decoin, didier - la camarera del titanic

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Di d i e r De c o i n

LA CAMARERA DEL TITANIC

A Jean-Marc Roberts

NDICECaptulo 1.................................................................................... 5 Captulo 2.................................................................................. 23 Captulo 3.................................................................................. 33 Captulo 4.................................................................................. 40 Captulo 5.................................................................................. 48 Captulo 6.................................................................................. 54 Captulo 7.................................................................................. 69 Captulo 8.................................................................................. 78 Captulo 9.................................................................................. 91 Captulo 10.............................................................................. 103 Captulo 11.............................................................................. 113 Captulo 12.............................................................................. 122 Captulo 13.............................................................................. 132 Captulo 14.............................................................................. 142 Captulo 15.............................................................................. 151 Captulo 16.............................................................................. 169 Eplogo .................................................................................... 178 RESEA BIBLIOGRFICA............................................................... 180

Haba seguido su extraordinario destino hasta el final. Podra sugerirse que, para seguirlo mejor, se hubiera engaado a s mismo? YASUNARI KAWABATA

Captulo 1Corre; lleva un becerro a cuestas, atravesado sobre los hombros. Antes de iniciar la carrera, l mismo inmoviliz las patas del animal con unas cuerdas de camo. Si la atadura no est bien hecha, el becerro se agita y sus sacudidas desequilibran la marcha del hombre que lo carga. Los dos caen, se hunden en las charcas de agua estancada que hay en el muelle. Ruedan hasta los pies de las mujeres, que ren tapndose la boca con la mano. Las mujeres de los armadores no son particularmente crueles, pero que un hombre se caiga con el becerro es lo nico que las divierte un poco. De otro modo, aunque el concurso rara vez excede una hora escasa, incluidos los preparativos, a ellas se les hace demasiado largo. Hay que decir que se celebra todos los aos y siempre apenas comienza la estacin. A finales de marzo, cuando an hace fro en el puerto. A veces llueve. No hay donde protegerse. La lluvia apelmaza los sombreros, reblandece los velos, mancha los largos vestidos grises o malva. Horty siente junto a la nuca el calor ardiente del cuerpo del animal. La orina del becerro desciende por la espalda del estibador, se mezcla con su sudor, le empapa la camisa blanca. Desde que participa en el concurso, Horty anda buscando la forma de impedir que el becerro se le mee encima. El animal se mea de pnico. Ha intentado ligarle la verga al becerro, pero el dolor excita a la bestia y sta an se revuelve ms. Ha tratado de hacer orinar al becerro justo antes de echrselo sobre los hombros, pero por ms que le apriete el bajo vientre, el animal est demasiado intranquilo para evacuar y, cuando consiente, jams se vaca del todo. Dos o tres aos atrs, Horty y los dems estibadores pidieron a los armadores que sustituyeran el becerro por una carga equivalente pero inerte; por ejemplo, sacos de arena. Los armadores actuaron de forma razonable: se reunieron en asamblea general, estudiaron la propuesta y a las seis de la tarde convocaron a la gente en el muelle: no se poda prescindir del becerro, explicaron, pues el fundador del concurso quera que fuese forzosamente un becerro. Se reley su testamento, la clusula era tajante. De todas maneras, el juego es ms espectacular con un becerro. Los mugidos de la bestia enloquecida forman parte de la fiesta, as como los aplausos de las mujeres que baten sus manitas enguantadas, los chillidos de las gaviotas, la msica, el viento, y las campanas de la ciudad y las sirenas de los barcos que ovacionan al vencedor. Cuando Horty llega junto a la tarima donde toca la orquesta, ya lleva ocho minutos corriendo. La orina del becerro se le ha enfriado sobre la piel, ya no siente su olor amoniacal: lo ha dejado tras de s, en su estela. Horty jams ha corrido tan rpido. Tampoco ha sufrido nunca tanto. Tiene la

impresin de que un fuego le recorre la garganta, una especie de esputo que todo lo devora y del cual no consigue liberarse. En el pecho y en el vientre los rganos toman dimensiones enormes. Se han inflado y le presionan las costillas, intentando separarlas para abrirse paso y salir reventando la piel. De vez en cuando la sangre afluye al cerebro con tal violencia que una niebla roja oscurece la vista del estibador. Una noche breve, helada, desgarradora, se le echa encima. Ya no siente el pavimento del muelle bajo los pies. Por un instante corre sobre una nube. Debera ser una tregua agradable, pero no es as porque la nube est horadada y los huecos se abren al vaco. Horty ve el percutir frentico de las baquetas sobre los tambores, pero no oye sus redobles. Ni siquiera oye las trompetas. Ni los gritos de aliento de los armadores que, vociferantes, agitan delante de l sus sombreros negros. A pesar de estar oficialmente prohibidas las apuestas, este ao, al parecer, han alcanzado su mximo nivel. Horty corre ahora en un mundo silencioso donde slo existe su sufrimiento y a veces el eco de aquel que experimenta el becerro. Unos dos minutos ms de carrera y alcanzar el tramo ms peligroso del concurso: aquel en el que cada ao cree que va a morir. Por otra parte, puede que en cierto modo muera. Corre como un autmata. Slo sus piernas continan. Son ellas las que se obstinan, las que van a permitirle atravesar la muerte; con la condicin de que el estibador no tropiece. Si cae durante esta especie de sncope vertiginoso, no volver a levantarse. Hay demasiada renuncia dentro de l. De ordinario recupera la conciencia a una centena de metros de la estrecha pasarela que une el muelle con el puente del carguero. Agradece a sus piernas el haberlo llevado hasta all. Sacude la cabeza, se desembaraza de la noche, de la muerte. Sus cabellos empapados rocan el muelle con una lluvia de sudor. A veces tambin con un poco de sangre que le brota de la nariz o de las orejas. Mordindose la lengua para no gritar, Horty recupera el control de su cuerpo y de sus sentidos para el embate final.

La pasarela es estrecha. Ha llovido al alba y no ha habido suficiente viento para secarla, as que est tan resbaladiza como si le hubiesen echado jabn. El menor sobresalto del becerro, el menor paso en falso, y Horty caer entre el muelle y el flanco del navo. La inmersin brusca en el agua fra de aquel cuerpo que el dolor ha vuelto incandescente provocar un paro respiratorio. Se sumergir con la boca abierta. El peso del becerro sobre los hombros precipitar el hundimiento. Horty se ver atrapado bajo el casco frreo del buque. O bien, su camisa se enredar en las palas de la hlice, donde permanecer apresado, crucificado.

Para cruzar la pasarela sin mayores dificultades, el estibador debe abordarla con el pie derecho. Con l domina mejor su equilibrio. Luego, ha de afirmar el izquierdo y dejar que ascienda por sus piernas, ligeramente dobladas, la onda del

balanceo de la pasarela. Si no lo hace as, la tabla actuar como un trampoln y lo lanzar al agua. La dificultad consiste, pues, en moderar el paso al abordar la pasarela. Naturalmente, en ese momento se siente el deseo de acelerar la carrera, un poco por vanidad, pero sobre todo porque el final est prximo, y con ello concluye la tortura. Este ao Horty no est seguro de poder controlarse lo suficiente como para disminuir el ritmo. Opta por detenerse. Entonces oye a la multitud que grita y silba a sus espaldas. Probablemente la gente piensa que va a renunciar. El estibador cuenta mentalmente hasta tres. La pasarela deja de vibrar. Horty hunde las uas en la carne del becerro y reanuda su avance. Despus, todo se sucede rpidamente. Horty no tiene ms que rodear el torno de vapor y pasar por entre las dos mangueras de aire. A unos pasos, al pie del mstil de carga, hay trazado un crculo rojo sobre el puente del barco. Horty se inclina y lanza el becerro al centro del crculo. La bestia muge: algo se ha roto en la cada. A Horty no le gusta hacer sufrir a los animales. Pero el becerro que ha llevado sobre los hombros no es un animal, sino una interminable agona de doce minutos, la humillacin del torso de un hombre empapado de orina, una carga de odio. Que reviente, piensa. Lo mira de nuevo. El animal trata de estirar las patas amarradas. Hay como una especie de pus en sus largas cejas. Expele excrementos, se vaca sobre el puente, con los flancos hundidos. Luego se aquieta y muere. Una fetidez tibia rodea al estibador, quien se aleja unos pasos y contempla la rada. Unos hilillos de vapor tembloroso brotan de las sirenas ululantes. Algunos barcos izan los gallardetes. Horty se agarra a las jarcias del barco como un boxeador a las cuerdas del ring. Los hombres, tocados con gorras, corren hacia el carguero. Les siguen las mujeres, que se levantan el ruedo de los vestidos para poder correr. Los marineros, en las superestructuras de los barcos anclados, agitan las gorras para saludar a Horty. Los dems concursantes se han detenido en el muelle. Llevados por el impulso, algunos haban corrido todava unos metros. Pero ahora todos estn inmviles. Dejan en el suelo sus becerros, cuyas patas liberan de una cuchillada. El concurso del mejor estibador de los puertos del norte slo tiene un vencedor. No hay premio para el segundo. Los hombres subieron a bordo y, siguiendo la tradicin, se quitaron los sombreros negros al trasponer el portaln. Las mujeres permanecan al pie de la pasarela, lanzando grititos de temor cuando alguna ola, originada por el movimiento de un buque, chocaba contra el borde del muelle. A Horty le habra gustado que tambin las mujeres subieran a felicitarlo. Haba entre ellas algunas muy hermosas. Le hubiera complacido verlas humedecerse los frescos labios con timidez cuando les rozara la mano. Pero el estibador ola tan mal ahora, que tal vez era mejor que las seoras se quedaran prudentemente en el muelle, lejos de l. Las volvera a ver por la noche, durante el baile, despus de que se hubiera lavado en el mar y mudado de ropa. Tambin las mujeres estaran ms hermosas. Siempre se esmeraban para el baile de los estibadores. Procuraban bailar

slo con sus maridos o con los de sus amigas con los armadores, hombres de su clase, pero Horty haba advertido que siempre haba una o dos que se saltaban las conveniencias. A pesar de que el oficio haba envejecido al estibador, a pesar de que los pesos le haban inclinado adelante los hombros de manera curiosa, que recordaban unos muones de alas, aun con sus cincuenta y dos aos y pese a su rostro ajado, haba ganado el concurso durante cinco aos consecutivos. Quiz por eso mereca bailar con una mujer perfumada, adems del premio habitual: el becerro que haba lanzado en medio del crculo rojo y que le ayudaran a llevarse a casa, en alegre comitiva. A Horty le doli hoy mucho ms que las otras veces. No saba que el dolor pudiera lacerar tan profundamente la carne de un hombre. Por ms feliz que fuese ahora, guardaba en su fuero interno un lancinante estado de afliccin. Era apenas un recuerdo. Algo hiriente lo segua recorriendo, lo exploraba como buscando el mejor lugar donde anidar y, una vez en l, devorarlo. Se estremeci, y no slo porque hiciese fro en el puente, expuesto al viento de mar adentro que llegaba con el oleaje hasta la rada y produca un chapoteo seco y blanco de espuma. Horty tendi la mano a los estibadores que suban a bordo del carguero. Es la ltima vez les iba diciendo. El ao que viene os tocar a vosotros conocer el sabor del becerro. Aunque matarse para eso Es blanco como el bacalao y, adems, seco. Suelta jugo, eso s. La verdad es que slo merece la pena la grasa que desprende y el vino que se le echa.

