textos pau historia de la filosofia
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Textos de la PAU de MadridAsignatura: Historia de la FilosofíaPruebas de la selectividad desde 2010 hasta 2013.Programación de la asignatura del curso 2010/2011, parcialmente vigente en el presente curso.TRANSCRIPT
I . E . S . F r a n c i s c o d e lQ u e v e d o
S a n R o m á n d e l V a l l e ,6 , C . P . 1 8 0 3 7 , M a d r i d
C U R S O 2 0 1 1 / 2 0 1 2
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Departamento de FilosofíaAdemás de las lecturas oficiales, se incluye parte dela programación de la asignatura (turno diurno) ydocumentos relacionados con la P.A.U. de Historia dela Filosofía (criterios de corrección de las pruebas ymodelos de exámenes).
TEXTOS DEHISTORIA DELA FILOSOFIA(P.A.U. Madrid)
2
INDICE GENERAL
PROGRAMACION DE LA ASIGNATURA (CURSO 2011-2012)
INDICE DE TEXTOS Y AUTORES
TEXTOS
PRUEBA DE SELECTIVIDAD
3
HISTORIA DE LA FILOSOFÍA
Programación
Curso 2011/2012
4
La asignatura se encuentra regulada por el DECRETO 67/2008, de 19 de junio,
del Consejo de Gobierno, por el que se establece para la Comunidad de Madrid
el currículo del Bachillerato, publicado en el B.O.C.M. num. 152 de 27 de junio
de 2008, pp. 17-19.
Objetivos.
La enseñanza de la Historia de la Filosofía en el Bachillerato tendrá como
finalidad el desarrollo de las siguientes capacidades:
1 Conocer y comprender los grandes períodos en que se divide la historia de la
filosofía occidental, así como su relación con otras formas de expresión
cultural.
2 Reconocer y comprender el significado y la trascendencia de las cuestiones
que han ocupado permanentemente a la filosofía, situándolas adecuadamente
en el contexto de cada época, entendiendo su vinculación con otras
manifestaciones de la actividad humana y valorando la capacidad de reflexión
personal y colectiva para acercarse a problemas filosóficos, éticos, sociales y
humanísticos.
3 Leer de modo comprensivo y crítico textos filosóficos de distintos autores,
compararlos y valorar la importancia del diálogo racional como medio de
aproximación a la verdad.
4 Desarrollar y consolidar una actitud crítica ante opiniones contrapuestas a
partir de la comprensión de la relación que se da entre teorías y corrientes
filosóficas que se han sucedido a lo largo de la historia, analizando la
semejanza y diferencias en el modo de plantear los problemas y soluciones
propuestas.
5 Conocer y valorar diversos métodos de conocimiento e investigación para
construir un método personal de elaboración del conocimiento y de
autoaprendizaje, basado en el rigor intelectual en el análisis de los problemas,
la libre expresión de las ideas y el diálogo racional frente a toda forma de
dogmatismo.
6 Exponer correctamente, de modo oral y escrito, el pensamiento filosófico de
los autores estudiados y tomar conciencia de que un punto de vista personal y
coherente solo puede alcanzarse a través del análisis y la comprensión de las
5
ideas más relevantes de nuestro acervo cultural, aun de las más dispares y
antagónicas.
7 Apreciar la capacidad de la razón para regular la acción humana individual y
colectiva a través del conocimiento y análisis de las principales teorías éticas y
de las diversas teorías de la sociedad, el Estado y la ciudadanía elaboradas a
lo largo de la historia, y consolidar la propia competencia social y ciudadana
como resultado de los compromisos cívicos asumidos a partir de la reflexión
ética.
8 Valorar el debate de posiciones contrapuestas como medio de practicar el
respeto a los demás y la tolerancia positiva contra cualquier forma de
discriminación.
Contenidos.
1. Contenidos comunes.
— Análisis y comentario de textos filosóficos, empleando con propiedad y rigor
los principales términos y conceptos filosóficos.
— Participación en debates, utilizando la exposición razonada del propio
pensamiento.
— Exposición por escrito de las propias reflexiones sobre las preguntas
filosóficas básicas, incorporando críticamente el pensamiento de los distintos
autores estudiados.
2. El origen de la filosofía. La filosofía antigua.
Tema 1 — Los orígenes del pensamiento filosófico.
1.1. Marco histórico y sociocultural.
1.2. La filosofía presocrática: concepto, características generales, cuestiones
filosóficas planteadas y escuelas y filósofos más representativos.
Tema 2 — El humanismo de los sofistas. Sócrates y Platón.
2.1. Marco histórico, sociocultural y filosófico.
6
2.2. El humanismo de los sofistas.
2.3. Sócrates.
2.4 Platón
2.4.1 Influencias recibidas.
2.4.2 Líneas generales de su filosofía.
2.4.3 Repercusión de su pensamiento.
2.5. Análisis y comentario del texto: PLATÓN, Fedón, 74a–83d.
Tema 3 — Aristóteles.
3.1. Marco histórico, sociocultural y filosófico.
3.2. Influencias recibidas.
3.3 Líneas generales de su filosofía.
3.4. Repercusión de su pensamiento.
3.5. Análisis y comentario del texto: Aristóteles, Etica a Nicómaco y Política
3. La filosofía medieval.
Tema 4 — Filosofía y religión. Agustín de Hipona.
4.1. Marco histórico, sociocultural y filosófico.
4.2. Influencias recibidas.
4.3 Líneas generales de su filosofía.
4.4. Repercusión de su pensamiento.
4.5. Análisis y comentario del texto: SAN AGUSTÍN, Del libre arbitrio, Libro II, 1-
2.
Tema 5 — Tomás de Aquino y la filosofía escolástica.
5.1. Tomás de Aquino.
7
5.1.1. Marco histórico, sociocultural y filosófico.
5.1.2. Influencias recibidas.
5.1.3. Líneas generales de su filosofía.
5.1.4. Repercusión de su pensamiento.
5.2. Análisis y comentario del texto: SANTO TOMÁS, Suma Teológica, Primera
parte, cuestión 2, arts. 1-3.
5.3. La crisis de la escolástica: Occam.
5.3.1. Marco histórico, sociocultural y filosófico.
5.3.2. Influencias recibidas.
5.3.3. Líneas generales de su filosofía.
5.3.4. Repercusión de su pensamiento.
4. La filosofía moderna.
Tema 6 — El renacimiento y la revolución científica.
6.1. Marco histórico, sociocultural y filosófico.
6.2. Las escuelas filosóficas y filósofos más representativos.
6.3 La revolución científica.
Tema 7 — El racionalismo continental: Descartes.
7.1. Marco histórico, sociocultural y filosófico.
7.2. Influencias recibidas.
7.3 Líneas generales de su filosofía.
7.4. Repercusión de su pensamiento.
7.5. Análisis y comentario del texto: DESCARTES, Meditaciones metafísicas,
Tercera Meditación.
Tema 8 — La filosofía empirista: De Locke a Hume.
8
8.1. Marco histórico, sociocultural y filosófico.
8.2. Locke.
8.2.1. Influencias recibidas.
8.2.2. Líneas generales de su filosofía.
8.2.3. Repercusión de su pensamiento.
8.2.4. Análisis y comentario del texto: LOCKE, Ensayo sobre el entendimiento
humano, Libro II, cap. 2, §§ 1-3.
8.3. Hume.
8.3.1. Influencias recibidas.
8.3.2. Líneas generales de su filosofía.
8.3.3. Repercusión de su pensamiento.
8.3.4. Análisis y comentario del texto: HUME, Investigación sobre el
entendimiento humano, Sec. 7, parte 2.
Tema 9 — La Ilustración. Rousseau.
9.1. Marco histórico, sociocultural y filosófico.
9.2. Influencias recibidas.
9.3 Líneas generales de su filosofía.
9.4. Repercusión de su pensamiento.
9.5. Análisis y comentario del texto: ROUSSEAU, Contrato social, caps. 6-7.
Tema 10 — El idealismo trascendental: Kant.
10.1. Marco histórico, sociocultural y filosófico.
10.2. Influencias recibidas.
10.3 Líneas generales de su filosofía.
9
10.4. Repercusión de su pensamiento.
10.5. Análisis y comentario del texto: KANT, Crítica de la razón pura, Prólogo a
la 2ª edición.
5. La filosofía contemporánea.
Tema 11 — La filosofía marxista: Carlos Marx.
11.1. Marco histórico, sociocultural y filosófico.
11.2. Influencias recibidas.
11.3. Líneas generales de su filosofía.
11.4. Repercusión de su pensamiento.
11.5. Análisis y comentario del texto: MARX, La ideología alemana,
Introducción, Apartado A, [1] Historia.
Tema 12 — La crisis de la razón ilustrada: Nietzsche.
12.1. Marco histórico, sociocultural y filosófico.
12.2. Influencias recibidas.
12.3. Líneas generales de su filosofía.
12.4. Repercusión de su pensamiento.
12.5. Análisis y comentario del texto: NIETZSCHE, La gaya ciencia, Libro V, §§
343-346.
Tema 13 — La filosofía analítica y sus principales representantes. Wittgenstein.
13.1. Marco histórico, sociocultural y filosófico.
13.2. Wittgenstein.
13.2.1. Influencias recibidas.
13.2.2. Líneas generales de su filosofía.
10
13.2.3. Repercusión de su pensamiento.
13.2.4. Análisis y comentario del texto: WITTGENSTEIN, Tractatus logico-
philosophicus, 6.41-7; Investigaciones filosóficas, §§ 116-133.
Tema 14 — La filosofía española. Ortega y Gasset.
3.1. Marco histórico, sociocultural y filosófico.
3.2. Influencias recibidas.
3.3 Líneas generales de su filosofía.
3.4. Repercusión de su pensamiento.
3.5. Análisis y comentario del texto: ORTEGA Y GASSET, El tema de nuestro
tiempo, cap. 1
Tema 15 — Otras corrientes filosóficas del siglo XX. La posmodernidad.
15.1. Marco histórico, sociocultural y filosófico.
15.2. El existencialismo.
15.3. La hermenéutica.
15.4. La postmodernidad.
3. Distribución temporal.
La Asignatura de Hª de la Filosofía y de la Ciencia tiene tres horas lectivasa la semana. Por lo que siendo consciente de su insuficiencia para eldesarrollo del contenido, intentaremos impartir los siguientes temas:
BLOQUESTEMATICOS
TEMAS EVALUACIONES
1 y 2
Filosofías antigua ymedieval
1,2,3,4 y 5 Primera
11
3
Filosofía moderna
6,7,8,9 y 10 Segunda
4
Filosofíacontemporánea
11,12,13,14 y15
Tercera
4. Criterios de evaluación.
1 Conocer y manejar correctamente el vocabulario filosófico básico adquirido a
lo largo del Bachillerato.
2 Analizar el contenido de un texto filosófico, identificando sus elementos
fundamentales y su estructura, y comentándolo con cierto rigor metodológico.
3 Relacionar los problemas filosóficos estudiados con las principales
condiciones socioculturales en las que aparecen y a las que han pretendido dar
respuesta, situándolos adecuadamente en su época y correlacionando sus
características principales.
4 Ordenar y situar cronológicamente las diversas respuestas dadas a las
preguntas filosóficas básicas, relacionándolas con los filósofos anteriores e
identificando su influencia y permanencia en la reflexión filosófica posterior.
5 Comentar y enjuiciar críticamente un texto filosófico, identificando los
supuestos implícitos que lo sustentan, la consistencia de sus argumentos y
conclusiones, así como la vigencia de sus aportaciones en la actualidad.
6 Comparar y relacionar textos filosóficos de distintas épocas y autores, para
establecer entre ellos semejanzas y diferencias de planteamiento.
7 Aplicar en las actividades planteadas para la asimilación de los contenidos
(comentario de textos, disertaciones, argumentaciones, debates, etcétera) el
procedimiento metodológico adecuado, en función de su orientación científica o
filosófica.
12
8 Elaborar pequeños trabajos sobre algún aspecto o pregunta de la historia del
pensamiento filosófico, exponiendo de modo claro y ordenado las grandes
líneas de los filósofos relacionadas con el mismo, y que se han estudiado de
modo analítico.
9 Exponer por escrito la opinión acerca de algún problema filosófico del
presente que suscite el interés de los alumnos, aportando sus propias
reflexiones y relacionándolas con otras posiciones de épocas pasadas
previamente estudiadas.
10 Debatir sobre posiciones contrapuestas, respetando y comprendiendo las
opiniones de los demás, y fundamentando las propias.
Proceso de evaluación del aprendizaje del alumnado.
8.1 Instrumentos de evaluación.
La evaluación forma parte del proceso de aprendizaje, por lo que debe existir una
correspondencia entre la metodología de clase y el proceso de evaluación.
Deben combinarse los procesos de evaluación continua (del trabajo en clase,
participación y actividades cotidianas) con las pruebas trimestrales. De ese modo,
se potencia el trabajo continuado del alumno, ayudando a la realización de una
calificación más objetiva.
Los instrumentos de evaluación ordinaria de la asignatura serán de los siguientes
tipos:
1º. Exámenes escritos previamente anunciados (al menos uno por evaluación):
en ellos el alumno contestará a cuestiones sobre el contenido de los temas
estudiados. Se tendrán en cuenta para su calificación la contestación adecuada y
completa en cuanto a su contenido conceptual, el rigor terminológico, la
coherencia argumentativa, la claridad expositiva y la corrección sintáctica y
ortográfica. En este ejercicio se incluirán algunas de las cuestiones de la actual
PAU (contexto de los autores, explicación de un problema filosófico relacionado
con los autores, líneas generales de la filosofía de los autores) y de la anterior
13
(repercusión y vigencia del pensamiento e influencias recibidas por los filósofos
del programa).
2º Ejercicios y actividades. Se realizarán en las fechas previstas y consistirá en el
comentario y desarrollo de un texto, de acuerdo con las cuestiones primera y
segunda de la P. A. U. de la asignatura de Filosofía: 1. exposición de las ideas y
de la estructura argumentativa del texto propuesto y 2. desarrollo de las ideas
contenidas en el texto. El alumno podrá disponer de material para hacer la
prueba.
Se realizarán como mínimo dos breves ejercicios tipo test sobre los textos de
cada trimestre.
3º Trabajo monográfico sobre un tema relacionado con los contenidos de la
asignatura o sobre un libro. Tiene carácter optativo y la fecha límite de entrega es
la primera semana de mayo. Se valorará de 0 a 1 punto. La puntuación obtenida
se sumará a la media de las puntuaciones de las tres evaluaciones. Antes de
finalizar el primer trimestre, el alumno entregará al profesor un esquema del
trabajo con el tema elegido, los apartados y las fuentes de información a utilizar.
Para su elaboración el alumno seguirá el siguiente esquema: índice numerado,
breve introducción, vida, pensamiento y obra del autor, resumen del libro,
conclusión personal y fuentes de información utilizadas. Se valorarán para su
calificación la calidad de la información aportada, la adecuación de la tarea a las
pautas establecidas por el profesor para el trabajo, su contenido conceptual, la
sistemática expositiva, el rigor terminológico, la coherencia argumentativa, la
claridad expositiva y la corrección sintáctica y ortográfica.
4º.Observación del trabajo y actitud en el aula: se valorarán, como condicionas
necesarias, la atención en clase, la participación ordenada, el esfuerzo dedicado
en la realización de ejercicios y actividades, el respeto y la cooperación en el
contexto de trabajo con los demás alumnos y con el profesor.
EVALUACIONES: Están programadas tres evaluaciones ordinarias y sus
respectivas recuperaciones, una evaluación final y una evaluación
extraordinaria en septiembre. Los criterios de calificación de estas evaluaciones
se encuentran en el siguiente apartado.
14
Criterios de calificación.
Los cuatro tipos de instrumentos serán susceptibles de integrar la calificación
ordinaria.
El primer instrumento supone como mínimo el 40 % de la nota de la evaluación
parcial.
El segundo instrumento valdrá como máximo el 60 % de la nota de la
evaluación parcial, el comentario de texto el 50 % y los controles el 10%.
El tercer instrumento, el trabajo monográfico de final de curso, un punto, que se
añadirá a la media de las puntuaciones de las tres evaluaciones.
En el caso de que el alumno haya obtenido una calificación con décimas de 0,4
o 0,5, su actitud decidirá si el alumno obtiene o no la puntuación
inmediatamente superior. También se integrará la actitud en la calificación de
los ejercicios o actividades, valorando el esfuerzo desplegado por el alumno. La
calificación parcial será un número entero de 0 a 10 y se requerirá una
calificación mínima de 5 puntos para aprobar. Esto vale tanto para la
calificación de la evaluación como para cada prueba con calificación numérica
que se integre en la nota de ésta.
La evaluación final ordinaria será calificada con la nota media de las
evaluaciones parciales y será “aprobado” sólo cuando todas y cada una de las
parciales hayan sido aprobadas. Dicha nota media podrá ser ponderada en el
caso de diferencias significativas de cantidad de contenido o dificultad entre las
evaluaciones parciales. A la nota media se le sumará la puntuación obtenida en
el trabajo sobre el libro.
En caso contrario el alumno realizará la prueba final de mayo. Si el alumno no
ha superado dos evaluaciones, para aprobar la asignatura tiene que superar
esta prueba final de conjunto. En el caso de que sólo tenga pendiente una
evaluación, realizará una prueba tipo PAU con la materia de dicha evaluación.
Si su puntuación fue de tres o cuatro podrá recuperarla realizando ejercicios
que entregará al profesor el día de la prueba final.
15
SISTEMA DE RECUPERACIÓN DE EVALUACIONES PARCIALES
SUSPENSAS
Los instrumentos de recuperación de la evaluación parcial ordinaria:
Serán pruebas o ejercicios obligatorios los que el profesor pueda disponer para
los alumnos que no hayan alcanzado un rendimiento satisfactorio en alguna de
las evaluaciones parciales o en alguna fracción menor aunque significativa de
la asignatura que haya sido objeto de prueba. Consistirán en un examen tipo
PAU, complementados o sustituido en su caso (alumnos que hayan asistido a
clase y realizado alguna actividad de de aula y calificados en la evaluación con
la puntuación de 3 o 4 puntos) por la entrega de actividades o ejercicios,
referidos a las fracciones de la materia que se hayan de recuperar. Estas
pruebas se calificarán según los criterios arriba mencionados.
Prueba Final
Los alumnos que hayan superado las tres evaluaciones del curso
obtendrán una calificación positiva del mismo y negativa aquellos que no las
superen. La calificación final se obtendrá como resultado de la ponderación de
las calificaciones parciales. A esa puntuación se le sumará la puntuación (hasta
un punto como máximo) conseguida en el trabajo monográfico o sobre un libro.
Prueba de Septiembre
Los alumnos que hayan suspendido en la evaluación final ordinaria se
examinarán de los contenidos mínimos de la materia de la asignatura (autores
de la PAU de filosofía) en la convocatoria extraordinaria de septiembre. La
prueba seguirá la estructura general del examen de Filosofía de la PAU. Las
cuatro cuestiones se calificarán como en esta última prueba.
Se puede incluir si así se considera conveniente la realización obligatoria de
algunas actividades que deberán presentarse previamente al examen.
Pruebas para la Pérdida de Evaluación Continua
Será un examen similar a la prueba de mayo y sometida a los mismos criterios
generales que ésta. Versará sobre los contenidos establecidos para el presente
16
curso. Se tendrán en cuenta los mismos criterios generales que en las pruebas
ordinarias.
Criterios generales de calificación de las pruebas:
Se tendrá en cuenta para la calificación de los ejercicios o exámenes la
contestación completa y adecuada en cuanto a su contenido conceptual, el
rigor terminológico, la coherencia argumentativa, la sistemática en la exposición
y la claridad expositiva y la corrección sintáctica y ortográfica.
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INDICE DE AUTORES Y TEXTOS
1
PLATON
Fedón
2
ARISTOTELES
Texto 1. Ética a Nicómaco
Texto 2. Política
3
SAN AGUSTIN
Del libre albedrío
4
TOMAS DE AQUINO
Suma teológica
5
DESCARTES
18
Meditación tercera
6
LOCKE
Ensayo sobre el entendimiento humano,
7
DAVID HUME
Investigación sobre el entendimiento humano
8
ROUSSEAU
Contrato social
9
KANT
Crítica de la razón pura
10
F. NIETZSCHE
El gay saber
19
11
WITTGENSTEIN,
Investigaciones filosóficas,
12
J. ORTEGA Y GASSET
La doctrina del punto de vista
20
1
PLATON
Fedón
-Lo es, en efecto -respondió.
-¿Entonces no ocurre que, de acuerdo con todos esos casos, la
reminiscencia se origina a partir de cosas semejantes, y en otros
casos también de cosas diferentes?
-Ocurre.
-Así que, cuando uno recuerda algo a partir de obje¬tos
semejantes, ¿no es necesario que experimente, además, esto: que
advierta si a tal objeto le falta algo o no en su parecido con aquello
a lo que recuerda?
-Es necesario.
-Examina ya -dijo él- si esto es de este modo. Decimos que existe
algo igual. No me refiero a un madero igual a otro madero ni a una
piedra con otra piedra ni a ninguna cosa de esa clase, sino a algo
distinto, que subsiste al margen de todos esos objetos, lo igual en sí
mismo. ¿Decimos que eso es algo, o nada?
-Lo decimos, ¡por Zeus! -dijo Simmias-, y de manera rotunda.
-¿Es que, además, sabemos lo que es?
-Desde luego que sí -repuso él.
-¿De dónde, entonces, hemos obtenido ese conocimiento? ¿No, por
descontado, de las cosas que ahora mismo mencionábamos, de
haber visto maderos o piedras o algunos otros objetos iguales, o a
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partir de ésas cosas lo hemos intuido, siendo diferente a ellas? ¿O
no te parece que es algo diferente? Examínalo con este enfoque.
¿Acaso piedras que son iguales y leños que son los mismos no le
parecen algunas veces a uno iguales, y a otro no?
-En efecto, así pasa.
-¿Qué? ¿Las cosas iguales en sí mismas es posible que se te
muestren como desiguales, o la igualdad aparecerá como
desigualdad?
-Nunca jamás, Sócrates.
-Por lo tanto, no es lo mismo -dijo él- esas cosas iguales y lo igual
en si.
-De ningún modo a mí me lo parece, Sócrates.
-Con todo -dijo-, ¿a partir de esas cosas, las iguales, que son
diferentes de lo igual en sí, has intuido y captado, sin embargo, el
conocimiento de eso?
-Acertadísimamente lo dices -dijo.
-¿En consecuencia, tanto si es semejante a esas cosas como si es
desemejante?
-En efecto.
-No hay diferencia ninguna -dijo él-. Siempre que al ver un objeto, a
partir de su contemplación, intuyas otro, sea semejante o
desemejante, es necesario -dijo- que eso sea un proceso de
reminiscencia.
-Así es, desde luego.
22
-¿Y qué? -dijo él-. ¿Acaso experimentamos algo parecido con
respecto a los maderos y a las cosas iguales de que hablábamos
ahora? ¿Es que no parece que son iguales como lo que es igual por
sí, o carecen de algo para ser de igual clase que lo igual en sí, o
nada?
-Carecen, y de mucho, para ello -respondió.
-Por tanto, ¿reconocemos que, cuando uno al ver algo piensa: lo
que ahora yo veo pretende ser como algún otro de los objetos
reales, pero carece de algo y no consigue ser tal como aquél, sino
que resulta inferior, necesariamente el que piensa esto tuvo que
haber logrado ver antes aquello a lo que dice que esto se asemeja,
y que le resulta inferior?
-Necesariamente.
-¿Qué, pues? ¿Hemos experimentado también nosotros algo así, o
no, con respecto a las cosas iguales y a lo igual en sí?
-Por completo.
-Conque es necesario que nosotros previamente hayamos visto lo
igual antes de aquel momento en el que al ver por primera vez las
cosas iguales pensamos que todas ellas tienden a ser como lo igual
pero que lo son insuficientemente.
-Así es.
-Pero, además, reconocemos esto: que si lo hemos pensado no es
posible pensarlo, sino a partir del hecho de ver o de tocar o de
alguna otra percepción de los sentidos. Lo mismo digo de todos
ellos.
23
-Porque lo mismo resulta, Sócrates, en relación con lo que quiere
aclarar nuestro razonamiento.
-Por lo demás, a partir de las percepciones sensibles hay que
pensar que todos los datos en nuestros sentidos apuntan a lo que
es lo igual, y que son inferiores a ello. ¿O cómo lo decimos?
-De ese modo.
-Por consiguiente, antes de que empezáramos a ver, oír, y percibir
todo lo demás, era necesario que hubiéramos obtenido captándolo
en algún lugar el conocimiento de qué es lo igual en sí mismo, si es
que a este punto íbamos a referir las igualdades aprehendidas por
nuestros sentidos, y que todas ellas se esfuerzan por ser tales
como aquello, pero le resultan inferiores.
-Es necesario de acuerdo con lo que está dicho, Sócrates.
-¿Acaso desde que nacimos veíamos, oíamos, y teníamos los
demás sentidos?
-Desde luego que sí.
-¿Era preciso, entonces, decimos, que tengamos adquirido el
conocimiento de lo igual antes que éstos?
-Sí.
-Por lo tanto, antes de nacer, según parece, nos es necesario
haberlo adquirido.
-Eso parece.
-Así que si, habiéndolo adquirido antes de nacer, nacimos
teniéndolo, ¿sabíamos ya antes de nacer y apenas nacidos no sólo
24
lo igual, lo mayor, y lo menor, y todo lo de esa clase? Pues el
razonamiento nuestro de ahora no es en algo más sobre lo igual en
sí que sobre lo bello en sí, y lo bueno en sí, y lo justo y lo santo, y, a
lo que precisamente me refiero, sobre todo aquello que etiquetamos
con «eso lo que es», tanto al preguntar en nuestras preguntas como
al responder en nuestras respuestas. De modo que nos es
necesario haber adquirido los conocimientos de todo eso antes de
nacer.
-Así es.
-Y si después de haberlos adquirido en cada ocasión no los
olvidáramos, naceríamos siempre sabiéndolos y siempre los
sabríamos a lo largo de nuestra vida. Porque el saber consiste en
esto: conservar el conocimiento que se ha adquirido y no perderlo.
¿O no es eso lo que llamamos olvido, Simmias, la pérdida de un
conocimiento?
-Totalmente de acuerdo, Sócrates -dijo.
-Y si es que después de haberlos adquirido antes de nacer, pienso,
al nacer los perdimos, y luego al utilizar nuestros sentidos respecto
a esas mismas cosas recuperamos los conocimientos que en un
tiempo anterior ya teníamos, ¿acaso lo que llamamos aprender no
sería recuperar un conocimiento ya familiar? ¿Llamándolo recordar
lo llamaríamos correctamente?
-Desde luego.
-Entonces ya se nos mostró posible eso, que al percibir algo, o
viéndolo u oyéndolo o recibiendo alguna otra sensación, pensemos
a partir de eso en algo distinto que se nos había olvidado, en algo a
25
lo que se aproximaba eso, siendo ya semejante o desemejante a él.
De manera que esto es lo que digo, que una de dos, o nacemos con
ese saber y lo sabemos todos a lo largo de nuestras vidas, o qué
luego, quienes decimos que aprenden no hacen nada más que
acordarse, y el aprender sería reminiscencia.
-Y en efecto que es así, Sócrates.
-¿Cuál de las dos explicaciones prefieres, Simmias? ¿Que hemos
nacido sabiéndolo o que luego recordamos aquello de que antes
hemos adquirido un conocimiento?
-No sé, Sócrates, qué elegir en este momento.
-¿Qué? ¿Puedes elegir lo siguiente y cómo te parece bien al
respecto de esto? ¿Un hombre que tiene un saber podría dar razón
de aquello que sabe 46, o no?
-Es de todo rigor, Sócrates -dijo.
-Entonces, ¿te parece a ti que todos pueden dar razón de las cosas
de que hablábamos ahora mismo?
-Bien me gustaría -dijo Simmias-. Pero mucho más me temo que
mañana a estas horas ya no quede ningún hombre capaz de
hacerlo dignamente.
-¿Por, tanto, no te parece -dijo-, Simmias, que todos lo sepan?
-De ningún modo.
-¿Entonces es que recuerdan lo que habían aprendido?
-Necesariamente.
26
-¿Cuándo han adquirido nuestras almas el conocimiento de esas
mismas cosas? Porque no es a partir de cuando hemos nacido
como hombres.
-No, desde luego.
-Antes, por tanto.
-Sí.
-Por tanto existían, Simmias, las almas incluso anteriormente, antes
de existir en forma humana, aparte de los cuerpos, y tenían
entendimiento.
-A no ser que al mismo tiempo de nacer, Sócrates, adquiramos
esos saberes, pues aún nos queda ese espacio de tiempo.
-Puede ser, compañero. ¿Pero en qué otro tiempo los perdemos?
Puesto que no nacemos conservándolos, según hace poco hemos
reconocido. ¿O es que los perdemos en ese mismo en que los
adquirimos? ¿Acaso puedes decirme algún otro tiempo?
-De ningún modo, Sócrates; es que no me di cuenta de que decía
un sinsentido.
-¿Entonces queda nuestro asunto así, Simmias? -dijo él-. Si existen
las cosas de que siempre hablamos, lo bello y lo bueno y toda la
realidad 47 de esa clase, y a ella referimos todos los datos de
nuestros sentidos, y hallamos que es una realidad nuestra
subsistente de antes, y estas cosas las imaginamos de acuerdo con
ella, es necesario que, así como esas cosas existen, también exista
nuestra alma antes de que nosotros estemos en vida. Pero si no
existen, este razonamiento que hemos dicho sería en vano. ¿Acaso
es así, y hay una idéntica necesidad de que existan esas cosas y
27
nuestras almas antes de que nosotros hayamos nacido, y si no
existen las unas, tampoco las otras?
-Me parece a mí, Sócrates, que en modo superlativo -dijo Simmias-
la necesidad es la misma de que existan, y que el razonamiento
llega a buen puerto en cuanto a lo de existir de igual modo nuestra
alma antes de que nazcamos y la realidad de la que tú hablas. No
tengo yo, pues, nada que me sea tan claro como eso: el que tales
cosas existen al máximo: lo bello, lo bueno, y todo lo demás que tú
mencionabas hace un momento. Y a mí me parece que queda
suficientemente demostrado.
-Y para Cebes, ¿qué? -repuso Sócrates-. Porque también hay que
convencer a Cebes.
-Satisfactoriamente -dijo Simmias-, al menos según supongo.
Aunque es el más resistente de los humanos en el prestar fe a los
argumentos. Pero pienso que está bien persuadido de eso, de que
antes de nacer nosotros existía nuestra alma. No obstante, en
cuanto a que después de que hayamos muerto aún existirá, no me
parece a mí, Sócrates, que esté demostrado; sino que todavía está
en pie la objeción que Cebes exponía hace unos momentos, esa de
la gente, temerosa de que, al tiempo que el ser humano perezca, se
disperse su alma y esto sea para ella el fin de su existencia.
Porque, ¿qué impide que ella nazca y se constituya de cualquier
origen y que exista aun antes de llegar a un cuerpo humano, y que
luego de llegar y separarse de éste, entonces también ella alcance
su fin y perezca?
-Dices bien, Simmias -dijo Cebes-. Está claro, pues, que queda
demostrado algo así como la mitad de lo que es preciso: que antes
28
de nacer nosotros ya existía nuestra alma. Pero es preciso
demostrar, además, que también después de que hayamos muerto
existirá no en menor grado que antes de que naciéramos, si es que
la demostración ha de alcanzar su final.
-Ya está demostrado, Simmias y Cebes -dijo Sócrates-, incluso en
este momento, si queréis ensamblar en uno solo este argumento y
el que hemos acordado antes de éste: el de que todo lo que vive
nace de lo que ha muerto. Pues si nuestra alma existe antes ya, y le
es necesario a ella, al ir a la vida y nacer, no nacer de ningún otro
origen sino de la muerte y del estar muerto, ¿cómo no será
necesario que ella exista también tras haber muerto, ya que le es
forzoso nacer de nuevo? Conque lo que decís ya está demostrado
incluso ahora.
Sin embargo, me parece que tanto tú como Simmias tenéis ganas
de que tratemos en detalle, aún más, este argumento, y que estáis
atemorizados como los niños de que en realidad el viento, al salir
ella del cuerpo, la disperse y la disuelva, sobre todo cuando en el
momento de la muerte uno se encuentre no con la calma sino en
medio de un fuerte ventarrón.
Entonces Cebes, sonriendo, le contestó:
-Como si estuviéramos atemorizados, Sócrates, intenta
convencernos. O mejor, no es que estemos temerosos, sino que
probablemente hay en nosotros un niño que se atemoriza ante esas
cosas. Intenta, pues, persuadirlo de que no tema a la muerte como
al coco.
-En tal caso -dijo Sócrates- es preciso entonar conjuros cada día,
hasta que lo hayáis conjurado.
29
-¿Pero de dónde, Sócrates -replicó él-, vamos a sacar un buen
conjurador de tales temores, una vez que tú -dijo- nos dejas?
-¡Amplia es Grecia, Cebes! -respondió él-. Y en ella hay hombres de
valer, y son muchos los pueblos de los bárbaros, que debéis
escrutar todos en busca de un con jurador semejante, sin escatimar
dineros ni fatigas, en la convicción de que no hay cosa en que
podáis gastar más oportunamente vuestros haberes. Debéis
buscarlo vosotros mismos y unos con otros. Porque tal vez no
encontréis fácilmente quienes sean capaces de hacerlo más que
vosotros.
-Bien, así se hará -dijo Cebes-. Pero regresemos al punto donde lo
dejamos, si es -que es de tu gusto.
-Claro que es de mi gusto. ¿Cómo, pues, no iba a serlo?
-Dices bien -contestó.
-Por lo tanto -dijo Sócrates-, conviene que nosotros no preguntemos
que a qué clase de cosa le conviene sufrir ese proceso, el
descomponerse, y a propósito de qué clase de cosa hay que temer
que le suceda eso mismo, y a qué otra cosa no. Y después de esto,
entonces, examinemos cuál de las dos es el alma, y según eso
habrá que estar confiado o sentir temor acerca del alma nuestra.
-Verdad dices -contestó.
-¿Le conviene, por tanto, a lo que se ha compuesto y a lo que es
compuesto por su naturaleza sufrir eso, descomponerse del mismo
modo como se compuso? Y si hay algo que es simple, sólo a eso
no le toca experimentar ese proceso, si es que le toca a algo.
-Me parece a mí que así es -dijo Cebes.
30
-¿Precisamente las cosas que son siempre del mismo modo y se
encuentran en iguales condiciones, éstas es extraordinariamente
probable que sean las simples, mientras que las que están en
condiciones diversas y en diversas formas, ésas serán
compuestas?
-A mí al menos así me lo parece.
-Vayamos, pues, ahora -dijo- hacia lo que tratábamos en nuestro
coloquio de antes. La entidad misma, de cuyo ser dábamos razón al
preguntar y responder, ¿acaso es siempre de igual modo en
idéntica condición, o unas veces de una manera y otras de otras?
Lo igual en sí, lo bello en sí, lo que cada cosa es en realidad, lo
ente, ¿admite alguna vez un cambio y de cualquier tipo? ¿O lo que
es siempre cada uno de los mismos entes, que es de aspecto único
en sí mismo, se mantiene idéntico y en las mismas condiciones, y
nunca en ninguna parte y de ningún modo acepta variación alguna?
-Es necesario -dijo Cebes- que se mantengan idénticos y en las
mismas condiciones, Sócrates.
-¿Qué pasa con la multitud de cosas bellas, como por ejemplo
personas o caballos o vestidos o cualquier otro género de cosas
semejantes, o de cosas iguales, o de todas aquellas que son
homónimas con las de antes? ¿Acaso se mantienen idénticas, o,
todo lo contrarío a aquéllas, ni son iguales a sí mismas, ni unas a
otras nunca ni, en una palabra, de ningún modo son idénticas?
-Así son, a su vez -dijo Cebes-, estas cosas: jamás se presentan de
igual modo.
31
-¿No es cierto que éstas puedes tocarlas y verlas y captarlas con
los demás sentidos, mientras que a las que se mantienen idénticas
no es posible captarlas jamás con ningún otro medio, sino con el
razonamiento de la inteligencia, ya que tales entidades son
invisibles y no son objetos de la mirada?
-Por completo dices verdad -contestó.
-Admitiremos entonces, ¿quieres? -dijo-, dos clases de seres, la
una visible, la otra invisible.
-Admitámoslo también -contestó.
-¿Y la invisible se mantiene siempre idéntica, en tanto que la visible
jamás se mantiene en la misma forma?
-También esto -dijo- lo admitiremos.
-Vamos adelante. ¿Hay una parte de nosotros -dijo él- que es el
cuerpo, y otra el alma?
-Ciertamente -contestó.
-¿A cuál, entonces, de las dos clases afirmamos que es más afín y
familiar el cuerpo?
-Para cualquiera resulta evidente esto: a la de lo visible.
-¿Y qué el alma? ¿Es perceptible por la vista o invisible?
-No es visible al menos para los hombres, Sócrates -contestó.
-Ahora bien, estamos hablando de lo visible y lo no visible para la
naturaleza humana. ¿O crees que en referencia a alguna otra?
-A la naturaleza humana.
32
-¿Qué afirmamos, pues, acerca del alma? ¿Que es visible o
invisible?
-No es visible.
-¿Invisible, entonces?
-Sí.
-Por tanto, el alma es más afín que el cuerpo a lo invisible, y éste lo
es a lo visible.
-Con toda necesidad, Sócrates.
-¿No es esto lo que decíamos hace un rato, que el alma cuando
utiliza el cuerpo para observar algo, sea por medio de la vista o por
medio del oído, o por medio de algún otro sentido, pues en eso
consiste lo de por medio del cuerpo: en el observar algo por medio
de un sentido, entonces es arrastrada por el cuerpo hacia las cosas
que nunca se presentan idénticas, y ella se extravía, se perturba y
se marea como si sufriera vértigos, mientras se mantiene en
contacto con esas cosas?
-Ciertamente.
-En cambio, siempre que ella las observa por sí misma, entonces se
orienta hacia lo puro, lo siempre existente e inmortal, que se
mantiene idéntico, y, como si fuera de su misma especie se reúne
con ello, en tanto que se halla consigo misma y que le es posible, y
se ve libre del extravío en relación con las cosas que se mantienen
idénticas y con el mismo aspecto, mientras que está en contacto
con éstas. ¿A esta experiencia es a lo que se llama meditación?
-Hablas del todo bella y certeramente, Sócrates -respondió.
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-¿A cuál de las dos clases de cosas, tanto por lo de antes como por
lo que ahora decimos, te parece que es el alma más afín y
connatural?
-Cualquiera, incluso el más lerdo en aprender -dijo él-, creo que
concedería, Sócrates, de acuerdo con tu indagación, que el alma es
por completo y en todo más afín a lo que siempre es idéntico que a
lo que no lo es.
-¿Y del cuerpo, qué?
-Se asemeja a lo otro.
-Míralo también con el enfoque siguiente: siempre que estén en un
mismo organismo alma y cuerpo, al uno le prescribe la naturaleza
que sea esclavo y esté sometido, y a la otra mandar y ser dueña. Y
según esto, de nuevo, ¿cuál de ellos te parece que es semejante a
lo divino y cuál a lo mortal? ¿O no te parece que lo divino es lo que
está naturalmente capacitado para mandar y ejercer de guía,
mientras que lo mortal lo está para ser guiado y hacer de siervo?
-Me lo parece, desde luego.
-Entonces, ¿a cuál de los dos se parece el alma?
-Está claro, Sócrates, que el alma a lo divino, y el cuerpo a lo
mortal.
-Examina, pues, Cebes -dijo-, si de todo lo dicho se nos deduce
esto: que el alma es lo más semejante a lo divino, inmortal,
inteligible, uniforme, indisoluble y que está siempre idéntico consigo
mismo, mientras que, a su vez, el cuerpo es lo más semejante a lo
humano, mortal, multiforme, irracional, soluble y que nunca está
34
idéntico a sí mismo. ¿Podemos decir alguna otra cosa en contra de
esto, querido Cebes, por lo que no sea así?
-No podemos.
-Entonces, ¿qué? Si las cosas se presentan así, ¿no le conviene al
cuerpo disolverse pronto, y al alma, en cambio, ser por completo
indisoluble o muy próxima a ello?
-Pues ¿cómo no?
-Te das cuenta, pues -prosiguió-, que cuando muere una persona,
su parte visible, el cuerpo, que queda expuesto en un lugar visible,
eso que llamamos el cadáver, a lo que le conviene disolverse,
descomponerse y disiparse, no sufre nada de esto enseguida, sino
que permanece con aspecto propio durante un cierto tiempo, si es
que uno muere en buena condición y en una estación favorable, y
aun mucho tiempo. Pues si el cuerpo se queda enjuto y momificado
como los que son momificados en Egipto, casi por completo se
conserva durante un tiempo incalculable. Y algunas partes del
cuerpo, incluso cuando él se pudra, los huesos, nervios y todo lo
semejante son generalmente, por decirlo así, inmortales. ¿O no?
-Sí.
-Por lo tanto, el alma, lo invisible, lo que se marcha hacia un lugar
distinto y de tal clase, noble, puro, e invisible, hacia el Hades en
sentido auténtico, a la compañía de la divinidad buena y sabia,
adonde, si dios quiere, muy pronto ha de irse también el alma mía,
esta alma nuestra, que es así y lo es por naturaleza, al separarse
del cuerpo, ¿al punto se disolverá y quedará destruida, como dice la
mayoría de la gente?
35
De ningún modo, queridos Cebes y Simmias. Lo que pasa, de
seguro, es lo siguiente: que se separa pura, sin arrastrar nada del
cuerpo, cuando ha pasado la vida sin comunicarse con él por su
propia voluntad, sino rehuyéndolo y concentrándose en sí misma,
ya que se había ejercitado continuamente en ello, lo que no significa
otra cosa, sino que estuvo filosofando rectamente y que de verdad
se ejercitaba en estar muerta con soltura. ¿O es que no viene a ser
eso la preocupación de la muerte? -Completamente.
-Por lo tanto, ¿estando en tal condición se va hacia lo que es
semejante a ella, lo invisible, lo divino, inmortal y sabio, y al llegar
allí está a su alcance ser feliz, apartada de errores, insensateces,
terrores, pasiones salvajes, y de todos los demás males humanos,
como se dice de los iniciados en los misterios, para pasar de verdad
el resto del tiempo en compañía de los dioses? ¿Lo diremos así,
Cebes, o de otro modo?
-Así, ¡por Zeus! -dijo Cebes.
