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SEBASTIAN DIAZ ANGEL, SANTIAGO MUNOZ ARBELAEZ, MAURICIO NIETO OLARTE (2013) "¿Cómo se hace un mapa? El caso del Atlas de José Manuel Restrepo" Proyecto Ensamblado en Colombia. Tomo 2. Ensamblando heteroglosias . En: Colombia ISBN: 978-958-761-607-1- ed: Universidad Nacional de Colombia, p.291 - 310.

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*[email protected]**[email protected]***[email protected]

Desensamblando la nación.

El Atlas Geográfico e Histórico de la República de Colombia, publicado en 1889, fue resultado de un esfuerzo del gobierno de la república por publicar y difundir una visión oficial de la geografía y la historia del país, tomando como

base la cartografía1. Publicado en un contexto en el que se buscó afianzar la unidad y la cohesión nacional tras un periodo convulsionado de conflictos armados inter-nos, el Atlas incluyó veinte mapas, de los cuales trece estaban dedicados a reconstruir la historia de Colombia y siete a resaltar los atributos geográficos y las poten-cialidades del país (Tabla 1). En su conjunto, los mapas del Atlas abarcaban desde los tiempos de la Conquista hasta los de la Constitución de 1886, pasando por las guerras de Independencia, con los que sus autores bus-caban desplegar una representación general del territorio y de la historia de la nueva nación. Para ello, el Atlas usó el croquis nacional, tal y como era concebido en 1889, como una base cartográfica para proyectar allí los hechos «principales» de la historia de Colombia, como la llegada de los españoles y las guerras de Independen-cia (Imagen 1). Al emplear los límites territoriales de 1886 como base de los mapas del pasado, el Atlas presentaba una narración histórica que explicaba el presente (1889) como el resultado lineal y natural de una serie causal de periodos históricos sobre un espacio predefinido. El Atlas funcionaba como un dispositivo visual que fija-ba y homogeneizaba el territorio de Colombia como un espacio natural que había existido desde las primeras divisiones coloniales, durante el periodo virreinal, las guerras de Independencia, la llamada Gran Colombia y el resto del siglo XIX (Imagen 2). El Atlas escenificaba la unidad, la coherencia y la estabilidad deseada en 1889

Nueva Granada. Construida la parte car-tográfica por Manuel M. Paz, Miembro de la Sociedad de Geografía de París y redac-tado el texto explicativo por el doctor Felipe Pérez, todo de orden del Gobierno Nacional de Colombia, París, Imprenta A. Lahure, 1889. En este y los demás títulos y transcripciones de documentos del siglo XIX conservamos la ortografía original.

El caso del Atlas geográfico e histórico

de Colombia de 1889Sebastián Díaz Ángel*

Santiago Muñoz Arbeláez**

Mauricio Nieto Olarte***

1_El título completo es: Atlas geográfico e histórico de la República de Colombia (antigua Nueva Granada), el cual com-prende las Repúblicas de Venezuela y Ecuador, con arreglo a los trabajos geo-gráficos del general de ingenieros Agus-tín Codazzi ejecutados en Venezuela y

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como el resultado de una historia lineal que se desarro-lló sobre un espacio que aparece como el teatro o telón de fondo en el que acontecían los principales actos y episodios de la historia2.

Así entonces, mediante la reproducción reiterada y secuencial, mapa a mapa, del contorno de los límites internacionales reclamados por el gobierno de Colombia en 1886, el Atlas esencializaba la imagen de un territorio histórico nacional fijo, e inmutable, que servía de conte-nedor natural de la historia de la nación3. Y sin embargo, la abstracción de un croquis del territorio colombiano y su proyección al pasado invisibiliza el hecho de que la producción de un espacio nacional —de un geocuerpo de la nación, como lo llama Thongchai Winichakul— es un prolongado proceso de negociación, debate y discusión en que se estaba definiendo y redefiniendo tanto el con-torno, la división y la organización del territorio como la

Imagen 1_El contorno del mapa de la república reclamado en 1886 como base de los mapas «históricos» del Atlas

Mapa TíTulo

1Carta de Colombia que representa la ruta de los conquistadores y exploradores en el territorio que forma la república, la posición de las tribus y las primeras divisiones políticas

2 Carta de Colombia que representa las primeras divisiones coloniales

3 Carta de las presidencias de Santafé y Quito

4 Carta del Virreinato de Santafé y de la Capitanía General de Venezuela

5 Carta que representa la división política del Virreinato de Santafé en 1810

6 Carta de Colombia que representa el teatro de la guerra de Independencia 1806, 1811 y 1814

7ª Teatro de la guerra de Independencia 1815, 1816 y 1817

7b Teatro de la guerra de Independencia 1818 a 1819

8Carta de la antigua Colombia dividida en los departamentos de Cundinamarca, Venezuela y Quito. Campañas de la guerra de Independencia 1821 a 1823

9Mapa que contiene una parte de las Repúblicas del Ecuador, Perú y Bolivia para servir a la historia de las campañas del ejército libertador colombiano en el Alto y Bajo Perú 1823 a 1826

10 División política de Colombia en 1824

11 Carta de la Nueva Granada dividida en provincias 1832 a 1856. Uti-possidetis de 1810

12 Carta de Colombia que representa los territorios que han existido desde 1843 hasta 1886 hoy extinguidos

13 Carta de la República de Colombia (antigua Nueva Granada) dividida en departamentos 1886

14 Carta que representa el sistema orográfico y las vertientes y hoyas hidrográficas de Colombia

15 Corte geológico de algunas montañas de Colombia

16 Carta geológica de Colombia, Venezuela y Ecuador.

17 Carta postal y telegráfica de la República de Colombia (antigua Nueva Granada)

18 Carta de Colombia que representa la división eclesiástica

19 Planisferio

20 Plano de Bogotá

Tabla 1_Los veinte mapas del Atlas.El orden de los mapas finales no es idéntico en todos los ejemplares revisados: la «Carta de Colombia que representa la división eclesiástica» a veces se encuentra después de la «Carta de la República de Colombia (antigua Nueva Granada) Dividida en Departamentos 1886», y el «Planisferio» a veces figura como último mapa después del «Plano de Bogotá».

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naturaleza misma de la República de Colombia. En otras palabras, en lugar de ser un fiel reflejo de un territorio, el Atlas se podría pensar como uno de los instrumentos mediante los cuales se buscó imaginar una nación co-lombiana.

En este documento tomamos como punto de par-tida el año de 1889 y regresamos en el tiempo compa-rando el contenido de algunos de los mapas históricos del Atlas —presentados allí como momentos hito en la construcción del orden geográfico nacional— con ma-pas producidos en los momentos narrados por el Atlas. Con ello nos proponemos desensamblar la narración de unidad, coherencia y estabilidad territorial incluida en el Atlas para ilustrar el complejo proceso de construcción de un croquis nacional. Haciendo uso de la metáfora de la «caja negra» para referirse a productos científicos ter-minados que ocultan las prácticas detrás de su construc-ción, nuestro intento es entonces «abrir la caja negra» y mostrar que un atlas como el de 1889, más que una representación técnica del territorio nacional, es la suma de múltiples prácticas, acuerdos y negociaciones.

Toda representación, por más científica y técnica que sea, supone cierto grado de construcción, no como un simple acto de creación o invención de la imagina-ción humana, sino más bien como un ensamblaje o «bricolaje» donde se reúnen, bajo marcos de referencia

comunes, un conjunto heterogéneo de elementos natura-les, técnicos y políticos4. En este proceso de ensamblaje, este diverso conjunto de información adquiere una apa-riencia de cohesión y coherencia —un «efecto de ver-dad»— que hace que veamos los mapas como retratos o transcripciones literales de la realidad, pues cada mapa es siempre un ensamblaje en el que existen múltiples formas de representar un mismo lugar, en un mismo mo-mento. El poder de la cartografía radica, precisamente, en su capacidad de acumular tiempo y espacio en una representación plana de la tierra (o de sus partes), que la simula y la hace manipulable y legible. Mediante la cartografía, el espacio se transforma en un dispositivo móvil que hace posible proclamar el conocimiento y el dominio de vastos territorios, incluso a grandes distan-cias del lugar cartografiado. Bruno Latour (1990), en un famoso texto sobre las peculiaridades de la representa-ción científica, explica que los hombres son amos del mundo únicamente si este llega hasta ellos en forma de representaciones bidimensionales, modelables, combina-bles y fáciles de manipular5. Esta misma reflexión resulta útil para entender el papel de dispositivos cartográficos, como los atlas, en la producción del orden nacional, en la construcción de una narrativa de continuidad eviden-te entre el pasado y el futuro de la nación, y en la con-formación de sujetos políticos nacionales.

2_Estudios previos en los que se examina el Atlas incluyen Acevedo Latorre (1968), Jagdmann (2002 y 2007), Díaz Ángel (2008) y Díaz Ángel et ál. (2010). Sin embargo, aún es necesario un análisis que integre mejor los textos que acom-pañan los mapas, y que explore mejor cómo fue toda la elaboración del Atlas, su encargo por el gobierno, su edición, su impresión en París, su distribución, etc.

3_La reproducción reiterada del contorno de los límites internacionales de un país ha sido identificada por Benedict Ander-son (1991) y por Thongchai Winichakul (1994) como el inicio de la construc-ción logotípica del mapa nacional en tanto emblema de la comunidad polí-tica imaginada, limitada y soberana. En

Imagen 2_El contorno de 1889 como argumento de los mapas «históricos» del Atlas (algunos ejemplos).

Primeras divisiones coloniales 1810 1824 1832-1856

su forma final, un mapa-logo no nece-sita ya de referentes cardinales de lon-gitud o latitud, de nombres de lugares, ni de ríos, montañas, mares o vecinos, sino de su propia silueta. Es un emblema, puro signo, un ícono poderoso, al ins-tante reconocido, infinitamente repro-ducido y visible por doquier, penetrando profundamente el imaginario colectivo, funcionando como un tótem de la nacio-nalidad, como también lo han examinado en detalle Raymond Craib (1997; 2002) o Carla Lois (2006), entre muchos otros. Un concepto asociado al análisis del mapa-logo nacional ha sido el del mapa como geo-cuerpo de la nación, este concepto resulta muy útil a la hora de examinar los casos en los que el territorio nacional se presenta como cuerpo que es desmem-

brado o mutilado por enemigos externos. Al respecto ver también a Michael Biggs (1999), Charles Withers (2001), John Pic-kles (2005), Martin Brückner (2006).

4_Por «bricolaje» entendemos el proceso mediante el cual una diversidad de medi-ciones, testimonios, datos y fuentes de diferente procedencia espacio-tempo-ral, calidad, detalle, escala, método de elaboración, etc., son cuidadosamente seleccionados, ordenados y ensamblados según diversos filtros —modelos, técnicas, tecnologías, criterios y propósitos—. Al respecto ver Frank Lestingrad (1991: 147-169) y John Pickles (2004: 86-91). Como nos recuerda la historiadora de las cien-cias Nancy Leys Stepan (2001), ninguna imagen —ni siquiera las imágenes produ-

cidas con las tecnologías más avanzadas— son una simple transferencia de percep-ciones a representaciones. Siempre están mediadas y articuladas por códigos, con-venciones y repertorios de significado y de representación, y sustentadas en variedad de «efectos de verdad» que permiten que las usemos —por lo gene-ral inconscientemente— como transcrip-ciones literales de la realidad.

5_Discusiones claves sobre la representa-ción en la ciencia y con reflexiones cla-ves para entender los mapas y las prác-ticas de representación cartografía en Bruno Latour (1990, 2001), Steve Wool-gar (1991), David Turnbull (1996), Denis Wood (2008) y Carla Lois (2009).