La mayora de los estibadores viva en la Ville-Basse, una especie de poblado parecido a los mineros del norte de Francia. Las casas de ladrillo se escalonaban a uno y otro lado de una calle empinada, el antiguo sendero de Patna que luego se llam calle de la Ville-Marqu en memoria del joven y erudito vizconde, apasionado de las leyendas, que volvi a poner de moda el mito de la ciudad sumergida de Ys. Talladas y ensambladas por carpinteros de ribera, puertas y ventanas eran lo bastante slidas como para resistir las rfagas del viento del suroeste que ascendan calle arriba, a veces arrastrando enormes cantidades de espuma que dejaba sobre los cristales una nieve triste y pringosa. Generalmente, los marcos de las ventanas estaban pintados de azul. En verano, las mujeres colgaban soportes de hierro en los que colocaban macetas de flores. Las regaban por la maana y las entraban a la cada de la tarde, como si fuesen animales domsticos. Pese a todos sus cuidados, las plantas moran antes del otoo, quemadas como en el desierto por el ventarrn salino. Era un lugar tranquilo que ola a algas secas y a caf claro, donde siempre haba muchos pjaros, porque los estibadores llevaban de un lado a otro granos de mandioca adheridos a la suela del calzado y en los pliegues de la ropa.

La calle terminaba de repente. Se llegaba a la playa. La llamaban el puerto de las mujeres, porque all se reunan ellas en la bajamar para comprobar si las olas haban dejado algo. Desde lejos, encorvadas sobre la arena, con sus espaldas redondas y negras como cascos bien calafateados, con los chales inflados por el viento, las mujeres se asemejaban a una flotilla de barcas de pesca. Tan slo las mujeres y sus hijos acudan a la costanera. Al mismo tiempo que las animaban a realizarlo, los estibadores despreciaban ese pillaje. Ellos robaban directamente en las bodegas de los barcos, donde la mercanca era de mejor calidad y no estaba mojada por una prolongada permanencia en el agua ni echada a perder por el vaivn de las olas.

Durante la marea baja la playa tena forma de media luna. Y sobre el polvo de ncar de las conchas pulverizadas, la luz se reflejaba, blanca y gris, lo mismo que en la luna. A las once de la maana, Zoe Horty oy las campanas en la torre de SaintAndr. Se irgui. Pero ni siquiera as pareca ms alta: su crecimiento termin a los quince aos; a punto de cumplir los cuarenta y cinco, haba conservado la fragilidad y los ademanes cortos y algo bruscos de una adolescente. Le enmarcaban el rostro unos cabellos en desorden cuyo color rubio se haba vuelto rojizo con la edad; cabellos secos y finos que ningn cepillado, ninguna cinta, haban logrado mantener en su lugar. Se hubiera podido creer que Zoe haba salido del vientre de quien estaba a su lado, Bathilde Burn, una muchacha fuerte, maciza, de boca carnosa y cabellera densa, y que no contaba an dieciocho aos. Bathilde se sac el pauelo de la manga del vestido y lo expuso al viento para que lo desplegase. Bathilde era perezosa. En el pauelo haba una cajita metlica. Bathilde abri la tapa, inclin la caja y extendi en el dorso de su mano un polvo fino de color oscuro, el cual protegi con la otra mano. Aspir el polvo con el rostro inclinado y los labios apretados, concentrando todo su poder de aspiracin en la nariz. Zoe la observaba con envidia. Quieres? pregunt Bathilde echando la cabeza hacia atrs. Es tabaco turco. Huele a miel y a algo ms que no conozco. Zoe lo aspir. Ambas comenzaron a estornudar, entre risas. Se limpiaron la nariz con los dedos porque no podan ensuciar el pauelo de Bathilde, destinado a limpiar lo que se pudiera encontrar en la playa, algo de valor o simplemente comestible. Las campanas dijo Zoe. Y ahora, las sirenas. Ha acabado el concurso. Me voy a casa, debo prepararme por si Horty trae el becerro. Es posible? pregunt Bathilde. Claro que es posible repiti Zoe. Prometiste ensearme dijo Bathilde.

En julio, Bathilde se casara con Jean-Marie Steuze. El ao prximo, Steuze podra participar por fin en el concurso, que era nicamente para hombres casados (el fundador haba pensado en todo: qu iba a hacer un soltero con un becerro?). En la calle de la Ville-Marqu todo el mundo saba que Steuze sera el siguiente vencedor. Tena condiciones para serlo. Trabajaba en los muelles con el equipo de Horty, para quien la victoria de Steuze significara un traspaso de poder, una sucesin legtima. Horty lo entrenara como si fuera su propio hijo, lo llevara a la victoria. Pero Bathilde opinaba que no basta con tener un hombre que traiga un becerro; hay que saber adobar el animal para impedir que toda esa carne se pudra tan rpidamente que no se pueda aprovechar y termine como cebo para los peces. Ven a casa y vers cmo lo hago respondi Zoe. No es tan complicado, slo tendrs que mirar. Abandonaron el puerto de las mujeres y regresaron por la ensenada, una pendiente escarpada que haban labrado las mareas. Las olas no dejaban en ese lugar sino algas, pero all acudan los domingos los habitantes de los barrios ricos de la Ville-Haute para pasear y ver el mar, y en ese sitio Zoe encontr, resplandeciendo entre los fucos, dos joyas. La primera la entreg a la polica. Pero los agentes la retuvieron por largo tiempo y la abrumaron a preguntas, como si sospechasen que la haba robado. Anocheca cuando pudo al fin abandonar la comisara. As que se qued con la segunda joya, un pequeo broche de plata. Zoe no tena reputacin de hacer confidencias fcilmente, pero, pese a ello, Bathilde intentaba, adems del asunto de despedazar el becerro, que le hablase del amor. Porque Zoe tena la mirada tranquila de una mujer amada. Sus iris claros as lo indicaban; y no slo los iris. Las vecinas de Zoe decan que a veces se la oa cantar, y pocas mujeres de estibadores cantaban a los veinticinco aos de matrimonio. Horty es un hombre sin complicaciones, porque le gusta la vida dijo Zoe. Es como los animales, no sabe que va a morir. Cuando esto suceda, si estoy presente, no me mirar con terror a los ojos. Tendr una expresin de asombro. As me mira cuando goza. Gozar lo asombra? pregunt Bathilde. S, creme. Grita? No, no grita. Pronuncia mi nombre. Dice Zoe, Zoe, eso es todo. Sucede as desde la primera vez. Luego, me pide perdn porque no he gozado. T no gozas? Por qu? No lo s. No hemos tenido hijos, quiz no estoy hecha como las dems. S, yo tampoco gozo dijo Bathilde. Y ahora que caigo, lo cierto es que tampoco he odo nunca a una mujer de nuestra calle que dijera que senta placer al hacerlo. Pues no hay duda de que lo sentimos, pero no sabemos de qu se trata. Tal vez ocurre como lo que deca hace un momento, lo de la muerte para Horty: morir y no sabr que muere. Crees que hay que saberlo todo? Caminamos por una calle, y la

vida consiste en ir hasta el final de esa calle. Naturalmente, no vas a entrar en cada casa de la calle para mirar cmo est arreglada por dentro. Me pregunto qu hay al final de la calle murmur Bathilde. El mar, una especie de mar en el que uno se ahoga. Da miedo dijo Bathilde. An eres joven. No pienses en eso. La calle de la Ville-Marqu estaba desierta. Las dems mujeres haban corrido a averiguar quin haba ganado aquel ao. No deberamos hablar de estas cosas dijo Bathilde. No acept Zoe. Pero hablamos de ellas. El da del concurso no es como los dems, la gente enloquece. Est lo del becerro, y luego lo del baile. Me gusta el baile dijo Bathilde. A m, no. Para no aguar la alegra infantil de Bathilde, que haba comenzado a revolotear en la calle como si llevase ya un hermoso vestido, Zoe coment que a ella tambin le gust bailar, pero de eso haca ya mucho tiempo. Ella era tan baja, y los estibadores tan altos, que nunca fue una buena pareja. Tena que empinarse sobre la punta de los pies, lo que no era lo ms indicado para bailar la polca. Ahora prefera quedarse en casa con Horty y lavar despaciosamente la vajilla, aprovechando cada pieza que lavaba para tratar de acordarse de las circunstancias en que la compr. Casi siempre se surta en el vendedor de objetos arrojados por el mar. Este visitaba la Ville-Basse una vez al mes en un carromato de pared lateral abatible sobre unos soportes, con lo que se converta en un mostrador. Como no ignoraba que sus clientes eran mujeres supersticiosas, el mercader afirmaba que jams venda nada procedente de un naufragio en que hubiese habido vctimas humanas. Poda contar cualquier cosa. Por ejemplo, era difcil creer que todas las vajillas de cristal que venda procedan de comedores de transatlnticos de lujo. De ser cierto, haba mucho transatlntico en el fondo del mar. Pero qu importaba? Aun incompletas y a veces con piezas desportilladas, las vajillas eran slidas, a menudo decoradas con ncoras, jarcias anudadas, aves exticas o vistas de Valparaso. Las cuberteras, en cambio, no valan gran cosa. Al comprarlas, las piezas brillaban, pero no tardaban en empaarse y, por ltimo, se oxidaban. Seguramente haban permanecido demasiado tiempo en el mar. Zoe se pregunt cmo se las arreglara Bathilde para hacerse el ajuar, ahora que el vendedor de objetos recuperados del mar haba desaparecido.

Su casa era la nica ante la cual haba unos nios agachados sobre la tierra apisonada. Embutidos en sus chaquetas negras, gritaban y se empujaban; vistos desde lejos, parecan un enjambre de moscas. Zoe no necesitaba ms para saber que

Horty haba ganado. Saba por qu los nios estaban all: por el becerro, por los huesos que no le eran tiles y que les arrojara por la ventana, divirtindose al ver que se los disputaban como perrillos. Se apart para franquear el paso a Bathilde. En vez de limpiarse las suelas de los zapatos, la joven se descalz y dej en el umbral sus zuecos embarrados. Mir a su alrededor. Dijo que era hermoso, sobre todo el vajillero con las servilletas encima, y tambin la lmpara que colgaba del techo. Esa lmpara dijo Zoe con orgullo no es cualquier cosa. Esa lmpara procede de un barco de tres palos polaco, estaba en la habitacin del capitn y era su mujer quien le sacaba brillo; hasta conocemos su nombre, se llamaba Hendryka. Ests segura? pregunt Bathilde, impresionada. Todo lo que hay en nuestra casa ha vivido. Hermosas vidas, algunas veces. Si te lo contase todo, necesitaramos la noche entera. Y esta noche tienes baile. Y pienso bailar hasta caer rendida dijo Bathilde, que empez otra vez a dar vueltas sola. Pero vendr a verte una de estas tardes. Ya escuchar tus historias. La muchacha se acerc a la estufa, que pareca un trono en medio de la sala, levant una placa y aspir el olor que exhalaba el hogar apagado. Te calientas con carbn? Abunda en el puerto dijo Zoe. Se consigue ms fcilmente que la lea. Dos o tres kilos cada da no los nota la Marina y el montn crece con rapidez. Tendi un pao azul de cocina a Bathilde: Pntelo para resguardarte. Slo tengo un delantal y no me lo puedo quitar. Voy a amolar los cuchillos; t, busca y saca todos los recipientes que puedas encontrar. Coloca en unos sal y en otros agua. Zoe pas por detrs de Bathilde, desliz las manos por entre los densos cabellos de la muchacha, los levant y los anud como un moo improvisado. Bathilde se mir en un espejo por encima del fregadero y sonri: Dios mo! Ir as al baile. Debiste haber tenido una hija. S, me hubiera gustado mucho. Yo s tratar a las chicas agreg, devolvindole la sonrisa. Pens que, si fuera la madre de Bathilde Burn, comenzara por lavarla. Como castigo por ser tan sucia, la condenara de inmediato a retirar las vsceras, a limpiar los riones. Claro que, a fuerza de embotarse la nariz con tabaco turco, Bathilde quizs haba perdido el olfato. Zoe sali al quicio de la puerta. Los nios todava permanecan ah. El viento de la marea deshilachaba las nubes y haca aparecer largos jirones de un azul an plido. Pero llova ms all, a menos de un kilmetro, sobre la Ville-Haute. Cuando pasa esto dijo uno de los nios, es que el diablo zurra a su mujer. El diablo no tiene mujer dijo Zoe, precisamente porque le zurr demasiado. Pero le quedan hijos, y creo que conozco a algunos de ellos. Arrodillada ante la piedra de granito que haca las veces de quicio para acceder a la casa, afil los cuchillos. Era medioda, se senta feliz. Hubiera querido explicrselo a Bathilde, pero pens que una muchacha siempre impaciente como ella tal vez ni siquiera saba que la felicidad exista. A la misma Zoe le cost aos hacerse

