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  • 117 DAS

    Ruth First

    Prlogo de Albie Sachs

    Eplogo de Tom Lodge

    Traduccin de Silvia Arana

  • Mural de Ben Slow en Nomzamo Park, Soweto

    http://www.flickr.com/photos/43066879@N06/8048309907/

    (CC BY-SA 2.0)

  • Ttulo original: 117 Days

    Edicin en ingls: Monthly Review Press, Nueva York, 1989.

    De la edicin en castellano

    www.dyskolo.cc

    1 Edicin, Abril 2015

    Traducido del ingls por Silvia Arana

    Prlogo de Albie Sachs

    Eplogo de Tom Lodge

    Imagen de portada: Durham University (http://community.dur.ac.uk/ruthfirst.trust/ruthfirst2.jpg)

    Dyskolo quiere agradecer a Gillian, Shawn y Robyn Slovo lacolaboracin desinteresada, sin la cual este libro no habrasido posible.

    Esta obra est bajo una licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0

  • ndice

    Prlogo a la edicin en espaol: Silvia Arana

    Prlogo: Albie Sachs

    117 DAS: Ruth First

    1. La celda

    2. La vida en una estacin de polica

    3. Aislamiento en el vaco

    4. Bajo presin

    5. "Este no es un lugar para usted"

    Eplogo: Tom Lodge

  • Prlogo a la edicin en espaol

    Silvia Arana

    Hace diez aos, mientras lea 117 Days de Ruth First,tuve la certeza de que algn da lo traducira. Enprincipio, porque el relato de sus vivencias como presapoltica del rgimen del apartheid de Sudfrica le dabavoz a mis memorias como presa poltica de la dictaduracvico-militar argentina. Al recorrer el camino de Ruth,rememoraba mi propia experiencia: el efecto erosivo dela incertidumbre de no saber si estara presa por unao, diez o para siempre; la determinacin -conaltibajos pero irrevocable- de resistir al plan dedestruccin que era la crcel; y el esfuerzo paraconectarse con la lucha popular librada fuera de losmuros carcelarios. Ruth First logra plasmar el espritude lucha que se cultiva en la resistencia cotidiana en lacrcel; no solo contra los interrogadores y torturadoressino tambin contra los carceleros. "No le iba a dar anadie la ilusin de que yo aceptaba mi arresto conresignacin", afirma Ruth. Estos puntos representanejes esenciales en torno a los cuales gira lacotidianeidad de un preso poltico en cualquier partedel mundo.

    Al salir en libertad, Ruth First continu militando en elexilio en la campaa de denuncia internacional del

  • apartheid y como investigadora de las realidadesafricanas y propuestas de alternativas socio-econmicas y polticas. Muri asesinada en 1982. Era ladirectora investigativa del Centro de EstudiosAfricanos, donde brindaba un aporte acadmicovaliossimo de formacin de cuadros y apoyo crtico algobierno progresista de Mozambique, cuando abriuna carta-bomba que le explot en las manos. Losoficiales de la polica sudafricana Craig Williamson yRoger Raven, -quienes confesaron haber preparado yenviado la carta-bomba- fueron amnistiados por laComisin de la Verdad y la Reconciliacin el 31 de mayode 2000. Una ola de indignacin se levant desde lasbarriadas de Sudfrica hacia el resto del mundo.

    Como traductora y como expresa poltica, este es mihumilde y sentido homenaje a Ruth First. Me anima laesperanza de que quizs la prxima vez que leamos unanoticia sobre la larga lucha inconclusa para hacerrealidad los postulados por la libertad de Sudfrica(Freedom Chart) -nacionalizacin de los recursosnaturales, socializacin del agro, industrializacin,eliminacin de toda forma de discriminacin socio-econmica y racial- tengamos presente el legado deRuth First, que jams hizo concesiones al rgimenopresor y racista, ni a las deficiencias dentro de supropio movimiento.

    En Amrica del Sur, el periodista, escritor yrevolucionario Rodolfo Walsh personific ese mismo

  • compromiso irrevocable, como lo expresa en su CartaAbierta a la Junta Militar de Argentina: "...con la certezade ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumhace mucho tiempo de dar testimonio en momentosdifciles". Tambin Ruth First saba que era y seraperseguida, y fue fiel al compromiso de dar testimonioy luchar por la liberacin del pueblo africano hasta elltimo da de su vida.

    Mi agradecimiento a Gillian, Shawn y Robyn Slovo, lashijas de Ruth First, quienes generosamente meautorizaron para hacer la traduccin al espaol de lasmemorias carcelarias de su madre.

  • Prlogo

    Albie Sachs

    Quizs sea una caracterstica de nuestra generacin elquerer ser personas normales y comunes, y al mismotiempo extraordinarias. Ruth fue, por sobre todo, unapersona extraordinaria, no por su estilo ocomportamiento, sino por su vida. Ruth era muyorganizada y prolija; se vesta prestando atencin a losdetalles, priorizaba las relaciones interpersonales,incluso cuando su franqueza la hiciera parecer pocodiplomtica, que lo era, e insensible, que no lo era.Ciertamente, ella habra rechazado la idea de que suvida fuera interesante por haber muerto asesinada, oque su condicin de vctima del terrorismo racial laconviertiera en mito y herona.

    Por su vida, Ruth es para nosotros, una especie deherona, y nos sentimos orgullosos de pertenecer a unmovimiento con personalidades como ella. Siempre nospreguntbamos cul sera su opinin sobre una u otracosa, cuando surga una nueva iniciativa poltica, unnuevo film o una novela, una pintura e incluso unvestido o un blazer. Ella viva activamente, en la lneafrontal de las ideas y la accin, consciente y aceptandolos riesgos que esta vida conlleva. Una vez describi elplacer que le haba causado una conversacin con el

  • lder del Congreso Nacional Africano, Oliver Tambo,cuya mente se expanda, genuinamente interesado yabierto a nuevas ideas, concluy Ruth. Esta descripcinpodra aplicarse a Ruth, con la diferencia de que O. R.,como lo llambamos, escuchaba con infinita paciencia ycortesa, mientras que Ruth, interrumpa a suinterlocutor, con la impaciencia de quien ya capt laidea y quiere comenzar a debatirla.

    Su rapidez mental era a menudo sorprendente, hastadesconcertante. Ella avanzaba aceleradamente, sinpercatarse de que uno se quedaba atrs, y luego,cuando descubra la brecha, se senta molesta por lalentitud. Sobriamente perceptiva de las personalidades,a menudo severamente objetiva y correcta porquemiraba a la gente de forma directa, lanzando susarpones analticos sin consideracin de estatus y sinhacer las millones de concesiones que siemprehacemos, porque l o ella era camarada de largotiempo, o estuvo en la crcel, o estaba casada conalguien a quien queramos. Ruth no era consciente desus caractersticas personales, mucho menos de subrillante inteligencia.

    La vida de Ruth, como la de toda personalidad, nopuede reducirse a un compendio de datos biogrficos.Sin embargo, hay ciertos temas predominantes, ciertascontradicciones fundamentales que marcan suitinerario y explican, al menos en parte, el constanteimpacto que su trayectoria tuvo en los dems.

  • Ruth era blanca en un movimiento mayoritariamentenegro. Hasta en un movimiento con la madurez delCongreso Nacional Africano, este es inevitablementeun factor controversial. El racismo puede ser unaconstruccin falsa, pero existe. Nos enorgullecemos depertenecer a una organizacin no racista dedicada a laconstruccin de una sociedad sin diferencias de raza,pero arrastramos una multitud de complejossubconscientes (y por lo tanto an ms perniciosos) deinferioridad o de superioridad. Hay tambin diferenciasculturales concretas, relacionadas principalmente conel lenguaje y las costumbres, la manera de hacer lascosas, la cocina, hasta la manera de dirigirse a laspersonas y hablar. Crecer como un crtico del apartheiden el afluente pero estril mundo de los opresores, enlos lujosos suburbios del norte de Johannesburgo, noes lo mismo que crecer en el espartano pero vivazuniverso del oprimido en Soweto. Cmo respondaRuth a esta contradiccin? Para ella no haba nadaproblemtico en ser parte de una lucha contra ladominacin nacional y de clase. La sociedad sudafricanaera abiertamente opresiva, y hasta dira grotesca, yRuth pensaba que todos tenan que hacer lo posiblepara reemplazarla con algo mejor. Nunca sinti elestigma o la necesidad de justificar el porqu de suparticipacin en la lucha; todo lo contrario, el estigmaperteneca a los que estaban afuera y tenan quejustificar por qu no se sumaban a la lucha. Ella no erauna persona blanca luchando por la poblacin negra,

  • sino una persona ejerciendo su derecho a luchar poruna sociedad justa, que en el contexto de Sudfricasignificaba la destruccin del sistema de dominacin delos blancos.

    Uno nunca senta que Ruth estuviera incmoda otensa por ser blanca en un movimientomayoritariamente negro. Superficialmente podrahaber sido la caricatura de una "blanquita": elocuente,impaciente, siempre defenda sus opiniones con unalgica irrefutable, se negaba a hacer concesiones ollegar a acuerdos o compromisos con posturasreaccionarias. Ruth se senta fsicamente incmodaparticipando en cantos o bailes en las reuniones, y nopoda conversar en una lengua africana. Esto, sinembargo, no la limitaba como analista, organizadora,educadora y escritora del movimiento. Todas lassecciones de la organizacin requeran de su ayuda;formaba parte de diferentes comits; y eraespecialmente querida por los alumnos de sus clases,donde surga su lado amable, solidario y paciente. Elhecho es que ella resolva las contradicciones racialesponiendo a disposicin del movimiento todas lascapacidades adquiridas gracias a su educacinprivilegiada, en lugar de asumir roles forzados. LaCamarada Ruth, o Mam Ruth, como le llamaban, fueuna personalidad muy querida por su valenta yhonestidad y porque nunca busc la popularidad ni fuepaternalista. Lgrimas sinceras fueron derramadas ensu funeral, sin importar el color de los rostros por

  • donde rodaban. Ruth fue una intelectual -surgida de laclase media- que luch por la emancipacin de lostrabajadores. En este contexto, ella tambin resolvi lacontradiccin no mediante la negacin de su educacinde clase media o de sus notables dotes intelectualessino alimentando y enriqueciendo la lucha con susaportes. Ruth no slo lea libros, sino que los disecaba(la frase le pertenece). Durante su estada en Europa, sesumergi en la cultura poltica, literaria ycinematogrfica de la poca. Se senta absorta por laabsorcin de Ralph Miliband con el Estado, seducidapor la fascinacin de Pier Paolo Pasolini con el corajedel lumpen que desafa las leyes. En cualquier medio,ella se sumerga en la realidad y la enfrentaba coningenio y desde una postura de vanguardia. En esesentido de la palabra, fue una destacadainternacionalista, incorporando a nuestro movimientolos grandes y los pequeos temas de otrosmovimientos y culturas, y transmitiendo a otrosmovimientos la esencia y la personalidad de nuestralucha. Repito, el nfasis nunca estuvo puesto en lossacrificios. El constante movimiento, los viajes, losriesgos de crcel y el asesinato eran parte de la vidaque haba elegido desde muy joven. Si el crecer en unmedio como ste represent un sacrificio de losderechos de sus hijas es el tema del film A World Apart(Un mundo aparte), con un excelente guin y unaejecucin impecable. Que su hija Shawn haya crecidocon la valenta y la inteligencia para hacerse la

  • pregunta, y escribir la historia es parte de la respuesta.Cuando la generacin de mis padres fue a la SegundaGuerra Mundial nadie los acus de sacrificar losderechos de sus hijos.

