boaventura - reinventar la democracia

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    EL CONTRATO SOCIAL es el meta-relato sobre el que se asienta lamoderna obligacin poltica. Una obligacin compleja y contradic-toria por cuanto establecida entre hombres libres y con el propsi-to, al menos en Rousseau, de maximizar, y no de minimizar, lalibertad. El contrato social encierra, por lo tanto, una tensin dia-lctica entre regulacin social y emancipacin social, tensin que semantiene merced a la constante polarizacin entre voluntad indivi-

    dual y voluntad general, entre inters particular y bien comn. ElEstado nacin, el derecho y la educacin cvica son los garantes deldiscurrir pacfico y democrtico de esa polarizacin en el seno delmbito social que ha venido en llamarse sociedad civil. El procedi-miento lgico del que nace el carcter innovador de la sociedad civilradica, como es sabido, en la contraposicin entre sociedad civil yestado de naturaleza o estado natural. De ah que las conocidas dife-rencias en las concepciones del contrato social de Hobbes, Locke y

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    EL CONTRATO SOCIAL DE LA MODERNIDAD

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    Rousseau tengan su reflejo en distintas concepciones del estado denaturaleza1: cuanto ms violento y anrquico sea ste mayores sernlos poderes atribuidos al Estado resultante del contrato social. Las

    diferencias entre Hobbes, por un lado, y Locke y Rousseau, porotro, son, en este sentido, enormes. Comparten todos ellos, sinembargo, la idea de que el abandono del estado de naturaleza paraconstituir la sociedad civil y el Estado modernos representa unaopcin de carcter radical e irreversible. Segn ellos, la modernidades intrnsecamente problemtica y rebosa de unas antinomias -entrela coercin y el consentimiento, la igualdad y la libertad, el sobera-no y el ciudadano o el derecho natural y el civil- que slo puederesolver con sus propios medios. No puede echar mano de recursospre- o anti-modernos.

    El contrato social se basa, como todo contrato, en unos criteriosde inclusin a los que, por lgica, se corresponden unos criterios deexclusin. De entre estos ltimos destacan tres. El primero se sigue

    del hecho de que el contrato social slo incluye a los individuos y asus asociaciones; la naturaleza queda excluida: todo aquello que pre-cede o permanece fuera del contrato social se ve relegado a ese mbi-to significativamente llamado estado de naturaleza. La nica natu-raleza relevante para el contrato social es la humana, aunque se trate,en definitiva, de domesticarla con las leyes del Estado y las normasde convivencia de la sociedad civil. Cualquier otra naturaleza oconstituye una amenaza o representa un recurso. El segundo crite-rio es el de la ciudadana territorialmente fundada. Slo los ciuda-danos son partes del contrato social. Todos los dems -ya sean muje-res, extranjeros, inmigrantes, minoras (y a veces mayoras) tnicas-quedan excluidos; viven en el estado de naturaleza por mucho que

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    1 Para un anlisis pormenorizado de las distintas concepciones del contrato socialvase Santos, 1995, pp. 63-71.

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    puedan cohabitar con ciudadanos. El tercer y ltimo criterio es el(del) comercio pblico de los intereses. Slo los intereses que pue-den expresarse en la sociedad civil son objeto del contrato. La vida

    privada, los intereses personales propios de la intimidad y del espa-cio domstico, quedan, por lo tanto, excluidos del contrato.

    El contrato social es la metfora fundadora de la racionalidadsocial y poltica de la modernidad occidental. Sus criterios de inclu-sin/exclusin fundamentan la legitimidad de la contractualizacinde las interacciones econmicas, polticas, sociales y culturales. Elpotencial abarcador de la contractualizacin tiene como contrapar-tida una separacin radical entre incluidos y excluidos. Pero, aun-que la contractualizacin se asienta sobre una lgica deinclusin/exclusin, su legitimidad deriva de la inexistencia deexcluidos. De ah que stos ltimos sean declarados vivos en rgi-men de muerte civil. La lgica operativa del contrato social seencuentra, por lo tanto, en permanente tensin con su lgica de

    legitimacin. Las inmensas posibilidades del contrato conviven consu inherente fragilidad. En cada momento o corte sincrnico, lacontractualizacin es al mismo tiempo abarcadora y rgida; diacr-nicamente, es el terreno de una lucha por la definicin de los crite-rios y trminos de la exclusin/inclusin, lucha cuyos resultados vanmodificando los trminos del contrato. Los excluidos de unmomento surgen en el siguiente como candidatos a la inclusin y,

    acaso, son incluidos en un momento ulterior. Pero, debido a la lgi-ca operativa del contrato, los nuevos incluidos slo lo sern endetrimento de nuevos o viejos excluidos. El progreso de la contrac-tualizacin tiene algo de sisfico. La flecha del tiempo es aqu, comomucho, una espiral.

    Las tensiones y antinomias de la contractualizacin social no seresuelven, en ltima instancia, por la va contractual. Su gestincontrolada depende de tres presupuestos de carcter metacontrac-

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    tual: un rgimen general de valores, un sistema comn de medidasy un espacio-tiempo privilegiado. El rgimen general de valoresseasienta sobre las ideas del bien comn y de la voluntad general en

    cuanto principios agregadores de sociabilidad que permiten desig-nar como sociedad las interacciones autnomas y contractualesentre sujetos libres e iguales.

    El sistema comn demedidasse basa en una concepcin que con-vi erte el espacio y el tiempo en unos criterios homogneos, neutrosy lineares con los que, a modo de mnimo comn denominador, se

    definen las diferencias relevantes. La tcnica de la perspectiva intro-ducida por la pintura renacentista es la primera manifestacinmoderna de esta concepcin. Igualmente importante fue, en estesentido, el perfeccionamiento de la tcnica de las escalas y de lasp royecciones en la cartografa moderna iniciada por Mercator. Conesta concepcin se consigue, por un lado, distinguir la naturalezade la sociedad y, por otro, establecer un trmino de comparacin

    cuanti t ativo entre las interacciones sociales de carcter generalizadoy diferenciable. Las diferencias cualitativas entre las interacciones ose ignoran o quedan reducidas a indicadores cuantitativos que danaproximada cuenta de las mismas. El dinero y la mercanca son lasco ncreciones ms puras del sistema comn de medidas: facilitan lamedicin y comparacin del trabajo, del salario, de los riesgos y delos daos. Pero el sistema comn de medidas va ms all del dine-

    ro y de las mercancas. La perspectiva y la escala, combinadas conel sistema general de va lores, permiten, por ejemplo, evaluar la gra-vedad de los delitos y de las penas: a una determinada graduacinde las escalas en la gravedad del delito corresponde una determina-da graduacin de las escalas en la privacin de libertad. La perspec-tiva y la escala aplicadas al principio de la soberana popular per-miten la democracia rep rese n t ativa: a un nmero x de habitantescorresponde un nmero y de representantes. El sistema comn de

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    medidas permite incluso, con las homogeneidades que crea, esta-blecer correspondencias entre valo res antinmicos. As, por ejem-plo, entre la libertad y la igualdad pueden definirse criterios de jus-

    ticia social, de redistribucin y de solidaridad. El presupuesto esque las medidas sean comunes y procedan por correspondencia yhomogeneidad. De ah que la nica solidaridad posible sea la quese da entre iguales: su concrecin ms cabal est en la solidaridadentre trabajadores.

    El espacio-tiempo privilegiado es el espacio-tiempo estatal nacio-

    nal. En este espacio-tiempo se consigue la mxima agregacin deintereses y se definen las escalas y perspectivas con las que se obser-van y miden las interacciones no estatales y no nacionales (de ah,por ejemplo, que el gobierno municipal se denomine gobiernolocal). La economa alcanza su mximo nivel de agregacin, inte-gracin y gestin en el espacio-tiempo nacional y estatal que es tam-bin el mbito en el que las familias organizan su vida y establecen

    el horizonte de sus expectativas, o de la falta de las mismas. La obli-gacin poltica de los ciudadanos ante el Estado y de ste ante aqu-llos se define dentro de ese espacio-tiempo que sirve tambin deescala a las organizaciones y a las luchas polticas, a la violencia leg-tima y a la promocin del bienestar general. Pero el espacio-tiemponacional estatal no es slo perspectiva y escala, tambin es un ritmo,

    una duracin, una temporalidad; tambin es el espacio-tiempo dela deliberacin del proceso judicial y, en general, de la accin buro-crtica del Estado, cuya correspondencia ms isomrfica est en elespacio-tiempo de la produccin en masa.

    Por ltimo, el espacio-tiempo nacional y estatal es el espacio sea-lado de la cultura en cuanto conjunto de dispositivos identitariosque fijan un rgimen de pertenencia y legitiman la normatividad quesirve de referencia a todas las relaciones sociales que se desenvuelven

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    dentro del territorio nacional: desde el sistema educativo a la histo-ria nacional, pasando por las ceremonias oficiales o los das festivos.

    Estos principios regul adores son congruentes entre s. Si el rgi-men general de valo res es el garante ltimo de los horizontes deexp ecta t ivas de los ciudadanos, el campo de percepcin de ese hori-zonte y de sus convulsiones depende, del sistema comn de medi-das. Per spectiva y escala son, entre otras cosas, dispositivos visualesque crean campos de visin y, por tanto, reas de ocultacin. Lavisibilidad de determinados riesgos, daos, desviaciones, debilida-des tiene su reflejo en la identificacin de determinadas causas,determinados enemigos y agresores. Unos y otros se gestionan demodo pre ferente y privilegiado con las formas de conflictividad,negociacin y administracin propias del espacio-tiempo nacionaly estatal.

    La idea del contrato social y sus principios reguladores constitu-yen el fundamento ideolgico y poltico de la contractualidad sobre

    la que se asientan la sociabilidad y la poltica de las sociedadesmodernas. Entre las caractersticas de esta organizacin contractua-lizada, destacan las siguientes. El contrato social pretende crear unparadigma socio-poltico que produzca de manera normal, cons-tante y consistente cuatro bienes pblicos: legitimidad del gobier-no, bienestar econmico y social, seguridad e identidad colectiva.Estos bienes pblicos slo se realizan conjuntamente: son, en lti-

    ma instancia, los distintos pero convergentes modos de realizar elbien comn y la voluntad general. La consecucin de estos bienesse proyect histricamente a travs de una vasta constelacin deluchas sociales, entre las que destacan las luchas de clase -expresinde la fundamental divergencia de intereses generada por las relacio-nes sociales de produccin capitalista. Debido a esta divergencia y alas antinomias inherentes al contrato social (entre autonoma indi-vidual y justicia social, libertad e igualdad), las luchas por el bien

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    comn siempre fueron luchas por definiciones alternativas de esebien. Luchas que se fueron cristalizando con contractualizacionesparciales que modificaban los mnimos hasta entonces acordados y

    que se traducan en una materialidad de instituciones encargadas deasegurar el respeto a, y la continuidad de, lo acordado.