-Pero, en cambio, si es que, supongo, se separa del cuerpo
contaminada e impura, por su trato continuo con el cuerpo y por
atenderlo y amarlo, estando incluso hechizada por él, y por los
deseos y placeres, hasta el punto de no apreciar como verdadera
ninguna otra cosa sino lo corpóreo, lo que uno puede tocar, ver, y
beber y comer y utilizar para los placeres del sexo, mientras que lo
que para los ojos es oscuro e invisible, y sólo aprehensible por el
entendimiento y la filosofía, eso está acostumbrada a odiarlo,
temerlo y rechazarlo, ¿crees que un alma que está en tal condición
se separará límpida ella en sí misma?
-No, de ningún modo -contestó.
36
-Por lo tanto, creo, ¿quedará deformada por lo corpóreo, que la
comunidad y colaboración del cuerpo con ella, a causa del continuo
trato y de la excesiva atención, le ha hecho connatural?
-Sin duda.
-Pero hay que suponer, amigo mío -dijo-, que eso es embarazoso,
pesado, terrestre y visible. Así que el alma, al retenerlo, se hace
pesada y es arrastrada de nuevo hacia el terreno visible, por temor
a lo invisible y al Hades, como se dice, dando vueltas en torno a los
monumentos fúnebres y las tumbas, en torno a los que, en efecto,
han sido vistos algunos fantasmas sombríos de almas; y tales
espectros 51 los proporcionan las almas de esa clase, las que no se
han liberado con pureza, sino que participan de lo visible. Por eso,
justamente, se dejan ver.
-Es lógico, en efecto, Sócrates.
-Lógico ciertamente, Cebes. Y también que éstas no son en moda
alguno las de los buenos, sino las de los malos, las que están
forzadas a vagar en pago de la pena de su anterior crianza, que fue
mala. Y vagan errantes hasta que por el anhelo de lo que las
acompaña como un lastre, lo corpóreo, de nuevo quedan ligadas a
un cuerpo. Y se ven ligadas, como es natural, a los de caracteres
semejantes a aquellos que habían ejercitado ellas, de hecho, en su
vida anterior.
-¿Cuáles son esos que dices, Sócrates?
-Por ejemplo, los que se han dedicado a glotonerías, actos de
lujuria, y a su afición a la bebida, y que no se hayan moderado,
37
ésos es verosímil que se encarnen en las estirpes de los asnos y
las bestias de tal clase. ¿No lo crees?
-Es, en efecto, muy verosímil lo que dices.
-Y los que han preferido las injusticias, tiranías y rapiñas, en las
razas de los lobos, de los halcones y de los milanos. ¿O a qué otro
lugar decimos que se encaminan las almas de esta clase?
-Sin duda -dijo Cebes-, hacia tales estirpes.
-¿Así que -dijo él- está claro que también las demás se irán cada
una de acuerdo con lo semejante a sus hábitos anteriores?
-Queda claro, ¿cómo no? -dijo.
-Por tanto, los más felices de entre éstos -prosiguió- ¿son,
entonces, los que van hacia un mejor dominio, los que han
practicado la virtud democrática y política, esa que llaman cordura y
justicia, que se desarrolla por la costumbre y el uso sin apoyo de la
filosofía y la razón?
-¿En qué respecto son los más felices?
-En el de que es verosímil que éstos accedan a una estirpe cívica y
civilizada, como por caso la de las abejas, o la de las avispas o la
de las hormigas, y también, de vuelta, al mismo linaje humano, y
que de ellos nazcan hombres sensatos.
-Verosímil.
-Sin embargo, a la estirpe de los dioses no es lícito que tenga
acceso quien haya partido sin haber filosofado y no esté
enteramente puro, sino tan sólo el amante del saber. Así que, por
tales razones, camaradas Simmias y Cebes, los filósofos de verdad
38
rechazan todas las pasiones del cuerpo y se mantienen sobrios y no
ceden ante ellas, y no por temor a la ruina económica y a la
pobreza, como la mayoría y los codiciosos. Y tampoco es que, de
otro lado, sientan miedo de la deshonra y el desprestigio de la
miseria, como los ávidos de poder y de honores, y por ello luego se
abstienen de esas cosas.
-No sería propio de ellos, desde luego, Sócrates -dijo Cebes.
-Por cierto que no, ¡por Zeus! -replicó él-. Así que entonces
mandando a paseo todo eso, Cebes, aquellos a los que les importa
algo su propia alma y que no viven amoldándose al cuerpo, no van
por los mismos caminos que estos que no saben adónde se
encaminan, sino que considerando que no deben actuar en sentido
contrario a la filosofía y a la liberación y el encanto de ésta, se
dirigen de acuerdo con ella, siguiéndola por donde ella los guía.
-¿Cómo, Sócrates?
-Yo te lo diré -contestó-. Conocen, pues, los amantes del saber -
dijo- que cuando la filosofía se hace cargo de su alma, está
sencillamente encadenada y apresada dentro del cuerpo, y obligada
a examinar la realidad a través de éste como a través de una
prisión, y no ella por sí misma, sino dando vueltas en una total
ignorancia, y advirtiendo que lo terrible del aprisionamiento es a
causa del deseo, de tal modo que el propio encadenado puede ser
colaborador de su estar aprisionado. Lo que digo es que entonces
reconocen los amantes del saber que, al hacerse cargo la filosofía
de su alma, que está en esa condición, la exhorta suavemente e
intenta liberarla, mostrándole que el examen a través de los ojos
está lleno de engaño, y de engaño también el de los oídos y el de
39
todos los sentidos, persuadiéndola a prescindir de ellos en cuanto
no le sean de uso forzoso, aconsejándole que se concentre consigo
misma y se recoja, y que no confíe en ninguna otra cosa, sino tan
sólo en sí misma, en lo que ella por sí misma capte de lo real como
algo que es en sí. Y que lo que observe a través de otras cosas que
es distinto en seres distintos, nada juzgue como verdadero. Que lo
de tal clase es sensible y visible, y lo que ella sola contempla
inteligible e invisible. Así que, como no piensa que deba oponerse a
tal liberación, el alma muy en verdad propia de un filósofo se aparta,
así, de los placeres y pasiones y pesares (y terrores) en todo lo que
es capaz, reflexionando que, siempre que se regocija o se
atemoriza (o se apena) o se apasiona a fondo, no ha sufrido ningún
daño tan grande de las cosas que uno puede creer, como si sufriera
una enfermedad o hiciera un gasto mediante sus apetencias, sino
que sufre eso que es el más grande y el extremo de los males, y no
lo toma en cuenta.
-¿Qué es eso, Sócrates? -preguntó Cebes.
-Que el alma de cualquier humano se ve forzada, al tiempo que
siente un fuerte placer o un gran dolor por algo, a considerar que
aquello acerca de lo que precisa mente experimenta tal cosa es lo
más evidente y verdadero, cuando no es así. Eso sucede, en
general, con las cosas visibles, ¿o no?
-En efecto, sí.
-¿Así que en esa experiencia el alma se encadena al máximo con el
cuerpo?
-¿Cómo es?
40
-Porque cada placer y dolor, como si tuviera un clavo, la clava en el
cuerpo y la fija como un broche y la hace corpórea, al producirle la
opinión de que son verdaderas las cosas que entonces el cuerpo
afirma. Pues a partir del opinar en común con el cuerpo y alegrarse
con sus mismas cosas, se ve obligada, pienso, a hacerse
semejante en carácter e inclinaciones a él, y tal como para no llegar
jamás de manera pura al Hades, sino como para partirse siempre
contaminada del cuerpo, de forma que pronto recaiga en otro
cuerpo y rebrote en él como si la sembraran, y con eso no va a
participar de la comunión con lo divino, puro y uniforme.
-Muy cierto es lo que dices, Sócrates -dijo Cebes.
-Entonces es por eso, Cebes, por lo que los en verdad amantes del
saber son ordenados y valerosos, y no por los motivos que dice la
gente. ¿O es que tú los crees?
41
2
ARISTOTELES
Texto 1. Ética a Nicómaco
Texto 2. Política
Texto 1
Ética a Nicómaco.
Libro II [El entrenamiento en la virtud]
Capítulo IV
Dudará tal vez alguno de que pueda ser verdad lo que decimos, que
conviene que ejercitándose en cosas justas se hagan justos, y
empleándose en cosas de templanza, templados. Porque si en
cosas justas y templadas se emplean, ya serán justos y templados,
así como, si hacen las cosas de gramática y de música, serán ya
gramáticos y músicos. Pero no siempre ocurre así en las artes,
pues se puede usar bien la gramática por casualidad, o porque otro
nos dice cómo hacerlo. Entonces, pues, será gramático cuando
como gramático hiciere alguna cosa tocante a la gramática. Quiero
decir conforme a la gramática que en sí mismo tuviere. Además, no
son del todo semejantes las artes y las virtudes, porque lo que en
las artes se hace, en sí mismo tiene su remate y perfección, de
manera que basta que se haga como quiera que ello sea; pero lo
que se hace en las cosas de virtud, no de cualquier manera que se
haga, justa y templadamente estará hecho, sino que es menester
42
que el que lo haga de cierta manera esté dispuesto, porque
primeramente ha de entender lo que hace. A más de esto, lo ha de
escoger de su propia voluntad y por solo fin de aquello, y no por
otra causa; terceramente, lo ha de hacer con firmeza y constancia.
Todas estas cosas en las demás artes ni se miran ni se consideran,
sino que basta solo el entenderlas. Pero en las cosas de la virtud, lo
que menos hace o nada al caso es el entenderlas, sino que lo más
importante, o por mejor decir el todo, consiste en lo demás, pues del
ejercitarse muchas veces en las cosas justas y templadas proceden
las virtudes. Entonces, pues, se dicen las cosas justas y templadas
cuando son tales, cuales las haría un hombre justo y templado en
su vivir. Y aquel es justo y templado en su vivir, que no solamente
hace estas obras, pero las hace como los hombres justos y
moderados en el vivir las acostumbran hacer. Bien, pues, y
conforme a razón se dice que haciendo cosas justas se hace el
hombre justo, y ejercitándose en cosas de templanza, templado en
su vivir. Pero no ejercitándose, por mucho que lo considere,
ninguno se hará bueno. Pero esto los más lo dejan de hacer, y
contentándose con solo tratar las razones, les parece que son
filósofos y que saldrán de esta manera virtuosos. A los cuales les
acaece lo mismo que a los enfermos, que escuchan lo que el
médico dice atentamente, y después no hacen nada de lo que él les
manda. Y así como aquellos, curándose de aquella manera, jamás
tendrán el cuerpo sano ni de buen hábito dispuesto, de la misma
manera estos, filosofando de esta manera, nunca tendrán el alma
bien dispuesta.
Capítulo V
43
Después de esto tenemos que investigar qué cosa es la virtud. Y
pues en el alma hay tres géneros de cosas solamente: afectos,
facultades y hábitos, la virtud de necesidad ha de ser de alguno de
estos tres géneros de cosas. Llamo afectos la codicia, la ira, la
saña, el temor, el atrevimiento, la envidia, el regocijo, el amor, el
odio, el deseo, los celos, la compasión, y generalmente todo aquello
a que es aneja tristeza o alegría. Y facultades, aquellas por cuya
causa somos dichos ser capaces de estas cosas, como aquellas
que nos hacen aptos para enojarnos o entristecernos o dolernos.
Pero hábitos digo aquellos conforme a los cuales, en cuanto a los
afectos, estamos bien o mal dispuestos, como para enojarnos.
Porque si mucho nos enojamos o remisamente, estamos mal
dispuestos en esto, y bien si con rienda y medianía, y lo mismo es
en todo lo demás. De manera que ni las virtudes ni los vicios son
afectos, porque, por razón de los afectos, ni nos llamamos buenos
ni malos, como nos llamamos por razón de las virtudes y vicios.
Asimismo por razón de los afectos ni somos alabados ni
vituperados, porque ni el que teme es alabado, ni el que se altera, ni
tampoco cualquiera que se altera o enoja comúnmente así es
reprehendido, sino el que de tal o de tal manera lo hace; pero por
causa de las virtudes y los vicios somos alabados o reprehendidos.
A más de esto, en el enojarnos o temer no hacemos elección; pero
las virtudes son elecciones o no, sin elección. Finalmente, por
causa de los afectos decimos que nos alteramos o movemos; pero
por causa de las virtudes o vicios no decimos que nos movemos,
sino que estamos de cierta manera dispuestos. Por las mismas
razones se prueba no ser tampoco facultades; pues por solo poder
hacer una cosa, ni buenos ni malos nos llamamos, ni tampoco
44
somos por ello alabados ni reprehendidos. Asimismo las facultades,
naturalmente las tenemos, pero buenos o malos no somos por
naturaleza. Pero de esto ya arriba se ha tratado. Pues si las virtudes
ni son afectos ni tampoco facultades, resta que hayan de ser
hábitos. Cuál sea, pues, el género de la virtud, de esta manera está
entendido.
Capítulo VI
No solo, pues, conviene decir qué es hábito, sino también qué
manera de hábito. Esto, pues, se ha de confesar ser verdad, que
toda virtud hace que aquello cuya virtud es, si bien dispuesto está,
se perfeccione y haga bien su propio oficio. Como la virtud del ojo
perfecciona el ojo y su oficio, porque con la virtud del ojo vemos
bien, de la misma manera la virtud del caballo hace al caballo bueno
y apto para correr y llevar encima al caballero y aguardar a los
enemigos. Y si esto en todas las cosas es así, la virtud del hombre
será hábito que hace al hombre bueno y con el cual hace el hombre
su oficio bien y perfectamente. Lo cual como haya de ser ya lo
hemos dicho, y aun aquí se verá claro si consideramos qué tal es su
naturaleza. En toda cosa continua y que puede dividirse, se puede
tomar parte mayor y parte menor y parte igual, y esto, o en sí
misma, o en respecto nuestro. Es igual lo que es medio entre el
exceso y el defecto; llamo el medio de la cosa, el que igualmente
dista de los dos extremos, el cual en todas las cosas es de una
misma manera; pero el medio en respecto de nosotros es aquello
que ni excede ni falta de lo que conviene, el cual ni es uno, ni el
mismo en todas las cosas. Como ahora si diez son muchos y dos
pocos, en cuanto a la cosa será el medio seis, porque igualmente
excede y es excedido, y este, en la proporción aritmética, es el
45
medio. Pero el medio en respecto nuestro no lo hemos de tomar de
esta manera, porque no porque sea mucho comerse cien ducados,
y comerse veinte poco, por eso el que gobierna los cuerpos les dará
a comer sesenta; porque por ventura esto es aún mucho o poco
para el que lo ha de recibir. Porque para uno como Milón, poco
sería, pero para el que comienza a ejercitarse, sería demasiado; y
lo mismo es en los ejercicios de la corrida y de la lucha. De esta
manera todo artífice huye del exceso y del defecto, y busca y
escoge lo que consiste en medianía; digo el medio, no el de la cosa,
sino lo que es medio en respecto nuestro. De manera que toda
ciencia de esta suerte hace lo que a ella toca perfectamente,
considerando el medio y encaminando a él todas sus obras. Por lo
cual suelen decir de todas las obras que están hechas como deben,
que ni se les puede quitar ni añadir ninguna cosa; casi dando a
entender que el exceso y el defecto estragan la perfección de la
cosa, y la medianía la conserva. Y los buenos artífices, como poco
antes decíamos, teniendo ojo a esto hacen sus obras. Pues la
virtud, como más ilustre cosa y de mayor valor que toda cualquier
arte, también tiende al término medio como la naturaleza misma.
Hablo de la virtud moral, porque esta es la que se ejercita en los
afectos y acciones, en las cuales hay exceso y defecto, y su medio,
como son el temer y el osar, el codiciar y el enojarse, el dolerse, y
generalmente el regocijarse y el entristecerse, en todo lo cual puede
haber más y menos, y ninguno de ellos ser bien. Pero el hacerlo
cuando conviene y en lo que conviene y con los que conviene y por
lo que conviene y como conviene, es el medio y lo mejor, lo cual es
propio de la virtud. Asimismo en las acciones o ejercicios hay su
exceso y su defecto, y también su medianía; y la virtud en las
46
acciones y afectos se ejercita, en las cuales el exceso es error y el
defecto afrenta, y el tomar el medio es ganar honra y acertarlo; las
cuales dos cosas son propias de la virtud. De manera que la virtud
es una medianía, pues siempre al medio se encamina. A más de
esto, que el errar una cosa, de varias maneras puede acaecer,
porque lo malo es de las cosas que no tienen fin, como quisieron
significar los pitagóricos; pero lo bueno tiene su remate, y para
acertar las cosas no hay más de una manera. Por donde el errar las
cosas es cosa muy fácil, y el acertarlas muy dificultosa. Porque
cosa fácil es dar fuera del blanco, y acertar en él dificultosa. Y por
esto el exceso y el defecto son propios del vicio, y de la virtud la
medianía:
Porque para la virtud solo un camino se halla; y los del vicio son
innumerables.
Es, pues, la virtud hábito voluntario, que en respecto nuestro
consiste en una medianía tasada por la razón y como la tasaría un
hombre dotado de prudencia; y es la medianía de dos extremos
malos, el uno por exceso y el otro por defecto; asimismo por causa
que los unos faltan y los otros exceden de lo que conviene en los
afectos y también en las acciones; pero la virtud halla y escoge lo
que es medio. Por tanto, la virtud, cuanto a lo que toca a su ser y a
la definición que declara lo que es medianía, es cierto la virtud, pero
cuanto a ser bien y perfección, es extremo. Pero no todo hecho ni
todo afecto es capaz de medio, porque, algunos, luego en oírlos
nombrar los contamos entre los vicios, como el gozarse de los
males ajenos, la desvergüenza, la envidia, y en los hechos el
adulterio, el hurto, el homicidio. Porque todas estas cosas se llaman
tales por ser ellas malas de suyo, y no por consistir en exceso ni en
47
defecto. De manera que nunca en ellas se puede acertar, sino que
siempre se ha de errar de necesidad. Ni en semejantes cosas
consiste el bien o el mal en adulterar con la que conviene, ni cuando
conviene, ni como conviene, sino que generalmente el hacer
cualquier cosa de estas es errar. De la misma manera es el
pretender que en el agraviar y en el cobardear y en el vivir
disolutamente hay medio y exceso y asimismo defecto. Porque de
esta manera un exceso sería medio de otro exceso y un defecto
medio de otro. Pues así como en la templanza y en la fortaleza no
hay exceso ni defecto, por ser, en cierta manera, medio entre dos
extremos, de la misma manera en aquellas cosas ni hay medio ni
exceso ni defecto, sino que de cualquier manera que se hagan es
errarlas. Porque, generalmente hablando, ningún exceso ni defecto
tiene medio, ni ningún medio exceso ni defecto.
48
Texto 2
Ética a Nicómaco.
Libro X [Felicidad y vida contemplativa]
Capítulo VI
Pero, pues hemos ya concluido con lo de las virtudes, amistades y
deleites, resta que tratemos así sumariamente de la felicidad, pues
la pusimos por fin y blanco de las humanas cosas. Reiterando,
pues, lo que ya está dicho en otra parte, será nuestra disputa más
sumaria. Dijimos, pues, que la felicidad no era hábito, porque se
seguiría que pudiese cuadrar al que duerme y viva vida de planta, y
también al que estuviese puesto en muy grandes desventuras. Pues
si tales cosas no nos cuadran, más hemos de decir que consiste en
ejercicio, como ya se dijo en lo pasado. De los ejercicios, pues,
unos hay que son forzosos y que por fin de otras cosas los
escogemos, y otros que por respecto de ellos mismos. Consta,
pues, que la felicidad se ha de contar por uno de aquellos ejercicios
que por sí mismos se escogen, y no se ha de poner entre los que
por fin de otras cosas se apetecen, porque la felicidad de ninguna
cosa es falta, antes para sí misma es muy bastante. Aquellos
ejercicios, pues, son dignos por sí mismos de escoger, de los
cuales no se pretende otra cosa fuera del mismo ejercicio. Tales,
pues, parecen ser las obras de virtud, porque el obrar cosas
honestas y virtuosas es una de las cosas que por sí mismas son
dignas de escoger, y asimismo los juegos que en sí son deleitosos,
porque no por otro fin son apetecidos, porque más daño reciben los
hombres de ellos que provecho, pues se descuidan por ellos de su
49
propia salud y de sus intereses. Y aun muchos de los bien
afortunados se dan a semejantes pasatiempos, y por esto los
tiranos, a los que en semejantes conversaciones son graciosos y
aplacibles, precisan mucho, porque estos tales se muestran
deleitosos en aquello que los tales poderosos apetecen, y sienten
ellos necesidad de cosas semejantes. Estas tales cosas, pues,
parecen cosas prósperas, porque se deleitan en ellas los que están
puestos en poder y señorío. Aunque los tales no son por ventura
bastante argumento para persuadirlo, porque no consiste la virtud
en el poder mucho y señorear, ni tampoco el buen entendimiento,
de las cuales dos cosas proceden los buenos ejercicios. Y si estos
tales, no gustando del deleite verdadero y liberal, se dan a los
deleites sensuales, no por eso hemos de juzgar ser los deleites
sensuales más dignos de escoger, porque también los niños juzgan
ser lo más principal lo que en ellos es tenido en precio y en estima.
Es, pues, cosa conforme a razón, que así como a los niños y a los
varones las cosas que les parecen de estimar son diferentes, de la
misma manera también a los malos y a los buenos. Aquellas cosas
pues, son dignas de estima y deleitosas (como ya está dicho
muchas veces), que las juzga ser tales el hombre virtuoso, porque
cada uno juzga por más digno de escoger el ejercicio que es según
su propio hábito, y así también el virtuoso juzga por más digno de
escoger el ejercicio que es según virtud. No consiste, pues, la
felicidad en gracias y burlas, porque cosa sería ajena de razón que
el fin de nuestra vida fuesen gracias, y que todo el discurso de
nuestra vida negociásemos y padeciésemos trabajos por causa de
decir donaires. Porque todas las cosas, hablando así
sumariamente, las apetecemos por causa de otras, excepto la
50
felicidad, porque este es el fin de todas ellas. Afanarse, pues,
mucho y trabajar por amor de burlas y niñerías, mucha necesidad
parece y mucha niñería. Pero burlarse algún poco para después
volver a las cosas de veras con hervor, como decía Anacarsis,
parece estar bien dicho. Porque las burlas parecen una manera de
descanso, y como los hombres no pueden perseverar en el trabajo
de continuo, tienen necesidad de algún descanso. No es, pues, el
reposo el fin de nuestra vida, porque lo tomamos por amor del
ejercicio. Y la vida bien afortunada parece consistir en las cosas
hechas conforme a virtud, y esta es la vida virtuosa, y no en las
burlas ni en las gracias, porque las cosas virtuosas mejores
decimos que son, que no las cosas de risa y las de gracias, y el
ejercicio de la mejor parte y del mejor hombre, mejor virtuoso cierto
es, así el ejercicio del que es mejor, más principal será y más
importante para la felicidad. De los deleites corporales, pues,
quienquiera puede gozar, aunque sea un vil esclavo, no menos que
el bueno, pero la felicidad ninguno la atribuirá al esclavo; si ya
también la vida virtuosa no tuviese. Porque no consiste la felicidad
en semejantes conversaciones, sino en los ejercicios hechos
conforme a virtud, como ya está dicho en lo pasado.
Capítulo VII
Pues si la felicidad es un ejercicio conforme a la virtud, lo razonable
es que sea conforme a la virtud más principal, la cual es la virtud de
la mejor y más principal parte del hombre. Ya sea esta el
entendimiento, ya otra cosa, la que conforme a la naturaleza parece
que manda y es la capitana, y que tiene conocimiento de las cosas
honestas y divinas, ya sea ella de suyo cosa divina o lo más divino
que en nosotros se halla, el ejercicio de ello, conforme a su propia
51
virtud, será la perfecta felicidad. Y que la virtud de esta parte sea la
contemplativa, ya está dicho, y esto que decimos muestra
conformar con lo que ya antes está dicho y con la verdad misma.
Porque este ejercicio es el más principal de los ejercicios, pues el
entendimiento es lo principal que hay en nosotros, y de las cosas
que se conocen, las más principales son las que el entendimiento
considera. A más de esto, este es el más continuo de los ejercicios,
porque más continuamente podemos contemplar que no obrar
cualquiera cosa. También tenemos por cierto que en la felicidad ha
de haber mezcla de deleite, pues sin contradicción ninguna el
ejercicio de la sabiduría es el más deleitoso de todos los ejercicios
de virtud, porque parece que la sabiduría tiene en sí maravillosos
deleites, así cuanto a la pureza de ellos, como cuanto a la firmeza, y
por esto, conforme a razón, más aplacible les es la vida a los que
saben, que a los que preguntan, así como aquello que llamamos
suficiencia más cuadra a la contemplación. Porque de las cosas que
son menester para el vivir, el sabio y el justo y todos los demás
tienen necesidad. Pero siendo de estas cosas bastantemente
proveídos, el justo tiene aún necesidad de aquellos para quien y
con quien use de justicia, y de la misma manera el templado, y
también el valeroso, y cada uno de todos los demás. Pero el sabio,
estando consigo a solas, puede contemplar, y cuanto más sabio
fuere muy mejor. Ello por ventura es mejor hacerlo en compañía,
pero con todo eso es el sabio más bastante para sí.
Parece asimismo que sola la contemplación es amada por sí
misma, porque de ella ningún otro provecho procede fuera del
mismo Contemplar, pero en los negocios parece que algo más o
menos alcanzamos fuera de la misma obra. También parece que la
52
felicidad consiste en el reposo, porque si tratamos negocios es por
después descansar, y si hacemos guerra es por después vivir en
paz; los ejercicios, pues, de las virtudes activas consisten, o en los
negocios tocantes a la república, o en las cosas que pertenecen a la
guerra, y las obras que en estas cosas se emplean parecen obras
ajenas de descanso, y sobre todas, las cosas tocantes a la guerra.
Porque ninguno hay que amase el hacer guerra solo por hacer
guerra, ni aparejase lo necesario solo por aquel fin, porque se
mostraría ser del todo cruel uno y sanguinario, si de amigos hiciese
enemigos solo porque hubiese batallas y muertes se hiciesen.
También es falto de descanso el ejercicio del que gobierna la
república, y a más del gobierno procura para si señoríos o
dignidades, o la felicidad para sí o para sus ciudadanos, diferente
de aquella común civil que aquí buscamos como manifiestamente
diferente. Pues si entre todos los ejercicios y obras de virtud, las
civiles y tocantes a la guerra son las más principales en honestidad
y grandeza, y estas carecen de descanso y van dirigidas a otro fin, y
no son por sí mismas dignas de escoger, y el ejercicio del
entendimiento, siendo contemplativo, parece que difiere y se
aventaja en la afición y que no pretende otro fin alguno fuera de sí
mismo, pero que en sí mismo tiene su deleite propio, el cual su
propio ejercicio hace ir de aumento y hay en él bastante suficiencia
y descanso y seguridad de fatiga, cuanto el humano estado es
capaz de ella; y todas las demás cosas que se atribuyen a un varón
bien afortunado, parece que se hallan en este ejercicio de la
contemplación, esta por cierto será la felicidad perfecta del hombre,
si se le añade perfecta largueza de la vida, porque ninguna cosa
imperfecta es de las que comprende en si la felicidad.
53
Pero tal vida como esta más perfecta sería que la que un hombre
puede vivir en cuanto hombre, porque en cuanto hombre no viviría
de esta manera, sino en cuanto hay en él alguna cosa divina; y
cuanto esta difiere de las cosas compuestas, tanta diferencia hay
del ejercicio de esta al de las demás virtudes. Y si en comparación
del hombre el entendimiento es cosa divina, también será divina la
vida que es conforme al entendimiento, en comparación de la vida
de los hombres. Conviene, pues, que no sigamos el parecer de los
que dicen que, pues somos hombres, que nos contentemos con
saber las cosas de hombres, y pues somos mortales, que amemos
lo mortal, sino que en cuanto posible fuere nos hagamos inmortales
y hagamos todo lo posible por vivir conforme a lo mejor que hay en
nosotros; lo cual aunque en el tomo es poco, con todo eso en poder
y valor a todo lo demás hace mucha ventaja. Y aun parece que
cada uno de nosotros es este entendimiento, pues somos lo que es
más principal y lo mejor. Cosa, pues sería, por cierto ajena de
razón, que uno dejase de seguir la vida que es propia suya por
escoger la de otra cualquier cosa. Cuadra también al propósito lo
que está ya dicho arriba, porque lo que a cada uno le es propio,
según su naturaleza, aquello mismo le es lo mejor y lo más
deleitoso y aplacible. Y así al hombre le será tal la vida que es
conforme al entendimiento, pues el hombre más particularmente es
entendimiento que otra cosa. Esta tal vida, pues, será la más
próspera y mejor afortunada.
Capítulo VIII
Después de esta es la más perfecta la que es conforme a las
demás virtudes. Porque los ejercicios de ellas son humanos, porque
54
las cosas justas, y las valerosas, y las demás que conforme a virtud
se hacen, tratámoslas los unos con los otros en nuestras
contrataciones y necesidades, y en todo género de negocios,
repartiendo a cada uno lo que conviene en lo que toca a los afectos.
Pero todas estas cosas parecen ser cosas humanas, y aun algunas
de ellas proceder del mismo cuerpo, y aun la virtud moral es cosa
muy anexa a los afectos. La prudencia también está unida con la
moral virtud, y la moral virtud con la prudencia, pues los principios
de la prudencia consisten en las virtudes morales, y lo perfecto de
las virtudes morales será regla por la virtud de la prudencia. Y pues
estas virtudes a los afectos son anexas, consistirán por cierto en
todo el compuesto, y las virtudes de todo el compuesto son virtudes
humanas, y así lo será también la vida que conforme a ellas se
hace y la felicidad que procede de ellas.
Pero la felicidad que del entendimiento procede, es cosa que está
de parte, porque solo esto tratamos aquí de ella, porque tratarlo
más exquisitamente excede a la materia que tratamos de presente.
Y aun parece que de las cosas de fuera tiene esta felicidad poca
necesidad, o a lo menos no tanta cuanta la moral. Porque de las
cosas para su propio sustento necesarias, ambas a dos tienen igual
necesidad, aunque más se fatiga el varón civil por lo que toca al
cuerpo y por las cosas semejantes. Pero, en fin, difieren poco en
cuanto a esto, pero en cuanto a sus propios ejercicios, hay entre
ellos mucha diferencia, porque el varón liberal tiene necesidad de
dineros para ejercitar las cosas de la liberalidad, y también el justo
para volver el galardón, porque las voluntades son inciertas, y aun
los que no son justos fingen tener gana de hacer obras de justicia.
Asimismo el hombre valeroso tiene necesidad de poder, si algo ha
55
de llegar al cabo de las cosas que, a aquella virtud tocan. También
el templado tiene necesidad de libertad, porque no teniéndola
¿como se verá si es tal, o es al contrario? Dispútase también cuál
es más propia de la virtud, la elección o la obra, como cosa que en
ambas a dos consiste. La perfecta virtud, pues, claramente se ve
que consiste en la una y en la otra, pero para el ponerlo por obra,
otras muchas cosas ha menester; y aun cuanto mayores y más
ilustres sean las obras, tanto más cosas requiere. Pero el que
contempla, ninguna cosa de estas ha menester para su ejercicio;
antes le son (digámoslo así) una manera de estorbo para su
contemplación. Aunque este tal, en cuanto es hombre y huelga de
vivir con muchos, obrará también según virtud, y así, para tratarse
como hombre, tendrá necesidad de estas cosas. Pero que la
contemplación y ejercicio contemplativo sea la perfecta felicidad,
por esto lo entenderemos claramente: porque a los dioses más
particularmente los juzgamos por dichosos bienaventurados; pero
¿qué ejercicios o qué obras les debemos atribuir? ¿Por ventura las
de justicia? ¿No sería cosa de risa ver a los dioses hacer contratos
y restituir los depósitos y hacer cosas semejantes? ¿O diremos que
son valientes, y que guardan las cosas temerosas, y se ponen en
peligros, porque el hacer esto es cosa honesta? ¿Pues qué,
diremos que son liberales? ¿A quién, pues, darán? También parece
cosa ajena de razón decir que los dioses tengan dineros o cosa
semejante. ¿O diremos que son templados? ¿Para qué lo han de
ser? ¿O es para ellos por ventura alabanza pesada el decir que
carecen de deseos malos? Si queremos, pues, discurrir por todo,
hallaremos que todas las cosas tocantes a negocios son cosas
pequeñas y no dignas de ser atribuidas a los dioses. Pero todos
piensan que los dioses viven y que se ocupan en algunos ejercicios
56
por la misma razón, porque no han de estar durmiendo como
Endimión. Quitándole pues al que vive el obrar, o por mejor decir, el
hacer, ¿qué le resta sino el contemplar?
De manera que el ejercicio de Dios, el cual excede en
bienaventuranza, es contemplativo, y de la misma manera, entre los
hombres, el ejercicio que más cercano fuere a este será el más bien
afortunado. Entiéndese también por esto que los demás animales
no participan de la felicidad, careciendo del todo de este ejercicio,
porque a los dioses toda la vida les es bienaventurada; pero a los
hombres tanto cuanto su vida es un retrato del ejercicio de los
dioses. Pero de los demás animales ninguno se dice ser
bienaventurado, porque en ninguna manera participan de la
contemplación. Tanto, pues, se extiende la felicidad, cuanto la
contemplación, y los que más participan del contemplar, también
participan más del ser bienaventurados, y esto no accidentalmente,
sino por razón de la misma contemplación, porque ella por sí misma
es cosa preciosa. De manera que la felicidad no es otra cosa sino
una contemplación. Aunque este tal bien afortunado, pues es
hombre, también tendrá necesidad de tener abundancia de los
hombres de fuera, porque la naturaleza de suyo no es suficiente
para el contemplar, sino que conviene que el cuerpo esté sano y
que tenga su mantenimiento y el demás servicio necesario. Pero no
porque no sea posible ser uno bienaventurado sin los bienes
exteriores, por eso hemos de pensar que el bienaventurado tendrá
necesidad de muchos de ellos y de muy cumplidos, porque la
suficiencia no consiste en exceso, ni tampoco el juicio, ni menos el
hacer la obra, porque bien podemos obrar cosas honestas sin ser
señores de la tierra o de la mar, pues puede uno con mediana
57
facultad de cosas ejercitarse en las obras de virtud. Lo cual se
puede ver muy a la clara, porque los particulares ciudadanos no
parece que se ejercitan menos en las cosas de virtud, antes más
que las gentes poderosas. Basta, pues, tener hasta esta cantidad
los bienes de fortuna, porque la vida del que en virtud se ejercitare,
será bienaventurada. Solón, pues, por ventura que quiere
significarnos los bienaventurados donde dice, y muy bien, que
aquellos lo serán, que en las cosas exteriores fueren medianamente
abundantes y hubieren hecho cosas ilustres, según a él le parecía,
y templadamente hayan vivido. Porque bien es posible que los que
medianamente tienen lo que han menester, hagan lo que deben.
Parece asimismo que Anaxágoras no llama bien afortunado al rico
ni tampoco al poderoso, cuando decía que no se maravillaba él
de que el vulgo estimase en mucho a un hombre malo, porque el
vulgo juzga solamente por las cosas que parecen de fuera, y de
solas aquellas tiene conocimiento, y parece que las opiniones de los
sabios conforman con las razones. Estas cosas, pues, parece
que tienen alguna probabilidad, pero en los negocios júzgase la
verdad por las obras y la vida, porque en estas está lo principal.
Conviene, pues, que se considere esto que HEMOSdicho haciendo
anatomía de ello en las obras y en la vida, y que cuando las
razones conformaren con las obras, se acepten; y si difieren, han de
diputarse por fábulas y palabras huecas. El que en los negocios de
la vida se conduce según la razón, honrándola y respetándola,
paréceme ser el mejor y el más amado de los dioses; porque si los
dioses tienen algún cuidado de las cosas humanas (como parece
verosímil), probable es que se deleiten con aquella parte del
58
hombre que mejor es y más aproximada a ellos, es decir, con la
razón, y que protejan especialmente a los que en mayor grado
aman y veneran a aquella, porque ven que estos prestan
acatamiento a lo que ellos prefieren, y viven recta y honestamente.
Y está claro que todo eso se da principalmente en el sabio, por lo
cual es este el más amado de Dios, y resulta verosímil que sea
también el más feliz. Por lo cual, aun en este concepto, será el
sabio el más dichoso de todos los hombres.
Texto 3
Política. Libro I
Capítulo I
Todo Estado es, evidentemente, una asociación, y toda asociación
no se forma sino en vista de algún bien, puesto que los hombres,
cualesquiera que ellos sean, nunca hacen nada sino en vista de lo
que les parece ser bueno. Es claro, por tanto, que todas las
asociaciones tienden a un bien de cierta especie, y que el más
importante de todos los bienes debe ser el objeto de la más
importante de las asociaciones, de aquella que encierra todas las
demás, y a la cual se llama precisamente Estado y asociación
política.
No han tenido razón, pues, los autores para afirmar que los
caracteres de rey, magistrado, padre de familia y dueño se
confunden.
Esto equivale a suponer que toda la diferencia entre estos no
consiste sino en el más y el menos, sin ser específica; que un
59
pequeño número de administrados constituiría el dueño, un número
mayor el padre de familia, uno más grande el magistrado o el rey;
es de suponer, en fin, que una gran familia es en absoluto un
pequeño Estado. Estos autores añaden, por lo que hace al
magistrado y al rey, que el poder del uno es personal e
independiente, y que el otro es en parte jefe y en parte súbdito,
sirviéndose de las definiciones mismas de su pretendida ciencia.
Toda esta teoría es falsa; y bastará, para convencerse de ello,
adoptar en este estudio nuestro método habitual. Aquí, como en los
demás casos, conviene reducir lo compuesto a sus elementos
indescomponibles, es decir, a las más pequeñas partes del
conjunto.
Indagando así cuáles son los elementos constitutivos del Estado,
reconoceremos mejor en qué difieren estos elementos, y veremos si
se pueden sentar algunos principios científicos para resolver las
cuestiones de que acabamos de hablar. En esto, como en todo,
remontarse al origen de las cosas y seguir atentamente su
desenvolvimiento es el camino más seguro para la observación.
Por lo pronto, es obra de la necesidad la aproximación de dos seres
que no pueden nada el uno sin el otro: me refiero a la unión de los
sexos para la reproducción. Y en esto no hay nada de arbitrario,
porque lo mismo en el hombre que en todos los demás animales y
en las plantas existe un deseo natural de querer dejar tras sí un ser
formado a su imagen.
La naturaleza, teniendo en cuenta la necesidad de la conservación,
ha creado a unos seres para mandar y a otros para obedecer.
60
Ha querido que el ser dotado de razón y de previsión mande como
dueño, así como también que el ser capaz por sus facultades
corporales de ejecutar las órdenes, obedezca como esclavo, y de
esta suerte el interés del señor y el del esclavo se confunden.
La naturaleza ha fijado, por consiguiente, la condición especial de la
mujer y la del esclavo. La naturaleza no es mezquina como
nuestros artistas, y nada de lo que hace se parece a los cuchillos de
Delfos fabricados por aquellos. En la naturaleza, un ser no tiene
más que un solo destino, porque los instrumentos son más
perfectos cuando sirven, no para muchos usos, sino para uno solo.
Entre los bárbaros, la mujer y el esclavo están en una misma línea,
y la razón es muy clara; la naturaleza no ha creado entre ellos un
ser destinado a mandar, y realmente no cabe entre los mismos otra
unión que la de esclavo con esclava, y los poetas no se engañan
cuando dicen: «Sí, el griego tiene derecho a mandar al bárbaro»,
puesto que la naturaleza ha querido que bárbaro y esclavo fuesen
una misma cosa.
Estas dos primeras asociaciones, la del señor y el esclavo, la del
esposo y la mujer, son las bases de la familia, y Hesíodo lo ha dicho
muy bien en este verso: «La casa, después la mujer y el buey
arador»; porque el pobre no tiene otro esclavo que el buey. Así,
pues, la asociación natural y permanente es la familia, y Corondas
ha podido decir de los miembros que la componen «que comían a la
misma mesa», y Epiménides de Creta «que se calentaban en el
mismo hogar».
La primera asociación de muchas familias, pero formada en virtud
de relaciones que no son cotidianas, es el pueblo, que justamente
61
puede llamarse colonia natural de la familia, porque los individuos
que componen el pueblo, como dicen algunos autores, «han
mamado la leche de la familia», son sus hijos, «los hijos de sus
hijos». Si los primeros estados se han visto sometidos a reyes, y si
las grandes naciones lo están aún hoy, es porque tales estados se
formaron con elementos habituados a la autoridad real, puesto que
en la familia el de más edad es el verdadero rey, y las colonias de la
familia han seguido filialmente el ejemplo que se les había dado.
Por esto, Homero ha podido decir:
«Cada uno por separado gobierna como señor a sus mujeres y a
sus hijos».
En su origen, todas las familias aisladas se gobernaban de esta
manera. De aquí la común opinión según la que están los dioses
sometidos a un rey, porque todos los pueblos reconocieron en otro
tiempo o reconocen aún hoy la autoridad real, y los hombres nunca
han dejado de atribuir a los dioses sus propios hábitos, así como se
los representaban a imagen suya.
La asociación de muchos pueblos forma un Estado completo, que
llega, si puede decirse así, a bastarse absolutamente a sí mismo,
teniendo por origen las necesidades de la vida, y debiendo su
subsistencia al hecho de ser estas satisfechas.
Así, el Estado procede siempre de la naturaleza, lo mismo que las
primeras asociaciones, cuyo fin último es aquel; porque la
naturaleza de una cosa es precisamente su fin, y lo que es cada
uno de los seres cuando ha alcanzado su completo
desenvolvimiento se dice que es su naturaleza propia, ya se trate
de un hombre, de un caballo o de una familia. Puede añadirse que
62
este destino y este fin de los seres es para los mismos el primero de
los bienes, y bastarse a sí mismos es, a la vez, un fin y una
felicidad. De donde se concluye evidentemente que el Estado es un
hecho natural, que el hombre es un ser naturalmente sociable, y
que el que vive fuera de la sociedad por organización y no por
efecto del azar es, ciertamente, o un ser degradado, o un ser
superior a la especie humana; y a él pueden aplicarse aquellas
palabras de Homero:
«Sin familia, sin leyes, sin hogar…».
El hombre que fuese por naturaleza tal como lo pinta el poeta solo
respiraría guerra, porque sería incapaz de unirse con nadie, como
sucede a las aves de rapiña.
Si el hombre es infinitamente más sociable que las abejas y que
todos los demás animales que viven en grey, es evidentemente,
como he dicho muchas veces, porque la naturaleza no hace nada
en vano. Pues bien, ella concede la palabra al hombre
exclusivamente.
