casa sin fin

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ALEJANDRO S. GARRIDO DOS PROYECTOS 27/05/2017-29/07/2017 CASA SIN FIN UN LUGAR SIN REFUGIO Un lugar sin refugio se compone de una serie de fotograas y textos que ulizan la Gran Vía de Madrid como marco de acción. Atendiendo a su reciente actualización como eje estraté‐ gico de inversión, la serie trata de evaluar las tensiones creadas por los sistemas de produc‐ ción urbana en el neoliberalismo y los límites que éstos imponen a la experiencia posible, vivible, de la ciudad. La Gran Vía, ejecutada a parr de 1910 como lugar de presgio en el entorno de una ciudad espacial y socialmente dualizada, es en gran medida el resultado del ciclo de acumulación especulava inaugurado por la Ley de Inquilinato de 1842, cuyo excedente posibilitó el pos‐ terior desarrollo, no menos especulavo, de los ensanches burgueses entre 1860 y 1930. En un periodo de aumento de la demanda provocado por una notable afluencia migratoria y, contando la ciudad con un parque de vivienda insuficiente e insalubre, esta ley liberalizó el precio de las rentas urbanas y se conviró en el instrumento del que la burguesía rensta madrileña, displicente ante el emprendimiento industrial, se valió para rentabilizar al má‐ ximo sus acvos. Como disposivo urbano, la Gran Vía cumplirá una función de homologa‐ ción con el régimen de desarrollo capitalista en el marco internacional de la II Revolución Industrial. En una situación de dependencia de capitales y tecnologías extranjeras, un es‐ caparate compevo resulta crucial para la atracción de inversores en busca de oportuni‐ dades de expansión. Tanto es así que su úlmo tramo, cuya construcción se retomó en los años finales de la autarquía, contó con los rascacielos más altos de Europa. Éstos fueron la expresión de una prosperidad anhelada por un Madrid miserable en un momento de aisla‐ miento políco y bancarrota del país, más un espejismo de modernidad que el resultado de un auténco desarrollo nacional. Aunque las dinámicas de revalorización del centro urbano preceden a la quiebra de 2008, éstas se han visto revitalizadas tras el estancamiento inicial. De nuevo, la incorporación de tecnologías financieras anteriormente desconocidas para el mercado inmobiliario español (SOCIMI), o la aparición de nuevas formas de rentabilizar la vivienda en propiedad (Airbnb), han colocado la Gran Vía y su área de influencia en el punto de mira de la gran inversión. Ante la caída de los precios, las grandes operaciones de compra‐venta en el entorno se han disparado en los dos úlmos años. La escasez de acvos disponibles parece ser el único freno a la inversión, situación que ha provocado un agravamiento de los procesos de turisficación, gentrificación y disolución del tejido social y el comercio de proximidad en los barrios aleda‐ ños. La reconversión sistemáca de edificios emblemácos en flagships de las grandes com‐ pañías de retail, hoteles, oficinas prime o apartamentos de lujo, hacen de éste un lugar cada vez más homogéneo. Un lugar expropiado a la vida codiana donde la única prácca pensable del espacio es el consumo. La Gran Vía, un lugar donde todos quieren estar, vuelve a repre‐ sentar su papel, y de nuevo lo hace a costa de un centro urbano que parece, cada vez más, alejarse de la ciudad. COREA. UNA HISTORIA PARALELA En la primera mitad de la década de 1950 se producen en España dos acontecimientos de resonancia asimétrica en la historia. El primero de ellos, la firma de los acuerdos bilaterales con los Estados Unidos, los Pactos de Madrid de 1953, que en pleno auge de la Guerra Fría condicionarán el desarrollo posterior de la políca española durante y tras la dictadura, al menos hasta el definivo ingreso en la OTAN en 1986. El segundo emerge a la sombra del primero como una anécdota que, en apariencia, carece de significado histórico. Por