idea de lo que era. Ahora saba dnde encontrarla. Iba derecha hacia ella, sin vacilar, como cuando era una niita y segua a sus hermanos por los rboles en busca de nidos. Era la primera en localizarlos. Pero en aquella poca era an muy egosta, as que se sentaba sobre los nidos, los ocultaba bajo el vestido y deca: No, no, buscad por otro lado, aqu no hay nada. Senta que las alas de los pichones le rozaban los muslos. Era una sensacin extraa, exasperante y grata a la vez. Al comienzo de su matrimonio, intent persuadir a Horty de que la acariciase ms o menos parecido, de que le pasara las uas entre los muslos, por ejemplo. No dio resultado. A l le interesaba mucho ms que ella lo acariciara. As pues, Zoe no volvi a hablar ms del asunto. Seguramente, a Bathilde le habra sorprendido saber que eso no le impeda ser feliz. Bathilde le da demasiada importancia a su cuerpo, pens Zoe mientras escupa sobre los cuchillos para enfriar el calor que provocaba la afiladura. Y Zoe continu pensando, siempre a propsito de Bathilde: Y la verdad, no tiene un cuerpo tan magnfico. Ms grande que el mo, eso s, pero para qu le sirve? Para bailar mejor que yo, pero aqu slo se baila una vez al ao. Quedan los otros das. Se ri sola. Una mano se apoy en su hombro. Justo en aquel momento sali el sol. Por su sombra, que se alargaba sobre el granito, se quebraba y ascenda por la puerta azul, Zoe reconoci a Horty. Se incorpor y se apret contra l. Solt los cuchillos, por temor a herirlo. Apesto, pequea dijo el estibador. Bathilde Burn est aqu, ha puesto agua a calentar y te podrs lavar. Encontrars tu otra camisa blanca sobre la cama, la he planchado esta maana, ya ves que tena confianza. Antes de entrar en casa, Zoe mir a la parte alta de la calle, del lado de SaintAndr, sorprendida al no or los cantos de los camaradas de Horty ni el ruido de la carreta sobre la cual, como todos los aos, llevaban el becerro a la casa del vencedor. Te voy a decir algo muy divertido dijo Horty. Este ao no hay becerro. Los armadores lo han enviado al hospicio. No hay carne? se asombr Zoe. Entonces, te han dado dinero? Horty se sent a la mesa. Empuj los recipientes rebosantes de agua caliente. He ganado un viaje dijo. Bathilde comenz a rerse, descubriendo sus largos dientes cuadrados con las puntas estriadas como pequeas sierras. Zoe se encogi de hombros, irritada: Si hoy no es el da para que aprendas a preparar un becerro, por lo menos te voy a mostrar cmo cuidar a un hombre. Qutale los zapatos y las medias. Acerca la ponchera de agua salada. Lvale los pies. Eh, eh, calma! exclam Bathilde. Yo no obligo a nadie respondi Zoe. Si no te gusta, ya sabes dnde est la puerta. Bathilde se arrodill. Horty pas distradamente los dedos por sus cabellos, desanudando sin querer el falso moo que Zoe haba arreglado haca un momento. Los rizos negros volvieron a caer sobre las mejillas de Bathilde, ocultando su rubor. Roz los pies de Horty con timidez, pero pronto se anim. Le haca cosquillas al

hombre, y ella misma se rea. Tena unas manos suaves. Un viaje? pregunt Zoe. Qu quiere decir exactamente un viaje? Quiere decir que me ir, pequea. Voy a montar en tren, atravesar el mar y llegar a Southampton, en Inglaterra agreg despus de hacer nfasis en el nombre de Southampton el tiempo suficiente para producir todo su efecto. Qu nos interesan a nosotros Inglaterra y Southampton? Desde cundo queremos a los ingleses? Dame caf pidi Horty. Se lo sirvi sin apartar de l la mirada, como si buscara una seal de que haba bebido o se haba vuelto loco. Ya haba sucedido que a los estibadores que cargan fardos muy pesados les estallase algo en la cabeza. Zoe no saba muy bien qu se rompa dentro del crneo, pero haba odo contar que algunos de esos hombres quedaban idiotizados y despus tenan que ocuparse de ellos como si fuesen nios. Southampton dijo Horty: de all zarpar el Titanic rumbo a Nueva York. El mayor transatlntico del mundo. Si uno no lo ha visto, no lo puede describir. Y aun habindolo visto, tampoco podra hablar de l porque no encontrara palabras. Es lo que me han dicho esos seores. Algunos de ellos lo visitaron en los astilleros Harland y Wolff, en Belfast. Ahora, el Titanic va a hacer su primer viaje y estoy invitado a asistir. Ser el 10 de abril, a medioda. Zoe mir atentamente a su marido con compasin: No has visto suficientes barcos en tu vida? Horty no respondi. No haba comparacin entre el Titanic de Southampton y los cargueros de aqu. El primero haba sido concebido para complacer a todos los que adquirieran pasaje, incluso a los emigrantes, que seran millares y embarcaran en la rada de Queenstown, dejando Irlanda a las ovejas. En cambio, los cargueros no eran sino bodegas oscuras, ruidosas, hmedas y tristes, que atracaban y luego zarpaban sin que los estibadores hubiesen tenido siquiera tiempo de descifrar, bajo la herrumbre, el nombre pintado en la popa. Bathilde haba acabado de frotar los pies del dueo de la casa. Los contempl un momento sobre sus rodillas, envueltos en un trapo. Despus se levant y se sent en un banco frente a l. Escuch, mordindose el labio como una nia. Aquella noche en el baile slo se hablara del viaje de Horty. Si retena lo que estaba contando el estibador, sera la mejor informada. Los hombres se apretujaran a su alrededor para saber ms del asunto. Miraran su boca, que era precisamente lo mejor que tena Bathilde. Dormir en el hotel explic Horty a Zoe. Esos seores me han reservado habitacin en el hotel de Southampton, un hotel de verdad, no un asilo de obreros. Y la vspera de la partida del Titanic, cenar en el comedor de ese hotel. Me preguntarn qu deseo y me servirn en la mesa. Puedes imaginrtelo, pequea? T no hablas ingls replic Zoe. En ese caso intervino Bathilde, se seala con un dedo la carta y se dice: Esto, y despus esto y ms de eso! Forzosamente son cosas de comer. Quisiera

estar all agreg cerrando los ojos. Todo el mundo quisiera estar all dijo Horty. Y en cierta forma todo el mundo estar all. Es decir, todos los que en el mundo cuentan como personas importantes. As que eres una persona importante? dijo Zoe en tono burln. He vivido veinticinco aos con una persona importante, y yo sin darme cuenta. Y t, Horty, con qu clase de persona tienes la impresin de haber vivido? Basta cort Horty. No sigas, querida. Te quiero. Est preocupada coment Bathilde alargando la mano para acariciar a Zoe y tranquilizarla, teme que te suceda alguna desgracia. Adems, Southampton est tan lejos Lrgate orden Zoe al tiempo que asa la mano de la muchacha y la arrastraba hacia la puerta. Sal de mi casa, este asunto es entre Horty y yo, slo entre nosotros dos. Una vez fuera, para salvar las apariencias con los nios agrupados ante la casa, Bathilde les grit que se marcharan. De parte de Zoe, os informo de que este ao no habr desperdicios de becerro. Pero el estibador tal vez os traiga caramelos de Inglaterra. Ya haba subido la marea; el viento amain y las nubes se concentraron sobre la Ville-Basse. Comenz a llover. La calle de la Ville-Marqu se convertira pronto en un cenagal. Bathilde se alej, sintindose vengada: Zoe no podra evitar llegar al baile embarrada hasta las rodillas, en tanto que a ella la llevara en brazos su novio. Horty tambin era capaz de hacer lo mismo con su mujer y evitarle el lodo, pero Zoe lo pondra tan furioso que ni siquiera pensara en hacerlo.

Horty se incorpor. Detrs de la ventana, sigui con los ojos a la muchacha que se iba calle abajo. Haba olvidado darle las gracias por haberle lavado los pies. Eso debi de ser un poco humillante para ella, pero de todos modos lo haba hecho con esmero. Seguramente la chica esperaba enterarse de ms cosas sobre el Titanic y la manera de tratar bien a los clientes en los hoteles de Southampton. Pero Zoe la haba echado antes de que Horty hubiese podido decir ni la mitad de lo que saba. Los armadores le haban descrito el gran puerto ingls, la calle prxima a los muelles de los transatlnticos donde estaba el hotel, el vestbulo con puerta giratoria, la escalera con peldaos barnizados de blanco, el corredor de las habitaciones, como la cruja de un barco. Al parecer haba alfombras por doquier, macetas con plantas en todos los rincones y un saln para fumadores artesonado y decorado con retratos de barcos, al que slo tenan acceso los hombres. Sin embargo, Horty no se dejaba deslumbrar fcilmente. El ltimo sentimiento de admiracin que haba experimentado se remontaba al da de su matrimonio con Zoe. Nevaba desde la vspera. La nieve cuaj, cosa que nunca ms haba vuelto a suceder, porque en las regiones martimas la bruma salina la funde en cuanto llega al

suelo. Aquello fue algo tan inesperado que hasta los nios evitaban jugar con la nieve para conservarla virgen y admirarla por ms tiempo. Vindola cubrir la Ville-Basse, Horty pens que contemplaba el blanco absoluto. Despus, Zoe y sus padres, sus amigos, el cortejo, aparecieron al final de la calle, camino de la iglesia de Saint-Andr. Entonces Horty se dijo para sus adentros que el vestido de Zoe era an ms blanco que la nieve. Qued como paralizado por un sentimiento de estupor. Estupor fue precisamente la palabra que emplearon los armadores respecto al Titanic. Te quedars como atontado de estupor, Horty. No sonaba eso como una cita bblica? No haba en todo aquello, aun antes de que se convirtiese en realidad, algo inmenso? Tal vez Zoe era demasiado bajita para percibir la inmensidad, se era el problema. El estibador quiso tomar a su mujer en brazos, consolarla. Pero ella se apart, bufando como un gato. Lavaba, secaba y guardaba todo lo que haba dispuesto para preparar el becerro con el aire desapacible y ofuscado de una persona ya agotada a quien se ha obligado a hacer un trabajo intil. Puedo renunciar al viaje dijo Horty. Otro lo aprovechar. Despus de todo, tampoco tengo maleta. Te comprar una dijo Zoe. Ir a la Ville-Haute. La encontrar en el bazar, no? No s cunto puede costar, pero ha llegado el momento de gastar nuestros ahorros. No te has partido la espalda durante todos estos aos para poner el dinero en la mesa y amasarlo con los dedos, suspirando. Quiz tambin me compre algo para m. Un vestido. O un sombrero, por qu no? La verdad, no veo qu utilidad puede tener un sombrero de velo para una mujer como yo. Pero tampoco veo qu utilidad puede tener una noche en Southampton para un hombre como t. Zoe se sent en una silla, extendi el pao sobre sus rodillas y comenz a alisarlo maquinalmente, en silencio, con la palma de la mano. Esta noche dijo ir al baile de los armadores. No te gusta bailar repuso Horty. Zoe sacudi sus rojizos cabellos. Lloraba. No he debido ganar dijo Horty. Si no hubiese ganado este concurso, seramos felices. Lo somos refunfu Zoe. Ahora, ve a casa de los Burn. Excsame con Bathilde por haberla echado a la calle y pregntale si puede prestarme algo para vestirme esta noche. S, Bathilde hace dos como yo, lo s perfectamente, pero no hace mucho era una chiquilla y su madre no es de las que tiran las cosas.