    De esta prosecucin contradictoria de los bienes pblicos, consus consiguientes contractualizaciones, resultaron tres grandes cons-telaciones institucionales, todas ellas asentadas en el espacio-tiemponacional y estatal: la socializacin de la economa, la politizacin del

    Estado y la nacionalizacin de la identidad. La socializacin de laeconomavino del progresivo reconocimiento de la lucha de clasescomo instrumento, no de superacin, sino de transformacin delcapitalismo. La regulacin de la jornada laboral y de las condicionesde trabajo y salariales, la creacin de seguros sociales obligatorios yde la seguridad social, el reconocimiento del derecho de huelga, delos sindicatos, de la negociacin o de la contratacin colectivas son

    algunos de los hitos en el largo camino histrico de la socializacinde la economa. Camino en el que se fue reconociendo que la eco-noma capitalista no slo estaba constituida por el capital, el mer-cado y los factores de produccin sino que tambin participan deella trabajadores, personas y clases con unas necesidades bsicas,unos intereses legtimos y, en definitiva, con unos derechos ciuda-

    danos. Los sindicatos desempearon en este proceso una funcindestacada: la de reducir la competencia entre trabajadores, principalcausa de la sobre-explotacin a las que estaban inicialmente sujetos.

    La materialidad normativa e institucional resultante de la socializa-cin de la economa qued en manos de un Estado encargado de regu-lar la economa, mediar en los conflictos y reprimir a los trabajadores,anulando incluso consensos represivos. Esta centralidad del Estado enla socializacin de la economa influy decididamente en la configu-

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    racin de la segunda constelacin: lapolitizacin del Estado, procesoasentado sobre el desarrollo de su capacidad reguladora.

    El desarrollo de esta capacidad asumi, en las sociedades capita-listas, principalmente, dos formas: el Estado de bienestar en el cen-tro del sistema mundial y el Estado desarrollista en la periferia ysemiperiferia del sistema mundial. A medida que fue estatalizandola regulacin, el Estado la convirti en campo para la lucha polti-ca, razn por lo cual acab politizndose. Del mismo modo que laciudadana se configur desde el trabajo, la democracia estuvo

    desde el principio ligada a la socializacin de la economa. La ten-sin entre capitalismo y democracia es, en este sentido, constituti-va del Estado moderno, y la legitimidad de este Estado siempreestuvo vinculada al modo, ms o menos equilibrado, en que resol-vi esa tensin. El grado cero de legitimidad del Estado moderno esel fascismo: la completa rendicin de la democracia ante las necesi-

    dades de acumulacin del capitalismo. Su grado mximo de legiti-midad resulta de la conversin, siempre problemtica, de la tensinentre democracia y capitalismo en un crculo virtuoso en el quecada uno prospera aparentemente en la medida en que ambos pros-peran conjuntamente. En las sociedades capitalistas este gradomximo de legitimidad se alcanz en los Estados de bienestar deEuropa del norte y de Canad.

    Por ltimo, lanacionalizacin de la identidad cultural es el pro-ceso mediante el cual las, cambiantes y parciales, identidades de losdistintos grupos sociales quedan territorializadas y temporalizadasdentro del espacio-tiempo nacional. La nacionalizacin de la iden-tidad cultural refuerza los criterios de inclusin/exclusin que sub-yacen a la socializacin de la economa y a la politizacin delEstado, confirindoles mayor vigencia histrica y mayor estabilidad.

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    Este amplio proceso de contractualizacin social, poltica y cul-tural, con sus criterios de inclusin/exclusin, tiene, sin embargo,dos lmites. El primero es inherente a los mismos criterios: la inclu-

    sin siempre tiene como lmite lo que excluye. La socializacin dela economa se consigui a costa de una doble des-socializacin: lade la naturaleza y la de los grupos sociales que no consiguieron acce-der a la ciudadana a travs del trabajo. Al ser una solidaridad entreiguales, la solidaridad entre trabajadores no alcanz a los que que-daron fuera del crculo de la igualdad. De ah que las organizacio-nes sindicales nunca se percataran, y en algunos casos sigan sin

    hacerlo, de que el lugar de trabajo y de produccin es a menudo elescenario de delitos ecolgicos o de graves discriminaciones sexua-les y raciales. Por otro lado, la politizacin y la visibilidad pblicadel Estado tuvo como contrapartida la despolitizacin y privatiza-cin de toda la esfera no estatal: la democracia pudo desarrollarse enla medida en que su espacio qued restringido al Estado y a la pol-tica que ste sintetizaba. Por ltimo, la nacionalizacin de la iden-tidad cultural se asent sobre el etnocidio y el epistemicidio: todosaquellos conocimientos, universos simblicos, tradiciones y memo-rias colectivas que diferan de los escogidos para ser incluidos y eri-girse en nacionales fueron suprimidos, marginados o desnaturaliza-dos, y con ellos los grupos sociales que los encarnaban.

    El segundo lmite se refiere a las desigualdades articuladas por el

    moderno sistema mundial. Los mbitos y las formas de la contrac-tualizacin de la sociabilidad fueron distintos segn fuera la posi-cin de cada pas en el sistema mundial: la contractualizacin fuems o menos inclusiva, estable, democrtica y pormenorizada. Enla periferia y semiperiferia la contractualizacin tendi a ser mslimitada y precaria que en el centro. El contrato siempre tuvo queconvivir all con el status; los compromisos no fueron sino momen-tos evanescentes a medio camino entre los pre-compromisos y los

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    post-compromisos; la economa se socializ slo en pequeas islasde inclusin situadas en medio de vastos archipilagos de exclusin;la politizacin del Estado cedi a menudo ante la privatizacin del

    Estado y la patrimonializacin de la dominacin poltica; y la iden-tidad cultural nacionaliz a menudo poco ms que su propia cari-catura. Incluso en los pases centrales la contractualizacin varinotablemente: por ejemplo, entre los pases con fuerte tradicincontractualista, caso de Alemania o Suecia, y aquellos de tradicinsubcontractualista como el Reino Unido o los Estados Unidos deAmrica.

    LA CRISIS DEL CONTRATO SOCIAL

    Con todas estas variaciones, el contrato social ha presidido, con suscriterios de inclusin y exclusin y sus principios metacontractuales,la organizacin de la sociabilidad econmica, poltica y cultural de las

    sociedades modernas. Este paradigma social, poltico y cultural viene,sin embargo, atravesando desde hace ms de una dcada una granturbulencia que afecta no ya slo a sus dispositivos operativos sino asus presupuestos; una turbulencia tan profunda que parece estarapuntado a un cambio de poca, a una transicin paradigmtica.

    En lo que a los presupuestos se refiere, el rgimen general de valo-res no parece poder resistir la creciente fragmentacin de una socie-

    dad dividida en mltiplesapartheidsy polarizada en torno a ejes eco-nmicos, sociales, polticos y culturales. En este contexto, no slopierde sentido la lucha por el bien comn, tambin parece ir per-dindolo la lucha por las definiciones alternativas de ese bien. Lavoluntad general parece haberse convertido en un enunciado absur-do. Algunos autores hablan incluso del fin de la sociedad. Lo ciertoes que cabe decir que nos encontramos en un mundo post-foucaul-tiano (lo cual revela, retrospectivamente, lo muy organizado que era

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    ese mundo anarquista de Foucault). Segn l, dos son los grandesmodos de ejercicio del poder que, de modo complejo, coexisten: eldominante poder disciplinario, basado en las ciencias, y el declinan-

    te poder jurdico, centrado en el Estado y el derecho. Hoy en da,estos poderes no slo se encuentran fragmentados y desorganizadossino que coexisten con muchos otros poderes. El poder disciplinarioresulta ser cada vez ms un poder indisciplinario a medida que lasciencias van perdiendo seguridad epistemolgica y se ven obligadasa dividir el campo del saber entre conocimientos rivales capaces degenerar distintas formas de poder. Por otro lado, el Estado pierde

    centralidad y el derecho oficial se desorganiza al coexistir con underecho no oficial dictado por mltiples legisladores fcticos que,gracias a su poder econmico, acaban transformando lo fctico ennorma, disputndole al Estado el monopolio de la violencia y delderecho. La catica proliferacin de poderes dificulta la identifica-cin de los enemigos y, en ocasiones, incluso la de las vctimas.

    Los valores de la modernidad -libertad, igualdad, autonoma,subjetividad, justicia, solidaridad- y las antinomias entre ellos per-viven pero estn sometidos a una creciente sobrecarga simblica:vienen a significar cosas cada vez ms dispares para los distintos gru-pos y personas, al punto que el exceso de sentido paraliza la eficaciade estos valores y, por tanto, los neutraliza.

    La turbulencia de nuestros das resulta especialmente patente en

    el sistema comn de medidas. Si el tiempo y el espacio neutros,lineares y homogneos desaparecieron hace ya tiempo de las cien-cias, esa desaparicin empieza ahora a hacerse notar en la vida coti-diana y en las relaciones sociales. Me he referido en otro lugar(Santos, 1998a) a la turbulencia por la que atraviesan las escalas conlas que hemos venido identificando los fenmenos, los conflictos ylas reacciones. Como cada fenmeno es el producto de las escalascon las que lo observamos, la turbulencia en las escalas genera extra-

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    amiento, desfamiliarizacin, sorpresa, perplejidad y ocultacin: laviolencia urbana es un ejemplo paradigmtico de esta turbulenciaen las escalas. Cuando un nio de la calle busca cobijo para pasar la

    noche y acaba, por ese motivo, asesinado por un polica o cuandouna persona abordada por un mendigo se niega a dar limosna y, porese motivo, es asesinada por el mendigo estamos ante una explosinimprevisible de la escala del conflicto: un fenmeno aparentementetrivial e inconsecuente se ve correspondido por otro dramtico y defatales consecuencias. Este cambio abrupto e imprevisible en laescala de los fenmenos se da hoy en da en los ms variados mbi-

    tos de la praxis social. Cabe decir, siguiendo a Prigogine (1979;1980), que nuestras sociedades estn atravesando un periodo debifurcacin, es decir, una situacin de inestabilidad sistmica en elque un cambio mnimo puede producir, imprevisible y catica-mente, transformaciones cualitativas. La turbulencia de las escalasdeshace las secuencias y los trminos de comparacin y, al hacerlo,reduce las alternativas, generando impotencia o induciendo a lapasividad.

