tiem-po y los pasos del tiempo. Descubro en la pared una grieta, la acaricio con el dedo y digo Grie-

Historia de la marsopa que bailaba charleston

LEONEL PÉREZ

MOZQUEDA

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ta, hola Grieta. Recojo una flor, una piedra; puede ser cualquier piedra. Qué mejor si es redonda. Entonces toco la piedra, le cambio el nombre, le llamo Dios o Inspiración o Moneda, entonces tomo por asalto un teléfono público, lo convierto en altar. Ahí coloco esa piedra que ya no es piedra sino Dios, Inspiración y Moneda; y le rezo, como a un dios olvidado y per-sonal. Rezo pues, de pie, aunque llueva, hasta que alguien detrás mío dice oye, muévete, que necesito hacer una llamada. Abandono el altar telefónico. Tomo mi piedra que ya no es Piedra ni Dios y le llamo Moneda. Me echo la moneda al pantalón y voy a comprar ci- garrillos. La chica del autoservicio me da los cigarrillos. Coloco la moneda en su mano, miro a la chica y espero mi cambio, el vuelto, la diferencia... ¡Esto es una piedra! dice la chica, yo digo que es una moneda, ella insiste que es una piedra, yo insisto que es una moneda, el gerente dice que es una piedra, yo insisto que es una moneda, el policía insiste que es una piedra, yo insisto que es una moneda. La fila de gente furiosa grita que es

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una piedra, yo les grito que es una moneda, el policía grita que agache la cabeza para entrar en la patrulla, que agache la cabeza para salir de la patrulla, que levante la cabeza para tomarme la foto, que agache la cabeza para que escriba mi nombre en el acta, pero escríbelo bien, me exige, ¡el verdadero nombre! exige, o no tendrá derecho a su llamada, ¡ah! tengo derecho a una llamada; devuélvame entonces mi moneda ¿Cuál moneda? La que usted me quitó. El policía se consterna, ¡Ah! Querrás decir tu piedra, yo insisto que es una moneda, él insiste que es una pie-dra, yo insisto que es una moneda, él insiste que es una piedra, yo insisto que es una moneda, él ya no insiste en nada: me entrega de mala gana la moneda y se coloca detrás de mí cruzando los brazos cuando estoy a punto de insertar la moneda en la ranura hasta que… Disculpe, le digo, ¿Me podría dejar solo para hacer mi llamada? Sólo solo, no necesito más; y el policía dice que no, que quiere ver cómo introduzco mi piedra en el teléfono. Discutimos de nuevo, a los gritos. Los gritos despiertan a un tal Comandante No Sé Qué. El Comandante le dice al policía que me deje hacer la llamada a solas. Sólo a solas, le digo, no necesito más. El policía le explica al Comandante No Sé Qué lo de la moneda-piedra, el Comandan-te se limpia las legañas, gruñe, me arrebata la moneda, achica los ojos, examina mi moneda y dice: ¡Esto es una piedra! entonces me toma del brazo bien fuerte y dice: Quiero ver que metas esta chingadera de piedra en el teléfono, y si no lo haces te voy a dar una putiza, por burlarte de la autoridá. Querrá decir de-lau-to-ri-dad, mi Comandante, le corrijo, pero no me hace caso, me entrega la moneda y me empuja hacia el teléfono y yo pienso que el mundo se ha vuelto loco loco loco. No importa, tomo la moneda, introduzco la moneda en el teléfono, marco tu número y te digo hola, oye qué crees, fíjate que estoy detenido… tú suspiras fastidiada di- ciendo déjame adivinar: otra vez tu pinche piedra ¿verdad? Los policías se miran abriendo enormísimamente los ojos diciendo ¿Cómo lo hizo, cómo lo hizo? Y los dejo que se revuelquen en la sorpresa, porque estoy

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muy concentrado en convencerte de pagar la fianza, pero sueltas una car-cajada y dices ¿pagar la fianza? Jajajá, estás pero si bien loquito, sabes que no puedo hacer eso ¿Por qué no puedes? Te pregunto, pues porque soy tu conciencia, me dices, y las conciencias no usamos dinero. Ah… te digo. Pues ah… me dices. Entonces una marsopa marina salta por la ventana, devora al policía, lue- go al Comandante No Sé Qué, que por estar muy gordo, se le atora en la garganta. Pobre marsopita, pienso, y me apresuro a patear al Comandan-te en el culo hasta que la marsopa logra tragarlo y guardo mi piedra, un poco ensangrentada, en el bolsillo de la camisa, junto al corazón. Saco mi armónica en Si bemol y tomados del brazo, la marsopa marina y yo, sali-mos del ministerio público, bailando charleston, muy contentos.Tengo hambre.

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13deabrilde2013.Sábado.Unafiestade cumpleaños. Todo parecía perfecto.Comenzamos a beber y el ambiente se relajó. Entonces, llegó. Él cruzó la puerta y todo cam-bió; al menos para mí. Saludó a todos como si nos conociéramos desde hace años y después, pasó a la cocina y se quedó ahí platicando con el dueño de la casa, que era uno de mis me-jores amigos. Tenía que encontrar una buena excusa para pasar y conocerlo. Hasta ahora, solo sabía que se llamaba Ángel.Había algo sobre él que me llamaba la atención, así que mientras en la mesa del comedor ju- gaban cartas, yo pensaba en una entrada. Me rendí, me paré y simplemente pasé diciendo: “Oye Dany, ¿tienes algo de comer? Me estoy muriendo de hambre.” Extrañados los dos niños me voltearon a ver y Dany me ofreció una manzana. La tomé y justo iba entrando su mamá. Ella comenzó a preguntarme por mi familia y nos quedamos platicando mien-tras Ángel y Dany salían al balcón. Apresuré la plática y salí con la excusa de que las cartas nunca me habían gustado tanto.

Ángel, amor de mi vida

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Nació en la Ciudad de Méxi-

co el 29 de junio de 1995. Hoy,

estudia Comunicación en la

Universidad Panamericana

y espera dedicarse a escribir

guiones para televisión y cine

en un futuro no muy lejano.

Desde secundaria descubrió

su gusto por la lectura cuan-

do tuvo en sus manos una

novela de su autora favorita,

Jane Austen.

Lo que escribe son recuerdos

y sus pensamientos, esos que

no quiere dejar sin voz.

SANDRA MORENO ZAMUDIO

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Lo vi ahí parado, cuba y cigarro en mano. Le quitó un poco el atractivo, pero no me importó y comenzamos a platicar. Nuestros temas principales de la noche fueron: las corridas de toros, la Fórmula 1 y el fútbol.Me di cuenta de que él estaba dejándose llevar igual que yo, así que final-mente le dije a una amiga, Livy, que de verdad Ángel me gustaba. Ella le dijo a Dany y él le dijo a Ángel. Fue muy sencillo. Entre ellos dos se las arreglaron para dejarnos solos en la sala. Me besó.Justo en ese momento llegaron por mí y lo único que dijo fue: “¿Cuándo te voy a ver otra vez? Dame tu número.” Pasaron muchas cosas por mi cabeza, no sabía si esto era lo que quería. ¿Y si solo había sido eso? O sea, un beso en una fiesta un sábado por la noche. ¿Y si no? ¡Qué tal que estaba dejando ir al amor de mi vida! Comencé a dictarle el número y al llegar al último dígito pensé en cambiarlo. Tal vez no era para mi. O tal vez sí.En fin, le di el correcto.

15 de abril. Lunes. Escuela. Las cosas marchan bien.Él no había llamado aún y yo ya no podía con las ansias. Por más que trataba de convencerme de que solo había sido un beso de sábado por la noche, no podía. Lo busqué en Facebook, encontré su perfil y su foto me llamó la atención. Salía abrazando a una niña y asumí que era su hermana por el parecido.Llegué a mi casa como a las 3 de la tarde y conecté mi celular. Antes de sentarme a comer vi un mensaje nuevo: “¿Ya te puedo hablar o prefieres seguir haciéndote la difícil?” Era de Ángel. Contesté sutilmente: “Sí, jaja. Ya.” Esos primeros mensajes cambian todo.Nuestras pláticas cada vez duraban más y más. Me estaba gustando de-masiado. Me agregó en Facebook y ya tenía otra foto, pero no le puse atención a eso. Él quería salir el viernes, pero yo ya tenía plan con unos amigos, así que lo invité. Pasó por mi y no podía ni verlo porque me daba pena, de verdad me volvía loca. Ese día comimos pizza y helado en

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Coyoacán. Para ser la primera cita todo salió muy bien. Sin duda era la mejor que había tenido.Nos despedimos y no dejé de pensar en él en todo el fin de semana. Era oficial, estábamos saliendo. Los días pasaron, las semanas mejoraron. Todo era perfecto. Corrección, parecía perfecto.