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No es esta, entonces, la historia del error a la ver-dad, de una cartografía primitiva y carente de rigor a una más precisa y objetiva; es más bien la historia de ne-gociaciones, prácticas políticas y científicas que permi-ten la manufactura de un producto que, con autoridad, proclama la representación fiel, natural y única posible de un ideal no solo geográfico, sino también político. Asi-mismo, es una historia de los «medios» o «ensamblajes» por medio de los cuales se imaginó, proyectó y difundió la existencia de una «nación» colombiana. En este sentido, buscamos cuestionar la idea de que un mapa es el reflejo del territorio y que la historia de la cartografía es la narra-ción de cómo se llegó a esa precisión, sino que es nuestro objetivo mostrar que es la historia de cómo los mapas fueron artefactos importantes e influyentes en el proceso de construcción y definición de la nación. En el Atlas es evidente, entonces, cómo la cartografía, la geografía y la historia son prácticas políticas muy potentes, capaces de construir un orden natural y social.

A continuación, presentamos un intento por com-prender el Atlas históricamente. Buscamos desensam-blarlo, haciendo visibles las prácticas y los procesos in-volucrados en su construcción. Primero examinaremos, brevemente, el contexto general en el que el Atlas fue elaborado y difundido. Luego analizaremos el Atlas como puesta en escena cartográfica. En los dos aparta-dos finales contrastaremos algunos mapas del Atlas con material cartográfico de los tiempos narrados en el Atlas: primero con la producción cartográfica de la Comisión Corográfica (1850-1859), ya que el Atlas se presenta a sí mismo como legatario del trabajo y las expediciones de Agustín Codazzi, líder de dicha comisión. En este aparte se discutirán las prácticas de producción de cono-cimiento de la Comisión y, en particular, de la relación entre el trabajo de campo durante las expediciones y las cartografías resultantes. Luego se contrastarán los mapas del Atlas sobre la Gran Colombia (1819-1830) con los ma-pas de Francisco Antonio Zea (1823) y de José Manuel Restrepo (1827), considerados actualmente como los

primeros intentos republicanos de crear una cartografía oficial del país reconocida internacionalmente. Veremos, por ejemplo, que el discurso geográfico e histórico de finales del siglo XIX sobre la Gran Colombia no coincide con los que se tenían oficialmente en 1823 o en 1827, y que durante la década de 1820 la definición cartográfica del país no fue estática, ni estuvo exenta de tensiones y transacciones. Esto nos permitirá resaltar que los mapas no son simples reflejos de territorio previamente exis-tente, sino dispositivos activos en su definición y nego-ciación. Concluiremos con algunas reflexiones generales esperando mostrar la utilidad de continuar el ejercicio comparativo propuesto aquí entre los mapas del Atlas y otros periodos históricos.

El atlas geográfico e histórico de 1889 en su contexto

La narración histórica y geográfica del Atlas formaba parte de un contexto político, muy específico, en el que el go-bierno central buscaba garantizar la unidad y la estabilidad de la república, así como defender la interpretación oficial que este tenía de sus fronteras internacionales. El Atlas fue elaborado «por orden del Gobierno Nacional de Colombia» y siguiendo los preceptos de la Constitución de 18866. Esto en el contexto político de la llamada Regeneración (1886-1899), un periodo de tendencia unificadora, nacionalista y conservadora, cuya constitución implementó de nuevo el centralismo político-administrativo en el país, tras un periodo de diversas experiencias federales, convulsiona-do por múltiples conflictos armados internos, así como inestabilidad del ordenamiento territorial7. La Constitu-ción de 1886 y la publicación del Atlas expresaban reite-radamente el ideal de la unidad nacional y la cohesión territorial, así como la defensa de los límites internacio-nales de Colombia, tal y como estos eran reclamados oficialmente en el marco de los diferentes tratados fron-terizos entonces vigentes con los países vecinos. Así, por ejemplo, el Título I de esta Constitución —denominado «De la nación y el territorio»—, especificaba:

6_En el prólogo del Atlas, Manuel M. Paz menciona que «el Gobierno en vista de la urgente necesidad que había de él [atlas] celebró conmigo con fecha de 10 de Noviembre de 1886, el contrato que, aprobando la Ley 2ª de 1887 (16 de Enero) se encuentra publicado en el Dia-rio Oficial.

7_La «Regeneración» ha sido recordada como un periodo liderado por el pro-yecto político en torno a un Estado fuerte y centralizado, y al fortalecimiento de la religión católica como instrumento cen-

tral de unificación ideológica bajo el lema «Una nación, una raza, un Dios». Al res-pecto, ver entre otros (Aguilera 1990).

8_República de Colombia. Constitución Polí-tica, 1886.

9_El principio de Uti Possidetis fue apli-cado entre España y Portugal durante el llamado Tratado de Madrid (1750) para definir los límites de sus domi-nios en América y, posteriormente, para la demarcación de límites y fronteras entre los países iberoamericanos que se

independizaron de las coronas ibéricas, según la lógica de que cada uno de los nuevos países conservaba los dominios a su cargo en 1810. Existían, por supuesto, múltiples ambigüedades e interpretacio-nes posibles derivadas del principio, lo que generó desde muy temprano y a lo largo del siglo XIX y XX algunas tensiones diplomáticas entre los países iberoameri-canos. Muchas de estas tensiones fueron heredadas de las que no habían termi-nado de resolver los portugueses y espa-ñoles en América, otras surgieron de la dificultad de traducir a términos geográ-

ficos y cartográficos definitivos una deli-mitación clara entre países, derivada del complejo sistema de jurisdicciones terri-toriales civiles, militares y eclesiásticas de la sociedad monárquica española en América (Domínguez 2000). Al respecto ver, entre muchos otros, Carlos A. Parodi (2002). Para el caso de las fronteras colombianas en Centroamérica desde la perspectiva de la historia de la geogra-fía y de la cartografía ver Lucía Duque Muñoz (2005).

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En nombre de Dios, fuente suprema de toda autoridad

[...] Y con el fin de afianzar la unidad nacional y asegu-

rar los bienes de la justicia, la libertad y la paz, hemos

venido en decretar [...] Título I. De la nación y el territo-

rio [...] Artículo 1. La Nación Colombiana se reconstituye

en forma de República unitaria. [...] Artículo 3. Son lími-

tes de la República los mismos que en 1810 separaban el

Virreinato de Nueva Granada de las Capitanías generales

de Venezuela y Guatemala, del Virreinato del Perú, y de

las posesiones portuguesas del Brasil; y provisionalmente,

respecto del Ecuador, los designados en el Tratado de 9

de Julio de 1856 […]8 (Cursiva nuestra).

La Constitución de 1886 decretó la existencia de una república unitaria, con un territorio definido y delimita-do principalmente por el concepto del Uti Possidetis de 18109. De acuerdo con este concepto, las naciones ibe-roamericanas debían conservar los dominios territoriales a su cargo al momento de la Independencia, aunque la

delimitación definitiva no había sido aún acordada con los países vecinos. Es así como el uso reiterado del con-torno de los límites reclamados por Colombia a lo largo del Atlas, no puede sino entenderse en el marco de la política de defensa diplomática del gobierno colombiano y de su interpretación cartográfica del Uti Possidetis de 1810 (Imagen 3), ya que esta implicaba una disputa con la interpretación que tenían del mismo principio cada uno de los países vecinos.

De hecho, al comparar las fronteras internacionales de Colombia según el Atlas de 1889 con las de los atlas y ma-pas oficiales de países vecinos como Ecuador, Perú y Brasil a finales del siglo XIX y principios del XX, se constata fácilmente que los reclamos territoriales de todos estos países se traslapan (Imagen 4). En muchos casos, los paí-ses cartografiaban como suyos territorios reclamados por sus vecinos, particularmente en la cuenca Amazónica, ya que esta adquiría, a finales del siglo XIX, un creciente valor comercial, político e ideológico, lo que se tradujo

Imagen 3_Carta que representa la división política del virreinato de Santafé en 1810.

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en tensiones y episodios de conflicto en las últimas dé-cadas del siglo XIX y principios del siglo XX, vinculados al llamado «boom del caucho»10.

La necesidad de gestionar apoyos diplomáticos para el reconocimiento de sus aspiraciones territoriales, limí-trofes y fronterizas, así como la necesidad de promover al país en el escenario internacional fueron, sin duda, razones de peso para que el gobierno colombiano de-cidiera publicar el Atlas en París y para que este fuera exhibido en la «Exposición Universal de 1889-1900». Aún falta examinar con mayor detenimiento las circunstancias específicas que rodearon la producción y la publicación, incluyendo su exhibición en París. Lo que está claro, por lo pronto, es que el cartógrafo del Atlas Manuel María

Paz, siendo miembro de la «Sociedad Geográfica de París», tenía conexión con las redes científicas y editoriales fran-cesas, lo cual debió facilitar en alguna medida la edición y la impresión en la capital francesa, en el contexto de la «Exposición Universal» inaugurada en mayo de 1889.

Pese a que el país no tuvo un pabellón propio en la Exposición, José Jerónimo Triana, ex miembro de la «Comisión Corográfica» y botánico colombiano radicado en París, enmendó la situación e improvisó la presencia nacional con colecciones privadas, incluyendo principal-mente la suya, y la hospedó en el pabellón del Uruguay (Imagen 5). Según el investigador Frederick Martínez la ex-hibición colombiana incluyó:

mente por estar ambos vinculados con los trabajos de la comisión, «se especia-lizó en enmendar a último momento las fallas de las iniciativas oficiales improvi-sando la presencia nacional con colec-ciones privadas de objetos colombia-nos, comenzando por los suyos. Gracias a este procedimiento logró que la patria figurara en las exposiciones parisinas de 1867, 1878 y 1889. Sin esta movilización patriótica de las energías individuales, Colombia habría brillado por su ausen-cia en las exposiciones universales euro-peas» (Martínez 2000: 320-322).

Imagen 4_ Sobreposición de los mapas nacionales de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.

Imagen 5_Exhibición colombiana en la «Exposición Universal de París» de 1889-1900.Imagen tomada de la presentación «Las exposiciones universales», del material online del curso Historia del diseño 1 DISE1204 (2009) del Departamento de Diseño la Universidad de los Andes, disponible en http://designblog.uniandes.edu.co/blogs/dise1204/files/2009/06/exposiciones-universales.pdf

4 5

12_Sobre la cartografía como puesta en escena cartográfica ver en particular Guntram Henri (1997), Jean Marc Besse (2007), Denis Cosgrove (2006, 2008), Carla Lois (2009) y Sebastián Díaz Ángel (2011).

10_Sobre las tensiones fronterizas y limítro-fes en la Amazonía ver, por ejemplo, Pilar García Jordán (2001), Jean Claude Roux (2001), y Sebastián Díaz Ángel (2008).

11_Según Frederick Martínez, la participa-ción de la Nueva Granada y de Colom-bia en las «Exposiciones Universales» no era muy planificada y se debió prin-cipalmente «a la iniciativa privada de los colombianos residentes en el extran-jero» (Martínez 2000: 321). En París, el botanista José Jerónimo Triana, y a quien Manuel María Paz conocía personal-

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Imagen 6_Carta de Colombia que representa la ruta de los conquistadores y exploradores en el territorio que forma la república.

[…] un aparato hidráulico construido por un joven in-

geniero colombiano formado en Europa, varios libros de

lingüística, geografía y geología, unos cuadros sinópticos

sobre la historia universal […] fotografías, […] y un nú-

mero de piezas de oro y de cerámica precolombinas11

(cursivas nuestras).

Las exposiciones universales eran un lugar ideal para promover los adelantos tecnológicos, los productos industriales, el diseño y las artes; a la par, constituían verdaderas exhibiciones de promoción de los países par-ticipantes. La presencia del Atlas allí, en alguna vitrina del espacio improvisado que Triana logró desplegar en el pabellón uruguayo, nos recuerda que el Atlas de 1889, al igual que todos los atlas, es un dispositivo visual, dise-ñado con unos fines de representación cartográfica espe-cíficos que, en este caso, incluyen la promoción interna-cional del país y la defensa de los límites internacionales reclamados por Colombia.