    La estabilidad de las escalas parece haber quedado limitada almercado y al consumo, pero incluso aqu se han producido cambiosradicales en el ritmo as como explosiones parciales que obligan amodificar constantemente la perspectiva sobre los actos comercia-les, las mercancas y los objetos, hasta el extremo en que la inter-

    subjetividad se transmuta en interobjetualidad (int erobj ectual id a -de). La constante transformacin de la perspectiva se da igualmen-te en las tecnologas de la informacin y de la comunicacin dondela turbulencia en las escalas es, de hecho, acto originario y condi-cin de funcionamiento. La creciente inter-actividad de las tecno-logas permite prescindir cada vez ms de la de los usuarios demodo que, subrepticiamente, la inter-actividad se va deslizandohacia la inter-pasividad.

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    Por ltimo, el espacio-tiempo nacional y estatal est perdiendosu primaca ante la creciente competencia de los espacios-tiempoglobales y locales y se est desestructurando ante los cambios en sus

    ritmos, duraciones y temporalidades. El espacio-tiempo nacionalestatal se configura con ritmos y temporalidades distintos perocompatibles y articulables: la temporalidad electoral, la de la con-tratacin colectiva, la temporalidad judicial, la de la seguridadsocial, la de la memoria histrica nacional, etc. La coherencia entreestas temporalidades confiere al espacio-tiempo nacional estatal suconfiguracin especfica. Pero esta coherencia resulta hoy en da

    cada vez ms problemtica en la medida en que varia el impacto quesobre las distintas temporalidades tienen los espacios-tiempo globaly local.

    Aumenta la importancia de determinados ritmos y temporalida-des completamente incompatibles con la temporalidad estatalnacional en su conjunto. Merecen especial referencia dos fenme-

    nos: el tiempo instantneo del ciberespacio, por un lado, y el tiem-po glacial de la degradacin ecolgica, de la cuestin indgena o dela biodiversidad, por otro. Ambas temporalidades chocan frontal-mente con la temporalidad poltica y burocrtica del Estado. Eltiempo instantneo de los mercados financieros hace inviable cual-quier deliberacin o regulacin por parte del Estado. El freno a estatemporalidad instantnea slo puede lograrse actuando desde la

    misma escala en que opera, la global, es decir, con una accin inter-nacional. El tiempo glacial, por su parte, es demasiado lento paracompatibilizarse adecuadamente con cualquiera de las temporalida-des nacional-estatales. De hecho, las recientes aproximaciones entrelos tiempos estatal y glacial se han traducido en poco ms que enintentos por parte del primero de canibalizar y desnaturalizar alsegundo. Basta recordar el trato que ha merecido en muchos pasesla cuestin indgena o, tambin, la reciente tendencia a aprobar

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    leyes nacionales sobre la propiedad intelectual e industrial que inci-den sobre la biodiversidad.

    Como el espacio-tempo nacional y estatal ha venido siendo elhegemnico ha conformado no ya slo la accin del Estado sino lasprcticas sociales en general de modo que tambin en estas ltimasincide la presencia del tiempo instantneo y del glacial. Al igual queocurre con las turbulencias en las escalas, estos dos tiempos consi-guen, por distintas vas, reducir las alternativas, generar impotenciay fomentar la pasividad. El tiempo instantneo colapsa las secuen-cias en un presente infinito que trivializa las alternativas multipli-cndolas tecnoldicamente, fundindolas en variaciones de s mis-mas. El tiempo glacial crea, a su vez, tal distancia entre las alterna-tivas que stas dejan de ser conmensurables y contrastables y se vencondenadas a deambular por entre sistemas de referencias incomu-nicables entre s. De ah que resulte cada vez ms difcil proyectar,y optar entre, modelos alternativos de desarrollo.

    Pero donde las seales de crisis del paradigma resultan mspatentes es en los dispositivos funcionales de la contractualizacinsocial. A primera vista, la actual situacin, lejos de asemejarse a unacrisis del contractualismo social, parece caracterizarse por la defini-tiva consagracin del mismo. Nunca se ha hablado tanto de con-tractualizacin de las relaciones sociales, de las relaciones de traba-jo o de las relaciones polticas entre el Estado y las organizaciones

    sociales. Pero lo cierto es que esta nueva contractualizacin pocotiene que ver con la idea moderna del contrato social. Se trata, enprimer lugar, de una contractualizacin liberal individualista, basa-da en la idea del contrato de derecho civil celebrado entre indivi-duos y no en la idea de contrato social como agregacin colectivade intereses sociales divergentes. El Estado, a diferencia de lo queocurre con el contrato social, tiene respecto a estos contratos dederecho civil una intervencin mnima: asegurar su cumplimiento

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    durante su vigencia sin poder alterar las condiciones o los trminosde lo acordado. En segundo lugar la nueva contractualizacin notiene, a diferencia del contrato social, estabilidad: puede ser denun-

    ciada en cualquier momento por cualquiera de las partes. Y no setrata de una opcin de carcter radical sino ms bien de una opcintrivial. En tercer lugar, la contractualizacin liberal no reconoce elconflicto y la lucha como elementos estructurales del contrato. Alcontrario, los sustituye por el asentimiento pasivo a unas condicio-nes supuestamente universales e insoslayables. As, el llamado con-senso de Washington se configura como un contrato social entre los

    pases capitalistas centrales que, sin embargo, se erige, para todas lasotras sociedades nacionales, en un conjunto de condiciones inelu-dibles, que deben aceptarse acrticamente, salvo que se prefiera laimplacable exclusin. Estas condiciones ineludibles de carcter glo-bal sustentan los contratos individuales de derecho civil.

    Por todas estas razones, la nueva contractualizacin no es, en

    cuanto contractualizacin social, sino un falso contrato: la aparien-cia engaosa de un compromiso basado de hecho en unas condi-ciones impuestas sin discusin a la parte ms dbil, unas condicio-nes tan onerosas como ineludibles. Bajo la apariencia de contrato,la nueva contractualizacin propicia la renovada emergencia del sta-tus, es decir, de los principios premodernos de ordenacin jerrqui-ca por los cuales las relaciones sociales quedan condicionadas por la

    posicin en la jerarqua social de las partes. No se trata, sin embar-go, de un regreso al pasado. El status se asienta hoy en da en laenorme desigualdad de poder econmico entre las partes del con-trato individual; nace de la capacidad que esta desigualdad confierea la parte ms fuerte para imponer sin discusin las condiciones quele son ms favorables. El status posmoderno es el contrato leonino.

    La crisis de la contractualizacin moderna se manifiesta en el pre-domino estructural de los procesos de exclusin sobre los de inclu-

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    sin. Estos ltimos an perviven, incluso bajo formas avanzadas quecombinan virtuosamente los valores de la modernidad, pero se vanconfinando a unos grupos cada vez ms restringidos que imponen a

    grupos muchos ms amplios formas abismales de exclusin. El pre-dominio de los procesos de exclusin se presenta bajo dos formas enapariencia opuestas: el post-contractualismo y el pre-contractualis-mo. El post-contractualismo es el proceso mediante el cual grupos eintereses sociales hasta ahora incluidos en el contrato social quedanexcluidos del mismo, sin perspectivas de poder regresar a su seno.Los derechos de ciudadana, antes considerados inalienables, son

    confiscados. Sin estos derechos, el excluido deja de ser un ciudada-no para convertirse en una suerte de siervo. El pre-contractualismoconsiste, por su parte, en impedir el acceso a la ciudadana a grupossociales anteriormente considerados candidatos a la ciudadana yque tenan expectativas fundadas de poder acceder a ella.

    La diferencia estructural entre el post-contractualismo y el pre-

    contractualismo es clara. Tambin son distintos los procesos polti-cos que uno y otro promueven, aunque suelan confundirse, tanto enel discurso poltico dominante como en las experiencias y percep-ciones personales de los grupos perjudicados. En lo que al discursopoltico se refiere, a menudo se presenta como post-contractualismolo que no es sino precontractualismo. Se habla, por ejemplo, de pac-tos sociales y de compromisos adquiridos que ya no pueden seguir

    cumplindose cuando en realidad nunca fueron otra cosa que con-tratos-promesa o compromisos previos que nunca llegaron a confir-marse. Se pasa as del pre- al post-contractualismo sin transitar porel contractualismo. Esto es lo que ha ocurrido en los casi-Estados-de bienestar de muchos pases semiperifricos o de desarrollo inter-medio. En lo que a las vivencias y percepciones de las personas y delos grupos sociales se refiere, suele ocurrir que, ante la sbita prdi-da de una estabilidad mnima en sus expectativas, las personas

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    adviertan que hasta entonces haban sido, en definitiva, ciudadanossin haber tenido conciencia de, ni haber ejercido, los derechos de losque eran titulares. En este caso, el pre-contractualismo se vive sub-

    jetivamente como una experiencia post-contractualista.Las exclusiones generadas por el pre- y el post-contractualismo

    tienen un carcter radical e ineludible, hasta el extremo en que losque las padecen se ven de hecho excluidos de la sociedad civil yexpulsados al estado de naturaleza, aunque sigan siendo formal-mente ciudadanos. En nuestra sociedad posmoderna, el estado de

    n a t u r a l eza est en la ansiedad permanente respecto al presente yal futuro, en el inminente desgobierno de las expectativas, en elcaos permanente en los actos ms simples de la superv i vencia o dela convive n c i a .

    Tanto el post-contractualismo como el pre-contractualismonacen de las profundas transformaciones por las que atraviesan lostres dispositivos operativos del contrato social antes referidos: lasocializacin de la economa, la politizacin del Estado y la naciona-lizacin de la identidad cultural. Las transformaciones en cada unode estos dispositivos son distintas pero todas, directa o indirecta-mente, vienen provocadas por lo que podemos denominar el con-senso liberal, un consenso en el que convergen cuatro consensosbsicos.