    Los logros de Ruth fueron excepcionales, desde todopunto de vista. Escribi numerosos libros sobre temasvariados: Namibia, el militarismo en frica, el coronelKadafi y la poltica petrolera, y una biografa de laescritora, feminista y socialista sudafricana OliveSchreiner. Ruth fue socialmente reverenciada; lasuniversidades clamaban por su presencia. Quizs lo msimportante de todo fue que era querida y admirada enel movimiento, y respetada en los crculos progresistasde todo el mundo. Hasta sus captores reconocieron suscualidades especiales. No obstante, haba una personainsatisfecha con Ruth, y era ella misma.

    En un emotivo y noble tributo escrito en la reedicininglesa de 117 Das, su esposo Joe Slovo incluy unacita de una carta de Ruth: "Mi introspeccin se hace msy ms fuerte a medida que practico mi pasatiempofavorito de disminuirme y disminuir mi carcterresaltando mis defectos... El problema es que tengo queprobarme a m misma que soy capaz de producir algo devalor". Para los que conocimos su creatividad ycapacidad productiva -iniciaba numerosos proyectos ydejaba muy pocos sin terminar-, para los que estbamosfamiliarizados con la amplia gama de actividades quellevaba a cabo con aplomo en diferentes pases a lo

  • largo de los aos, su nivel de autocrtica nos resultabasorprendente. Sin embargo, concuerda con su profundavulnerabilidad y sentido de insatisfaccin.

    Una parte de la explicacin, quizs la mayor parte,reside en el hecho de que hay una contradiccin quenunca logr superar: ser mujer en un mundo dominadopor hombres. Durante dcadas, la lucha sudafricanatuvo figuras femeninas destacadas. En su mayorafueron oradoras y organizadoras notables, a menudobrillantes; hubo algunas escritoras. Ruth fue inusual enel sentido en que se enfoc en la elaboracin de ideas,de igual a igual con los dirigentes hombres, como lodemostr en el puesto de directora de investigacin delCentro de Estudios Africanos en Mozambique. En esafuncin, llev el rol de cientfica-crtica-militante a unnivel superior. Bajo el liderazgo del director, AcquinoBraganza, y de Ruth, el Centro fue durante algunosaos quizs nico en el mundo porque en un contextorevolucionario apoy y -al mismo tiempo- critic algobierno. El apoyo se materializ entrenando a loscuadros gubernamentales en ciencias polticas ymtodos investigativos, y desarrollando trabajo deinvestigacin en reas clave para el gobierno. La crticase haca ofreciendo al gobierno informacin e ideasrelevantes en la formulacin y en la ejecucin depolticas, al margen de que estas recomendacionesfueran inconvenientes o estuvieran en conflicto con lalnea oficial. Ruth era muy apreciada en los crculosgubernamentales y ella aprovechaba todas las

  • oportunidades, incluyendo las situaciones informales,para expresar sus ideas. El Centro se convirti en unfoco de intensa actividad intelectual, de debate-considerado por algunos escandaloso- y en una basepara la investigacin altamente productiva y rigurosa.Los resultados obtenidos en pocos aos fueronnotables.

    Ruth fue una persona crtica en un movimiento querequera un alto grado de disciplina. En Sudfrica, yasea en los "das legales" o en la clandestinidad o en elexilio, Ruth siempre tuvo un pensamiento crtico ycreativo, cuestionando la ortodoxia y las ideaspreestablecidas. Esta fue, entre todas lascontradicciones que la motivaban, la primordial, la queprodujo su aporte ms notable y menos conocido. Sinhaber tenido acceso a informacin sobre los sucesos enel interior del movimiento, pero conociendo la relacinde Ruth con la clandestinidad en el perodo anterior yposterior a la captura de Nelson Mandela, y conociendoel respeto que la conduccin del movimiento senta porella, se puede decir que no hubo un solo documentopoltico importante de la resistencia en Sudfrica,durante las tres dcadas previas a su muerte, que no sehaya beneficiado de su riguroso escrutinio. Ruth notena siempre la razn pero constantemente ayud aotros a tenerla, obligndolos a explicar y defender suspuntos de vista. En la lucha del pueblo por la justicianada es sagrado, excepto la lucha misma. Ella odiaba elpensamiento cobarde y superficial, la repeticin de

  • eslganes y el anlisis esquemtico. Poda ser exigente,rigurosa, hasta injusta, pero siempre fue honesta,directa y abierta a nuevas ideas.

    La carta-bomba que acab con la vida de Ruth,destruy el dinamismo del Centro por varios aos. Anosotros nos priv de una gran militante y al mundo deuna intelectual de primer nivel. No tiene sentido tratarde imaginar cmo habra reaccionado un camaradacado ante el levantamiento popular en Sudfrica enaos posteriores a su muerte, o ante la enormeexpansin del movimiento que aisl al apartheid,incluyendo las sanciones impuestas por EE.UU., algoque desebamos pero no creamos que iba a suceder.No obstante, al escuchar la voz de Ruth en unagrabacin, o al mirarla representndose a s misma enel hermoso y potico film que hizo la BBC de su 117Das, o al verla representada por Barbara Hershey en Unmundo aparte, se percibe su presencia fuerte yvvidamente. El encuentro con su voz y sus escritosproduce en nosotros, los sentimentalistas y los nosentimentalistas, no slo un impacto y una rabiaintensos sino tambin un gran orgullo y una tremendasatisfaccin del tipo que ella nunca se permita sentirsobre sus diversos y perdurables logros. Al fin, no son nila polica de seguridad ni los militares, sino Ruth quienest presente.

  • 117 DAS

  • 1La celda

    Durante los primeros cincuenta y seis das de midetencin en solitario me transform de un serpredominantemente vertical, en otropredominantemente horizontal. Mi mundo se redujo auna cama de hierro negro, demasiado fra para sentarseen ella, por lo que prefera estar acostada, mientrascontaba las horas, los das y las semanas fingiendo queno lo haca. El colchn tena bultos, las colchas grises dela crcel eran pesadas como carpa y olan a papasenmohecidas. Aprend a ignorar el olor, y a evitar losbultos del colchn. Vista desde la puerta, la celda eracomo una catacumba, claustrofbica. Cemento fro. Conel foco de luz apagado, como un ojo amarillo en elcentro del techo, la celda hubiera sido totalmentenegra; el foco iluminaba la suciedad gris que cubra lasparedes, dos tercios de las cuales haban sido pintadasde negro, empezando desde abajo. El tercio restantehaba sido blanco alguna vez; ahora el polvo formabauna pelcula sucia sobre la superficie original. Laventana, en lo alto, por encima de un extremo de lacama, tena tres vallas: barrotes, ms barrotes yfinalmente una malla metlica, las tres recubiertas deuna capa negra y pegajosa de holln, era una cerradura,

  • no una abertura. A tres pasos de la puerta estaba lacama.

    Si el encierro en esa celda continuaba, temaconvertirme en uno de esos insectos incoloros que sedeslizan debajo de las piedras grises y planas, huyendodel sol, de la luz, de la hierba, de la gente. En la cama dehierro me senta como dentro de una caja de fsforos.Acostada en la cama estrecha, senta que debamantener los brazos rgidos a los costados: apretados,estirados, rectos. Y, sin embargo, la cama era mi lugarprivado, mi refugio; y podra ser mi vida secreta.Cuando estaba en la cama me senta en control de lacelda. No necesitaba vigilarla; poda ignorarla yconcentrarme en estar cmoda. Dormira tanto comoquisiera, sin miedo a las interrupciones. Pensara sindistracciones. Esperara a ver si pasaba algo, desde lacomodidad de mi cama.

    Pero no haba pasado ni siquiera una hora, cuando mevi forzada a hacer lo que hacen los presos en los libros:caminar a lo largo y ancho del calabozo. O tratar,porque no haba espacio suficiente. La cama ocupabaprcticamente todo el largo de la celda y en el espaciorestante entre la cama y la pared, sobresala unpequeo estante. No poda caminar en crculo y nopoda atravesarla. Para medir sus dos y medio por dosmetros, tuve que caminar a lo largo del espacio entre lacama y el estante y luego, con mi zapato en la mano,gatear debajo de la cama para medir el ancho de la

  • celda. Me pareci importante ser precisa. Alguien(quin?) podra preguntarme algn da sobre lasmedidas de mi celda. Una vez tomadas las medidas,regres a mi cama. Haba cuatro posiciones principales:de espaldas, boca abajo, de uno y otro lado, y luego lasvariaciones, con las piernas estiradas o flexionadas. Enuna larga noche, un cambio de posicin tena que sertan audaz como una caminata. Cuando tena las rodillasflexionadas quedaban al mismo nivel que unos rayonesmarcados con un alfiler en la pared: Estoy aqu porhaber matado a mi beb. Tengo 14 aos. La celadorame dijo que recordaban a la chica. De las autoras de losotros escritos no tenan una idea precisa: Magda ama aVincent para siempre apareca varias veces como unapersistente proclama de devocin. Otros transmitan elmismo sentimiento pero con palabras lascivas eilustraciones demasiado grficas, y mezcladas con lasobscenidades haba corazones y flechas de cupido. Lasmujeres presas por la emergencia de Sharpeville habandejado su marca en la pared: el eslogan MayibuyeiAfrika (Que vuelva frica), levemente visible. Eramejor no mirar los muros de cemento pero haba otrosrecordatorios de la crcel, incluso cuando cerraba losojos y me hunda en el calor de la cama. Las puertas dela estacin de polica eran de acero grueso y sinpicaporte del lado interior; cuando las cerraban hacanun ruido estrepitoso. La resonancia martillaba en micuello y mis hombros: en los nervios de la nuca senta eleco recorriendo el pasillo, las escaleras y el resto de los

  • dos pisos de la estacin de polica. Estas puertasruidosas pasaron a ser, ms que los barrotes o losmuros de cemento, el humillante recordatorio de lacrcel, como probablemente lo sea la camisa de fuerzapara el paciente de un psiquitrico en los momentos delucidez.