El atlas geográfico e histórico como puesta en escena cartográfica en tres actos

La metáfora del teatro en el Atlas es clave y nos permite resaltar el trabajo de puesta en escena en la cartografía, con su respectivo guion, elenco y escenas12. La trama narrativa del Atlas es la siguiente: un primer acto inicia con los mapas sobre el Descubrimiento y la Conquista española como momento inaugural del territorio nacio-nal, cuando se fundaron las ciudades principales del país y se definió el escenario de fondo para el resto de la pieza narrativa. Continúan luego algunos mapas sobre el periodo colonial en los que se resalta la centralidad territorial de Santafé, y en los que se fijan las fronteras vigentes en 1810. El segundo acto abre con el «Teatro de las guerras de Independencia», cuando los criollos tomaron control del territorio y dieron inicio a la vida republicana. El tercer acto presenta algunos atributos y potencialidades geográficas del país (Tabla 1).

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Examinemos entonces particularidades de esta puesta en escena, comenzando con el primero, a través del mapa titulado «Carta de Colombia que representa la ruta de los conquistadores y exploradores en el territo-rio que forma la República, la posición de las tribus y las primeras fundaciones y divisiones políticas» (Imagen 6) con el que inicia la narración nacional del Atlas.

Es llamativa aquí la proyección de algunas carac-terísticas republicanas en el territorio de tiempos de la conquista: el mapa se llama «Carta de Colombia» y se introducen convenciones como «capital de la República» o «capital del departamento», evidentemente anacróni-cas al aludir al siglo XVI. También, por ejemplo, aparece Medellín, una ciudad que en realidad es muy posterior al proceso de fundaciones de la Conquista (Imagen 7). El uso de la toponimia, la jerarquía urbana y las fronteras de 1889 en simultaneidad con las rutas de los conquista-dores y las poblaciones indígenas del siglo XVI, permitie-ron a las autoridades colombianas fortalecer un discurso de continuidad natural entre el territorio prehispánico e hispánico y el de la república de 1886.

Las convenciones y los referentes seleccionados para ser incluidos en el mapa muestran, entonces, que para las autoridades colombianas de 1889 los conquis-tadores españoles eran los protagonistas principales del momento fundacional de la nación. Si los conquistadores se señalan en el mapa con flechas de colores recorriendo el territorio, las poblaciones «tribus» indígenas, aparecen a la manera de topónimos en rojo. Los textos que acom-pañan el mapa reafirman este contraste, y los verbos que describen las acciones de los españoles resaltan su protagonismo: «pasó», «exploró», «cruzó», «descubrió» y «fundó». Los españoles van «descubriendo» el territorio, «conquistando tribus» y «fundando» poblaciones, dando inicio y forma a la historia de Colombia. Por su parte, los grupos nativos aparecen inscritos en el mapa como acci-dentes geográficos cuya presencia adquiere sentido solo en relación con la agencia conquistadora de los españo-les. Tanto el texto como el mapa otorgan una presencia pasiva de los indígenas en el espacio, descubiertos y

conquistados como los demás componentes geográficos del territorio. También es importante recalcar cómo este mapa deja «en blanco» la mayoría de los espacios veci-nos a Colombia, particularmente al sur y al oriente13. En contraste, las zonas costeras del occidente y del norte del país aparecen resaltadas en colores, con referencia a algunas de las primeras jurisdicciones hispánicas (Nueva Andalucía, Castilla de Oro, San Juan y Barbacoas).

La única excepción al modo señalado de represen-tación cartográfica de los indígenas es el grupo de los muiscas —bajo el nombre de «chibchas»—, que aparece resaltado como una unidad política territorial relativamen-te extensa, definida, delimitada y comparable a la de las primeras jurisdicciones hispánicas. Se trata, sin duda, de una excepción significativa, llamativa e interesante, y que probablemente dé cuenta del lugar privilegiado que se le otorgó a los muiscas dentro de las narrativas nacionales, como el referente central de las raíces prehispánicas co-lombianas14 (Imagen 7).

Es importante destacar que en ninguno de los si-guientes mapas del Atlas vuelven a aparecer las pobla-ciones indígenas. De acuerdo con su relato del Atlas, los grupos nativos importantes desaparecieron con la Conquista y los que permanecieron fueron únicamente residuos periféricos y dispersos de esas comunidades. Es notorio que la referencia sobre las poblaciones indígenas en el resto del texto del Atlas se reduce a alusiones so-bre su marginalidad dentro de la república y desde una tipificación de su nivel moral de integración a la civili-zación: «indios antropófagos», «indios salvajes», «indios que creen en Dios y en el Diablo, pero no tienen una idea clara de la divinidad», «indios con cierto grado de civilización»15. No es posible detenernos en un examen más detallado sobre la imagen de la población indígena en este escrito, simplemente podemos resaltar que esta fue representada en el Atlas como raíz prehispánica de la nación, para destacar su marginalidad opuesta al «no-sotros» y al ethos republicano de la nación, y para referir las «fronteras salvajes» del país que aún no se encontra-ban sujetas al dominio del Estado.

14_De hecho, en el texto explicativo del Atlas se resalta que «Cundinamarca era el asiento de la célebre nación Chibcha, la más civilizada en América después de las de Méjico y el Perú [ ] Los muis-cas tenían una cosmogonía, leyes civiles y militares, algunos conocimientos de astronomía, de la escritura geroglifica [sic] e ideas bastante adelantadas sobre la industria y comercio» (1889: 17). Aná-lisis claves del lugar de los indígenas en los mitos y narrativas de la república en Clara Isabel Botero (2007) y Carl Henrik Langebaek (2009).

15_Por ejemplo: «Los guahibos son nume-rosos, sucios, nómadas y feroces. Viven el Meta, el Lipa y el Ele [ ] Atacan a los transeúntes en el camino de Arauca. Son unos 1.000 [ ] Hace poco que se retira-ron a los montes y sería fácil reducirlos» (1889: 4).

16_Es indudable que «centro» y «periferia» son nociones cartográficas de altísimo significado geopolítico, y que la compo-sición cartográfica, incluyendo la elec-ción de los modelos matemáticos usados para proyectar una geometría esferoide en una geometría plana, han sido usa-dos históricamente para (re)presentar y (re)producir ideas sobre centralidades y marginalidades espaciales y territoria-les. Al respecto, ver entre muchos otros Monmonnier (1991), Wood (1992), Harley (2005) y más recientemente Crampton (2000; 2004; 2010).

13_Para un análisis de los «lugares en blanco» dentro de los mapas ver a J.B. Harley (2005: 113-138)._

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Imagen 7_Detalle del mapa «Carta de Colombia que representa la ruta de los conquistadores y exploradores en el territorio que forma la República».

Imagen 8_La centralidad de Bogotá como otro argumento cartográfico de los mapas «históricos» del Atlas

La centralidad del territorio muisca de «los chib-chas» y la convergencia que allí tuvieron diferentes rutas de conquistadores tiene en este primer mapa del Atlas mucho que ver con la importancia geográfica e histórica que en él se le otorga a Bogotá, como centro nacional y capital de la república. Podría incluso decirse que la centralidad de Bogotá constituye un segundo argumento del Atlas, resaltado en la composición cartográfica uti-lizada allí, que aproxima a Bogotá al centro geométrico del mapa, y que es reiterada mapa a mapa, de la misma manera que el contorno de los límites internacionales reclamados en 1886 (Imagen 8)16.

En efecto, la centralidad de Bogotá que el Atlas recalca tan naturalmente contrasta fuertemente con la marginalidad relativa que esta ciudad tuvo en los ma-pas manuscritos e impresos que se produjeron antes del siglo XIX. Al mirar, por ejemplo, los mapas españoles de finales de los siglos XVI y XVII sobre los territorios que hoy denominamos Colombia, comprobamos que Santafé de Bogotá se encontraba más bien al margen del mapa, y que el «centro» de ese territorio de Conquista y de primeras fundaciones lo constituían, más bien, los ríos Magdalena y Cauca (Imágenes 9 y 10).

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Entre los siglos XVI y principios del XIX, por cierto, no se tiene registro de ningún mapa impreso de Santafé de Bo-gotá, lo cual contrasta con los innumerables mapas de Car-tagena publicados entonces tanto en España como en las capitales de otras potencias navales, incluyendo Holanda, Francia o Inglaterra17. A finales del siglo XVIII se habían impreso en Europa varios mapas de ciudades como Santa Marta, Portobelo y Quito, pero ninguno de Bogotá; sin embargo, en los demás mapas del Atlas la preponderancia de Santafé de Bogotá, como ciudad principal, es notable e invariable (Tabla 2).

Podría decirse que un segundo acto en el Atlas ini-cia con la narración de las batallas de Independencia, como nuevo momento fundacional en el que los patrio-tas criollos tomaron control del territorio y dieron inicio

Imagen 9_Ubicación de Bogotá en los mapas españoles de finales del siglo XVI.Santafé de Bogotá se encuentra resaltado en amarillo.«Carta corographica de lo contenido en los tres brazos que cerca de la [...] hace la coordillera de las sierras que se continuan desde el estrecho de [...]», ca 1570, 40 x 26 cm. Real Academia de Historia, Madrid, Colección Muñoz, n.º. Tomado de Eduardo Acevedo Latorre, Atlas de mapas antiguos de Colombia: siglos XVI a XIX, Bogotá, Litografía Arco, 1986.

Imagen 10_Ubicación de Bogotá en los mapas españoles de principios del siglo XVII.Santafé de Bogotá se encuentra resaltado en amarillo.[Anónimo], «Mapa del Río Grande de la Magdalena, desde su desembocadura hasta más arriba de la ciudad de Mariquita, con expresión de gran número de poblaciones

y de ríos que en él desembocan». Manuscrito, 1601. Archivo General de Indias, Sevilla, Mapas, planos, etc.: Panamá, Santafé y Quito; código de referencia: es.41091.agi/1.16418.20//mp-panama,24. Tomado de Eduardo Acevedo Latorre, Atlas de mapas antiguos de Colombia: siglos XVI a XIX Bogotá, Litografía Arco, 1986.

Mapa TíTulo

1Carta de Colombia que representa la ruta de los conquistadores y exploradores en el territorio que forma la República, la posición de las Tribus, y las primeras divisiones políticas

2Carta de Colombia que representa las primeras divisiones coloniales

3 Carta de las presidencias de Santafé y Quito

4Carta del Virreinato de Santafé y de la Capitanía General de Venezuela

5Carta que representa la división política del Virreinato de Santafé en 1810

Tabla 2_Mapas del segundo acto.

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a la República. Los mapas 6, 7a, y 7b llevan el título de «Teatro de las guerras de Independencia» (Tabla 1). De la misma manera como el territorio y los grupos nativos se habían planteado como telón de fondo para el avan-ce de los conquistadores españoles, en estos mapas el territorio aparece como un «teatro» para la pugna entre los patriotas —en amarillo— y de los españoles —en rosado— (Imagen 11).

Ningún lugar de la nación queda por fuera de esta puesta en escena de la contienda bélica, y los protagonis-tas que en este caso se mueven por el territorio son Bolívar, Santander y los demás «jefes patriotas» que lideran el ejér-cito independentista, versus los «jefes españoles». El Atlas

reafirma así una visión militar y épica de la Independen-cia, identificándola como el logro de un grupo social bien determinado. En el Atlas, las guerras de Independencia aparecen como nuevo momento fundacional de la nación, en el cual la república es obra de las gestas heroicas de los jefes militares de una élite criolla, que desde entonces adquiere, en esta narración, el legítimo derecho de gober-nar la República. Los demás mapas de este acto narran la historia republicana desde los tiempos de Gran Colombia hasta 1886, aunque sin referencia alguna a la organización territorial federal que el país tuvo buena parte del siglo XIX como Confederación Granadina (1858-1863) y como Esta-dos Unidos de Colombia (1863-1886) (Tabla 3)18.

Imagen 11_Carta de Colombia que representa el teatro de la guerra de Independencia 1806, 1811 y 1814.