Mediados de mayo. Cualquier día. Cada día éramos más y más.Él tenía problemas en casa con su padre y eso a veces alteraba su ánimo. Pasamos tardes enteras simplemente hablando de lo que queríamos hac-er y cómo lo queríamos hacer. Soñábamos con que él sería ingeniero de la Fórmula 1 para el equipo de Ferrari, y como yo no había definido mi carrera, simplemente estaría apoyándolo en los pits como buena mujer, porque claro, la boda era segura.Me contaba historias de cuando era pequeño, de su abuelo, que había fallecido hace poco. Me contaba de sus mejores amigos, Jos y Mariana. Ella me odiaba, o eso decía. No tenía por qué hacerlo, pensaba yo, si lo estaba haciendo feliz. Él dijo que solo estaba celosa porque en algún mo-mento habían intentado tener una relación, pero que habían durado tres

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semanas nada más y que ella había salido muy lastimada. Me mostró su foto. Sí, era la niña de la foto anterior de su perfil de Facebook. Reí.No tenía sentido, pero no me molestaba. Me daba igual si me odiaban o no. Yo estaba con él y él me hacía igual de feliz. Realmente no ponía atención a esos detalles, no era importante ya.En el cumpleaños de Livy hicimos una fiesta en grande. Sus padres lo fueron a dejar y solo los pude saludar de lejos, él dijo que todavía no era momento para presentarlos. La pasamos muy bien y conoció a todos mis amigos, a quienes él llamaba “seres extraños”. Nos sentamos en el pasto y me dijo: “Creo que eres el amor de mi vida. Te amo.”No supe qué hacer y lloré porque jamás había sentido algo así. Era recípro-co. Se rió y me abrazó. Llegó la hora de la despedida y me dijo que me quedara ahí, que no saliera. Me dio igual y me despedí.Él salía con sus amigos los fines de semana y yo hacía tareas o estudiaba. Nos veíamos por las tardes, me ayudaba con los exámenes y él estaba por acabar la prepa. Lamentablemente se fue a extraordinarios y lo castigaron. El castigo específico era: “No ver a Paola por dos semanas.” Me parecía muy extraño porque él me había dicho que sus padres estaban encantados con la idea de que tuviera novia y más si esa persona era yo. Él solo dijo: “Son conservadores, recuerda. Te veré en dos semanas, se pasan rápido.”En este punto yo ya tenía una foto juntos como foto de perfil en Facebook. Esto era serio. Y pasaron los días. Y pasaron las semanas. Y no sabía mucho de él.Lo único que sabía es que el viernes por la noche había ido a cenar con Jos y Mariana a Central de Pizzas y eso porque Mariana había subido una foto y lo había etiquetado. Pensé en darle like, pero no. ¿Para qué? Eso sería mostrar mis celos y ahora Mariana sí tendría razones para odiarme.

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29 de junio. Sábado. Llegó mi cumpleaños.Wú-ju, por fin 18. Ya era legal.No, la verdad no estaba emocionada. No sabía nada de mi novio desde hacía muchos días y si lograba encontrarlo por teléfono estaba muy frío y solo decía que no podía hablar en ese momento o que estaba estudiando para sus exámenes.En este punto yo ya estaba mal. La noche de mi cumpleaños la pasé llo-rando junto a Livy, que me había hecho un pastel delicioso.Pasada la una de la mañana Ángel me mandó un mensaje:“Feliz cumpleaños, me quito el bombín. Con todo respeto te deseo a ti. Nunca nadie podrá festejarte jamás como yo lo haría acá.”Una canción de Panda. ¿De verdad? Bueno, no importaba. ¡Era él! Le dije que lo extrañaba, que lo amaba y me desbordé de palabras de amor.Él dejó de responder. Todo había cambiado.

10 de julio. Miércoles por la tarde. Llovió, también en mi corazón.Lo vi parado junto a un árbol. Ni siquiera me sonrió y dijo: “Caminemos

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por el parque.” Así fue, caminamos y hablamos, hablamos y caminamos. Yo solo quería saber qué pasaba y ahí todo se derrumbó.“No puedo tenerte como novia por ahora, pero no quiero soltarte, pode- mos ser mejores amigos. Te estás aferrando porque piensas que soy tu último tren, Pao.” “De verdad que sí te amo, que sí te quiero y que eres el amor de mi vida, pero no podemos estar juntos, por lo menos no ahorita.” “No, no llores, mira, esto va a pasar. Yo le diré a alguien más cómo hacerte feliz.” “No, en serio Mariana no tiene nada que ver, es asunto mío.” BLA BLA BLA BLA...Me dejó ir.Soltó mi mano, me dejó en mi coche y se fue. Ese día llovió más que nun-ca. Llegué a mi casa y Livy ya estaba esperándome en la sala. Charlamos horas y horas. Ella me dijo que todo estaría bien.Los días volvieron a pasar, los meses empeoraban. Bueno, algunos mejo-raban.

No recuerdo la fecha. Ni el día, pero fue triste.Un buen día no aguanté más y le hablé con la excusa de que quería saber cómo estaba. Abrí Facebook y ¡sorpresa! Me había eliminado y además tenía la foto con Mariana de nuevo. Sentí un nudo en la garganta y cómo los ojos se me llenaban de lágrimas. Tal vez habían decidido darse otra oportunidad. Le mandé un inbox y sí, lo que esperaba. Estaban juntos otra vez y más decididos que nunca. Estaban enamorados. Cerré el chat y lloré por horas. ¿Cómo había podido hacerme esto?Pasaron los días una y otra vez, yo le seguía dando vueltas a las cosas. En fin, pasó un año.

Tampoco recuerdo la fecha. Mucho menos el día. Lo odié.Un día me llamó, me tomó por sorpresa. Me dijo que era hora de que su-piera la verdad.

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Así que... Mariana era su novia desde hacía dos años y se habían dado un tiempo justo el día que me conoció, pero no podían cortar porque sus padres la amaban.¿Pero qué sus padres no sabían de mi? No. ¡Eran puras mentiras! Pero... ¿Entonces ella tampoco sabía y no me odiaba? No, tampoco. ¿Y Jos? ¡Ni siquiera existe!¿Cómo? No tiene sentido. No estaba entendiendo nada.Los recuerdos y las charlas pasaban por mi cabeza como remolinos y me estaba volviendo loca. ¿Con quién carajos había estado todos esos meses? ¿Quién era?Él solo respondió: “Lo lamento, Pao. Creí que podía con esto y tenía que hacer que te la creyeras. Pero tranquila, los sentimientos y los sueños eran reales.”Mi mente se paró.Recordé cómo aquel día quise cambiar mi último dígito, cómo ignoré su foto de perfil, cómo ignoré que no quisiera presentarme a sus padres, cómo pasé por alto que Mariana me odiaba cuando no tenía sentido. Me dio rabia pensar que le pude haber dado like a esa foto de las pizzas y todo su teatrito se hubiera venido abajo en cuanto ella viera mi foto de perfil con él.No supe qué contestar, así que puse “Está bien, jaja.” Borré su número.

Han pasado casi tres años y al día de hoy no está bien, porque para mí, hoy todavía vivo en nuestro “para siempre”.

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Los Engrananos

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Nos adentramos al universo del Gran Ben, en donde el tiempo es pacien-cia y la comunidad de los “engrananos” debe apoyarse mutuamente sin importar las circunstancias, esto por el bien de la humanidad. Sean bien-venidos al día de trabajo del engranano Rodri. Suena el despertador, el chillante y repetitivo tintineo hace que Rodri abra sus ojos para ver qué sucede en el mundo real. —¡Por Dios! Este sueño sí que me ha entretenido más que la película del domingo. De un salto se para de la cama y llega hasta el vestidor en donde coge su uniforme. “Engrananos Inc.” se lee en su espalda. Baja como un rayo al mismo tiempo que se acomoda su gorra en la cabeza. Su esposa le tiene el desayuno listo, pero Rodri sólo toma una pieza de alimento del plato y besa a su amada Romina sin bajar la velocidad, dirigiéndose a las afueras de su residencia. —Mi querido Rodri, pero ¿qué haces? ¡Con paciencia, recuerda! —Le grita su esposa con cara de confusión. Ya en el tráfico, Rodri desespera, la falta de proteínas y concentración ha-cen que sude litros y que no piense claramente. —Esta vez sí no me la perdonan. ¿Cómo pude quedarme dormido?

(7 de noviembre de 1994). Estudia la Licenciatura en Comunicación en

la Universidad Panamericana. Fanático de los deportes que busca ser

un revolucionario del pensamiento competitivo; hay que ver más allá

de ganar o perder y darle importancia a lo que te lleva a cualquiera de

esos dos resultados. Tu estilo y valores jamás deben ser subestimados

si buscas ser el más grande. Esta idea quiero transmitirla en un futuro

como periodista y locutor. Escribir me gusta, pensar no tanto.

CÉSAR GARCÍA IBARRA

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Un engranano se acerca a su vehículo.—¿Se lo lavo joven? —¡No no no! ¡Llevo mucha prisa!Rodri da vuelta rápidamente en una calle para evitar el atascamiento, el engranano le grita: —¡Llévela leve hombre! ¡Con paciencia!

Rodri, desesperado, trata de encontrar un canal de radio en donde le in-diquen por qué la ciudad está fluyendo de manera tan lenta. Se escucha en el estéreo: —En otras noticias: ¡la ciudad fluye de manera perfecta! Tengan todos ustedes engrananos un excelente día, y recuerden ¡mucha paciencia! Justo después de oír eso, Rodri apaga la radio. —¿¡Cuál gran día!? ¿¡De manera perfecta!? ¡Todos estamos atascados! No puedes estar más equivocado, ¡qué barbaridad!En cada calle que Rodri da vuelta, no le basta más que avanzar unos

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metros para volverse a topar con un tráfico estancado. Uno que avanza a vuelta de rueda y sin posibilidad de rebasarse. Histérico, toca el claxon y todos los demás engrananos lo voltean a ver con cara de interrogación. —Oye hermano, ¿qué pasa?, tranquilo, recuerda que esto es con paciencia. —¡No me importa! Yo llevo prisa, no sé usted. Le contesta al engranano que bajó el parabrisas para calmarlo, mientras una vez más se desvía en la primera calle que tiene próxima. Después de 20 desesperantes minutos y de avanzar un buen tramo por una de las avenidas principales, Rodri está cabeceando contra su parabri-sas. Sin tener conciencia, es despertado por unos golpes en la ventana de su vehículo. Un engranano anciano que lleva consigo una cajita pequeña con diversos productos lo ha despertado de su repentino sueño. —¿Y ahora qué quiere este? —¡Buenos días joven! Espero no lo esté molestando pero lo veo muy suda-do. Aquí tengo agua para que se refresque.—No señor. Para la otra mejor. —Oiga pero si también lo veo medio distraído, tenga unos chicles para que esté más alerta. —No de verdad señor. —Bueno, pues mínimo déjeme le doy una tacita de café para que despierte porque, ¡¿cómo puede estar trabajando así?! —Si lo que quiero es llegar a trabajar primero señor, ¿¡que no ve el tráfico?! —Oiga, pero pues ¿qué le picó a usted?, ¿ya no se acuerda que lleva tra-bajando desde que salió de su casa y arrancó su vehículo? ¡Somos en-grananos, los que movemos al Gran Ben! Recuerde, todo fluido y con pa-ciencia, aquí entre más sincronizados todos mejor. Rodri se miró al espejo y vio cómo su cara de engrane se ponía roja de la vergüenza.—Ja…perdone, ¿y entonces a cuanto dijo que me daba los chicles?