Es verdad que la voz puede realmente expresar la alegría y el dolor,
y así no les falta a los demás animales, porque su organización les
permite sentir estas dos afecciones y comunicárselas entre sí; pero
la palabra ha sido concedida para expresar el bien y el mal, y, por
consiguiente, lo justo y lo injusto, y el hombre tiene esto de especial
entre todos los animales: que solo él percibe el bien y el mal, lo
justo y lo injusto y todos los sentimientos del mismo orden cuya
asociación constituye precisamente la familia y el Estado.
No puede ponerse en duda que el Estado está naturalmente sobre
la familia y sobre cada individuo, porque el todo es necesariamente
63
superior a la parte, puesto que una vez destruido el todo, ya no hay
partes, no hay pies, no hay manos, a no ser que por una pura
analogía de palabras se diga una mano de piedra, porque la mano
separada del cuerpo no es ya una mano real. Las cosas se definen
en general por los actos que realizan y pueden realizar, y tan pronto
como cesa su aptitud anterior no puede decirse ya que sean las
mismas; lo único que hay es que están comprendidas bajo un
mismo nombre. Lo que prueba claramente la necesidad natural del
Estado y su superioridad sobre el individuo es que, si no se
admitiera, resultaría que puede el individuo entonces bastarse a sí
mismo aislado así del todo como del resto de las partes; pero aquel
que no puede vivir en sociedad y que en medio de su
independencia no tiene necesidades, no puede ser nunca miembro
del Estado; es un bruto o un dios.
La naturaleza arrastra, pues, instintivamente a todos los hombres a
la asociación política. El primero que la instituyó hizo un inmenso
servicio, porque el hombre, que cuando ha alcanzado toda la
perfección posible es el primero de los animales, es el último
cuando vive sin leyes y sin justicia. En efecto, nada hay más
monstruoso que la injusticia armada. El hombre ha recibido de la
naturaleza las armas de la sabiduría y de la virtud, que debe
emplear sobre todo para combatir las malas pasiones. Sin la virtud
es el ser más perverso y más feroz, porque solo tiene los arrebatos
brutales del amor y del hambre. La justicia es una necesidad social,
porque el derecho es la regla de vida para la asociación política, y la
decisión de lo justo es lo que constituye el derecho.
Capítulo II
64
Ahora que conocemos de una manera positiva las partes diversas
de que se compone el Estado, debemos ocuparnos ante todo del
régimen económico de las familias, puesto que el Estado se
compone siempre de familias. Los elementos de la economía
doméstica son precisamente los de la familia misma, que, para ser
completa, debe comprender esclavos y hombres libres. Pero como
para darse razón de las cosas es preciso ante todo someter a
examen las partes más sencillas de las mismas, siendo las partes
primitivas y simples de la familia el señor y el esclavo, el esposo y la
mujer, el padre y los hijos, deberán estudiarse separadamente estos
tres órdenes de individuos para ver lo que es cada uno de ellos y lo
que debe ser. Tenemos primero la autoridad del señor, después la
autoridad conyugal, ya que la lengua griega no tiene palabra
particular para expresar esta relación del hombre a la mujer; y, en
fin, la generación de los hijos, idea para la que tampoco hay una
palabra especial. A estos tres elementos, que acabamos de
enumerar, podría añadirse un cuarto, que ciertos autores confunden
con la administración doméstica, y que, según otros, es cuando
menos un ramo muy importante de ella: la llamada adquisición de la
propiedad, que también nosotros estudiaremos.
Ocupémonos, desde luego, del señor y del esclavo, para conocer a
fondo las relaciones necesarias que los unen y ver, al mismo
tiempo, si podemos descubrir en esta materia ideas que satisfagan
más que las recibidas hoy día.
Se sostiene, por una parte, que hay una ciencia, propia del señor, la
cual se confunde con la del padre de familia, con la del magistrado y
con la del rey, de que hemos hablado al principio. Otros, por lo
contrario, pretenden que el poder del señor es contra naturaleza;
65
que la ley es la que hace a los hombres libres y esclavos, no
reconociendo la naturaleza ninguna diferencia entre ellos; y que, por
último, la esclavitud es inicua, puesto que es obra de la violencia.
Por otro lado, la propiedad es una parte integrante de la familia; y la
ciencia de la posesión forma igualmente parte de la ciencia
doméstica, puesto que sin las cosas de primera necesidad los
hombres no podrían vivir, y menos vivir dichosos. Se sigue de aquí
que, así como las demás artes necesitan, cada cual en su esfera,
de instrumentos especiales para llevar a cabo su obra, la ciencia
doméstica debe tener igualmente los suyos. Pero entre los
instrumentos hay unos que son inanimados y otros que son vivos;
por ejemplo, para el patrón de una nave, el timón es un instrumento
sin vida y el marinero de proa un instrumento vivo, pues en las artes
al operario se le considera como un verdadero instrumento.
Conforme al mismo principio, puede decirse que la propiedad no es
más que un instrumento de la existencia, la riqueza una porción de
instrumentos y el esclavo una propiedad viva; solo que el operario,
en tanto que instrumento, es el primero de todos. Si cada
instrumento pudiese, en virtud de una orden recibida o, si se quiere,
adivinada, trabajar por sí mismo, como las estatuas de Dédalo o los
trípodes de Vulcano, «que se iban solos a las reuniones de los
dioses»; si las lanzaderas tejiesen por sí mismas; si el arco tocase
solo la cítara, los empresarios prescindirían de los operarios y los
señores de los esclavos. Los instrumentos propiamente dichos son
instrumentos de producción; la propiedad, por el contrario, es
simplemente para el uso. Así, la lanzadera produce algo más que el
uso que se hace de ella; pero un vestido, una cama, solo sirven
para este uso. Además, como la producción y el uso difieren
66
específicamente, y estas dos cosas tienen instrumentos que son
propios de cada una, es preciso que entre los instrumentos de que
se sirven haya una diferencia análoga. La vida es el uso y no la
producción de las cosas, y el esclavo solo sirve para facilitar estos
actos que se refieren al uso. Propiedad es una palabra que es
preciso entender como se entiende la palabra parte: la parte no solo
es parte de un todo, sino que pertenece de una manera absoluta a
una cosa distinta de ella misma. Lo mismo sucede con la propiedad;
el señor es simplemente señor del esclavo, pero no depende
esencialmente de él; el esclavo, por lo contrario, no es solo esclavo
del señor, sino que depende de este absolutamente. Esto prueba
claramente lo que el esclavo es en sí y lo que puede ser. El que por
una ley natural no se pertenece a sí mismo, sino que, no obstante
ser hombre, pertenece a otro, es naturalmente esclavo.
Es hombre de otro el que, en tanto que hombre, se convierte en una
propiedad, y como propiedad es un instrumento de uso y
completamente individual.
Es preciso ver ahora si hay hombres que sean tales por naturaleza
o si no existen, y si, sea de esto lo que quiera, es justo y útil el ser
esclavo, o bien si toda esclavitud es un hecho contrario a la
naturaleza. La razón y los hechos pueden resolver fácilmente estas
cuestiones. La autoridad y la obediencia no son solo cosas
necesarias, sino que son eminentemente útiles. Algunos seres,
desde el momento en que nacen, están destinados, unos a
obedecer, otros a mandar; aunque en grados muy diversos en
ambos casos. La autoridad se enaltece y se mejora tanto cuanto lo
hacen los seres que la ejercen o a quienes ella rige. La autoridad
vale más en los hombres que en los animales, porque la perfección
67
de la obra está siempre en razón directa de la perfección de los
obreros, y una obra se realiza dondequiera que se hallan la
autoridad y la obediencia. Estos dos elementos, la obediencia y la
autoridad, se encuentran en todo conjunto formado de muchas
cosas que conspiren a un resultado común, aunque por otra parte
estén separadas o juntas. Esta es una condición que la naturaleza
impone a todos los seres animados, y algunos rastros de este
principio podrían fácilmente descubrirse en los objetos sin vida: tal
es, por ejemplo, la armonía en los sonidos. Pero el ocuparnos de
esto nos separaría demasiado de nuestro asunto.
Por lo pronto, el ser vivo se compone de un alma y de un cuerpo,
hechos naturalmente aquella para mandar y este para obedecer.
Por lo menos así lo proclama la voz de la naturaleza, que importa
estudiar en los seres desenvueltos según sus leyes regulares y no
en los seres degradados. Este predominio del alma es evidente en
el hombre perfectamente sano de espíritu y de cuerpo, único que
debemos examinar aquí. En los hombres corruptos, o dispuestos a
serlo, el cuerpo parece dominar a veces como soberano sobre el
alma, precisamente porque su desenvolvimiento irregular es
completamente contrario a la naturaleza. Es preciso, repito,
reconocer ante todo en el ser vivo la existencia de una autoridad
semejante a la vez a la de un señor y a la de un magistrado; el alma
manda al cuerpo como un dueño a su esclavo, y la razón manda al
instinto como un magistrado, como un rey; porque, evidentemente,
no puede negarse que no sea natural y bueno para el cuerpo el
obedecer al alma, y para la parte sensible de nuestro ser el
obedecer a la razón y a la parte inteligente. La igualdad o la
dislocación del poder, que se muestra entre estos diversos
68
elementos, sería igualmente funesta para todos ellos. Lo mismo
sucede entre el hombre y los demás animales: los animales
domesticados valen naturalmente más que los animales salvajes,
siendo para ellos una gran ventaja, si se considera su propia
seguridad, el estar sometidos al hombre. Por otra parte, la relación
de los sexos es análoga; el uno es superior al otro; este está hecho
para mandar, aquel para obedecer.
Esta es también la ley general que debe necesariamente regir entre
los hombres. Cuando es un inferior a sus semejantes, tanto como lo
son el cuerpo respecto del alma y el bruto respecto del hombre, y tal
que es la condición de todos aquellos en quienes el empleo de las
fuerzas corporales es el mejor y único partido que puede sacarse de
su ser, se es esclavo por naturaleza. Estos hombres, así como los
demás seres de que acabamos de hablar, no pueden hacer cosa
mejor que someterse a la autoridad de un señor; porque es esclavo
por naturaleza el que puede entregarse a otro; y lo que
precisamente le obliga a hacerse de otro es el no poder llegar a
comprender la razón sino cuando otro se la muestra, pero sin
poseerla en sí mismo. Los demás animales no pueden ni aun
comprender la razón, y obedecen ciegamente a sus impresiones.
Por lo demás, la utilidad de los animales domesticados y la de los
esclavos son poco más o menos del mismo género. Unos y otros
nos ayudan con el auxilio de sus fuerzas corporales a satisfacer las
necesidades de nuestra existencia. La naturaleza misma lo quiere
así, puesto que hace los cuerpos de los hombres libres diferentes
de los de los esclavos, dando a estos el vigor necesario para las
obras penosas de la sociedad, y haciendo, por lo contrario, a los
primeros incapaces de doblar su erguido cuerpo para dedicarse a
69
trabajos duros, y destinándolos solamente a las funciones de la vida
civil, repartida para ellos entre las ocupaciones de la guerra y las de
la paz.
Muchas veces sucede lo contrario, convengo en ello; y así los hay
que no tienen de hombres libres más que el cuerpo, como otros
solo tienen de tales el alma. Pero lo cierto es que si los hombres
fuesen siempre diferentes unos de otros por su apariencia corporal,
como lo son las imágenes de los dioses, se convendría
unánimemente en que los menos hermosos deben ser los esclavos
de los otros; y si esto es cierto, hablando del cuerpo, con más razón
lo sería hablando del alma; pero es más difícil conocer la belleza del
alma que la del cuerpo.
Sea de esto lo que quiera, es evidente que los unos son
naturalmente libres y los otros naturalmente esclavos; y que para
estos últimos es la esclavitud tan útil como justa.
Por lo demás, difícilmente podría negarse que la opinión contraria
encierra alguna verdad. La idea de esclavitud puede entenderse de
dos maneras. Puede uno ser reducido a esclavitud y permanecer en
ella por la ley, siendo esta ley una convención en virtud de la que el
vencido en la guerra se reconoce como propiedad del vencedor;
derecho que muchos legistas consideran ilegal, y como tal lo
estiman muchas veces los oradores políticos, porque es horrible,
según ellos, que el más fuerte, solo porque puede emplear la
violencia, haga de su víctima un súbdito y un esclavo.
Estas dos opiniones opuestas son sostenidas igualmente por
hombres sabios. La causa de este disentimiento y de los motivos
alegados por una y otra parte es que la virtud tiene derecho, como
70
medio de acción, de usar hasta de la violencia, y que la victoria
supone siempre una superioridad laudable en ciertos conceptos. Es
posible creer, por tanto, que la fuerza jamás está exenta de todo
mérito, y que aquí toda la cuestión estriba realmente sobre la noción
del derecho, colocado por los unos en la benevolencia y la
humanidad y por los otros en la dominación del más fuerte. Pero
estas dos argumentaciones contrarias son en sí igualmente débiles
y falsas; porque podría creerse, en vista de ambas, tomadas
separadamente, que el derecho de mandar como señor no
pertenece a la superioridad del mérito.
Hay gentes que, preocupadas con lo que creen un derecho, y una
ley tiene siempre las apariencias del derecho, suponen que la
esclavitud es justa cuando resulta del hecho de la guerra. Pero se
incurre en una contradicción; porque el principio de la guerra misma
puede ser injusto, y jamás se llamará esclavo al que no merezca
serlo; de otra manera, los hombres de más elevado nacimiento
podrían parar en esclavos, hasta por efecto del hecho de otros
esclavos, porque podrían ser vendidos como prisioneros de guerra.
Y así, los partidario de esta opinión tienen el cuidado de aplicar este
nombre de esclavos solo a los bárbaros, no admitiéndose para los
de su propia nación.
Esto equivale a averiguar lo que se llama esclavitud natural; y esto
es, precisamente, lo que hemos preguntado desde el principio.
Es necesario convenir en que ciertos hombres serían esclavos en
todas partes, y que otros no podrían serlo en ninguna. Lo mismo
sucede con la nobleza: las personas de que acabamos de hablar se
creen nobles, no solo en su patria, sino en todas partes; pero, por el
contrario, en su opinión los bárbaros solo pueden serlo allá entre
71
ellos; suponen, pues, que tal raza es en absoluto libre y noble, y
que tal otra solo lo es condicionalmente. Así, la Helena de
Teodectes exclama:
«¿Quién tendría el atrevimiento de llamarme esclava descendiendo
yo por todos lados de la raza de los dioses?».
Esta opinión viene, precisamente, a asentar sobre la superioridad y
la inferioridad naturales la diferencia entre el hombre libre y el
esclavo, entre la nobleza y el estado llano. Equivale a creer que de
padres distinguidos salen hijos distinguidos, del mismo modo que
un hombre produce un hombre y que un animal produce un animal.
Pero cierto es que la naturaleza muchas veces quiere hacerlo, pero
no puede.
Con razón se puede suscitar esta cuestión y sostener que hay
esclavos y hombres libres que lo son por obra de la naturaleza; se
puede sostener que esta distinción subsiste realmente siempre que
es útil al uno el servir como esclavo y al otro el reinar como señor;
se puede sostener, en fin, que es justa, y que cada uno debe, según
las exigencias de la naturaleza, ejercer el poder o someterse a él.
Por consiguiente, la autoridad del señor sobre el esclavo es a la par
justa y útil; lo cual no impide que el abuso de esta autoridad pueda
ser funesto a ambos. Y así, entre el dueño y el esclavo, cuando es
la naturaleza la que los ha hecho tales, existe un interés común,
una recíproca benevolencia; sucediendo todo lo contrario cuando la
ley y la fuerza por sí solas han hecho al uno señor y al otro esclavo.
Esto muestra con mayor evidencia que el poder del señor y el del
magistrado son muy distintos, y que, a pesar de lo que se ha dicho,
todas las autoridades no se confunden en una sola: la una recae
72
sobre hombres libres, la otra sobre esclavos por naturaleza; la una,
la autoridad doméstica, pertenece a uno solo, porque toda familia es
gobernada por un solo jefe; la otra, la del magistrado, solo recae
sobre hombres libres e iguales. Uno es señor, no porque sepa
mandar, sino porque tiene cierta naturaleza: y por distinciones
semejantes es uno esclavo o libre. Pero sería posible educar a los
señores en la ciencia que deben practicar ni más ni menos que a
los esclavos, y en Siracusa ya se ha practicado esto último, pues
por dinero se instruía allí a los niños, que estaban en esclavitud, en
todos los pormenores del servicio doméstico. Podríase muy bien
extender sus conocimientos y enseñarles ciertas artes, como la de
preparar las viandas o cualquiera otra de este género, puesto que
unos servicios son más estimados o más necesarios que otros, y
que, como dice el proverbio, hay diferencia de esclavo a esclavo y
de señor a señor. Todos estos aprendizajes constituyen la ciencia
de los esclavos. Saber emplear a los esclavos constituye la ciencia
del señor, que lo es, no tanto porque posee esclavos, cuanto
porque se sirve de ellos. Esta ciencia, en verdad, no es muy
extensa ni tampoco muy elevada; consiste tan solo en saber
mandar lo que los esclavos deben saber hacer. Y así, tan pronto
como puede el señor ahorrarse este trabajo, cede su puesto a un
mayordomo para consagrarse él a la vida política o a la filosofía.
La ciencia del modo de adquirir, de la adquisición natural y justa, es
muy diferente de las otras dos de que acabamos de hablar; ella
participa algo de la guerra y de la caza.
No necesitamos extendernos más sobre lo que teníamos que decir
del señor y del esclavo.
Capítulo III
73
Puesto que el esclavo forma parte de la propiedad, vamos a
estudiar, siguiendo nuestro método acostumbrado, la propiedad en
general y la adquisición de los bienes.
La primera cuestión que debemos resolver es si la ciencia de
adquirir es la misma que la ciencia doméstica, o si es una rama de
ella o solo una ciencia auxiliar. Si no es más que esto último, ¿lo
será al modo que el arte de hacer lanzaderas es un auxiliar del arte
de tejer? ¿O como el arte de fundir metales sirve para el arte del
estatuario? Los servicios de estas dos artes subsidiarias so
realmente muy distintos: lo que suministra la primera es el
instrumento, mientras que la segunda suministra la materia.
Entiendo por materia la sustancia que sirve para fabricar un objeto;
por ejemplo, la lana de que se sirve el fabricante, el metal que
emplea el estatuario. Esto prueba que la adquisición de los bienes
no se confunde con la administración doméstica, puesto que la una
emplea lo que la otra suministra. ¿A quién sino a la administración
doméstica pertenece usar lo que constituye el patrimonio de la
familia?
Resta saber si la adquisición de las cosas es una rama de esta
administración, o si es una ciencia aparte. Por lo pronto, si el que
posee esta ciencia debe conocer las fuentes de la riqueza y de la
propiedad, es preciso convenir en que la propiedad y la riqueza
abrazan objetos muy diversos. En primer lugar, puede preguntarse
si el arte de la agricultura, y en general la busca y adquisición de
alimentos, están comprendidas en la adquisición de bienes, o si
forman un modo especial de adquirir. Los modos de alimentación
son extremadamente variados, y de aquí esta multiplicidad de
géneros de vida en el hombre y en los animales, ninguno de los
74
cuales puede subsistir sin alimentos; variaciones que son,
precisamente, las que diversifican la existencia de los animales. En
el estado salvaje, unos viven en grupos, otros en el aislamiento,
según lo exige el interés de su subsistencia, porque unos son
carnívoros, otros frugívoros y otros omnívoros. Para facilitar la
busca y elección de alimentos es para lo que la naturaleza les ha
destinado a un género especial de vida. La vida de los carnívoros y
la de los frugívoros difieren precisamente en que no gustan por
instinto del mismo alimento, y en que los de cada una de estas
clases tienen gustos particulares.
Otro tanto puede decirse de los hombres, no siendo menos diversos
sus modos de existencia. Unos, viviendo en una absoluta ociosidad,
son nómadas que sin pena y sin trabajo se alimentan de la carne de
los animales que crían. Solo que, viéndose precisados sus ganados
a mudar de pastos, y ellos a seguirlos, es como si cultivaran un
campo vivo. Otros subsisten con aquello de que hacen presa, pero
no del mismo modo todos; pues unos viven del pillaje y otros de la
pesca, cuando habitan en las orillas de los estanques o de los
lagos, o en las orillas de los ríos o del mar, y otros cazan las aves y
los animales bravíos. Pero los más de los hombres viven del cultivo
de la tierra y de sus frutos.
Estos son, poco más o menos, todos los modos de existencia, en
que el hombre solo tiene necesidad de prestar su trabajo personal,
sin acudir, para atender a su subsistencia, al cambio ni al comercio:
nómada, agricultor, bandolero, pescador o cazador. Hay pueblos
que viven cómodamente combinando estos diversos modos de vivir
y tomando del uno lo necesario para llenar los vacíos del otro: son a
la vez nómadas y salteadores, cultivadores y cazadores, y lo mismo
75
sucede con los demás que abrazan el género de vida que la
necesidad les impone.
Como puede verse, la naturaleza concede esta posesión de los
alimentos a los animales a seguida de su nacimiento, y también
cuando llegan a alcanzar todo su desarrollo. Ciertos animales en el
momento mismo de la generación producen para el nacido el
alimento que habrá de necesitar hasta encontrarse en estado de
procurárselo por sí mismo. En este caso se encuentran los
vermíparos y los ovíparos. Los vivíparos llevan en sí mismos,
durante un cierto tiempo, los alimentos de los recién nacidos, pues
no otra cosa es lo que se llama leche. Esta posesión de alimentos
tiene igualmente lugar cuando los animales han llegado a su
completo desarrollo, y debe creerse que las plantas están hechas
para los animales, y los animales para el hombre. Domesticados, le
prestan servicios y le alimentan; bravíos, contribuyen, si no todos, la
mayor parte, a su subsistencia y a satisfacer sus diversas
necesidades, suministrándole vestidos y otros recursos. Si la
naturaleza nada hace incompleto, si nada hace en vano es de
necesidad que haya creado todo esto para el hombre.
La guerra misma es, en cierto modo, un medio natural de adquirir,
puesto que comprende la caza de los animales bravíos y de
aquellos hombres que, nacidos para obedecer, se niegan a
someterse; es una guerra que la naturaleza misma ha hecho
legítima.
He aquí, pues, un modo de adquisición natural que forma parte de
la economía doméstica, la cual debe encontrárselo formado o
procurárselo, so pena de no poder reunir los medios indispensables
de subsistencia, sin los cuales no se formarían ni la asociación del
76
Estado ni la asociación de la familia. En esto consiste, si puede
decirse así, la única riqueza verdadera, y todo lo que el bienestar
puede aprovechar de este género de adquisiciones está bien lejos
de ser ilimitado, como poéticamente pretende Solón:
«El hombre puede aumentar ilimitadamente sus riquezas».
Sucede todo lo contrario, pues en esto hay un límite como lo hay en
todas las demás artes. En efecto, no hay arte cuyos instrumentos
no sean limitados en número y extensión; y la riqueza no es más
que la abundancia de los instrumentos domésticos y sociales.
Existe, por tanto, evidentemente un modo de adquisición natural,
que es común a los jefes de familia y a los jefes de los Estados. Ya
hemos visto cuáles eran sus fuentes.
Resta ahora este otro género de adquisición que se llama, más
particularmente y con razón, la adquisición de bienes, y respecto de
la cual podría creerse que la fortuna y la propiedad pueden
aumentarse indefinidamente. La semejanza de este segundo modo
de adquisición con el primero es causa de que ordinariamente no se
vea en ambos más que un solo y mismo objeto. El hecho es que
ellos no son ni idénticos, ni muy diferentes; el primero, es natural, el
otro no procede de la naturaleza, sino que es más bien el producto
del arte y de la experiencia. Demos aquí principio a su estudio.
Toda propiedad tiene dos usos que le pertenecen esencialmente,
aunque no de la misma manera: el uno es especial a la cosa, el otro
no lo es. Un zapato puede a la vez servir para calzar el pie o para
verificar un cambio. Por lo menos puede hacerse de él este doble
uso. El que cambia un zapato por dinero o por alimentos, con otro
que tiene necesidad de él, emplea bien este zapato en tanto que tal,
77
pero no según su propio uso, porque no había sido hecho para el
cambio. Otro tanto diré de todas las demás propiedades; pues el
cambio, efectivamente, puede aplicarse a todas, puesto que ha
nacido primitivamente entre los hombres de la abundancia en un
punto y de la escasez en otro de las cosas necesarias para la vida.
Es demasiado claro que en este sentido la venta no forma en
manera alguna parte de la adquisición natural. En su origen, el
cambio no se extendía más allá de las primeras necesidades, y es
ciertamente inútil en la primera asociación, la de la familia. Para que
nazca es preciso que el círculo de la asociación sea más extenso.
En el seno de la familia, todo era común; separados algunos
miembros, se crearon nuevas sociedades para fines no menos
numerosos, pero diferentes que los de las primeras, y esto debió
necesariamente dar origen al cambio. Este es el único cambio que
conocen muchas naciones bárbaras, el cual no se extiende a más
que al trueque de las cosas indispensables; como, por ejemplo, el
vino que se da a cambio de trigo.
Este género de cambio es perfectamente natural, y no es, a decir
verdad, un modo de adquisición, puesto que no tiene otro objeto
que proveer a la satisfacción de nuestras necesidades naturales.
Sin embargo, aquí es donde puede encontrarse lógicamente el
origen de la riqueza. A medida que estas relaciones de auxilios
mutuos se transformaron, desenvolviéndose mediante la
importación de los objetos de que se carecía y la exportación de
aquellos que abundaban, la necesidad introdujo el uso de la
moneda, porque las cosas indispensables a la vida son
naturalmente difíciles de transportar.
78
Se convino en dar y recibir en los cambios una materia que,
además de ser útil por sí misma, fuese fácilmente manejable en los
usos habituales de la vida; y así se tomaron el hierro, por ejemplo,
la plata, u otra sustancia análoga, cuya dimensión y cuyo peso se
fijaron desde luego, y después, para evitar la molestia de continuas
rectificaciones, se las marcó con un sello particular, que es el signo
de su valor. Con la moneda, originada por los primeros cambios
indispensables, nació igualmente la venta, otra forma de adquisición
excesivamente sencilla en el origen, pero perfeccionada bien pronto
por la experiencia, que reveló cómo la circulación de los objetos
podía ser origen y fuente de ganancias considerables. He aquí
cómo, al parecer, la ciencia de adquirir tiene principalmente por
objeto el dinero, y cómo su fin principal es el de descubrir los
medios de multiplicar los bienes, porque ella debe crear la riqueza y
la opulencia. Esta es la causa de que se suponga muchas veces
que la opulencia consiste en la abundancia de dinero, como que
sobre el dinero giran las adquisiciones y las ventas; y, sin embargo,
este dinero no es en sí mismo más que una cosa absolutamente
vana, no teniendo otro valor que el que le da la ley, no la naturaleza,
puesto que una modificación en las convenciones que tienen lugar
entre los que se sirven de él, puede disminuir completamente su
estimación y hacerle del todo incapaz para satisfacer ninguna de
nuestras necesidades. En efecto, ¿no puede suceder que un
hombre, a pesar de todo su dinero, carezca de los objetos de
primera necesidad?, y ¿no es una riqueza ridícula aquella cuya
abundancia no impide que el que la posee se muera de hambre? Es
como el Midas de la mitología, que, llevado de su codicia
desenfrenada, hizo convertir en oro todos los manjares de su mesa.
79
Así que con mucha razón los hombres sensatos se preguntan si la
opulencia y el origen de la riqueza están en otra parte, y
ciertamente la riqueza y la adquisición naturales, objeto de la
ciencia doméstica, son una cosa muy distinta. El comercio produce
bienes, no de una manera absoluta, sino mediante la conducción
aquí y allá de objetos que son precisos por sí mismos. El dinero es
el que parece preocupar al comercio, porque el dinero es el
elemento y el fin de sus cambios; y la fortuna que nace de esta
nueva rama de adquisición parece no tener realmente ningún límite.
La medicina aspira a multiplicar sus curas hasta el infinito, y como
ella todas las artes colocan en el infinito el fin a que aspiran y
pretenden alcanzarlo empleando todas sus fuerzas. Pero, por lo
menos los medios que les conducen a su fin especial son limitados,
y este fin mismo sirve a todas de límite. Lejos de esto, la adquisición
comercial no tiene por fin el objeto que se propone, puesto que su
fin es precisamente una opulencia y una riqueza indefinidas. Pero si
el arte de esta riqueza no tiene límites, la ciencia doméstica los
tiene, porque su objeto es muy diferente. Y así podría creerse, a
primera vista, que toda riqueza, sin excepción, tiene
necesariamente límites. Pero ahí están los hechos para probarnos
lo contrario: todos los negociantes ven acrecentarse su dinero sin
traba ni término.
Estas dos especies de adquisición tan diferentes emplean el mismo
capital a que ambas aspiran, aunque con miras muy distintas, pues
que la una tiene por objeto el acrecentamiento indefinido del dinero
y la otra otro muy diverso. Esta semejanza ha hecho creer a
muchos que la ciencia doméstica tiene igualmente la misma
extensión, y están firmemente persuadidos de que es preciso a todo
80
trance conservar o aumentar hasta el infinito la suma de dinero que
se posee. Para llegar a conseguirlo, es preciso preocuparse
únicamente del cuidado de vivir, sin curarse de vivir como se debe.
No teniendo límites el deseo de la vida, se ve uno directamente
arrastrado a desear, para satisfacerle, medios que no tiene. Los
mismos que se proponen vivir moderadamente, corren también en
busca de goces corporales, y como la propiedad parece asegurar
estos goces, todo el cuidado de los hombres se dirige a amontonar
bienes, de donde nace esta segunda rama de adquisición de que
hablo. Teniendo el placer necesidad absoluta de una excesiva
abundancia, se buscan todos los medios que pueden procurarla.
Cuando no se pueden conseguir estos con adquisiciones naturales,
se acude a otras, y aplica uno sus facultades a usos a que no
estaban destinadas por la naturaleza. Y así, el agenciar dinero no
es el objeto del valor, que solo debe darnos una varonil seguridad;
tampoco es el objeto del arte militar ni de la medicina, que deben
darnos, aquel la victoria, esta la salud; y, sin embargo, todas estas
profesiones se ven convertidas en un negocio de dinero, como si
fuera este su fin propio, y como si todo debiese tender a él.
Esto es lo que tenía que decir sobre los diversos medios de adquirir
lo superfluo; habiendo hecho ver lo que son estos medios y cómo
pueden convertirse para nosotros en una necesidad real. En cuanto
al arte que tiene por objeto la riqueza verdadera y necesaria, he
demostrado que era completamente diferente del otro, y que no es
más que la economía natural, ocupada únicamente con el cuidado
de las subsistencias; arte que, lejos de ser infinito como el otro,
tiene, por el contrario, límites positivos.
81
Esto hace perfectamente clara la cuestión que al principio
proponíamos; a saber, si la adquisición de los bienes es o no asunto
propio del jefe de familia y del jefe del Estado. Ciertamente, es
indispensable suponer siempre la preexistencia de estos bienes.
Así como la política no hace a los hombres, sino que los toma como
la naturaleza se los da y se limita a servirse de ellos, en igual forma
a la naturaleza toca suministrarnos los primeros alimentos que
proceden de la tierra, del mar o de cualquier otro origen,y después
queda a cargo del jefe de familia disponer de estos dones como
convenga hacerlo; así como el fabricante no crea la lana, pero debe
saber emplearla, distinguir sus cualidades y sus defectos y conocer
la que puede o no servir.
También podría preguntarse cómo es que mientras la adquisición
de bienes forma parte del gobierno doméstico, no sucede lo mismo
con la medicina, puesto que los miembros de la familia necesitan
tanto la salud como el alimento o cualquier otro objeto indispensable
para la vida. He aquí la razón: si por una parte el jefe de familia y el
jefe del Estado deben ocuparse de la salud de sus administrados,
por otra parte este cuidado compete, no a ellos, sino al médico. De
igual modo lo relativo a los bienes de la familia bajo cierto punto
compete a su jefe, pero bajo otro no, pues no es él y sí la naturaleza
quien debe suministrarlos. A la naturaleza, repito, compete
exclusivamente dar la primera materia. A la misma corresponde
asegurar el alimento al ser que ha creado, pues en efecto, todo ser
recibe los primeros alimentos del que le transmite la vida; y he aquí
por qué los frutos y los animales forman una riqueza natural, que
todos los hombres saben explotar.
82
Siendo doble la adquisición de los bienes, como hemos visto, es
decir, comercial y doméstica, esta necesaria y con razón estimada,
y aquella con no menos motivo despreciada, por no ser natural y sí
solo resultado del tráfico, hay fundado motivo para execrar la usura,
porque es un modo de adquisición nacido del dinero mismo, al cual
no se da el destino para que fue creado. El dinero solo debía servir
para el cambio, y el interés que de él se saca, le multiplica, como lo
indica claramente el nombre que le da la lengua griega. Los padres,
en este caso, son absolutamente semejantes a los hijos. El interés
es dinero producido por el dinero mismo; y de todas las
adquisiciones es esta la más contraria a la naturaleza.
83
3
San Agustín
Del libre albedrío
Libro II
Con la libertad podemos pecar. ¿Por qué nos la ha dado Dios?
1 (PL I 1) Evodio. —Explícame ya, si es posible, por qué ha dado
Dios al hombre libertad; porque, de no haberla recibido, no podría
pecar.
Agustín. —¿Tienes ya averiguado con certeza que Dios ha dado al
hombre una cosa que, según tú, no debía haberle dado?
Ev. —Por lo que me parece haber entendido en el libro anterior,
poseemos el libre albedrío de la voluntad, y de él nos viene la
facultad de pecar.
Ag. —También yo recuerdo que llegamos a esta conclusión
categórica. Pero lo que te pregunto ahora es si sabes que Dios nos
ha dado esta libertad que poseemos, y de la que nos viene la
facultad de pecar.
2 Ev. —Pienso que nadie sino él, porque de él procedemos, y ya
sea que pequemos, ya sea que obremos bien, de él merecemos el
castigo y el premio.
Ag. —También deseo saber si comprendes bien esto último o si lo
crees de buen grado, fundado en el argumento de autoridad,
aunque de hecho no lo entiendas.
84
Ev. —Sobre esta cuestión tengo que confesar que primeramente
me he fiado de la autoridad. Pero, ¿puede haber algo más
verdadero que el que todo procede de Dios, y que tan justo es
castigar a los pecadores como premiar a los que obran bien? Se
sigue de aquí que Dios aflige a los pecadores con la desgracia y
que premia a los buenos con la felicidad.
3 (2) Ag. —De acuerdo, pero quiero que me expliques el otro punto,
esto es, cómo sabes que venimos de Dios, pues no es esto lo que
acabas de explicar, sino que de él merecemos la pena o el premio.
Ev. —Esto lo veo bien claro por un motivo obvio, porque ya nos
consta que Dios castiga los pecados. En efecto, toda justicia
procede de él, porque así como es propio de la bondad hacer bien a
los extraños, no es, en cambio, propio de la justicia castigarlos.
4 De donde se sigue claramente que nosotros le pertenecemos, ya
que no solo es benignísimo en hacernos bien, sino también
justísimo en castigarnos. Además, de lo que ya dije antes, y tú
concediste, que todo bien procede de Dios, puede fácilmente
entenderse que también el hombre procede de Dios, puesto que el
hombre mismo, en cuanto hombre, es un bien, pues puede vivir
rectamente siempre que quiera.
5 (3) Ag. —Evidentemente, si esto es así, ya está resuelta la
cuestión que propusiste. Si el hombre es en sí un bien y no puede
obrar rectamente sino cuando quiere, síguese que por necesidad ha
de gozar del libre albedrío, sin el cual no se concibe que pueda
obrar rectamente. Y no porque el libre albedrío sea el origen del
pecado, por eso se ha de creer que nos lo ha dado Dios para pecar.
Hay, pues, una razón suficiente de habérnoslo dado, y es que sin él
85
no podríamos vivir rectamente. Y que nos ha sido dado para este fin
se colige del hecho de castigar Dios a quien usa de él para pecar.
6 Sería injusto ese castigo si el libre albedrío nos hubiera sido dado
no solo para vivir rectamente, sino también para pecar. En efecto,
¿cómo podría ser castigado el que usara de su libre voluntad para
aquello que le fue dada? Así, pues, cuando Dios castiga al pecador,
¿qué te parece que le dice, sino estas palabras: «¿Por qué no
usaste del libre albedrío para lo que te lo di, es decir, para obrar el
bien?».
7 Por otra parte, si el hombre careciese del libre albedrío de la
voluntad, ¿cómo podría darse aquel bien que sublima a la misma
justicia, y que consiste en condenar los pecados y en premiar las
buenas acciones? Porque no sería ni pecado ni obra buena lo que
se hiciera sin voluntad libre. Y, por lo mismo, si el hombre no
estuviera dotado de voluntad libre, sería injusto el castigo e injusto
sería también el premio. Mas por necesidad ha debido haber
justicia, así en castigar como en premiar, porque este es uno de los
bienes que proceden de Dios. Luego era preciso que Dios dotara al
hombre de libre albedrío.
Si la libertad es para obrar el bien, ¿cómo es que obra el mal?
8 (II 4) Ev. —Concedo que Dios ha dado al hombre la libertad. Pero
dime: ¿no te parece que, habiéndonos sido dada para poder obrar
bien, no debería tener la posibilidad de pecar? Así sucede con la
justicia, que le ha sido dada al hombre para obrar el bien:
¿acaso puede alguien vivir mal en virtud de la misma justicia? Pues
igualmente nadie podría servirse de la voluntad para pecar si esta le
hubiera sido dada para obrar el bien.
86
9 Ag. —El Señor me concederá, como lo espero, poderte contestar,
o mejor dicho, que tú mismo te contestes, iluminado interiormente
por aquella verdad que es la maestra soberana y universal de
todos. Pero quiero que me digas brevemente si, teniendo como
tienes por bien conocido y cierto lo que antes te pregunté, o sea,
que Dios nos ha dado la libertad, procede decir ahora que no ha
debido darnos Dios lo que confesamos que nos ha dado.
10 Porque, si es incierto que él nos la ha dado, hay motivo para
investigar si nos ha sido dada con razón o sin ella. De este modo, si
llegáramos a ver que nos ha sido dada con razón, tendremos
también por cierto que nos la ha dado aquel de quien el alma
humana ha recibido todos los bienes; si, por el contrario,
descubriéramos que nos ha sido dada sin razón, entendamos
igualmente que no ha podido dárnosla aquel a quien no es lícito
culpar de nada. Mas si es cierto que él nos la ha dado, es preciso
confesar que, sea cual sea el modo como nos la dio, no debió dejar
de hacerlo, ni debió dárnosla de otro modo; ya que en realidad nos
la dio quien en modo alguno puede ser razonablemente censurado
en su modo de obrar.
11 (5) Ev. —Aunque creo con fe inquebrantable todo esto, sin
embargo, como aún no lo entiendo, continuemos investigando como
si todo fuera dudoso. Y esta incertidumbre se extiende a que nos
haya dado la voluntad libre para obrar el bien, puesto que por ella
precisamente podemos pecar, y queda también en el campo de la
duda si debió dárnosla o no.
12 Si es incierto que nos ha dado para obrar el bien, es también
incierto que se nos haya debido dar, y, por consiguiente, será
igualmente incierto que Dios nos la haya dado. Y si es incierto que
87
debió dárnosla, también lo es el que nos la haya dado aquel de
quien sería una impiedad creer que nos hubiera dado algo que no
deberíamos habernos dado.
Ag. —Tú estás seguro, al menos, de que Dios existe.
Ev. —Sí, eso tengo por verdad inconcusa, pero precisamente por la
fe, no por la razón.
13 Ag. —Entonces, si alguno de aquellos insensatos de los cuales
está escrito: «Dijo el necio en su corazón: no hay Dios», te dijera a ti
esto, y no quisiera creer contigo lo que tú crees, sino que quisiera
saber si lo que tú crees es verdad, ¿abandonarías a ese hombre a
su incredulidad o pensarías quizá que deberías convencerle de
algún modo de aquello mismo que tú crees firmemente, sobre todo
si él no discutiera con pertinacia, sino más bien con deseo de
conocer la verdad?
14 Ev. —Lo último que has dicho me indica suficientemente qué es
lo que debería responderle. Porque, aunque fuera él el hombre más
absurdo, seguramente me concedería que con el hombre falso y
contumaz no debe discutir absolutamente nada, y menos de
cuestión tan importante. Y una vez que me hubiera concedido esto,
él sería el primero en pedirme que creyera en su buena fe al querer
saber esto, y que tocante a esta cuestión no había en él falsía ni
contumacia alguna.
15 Entonces le demostraría lo que juzgo que a cualquiera es
facilísimo demostrar: ya que él quiere que, sin conocerlos, otro crea
en los sentimientos ocultos de su alma, que solo él conoce, también
él crea en Dios en virtud de los libros de tan grandes varones, que
dejaron testimonio en sus escritos de haber vivido con el Hijo de
88
Dios. Tanto más cuanto que ellos escribieron haber visto tales
cosas que, de no existir Dios, no podrían en modo alguno haber
sucedido; y sería necio en extremo este hombre si pretendiera
echarme a mí en cara el haberles yo creído a ellos, ya que desea
que le dé fe a él. Y si esta actitud de credibilidad no la encuentra
reprensible, ¿qué excusa iba a tener para no imitarla?
16 Ag. —Por consiguiente, si respecto a la existencia de Dios crees
suficiente el que hayamos juzgado se debe dar fe sin temeridad a
varones tan excelentes. ¿Por qué, dime, respecto de estas cosas
que hemos determinado investigar como si fueran inciertas y
absolutamente desconocidas, no piensas lo mismo, o sea, que,
fundados en la autoridad de hombres tan importantes, debamos
creerlas tan firmemente que ya no sea preciso gastar más tiempo
en la investigación?
Ev. —Porque nosotros deseamos conocer y entender lo que
creemos.
17 (6) Ag. —Muy bien por esa llamada de atención; no podemos
negar lo que establecimos en los comienzos de la discusión
procedente: si el creer no fuese cosa distinta del entender, y no
hubiéramos de creer antes las grandes y divinas verdades que
deseamos entender, sin razón habría dicho el profeta: «Si no creéis,
no entenderéis».