17_Para una cuantificación preliminar de la gran cantidad de mapas sobre Cartagena en los siglos XVII y XVIII ver Timothée de Saint-Albin (2010). Para ver un listado de mapas impresos sobre los actuales terri-torios de Colombia —incluyendo ciuda-des— hasta principios del siglo XIX, ver Kit Kapp (1971). Para una historia de los mapas de Bogotá ver Ricardo Rivadaniera (2001) y Germán Mejía Pavony y Marcela Cuellar Sánchez (2007).

18_Según Camilo Domínguez esto puede reflejar la censura impuesta por el gobierno central. De hecho, Felipe Pérez, uno de los autores del Atlas, había sido una figura política del periodo federal y, como tal, «participó en la desastrosa guerra de los liberales contra la Rege-neración [y la futura Constitución de 1886], que culminó con la derrota para los alzados en armas. Los jefes fueron enviados al exilio [incluido Pérez] pero al año siguiente se les permitió regre-sar. Al reingresar a la actividad política, Pérez solo pudo hacerlo como periodista

y escritor [ ] sometido a la llamada —ley de los caballos—, que daba poderes ilimi-tados al gobierno para reprimir la prensa y encarcelar o desterrar a los opositores» (Domínguez 1991).

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El tercer acto del Atlas se dedica a la presentación de algunos atributos y potencialidades geográficas del país. El mapa «Corte geológico de algunas montañas de Colombia. Ríos navegables que bañan el territorio colombiano» permitía presentar un inventario de los atributos naturales y promocionar sus potenciales, en

particular para la explotación minera y la navegación fluvial (Imagen 12). Así lo reitera el texto explicativo:

El aspecto físico de Colombia es uno de los más pintores-

cos del mundo. La gran cordillera de los Andes atraviesa

y corta el país en diferentes direcciones, y forma en el

hoyas caprichosas, altas mesas y extensos y ricos valles

[…] Grandes ríos navegables como el Cauca, el Magda-

lena, el Atrato y el San Juan […] Hay en Colombia oro

(en abundancia), plata, hierro, cobre, plomo, esmeral-

das, amatistas, rubíes, granates, cornerinas, azabaches y

chispas de diamante; cristal de roca, mármoles, pórfidos,

piedras jazpe, imán, pómez, buchiga y de chispa; sal

común y sal glauber, hulla, cromo, nitro, azufre, alumbre,

asfalto, talco, cinabrio, mica, ámbar, cal, yeso alcaparro-

sa, hallosita, etc. (1889: 14).

En el mismo sentido promocional se puede encon-trar en la «Carta postal y telegráfica de la República de Colombia» o en la inclusión del «Plano de Bogotá» como

Imagen 12_«Corte geológico de algunas montañas de Colombia.Ríos navegables que bañan el territorio colombiano».

Mapa TíTulo

1Carta de Colombia que representa la ruta de los conquistadores y exploradores en el territorio que forma la república, la posición de las tribus, y las primeras divisiones políticas

2Carta de Colombia que representa las primeras divisiones coloniales

3 Carta de las presidencias de Santafé y Quito

4Carta del virreinato de Santafé y de la capitanía general de Venezuela

5Carta que representa la división política del virreinato de Santafé en 1810

Tabla 3_Mapas del segundo acto.

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cierre del Atlas. El plano, además de enfatizar el orden político centralizado en Bogotá, presentaba una ciudad moderna, católica e instruida. Así, tanto en el mapa como en el texto explicativo del Atlas, se destaca que la ciudad «tiene una casa de moneda, un observatorio

(el mejor situado del mundo), una biblioteca pública, veintiocho templos, varios teatros, bancos, imprentas, museo, sociedades científicas, artísticas y literarias, cole-gios, institutos, hospitales, paseos, monumentos y varias fábricas», como también el Ferrocarril de la Sabana y el Tranvía al Norte (1889: 17). En el mapa es apreciable el esfuerzo por escenificar una ciudad de estética neoclási-ca y republicana (Imagen 13).

El mapa de Bogotá funciona muy bien a nivel sim-bólico como cierre del Atlas, sintetizando su propuesta general: los monumentos a Cristóbal Colón y a Simón Bolívar enfatizan los dos momentos fundacionales de la historia y de la geografía colombiana y su puesta en esce-na desde la capital de la república.

El atlas y la producción cartográfica de la Comisión Corográfica

Con la publicación del Atlas no solo se reafirmó un ideal de unidad política, sino que también se definió la legiti-midad de sujetos que tenían autoridad para la adminis-

Imagen 13_Plano de Bogotá.

Mapa TíTulo

13Carta de la República de Colombia (Antigua Nueva Granada) dividida en departamentos 1886

14Carta que representa el sistema orográfico y las vertientes y hoyas hidrográficas de Colombia

15 Corte geológico de algunas montañas de Colombia

16 Carta geológica de Colombia, Venezuela y Ecuador.

17Carta postal y telegráfica de la República de Colombia (antigua Nueva Granada)

18 Carta de Colombia que representa la división eclesiástica

19 Planisferio

20 Plano de Bogotá

Tabla 4_Los mapas del tercer acto.

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tración de la nación. Los esfuerzos por mostrar el mapa como un logro científico, y por lo tanto neutral, legiti-maron una idea de nación y presentaron al «cartógrafo» como voz autorizada del Estado. El Atlas adquiría un ca-rácter de verdad y legitimidad al recalcar las afiliaciones institucionales científicas de los autores: Manuel María Paz (1820-1902) había sido dibujante de la Comisión Coro-gráfica, coautor del Atlas de los Estados Unidos de Colom-bia de 186519 y era miembro de la Sociedad Geográfica de París; Felipe Pérez (1836-1891), autor de los textos, no había participado directamente en la Comisión, pero lue-go de la muerte de Codazzi había sido contratado por el general Tomás Cipriano de Mosquera para organizar los materiales de la Comisión. Con base en este material ha-bía publicado varias obras incluyendo la Jeografía Jeneral de los Estados Unidos de Colombia (1864-1865)20. El Atlas de 1889 se presentaba, en efecto, como la culminación de los esfuerzos científicos de importantes autoridades geo-gráficas, aunque se atribuye principalmente a Codazzi (Imagen 14). Desde su portada, el Atlas se presenta como un trabajo científico fruto de los «trabajos del general de ingenieros Agustín Codazzi ejecutados en Venezuela y Nueva Granada», siendo «construida la parte cartográfica por Manuel M. Paz, miembro de la Sociedad de Geografía

de París» y «redactado el texto por el Doctor Felipe Pérez», todo por «orden del Gobierno Nacional de Colombia». Esta mención se hizo aunque Codazzi, líder de la Comi-sión Corográfica y que había fallecido treinta años antes de la publicación del Atlas (en 1859), en realidad tuviera poco que ver con su producción21.

En realidad, como todo trabajo cartográfico, la cons-trucción del Atlas constituía un complejo proceso de «bricolaje», que implicaba reunir diversidad de fuentes y ensamblarlas lo mejor posible, para darles una apariencia coherente y un efecto de verdad. Respecto a las fuentes utilizadas en el Atlas, Manuel María Paz explicaba:

Hace algunos años que, convencido de la necesidad

que se sentía en el pais de un Atlas de la naturaleza del

presente, emprendi este laborioso trabajo basado en las

Cartas corográficas y geográficas levantadas por el ilustre

General Agustín Codazzi. […] Se han tenido en cuenta

para la ejecución del Atlas de Colombia los documentos

y Cartas ùltimamente publicados, insertando por lo que

respecta á la Carta geológica la que publicó M. Karsten.

Lo que se refiere á la época de la Conquista y dominio

español, se ha tomado de la historia antigua del país.

Para la parte que se relaciona con la guerra de Indepen-

dencia, se ha seguido fielmente la historia de la primi-

tiva República de Colombia, escrita por el Doctor José

Manuel Restrepo.

[…] Antes de que se organizara en el país la Comisión

Corográfica la geografía nacional estaba muy atrasada.

Su punto de partida habian sido las noticias equivocadas

y exageradas de los descubridores y cronistas españoles,

los artículos de periódico de Cáldas y de Zea, los trabajos

especiales de Restrepo y los muy generales de Humboldt.

Los geólogos Acosta y Boussingault agregaron tambien

algo al bosquejo común, y el primero de ellos publicó

un mapa de la nueva Granada en 1847, el cual dedicó al

baron de Humboldt “por cuanto à él se debian los pri-

meros conocimientos geográficos y geológicos positivos

de nuestro territorio” (1889: prólogo)

19_El título completo de esta obra es: Atlas de los Estados Unidos de Colombia, anti-gua Nueva Granada, que comprende las cartas jeográficas de los Estados en que está dividida la República, construídas de órden del Gobierno Jeneral con arreglo a los trabajos corográficos del Jeneral Agus-tín Codazzi i a otros documentos oficia-les. Por Manuel Ponce de León i Manuel María Paz. París, Tipografía i litografía de Renou i Maulde, 1865.

20_La Jeografía Jeneral de los Estados Unidos de Colombia de Felipe Pérez fue objeto de

una agria controversia técnica y política con Mosquera, que trasciende el objeto de este artículo. Sobre esto ver Camilo Domínguez (1991) y Efraín Sánchez (1999).

21_Es interesante destacar que el Atlas de 1889 suele ser conocido entre especialis-tas como «el Atlas de Codazzi», debido al énfasis que se hace en su título sobre esta figura. Se trata sin duda de una con-secuencia en cierta medida buscada por las autoridades colombianas, que con ello esperaban legitimar el contenido del Atlas en el escenario internacional.Imagen 14_Busto de Agustín Codazzi incluido en la contraportada del Atlas de 1889.

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Así el trabajo del Atlas se presentaba como el resul-tado evolutivo y positivo de la mejora de la cartografía, y de la selección cuidadosa de sus fuentes: Agustín Co-dazzi, José Manuel Restrepo, Joaquín Acosta, Francisco Antonio Zea, Francisco José de Caldas, Alexander von Humboldt, Boussingault, etc. Ahora bien, al contrastar tales fuentes aparecen más claras las tensiones y los si-lenciamientos presentes en complejo ensamblaje de las fuentes con autoridad científica para hablar de la geo-grafía de Colombia en el contexto de finales del siglo XIX.

Tal y como sabía el gobierno colombiano de fina-les del siglo XIX, la Comisión Corográfica (1850-1859) constituía un acontecimiento científico de amplio reco-

nocimiento internacional, y de alto valor simbólico y práctico en la historia de la geografía y de la cartografía del país (Restrepo 1998). Por ello no es de extrañar que el Atlas de 1889 legitime su autoridad en la figura de Codazzi y en el enorme trabajo de campo realizado por la Comisión, después de la cual no hubo esfuerzo com-parable en el siglo XIX. La presencia de Codazzi en la Comisión no solo tuvo motivaciones científicas, también pesó significativamente el hecho de que Codazzi fuera el autor del previamente publicado Atlas de la República de Venezuela (París, 1840), cuyos mapas sobre la antigua Colombia (Imagen 15) se habían considerados lesivos para los intereses diplomáticos y fronterizos de la Nueva Gra-nada (Duque 2009). Por ello, cuando Codazzi debió salir exiliado de Venezuela por problemas políticos internos, a finales de la década de 1840, las autoridades neograna-dinas decidieron encargarle la realización de la Comisión Corográfica y la elaboración de la carta general del país, rectificando las fronteras con Venezuela incluidas en el Atlas de 1840 (Sánchez 1999).

Pese a estar en su contrato, Codazzi nunca produ-jo —o no alcanzó a producir— un mapa general del país que «rectificara» tales fronteras, y fueron Manuel María Paz y Manuel Ponce de León, bajo supervisión

Imagen 15_«Mapa de los tres departamentos Veneuela, Cundinamarca y Ecuador que formaron la República de Colombia». Agustín Codazzi, Atlas de Venezuela, 1840.