    El primero es el consenso econmico neolibera l, tambin cono-cido comoconsenso de Wa s h i n g t o n( Santos, 1995: 276, 316, 356).Este consenso se re f i e re a la organizacin de la economa global(con su sistema de produccin, sus mercados de productos y ser-vicio y sus mercados financieros) y pro m u e ve la liberalizacin delos mercados, la desregulacin, la privatizacin, el minimalismoestatal, el control de la inflacin, la primaca de las export a c i o n e s ,el re c o rte del gasto social, la reduccin del dficit pblico y la

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    concentracin del poder mercantil en las grandes empresas mul-tinacionales y del poder financiero en los grandes bancos trans-nacionales. Las grandes innovaciones institucionales del consen-

    so econmico neoliberal son las nuevas restricciones a la re g l a-mentacin estatal, el nuevo derecho internacional de pro p i e d a dpara los inve r s o res extranjeros y los cre a d o res intelectuales y las u b o rdinacin de los Estados a las agencias multilaterales (Ba n c oMundial, Fondo Monetario Internacional y Or g a n i z a c i nMundial del Comerc i o ) .

    El segundo consenso es el del Estado dbil. Ligado al anteriortiene, sin embargo, mayor alcance al sobrepasar el mbito econ-mico, e incluso el social. Para este consenso, el Estado deja de ser elespejo de la sociedad civil para convertirse en su opuesto. La debi-lidad y desorganizacin de la sociedad civil se debe al excesivo poderde un Estado que, aunque formalmente democrtico, es inherente-mente opresor, ineficaz y predador por lo que su debilitamiento se

    erige en requisito ineludible del fortalecimiento de la sociedad civil.Este consenso se asienta, sin embargo, sobre el siguiente dilema:slo el Estado puede producir su propia debilidad por lo que esnecesario tener un Estado fuerte capaz de producir eficientemente,y de asegurar con coherencia, esa su debilidad. El debilitamiento delEstado produce, por lo tanto, unos efectos perversos que cuestionanla viabilidad de las funciones del Estado dbil: el Estado dbil no

    puede controlar su debilidad.El tercer consenso es el consenso democrtico liberal, es decir, la

    promocin internacional de unas concepciones minimalistas de lademocracia erigidas en condicin que los Estados deben superarpara acceder a los recursos financieros internacionales. Parte de lapremisa de que la congruencia entre este consenso y los anterioresha sido reconocida como causa originaria de la modernidad polti-ca. Pero lo cierto es que si la teora democrtica del siglo XIX inten-

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    t justificar tanto la soberana del poder estatal, en cuanto capaci-dad reguladora y coercitiva, como los lmites del poder del Estado,el consenso democrtico liberal descuida la soberana del poder

    estatal, sobre todo en la periferia y semiperiferia del sistema mun-dial, y percibe las funciones reguladoras del Estado ms como inca-pacidades que como capacidades.

    Por ltimo, el consenso liberal incluye, en consonancia con elmodelo de desarrollo promovido por los tres anteriores consensos,el de laprimaca del derecho y de los tribunales. Ese modelo confiereabsoluta prioridad a la propiedad privada, a las relaciones mercan-tiles y a un sector privado cuya funcionalidad depende de transac-ciones seguras y previsibles protegidas contra los riesgos de incum-plimientos unilaterales. Todo esto exige un nuevo marco jurdico yla atribucin a los tribunales de una nueva funcin, mucho msrelevante, como garantes del comercio jurdico e instancias para laresolucin de litigios: el marco poltico de la contractualizacin

    social debe ir cediendo su sitio al marco jurdico y judicial de lacontractualizacin individual. Es sta una de las principales dimen-siones de la actual judicializacin de la poltica.

    El consenso liberal en sus varias vertientes incide profundamentesobre los tres dispositivos operativos del contrato social. La incidenciams decisiva es la de la desocializacin de la economa, su reduccin ala instrumentalidad del mercado y de las transacciones: campo propi-

    cio al pre-contractualismo y al post-contractualismo. Como se hadicho, el trabajo fue, en la contractualizacin social de la modernidadcapitalista, la va de acceso a la ciudadana, ya fuera por la extensin alos trabajadores de los derechos civiles y polticos, o por la conquistade nuevos derechos propios, o tendencialmente propios, del colectivode trabajadores, como el derecho al trabajo o los derechos econmicosy sociales. La creciente erosin de estos derechos, combinada con elaumento del desempleo estructural lleva a los trabajadores a transitar

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    desde el estatuto de ciudadana al de lumpen-ciudadana. Para la granmayora de los trabajadores se trata de un trnsito, sin retorno, desdeel contractualismo al post-contractualismo.

    Pero, como indiqu antes, el estatuto de ciudadana del que par-tan estos trabajadores ya era precario y estrecho de modo que, enmuchos casos, el paso es del pre- al post-contractualismo; slo lavisin retro spectiva de las expectativas permite creer que se partadel contractualismo. Por otro lado, en un contexto de mercados glo-bales liberalizados, de generalizado control de la inflacin, de con-

    tencin del crecimiento econmico2

    y de unas nuevas tecnologasque generan riqueza sin crear puestos de trabajo, el aumento delnivel de ocupacin de un pas slo se consigue a costa de una reduc-cin en el nivel de empleo de otro pas: de ah la creciente compe-tencia internacional entre trabajadores. La reduccin de la compe-tencia entre trabajadores en el mbito nacional constituy en su dael gran logro del movimiento sindical. Pero quiz ese logro se ha

    convertido ahora en un obstculo que impide a los sindicatos alcan-zar mayor resolucin en el control de la competencia internacionalentre trabajadores. Este control exigira, por un lado, la internacio-nalizacin del movimiento sindical y, por otro, la creacin de auto-ridades polticas supranacionales capaces de imponer el cumpli-mento de los nuevos contratos sociales de alcance global. En ausen-cia de ambos extremos, la competencia internacional entre trabaja-dores seguir aumentando, y con ella la lgica de la exclusin que lepertenece. En muchos pases, la mayora de los trabajadores que seadentra por primera vez en el mercado de trabajo lo hace sin dere-chos: queda incluida siguiendo una lgica de la exclusin. La faltade expectativas respecto a una futura mejora de su situacin impide

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    2 Como seala Jean-Paul Fitoussi (Fitoussi, 1997: 102-3), el afn, propio de losmercados financieros, de controlar la inflacin impide la estabilizacin del crecimiento.

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    a esos trabajadores considerarse candidatos a la ciudadana. Muchosotros simplemente no consiguen entrar en el mercado de trabajo, enuna imposibilidad que si es coyuntural y provisional para algunos

    puede ser estructural y permanente para otros. De una u otra forma,predomina as la lgica de la exclusin. Se trata de una situacinpre-contractualista sin opciones de acercarse al contractualismo.

    Ya sea por la va del post-contractualismo o por la del precon-tractualismo, la intensificacin de la lgica de la exclusin crea nue-vos estados de naturaleza: la precariedad y la servidumbre generadas

    por la ansiedad permanente del trabajador asalariado respecto a lacantidad y continuidad del trabajo, la ansiedad de aquellos que norenen condiciones mnimas para encontrar trabajo, la ansiedad delos trabajadores autnomos respecto a la continuidad de un merca-do que deben crear da tras da para asegurar sus rendimientos o laansiedad del trabajador ilegal que carece de cualquier derechosocial. Cuando el consenso neoliberal habla de estabilidad se refie-

    re a la estabilidad en las expectativas de los mercados y de las inver-siones, nunca a la de las expectativas de las personas. De hecho, laestabilidad de los primeros slo se consigue a costa de la inestabili-dad de las segundas.

    Por todas estas razones, el trabajo sustenta cada vez menos la ciu-dadana y sta cada vez menos al trabajo. Al perder su estatuto pol-

    tico de producto y productor de ciudadana, el trabajo, tanto si setiene como cuando falta, se reduce a laboriosidad de la existencia.De ah que el trabajo, aunque domine cada vez ms las vidas de laspersonas, est desapareciendo de las referencias ticas sobre las quese asientan la autonoma y la auto-estima de los individuos.

    En trminos sociales el efecto acumulado del pre- y del post-con-tractualismo es la emergencia de una clase de excluidos constituidapor grupos sociales en movilidad descendente estructural (trabaja-

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    dores no cualificados, desempleados, trabajadores inmigrantes,minoras tnicas) y por grupos sociales para los que el trabajo dejde ser, o nunca fue, un horizonte realista (desempleados de larga

    duracin, jvenes con difcil insercin en el mercado laboral,minusvlidos, masas de campesinos pobres de Amrica latina,frica y Asia). Esta clase de excluidos -mayor o menor segn sea laposicin, perifrica o central, de cada sociedad en el sistema mun-dial- asume en los pases centrales la forma del tercer mundo inte-rior, el llamado tercio inferior de la sociedad de los dos tercios.Europa tiene 18 millones de desempleados, 52 millones de perso-

    nas viviendo por debajo del umbral de la pobreza y un 10% de supoblacin tiene alguna minusvala fsica o mental que dificulta suintegracin social. En los Estados Unidos, William Julius Wilson hapropuesto la tesis de launderclasspara referirse a los negros de losghettosurbanos afectados por el declive industrial y por la desertiza-cin econmica de las innercities(Wilson, 1987). Wilson define launderclassen funcin de seis caractersticas: residencia en espacios

    socialmente aislados de las otras clases; escasez de puestos de traba-jo de larga duracin; familias monoparentales encabezadas pormujeres; escasas calificacin y formacin profesionales; prolongadosperiodos de pobreza y de dependencia de la asistencia social y, porltimo, tendencia a involucrarse en actividades delictivas del tipostreet crime. Esta clase aument significativamente entre los aossetenta y ochenta y se rejuveneci trgicamente. La proporcin de

    pobres menores de 18 aos era en 1970 del 15%, en 1987 habasubido al 20%, con un incremento especialmente dramtico de lapobreza infantil. El carcter estructural de la exclusin y, por lotanto, de los obstculos a la inclusin a los que se enfrenta esta clasequeda de manifiesto en el hecho de que, a pesar de que los negrosestadounidenses han mejorado notablemente su nivel educativo, lamejora no les ha permitido optar a puestos de trabajo estables y atiempo completo. Segn Lash y Urry esto se debe, fundamental-

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    mente, a tres razones: la cada del empleo industrial en el conjuntode la economa; la fuga del remanente de empleo desde los centrosa las periferias de las ciudades y la redistribucin del empleo entre

    distintos tipos de reas metropolitanas (Lash y Urry, 1996: 151).Por lo que a la periferia y semiperiferia del sistema mundial se

    refiere, la clase de los excluidos abarca a ms de la mitad de la pobla-cin de los pases y los factores de exclusin resultan an ms con-tundentes en su eficacia desocializadora.