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La isla sin retornoTania Cortés Campoy

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“Conforme pasaron los años, la gente desarrolló un temor ilógico al lago, tan fuerte, que paulatinamente se abandonó

toda actividad que tuviera que ver con él.”

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Las horas de viaje a bordo del camión me parecieron eternas. Cuando por fin bajé, me di cuenta que aún tendría que caminar unos 15 minu-tos antes de llegar a mi pueblo. Tantos años y la única carretera que han construido en la zona solo llega a Pátzcuaro. Pero a Numarán, ni quién lo fume.Mientras andaba por el estrecho camino de terracería, rodeado de maleza y al rayo del sol, el cual pegaba tan fuerte en la piel que hacía a uno sentirse incómodo, me puse a recapitular todos los años que pasé en Numarán. Los recuerdos comenzaron a caer como gotas de lluvia, uno por uno y llegando cada vez con más fuerza y a mayor cantidad. Recordé cómo jugábamos de niños fútbol sobre la tierra y nos desgastábamos los zapatos de tanto derrapar sobre las piedras. A esa edad poco te puede importar lo que traes puesto. También recordé aquellos días de intensa competencia, cuando todos los morritos del pueblo éramos más o menos de la edad, y corríamos de un extremo del pueblo al otro; llegábamos bien rápido, y cómo no, si nuestro mu-nicipio no debería haber medido más de 10 cuadras en total. Sí, era chiquito, siempre lo fue, pero era mi hogar y con ese amor decidí re-cordarlo durante todos esos años que estuve ausente. Sin embargo, así como iba sonriente caminando en dirección a mi antiguo hogar, los recuerdos felices de aquellos tiempos se vieron opacados por los no tan felices. Sí, había habido varias razones por las cuales decidí irme de ese lugar, y pasaron tantos años que olvidé el por qué la vida me orilló a tomar esa decisión, pero entre más ca- minaba, más me acordaba del pueblo, de su gente, de sus historias, y más se me revolvía el estómago.Resulta que en Michoacán no todo es miel sobre hojuelas. De hecho, hay cosas que a uno que viene de pueblo no le creen si las cuenta, en-tonces uno mejor opta por callarse la boca y guardarse sus leyendas de pueblerino para sí mismo. Pero lo que pasaba en Numarán era

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MELISSA JUÁREZ MORA

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real, y nadie nos podía convencer de lo contrario. Creo que lo único que nos unía como vecinos era el terrible temor al lago y, sobretodo, a la isla. En el famosísimo lago de Pátzcuaro hay más de ocho islitas que nadie da un peso por ellas. Hombre, ni las conocen los turistas que llegan ahí; si con trabajo se enteran de nosotros, qué se van a andar aventurando a buscar pedazos de tierra en un lago de por ahí. Pero el hecho es que ahí están y para nosotros la isla más cercana representaba el horror más grande del mundo. Durante años, más de los que yo puedo contar en vida, ha habido machos empedernidos que sufren de no temerle a nada y de querer demostrar su valor a toda costa, para ganar el respeto de la gente. Si anunciabas que ibas a cruzar a la isla y regresar, la gente se prepa-raba para encomendarte a todos sus santos y casi casi te canoni- zaban. ¿Y por qué tanta fiesta por un burdo nadador? Pues resulta que ninguno de esos machos logró jamás regresar de la isla. Es más, ni siquiera se sabe si alguien pudo alguna vez llegar. A muchos se les vio ahogarse a los pocos metros de entrar al agua y nadie tuvo el valor de sacarlos. Las autoridades no tenían equipo moderno de buceo para sumergirse y sacar los cuerpos, simplemente daban una

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MELISSA JUÁREZ MORA

palmadita en la espalda a la familia y se cruzaban de brazos. Y es que, en realidad, nunca hubo mucho que hacer.Conforme pasaron los años, la gente desarrolló un temor ilógico al lago, tan fuerte, que paulatinamente se abandonó toda actividad que tuviera que ver con él. Sin embargo, nunca dejaron de sacar agua de ahí, pues se supone que había una planta de tratamiento, lo chistoso es que nunca le daban mantenimiento. Mientras la mentada insta-lación funcionara, nadie movía un dedo, nos daba pánico el agua.Finalmente, después de 17 años, puse un pie en Numarán. De entra-da, todo se veía más o menos igual. El mismo letrero de bienvenida a penas se mantenía en pie a un lado del arco del pueblo. Seguí avan-zando por las mismas calles, aunque muchas de las construcciones que habían en ese entonces ya no me recibieron de la misma forma; noté las diversas remodelaciones que se habían hecho a las casas y a algunos locales. Incluso logré ver algo que jamás pensé en mis años de infancia: un edificio de cinco pisos. Claro que en la Ciudad de México un edificio como este más bien luce pequeño al lado de las enormes obras arquitectónicas que conforman el cielo urbano, pero en este mu-nicipio, cinco pisos representan una obra de modernización increíble.

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Y efectivamente, el pueblo ya parecía menos rancho y parecía más, bueno… pueblo. No dejaría de ser un pueblo tan rápido, sin embargo se apreciaba más infraestructura, lo cual caía como anillo al dedo para el propósito de mi visita.Una de las razones por las cuales dejé Michoacán, fue el sueño que tenía desde niño de estudiar en una de esas universidades grandes de la capital. En mi pueblo sólo había una escuela con no más de 40 escuincles, lo cual hacía mi sueño uno muy difícil. Desde el mo-mento que se me ocurrió abrir la boca para pronunciar la palabra “universidad”, los vecinos se me fueron a la yugular. Cosas como “¡Cómo es posible!”, “Ni que fueras tan inteligente”, o “¿Y de dónde vas a sacar tú dinero para estudiar en México?”, entre risas y muecas de desprecio fueron la respuesta de siempre.A pesar de esto, me mantuve firme y estudié. Porque pues, tampoco había mucho que hacer en el pueblo, aunque mi padre dijera lo con-trario. De mis padres tengo recuerdos vagos, eran personas traba-jadoras y honradas. Recuerdo bien la sonrisa incansable de mi amá y el ceño siempre fruncido de mi apá. Así se habían quedado en mi memoria, y qué bueno porque de un día para el otro ya no estaban. ¿Ese pinche lago? Sí, es correcto. Para una pareja que se dedica a la agricultura, el miedo a morirse de hambre es mayor que el miedo al agua. Salieron de noche y ya no regresaron jamás. Por más que los buscaron, no aparecieron, y con ellos se fueron mis ganas de que-darme en el pueblucho, pues yo ya tenía 16 años y podía irme a donde me diera la gana. Llegué por fin a la oficina de gobierno para hablar con el presidente municipal, Jacinto Díez. El señor había sido conocido de mis papás en alguna época, por lo cual no fue difícil que me tomara la llamada desde México para agendar una cita.“¡Lucio, mijo! ¿A qué se debe ese milagro, en qué te puedo ayudar?”,

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me dijo por teléfono una semana antes.“Fíjese que le voy a proponer un negocio, don Jacinto”, le respondí. “Me enteré que hubo inversión en Numarán y toda esa zona, y tengo algo que podría dejarle dine-ro a la gente.”Sin pensarlo, Jacinto me dio una cita y no le platiqué más. Esperé hasta estar cara a cara para proponerle un negociazo. O eso pensaba yo.Don Jacinto me recibió con abrazo y una gran sonrisa. Me ofreció un trago y nos sentamos en su oficina, donde no tardamos en hablar de negocios. Una vez que me fui del pueblo, hacía ya muchos años an-tes, emprendí mi viaje hacia la capital para

TANIA CORTÉS CAMPOY

buscar una buena chamba que me diera lo suficiente para una renta y comida, y logré entrar en la universidad. Siempre tuve arraigado ese asunto del agua en Pátzcuaro, y trabajé duro para desarrollar una tecnología que nos permitiera sacar agua más fácil. Una comunidad asentada a la orilla de un lago tenía que tener un potencial grandísi-mo. Después de muchos años de dedicación, estudio y un muy buen billete de financiamiento, logré mi objetivo. Y qué mejor lugar para comenzar el proyecto de prueba que mi amadísimo pueblo. Esa era la razón principal de mi regreso.Una vez que le comenté al presidente municipal mi proyecto, su ros-tro se fue tornando más y más serio y comprendí a la mitad de mi explicación que, o no le estaba entendiendo, o no le interesaba. “Mira, mijo”, me dijo, “suena muy coqueto tu plantita esta que pro-pones, pero aquí nadie te va a apoyar. La gente ya ni habla del agua,