El baile se celebraba en el amplio hangar de madera de la Compaa de Especias. Era una idea de las mujeres. Los penetrantes efluvios que escapaban de los bultos de canela, clavo, azafrn o pimienta se imponan al olor acre de los cuerpos sudorosos, el vino derramado y la orina de los hombres que hacan sus necesidades contra las tablas entre dos vueltas de java. Para evitar el riesgo de incendio, haban

colocado las lmparas de petrleo cerca de las vigas; se perda en iluminacin, pero no se bambolearan cuando los estibadores, excitados por la llegada al baile de hermosas mujeres o por la reposicin de las botellas de licor, lanzaran al aire sus gorras.

Los armadores se mantenan agrupados en la larga mesa cubierta con un mantel blanco donde estaban dispuestas las jarras de vino. No bailaban. Hablaban en voz baja de los movimientos de sus barcos, opinaban sobre los fletes, canjeaban oficiales. En el transcurso de aquella fra noche de marzo se dictaron algunas rdenes y otras se cancelaron tras unas palabras susurradas al odo. Algunos nios se escurran por entre los seores para captar informacin y lanzarse luego hacia los barcos con el fin de anunciar los cambios. De vez en cuando, los armadores se callaban. Volvan la cabeza hacia el centro del hangar y miraban a las mujeres de los estibadores, que bailaban entre s esperando que sus hombres hubiesen bebido lo suficiente como para tener deseos de danzar con ellas. Aquel ao, la msica era hermosa. Adems de tres acordeonistas, haba un violinista. Zoe y Bathilde volvieron a ser las mejores amigas del mundo. Bailaban una en brazos de la otra. Bathilde haba prendido en sus cabellos negros, con ayuda de alfileres, una especie de mariposa recortada de un pedazo de tul. Cuando inclinaba el rostro, las alas de la mariposa se cerraban suavemente. Zoe llevaba un vestido rojo que Bathilde usaba cuando tena trece aos para asistir a las bodas. Odio a ese hombre dijo Zoe sealando a Jules Simeon, que aquella tarde haba sido reelegido presidente de la Unin de Armadores. Me debe un becerro y me lo pagar. No s cmo, pero lo har. Habl en voz alta. Las otras mujeres asintieron con la cabeza. Aunque no les concerna directamente, no les gustaba el asunto del viaje a Southampton. Primero se haban redo de la decepcin de Zoe, obligada a guardar los cuchillos y las poncheras. Despus haban reflexionado. Quin saba si Jules Simeon y los suyos no preparaban hbilmente las cosas para suprimir el prximo concurso? El becerro no era lo ms costoso para la Unin de Armadores, sino la jornada de descanso y, sobre todo, la organizacin del baile. No ms gastos de msica, ni farolillos, ni vino. Entramos en una poca difcil, haba dicho Simen aquella maana sobre el puente del carguero, mientras pronunciaba su discurso de felicitacin. Delante de la multitud de estibadores (algunos lucan pauelos rojos, pero se los quitaron y los volvieron a guardar a medida que Simen hablaba), el presidente de la Unin de Armadores record que no todos los emigrantes de Europa Central iban a Norteamrica. Algunos se quedaban aqu, cara al mar. Esa gente slo necesitara unos das de descanso para recuperar su vigor. Aceptaban salarios bajos, de hecho casi limosnas, se prestaban a efectuar los trabajos ms duros y repugnantes

nicamente a cambio del derecho a quedarse en Francia un tiempo ms. Y no iban a pedir fiestas. Por el contrario, pretendan trabajar por las noches, e incluso los domingos. A pesar de ser campesinos, no les costaba nada comprender la economa del mar: para ser rentables, los barcos, cada vez ms grandes, exigan movimientos portuarios ms rpidos; en consecuencia, ms mquinas o estibadores ms eficaces, mecnicos o hngaros, dijo burlonamente el presidente antes de concluir: Divirtmonos, pues, todos juntos, mientras an estemos a tiempo de hacerlo.

Zoe abandon a Bathilde y se dirigi hacia la larga mesa. Las mujeres dejaron de bailar y se separaron para abrirle paso. El amplio vestido de Zoe se ensanchaba por encima de los tobillos, como una amapola que se abre y se despliega al menor roce. Seor dijo Zoe plantndose delante del presidente, mis respetos. Soy Zoe Horty, seor. El presidente se inclin. Tom entre las suyas la pequea mano de Zoe y, lentamente, se la llev a los labios. Seor dijo Zoe, retirando con energa la mano y limpindola con su vestido rojo, tenemos que hablar. Ms tarde contest el presidente. Oh, no; ahora mismo, seor. Las mujeres se rean. Slo Zoe Horty poda ser tan audaz, casi insolente. Las mujeres menudas son como las pequeas hierbas pens Bathilde con envidia, nada les hace suficiente sombra para impedirles estar siempre lozanas y cortantes. En ese momento la pista de baile estaba vaca, los msicos tocaban en el desierto. Hasta los hombres se aproximaron. Horty se encontraba en la primera fila con los puos apoyados en las caderas y la gorra inclinada, como haba visto hacer a los instigadores en los das de huelga. Mir a su mujer y frunci el entrecejo: Basta. No ests aqu para armar los. No he empezado yo dijo Zoe, clavando los ojos en los del presidente. Creo repuso l que estaba usted a punto de bailar. La observaba y pensaba: Me gustara mucho bailar con esta seora. Me lo permite? Zoe vacil. Hasta dio uno o dos pasos atrs. Era la primera vez que se oa tratar de seora. No saba si aquello le agradaba de verdad. El presidente se inclin ligeramente para volver a tomar la mano de Zoe, que esta vez no la retir. Luego la llev hasta el centro del hangar. Seor dijo Zoe, hace poco mi marido me ha citado unas cifras difciles de creer. Las ha obtenido de usted, seor. Se trata de lo que van a embarcar en ese transatlntico, seor, en el Titanic. Se habla de ciento sesenta toneladas de carne fresca, seor. Ciento sesenta y seis precis Simen sonriendo. Horty va a ver que el gran barco se engulle todo eso dijo Zoe, y nosotros

no tendremos ni una mnima parte? Es carne inglesa, desde luego, pero aun as Lo he comprendido repuso Simen. Espero que s. Puede estar segura confirm Simen. Veamos, qu tal un cerdo? Es ms sabroso que el becerro admiti Zoe. Y tambin se aprovecha ms. Agregar unos sacos de patatas tempranas. Gracias dijo Zoe. Dios se lo pagar, seor. Eso no lo s dijo el presidente. Dudo que Dios acte en esta clase de contabilidad, seora Horty. Para ser completamente sincero con usted, creo que Dios no existe. Esto lo dijo para demostrar que no era tan burgus ni tan reservado como pareca. Tiempo atrs haba tenido prestancia y encanto, pero ahora estaba encorvado y los huesos se marcaban en su levita negra. Se haba rociado con agua de lavanda, pero bajo la franela hmeda ola a fondo de pipa, a almidn, a enjuague, a tierra y oro; a viejo, en suma. No le quedaba ms que hacerse pasar por republicano progresista, librepensador, todo lo que deba de ser tambin, pensaba, la mujer de un estibador vestida con vulgaridad, una mujercita del norte, pero que bailaba haciendo sonar los tacones como una espaola. Ah!, s, yo creo lo mismo que usted, seor exclam Zoe. Lanz una mirada en derredor y agreg reventando de risa: Es decir, creo que no creo. Seora Horty cuchiche el presidente, habr que volver sobre esta conversacin. Profundizarla. Se trata de cosas serias que merecen que se les dedique unas horas de reflexin, de intercambio. Yo mismo le llevar todo: el cerdo y las patatas. Ir acompaado solamente de una botella de vino de marca. Usted slo tendr que colocar dos vasos sobre la mesa. S, seor dijo Zoe con su voz dcil, pasaremos un buen rato. Cuando venga quizs haga buen tiempo, seor, y en ese caso pasearemos por la playa despus de beber. El presidente no le hara ningn dao. La manoseara sin duda un poco, pero no sera el primero y, adems, eso no haba matado nunca a una mujer honesta. Si haca algn ademn de querer ir ms lejos, Zoe pedira auxilio. En la calle de la VilleMarqu se oa todo lo que suceda de una casa a la otra. Zoe sonri. Sacar de este hombre bastante ms que un cerdo y unas patatas. Una promocin para Horty, tal vez un nombramiento como maquinista para pasar los ltimos aos que le quedan en los muelles. Que Horty me traiga solamente un par de botas amarillas con cordones, y la fiesta estar completa. No tengo nada para ponerme que combine con unas botas amarillas, pero a quin le importa? Zoe bailaba ahora cada vez ms rpido, con los ojos cerrados. Inventaba la msica en su cabeza y daba los pasos con los pies; la orquesta y el presidente no tenan otra opcin que seguirla. Las mujeres, dispuestas en crculo alrededor de la pista, marcaban el ritmo con las manos diciendo Zoe, Zoe, Zoe; era como si unas aves marinas hubiesen entrado en la tienda de la Compaa de Especias y se cernieran dando chillidos por entre el humo de las lmparas. Zoe Horty quera