    Seis horas antes de llegar a la celda, haba estado en lasala principal de lectura de la biblioteca de launiversidad. El proyecto de esa semana consista en elproceso de seleccin de atlas en una biblioteca y en lamano tena una serie de notas manuscritas:

    pre-1961 los atlas son casi obsoletos para el usoprctico como un mapa de carretera de 1920 -evaluar frecuencia y minuciosidad de la revisin,examinar mapas especiales, por ej. distribucinde poblacin y recursos - prestar atencin adetalles y legibilidad - verificar coherencia en laescala de los mapas en diferentes reas - indexes- explicacin de trminos tcnicos y cartogrficos,etc. etc.

    El curso de bibliotecaria era un intento de entrenarmepara una nueva profesin. El nuevo conjunto deactividades prohibidas para m inclua escribir, compilarmateriales para ser publicados, entrar en la redaccinde un peridico. Quince aos de periodismo habanllegado a su fin. Haba trabajado en cinco mediosimpresos, y cada uno de ellos haba sido, a su turno,prohibido o retirado de circulacin por el Gobierno

  • Nacional. No quedaba ningn peridico en Sudfricaque quisiera o pudiera darme empleo sin serconsiderado cmplice en la contravencin de una ordenministerial. Pas de escribir artculos sobre ocupantesexpulsados de una granja, violaciones de condicioneslaborales y salarios en las minas de oro, o sobre huelgasy campaas polticas a aprender mtodos de referencia,catalogar y clasificar libros. Me pareca un cambiolamentable; los estantes de libros no podan substituirni a la gente ni al ritmo del trabajo periodstico.

    Dos hombres de aspecto formal se aproximaron.

    Somos policas.

    S, ya lo s.

    Venga con nosotros, por favor. El coronel Klindtquiere verla.

    Hay una orden de detencin?

    S.

    Qu ley?

    Noventa Das dijeron.

    En la biblioteca, a medida que colocaba los libros dereferencia sobre la mesa, logr sacar de mi cartera yponer debajo de una pila de notas el mensaje de D. queme haban entregado esa maana. En la notamencionaba un nuevo lugar de reunin, que era

  • "limpio" y desconocido. l se quedara all por unospocos das.

    Con los dos detectives flanquendome salimos delpredio de la universidad. Un estudiante indio mir a misescoltas y grit: "Todo est bien?" Asent; y l se dirigihacia un telfono pblico: an podra haber tiempopara alcanzar la edicin vespertina del peridico, y laLey de Noventa Das era "noticia".

    El allanamiento de nuestra casa dur algunas horas.Fue peor que los anteriores. Algunos haban sido puraformalidad, incidentes en la accin policial contra"agitadores". Al finalizar el allanamiento de 1956, quefue atemorizante y minucioso, tenamos al menosperspectivas de un juicio, aunque el cargo fueratraicin. Mientras nos alejbamos, trat de quitarme dela cabeza los rostros de mis hijas. Shawn haba huido aljardn para que no la viera llorar. Apretujada en elasiento delantero entre los dos detectives robustos, ycon los otros tres con cuerpos de jugadores de rugby enel asiento trasero, estaba resuelta a no mostrar miaprensin ante la perspectiva de quedar confinada eincomunicada, pero me reprochaba mi falta de cuidado.En casa, debajo de una pila de New Statesman (Nuevoestadista) haba una copia de Fighting Talk (Voz de lalucha), que haba pasado desapercibida en la ltimalimpieza de publicaciones prohibidas. La posesin deFighting Talk, que yo haba editado durante nueve aos,era penalizada con un mnimo de un ao de crcel. En lo

  • inmediato tendra que enfrentar confinamientoindefinido durante los interrogatorios. Me dejaranincomunicada durante el interrogatorio policial, y sabaque incluso si resista y no lograban culparme, yo mehaba condenado a m misma por no limpiar mi casa deliteratura ilegal: arrastr un pesado sentimiento deculpa desde entonces.

    Los cinco policas se hacan bromas pesadas enafrikans camino a la estacin de polica MarshallSquare. Slo una vez se dirigieron a m: "Sabemosmucho", dijo uno. "Sabemos todo. Ud. tiene la culpa delo que le pasa. Nosotros sabemos...".

    Cerca de las seis de la tarde llegamos a la estacin depolica. El ms grandote de mis custodios, que llevabami maleta, se dirigi a la puerta que deca "Sloeuropeos". Antes de entrar a la oficina de ingreso, alzla vista diciendo: "Adis cielo azul", y se ri de su propiabroma.

    Noventa das le aclar el agente al polica queestaba en la oficina. Y este le dijo luego a la celadora:

    Skud haar (Dle una buena sacudida).

    Fuimos a la oficina de la celadora y regresamos alingreso, los tres miraron despectivamente mi maleta:"Esto no est permitido, ni esto, ni esto". Y la ropa seapilaba sobre el mostrador formando un bulto de loprohibido. Me permitieron llevar un juego de sbanas,una almohada pequea, un piyama y una bata. "Sin el

  • cinto!", grit el guardia mirando la bata, y arranc elcinto de las presillas. "No bolsas de plstico", y sacudisobre el mostrador el algodn como si fuera lasentraas de un gigante caracol higinico. El lpiz, no. Elcollar, no. La tijera de uas, no. El libro, no. La Cartuja deParma fue a parar, con la marihuana y las botellas debrandy de contrabando, a la bodega de la polica.

    Yo haba estado en las celdas para mujeres deMarshall Square anteriormente, en el inicio del Juiciopor Traicin de 1956, pero el plano de la estacintodava me resultaba confuso. Los corredores y patiospor los que pasbamos estaban desiertos. El tenebrosopasaje conduca a la an ms tenebrosa celda. La puertade la celda se cerr estrepitosamente, y luego dospuertas ms. Adentro solo estaba la cama.

    Qu saban Ellos? Haba hablado alguien? Laspreguntas me daran alguna pista? Qu podra hacerdurante los interrogatorios para averiguar lo que yoquera saber, sin dejar la impresin de que estabaabsolutamente decidida a no darles ningn dato? Si yome mostrara desafiante y me negara a hablar con ellosen la primera sesin, no lograra vislumbrar ningunapista sobre el objetivo de la investigacin.

    Debera hallar una manera de no responder a suspreguntas pero sin decir explcitamente: "No les dirnada".

  • Tranquila pero sin dormir, estuve acostada en la cama varias horas. Mova la espalda y las piernas para esquivar los bultos del colchn y trataba de planificar laprimera sesin de interrogatorios. Basndome en esta primera sesin, sera capaz de dilucidar si saban que yo haba estado en Rivonia? [Un mes antes de mi detencin, en julio de 1963, los agentes del Servicio de Seguridad arrestaron a Nelson Mandela y otros lderes polticos durante el allanamiento de una casa de Rivonia, un suburbio de Johannesburgo. En la casa funcionaba clandestinamente la direccin del Congreso Nacional Africano, que lideraba la lucha por la libertad. En el llamado Juicio de Rivonia, Mandela y sus asociados fueron sentenciados a cadena perpetua por dirigir el sabotaje y organizar la lucha armada contra el gobierno de Sudfrica] Me haban detenido por la sospecha de que yo deba saber algo teniendo en cuenta mi prolongado activismo en el movimiento del Congreso, en publicaciones progresistas, y mi conexin con Mandela y Sisulu, Kathrada y Govan Mbeki, quienes fueron arrestados en Rivonia? O la razn de mi detencin sera la furia del Servicio de Seguridad porque Joe haba dejado el pas, por casualidad, un mesantes de la fatal redada de Rivonia? Querran que yo les diera informacin de por qu Joe se haba ido o dnde estaba? Me haban seguido a una reunin ilegal?Haba encontrado la polica algn documento escrito con mi mquina de escribir, junto a otros materiales reveladores?

  • O los agentes del Servicio de Seguridad me habandetenido no para interrogarme sino porque susinvestigaciones los condujeron hacia m y mientraspreparaban la causa queran tenerme bajo custodiapara evitar que me fugara? Decid que en la primerasesin de los interrogatorios insistira en no decir nadahasta saber qu cargos haba en mi contra. Si mepreguntaran si estaba dispuesta a responder alinterrogatorio, les respondera que no podra decirlohasta me explicaran cul era la causa en la que estabainvolucrada. La Ley de Noventa Das se prestaba amuchas interpretaciones por parte de la polica. Podaser usada para obtener por la fuerza confesiones de unpreso e incluso, si las confesiones no tenan valor en unjuzgado como estableca la ley en ese momento, podraservir para confirmar las sospechas del Servicio deSeguridad y proceder con los cargos. Yo no tena unaidea clara de la Ley, slo las nociones bsicas adquiridascomo esposa de un abogado y por mi propiaexperiencia como activista y periodista. Saba que laspersonas arrestadas tenan derecho a recibir ayudalegal al ser interrogadas. Si me negaran el acceso aayuda legal, debera esgrimir el derecho de ayudarme am misma. Por lo tanto, no podra responder a ningunapregunta si la polica estuviera reuniendo evidencias enmi contra. Si ese fuera el caso, yo no podra responder asus preguntas. Cmo podra tomar una decisin antesde conocer las preguntas? Si ellos me dijeran culeseran, yo podra decidir. Me daba cuenta de que era un

  • juego del gato y el ratn que podra mantenerse por unperodo limitado, pero vala la pena jugarlo hastaaveriguar cmo se desarrollaran los interrogatorios y sihabra alguna posibilidad de deducir cunto saba lapolica. Si ellos se cansaban del juego o si lo adivinaran-lo que no era muy difcil- yo de cualquier manera nohabra perdido nada. El tiempo estaba de su lado. Siellos mostraran sus cartas y revelaran intencionalmenteo no, qu saban de mis actividades, yo no les habradado informacin y no admitira nada. Si se abriera uncaso judicial en un plazo corto, me gustara contar conla ayuda de un abogado para evaluar la evidencia en micontra. Haba alguna posibilidad de que ellos dejaranescapar algn dato, e incluso la posibilidad -aunqueesta pareca remota la primera noche en la celda- queyo pudiera pasar ese dato afuera, para alertar a los queestaban libres.

    Mientras me quedaba dormida, volvi el recuerdo dela copia prolijamente doblada pero ilegal de FightingTalk. En el mejor de los casos saldra libre por falta depruebas en mi contra... y habra resistido la presin deresponder a las preguntas... pero tendra que enfrentarel caso judicial e ir presa por tener una revista detrsdel estante inferior de una biblioteca. Qu descuido!No dejara una buena impresin en un boletninformativo.