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CUEN

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es un tema tabú aquí.”A pesar de mis intentos por convencerlo y mis diversas explicaciones del ofrecimiento, Don Jacinto se esmeró en interrumpir cada una de ellas para decirme, en pocas palabras, que no le interesaba y que es-taba loco. Salí de la oficina, cabizbajo y decepcionado, y me dirigí a mi hostal.Los días subsiguientes fueron una montaña rusa de emociones y re-cuerdos. No me cayó muy en gracia, pero resultó que la gente seguía acordándose de mí como el loquito aquél que quería estudiar y que se la vivía haciendo experimentos raritos. Los que no me conocieron de niño más bien se acordaban de mí por la terrible tragedia de per-der a mis padres, y no conforme con eso, pocos días después a mi queridísimo maestro, Alfonso. Fue el único que me apoyó con eso del estudio y de los proyectos, pero igual que la mitad del chingado pueblo, se lo llevó el lago. Quién sabe qué fue a hacer el viejo a la orilla del lago, pero el caso es que nunca lo volvieron a ver.Después de tres días de tratar de convencer a la gente de que mi proyecto le traería sustento a todos, no recibí una sola respuesta de apoyo, sino rechazo, como el que siempre obtenía al abrir la boca de niño. Me tiraron de loco y hasta se ofendieron.“¿Nos quieres ahogar a todos, verdad?”“¿Por qué no mejor te regresas a México a poner tus proyectitos allá?”“Ni quién te vaya a apoyar, se te olvida que en Numarán no tocamos el agua.”“¡Qué rápido se te olvidó lo que les pasó a tus papás! ¡Chamaco chiflado!”Me dio tanto coraje que pensé en regresarme a México. “Pinche gen-te, se van a morir de hambre si no progresan”, pensé. Finalmente, decidí quedarme para demostrarle a la gente de una vez por todas que yo valía y no estaba loco. Y ya si me iban a tirar de a loco, pues

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qué mejor que cruzar el mentado lago. Anuncié mi hazaña durante el resto de ese día, y me encargué de que hasta debajo de las piedras supieran quién era y por qué cruzaría. Esta era la única forma en que ganaría su respeto y lograría que me escucharan para instalar mi planta de agua. Esta gente entendería de una buena vez.Al día siguiente me levanté temprano. Desayuné ligero y me puse unos pants y tenis deportivos. No importa mucho que uno no se bañe si se va a meter al agua, es lo mismo, pues. Así que no me bañé y así salí bien tempranito; a las siete de la mañana ya estaba bien instalado en el muelle, que más que eso era un conjunto de pedazos carcomidos de madera que reflejaban el largo abandono y el uso nulo que se le había dado.

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Universo en el subterráneoRebeca Mora Aguirre

Bajé las escaleras sin prisa, algo me hacía desencajar de toda la multi-tud que se movía desesperadamente para llegar a tiempo a los andenes. Después de unos minutos de esperar en la línea pude comprar mi boleto. Continúe caminando hasta que llegué a la línea amarilla de la estación “Eugenia” y esperé el arribo del metro dirección Indios Verdes.Una vez dentro del vagón percibí ese olor tan característico del metro, la combinación de una loción barata, el sudor del señor que no se ha bañado (en al menos tres días), los cacahuates enchilados, el café y el olor a caño o basura de ciertas estaciones.Para llegar a mi destino “La Raza” recorrí nueve estaciones ahogán-dome en un mar de gente, parada y apachurrada, escuchando conver-saciones ajenas sobre los problemas del país o que el hijo de Mariana se

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Nació en México, D.F. el 21 de

junio de 1996. Actualmente es-

tudia su tercer semestre de Co-

municación en la Universidad

Panamericana.

Gran amante del arte, el diseño

y la fotografía, lo cual se nota en

sus trabajos literarios. Una de

las actividades que más disfru-

ta es leer un buen libro, acom-

pañada de música y una taza

de té. Es admiradora de Jorge

Luis Borges. Su inspiración nace

de lo que vive día a día y de las

miles de historias recolectadas

en su mente durante años.

REBECA MORA AGUIRRE

había enfermado. Mientras yo estaba parada sosteniéndome con una mano, una joven de chamarra rosa se encontraba sentada y muy tranquila se depilaba las cejas hasta dejarlas casi inexistentes.Como de costumbre me tocaron los típicos vendedores del metro: “llévelo, llévelo 10 pesitos pa’ el niño, pa’ la niña, a solo 10 pe- sitos” y también el que llega con sus bocinas tipo fiesta en la mochila y te pone los 100 éxi-tos de la “Ke buena”.Cuando llegué a mi destino y después de va- rios empujones, logré bajar del vagón. Caminé hasta encontrar un policía que me indicara por dónde tenía que ir para llegar al “Museo Túnel de la Ciencia”. Nunca antes había pisa-do la estación “La Raza”.El “Museo Túnel de la Ciencia” es un pasi- llo extremadamente largo, que conecta los an-denes de la línea tres con los de la línea cinco. Para que transbordar no sea tan pesado cuen-ta con varias exposiciones. La primera se lla-ma “El calendario de la Tierra” y explica cómo se creó la Tierra; hace la comparación de los milenios que tardó en formarse a cómo se hu-biera creado si hubiese sido en un año.Mientras observaba la exposición un señor de edad avanzada pasó a mi lado escuchan-do “Bomba, bomba ella es... una bomba” con paso veloz al igual que la mayoría. Sin fijarse

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en que tenían a la Tierra creándose a su lado.Al doblar en la esquina me encontré con otro pasillo al que no le veía fin, principalmente porque hay demasiada gente como para alcanzar a ver más allá de dos metros. Conforme fui avanzando la exposición cambió y ahora era sobre la evolución de las especies “La evolución es un hecho”.Cuando al fin logré ver lo que yo creía era el final de la conexión, me di cuenta de que no lo era, era más bien una luz azul ultravioleta que indi-caba el comienzo de otra exposición. Ahora sobre el universo.El túnel comenzó a ponerse cada vez más oscuro hasta llegar a la “Bóve-

da celeste”, que es una parte del techo pintada con todas las constela-ciones (Aries, Capricornio, Cáncer, Osa Mayor), las cuales se realizaron con una pintura verde fosforescente que sólo se logra ver conforme se va avanzando por el túnel y con la luz ultravioleta. Es sorprendente cómo la gente pasa tan aprisa que no es capaz de detenerse y admirar ese pedaci-to de universo que se les está regalando.Después de que mi nave espacial regresó a tierra, seguí caminando en-tre gente apresurada. Parece que esta conexión entre líneas del metro no tiene fin. En efecto a continuación hay otra exposición “Las estaciones de

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la vida”. Me detuve más tiempo en esta exposición no porque me pareciera sumamente interesante, sino porque una niña estaba apuntando en una pequeña libreta roja la información que se le presentaba. ¡Por fin alguien que aprecia la muestra! Aunque solo fuera por una tarea.De pronto me di cuenta de que había llegado a la consumación de este universo y regresaba al subterráneo de la Ciudad de México. Al universo que realmente existe debajo de la acera, lleno de personas, vagones, malos olores, comida y prisa. Ya no hay más estrellas, ni planetas, las galaxias han quedado atrás. La estación “La Raza” vuelve a ser sólo una conexión entre líneas del metro.

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El reino de un leónPaola Mangino Fernández del Valle

El reloj marcaba las 6 y mi acompañante ya estaba listo en la puerta. Par-timos una tarde, que parecía común y corriente, hacia el poniente de la ciudad para llegar a Polanco. Los altos y lujosos edificios adornaban las calles con gran elegancia; se alzaban el Museo Soumaya, el Museo Júmex y la Plaza Antara. Justo entre aquellos gigantes de lujo se encuentra el Teatro Telcel, hogar del rey de la selva y sus más de 40 súbditos.Entre más nos acercábamos al “corazón de la selva”, más sonaban las monedas en los bolsillos de las personas, era un evento selecto. Llegamos temprano, aún quedaban un par de horas para la función. Pero como bien se sabe, cuando se trata del teatro, hay que ser un poco más que puntual

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para asegurarse disfrutar del espectáculo. Paseamos por el centro comer-cial de enfrente, aparadores con ropa a la moda y nombres de diseñador era lo que más abundaba. No faltó el Sanborns, puesto que es una de las tiendas del dueño de muchos establecimientos en aquella zona; se refleja su riqueza en su patrimonio. La vista desde las ventanas del piso de ar-riba permitía saludar al brillante sol y la fresca tarde de un 9 de octubre en sábado, un día perfecto destinado a salir a pasear y disfrutar de una buena caminata para esperar la caída del sol y el alza del telón. Ya casi llegaba el momento esperado.El Teatro Telcel está diseñado como un cenote: hacia abajo. En la parte superior hay una agradable cafetería donde se puede esperar a la función o simplemente disfrutar de una buena comida de paso. Miraba el reloj y aún quedaba una hora, pero no podía esperar más, era momento de sumergirse. En el centro del mismo, unas escaleras eléctricas nos baja-ron a una sala estilo lounge donde el flash de las cámaras nos dieron la bienvenida. De nuestro lado había un pequeño escenario temático para

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retratarse y capturar el momento, un gasto más que se podía hacer o evi-tar utilizando la cámara de nuestros celulares. Continuaba el despilfarro con unas pequeñas tiendas de souvenirs: chamarras, playeras, tazas, pelu- ches, calendarios, libros y mucho más trataba de conquistar al público para que se lo llevaran a sus casas a precios que uno no pagaría en otro lado, pero sí en la casa de este rey.

De nuevo a las escaleras eléctricas, entre más bajábamos más fuerte latía mi corazón de la emoción, tenía más de un año que no iba al teatro y eso para mí era pecado. Esta creación que tiene más canas que nuestro país sigue vigente por la calidad de entretenimiento cultural que proporcio-na. Con solo un poco de escenografía, vestuario, y los actores apropia-dos, uno se puede transportar a un centenar de diferentes universos y sentirse hipnotizado por la magia del escenario. Y no solo eso, la danza y el canto son complementos magistrales para hacer catarsis y vivir una experiencia que solo en libros podríamos encontrar. El teatro es un arte muy complejo, pero puede llegar a ser elitista también. Musicales como este lamentablemente no están disponibles para todo el público, porque se tiene que sacrificar varios días de trabajo para disfrutar una noche ahí.