arrebatarles a Bathilde Burn y a las otras jvenes toda la gloria del baile de 1912. Presa del vrtigo, el presidente la dej libre. Cruz las manos detrs de la espalda y tuvo que resignarse a seguir a Zoe con los ojos, contrariado por no seguir sintiendo el busto de la mujer apretado contra su pecho, levantndose al ritmo jadeante de su respiracin. Cuando Zoe daba vueltas, sus cabellos ondeaban y ocultaban su rostro; ya no se vean las pequeas arrugas en las comisuras de la boca y de los ojos, pareca tan frgil y tan nerviosa que no aparentaba ms de treinta aos. Ni sos siquiera, se dijo el presidente. Horty observaba en silencio. Aquella noche, Zoe lo honraba. No estaba, como las otras veces, sentada en un banco, sin beber ni bailar, preguntando sin cesar la hora a las parejas que pasaban a su lado, para buscar luego la mirada de su marido y hacerle seas de que quera regresar. Entonces, de un capirotazo, se ech hacia atrs la gorra. Empujando a las mujeres que jaleaban a Zoe, se acerc a ella. Djela le dijo el presidente; est lejos de aqu, est soando. Lo s asinti Horty, a m me sucede igual. Zoe y yo hacemos siempre lo mismo. A veces se despertaban juntos en plena noche, a causa de una rfaga de viento, de un postigo que golpeaba, del estertor de una sirena. Se sonrean en la oscuridad: Ests bien? Muy bien, y t? He soado que un viejo caballo minero ha escapado y no s cmo ha logrado subir hasta la superficie para venir a rascarse contra nuestra puerta. Era gris, verdad? S, cmo lo sabes? Porque tambin apareca en mi sueo. Tena los flancos hinchados. Era un caballo apaleado. S. Guardamos el mismo sueo para volvernos a dormir o lo cambiamos? Deberamos conservar el mismo, para ver qu va a ser de ese caballo perdido y viejo. Zoe abri los ojos. Sin dejar de bailar, extendi las manos hacia delante. Horty las tom entre las suyas. Dieron vueltas juntos como un torbellino. Al poco, dos hombres se abalanzaron de repente uno contra el otro, cuchillo en mano. Y despus de eso una muchacha, Marthe Gillard, perdi el conocimiento; se desplom tan suavemente que, en un primer momento, nadie se dio cuenta de nada, e incluso la multitud de danzantes la pisote un poco. Le fracturaron la mueca izquierda. Permaneci sentada llorando el resto de la velada, mirndose con expresin estpida la mueca izquierda, ahora enorme. El violinista intent tocar el acorden, pero no fue muy convincente. Bathilde perdi su mariposa de tul blanco, que apareci ahogada en una jarra de vino. Estall una tormenta, y la lluvia golpe tan fuerte las tablas del hangar que todos los rostros se alzaron como si fuese el propio ngel del apocalipsis quien golpeaba. Naturalmente, hacia el final faltaron alimentos y alguien tuvo que correr hasta el mercado para buscar barriles de pescado. Aunque en principio las canciones de a bordo jams se cantan en tierra, unos marineros del Sou-venir d'Armor entonaron una en tono jocoso: Vinaigre, moutarde, chapean de cocu,

Le nez et la barbe, mets le tout dans mon cul, Branle de zigue lafaridondaine, Branle de zigue la faridond Cantaban para consolar a Marthe Gillard, que inspiraba compasin a todo el mundo, y lo cierto es que la pequea accidentada acab por rer con ganas. Entr un perro vagabundo y se pase sin morder a nadie. Tena unos ojos enormes. El limosnero del puerto hizo una colecta entre los bailarines. Joseph Barthom se puso en pie sobre un banco para anunciar su compromiso con Coralie Dzuc, una rubia que mantena el cuello curiosamente echado hacia delante, como quien va a vomitar. Poco antes de medianoche, todo el mundo se call para escuchar la sirena de un barco que zarpaba hacia alta mar. Trataron de adivinar qu buque sera y cruzaron apuestas sobre su nombre. Enviaron a un nio hasta el rompeolas de la escollera para que lo verificase. No regres. Debi de quedarse dormido, acurrucado en algn sitio. A esas horas de la noche los nios no sirven para nada. Y ahora, Horty y Zoe se dirigan de nuevo hacia la Ville-Basse, siguiendo el muelle del comercio. En la cubierta de los tres cargueros norteamericanos que haban atracado la vspera y que, con las bodegas an llenas, estaban sumergidos en el agua hasta muy por encima de la lnea de flotacin, unos negros enormes montaban guardia. Fumaban unos cigarros finos y oscuros como ellos. Se quitaron las gorras para saludar al estibador y a su mujer. Eran solemnes, pero sus ojos rean. An no haban visto nada de Francia, salvo la larga lnea gris de los muelles y algunas luces glaucas a travs de la lluvia, pero ya saban que iba a ser su viaje ms hermoso. La mayor parte de ellos vena del infierno grasiento y hediondo de las balleneras de Nantucket. Sus mochilas estaban repletas de dientes de cachalote grabados a punta de cuchillo y los agitaban en la palma de la mano: Look, man, look. Pretty thing for your girl. Not expensive. Nice work. Los otros barcos parecan abandonados. Olan a chatarra, hulla fra y sopa. Los desperdicios arrojados al mar, mecidos por la marea, chocaban contra el muelle, pegndose a los tingladillos de las chalupas de servicio de los barcos que haban quedado anclados en la baha. A medida que se alejaban del hangar de la Compaa de Especias, las notas musicales se perdan en la noche. Aqu slo se oan los ronquidos de unos hombres detrs de las portillas entreabiertas, y a veces la zambullida furtiva de una rata. Ha sido un baile esplndido dijo Zoe. Quizs el mejor baile de todos los que he conocido. Horty enlaz por la cintura a su mujer. Un ademn que a ella le gustaba y que atenuara el tono de ligero reproche que velaba la voz del estibador: Y se dira que has tenido tu da de gloria, pequea. Bailar con el presidente, ponerle tus condiciones yo har el viaje, pero adems tendremos un cerdo entero Mi pequea Zoe, ests completamente loca! Pero tienes razn: era mi noche; si el ganador tiene sus derechos, supongo que su esposa tambin. Eso es lo que has pensado, eh, Zoe? Eres fuerte.

Sin embargo, tena ms bien el aspecto de una bestezuela ahogada. Su vestido rojo estaba salpicado de manchas de sudor, tena los cabellos pegados, los labios hinchados de tanto como se los haba mordido, y haba perdido el tacn de uno de sus zapatos. Zoe levant los ojos hacia las gigantescas gras dormidas sobre sus rieles. Amaneca. El chaparrn de la tormenta se alejaba hacia el mar, trazando a lo lejos una cortina de polvo plido sobre el horizonte. Pero del entrelazado de las viguetas continuaban cayendo grandes gotas de lluvia mezcladas con herrumbre que provocaban efmeros destellos de rubor al chocar con las mejillas de Zoe. Conseguir que trabajes ah arriba le dijo a Horty, mostrndole la pequea cabina de hierro laminado cuyos vidrios resplandecan en el corazn de una gra, justo detrs de la pluma de la mquina. Cuando regreses de Southampton, eso ser realidad. Me pregunto cmo dijo Horty. No me lo preguntes contest Zoe sonriendo. Horty, al mirar las gras, vio en lo alto las estrellas. Le parecieron ms altas que de costumbre. Brillaban con un resplandor de hielo, sin halo. La primavera en el Atlntico norte sera bonancible y fra, pens el estibador.

Captulo 2Un hombre que jams haba ido hasta ms all del final de los muelles y que de repente se iba a Southampton por dos das y una noche, a los cincuenta y dos aos, seguramente necesitaba un montn de cosas. Zoe no saba exactamente cules. Daran de comer en los trenes? Era cierto que en el recorrido el viento resecaba la garganta y entonces alguien suba al tren para ofrecer algo de beber? Si era as, cmo se las arreglaba el aguador para pasar de un vagn a otro mientras el tren corra por la campia? Quizs el ferrocarril contratase acrbatas, pens Zoe, que tambin se preguntaba cmo habra que vestir de noche en un hotel ingls y si Horty dormira desnudo, como tena por costumbre hacerlo en casa, o si necesitara algn camisn, y qu clase de traje debera ponerse por la maana para asistir a la salida del Titanic; hay circunstancias en las cuales una gorra sobre una cabeza bien peinada probablemente no basta. Por fin, una noche, la ltima, Bathilde y otras mujeres llevaron a Zoe las levitas oscuras que sus padres y sus maridos haban usado el da de su boda. Las extendieron sobre la mesa con todos los accesorios correspondientes, las camisas blancas, las corbatas, los botones y las ballenas para el cuello, todo ello guardado en cajas de especialidades farmacuticas, con sal en grano y arroz para preservarlas de la humedad. Todas aquellas telas pesadas y negras conferan a la mesa un aspecto de catafalco. Las levitas olan al salitre de las bodegas. Sin embargo, cada mujer haba empleado una receta segura para conservarlas como nuevas, a sabiendas de que aquellas prendas no serviran para nada, a menos que ellas muriesen antes que sus maridos, en cuyo caso stos las usaran como ropa de luto. Algunas mujeres haban rellenado los bolsillos con hierbas secas como para un embalsamamiento. Otras haban envuelto las levitas en tiras de papel encerado. Ahora desplegaban las prendas ante Zoe, las agitaban, deslizando por dentro sus manos para mostrar la magnfica impresin que produciran si un ser viviente las luca. Zoe escogi una levita que haba pertenecido a Jean Rissken. No era la mejor de todas, pero en el reverso tena cosida una fina cinta con una condecoracin imperial muy antigua. Le dijo a Bathilde que hiciera caf para todos y que sacara la botellita de licor y unas pastas. Mientras, ella fue a la alcoba y examin el vestido rojo que le haba prestado Bathilde para el baile de los armadores. Sobre la cama, en el lado donde dorma Horty, estaba su maleta an abierta. Era una maleta exageradamente grande teniendo en cuenta lo que Zoe haba encontrado finalmente para que su marido se llevase. Al menos no pesara demasiado.

Fuera, aventada por el viento del mar, la granizada corra sobre la tierra pisada. La noche caa ms pronto que de costumbre. Unos perros ladraban inquietos. Marzo era, con mucho, el ms lluvioso de los meses del ao. Horty regresara tarde aquella noche, ya que haca horas extraordinarias debido a la presencia de unos barcos alemanes que estaban en la rada desde el Viernes Santo, esperando ser descargados. A veces Horty tena horarios de comadrona. Zoe le haba pedido que pasara con ella esa ltima noche, pero l frunci el entrecejo: Qu ltima noche? Me voy el martes y regresar el jueves por la maana, ni tiempo tendrs de darte cuenta de que no estoy aqu. As era, no haba tenido tiempo de pensar que parta. Slo que se ausentaba, que iba a dar una vuelta por el caf, aunque eso s, un caf en Southampton, al otro lado del mar. Bathilde llam Zoe, aqu tengo tu vestido. Bathilde entr. Iba descalza. Tena algo de animal, Zoe no saba exactamente de cul, pero sin duda se trataba de un animal ardiente y sucio. Me preguntaba dijo Zoe si podra quedrmelo un poco ms. Le mostr a Bathilde, en la palma de la mano, el pequeo broche que haba encontrado entre las algas en el puerto de las mujeres y ofreci: Te lo prestar a cambio. Pero para llevarlo en casa cuando ests completamente sola. Dios mo, no pienses en presumir con esta joya, en realidad no me pertenece! Puedes quedarte con el vestido cuanto quieras dijo Bathilde, recibiendo con alegra el broche. En casa nadie se lo pone, ahora todas tenemos demasiado cuerpo para llevarlo. Bathilde aadi Zoe, maana por la maana, cuando Horty vaya a marcharse, quisiera besarlo. Pero besarlo de una forma diferente. Sabes de eso? S respondi Bathilde. Se ri y agreg: En la boca hasta lo ms profundo de la garganta, es eso lo que quieres decir? S asinti Zoe. Explcame un poco. Nunca lo has hecho? pregunt Bathilde. No. Es increble, verdaderamente increble, lo cobardes que podis llegar a ser. Pensabas que est mal hecho? No; pero aqu la boca la empleamos para comer y para hablar. S dijo rindose Bathilde, pero tambin se pueden hacer otras cosas, creme! Es gracioso que hayas esperado todo este tiempo y que Horty tambin lo haya hecho. Un primer beso a los sesenta aos! Horty slo tiene cincuenta y dos. Djate de cuentas dijo Bathilde. Jugamos a las vendedoras, o te enseo a besar? Mira, voy a cerrar la puerta. Ahora, acrcate un poco. Si quieres aprender, Zoe, por qu te escapas? Lo mejor es que te sientes en la cama y yo a tu lado, porque de pie no ser cmodo, parece que se te olvida que eres muy baja y yo alta En el cuarto contiguo, las mujeres removan la estufa. Avivaban los carbones para calentar la plancha de hierro con el fin de planchar la camisa y la levita de Jean