    El crecimiento estructural de la exclusin social, por la va ya sea

    del pre-contractualismo o del post-contractualismo, y la consi-guiente extensin de unos estados de naturaleza -que no dan cabi-da a las opciones, individuales o colectivas, de salida-, implican unacrisis de tipo paradigmtico, un cambio de poca, que algunosautores han denominado desmodernizacin o contra-moderniza-cin. Se trata, por lo tanto, de una situacin de mucho riesgo. Lacuestin que cabe plantearse es si, a pesar de todo, contiene opor-tunidades para sustituir virtuosamente el viejo contrato social de lamodernidad por otro capaz de contrarrestar la proliferacin de lalgica de la exclusin.

    LA EMERGENCIA DEL FASCISMO SOCIETAL

    Analicemos primero los riesgos. A mi entender, todos pueden resu-mirse en uno: laemergencia del fascismo societal. No se trata de unregreso al fascismo de los aos treinta y cuarenta. No se trata, comoentonces, de un rgimen poltico sino de un rgimen social y decivilizacin. El fascismo societal no sacrifica la democracia ante lasexigencias del capitalismo sino que la fomenta hasta el punto en queya no resulta necesario, ni siquiera conveniente, sacrificarla parapromover el capitalismo. Se trata, por lo tanto, de un fascismo plu-

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    ralista y, por ello, de una nueva forma de fascismo. Las principalesformas de la sociabilidad fascista son las siguientes.

    La primera es el fascismo del apartheid social: la segregacin socialde los excluidos dentro de una cartografa urbana dividida en zonassalvajes y zonas civilizadas. Las primeras son las del estado de natu-raleza hobbesiano, las segundas, las del contrato social. Estas lti-mas viven bajo la amenaza constante de las zonas salvajes y paradefenderse se transforman en castillos neofeudales, en esos enclavesfortificados que definen las nuevas formas de segregacin urbana:

    urbanizaciones privadas, condominios cerrados, gated communities.La divisin entre zonas salvajes y civilizadas se est convirtiendo enun criterio general de sociabilidad, en un nuevo espacio-tiempohegemnico que cruza todas las relaciones sociales, econmicas,polticas y culturales y que se reproduce en las acciones tanto esta-tales como no estatales.

    La segunda forma es el fascismo del Estado paralelo. Me he referi-do en otro lugar al Estado paralelo para definir aquellas formas dela accin estatal que se caracterizan por su distanciamiento del dere-cho positivo3.Pero en tiempos de fascismo societal el Estado parale-lo adquiere una dimensin aadida: la de la doble vara en la medi-cin de la accin, una para las zonas salvajes otra para las civiliza-das. En estas ltimas, el Estado acta democrticamente, como

    Estado protector, por ineficaz o sospechoso que pueda resultar; enlas salvajes acta de modo fascista, como Estado predador, sin nin-gn propsito, ni siquiera aparente, de respetar el derecho.

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    3 Esta forma de Estado se traduce en la no aplicacin o aplicacin selectiva de las leyes,en la no persecucin de infracciones, en los recortes del gasto de funcionamiento delas instituciones, etc. Una poltica estatal que, en definitiva, se aleja de sus propiasleyes e instituciones; unas instituciones que pasan a actuar autnomamente como

    micro-Estados con criterios propios en la aplicacin de la ley dentro de sus esferas decompetencia (Santos, 1993, p. 31).

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    La tercera forma del fascismo societal es el fascismo paraestatalresultante de la usurpacin, por parte de poderosos actores sociales,de las prerrogativas estatales de la coercin y de la regulacin social.

    Usurpacin, a menudo completada con la connivencia del Estado,que o bien neutraliza o bien suplanta el control social producido porel Estado. El fascismo para-estatal tiene dos vertientes destacadas: elfascismo contractual y el fascismo territorial. El contractual se da,como se ha dicho, cuando la disparidad de poder entre las partes delcontrato civil es tal que la parte dbil, sin alternativa al contrato,acepta, por onerosas y despticas que sean, las condiciones impues-

    tas por la parte poderosa. El proyecto neoliberal de convertir el con-trato de trabajo en un simple contrato de derecho civil genera unasituacin de fascismo contractual. Esta forma de fascismo sueleseguirse tambin de los procesos de privatizacin de los serviciospblicos, de la atencin mdica, de la seguridad social, la electrici-dad, etc. El contrato social que rega la produccin de estos serviciospblicos por el Estado de bienestar o el Estado desarrollista se vereducido a un contrato individual de consumo de servicios privati-zados. De este modo, aspectos decisivos en la produccin de servi-cios salen del mbito contractual para convertirse en elementosextra-contractuales, es decir, surge un poder regulatorio no sometidoal control democrtico. La connivencia entre el Estado democrticoy el fascismo para-estatal queda, en estos casos, especialmente paten-

    te. Con estas incidencias extra-contractuales, el fascismo para-estatalejerce funciones de regulacin social anteriormente asumidas por unEstado que ahora, implcita o explcitamente, las subcontrata a agen-tes para-estatales. Esta cesin se realiza sin que medie la participacino el control de los ciudadanos, de ah que el Estado se convierta encmplice de la produccin social de fascismo para-estatal.

    La segunda vertiente del fascismo para-estatal es el fascismo terri -torial, es decir, cuando los actores sociales provistos de gran capital

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    patrimonial sustraen al Estado el control del territorio en el queactan o neutralizan ese control, cooptando u ocupando las insti-tuciones estatales para ejercer la regulacin social sobre los habitan-

    tes del territorio sin que stos participen y en contra de sus intere-ses. Se trata de unos territorios coloniales privados situados casisiempre en Estados post-coloniales.

    La cuarta forma de fascismo societal es el fascismo populista.Consiste en la democratizacin de aquello que en la sociedad capi-talista no puede ser democratizado (por ejemplo, la trasparenciapoltica de la relacin entre representantes y representados o losconsumos bsicos). Se crean dispositivos de identificacin inmedia-ta con unas formas de consumo y unos estilos de vida que estnfuera del alcance de la mayora de la poblacin. La eficacia simb-lica de esta identificacin reside en que convierte la inter-objetuali-dad en espejismo de la representacin democrtica y la interpasivi-dad en nica frmula de participacin democrtica.

    La quinta forma de fascismo societal es el fascismo de la inseguri -dad. Se trata de la manipulacin discrecional de la inseguridad delas personas y de los grupos sociales debilitados por la precariedaddel trabajo o por accidentes y acontecimientos desestabilizadores.Estos accidentes y acontecimientos generan unos niveles de ansie-dad y de incertidumbre respecto al presente y al futuro tan elevadosque acaban rebajando el horizonte de expectativas y creando la dis-

    ponibilidad a soportar grandes costes financieros para conseguirreducciones mnimas de los riesgos y de la inseguridad. En losdominios de este fascismo, el lebensraumde los nuevos fhrerses laintimidad de las personas y su ansiedad e inseguridad respecto a supresente y a su futuro. Este fascismo funciona poniendo en marchaun dos tipos de ilusiones: ilusiones retrospectivas e ilusiones pros-pectivas. Este fenmeno resulta hoy en da especialmente visible enel mbito de la privatizacin de las polticas sociales, de atencin

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    mdica, de seguridad social, educativas y de la vivienda. Las ilusio-nes retrospectivas avivan la memoria de la inseguridad y de la inefi-cacia de los servicios estatales encargados de realizar esas polticas.

    Esto resulta sencillo en muchos pases pero lo cierto es que la pro-duccin de esta ilusin slo se consigue mediante viciadas compa-raciones entre condiciones reales y criterios ideales de evaluacin deesos servicios. Las ilusiones prospectivas intentan, por su parte,crear unos horizontes de seguridad supuestamente generados desdeel sector privado y sobrevalorados por la ocultacin de determina-dos riesgos as como de las condiciones en que se presta la seguri-

    dad. Estas ilusiones prospectivas proliferan hoy en da sobre todo enlos seguros mdicos y en los fondos privados de pensiones.

    La sexta forma es el fascismo financiero. Se trata quizs de la msvirulenta de las sociabilidades fascistas, de ah que merezca un an-lisis ms detallado. Se trata del fascismo imperante en los mercadosfinancieros de valores y divisas, en la especulacin financiera, lo que

    se ha venido a llamar economa de casino. Esta forma de fascismosocietal es la ms pluralista: los movimientos financieros son elresultado de las decisiones de unos inversores individuales e institu-cionales esparcidos por el mundo entero y que, de hecho, no com-parten otra cosa que el deseo de rentabilizar sus activos. Es el fas-cismo ms pluralista y, por ello, el ms virulento ya que su espacio-tiempo es el ms refractario a cualquier intervencin democrtica.

    Resulta esclarecedora, en este sentido, la repuesta de un brokercuando se le pregunt qu era para l el largo plazo: son los prxi-mos diez minutos. Este espacio-tiempo virtualmente instantneo yglobal, combinado con el afn de lucro que lo impulsa, confiere uninmenso y prcticamente incontrolable poder discrecional al capitalfinanciero: puede sacudir en pocos segundos la economa real o laestabilidad poltica de cualquier pas. No olvidemos que de cadacien dlares que circulan cada da por el mundo slo dos pertene-

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    cen a la economa real. Los mercados financieros son una de laszonas salvajes del sistema mundial, quiz la ms salvaje. La discre-cionalidad en el ejercicio del poder financiero es absoluta y las con-

    secuencias para sus vctimas -a veces, pueblos enteros- pueden serdevastadoras.