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Soñadora, dulce y alegre. Paola

nació hace 21 años en Veracruz

y actualmente estudia Comu-

nicación en la Universidad Pan-

americana. Uno de sus autores

favoritos es Lewis Carroll. Le

gusta viajar a lugares nuevos y

en los libros también, especial-

mente si tratan de amor o fan-

tasía. Su cabello huele a vainilla.

PAOLA MANGINO FERNÁNDEZ DEL VALLE

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Primera llamada. Las puertas para tomar asiento estaban abiertas, así que llegamos di-rectamente a nuestros lugares, unas filas en frente se encontraba la actriz Susana Zabale-ta con toda su familia. Segunda llamada. En el panfleto destacan Shirley Hlahatse como Rafiki, Flavio Medina como Scar, Jorge Lau como Mufasa, Carlos Rivera como Simba, Fela Domínguez como Nala y Ricardo Zár-raga como Zazú. Tercera llamada. Se apaga-ron las luces y a los lados del escenario se escucharon las percusiones de instrumen-tos africanos, voces cantando, y de un mo-mento a otro, la sala se inundó de un sinfín de grandiosos animales. Jirafas, elefantes, aves, gacelas, leopardos, leones, antílopes y muchos más danzaron frente a nuestros ojos con el vestuario más ingenioso que he podi-do conocer. Cada movimiento fue realizado a la perfección porque sus cuerpos dejaban de ser humanos para darle vida a las criatu-

ras de la sabana, un espectáculo impresionante y lleno de color. La obra se llevó a cabo espléndidamente y sobrepasó los límites de la magia. Al cerrarse el telón un estallido de aplausos sin cesar inundó la sala, el elenco sabía que había hecho un gran trabajo.Sin querer levantarnos de nuestros asientos, partimos con la multitud que iba hacia afuera, todos muy satisfechos con lo que acababan de experimen-tar, el teatro es un lugar místico. La salida se llenaba de gente y muchos más se aglomeraban en las tiendas de souvenirs para llevarse un pedazo de sabana a sus hogares.

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ENRIQUE GUERRERO BÁRCENAS

En una sala de espera, con el sonido de la respi-ración agitada y el tic–tac del reloj suizo que lle-va más de 20 años en el mismo lugar, esperas a que la recepcionista te deje pasar a ver al médi-co. Cada segundo se vuelve más largo, mientras los sonidos a tu alrededor se agravan, los olores a desinfectante y químicos médicos no pueden ser ignorados.La recepcionista, con cara de bulldog enojado, te dice con voz gangosa –Pase por favor, el doctor lo verá en un momento– mientras te levantas de las sillas incómodas como de estadio de fútbol pero con un colchón medio “cómodo”, vas pensando en todo lo que le vas a decir al doctor, y en lo que no le vas a decir.

Voltée la cabeza y tosa

Abres la puerta y sientes la hipocresía del doctor al saludarte y decirte lo bien que te ves, cuando en realidad pareces un perro muerto de hambre con la nariz roja como Rodolfo el reno. Desde ahí, todo empieza a des-moronarse. El inicio de este fastidio empieza con la pregunta incómoda, indiferente y de rutina –Y… ¿cuáles son tus síntomas?– a lo que intentas responder algo más creativo que “Pues mire doctor, me estoy muriendo”.Después de las cuarenta preguntas rutinarias y el sentimiento más ator-mentador de querer saber qué rayos tienes y cómo van a sacar al demo-nio de tu cuerpo, el doctor atentamente te pide que te despojes de tu ropa maloliente de enfermo. Al estar casi desnudo piensas que esta visita no podría ser peor, pero ese es el preciso momento en el que este profesio- nista pone un instrumento extraño, frío como el hielo mismo, en tu pecho

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y tu piel se pone tensa cual tambor, y te dice que respires hondo y fuerte.Terminando de torturarte con sus instrumentos, se digna a introducir un palo de paleta hasta la pared de tu garganta, a lo que solo puedes respon- der agitadamente –¡GAAHH!– y esperar que todo termine rápido.Aún con tu cuerpo vulnerable ante esta persona titulada como “doctor”, que simplemente es una nueva clase de verdugo inquisidor con buenas intenciones, intentas mantener una sonrisa como si todo fuera a salir bien, aunque dentro de ti sabes que las noticias no serán tan agradables.

Te levantas, solo para volver a ponerte la ropa, que ya más bien se siente como tu traje de entierro; te sientas otra vez en la silla frente al escritorio y esperas. El doctor se toma su tiempo para escribirte una receta que fi-nalmente se tornará ilegible para los ojos de cualquier que no haya pasado doce años haciendo exámenes sobre cada parte del cuerpo humano.Te voltea a ver y te explica que tienes una infección de “no sé qué” en la garganta, junto con una úlcera gástrica, que seguro te surgió por el estrés de estar esperando al tipo fuera del consultorio y temer por tu muerte. Finalmente te dice que vayas a la farmacia, que es el único lugar en el que entenderán los mentados garabatos que el doctor te dio, y pidas unas gra-

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ciosas pildoritas que se llevarán todos los malestares de tu vida.Te levantas, le das la mano al doctor, mientras te dice –¡Espero no vuelvas pronto! – el chiste que probablemente le ha contado a todos los pacientes que ha tenido –Paga en la recepción por favor– agrega después de su mal chiste y cierra la puerta para bien. Te acercas a la recepción, después de tener una de las experiencias comunes más incomodas que alguien pu-diera tener.De nuevo, frente a la recepcionista, la cual ahora tiene la cara más ho- rrible gracias a las horas que debe de estar ahí sentada viendo todo el repertorio de telenovelas del canal dos, le preguntas –¿Cuánto fue de la consulta señorita?– sí, te dignas a decirle señorita, aunque lo único que tenga de señorita es que no está casada, a lo cual te responde con su mis-ma voz gangosa y gris –Doscientos pesos joven.Pagas, sin antes darte cuenta que acabas de pagar por sentirte horrible una hora con una persona que no conoces y ha visto más partes tuyas que cualquier mujer en los últimos meses. Finalmente sales de la puerta del consultorio sin saber si te sientes aliviado o simplemente peor.

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Adoptando a Dana/HelgaValentina Hayashi Chávez

“¿Quién decidió que la misión de Dana en esta vida era sim-plemente ser pie de monta de perros con pedigree en un criadero? ”

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Abrimos la puerta y sus patitas viejas dieron los primeros pasos por la casa; se sintió una gran expectativa en el ambiente. ¿Qué pasaría?, ¿le gustaría su nuevo hogar?, ¿podría convivir con un lechón/perro, un gato que se cree bebé y una gata que pide amor las 24 horas del día?Ninguno en la familia sabíamos qué iba a pasar, pero estábamos seguros que íbamos a esforzarnos por que lo que pasara fuera algo positivo para Dana, que de ahora en adelante se llamaría Helga, aunque no creo que le importara el cambio de nombre, ni siquiera creo que sepa cómo se llama.Dana es una gran danés de 10 años, tiene unas patas kilométricas, una cara más grande que la mía, una mancha blanca en forma de corazón en el pecho y unos ojos verdes que transmiten mucho sufrimiento. Ella nació para una misión, como todas las personas y animales que vie- nen a este mundo, pero ¿quién decidió que la misión de Dana en esta vida era simplemente ser pie de monta de perros con pedigree en un cria- dero? Los cachorros serían vendidos a precios exorbitantes, solo porque según ellos eran de sangre más pura que los otros, los criollos. Esta perra estuvo 6 años teniendo innumerables partos cada vez que podía, una tras otra, generándoles felicidad a familias las cuales estarían encantadas de presumir cuánto gastaron en un perro de raza, el cual cuando creciera mucho y les fuera aburrido y estorboso simplemente lo echarían a la calle.En algún punto de su vida, la gran danés de ojos tristes dejó de funcionar, y por funcionar me refiero a que ya no tenía la misión que estas personas decidieron que tendría toda su vida. Dana ya no podía tener cachorros.Eran días y noches en la calle, acostumbrada a comer 3 veces al día, esta perra no sabia cómo moverse. Dana no estaba educada para sobrevivir en las banquetas. No sabía buscar comida por cuenta propia. El criadero que había sido su hogar y las personas que habían sido su familia la echaron simplemente porque dejó de servir, como cualquier otra máquina que usaran día a día. Después de meses de deambular por las calles, comien-

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do de la basura y con un miedo que, por lógica, un ser de su tamaño no debería tener, Dana vio venir una mano, esta mano sería su salvación; o eso creía.La metieron en una jaula dentro de un coche. Este empezó a moverse. Es-cuchaba ladridos y olía a otros perros. Llegaron a su destino y este lugar era el antirrábico.Pensemos lo que es un antirrábico. Es un lugar lamentable, muy insalu-bre, el cual lo único que hace es ocultar a los perros callejeros. Nosotros pensamos que no hay porque ya no los vemos en la calle, sin embargo estos lugares están llenos de mascotas que mágicamente desaparecieron de nuestra vista.