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del general Tomas Cipriano de Mosquera, quienes entre 1864 y 1865 elaboraron el mapa general de los Estados Unidos de Colombia con las fronteras acordes a la po-sición oficial del gobierno neogranadino, acompañado de una colección de mapas departamentales, que luego llegó a conocerse como el Atlas de 1864 (Duque 2008). Este mapa funcionó durante buena parte de la segunda mitad del siglo XIX como la imagen territorial que las au-toridades centrales intentaron difundir en el interior del país22. Al igual que los mapas de 1864, el Atlas de 1889 se reclamaba resultado directo del trabajo de campo de Codazzi, pero en su elaboración intervinieron diversos criterios geográficos, cartográficos, históricos, diplomá-ticos y políticos, de múltiples personas, incluyendo los de los propios jefes de Estado. No obstante, la autoridad científica del Atlas de 1889 y del de 1864 aludía perma-nentemente a la figura de Codazzi y al carácter científico del trabajo de campo de la Comisión que él lideró.

La Comisión Corográfica y el trabajo de campo

La Comisión Corográfica buscó construir un nuevo in-ventario de la geografía colombiana, sus recursos y su población, lo cual suponía la tarea de recorrer las regio-nes para que los comisionados verificaran y recopila-ran información confiable de forma directa, siguiendo el modelo del viajero ilustrado (Restrepo 1983 y 1993). Como resultado de las observaciones y mediciones en el terreno de los comisionados, y de la compilación de diversos materiales documentales, Codazzi elaboró las cartas corográficas que servirían de base para los mapas publicados posteriormente. Ahora bien, generalmente se piensa que un mapa es obra de una persona y se asocia primordialmente a la Comisión Corográfica con el trabajo de Codazzi; sin embargo, este es un proyecto en el cual se suman los oficios de muchas personas más. En primer lugar, los miembros del gobierno que comisionaron el trabajo y que supervisaron, aprobaron o desaprobaron su desarrollo; en segundo lugar, y no menos importantes, estuvieron los botánicos, dibujantes, astrónomos, cartó-grafos, ingenieros y ayudantes que formaron parte de las expediciones.

Claramente había distintos tipos de miembros, en-tre ellos los que, como Agustín Codazzi, Manuel Ancízar, Henry Price, José Jerónimo Triana, Manuel María Paz y Manuel Ponce de León, eran contratados directamente por el gobierno. Estos, a su vez, contaron con el apoyo de asistentes, que en su mayoría provenían del Cole-gio Militar. Pero si el equipo de viajeros organizaba los recorridos, la información era recolectada, usualmente, gracias a las instrucciones e indicaciones de los guías

nativos que les iban mostrando el camino, los lugares de interés, les informaban los nombres y las características de lugares, pobladores, animales y plantas (Del Castillo 2007). Estos guías locales tenían un conocimiento direc-to de los distintos territorios que, en la mayoría de los casos, nunca antes habían sido visitados por los viajeros y que sirvieron como base cotidiana, logística y empírica de la Comisión; sin embargo, su papel permanece gene-ralmente en el anonimato y tradicionalmente invisible su función como fuente primaria de conocimientos y saberes geográficos (Imagen 16).

En realidad, las expediciones de la Comisión depen-dían bastante de un alto número de asistentes, cargue-ros y bogas que con sus mulas y champanes guiaban y transportaban a los expedicionarios, sus instrumentos científicos y todo su equipaje. El imaginario de Codazzi y sus acompañantes como exploradores que recorrían y tomaban datos de la selva virgen es, por esta razón, incompleta; se trataba más bien de un equipo de ex-pedicionarios encaminados y asistidos por habitantes locales y guías nativos23. Los viajeros iban a su vez con otros mapas y por medio de instrumentos iban realizan-do mediciones y cálculos que les permitían modificar y rectificar las representaciones cartográficas anteriores.

Mucho más visibles que los seres humanos que hicieron posible el proyecto de la Comisión fueron los artefactos e instrumentos de medición que permitieron traducir la experiencia local, los saberes nativos, los tes-timonios de los habitantes, las observaciones directas de los comisionados y las mediciones de sus instrumentos en datos estandarizados susceptibles de ser registrados, graficados y tabulados. Las representaciones visuales: mapas, pinturas y tablas permitieron compilar y calcular datos e información en un eficaz dispositivo plano, for-mado por trazos, inscripciones y cifras. Un interesante ejemplo de esto se encuentra en las tablas que traducen la experiencia en datos y cifras estandarizadas, es decir, en conocimiento científico y administrativo. Con las me-diciones se podía ubicar las regiones en unas coordena-das válidas en el mundo y transformar el conocimiento

22_Es necesario, sin embargo, tener en cuenta las tensiones cartográficas entre las autoridades centrales y las autorida-des de los Estados federados. Para una aproximación inicial a estas tensiones ver Lina del Castillo (2008).

23_Algo de este imaginario épico está pre-sente en las obras de Hermann Albert Schumacher (1988) y Giorgio Antei (1994) sobre Codazzi.

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de la experiencia local del guía en un dato comparable y de fácil lectura para cualquier hombre de ciencia o de Estado en cualquier lugar del planeta (Imagen 17).

Del terreno al padrón: los mapas de la Comisión Corográfica

La difícil tarea del trabajo de campo en el relieve colom-biano, así como los problemas de ordenamiento territorial y de indefinición de los límites y las fronteras políticas internas e internacionales durante los trabajos de la Comi-

sión contrastan con la aparente claridad y estabilidad de las regiones presentadas en los mapas de Codazzi, pese a que, en varias ocasiones, debieron ser reelaborados en función de la inestabilidad político-administrativa interna de la Nueva Granada. Los mapas elaborados por Coda-zzi durante la Comisión se basaron en un patrón que se repite para ordenar y construir una completa y exacta relación de cada región cartografiada según un modelo corográfico24. Esto suponía elaborar unos mapas-tablas que sintetizaran la información más importante de cada región, incluyendo la distancia entre cantones, el inven-tario de los productos agrícolas y artesanales principales de la región, los ríos, ciénagas y lagunas, los minerales, el estado de los caminos, las particularidades de cada región, el número de hombres que podían ser reclutados por el Estado, etc., y una tabla de temperaturas, alturas y otros aspectos de interés en cada cantón25.

El mapa no era simplemente un esbozo de la distri-bución espacial de los accidentes geográficos, sino tam-bién un completo inventario socio-económico regional pensado desde las necesidades administrativas del Estado

Imagen 16_Campamento de la Comisión Corográfica en Yarumito, por Carmelo Fernández.

24_La corografía es una rama de la geo-grafía, interesada por la identificación, descripción y análisis de regiones, sus riquezas y sus habitantes. Los objetos de estudio corográficos incluyen la toponi-mia, la extensión y límites regionales, los rasgos climáticos, la economía, los cami-nos y los habitantes.

25_Sobre la íntima relación entre carto-grafía y censos en la construcción de los Estados-Nación ver el texto clásico de Benedict Anderson (1991: 163-185).

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Imagen 17_Tabla de las posiciones, alturas, temperaturas, situaciones y estadísticas de los pueblos que componen la provincia de Soto (detalle de la Carta de la provincia de Soto, Agustín Codazzi, 1851).

Imagen 18_Boceto de un mapa de la Comisión Corográfica.

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(Restrepo 1984, 1986, 1991). Comparar los mapas en pro-ceso de construcción de la Comisión con los mapas ya finalizados nos puede ayudar a comprender cómo, para los expedicionarios de la Comisión, el mapa era una me-todología que posibilitó transformar el espacio y la na-turaleza en tablas, datos y mapas, esto es, en ciencia. Si en los bocetos de los mapas los datos se van escribiendo al borde de los ríos, a medida que se van haciendo los recorridos (Imagen 18), en el mapa final la información ya ha sido procesada y sistematizada, se ha convertido en tablas que se leen de manera simultánea al plano.

A diferencia de los mapas bocetos, los mapas ma-nuscritos finales de la Comisión borran toda alusión al recorrido de la expedición. Estos mapas ya no parecen ser producto de la experiencia particular de un equipo

de trabajo en el lugar, sino una representación objetiva y estandarizada del espacio. En este proceso, las conven-ciones son necesarias para transformar esa experiencia del trabajo de campo en un producto cartográfico «neu-tro», en el cual pareciera desaparecer el punto de vista del observador. El territorio se convierte así en un dispo-sitivo móvil, en un dibujo de dos dimensiones que facili-ta el control a distancia de un inmenso territorio (Latour 1990 y 2001). La sistematización de la información en patrones comunes —distancias, alturas, temperaturas y estadísticas— permitió así dar cuenta de las particula-ridades de cada región y de su importancia dentro del proyecto nacional (Imagen 19).

Pero la esencia «corográfica» de la cartografía de la Comisión se desvanece en el material publicado en

Imagen 19_Mapa corográfico de la provincia de Soto 1851.

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1864, que no contiene ninguna de las importantes tablas presentes en los manuscritos finales (Imagen 20)26.

La eliminación de las tablas y demás referencias al carácter corográfico de la Comisión es aún más fuerte en el Atlas de 1889. En el Atlas de 1889 no interesa el comple-jo inventario de las regiones, sino la mirada panorámica de la geografía y la historia de la república como unidad centralizada. La alusión a la Comisión en los atlas de 1864 y 1889 no consiste en la reproducción de su metodología o sus productos, sino en la exaltación de la autoridad adqui-rida por Codazzi y la Comisión a través de la exploración y el trabajo de campo.

Paisajes y tipos humanos en las láminas de la Comisión Corográfica

Tal vez es en las láminas de la Comisión Corográfica (inéditas hasta el siglo XX) en las que se puede apre-ciar mejor el carácter corográfico de la Comisión, y la búsqueda de los comisionados por identificar los rasgos

Imagen 20_Carta Corográfica del Estado de Bolívar, 1864.

26_La no inclusión de las tablas en los mapas de 1864 merece ser examinada con mayor atención a la luz de las tensio-nes entre las autoridades centrales y las autoridades de los Estados federados, tal y como ha empezado a mostrar Lina del Castillo (2008).

particulares de cada región. Y aunque las láminas ela-boradas sugieren la idea de un registro fotográfico, de retratos de escenas que estaban ocurriendo en un lugar y un momento específicos, es importante recalcar que son también el resultado de ensamblajes que cumplen la función de inventarios de los tipos humanos y las ca-racterísticas del paisaje de cada región. Al igual que los mapas, estas láminas fueron el resultado de procesos de integración de diversa información climática, económica,

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social y geográfica colectada por los comisionados, y cuidadosamente plasmada en las láminas para surtir el «efecto de verdad» o la sensación de una ventana a la realidad (Stepan 2011). De manera similar a un escritor y sus textos, los dibujantes de la Comisión compusieron una representación de las características de la población, el medio geográfico, los medios de transporte y las ac-

tividades productivas de los habitantes de las distintas regiones visitadas. Las láminas también tenían una es-trecha relación con la difusión de conocimientos sociales y geográficos.

En la lámina de 1853 (Imagen 21) se puede ver la com-posición que los acuarelistas de la Comisión buscaron realizar entre tipos de climas, vegetación, «razas», activi-dades económicas y grado de civilización de la población. Allí se percibe claramente un tipo racial, las actividades principales (la orfebrería de aluvión y la pesca), la ve-getación tropical y el clima caluroso. En este sentido, a través de las láminas de la Comisión Corográfica podemos analizar el tipo de mirada que sus miembros tenían del país, sus intereses y sus formas de clasificar y ordenar la realidad, así como sus sesgos culturales e ideológicos (Restrepo 1999) 27.

En las láminas de la Comisión, la población se re-presenta en términos raciales y sociales. Los «notables»

27_Más recientemente Julio Andrés Arias Vanegas (2005) y Carla Juanita Rodríguez Congote (2009)._

Imagen 21_Provincia de Barbacoas. Modo de lavar Oro. Manuel María Paz, 1853. Acuarela sobre papel, 31 × 24 cm, Bogotá, Biblioteca Nacional de Colombia, colección Comisión Corográfica, lámina 47.