    La virulencia del fascismo financiero reside en que, al ser el msinternacional de todos los fascismos societales, est sirviendo demodelo y de criterio operacional para las nuevas instituciones de laregulacin global. Unas instituciones cada vez ms importantes,aunque poco conocidas por el pblico. Me referir aqu a dos deellas. En primer lugar, el Acuerdo Multilateral de Inversiones(AMI): un acuerdo en fase de negociacin entre los pases de laOCDE promovido sobre todo por los Estados Unidos y la UninEuropea. Se pretende que los pases centrales lo aprueben primeropara luego imponerlo a los perifricos y semiperifricos. Segn lostrminos de ese acuerdo, los pases debern conceder idntico trato

    a los inversores extranjeros y a los nacionales, prohibindose tantolos obstculos especficos a las inversiones extranjeras como losincentivos o subvenciones al capital nacional. Esto significa acabarcon la idea de desarrollo nacional e intensificar la competenciainternacional, no ya slo entre trabajadores sino tambin entre pa-ses. Quedaran prohibidas tanto las medidas estatales destinadas aperseguir a las empresas multinacionales por prcticas comerciales

    ilegales, como las estrategias nacionales que pretendan restringir lafuga de capitales hacia zonas con menores costes laborales. El capi-tal podra as hacer libre uso de la amenaza de fuga para deshacer laresistencia obrera y sindical.

    El propsito del AMI de confiscar la deliberacin democrticaresulta especialmente evidente en dos instancias. En primer lugar,en el silencio con el que, durante un perodo, se negoci el acuerdo-los agentes involucrados cuidaron el secreto del acuerdo como si de

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    un secreto nuclear se tratara. En segundo lugar, los mecanismos quese estn perfilando para imponer el respeto al acuerdo: cualquierempresa que tenga alguna objecin respecto a cualquier norma o ley

    de la ciudad o Estado en los que est implantada podr presentaruna queja ante un panel internacional de la AMI, panel que podrimponer la anulacin de la norma en cuestin. Curiosamente, lasciudades y los Estados no gozarn del derecho recproco a deman-dar a las empresas. El carcter fascista del AMI reside en que se con-figura como una Constitucin para los inversores: slo protege susintereses ignorando completamente la idea de que la inversin es

    una relacin social por la que circulan otros muchos intereses socia-les. El que fuera director general de la Organizacin Mundial delComercio, Renatto Ruggiero, calific como sigue el alcance de lasnegociaciones: Estamos escribiendo la constitucin de una nicaeconoma global (The Nation, enero 13/20, 1997, p. 6).

    Una segunda forma de fascismo financiero -igualmente pluralis-

    ta, global y secreto- es el que se sigue de las calificaciones otorgadaspor las empresas derating, es decir, las empresas internacionalmen-te reconocidas para evaluar la situacin financiera de los Estados ylos riesgos y oportunidades que ofrecen a los inversores internacio-nales. Las calificaciones atribuidas -desde la AAA a la D- puedendeterminar las condiciones en que un pas accede al crdito inter-nacional. Cuanto ms alta sea la calificacin, mejores sern las con-

    diciones. Estas empresas tienen un poder extraordinario. SegnThomas Friedman, el mundo de la post-guerra fra tiene dossuperpotencias, los Estados Unidos y la agencia Moodys -una delas seis agencias de rating, adscrita a la Securities and ExchangeCommission, las otras son: Standard and Poors, Fitch InvestorsServices, Duff and Phelps, Thomas Bank Watch, IBCA- y aade silos Estados Unidos pueden aniquilar a un enemigo usando su arse-nal militar, la agencia de calificacin financiera Moodys puede

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    estrangular financieramente un pas, otorgndole una mala califica-cin (alarde, 1997: 10-1). De hecho, con los deudores pblicos yprivados enzarzados en una salvaje lucha mundial para atraer capi-

    tales, una mala calificacin puede provocar, por la consiguiente des-confianza de los acreedores, el estrangulamiento financiero de unpas. Por otro lado, los criterios usados por estas agencias son engran medida arbitrarios, apuntalan las desigualdades en el sistemamundial y generan efectos perversos: el mero rumor de una inmi-nente descalificacin puede provocar una enorme convulsin en elmercado de valores del pas afectado (as ocurri en Argentina o

    Israel). De hecho, el poder discrecional de estas empresas es tantomayor en la medida en que pueden atribuir calificaciones no solici-tadas por los pases.

    Los agentes de este fascismo financiero, en sus varios mbitos yformas, son unas empresas privadas cuyas acciones vienen legitima-das por las instituciones financieras internacionales y por los

    Estados hegemnicos. Se configura as un fenmeno hbrido, para-estatal y supra-estatal, con un gran potencial destructivo: puedeexpulsar al estado natural de la exclusin a pases enteros.

    SOCIABILIDADES ALTERNATIVAS

    Los riesgos subsiguientes a la erosin del contrato social son dema-

    siado graves para permanecer cruzados de brazos. Deben encon-trarse alternativas de sociabilidad que neutralicen y prevengan esosriesgos y desbrocen el camino a nuevas posibilidades democrticas.La tarea no es fcil: la desregulacin social generada por la crisis delcontrato social es tan profunda que desregulariza incluso la resis-tencia a los factores de crisis o la reivindicacin emancipadora quehabra de conferir sentido a la resistencia. Ya no resulta sencillosaber con claridad y conviccin en nombre de qu y de quin resis-

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    tir, incluso suponiendo que se conozca aquello contra lo que seresiste, lo que tampoco resulta fcil.

    De ah que deban definirse del modo ms amplio posible los tr-

    minos de una reivindicacin cosmopolita capaz de romper el crcu-lo vicioso del pre-contractualismo y del post-contractualismo. Estareivindicacin debe reclamar, en trminos genricos, la reconstruc-cin y reinvencin de un espacio-tiempo que permita y promuevala deliberacin democrtica. Empezar identificando brevementelos principios que deben inspirar esa reinvencin para luego esbo-zar algunas propuestas puntuales.

    El primer principioes que no basta con elaborar alternativas. Elpensamiento moderno en torno a las alternativas ha demostrado serextremadamente propenso a la inanicin, ya sea por articular alter-nativas irrealistas que caen en descrdito por utpicas, ya sea porquelas alternativas son realistas y, por ello, susceptibles de ser cooptadaspor aquellos cuyos intereses podran verse negativamente afectados

    por las mismas. Necesitamos por lo tanto un pensamiento alterna-tivo sobre las alternativas. He propuesto en otro lugar una episte-mologa que, a diferencia de la moderna cuya trayectoria parte de unpunto de ignorancia, que denomino caos, para llegar a otro de saber,que denomino orden (conocimiento como-regulacin), tenga porpunto de ignorancia el colonialismo y como punto de llegada la soli-daridad (conocimiento como-emancipacin) (Santos, 1995: 25).

    El paso desde un conocimiento-como-regulacin a un conoci-miento-como-emancipacin no es slo de orden epistemolgico,sino que implica un trnsito desde el conocimiento a la accin.De esta consideracin extraigo el segundo principiod i rector de lare i n vencin de la deliberacin democrtica. Si las ciencias hanvenido esforzndose para distinguir la estructura de la accin pro-pongo que centremos nuestra atencin en la distincin entreaccin conformista y accin rebelde, esa accin que, siguiendo a

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    Ep i c u ro y Lu c recio denomino a c c i n - c o n - c l i n a m e n4. Si la accinconformista es la accin que reduce el realismo a lo existente, laidea de accin rebelde se inspira en el concepto de clinamen de

    Ep i c u ro y Lu c re c i o. C l i n a m e nes la capacidad de desvo atribuidapor Ep i c u ro a los tomos de Demcrito: unq u a n t u mi n e x p l i c a b l eque perturba las relaciones de causa-efecto. El c l i n a m e nc o n f i e re alos tomos creatividad y movimiento espontneo. El conocimien-to-como-emancipacin es un conocimiento que se traduce ena c c i o n e s - c o n - c l i n a m e n.

    En un periodo de escalas en turbulencia no basta con pensar la

    turbulencia de escalas, es necesario que el pensamiento que laspiensa sea l mismo turbulento. La a c c i n - c o n - c l i n a m e n es laaccin turbulenta de un pensamiento en turbulencia. Debido a sucarcter imprevisible y poco organizado este pensamiento puederedistribuir socialmente la ansiedad y la inseguridad, creando aslas condiciones para que la ansiedad de los excluidos se conviert aen motivo de ansiedad de los incluidos hasta conseguir hacer

    socialmente patente que la reduccin de la ansiedad de unos no seconsigue sin reducir la ansiedad de los otros. Si es cierto que cadasistema es tan fuerte como fuerte sea su elemento ms dbil, con-s i d e ro que en las condiciones actuales el elemento ms dbil delsistema de exclusin reside precisamente en su capacidad paraimponer de un modo tan unilateral e impune la ansiedad y la inse-guridad a grandes masas de la poblacin. Cuando los Estadoshegemnicos y las instituciones financieras multilaterales hablande la ingobernabilidad como uno de los problemas ms destaca-dos de nuestras sociedades, estn expresando, en definitiva, laansiedad e inseguridad que les produce la posibilidad de que laansiedad y la inseguridad sean redistribuidas por los exc l u i d o se n t re los incluidos.

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    4 Sobre el concepto de accin-con-clinamen, vase Santos (1998a).

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    Por ltimo, el tercer principio: puesto que el fascismo societal sealimenta bsicamente de la promocin de espacios-tiempo queimpiden, trivializan o restringen los procesos de deliberacin demo-

    crtica, la exigencia cosmopolita debe tener como componente cen-tral la reinvencin de espacios-tiempo que promuevan la delibera-cin democrtica. Estamos asistiendo, en todas las sociedades y cul-turas, no slo a la compresin del espacio-tiempo sino a su seg-mentacin. La divisin entre zonas salvajes y zonas civilizadasdemuestra que la segmentacin del espacio-tiempo es la condicinprevia a su compresin. Por otro lado, si la temporalidad de la

    modernidad logra combinar de modo complejo la flecha del tiem-po con la espiral del tiempo, las recientes transformaciones del espa-cio-tiempo estn desestructurando esa combinacin. Si en las zonascivilizadas, donde se intensifica la inclusin de los incluidos, la fle-cha del tiempo se dispara impulsada por el vrtigo de un progresosin precedente, en las zonas salvajes de los excluidos sin esperanza laespiral del tiempo se comprime hasta transformarse en un tiempocircular en el que la supervivencia no tiene otro horizonte que el desobrevivir a su siempre inminente quiebra.