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El nuevo destino de Dana no pintaba nada bien ya que en los antirrábi-cos, después de varios días, los perros que no fueron encontrados por sus dueños o rescatados son puestos a dormir, o mejor dicho los sacrifican.Precisamente eso iba a sucederle a esta gran danés, después de una vida de ser usada como máquina su destino era morir por la decisión de per-sonas que consideraban que era un estorbo.Pero el destino de Dana no logró cumplirse, ya que la asociación “Cam-bia un Destino” lo evitó. Rebeca Sánchez, cansada de la situación de estos animales, fue al anti- rrábico y rescató a cada uno de ellos; entre estos a Dana.Llegó a un lugar donde los perros corrían libremente, comían 3 veces al día y sorprendentemente eran amados no por lo que hacían sino por lo que eran.Después de dos semanas de vivir tranquila conviviendo con otros perros y recuperando el peso que perdió en las calles Dana salió a pasear, todo parecía habitual hasta que al llegar a la calle Tonalá, donde se encuentra la veterinaria de “Cambia un Destino”, vio a una familia esperando por ella; junto a Dana venía Rita, una cruza de pitbull y criollo; era lógico que cualquiera en su sano juicio escogería a la pitbull la cual era activa, cabía en muchos lados y especialmente era joven, tan solo 3 años. La historia era la obvia, Dana se quedaría en su ahora casa y Rita viviría una nueva vida. 10 manos se abalanzaron contra Dana. Siempre quisi-mos un perro grande y cuando nos dijeron que tenían a una gran danés en adopción no lo pensamos dos veces. Cuando llegó no pudimos de la emoción, todos nos fuimos contra ella, la abrazamos, le dimos besos, era hermosa.Nos explicaron que era una perra muy tranquila y que por lo tanto no tendría problemas en convivir con gatos, eso era lo único que nos preocu-paba pero ya con eso fuera estábamos cien por ciento seguros de que queríamos a Dana como mascota.

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Como requisito para la adopción, teníamos que estar la familia entera jun-ta en la veterinaria, lo cual demuestra el compromiso y el acuerdo de que todos los integrantes quieren un perro nuevo, luego es la entrevista la cual es aproximadamente de 30 preguntas acerca de nuestro interés y los cuidados que le daremos a este perro.Después de la entrevista es la hora de conocer a la perra y si después de conocerla te convence entonces se agenda una cita para entregarla a la casa en intercambio de una donación para seguir ayudando a perros.El sábado llegó y mi papá llevaba desde la madrugada armando la casa de Helga, asi se llamaría ahora, ya teníamos todo preparado para la llegada de nuestro nuevo integrante.Ese día fue el primero de la vejez de Helga, cuando sintió lo que es un abrazo, una caricia, un bonche de besos, una cama caliente y muchas otras cosas que no llevan ninguna intención más que darle la bienvenida a una verdadera familia.

Soy estudiante de Comunicación. Me gustan la fotografía, el

periodismo y la producción televisiva. Quiero saber lo que el

mundo piensa y que ellos sepan cómo pienso yo. Creo que hay

muchísimas formas de comunicación y que todas ellas tienen

su encanto y por lo tanto hay que intentar usarlas todas para ex-

presar nuestras ideas, emociones, pensamientos e inquietudes.

VALENTINA HAYASHI CHÁVEZ

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Un alemán amante de Siria en DinamarcaRoberto Candiani Jiménez

El tren se detuvo en la pequeña ciudad de Odense. Se abrieron las puer-tas y cansado, con lágrimas en mi cara por despedirme de mis amigos, salté al pie de la estación. De manera recurrente, un dolor con fuerza escalaba mis piernas. Mis brazos temblaban por el viento helado que recorría la ciudad. Dinamarca siempre se encuentra vulnerable a tem-peraturas bajas. Subí las escaleras eléctricas con dirección a la sala de espera. No había dormido bien en días, por lo tanto mi cabeza se encontraba perdida entre el mundo real y el de los sueños. Me detuve a observar la pantalla que

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contenía los horarios de los trenes y ahí fue cuando lo vi por primera vez. Su cabello era blanco, grasoso y se encontraba descuidado. Tenía una go-rra roja con palabras escritas en alemán. Sus botas eran enormes y pare-cían tener una historia interesante que contar, estaban llenas de lodo y manchas verdes. Al caminar un poco más cerca de él, pude percatarme de su hedor. El vodka parecía tener un papel trascendente en su vida diaria. Un poco desconfiado, me alejé lentamente.Cuando creí haberlo dejado atrás, una mano de gran tamaño y negra a causa de la suciedad me tocó el hombro y me hizo girar en mi propio eje. Aquel señor que observé sentado en una banca hace pocos segundos, me preguntó si me encontraba perdido. Como manera de autodefensa, el sueño se fugó de mis ojos e inmediatamente le contesté que no. El señor, que parecía autoritario y atemorizante, encogió sus hombros y dijo:–Bueno… si tú lo dices. — me contestó sonriendo.–Pues, en realidad no estoy seguro a qué anden debo de ir– dije con duda.–¿Vas a Copenhague? –Así es. ¿Cómo lo supiste?– afirmé mirándolo con extrañeza.–Todo mundo aquí se dirige para allá. He estado en esta estación más de cincuenta veces y siempre me preguntan por el mismo destino– suspiró el extraño– es en el andén cuatro.–Muy bien, gracias– exclamé con rapidez para alejarme lo más pronto posible de él.–Espera …¿tienes tiempo?– me preguntó el hombre.En este punto, dudé en huir. Mi percepción sobre el señor cambió mucho. De hecho, sí tenía tiempo, muchísimo. Pero él era un extraño que olía a alcohol. Solamente por el concepto, no me daba confianza. Finalmente, es-tábamos en una estación con mucha gente, hacerme daño no era tan fácil. Así que decidí tomarle la palabra y nos sentamos a platicar. –Y usted qué hace en esta ciudad tan poco conocida– le pregunté con sin-ceridad.

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–Vine a visitar a mis antiguos amigos. Tenía muchos años sin verlos. De hecho, la última vez peleamos juntos en Siria. – me contestó con mucha naturalidad.–¿QUÉ? ¿SIRIA? ¡Wow, qué interesante! ¿Usted a qué se dedica?– dije con muchí-sima emoción e intriga.–Fui soldado en Alemania. Mira esto. – me acercó su muñeca que tenía un viejo reloj polvoriento– Es mi reloj de la suerte. Lo tengo desde que fui a mi primera batalla. Me lo dio mi coman-dante con la orden de romperlo en el momento en el que esté a punto de dar mi último suspiro. Así se sabrá con ex-actitud la hora de mi muerte.

Mi cara no podía tener gestos de sorpresa más grandes. Estaba platican-do con un antiguo soldado de guerra. Lo único que no me agradaba era que seguía empinándose la botella de vodka cada cierto tiempo. Incluso me ofreció más de dos veces. Conforme el tiempo pasaba, me recalcó que tenía un enorme amor por Siria:–¿Sabes?– exclamó el soldado con un aire pensativo– no es el país en sí. Siria siempre se me ha hecho interesante. Pero gracias a aquel lugar, con-seguí a mi hija.–¿Cómo?– dije con mucha curiosidad.–Lo que pasa es que me dieron la tarea de cuidar el pueblo de Latakia. Éramos un escuadrón de 20 soldados y yo estaba al mando. Nos man-tuvimos conviviendo con la gente de Latakia por tres años, nunca hubo ningún problema. El 13 de marzo de 1992 recibí un mensaje de mi co-mandante. Él necesitaba a mis hombres para movilizar un cargamento

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en una ciudad cercana. Salimos dos horas, no más– al terminar estas pa-labras, el hombre se quedó callado unos segundos.–¿Y qué pasó?– pregunté casi seguro de la respuesta.–Latakia fue destruida. Esas dos horas de ausencia por parte de mi gente marcó el final de la vida de 70 personas. Estuve devastado, me sentí en-teramente culpable por la muerte de tanta gente. Sentí un vacío gigantesco. Lloré por las cinco horas siguientes. Caminé entre los restos que había de-jado la explosión. Sin ánimos, me sentía rendido. Sin embargo todo cambió cuando la escuché. Un lloriqueo débil se asomaba entre dos paredes que habían colapsado formando una especie de triángulo. Me acerqué rápida-mente y vi su carita llena de polvo. La tomé en mis brazos y le limpié los ojos. Inmediatamente mi corazón sintió calidez, era amor a primera vista. Mi hija, aquel día adopté a Sunny, mi niña.Para este punto, me sentí completamente conmovido. Al mismo tiempo, mis gestos expresaban asombro, intriga, felicidad, tristeza y dolor. Jamás había experimentado tantas emociones en tan poco tiempo. Miré mi reloj y me sorprendió el paso del tiempo. Ya era hora de abordar mi tren hacia Copenhague. –Me tengo que ir. Gracias por la plática. Estoy contento que por lo menos tuviste la oportunidad de encontrar el amor a raíz de esa horrible expe- riencia– comenté.–Gracias a ti por escuchar– me dijo el señor con una sonrisa.

Tiene 20 años y nació el 20 de Marzo de 1995. Estudia comunicación en

la Universidad Panamericana. Desde pequeño fue amante de la lectura,

sus padres le inculcaron esa curiosidad de aprender más para ampliar

su conocimiento. Busca especializarse en el ámbito cinematográfico.

Le apasiona ver películas y analizar la parte técnica de cada escena.

ROBERTO CANDIANI JIMÉNEZ

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¿La vida sin cultura o la cultura sin vida?