todo el Estado se inauguran proyectos de urbanización marginal, viviendas sociales que apenas serán capaces de contener la llegada a las ciudades de los que abandonan el campo o de los que, sencillamente, se apiñan en casas insalubres. Recibirán el nombre del dictador —Barriada de Francisco Franco, Grupo Generalísimo Franco— o el de una Virgen —La del Perpetuo So‐ corro, La Inmaculada—, pero no tardarán en ser reconocidos por otro nombre, el de la guerra contra el comunismo que libra, en el conn del mundo, el amigo americano: «Corea». Diseminados por el territorio —Huesca, La Coruña, León, Toledo, Palencia o Palma de Ma‐ llorca—, los barrios de «Corea» conformarán un archipiélago de sospecha y miedo. En su función instucionalizada demarcarán el umbral entre la pertenencia socialmente aceptable y su afuera. Ser «coreanos» significará, entonces, exisr en el límite social. Sujetos en el in‐ sulto, sujetos por la violencia nominava que se inscribe en los cuerpos y los pone en su lugar. En un vaivén perverso entre la inclusión y la exclusión: lo mismo vícmas de la miseria y la ignorancia que amenaza para el imperio del orden moral dominante. El nombre de «Corea» va a inaugurar un infrasujeto cuya abyección y esgma han perdurado en el empo, atravesando la historia reciente del país. NOTA (RETRO‐INTROSPECTIVA) A LA EXPOSICIÓN En la pausa para comer, lejos de casa, esperando para regresar al turno de cenas. Así, cada día durante un par de horas, cansado de buscar y no encontrar un sio en el que refugiarme, comencé a fotografiar las calles cercanas al restaurante en que trabajaba en el centro de Madrid. Fui, poco a poco, tomando una o dos fotograas al día. Algunos encuadres me lle‐ vaban varias jornadas. Recuerdo que aquel otoño apenas salió el sol, aunque seguramente tampoco cayó una gota y el ambiente se fue cargando. El clima social en Madrid no era muy disnto: opresivo, anacrónico, recargado. En el centro, los turistas seguían llegando. A duras penas, el espectáculo seguía en marcha. En aquel momento se hablaba mucho de la «marca», de la marca España, de la marca Madrid. Y, en efecto, la ciudad estaba marcada, y hasta el fulgor de los escaparates de los centros comerciales llegaba a romper las oleadas de quiebra y desahucio. Por las principales calles navegaban los grupos de manifestantes mientras el olor a periódico mojado de la huelga de basuras se mezclaba con las fragancias corporavas en los umbrales de las endas. El disparate de Eurovegas era la broma de mal gusto del momento; del sueño olímpico se despertaba con sobrecostes. Luego llegarían las palabras. Algunas fotograas comenzaron a pedirlas. Para entonces yo pasaba los días libres retomando encuadres. Paseaba con la mirada baja por Montera, zig‐ zagueando con los hombros encogidos por Fuencarral, callejeaba por Chueca. A veces, erraba durante horas de cafetería en cafetería, mirando con indiferencia el trajín de los turistas y los camareros, leyendo libros sobre Barcelona. Me gustaba pensar que Barcelona cuenta con la vanguardia de la autodestrucción urbana y que Madrid, no sin tropiezos, acabaría por se‐ guirle los pasos. Así que leer sobre Barcelona me ayudaba a ancipar la tragedia que venía —esto fue, claro, antes de mudarme a Londres, donde los ciclos de producción urbana re‐ sultan verdaderamente trágicos—. Para el ocioso que deambula por las calles, las cosas apa‐ recen divorciadas de la historia de su producción (Susan Buck‐Morss, The Flâneur, the Sandwichman and the Whore. The Polics of Loitering, 1986). Pero llegaron, entonces, las palabras para confundir los empos del trabajo y del ocio, llegaron y engarzaron la mirada y la voz, la historia colecva y el ínmo vagabundear. Y de las palabras surgió una nueva mirada que daba tesmonio de la expropiación, que interrogaba la temporalidad impuesta, que ha‐ bitaba el espacio inhabitable.