18 El mismo Señor exhortó también a creer primeramente en sus
dichos y en sus hechos a aquellos a quienes llamó a la salvación
Mas después, al hablar del don que había de dar a los creyentes,
no dijo: «Esta es la vida eterna, creer en mí», sino que dijo: «Esta
es la vida eterna: que te conozcan a ti solo Dios verdadero, y a
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Jesucristo a quien enviaste». Después, a los que ya creían, les dice:
«Buscad y hallaréis»; porque no se puede decir que se ha hallado lo
que se cree sin entenderlo, y nadie se capacita para hallar a Dios si
antes no creyere lo que ha de conocer después.
19 Obedientes, pues, a los preceptos del Señor, seamos constantes
en la investigación. Iluminados con su luz, encontraremos lo que por
su consejo buscamos, en la medida que estas cosas pueden ser
halladas en esta vida por hombres como nosotros; porque si, como
hemos de creer, los perfectos ya mientras viven aquí, y ciertamente
los buenos y religiosos después de la presente vida, contemplan y
consiguen estas verdades con más claridad y perfección, es de
esperar que también nosotros lo consigamos. Despreciando las
cosas terrenas y humanas, debemos desear, y amar estas divinas.
90
4
TOMAS DE AQUINO
Suma teológica
primera parte, cuest. 2, artíc. 1-3
CUESTIÓN 2
Tratado de Dios. Si Dios existe
Puesto que el principal intento de la doctrina sagrada es el de dar a
conocer a Dios, y no sólo como es en sí mismo, sino también en
cuanto es principio y fin de todas las cosas, y especialmente de la
criatura racional, según hemos dicho, en la empresa de exponer
esta doctrina trataremos primeramente de Dios, después del
movimiento de la criatura racional hacia Dios, y en tercer lugar, de
Cristo, que, en cuanto hombre, es nuestro camino para ir a Dios.
El tratado de Dios se dividirá en tres partes. Trataremos en la
primera de lo que atañe a la esencia divina; en la segunda, de lo
que se refiere a la distinción de personas, y en la tercera, de lo
relativo a cómo proceden de Dios las criaturas.
En lo referente a la esencia divina se ha de tratar, primero, si Dios
existe; segundo, cómo es, o mejor, cómo no es; tercero, de lo
relativo a sus operaciones, a saber, de su ciencia, de su voluntad y
de su poder.
Acerca de lo primero hay que averiguar tres cosas.
Primera: si la existencia de Dios es de evidencia inmediata.
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Segunda: si es demostrable.
Tercera: si existe Dios.
Artículo 1. Si la existencia de Dios es verdad de evidencia inmediata
A. Discusión
Argumentos a favor de que la existencia de Dios es cosa evidente
por sí misma.
1. Decimos que es evidente por sí aquello cuyo conocimiento nos
es connatural, como es el que tenemos de los primeros principios.
Pues bien; “el conocimiento de que Dios existe está naturalmente
inserto en todos”, como dice el Damasceno al comienzo de su libro.
Luego que Dios existe es evidente por sí mismo.
2. Se llama evidente lo que se comprende con sólo conocer sus
términos, cualidad que el Filósofo atribuye a los primeros principios
de demostración; y así, sabido lo que es todo y lo que es parte, en
el acto se comprende que el todo es mayor que cualquiera de sus
partes. Pues sabido lo que significa este término, “Dios”, en el acto
se comprende que Dios existe, porque con este nombre
expresamos aquello mayor que lo cual nada se puede concebir, y
más grande será lo que existe en el entendimiento y en la realidad
que lo que sólo existe en el entendimiento. Por consiguiente, si por
el hecho de entender su nombre existe Dios en el entendimiento,
síguese que existe también en la realidad. Luego que Dios existe es
evidente por sí.
3. Es evidente que existe la verdad, porque quien niegue su
existencia concede que existe, ya que, si la verdad no existiese,
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sería verdad que la verdad no existe, y claro está que, si algo es
verdadero, es preciso que exista la verdad. Pero Dios es la misma
verdad, como se dice en San Juan: “Yo soy el camino, la verdad y
la vida”. Luego la existencia de Dios es de evidencia inmediata.
Argumento en contra: nadie puede concebir lo opuesto a lo que es
verdad evidente, como enseña el Filósofo al tratar de los primeros
principios de la demostración. Pero lo contrario de la existencia de
Dios se puede pensar, como leemos en el Salmista: “Dijo el necio
en su corazón: no hay Dios”. Luego la existencia de Dios no es
verdad evidente.
B. Respuesta
Una proposición puede ser evidente de dos maneras: en sí misma,
pero no con respecto a nosotros, o en sí misma y para nosotros. La
causa de que una proposición sea evidente es porque el predicado
está incluido en el concepto del sujeto; por ejemplo, “el hombre es
animal”, pues “animal” entra en el concepto de hombre. Si, pues,
todos conociesen la naturaleza del sujeto y la del predicado, esta
proposición sería evidente para todos, como lo son los primeros
principios de las demostraciones, cuyos términos, ser y no ser, todo
y parte, y otros parecidos, son cosas tan sabidas que nadie las
ignora. Pero si hay quienes ignoran cuál es la naturaleza del sujeto
y la del predicado, la proposición en sí misma será, sin duda,
evidente, pero no lo será para quienes ignoran aquellos extremos; y
por esto sucede, como dice Boecio, que hay conceptos comunes
que sólo son evidentes para los sabios; por ejemplo, que “lo
incorpóreo no ocupa lugar”.
93
Por consiguiente, digo que la proposición “Dios existe”, en sí misma
es evidente, porque en ella el predicado se identifica con el sujeto,
ya que, como más adelante veremos, Dios es su mismo ser. Pero
con respecto a nosotros, que desconocemos la naturaleza divina,
no es evidente, sino que necesita ser demostrada por medio de
cosas más conocidas de nosotros, aunque por su naturaleza sean
menos evidentes es decir, por sus efectos.
C. A los argumentos se responde diciendo:
1. Que es verdad que tenemos naturalmente cierto conocimiento
confuso de la existencia de Dios en el sentido de que Dios es la
felicidad del hombre, y puesto que el hombre, por ley de su
naturaleza, quiere ser feliz, ha de conocer naturalmente lo que
naturalmente desea. Pero esto no es, en realidad, conocer a Dios,
como tampoco conocer que alguien llega es conocer a Pedro,
aunque sea Pedro el que llega; y de hecho muchos piensan que el
bien perfecto del hombre, que es la bienaventuranza, consiste para
unos en la riquezas; para otros, en los placeres, y para otros, en
cualquier otra cosa.
2. Que es muy posible que quien oye pronunciar la palabra “Dios”
no entienda que con ella se expresa una cosa mayor que la cual
nada se puede pensar, pues hasta ha habido quienes creyeron que
Dios es cuerpo. Pero, aun supuesto que todos entiendan por el
término “Dios” lo que se pretende, es decir, algo mayor que lo cual
nada se puede pensar, no por esto se sigue que entiendan que lo
designado con este nombre exista en la realidad, sino sólo en el
concepto del entendimiento. Ni tampoco se puede deducir que
exista en la realidad, a menos de reconocer previamente que entre
94
lo real hay algo mayor que lo cual nada se puede pensar, cosa que
no reconocen los que sostienen que no hay Dios.
3. Que la verdad, en general, existe; pero no lo es para nosotros
que exista la verdad suprema.
Artículo 2. Si se puede demostrar la existencia de Dios
A. Discusión
Argumentos en contra. Parece que la existencia de Dios no es
demostrable.
1. La existencia de Dios es un artículo de fe. Pero lo que es de fe no
se puede demostrar porque la demostración hace ver, y la fe es de
lo que no vemos, como enseña el Apóstol. Luego la existencia de
Dios no es demostrable.
2. El medio de la demostración es la naturaleza del sujeto, o “lo
que” el sujeto es. Pero de Dios no podemos saber “lo que es”, sino
más bien lo que no es, como dice el Damasceno. Luego no
podemos demostrar la existencia de Dios.
3. Si se demostrase que Dios existe, sólo cabría hacerlo por sus
efectos. Pero sus efectos no guardan proporción con Él, ya que Él
es infinito y los efectos son finitos, y entre lo finito y lo infinito no hay
proporción. Si, pues, no se puede demostrar una causa por un
efecto desproporcionado a ella, parece que tampoco se puede
demostrar la existencia de Dios.
Argumento a favor: dice el Apóstol que lo “invisible de Dios se
alcanza a conocer por lo que ha sido hecho”. Pero esto no sería
95
posible si por las cosas hechas no se pudiese demostrar que Dios
existe, pues lo primero que hay que averiguar acerca de una cosa
es si existe.
B. Respuesta
Hay dos clases de demostraciones. Una, llamada “propter quid” o
“por lo que”, que se basa en la causa y discurre partiendo de lo que
en absoluto es anterior hacia lo que es posterior. La otra, llamada
demostración “quia”, parte del efecto, y se apoya en lo que es
anterior únicamente con respecto a nosotros: cuando vemos un
efecto con más claridad que su causa, por el efecto venimos en
conocimiento de la causa. Así, pues, partiendo de un efecto
cualquiera, puede demostrarse la existencia de su causa propia
(con tal que conozcamos mejor el efecto), porque, como el efecto
depende de la causa, si el efecto existe es necesario que su causa
le preceda. Por consiguiente, aunque la existencia de Dios no sea
verdad evidente respecto a nosotros, es, sin embargo, demostrable
por los efectos que conocemos.
C. A los argumentos en contra se responde diciendo:
1. Que la existencia de Dios y otras verdades análogas que acerca
de Él podemos conocer por discurso natural, como dice el Apóstol,
no son artículos de fe, sino preámbulos a los artículos, y de esta
manera la fe presupone el conocimiento natural, como la gracia
presupone la naturaleza, y la perfección, lo perfectible. Cabe, sin
embargo, que alguien acepte por fe lo que de suyo es demostrable
y cognoscible, porque no sepa o no entienda la demostración.
2. Que cuando se demuestra la causa por el efecto, es
imprescindible emplear el efecto para definir la causa, y esto sucede
96
particularmente cuando se trata de Dios. La razón es porque en
este caso, para probar la existencia de alguna cosa, es preciso
tomar como medio “lo que su nombre significa” y no “lo que es”, ya
que antes de preguntar “qué es” una cosa, primero hay que
averiguar “si existe”. Pues bien, los nombres que damos a Dios los
tomamos de sus efectos, y, por tanto, para demostrar la existencia
de Dios por sus efectos, podemos tomar como medio el significado
de la palabra “Dios”.
3. Que aunque por los efectos desproporcionados a una causa no
pueda tenerse un conocimiento perfecto de ella, sin embargo, por
un efecto cualquiera puede demostrarse, sin lugar a dudas, la
existencia de su causa, y de este modo es posible demostrar la
existencia de Dios por sus efectos, aunque éstos no puedan
dárnoslo a conocer tal como es en su esencia.
Artículo 3. Si Dios existe
A. Discusión
Argumentos en contra. Parece que Dios no existe.
1. Si de dos contrarios suponemos que uno sea infinito, éste anula
totalmente su opuesto. Ahora bien, el nombre o término “Dios”
significa precisamente, un bien infinito. Si, pues, hubiese Dios, no
habría mal alguno. Pero hallamos que en el mundo hay mal. Luego
Dios no existe.
2. Lo que pueden realizar pocos principios, no lo hacen muchos.
Pues en el supuesto de que Dios no exista, pueden otros principios
realizar cuanto vemos en el mundo, pues las cosas naturales se
97
reducen a su principio, que es la naturaleza, y las libres, al suyo,
que es el entendimiento y la voluntad humana. Por consiguiente, no
hay necesidad de recurrir a que haya Dios.
Argumento a favor: en el libro del Éxodo dice Dios de sí mismo: “yo
soy el que soy”.
B. Respuesta
La existencia de Dios se puede demostrar por cinco vías.
La primera y más clara se funda en el movimiento. Es innegable, y
consta por el testimonio de los sentidos, que en el mundo hay cosas
que se mueven. Pues bien, todo lo que se mueve es movido por
otro, ya que nada se mueve más que en cuanto está en potencia
respecto a aquello para lo que se mueve. En cambio, mover
requiere estar en acto, ya que mover no es otra cosa que hacer
pasar algo de la potencia al acto, y esto no puede hacerlo más que
lo que está en acto, a la manera como lo caliente en acto, v. gr., el
fuego hace que un leño, que está caliente en potencia, pase a estar
caliente en acto, y así lo mueve y lo cambia. Ahora bien, no es
posible que una misma cosa esté, a la vez, en acto y en potencia
respecto a lo mismo, sino respecto a cosas diversas: lo que, v. gr.,
es caliente en acto, no puede ser caliente en potencia, sino que en
potencia es, a la vez, frío. Es, pues, imposible que una cosa sea por
lo mismo y de la misma manera motor y móvil, como también lo es
que se mueva a sí misma. Por consiguiente, todo lo que se mueve
es movido por otro. Pero, si lo que mueve a otro es, a su vez,
movido, es necesario que lo mueva un tercero, y a éste otro. Mas
no se puede seguir al infinito, porque así no habría un primer motor
y, por consiguiente, no habría motor alguno, pues los motores
98
intermedios no mueven más que en virtud del movimiento que
reciben del primero, lo mismo que un bastón nada mueve si no lo
impulsa la mano. Por consiguiente, es necesario llegar a un primer
motor que no sea movido por nadie, y éste es el que todos
entienden por Dios.
La segunda vía se basa en la causalidad eficiente. Hallamos que en
este mundo de lo sensible hay un orden determinado entre las
causas eficientes; pero no hallamos, ni es posible, que cosa alguna
sea su propia causa, pues en tal caso habría de ser anterior a sí
misma, y esto es imposible. Ahora bien, tampoco se puede
prolongar al infinito la serie de las causas eficientes, porque siempre
que hay causas eficientes subordinadas, la primera es causa de la
intermedia, sea una o muchas; y ésta, causa de la última; y puesto
que, suprimida una causa, se suprime su efecto, si no existiese una
que sea la primera, tampoco existiría la intermedia ni la última. Si,
pues, se prolongase al infinito la serie de causas eficientes, no
habría causa eficiente primera, y, por tanto, ni efecto último ni
causas eficientes intermedias, cosa falsa a todas luces. Por
consiguiente, es necesario que exista una causa eficiente primera, a
la que todos llaman Dios.
La tercera vía considera el ser posible o contingente y el necesario,
y puede formularse así. Hallamos en la naturaleza cosas que
puedan existir o no existir, pues vemos seres que se producen y
seres que se destruyen, y, por tanto, hay posibilidad de que existan
y de que no existan. Ahora bien, es imposible que los seres de tal
condición hayan existido siempre, ya que lo que tiene posibilidad de
no ser hubo un tiempo en que no fue. Si, pues, todas las cosas
tienen la posibilidad de no ser, hubo un tiempo en que ninguna
99
existía. Pero, si esto es verdad, tampoco debiera existir ahora cosa
alguna, porque lo que no existe no empieza a existir más que en
virtud de lo que ya existe, y, por tanto, si nada existía, fue imposible
que empezase a existir cosa alguna, y, en consecuencia, ahora no
habría nada, cosa evidentemente falsa. Por consiguiente, no todos
los seres son posibles o contingentes, sino que entre ellos,
forzosamente, ha de haber alguno que sea necesario. Pero el ser
necesario o tiene la razón de su necesidad en sí mismo o no la
tiene. Si su necesidad depende de otro, como no es posible, según
hemos visto al tratar de las causas eficientes, aceptar una serie
infinita de cosas necesarias, es forzoso que exista algo que sea
necesario por sí mismo y que no tenga fuera de sí la causa de su
necesidad, sino que sea causa de la necesidad de los demás, a lo
cual todos llaman Dios.
La cuarta vía considera los grados de perfección que hay en los
seres. Vemos en los seres que unos son más o menos buenos,
verdaderos y nobles que otros, y lo mismo sucede con las diversas
cualidades. Pero el más y el menos se atribuye a las cosas según
su diversa proximidad a lo máximo, y por esto se dice que es más
caliente lo que se aproxima más a lo máximamente caliente. Por
tanto, ha de existir algo que sea verísimo, nobilísimo y óptimo, y por
ello ente o ser supremo; pues, como dice el Filósofo, lo que es
verdad máxima es máxima entidad. Ahora bien, lo máximo en
cualquier género es causa de todo lo que en aquel género existe, y
así el fuego, que tiene el máximo calor, es causa del calor de todo
lo caliente, según dice Aristóteles. Existe, por consiguiente, algo
que es para todas las cosas causa de su ser, de su bondad y de
todas sus perfecciones, y a esto llamamos Dios.
100
La quinta vía se toma del gobierno de las cosas. Vemos, en efecto,
que cosas que carecen de conocimiento, como los cuerpos
naturales, obran por un fin, como se comprueba observando que
siempre, o casi siempre, obran de la misma manera para conseguir
lo que más les conviene; por donde se comprende que no van a su
fin obrando al acaso, sino intencionadamente. Ahora bien, lo que
carece de conocimiento no tiende a un fin si no lo dirige alguien que
entienda y conozca, a la manera como el arquero dirige la flecha.
Luego existe un ser inteligente que dirige todas las cosas naturales
a su fin, y a éste llamamos Dios.
C. A los argumentos en contra se responde:
1. Dice San Agustín que, “siendo Dios el bien supremo, de ningún
modo permitiría que hubiese en sus obras mal alguno si no fuese
tan omnipotente y bueno que del mal sacase bien”. Luego
pertenece a la infinita bondad de Dios permitir los males para de
ellos obtener los bienes.
2. Como la naturaleza obra para conseguir un fin en virtud de la
dirección de algún agente superior, en lo mismo que hace la
naturaleza interviene Dios como causa primera. Asimismo, lo que
se hace deliberadamente, es preciso reducirlo a una causa superior
al entendimiento y voluntad humanos, porque éstos son mudables y
contingentes, y lo mudable y contingente tiene su razón de ser en lo
que de suyo es inmóvil y necesario, según hemos dicho.
101
5
DESCARTES
Meditación tercera
De Dios; que existe
Cerraré ahora los ojos, me taparé los oídos, suspenderé mis
sentidos; hasta borraré de mi pensamiento toda imagen de las
cosas corpóreas, o, al menos, como eso es casi imposible, las
reputaré vanas y falsas; de este modo, en coloquio sólo conmigo y
examinando mis adentros, procuraré ir conociéndome mejor y
hacerme más familiar a mí propio. Soy una cosa que piensa, es
decir, que duda, afirma, niega, conoce unas pocas cosas, ignora
otras muchas, ama, odia, quiere, no quiere, y que también imagina
y siente, pues, como he observado más arriba, aunque lo que siento
e imagino acaso no sea nada fuera de mí y en sí mismo, con todo
estoy seguro de que esos modos de pensar residen y se hallan en
mí, sin duda. Y con lo poco que acabo de decir, creo haber
enumerado todo lo que sé de cierto, o, al menos, todo lo que he
advertido saber hasta aquí. Consideraré ahora con mayor
circunspección si no podré hallar en mí otros conocimientos de los
que aún no me haya apercibido. Sé con certeza que soy una cosa
que piensa; pero )no sé también lo que se requiere para estar cierto
de algo? En ese mi primer conocimiento, no hay nada más que una
percepción clara y distinta de lo que conozco, la cual no bastaría a
asegurarme de su verdad si fuese posible que una cosa concebida
tan clara y distintamente resultase falsa. Y por ello me parece poder
establecer desde ahora, como regla general, que son verdaderas
102
todas las cosas que concebimos muy clara y distintamente. Sin
embargo, he admitido antes de ahora, como cosas muy ciertas y
manifiestas, muchas que más tarde he reconocido ser dudosas e
inciertas. )Cuáles eran? La tierra, el cielo, los astros y todas las
demás cosas que percibía por medio de los sentidos. Ahora bien:
)qué es lo que concebía en ellas como claro y distinto? Nada más,
en verdad, sino que las ideas o pensamientos de esas cosas se
presentaban a mi espíritu. Y aun ahora no niego que esas ideas
estén en mí. Pero había, además, otra cosa que yo afirmaba, y que
pensaba percibir muy claramente por la costumbre que tenía de
creerla, aunque verdaderamente no la percibiera, a saber: que
había fuera de mí ciertas cosas de las que procedían esas ideas, y
a las que éstas se asemejaban por completo. Y en eso me
engañaba; o al menos si es que mi juicio era verdadero, no lo era
en virtud de un conocimiento que yo tuviera. Pero cuando
consideraba algo muy sencillo y fácil, tocante a la aritmética y la
geometría, como, por ejemplo, que dos más tres son cinco o cosas
semejantes, )no las concebía con claridad suficiente para asegurar
que eran verdaderas? Y si más tarde he pensado que cosas tales
podían ponerse en duda, no ha sido por otra razón sino por
ocurrírseme que acaso Dios hubiera podido darme una naturaleza
tal, que yo me engañase hasta en las cosas que me parecen más
manifiestas. Pues bien, siempre que se presenta a mi pensamiento
esa opinión, anteriormente concebida, acerca de la suprema
potencia de Dios, me veo forzado a reconocer que le es muy fácil, si
quiere, obrar de manera que yo me engañe aun en las cosas que
creo conocer con grandísima evidencia; y, por el contrario, siempre
que reparo en las cosas que creo concebir muy claramente, me
persuaden hasta el punto de que prorrumpo en palabras como
103
éstas: engáñeme quien pueda, que lo que nunca podrá será hacer
que yo no sea nada, mientras yo esté pensando que soy algo, ni
que alguna vez sea cierto que yo no haya sido nunca, siendo
verdad que ahora soy, ni que dos más tres sean algo distinto de
cinco, ni otras cosas semejantes, que veo claramente no poder ser
de otro modo, que como las concibo. Ciertamente, supuesto que no
tengo razón alguna para creer que haya algún Dios engañador, y
que no he considerado aún ninguna de las que prueban que hay un
Dios, los motivos de duda que sólo dependen de dicha opinión son
muy ligeros y, por así decirlo, metafísicos. Mas a fin de poder
suprimirlos del todo, debo examinar si hay Dios, en cuanto se me
presente la ocasión, y, si resulta haberlo, debo también examinar si
puede ser engañador; pues, sin conocer esas dos verdades, no veo
cómo voy a poder alcanzar certeza de cosa alguna. Y para tener
ocasión de averiguar todo eso sin alterar el orden de meditación
que me he propuesto, que es pasar por grados de las nociones que
encuentre primero en mi espíritu a las que pueda hallar después,
tengo que dividir aquí todos mis pensamientos en ciertos géneros, y
considerar en cuáles de estos géneros hay, propiamente, verdad o
error. De entre mis pensamientos, unos son como imágenes de
cosas, y a éstos solos conviene con propiedad el nombre de idea:
como cuando me represento un hombre, una quimera, el cielo, un
ángel o el mismo Dios. Otros, además, tienen otras formas: como
cuando quiero, temo, afirmo o niego; pues, si bien concibo entonces
alguna cosa de la que trata la acción de mi espíritu, añado
asimismo algo, mediante esa acción, a la idea que tengo de aquella
cosa; y de este género de pensamientos, unos son llamados
voluntades o afecciones, y otros, juicios. Pues bien, por lo que toca
a las ideas, si se las considera sólo en sí mismas, sin relación a
104
ninguna otra cosa, no pueden ser llamadas con propiedad falsas;
pues imagine yo una cabra o una quimera, tan verdad es que
imagino la una como la otra. No es tampoco de temer que pueda
hallarse falsedad en las afecciones o voluntades; pues aunque yo
pueda desear cosas malas, o que nunca hayan existido, no es
menos cierto por ello que yo las deseo. Por tanto, sólo en los juicios
debo tener mucho cuidado de no errar. Ahora bien, el principal y
más frecuente error que puede encontrarse en ellos consiste en
juzgar que las ideas que están en mí son semejantes o conformes a
cosas que están fuera de mí, pues si considerase las ideas sólo
como ciertos modos de mi pensamiento, sin pretender referirlas a
alguna cosa exterior, apenas podrían darme ocasión de errar. Pues
bien, de esas ideas, unas me parecen nacidas conmigo, otras
extrañas y venidas de fuera, y otras hechas e inventadas por mí
mismo. Pues tener la facultad de concebir lo que es en general una
cosa, o una verdad, o un pensamiento, me parece proceder
únicamente de mi propia naturaleza; pero si oigo ahora un ruido, si
veo el sol, si siento calor, he juzgado hasta el presente que esos
sentimientos procedían de ciertas cosas existentes fuera de mí; y,
por último, me parece que las sirenas, los hipogrifos y otras
quimeras de ese género, son ficciones e invenciones de mi espíritu.
Pero también podría persuadirme de que todas las ideas son del
género de las que llamo extrañas y venidas de fuera, o de que han
nacido todas conmigo, o de que todas han sido hechas por mí, pues
aún no he descubierto su verdadero origen. Y lo que principalmente
debo hacer, en este lugar, es considerar, respecto de aquellas que
me parecen proceder de ciertos objetos que están fuera de mí, qué
razones me fuerzan a creerlas semejantes a esos objetos. La
primera de esas razones es que parece enseñármelo la naturaleza;
105
y la segunda, que experimento en mí mismo que tales ideas no
dependen de mi voluntad, pues a menudo se me presentan a pesar
mío, como ahora, quiéralo o no, siento calor, y por esta causa estoy
persuadido de que este sentimiento o idea del calor es producido en
mí por algo diferente de mí, a saber, por el calor del fuego junto al
cual me hallo sentado. Y nada veo que me parezca más razonable
que juzgar que esa cosa extraña me envía e imprime en mí su
semejanza, más bien que otra cosa cualquiera. Ahora tengo que ver
si esas razones son lo bastante fuertes y convincentes. Cuando
digo que me parece que la naturaleza me lo enseña, por la palabra
Anaturaleza@ entiendo sólo cierta inclinación que me lleva a
creerlo, y no una luz natural que me haga conocer que es
verdadero. Ahora bien, se trata de dos cosas muy distintas entre sí;
pues no podría poner en duda nada de lo que la luz natural me hace
ver como verdadero: por ejemplo, cuando antes me enseñaba que
del hecho de dudar yo podía concluir mi existencia. Porque,
además, no tengo ninguna otra facultad o potencia para distinguir lo
verdadero de lo falso, que pueda enseñarme que no es verdadero
lo que la luz natural me muestra como tal, y en la que pueda fiar
como fío en la luz natural. Mas por lo que toca a esas inclinaciones
que también me parecen naturales, he notado a menudo que,
cuando se trataba de elegir entre virtudes y vicios, me han
conducido al mal tanto como al bien: por ello, no hay razón tampoco
para seguirlas cuando se trata de la verdad y la falsedad. En cuanto
a la otra razón Cla de que esas ideas deben proceder de fuera,
pues no dependen de mi voluntadC, tampoco la encuentro
convincente. Puesto que, al igual que esas inclinaciones de las que
acabo de hablar se hallan en mí, pese a que no siempre
concuerden con mi voluntad, podría también ocurrir que haya en mí,
106
sin yo conocerla, alguna facultad o potencia, apta para producir
esas ideas sin ayuda de cosa exterior; y, en efecto, me ha parecido
siempre hasta ahora que tales ideas se forman en mí, cuando
duermo, sin el auxilio de los objetos que representan. Y en fin, aun
estando yo conforme con que son causadas por esos objetos, de
ahí no se sigue necesariamente que deban asemejarse a ellos. Por
el contrario, he notado a menudo, en muchos casos, que había gran
diferencia entre el objeto y su idea. Así, por ejemplo, en mi espíritu
encuentro dos ideas del sol muy diversas; una toma su origen de
los sentidos, y debe situarse en el género de las que he dicho
vienen de fuera; según ella, el sol me parece pequeño en extremo;
la otra proviene de las razones de la astronomía, es decir, de ciertas
nociones nacidas conmigo, o bien ha sido elaborada por mí de
algún modo: según ella, el sol me parece varias veces mayor que la
tierra. Sin duda, esas dos ideas que yo formo del sol no pueden ser,
las dos, semejantes al mismo sol; y la razón me impele a creer que
la que procede inmediatamente de su apariencia es, precisamente,
la que le es más disímil. Todo ello bien me demuestra que, hasta el
momento, no ha sido un juicio cierto y bien pensado, sino sólo un
ciego y temerario impulso, lo que me ha hecho creer que existían
cosas fuera de mí, diferentes de mí, y que, por medio de los
órganos de mis sentidos, o por algún otro, me enviaban sus ideas o
imágenes, e imprimían en mí sus semejanzas. Mas se me ofrece
aún otra vía para averiguar si, entre las cosas cuyas ideas tengo en
mí, hay algunas que existen fuera de mí. Es a saber: si tales ideas
se toman sólo en cuanto que son ciertas maneras de pensar no
reconozco entre ellas diferencias o desigualdad alguna, y todas
parecen proceder de mí de un mismo modo; pero, al considerarlas
como imágenes que representan unas una cosa y otras otra,
107
entonces es evidente que son muy distintas unas de otras. En
efecto, las que me representan substancias son sin duda algo más,
y contienen (por así decirlo) más realidad objetiva, es decir,
participan, por representación, de más grados de ser o perfección
que aquellas que me representan sólo modos o accidentes. Y más
aún: la idea por la que concibo un Dios supremo, eterno, infinito,
inmutable, omnisciente, omnipotente y creador universal de todas
las cosas que están fuera de él, esa idea CdigoC ciertamente tiene
en sí más realidad objetiva que las que me representan substancias
finitas. Ahora bien, es cosa manifiesta, en virtud de la luz natural,
que debe haber por lo menos tanta realidad en la causa eficiente y
total como en su efecto: pues )de dónde puede sacar el efecto su
realidad, si no es de la causa? )Y cómo podría esa causa
comunicársela, si no la tuviera ella misma? Y de ahí se sigue, no
sólo que la nada no podría producir cosa alguna, sino que lo más
perfecto, es decir, lo que contiene más realidad, no puede provenir
de lo menos perfecto. Y esta verdad no es sólo clara y evidente en
aquellos efectos dotados de esa realidad que los filósofos llaman
actual o formal, sino también en las ideas, donde sólo se considera
la realidad que llaman objetiva. Por ejemplo, la piedra que aún no
existe no puede empezar a existir ahora si no es producida por algo
que tenga en sí formalmente o eminentemente todo lo que entra en
la composición de la piedra (es decir, que contenga en sí las
mismas cosas, u otras más excelentes, que las que están en la
piedra); y el calor no puede ser producido en un sujeto privado de
él, si no es por una cosa que sea de un orden, grado o género al
menos tan perfecto como lo es el calor; y así las demás cosas. Pero
además de eso, la idea del calor o de la piedra no puede estar en
mí si no ha sido puesta por alguna causa que contenga en sí al
108
menos tanta realidad como la que concibo en el calor o en la piedra.
Pues aunque esa causa no transmita a mi idea nada de su realidad
actual o formal, no hay que juzgar por ello que esa causa tenga que
ser menos real, sino que debe saberse que, siendo toda idea obra
del espíritu, su naturaleza es tal que no exige de suyo ninguna otra
realidad formal que la que recibe del pensamiento, del cual es un
modo. Pues bien, para que una idea contenga tal realidad objetiva
más bien que tal otra, debe haberla recibido, sin duda, de alguna
causa, en la cual haya tanta realidad formal, por lo menos, cuanta
realidad objetiva contiene la idea. Pues si suponemos que en la
idea hay algo que no se encuentra en su causa, tendrá que haberlo
recibido de la nada; mas, por imperfecto que sea el modo de ser
según el cual una cosa está objetivamente o por representación en
el entendimiento, mediante su idea, no puede con todo decirse que
ese modo de ser no sea nada, ni, por consiguiente, que esa idea
tome su origen de la nada. Tampoco debo suponer que, siendo sólo
objetiva la realidad considerada en esas ideas, no sea necesario
que la misma realidad esté formalmente en las causas de ellas, ni
creer que basta con que esté objetivamente en dichas causas;
pues, así como el modo objetivo de ser compete a las ideas por su
propia naturaleza, así también el modo formal de ser compete a las
causas de esas ideas (o por lo menos a las primeras y principales)
por su propia naturaleza. Y aunque pueda ocurrir que de una idea
nazca otra idea, ese proceso no puede ser infinito, sino que hay que
llegar finalmente a una idea primera, cuya causa sea como un
arquetipo, en el que esté formal y efectivamente contenida toda la
realidad o perfección que en la idea está sólo de modo objetivo o
por representación. De manera que la luz natural me hace saber
con certeza que las ideas son en mí como cuadros o imágenes, que
109
pueden con facilidad ser copias defectuosas de las cosas, pero que
en ningún caso pueden contener nada mayor o más perfecto que
éstas. Y cuanto más larga y atentamente examino todo lo anterior,
tanto más clara y distintamente conozco que es verdad. Mas, a la
postre, )qué conclusión obtendré de todo ello? Ésta, a saber: que, si
la realidad objetiva de alguna de mis ideas es tal que yo pueda
saber con claridad que esa realidad no está en mí formal ni
eminentemente (y, por consiguiente, que yo no puedo ser causa de
tal idea), se sigue entonces necesariamente de ello que no estoy
solo en el mundo, y que existe otra cosa, que es causa de esa idea;
si, por el contrario, no hallo en mí una idea así, entonces careceré
de argumentos que puedan darme certeza de la existencia de algo
que no sea yo, pues los he examinado todos con suma diligencia, y
hasta ahora no he podido encontrar ningún otro. Ahora bien: entre
mis ideas, además de la que me representa a mí mismo (y que no
ofrece aquí dificultad alguna), hay otra que me representa a Dios, y
otras a cosas corpóreas e inanimadas, ángeles, animales y otros
hombres semejantes a mí mismo. Mas, por lo que atañe a las ideas
que me representan otros hombres, o animales, o ángeles,
fácilmente concibo que puedan haberse formado por la mezcla y
composición de las ideas que tengo de las cosas corpóreas y de
Dios, aun cuando fuera de mí no hubiese en el mundo ni hombres,
ni animales, ni ángeles. Y, tocante a las ideas de las cosas
corpóreas, nada me parece haber en ellas tan excelente que no
pueda proceder de mí mismo; pues si las considero más a fondo y
las examino como ayer hice con la idea de la cera, advierto en ellas
muy pocas cosas que yo conciba clara y distintamente; a saber: la
magnitud, o sea, la extensión en longitud, anchura y profundidad; la
figura, formada por los límites de esa extensión; la situación que
110
mantienen entre sí los cuerpos diversamente delimitados; el
movimiento, o sea, el cambio de tal situación; pueden añadirse la
substancia, la duración y el número. En cuanto las demás cosas,
como la luz, los colores, los sonidos, los olores, los sabores, el
calor, el frío y otras cualidades perceptibles por el tacto, todas ellas
están en mi pensamiento con tal oscuridad y confusión, que hasta
ignoro si son verdaderas o falsas y meramente aparentes, es decir,
ignoro si las ideas que concibo de dichas cualidades son, en efecto,
ideas de cosas reales o bien representan tan sólo seres quiméricos,
que no pueden existir. Pues aunque más arriba haya yo notado que
sólo en los juicios puede encontrarse falsedad propiamente dicha,
en sentido formal, con todo, puede hallarse en las ideas cierta
falsedad material, a saber: cuando representan lo que no es nada
como si fuera algo. Por ejemplo, las ideas que tengo del frío y el
calor son tan poco claras y distintas, que mediante ellas no puedo
discernir si el frío es sólo una privación de calor, o el calor una
privación de frío, o bien si ambas son o no cualidades reales; y por
cuanto, siendo las ideas como imágenes, no puede haber ninguna
que no parezca representarnos algo, si es cierto que el frío es sólo
privación de calor, la idea que me lo represente como algo real y
positivo podrá, no sin razón, llamarse falsa, y lo mismo sucederá
con ideas semejantes. Y por cierto, no es necesario que atribuya a
esas ideas otro autor que yo mismo; pues si son falsas Ces decir, si
representan cosas que no existenC la luz natural me hace saber
que provienen de la nada, es decir, que si están en mí es porque a
mi naturaleza Cno siendo perfectaC le falta algo; y si son
verdaderas, como de todas maneras tales ideas me ofrecen tan
poca realidad que ni llego a discernir con claridad la cosa
representada del no ser, no veo por qué no podría haberlas
111
producido yo mismo. En cuanto a las ideas claras y distintas que
tengo de las cosas corpóreas, hay algunas que me parece he
podido obtener de la idea que tengo de mí mismo; así, las de
substancia, duración, número y otras semejantes. Pues cuando
pienso que la piedra es una substancia, o sea, una cosa capaz de
existir por sí, dado que yo soy una substancia, y aunque sé muy
bien que soy una cosa pensante y no extensa (habiendo así entre
ambos conceptos muy gran diferencia), las dos ideas parecen
concordar en que representan substancias. Asimismo, cuando
pienso que existo ahora, y me acuerdo además de haber existido
antes, y concibo varios pensamientos cuyo número conozco,
entonces adquiero las ideas de duración y número, las cuales
puedo luego transferir a cualesquiera otras cosas. Por lo que se
refiere a las otras cualidades de que se componen las ideas de las
cosas corpóreas Ca saber: la extensión, la figura, la situación y el
movimientoC, cierto es que no están formalmente en mí, pues no
soy más que una cosa que piensa; pero como son sólo ciertos
modos de la substancia (a manera de vestidos con que se nos
aparece la substancia), parece que pueden estar contenidas en mí
eminentemente.