Sandra Moreno Zamundio

“Nuestra sociedad está cayendo en picada, porque ya no se lee, porque ya no sabemos leer”

Nuestra generación se ha caracterizado por ser de aquellas que no dejan pasar oportunidades. Esos que gritan YOLO mientras manejan a 180 km por hora en una avenida a las dos y media de la mañana. Sí, somos la era de los que valoran el momento y no el ayer.“La historia es una mentira escrita”, decía mi profesor de historia en pre-paratoria. Una mentira que, sin embargo, bases y fundamentos tenía en nuestra formación. Gracias a los estudios previos es que hemos logrado consolidar lo que hoy llamamos sociedad y ahora resulta que no hay me-jor herramienta de conocimiento que la vida misma. Esa supuesta vida que se vive a través de los medios y las nuevas formas de comunicación que tenemos al alcance de la mano, la vida tecnológica, algunas veces montada por los mismos actores. Es decir, creada o manipulada por no-sotros.He sido víctima de este tipo de vida, en el que importa más cuántos likes le dan a tu última foto en Instagram que el número de páginas leídas que lleves de Cien años de soledad. Con esto debo decir que me he sentido traicionada por el sistema educativo, político y social en el que vivo. ¿Por qué? Porque nuestro presidente no es capaz de mencionar cuatro libros que hayan marcado su vida en una entrevista, pero da el grito directa-mente en Periscope; y porque Yuya ya sacó su segundo libro de belleza

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femenina.Nuestra sociedad está cayendo en picada, porque ya no se lee, porque ya no sabemos leer. Dale un libro a un niño de 7 años y va a tomarle una foto para ponerla en Facebook. Y no, pueblo mexicano, esta vez no podemos culpar al gobierno por esto, somos nosotros mismos los que estamos eli-giendo el dejar la cultura escrita a un lado; claro, porque es más fácil ver que pensar, reflexionar y razonar. Somos nosotros los que elegimos esta vida sin cultura y los que estamos dejando a la cultura sin vida.El ser humano contemporáneo ha olvidado que la esencia es su razón, que lo que nos diferencia de las bestias es que somos capaces de crear cultura. SÍ GENTE, CULTURA. Somos capaces de crear un pensamiento y dar una opinión. Pero de nada nos sirve tener una opinión sobre las cejas de Cara Delevingne, si no podemos recomendar un libro para un sábado por la tarde más allá del de Yordi Rosado, que va de la adolescencia y el amor de pubertos.

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La cultura es lo que nos hace ser humanos, pero quede claro que con esto no quiero decir que debamos dejar la tecnología a un lado, no; es solo que debemos retomar los cánones de los cuales venimos y hacerlos nuestros. Adaptarlos y no desecharlos como si no nos sirvieran, porque al final de ellos hemos nacido.Uno es lo que lee, somos el reflejo de nuestro libro favorito, somos la creación del Principito, los monstruos de Mary Shelly y el drama de Ana Frank en cada página de su diario. Nosotros somos historia, somos cul-tura.Somos esa cultura que estamos dejando sin vida.

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Mártires en la crisis modernaMelissa Juárez Mora

“la violencia mexicana no queda en un estado opresor ni en un sofisticado sistema de narcotráfico. Empieza conmigo, con

nosotros, con todos.”

El siglo pasado fue testigo de dos grandes guerras que hicieron ver las batallas de Napoleón como un juego de niños. El daño no se quedó en las trincheras, aun con “tratados de paz” y organizaciones mundiales que bus-caran la diplomacia, el daño moral y psicológico que dejaron estas guerras sigue manchando al hombre hasta nuestros días. De pronto la vergüenza, apatía y melancolía de los sobrevivientes de los conflictos bélicos pasó a las generaciones próximas, primero en la cultura y el arte, y luego en los sistemas político y económico ―con su egoísmo y desinterés hacia el bien o mal del otro―. “La Modernidad tiene una insaciable avidez de progreso y de consumo y el fascismo es la violencia sin rostro humano, precedido de la modernidad” (Benjamin, W.). Fromm se pregunta si acaso no es cuerdo aquel inadaptado a la sociedad, si esta no es una sociedad enferma. ¿No será posible que la masa se en-cuentre inadaptada a la propia naturaleza humana? “Muchos neuróticos graves creen que sus ritos compulsivos o sus ma- nifestaciones histéricas son reacciones normales contra circunstancias un tanto anormales. ¿Y qué es lo que sucede con nosotros? (…) No es mucho más alentadora nuestra gestión en los asuntos económicos. Vivimos den-tro de un régimen económico en el que una cosecha excepcionalmente buena constituye muchas veces un desastre económico, y restringimos la

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producción en algunos sectores agrícolas para “estabilizar el mercado”, aunque hay millones de personas que carecen de las mismas cosas cuya producción limitamos, y que las necesitan mucho”El mayor problema en torno a la violencia actual no se encuentra en cuán-tos sean afectados ni qué tan intensa sea esta. El mayor perjuicio es que se trata de una situación en la que la propia culpa se niega o se ignora, y ninguna ayuda se le puede dar al que no acepta que la necesita. Esto no significa que sea un problema nimio: vivimos en una sociedad tan dañada, que la agresividad ni siquiera se percibe como una prisión de la cual librarse; el hombre ha tenido revoluciones ideológicas y políticas tan fuertes que creemos que nuestra libertad y equilibrio ético han sido ya conquistados. Mientras tanto, vituperamos las burkas y algunas so-ciedades orientales por ser “misóginas” mientras que aquí, el mexicano macho se manifiesta en la vida cotidiana; nuestra graciosa democracia se vive en una incomodidad permanente, y si acaso se tiene la suerte de ser escuchado, no faltará la violenta oposición que no buscará dialogar, tan sólo mostrar superioridad o satisfacer su berrinche de tener la última pa-labra. Todo esto se resume en que, evidentemente, la violencia mexicana

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no queda en un estado opresor ni en un perturbadoramente sofisticado sistema de narcotráfico. Empieza conmigo, con nosotros, con todos. Con el mexicano que vemos en el espejo.Esto no es sorpresa cuando analizamos los factores que la OMS ha declara-do que pueden influir para que surjan conflictos y los comparamos con nuestra realidad: la ausencia de procesos democráticos y el acceso desigual al poder. Las desigualdades sociales caracterizadas por grandes diferen-cias en la distribución y el acceso a los recursos. Los cambios demográfi-cos rápidos que desbordan la capacidad del Estado para ofrecer servicios esenciales y oportunidades de trabajo. A lo que agregan: Algunos de los factores de riesgo comunes a todas las formas de violencia interpersonal son haber crecido en un hogar violento o roto, las toxico-manías, el aislamiento social, la rigidez en los roles de los sexos, y la po-breza y la desigualdad en los ingresos, así como características personales tales como un insuficiente control del comportamiento y la escasa autoes-tima (OMS, Informe mundial sobre la violencia y la salud).Los factores mencionados son un esbozo de los problemas que aquejan a una buena parte del país, y bajo estas condiciones el resultado es tensión y miedo en la sociedad; lo cual influye en el individuo quien, a su vez, ex-acerbado y vacío busca venganza, o bien en el caso del perpetrador, busca reconocimiento y poder.Aunque el estado pueda influir en algunos de estos factores, es el pueblo quien los acepta; mediante el sometimiento a las leyes que causan estos fenómenos, o una cultura que marca diferencias innecesarias entre clases, acepta el egoísmo y avaricia como un instrumento que lleva al progreso o acepta actitudes y acciones de sometimiento y dominio. “Ser la víctima es sencillo; reconocerse como victimario y perseguidor ―como hicieron Pedro y Pablo, por cierto― requiere una conversión” (De Haro, V., ¿De quién soy el victimario?). Somos nosotros mismos quienes debemos buscar una cultura de paz y solidaridad (sin perder la propia individualidad);

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buscar la conquista interna para ayudar al otro (pues si nosotros mismos estamos turbados y no dominamos los impulsos violentos, somos parte del problema, alimentamos la violencia). Un ejemplo es el de la mexicana inquisidora que maltrata a otra. En una cultura de machos, quizá teman perder los beneficios que el sexismo trae consigo, o sea la cultura de hostilidad entre mujeres que han adquirido; de cualquier manera es desconcertante que las que pueden poner un alto a este tipo de violencia sean cómplices de la rigidez y a veces crueldad de la que son víctimas. Viven en un acondicionamiento en el que la violen-cia e inequidad son normales o quizá deseables.“El machismo es una conducta que no tiene fronteras, pero la tendencia a no aceptarlo por parte de las mujeres en otros países define una gran diferencia con la realidad cotidiana que se percibe ―en México―” (Fe-rrer Pérez, V. & Bosch Fiol, E., Violencia de género y misoginia)De nuevo, solo la misma víctima puede generar un cambio, y carga parte

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Melissa Juárez Mora estudia el cuarto semestre de Comunicación

en la Universidad Panamericana. Le gustan el terror y la sátira;

su cuento favorito es Berenice de Allan Poe y le encanta la película

El hombre elefante. Prefiere usar su segundo apellido porque sue-

na al de Bianca Perez-Mora, diva y activista nicaguarense.

MELISSA JUÁREZ MORA

de la responsabilidad al ceder su libertad y voluntad a convencionalis-mos sociales y rebajar su género para competir y sobresalir. La mujer que quiera hacer un cambio positivo debe de reconciliarse con ella misma y buscar crear, ayudar a otras mujeres que corren peligro o, sencillamente, no volverse un obstáculo para las que la rodean.En cuanto al desorden político que nos aqueja, el individuo que desee participar en una verdadera democracia, y evitar que la intolerancia des-emboque en violencia social y política, debe estar dispuesto a escuchar y a ser crítico y reflexivo incluso con sus propios ideales.En estos y muchos de los problemas que nos afectan como sociedad sólo podemos encontrar soluciones al aceptar la parte que nos corresponde de la fractura. Sólo un hombre completo y realizado puede mirar al otro y tender su mano. La educación es sólo una parte de la solución ya que, el sujeto, además debe tener la voluntad de mejorar y la consciencia de la necesidad de contribuir a la sociedad. Así la propensión a la agresión será menor, o en su defecto, la agresividad se verá inhibida por otros valores y enfocada a una solución positiva y creativa.Finalmente, se debe buscar una reconciliación con la naturaleza y el próji-mo, y sobre todo, confrontar nuestra responsabilidad y libertad emocional y psíquica para construir una mejor sociedad; como un humano completo, libre, independiente y creador. “En el acto de amor, yo soy uno con todo y, sin embargo, soy yo mismo” (Fromm, E., El arte de amar).