    *

  • Me dorma y me despertaba con el ruido del trajn enla estacin de polica. Mi celda estaba aislada y sinembargo suspendida en una cacofona. En medio delclamor, no poda ver nada. Los aceleradores corran, losextenuados caos rugan, las puertas de los autosresonaban, se escuchaban entrecortados gritos demando. Los nicos en silencio ramos los prisioneros,en sumisin forzada. Era viernes por la noche, la nochede redadas policiales. Las camionetas kwela-kwelas[trmino africano para camioneta, kwela significa"brinca, salta", y esa era la orden que la polica legritaba a los africanos arrestados], los policasuniformados y detectives de civil recorranestablecimientos y hostales, patios y bares ilegales paralimpiar la ciudad de "delitos". Luego, las puertas deMarshall Square se abran para recibir a los capturadosen los procedimientos policiales.

    *

    De pronto, sent un ruido desde el otro lado de lacama. Se abrieron las puertas que conducan a otraspuertas, y luego, a slo un pie de distancia, tena unavecina, al frente del pasillo, un ser al que no poda ver,que juraba como un cuervo con delirium tremens.

  • "Agua, agua. Ek wil water kry. Por el amor de Dios,denme agua".

    Arcadas violentas, ms quejidos por "agua, agua". Yome contagi la sed alcohlica y ansiaba un sorbo deagua.

    Dos veces ms me despert abruptamente con elrechinar de las puertas, y vi a la celadora parada alfrente de mi celda. Estaba haciendo una inspeccin derutina, el conteo de los presos.

    Nunca duerme? me pregunt.

    De pronto, la puerta se abri estrepitosamente, y unanueva celadora mir hacia dentro. Dej un plato dehojalata con un huevo pasado por agua, dos pedazos depan y un jarro de caf. Minutos ms tarde, un grupocaminaba por el pasillo. La celadora me sac de la celda,pasamos frente a otra celda de aislamiento, luego poruna celda grande, tipo pabelln, dividida por una mediapared, de un lado la parte del dormitorio y del otro unlavabo de agua fra y un inodoro sin asiento. Me lavcon el agua fra y medio balde de agua caliente, mepuse el piyama y la bata. La celadora me llev deregreso a mi pequea celda, y me acost nuevamente.Haba comenzado mi primer da en la estacin depolica.

    Senta que me faltaba lo bsico, estaba a punto dellorar. No tena ropa. No tena mi remedio para unadeficiencia de tiroides. Me haban confiscado mi maleta

  • roja, cuidadosamente empacada con la experienciaacumulada por tantos de nosotros que haban sidoarrestados anteriormente. Era lo nico, aparte de mipersona, que perteneca a mi hogar, y en esa maletaestaba el confort que poda ayudarme a disminuir launiformidad y la miseria de la estacin de polica. Mesent en la cama cruzando las piernas, acurrucada paradarme calor, sintiendo compasin por m misma.

    La puerta se abri ruidosamente y un hombre corvocomo un gnomo se present como el comandante de laestacin. Me pregunt: Alguna queja?

    Esa era la frmula de las inspecciones diarias. Yorespond a la pregunta diciendo que objetaba el hechode estar detenida sin ningn cargo e incomunicada. Elcomandante dej claro con su silencio que me estabaquejando ante la persona inapropiada. Decid que lalista de quejas era vlida para dejar constancia. Nopermitira que ningn oficial penitenciario ni policialtuviera la impresin de que yo aceptaba mi detencin.Al final de mi lista de quejas, dije con tono lastimero:...No tengo ninguna de mis cosas... quiero mi maleta,mi ropa, mi medicina.

    Dnde est la maleta? le pregunt elcomandante a la celadora, quin a su vez, le repiti lapregunta al guardin.

    Trigala. Con todo adentro. Que no falte nada orden el comandante.

  • El guardin fue a buscarla rpidamente. La maleta rojaapareci en la entrada de la celda, con una cintaadhesiva rosa a su alrededor. El comandante meti lamano en la maleta y la retir rpidamente al tocar laropa interior.

    Djenle la maleta! dijo.

    La celadora, espiando sobre el encorvado hombroizquierdo del comandante dijo con voz chillona:

    Ella no puede tener botellas... las botellas... No sepuede tener botellas en las celdas.

    El comandante impuso su autoridad. Le dijo que unasola persona tomaba las decisiones, y esa persona eral.

    La celadora quit la cinta adhesiva rosa y dej lamaleta en la celda. En ella haba una pinza de cejas, unespejo de mano, aguja e hilo, mi reloj de pulsera, todosartculos prohibidos en la crcel. Haba adems botellasde vidrio, las que haban provocado los nervios de laceladora, pues haba una regla estricta que prohiba elvidrio en las celdas. Luego me enterara del porqu.

    A lo largo de mi estada en Marshall Square, la maletafue la diferencia entre las prisioneras de paso y yo. Yotena recursos, reservas. A ellas les quitaban los lpicesde labio, los peines, y solo se los devolvan cuando ibanal juzgado. Ellas eran llevadas a la crcel con lo quetenan puesto en el momento de ser arrestadas, y luego

  • tenan que rogar para que les permitieran telefonear aun familiar pidiendo ropa limpia. Yo tena mi maleta,tena recursos. Estara en la celda por un largo tiempo.

    El primer da me dej una extraa sensacin deconfort. Haba ganado mi batalla por la maleta, y habadecidido cul sera mi postura frente a los agentes delServicio de Seguridad. La soledad y la inactividad seranun indescriptible y prolongado aburrimiento perotodava era muy pronto para preocuparse de ello y,mientras fuera posible, tratara de aprovechar eltiempo libre para pensar. Sin interrupciones, sindistracciones, sin las exigencias de la vida diaria y deltrabajo. La celadora de la tarde se mostr sorprendidaal verme tan tranquila.

    Est durmiendo muy bien. Despus, el tiempoempezar a pesar me advirti.

    Trat de traducir los ruidos en un plano de la estacinde polica. Haba tres conjuntos diferenciados desonidos antes de que la celadora apareciera en lapuerta de mi celda: una puerta que pareca conducir dela parte principal de la estacin a las celdas de mujeres;luego, a unos ocho pasos de ella, haba otra puertaentre el patio y las celdas de mujeres; y despus estabala puerta de mi celda. Cuando escuchaba el primerruido de llaves, saba que podra haber otros dos ms, yen el lapso de unos catorce pasos, estar a la vista de la

  • polica. A menos que estuviera profundamentedormida, no me sorprenderan. No importaba cuansigilosamente la celadora tratara de abrir la puerta, eraimposible no orla. Las llaves eran demasiado grandes;los candados, demasiado rgidos; el acero, demasiadobullicioso. Cuando vi la llave ms grande, la que abra laprimera puerta, me qued azorada. Meda unos oncecentmetros, pero cuando la escuchaba resonar en lacerradura creca en mi imaginacin hasta alcanzar eltamao de un atizador.

    El foco estaba prendido todo el tiempo, da y noche.Me daba cuenta de que era de noche por el cambio deceladora. Al igual que la noche anterior, practiqu laconfrontacin imaginaria con el Servicio de Seguridad.Me senta ms cmoda en el papel que iba a asumir enlos interrogatorios, y me iba convirtiendo en unaexperta de la ambigedad y las respuestas evasivas alas preguntas que les haba inventado a misinterrogadores.

    Trat de sacarme de la cabeza una mezcla de ideas ypensamientos sobre diferentes personas, con elpropsito deliberado de pensar despaciosamente, unacosa por vez, y guardar tanto como pudiera para losfuturos das y noches. Pospuse planear cmo tratara depasar el tiempo. Ese sera un tema para el futuro. Vivauna emergencia y haba que hacer un racionamiento.

    Me dispuse a dormir. Hubo incursiones nocturnas,sent el ruidoso ingreso de dos borrachos. Justo encima

  • de mi cabeza, como si alguien hubiera medido elespacio donde reposaba mi cabeza, cay una botella yse rompi con estrpito en el piso de cemento.

    El da siguiente era domingo, y fue un pandemnium.La puerta de la celda se abri abruptamente y laceladora, el guardin y otro polica miraron haciadentro, sin creer lo que vean, me pareci. Hubo ungritero desde el centro de la estacin, interminablesportazos en el piso de arriba. El comandante de laestacin hizo abrir la puerta media hora antes de lainspeccin habitual. Me hizo la pregunta de rigor:

    Alguna queja? y se fue de inmediato, sin darmetiempo a preguntarle: Cundo podr hacer ejercicio?

    La celadora estaba muda, nerviosa. Un estado febrilpareca aquejar al personal de polica, y la altatemperatura flua hacia los prisioneros encerrados enlas celdas.

    Esa noche en lugar de dos inspecciones hubo cuatro.Al tratar de reconstruir los ruidos de esa noche, me dcuenta de que debi haber habido un ingreso en lasceldas de mujeres, y que haba alguien en la celda delfrente. La celadora de la maana tena dos tazas decaf en la mano.

    Me sorprendi una voz alta que en tono fastidiosodeca:

  • Voy a tener la menstruacin, celadora, necesitotoallas higinicas.

    Grit: Anne-Marie, Anne-Marie... ests ah!Celadora, yo tengo toallas higinicas.

    La puerta de mi celda se abri lo suficiente como paraque yo pudiera pasar las toallas higinicas y verfugazmente a Anne-Marie Wolpe, la esposa de nuestrobuen amigo Harold, que se vea demacrada y agobiadasobre la cama.

    La detencin de Anne-Marie indicaba que Haroldhaba escapado de la crcel. La fuga haba sido exitosa.Treinta y seis horas antes de mi llegada a MarshallSquare, se estaba planeando un escape de la crcel...

    *

    Acostado boca abajo en el suelo de las celdas del pisoalto, Chiba, un detenido por Noventa Das, percibi unasformas difusas a travs de las ranuras de la puerta.

    Quin tiene pelo rojizo? le pregunt a ArthurGoldreich, quien se haca pasar por un artistaextravagante y dueo de una casa de campo en Rivonia,con el fin de dar cobertura al trabajo poltico secreto quese haca en el rea circundante.

  • Del otro lado de la puerta, entre dos policas estabaHarold Wolpe, con pelo y barba teidos de rojo. Habasido capturado en la frontera de Bechuanalandia, dondefracas su plan de escape. Detenido en Marshall Square,tena un miedo pesadillesco por las huellas digitales, lasmquinas de escribir y los papeles manuscritos quehaban cado en manos de la polica.

    Qu planes de escape hay? le pregunt a Arthur laprimera vez que pudieron hablar.

    Ellos dos y los activistas indios del Congreso de laJuventud, Jassat y Mosie Moolla, que estaban en la celdavecina, aprovechaban las salidas al bao para colgarse delos barrotes de una ventana alta y contar los ladrillos; asestimaron la distancia del techo al muro, a la espesamalla sobre el patio de la crcel de mujeres, y hacia fuerade la crcel. Consiguieron de contrabando cuchillas desierras de metal. Aserraban los barrotes mientrassilbaban a todo volumen y daban jalones a la cadena delinodoro para tapar el ruido. Al cabo de tres minutos, lascuchillas se gastaban por el acero templado de losbarrotes. Se las ingeniaron para conseguir ms y mscuchillas de todos los tamaos y formas, y siguieronaserrando, pero los barrotes no cedan. Finalmente, lasimpata que el guardia senta por el joven Mosie fue elfactor determinante. Mosie le pidi que les ayudara aescapar y el guardia acept con la condicin de que no senotara que l haba colaborado.