Así pues, sólo queda la idea de Dios, en la que debe considerarse
si hay algo que no pueda proceder de mí mismo. Por ADios@
entiendo una substancia infinita, eterna, inmutable, independiente,
omnisciente, omnipotente, que me ha creado a mí mismo y a todas
las demás cosas que existen (si es que existe alguna). Pues bien,
eso que entiendo por Dios es tan grande y eminente, que cuanto
más atentamente lo considero menos convencido estoy de que una
idea así pueda proceder sólo de mí. Y, por consiguiente, hay que
112
concluir necesariamente, según lo antedicho, que Dios existe. Pues,
aunque yo tenga la idea de substancia en virtud de ser yo una
substancia, no podría tener la idea de una substancia infinita,
siendo yo finito, si no la hubiera puesto en mí una substancia que
verdaderamente fuese infinita. Y no debo juzgar que yo no concibo
el infinito por medio de una verdadera idea, sino por medio de una
mera negación de lo finito (así como concibo el reposo y la
oscuridad por medio de la negación del movimiento y la luz): pues,
al contrario, veo manifiestamente que hay más realidad en la
substancia infinita que en la finita y, por ende, que, en cierto modo,
tengo antes en mí la noción de lo infinito que la de lo finito: antes la
de Dios que la de mí mismo. Pues )cómo podría yo saber que dudo
y que deseo, es decir, que algo me falta y que no soy perfecto, si no
hubiese en mí la idea de un ser más perfecto, por comparación con
el cual advierto la imperfección de mi naturaleza? Y no puede
decirse que acaso esta idea de Dios es materialmente falsa y
puede, por tanto, proceder de la nada (es decir, que acaso esté en
mí por faltarme a mí algo, según dije antes de las ideas de calor y
frío, y de otras semejantes); al contrario, siendo esta idea muy clara
y distinta y conteniendo más realidad objetiva que ninguna otra, no
hay idea alguna que sea por sí misma más verdadera, ni menos
sospechosa de error y falsedad. Digo que la idea de ese ser
sumamente perfecto e infinito es absolutamente verdadera; pues,
aunque acaso pudiera fingirse que un ser así no existe, con todo, no
puede fingirse que su idea no me representa nada real, como dije
antes de la idea de frío. Esa idea es también muy clara y distinta,
pues que contiene en sí todo lo que mi espíritu concibe clara y
distintamente como real y verdadero, y todo lo que comporta alguna
perfección. Y eso no deja de ser cierto, aunque yo no comprenda lo
113
infinito, o aunque haya en Dios innumerables cosas que no pueda
yo entender, y ni siquiera alcanzar con mi pensamiento: pues es
propio de la naturaleza de lo infinito que yo, siendo finito, no pueda
comprenderlo. Y basta con que entienda esto bien, y juzgue que
todas las cosas que concibo claramente, y en las que sé que hay
alguna perfección, así como acaso también infinidad de otras que
ignoro, están en Dios formalmente o eminentemente, para que la
idea que tengo de Dios sea la más verdadera, clara y distinta de
todas. Mas podría suceder que yo fuese algo más de lo que pienso,
y que todas las perfecciones que atribuyo a la naturaleza de Dios
estén en mí, de algún modo, en potencia, si bien todavía no
manifestadas en el acto. Y en efecto, estoy experimentando que mi
conocimiento aumenta y se perfecciona poco a poco, y nada veo
que pueda impedir que aumente más y más hasta el infinito, y, así
acrecentado y perfeccionado, tampoco veo nada que me impida
adquirir por su medio todas las demás perfecciones de la naturaleza
divina; y, en fin, parece asimismo que, si tengo el poder de adquirir
esas perfecciones, tendría también el de producir sus ideas. Sin
embargo, pensándolo mejor, reconozco que eso no puede ser. En
primer lugar, porque, aunque fuera cierto que mi conocimiento
aumentase por grados sin cesar y que hubiese en mi naturaleza
muchas cosas en potencia que aún no estuviesen en acto, nada de
eso, sin embargo, atañe ni aun se aproxima a la idea que tengo de
la divinidad, en cuya idea nada hay en potencia, sino que todo está
en acto. Y hasta ese mismo aumento sucesivo y por grados argüiría
sin duda imperfección en mi conocimiento. Más aún: aunque mi
conocimiento aumentase más y más, con todo no dejo de conocer
que nunca podría ser infinito en acto, pues jamás llegará a tan alto
grado que no sea capaz de incremento alguno. En cambio, a Dios lo
114
concibo infinito en acto, y en tal grado que nada puede añadirse a
su perfección. Y, por último, me doy cuenta de que el ser objetivo
de una idea no puede ser producido por un ser que existe sólo en
potencia Cel cual, hablando con propiedad, no es nadaC, sino sólo
por un ser en acto, o sea, formal. Ciertamente, nada veo en todo
cuanto acabo de decir que no sea facilísimo de conocer, en virtud
de la luz natural, a todos los que quieran pensar en ello con
cuidado. Pero cuando mi atención se afloja, oscurecido mi espíritu y
como cegado por las imágenes de las cosas sensibles, olvida
fácilmente la razón por la cual la idea que tengo de un ser más
perfecto que yo debe haber sido puesta necesariamente en mí por
un ser que, efectivamente, sea más perfecto. Por ello pasaré
adelante, y consideraré si yo mismo, que tengo esa idea de Dios,
podría existir, en el caso de que no hubiera Dios. Y pregunto: )de
quién habría recibido mi existencia? Pudiera ser que de mí mismo,
o bien de mis padres, o bien de otras causas que, en todo caso,
serían menos perfectas que Dios, pues nada puede imaginarse más
perfecto que Él, y ni siquiera igual a Él. Ahora bien: si yo fuese
independiente de cualquier otro, si yo mismo fuese el autor de mi
ser, entonces no dudaría de nada, nada desearía, y ninguna
perfección me faltaría, pues me habría dado a mí mismo todas
aquellas de las que tengo alguna idea: y así, yo sería Dios. Y no
tengo por qué juzgar que las cosas que me faltan son acaso más
difíciles de adquirir que las que ya poseo; al contrario, es, sin duda,
mucho más difícil que yo Cesto es, una cosa o substancia
pensanteC haya salido de la nada, de lo que sería la adquisición,
por mi parte, de muchos conocimientos que ignoro, y que al cabo no
son sino accidentes de esa substancia. Y si me hubiera dado a mí
mismo lo más difícil, es decir, mi existencia, no me hubiera privado
115
de lo más fácil, a saber: de muchos conocimientos de que mi
naturaleza no se halla provista; no me habría privado, en fin, de
nada de lo que está contenido en la idea que tengo de Dios, puesto
que ninguna otra cosa me parece de más difícil adquisición; y si
hubiera alguna más difícil, sin duda me lo parecería (suponiendo
que hubiera recibido de mí mismo las demás cosas que poseo),
pues sentiría que allí terminaba mi poder. Y no puedo hurtarme a la
fuerza de un tal razonamiento mediante la suposición de que he
sido siempre tal cual soy ahora, como si de ello se siguiese que no
tengo por qué buscarle autor alguno a mi existencia. Pues el tiempo
todo de mi vida puede dividirse en innumerables partes, sin que
ninguna de ellas dependa en modo alguno de las demás; y así, de
haber yo existido un poco antes no se sigue que deba existir ahora,
a no ser que en este mismo momento alguna causa me produzca y
Cpor decirlo asíC me cree de nuevo, es decir, me conserve. En
efecto, a todo el que considere atentamente la naturaleza del
tiempo, resulta clarísimo que una substancia, para conservarse en
todos los momentos de su duración, precisa de la misma fuerza y
actividad que sería necesaria para producirla y crearla en el caso de
que no existiese. De suerte que la luz natural nos hace ver con
claridad que conservación y creación difieren sólo respecto de
nuestra manera de pensar, pero no realmente. Así pues, sólo hace
falta aquí que me consulte a mí mismo, para saber si poseo algún
poder en cuya virtud yo, que existo ahora, exista también dentro de
un instante; ya que, no siendo yo más que una cosa que piensa (o,
al menos, no tratándose aquí, hasta ahora, más que de esta parte
de mí mismo), si un tal poder residiera en mí, yo debería por lo
menos pensarlo y ser consciente de él; pues bien, no es así, y de
este modo sé con evidencia que dependo de algún ser diferente de
116
mí. Quizá pudiera ocurrir que ese ser del que dependo no sea Dios,
y que yo haya sido producido, o bien por mis padres, o bien por
alguna otra causa menos perfecta que Dios. Pero ello no puede ser,
pues, como ya he dicho antes, es del todo evidente que en la causa
debe haber por lo menos tanta realidad como en el efecto. Y
entonces, puesto que soy una cosa que piensa, y que tengo en mí
una idea de Dios, sea cualquiera la causa que se le atribuya a mi
naturaleza, deberá ser en cualquier caso, asimismo, una cosa que
piensa, y poseer en sí la idea de todas las perfecciones que
atribuyo a la naturaleza divina. Ulteriormente puede indagarse si
esa causa toma su origen y existencia de sí misma o de alguna otra
cosa. Si la toma de sí misma, se sigue, por las razones antedichas,
que ella misma ha de ser Dios, pues teniendo el poder de existir por
sí, debe tener también, sin duda, el poder de poseer actualmente
todas las perfecciones cuyas ideas concibe, es decir, todas las que
yo concibo como dadas en Dios. Y si toma su existencia de alguna
otra causa distinta de ella, nos preguntaremos de nuevo, y por igual
razón, si esta segunda causa existe por sí o por otra cosa, hasta
que de grado en grado lleguemos por último a una causa que
resultará ser Dios. Y es muy claro que aquí no puede procederse al
infinito, pues no se trata tanto de la causa que en otro tiempo me
produjo, como de la que al presente me conserva. Tampoco puede
fingirse aquí que acaso varias causas parciales hayan concurrido
juntas a mi producción, y que de una de ellas haya recibido yo la
idea de una de las perfecciones que atribuyo a Dios, y de otra la
idea de otra, de manera que todas esas perfecciones se hallan, sin
duda, en algún lugar del universo, pero no juntas y reunidas en una
sola {causa} que sea Dios. Pues, muy al contrario, la unidad,
simplicidad o inseparabilidad de todas las cosas que están en Dios,
117
es una de las principales perfecciones que en Él concibo; y, sin
duda, la idea de tal unidad y reunión de todas las perfecciones en
Dios no ha podido ser puesta en mí por causa alguna, de la cual no
haya yo recibido también las ideas de todas las demás
perfecciones. Pues ella no puede habérmelas hecho comprender
como juntas e inseparables, si no hubiera procedido de suerte que
yo supiese cuáles eran, y en cierto modo las conociese. Por lo que
atañe, en fin, a mis padres, de quienes parece que tomo mi origen,
aunque sea cierto todo lo que haya podido creer acerca de ellos,
eso no quiere decir que sean ellos los que me conserven, ni que me
hayan hecho y producido en cuanto que soy una cosa que piensa,
puesto que sólo han afectado de algún modo a la materia, dentro de
la cual pienso estar encerrado yo, es decir, mi espíritu, al que
identifico ahora conmigo mismo. Por tanto, no puede haber
dificultades en este punto, sino que debe concluirse
necesariamente, del solo hecho de que existo y de que hay en mí la
idea de un ser sumamente perfecto (esto es, de Dios), que la
existencia de Dios está demostrada con toda evidencia. Sólo me
queda por examinar de qué modo he adquirido esa idea. Pues no la
he recibido de los sentidos, y nunca se me ha presentado
inesperadamente, como las ideas de las cosas sensibles, cuando
tales cosas se presentan, o parecen hacerlo, a los órganos externos
de mis sentidos. Tampoco es puro efecto o ficción de mi espíritu,
pues no está en mi poder aumentarla o disminuirla en cosa alguna.
Y, por consiguiente, no queda sino decir que, al igual que la idea de
mí mismo, ha nacido conmigo a partir del momento mismo en que
yo he sido creado. Y nada tiene de extraño que Dios, al crearme,
haya puesto en mí esa idea para que sea como el sello del artífice,
impreso en su obra; y tampoco es necesario que ese sello sea algo
118
distinto que la obra misma. Sino que, por sólo haberme creado, es
de creer que Dios me ha producido, en cierto modo, a su imagen y
semejanza, y que yo concibo esta semejanza (en la cual se halla
contenida la idea de Dios) mediante la misma facultad por la que
me percibo a mí mismo; es decir, que cuando reflexiono sobre mí
mismo, no sólo conozco que soy una cosa imperfecta, incompleta y
dependiente de otro, que tiende y aspira sin cesar a algo mejor y
mayor de lo que soy, sino que también conozco, al mismo tiempo,
que aquel de quien dependo posee todas esas cosas grandes a las
que aspiro, y cuyas ideas encuentro en mí; y las posee no de
manera indefinida y sólo en potencia, sino de un modo efectivo,
actual e infinito, y por eso es Dios. Y toda la fuerza del argumento
que he empleado para probar la existencia de Dios consiste en que
reconozco que sería imposible que mi naturaleza fuera tal cual es, o
sea, que yo tuviese la idea de Dios, si Dios no existiera realmente:
ese mismo Dios, digo, cuya idea está en mí, es decir, que posee
todas esas altas perfecciones, de las que nuestro espíritu puede
alcanzar alguna noción, aunque no las comprenda por entero, y que
no tiene ningún defecto ni nada que sea señal de imperfección. Por
lo que es evidente que no puede ser engañador, puesto que la luz
natural nos enseña que el engaño depende de algún defecto. Pero
antes de examinar esto con más cuidado, y de pasar a la
consideración de las demás verdades que pueden colegirse de ello,
me parece oportuno detenerme algún tiempo a contemplar este
Dios perfectísimo, apreciar debidamente sus maravillosos atributos,
considerar, admirar y adorar la incomparable belleza de esta
inmensa luz, en la medida, al menos, que me lo permita la fuerza de
mi espíritu. Pues, enseñándonos la fe que la suprema felicidad de la
vida no consiste sino en esa contemplación de la majestad divina,
119
experimentamos ya que una meditación como la presente, aunque
incomparablemente menos perfecta, nos hace gozar del mayor
contento que es posible en esta vida.
120
5
LOCKE
Ensayo sobre el entendimiento humano,
Libro II, caps. 2. 1-3
CAPÍTULO 2
De las ideas simples
§ 1. Apariencias no compuestas. Para entender mejor la naturaleza,
el modo y el alcance de nuestro conocimiento, es de observarse
cuidadosamente una circunstancia respecto a las ideas que
tenemos, y es que algunas de ellas son simples y algunas son
complejas.
Aun cuando las cualidades que afectan a nuestros sentidos están,
en las cosas mismas, tan unidas y mezcladas que no hay
separación o distancia entre ellas, con todo, es llano que las ideas
que esas cualidades producen en la mente le llegan, por vía de los
sentidos, simples y sin mezcla. Porque si bien es cierto que la vista
y el tacto toman frecuentemente del mismo objeto y al mismo
tiempo ideas diferentes, como cuando un hombre ve a un tiempo el
movimiento y el color, y cuando la mano siente la suavidad y el
calor de un mismo trozo de cera, sin embargo, las ideas simples así
unidas en un mismo objeto son tan perfectamente distintas como
las que llegan por diferentes sentidos. La frialdad y la dureza, que
un hombre siente en un pedazo de hielo, son, en la mente, ideas
tan distintas como el aroma y la blancura de un lirio, o como el
sabor del azúcar y el aroma de una rosa. Y nada hay más llano para
121
un hombre que la percepción clara y distinta que tiene de esas
ideas simples; las cuales, siendo cada una en sí misma no
compuesta, no contienen nada en sí, sino una apariencia o
concepción uniforme en la mente, que no puede ser distinguida en
ideas diferentes.
§ 2. La mente no puede ni hacerlas ni destruirlas. Estas ideas
simples, los materiales de todo nuestro conocimiento, le son
sugeridas y proporcionadas a la mente por sólo esas dos vías arriba
mencionadas, a saber: sensación y reflexión. Una vez que el
entendimiento está provisto de esas ideas simples tiene el poder de
repetirlas, compararlas y unirlas en una variedad casi infinita, de tal
manera que puede formar a su gusto nuevas ideas complejas.
Empero, el más elevado ingenio o el entendimiento más amplio,
cualquiera que sea la agilidad o variedad de su pensamiento, no
tiene el poder de inventar o idear en la mente ninguna idea simple
nueva que no proceda de las vías antes mencionadas; ni tampoco
le es dable a ninguna fuerza del entendimiento destruir las que ya
están allí; ya que el imperio que tiene el hombre en este pequeño
mundo de su propio entendimiento se asemeja mucho al que tiene
respecto al gran mundo de las cosas visibles, donde su poder,
como quiera que esté dirigido por el arte y la habilidad, no va más
allá de componer y dividir los materiales que están al alcance de su
mano; pero es impotente para hacer la más mínima partícula de
materia nueva, o para destruir un solo átomo de lo que ya está en
ser. Igual incapacidad encontrará en sí mismo todo aquel que se
ponga a modelar en su entendimiento cualquier idea simple que no
haya recibido por sus sentidos, procedente de objetos externos, o
por la reflexión que haga sobre las operaciones de su propia mente
122
acerca de ellas. Y yo quisiera que alguien tratase de imaginar un
sabor jamás probado por su paladar, o de formarse la idea de un
aroma nunca antes olido; y cuando pueda hacer esto, yo concluiré
también que un ciego tiene ideas de los colores, y que un sordo
tiene nociones distintas y verdaderas de los sonidos.
§ 3. Sólo son imaginables las cualidades que afectan a los sentidos.
Ésta es la razón por la cual, aunque no podamos creer que sea
imposible para Dios hacer una criatura con otros órganos y más
vías que le comuniquen a su entendimiento la noticia de cosas
corpóreas, además de esas cinco, según usualmente se cuentan,
con que dotó al hombre, por esa razón pienso, sin embargo, que no
es posible para nadie imaginarse otras cualidades en los cuerpos,
como quiera que estén constituidos, de las cuales se pueda tener
noticia, fuera de sonidos, gustos, olores y cualidades visibles y
tangibles. Y si la humanidad hubiese sido dotada de tan sólo cuatro
sentidos, entonces, las cualidades que son el objeto del quinto
sentido estarían tan alejadas de nuestra noticia, de nuestra
imaginación y de nuestra concepción, como pueden estarlo ahora
las que pudieran pertenecer a un sexto, séptimo u octavo sentidos,
y de los cuales no podría decirse, sin gran presunción, si algunas
otras criaturas no los tienen en alguna otra parte de este dilatado y
maravilloso universo. Quien no tenga la arrogancia de colocarse a
sí mismo en la cima de todas las cosas, sino que considere la
inmensidad de este edificio y la gran variedad que se encuentra en
esta pequeña e inconsiderable parte suya que le es familiar, quizá
se vea inclinado a pensar que en otras mansiones del universo
puede haber otros y distintos seres inteligentes, de cuyas facultades
tiene tan poco conocimiento o sospecha, como pueda tenerlo una
123
polilla encerrada en la gaveta de un armario, de los sentidos o
entendimiento de un hombre, ya que semejante variedad y
excelencia convienen a la sabiduría y poder del Hacedor. Aquí he
seguido la opinión común de tener el hombre solamente cinco
sentidos, aunque, quizá, puedan con justicia contarse más; pero
ambas suposiciones sirven por igual a mi actual propósito.
124
7
HUME
Investigación sobre el entendimiento humano
1 Sección VII, parte 2
Sobre la idea de conexión necesaria
Hemos de apresurarnos por llegar a una conclusión en esta
cuestión, que ya se ha prolongado excesivamente. En vano hemos
buscado la idea de poder o conexión necesaria en todas las fuentes
de las que podíamos suponer se deriva. Parece que en casos
aislados de la actividad (operation) de cuerpos jamás hemos
podido, ni siquiera en el más riguroso examen, encontrar más que
el que un suceso sigue a otro, sin que seamos capaces de
comprender la fuerza o poder en virtud del cual la causa opera, o
alguna conexión entre ella y su supuesto efecto. La misma dificultad
se presenta al examinar (contemplate) las operaciones de la mente
sobre el cuerpo: observamos que el movimiento de este sigue el
imperativo de la primera, pero no somos capaces de observar o
representarnos (conceive) el vínculo que une movimiento y volición,
o la energía en virtud de la cual la mente produce este efecto. La
autoridad de la voluntad sobre sus facultades e ideas no es
tampoco más inteligible. De modo que en conjunto no se presenta
en toda la naturaleza un solo caso de conexión que podamos
representarnos (conceivable). Todos los acontecimientos parecen
absolutamente sueltos y separados. Un acontecimiento sigue a otro,
pero nunca hemos podido observar un vínculo entre ellos. Parecen
125
conjuntados, pero no conectados. Y como no podemos tener idea
de algo que no haya aparecido en algún momento a los sentidos
externos o al sentimiento interno, la conclusión necesaria parece
ser la de que no tenemos ninguna idea de conexión o poder y que
estas palabras carecen totalmente de sentido cuando son
empleadas en razonamientos filosóficos o en la vida corriente.
Pero aún queda un modo de evitar esta conclusión y una fuente que
todavía no hemos examinado. Cuando se nos presenta un objeto o
suceso cualquiera, por mucha sagacidad y agudeza que tengamos,
nos es imposible descubrir, o incluso conjeturar sin la ayuda de la
experiencia, el suceso que pueda resultar de él o llevar nuestra
previsión más allá del objeto que está inmediatamente presente a
nuestra memoria y sentidos. Incluso después de un caso o
experimento en que hayamos observado que determinado
acontecimiento sigue a otro, no tenemos derecho a enunciar una
regla general o anticipar lo que ocurrirá en casos semejantes, pues
se considera acertadamente una imperdonable temeridad juzgar
todo el curso de la naturaleza a raíz de un solo caso, por muy
preciso y seguro que sea. Pero cuando determinada clase de
acontecimientos ha estado siempre, en todos los casos, unida a
otra, no tenemos ya escrúpulos en predecir el uno con la aparición
del otro y en utilizar el único razonamiento que puede darnos
seguridad sobre una cuestión de hecho o existencia. Entonces
llamamos a uno de los objetos causa y al otro efecto. Suponemos
que hay alguna conexión entre ellos, algún poder en la una por el
que indefectiblemente produce el otro y actúa con la necesidad más
fuerte, con la mayor certeza.
126
Parece entonces que esta idea de conexión necesaria entre
sucesos surge del acaecimiento de varios casos similares de
constante conjunción de dichos sucesos. Esta idea no puede ser
sugerida por uno solo de estos casos examinados desde todas las
posiciones y perspectivas posibles. Pero en una serie de casos no
hay nada distinto de cualquiera de los casos individuales que se
suponen exactamente iguales, salvo que, tras la repetición de casos
similares, la mente es conducida por hábito a tener la expectativa, al
aparecer un suceso, de su acompañante usual, y a creer que
existirá. Por tanto, esta conexión que sentimos en la mente, esta
transición de la representación (imagination) de un objeto a su
acompañante usual, es el sentimiento o impresión a partir del cual
formamos la idea de poder o de conexión necesaria. No hay más en
esta cuestión. Examínese el asunto desde cualquier perspectiva.
Nunca encontraremos otro origen para esa idea. Esta es la única
diferencia entre un caso del que jamás podremos recibir la idea de
conexión y varios casos semejantes que la sugieren. La primera vez
que un hombre vio la comunicación de movimientos por medio del
impulso, por ejemplo, como en el choque de dos bolas de billar, no
pudo declarar que un acontecimiento estaba conectado con el otro,
sino tan solo conjuntado con él. Tras haber observado varios casos
de la misma índole, los declara conexionados. ¿Qué cambio ha
ocurrido para dar lugar a esta nueva idea de conexión?
Exclusivamente que ahora siente que estos acontecimientos están
conectados en su imaginación y fácilmente puede predecir la
existencia del uno por la aparición del otro. Por tanto, cuando
decimos que un objeto está conectado con otro, solo queremos
decir que han adquirido una conexión en nuestro pensamiento y
127
originan esta inferencia por la que cada uno se convierte en prueba
del otro, conclusión algo extraordinaria, pero que parece estar
fundada con suficiente evidencia. Tampoco se debilitará esta a
causa de cualquier desconfianza general en el entendimiento o
sospecha escéptica en lo que respecta a las conclusiones que sean
nuevas y extraordinarias. Ninguna conclusión puede resultarle más
agradable al escepticismo que la que hace descubrimientos acerca
de la debilidad y estrechos límites de la razón y capacidad
humanas.
¿Y qué ejemplo más fuerte que el presente puede presentarse de la
debilidad e ignorancia sorprendentes del entendimiento? Pues si
nos importa conocer perfectamente alguna relación entre objetos,
con toda seguridad es la de causa y efecto. Solo gracias a ella
podemos alcanzar alguna seguridad sobre objetos alejados del
testimonio actual de la memoria y de los sentidos. La única utilidad
inmediata de todas las ciencias es enseñarnos cómo controlar y
regular acontecimientos futuros por medio de sus causas. En todo
momento, pues, se desarrollan nuestros pensamientos e
investigaciones en torno a esta relación. Pero tan imperfectas son
las ideas que nos formamos acerca de ella, que nos es imposible
dar una definición justa de causa, salvo la de que es aquello que es
sacado de algo extraño y ajeno. Objetos similares siempre están
conjuntados con objetos similares. De esto tenemos experiencia.
De acuerdo con esta experiencia, podemos, pues, definir una causa
como un objeto seguido de otro, cuando todos los objetos similares
al primero son seguidos por objetos similares al segundo. O en
otras palabras, el segundo objeto nunca ha existido sin que el
primer objeto no se hubiera dado. La aparición de una causa
128
siempre comunica a la mente, por una transición habitual, la idea
del efecto. De esto también tenemos experiencia. Podemos, por
tanto, de acuerdo con esta experiencia, dar otra definición de causa
y llamarla un objeto seguido por otro y cuya aparición siempre
conduce al pensamiento a aquel otro. Aunque ambas definiciones
se apoyan en circunstancias extrañas a la causa, no podemos
remediar este inconveniente o alcanzar otra definición más perfecta
que pueda indicar la dimensión (circumstance) de la causa que le
da conexión con el efecto. No tenemos idea alguna de esta
conexión, ni siquiera una noción distinta de lo que deseamos
conocer cuando nos esforzamos por representarla (conception).
Decimos, por ejemplo, que la vibración de una cuerda es causa de
determinado ruido. Pero ¿qué queremos decir con esta afirmación?
Queremos decir o que esta vibración va seguida por este ruido y
que todas vibraciones similares han sido seguidas por ruidos
similares, o que esta vibración es seguida por este ruido que, con la
aparición de la una, la mente se anticipa a los sentidos y se forma
inmediatamente la idea de la otra. Podemos considerar esta
relación de causa y efecto bajo cualquiera de estas dos
perspectivas, pero más allá de estas no podemos tener idea de
aquella.
Recapitulemos los razonamientos de esta sección: toda idea es
copia de alguna impresión o sentimiento precedente, y donde no
podemos encontrar impresión alguna, podemos estar seguros de
que no hay idea. En todos los casos aislados de actividad
(operation) de cuerpos o mentes no hay nada que produzca
impresión alguna ni que, por consiguiente, pueda sugerir idea
alguna de poder o conexión necesaria. Pero cuando aparecen
129
muchos casos uniformes y el mismo objeto es siempre seguido por
el mismo suceso, empezamos a albergar la noción de causa y
conexión. Entonces sentimos un nuevo sentimiento o impresión, a
saber, una conexión habitual en el pensamiento o en la imaginación
entre un objeto y su acompañante usual. Y este sentimiento es el
original de la idea que buscamos. Pues como esta idea surge a
partir de varios casos similares y no de un caso aislado, ha de surgir
del hecho por el que el conjunto de casos difiere de cada caso
individual. Pero esta conexión o transición habitual de la
imaginación es el único hecho (circumstance) en que difieren. En
todos los demás detalles son semejantes. El primer caso que vimos,
el de movimiento comunicado por el choque de dos bolas de billar –
para volver a este obvio ejemplo–, es exactamente similar a
cualquier caso que en la actualidad puede ocurrírsenos, salvo que
no podríamos inicialmente inferir un suceso de otro, lo cual
podemos hacer ahora tras un curso tan largo de experiencia
uniforme. No sé si el lector comprenderá con facilidad este
razonamiento. Temo que si multiplicara palabras sobre él, o lo
expusiera desde una variedad mayor de perspectivas, se haría más
oscuro e intrincado. En todo razonamiento abstracto hay un punto
de vista que si por fortuna podemos alcanzarlo nos aproximamos
más a la exposición del tema que con la elocuencia y dicción más
exuberante del mundo. Hemos de intentar alcanzar este punto de
vista y guardar las flores de la retórica para temas más adaptados a
ellas.
130
8
ROUSSEAU
El contrato social
Libro I, caps. 6-7
CAPÍTULO VI: Del pacto social
Supongo a los hombres llegados a un punto en que los obstáculos
que perjudican a su conservación en el estado de naturaleza logran
vencer, mediante su resistencia, a la fuerza que cada individuo
puede emplear para mantenerse en dicho estado. Desde este
momento, el estado primitivo no puede subsistir, y el género
humano perecería si no cambiase de manera de ser.
Ahora bien; como los hombres no pueden engendrar nuevas
fuerzas, sino unir y dirigir las que existen, no tienen otro medio de
conservarse que formar por agregación una suma de fuerzas que
pueda exceder a la resistencia, ponerlas en juego por un solo móvil
y hacerlas obrar en armonía.
Esta suma de fuerzas no puede nacer sino del concurso de
muchos; pero siendo la fuerza y la bbertad de cada hombre los
primeros instrumentos de su conservación, ¿cómo va a
comprometerlos sin perjudicarse y sin olvidar los cuidados que se
debe? Esta dificultad, referida' a nuestro problema, puede
anunciarse en estos términos:
"Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja de toda
fuerza común a la persona y a los bienes de cada asociado, y por
virtud de la cual cada uno, uniéndose a todos, no obedezca sino a
131
sí mismo y quede tan libre como antes." Tal es el problema
fundamental, al cual da solución el Contrato social.
Las cláusulas de este contrato se hallan determinadas hasta tal
punto por la naturaleza del acto, que la menor modificación las haría
vanas y de efecto nulo; de suerte que, aun cuando jamás hubiesen
podido ser formalmente enunciadas, son en todas partes las
mismas y doquiera están tácitamente admitidas y reconocidas,
hasta que, una vez violado el pacto social, cada cual vuelve a la
posesión de sus primitivos derechos y a recobrar su libertad natural,
perdiendo la convencional, por la cual renunció a aquélla.
Estas cláusulas, debidamente entendidas, se reducen todas a una
sola, a saber: la enajenación total de cada asociado con todos sus
derechos a toda la humanidad; porque, en primer lugar, dándose
cada uno por entero, la condición es la misma para todos, y siendo
la condición igual para todos, nadie tiene interés en hacerla onerosa
a los demás.
Es más: cuando la enajenación se hace sin reservas, la unión llega
a ser lo más perfecta posible y ningún asociado tiene nada que
reclamar, porque si quedasen reservas en algunos derechos, los
particulares, como no habría ningún superior común que pudiese
fallar entre ellos y el público, siendo cada cual su propio juez en
algún punto, pronto pretendería serlo en todos, y el estado de
naturaleza subsistiría y la asociación advendría necesariamente
tiránico o vana.
En fin, dándose cada cual a todos, no se da a nadie, y como no hay
un asociado, sobre quien no se adquiera el mismo derecho que se
132
le concede sobre sí, se gana el equivalente de todo lo que se pierde
y más fuerza para conservar lo que se tiene.
Por tanto, si se elimina del pacto social lo que no le es de esencia,
nos encontramos con que se reduce a los términos siguientes:
"Cada uno de nosotros pone en común su persona y todo su poder
bajo la suprema dirección de la voluntad general, y nosotros
recibimos además a cada miembro como parte indivisible del todo."
Este acto produce inmediatamente, en vez de la persona particular
de cada contratante, un cuerpo moral y colectivo, compuesto de
tantos miembros como votos tiene la asamblea, el cual recibe de
este mismo acto su unidad, su yo común, su vida y su voluntad.
Esta persona pública que así se forma, por la unión de todos los
demás, tomaba en otro tiempo el nombre de ciudad [5]
y toma ahora el de república o de cuerpo político, que es llamado
por sus miembros Estado, cuando es pasivo; soberano, cuando es
activo; poder, al compararlo a sus semejantes; respecto a los
asociados, toman colectivamente el nombre de pueblo, y se llaman
en particular ciudadanos, en cuanto son participantes de la
autoridad soberana, y súbditos, en cuanto sometidos a las leyes del
Estado. Pero estos términos se confunden frecuentemente y se
toman unos por otros; basta con saberlos distinguir cuando se
emplean en toda su precisión.
[5] El verdadero sentido de esta palabra se ha perdido casi por
completo modernamente: la mayor parte toman una aldea por una
ciudad y un burgués por un ciudadano. No saben que las casas
forman la aldea: pero que los ciudadanos constituyen la ciudad.
Este mismo error costó caro en otro tiempo a los cartagineses. No
he leído que el título de cives haya sido dado nunca al súbdito de un
133
príncipe, ni aun antiguamente a los macedonios, ni en nuestros días
a los ingleses. aunque se hallen más próximos a la libertad que los
demás. Tan sólo los franceses toman todos familiarmente este
nombre de ciudadanos. porque no tienen una verdadera idea de él.
como puede verse en sus diccionarios, sin lo cual caerían, al
usurparlo, en el delito de ¡esa majestad; este nombre, entre ellos,
expresa una virtud y no un derecho. Cuando Bodino ha querido
hablar de nuestros ciudadanos y burgueses, ha cometido un error
tomando a unos por otros. N. d'Aumbert no se ha equivocado. y ha
distinguido bien, en su, artículo Genéve. las cuatro clases de
hombres -hasta cinco. contando a los extranjeros- que se
encuentran en nuestra ciudad, y de las cuales solamente dos
componen la República. Ningún otro autor francés, que yo sepa, ha
comprendido el verdadero sentido de la palabra ciudadano.
CAPÍTULO VII: Del soberano
Se ve por esta fórmula que el acto de asociación encierra un
compromiso recíproco del público con los particulares, y que cada
individuo, contratando, por decirlo así, consigo mismo, se encuentra
comprometido bajo una doble relación, a saber: como miembro del
soberano, respecto a los particulares, y como miembro del Estado,
respecto al soberano. Mas no puede aplicarse aquí la máxima del
derecho civil de que nadie se atiene a los compromisos contraídos
consigo mismo; porque hay mucha diferencia entre obligarse con
uno mismo o con un todo de que se forma parte.
Es preciso hacer ver, además, que la deliberación pública, que
puede obligar a todos los súbditos respecto al soberano, a causa de
134
las dos diferentes relaciones bajo las cuales cada uno de ellos es
considerado, no puede por la razón contraria obligar al soberano
para con él mismo, y, por tanto, que es contrario a la naturaleza del
cuerpo político que el soberano se imponga una ley que no puede
infringir. No siéndole dable considerarse más que bajo una sola y
misma relación, se encuentra en el caso de un particular que
contrata consigo mismo; de donde se ve que no hay ni puede haber
ninguna especie de ley fundamental obligatoria para el cuerpo del
pueblo, ni siquiera el contrato social. Lo que no significa que este
cuerpo no pueda comprometerse por completo con respecto a otro,
en lo que no derogue este contrato; porque, en lo que respecta al
extranjero, es un simple ser, un individuo.
Pero el cuerpo político o el soberano, no derivando su ser sino de la
santidad del contrato, no puede nunca obligarse, ni aun respecto a
otro, a nada que derogue este acto primitivo, como el de enajenar
alguna parte de sí mismo o someterse a otro soberano. Violar el
acto por el cual existe sería aniquilarlo, y lo que no es nada no
produce nada.
Tan pronto como esta multitud se ha reunido así en un cuerpo, no
se puede ofender a uno de los miembros ni atacar al cuerpo, ni
menos aún ofender al cuerpo sin que los miembros se resistan. Por
tanto, el deber, el interés, obligan igualmente a las dos partes
contratantes a ayudarse mutuamente, y los mismos hombres deben
procurar reunir bajo esta doble relación todas las ventajas que
dependan de ella.
Ahora bien; no estando formado el soberano sino por los
particulares que lo componen, no hay ni puede haber interés
contrario al suyo; por consiguiente, el poder soberano no tiene
135
ninguna necesidad de garantía con respecto a los súbditos, porque
es imposible que el cuerpo quiera perjudicar a todos sus miembros,
y ahora veremos cómo no puede perjudicar a ninguno en particular.
El soberano, sólo por ser lo que es, es siempre lo que debe ser.
Mas no ocurre lo propio con los súbditos respecto al soberano, de
cuyos compromisos, a pesar del interés común, nada respondería si
no encontrase medios de asegurarse de su fidelidad.
En efecto; cada individuo puede como hombre tener una voluntad
particular contraria o disconforme con la voluntad general que tiene
como ciudadano; su interés particular puede hablarle de un modo
completamente distinto de como lo hace el interés común; su
existencia, absoluta y naturalmente independiente, le puede llevar a
considerar lo que debe a la causa común, como una contribución
gratuita, cuya pérdida será menos perjudicial a los demás que
oneroso es para él el pago, y considerando la persona moral que
constituye el Estado como un ser de razón, ya que no es un
hombre, gozaría de los derechos del ciudadano sin querer llenar los
deberes del súbdito, injusticia cuyo progreso causaría la ruina del
cuerpo político.
Por tanto, a fin de que este pacto social no sea una vana fórmula,
encierra tácitamente este compromiso: que sólo por sí puede dar
fuerza a los demás, y que quienquiera se niegue a obedecer la
voluntad general será obligado a ello por todo el cuerpo. Esto no
significa otra cosa sino que se le obligará a ser libre, pues es tal la
condición, que dándose cada ciudadano a la patria le asegura de
toda dependencia personal; condición que constituye el artificio y el
juego de la máquina política y que es la única que hace legítimos
136
los compromisos civiles, los cuales sin esto serían absurdos,
tiránicos y estarían sujetos a los más enormes abusos.
137
9
KANT
Crítica de la razón pura
Prólogo a la 2ª edición.
Prólogo de la segunda edición, en el año de 1787
Si la elaboración de los conocimientos que pertenecen a la
obra de la razón, lleva o no la marcha segura de una ciencia, es
cosa que puede pronto juzgarse por el éxito. Cuando tras de
numerosos preparativos y arreglos, la razón tropieza, en el
momento mismo de llegar a su fin; o cuando para alcanzar éste,
tiene que volver atrás una y otra vez y emprender un nuevo camino;
así mismo, cuando no es posible poner de acuerdo a los diferentes
colaboradores sobre la manera cómo se ha de perseguir el
propósito común; entonces puede tenerse siempre la convicción de
que un estudio semejante está muy lejos de haber emprendido la
marcha segura de una ciencia y de que, por el contrario, es más
bien un mero tanteo. Y es ya un mérito de la razón el descubrir, en
lo posible, ese camino, aunque haya que renunciar, por vano, a
mucho de lo que estaba contenido en el fin que se había tomado
antes sin reflexión.
Que la lógica ha llevado ya esa marcha segura desde los
tiempos más remotos, puede colegirse, por el hecho de que, desde
Aristóteles, no ha tenido que dar un paso atrás, a no ser que se
cuenten como correcciones la supresión de algunas sutilezas
inútiles o la determinación más clara de lo expuesto, cosa empero
138
que pertenece más a la elegancia que a la certeza de la ciencia.
Notable es también en ella el que tampoco hasta ahora hoy ha
podido dar un paso adelante. Así pues, según toda apariencia,
hállase conclusa y perfecta. Pues si algunos modernos han
pensado ampliarla introduciendo capítulos, ya psicológicos sobre
las distintas facultades de conocimiento (la imaginación, el
ingenio), ya metafísicos sobre el origen del conocimiento o la
especie diversa de certeza según la diversidad de los objetos (el
idealismo, escepticismo, etc...), ya antropológicos sobre los
prejuicios (sus causas y sus remedios), ello proviene de que
desconocen la naturaleza peculiar de esa ciencia. No es aumentar
sino desconcertar las ciencias, el confundir los límites de unas y
otras. El límite de la lógica empero queda determinado con entera
exactitud, cuando se dice que es una ciencia que no expone al
detalle y demuestra estrictamente más que las reglas formales de
todo pensar (sea este a priori o empírico, tenga el origen o el objeto
que quiera, encuentre en nuestro ánimo obstáculos contingentes o
naturales).
Si la lógica ha tenido tan buen éxito, debe esta ventaja
sólo a su carácter limitado, que la autoriza y hasta la obliga a hacer
abstracción de todos los objetos del conocimiento y su diferencia.
En ella, por tanto, el entendimiento no tiene que habérselas más
que consigo mismo y su forma. Mucho más difícil tenía que ser,
naturalmente, para la razón, el emprender el camino seguro de la
ciencia, habiendo de
ocuparse no sólo de sí misma sino de objetos. Por eso la lógica,
como propedéutica, constituye solo por decirlo así el vestíbulo de
las ciencias y cuando se habla de conocimientos, se supone
139
ciertamente una lógica para el juicio de los mismos, pero su
adquisición ha de buscarse en las propias y objetivamente llamadas
ciencias.
Ahora bien, por cuanto en estas ha de haber razón, es
preciso que en ellas algo sea conocido a priori, y su conocimiento
puede referirse al objeto de dos maneras: o bien para determinar
simplemente el objeto y su concepto (que tiene que ser dado por
otra parte) o también para hacerlo real. El primero es conocimiento
teórico, el segundo conocimiento práctico de la razón. La parte pura
de ambos, contenga mucho o contenga poco, es decir, la parte en
donde la razón determina su objeto completamente a priori, tiene
que ser primero expuesta sola, sin mezclarle lo que procede de
otras fuentes; pues administra mal quien gasta ciegamente los
ingresos, sin poder distinguir luego, en los apuros, qué parte de los
ingresos puede soportar el gasto y qué otra parte hay que librar de
él.
La matemática y la física son los dos conocimientos
teóricos de la razón que deben determinar sus objetos a priori; la
primera con entera pureza, la segunda con pureza al menos parcial,
pero entonces según la medida de otras fuentes cognoscitivas que
las de la razón.
La matemática ha marchado por el camino seguro de una
ciencia, desde los tiempos más remotos que alcanza la historia de
la razón humana, en el admirable pueblo griego. Mas no hay que
pensar que le haya sido tan fácil como a la lógica, en donde la
razón no tiene que habérselas más que consigo misma, encontrar o
mejor dicho abrirse ese camino real; más bien creo que ha
permanecido durante largo tiempo en meros anteos (sobre todo
140
entre los egipcios) y que ese cambio es de atribuir a una revolución,
que la feliz ocurrencia de un sólo hombre llevó a cabo, en un
ensayo, a partir del cual, el carril que había de tornarse ya no
podía fallar y la marcha segura de una ciencia quedaba para todo
tiempo y en infinita lejanía, emprendida y señalada. La historia de
esa revolución del pensamiento, mucho más importante que el
descubrimiento del camino para doblar el célebre cabo, y la del
afortunado que la llevó a bien, no nos ha sido conservada. Sin
embargo, la leyenda que nos trasmite Diógenes Laercio, quien
nombra al supuesto descubridor de los elementos mínimos de las
demostraciones geométricas, elementos que, según el juicio común,
no necesitan siquiera de prueba, demuestra que el recuerdo del
cambio efectuado por el primer descubrimiento de este nuevo
camino, debió parecer extraordinariamente importante a los
matemáticos y por eso se hizo inolvidable. El primero que demostró
el triángulo isósceles (háyase llamado Thales o como se quiera),
percibió una luz nueva; pues encontró que no tenía que inquirir lo
que veía en la figura o aún en el mero concepto de ella y por decirlo
así aprender de ella sus propiedades, sino que tenía que producirla,
por medio de lo que, según conceptos, él mismo había pensado y
expuesto en ella a priori (por construcción), y que para saber
seguramente algo a priori, no debía atribuir nada a la cosa, a no ser
lo que se sigue necesariamente de aquello que él mismo,
conformemente a su concepto, hubiese puesto en ella.
La física tardó mucho más tiempo en encontrar el camino
de la ciencia; pues no hace más que siglo y medio que la propuesta
del judicioso Bacon de Verulam ocasionó en parte -o quizá más
bien dio vida, pues ya se andaba tras él- el descubrimiento, que
141
puede igualmente explicarse por una rápida revolución antecedente
en el pensamiento. Voy a ocuparme aquí de la física sólo en cuanto
se funda sobre principios empíricos.
Cuando Galileo hizo rodar por el plano inclinado las bolas
cuyo peso había él mismo determinado; cuando Torricelli hizo
soportar al aire un peso que de antemano había pensado igual al de
una determinada columna de agua; cuando más tarde Stahl
transformó metales en cal y ésta a su vez en metal, sustrayéndoles
y devolviéndoles algo, entonces percibieron todos los físicos una luz
nueva. Comprendieron que la razón no conoce más que lo que ella
misma produce según su bosquejo; que debe adelantarse con
principios de sus juicios, según leyes constantes, y obligar a la
naturaleza a contestar a sus preguntas, no empero dejarse conducir
como con andadores; pues de otro modo, las observaciones
contingentes, los hechos sin ningún plan bosquejado de antemano,
no pueden venir a conexión en una ley necesaria, que es sin
embargo lo que la razón busca y necesita. La razón debe acudir a la
naturaleza llevando en una mano sus principios, según los cuales
tan sólo los fenómenos concordantes pueden tener el valor de
leyes, y en la otra el experimento, pensado según aquellos
principios; así conseguirá ser instruida por la naturaleza, mas no en
calidad de discípulo que escucha todo lo que el maestro quiere, sino
en la de juez autorizado, que obliga a los testigos a contestar a las
preguntas que les hace. Y así la misma física debe tan provechosa
evolución de su pensamiento, a la ocurrencia de buscar (no
imaginar) en la naturaleza, conformemente a lo que la razón misma
ha puesto en ella, lo que ha de aprender de ella de lo cual por si
misma no sabría nada.
142
Solo así ha logrado la física entrar en el camino seguro de
una ciencia, cuando durante tantos siglos no había sido más que un
mero tanteo.
La metafísica, conocimiento especulativo de la razón,
enteramente aislado, que se alza por encima de las enseñanzas de
la experiencia, mediante meros conceptos (no como la matemática
mediante aplicación de los mismos a la intuición), y en donde por
tanto la razón debe ser su propio discípulo, no ha tenido hasta
ahora la fortuna de emprender la marcha segura de una ciencia; a
pesar de ser más vieja que todas las demás y a pesar de que
subsistiría aunque todas las demás tuvieran que desaparecer
enteramente, sumidas en el abismo de una barbarie destructora.
Pues en ella tropieza la razón continuamente, incluso cuando quiere
conocer a priori (según pretende) aquellas leyes que la experiencia
más ordinaria confirma. En ella hay que deshacer mil veces el
camino, porque se encuentra que no conduce a donde se quiere; y
en lo que se refiere a la unanimidad de sus partidarios, tan lejos
está aún de ella, que más bien es un terreno que parece
propiamente destinado a que ellos ejerciten sus fuerzas en un
torneo, en donde ningún campeón ha podido nunca hacer la más
mínima conquista y fundar sobre su victoria una duradera posesión.
No hay pues duda alguna de que su método, hasta aquí, ha sido un
mero tanteo y, lo que es peor, un tanteo entre meros conceptos.
Ahora bien ¿a qué obedece que no se haya podido aún
encontrar aquí un camino seguro de la ciencia? ¿Es acaso
imposible? Mas ¿por qué la naturaleza ha introducido en nuestra
razón la incansable tendencia a buscarlo como uno de sus más
importantes asuntos? Y aún más ¡cuán poco motivo tenemos para
143
confiar en nuestra razón, si, en una de las partes más importantes
de nuestro anhelo de saber, no sólo nos abandona, sino que nos
entretiene con ilusiones, para acabar engañándonos! O bien, si solo
es que hasta ahora se ha fallado la buena vía, ¿qué señales nos
permiten esperar que en una nueva investigación seremos más
felices que lo han sido otros antes?