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Proyector de vidasCuando a alguien le pregunto si es posible vivir muchas vidas todos me responden que no, ¿pero están en lo cierto?En mi opinión no, uno todos los días puede vivir muchas vidas, y eso no significa que dejen la suya. Mucha gente me tirará de loca y dirá que estoy perdiendo todos los tornillos, pero lo que digo es cierto, no cabe duda.Y es que puedo decir que como 3 veces al mes puedes vivir una nue-va vida, puedes experimentarla de una manera en la que nadie más lo permite.¿Que si es caro? Claro, es carísimo, pero nadie más te da una oportuni-dad como esta y a mi parecer vale la pena, porque por un momento

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12 de agosto de 1995 en México, D. F.

Actualmente estudia la carrera de Comu-

nicación en la Universidad Panamericana

en el Distrito Federal. Busca especializarse

en la rama de producción cinematográfica,

al igual que en guionismo. En su tiempo

libre le gusta leer y escribir con música

como compañía. No tiene un escritor fa-

vorito, cada libro que ha leído ha sido una

fuente de conocimiento por lo que cree que

cualquier cosa que se lea es buena. Ama las

películas (en especial las de superhéroes)

le encantan las fotografías. Le gusta más

verlas que hacerlas, pero nunca se niega el

gusto de poder retratar la realidad o bien

hacer realidad su propia fantasía

MÓNICA GONZÁLEZ URRUCHÚA

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puedes olvidarte de todo lo demás, son unas horas que disfrutas y que te alegran, que te hacen experimentar un sentimien-to que nunca habías sentido, te despierta todo aquello que lo demás no hace y aún así la gente sigue diciendo que no han vivido.Porque no estoy hablando de algo que sea extraño para alguien, creo que todos aquellos que lean lo han hecho, sólo que no se han dado cuenta, o a lo mejor no ven las cosas de la forma en la que yo las veo y es completamente válido, pero no me pueden decir que no han vivido otras vidas.¿No fuiste alguna vez un mago? ¿No fuiste alguna vez poseído? ¿No fuiste una princesa en busca de tu príncipe? ¿No fuiste un agente tratando de comple-tar una misión imposible?Si has contestado afirmativamente al menos a una pregunta, temo informarte que sí has vivido más vidas de las que crees.

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Eso es lo increíble del cine.Puedes quedarte sentada experimentado todo aquello que pasa enfrente de tus ojos; algunas personas me tachan de loca, ¿pero estoy verdadera-mente loca?Si analizo el objetivo del cine voy a decir que nos trata de hacer sentir lo que pasa, no por algo hay miles de películas que hablan del amor, de la guerra, del trabajo. El simple objetivo del cine es que por medio de una pantalla y un reflector, puedas experimentar sentimientos, que puedas emocionarte por todas esas cosas que pasan enfrente de tus ojos.De qué serviría hacer una película de drama si no logras identificarte por lo menos en una cosa con el protagonista, o una comedia en la que no puedas reír de las ocurrencias del protagonista.Porque cuando ves una película eso es lo que pasa, a lo mejor no se dan cuenta, pero miles de veces han llorado, han reído, se han enojado con alguna película, pero la realidad es que no están llorando por lo que está pasando en su vida, sino porque quieran o no están viviendo una vida que no es suya, se están logrando identificar con lo que está pasando; simplemente porque son humanos y porque aunque no queramos, tene-mos la empatía pegada en nuestros huesos.Luis Amara diría ahorita que esa es mi experiencia, que estoy escribien-do este ensayo por mi experiencia personal, que definitivamente todo esto es subjetivo. ¿Pero lo es en realidad? ¿Soy la única que piensa esto?Yo no lo creo, a lo mejor en serio estoy perdiendo los tornillos, y que es mi

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amor por el cine el que me hace hablar a lo menso, pero no lo creo.No creo que sea posible que alguien sea incapaz de sentir cosas al entrar a una sala, sentarse y ver diferentes perspectivas de la vida. Si un hombre pierde a su hijo, me gustaría pensar que todos en la sala llorarían o por lo menos que mostraran algún signo de tristeza, algo… lo que sea.Alguien que no reaccione a cualquier cosa que se proyecte no puede ser humano, pero volviendo a las palabras de Amara, todo es subjetivo; mi punto de vista es subjetivo.Por ahora yo vuelvo a insistir que he vivido muchas vidas, que esas salas en las que me he sentado me han permitido entrar a un nuevo mundo el cual me permite soñar, el cual me permite vivir.Sé que vivir muchas vidas puede llegar a generar ciertos sentimientos no gratos, y que en ciertas cosas puede ser muy abrumador, porque al termi-nar de vivir esta experiencia volvemos a caer en nuestra vida y ese es uno de los peores golpes. Los golpes de realidad.Porque a pesar de disfrutar por unas horas esa maravillosa experiencia, sigue siendo difícil ver que las vidas que desearías tener no son las que estás viviendo ahorita. Y aún así todos siguen yendo a las salas de cine para poder disfrutar de aquellas vidas que nunca vivirán, o que a lo mejor, si tienen la suerte nece-saria, podrían llegar a vivirlas.Todo esto viene de un proyector, que a mi parecer es el proyector de vidas.

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Dentro del ropero de Lilia, entre los pantalones y las camisas, había un suéter de lana rosa pastel con 9 botones blanco aperlado. Dentro de estos se encontraba el 3, y tal como su nombre lo dice, era el tercer botón. Así es, debajo del 2 y antes del 4.

Dentro del ropero de Lilia, entre los pantalones y las camisas, había un suéter de lana rosa pastel con 9 botones blanco aperlado. Dentro de estos se encontraba el 3, y tal como su nombre lo dice, era el tercer botón. Así es, debajo del 2 y antes del 4.3 quería ser el primero, quería ser el importante. Aparte a 1 nunca lo abrochaban, y 3 odiaba que lo abrocharan; no le gustaba sentir la presión que rodeaba su cuello y el esfuerzo que tenía que hacer para manten-er cerrado el suéter, sentía que era completamente inútil por estar en el tercer lugar. Llevaba ya 2 años en esa cálida prenda. No aguantaba ni un segundo más, su suéter era el favorito de Lilia así que siempre lo usaba.Decidido, comenzó a romper los hilos que lo ataban a ese suéter ―eran muchos y tardó un rato. Los otros botones le dijeron que estaba loco, pero no escuchó. Quedaba sólo un hilo, y antes de cortarlo se despidió de sus compañeros de vida, 2 y 4. Cortó el último hilo y saltó. 3 veía desde el fondo del ropero cada vez que Lilia buscaba ropa para ponerse. A veces cuestionaba su sentido de la moda, pero no decía nada, sólo reía en silencio. A veces extrañaba platicar con sus botones favoritos pero no había forma de que lo escucharan, así es que ni lo intentaba. Se comenzó a sentir solo. Cuando la niña abrió el ropero para buscar su suéter favorito se encontró con la sorpresa de que faltaba un botón. Buscó por todas partes, pero 3

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El inútil botón aquelCecilia Garza Corres

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puso todo su esfuerzo en moverse unos cuantos centímetros y logró es-conderse en una esquina. No lo encontró.El suéter regresó a su lugar después de unos días. 3 hizo un esfuerzo por

ver a sus amigos y de pronto, ¡sorpresa, un nuevo 3! Alguien había toma-do su lugar y todos los botones se veían contentos.Nunca encontraron a 3, el original. Y en ese rincón, quedó el inútil botón aquel.

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Una mala influenciaCésar García Ibarra

Llegamos pasado las tres a la casa. Empezamos a bailar sin música, pero José Cuervo se me resbaló de las manos. Parece que quiere que nademos, entonces me quito los zapatos. La alberca es ahora de sangre y José Cuer-vo rompió más que las reglas.

Pareja idealDaniela Rodríguez

Después de largos años de paciencia y una cansada búsqueda, Sarah dio por fin con ese hombre único al que una mujer jamás debe dejar pasar.Él tenía los colmillos largos y agudos: ella tenía la carne blanda y suave: estaban hechos el uno para el otro.

PulsoEnrique Guerrero

Con un corazón roto y sangre en los zapatos, el cirujano se dio cuenta de que no podía hacer nada por su amada.

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¿Qué es la felicidad?Mónica Regina

Hace mucho tiempo un oso se hizo una pregunta: ¿Qué es la felicidad? Mientras pensaba en la respuesta cazaba peces; cuando estuvo satisfecho sintió algo en su estómago. Pensó que esa era la felicidad, pero el sen-timiento fue tan efímero que lo descartó y siguió caminando. Pasaba por un sendero y vio a los ciervos saltar, no parecían tener preocupa-ciones: sólo saltaban como Dios se lo permitía. ¿Acaso eso es la felicidad?, se preguntó. Trató de ver si tenía algo de divertido saltar, pero cuando lo hizo se dio cuenta de que no lo hacía tan alto como ellos. Así que siguió su camino.Al pasar por unos árboles altos vio a los changos columpiándose en sus ramas, hacían sonidos ex-traños, el oso creía que eran risas.¿Acaso eso es la felicidad?, se volvió a preguntar.Trató de trepar, cuando llegó a la primera rama se sentó; al principio sintió emoción, pero al poco tiempo se aburrió y se bajó.Casi llegando a su cueva se encontró con una jauría de lobos; trató de ver qué era lo que estaban haciendo y nunca se dio cuenta de que un lobo es-taba acechándolo desde los arbustos.Los lobos fácilmente encontraron la felicidad.

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Febrero 2016Ciudad de México