  • Cuatro hombres no pueden controlarme, soy tanfuerte como un len dijo el guardia. Se decidi quefuera Arthur quien lo golpeara, y este empez a practicara dar golpes con una barra de hierro. Durante todo el dade la huida, Arthur senta el estmago gelatinoso,mientras practicaba los golpes contra la almohada,temeroso de matar al guardia.

    Esa noche, los cuatro dejaron en las camas bultoshechos con frazadas enrolladas, se pusieron los abrigos yesperaron de pie.

    Pero en el piso de abajo se haca el ingreso de cuatroconductores borrachos, y la Operacin Escape tuvo queesperar hasta que los nuevos inquilinos pasaran elexamen mdico y obtuvieran los recibos por suspertenencias.

    Finalmente, el joven guardia apareci con las llaves.

    Salgan ahora! dijo, y no permiti que Arthur logolpeara en la cabeza. Haba decidido golpearse l mismocontra la pared. Arthur, con la prisa, rompi una botellade limonada. Los cuatro salieron en puntas de pie. En laesquina de Main y Sauer, tres luces se prendieron y seapagaron como seal. Echaron las cuchillas de sierra enun bote de basura en el patio repleto de Volkswagenvacos. Se separaron en dos grupos. Mosie y Jassat sedirigieron hacia el rea residencial india de Fordburg;Arthur y Harold recorrieron la cuadra buscandodesesperadamente el auto. Dos vagabundos blancos

  • trataron de empezar una pelea. Arthur se sentamiserable en la oscuridad hasta que finalmente lleg elauto.

    Los peridicos reportaron: "Escaparon 4 presos de 90Das". "Esposas detenidas para interrogacin". "Intensooperativo de bsqueda. Se fug Goldreich, el preso msimportante del Servicio de Seguridad. Patrullas policialeslo buscan por todo el pas".

    "La polica recibe numerosas llamadas con datos sobrelos fugados". "Se cierra el cerco". "1.000 rands es el preciopor cabeza de cada fugado. Se busca a los cuatroescapados en hogares indios de los distritos rurales deTransvaal y en casas y clubes de Johannesburgo". "Hanvisto a cuatro hombres, dos europeos y dos indios,caminando juntos?", preguntaban detectives de civil. Enel apogeo de la bsqueda, se transmitan descripcionesde los cuatro por radio cada veinte minutos. Se invitaba alos blancos a unirse a la cacera.

    Durante once das, Arthur y Harold permanecieron entotal oscuridad en una casa abandonada, comiendotocino crudo porque si lo cocinaban el ruido podradelatarlos; sin poder usar un calefactor por miedo de quealguien viera los destellos. El crujido del piso de maderasonaba en sus odos como disparos de revlver. Hacia lascinco de la tarde, el crepsculo y la depresin caan almismo tiempo. "Era como estar en la celda nuevamente",explic Harold.

  • Antes de tomar una decisin, la tensin alcanzaba unpunto crtico pero una vez que haban decidido qu hacer,con el movimiento y la accin, llegaba una sensacin dealivio. Iban de escondite en escondite. DesdeJohannesburgo cruzaron la frontera a Suazilandia.Durante seis horas estuvieron acostados, tapados conuna lona. Finalmente pudieron estirar las piernas,moverse, pararse, hablar y gritar a los cuatro vientos.

    "Goldreich y Wolpe escapan a Francistown", anunci elperidico del 28 de agosto. El ministro Vorster dijo: "Erandos peces gordos". Haban logrado llegar a Suazilandiavestidos de sacerdotes.

    En Francistown, Bechuanalandia, una madrugada a las4:15, un golpe en la ventana despert a Goldreich:"Venimos a avisarle que pusieron una bomba en suavin". El segundo avin contratado lleg a Elizabethvillediez minutos antes de que se acabe el combustible...Mientras tanto, en los clubes nocturnos, blancos y negrosse mueven al son de la msica.

    *

    En Marshall Square apareci un nuevo prisionero en elpatio de ejercicio de los hombres: un polica conhoyuelos, despojado de su uniforme.

  • Pocas horas despus de la fuga, antes de que pudieracobrar su recompensa, Johannes Arnoldus Greeff,quien recientemente haba terminado suentrenamiento con la polica de Pretoria, se quebr yconfes.

    El da que cumpli diecinueve aos, el pedido desalida bajo fianza fue rechazado, y el joven polica volvia su celda.

    *

    El Dr. Percy Yutar, de manera obvia para todos los queestuvieron en contacto con l durante esos meses,ambicionaba el trabajo de fiscal del Estado en el Juicio deRivonia. Rodeado de sus admiradores en el crculo deSeguridad, trabajaba en el edificio llamado The Grays, enla oficina central del Servicio de Seguridad deJohannesburgo, leyendo los documentos capturados enlas redadas policiales y analizando los registros obtenidosen los interrogatorios de los presos bajo la Ley deNoventa Das. El Juicio de Rivonia se iniciara en algunosmeses; por lo tanto el juicio a Johannes Arnoldus Greefpodra servir para preparar el terreno.

    En el juicio a Greef se presentaron dos cargos en sucontra: "soborno y complicidad en la fuga de cuatropresos". Sus motivos eran simples. Estaba pasando una

  • mala situacin. Necesitaba zapatos nuevos, dinero parapagar la reparacin de su auto y otras necesidades. En lamitad del juicio, cambi su declaracin y se pronunciculpable. El personal de Marshall Square fue llamado aljuzgado para presentar pruebas. Despus de declarar, unpolica baj del estrado, mir a Greef -quien habasonredo nerviosamente durante todo el procedimiento- yle gui el ojo. Los reportes de la prensa hicieron notarque cuando se suspendan las sesiones del juicio, variospolicas se acercaban a conversar con Greef, y le dabannimo con el pulgar hacia arriba. Pero en su casa enRustenburg, su madre guard bajo llave las fotos del hijoy dijo que ste haba trado desgracia y deshonor a lafamilia.

    El Dr. Yutar dijo que era mucho ms serio que eso. Queeste joven polica haba "cado en las diablicasmanipulaciones de traidores que conspiraban para haceren el pas una violenta e infernal revolucin, planeadamilitarmente".

    El Estado estableci un caso dursimo contra losdetenidos en la redada de Rivonia y otros implicados quefueron arrestados posteriormente. Estas personas iban aser enjuiciadas en su momento, en el momento apropiadopara el Servicio de Seguridad. Mientras tanto, Greef fuesentenciado a seis aos de crcel.

  • 2La vida en una estacin de polica

    Sacaron a Anne-Marie de la celda. Apresuradamente.

    El magistrado est esperando! le grit laceladora, con el sargento al lado. Cuando trajeron elalmuerzo, la celda segua vaca. Luego, reapareciAnne-Marie pero slo para recoger su ropa, y se lavolvieron a llevar. Fue la ltima vez que la vi.

    Tres hombres de civil entraron en mi celda. Tocaronlas paredes de arriba abajo, examinaron las ventanascuidadosamente y se fueron. Abrieron y cerraron lasceldas todo el da, y gran parte de la noche y delsiguiente da.

    Toda la semana la estacin de polica estuvo en unfrentico desorden. Caeran cabezas pero, de quin?de presos o de policas? Marshall Square, la principalestacin de polica del pas, haba cado en desgracia.Las autoridades tenan un problema. El Servicio deSeguridad diriga una cacera. El pas se haba sumado aljuego; todos se sentan atrados por una fuga y por unescndalo oficial; y la combinacin de ambos erairresistible, para los de afuera.

  • Pero en Marshall Square haba una atmsferaamenazante de revancha y represalias. Era inminenteuna accin oficial, pero no decan nada. La estacinmeditaba lgubremente y esperaba, al igual quenosotros, los prisioneros.

    Las puertas de las celdas se seguan abriendo ycerrando. Los jefes del Comando del Distrito Policial deJohannesburgo venan a inspeccionarnos a nosotros,las puertas, las ventanas y todo el edificio de la estacinde polica. Primero vino un coronel, luego un mayor ydespus un brigadier general. Medio da de descanso,luego, vinieron dos hombres del Departamento deObras Pblicas con los trabajadores africanos detrs deellos, luego lleg el supervisor del Departamento. Porla noche, los mandamases militares se desplegabansobre la estacin, inspeccionando celda por celda. Lasgorras con trenzas doradas y bandas celeste marchabanen un desfile technicolor por las celdas.

    Alguna queja? preguntaban por decir algo.

    Quiero que me dejen en libertad responda yotapada por las frazadas; los oficiales emitan una risaahogada y burlona en direccin a sus subordinados olanzaban una mirada incrdula.

    El cuarto da le pregunt al pequeo comandante dela estacin cuando podra hacer ejercicios.

    Ejercicios! Va a tener que esperar. No ve que estelugar est en dinges?

  • Dinges? pregunt fingiendo que no saba elsignificado.

    Oh, en caos agreg con tono trgico. Despusde lo que pas las cosas van a ser muy duras, muyduras. No ha visto nada todava y desde la puerta dijo ...Ser mejor que tire esas botellas!

    Slovo! sonaron las llaves y la puerta se abri.

    Goldreich! sorpresivamente apareci Hazel, laamable esposa de Arthur, y ambas parpadeamos con laluz de sol, contentas de vernos. La celadora se dirigien direccin al patio de ejercicio de los hombres, yHazel y yo la seguimos, mientras nos saludbamos conmucho entusiasmo. Demasiado pronto llegamos alpatio, donde estaba un fotgrafo del Servicio deSeguridad con su cmara y flash y una lista de losdetenidos. Mientras me sacaba la foto, de espaldacontra la pared de ladrillos, Hazel espiaba la lista.

    Anne-Marie fue liberada me susurr. Habaalcanzado a ver en la lista que al lado de A. Wolpe, deca"ontslaan" (liberada).

    Ay... estn juntas, estn juntas! el comandante dela estacin lleg al patio dando saltos con gestos depnico al vernos a Hazel y a m juntas. La celadoraestaba estupefacta. Le haban dicho que llevara a Slovoy a Goldreich para ser fotografiadas. Eran las

  • instrucciones del Servicio de Seguridad despus detodo, y nadie le haba dicho explcitamente que no nosllevaran al mismo tiempo. Nos condujeronrpidamente, y por separado, de regreso a las celdas.Pero el encuentro haba tenido lugar y aunque lasprecauciones para evitar el contacto eran ms estrictasque nunca, ambas sabamos que tenamos compaa enla crcel. La presencia de un amigo en situacionesdifciles es egosta pero tambin es muy reconfortante.