Yo debiera creer que los ejemplos de la matemática y de
la física, ciencias que, por una revolución llevada a cabo de una
vez, han llegado a ser lo que ahora son, serían bastante notables
para hacernos reflexionar sobre la parte esencial de la
transformación del pensamiento que ha sido para ellas tan
provechosa y se imitase aquí esos ejemplos, al menos como
ensayo, en cuanto lo permite su analogía, como conocimientos de
razón, con la Metafísica. Hasta ahora se admitía que todo nuestro
conocimiento tenía que regirse por los objetos; pero todos los
ensayos, para decidir a priori algo sobre estos, mediante conceptos,
por donde sería extendido nuestro conocimiento, aniquilábanse en
esa suposición. Ensáyese pues una vez si no adelantaremos más
en los problemas de la metafísica, admitiendo que los objetos tienen
que regirse por nuestro conocimiento, lo cual concuerda ya mejor
con la deseada posibilidad de un conocimiento a priori de dichos
objetos, que establezca algo sobre ellos antes de que nos sean
dados. Ocurre con esto como con el primer pensamiento de
Copérnico quien, no consiguiendo explicar bien los movimientos
celestes si admitía que la masa toda de las estrellas daba vueltas
alrededor del espectador, ensayó si no tendría mayor éxito
haciendo al espectador dar vueltas y dejando en cambio las
estrellas inmóviles. En la metafísica se puede hacer un ensayo
144
semejante, por lo que se refiere a la intuición de los objetos. Si la
intuición tuviera que regirse por la constitución de los objetos, no
comprendo como se pueda a priori saber algo de ella. ¿Rígese
empero el objeto (como objeto de los sentidos) por la constitución
de nuestra facultad de intuición?, entonces puedo muy bien
representarme esa posibilidad. Pero como no puedo permanecer
atenido a esas intuiciones, si han de llegar a ser conocimientos,
sino que tengo que referirlas, como representaciones, a algo como
objeto, y determinar este mediante aquéllas, puedo por tanto: o bien
admitir que los conceptos, mediante los cuales llevo a cabo esa
determinación, se rigen también por
el objeto y entonces caigo de nuevo en la misma perplejidad sobre
el modo como pueda saber a priori algo de él; o bien admitir que los
objetos o, lo que es lo mismo, la experiencia, en donde tan sólo son
ellos (como objetos dados) conocidos, se rige por esos conceptos y
entonces veo en seguida una explicación fácil; porque la
experiencia misma es un modo de conocimiento que exige
entendimiento, cuya regla debo suponer en mí, aún antes de que
me sean dados objetos, por lo tanto a priori, regla que se expresa
en conceptos a priori, por los que tienen pues que regirse
necesariamente todos los objetos de la experiencia y con los que
tienen que concordar. En lo que concierne a los objetos, en cuanto
son pensados sólo por la razón y necesariamente, pero sin poder
(al menos tales como la razón los piensa) ser dados en la
experiencia, proporcionarán, según esto, los ensayos de pensarlos
(pues desde luego han de poderse pensar) una magnífica
comprobación de lo que admitimos como método transformado del
145
pensamiento, a saber: que no conocemos a priori de las cosas más
que lo que nosotros mismos ponemos en ellas.
Este ensayo tiene un éxito conforme al deseo y promete a
la metafísica, en su primera parte (es decir en la que se ocupa de
conceptos a priori, cuyos objetos correspondientes pueden ser
dados en la experiencia en conformidad con ellos), la marcha
segura de una ciencia. Pues según este cambio del modo de
pensar, puede explicarse muy bien la posibilidad de un
conocimiento a priori y, más aún, proveer de pruebas satisfactorias
las leyes que están a priori a la base de la naturaleza, como
conjunto de los objetos de la experiencia; ambas cosas eran
imposibles según el modo de proceder hasta ahora seguido. Pero
de esta deducción de nuestra facultad de conocer a priori, en la
primera parte de la metafísica, despréndese un resultado extraño y
al parecer muy desventajoso para el fin total de la misma, que
ocupa la segunda parte, y es a saber: que con esa facultad no
podemos salir jamás de los límites de una experiencia posible, cosa
empero que es precisamente el afán más importante de esa ciencia.
Pero en esto justamente consiste el experimento para comprobar la
verdad del resultado de aquella primera apreciación de nuestro
conocimiento a priori de razón, a saber: que éste se aplica sólo a
los fenómenos y, en cambio considera la cosa en sí misma, si bien
real por sí, como desconocida para nosotros. Pues lo que nos
impulsa a ir necesariamente más allá de los límites de la
experiencia y de todos los fenómenos, es lo incondicionado, que
necesariamente y con pleno derecho pide la razón, en las cosas en
sí mismas, para todo condicionado, exigiendo así la serie completa
de las condiciones. Ahora bien, ¿encuéntrase que, si admitimos
146
que nuestro conocimiento de experiencia se rige por los objetos
como cosas en sí mismas, lo incondicionado no pude ser pensado
sin contradicción; y que en cambio, desaparece la contradicción, si
admitimos que nuestra representación de las cosas, como ellas nos
son dadas, no se rige por ellas como cosas en sí mismas, sino que
más bien estos efectos, como fenómenos, se rigen por nuestro
modo de representación? ¿Encuéntrase por consiguiente que lo
condicionado ha de hallarse no en las cosas en cuanto las
conocemos (nos son dadas), pero sí en ellas en cuanto no las
conocemos, o sea como cosas en sí mismas? Pues entonces se
muestra que lo que al comienzo admitíamos solo por vía de ensayo,
está fundado. Ahora bien, después de haber negado a la razón
especulativa todo progreso en ese campo de lo suprasensible,
quédanos por ensayar si ella no encuentra, en su conocimiento
práctico, datos para determinar aquel concepto trascendente de
razón, aquel concepto de lo incondicionado y, de esa manera,
conformándose al deseo de la metafísica, llegar más allá de los
límites de toda experiencia posible con nuestro conocimiento a
priori, aunque sólo en un sentido práctico. Con su proceder, la razón
especulativa nos ha proporcionado por lo menos sitio para
semejante ampliación, aunque haya tenido que dejarlo vacío,
autorizándonos por tanto, más aún, exigiéndonos ella misma
que lo llenemos, si podemos, con sus datos prácticos.
En ese ensayo de variar el proceder que ha seguido hasta
ahora la metafísica, emprendiendo con ella una completa
revolución, según los ejemplos de los geómetras y físicos, consiste
el asunto de esta crítica de la razón pura especulativa. Es un
tratado del método, no un sistema de la ciencia misma; pero sin
147
embargo, bosqueja el contorno todo de la ciencia, tanto en lo que se
refiere a sus límites, como también a su completa articulación
interior. Pues la razón pura especulativa tiene en sí esto de peculiar,
que puede y debe medir su propia facultad, según la diferencia del
modo como elige objetos
para el pensar; que puede y debe enumerar completamente los
diversos modos de proponerse problemas y así trazar el croquis
entero de un sistema de metafísica. Porque, en lo que a lo primero
atañe, nada puede ser atribuido a los objetos en el conocimiento a
priori, sino lo que el sujeto pensante toma de sí mismo; y, en lo que
toca a lo segundo, es la razón pura especulativa, con respecto a los
principios del conocimiento, una unidad totalmente separada,
subsistente por sí, en la cual cada uno de los miembros está, como
en un cuerpo organizado, para todos los demás, y todos para uno, y
ningún principio puede ser tomado con seguridad, en una relación,
sin haberlo al mismo tiempo investigado en la relación general con
todo el uso puro de la razón. Por eso tiene la metafísica una rara
fortuna, de la que no participa ninguna otra ciencia de razón que
trate de objetos (pues la lógica ocúpase sólo de la forma del
pensamiento en general); y es que si por medio de esta crítica
queda encarrilada en la marcha segura de una ciencia, puede
comprender enteramente el campo de los conocimientos a ella
pertenecientes y terminar por tanto su obra, dejándola para el uso
de la posteridad, como una construcción completa; porque no trata
más que de principios de las limitaciones de su uso, que son
determinadas por aquellos mismos. A esa integridad está pues
obligada como ciencia fundamental, de ella debe poder decirse: nil
actum reputans, si quid superesset agendum.
148
Pero se preguntará: ¿cuál es ese tesoro que pensamos
dejar a la posteridad con semejante metafísica, depurada por la
crítica, y por ella también reducida a un estado inmutable? En una
pasajera inspección de esta obra, se creerá percibir que su utilidad
no es más que negativa, la de no atrevernos nunca, con la razón
especulativa, a salir de los límites de la experiencia; y en realidad tal
es su primera utilidad. Ésta empero se torna pronto en positiva, por
cuanto se advierte que esos principios, con que la razón
especulativa se atreve a salir de sus límites, tienen por indeclinable
consecuencia, en realidad, no una ampliación, sino,
considerándolos más de cerca, una reducción de nuestro uso
de la razón; ya que ellos realmente amenazan ampliar
descomedidamente los límites de la sensibilidad, a que pertenecen
propiamente, y suprimir así del todo el uso puro (práctico) de la
razón. Por eso una crítica que limita la sensibilidad, si bien en este
sentido es negativa, sin embargo, en realidad, como elimina de ese
modo al mismo tiempo un obstáculo que limita y hasta amenaza
aniquilar el uso puro práctico, resulta de una utilidad positiva, y muy
importante, tan pronto como se adquiere la convicción de que hay
un uso práctico absolutamente necesario de la razón pura (el
moral), en el cual ésta se amplía inevitablemente más allá de los
límites de la sensibilidad; para ello no necesita, es cierto, ayuda
alguna de la especulativa, pero sin embargo, tiene que estar
asegurada contra su reacción, para no caer en contradicción
consigo misma. Disputar a este servicio de la crítica su utilidad
positiva, sería tanto como decir que la policía no tiene utilidad
positiva alguna, pues que su ocupación principal no es más que
poner un freno a las violencias que los ciudadanos pueden temer
unos de otros, para que cada uno vaque a sus asuntos en paz y
149
seguridad. Que espacio y tiempo son solo formas de la intuición
sensible, y por tanto sólo condiciones de la existencia de las cosas
como fenómenos; que nosotros además no tenemos conceptos del
entendimiento y por tanto tampoco elementos para el conocimiento
de las cosas, sino en cuanto a esos conceptos puede serles dada
una intuición correspondiente; que consiguientemente nosotros no
podemos tener conocimiento de un objeto como cosa en sí misma,
sino sólo en cuanto la cosa es objeto de la intuición sensible, es
decir como fenómeno; todo esto queda demostrado en la parte
analítica de la Crítica. De donde se sigue desde luego la limitación
de todo posible conocimiento especulativo de la razón a los meros
objetos de la experiencia. Sin embargo, y esto debe notarse bien,
queda siempre la reserva de que esos mismos objetos, como cosas
en sí, aunque no podemos conocerlos, podemos al menos
pensarlos. Pues si no, seguiríase la proposición absurda de que
habría fenómeno sin algo que aparece. Ahora bien vamos a admitir
que no se hubiere hecho la distinción, que nuestra Crítica ha
considerado necesaria, entre las cosas como objetos de la
experiencia y esas mismas cosas como cosas en sí. Entonces el
principio de la casualidad y por tanto el mecanismo de la naturaleza
en la determinación de la misma, tendría que valer para todas las
cosas en general como causas eficientes.
Por lo tanto, de uno y el mismo ser, v. g. del alma humana, no
podría yo decir que su voluntad es libre y que al mismo tiempo, sin
embargo, está sometida a la necesidad natural, es decir, que no es
libre, sin caer en una contradicción manifiesta; porque habría
tomado el alma, en ambas proposiciones, en una y la misma
significación, a saber, como cosa en general (como cosa en sí
150
misma). Y, sin previa crítica, no podría tampoco hacer de otro
modo. Pero si la Crítica no ha errado, enseñando a tomar el objeto
en dos significaciones, a saber como fenómeno y como cosa en sí
misma; si la deducción de
sus conceptos del entendimiento es exacta y por tanto el principio
de la casualidad se refiere sólo a las cosas tomadas en el primer
sentido, es decir a objetos de la experiencia, sin que estas cosas en
su segunda significación le estén sometidas; entonces una y la
misma voluntad es pensada, en el fenómeno (las acciones visibles),
como necesariamente conforme a la ley de la naturaleza y en este
sentido como no libre, y sin embargo, por otra parte, en cuanto
pertenece a una cosa en sí misma, como no sometida a esa ley y
por tanto como libre, sin que aquí se cometa contradicción. Ahora
bien, aunque mi alma, considerada en este último aspecto, no la
puedo conocer por razón
especulativa (y menos aún por la observación empírica), ni por tanto
puedo tampoco conocer la libertad, como propiedad de un ser a
quien atribuyo efectos en el mundo sensible, porque tendría que
conocer ese ser como determinado según su existencia, y, sin
embargo, no en el tiempo (cosa imposible, pues no puedo poner
intuición alguna bajo mi concepto), sin embargo, puedo pensar la
libertad, es decir que la representación de ésta no encierra
contradicción alguna, si son ciertas nuestra distinción crítica de
ambos modos de representación (el sensible y el intelectual) y la
limitación consiguiente de los conceptos puros del entendimiento y
por tanto de los principios que de ellos dimanan. Ahora bien,
supongamos que la moral presupone necesariamente la libertad (en
el sentido más estricto) como propiedad de nuestra voluntad,
151
porque alega a priori principios que residen originariamente en
nuestra razón, como datos de ésta, y que serían absolutamente
imposibles sin la suposición de la libertad; supongamos que la
razón especulativa haya demostrado, sin embargo, que la libertad
no se puede pensar en modo alguno, entonces necesariamente
aquella presuposición, es decir la moral, debería ceder ante ésta,
cuyo contrario encierra una contradicción manifiesta, y por
consiguiente la libertad y con ella la moralidad (pues su contrario no
encierra contradicción alguna, a no ser que se haya ya presupuesto
la libertad) deberían dejar el sitio al mecanismo natural. Mas para la
moral no necesito más sino que la libertad no se contradiga a sí
misma y que, por tanto, al menos sea pensable, sin necesidad de
penetrarla más, y que no ponga pues obstáculo alguno al
mecanismo natural de una y la misma acción (tomada en otra
relación); resulta pues, que la teoría de la moralidad mantiene su
puesto y la teoría de la naturaleza el suyo, cosa que no hubiera
podido ocurrir si la crítica no nos hubiera previamente enseñado
nuestra inevitable ignorancia respecto de las cosas en sí mismas y
no hubiera limitado a meros fenómenos lo que podemos conocer
teóricamente.
Esta misma explicación de la utilidad positiva de los
principios críticos de la razón pura, puede hacerse con respecto al
concepto de Dios y de la naturaleza simple de nuestra alma. La
omito sin embargo, en consideración a la brevedad. Así pues, no
puedo siquiera admitir Dios, la libertad y la inmortalidad para el uso
práctico necesario de mi razón, como no cercene al mismo tiempo a
la razón especulativa su pretensión de conocimientos
transcendentes. Porque ésta, para llegar a tales conocimientos,
152
tiene que servirse de principios que no alcanzan en realidad más
que a objetos de la experiencia posible, y por tanto, cuando son
aplicados, sin embargo, a lo que no puede ser objeto de la
experiencia, lo transforman realmente siempre en fenómeno y
declaran así imposible toda ampliación práctica de la razón pura.
Tuve pues que anular el saber, para reservar un sitio a la fe; y el
dogmatismo de la metafísica, es decir el prejuicio de que puede
avanzarse en metafísica, sin crítica de la razón pura, es la
verdadera fuente de todo descreimiento opuesto a la moralidad, que
siempre es muy dogmático. Así pues, no siendo difícil, con una
metafísica sistemática, compuesta según la pauta señalada por la
crítica de la razón pura, dejar un legado a la posteridad, no es éste
un presente poco estimable. Basta comparar lo que es la cultura de
la razón mediante la marcha segura de una ciencia, con el tanteo
sin fundamento y el vagabundeo superficial de la misma sin crítica;
o advertir también cuanto mejor empleará aquí su tiempo una
juventud deseosa de saber, que en el dogmatismo corriente, que
inspira tan tempranos y poderosos alientos, ya para sutilizar
cómodamente sobre cosas de que no entiende nada y en las que
no puede, como no puede nadie en el mundo, conocer nada, ya
para acabar inventando nuevos pensamientos y opiniones, sin
cuidarse de aprender las ciencias exactas. Pero sobre todo se
reconocerá el valor de la crítica, si se tiene en cuenta la inapreciable
ventaja de poner un término, para todo el porvenir, a los ataques
contra la moralidad y la religión, de un modo socrático, es decir por
medio de la prueba clara de la ignorancia de los adversarios. Pues
alguna metafísica ha habido siempre en el mundo y habrá de haber
en adelante; pero con ella también surgirá una dialéctica de la razón
pura, pues es natural a ésta. Es pues el primer y más importante
153
asunto de la filosofía, quitarle todo influjo desventajoso, de una vez
para siempre, cegando la fuente de los errores.
Tras esta variación importante en el campo de las ciencias
y la pérdida que de sus posesiones, hasta aquí imaginadas, tiene
que soportar la razón especulativa, todo lo que toca al interés
universal humano y a la utilidad que el mundo ha sacado hasta hoy
de las enseñanzas de la razón pura, sigue en el mismo provechoso
estado en que estuvo siempre. La pérdida alcanza sólo al
monopolio de las escuelas, pero de ningún modo al interés de los
hombres. Yo pregunto al dogmático más inflexible si la prueba de la
duración de nuestra alma después de la muerte, por la simplicidad
de la substancia; si la de la libertad de la voluntad contra el
mecanismo universal, por las sutiles, bien que impotentes
distinciones entre necesidad práctica subjetiva y objetiva; si la de la
existencia de Dios por el concepto de un ente realísimo (de la
contingencia de lo variable y de la necesidad de un primer motor)
han llegado jamás al público, después de salir de las escuelas y han
tenido la menor influencia en la convicción de las gentes. Y si esto
no ha ocurrido, ni puede tampoco esperarse nunca, por lo
inadecuado que es el entendimiento ordinario del hombre para tan
sutil especulación; sí, en cambio, en lo que se refiere al alma, la
disposición que todo hombre nota en su naturaleza, de no poder
nunca satisfacerse con lo temporal (como insuficiente para las
disposiciones de todo su destino) ha tenido por sí sola que dar
nacimiento a la esperanza de una vida futura; si en lo que se refiere
a la libertad, la mera presentación clara de los deberes, en
oposición a las pretensiones todas de las inclinaciones, ha tenido
por sí sola que producir la conciencia de la libertad; si, finalmente en
154
lo que a Dios se refiere, la magnífica ordenación, la belleza y
providencia que brillan por toda la naturaleza ha tenido, por sí sola,
que producir la fe en un sabio y grande creador del mundo,
convicción que se extiende en el público en cuanto descansa en
fundamentos racionales; entonces estas posesiones no sólo siguen
sin ser estorbadas, sino que ganan más bien autoridad, porque las
escuelas aprenden, desde ahora, a no preciarse de tener, en un
punto que toca al interés universal humano, un conocimiento más
elevado y amplio que el que la gran masa (para nosotros dignísima
de respeto) puede alcanzar tan fácilmente, y a limitarse por tanto a
cultivar tan sólo esas pruebas universalmente comprensibles y
suficientes en el sentido moral. La variación se refiere pues
solamente a las arrogantes pretensiones de las escuelas, que
desean en esto (como hacen con razón en otras muchas cosas) se
las tenga por únicas conocedoras y guardadoras de semejantes
verdades, de las cuales sólo comunican al público el uso, y guardan
para sí la clave (quodmecum nescit, solus vult scire videri). Sin
embargo se ha tenido en cuenta aquí una equitativa pretensión del
filósofo especulativo. Éste sigue siempre siendo el exclusivo
depositario de una ciencia, útil al público que la ignora, a saber, la
crítica de la razón, que no puede nunca hacerse popular. Pero
tampoco necesita serlo; porque, así como el pueblo no puede dar
entrada en su cabeza como verdades útiles, a los bien tejidos
argumentos, de igual modo nunca llegan a su sentido las objeciones
contra ellos, no menos sutiles. En cambio, como la escuela y
asimismo todo hombre que se eleve a la especulación, cae
inevitablemente en argumentos y réplicas, está aquella crítica
obligada a prevenir de una vez para siempre, por medio de una
investigación fundamentada de los derechos de la razón
155
especulativa, el escándalo que tarde o temprano ha de sentir el
pueblo, por las discusiones en que los metafísicos (y, como tales,
también al fin los sacerdotes) sin crítica se complican
irremediablemente y que falsean después sus mismas doctrinas.
Sólo por medio de esta crítica pueden cortarse de raíz el
materialismo, el fatalismo, el ateísmo, el descreimiento de los
librepensadores, el misticismo y la superstición, que pueden ser
universalmente dañinos, finalmente también el idealismo y el
escepticismo, que son peligros más para las escuelas y que no
pueden fácilmente llegar al público. Si los gobiernos encuentran
oportuno el ocuparse de los negocios de los sabios, lo más
conforme a su solícita presidencia sería, para las ciencias como
para los hombres, favorecer la libertad de una crítica semejante,
única que puede dar a las construcciones de la razón un suelo
firme, que sostener el ridículo despotismo de las escuelas, que
levantan una gran gritería sobre los peligros públicos, cuando se
rasga su tejido, que el público sin embargo, jamás ha conocido y
cuya pérdida por lo tanto no puede nunca sentir.
La crítica no se opone al proceder dogmático de la razón
en su conocimiento puro como ciencia (pues ésta ha de ser siempre
dogmática, es decir, estrictamente demostrativa por principios a
priori, seguros), sino al dogmatismo, es decir, a la pretensión de
salir adelante sólo con un conocimiento puro por conceptos (el
filosófico), según principios tales como la razón tiene en uso desde
hace tiempo, sin informarse del modo y del derecho con que llega a
ellos. Dogmatismo es, pues, el proceder dogmático de la razón
pura, sin previa crítica de su propia facultad. Esta oposición, por lo
tanto, no ha de favorecer la superficialidad charlatana que se otorga
156
el pretencioso nombre de ciencia popular, ni al escepticismo, que
despacha la metafísica toda en breves instantes. La crítica es más
bien el arreglo previo necesario para el momento de una bien
fundada metafísica, como ciencia, que ha de ser desarrollada por
fuerza dogmáticamente, y según la exigencia estricta,
sistemáticamente, y, por lo tanto, conforme a escuela (no
popularmente). Exigir esto a la crítica es imprescindible, ya que se
obliga a llevar su asunto completamente a priori, por tanto a entera
satisfacción de la razón especulativa. En el desarrollo de ese plan,
que la crítica prescribe, es decir, en el futuro sistema de la
metafísica, debemos, pues, seguir el severo método del famoso
Wolf, el más grande de todos los filósofos dogmáticos, que dio el
primero el ejemplo (y así creó el espíritu de solidez científica, aún
vivo en Alemania) de cómo, estableciendo regularmente los
principios, determinando claramente los conceptos, administrando
severamente las demostraciones y evitando audaces saltos en las
consecuencias, puede emprenderse la marcha segura de una
ciencia. Y por eso mismo fuera él superiormente hábil para poner en
esa situación una ciencia como la metafísica, si se le hubiera
ocurrido prepararse el campo previamente por medio de una crítica
del órgano, es decir, de la razón pura misma: defecto que no hay
que atribuir tanto a él como al modo de pensar dogmático de su
tiempo y sobre el cual los filósofos de este, como de los anteriores
tiempos, nada tienen que echarse en cara. Los que rechacen su
modo de enseñar y al mismo tiempo también el proceder de la
crítica de la razón pura, no pueden proponerse otra cosa que
rechazar las trabas de la Ciencia, transformar el trabajo en juego, la
certeza en opinión y la filosofía en filodoxia.
157
Por lo que se refiere a esta segunda edición, no he
querido, como es justo, dejar pasar la ocasión, sin corregir en lo
posible las dificultades u obscuridades de donde puede haber
surgido más de una mala interpretación que hombres penetrantes,
quizá no sin culpa mía, han encontrado al juzgar este libro. En las
proposiciones mismas y sus pruebas, así como en la forma e
integridad del plan, nada he encontrado que cambiar; cosa que
atribuyo en parte al largo examen a que los he sometido antes de
presentar este libro al público, y en parte también a la constitución
de la cosa misma, es decir a la naturaleza de una razón pura
especulativa, que tiene una verdadera estructura, donde todo es
órgano, es decir donde todos están para uno y cada uno para todos
y donde, por tanto, toda debilidad por pequeña que sea, falta (error)
o defecto, tiene que advertirse imprescindiblemente en el uso. Con
esta inmutabilidad se afirmará también según espero, este sistema
en adelante. Esta confianza la justifica no la presunción, sino la
evidencia que produce el experimento, por la igualdad del resultado
cuando partimos de los elementos mínimos hasta llegar al todo de
la razón pura y cuando retrocedemos del todo (pues éste también
es dado por sí mediante el propósito final en lo práctico) a cada
parte, ya que el ensayo de variar aún sólo la parte más pequeña,
introduce enseguida contradicciones no sólo en el sistema, sino en
la razón universal humana.
Pero en la exposición hay aún mucho que hacer y he
intentado en esta edición correcciones que han de poner remedio a
la mala inteligencia de la estética (sobre todo en el concepto del
tiempo) a la obscuridad de la deducción de los conceptos del
entendimiento, al supuesto defecto de suficiente evidencia en las
158
pruebas de los principios del entendimiento puro, y finalmente a la
mala interpretación de los paralogismos que preceden a la
psicología racional. Hasta aquí (es decir hasta el final del capítulo
primero de la dialéctica trascendental) y no más, extiéndense los
cambios introducidos en el modo de exposición, porque el tiempo
me venía corto y, en lo que quedaba por revisar, no han incurrido en
ninguna mala inteligencia quienes han examinado la obra con
conocimiento del asunto y con imparcialidad. Éstos, aun que no
puedo nombrarlos aquí con las alabanzas a que son acreedores,
notarán por sí mismos en los respectivos lugares, la consideración
con que he escuchado sus observaciones. Esa corrección ha sido
causa empero de una pequeña pérdida para el lector, y no había
medio de evitarla, sin hacer el libro demasiado voluminoso.
Consiste en que varias cosas que, si bien no pertenecen
esencialmente a la integridad del todo, pudiera, sin embargo, más
de un lector echarlas de menos con disgusto, porque pueden ser
útiles en otro sentido, han tenido que ser suprimidas o
compendiadas, para dar lugar a esta exposición, más comprensible
ahora, según yo espero. En el fondo, con respecto a las
proposiciones e incluso a sus pruebas, esta exposición no varía
absolutamente nada. Pero en el método de presentarlas, apártase
de vez en cuando de la anterior de tal modo, que no se podía llevar
a cabo por medio de nuevas adiciones. Esta pequeña pérdida que
puede además subsanarse, cuando se quiera, con solo cotejar esta
edición con la primera queda compensada con creces, según
yo espero, por la mayor comprensibilidad de ésta.
He notado, con alegría, en varios escritos públicos (ora
con ocasión de dar cuenta de algunos libros, ora en tratados
159
particulares), que el espíritu de exactitud no ha muerto en Alemania.
La gritería de la nueva moda, que practica una genial libertad en el
pensar, lo ha pagado tan sólo por poco tiempo, y los espinosos
senderos de la crítica, que conducen a una ciencia de la razón pura,
ciencia de escuela, pero sólo así duradera y por ende altamente
necesaria, no han impedido a valerosos clarividentes ingenios,
adueñarse de ella. A estos hombres de mérito, que unen felizmente
a la profundidad del conocimiento el talento de una exposición
luminosa (talento de que yo precisamente carezco), abandono la
tarea de acabar mi trabajo, que en ese respecto puede todavía
dejar aquí o allá algo que desear; pues el peligro, en este caso, no
es el de ser refutado, sino el de no ser comprendido. Por mi parte
no puedo de aquí en adelante entrar en discusiones, aunque
atenderé con sumo cuidado a todas las indicaciones de amigos y
de enemigos, para utilizarlas en el futuro desarrollo del sistema,
conforme a esta propedéutica. Cógenme estos trabajos en edad
bastante avanzada (en este mes cumplo sesenta y cuatro años); y
si quiero realizar mi propósito, que es publicar la metafísica de la
naturaleza y la de la moralidad, como confirmación de la exactitud
de la crítica de la razón especulativa y la de la práctica, he de
emplear mi tiempo con economía, y confiarme, tanto para la
aclaración de las obscuridades, inevitables al principio en esta obra,
como para la defensa del todo, a los distinguidos ingenios, que se
han compenetrado con mi labor. Todo discurso filosófico puede ser
herido en algún sitio aislado (pues no puede presentarse tan
acorazado como el discurso matemático); pero la estructura del
sistema, considerada en unidad, no corre con ello el menor peligro,
y abarcarla con la mirada, cuando el sistema es nuevo, es cosa
para la cual hay pocos que tengan la aptitud del espíritu y, menos
160
aún, que posean el gusto de usarla, porque toda innovación les
incomoda. También, cuando se arrancan trozos aislados y se
separan del conjunto, para compararlos después unos con otros,
pueden descubrirse en todo escrito, y más aún si se desarrolla en
libre discurso, contradicciones aparentes, que a los ojos de quien se
confía al juicio de otros, lanzan una luz muy desfavorable sobre el
libro. Pero quien se haya adueñado de la idea del todo, podrá
resolverlas muy fácilmente. Cuando una teoría tiene consistencia,
las acciones y reacciones que al principio la amenazaban con
grandes peligros, sirven, con el tiempo, solo para aplanar sus
asperezas y si hombres de imparcialidad, conocimiento y verdadera
popularidad se ocupan de ella, proporciónanle también en poco
tiempo la necesaria elegancia. Königsberg, Abril de 1787.
161
10
KARL MARX Y FRIEDRICH ENGELS
La ideología alemana
Introducción. Apartado A [1] HISTORIA
Tratándose de los alemanes, situados al margen de toda premisa,
debemos comenzar señalando que la primera premisa de toda
existencia humana y también, por tanto, de toda historia, es que los
hombres se hallen, para «hacer historia», en condiciones de poder
vivir.
Ahora bien, para vivir hace falta comer, beber, alojarse bajo un
techo, vestirse y algunas cosas más. El primer hecho histórico es,
por consiguiente, la producción de los medios indispensables para
la satisfacción de estas necesidades, es decir, la producción de la
vida material misma, y no cabe duda de que es este un hecho
histórico, una condición fundamental de toda historia, que lo mismo
hoy que hace miles de años, necesita cumplirse todos los días y a
todas horas, simplemente para asegurar la vida de los hombres. Y
aun cuando la vida de los sentidos se reduzca al mínimo, a lo más
elemental, como en san Bruno, este mínimo presupondrá siempre,
necesariamente, la actividad de la producción. Por consiguiente, lo
primero, en toda concepción histórica, es observar este hecho
fundamental en toda su significación y en todo su alcance y
colocarlo en el lugar que le corresponde. Cosa que los alemanes,
como es sabido, no han hecho nunca, razón por la cual la historia
jamás ha tenido en Alemania una base terrenal ni,
162
consiguientemente, ha existido nunca aquí un historiador. Los
franceses y los ingleses, aun cuando concibieron de un modo
extraordinariamente unilateral el entronque de este hecho con la
llamada historia, ante todo mientras estaban prisioneros de la
ideología política, hicieron, sin embargo, los primeros intentos
encaminados a dar a la historiografía una base materialista, al
escribir las primeras historias de la sociedad civil, del comercio y de
la industria.
Lo segundo es que la satisfacción de esta primera necesidad, la
acción de satisfacerla y la adquisición del instrumento necesario
para ello conducen a nuevas necesidades, y esta creación de
necesidades nuevas constituye el primer hecho histórico. Y ello
demuestra inmediatamente de quién es hija espiritual la gran
sabiduría histórica de los alemanes, que, cuando les falta el material
positivo y no vale chalanear con necedades políticas ni literarias, no
nos ofrecen ninguna clase de historia, sino que hacen desfilar ante
nosotros los «tiempos prehistóricos», pero sin detenerse a
explicarnos cómo se pasa de este absurdo de la «prehistoria» a la
historia en sentido propio, aunque es evidente, por otra parte, que
sus especulaciones históricas se lanzan con especial fruición a esta
«prehistoria» porque en ese terreno creen hallarse a salvo de la
ingerencia de los «toscos hechos» y, al mismo tiempo, porque aquí
pueden dar rienda suelta a sus impulsos especulativos y proponer y
echar por tierra miles de hipótesis.
El tercer factor que aquí interviene de antemano en el desarrollo
histórico es el de que los hombres que renuevan diariamente su
propia vida comienzan al mismo tiempo a crear a otros hombres, a
procrear: es la relación entre hombre y mujer, entre padres e hijos,
163
la familia. Esta familia, que al principio constituye la única relación
social, más tarde, cuando las necesidades, al multiplicarse, crean
nuevas relaciones sociales y, a su vez, al aumentar el censo
humano, brotan nuevas necesidades, pasa a ser (salvo en
Alemania) una relación secundaria y tiene, por tanto, que tratarse y
desarrollarse con arreglo a los datos empíricos existentes, y no
ajustándose al «concepto de la familia» misma, como se suele
hacer en Alemania.
Por lo demás, estos tres aspectos de la actividad social no deben
considerarse como tres fases distintas, sino sencillamente como
eso, como tres aspectos o, para decirlo a la manera alemana, como
tres «momentos» que han existido desde el principio de la historia y
desde el primer hombre y que todavía hoy siguen rigiendo en la
historia.
La producción de la vida, tanto de la propia en el trabajo, como de la
ajena en la procreación, se manifiesta inmediatamente como una
doble relación –de una parte, como una relación natural, y, de otra,
como una relación social–; social, en el sentido de que por ella se
entiende la cooperación de diversos individuos, cualesquiera que
sean sus condiciones, de cualquier modo y para cualquier fin. De
donde se desprende que un determinado modo de producción o
una determinada fase industrial lleva siempre aparejado un
determinado modo de cooperación o una determinada fase social,
modo de cooperación que es, a su vez, una «fuerza productiva »;
que la suma de las fuerzas productivas accesibles al hombre
condiciona el estado social y que, por tanto, la «historia de la
humanidad» debe estudiarse y elaborarse siempre en conexión con
la historia de la industria y del intercambio.
164
Pero, asimismo es evidente que en Alemania no se puede escribir
este tipo de historia, ya que los alemanes carecen, no solo de la
capacidad de concepción y del material necesarios, sino también de
la «certeza» adquirida a través de los sentidos, y que de aquel lado
del Rin no es posible reunir experiencias, por la sencilla razón de
que allí no ocurre historia alguna. Se manifiesta, por tanto, ya de
antemano una conexión materialista de los hombres entre sí,
condicionada por las necesidades y el modo de producción y que es
tan vieja como los hombres mismos; conexión que adopta
constantemente nuevas formas y que ofrece, por consiguiente, una
«historia», aun sin que exista cualquier absurdo político o religioso
que también mantenga unidos a los hombres.
Solamente ahora, después de haber considerado ya cuatro
momentos, cuatro aspectos de las relaciones históricas originarias,
caemos en la cuenta de que el hombre tiene también «conciencia».
Pero, tampoco esta es de antemano una conciencia «pura». El
«espíritu» nace ya tarado con la maldición de estar «preñado» de
materia, que aquí se manifiesta bajo la forma de capas de aire en
movimiento, de sonidos, en una palabra, bajo la forma del lenguaje.
El lenguaje es tan viejo como la conciencia: el lenguaje es la
conciencia práctica, la conciencia real, que existe también para los
otros hombres y que, por tanto, comienza a existir también para mí
mismo, y el lenguaje nace, como la conciencia, de la necesidad, de
los apremios del intercambio con los demás hombres.
Donde existe una relación, existe para mí, pues el animal no se
«comporta» ante nada ni, en general, podemos decir que tenga
«comportamiento» alguno. Para el animal, sus relaciones con otros
no existen como tales relaciones. La conciencia, por tanto, es ya de
165
antemano un producto social, y lo seguirá siendo mientras existan
seres humanos. La conciencia es, ante todo, naturalmente,
conciencia del mundo inmediato y sensible que nos rodea y
conciencia de los nexos limitados con otras personas y cosas, fuera
del individuo consciente de sí mismo; y es, al mismo tiempo,
conciencia de la naturaleza que al principio se enfrenta al hombre
como un poder absolutamente extraño, omnipotente e
inexpugnable, ante el que los hombres se comportan de un modo
puramente animal y que los amedrenta como al ganado; es, por
tanto, una conciencia puramente animal de la naturaleza (religión
natural).
Inmediatamente, vemos aquí que esta religión natural o este
determinado comportamiento hacia la naturaleza se hallan
determinados por la forma social, y a la inversa. En este caso, como
en todos, la identidad entre la naturaleza y el hombre se manifiesta
también de tal modo que el comportamiento limitado de los hombres
hacia la naturaleza condiciona el limitado comportamiento de unos
hombres para con otros, y este, a su vez, su comportamiento
limitado hacia la naturaleza, precisamente porque la naturaleza
apenas ha sufrido aún ninguna modificación histórica. Y, de otra
parte, la conciencia de la necesidad de entablar relaciones con los
individuos circundantes es el comienzo de la conciencia de que el
hombre vive, en general, dentro de una sociedad. Este comienzo es
algo tan animal como la propia vida social en esta fase; es,
simplemente, una conciencia gregaria y, en este punto, el hombre
solo se distingue del carnero por cuanto su conciencia sustituye al
instinto o es el suyo un instinto consciente. Esta conciencia gregaria
o tribual se desarrolla y perfecciona después, al aumentar la
166
producción, al acrecentarse las necesidades y al multiplicarse la
población, que es el factor sobre el que descansan los dos
anteriores.
De este modo se desarrolla la división del trabajo, que
originariamente no pasaba de la división del trabajo en el acto
sexual y, más tarde, de una división del trabajo introducida de un
modo «natural» en atención a las dotes físicas (por ejemplo, la
fuerza corporal), a las necesidades, las coincidencias fortuitas, etc.
La división del trabajo solo se convierte en verdadera división a
partir del momento en que se separan el trabajo físico y el
intelectual. Desde este instante, puede ya la conciencia imaginarse
realmente que es algo más y algo distinto que la conciencia de la
práctica existente, que representa realmente algo sin representar
algo real; desde este instante, se halla la conciencia en condiciones
de emanciparse del mundo y entregarse a la creación de la teoría
«pura», de la teología «pura», la filosofía y la moral «puras», etc.
Pero, aun cuando esta teoría, esta teología, esta filosofía, esta
moral, etc. se hallen en contradicción con las relaciones existentes,
esto solo podrá explicarse porque las relaciones sociales existentes
se hallan, a su vez, en contradicción con la fuerza productiva
existente; cosa que, por lo demás, dentro de un determinado círculo
nacional de relaciones, podrá suceder también a pesar de que la
contradicción no se dé en el seno de esta órbita nacional, sino entre
esta conciencia nacional y la práctica de otras naciones; es decir,
entre la conciencia nacional y general de una nación.
Por lo demás, es de todo punto indiferente lo que la conciencia por
sí sola haga o emprenda, pues de toda esta escoria solo
obtendremos un resultado, a saber: que estos tres momentos, la
167
fuerza productora, el estado social y la conciencia, pueden y deben
necesariamente entrar en contradicción entre sí, ya que, con la
división del trabajo se da la posibilidad, más aún, la realidad de que
las actividades espirituales y materiales, el disfrute y el trabajo, la
producción y el consumo se asignen a diferentes individuos, y la
posibilidad de que no caigan en contradicción reside solamente en
que vuelva a abandonarse la división del trabajo. Por lo demás, de
suyo se comprende que los «espectros», los «nexos», los «entes
superiores», los «conceptos», los «reparos» no son más que la
expresión espiritual puramente idealista, la idea aparte del individuo
aislado, la representación de trabas y limitaciones muy empíricas
dentro de las cuales se mueve el modo de producción de la vida y la
forma de intercambio congruente con él.
Con la división del trabajo, que lleva implícitas todas estas
contradicciones y que descansa, a su vez, sobre la división natural
del trabajo en el seno de la familia y en la división de la sociedad en
diversas familias contrapuestas, se da, al mismo tiempo, la
distribución y, concretamente, la distribución desigual, tanto
cuantitativa como cualitativamente, del trabajo y de sus productos;
es decir, la propiedad, cuyo primer germen, cuya forma inicial se
contiene ya en la familia, donde la mujer y los hijos son los esclavos
del marido. La esclavitud, todavía muy rudimentaria, ciertamente,
latente en la familia, es la primera forma de propiedad, que, por lo
demás, ya aquí corresponde perfectamente a la definición de los
modernos economistas, según la cual es el derecho a disponer de
la fuerza de trabajo de otros. Por lo demás, división del trabajo y
propiedad privada son términos idénticos: uno de ellos dice, referido
a la esclavitud, lo mismo que el otro, referido al producto de esta.
168
La división del trabajo lleva aparejada, además, la contradicción
entre el interés del individuo concreto o de una determinada familia
y el interés común de todos los individuos relacionados entre sí,
interés común que no existe, ciertamente, tan solo en la idea, como
algo «general», sino que se presenta en la realidad, ante todo,
como una relación de mutua dependencia de los individuos entre
quienes aparece dividido el trabajo.
Finalmente, la división del trabajo nos brinda ya el primer ejemplo
de cómo, mientras los hombres viven en una sociedad natural,
mientras se da, por tanto, una separación entre el interés particular
y el interés común, mientras las actividades, por consiguiente, no
aparecen divididas voluntariamente, sino por modo natural, los
actos propios del hombre se erigen ante él en un poder ajeno y
hostil, que le sojuzga, en vez de ser él quien los domine. En efecto,
a partir del momento en que comienza a dividirse el trabajo, cada
cual se mueve en un determinado círculo exclusivo de actividades,
que le es impuesto y del que no puede salirse; el hombre es
cazador, pescador, pastor o crítico, y no tiene más remedio que
seguirlo siendo, si no quiere verse privado de los medios de vida; al
paso que en la sociedad comunista, donde cada individuo no tiene
acotado un círculo exclusivo de actividades, sino que puede
desarrollar sus aptitudes en la rama que mejor le parezca, la
sociedad se encarga de regular la producción general, con lo que
hace cabalmente posible que yo pueda dedicarme hoy a esto y
mañana a aquello, que pueda por la mañana cazar, por la tarde
pescar y por la noche apacentar el ganado, y después de comer, si
me place, dedicarme a criticar, sin necesidad de ser exclusivamente
169
cazador, pescador, pastor o crítico, según los casos. Esta
plasmación de las actividades sociales, esta consolidación de
nuestros propios productos en un poder material erigido sobre
nosotros, sustraído a nuestro control, que levanta una barrera ante
nuestra expectativa y destruye nuestros cálculos, es uno de los
momentos fundamentales que se destacan en todo el desarrollo
histórico anterior, y precisamente por virtud de esta contradicción
entre el interés particular y el interés común, cobra el interés común,
en cuanto Estado, una forma propia e independiente, separada de
los reales intereses particulares y colectivos y, al mismo tiempo,
como una comunidad ilusoria, pero siempre sobre la base real de
los vínculos existentes, dentro de cada conglomerado familiar y
tribual, tales como la carne y la sangre, la lengua, la división del
trabajo en mayor escala y otros intereses y, sobre todo, como más
tarde habremos de desarrollar, a base de las clases, ya
condicionadas por la división del trabajo, que se forman y
diferencian en cada uno de estos conglomerados humanos y entre
las cuales hay una que domina sobre todas las demás.