Rissken. Hablaban entre s en voz baja, admirando o criticando los objetos paganos con los cuales Zoe haba decorado la casa. Por qu en la pared del fondo la primera que se vea al entrar en la sala, esos peces-luna embalsamados, unos peces que no haba pescado Horty, en lugar de un crucifijo? Las mujeres ya no recordaban que el mercader de baratijas venda en otros tiempos peces-luna, jams crucifijos. Bathilde se inclin y apret a Zoe contra ella. Con sus largas y hmedas manos, alis los cabellos desordenados de la mujercita y luego trat de inmovilizar su rostro. Entonces Zoe se defendi un poco, porque para ella ser besada era algo nuevo. Las mujeres de la calle de la Ville-Marqu, salvo Bathilde, que era lista, generalmente sentan temor de lo que an no conocan. Teman ms a los escasos automviles que bajaban a la Ville-Basse que a parir o a morirse. Qudate tranquila le susurr Bathilde. No te har dao. No se usan los dientes, ni se muerde. La muchacha abri la boca y la coloc sobre los finos labios de Zoe. Zoe sinti la lengua de Bathilde que se colaba por entre sus dientes. Bathilde tena un sabor a agua marina, tibia y un poco desabrida. Zoe se entreg por un instante, despus rechaz a Bathilde. Se sirvi del vestido rojo para limpiarse la cara (poda considerar que aquella prenda le perteneca, ahora que la haba canjeado por el broche). No me ha parecido tan bueno dijo Zoe. En todo caso, ya sabes lo que es replic Bathilde. Y si te gusta, no se te ocurra contrselo a los curas de Saint-Andr. Ten en cuenta que ya no quieren casarnos a Steuze y a m. No dir nada prometi Zoe. Segua frotndose los labios, sin lograr borrarse el extrao olor un poco agrio que le haba dejado la boca de Bathilde.

Aquella noche, el guardatimn del semforo tron dos veces para que acudieran a la orilla los doce voluntarios del bote salvavidas. Zoe y Horty oyeron el ruido sordo de la carreta tirada por dos mulas que llevaba la ancha canoa blanca hacia la playa. La casa entera se estremeci. Unos hombres con botas caminaban a uno y otro lado de la chalupa. Era costumbre que Horty los acompaara hasta la playa para ayudarles a lanzar el bote al agua. Como las ruedas de la carreta se hundan en la arena, era necesario llevar el bote hasta el mar hacindolo deslizar sobre unos tablones cubiertos con algas. Los hombres empujaban por detrs en la popa, colocando los hombros en las bordas de la chalupa, mientras las mujeres tiraban de una cuerda recia que pasaba por el taln del estrave. Si haba bajamar, empujaban y tiraban as a lo largo de centenares de metros. En esta ocasin, sin embargo, Horty permaneci acostado: Zoe lo estaba besando. No eran an las seis cuando Horty se puso en camino hacia la estacin. El presidente Simen haba hablado de enviar su auto para recogerlo, pero como el

tiempo estaba tan desapacible, la capota del automvil poda quedar malparada con el viento fuerte, y con la humedad seguramente se calara el motor. Solamente algunos nios se haban levantado temprano para acompaar a Horty. Se peleaban por llevar su maleta. Todos soaban con ser como l, estibadores capaces de correr velozmente con un becerro sobre los hombros y viajar despus a Inglaterra; con ir en tren y luego en un barco de paletas; con dormir en un hotel y ser atendidos en el comedor. Zoe haba dicho: Entrate bien de todo, Horty. Lo haba besado una vez ms, ahora que saba hacerlo y a Horty pareca gustarle. Sus delgados labios se haban hinchado a fuerza de apretarse casi toda la noche contra los del hombre. Estaban enrojecidos, sin que hubiera tenido necesidad de pintrselos. En el andn de la estacin, los tres acordeonistas del baile tocaban. Le explicaron a Horty que tambin el violinista deba haber acudido, pero que haba tenido problemas. Al amanecer, unos agentes haban ido a buscarlo. Se pensaba que, desgraciadamente, estaba en la crcel.

La tormenta estall bruscamente y azot el mar, que de inmediato comenz a tornarse blanco. Las pasajeras se empujaron para guarecerse en el saln. Para protegerse del aguacero mientras esperaba poder refugiarse en el interior, una de ellas cometi la imprudencia de abrir su sombrilla. El viento se la arrebat de las manos. Dando gritos, la viajera corri tras ella por el puente del steamer. Era una sombrilla fucsia, y la mujer llevaba un vestido de color verde almendra muy claro. Dirase una acuarela en la cual el pintor no se hubiera decidido a plasmar la composicin definitiva, ensayando sucesivamente varias poses de la mujer y su sombrilla. Apuesto a que la alcanzar dijo un fumador de pipa, dndole un codazo a Horty. No, no lo har neg Horty. Pero no voy a apostar con usted, no tengo dinero para eso. La sombrilla se inmoviliz, temblorosa, contra la gra de vapor. Pareca que no ira ms lejos, cuando un bandazo brutal de la embarcacin la precipit al mar. Estuvo por un instante a la deriva bordeando el costado del barco, perdiendo su hermoso color fucsia. Termin por hundirse en la estela del steamer. Tena usted razn reconoci el fumador de pipa. Ya he perdido cosas en el mar le dijo Horty. Jams he vuelto a encontrar nada.

Despus de abandonar Cherburgo por el paso del este, el vapor de Southampton puso proa hacia alta mar para evitar los remolinos de la gran marejada de Barfleur, cuyos efectos se dejan notar hasta varias millas adentro cuando el viento sopla contra la corriente.

Hasta el ltimo momento, Horty vio empequeecerse y desaparecer la nueva estacin martima de Cherburgo, ahora casi terminada pero cuya inauguracin no tendra lugar hasta el mes de julio. Al da siguiente por la tarde los transbordadores de la White Star, el Nomadic y el Traffic, iran y vendran incesantemente entre el tren que llegaba de Pars y el Titanic, que arribaba de Southampton y fondeaba unas horas en la rada antes de zarpar hacia Queenstown y Nueva York.

La mujer que haba perdido su sombrilla se encontraba ahora sentada cerca de Horty, en un banco protegido del rocin de las olas por los tambores de las paletas. No tena ni veinticinco aos. Miraba fijamente en direccin al sitio donde se haba ahogado su sombrilla. Tena una expresin deprimida que encajaba bien con ella, y su perfume ola a vainilla. Ya no llova, pero el viento soplaba an, arrojando sobre Horty y su vecina volutas de humo negro. Su sombrilla no est sola en el fondo dijo Horty para consolar a la joven. Sin contar los peces, hay innumerables cosas ah abajo. Hasta un barco de la guerra de Secesin. Uno sudista. Est exactamente debajo de nosotros. No muy lejos, en todo caso. La mujer esboz un movimiento para inclinarse por encima del empaetado y entrever quiz la silueta turbia del barco sudista bajo las olas. Horty la retuvo, enlazndola por la cintura. Era la primera vez que sus dedos tocaban una tela tan suave. Tal vez le quedara suficiente dinero para comprarle a Zoe un vestido como aqul, si es que lo encontraba en Southampton. No se ve absolutamente nada dijo la mujer. Antes de que se enderezara, Horty sinti que su cintura se estremeca bajo sus manos. La mujer temblaba, tal vez por el viento, tal vez por el barco sudista; o quiz por las manos de Horty, pero el estibador prefera no pensar en eso. Era de todas maneras una sensacin ms bien agradable para l, como si tuviese atrapado a un animal delicado, a una gaviota temerosa. Entonces, desde el interior del barco se elev el sonido de un piano. Estar mejor en el saln dijo Horty. No tardarn en servir el t. Es gratis? No puedo pagarlo. Todo es tan caro en los barcos Venga. S, venga, yo la invito insisti l, vindola dudar de una forma encantadora que daba a entender que se mora de ganas de tomar aquel t. No tena la impresin de hacer algo que pudiese disgustar a Zoe. Tambin Zoe era generosa.

Horty y la joven tuvieron dificultades para acceder al interior del barco. Las personas que no soportaban ni la atmsfera cerrada del saln ni el puente barrido por el viento obstruan el descenso. Permanecan agarrados unos a otros, lanzando

gritos de temor cuando el barco se inclinaba hacia una borda. Horty se pregunt si algunas de aquellas pobres gentes tan plidas se dirigan a Southampton para embarcar en el Titanic. Ciertamente, se arrepentiran de su decisin y renunciaran a cruzar el ocano. Se pregunt, adems, en cunto trataran de vender sus camarotes. Un buen medio para ganar dinero fcilmente quiz fuera el de proponerles encargarse del asunto en su lugar y embolsarse la comisin. Pero la joven vestida de verde almendra tena cada vez ms deseos de tomar el t y espoleaba a Horty para que se abriese paso a travs de la multitud atemorizada. Situado en el centro de gravedad del barco, el saln estaba protegido del balanceo. Ms all de las ventanas decoradas con cortinas de flecos rojos se vean las paletas, cuyas aspas se levantaban y se hundan. Salan del mar y pasaban ante las vidrieras, salpicndolas. Las paredes estaban tapizadas, cada mesa tena su florero con un tulipn de tallo corto, y una muchacha interpretaba en el piano una romanza mientras miraba fijamente un pequeo y entusiasta metrnomo. Un poema de Wordsworth cuchiche la compaera del estibador; creo que es la Descripcin del paisaje de los lagos. Se habra dicho que estaban en un molino de Inglaterra. Horty pidi t para la dama de verde, y aguardiente para l. El camarero coloc sobre el mantel una abollada tetera de plata recubierta con un pao almidonado para mantener el calor. El t iba acompaado de grandes rebanadas de pan tostado y unos trozos de mantequilla. Horty se arrepinti de haber pedido aguardiente, pues lo servan sin nada para comer. Pero tal vez la mujer slo mordiera la punta de una rebanada y le dejase acabar con su pan tostado. Horty no perda nada con esperar a que se decidiera: cuanto ms tiempo pasaba, ms se derreta la mantequilla y penetraba en el pan; an estara mejor cuando el estibador le diera un mordisco, llegado el momento. Pero la mujer de verde no hizo nada, no toc sus tostadas, ni siquiera bebi el t. Se haba puesto casi tan plida como los que estaban aglomerados en la escalera, sus manos se agitaban. Quizs est enferma, pens Horty. Se inclin hacia ella y le pregunt si ocurra algo. Tendr que pagar el t le dijo finalmente a Horty. Y tengo la impresin de que no tiene usted mucho dinero. El estibador respondi que, en efecto, no tena mucho dinero, pero, de todos modos, s contaba con lo suficiente para pagar el t. El dinero nos falta a todos dijo la mujer. Supongo que es algo corriente en este tiempo. A pesar de todo, debe de haberlo en alguna parte. Probablemente en Norteamrica. All nos dirigimos Duncan y yo. Precis entonces que Duncan era nada ms y nada menos que el fumador de pipa que haba intentado proponerle una apuesta al estibador. Su marido? dijo Horty. Era apenas una pregunta: una joven con aquel olor tan delicioso a vainilla no poda atravesar La Mancha completamente sola en un steamer. Debi censarlo antes de invitarla a tomar el t. Horty esperaba que Duncan estuviera tirado en un rincn,