    Pronto se acabaron las inspecciones del pequeocomandante. Apareci el nuevo jefe. Se trataba de uncapitn de la polica asignado para incrementar laseguridad, y el cargo significaba una promocin para l.Durante las inspecciones llevaba la gorra puesta, y tenaun bastn debajo del brazo. El guardin lo saludaba conrespeto, y las celadoras se mantenan en posturaerguida.

    Qu sucede? le pregunt a la celadora.

    No est permitido hablarle me respondi condureza.

    Dos trabajadores blancos y tres africanos llegaron conuna mquina de oxi-acetileno. Supe, por el rugido delmotor a gasolina y las chispas azulinas y cegadoras, quecomenzaron a taladrar afuera de mi celda y en la celdadel lado opuesto. Los escuch trabajar en la celda deHazel, detrs del patio. Finalmente, la central de policahaba tomado una decisin. Cuatro prisioneros haban

  • escapado, y los que quedaban para ser interrogadosiban a estar en celdas con cerraduras dobles o triples, siya tenan doble. Escupiendo llamas, la mquina cortabagrandes agujeros en las celdas de la seccin de lasmujeres, y luego se escuch su rugido arriba en elprimer piso. A continuacin vino un cerrajero quecoloc una cerradura gruesa y una barra en la caraexterior de las puertas. El objetivo del plan quedclaramente expuesto. Un nuevo guardin apareci a lamaana siguiente. Adems de las llaves de rutinasostena un nuevo llavero, en el que cada llave tena enel anillo un disco de metal amarillo numerado. La nicafuncin de este guardin era la de tener este segundojuego de llaves de las celdas de los polticos. Lasceladoras conservaron sus llaves: la de la entrada a lacrcel, la del patio interior, la de cada celda. Pero sin el"hombre de las llaves" no podran llegar a nosotros. Sinl, las celadoras no podran abrir nuestras celdas paratraer la comida, en caso de accidente, ni para llevarnosal bao, ni cuando llegara el comandante de inspeccin,ni para ir a las entrevistas con los agentes del Serviciode Seguridad.

    A la hora de la comida, el "hombre de las llaves" corrafrenticamente de celda en celda, de piso en piso,llevando su juego de llaves. La barra de metal tena queser cerrada en su presencia. Tena una granresponsabilidad personal y oficial: que los presospolticos estuvieran bajo llave. Su presencia era unrecordatorio constante para guardianes y celadoras de

  • la traicin de uno de los suyos. Las llaves en manos delas celadoras, que antes fueran un carnet de trabajo, seconvirtieron en un chiste. Las celadoras encerraban alas prisioneras en sus celdas pero no tenan el poder deregular el encarcelamiento. Se convirtieron enmensajeras del "hombre de las llaves". Cuando quera iral bao, llamaba a gritos a la celadora si la escuchaba enlas inmediaciones de mi celda. Ella gritaba de malhumor: "Voy a ver si l trae las llaves". Cuando lasceladoras no protestaban por la lentitud del "hombrede las llaves", se quejaban del guardia que los habapuesto en esta situacin: "Este maldito Greeff! Porqu no pens en lo que haca? Y al fin, ni siquiera cobrel dinero de la fuga...".

    El "hombre de las llaves" supuestamente, gozaba deuna confianza considerable. Las puertas cerradas conllave haban sido impenetrables siempre; las pesadasbarras de metal simplemente reforzaron esaimpenetrabilidad. El dbil no fue el acero sino lapersona. Y la debilidad de un agente de polica primsobre la del conjunto. El hermano mayor los vigilabaahora. Pero ste tena la mera funcin de hacer girarllaves al llamado de los otros (los vulnerables a latentacin), por lo que la satisfaccin inicial de tener laconfianza de los jefes pronto devino en una aburridainsatisfaccin.

    Por mi parte, senta que descenda, con una facilidaddesconcertante, en la esculida rutina del encierro en

  • un espacio de cemento mal ventilado y mugriento. Enmi celda estaba sola, por una Orden. Y adems, nohaba lugar para otra prisionera. No tena con quintener una charla de preso poltico: "Por qu estsaqu?", "has estado presa antes?", "crees quelograremos salir?", (nunca: hiciste esto o aquello?)..."Oh, yo?", "presa poltica. Noventa Das.", "qu eseso?". Intentaba convertir el aislamiento en una ventaja.Pero el constante rechinar del acero y de las puertas sinpicaporte junto con las repetidas inspecciones eran unrecordatorio omnipresente del humillante encierro.

    Haba otros recordatorios. Colocada en el centro de lapuerta de la celda estaba la mirilla, diseada para vigilaral preso desde afuera.

    Lejos de la puerta! gritaba la celadora cuandovea la pupila de un ojo contra la mirilla. Le perteneca,para ver si la detenida estaba en la cama o no. Sentadao acostada. Riendo o llorando. Mirando la pared odndole la espalda. Viva o muerta. Encerrada o fugada.Yo senta que ese agujero para espiar, me afectabaprofundamente como una violenta infraccin a miprivacidad. Por sobre todo, me molestaba cuando mehablaban a travs de la mirilla. Les reclamaba a lapolica y a las celadoras: "Si quieren ver si estoy aqu odecirme algo, abran la puerta. No me espen por eseagujero". Odiaba las inspecciones nocturnas de losoficiales que dejaban las barracas para espiar por lasmirillas. Algunas celadoras compartan mi indignacin

  • por su formacin puritana. Decan que si los guardianesqueran inspeccionar a las presas, deban pedirle a laceladora que confirmara primero si era "seguro" mirar.Slo entonces podan mirar. (Estaba implcito que elhombre de las llaves deba tener los ojos cerrados). Yoespiaba por la mirilla cuando escuchaba movimientosen el angosto pasillo al que daba la celda. Quizs setratara de otra presa poltica, una persona conocida.Podra darme cuenta por la expresin de una detenidasi haba sufrido un interrogatorio duro; o saber si ellaconoca algo ms del laberinto de la prisin del que tanpoco sabemos los detenidos incomunicados. Cuandovea los rostros o la manera de caminar de los presoscomunes saba mucho ms sobre ellos que cuandosolamente escuchaba los sonidos. La celadora nonecesitaba ver la pupila de mi ojo para darse cuentaque yo estaba en puntas de pie mirando por la mirilla,puesto que mi ojo bloqueaba el angosto rayo de luz quepasaba por la rendija. Me senta humillada cada vez queme descubran tratando de mirar por la mirilla. Parecaque mi curiosidad se estaba imponiendo sobre micapacidad para sobrevivir en aislamiento.

    Aislamiento y privacidad; de ninguna manera son lamisma cosa. Yo estaba aislada y dependa totalmentede extraos: mis carceleros, mis enemigos. Tena quegritar o golpear la puerta cuando quera ir al bao. Laceladora estaba parada a mi lado cuando me lavaba. Larutina diaria, ms all de lo que yo pretendiera quefuera, estaba determinada por ellos, no por m.

  • La rutina carcelaria se impuso durante los primerosdas de desconcertante existencia en la oscuridad. Laluz elctrica estaba prendida constantemente pero sloiluminaba los pies de la cama y la maleta roja asentadaen el estante de la pared. Podra prescindir de la vista.No as del odo, que era ms til en aislamiento. Lossonidos de las llaves y el ruido de las puertasanunciaban que se aproximaba un intruso o un nuevoepisodio en la monotona regulada de la vida en unacelda.

    Poda identificar a las celadoras por los sonidos quehacan mucho antes de verlas. Voces femeninas.Estridente, Chillona, Sufrida, Competente ("S hacer mitrabajo. No pierdo el control pero no crea que se puedeaprovechar de m"). Pronto Estridente y Chillonaasumieron el papel de las dos hermanas malas entre lasceladoras. Estridente era estpida como una piedra,adems de sorda. Se saba de memoria las tareasmecnicas de celadora. Las inspecciones peridicas deda y de noche. Traer la comida. Retirar los platos.Llamar al hombre de las llaves para las inspecciones delcapitn. Observar a la prisionera cuando hace ejercicio.Requisar el cuerpo de las nuevas detenidas. Retirardinero, relojes y joyas. Confiscar pldoras, instrumentoscortantes, botellas de vidrio. Entregar frazadas y llevarla cuenta de las que quedan guardadas. Enviar lasfrazadas usadas para que sean fumigadas. Caminardetrs de la detenida para evitar cualquier ataque porla espalda. No hablar con las presas polticas

  • incomunicadas. Pero Estridente era sorda, y tena queleer los movimientos de los labios, entonces cuandouno era conducida al bao poda hablar con lasprostitutas o borrachas alojadas en el pabelln, o celdacomn, fingiendo que cantaba.

    Chillona tena la cara de un bollo arrugado y a mediococer, ojos tan expresivos como los de una polilla yaparte de los pisos relucientes y de una pequeapropiedad no tena ninguna otra pasin en la vida.

    Sufrida era una linda rubia wagneriana con manoslargas y elegantes pero con pies deformados porjuanetes. Los dolores deben haber sido una excusa parasu voz y expresin apenadas, y para tratar a lasprisioneras como si fueran una molestia crnica. Todolo que sucediera, a ella o en general, era una nuevaprueba en el martirio de su vida, ya de por sintolerable. Si llova era para que sus juanetes ledolieran ms. Si haba ingreso de nuevas detenidas eraporque saban que estaba de turno. Las prostitutas noslo contravenan la ley sino que eran una afrenta a ellacomo mujer. Le haban quitado dos maridos -la muerte,tambin para ponerla a prueba a ella-, en mabos casos,a los pocos aos de casada. Los hombres restantes eranunos manipuladores repulsivos. Sufrida sugiri que lasceladoras comenzaran el turno nocturno antes de lahora oficial para reducir las probabilidades de serinterceptada por hombres en Johannesburgo, alcaminar de la parada del mnibus a la estacin de

  • polica. Pasaba horas apoyada en el mostrador de laoficina escuchando las conversaciones de los hombres ydescuidando sus tareas en las celdas de mujeres. Deestas sesiones de escucha, se iba repugnada y fascinadaal mismo tiempo, convencida que haba hecho unmontn de nuevas conquistas, pero decidida a rechazara todos y a cada uno de esos hombres.