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de cada región, por lo general, aparecen en escenas do-mésticas y citadinas, con elegante ropajes, mientras que cuando se retrata a otros pobladores estos suelen apare-cer en actividades agrícolas. Si tomamos la imagen En-trada a Bogotá por San Victorino (Imagen 22), por ejemplo, se trata en apariencia de una escena cotidiana, en la que elegantes damas y caballeros se encuentran conversan-do, mientras otros caminan y algunos más se ocupan en actividades económicas. También resaltan los carruajes y los caballos. En la parte superior de la misma imagen se pueden observar cuatro nevados que se asoman con gran claridad. Ahora bien, los nevados que se percibían desde Bogotá fueron objeto de un acalorado debate en el siglo XIX: se especulaba que se trataba del volcán Puracé y su definición tenía importancia en la reciente transición al sistema federal (Sánchez 2007). De esta manera, con la lámina y con la segunda parte de su título Vista lejana de los nevados del Tolima, Quindío, Santa Isabel, Ruiz i Mesa de Herveo, los miembros de la Comisión buscaron difundir y popularizar sus nombres. Cuidadosamente se seleccionó el lugar en que se pudiera componer una es-cena «cotidiana» de la ciudad y se lograra dar término a la confusión respecto a los nombres de los nevados.

Cada lámina era cuidadosamente elaborada y revi-sada, como resultado de una producción colectiva, en la

que cada detalle buscaba dar cuenta de algún aspecto específico del territorio o de alguna peculiaridad de la población. Las láminas, así como los mapas, son cui-dadosamente manufacturadas y cumplen funciones si-milares y complementarias: acumular tiempo y espacio en representaciones que permitieran ver la nación en su particularidad y diversidad. Asimismo, su propósito principal está claro: identificar las diferencias geográfi-cas y de población de las regiones (Múnera 2005).

Al comparar los contenidos generales del Atlas de 1889 con los materiales de la Comisión Corográfica (los mapas borradores, los mapas corográficos, manuscritos finales, las láminas —que permanecieron inéditas a lo largo del siglo XIX—) se ponen en evidencia grandes di-ferencias de contenidos, énfasis y propósitos. Si la Comi-sión era una empresa «corográfica» (es decir, enfocada en el estudio de las regiones) y, por tanto, era afín a un proyecto federal, el propósito del Atlas de 1889 era representar la unidad del territorio, construir a la nación como un sujeto histórico y defender la interpretación oficial del Uti Possidetis acorde con los fundamentos de la Constitución de 1886. Gran cantidad de mapas y lámi-nas de la Comisión estaban destinados a la descripción de regiones —sin llegar a producir una representación general o una discusión de las fronteras nacionales—,

Imagen 22_Entrada a Bogotá por San Victorino y Vista lejana de los nevados del Tolima, Quindío, Santa Isabel, Ruiz i Mesa de Herveo.

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mientras que los mapas del Atlas de 1889 estaban enfo-cados en la representación de la nación como un todo, coherente y estable. El Atlas de 1889 estaba más intere-sado en hacer una representación total de un país cuyo nuevo lema era «una nación, una raza, una religión», que en examinar las particularidades étnicas y regiona-les (Restrepo 1998 y 1999).

la Gran Colombia y los intentos de crear una cartografía oficial en la década de 1820

Uno de los mapas clave del Atlas de 1889 es el llamado «División Política de Colombia en 1824» (Imagen 23). Pre-senta la visión oficial que las autoridades colombianas de finales del siglo XIX querían fuera recordada de la or-ganización territorial de la llamada Gran Colombia (1819-1830), ya que de esta se derivaba el Uti Possidetis con los territorios que se segregaron para formar la República de Venezuela (los antiguos departamentos del Zulia, Apure,

Venezuela, y Orinoco), y para formar la República del Ecuador (los antiguos departamentos de Azuay, Guaya-quil y Ecuador).

Este no era el primer mapa publicado sobre la Gran Colombia luego de su disgregación en 1830. Como ya se mencionó, el propio Codazzi había publicado en el Atlas de Venezuela de 1840 el «Mapa de los tres Departamen-tos Venezuela, Cundinamarca y Ecuador que formaron la República de Colombia, para servir a la historia de las campañas de la guerra de independencia en los años de 1821, 1822 y 1823» y la «Carta de la República de Colom-bia dividida por Departamentos» (Imagen 24). En la década de 1840, ambos mapas fueron considerados por las auto-ridades como lesivos para los intereses de la Nueva Gra-nada y solo hasta 1889 publicaron lo que consideraron era la «verdad histórica» sobre las fronteras pretéritas entre departamentos y provincias de la Gran Colombia.

Claramente, los mapas de 1840 y de 1889 se contrade-cían en cuanto a la extensión del territorio neogranadino

Imagen 23_«División Política de Colombia en 1824», Manuel María Paz y Felipe Pérez, 1889.

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Imagen 24_«Carta de la República de Colombia dividida por Departamentos». Agustín Codazzi, 1840.

Imagen 25_Las provincias y departamentos resultantes tras la separación de Venezuela y Ecuador, según Codazzi (1840) —azul— y según Paz y Pérez (1889) —rojo—.

restante tras la separación de los departamentos que for-marían Venezuela y Ecuador (Imagen 25).

Pero lo más interesante es que el mapa de Codazzi de 1840 y el de Paz y Pérez de 1889 no concuerdan con los mapas publicados por las autoridades de la llamada Gran Colombia. A su vez, tampoco hay corresponden-cia entre dichos mapas con el de Francisco Antonio Zea (1823) y con el de José Manuel Restrepo (1827), que tam-poco coinciden entre sí. Si el Atlas de 1889 hablaba en nombre de una verdad histórica, esta era más un proyec-to que se trató de consolidar a finales del siglo XIX que una realidad evidente, como veremos a continuación.

La rectificación de un mapa del Atlas de 1889

Poco tiempo después de publicado el Atlas de 1889, el mapa sobre las fronteras de 1824 (Gran Colombia) in-cluido allí debió ser rectificado pues contenía una frase que las autoridades colombianas de finales del siglo XIX consideraron sensible en el tema fronterizo con Ecuador. El mapa contenía una nota que señalaba una «porción del Territorio del Cauca que hizo parte del Departamento

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del Azuay antes de la desmembración de [la gran] Co-lombia», lo cual chocaba con el propio discurso geográ-fico e histórico del Atlas, según la cual esta «porción del territorio» siempre había sido parte de la Nueva Granada y, por tanto, de la nación neo-granadina (colombiana). El «error manifiesto» contra «la verdad histórica» fue ad-vertido por las autoridades diplomáticas y educativas de la República de Colombia de principios de la década de 1890, que se vieron obligados a emitir una «rectificación» que fue adherida sobre el mapa de los Atlas aún en po-sesión del gobierno (Recuadro 1). Llama la atención que en esta rectificación se pedía al público del Atlas, y en par-ticular a profesores y maestros de niños, «rectificar dicho error, dando por no escrita la nota», y «por no delineada la línea», elementos cartográficos que revelaban la propia naturaleza selectiva y comprometida de la narración car-tográfica desarrollada en el Atlas de 1889 (Imagen 26).

Imagen 26_Nota de «Rectificación» (1892) agregada al mapa «División Política de Colombia en 1824», Manuel María Paz y Felipe Pérez, 1889.

Por su interés, se trata, sin duda alguna, de un episo-dio que requiere mayor investigación. Lo cierto es que al comparar el mapa del Atlas de 1889 con el mapa de 1827, publicado por el Secretario del Interior de la República de [la Gran] Colombia, José Manuel Restrepo, la porción del territorio sí se encuentra en el departamento de Asuay, contradiciendo la rectificación colombiana de 1892 y su interpretación de la «verdad histórica». También aparecen como parte de los departamentos posteriormente segre-gados de Ecuador, Orinoco y Apure, otras porciones de territorio que en el Atlas de 1889 se incluyen dentro de las fronteras de la Nueva Granada (Imagen 27).

No se trata aquí de sostener que el mapa de Restrepo de 1827 esté «bien» y que el Atlas de 1889 este «mal», ni de afirmar que la cartografía de Restrepo sea más precisa o ajustada a la realidad que el mapa de Codazzi de 1840, del Atlas de 1889 o a la «rectificación» de 1892. Se trata,

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más bien, de resaltar que la imagen fija y natural que proyectó el Atlas al pasado contrastaba con las diferen-tes visiones, discusiones y negociaciones de los límites territoriales y del ordenamiento político que tuvieron lugar en el proceso de construcción de un territorio na-cional. Cada uno de estos mapas expresa los deseos y aspiraciones territoriales de quienes lo hicieron y revela el carácter inestable, variable y negociado del delinea-miento del croquis nacional. Habiendo examinado, bre-vemente, algunas motivaciones de los gobernantes del país que influyeron en el Atlas de 1889, ahora es nece-sario analizar las de los gobernantes de la llamada Gran Colombia en la década de 1820, a través de sus mapas.

Rectificación. Ministerio de Instrucción Pública. Bogo-tá, enero 15 de 1892. En la parte explicativa del Atlas de Colombia que ha publicado el señor D. Manuel M. Paz, por contrato celebrado con el Gobierno, corre con referencia a la carta XI sobre divisiones políticas de la Antigua Colombia, una nota que dice: «El vas-to territorio colombiano comprendido entre los ríos Caquetá, Napo y Amazonas, hizo parte provisional-mente del departamento del Azuay. Al desmembrarse la antigua Colombia, esta porción volvió a pertenecer a la Nueva Granada y formó parte del territorio del Caquetá». Aquí se contiene un error manifiesto, pues nunca el territorio ha hecho parte del departamento del Azuay, perteneciente hoy a la República del Ecua-dor. El señor Paz, interrogado por el Doctor Aníbal Galindo, Abogado de la República en las cuestiones relativas a límites, no ha vacilado en reconocer que hubo una inadvertencia, y cree que «el gobierno está en perfecto derecho para repudiar el error cometido

en aquella delineación y mandar reponer la carta XI del Atlas». Como este error, si se dejase pasar inad-vertido por parte del Gobierno, pudiera aparejar más tarde algunas dificultades en punto de límites con la vecina República del Ecuador, este Ministerio cree de su deber declarar abiertamente que el Gobierno re-chaza la inadvertencia de que se ha hecho mención por no estar la nota transcrita en conformidad con la verdad histórica. En tal virtud, los Profesores y Maes-tros de niños deben, cuando al dictar sus enseñanzas sobre Historia Patria tropiecen con la carta XI del At-las de Colombia por Pérez y Paz, rectificar dicho error, dando por no delineada la porción del territorio que lleva esta inscripción «Porción del territorio del Cauca que hizo parte del departamento del Azuay antes de la desmembración de Colombia»; y por no escrita la nota que en la presente rectificación se ha transcrito. Publíquese en el Diario Oficial y en los Anales de la Instrucción Pública. El Ministro José I. Trujillo

Recuadro 1_Transcripción de la nota de rectificación.

Imagen 27_Fronteras del mapa de 1889 —rojo— sobre los departamentos del mapa de 1827 —amarillo—.

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28_La «Gran Colombia» o «Antigua Colom-bia» o «República de Colombia» de la década de 1820 tuvo varias divisiones político administrativas durante su corta duración. Inicialmente estuvo dividida en tres departamentos (Venezuela, Quito y Cundinamarca) conformados por provin-cias (Cundinamarca tenía 15); en 1821 la república se reorganizó en siete departa-mentos; en 1822 se creó un octavo depar-tamento; en 1824 se reordenó la división en doce departamentos; en 1826 se fusio-naron algunos departamentos y se subdi-vidieron otros. En 1830 los departamentos

La cartografía grancolombiana o la búsqueda del reconocimiento de la república en un nuevo orden mundial

La cartografía de la República de Colombia durante la década de 1819-1830 tuvo dos objetivos fundamentales: 1) definir la organización territorial interna del país y 2) apo-yar el reconocimiento del país en el ámbito internacional como república independiente (Díaz et ál. 2010). Lejos de ser un reflejo más o menos fiel de una realidad territorial clara, los mapas estaban participando de la construcción de una realidad espacial nueva, tanto en la configura-ción de una división territorial administrativa, como en la creación de una entidad político-territorial indepen-diente, capaz de merecer el reconocimiento diplomático internacional. Lo primero no fue una tarea fácil por cuan-to la propia comprensión oficial de la división territorial del nuevo país varió de manera significativa a lo largo de la década del 1820, en parte como resultado de pugnas sostenidas entre fuerzas centralizadoras y poderes locales y provinciales; de suerte, por ejemplo, que cuando se imprimió el mapa de Restrepo en 1827, la organización territorial reflejada allí (1824) ya no era plenamente vi-gente, como consecuencia del pulso político territorial28. No obstante estos problemas internos, la prioridad de las autoridades era el reconocimiento internacional de la nueva república, ya que esta se estaba negociando en un contexto diplomático adverso en el que, potencias euro-peas como Rusia, Prusia y Austria se oponían a la misma como resultado de los acuerdos de la Santa Alianza, cuya misión era defender la monarquía absoluta europea e impedir la difusión de las ideas republicanas, inspiradas en las revoluciones norteamericana y francesa.