    Estos principios definen algunas de las dimensiones de la exi-gencia cosmopolita de reconstruir el espacio-tiempo de la delibera-cin democrtica. El objetivo final es la construccin de un nuevocontrato social, muy distinto al de la modernidad. Debe ser un con-

    trato mucho ms inclusivo que abarque no ya slo a los hombres ya los grupos sociales, sino tambin la naturaleza. En segundo lugar,ser un contrato ms conflictivo porque la inclusin debe hacersesiguiendo criterios tanto de igualdad como de diferencia. En tercerlugar, aunque el objetivo final del contrato sea la reconstruccin delespacio-tiempo de la deliberacin democrtica, este contrato, a dife-rencia del contrato social moderno, no puede limitarse al espacio-tiempo nacional y estatal: debe incluir los espacios-tiempo local,

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    regional y global. Por ltimo, el nuevo contrato no se basa en unaclara distincin entre Estado y sociedad civil, entre economa, pol-tica y cultura o entre pblico y privado: la deliberacin democrti-

    ca, en cuanto exigencia cosmopolita, no tiene sede ni forma insti-tucional especficas.

    Pero el nuevo contrato social debe ante todo neutralizar la lgi-ca de la exclusin impuesta por el pre-contractualismo y el post-contractualismo en aquellos mbitos en los que la manifestacin deesa lgica resulta ms virulenta. De esta primera fase me ocupo en

    lo que sigue, centrando mi atencin en dos cuestiones: el redescu-brimiento democrtico del trabajo y el Estado como novsimomovimiento social.

    EL REDESCUBRIMIENTO DEMOCRTICO DEL TRABAJO

    El redescubrimiento democrtico del trabajo se erige en condicin

    sine qua non de la reconstruccin de la economa como forma desociabilidad democrtica. La desocializacin de la economa fue,como indiqu, el resultado de la reduccin del trabajo a mero fac-tor de produccin, condicin desde la que el trabajo difcilmenteconsigue sustentar la ciudadana. De ah la exigencia inaplazable deque la ciudadana redescubra las potencialidades democrticas deltrabajo. A tal fin deben alcanzarse las siguientes condiciones. En

    primer lugar, el trabajo debe repartirse democrticamente. Este repar-to tiene un doble sentido. Primero, visto que el trabajo humano noincide, como pens la modernidad capitalista, sobre una naturalezainerte sino que se confronta y compite permanentemente con el tra-bajo de la naturaleza -en una competencia desleal cuando el traba-jo humano slo se garantiza a costa de la destruccin del trabajo dela naturaleza-, el trabajo humano debe saber compartir la actividadcreadora con el trabajo de la naturaleza.

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    El segundo reparto es el del mismo trabajo humano. La perma-nente revolucin tecnolgica en que nos encontramos crea riquezasin crear empleo. Debe, por lo tanto, redistribuirse, globalmente, el

    stock de trabajo disponible. No se trata de una tarea sencilla, por-que si bien el trabajo, en cuanto factor de produccin, est hoy enda globalizado, la relacin salarial y el mercado de trabajo siguensegmentados y territorializados. Tres iniciativas me parecen urgen-tes en este mbito, todas de alcance global aunque con distinta inci-dencia sobre la economa mundial. Por un lado, debe repartirse eltrabajo mediante la reduccin de la jornada laboral; una iniciativa

    cuyo xito depender del grado de organizacin del movimientoobrero. Se trata, por lo tanto, de una iniciativa con ms posibilida-des de xito en los pases centrales y semiperifricos. La segunda ini-ciativa se refiere al establecimiento de unas pautas mnimas en larelacin salarial como condicin previa a la libre circulacin de losproductos en el mercado mundial: fijar internacionalmente unosderechos laborales mnimos, una clusula social incluida en losacuerdos internacionales de comercio. Esta iniciativa creara unmnimo denominador comn de congruencia entre ciudadana ytrabajo a nivel global. En las actuales condiciones post-RondaUruguay esta iniciativa debera encauzarse a travs de laOrganizacin Mundial del Comercio.

    Las resistencias son, sin embargo, enormes: ya sea por parte de

    las multinacionales como de los sindicatos de unos pases perifri-cos y semiperifricos que ven en esos criterios mnimos una nuevaforma de proteccionismo en beneficio de los pases centrales.Mientras no pueda acometerse una regulacin global, debernalcanzarse acuerdos regionales, incluso bilaterales, que establezcanredes de pautas laborales de las que dependan las preferenciascomerciales. Para que estos acuerdos no generen un proteccionismodiscriminatorio, la adopcin de criterios mnimos debe completar-

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    se con otras dos iniciativas: la mencionada reduccin de la jornadalaboral y la flexibilizacin de las leyes inmigratorias con vistas a unaprogresiva desnacionalizacin de la ciudadana. Esta ltima iniciati-

    va, la tercera, debe facilitar un reparto ms equitativo del trabajo anivel mundial propiciando los flujos entre zonas salvajes y zonascivilizadas, tanto dentro de las sociedades nacionales como en el sis-tema mundial. Hoy en da, esos flujos se producen, en contra de loque sostiene el nacionalismo xenfobo de los pases centrales, pre-dominantemente entre pases perifricos para los que suponen unacarga insoportable. Para reducir esta carga, y como exigencia cos-

    mopolita de justicia social, deben facilitarse los flujos desde la peri-feria al centro. En respuesta al apartheid social al que el pre-con-tractualismo y post-contractualismo condenan a los inmigrantes,hay que desnacionalizar la ciudadana proporcionando a los inmi-grantes unas condiciones que simultneamente garanticen la igual-dad y respeten la diferencia de modo que el reparto del trabajo seconvierta en un reparto multicultural de la sociabilidad.

    La segunda condicin del redescubrimiento democrtico del tra-bajo est en el reconocimiento del polimorfismo del trabajo. El puestode trabajo estable a tiempo completo e indefinido fue el ideal queinspir a todo el movimiento obrero desde el siglo XIX, aunqueslo lleg a existir en los pases centrales y slo durante el periododel fordismo. Este tipo ideal est hoy en da cada vez ms alejado de

    la realidad de las relaciones de trabajo ante la proliferacin de las lla-madas formas atpicas de trabajo y la fomento por el Estado de laflexibilizacin de la relacin salarial. En este mbito, la exigenciacosmopolita asume dos formas. Por un lado, el reconocimiento delos distintos tipos de trabajo slo es democrtico en la medida enque crea en cada uno de esos tipos un nivel mnimo de inclusin.Es decir, el polimorfismo del trabajo slo es aceptable si el trabajosigue siendo un criterio de inclusin. Se sabe, sin embargo, que el

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    capital global ha usado las formas atpicas de trabajo como unrecurso encubierto para convertir al trabajo en un criterio de exclu-sin. Esto ocurre cada vez que los trabajadores no consiguen supe-

    rar con su salario el umbral de la pobreza. En estos casos el recono-cimiento del polimorfismo del trabajo, lejos de constituirse en unejercicio democrtico, avala un acto de fascismo contractual. Lasegunda forma que debe asumir el reconocimiento democrtico deltrabajo es la promocin de la formacin profesional, sea cual sea eltipo y duracin del trabajo. Sin una mejora en la formacin profe-sional, la flexibilizacin de la relacin salarial no ser ms que una

    forma de exclusin social a travs del trabajo.La tercera condicin del redescubrimiento democrtico del tra-

    bajo est en la separacin entre el trabajo productivo y la economareal, por un lado, y el capitalismo financiero o economa de casino, porotro. He calificado antes al fascismo financiero como una de las for-mas ms virulentas del fascismo societal. Su potencial destructivo

    debe quedar limitado por una regulacin internacional que leimponga un espacio-tiempo que permita deliberar democrtica-mente sobre las condiciones que eviten a los pases perifricos ysemiperifricos entrar en una desenfrenada competencia internacio-nal por los capitales y el crdito y convertirse por ello en agentes dela competencia internacional entre trabajadores. Esta regulacin delcapital financiero es tan difcil como urgente. Entre las medidas ms

    urgentes destaco las siguientes.En primer lugar, la adopcin de la tasa Tobin: el impuesto glo-

    bal, propuesto por el Premio Nobel de Economa James Tobin, que,con una tasa del 0,5%, grave todas las transacciones en los merca-dos de divisas. Difundida en 1972 en el contexto que provoc elcolapso del sistema de Bretton Woods, esta idea fue calificadaentonces de idealista o irrealista. La propuesta ha ido, sin embargo,sumando -como otras semejantes- seguidores ante la creciente ines-

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    tabilidad de los mercados financieros y el potencial destructivo ydesestabilizador que para las economas y las sociedades nacionalesrepresentan tanto el crecimiento exponencial de las transaccionescomo la especulacin contra las monedas. Si a principios de los aossetenta las transacciones diarias en los mercados de cambio alcanza-ban 18 millones de dlares, hoy en da superan 1 trilln 500 millo-nes de dlares. Un mercado de estas dimensiones se encuentra com-pletamente a merced de la especulacin y de la desestabilizacin.Basta recordar la jugada que en 1992 le permiti a George Soros5

    ganar un milln de dlares en un slo da especulando contra lalibra esterlina; su accin provoc la devaluacin de la libra y la con-siguiente disolucin del sistema europeo de tipos de cambio fijos.La tasa Tobin pretende, en definitiva, desacelerar el espacio-tiempode las transacciones de cambio sometindolo marginalmente a unespacio-tiempo estatal desde el que los Estados puedan recobrar unmargen de regulacin macroeconmica y defenderse de las especu-laciones dirigidas contra sus monedas. Se trata, en la conocida

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    5 GeorgeSoros, destacado especulador financiero, no deja de ser un personaje paradjico.Si sus actividades pueden poner en jaque la economa de un pas, tambin distribuyeayuda a travs de su fundacin (360 millones de dlares en 1996 para proyectos en lospases del Este) o publica artculos en los que afirma, por ejemplo: Aunque he amasadouna fortuna en los mercados financieros, temo que la intensificacin del capitalismolaissezfairey la difusin de los valores de mercado a todas las reas de la vida est poniendo enpeligro nuestra sociedad abierta y democrtica. El principal enemigo de la sociedad

    abierta ya no es, a mi entender, el comunismo sino la amenaza capitalista (1997).Recientemente, ha publicado un artculo en el que aboga por una sociedad global yabierta que rena las siguientes caractersticas: 1- fortalecimiento de las institucionesexistentes y creacin denuevas instituciones internacionales que regulen los mercadosfinancieros y reduzcan la asimetra entre centro y periferia; 2- incremento de lacooperacin internacional en la fiscalidad sobre los capitales; 3- creacin de institucionesinternacionales para la proteccin eficaz de los derechos individuales, de los derechoshumanos y del medio ambiente y la promocin de la justicia social y dela paz; 4-establecimiento de pautas internacionales para contener la corrupcin, reforzar las

    prcticas laborales justas y proteger los derechos humanos; 5- creacin de una red dealianzas para la promocin de la paz, la libertad y la democracia (1998).