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ALEJANDRO S. GARRIDODOS PROYECTOS27/05/2017-29/07/2017

CASA SIN FIN

UN LUGAR SIN REFUGIO

Un lugar sin refugio se compone de una serie de fotografías y textos que utilizan la Gran Víade Madrid como marco de acción. Atendiendo a su reciente actualización como eje estraté‐gico de inversión, la serie trata de evaluar las tensiones creadas por los sistemas de produc‐ción urbana en el neoliberalismo y los límites que éstos imponen a la experiencia posible,vivible, de la ciudad.La Gran Vía, ejecutada a partir de 1910 como lugar de prestigio en el entorno de una ciudadespacial y socialmente dualizada, es en gran medida el resultado del ciclo de acumulaciónespeculativa inaugurado por la Ley de Inquilinato de 1842, cuyo excedente posibilitó el pos‐terior desarrollo, no menos especulativo, de los ensanches burgueses entre 1860 y 1930.En un periodo de aumento de la demanda provocado por una notable afluencia migratoriay, contando la ciudad con un parque de vivienda insuficiente e insalubre, esta ley liberalizóel precio de las rentas urbanas y se convirtió en el instrumento del que la burguesía rentistamadrileña, displicente ante el emprendimiento industrial, se valió para rentabilizar al má‐ximo sus activos. Como dispositivo urbano, la Gran Vía cumplirá una función de homologa‐ción con el régimen de desarrollo capitalista en el marco internacional de la II RevoluciónIndustrial. En una situación de dependencia de capitales y tecnologías extranjeras, un es‐caparate competitivo resulta crucial para la atracción de inversores en busca de oportuni‐dades de expansión. Tanto es así que su último tramo, cuya construcción se retomó en losaños finales de la autarquía, contó con los rascacielos más altos de Europa. Éstos fueron laexpresión de una prosperidad anhelada por un Madrid miserable en un momento de aisla‐miento político y bancarrota del país, más un espejismo de modernidad que el resultadode un auténtico desarrollo nacional.Aunque las dinámicas de revalorización del centro urbano preceden a la quiebra de 2008,éstas se han visto revitalizadas tras el estancamiento inicial. De nuevo, la incorporación detecnologías financieras anteriormente desconocidas para el mercado inmobiliario español(SOCIMI), o la aparición de nuevas formas de rentabilizar la vivienda en propiedad (Airbnb),han colocado la Gran Vía y su área de influencia en el punto de mira de la gran inversión.Ante la caída de los precios, las grandes operaciones de compra‐venta en el entorno se handisparado en los dos últimos años. La escasez de activos disponibles parece ser el único frenoa la inversión, situación que ha provocado un agravamiento de los procesos de turistificación,gentrificación y disolución del tejido social y el comercio de proximidad en los barrios aleda‐ños. La reconversión sistemática de edificios emblemáticos en flagships de las grandes com‐pañías de retail, hoteles, oficinas prime o apartamentos de lujo, hacen de éste un lugar cadavez más homogéneo. Un lugar expropiado a la vida cotidiana donde la única práctica pensabledel espacio es el consumo. La Gran Vía, un lugar donde todos quieren estar, vuelve a repre‐sentar su papel, y de nuevo lo hace a costa de un centro urbano que parece, cada vez más,alejarse de la ciudad.