Los países de la Santa Alianza —que en la década de 1820 incluía también a Francia, debido a la restauración de la monarquía tras la derrota de Napoleón— manifesta-ron que solo reconocerían las independencias americanas si Fernando VII, rey de España, abdicaba de sus derechos sobre estos dominios y si un nuevo monarca europeo era nombrado (siguiendo el modelo brasilero). El rey de España, no obstante, rechazaba tajantemente cualquier

proyecto de autonomía política de las antiguas colonias y continuaba con su intención de someter militarmente a los rebeldes de América, con el apoyo de la monarquía francesa y de los demás soberanos de la, cada vez más débil, Santa Alianza. Por su parte, tanto en los Estados Unidos de Norteamérica como en Gran Bretaña había intereses a favor del reconocimiento diplomático de las nuevas repúblicas y de la normalización de las relaciones comerciales y políticas que de facto se habían establecido con estas.

En este complejo contexto diplomático se tenían que desenvolver los agentes de las nuevas repúblicas, como Colombia, para negociar el reconocimiento inter-nacional de su soberanía. Por ende, imprimir el mapa oficial de Colombia en Filadelfia, Londres o París era un acto político por sí mismo y los mapas publicados por iniciativa de miembros del Gobierno colombiano, en la década de 1820, claramente hacían parte de la estrate-gia y el esfuerzo diplomático y comercial de los nuevos gobiernos.

Francisco Antonio Zea: diplomacia, comercio y cartografía

El primer mapa de Colombia producto de la iniciativa del gobierno republicano fue grabado e impreso en Lon-dres en 1823 y se titula Colombia tomada de Humboldt y de otras autoridades recientes (Imagen 28). Se incluyó en un libro publicado tanto en inglés como en español por encargo de Francisco Antonio Zea, quien se desempeña-ba como ministro plenipotenciario de Colombia, con el fin de promover la inversión, el comercio y la migración europea al país. Conocido como mapa de Zea, aún no se conoce con detalle el papel desempeñado por Zea en su diseño, pero sí está documentada la participación de sus colaboradores cercanos en su elaboración (Del Castillo 2010).

Pese a la alusión que hace el título del mapa a Humboldt, la fuente cartográfica más importante del mapa de Zea no es Humboldt, sino Aaron Arrowsmith, el hidrógrafo (cartógrafo) del príncipe de Gales. Pero el nombre de Humboldt en el título le otorgaba al mapa una mayor autoridad científica, al igual que el nombre de Codazzi en el Atlas de 1889. Sin embargo, la elección del mapa de Arrowsmith, como modelo físico y político para el mapa de Zea, no es aleatorio o casualidad y pue-de asociarse con los costos implícitos al reconocimiento diplomático de Colombia por parte de Gran Bretaña. Ob-tener el reconocimiento diplomático británico implicaba para Colombia aceptar las fronteras que Gran Bretaña le reconocía previamente a su aliada Portugal —y por tanto a Brasil— en esta región de Suramérica (aunque

de Orinoco, Venezuela, Maturín y Zulia forman la República de Venezuela; y las de Ecuador, Guayaquil y Azuay, la República de Ecuador. Sobre la historia de la divi-sión político-administrativa de Colombia ver, entre otros, Orlando Fals Borda (1996).

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esto contradijera las aspiraciones territoriales colombia-nas derivadas de su interpretación del Uti Possidetis). Ceder en este punto era una herramienta de negociación diplomática que tenía Zea para obtener el reconocimien-to diplomático y comercial del país. Al igual que Zea, José Rafael Revenga, diplomático colombiano en Madrid, tenía la orden específica de Simón Bolívar para que pu-diera devolver a Madrid los territorios de Ecuador y el istmo de Panamá «si no fuere posible conseguir la paz sino a ese precio»29 (Citado en Ramos 1992: 419), lo cual muestra el tipo de costos territoriales que el gobierno de Colombia estaba dispuesto a pagar para obtener el reconocimiento diplomático internacional.

Las diferencias entre el mapa de Zea (1823) y el de Restrepo (1827) no se limitan al trazado de las líneas fronterizas ni a la diferencia de extensión del país resul-tante (Imagen 29); incluyen también distintos énfasis en la

Imagen 28_Colombia tomada de Humboldt y de otras autoridades recientes, Londres, 1823.

Mapa de Zea1823

Mapa de Restrepo1827

Imagen 29_Comparación de las fronteras en los mapas de Zea (1823) y Restrepo (1827).

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representación de los atributos geográficos y naturales del territorio en el mapa. Tal vez el elemento que más resalta en el mapa de Zea es el relieve, que no tiene tan-ta importancia en el mapa de 1827 ni en el mapa de la Gran Colombia del Atlas de 1889. El mapa de Zea hace del relieve montañoso el elemento principal del territo-rio colombiano, lo cual, tal vez, dé cuenta del interés de Zea y de sus colaboradores por fomentar la inmigración europea al país. El título del libro en el que el mapa fue publicado expresa muy bien el sentido promocional del discurso geográfico allí (re)presentado: Colombia siendo una relación geográfica, topográfica, agrícola, comercial y política, adaptada para todo lector en general y para el comerciante y el colono en particular. El mapa se inscribe entonces, claramente, en la promoción internacional del país como lugar apto para el colono y el comerciante. Esto en un contexto cultural, político y científico donde los criollos ilustrados otorgaban una gran importancia a las montañas, en la reivindicación del continente ameri-cano como lugar apto para el desarrollo de la vida civi-lizada al estilo europeo. La alusión a la autoridad cien-tífica de Humboldt en el título del mapa y su evocación implícita con la imagen del Chimborazo en su cartucho parecen jugar en el mismo sentido, argumentando vi-sualmente la riqueza natural del territorio, su situación privilegiada como tierra bañada por dos océanos, la po-sesión de dos grandes ríos (el Orinoco y Magdalena) y la viabilidad de la civilización europea en la nueva re-pública, debida a su diversidad de climas, que incluían desde los calurosos y húmedos hasta los más templados, fríos y sanos de la cordillera de los Andes30.

El emblema del cartucho del mapa (Imagen 30) era el mismo usado por la República de Colombia en el sello de los bonos de la deuda pública emitidos en Londres y, en este sentido, funcionaba como imagen oficial de la nue-va república. Alegóricamente presentaba la prometedora unión de la antigua Capitanía de Venezuela (antropomor-fizada en la figura masculina de cuyos brazos fluye el río Orinoco), del antiguo Nuevo Reino de Granada (como la figura femenina de cuyos brazos fluye el río Magdale-

na) y de la antigua Audiencia de Quito (como el volcán Chimborazo). El conjunto forma una escena paradisiaca rodeada de dos mares (palmeras del Pacífico y el Caribe), en el centro de la cual se yergue un escudo de armas con la leyenda: «ser libres o morir», en el cual se distingue un cetro roto y un caballo, que aluden a la victorias de los jinetes llaneros del ejército libertador sobre las tropas del rey (Del Castillo, 2010).

Sin embargo, las gestiones diplomáticas y comercia-les de Zea —en particular las relacionadas con el pago de la deuda colombiana ante los acreedores británicos— fue-ron desautorizadas por Pedro Gual (1783-1862), Ministro de Relaciones Exteriores de Colombia en 1822 (Vásquez 1996), lo cual generó una gran molestia diplomática en Londres, el retraso del reconocimiento del país por parte de Gran Bretaña, dificultades en la obtención de nuevos préstamos para el país y un gran desprestigio hacia Zea quien, profundamente afectado, murió ese año en Lon-dres. En esos momentos, el mapa de Zea y el libro del que hacía parte no habían sido aún publicados. Todo indica que estos fueron impresos por los colaboradores de Zea, comprometidos en la reivindicación y el reconocimiento

Imagen 30_Detalle mapa de Zea.

29_Para profundizar en este tema ver tam-bién Raimundo Rivas (1962).

30_Sobre el problema «del influjo del clima sobre los seres organizados» ver Mauri-cio Nieto, Paola Castaño y Diana Ojeda (2005) y Mauricio Nieto Olarte (2006).

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económico de sus gestiones en Gran Bretaña. Pero más allá del resultado, lo que nos interesa resaltar es el carác-ter disputado y negociado del territorio nacional en los mapas impresos de la época. Nada de esto es visible en Atlas de 1889: allí se presenta a la Gran Colombia como un espacio evidente, definido, estable y ajeno a todo proceso de conflicto o negociación internacional. Como queremos destacar aquí, los mapas de la primera mitad del siglo XIX reflejan, en cambio, un tenso y complejo proceso de construcción del territorio nacional y de su puesta en escena cartográfica, así como un enmarañado entramado geopolítico, comercial e incluso editorial, al que estaban sujetos estos procesos. Con la impresión de un mapa no se estaba simplemente reflejando un espacio «existente», sino tratando de construir una ima-gen que facilitara negociar y adquirir el reconocimiento internacional necesario para crear y legitimar la repre-sentación cartográfica y política de una nueva nación independiente, soberana y delimitada.

José Manuel Restrepo: historiador y cartógrafo oficial del gobierno colombiano

Se presentaron situaciones complejas como el despres-tigio que miembros del propio gobierno realizaron por las gestiones de Zea, más otros hechos que continuaban comprometiendo —a lo largo la década de 1820— la credibilidad internacional del gobierno de Colombia e incluso la propia legitimidad de sus dirigentes y de sus acciones durante las guerras de Independencia. Por ello, el gobierno colombiano se propuso publicar en París —en 1827— una versión oficial de la historia del proceso independentista, con el objeto de contrarrestar versiones desfavorables que sobre ella circulaban en diversos es-critos europeos. A cargo de la elaboración de esta prime-ra historia oficial del país estuvo José Manuel Restrepo, Secretario del Interior de la República. La Historia de la Revolución de Restrepo es considerada, desde entonces, como una de las principales fuentes de la historiografía nacional de la época, aunque claramente presenta las «verdades históricas» desde el punto de vista oficial y como un testigo protagonista fiel al proyecto bolivaria-no (Mejía, 2007). Además de la narración de la versión oficial de los hechos, La Historia de la Revolución con-tenía un atlas con la Carta de la República de Colombia, diseñada en Colombia bajo supervisión de Restrepo en 1825, pero grabada e impresa en París, en 1827 (Imagen 31). La publicación incluyó mapas particulares de los doce departamentos creados por la Ley de Ordenamiento Te-rritorial del 25 de junio de 1824. La publicación del atlas de Restrepo también buscaba contrarrestar otras inter-

pretaciones cartográficas que de los límites del territorio (gran) colombiano circulaban en la época en Europa y Norteamérica en diversos mapas (incluyendo el propio mapa de Zea) y que presentaban una visión del territorio y de sus fronteras, diferentes de la que querían transmitir y reproducir los responsables del gobierno colombiano.