enfermo como un perro; se senta lo suficientemente curtido como para enviar al fumador de pipa a bailar de un extremo al otro del barco, pero nada ms se le ocurra. Duncan es slo un barn respondi la mujer. Un barn, explic, era una especie de cmplice. En las salas de espera de las estaciones martimas, la mujer de verde propona a las pasajeras iniciarlas en los juegos de cartas que se practicaban en Inglaterra y en Estados Unidos. Deca que les sera de utilidad en el barco para combatir el aburrimiento durante la travesa. La mayora de las veces las viajeras tenan dificultad en comprender las reglas del juego. Entonces, la mujer de verde almendra recoga las cartas que tena desplegadas sobre los bancos de la estacin martima y deca: Bueno, ya s qu sucede. Es demasiado complicado para usted. No hay tiempo para darle todo un curso, sonar la sirena del barco y zarparemos. Slo tenemos tiempo para jugar una partida de pquer, querida ma. Es fcil. No es un juego para seoras, pero es tan divertido! En ese momento Duncan intervena; no siempre se llamaba Duncan, algunas veces era Edmond, Helmut o Gemmo. Se detena cerca de los bancos, con el aire jovial de un hombre que se divierte al ver a dos mujeres decentes que juegan una partida de pquer. Guiando un ojo, tocndose el lbulo de una u otra oreja de cierta manera, pasndose la mano por los cabellos, indicaba a la mujer de verde almendra qu cartas llevaba la viajera que estaba frente a ella. Las pasajeras a punto de embarcarse estaban nerviosas, tenan miedo de que sus equipajes se extraviaran, de que el mar estuviese picado o de que hubiese a bordo otra mujer que llevara el mismo vestido, as que rara vez le prestaban al juego la debida atencin. Perdan. Tramposos murmur Horty. Ustedes son unos tramposos. Se preguntaba ahora si la mujer no haba dejado escapar a propsito su sombrilla para permitirle a Duncan darle un codazo a Horty: Apuesto a que la alcanzar Seguramente la pequea estaba dispuesta a recuperar su sombrilla para permitirle a Duncan ganar la apuesta. Deba de tener muchas sombrillas e intentar el mismo truco cada vez que compraba un pasaje para el barco postal de Southampton y soplaba suficiente viento para que la situacin tuviera credibilidad. S admiti la mujer de verde, hacemos trampa. Pero ganamos poco. Las viajeras no llevan mucho dinero encima. Justo lo necesario para dar propinas al mozo de carga y al que las instala a bordo. Vamos a dejar las estaciones martimas. Cuando estemos en Nueva York, nos dedicaremos a los grandes hoteles. Quiz tambin a los trenes. Representa varios das ir de una costa a la otra, hay tiempo para desplumar a no poca gente. Pero me pregunto si todava tengo deseos de ir a Norteamrica. All son muy estrictos. Qu suceder si la polica nos trinca? Prefiero no pensarlo. Si me arrestan en un estado donde nieve, me morir de fro en la celda. Y si es un estado donde hay un desierto, morir de calor. Estaba realmente afligida. Tambin hay estados tibios dijo Horty.

S dijo la mujer, pero uno no escoge la piedra con la que tropieza, verdad? Southampton tiene el aspecto de ser una gran ciudad. Podra zafarme de Duncan. Deme slo lo necesario para tomar un mnibus y ser libre. Horty no tena ni idea de lo que poda costar un pasaje en la imperial del mnibus de Southampton. Sac unas monedas, que aline frente a l. La mujer de verde almendra las tomaba a medida que las colocaba, y luego las introduca en un bolsito de cierre nacarado. Tena una hermosa sonrisa. No hay ms dijo al fin Horty. Debo guardar el resto. Ella le dijo que comprenda. Se levant. Tendi las dos manos a Horty, a la manera de las damas de mundo que piden permiso a un amigo para retirarse. El estibador pens que de la misma forma elegante las tendera alguna vez al polica norteamericano que la detuviese para ponerle las esposas. Pero ese acontecimiento sucedera sin que Horty lo supiese nunca. Su vida continuara y slo de vez en cuando se dira: Habrn acabado por capturar a la mujer de verde almendra, o seguir an con sus correras? Despus, la olvidara completamente. Una sola vez quizs, y sera la ltima, al ver una almendra tierna y afelpada en el puesto de un vendedor de frutas, pensara en ella. La mir alejarse, rozando las otras mesas para captar unos retazos de conversacin que pudieran serles tiles a ella y a Duncan. Finalmente se sent cerca de un viejo, bajo los espejos al fondo del saln. Adopt de nuevo su aire deprimido. Se va a ganar con qu comprarse la imperial entera, pens Horty.

Cuando el vapor dej la isla de Wight a babor para remontar la desembocadura del ro Test hasta los muelles de Southampton, los pasajeros se agruparon a lo largo del empaetado con la esperanza de entrever al menos la silueta del Titanic. La mujer de verde y Duncan estaban all, entre ellos; dirigieron a Horty un leve gesto amistoso. Por encima de la ciudad haba algo hmedo y gris que pareca lluvia, pero no llova. Cuando la primavera llega a Southampton, el cielo asciende poco a poco como un viejo ascensor; se sabe que termin el invierno porque hay que levantar ms la nariz, eso es todo. Por lo dems, las mismas nubes lvidas, alargadas, se mezclan con las fumarolas de las fbricas, la ciudad fluye suavemente, las fachadas de ladrillo estn hmedas y las calles brillan; sin embargo no llueve, los extranjeros salen sin sus impermeables y descubren que estn empapados y se asombran de estarlo. Esa humedad en suspensin formaba una bruma ms engaosa de lo que pareca, y los que pretendan reconocer el Titanic entre los grandes espectros oscuros que se destacaban a lo largo del ro y delante de las instalaciones portuarias, en realidad slo decan tonteras. Pero si no se vea el transatlntico, atestiguaba su presencia en Southampton la animacin inslita que reinaba sobre las aguas del ro, agitadas sin cesar por el paso

rpido de las embarcaciones de servicio; de los muelles an lejanos, y a travs de la felpa de la niebla, llegaban chasquidos de metales y jadeos de mquinas y ruedas, y el rumor penetrante, quebrado a veces por un ruido ronco, de una multitud de hombres y de caballos que iban y venan. Para saludar al transatlntico invisible, el paquebote de Southampton hizo sonar la sirena e iz los gallardetes. Los pasajeros aplaudieron cuando los tringulos multicolores se desplegaron al viento. En comparacin con ellos, muchos vestidos parecan deslustrados. Pero el traje verde almendra de la cmplice de Duncan continuaba siendo encantador.

La estrechez del vagn, y luego la del vapor, le parecieron a Horty una especie de prolongacin de la calle de la Ville-Marqu. Esta continuidad tranquilizadora se rompi cuando el barco atrac en el muelle y los marineros comenzaron a organizar a los viajeros con una repentina impaciencia de perros ovejeros, empujndolos hacia la pasarela bamboleante al pie de la cual los botones de los grandes hoteles esperaban a sus clientes. Claro que probablemente el establecimiento en el que Horty tena habitacin reservada era demasiado modesto para ofrecer los servicios de un botones. La falta de trepidacin y el no sentir el balanceo desconcert ms al estibador que todo lo que haba vivido desde la maana. Haba llegado. Experiment una extraa sensacin de vrtigo y de vaco. Vio que bajaban su maleta y la dejaban en el muelle, con centenares de otras ms que los propietarios trataban de reconocer para despus llevrselas. El tren lo haba llevado a su destino, el vapor haba seguido una ruta sealada, pero ahora no haba nada que indicase a Horty si deba seguir esta o aquella direccin. Partiendo de los diques, las calles penetraban en la ciudad, primero por entre algunos depsitos, y despus serpenteaban a travs de una red de casas de ladrillo con las ventanas rotas o clausuradas con tablas clavadas en forma de cruz. Horty poda tomar esta calle o la de ms all. Entonces examin el aspecto de aquella ciudad extranjera, ennegrecida por el humo de los barcos y las locomotoras del puerto, y por primera vez desde su partida tuvo conciencia de la distancia que lo separaba de Zoe. Estaba lejos de su casa. En lugar de sentir la exaltacin que haba esperado, tuvo una sensacin de malestar. El proyecto de asistir a la partida del Titanic para su travesa inaugural no le pareca que mereciera tanto inters. Por lo dems, si aquella falsa bruma no se disipaba, no se vera absolutamente nada. Adherida a una reja, una pizarra anunciaba que el paquebote de Southampton regresaba a Cherburgo aquella misma tarde, con la marea alta. Horty se sinti tentado de volver a subir a bordo. Pero record que el premio de su victoria inclua tambin una noche y una comida en un hotel decente. Esta perspectiva, sobre todo, era lo que lo haba incitado a hacer el viaje. Semejante ocasin, sin duda no se

volvera a presentar. Se persuadi de que su velada en Southampton sera, finalmente, un buen recuerdo. Empuando su maleta, emprendi la marcha. Cuando atravesaba la zona catica que separa el puerto de la ciudad propiamente dicha, un mnibus tirado por dos caballos grises pas por su lado. Duncan y la mujer de verde iban sentados en la imperial. El estibador sonri a la joven, pero ella ni se percat. Estaba muy ocupada en impedir que saliera volando su hermoso sombrero.

Captulo 3Horty anduvo errante largo tiempo antes de ir a parar, casi por casualidad, al hotel de la Rada de Spithead. Declinaba el da. A lo largo de las aceras mojadas, los cocheros detenan sus carruajes y descendan para encender los faroles. El Spithead, blanco, con canalones y bajantes lacados en negro, se hallaba encajado entre dos altas fbricas formadas de hirsutas escaleras de hierro. Haba una puerta giratoria, pero por una u otra razn pareca atrancada. Alguien golpe un vidrio con el dedo e hizo seas a Horty para que pasara por una puerta ms pequea, en la esquina de la calle. Antes de entrar, Horty observ la fachada del hotel. Todas las ventanas brillaban con una luz clida, suavemente tamizada por finas cortinas blancas. Se pregunt cul de esas ventanas sera la suya. A pesar de la lluvia que comenzaba a caer, la abrira y se apoyara en el balcn para contemplar cmo descenda la noche sobre esa ciudad plana y enorme. El hotel de la Rada de Spithead era administrado por una mujer rubia, mistress Chancellor. Era casi tan alta como Bathilde Burn. Como a Horty le sorprendi que hablara tan bien francs, aqulla le explic que se llamaba Yvonne y que haba nacido en Francia, en Hazebrouck, cerca del antiguo convento de los agustinos. Agreg que ya se conoceran mejor durante la cena, que se servira a las siete en punto de la tarde. Ahora slo tena el tiempo justo para acompaar a Horty a su cuarto. Con motivo de la salida del gran transatlntico, todos los hoteles de Southampton haban sido tomados por asalto y mistress Chancellor no daba abasto. Tenemos muchos norteamericanos esta noche, sobre todo pasajeros de segunda clase explic. Algunos han venido expresamente de Nueva York para volver a partir maana de regreso hacia all en el Titanic. No vern gran cosa de Southampton, pero evidentemente no estn aqu para eso. En efecto, el corredor estaba repleto de hombres obesos con calcetines a rayas, que deambulaban con jarras de cerveza en la mano. Mistress Chancellor los recrimin: si deseaban beber, el reglamento exiga que permanecieran en el bar. La polica de Southampton, insisti, velaba para que nadie, ni siquiera un ciudadano norteamericano, consumiese alcohol fuera de los lugares reservados para esta forma de distraccin, que ella aceptaba como administradora del hotel, pero desaprobaba como mujer. Se las tuvo que ver sobre todo con un tal mister Cheapman de Thedford, Nebraska particularmente indisciplinado y rebelde. Era el nico de los pasajeros norteamericanos alojados en el Spithead que no estaba casado: Dice que despus de haber atravesado el ocano se pondr al servicio de Dios, que fundar una iglesia o no s qu. Por supuesto, no creo ni una palabra.