COREA. UNA HISTORIA PARALELA

En la primera mitad de la década de 1950 se producen en España dos acontecimientos deresonancia asimétrica en la historia. El primero de ellos, la firma de los acuerdos bilateralescon los Estados Unidos, los Pactos de Madrid de 1953, que en pleno auge de la Guerra Fríacondicionarán el desarrollo posterior de la política española durante y tras la dictadura, almenos hasta el definitivo ingreso en la OTAN en 1986. El segundo emerge a la sombra delprimero como una anécdota que, en apariencia, carece de significado histórico. Por todo elEstado se inauguran proyectos de urbanización marginal, viviendas sociales que apenas seráncapaces de contener la llegada a las ciudades de los que abandonan el campo o de los que,sencillamente, se apiñan en casas insalubres. Recibirán el nombre del dictador —Barriadade Francisco Franco, Grupo Generalísimo Franco— o el de una Virgen —La del Perpetuo So‐corro, La Inmaculada—, pero no tardarán en ser reconocidos por otro nombre, el de la guerracontra el comunismo que libra, en el confín del mundo, el amigo americano: «Corea».Diseminados por el territorio —Huesca, La Coruña, León, Toledo, Palencia o Palma de Ma‐llorca—, los barrios de «Corea» conformarán un archipiélago de sospecha y miedo. En sufunción institucionalizada demarcarán el umbral entre la pertenencia socialmente aceptabley su afuera. Ser «coreanos» significará, entonces, existir en el límite social. Sujetos en el in‐

sulto, sujetos por la violencia nominativa que se inscribe en los cuerpos y los pone en sulugar. En un vaivén perverso entre la inclusión y la exclusión: lo mismo víctimas de la miseriay la ignorancia que amenaza para el imperio del orden moral dominante. El nombre de«Corea» va a inaugurar un infrasujeto cuya abyección y estigma han perdurado en el tiempo,atravesando la historia reciente del país.

NOTA (RETRO‐INTROSPECTIVA) A LA EXPOSICIÓN

En la pausa para comer, lejos de casa, esperando para regresar al turno de cenas. Así, cadadía durante un par de horas, cansado de buscar y no encontrar un sitio en el que refugiarme,comencé a fotografiar las calles cercanas al restaurante en que trabajaba en el centro deMadrid. Fui, poco a poco, tomando una o dos fotografías al día. Algunos encuadres me lle‐vaban varias jornadas. Recuerdo que aquel otoño apenas salió el sol, aunque seguramentetampoco cayó una gota y el ambiente se fue cargando. El clima social en Madrid no era muydistinto: opresivo, anacrónico, recargado. En el centro, los turistas seguían llegando. A duraspenas, el espectáculo seguía en marcha. En aquel momento se hablaba mucho de la«marca», de la marca España, de la marca Madrid. Y, en efecto, la ciudad estaba marcada,y hasta el fulgor de los escaparates de los centros comerciales llegaba a romper las oleadasde quiebra y desahucio. Por las principales calles navegaban los grupos de manifestantesmientras el olor a periódico mojado de la huelga de basuras se mezclaba con las fraganciascorporativas en los umbrales de las tiendas. El disparate de Eurovegas era la broma de malgusto del momento; del sueño olímpico se despertaba con sobrecostes. Luego llegarían las palabras. Algunas fotografías comenzaron a pedirlas. Para entonces yopasaba los días libres retomando encuadres. Paseaba con la mirada baja por Montera, zig‐zagueando con los hombros encogidos por Fuencarral, callejeaba por Chueca. A veces, errabadurante horas de cafetería en cafetería, mirando con indiferencia el trajín de los turistas ylos camareros, leyendo libros sobre Barcelona. Me gustaba pensar que Barcelona cuenta conla vanguardia de la autodestrucción urbana y que Madrid, no sin tropiezos, acabaría por se‐guirle los pasos. Así que leer sobre Barcelona me ayudaba a anticipar la tragedia que venía—esto fue, claro, antes de mudarme a Londres, donde los ciclos de producción urbana re‐sultan verdaderamente trágicos—. Para el ocioso que deambula por las calles, las cosas apa‐recen divorciadas de la historia de su producción (Susan Buck‐Morss, The Flâneur, theSandwichman and the Whore. The Politics of Loitering, 1986). Pero llegaron, entonces, laspalabras para confundir los tiempos del trabajo y del ocio, llegaron y engarzaron la mirada yla voz, la historia colectiva y el íntimo vagabundear. Y de las palabras surgió una nueva miradaque daba testimonio de la expropiación, que interrogaba la temporalidad impuesta, que ha‐bitaba el espacio inhabitable.

FOLLETO alejandro garrido CARA A_FOLLETO CODESAL MADRID 26/05/2017 17:11 Página 1