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    metfora de Tobin, de echar algo de arena en los engrasados meca-nismos del mercado financiero global (Tobin, 1982: 493). Segn

    Tobin, los ingresos generados por esta tasa, recaudados por los

    Estados, se destinaran a un fondo nico -que segn Tobin podrancontrolar o el Banco Mundial o el FMI- desde donde serian redis-tribuidos. El 85% de lo recaudado ira a los pases centrales -paraque lo destinen a los organismos dedicados a las operaciones de paz,la lucha contra la pobreza, la proteccin del medio ambiente, etc.-y el 15% restante a las pases en desarrollo para que lo usen en bene-ficio propio.

    Aunque la propuesta busque ante todo controlar los mercados,el eventual destino de los ingresos generados por esa tasa ha pasadoa ser objeto de creciente atencin y debate. Ocurre que, incluso conuna tasa muy baja, el potencial recaudador es enorme: una tasa detan slo 0,1% sobre el volumen actual de las transacciones de cam-bio generara una suma de 250 billones de dlares, es decir 25 veces

    los gastos de todo el sistema de las Naciones Unidas en 1995.Una segunda medida que civilice los mercados financieros

    debe ser la condonacin de la deuda externa de los 50 pases mspobres. Una medida especialmente urgente en frica, donde slo elpago del servicio de la deuda supone una devastadora sangra sobrelos escasos recursos de los pases ms pobres que, a menudo, se venobligados a contraer nuevos prstamos para saldar los antiguos. Sin

    aliviar un poco la pobreza no puede redescubrirse la capacidadinclusiva del trabajo. Lo cierto y paradjico es, sin embargo, quedesde 1993 las transferencias en concepto de pago por la deuda delos pases en desarrollo hacia los pases del G7 superan las transfe-rencias de estos hacia aquellos. Los Estados Unidos, Gran Bretaa yCanad ya se encontraban en esta situacin en 1988; en 1994, sloJapn e Italia registraron una transferencia lquida positiva. Ladeuda de los pases pobres ha acelerado el agotamiento de los recur-

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    sos naturales, la desinversin en programas sociales y de desarrolloeconmico (infraestructuras, formacin del capital humano, com-pra de tecnologa, etc.) al destinarse todos los recursos financieros alpago del principal y de los intereses de la deuda y a la reduccin dela inversin, tanto interna como externa.

    El reconocimiento de que existe una crisis de la deuda y, sobretodo, de que esa crisis tambin se extiende a la deuda pendienteante las organizaciones multilaterales, parece haber calado final-mente en instituciones como el Banco Mundial y el FMI. Estasorganizaciones elaboraron en 1996 una propuesta de reduccin de

    la deuda de los pases pobres ms endeudados (Highly IndebtedPoor Countries -HIPC-Iniciative). Sin embargo, la propuesta hamerecido duras criticas de las ONGs: subestima el problema alexcluir a numerosos pases; plantea un calendario demasiado largo(6 aos); los montantes de la reduccin son insuficientes; condicio-na la reduccin a la adopcin por los pases afectados de medidas deajuste estructural de cuya eficacia duda incluso el Banco Mundial;

    hace recaer en exceso el peso de la propuesta en los pases acreedo-res e insuficientemente sobre las organizaciones multilaterales, (elFMI no aportara fondos); por ltimo, el FMI podra aprovecharlapara consolidar su posicin acreedora, aumentado incluso el mon-tante de la deuda de estos pases con la institucin6.

    Por ltimo, la cuarta condicin del redescubrimiento democr-tico del trabajo est en la reinvencin del movimiento sindical. Apesar de las aspiraciones del movimiento obrero del siglo XIX, fue-ron los capitalistas del mundo entero los que se unieron, no los tra-bajadores. De hecho, a medida que el capital se fue globalizando, elproletariado se localiz y segment. El movimiento sindical deberreestructurarse profundamente para poder actuar en los mbitoslocal y transnacional, y hacerlo al menos con la misma eficacia con

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    6 Para un anlisis de este programa, vanse Bkkernik (1996) y van Hees (1996).

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    la que en el pasado supo actuar en el mbito nacional. Desde lapotenciacin de los comits de empresa y de las delegaciones sindi-cales hasta la transnacionalizacin del movimiento sindical, el pro-

    ceso de destruccin y reconstruccin institucional se antoja necesa-rio y urgente.

    El movimiento sindical debe asimismo revalorizar y reinventar latradicin de solidaridad y reconstruir sus polticas de antagonismosocial. Debe disear un nuevo abanico, ms amplio y audaz, de soli-daridad que responda a las nuevas condiciones de exclusin social y

    a las nuevas formas de opresin en las relacionesdentrode la pro-duccin, ampliando de este modo el mbito convencional de lasreivindicaciones sindicales, es decir, las relaciones deproduccin.Por otro lado, deben reconstruirse las polticas de antagonismosocial de modo a asumir una nueva funcin en la sociedad: un sin-dicalismo ms poltico, menos sectorial y ms solidario; un sindica-lismo con un proyecto integral de alternativa de civilizacin, en el

    que todo est relacionado: trabajo y medio ambiente, trabajo y sis-tema educativo, trabajo y feminismo, trabajo y necesidades socialesy culturales de orden colectivo, trabajo y Estado de bienestar, tra-bajo y tercera edad, etc. En suma, su accin reivindicativa debe con-siderar todo aquello que afecte a la vida de los trabajadores y de losciudadanos en general.

    El sindicalismo fue en el pasado antes un movimiento que unainstitucin, es ahora ms una institucin que un movimiento. En elperiodo de reconstitucin institucional en ciernes, el sindicalismopodra quedar desahuciado si no consigue reforzarse como movi-miento. La concertacin social debe ser, en este sentido, un escena-rio de discusin y de lucha por la calidad y la dignidad de la vida.

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    EL ESTADO COMO NOVSIMO MOVIMIENTO SOCIAL

    El segundo gran momento de la exigencia cosmopolita de un nuevocontrato social est en la transformacin del Estado nacional en unnovsimo movimiento social. Esta expresin puede causar extra-eza. Pretendo con la misma sealar que el proceso de descentradoal que, debido ante todo al declive de su poder regulador, est some-tido el Estado nacional convierte en obsoletas las teoras del Estadohasta ahora imperantes, tanto las de raigambre liberal como las deorigen marxista. La despolitizacin del Estado y la desestatalizacin

    de la regulacin social inducidas por la erosin del contrato socialindican que bajo la denominacin Estado est emergiendo unanueva forma de organizacin poltica ms amplia que el Estado: unconjunto hbrido de flujos, organizaciones y redes en las que secombinan y solapan elementos estatales y no estatales, nacionales yglobales. El Estado es el articulador de este conjunto.

    La relativa miniaturizacin o municipalizacin del Estado den-tro de esta nueva organizacin poltica ha venido interpretndosecomo un fenmeno de erosin de la soberana y de las capacidadesnormativas del Estado. Pero lo que de hecho est ocurriendo es unatransformacin de la soberana y de la regulacin: stas pasan a ejer-cerse en red dentro de un mbito poltico mucho ms amplio y con-flictivo en el que los bienes pblicos hasta ahora producidos por el

    Estado (legitimidad, bienestar econmico y social, seguridad e iden-tidad cultural) son objeto de luchas y negociaciones permanentesque el Estado coordina desde distintos niveles de superordenamien-to. Esta nueva organizacin poltica, este conjunto heterogneo deorganizaciones y flujos, no tiene centro: la coordinacin del Estadofunciona como imaginacin del centro.

    Esto significa que la mencionada despolitizacin del Estado slose da en el marco de la forma tradicional del Estado. En la nueva

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    organizacin poltica, el Estado se encuentra, por el contrario, en elpunto de partida de su repolitizacin como elemento de coordina-cin. En este nuevo marco, el Estado es ante todo una relacin pol-

    tica parcial y fracturada, abierta a la competencia entre los agentesde la subcontratacin poltica y por la que transitan concepcionesalternativas del bien comn y de los bienes pblicos. Antes que unamaterialidad institucional y burocrtica, el Estado est llamado a serel terreno de una lucha poltica mucho menos codificada y regladaque la lucha poltica convencional. Y es en este nuevo marco dondelas distintas formas de fascismo societal buscan articulaciones para

    amplificar y consolidar sus regulaciones despticas, convirtiendo alEstado en componente de su espacio privado. Y ser tambin eneste marco donde las fuerzas democrticas debern luchar por lademocracia redistributiva y convertir al Estado en componente delespacio pblico no estatal. Esta ltima transformacin del Estado esla que denomino Estado como novsimo movimiento social.

    Las principales caractersticas de esta transformacin son lassiguientes: compete al Estado, en esta emergente organizacin polti-ca, coordinar los distintos intereses, flujos y organizaciones nacidos dela desestatilizacin de la regulacin social. La lucha democrtica seconvierte as, ante todo, en una lucha por la democratizacin de lasfunciones de coordinacin. Si en el pasado se busc democratizar elmonopolio regulador del Estado ahora se debe, ante todo, democra-

    tizar la desaparicin de ese monopolio. Esta lucha tiene varias facetas.Las funciones de coordinacin deben tratar sobre todo con interesesdivergentes e incluso contradictorios. Si el Estado moderno asumicomo propia y, por tanto, como inters general una determinada ver-sin o composicin de esos intereses, ahora el Estado se limita a coor-dinar los distintos intereses, unos intereses que no son slo naciona-les sino tambin globales o transnacionales. Esto significa que, encontra de lo que pueda parecer, el Estado est ms directamente com-

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