Bajo la interpretación oficial del Uti possidetis, según la cual la República de Colombia heredaba la extensión de los territorios del virreinato de Santafé y la Capitanía de Vene-zuela vigentes en 1810, Restrepo le confiere al país mayores territorios en Centroamérica, la Amazonía y la Orinoquía que el mapa de Zea. Pero es la organización política inter-na del territorio republicano el elemento más importante del mapa, por cuanto da cuenta de uno de los retos políticos internos más críticos del proyecto unitario de la República de Colombia tras la independencia: la trans-formación del complejo sistema de jurisdicciones, sobe-ranías y entidades territoriales heredado de la Colonia y del proceso independista, en un Estado con un sistema político homogéneo, centralizado, ordenado y jerárquico de administración del territorio que garantizara la unidad del nuevo país.

El mapa de Restrepo presenta entonces una imagen ideal del Estado grancolombiano, de la organización te-rritorial interna del país (estructurada en departamentos y provincias —la delimitación cantonal no fue realiza-da— según la Ley de 1824) y de un equilibrio armónico entre regiones que no se materializó. La Ley de 1824 que se ve reflejada en el mapa en realidad debió ser modi-ficada en 1826 y luego dejó de regir en buena parte del territorio, debido a la crisis originada por la rebelión de Páez en Valencia y la intervención directa de Bolívar en 1827 para salvaguardar el proyecto de unión colombiana que se resquebrajaba. A su vez, Guayaquil era pretendi-do por el Perú, lo que concluyó en una guerra entre los dos países, a favor de Colombia. Ninguno de los reveses políticos internos del proyecto colombiano ni sus impug-naciones externas, se reflejan en el mapa y tampoco im-pidieron que fuera publicado en París —en 1827— como imagen oficial de la república, de su estructura interna y de sus límites internacionales. El texto que acompa-ñaba el mapa, más bien, resaltaba que este incluía los «lugares donde se han dado las principales batallas de la Independencia», lo que nos recuerda el discurso histó-rico del que hacía parte el mapa: la reivindicación de la memoria oficial de la Revolución. Pero apenas tres años después de la publicación en París del Atlas y de la Histo-ria de la Revolución de Colombia, el proyecto de unidad colombiana terminaba definitivamente y varios de los departamentos y provincias que se presentaban, tan co-herentemente ensamblados en el mapa de Restrepo, se

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segregaban definitivamente; incluyendo, por momentos, los departamentos del Cauca y de Panamá, que finalmen-te retornaron a la unión que existió jurídicamente hasta 1832, cuando se fundó un nuevo proyecto político, la Re-pública de la Nueva Granada que, a su vez, requirió la elaboración y negociación de un nuevo mapa.

Existieron buenas razones para que José Manuel Restrepo fuera encargado de coordinar la elaboración del mapa oficial de la República de Colombia publicado en 1827. Antes del proceso de Independencia, Restrepo ha-bía mantenido una estrecha relación con Francisco José de Caldas, pues gracias a su ayuda había desarrollado conocimientos en astronomía, geografía y cartografía; también a su lado, y había elaborado el mapa de la pro-vincia de Antioquia en 1809, con base en las mediciones geodésicas y barométricas realizadas durante 1807 en 102 localidades de la provincia. Restrepo también había publicado en el Semanario del Nuevo Reyno de Granada su «Ensayo sobre la geografía, producciones, industria

y población de la provincia de Antioquia, en el Nuevo Reino de Granada», basado en estas observaciones y en el desarrollo de la concepción de geografía económica abanderada por Caldas (Nieto 2006). Pese a que el mapa de Antioquia elaborado por Restrepo en 1809 no fue pu-blicado en su momento (las prensas existentes en la ca-pital carecían de la tecnología para imprimir imágenes o mapas), algunas copias manuscritas sí circularon con éxito entre los ilustrados neogranadinos en las primeras décadas del siglo XVIII (Imágenes 32 y 33).

La reputación ganada por Restrepo como principal geógrafo y cartógrafo de la provincia de Antioquia le fa-cilitó acceder a cargos importantes, en las primeras re-públicas, desde 1810. Las habilidades de Restrepo como geógrafo y cartógrafo fueron decisivas para ganarse poste-riormente la confianza de los militares que gobernaron el país durante la segunda década del siglo XIX y, de hecho, una copia del mapa de Antioquia de 1809 le sirvió a Res-trepo de carta de presentación ante el general Santander,

Imagen 31_Carta de la República de Colombia (mapa de Restrepo), París, 1827.

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Imagen 32_ Una de las copias manuscritas del mapa de la Provincia de Antioquia de José Manuel Restrepo.[José Manuel Restrepo] «Mapa de la provincia de Antioquia», ca. 1809, Biblioteca Nacional de Colombia, Bogotá, Fondo Pineda, signatura: 103, pieza 19.

Imagen 33_ Otra de las copias manuscrita del mapa de la Provincia de Antioquia de José Manuel RestrepoAnónimo. «Provincia de Antioquia según operaciones […] del Dr. Josef M. de Restrepo». Tomado de Cartografía y relaciones históricas de ultramar, tomo V, Servicio Histórico Militar, Madrid, 1980.

3332

Imagen 34_ Comparación de la provincia de

Antioquia en 1810 según copia del mapa de Restrepo (izquierda) y según

Atlas de 1889 (derecha).

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quien consideró el mapa útil para la defensa de la región, pese a no tratarse de uno elaborado con fines militares. Desde entonces, Restrepo hizo parte de los no tan nu-merosos civiles que participaron del círculo central del gobierno militar de los Libertadores (Mejía 2007).

Si bien aún queda por realizar un examen más de-tallado de la representación de la historia de los límites administrativos internos del país según el Atlas de 1889, podemos adelantar un ejemplo usando el caso de Antio-quia. Al comparar las copias del mapa de la provincia de Antioquia de 1809 elaborado por Restrepo, con lo que según el Atlas de 1889 ya era dicha provincia en 1810, se ven diferencias significativas: si en el Atlas la provincia de Antioquia tiene acceso al mar, este acceso no figura en el mapa de 1809. Queda claro que a nivel político ad-ministrativo interno también operó el procedimiento de proyectar al pasado un ordenamiento territorial deseado en 1889, y que el Atlas era un instrumento poderoso para escenificar este proyecto nacional (Imagen 34).

Conclusiones

Los mapas sugieren la idea de un retrato: una copia de la realidad en la cual el cartógrafo representa lo que existe, el mundo tal y como es; sin embargo, más que pintu-ras fieles de lo que hay en el mundo, la geografía y la cartografía son formas de construir un orden social y natural, de naturalizar el pasado, el futuro y el presente de un territorio. Los trazos y líneas que conforman un mapa son divisiones, diferenciaciones, clasificaciones y jerarquías. La cartografía es inseparable de los actos de clasificar, ordenar y nombrar, como el bautismo; son formas de inclusión y dominio. En el caso del Atlas de 1889, las líneas que definen un contorno estandarizado —que servía para narrar la historia de Colombia en cual-quier periodo histórico— tienen el poder de generar una imagen compartida de lo que es la «nación». En el Atlas se hace evidente el poder de la representación visual en la configuración de un pasado, de una historia que pa-rece naturalizar la existencia de un ideal de nación, que de forma idéntica a los mapas es construido por seres humanos que tienen prioridades y formas específicas de ver y ordenar el mundo, y de interpretar las «verdades históricas». Los mapas del mundo o de una nación son el resultado de procesos históricos y prácticas comple-jas, y están en permanente cambio, no solo porque sean cada vez más precisos o por los cambios políticos a los que están sujetos los Estados y las naciones, sino porque las formas de representación cartográfica y los elementos que se quieren poner en escena también son objeto de modificaciones que dependen de prioridades y decisio-

nes de aquellos que tienen la autoridad para definir los límites y las características de un territorio.

Tal y como quisimos mostrar con este escrito, existe una estrecha relación entre la historia de los mapas y la historia de la naciones. En lugar de ser hechos estableci-dos y naturales, las naciones —al igual que los mapas— son artefactos culturales. La construcción de la nación, así como la definición del territorio, es un proceso lento y prolongado que es indisociable de la construcción de imaginarios sustentados en buena medida en imágenes cartográficas. El Atlas quería presentar una nación natu-ralizada, a priori, que había existido desde el descubri-miento de América. Pero, de hecho, como hemos queri-do mostrar, el Atlas hacía parte de un complejo y lento proceso de consolidación y definición de lo que se podía entender como Colombia. Es así como la cartografía no es simplemente una pintura o un modelo de un espacio, sino también anticipa la realidad; un mapa es un mode-lo para un territorio, esto es, un poderoso instrumento de diseño, planeación y control del espacio.

Mapas como los del Atlas de 1889 pueden ser leí-dos y entendidos casi en cualquier lugar del mundo de finales del siglo XIX, porque siguen con rigor las reglas y convenciones de una tradición cartográfica de amplia aceptación en el mundo occidental. Sus convenciones poseen un alto grado de «universalidad», no tanto por-que sean la única forma posible de representar el terri-torio o la nación, sino más bien porque se suscriben dentro de un largo proceso de estandarización que se remonta a los orígenes de la cartografía moderna. Las re-presentaciones cartográficas son abstracciones radicales, y es evidente que los mapas no son similares al territorio que representan, pero su aparente realismo y su alto gra-do de credibilidad son rara vez puestos en tela de juicio. Más que fieles a la realidad, los cartógrafos son fieles a un conjunto sofisticado de reglas y convenciones en la representación espacial y temporal. Convenciones que hacen parte de una tradición geométrica muy antigua y parte esencial de la cultura occidental; pero la cartogra-fía, además de seguir dichas normas de representación espacial, también ha adoptado un conjunto de reglas para la representación de un orden social y político.

Al igual que los libros o los textos, las representacio-nes del espacio no son el producto de mentes individua-les ni de observaciones solitarias. En su mayoría, son el resultado de una suma de tareas y de datos recopilados por muchas personas en lugares y tiempos distintos. En particular, los mapas que llegan a la imprenta implican una división de labores amplia y compleja. Mapas y datos de cartógrafos o viajeros anteriores, dibujantes, medicio-nes astronómicas, coloreadores, grabadores, impresores;

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y no menos importante, la información que le es dada al viajero por sus guías locales y los nativos que, segu-ramente, conocen mejor el territorio que el explorador o el conquistador. Una expresión política tan contundente como lo es el Atlas de 1889 solo es posible como el resul-tado de la suma y articulación de una enorme cantidad de información. Información que proviene de muchas observaciones hechas a lo largo de periodos de tiempos prolongados, pero siempre siguiendo las reglas de una tra-dición científica de firmes y estables convenciones, como lo es la cartografía.

No hay mejor manera de organizar vastos territo-rios que en un mapa. Son las más eficaces expresiones de cómo acumular tiempo y espacio en una simple y elegante representación plana. Si pensamos los mapas no como simples representaciones de lo que hay, sino como formas de construir un orden, podemos entender

mejor el sentido político de la cartografía en la historia de un imperio o de una nación (Harley 2005). Esta posi-bilidad de visualizar sobre un plano grandes extensiones de tierra y mar hace posible la idea de control político y de unidad nacional.

El ejercicio aquí iniciado para «desensamblar» el Atlas de 1889 puede ir más atrás en el tiempo: el pensa-miento geográfico y la cartografía de Francisco José de Caldas de principios del siglo XIX; las expediciones cientí-ficas imperiales del siglo XVIII; los grandes atlas europeos del siglo XVII e incluso la primera cartografía europea so-bre el Nuevo Mundo del finales del siglo XV y principios del siglo XVI hacen parte de esta historia (Tabla 5) que es, al mismo tiempo, la historia de la ciencia cartográfica y la historia política del Nuevo Reino de Granada y de la actual Colombia (Díaz et ál. 2010).

Mapas DEl aTlas 1889 Mapas DE los pErioDos narraDos por El aTlas

Comisión Corográfica

Gran Colombia (1819-1830)

Finales del virreinato XVIII- XIX

Inicio del periodo colonial XVI-XVII

Tabla 5_Comparación de los mapas del Atlas con algunos de mapas de los periodos narrados por el Atlas.

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