    Estridente era demasiado estpida como para pensarque sus prisioneras fueran algo ms que una cifra, ypara recordar el total de personas que tena bajo suresponsabilidad. Chillona no tena tiempo para pensaren la gente: siempre poda sacarle an ms brillo a lospisos. Sufrida estaba concentrada en sus pies, enprotegerse de ataques masculinos imaginarios y encompetir con otras mujeres. Competente, por su parte,estaba interesada en las personas, era hasta amable,siempre y cuando no fueran ebrias (con las que eracuidadosa para evitar toda provocacin) o prostitutas orateras. Las vea como criaturas cadas en desgracia quela sabidura de los jueces salvara ponindolas tras lasrejas por un tiempo. Pero las presas polticasestbamos ms all de su comprensin. Tenamos laapariencia de mujeres respetables de clase media, conuna educacin y una manera de hablar mejor que elcomn. Parecamos aceptar la disciplina de la crcel ysin embargo estbamos detenidas por orden delServicio de Seguridad como extremadamentepeligrosas para la supervivencia del Estado. Lasceladoras tenan instrucciones estrictas de no dirigirnos

  • la palabra, y despus de la fuga estas instruccionesfueron enfticamente reiteradas. Competente habaestado demasiado tiempo en Marshall Square comopara dejarse impresionar con nuevos superiores onormas. Nos hablaba cuando quera sobre temas que leparecan inofensivos: el argumento de la ltima pelculaque haba visto, un artculo del Reader's Digest,casamientos y bebs de la familia real. Ella era afriknerpero se haba casado con un polica ingls hacacuarenta aos. Todas las celadoras eran "viudas depolicas". Sus maridos haban sido asesinados o habanmuerto de otra manera en servicio. Comocompensacin, se les adjudicaba un puesto junto conuna aureola de mrtir (nuestros esposos dieron su vidapor la polica) y ellas respondan con una lealtad ciega.La polica siempre tiene la razn, todos los policastienen la razn. La ley es la ley, y eso no se discute.Cualquier crtica a la naturaleza racista de la ley y al usode la polica para implementarla era como un insulto ala madre o a la religin. Las srdidas estaciones depolica mantenan la llama sagrada del racismoflameando en un sinnmero de destacamentos a travsde todo el pas.

    Marshall Square era la estacin de polica msimportante de la ciudad ms grande de Sudfrica. Lasnoches de viernes y sbado eran las de mayor actividad,cuando la estacin se converta en un tablero deresonancia de los aspectos ms crueles de la vidacitadina. Los detenidos por Noventa Das estbamos

  • aislados de la accin principal de la estacin pero decualquier manera nos llegaban el ruido y algunasimgenes. Estas intromisiones eran bienvenidas enaquellos das interminables, cuando los garabatos en lapared y los interrogatorios del Servicio de Seguridadmarcaban las horas. Los presos polticos estbamos enceldas separadas, segregados de los dems prisioneros,pero los sonidos se filtraban por los muros espesos,especialmente por la noche cuando disminua el rugidodel trfico. Varias veces al da, cuando la celadora meconduca al lavatorio del pabelln -o gran celda comn-,que estaba al lado de mi celda, si haba presas laceladora estaba alerta para asegurarse de que no mecomunicara con ellas, pero no poda evitar que las vieray las asociara con los ruidos que yo crea escuchar denoche. Durante los meses que estuve all pas unaprocesin de mujeres, algunas de las que vi al principio,reaparecieron al final de mi estada, siendo saludadasfamiliarmente -y hasta clidamente- por las celadoras.Otras, al llegar a la celda sentan temor y yo observabasus reacciones, idnticas a la ma, frente al olor ranciode las frazadas, al primitivo servicio sanitario y a loslgubres das y noches detrs de las rejas. Una mujerpequea vestida de voile verde y gris se desmaycuando vio la cama. Haba robado en una tienda y laspruebas del delito eran una lata de leche en polvo y unpaquete de bizcochos. Otras dos mujeres llegaronjuntas: una rubia de rostro duro y una morena linda conla postura de una bailarina de ballet. Estaban por robo.

  • La rubia haba sostenido una porra sobre la cabeza deun viejo joyero para que su pandilla pudiera escapar. Lachica morena era la novia de un miembro de la pandilla,un italiano llamado Angelo, a quien haban detenido enel apartamento de ella. Angelo estaba en el piso dearriba en las celdas de hombres, y cada noche con elcambio de guardia, la chica morena se trepaba alinodoro para hablar con l a travs de dos grupos deventanas con barrotes. l se emocionaba, le deca agritos que si ella estuviera embarazada y naciera unvarn se llamara Marshall, y si fuera una nena, sellamara Square. La rubia y la morena eran buenasamigas. Se ponan los ruleros para ondularse el cabelloy compartan novelas de romance. Pero en ocasiones larubia era llevada a declarar por los detectives a cargodel caso. Sin que la morena lo supiera, la rubia estabacolaborando con la polica a cambio de la promesa deno ser enjuiciada.

    La mayora de las detenidas comunes eran prostitutaso borrachas y, en algunos casos, ambas cosas. Habaprostitutas que tomaban mucho y haban perdido losatractivos que podan haber tenido en la dura vida demantener a un proxeneta.

    Las ms asiduas en las celdas de Marshall Square eranaquellas mujeres que estaban muy arruinadas comopara atraer a un cliente comn, y se haban convertidoen borrachas que deambulaban en los parques y losjardines de la biblioteca formando grupos de un

  • aspecto sucio, enfermo, desarreglado y lamentable.Estas "sherry-gangers" (pandilleras del jerez) como selas llama en Johannesburgo y en Durban, dondepasaban el invierno, eran recogidas regularmente porlas camionetas policiales.

    Llevaban ruleros, chaqueta de hombre, zapatosdeportivos y vendajes en las piernas, como si fuera ununiforme. Los cargos eran "merodear con finesdelictivos o en estado de ebriedad en un lugar pblico",pasaban unas semanas o meses detenidas, luegoregresaban a sus guaridas, para ser arrestadasnuevamente cuando las camionetas hacan el recorridode los viernes por la noche para "limpiar" los parquesde la ciudad.

    Invariablemente, las ebrias hacan una entradaestruendosa. Luego, o se suman en estado de sopor, alos pocos minutos de ser encerradas, o vociferaban lamitad de la noche. Mucho dependa del trato querecibieran de la celadora. Si las dejaban por las suyas, elrugido se volva quejido, aunque esto poda tomarvarias horas. Chillona no poda dejarlas solas, parecacreer que su deber era vociferarles amenazas, perocuanto ms las regaaba ms se enojaban stas y msinsultos proferan. Una noche, sus hirientes amenazasenfurecieron a una mujer que ya estaba muy alteradapor la bebida. Chillona se retir y de inmediato seescuch un insulto contra "esa basura", un ruidoviolento, y el sonido del vidrio esparcindose por el piso

  • de cemento. Luego, silencio. No lograba imaginar quhaba hecho la mujer. No poda llamar a Chillona: laspesadas puertas de la celda y de la oficina de laceladora bloqueaban el sonido, una vez que la celadorase retiraba era imposible, haba que acostarse y esperarhasta que su sentido del deber le indicara que debahacer una ronda, tarde o temprano. Esta vez fuetemprano. Chillona regres, probablemente para otrasesin de gritos a costa de la ebria. Abri la puerta de lacelda grande, vio algo, la volvi a cerrar con prisa ycorri pidiendo auxilio a gritos. Tres agentes acudieronen su ayuda. La ebria haba lanzado un tazn enlozadoal foco de la luz, dando en el blanco al primer intento, yluego con un trozo del vidrio se cort el brazo. Elintento de cortarse una arteria se cumpli a medias, yaunque haba sangre por doquier, por lo que escuch dela conversacin de los policas, el corte haba sidosuperficial y la borracha estaba recuperndose de suestado de alteracin. Pero Chillona no iba a permitirlo.Insisti para que se le pusiera un chaleco de fuerza. Losagentes accedieron porque las prisioneras mujeres eranresponsabilidad de la celadora. Pero como ella no podahacerlo sola esperaron hasta que trajo el chaleco yluego le ayudaron. Para los tres fue una tarea fcil; serean y bromeaban mientras se ponan manos a la obra.La mujer tuvo un ataque de furia, pero ya no era la furiade la ebriedad.

  • No estoy loca, no estoy loca, no me pongan esto. Yluego, sollozando: Est muy apretado, los brazosestn demasiado apretados, no puedo respirar.

    A medida que pasaban los minutos de resistencia,dej de gritar, y la dejaron sobre el colchn, que habansacado de la cama y tirado sobre el piso. Yo estabaacostada, atenta a los sonidos, descompuesta ytemblando. Los agentes conversaban jocosamentemientras se alejaban seguidos de Chillona, que iba en laretaguardia con aires triunfantes. Hubo silenciodurante un rato, luego golpes persistentes y fuertes enla puerta de la celda vecina. Me tom un tiempo darmecuenta de que la mujer se haba arrastrado como uncangrejo sobre la espalda desde el colchn hasta el pisoy haba maniobrado hasta llegar a la puerta, y con lospies la golpeaba con fuerza en seal de protesta. Alcabo de unas horas, Chillona trajo a los agentes paraquitarle el chaleco de fuerza, dicindole a la mujer:

    Quizs ahora hayas aprendido la leccin.

    Los viernes por la noche eran infernales,especialmente a fin de mes cuando la gente cobraba susalario y los marginales en estado de ebriedad sedesparramaban en los bancos de los parques y luego enlas camionetas de la polica. Afuera de Marshall Square,las puertas de las camionetas se abran y cerraban, yluego se marchaban rugiendo hacia la prxima redada.Los africanos eran conducidos hacia la oficina deingreso con los gritos de "Kom aan, Kom aan" (Vamos,

  • muvanse). Las "vagabundas del jerez" aullaban yproferan insultos toda la noche hasta que los gritos seconvertan en ronquidos alcohlicos que suenan comopedregullo, hasta que llegaba la hora de comer el panduro y los huevos cocidos, y sumarse a la fila para ir aljuzgado.

    El juzgado empezaba a sesionar a las 9:30 pero lasregulaciones de la estacin de polica establecan quelas mujeres deban estar listas tres horas antes. Muchasnecesitaban tiempo para recobrarse; quizs era msfcil hacerlo sentada en fila en un banco duro que en lacama de la celda. Si esta era una nueva experiencia, lasmujeres trataban de alisarse la ropa arrugada yarreglarse el cabello mientras repasaban -ante todoslos que pudieran escucharlas, prisioneros o celadora- laexplicacin que iban a dar en el juzgado de por quhaban sido arrestadas. Las veteranas daban por hechoque deban cumplir, cada tanto, un perodo en la crcel.Especulaban sobre qu juez estara de turno, de siestara o no de buen humor, y la sentencia que les darateniendo en cuenta las anteriores y las advertencias.Este perodo de la maana temprano transcurralentamente a pesar de la necesidad de las novatas deprepararse y del caudal de experiencia de las veteranas.

    Era la hora en que la estacin bajaba de ritmo, a mediamarcha. Las camionetas con experiencia en redadassaban que no podan traer nuevos detenidos, porquelas listas del da para el juzgado ya estaban completas.