Usted que es persona sensata, seor Horty, aceptara que lo coloque en su mesa para la cena? No deneg el estibador. No? repiti mistress Chancellor, incrdula. Ver usted, esta cena es importante para m. Quisiera disfrutarla completamente solo. Oh! exclam mistress Chancellor. Le aseguro que ese Cheapman no coger nada de su plato. No se trata solamente del plato y lo que haya en l explic el estibador. Estar aqu representa mucho para m. Me parece que saborear mejor la cena si estoy solo. Mistress Chancellor no insisti. Abri la puerta de la habitacin veintiocho y se apart para que Horty entrara. No es mi mejor cuarto dijo. Pero es tranquilo.

Sin lugar a dudas, cientos de clientes haban ocupado la habitacin veintiocho desde la construccin del hotel de la Rada de Spithead; sin embargo, daba la impresin de que nadie haba dormido jams entre sus paredes. Haca fro. La ventana daba al lateral gris de una de las fbricas. Haba una chimenea, pero era evidente que no se utilizaba. El nico detalle un poco clido era la mesa delante de la ventana, cuya estrecha tabla, como un pupitre escolar, estaba plagada de manchas de tinta e inscripciones grabadas con la punta de la pluma. Por consiguiente, alguien se haba sentado ah, frente al interminable muro gris, para escribir cartas. Horty se pregunt qu pensamientos poda inspirar la alta y lisa pared que se alzaba al otro lado de la vidriera. Claro que como l nunca haba escrito cartas a nadie, careca de elementos de juicio para formarse una opinin. Decidi tratar de escribir enseguida a Zoe para decirle que la amaba y que no se senta tan feliz de estar en Southampton como haba pensado. Si tena xito con su carta a Zoe, tambin escribira a los armadores, aunque a ellos les dira que todo era magnfico y que deploraba ya su decisin de no participar el ao prximo en el concurso del mejor estibador. Pas el dedo por encima de la mesa y, cuando lo retir, estaba negro. Es polvo? pregunt. No se atreva a afirmar nada, no conoca las costumbres de los hoteles ingleses, y tema contrariar a mistress Chancellor. Esta recorri a su vez la mesa con el dedo. A continuacin, lo olfate con cierta concentracin. Digamos que es polvo. Pero polvo de hulla. No es lo mismo rechaz el estibador. Ciertamente no convino mistress Chancellor. Viene de los barcos. El puerto est aqu al lado. No se ve desde aqu, pero se oyen perfectamente las sirenas.

Los barcos expulsan humo y entra por debajo de la ventana. Se oli el dedo de nuevo. Con los cumplidos del Prinz von Erlangen, un alemn de treinta y dos mil toneladas. Luego, pas el ndice sobre el dintel de la chimenea, se lo acerc a la nariz y aadi: Y ste es el Empress of China. Cada uno con su carbn, su forma de calentar, sus escorias. Con un poco de costumbre, se reconoce a los barcos por el olor de sus efluvios. Como los grandes vinos.

Cuando mistress Chancellor se retir, Horty abri la ventana. Esperaba as expulsar el olor a gatos viejos que reinaba en la habitacin veintiocho. El aire hmedo que se col no hizo en realidad sino precipitar el olor entre el armario y la cama, donde se concentr de una manera asombrosa, y ms bien asquerosa, pens Horty; probablemente no poda hacer nada, y ahora deseaba concentrarse en la carta. El estibador tena claro en su cabeza lo que quera decirle a Zoe. Antes de expresarle su ternura y el sincero pesar que experimentaba al saberla tan lejos, deseaba compartir con ella sus primeras impresiones sobre Southampton. Cuando caminaba por la ciudad en busca del hotel de la Rada de Spithead, haba notado que el cielo adquira un extrao color glauco. Saba que lo originaba el reflejo de los mecheros de gas por debajo de las nubes. Intent de varas maneras hacer entender a Zoe ese color verde. Pero ninguna le satisfaca. Al fin, escribi sencillamente la verdad: En Southampton, en abril, cuando cae la noche el cielo es verde. Al leerlo, se dijo, Zoe pensara probablemente que trataba de impresionarla describiendo una ciudad extraordinaria, extica y absurda. Se pregunt cmo se las arreglaban los escritores para comunicar sus impresiones. Quiz tambin escriban la verdad y por esa razn sus libros eran tan hermosos. Alguna cosa en ellos, las palabras precisas, los verbos sencillos decan a la gente: A ustedes les cuesta creerlo, y sin embargo todo ocurre como est escrito: el cielo es verde sobre Southampton, y eso es todo. Horty soaba que, a su regreso, tal vez podra comprar una novela e intentar leerla para ver cmo estaba hecha, cuando llamaron a la puerta. Mistress Chancellor tena un aspecto desolado. Horty se imagin que mister Cheapman acababa de hacerle una mala jugada y pens que continuara su carta a Zoe tratando de contarle la nueva andanza del infernal mister Cheapman. Llueve le comenz a decir mistress Chancellor. Parece que no va a durar, que es slo un chaparrn bueno, por ahora llueven gatos y perros. It rains cats and dogs: en su confusin, mistress Chancellor traduca literalmente el equivalente ingls de llueve a cntaros. Horty ech un vistazo hacia la ventana. Llova, en efecto, pero la lluvia era del mismo color gris desabrido que el muro de la fbrica y apenas se la poda distinguir en la oscuridad del callejn, entre los dos edificios. No hay ni una sola cama libre en Southampton prosigui mistress Chancellor. Cosa del maldito Titanic, naturalmente. El Ejrcito de Salvacin, la

Academia de Billar, los hospitales y hasta las calesas con capota, todo lo ha tomado la gente por asalto. Ahora le pregunto, seor Horty, adnde puedo enviar a dormir a esta pobrecita? Qu pobrecita? respondi Horty, con desconfianza. Es francesa, como nosotros dijo mistress Chancellor. Por eso he pensado inmediatamente en usted. Lanz una mirada elocuente al lecho donde el estibador haba dejado la maleta. Podra instalarle a usted una cama en uno de los bancos del comedor prosigui mistress Chancellor. Los hice forrar de peluche rojo, resultarn aceptablemente cmodos por una noche. En cuanto al servicio, tranquilcese, ser rpido: todos los huspedes estn ansiosos de acostarse para estar en forma maana muy temprano. No dijo Horty, mientras se sentaba con rapidez en la cama y se apresuraba a abrir su maleta y disponer sobre el cubrecama todo su contenido, no he hecho este viaje para dormir en un banco. He ganado un concurso, y no se trataba precisamente de adivinar el nmero de habichuelas de un pozal, crame. Fue duro, seora, tan duro que no volver a participar jams. No es justo que me haya reventado para nada. Mistress Chancellor guard silencio por un instante. Ahora, aunque la lluvia segua sin destacarse precisa contra el alto muro de la fbrica, se la oa crepitar en la callejuela. Tengo una idea dijo Horty. Dele el banco a esa joven. Figrese, es una muchacha muy hermosa suspir mistress Chancellor. Con todos estos norteamericanos, supongo que necesita una habitacin que pueda cerrar con llave. Bueno acept el estibador, pero no la ma. No la suya repiti mistress Chancellor. No. Voy a bajar para decirle que usted no acepta dijo mistress Chancellor. Con lo cual, no me quedar ms que echarla. Eso es dijo Horty. Tengo la impresin de que Southampton es una gran ciudad y la lluvia acabar por parar. Se preguntaba si Zoe habra aprobado su actitud tan firme; se inclinaba a pensar que s. Lo mejor concluy mistress Chancellor abriendo la puerta es que se lo diga usted mismo a esa nia. Que le explique su posicin, quiero decir. Puede hacerse admiti el estibador. Me siento en mi derecho, sabe usted. Mientras bajaban por la escalera, mistress Chancellor le dijo a Horty que la muchacha se llamaba Marie Diotret y que deba embarcar al da siguiente en el Titanic como camarera de primera clase. El estibador nunca haba visto a nadie con una apariencia tan lamentable como la de Marie Diotret. Permaneca inmvil junto al mostrador y, a fuerza de esperar que alguien decidiera su suerte, sus zapatos haban vertido toda el agua que haban

recogido chapoteando en las zanjas, su largo abrigo azul se haba escurrido y a sus pies se haba formado un charco. Iba tocada con un pequeo sombrero redondo, el tipo de sombrero que les encanta a las damas de caridad y al que el menor aguacero confiere al momento el aspecto de un pjaro muerto en un foso. Al abarquillarse sobre su cabeza, el sombrero haba dejado expuesto a la lluvia el cabello, que haba adquirido un tono tan indeterminado que resultaba imposible precisar si era rubio o castao. Se pareca a los ahogados que los hombres del bote salvavidas llevaban a veces a la caleta viscosa del puerto de las mujeres. Justo al llegar Horty y mistress Chancellor a la parte baja de la escalera, Marie Diotret comenz a estornudar. El estibador vio una nube de finas gotitas que salan de su boca y brillaban un instante con el resplandor de las lmparas. La muchacha haba cerrado los ojos para estornudar, pero los volvi a abrir enseguida. Eran de color gris claro. Lo siento mucho, de veras dijo, sin que se pudiese saber con exactitud qu senta, si estornudar o simplemente estar ah, ocasionando molestias. El seor Horty no puede cederle el cuarto veintiocho dijo mistress Chancellor. Me temo que deber buscar en otra parte. Verdad, seor Horty? agreg mirando con expresin reprobadora el charco de agua a los pies de Marie Diotret. S confirm el estibador, desgraciadamente es as. Marie estornud por segunda vez, y Horty vio de nuevo una nubecita luminosa que se escapaba de su boca. Entonces pens: Si estornuda una vez ms, le digo que se quede. Era algo irracional, pero no tanto como apostar a que una mujer con vestido verde almendra alcanzara o no una sombrilla que se le escapaba de las manos en el puente de un barco. Marie no tard en estornudar por tercera vez. No saba que usted estuviese enferma dijo Horty. Oh, de ninguna manera, no estoy enferma rebati Marie. Es slo una reaccin. Hace fro afuera y aqu tanto calor S est enferma insisti Horty (le pareci que aquello era lo mejor que poda decir para no quedar desarbolado ante mistress Chancellor). Vamos a solucionarlo agreg avanzando hacia Marie. Todo se arreglar pregon mistress Chancellor con entusiasmo. Estoy confundida musit Marie, terriblemente confundida. Escuche dijo Horty, deme su maleta y venga a ver la habitacin. Marie subi la escalera delante de l. Por desgracia, no ola tan bien como la mujer de verde almendra. Pero tampoco ola bien la habitacin veintiocho. Antes de alcanzar el rellano, Marie se quit el chal empapado que llevaba anudado sobre los hombros. Horty advirti