De donde se desprende que todas las luchas que se libran dentro
del Estado, la lucha entre la democracia, la aristocracia y la
monarquía, la lucha por el derecho de sufragio, etc. no son sino las
formas ilusorias bajo las que se ventilan las luchas reales entre las
diversas clases (de lo que los historiadores alemanes no tienen ni la
más remota idea, a pesar de habérseles facilitado las orientaciones
necesarias acerca de ello en los Anales Franco-Alemanes y en La
Sagrada Familia). Y se desprende, asimismo, que toda clase que
aspire a implantar su dominación, aunque esta, como ocurre en el
caso del proletariado, condicione en absoluto la abolición de toda la
170
forma de la sociedad anterior y de toda dominación en general,
tiene que empezar conquistando el poder político, para poder
presentar su interés como el interés general, cosa a que en el
primer momento se ve obligada.
Precisamente porque los individuos solo buscan su interés
particular, que para ellos no coincide con su interés común, y
porque lo general es siempre la forma ilusoria de la comunidad, se
hace valer esto ante su representación como algo «ajeno» a ellos e
«independiente » de ellos, como un interés «general» a su vez
especial y peculiar, o ellos mismos tienen necesariamente que
enfrentarse en esta escisión, como en la democracia. Por otra parte,
la lucha práctica de estos intereses particulares que
constantemente y de un modo real se enfrentan a los intereses
comunes o que ilusoriamente se creen tales, impone como algo
necesario la interposición práctica y el refrenamiento por el interés
«general» ilusorio bajo la forma del Estado. El poder social, es
decir, la fuerza de producción multiplicada, que nace por obra de la
cooperación de los diferentes individuos bajo la acción de la división
del trabajo, se les aparece a estos individuos, por no tratarse de una
cooperación voluntaria, sino natural, no como un poder propio,
asociado, sino como un poder ajeno, situado al margen de ellos,
que no saben de dónde procede ni a dónde se dirige y que, por
tanto, no pueden ya dominar, sino que recorre, por el contrario, una
serie de fases y etapas de desarrollo peculiar e independiente de la
voluntad y de los actos de los hombres y que incluso dirige esta
voluntad y estos actos.
Con esta «enajenación», para expresarnos en términos
comprensibles para los filósofos, solo puede acabarse partiendo de
171
dos premisas prácticas. Para que se convierta en un poder
«insoportable», es decir, en un poder contra el que hay que
sublevarse, es necesario que engendre a una masa de la
humanidad como absolutamente «desposeída» y, a la par con ello,
en contradicción con un mundo existente de riquezas y de cultura,
lo que presupone, en ambos casos, un gran incremento de la fuerza
productiva, un alto grado de desarrollo; y, de otra parte, este
desarrollo de las fuerzas productivas (que entraña ya, al mismo
tiempo, una existencia empírica dada en un plano histórico-
universal, y no en la vida puramente local de los hombres)
constituye también una premisa práctica absolutamente necesaria,
porque sin ella solo se generalizaría la escasez y, por tanto, con la
pobreza comenzaría de nuevo, a la par, la lucha por lo
indispensable y se recaería necesariamente en toda la inmundicia
anterior; y, además, porque solo este desarrollo universal de las
fuerzas productivas lleva consigo un intercambio universal de los
hombres, en virtud de lo cual, por una parte, el fenómeno de la
masa «desposeída» se produce simultáneamente en todos los
pueblos (competencia general) haciendo que cada uno de ellos
dependa de las conmociones de los otros y, por último, instituye a
individuos histórico-universales, empíricamente mundiales, en vez
de individuos locales. Sin esto, 1.º el comunismo solo llegaría a
existir como fenómeno local; 2.º las mismas potencias del
intercambio no podrían desarrollarse como potencias universales y,
por tanto, insoportables, sino que seguirían siendo simples
«circunstancias» supersticiosas de puertas adentro, y 3.º toda
ampliación del intercambio acabaría con el comunismo local.
172
El comunismo, empíricamente, solo puede darse como la acción
«coincidente» o simultánea de los pueblos dominantes, lo que
presupone el desarrollo universal de las fuerzas productivas y el
intercambio universal que lleva aparejado. ¿Cómo, si no, podría la
propiedad, por ejemplo, tener una historia, revestir diferentes
formas, y la propiedad territorial, supongamos, según las diferentes
premisas existentes, presionar en Francia para pasar de la
parcelación a la centralización en pocas manos y en Inglaterra, a la
inversa, de la concentración en pocas manos a la parcelación, como
hoy realmente estamos viendo? ¿O cómo explicarse que el
comercio, que no es sino el intercambio de los productos de
diversos individuos y países, llegue a dominar el mundo entero
mediante la relación entre la oferta y la demanda –relación que,
como dice un economista inglés, gravita sobre la Tierra como el
destino de los antiguos, repartiendo con mano invisible la felicidad y
la desgracia entre los hombres, creando y destruyendo imperios,
alumbrando pueblos y haciéndolos desaparecer–, mientras que, con
la destrucción de la base, de la propiedad privada, con la regulación
comunista de la producción y la abolición de la actitud en que los
hombres se comportan ante sus propios productos como ante algo
extraño a ellos, el poder de la relación de la oferta y la demanda se
reduce a la nada y los hombres vuelven a hacerse dueños del
intercambio, de la producción y del modo de su mutuo
comportamiento?
Para nosotros, el comunismo no es un estado que debe
implantarse, un ideal al que haya de sujetarse la realidad. Nosotros
llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al
estado de cosas actual. Las condiciones de este movimiento se
173
desprenden de la premisa actualmente existente. Por lo demás, la
masa de los simples obreros –de la fuerza de trabajo excluida en
masa del capital o de cualquier satisfacción, por limitada que ella
sea– y, por tanto, la pérdida no puramente temporal de este mismo
trabajo como fuente segura de vida, presupone, a través de la
competencia, el mercado mundial. Por tanto, el proletariado solo
puede existir en un plano histórico-mundial, lo mismo que el
comunismo, su acción, solo puede llegar a cobrar realidad como
existencia histórico-universal. Existencia histórico-universal de los
individuos, es decir, existencia de los individuos directamente
vinculada a la historia universal.
La forma de intercambio condicionada por las fuerzas de producción
existentes en todas las fases históricas anteriores y que, a su vez,
las condiciona es la sociedad civil, que, como se desprende de lo
anteriormente expuesto, tiene como premisa y como fundamento la
familia simple y la familia compuesta, lo que suele llamarse la tribu,
y cuya naturaleza queda precisada en páginas anteriores. Ya ello
revela que esta sociedad civil es el verdadero hogar y escenario de
toda la historia y cuán absurda resulta la concepción histórica
anterior que, haciendo caso omiso de las relaciones reales, solo
mira, con su imitación, a las acciones resonantes de los jefes y del
Estado. La sociedad civil abarca todo el intercambio material de los
individuos, en una determinada fase de desarrollo de las fuerzas
productivas. Abarca toda la vida comercial e industrial de una fase
y, en este sentido, trasciende de los límites del Estado y de la
nación, si bien, por otra parte, tiene necesariamente que hacerse
valer al exterior como nacionalidad y, vista hacia el interior, como
Estado. El término de sociedad civil apareció en el siglo xviii,
174
cuando ya las relaciones de propiedad se habían desprendido de
los marcos de la comunidad antigua y medieval. La sociedad civil en
cuanto tal solo se desarrolla con la burguesía; sin embargo, la
organización social que se desarrolla directamente basándose en la
producción y el intercambio, y que forma en todas las épocas la
base del Estado y de toda otra supraestructura idealista, se ha
designado siempre, invariablemente, con el mismo nombre.
175
10
NIETZSCHE
El gay saber
Libro V. Nosotros, los sin miedo
§ 343. Lo que va junto con nuestro buen humor
El más grande de los últimos acontecimientos –que «Dios ha
muerto», que la fe en el Dios cristiano se ha hecho increíble–
comienza ya a lanzar sus primeras sombras sobre Europa. Por lo
menos para aquellos pocos cuyos ojos y cuya suspicacia en sus
ojos es lo bastante fuerte y fina para este espectáculo,
precisamente parece que algún Sol se haya puesto, que una
antigua y profunda confianza se ha trocado en duda. Nuestro viejo
mundo tiene que parecerles a estos cada día más vespertino, más
desconfiado, más extraño y «más viejo». Pero en lo esencial puede
uno decir que el acontecimiento mismo es mucho mayor, mucho
más lejano y más apartado de la capacidad de muchos que cuanto
su conocimiento siquiera se permitiera tener por alcanzado. Y no
hablemos de que muchos sepan ya lo que propiamente ha
acontecido con esto, y todo cuanto en lo sucesivo tiene que
desmoronarse, una vez que esta fe se ha corrompido, porque
estaba edificado sobre ella; por ejemplo, toda nuestra moral
europea. Esta amplia plenitud con sus consecuencias de ruptura,
destrucción, hundimiento, derrumbamiento que ahora tenemos ante
nosotros, ¿quién sería capaz de adivinar ya hoy bastante de todo
ello, para tener que hacerse el maestro y pregonero de esta ingente
176
lógica de horror, el profeta de un oscurecimiento y eclipse de Sol,
cuales no hubo probablemente nunca sobre la Tierra?… Nosotros
mismos, adivinadores de enigmas por nacimiento, quienes
esperamos por así decirlo sobre las montañas, situados entre hoy y
mañana y tendidos en la contradicción entre hoy y mañana.
Nosotros, primicias y primogénitos del siglo futuro, a quienes
debieron haber llegado ahora ya a la cara propiamente las sombras
que han de envolver en seguida a Europa, ¿en qué consiste, pues,
que nosotros mismos, sin una justa participación en este
oscurecimiento, esperemos con ansia su llegada, sobre todo sin
preocupación y sin temor por nosotros?
Puede que estemos aún demasiado bajo las consecuencias
inmediatas de este acontecimiento, y estas consecuencias
inmediatas, sus consecuencias, no son para nosotros, al contrario
de lo que se pudiera esperar, tristes y tenebrosas en absoluto,
antes bien como una nueva especie de luz difícil de describir, como
una felicidad, un alivio, un recreo, un sustento, una aurora…
Efectivamente, nosotros, filósofos y «espíritus libres», ante la noticia
de que el «viejo Dios ha muerto», nos sentimos como iluminados
por una nueva aurora; nuestro corazón se inunda entonces de
gratitud, de admiración, de presentimiento y de esperanza.
Finalmente se nos aparece el horizonte otra vez libre, por el hecho
mismo de que no está claro, y por fin es lícito a nuestros barcos
zarpar de nuevo, rumbo hacia cualquier peligro; de nuevo está
permitida toda aventura arriesgada de quien está en camino de
conocer; la mar, nuestra mar se nos presenta otra vez abierta, tal
vez no hubo nunca, aún, una «mar tan abierta».
177
§ 344. En qué medida somos piadosos nosotros también
Se dice con razón que las convicciones no tienen derecho alguno
de ciudadanía en la ciencia. Solo cuando se resuelven a descender
a la modestia de una hipótesis, de una previa posición para una
prueba, de una ficción normativa, puede concedérseles la entrada y
un cierto valor dentro del imperio del conocimiento –en todo caso
con la limitación de permanecer bajo vigilancia policial, bajo la
policía de la desconfianza–. Pero esto, si se considera más
exactamente, ¿no quiere decir que solo cuando la convicción deja
de serlo le es permitido conseguir su acceso a la ciencia? ¿No
comienza el cultivo del espíritu científico cuando uno no se permite
ya más convicciones?… Así es probablemente. Solo resta por
preguntar, para que este cultivo pueda comenzar, si no ha de haber
ya una convicción, y por cierto tan imperiosa e incondicional que se
sacrifiquen por ella todas las restantes convicciones. Se ve que
también la ciencia se apoya sobre una fe, no existe ciencia alguna
«libre de presupuestos». La pregunta de si es necesaria la verdad,
no solo tiene que responderse afirmativamente ya con anterioridad,
sino que ha de afirmarse hasta el extremo de que con ello se
expresa al mismo tiempo el juicio, la fe y la convicción de que «nada
es más necesario que la verdad y todo lo demás, con relación a
ella, tiene solamente un valor secundario». Esta incondicional
voluntad de verdad ¿qué es? ¿Es la voluntad de no dejarse
engañar?
Pues también en este último sentido pudiera interpretarse la
voluntad por la verdad: suponiendo que entre la generalización de
«no quiero engañar» está comprendido también el caso particular
de «no quiero engañarme a mí mismo». Pero, ¿por qué no
178
engañar?, ¿por qué no dejarse engañar? Obsérvese que las
razones para lo primero alcanzan un ámbito completamente distinto
que las del segundo. Uno no quiere dejarse engañar, suponiendo
que ser engañado es nocivo, peligroso y funesto; en este sentido,
ciencia sería una gran prudencia, una precaución, una utilidad,
contra la cual empero podría objetarse con razón: ¿cómo?, ¿es
realmente menos nocivo, menos peligroso y menos funesto no-
querer-dejarse-engañar? ¿Qué sabéis de antemano acerca del
carácter de la existencia para poder discernir si la mayor ventaja
está del lado de los absolutamente desconfiados o del de los
enteramente confiados? Pero en el caso de que uno y otro debiera
ser necesario, mucha confianza y mucha desconfianza, ¿de dónde
podría entonces la ciencia tomar su fe incondicional, la convicción
en que se apoya de que la verdad es más importante que ninguna
otra cosa, y aun que toda otra convicción? Precisamente no hubiera
podido surgir esta convicción si se demostrase que de continuo son
útiles ambas, verdad y no verdad, que es precisamente lo que
ocurre. Por tanto, la fe en la ciencia, que ahora es indiscutible, no
puede haber tenido su origen en semejante cálculo de la utilidad,
sino más bien en que continuamente se hace patente esta, a pesar
de la inutilidad y la peligrosidad de la «voluntad por la verdad», de la
«verdad a todo precio». «A todo precio», ¡esto lo entendemos
bastante bien una vez hemos inmolado y degollado una fe tras otra
sobre este altar! Por consiguiente, «voluntad de verdad» no significa
«no quiero engañarme a mí mismo», sino –pues no queda otra
elección– «no quiero engañar, ni siquiera a mí mismo…», y con
esto estamos sobre el terreno de la moral. Pues uno se pregunta
fundamentalmente a sí mismo: «¿por qué no quieres engañar?»,
particularmente si debiera mantener la apariencia –¡y la mantiene!–
179
como si se hubiese instalado la vida sobre la apariencia, mejor
quiero decir sobre el error, el engaño, el disimulo, el
deslumbramiento y la obcecación voluntaria, y si por otra parte la
forma grande de la vida se hubiese mostrado siempre realmente del
lado de los más incuestionables polutropoi. Un propósito semejante
pudiera ser tal vez, interpretándolo suavemente, una quijotada, o
una pequeña exaltación disparatada. Pero pudiera ser además algo
peor, acaso un principio destructor antivital… «Voluntad de verdad»
–esto pudiera ser una oculta voluntad de muerte–. De este modo, la
pregunta ¿para qué ciencia? nos lleva de nuevo al problema moral:
¿para qué moral en general si la vida, la naturaleza y la historia son
«amorales»? No cabe duda de que quien es sincero, en aquel
sentido último y atrevido que presupone la fe en la ciencia, afirma al
mismo tiempo un mundo distinto del de la vida, de la naturaleza y
de la historia. Y por el hecho de afirmar ese «otro mundo» ¿no tiene
que negar, precisamente por esto, su correlato, este mundo,
nuestro mundo?… Con todo se habrá comprendido cómo yo quiero
pasar acto seguido más adelante, a saber que siempre existe
además una fe metafísica en la que se apoya nuestra fe en la
ciencia, que también nosotros, los que hoy estamos en el camino de
conocer, nosotros ateos y antimetafísicos, encendemos también
nuestro fuego en la lumbre que ha encendido la fe de milenios, esa
fe cristiana, que fue también la fe de Platón de que Dios es la
Verdad, que la Verdad es divina… Pero ¿qué ocurre, cuando esto
precisamente se hace cada vez más increíble, cuando ya no se
presenta nada divino, de no ser el error, la ceguera, la mentira…,
cuando el mismo Dios se nos presenta como la mayor mentira?
180
§ 345. La moral como problema
La falta de personalidad ejerce su venganza por doquier. Una
personalidad debilitada, menguada, amortiguada, que se niega y
reniega de sí misma, ya no sirve para ninguna cosa buena… mucho
menos es útil para la filosofía. El «desinterés» no tiene valor alguno
ni en el cielo ni en la tierra. Los grandes problemas reclaman todos
gran amor, y solo los espíritus fuertes, redondos y seguros son
aptos para esto, los que se sienten firmemente seguros de sí
mismos. La diferencia más considerable consiste en si el pensador
se entrega personalmente a sus problemas de tal modo que en
ellos ponga su destino, su necesidad y su mayor felicidad o, por el
contrario, «impersonalmente», es decir, que solo sabe tocarlos y
cogerlos con las antenas del pensamiento frío y curioso. En el
último caso, no se conseguirá nada de ello por mucho que se haya
podido prometer; pues los grandes problemas, aun suponiendo que
puedan cogerse, aun así se les escapan a las ranas y a los
sietemesinos; tal es su gusto desde la eternidad –un gusto que
comparten por lo demás con todas las mujerzuelas valientes–.
¿Cómo es posible que no haya encontrado a nadie, ni siquiera en
los libros, que se situase en esta posición como persona con
respecto a la moral, que reconociese la moral como su necesidad,
tormento, placer y pasión personales? Visiblemente hasta ahora la
moral no fue problema, sino más bien aquello en que venían a
ponerse de acuerdo unos con otros después de toda la
desconfianza, discrepancia y contradicción, el lugar santificado de la
paz, donde los pensadores descansaban incluso de sí mismos,
tomaban aliento y surgían de nuevo. No veo a nadie que se haya
atrevido a hacer una crítica de los juicios morales. Con respecto a
181
esto, noto la falta incluso de tentativas de la curiosidad científica, de
la imaginación pretenciosa y tentadora de psicólogos e
historiadores, la cual fácilmente prevé un problema y lo coge al
vuelo, sin saber a ciencia cierta lo que ha atrapado con ello. Apenas
si yo he encontrado escasas piezas sueltas para conducirlo a una
génesis de estos sentimientos y valoraciones (lo cual es algo
distinto de una crítica de los mismos y aún más distinto de una
historia de los sistemas éticos). Únicamente en un caso he hecho
yo todo para estimular una inclinación y capacitación en esta
especie de historia, pero inútilmente según hoy me parece. Ello
tiene poca importancia para estos historiadores de la moral
(especialmente para los ingleses); se sitúan regularmente, hasta
con ingenuidad todavía, bajo el mundo de una moral determinada y
se deshacen, sin saberlo, de sus escuderos y de su séquito; algo
así como para esa superstición popular de la Europa cristiana,
siempre de nuevo tan sinceramente repetida que ha puesto lo
característico de la acción moral en el desinterés, en la negación de
sí mismo, en sacrificarse-a-sí-mismo, o en la simpatía, en la
compasión. Su defecto más común en los presupuestos consiste en
que ellos afirman cierto consensus de los pueblos, por lo menos de
los pueblos domesticados, acerca de ciertos principios de la moral,
y de ahí concluyen su obligatoriedad incondicional incluso para ti y
para mí; o por contrario, una vez que se les ha descubierto la
verdad de que las valoraciones morales son necesariamente
diferentes en diversos pueblos, llegan a la conclusión de que
ninguna moral es obligatoria, una y otra cosa son grandes niñerías.
El defecto de los más sutiles entre ellos consiste en que descubren
y critican las opiniones, acaso disparatadas, de un pueblo sobre su
moral o de los hombres sobre toda moral humana, y del mismo
182
modo la superstición de la voluntad libre y cosas por el estilo acerca
de su origen y de su sanción religiosa y precisamente con esto se
figuran que han criticado esta misma moral. Pero el valor de un
mandamiento «tú debes» es todavía fundamentalmente distinto e
independiente de semejantes opiniones acerca del mismo y de la
maleza del error junto con lo cual haya podido desarrollarse.
Esto es tan cierto como que el valor de un medicamento para un
enfermo es independiente por completo de si el paciente tiene una
idea científica de la medicina o tiene la idea de una vieja. Una moral
pudiera incluso haber surgido de un error; aun viéndolo así no se
hubiese tocado siquiera todavía el problema de su valor. Nadie ha
puesto, pues, a prueba hasta ahora el valor de la más famosa de
todas las medicinas, la llamada moral, para lo cual es de todo punto
necesario en primer lugar que alguien por fin… la ponga en duda.
¡Ánimo, esta es precisamente nuestra tarea!
§ 346. Nuestro interrogante
Pero ¿no entendéis esto? Efectivamente, les costará trabajo
entendernos. Buscamos palabras y acaso buscamos también oídos.
¿Quiénes somos, pues, nosotros? Si quisiéramos denominarnos
sencillamente con expresiones antiguas, ateos o incrédulos y
además inmoralistas, no creeríamos con eso ni mucho menos
habernos caracterizado; somos las tres cosas en un estadio
demasiado tardío, para lo que se comprende, para lo que podéis
comprender vosotros, mis señores curiosos, según el humor de
cada uno.
183
¡No!, fuera con la amargura y la pasión del desarraigado que de su
incredulidad tiene que componerse una fe, una finalidad y hasta un
martirio. Hemos sido templados en la visión proyectiva y nos hemos
hecho fríos e insensibles a que nada absolutamente en el mundo es
divino, y aun ni siquiera razonable, compasivo o correcto conforme
a la medida humana. Lo sabemos, el mundo en que vivimos no es
divino, ni moral, «ni humano»…, nos lo hemos entendido por
demasiado tiempo falsa y engañosamente, pero conforme a deseo
y voluntad de nuestra veneración, esto es, conforme a una
necesidad subjetiva. Pues el hombre es un animal que venera. Y al
mismo tiempo es también un desconfiado, y el hecho de que el
mundo no vale tanto como habíamos creído, es acaso lo más
seguro de cuanto se ha apoderado al fin de nuestra desconfianza.
Cuanto haya de desconfianza, tanto de filosofía. Nos guardaremos
muy bien de decir que vale menos. Hoy se nos antoja como cosa de
risa que el hombre quiera proponerse encontrar valores que
debieran sobrepasar el valor del mundo real, precisamente estamos
de vuelta de eso como de un extravagante desvarío de la vanidad y
sinrazón humanas, que durante mucho tiempo no se les ha
reconocido por tales. Su última expresión la tiene en el pesimismo
moderno, su expresión anterior y más fuerte en la doctrina de Buda.
También se encuentra en el cristianismo, si bien de manera dudosa
y ambigua, pero no por ello menos seductora. Toda esa actitud de
«hombre frente a mundo», el hombre como principio «que niega-al-
mundo», el hombre como medida valorativa de las cosas, como
juez de los mundos, que pone la misma existencia, en último
término, en los platillos de su balanza y encuentra que pesa muy
poco –la inmensa insulsez de esta actitud se nos ha hecho
consciente tal cual es y nos quita todo gusto–. Ya nos reímos
184
cuando encontramos que se pone juntos a «hombre y mundo»,
separados por la sublime arrogancia de la partícula «y». Pero ¿qué
pasa? ¿No hemos avanzado un paso más, al reírnos, precisamente
por esto, en el desprecio del hombre? Y por lo mismo ¿también en
el pesimismo en el desprecio de la existencia que nos es
cognoscible? No hemos sucumbido precisamente por esto ante la
suspicacia de una oposición, de una oposición del mundo en que
nos encontrábamos hasta ahora, como en nuestra casa con
nuestras veneraciones –y tal vez a causa de esto nos sosteníamos
viviendo– y del otro mundo que somos nosotros mismos. Un recelo
inexorable, fundamental y muy hondo sobre nosotros mismos que
se apodera cada vez más y cada vez peor de nosotros, los
europeos, y fácilmente pudiera poner a las generaciones futuras
ante la más terrible disyuntiva de elegir «¡o acabáis con vuestras
veneraciones o… con vosotros mismos!». Lo último sería el
nihilismo, pero ¿no sería también el nihilismo lo primero? Este es
nuestro interrogante.
185
11
WITTGENSTEIN,
Investigaciones filosóficas,
§§ 116-133.
116. Cuando los filósofos usan una palabra — «conocimiento»,
«ser», «objeto», «yo», «proposición», «nombre»— y tratan de
captar la esencia de la cosa, siempre se ha de preguntar: ¿Se usa
efectivamente esta palabra de este modo en el lenguaje que tiene
su tierra natal?—
Nosotros reconducimos las palabras de su empleo metafísico a su
empleo cotidiano.
117. Se me dice: «¿Entiendes, pues, esta expresión? Pues bien —
la uso con el significado que tú sabes.»— Como si el significado
fuera una atmósfera que la palabra conllevara y asumiera en todo
tipo de empleo.
Si, por ejemplo, alguien dice que la oración «Esto está aquí» (a la
vez que apunta a un objeto que hay delante de sí) tiene sentido
para él, entonces podría él preguntarse bajo qué especiales
circunstancias se emplea efectivamente esta oración. Es en éstas
en las que tiene sentido.
118. ¿De dónde saca nuestro examen su importancia puesto que
sólo parece destruir todo lo interesante, es decir, todo lo grande e
importante? (Todo edificio en cierto modo; dejando sólo pedazos de
piedra y escombros). Pero son sólo castillos en el aire los que
186
destruimos y dejamos libre la base del lenguaje sobre la que se
asientan.
119. Los resultados de la filosofía son el descubrimiento de algún
que otro simple sinsentido y de los chichones que el entendimiento
se ha hecho al chocar con los límites del lenguaje. Éstos, los
chichones, nos hacen reconocer el valor de ese descubrimiento.
120. Cuando hablo de lenguaje (palabra, oración, etc.),tengo que
hablar el lenguaje de cada día. ¿Es este lenguaje acaso demasiado
basto, material, para lo que deseamos decir? ¿Y cómo ha de
construirse entonces otro?— ¡Y qué extraño que podamos efectuar
con el nuestro algo en absoluto!
El que en mis explicaciones que conciernen al lenguaje ya tenga
que aplicar el lenguaje entero (no uno más o menos preparatorio,
provisional) muestra ya que sólo puedo aducir exterioridades acerca
del lenguaje.
Sí, ¿pero cómo pueden entonces satisfacernos estos
argumentos?— Bueno, tus preguntas ya estaban también
formuladas en este lenguaje; ¡tuvieron que ser expresadas en este
lenguaje si había algo que preguntar!
Y tus escrúpulos son malentendidos.
Tus preguntas se refieren a palabras; así que he de hablar de
palabras.
Se dice: no importa la palabra, sino su significado; y se piensa con
ello en el significado como en una cosa de la índole de la palabra,
aunque diferente de la palabra. Aquí la palabra, ahí el significado.
187
La moneda y la vaca que se puede comprar con ella. (Pero por otra
parte: la moneda y su utilidad).
121. Pudiera pensarse: si la filosofía habla del uso de la palabra
«filosofía», entonces tiene que haber una filosofía de segundo
orden. Pero no es así; sino que el caso se corresponde con el de la
ortografía, que también tiene que ver con la palabra «ortografía» sin
ser entonces de segundo orden.
122.Una fuente principal de nuestra falta de comprensión es que no
vemos sinópticamente el uso de nuestras palabras.— A nuestra
gramática le falta visión sinóptica.— La representación sinóptica
produce la comprensión que consiste en 'ver conexiones'. De ahí la
importancia de encontrar y de inventar casos intermedios.
El concepto de representación sinóptica es de fundamental
significación para nosotros. Designa nuestra forma de
representación, el modo en que vemos las cosas. (¿Es esto una
'Weltanschauung’ ?)
123. Un problema filosófico tiene la forma: «No sé salir del
atolladero».
124. La filosofía no puede en modo alguno interferir con el uso
efectivo del lenguaje; puede a la postre solamente describirlo.
Pues no puede tampoco fundamentarlo.
Deja todo como está.
Deja también la matemática como está y ningún descubrimiento
matemático puede hacerla avanzar. Un «problema eminente de
lógica matemática» es para nosotros un problema de matemáticas
como cualquier otro.
188
125. No es cosa de la filosofía resolver una contradicción por
medio de un descubrimiento matemático, lógico-matemático. Sino
hacer visible sinópticamente el estado de la matemática que nos
inquieta, el estado anterior a la solución de la contradicción. (Y no
se trata con ello de quitar del camino una dificultad).
El hecho fundamental es aquí: que establecemos reglas, una
técnica, para un juego, y que entonces, cuando seguimos las
reglas, no marchan las cosas como habíamos supuesto. Que por
tanto nos enredamos, por así decirlo, en nuestras propias reglas.
Este enredarse en nuestras reglas es lo que queremos entender, es
decir, ver sinópticamente.
Ello arroja luz sobre nuestro concepto de significar. Pues "en estos
casos las cosas resultan de modo distinto de lo que habíamos
significado, previsto. Decimos justamente, cuando, por ejemplo, se
presenta la contradicción: «Yo no significaba esto.»
El estado civil de la contradicción, o su estado en el mundo civil: ése
es el problema filosófico.
126. La filosofía expone meramente todo y no explica ni deduce
nada.— Puesto que todo yace abiertamente, no hay nada que
explicar. Pues lo que acaso esté Oculto, no nos interesa.
Se podría llamar también «filosofía» a lo que es posible antes de
todos los nuevos descubrimientos e invenciones.
127. El trabajo del filósofo es compilar recuerdos para una finalidad
determinada.
128. Si se quisiera proponer tesis en filosofía, nunca se podría
llegar a discutirlas porque todos estarían de acuerdo con ellas.
189
129. Los aspectos de las cosas más importantes para nosotros
están ocultos por su simplicidad y cotidianeidad. (Se puede no
reparar en algo — porque siempre se tiene ante los ojos). Los
fundamentos reales de su indagación no le llaman en absoluto la
atención a un hombre. A no ser que eso le haya llamado la atención
alguna vez.— Y esto quiere decir: lo que una vez visto es más
llamativo y poderoso, no nos llama la atención.
130. Nuestros claros y simples juegos de lenguaje no son estudios
preparatorios para una futura reglamentación del lenguaje — como
si fueran primeras aproximaciones, sin consideración de la fricción y
de la resistencia del aire. Los juegos del lenguaje están más bien
ahí como objetos de comparación que deben arrojar luz sobre las
condiciones de nuestro lenguaje por vía de semejanza y
desemejanza.
131. Sólo podemos, pues, salir al paso de la injusticia o vaciedad de
nuestras aserciones exponiendo el modelo como lo que es, como
objeto de comparación — como, por así decirlo, una regla de medir;
y no como prejuicio al que la realidad tiene que corresponder. (El
dogmatismo en el que tan fácilmente caemos al filosofar).
132. Queremos establecer un orden en nuestro conocimiento del
uso del lenguaje: un orden para una finalidad determinada; uno de
los muchos órdenes posibles; no el orden. Con esta finalidad
siempre estaremos resaltando constantemente distinciones que
nuestras formas lingüísticas ordinarias fácilmente dejan pasar por
alto. De ahí, pudiera sacarse la impresión de que consideramos que
nuestra tarea es la reforma del lenguaje.
190
Una reforma semejante para determinadas finalidades prácticas, el
mejoramiento de nuestra terminología para evitar malentendidos en
el uso práctico, es perfectamente posible. Pero éstos no son los
casos con los que hemos de habérnoslas. Las confusiones que nos
ocupan surgen, por así decirlo, cuando el lenguaje marcha en el
vacío, no cuando trabaja.
133. No queremos refinar o complementar de maneras inauditas el
sistema de reglas para el empleo de nuestras palabras.
Pues la claridad a la que aspiramos es en verdad completa. Pero
esto sólo quiere decir que los problemas filosóficos deben
desaparecer completamente.
El descubrimiento real es el que me hace capaz de dejar de filosofar
cuando quiero.— Aquel que lleva la filosofía al descanso, de modo
que ya no se fustigue más con preguntas que la ponen a ella misma
en cuestión.— En cambio, se muestra ahora un método con
ejemplos y la serie de estos ejemplos puede romperse.— Se
resuelven problemas (se apartan dificultades), no un único
problema.
No hay un único método en filosofía, si bien hay realmente
métodos, como diferentes terapias.
116. Cuando los filósofos usan una palabra — «conocimiento»,
«ser», «objeto», «yo», «proposición», «nombre»— y tratan de
captar la esencia de la cosa, siempre se ha de preguntar: ¿Se usa
efectivamente esta palabra de este modo en el lenguaje que tiene
su tierra natal?—
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Nosotros reconducimos las palabras de su empleo metafísico a su
empleo cotidiano.
117. Se me dice: «¿Entiendes, pues, esta expresión? Pues bien —
la uso con el significado que tú sabes.»— Como si el significado
fuera una atmósfera que la palabra conllevara y asumiera en todo
tipo de empleo.
Si, por ejemplo, alguien dice que la oración «Esto está aquí» (a la
vez que apunta a un objeto que hay delante de sí) tiene sentido
para él, entonces podría él preguntarse bajo qué especiales
circunstancias se emplea efectivamente esta oración. Es en éstas
en las que tiene sentido.
118. ¿De dónde saca nuestro examen su importancia puesto que
sólo parece destruir todo lo interesante, es decir, todo lo grande e
importante? (Todo edificio en cierto modo; dejando sólo pedazos de
piedra y escombros). Pero son sólo castillos en el aire los que
destruimos y dejamos libre la base del lenguaje sobre la que se
asientan.
119. Los resultados de la filosofía son el descubrimiento de algún
que otro simple sinsentido y de los chichones que el entendimiento
se ha hecho al chocar con los límites del lenguaje. Éstos, los
chichones, nos hacen reconocer el valor de ese descubrimiento.
120. Cuando hablo de lenguaje (palabra, oración, etc.),tengo que
hablar el lenguaje de cada día. ¿Es este lenguaje acaso demasiado
basto, material, para lo que deseamos decir? ¿Y cómo ha de
construirse entonces otro?— ¡Y qué extraño que podamos efectuar
con el nuestro algo en absoluto!
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El que en mis explicaciones que conciernen al lenguaje ya tenga
que aplicar el lenguaje entero (no uno más o menos preparatorio,
provisional) muestra ya que sólo puedo aducir exterioridades acerca
del lenguaje.
Sí, ¿pero cómo pueden entonces satisfacernos estos
argumentos?— Bueno, tus preguntas ya estaban también
formuladas en este lenguaje; ¡tuvieron que ser expresadas en este
lenguaje si había algo que preguntar!
Y tus escrúpulos son malentendidos.
Tus preguntas se refieren a palabras; así que he de hablar de
palabras.
Se dice: no importa la palabra, sino su significado; y se piensa con
ello en el significado como en una cosa de la índole de la palabra,
aunque diferente de la palabra. Aquí la palabra, ahí el significado.
La moneda y la vaca que se puede comprar con ella. (Pero por otra
parte: la moneda y su utilidad).
121. Pudiera pensarse: si la filosofía habla del uso de la palabra
«filosofía», entonces tiene que haber una filosofía de segundo
orden. Pero no es así; sino que el caso se corresponde con el de la
ortografía, que también tiene que ver con la palabra «ortografía» sin
ser entonces de segundo orden.
122.Una fuente principal de nuestra falta de comprensión es que no
vemos sinópticamente el uso de nuestras palabras.— A nuestra
gramática le falta visión sinóptica.— La representación sinóptica
produce la comprensión que consiste en 'ver conexiones'. De ahí la
importancia de encontrar y de inventar casos intermedios.
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El concepto de representación sinóptica es de fundamental
significación para nosotros. Designa nuestra forma de
representación, el modo en que vemos las cosas. (¿Es esto una
'Weltanschauung’ ?)
123. Un problema filosófico tiene la forma: «No sé salir del
atolladero».
124. La filosofía no puede en modo alguno interferir con el uso
efectivo del lenguaje; puede a la postre solamente describirlo.
Pues no puede tampoco fundamentarlo.
Deja todo como está.
Deja también la matemática como está y ningún descubrimiento
matemático puede hacerla avanzar. Un «problema eminente de
lógica matemática» es para nosotros un problema de matemáticas
como cualquier otro.
125. No es cosa de la filosofía resolver una contradicción por
medio de un descubrimiento matemático, lógico-matemático. Sino
hacer visible sinópticamente el estado de la matemática que nos
inquieta, el estado anterior a la solución de la contradicción. (Y no
se trata con ello de quitar del camino una dificultad).
El hecho fundamental es aquí: que establecemos reglas, una
técnica, para un juego, y que entonces, cuando seguimos las
reglas, no marchan las cosas como habíamos supuesto. Que por
tanto nos enredamos, por así decirlo, en nuestras propias reglas.
Este enredarse en nuestras reglas es lo que queremos entender, es
decir, ver sinópticamente.
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Ello arroja luz sobre nuestro concepto de significar. Pues "en estos
casos las cosas resultan de modo distinto de lo que habíamos
significado, previsto. Decimos justamente, cuando, por ejemplo, se
presenta la contradicción: «Yo no significaba esto.»
El estado civil de la contradicción, o su estado en el mundo civil: ése
es el problema filosófico.
126. La filosofía expone meramente todo y no explica ni deduce
nada.— Puesto que todo yace abiertamente, no hay nada que
explicar. Pues lo que acaso esté Oculto, no nos interesa.
Se podría llamar también «filosofía» a lo que es posible antes de
todos los nuevos descubrimientos e invenciones.
127. El trabajo del filósofo es compilar recuerdos para una finalidad
determinada.
128. Si se quisiera proponer tesis en filosofía, nunca se podría
llegar a discutirlas porque todos estarían de acuerdo con ellas.
129. Los aspectos de las cosas más importantes para nosotros
están ocultos por su simplicidad y cotidianeidad. (Se puede no
reparar en algo — porque siempre se tiene ante los ojos). Los
fundamentos reales de su indagación no le llaman en absoluto la
atención a un hombre. A no ser que eso le haya llamado la atención
alguna vez.— Y esto quiere decir: lo que una vez visto es más
llamativo y poderoso, no nos llama la atención.
130. Nuestros claros y simples juegos de lenguaje no son estudios
preparatorios para una futura reglamentación del lenguaje — como
si fueran primeras aproximaciones, sin consideración de la fricción y
de la resistencia del aire. Los juegos del lenguaje están más bien
195
ahí como objetos de comparación que deben arrojar luz sobre las
condiciones de nuestro lenguaje por vía de semejanza y
desemejanza.
131. Sólo podemos, pues, salir al paso de la injusticia o vaciedad de
nuestras aserciones exponiendo el modelo como lo que es, como
objeto de comparación — como, por así decirlo, una regla de medir;
y no como prejuicio al que la realidad tiene que corresponder. (El
dogmatismo en el que tan fácilmente caemos al filosofar).
132. Queremos establecer un orden en nuestro conocimiento del
uso del lenguaje: un orden para una finalidad determinada; uno de
los muchos órdenes posibles; no el orden. Con esta finalidad
siempre estaremos resaltando constantemente distinciones que
nuestras formas lingüísticas ordinarias fácilmente dejan pasar por
alto. De ahí, pudiera sacarse la impresión de que consideramos que
nuestra tarea es la reforma del lenguaje.
Una reforma semejante para determinadas finalidades prácticas, el
mejoramiento de nuestra terminología para evitar malentendidos en
el uso práctico, es perfectamente posible. Pero éstos no son los
casos con los que hemos de habérnoslas. Las confusiones que nos
ocupan surgen, por así decirlo, cuando el lenguaje marcha en el
vacío, no cuando trabaja.
133. No queremos refinar o complementar de maneras inauditas el
sistema de reglas para el empleo de nuestras palabras.
Pues la claridad a la que aspiramos es en verdad completa. Pero
esto sólo quiere decir que los problemas filosóficos deben
desaparecer completamente.
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El descubrimiento real es el que me hace capaz de dejar de filosofar
cuando quiero.— Aquel que lleva la filosofía al descanso, de modo
que ya no se fustigue más con preguntas que la ponen a ella misma
en cuestión.— En cambio, se muestra ahora un método con
ejemplos y la serie de estos ejemplos puede romperse.— Se
resuelven problemas (se apartan dificultades), no un único
problema.
No hay un único método en filosofía, si bien hay realmente
métodos, como diferentes terapias.
197
12
J. ORTEGA Y GASSET
La doctrina del punto de vista
Contraponer la cultura a la vida y reclamar para ésta la plenitud de
sus derechos frente a aquélla no es hacer profesión de fe
anticultural. Si se interpreta así lo dicho anteriormente, se practica
una perfecta tergiversación. Quedan intactos los valores de cultura;
únicamente se niega su exclusivismo. Durante siglos se viene
hablando exclusivamente de la necesidad que la vida tiene de la
cultura. Sin desvirtuar lo más mínimo esta necesidad, se sostiene
aquí que la cultura no necesita menos de la vida. Ambos poderes —
el inmanente de lo biológico y el trascendente de la cultura—
quedan de esta suerte cara a cara, con iguales títulos, sin
supeditación del uno al otro. Este trato leal de ambos permite
plantear de una manera clara el problema de sus relaciones y
preparar una síntesis más franca y sólida. Por consiguiente, lo dicho
hasta aquí es sólo preparación para esa síntesis en que
culturalismo y vitalismo, al fundirse, desaparecen.
Recuérdese el comienzo de este estudio. La tradición moderna nos
ofrece dos maneras opuestas de hacer frente a la antinomia entre
vida y cultura. Una de ellas, el racionalismo, para salvar la cultura
niega todo sentido a la vida. La otra, el relativismo, ensaya la
operación inversa: desvanecer el valor objetivo de la cultura para
dejar paso a la vida. Ambas soluciones, que a las generaciones
anteriores parecían insuficientes, no encuentran eco en nuestra
sensibilidad. Una y otra viven a costa de cegueras
198
complementarias. Como nuestro tiempo no padece esas
obnubilaciones, como ve con toda claridad el sentido de ambas
potencias litigantes, ni se aviene a aceptar que la verdad, que la
justicia, que la belleza no existen, ni a olvidarse de que para existir
necesitan el soporte de la vitalidad.