  • Resultaba muy difcil recibir un prisionero y suspertenencias, slo para entregarlo a un guardin deljuzgado a cambio de un nuevo conjunto de recibos, sinel tiempo suficiente para realizar la laboriosa insercinde hojas de papel carbnico, la preparacin de la puntadel lpiz indeleble, y contar y recontarmeticulosamente el ganado humano. En cualquiercircunstancia, era el momento del cambio de guardia enMarshall Square y esto significaba un trauma maysculoen la vida de la estacin.

    Una vez que los presos haban sido enviados aljuzgado y la nueva guardia haba tomado su turno, laestacin se enfocaba en el asunto importante del da: lalimpieza. Las celadoras que tomaban la nueva guardiaparecan no prestar atencin a las presas. Podramos noexistir. Incluso hubiera sido ms conveniente que noexistiramos: estoy segura que si las celadoras tenanuna queja acerca de las detenidas polticas era queocupbamos las celdas ininterrumpidamente, sin unasalida decente en la hilera hacia el juzgado; ramos unobstculo para sacarle brillo al piso. Porque limpiar sereduca a los pisos. Las ventanas no se limpiaban; lamugre pegajosa acumulada por aos en los barrotes nose tocaba. Muy raramente se limpiaban los inodoros ylavatorios; el presupuesto de la estacin nocontemplaba el equipo necesario, ni el personal delimpieza. Pero los pisos, ah, los pisos...!

  • La celadora del turno de la maana firmaba, lea ellibro de notas, se sacaba su sombrero, y se lanzabahacia las celdas de los africanos. All, se mezclaban suschillidos con los gritos de los guardias, blanco y negro, yella elega la mano de obra. Que no fueran demasiadojvenes porque no se esforzaban mucho. No, ese no:parece "descarado". Con cinco o seis presos africanos ala espera de proceso judicial, la celadora acarreaba unacoleccin variopinta de trapos de limpieza percudidos,cortados de viejas frazadas de la prisin. La llegada dela cuadrilla de trabajo a las celdas de las mujeresdurante los turnos de Estridente y Chillona podrahaber servido de banda sonora para la llegada de loscondenados al infierno del apartheid. Ambas celadorasgritaban sin pausa alguna instrucciones en afrikans. Enlas estaciones de polica de Sudfrica se da por sentado,sin cuestionamiento, que todos los prisionerosafricanos deben entender y hablar afrikans si sabenqu es bueno para ellos. Ms an, se daba por sentadoque los presos conocen la rutina de la estacin depolica y las preferencias quijotescas de cada celadora,en el trabajo de sacar brillo a los pisos. Los pisos decemento se enceraban de un color rojo fuerte ybrillante con una cera barata. Primero se limpiaban conagua, despus se aplicaba la cera en puntosestratgicos, luego se los refregaba con fuerza. Y ahcomenzaba la diversin. La celadora chillaba"chachach" o "twist". El prisionero tena que colocarcada pie sobre un trapo y moverlos al ritmo invocado

  • por la celadora. (Qu ritmo seguiran antes de que seinventara el chachach? Habran sido el vals y el fox-trot tan buenos para el piso?). Chillona tena un mtodosingular para limpiar los pisos. Le asignaba un cuadradogrande a cada preso, con la instruccin de mantenerseen el espacio al bailar el chachach. Estridente estabaobsesionada por las manchas de agua que quedabanmarcadas en la superficie, y cada una de ellas tena queser refregada por un prisionero cuidadosamentedesignado. La ruidosa pantomima rtmica poda tomarquince minutos por celda.

    Yo, presa poltica en condiciones de mximaseguridad, tena prohibido libros, visitas, contacto concualquier preso; pero como cualquier otra seorablanca sudafricana, por las maanas me sentaba en lacama mientras los africanos hacan la limpieza. Si laceladora avistaba una mancha, le gritaba al guardiaafricano ms cercano: "Gaan haal my'n kafer" (Vaya atraer un cafre, o sirviente negro), y una vez ms todoestaba bien en el reino del trabajo forzado deSudfrica. Todos los prisioneros de Marshall Square-excepto los polticos de Noventa Das- estaban a laespera de un juicio y segn el reglamento carcelario elnico trabajo que podan hacer era mantener limpiassus propias celdas. Probablemente la mayora ignorabaeste derecho. Aquellos que lo saban, fingan ignorarlopara evitarse problemas, excepto por algunos casosraros en los que los hombres se negaban de plano.Durante toda mi estada slo sucedi dos veces. Fue

  • tema de conversacin y motivo de indignacin para lasceladoras, que en el cambio de guardia comentabansobre el "descarado cafre".

    Los prisioneros africanos evaluaban rpidamente a lasceladoras. En el turno de Competente trabajabaneficientemente y hablaban bajito. Con Estridente yChillona, se divertan imitndolas: la manera de caminarde la primera y las explosiones de balbuceos de lasegunda cuando trataba de disciplinarlos. Si loscapturados la noche anterior por las redadas eranjvenes tsotsis [joven delincuente africano; pero losblancos lo usan para nombrar cualquier joven africanocon ropa llamativa], las sesiones de limpieza tenan undesorden alocado. Cuando los arrestados eran hombresmayores, vestan prolijas chaquetas deportivas ypantalones bien planchados, o los ridculos uniformesde pantalones cortos del servicio domstico; con aireresignado tomaban los trapos de limpieza aceptandoque eso les pasaba por no tener sus papeles en orden opor haber tenido la mala suerte de que la polica losdescubriera quebrantando la ley. Las sesiones delimpieza eran una oportunidad para salir de la grancelda comunal en el otro lado del edificio, y verificar siera cierto el rumor de que en las celdas de mujereshaba seoras bien vestidas, con maletas, almohadas ytermos, como si pasaran por una mala racha yestuvieran forzadas a aceptar las celdas de la estacinde polica, en lugar de una pensin de dudosareputacin.

  • Para las celadoras, el progreso de la limpiezaestableca los parmetros del da. Cuando haba unacelda llena de prisioneros africanos a la espera de juicio,los pisos relucan antes de la inspeccin matutina delcomandante y las celadoras estaban felices del logro.Una maana la rutina tuvo un comienzo lento. Parecaque el alboroto era mayor en el otro extremo de laestacin. La celadora apareci con cara depreocupacin diciendo que faltaba un prisionero. Yosent que me saltaba el corazn en el pecho, desimpata por cualquier preso con la valenta y el ingenionecesarios para escapar de la estacin de polica, tancerca de la fuga de Goldreich-Wolpe-Moolla-Jassat ypor las represalias. Pero no se trataba de una fuga, eraque la redada de la noche anterior haba sido mala y a laceladora le faltaba un preso para completar la cuadrillade limpieza.

    Cada maana, cuando la cuadrilla de limpieza delchachach terminaba su tarea, la celadora de turno ledaba un balde grande de aluminio a uno de los presoscon la orden de que llevara agua a la "seora". Esa erayo. Lavarme con el agua del balde era el momento msesperado del da. El agua caliente me quitaba el olor amoho que se desprenda de la frazada e impregnaba lacelda. Cuando me traan el balde, yo aceptaba conprontitud la invitacin para ir al bao con lavabo de lacelda comunal. El balde con agua caliente era unaconcesin a los presos por Noventa Das, puesto que elresto tena que conformarse con el agua fra de la llave.

  • Durante los primeros das, trat de lavarme con el baldecon poca suerte. Largar el agua sobre mi cuerpo era unlujo pero de corta duracin. Si me paraba dentro delbalde, como una cigea incmoda, quedaba ms fueradel agua que dentro de ella. Despus improvis unbao con acrobacia. Pona el agua en el lavabo, y mecolgaba por encima de l con un movimiento pocoelegante, con la cara y el estmago hacia la pared, y conlas piernas colgando. Luego me echaba el agua con lasmanos. Produca un sonido que sonaba divertido. Sabaque no iba a ser yo, sino los presos, quienes secaran elpiso.

    Terminaba el bao y comenzaba un nuevo da, otro dade soporfica inactividad.

    Acostarse de noche poda ser considerado un reposo.Acostarse durante el da tena que ser una actividad ens misma, y cada hora que pasaba acostada de espaldaso reclinada era un ejercicio para tratar de conseguir unestado de resignada semiinconsciencia.

    La celda era demasiado pequea para hacer cualquiermovimiento; era en vano quedarme parada y sentir fro;por eso viva en la cama. Desde la cama usaba una pinzade cabello para hacer rayones en la pared. Cada raynme tomaba un mximo de 120 segundos, pero tenaque esperar un lapso de 1.440 minutos, o 86.400segundos, antes de hacer el prximo. Cuntas marcashara antes de salir de esta celda?

  • La vida exterior estaba cerca y, sin embargo, erainaccesible. Estaba acostada en mi cama de hierro en elcentro de la ciudad ms activa de frica. La paredexterior de mi celda estaba en la esquina de las callesMarshall y Sauer, y durante todo el da los bocinazos deltrfico y el gento me rodeaban pero ramos invisibleslos unos a los otros. Muchos das sosteniendo unpauelo de papel en cada mano me agarraba de lasrejas con un gesto de disgusto por la capa sucia ypegajosa que las recubra, y me estiraba en puntas depie sobre la cama para tratar de ver por la ventana. Lasfiguras que pasaban rpidamente podran haber estadoen un film; no eran parte de mi mundo. Los hombres denegocio que con prisa entraban en el restaurante dansde la vereda de enfrente (donde yo misma habacomido all en otras pocas) pasaban una horadegustando los hors-doeuvre y la trucha, luegoregresaban de prisa a sus escritorios, telfonos y datosde la Bolsa. Yo no tena hambre; no les negaba a loscomensales el derecho a comer pero desarroll unantagonismo hacia esos hombres de traje bien cortadoque se dirigan de prisa al restaurante sin volver lacabeza hacia las rejas del edificio sucio del frente y cuyasatisfaccin consigo mismos, pensaba yo, era un signoclaro de complicidad.

    Un da, mirando el trajn de fin de la comida y regresoa la oficina, descubr algo emocionante. Not unmovimiento en la acera opuesta a la ventana de micelda y vi un vendedor de peridicos africano armando

  • su puesto. Cuidadosamente colocaba los diarios sobrela pared, les quitaba la soga y el cartn en los queestaban envueltos y los tiraba en un cesto de residuos,maravilla de todas las maravillas, desplegaba las hojasdobladas de los primeros peridicos de la pila, y sedispona a colocar un afiche con el peridico de la tardealrededor del poste de la luz. Era invierno y tuvo queluchar contra el viento pero coloc el afiche y comenza vender el diario. El objetivo del pster era captar laatencin de los potenciales compradores, por supuesto,y lo coloc alrededor del poste para que pudiera servisto por los transentes que caminaban en sudireccin. Quizs si l hubiera sabido que yo estabaestirando el cuello desde la ventana de mi celda paraleer el afiche no lo habra colgado con dos tercio