Aclaremos este punto concretándonos a la porción mejor definible
de la cultura: el conocimiento. El conocimiento es la adquisición de
verdades, y en las verdades
se nos manifiesta el universo trascendente (transubjetivo) de la
realidad. Las verdades son eternas, únicas e invariables. ¿Cómo es
posible su insaculación dentro del sujeto? La respuesta del
racionalismo es taxativa: sólo es posible el conocimiento si la
realidad puede penetrar en él sin la menor deformación. El sujeto
tiene, pues, que ser un medio transparente, sin peculiaridad o color
alguno, ayer igual a hoy y a mañana—por tanto, ultravital y
extrahistórico. Vida es peculiaridad, cambio, desarrollo; en una
palabra: historia.
La respuesta del relativismo no es menos taxativa. El conocimiento
es imposible; no hay una realidad trascendente, porque todo sujeto
real es un recinto peculiarmente modelado. Al entrar en él la
realidad se deformaría, y esta deformación individual sería lo que
cada ser tomase por la pretendida realidad.
Es interesante advertir cómo en estos últimos tiempos, sin común
acuerdo ni premeditación, psicología, «biología» y teoría del
conocimiento, al revisar los hechos de que ambas actitudes
partían, han tenido que rectificarlos, coincidiendo en una nueva
manera de plantear la cuestión.
199
El sujeto, ni es un medio transparente, un «yo puro», idéntico e
invariable, ni su recepción de la realidad produce en ésta
deformaciones. Los hechos imponen una tercera opinión, síntesis
ejemplar de ambas. Cuando se interpone un cedazo o retícula en
una corriente, deja pasar unas cosas y detiene otras; se dirá que las
selecciona, pero no que las deforma. Esta es la función del sujeto,
del ser viviente ante la realidad cósmica que le circunda. Ni se deja
traspasar sin más ni más por ella, como acontecía al imaginario
ente racional creado por las definiciones racionalistas, ni finge él
una realidad ilusoria. Su función es claramente selectiva. De la
infinitud de los elementos que integran la realidad, el individuo,
aparato receptor, deja pasar un cierto número de ellos, cuya forma y
contenido coinciden con las mallas de su retícula sensible. Las
demás cosas —fenómenos, hechos, verdades— quedan fuera,
ignoradas, no percibidas.
Un ejemplo elemental y puramente fisiológico se encuentra en la
visión y la audición. El aparato ocular y el auditivo de la especie
humana reciben ondas vibratorias desde cierta velocidad mínima
hasta cierta velocidad máxima. Los colores y sonidos que queden
más allá o más acá de ambos límites les son desconocidos. Por
tanto, su estructura vital influye en la recepción de la realidad; pero
esto no quiere decir que su influencia o intervención traiga consigo
una deformación. Todo un amplio repertorio de colores y sonidos
reales, perfectamente reales, llega a su interior y sabe de ellos.
Como con los colores y sonidos acontece con las verdades. La
estructura psíquica de cada individuo viene a ser un órgano
perceptor, dotado de una forma determinada, que permite la
comprensión de ciertas verdades y está condenado a inexorable
200
ceguera para otras. Asimismo, cada pueblo y cada época tienen su
alma típica, es decir, una retícula con mallas de amplitud y perfil
definidos que le prestan rigorosa afinidad con ciertas verdades e
incorregible ineptitud para llegar a ciertas otras. Esto significa que
todas las épocas y todos los pueblos han gozado su congrua
porción de verdad, y no tiene sentido que pueblo y época algunos
pretendan oponerse a los demás, como si a ellos solos les hubiese
cabido en el reparto la verdad entera. Todos tienen su puesto
determinado en la serie histórica: ninguno puede aspirar a salirse de
ella, porque esto equivaldría a convertirse en un ente abstracto con
íntegra renuncia a la existencia.
Desde distintos puntos de vista, dos hombres miran el mismo
paisaje. Sin embargo, no ven lo mismo. La distinta situación hace
que el paisaje se organice ante ambos de distinta manera. Lo que
para uno ocupa el primer término y acusa con vigor todos sus
detalles, para el otro se halla en el último y queda oscuro y borroso.
Además, como las cosas puestas unas detrás de otras se ocultan
en todo o en parte, cada uno de ellos percibirá porciones del paisaje
que al otro no llegan. ¿Tendría sentido que cada cual declarase
falso el paisaje ajeno? Evidentemente, no; tan real es el uno como
el otro. Pero tampoco tendría sentido que puestos de acuerdo, en
vista de no coincidir sus paisajes, los juzgasen ilusorios. Esto
supondría que hay un tercer paisaje auténtico, el cual no se halla
sometido a las mismas condiciones que los otros dos. Ahora bien,
ese paisaje arquetipo no existe ni puede existir. La realidad cósmica
es tal, que sólo puede ser vista bajo una determinada perspectiva.
La perspectiva en uno de los componentes de la realidad. Lejos de
ser su deformación, es su organización. Una realidad que vista
201
desde cualquier punto resultase siempre idéntica es un concepto
absurdo.
Lo que acontece con la visión corpórea se cumple igualmente en
todo lo demás. Todo conocimiento lo es desde un punto de vista
determinado. La species aeternitatis, de Spinoza, el punto de vista
ubicuo, absoluto, no existe propiamente: es un punto de vista ficticio
y abstracto. No dudamos de su utilidad instrumental para ciertos
menesteres del conocimiento; pero es preciso no olvidar que desde
él no se ve lo real. El punto de vista abstracto sólo proporciona
abstracciones.
Esta manera de pensar lleva a una reforma radical de la filosofía
y, lo que importa más, de nuestra sensación cósmica.
La individualidad de cada sujeto real era el indomable estorbo que
la tradición intelectual de los últimos tiempos encontraba para que el
conocimiento pudiese justificar su pretensión de conseguir la
verdad. Dos sujetos diferentes —se pensaba— llegarán a verdades
divergentes. Ahora vemos que la divergencia entre los mundos de
dos sujetos no implica la falsedad de uno de ellos. Al contrario,
precisamente porque lo que cada cual ve es una realidad y no una
ficción, tiene que ser su aspecto distinto del que otro percibe. Esa
divergencia no es contradicción, sino complemento. Si el universo
hubiese presentado una faz idéntica a los ojos de un griego
socrático que a los de un yanqui, deberíamos pensar que el
universo no tiene verdadera realidad, independiente de los sujetos.
Porque esa coincidencia de aspecto ante dos hombres colocados
en puntos tan diversos como son la Atenas del siglo v y la Nueva
York del xx indicaría que no se trataba de una realidad externa a
202
ellos, sino de una imaginación que por azar se producía
idénticamente en dos sujetos.
Cada vida es un punto de vista sobre el universo. En rigor, lo que
ella ve no lo puede ver otra. Cada individuo —persona, pueblo,
época— es un órgano insustituible para la conquista de la verdad.
He aquí cómo ésta, que por sí misma es ajena a las variaciones
históricas, adquiere una dimensión vital. Sin el desarrollo, el
cambio perpetuo y la inagotable aventura que constituyen la vida, el
universo, la omnímoda verdad, quedaría ignorado.
El error inveterado consistía en suponer que la realidad tenía por sí
misma, e independientemente del punto de vista que sobre ella se
tomara, una fisonomía propia. Pensando así, claro está, toda visión
de ella desde un punto determinado no coincidiría con ese su
aspecto absoluto y, por tanto, sería falsa. Pero es el caso que la
realidad, como un paisaje, tiene infinitas perspectivas, todas ellas
igualmente verídicas y auténticas. La sola perspectiva falsa es esa
que pretende ser la única. Dicho de otra manera: lo falso es la
utopía, la verdad no localizada, vista desde «lugar ninguno». El
utopista —y esto ha sido en esencia el racionalismo— es el que
más yerra, porque es el hombre que no se conserva fiel a su punto
de vista, que deserta de su puesto (i).
(1) Desde 1913 expongo en mis cursos universitarios esta doctrina
del perspectivismo que en El Espectador, I (1916), aparece
taxativamente formulada. Sobre la magnífica confirmación de esta
teoría por la obra de Einstein, véase el apéndice.
Hasta ahora, la filosofía ha sido siempre utópica. Por eso pretendía
cada sistema valer para todos los tiempos y para todos los
203
hombres. Exenta de la dimensión vital, histórica, perspectivista,
hacía una y otra vez vanamente su gesto definitivo. La doctrina del
punto de vista exige, en cambio, que dentro del sistema vaya
articulada la perspectiva vital de que ha emanado, permitiendo así
su articulación con otros sistemas futuros o exóticos. La razón pura
tiene que ser sustituida por una razón vital, donde aquélla se
localice y adquiera movilidady fuerza de transformación.
Cuando hoy miramos las filosofías del pasado, incluyendo las del
último siglo, notamos en ellas ciertos rasgos de primitivismo.
Empleo esta palabra en el estricto sentido que tiene cuando es
referida a los pintores del quattrocento. ¿Por qué llamamos a éstos
«primitivos»? ¿En qué consiste su primitivismo? En su ingenuidad,
en su candor—se dice. Pero ¿cuál es la razón del candor y de la
ingenuidad, cuál su esencia? Sin duda es el olvido de sí mismo. El
pintor primitivo pinta el mundo desde su punto de vista —bajo el
imperio de ideas, valoraciones, sentimientos que le son privados—;
pero cree que lo pinta según él es. Por lo mismo, olvida introducir
en su obra su propia personalidad; nos ofrece aquélla como si se
hubiera fabricado a sí misma, sin intervención de un sujeto
determinado, fijo en un lugar del espacio y en un instante del
tiempo. Nosotros, naturalmente, vemos en su cuadro el reflejo de su
individualidad y vemos, a la par, que él no la veía, que se ignoraba
a sí mismo y se creía una pupila anónima abierta sobre el universo.
Esta ignorancia de sí mismo es la fuente encantadora de la
ingenuidad.
Mas la complacencia que el candor nos proporciona incluye y
supone la desestima del candoroso. Se trata de un benévolo
menosprecio. Gozamos del pintor primitivo como gozamos del
204
alma infantil, precisamente porque nos sentimos superiores a ellos.
Nuestra visión del mundo es mucho más amplia, más compleja,
más llena de reservas, encrucijadas, escotillones. Al movernos en
nuestro ámbito vital sentimos éste como algo ilimitado, indomable,
peligroso y difícil. En cambio, al asomarnos al universo del niño o
del pintor primitivo vemos que es un pequeño círculo, perfectamente
concluso y dominable, con un repertorio reducido de objetos y
peripecias. La vida imaginaria que llevamos durante el rato de esa
contemplación nos parece un juego fácil que momentáneamente
nos liberta de nuestra grave y problemática existencia. La gracia del
candor es, pues, la delectación del fuerte en la flaqueza del débil.
El atractivo que sobre nosotros tienen las filosofías pretéritas es del
mismo tipo. Su claro y sencillo esquematismo, su ingenua ilusión de
haber descubierto toda la verdad, la seguridad con que se asientan
en fórmulas que suponen inconmovibles, nos dan la impresión de
un orbe concluso, definido y definitivo, donde ja no hay problemas,
donde todo está ya resuelto. Nada más grato que pasear unas
horas por mundos tan claros y tan mansos. Pero cuando tornamos
a nosotros mismos y volvemos a sentir el universo con nuestra
propia sensibilidad, vemos que el mundo definido por esas filosofías
no era en verdad el mundo, sino el horizonte de sus autores. Lo que
ellos interpretaban como límite del universo, tras el cual no había
nada más, era sólo la línea curva con que su perspectiva cerraba su
paisaje. Toda filosofía que quiera curarse de ese inveterado
primitivismo, de esa pertinaz utopía, necesita corregir ese error,
evitando que lo que es blando j dilatable horizonte se anquilose en
mundo.
205
Ahora bien: la reducción o conversión del mundo a horizonte no
resta lo más mínimo de realidad a aquél; simplemente lo refiere al
sujeto viviente, cuyo mundo es, lo dota de una dimensión vital, lo
localiza en la corriente de la vida, que va de pueblo en pueblo, de
generación en generación, de individuo en individuo, apoderándose
de la realidad universal.
De esta manera, la peculiaridad de cada ser, su diferencia
individual, lejos de estorbarle para captar la verdad, es
precisamente el órgano por el cual puede ver la porción de realidad
que le corresponde. De esta manera, aparece cada individuo, cada
generación, cada época como un aparato de conocimiento
insustituible. La verdad integral sólo se obtiene articulando lo que el
prójimo ve con lo que yo veo, y así sucesivamente. Cada individuo
es un punto de vista esencial. Yuxtaponiendo las visiones parciales
de todos se lograría tejer la verdad omnímoda y absoluta. Ahora
bien: esta suma de las perspectivas individuales, este conocimiento
de lo que todos y cada uno han visto y saben, esta omnisciencia,
esta verdadera «razón absoluta», es el sublime oficio que
atribuímos a Dios. Dios es también un punto de vista; pero no
porque posea un mirador fuera del área humana que le haga ver
directamente la realidad universal, como si fuera un viejo
racionalista. Dios no es racionalista. Su punto de vista es el de cada
uno de nosotros; nuestra verdad parcial es también verdad para
Dios. ¡De tal modo es verídica nuestra perspectiva y auténtica
nuestra realidad! Sólo que Dios, como dice el catecismo, está en
todas partes y por eso goza de todos los puntos de vista, y en su
ilimitada vitalidad recoge y armoniza todos nuestros horizontes.
Dios es el símbolo del torrente vital, al través de cuyas infinitas
206
retículas va pasando poco a poco el universo, que queda así
impregnado de vida, consagrado, es decir, visto, amado, odiado,
sufrido y gozado.
Sostenía Malebranche que si nosotros conocemos alguna verdad
es porque vemos las cosas en Dios, desde el punto de vista de
Dios. Más verosímil me parece lo inverso: que Dios ve las cosas al
través de los hombres, que los hombres son los órganos . visuales
de la divinidad.
Por esto conviene no defraudar la sublime necesidad que de
nosotros tiene, e hincándonos bien en el lugar que nos hallamos,
con una profunda fidelidad a nuestro organismo, a lo que vitalmente
somos, abrir bien los ojos sobre el contorno y aceptar la faena que
nos propone el destino: el tema de nuestro tiempo.
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P. A. U. DE MADRID
Documentos
LISTADO DE TEXTOS PARA LA PRUEBA DE SELECTIVIDAD
DE LA MATERIA
“HISTORIA DE LA FILOSOFÍA”
(a partir del curso 2009-2010)
1. PLATÓN, Fedón, 74a–83d.
2. ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, Libro II, 4-6; Libro X, 6-8; Política,
Libro I, 1-3.
3. SAN AGUSTÍN, Del libre arbitrio, Libro II, 1-2.
4. SANTO TOMÁS, Suma Teológica, Primera parte, cuestión 2, arts. 1-3.
5. DESCARTES, Meditaciones metafísicas, Tercera Meditación.
6 (a). LOCKE, Ensayo sobre el entendimiento humano, Libro II, cap. 2, §§ 1-3.
(b). HUME, Investigación sobre el entendimiento humano, Sec. 7, parte 2.
7. ROUSSEAU, Contrato social, caps. 6-7.
8. KANT, Crítica de la razón pura, Prólogo a la 2ª edición.
9. MARX, La ideología alemana, Introducción, Apartado A, [1] Historia.
10. NIETZSCHE, La gaya ciencia, Libro V, §§ 343-346.
11. WITTGENSTEIN, Tractatus logico-philosophicus, 6.41-7; Investigaciones
filosóficas, §§ 116-133.
12. ORTEGA Y GASSET, El tema de nuestro tiempo, cap. 10.
HISTORIA DE LA FILOSOFÍA
CRITERIOS ESPECÍFICOS DE CORRECCIÓN
Opción A
1º) En las respuestas a la primera pregunta se comprobará el grado en que el alumno es capaz de:
a) identificar las ideas/argumentos fundamentales del texto (hasta 1 punto).
b) exponer la relación existente entre tales ideas/argumentos (hasta 1 punto).
Calificación: hasta 2 puntos.
2º) A través de las respuestas a la segunda pregunta se pretende medir el grado de adquisición del alumno de las siguientes
capacidades:
a) explicar el tratamiento del problema de Dios en Descartes (hasta 1 punto).
b) desarrollar las líneas principales del pensamiento de ese autor de un modo completo y sistemático (hasta 2 puntos)
c) utilizar un vocabulario preciso (hasta 1 punto).
Calificación: hasta 4 puntos.
3º) Con la tercera pregunta se pretende comprobar la capacidad del alumno para:
a) enmarcar el pensamiento de Descartes en su histórico y sociocultural (hasta 1 punto).
b) enmarcar el pensamiento de Descartes en su contexto filosófico (hasta 1 punto).
Calificación: hasta 2 puntos.
4º) Con la cuarta pregunta se pretende medir el grado de adquisición del alumno de la siguiente capacidad:
a) exponer las líneas fundamentales del tratamiento del problema de Dios en un autor que no pertenezca a la época moderna
(hasta 1,5 puntos).
b) utilizar un vocabulario preciso (hasta 0,5 puntos).
Calificación: hasta 2 puntos.
Opción B
1º) En las respuestas a la primera pregunta se comprobará el grado en que el alumno es capaz de:
c) identificar las ideas/argumentos fundamentales del texto (hasta 1 punto).
d) exponer la relación existente entre tales ideas/argumentos (hasta 1 punto).
Calificación: hasta 2 puntos.
2º) A través de las respuestas a la segunda pregunta se pretende medir el grado de adquisición del alumno de las siguientes
capacidades:
d) explicar el tratamiento del problema del conocimiento en Platón (hasta 1 punto).
e) desarrollar las líneas principales del pensamiento de ese autor de un modo completo y sistemático (hasta 2 puntos)
f) utilizar un vocabulario preciso (hasta 1 punto).
Calificación: hasta 4 puntos.
3º) Con la tercera pregunta se pretende comprobar la capacidad del alumno para:
c) enmarcar el pensamiento de Platón en su el contexto histórico y sociocultural (hasta 1 punto).
d) enmarcar el pensamiento de Platón en su contexto filosófico (hasta 1 punto).
Calificación: hasta 2 puntos.
4º) Con la cuarta pregunta se pretende medir el grado de adquisición del alumno de la siguiente capacidad:
c) exponer las líneas fundamentales del tratamiento del problema del conocimiento en un autor o corriente filosófica que no
pertenezca a la época antigua (hasta 1,5 puntos).
d) utilizar un vocabulario preciso (hasta 0,5 puntos)..
Calificación: hasta 2 puntos.
UNIVERSIDADES PÚBLICAS DE LA COMUNIDAD DE MADRID
PRUEBA DE ACCESO A LAS ENSEÑANZAS UNIVERSITARIAS OFICIALES DE GRADO
Curso 2009-2010
MATERIA: HISTORIA DE LA FILOSOFÍA
Modelo
INSTRUCCIONES GENERALES Y VALORACIÓN
ESTRUCTURA: La prueba consta de dos opciones “A” o “B”, cada una de las cuales incluye:
a) un texto y
b) cuatro cuestiones relacionadas con dicho texto.
INSTRUCCIONES: El alumno elegirá la opción “A” o la opción “B” y responderá a las cuestiones que aparecen
al final de la opción elegida.
DURACIÓN: Una hora y media.
PUNTUACIÓN:
Las respuestas a las cuestiones 1ª, 3ª y 4ª podrán obtener una calificación máxima de dos puntos cada una. La
contestación a la pregunta 2ª podrá obtener hasta cuatro puntos.
_____________________________________________________________________________________
OPCIÓN A
«Para poder suprimir del todo (la razón de dudar), debo examinar si hay Dios, tan pronto
como encuentre ocasión para ello; y si encuentro que lo hay, he de examinar también si puede
ser engañador (...) Bajo el nombre de Dios entiendo una sustancia infinita, eterna, inmutable,
independiente, omnisciente, omnipotente, por la cual yo mismo y todas las demás cosas que
existen –si es que existen algunas– han sido creadas y producidas. Ahora bien: tan grande y
eminentes son estas ventajas, que cuanto más atentamente las considero, menos me convenzo
de que la idea que de ellas tengo pueda tomar su origen en mí, y, por consiguiente, es
necesario concluir de lo anteriormente dicho que Dios existe; pues si bien hay en mí la idea de
la sustancia, siendo yo una, no podría haber en mí la idea de una sustancia infinita, siendo yo
un ser finito, de no haber sido puesta en mí por una sustancia que sea verdaderamente
infinita». (DESCARTES, Meditaciones metafísicas)
En este texto, su autor reflexiona sobre el problema de la demostración de la existencia de
Dios.
Cuestiones:
1. Exponer las ideas y la estructura argumentativa del texto propuesto.
2. Explicar el problema de Dios en Descartes y desarrollar sistemáticamente las principales
líneas de su pensamiento.
3. Relacionar el pensamiento de Descartes con su marco histórico, sociocultural y filosófico.
4. Explicar el tratamiento del problema de Dios en un autor o corriente filosófica que no
pertenezca a la época moderna.
______________________________________________________________________________________
OPCIÓN B
«–El razonamiento nuestro de ahora no es en algo más sobre lo igual en sí que sobre lo
bello en sí, y lo bueno en sí, y lo justo y lo santo, y, a lo que precisamente me refiero, sobre
todo aquello que etiquetamos “eso lo que es”, tanto al preguntar en nuestras preguntas como al
responder en nuestras respuestas. De modo que nos es necesario haber adquirido los
conocimientos de todo eso antes de nacer (...) Y si es que después de haberlos adquirido antes
de nacer, pienso, al nacer los perdimos y luego al utilizar nuestros sentidos respecto a esas
mismas cosas recuperamos los conocimientos que en un tiempo anterior ya teníamos, ¿acaso
lo que llamamos aprender no sería recuperar un conocimiento ya familiar? ¿Llamándolo
recordar lo llamaríamos correctamente?» (PLATÓN, Fedón)
En este texto, su autor reflexiona sobre el problema de la adquisición del conocimiento.
Cuestiones:
1. Exponer las ideas y la estructura argumentativa del texto propuesto.
2. Explicar el problema del conocimiento en Platón y desarrollar sistemáticamente las
principales líneas de su pensamiento.
3. Relacionar el pensamiento de Platón con su marco histórico, sociocultural y filosófico.
4. Explicar el tratamiento del problema del conocimiento en un autor o corriente filosófica que
no pertenezca a la época antigua.
UNIVERSIDADES PÚBLICAS DE LA COMUNIDAD DE MADRID PRUEBA DE ACCESO A LAS ENSEÑANZAS UNIVERSITARIAS
OFICIALES DE GRADO
Curso 2009-2010
MATERIA: HISTORIA DE LA FILOSOFÍA
INSTRUCCIONES GENERALES Y VALORACIÓN
ESTRUCTURA: La prueba consta de dos opciones “A” o “B”, cada una de las cuales incluye: a) un texto y b) cuatro cuestiones relacionadas con dicho texto. INSTRUCCIONES: El alumno elegirá la opción “A” o la opción “B” y responderá a las cuestiones que aparecen al final de la opción elegida. PUNTUACIÓN: Las respuestas a las cuestiones 1ª, 3ª y 4ª podrán obtener una calificación máxima de dos puntos cada una. La contestación a la pregunta 2ª podrá obtener hasta cuatro puntos. TIEMPO: Una hora y treinta minutos
_____________________________________________________________________________________
OPCIÓN A
«Cuando se nos presenta un objeto o suceso cualquiera, por mucha sagacidad y agudeza que tengamos, nos es imposible descubrir, o incluso conjeturar sin la ayuda de la experiencia, el suceso que pueda resultar de él o llevar nuestra previsión más allá del objeto que está inmediata-mente presente a nuestra memoria y sentidos. Incluso después de un caso o experimento en que hayamos observado que determinado acontecimiento sigue a otro, no tenemos derecho a enunciar una regla general o anticipar lo que ocurrirá en casos semejantes, pues se considera acertada-mente una imperdonable temeridad juzgar todo el curso de la naturaleza a raíz de un solo caso, por muy preciso y seguro que sea. Pero cuando determinada clase de acontecimientos ha estado siempre, en todos los casos, unida a otra, no tenemos ya escrúpulos en predecir el uno con la aparición del otro y en utilizar el único razonamiento que puede darnos seguridad sobre una cuestión de hecho o existencia. Entonces llamamos a uno de los objetos causa y al otro efecto». (HUME, Investigación sobre el entendimiento humano)
En este texto, su autor reflexiona sobre nuestro conocimiento de lo que llamamos causa.
Cuestiones:
1. Exponer las ideas y la estructura argumentativa del texto propuesto. 2. Explicar el problema del conocimiento en Locke o en Hume y desarrollar sistemáticamente
las principales líneas del pensamiento del autor elegido. 3. Enmarcar el pensamiento de Locke o de Hume en su contexto histórico, sociocultural y
filosófico. 4. Explicar el tratamiento del problema del conocimiento en un autor o corriente filosófica que
no pertenezca a la época moderna.
______________________________________________________________________________________
OPCIÓN B
«Ya que vemos que cualquier ciudad es una cierta comunidad, también es evidente que
toda comunidad está constituida con vistas a algún bien. [...] Así que todas las comunidades
pretenden como fin algún bien; pero sobre todo pretende el bien superior la que es superior y
contiene a las demás. Ésta es la que llamamos ciudad y comunidad cívica.
Cuantos opinan que es lo mismo regir una ciudad, un reino, una familia y un patrimonio
con siervos no dicen bien. Creen, pues, que cada una de estas realidades se diferencia de las
demás por su mayor o menor dimensión, pero no por su propia especie. Como si uno, por
gobernar a unos pocos, fuera amo de una casa; si a más, administrador de un dominio; si a
más aún, rey o magistrado; en la idea de que en nada difiere una casa grande y una ciudad
pequeña, ni un rey y un gobernante político, sino que cuando uno ejerce el mando a título
personal resulta un rey, y cuando lo hace según las normas de un arte peculiar, siendo en parte
gobernante y gobernado, es un político. Pero esto no es verdad». (ARISTÓTELES, Política)
En este texto, su autor expone la relación entre la sociedad y la búsqueda del bien.
Cuestiones:
1. Exponer las ideas y la estructura argumentativa del texto propuesto.
2. Explicar la cuestión de la sociedad en Aristóteles y desarrollar sistemáticamente las
principales líneas del pensamiento de este autor.
3. Enmarcar el pensamiento de Aristóteles en su contexto histórico, sociocultural y filosófico.
4. Explicar el tratamiento de la cuestión de la sociedad en un autor o corriente filosófica que no
pertenezca a la época antigua.
HISTORIA DE LA FILOSOFÍA
CRITERIOS ESPECÍFICOS DE CORRECCIÓN
Opción A
1º) En las respuestas a la primera pregunta se comprobará el grado en que el alumno es capaz de: a) identificar las ideas/argumentos fundamentales del texto (hasta 1 punto). b) exponer la relación existente entre tales ideas/argumentos (hasta 1 punto). Calificación: hasta 2 puntos. 2º) A través de las respuestas a la segunda pregunta se pretende medir el grado de adquisición del alumno de las siguientes capacidades: a) explicar el tratamiento del problema del conocimiento en Locke o Hume (hasta 1 punto). b) desarrollar las líneas principales del pensamiento del autor elegido de un modo sistemático (hasta 2 puntos) c) utilizar un vocabulario preciso (hasta 1 punto). Calificación: hasta 4 puntos. 3º) Con la tercera pregunta se pretende comprobar la capacidad del alumno para: a) enmarcar el pensamiento de Locke o de Hume en su contexto histórico y sociocultural (hasta 1 punto). b) enmarcar el pensamiento de Locke o de Hume en su contexto filosófico (hasta 1 punto). Calificación: hasta 2 puntos. 4º) Con la cuarta pregunta se pretende medir el grado de adquisición del alumno de la siguiente capacidad: a) exponer las líneas fundamentales del tratamiento del conocimiento en un autor que no pertenezca a la época moderna (hasta 1,5 puntos). b) utilizar un vocabulario preciso (hasta 0,5 puntos). Calificación: hasta 2 puntos.
Opción B 1º) En las respuestas a la primera pregunta se comprobará el grado en que el alumno es capaz de: a) identificar las ideas/argumentos fundamentales del texto (hasta 1 punto). b) exponer la relación existente entre tales ideas/argumentos (hasta 1 punto). Calificación: hasta 2 puntos. 2º) A través de las respuestas a la segunda pregunta se pretende medir el grado de adquisición del alumno de las siguientes capacidades: a) explicar el tratamiento de la cuestión de la sociedad en Aristóteles (hasta 1 punto). b) desarrollar las líneas principales del pensamiento de ese autor de un modo sistemático (hasta 2 puntos) c) utilizar un vocabulario preciso (hasta 1 punto). Calificación: hasta 4 puntos. 3º) Con la tercera pregunta se pretende comprobar la capacidad del alumno para: a) enmarcar el pensamiento de Aristóteles en su contexto histórico y sociocultural (hasta 1 punto). b) enmarcar el pensamiento de Aristóteles en su contexto filosófico (hasta 1 punto). Calificación: hasta 2 puntos. 4º) Con la cuarta pregunta se pretende medir el grado de adquisición del alumno de la siguiente capacidad: a) exponer las líneas fundamentales del tratamiento de la cuestión de la sociedad en un autor o corriente filosófica que no pertenezca a la
época antigua (hasta 1,5 puntos). b) utilizar un vocabulario preciso (hasta 0,5 puntos). Calificación: hasta 2 puntos.
UNIVERSIDADES PÚBLICAS DE LA COMUNIDAD DE MADRID PRUEBA DE ACCESO A LAS ENSEÑANZAS UNIVERSITARIAS
OFICIALES DE GRADO
Curso 2010-2011
MATERIA: HISTORIA DE LA FILOSOFÍA
Modelo
INSTRUCCIONES GENERALES Y VALORACIÓN
ESTRUCTURA: La prueba consta de dos opciones “A” o “B”, cada una de las cuales incluye: a) un texto, y b) cuatro cuestiones relacionadas con dicho texto.
INSTRUCCIONES: El alumno elegirá la opción “A” o la opción “B” y responderá a las cuestiones que aparecen al final de la opción elegida.
PUNTUACIÓN: Las respuestas a las cuestiones 1ª, 3ª y 4ª podrán obtener una calificación máxima de dos puntos cada una. La contestación a la pregunta 2ª podrá obtener hasta cuatro puntos.
TIEMPO: Una hora y treinta minutos. ____________________________________________________________________________________
OPCIÓN A
«El defecto más común [en los presupuestos de los historiadores de la moral] consiste en que afirman, de algún modo, un consenso de los pueblos, por lo menos de los pueblos domesticados, acerca de los principios de la moral, y de ahí concluyen su obligatoriedad incondicional incluso para ti y para mí; o por el contrario, una vez que se les ha descubierto la verdad de que las valoraciones morales son necesariamente diferentes en los diversos pueblos, llegan a la conclusión de que ninguna moral es obligatoria. Una y otra cosa son grandes niñerías. El defecto de los más sutiles entre ellos [los historiadores de la moral] consiste en que descubren y critican las opiniones, acaso disparatadas, de un pueblo sobre su moral o de los hombres sobre toda moral humana, y, por consiguiente, sobre su origen, su sanción religiosa, la superstición de la voluntad libre y cosas por el estilo, y se creen por eso que han criticado esa misma moral. Pero el valor de un mandamiento “tú debes” es todavía fundamentalmente distinto e independiente de semejantes opiniones acerca del mismo. Nadie ha puesto, pues, a prueba hasta ahora el valor de la más famosa de todas las medicinas, la llamada moral, para lo cual es de todo punto necesario que alguien, por fin, la ponga en duda. ¡Ánimo, ésta es nuestra tarea!». (NIETZSCHE, La Gaya Ciencia)
En este texto, Nietzsche reflexiona sobre el problema de la moral.
Cuestiones:
1. Exponer las ideas y la estructura argumentativa del texto propuesto.
2. Explicar el problema de la moral en Nietzsche y desarrollar sistemáticamente las principales líneas del pensamiento de este autor.
3. Encuadrar el pensamiento de Nietzsche en su marco histórico, sociocultural y filosófico.
4. Explicar el tratamiento del problema de la moral en un autor o corriente filosófica que no pertenezca a la época contemporánea.
______________________________________________________________________________________
OPCIÓN B
«Conocen, en efecto, los deseosos de saber que cuando la filosofía se hace cargo del alma, ésta se encuentra sencillamente atada y ligada al cuerpo, y obligada a considerar las realidades a través de él, como a través de una prisión, en vez de hacerlo ella por su cuenta y por medio de sí misma; en una palabra: revolcándose en la total ignorancia; y que la filosofía ve que lo terrible de esa prisión es que se opera por medio del deseo, de suerte que puede ser el mismo encadenado el mayor cooperador de su encadenamiento. Así, pues, como digo, los amantes de aprender saben que, al hacerse cargo la filosofía de nuestra alma en tal estado, le da consejos suavemente e intenta liberarla, mostrándole que está lleno de engaño el examen que se hace por medio de los ojos, y también el que se realiza valiéndose de los oídos y demás sentidos; que así mismo aconseja al alma retirarse de éstos y a no usar de ellos en lo que no sea de necesidad, invitándola a recogerse y concentrarse en sí misma, sin confiar en nada más que en sí sola, en lo que ella en sí y de por sí capte con el pensamiento como realidad en sí y de por sí; que, en cambio, lo que examina valiéndose de otros medios y que en cada caso se presenta de diferente modo, le enseña a no considerarlo verdadero en nada; y también que lo que es así es sensible y visible, mientras que lo que ella ve es inteligible e invisible». (PLATÓN, Fedón)
En este texto, su autor contrapone dos tipos de conocimiento: el sensible y el inteligible.
Cuestiones:
1. Exponer las ideas y la estructura argumentativa del texto propuesto.
2. Explicar el problema del conocimiento en Platón y desarrollar sistemáticamente las principales líneas del pensamiento de este autor.
3. Encuadrar el pensamiento de Platón en su marco histórico, sociocultural y filosófico.
4. Explicar el tratamiento del problema del conocimiento en un autor o corriente filosófica que no pertenezca a la época antigua.
UNIVERSIDADES PÚBLICAS DE LA COMUNIDAD DE MADRID PRUEBA DE ACCESO A LAS ENSEÑANZAS UNIVERSITARIAS
OFICIALES DE GRADO
Curso 2009-2010
MATERIA: HISTORIA DE LA FILOSOFÍA
INSTRUCCIONES GENERALES Y VALORACIÓN
ESTRUCTURA: La prueba consta de dos opciones “A” o “B”, cada una de las cuales incluye: a) un texto y b) cuatro cuestiones relacionadas con dicho texto. INSTRUCCIONES: El alumno elegirá la opción “A” o la opción “B” y responderá a las cuestiones que aparecen al final de la opción elegida. PUNTUACIÓN: Las respuestas a las cuestiones 1ª, 3ª y 4ª podrán obtener una calificación máxima de dos puntos cada una. La contestación a la pregunta 2ª podrá obtener hasta cuatro puntos. TIEMPO: Una hora y treinta minutos ____________________________________________________________________________________
OPCIÓN A
«El sujeto ni es un medio transparente, un “yo puro”, idéntico e invariable, ni su recepción de la realidad produce en ésta deformaciones. Los hechos imponen una tercera opinión, síntesis ejemplar de ambas. Cuando se interpone un cedazo o retícula en una corriente, deja pasar unas cosas y detiene otras; se dirá que las selecciona, pero no que las deforma. Esta es la función del sujeto, del ser viviente ante la realidad cósmica que le circunda. Ni se deja traspasar sin más ni más por ella, como acontecía al imaginario ente racional creado por las definiciones racionalistas, ni finge él una realidad ilusoria. Su función es claramente selectiva. De la infinitud de los elementos que integran la realidad, el individuo, aparato receptor, deja pasar un cierto número de ellos, cuya forma y contenido coincide con las mallas de su retícula sensible. Las demás cosas –fenómenos, hechos, verdades– quedan fuera, ignoradas, no percibidas». (ORTEGA Y GASSET, El tema de nuestro tiempo)
En este texto, su autor aborda el problema de la función del sujeto en el conocimiento.
Cuestiones:
1. Exponer las ideas y la estructura argumentativa del texto propuesto. 2. Explicar el problema del conocimiento en Ortega y Gasset y desarrollar sistemáticamente las
principales líneas del pensamiento de este autor. 3. Enmarcar el pensamiento de Ortega y Gasset en su contexto histórico, sociocultural y
filosófico. 4. Explicar el tratamiento del problema del conocimiento en un autor o corriente filosófica que
no pertenezca a la época contemporánea.
______________________________________________________________________________________
OPCIÓN B
«La idea de un ser sumamente perfecto, esto es, de Dios, está en mí y no la he recibido por
los sentidos y nunca se ha presentado a mí inopinadamente, como las ideas de las cosas
sensibles, cuando estas cosas se presentan o parecen presentarse a los órganos exteriores de
los sentidos; tampoco es una pura producción o ficción de mi espíritu, pues no está en mí el
poder de disminuirle ni aumentarle cosa alguna; y, por consiguiente, no queda más que decir
sino que esta idea ha nacido y ha sido producida conmigo, al ser yo creado como también le
ocurre a la idea de mí mismo». (DESCARTES, Meditaciones metafísicas)
Descartes reflexiona aquí acerca de cómo la idea de Dios está presente en el hombre.
Cuestiones:
1. Exponer las ideas y la estructura argumentativa del texto propuesto.
2. Explicar el problema de Dios en Descartes y desarrollar sistemáticamente las principales
líneas del pensamiento de este autor.
3. Encuadrar el pensamiento de Descartes en su marco histórico, sociocultural y filosófico.
4. Explicar el tratamiento del problema de Dios en un autor o corriente filosófica que no
pertenezca a la época moderna.
HISTORIA DE LA FILOSOFÍA
CRITERIOS ESPECÍFICOS DE CORRECCIÓN
Opción A
1º) En las respuestas a la primera pregunta se comprobará el grado en que el alumno es capaz de:
a) identificar las ideas/argumentos fundamentales del texto (hasta 1 punto). b) exponer la relación existente entre tales ideas/argumentos (hasta 1 punto).
Calificación: hasta 2 puntos. 2º) A través de las respuestas a la segunda pregunta se pretende medir el grado de adquisición del alumno de las siguientes
capacidades:
a) explicar el tratamiento del problema de la moral en Nietzsche (hasta 1 punto). b) desarrollar las líneas principales del pensamiento de ese autor de un modo sistemático (hasta 2 puntos) c) utilizar un vocabulario preciso (hasta 1 punto).
Calificación: hasta 4 puntos. 3º) Con la tercera pregunta se pretende comprobar la capacidad del alumno para:
a) enmarcar el pensamiento de Nietzsche en su contexto histórico y sociocultural (hasta 1 punto). b) enmarcar el pensamiento de Nietzsche en su contexto filosófico (hasta 1 punto).
Calificación: hasta 2 puntos. 4º) Con la cuarta pregunta se pretende medir el grado de adquisición del alumno de la siguiente capacidad:
a) exponer las líneas fundamentales del tratamiento del problema de la moral en un autor que no pertenezca a la época contemporánea (hasta 1,5 puntos).
b) utilizar un vocabulario preciso (hasta 0,5 puntos). Calificación: hasta 2 puntos.
Opción B
1º) En las respuestas a la primera pregunta se comprobará el grado en que el alumno es capaz de:
a) identificar las ideas/argumentos fundamentales del texto (hasta 1 punto). b) exponer la relación existente entre tales ideas/argumentos (hasta 1 punto).
Calificación: hasta 2 puntos. 2º) A través de las respuestas a la segunda pregunta se pretende medir el grado de adquisición del alumno de las siguientes
capacidades:
a) explicar el tratamiento del problema del conocimiento en Platón (hasta 1 punto). b) desarrollar las líneas principales del pensamiento de ese autor de un modo sistemático (hasta 2 puntos) c) utilizar un vocabulario preciso (hasta 1 punto).
Calificación: hasta 4 puntos. 3º) Con la tercera pregunta se pretende comprobar la capacidad del alumno para:
a) enmarcar el pensamiento de Platón en su el contexto histórico y sociocultural (hasta 1 punto). b) enmarcar el pensamiento de Platón en su contexto filosófico (hasta 1 punto).
Calificación: hasta 2 puntos. 4º) Con la cuarta pregunta se pretende medir el grado de adquisición del alumno de la siguiente capacidad:
a) exponer las líneas fundamentales del tratamiento del problema del conocimiento en un autor o corriente filosófica que no pertenezca a la época antigua (hasta 1,5 puntos).
b) utilizar un vocabulario preciso (hasta 0,5 puntos). Calificación: hasta 2 puntos.
HISTORIA DE LA FILOSOFÍA
CRITERIOS ESPECÍFICOS DE CORRECCIÓN
Opción A
1º) En las respuestas a la primera pregunta se comprobará el grado en que el alumno es capaz de: a) identificar las ideas/argumentos fundamentales del texto (hasta 1 punto). b) exponer la relación existente entre tales ideas/argumentos (hasta 1 punto). Calificación: hasta 2 puntos. 2º) A través de las respuestas a la segunda pregunta se pretende medir el grado de adquisición del alumno de las siguientes capacidades: a) explicar el tratamiento del problema del conocimiento en Ortega y Gassset (hasta 1 punto). b) desarrollar las líneas principales del pensamiento de ese autor de un modo sistemático (hasta 2 puntos) c) utilizar un vocabulario preciso (hasta 1 punto). Calificación: hasta 4 puntos. 3º) Con la tercera pregunta se pretende comprobar la capacidad del alumno para: a) enmarcar el pensamiento de Ortega y Gasset en su contexto histórico y sociocultural (hasta 1 punto). b) enmarcar el pensamiento de Ortega y Gasset en su contexto filosófico (hasta 1 punto). Calificación: hasta 2 puntos. 4º) Con la cuarta pregunta se pretende medir el grado de adquisición del alumno de la siguiente capacidad: a) exponer las líneas fundamentales del tratamiento del conocimiento en un autor que no pertenezca a la época contemporánea (hasta 1,5
puntos). b) utilizar un vocabulario preciso (hasta 0,5 puntos). Calificación: hasta 2 puntos.
Opción B 1º) En las respuestas a la primera pregunta se comprobará el grado en que el alumno es capaz de: a) identificar las ideas/argumentos fundamentales del texto (hasta 1 punto). b) exponer la relación existente entre tales ideas/argumentos (hasta 1 punto). Calificación: hasta 2 puntos. 2º) A través de las respuestas a la segunda pregunta se pretende medir el grado de adquisición del alumno de las siguientes capacidades: a) explicar el tratamiento del problema de Dios en Descartes (hasta 1 punto). b) desarrollar las líneas principales del pensamiento de ese autor de un modo sistemático (hasta 2 puntos) c) utilizar un vocabulario preciso (hasta 1 punto). Calificación: hasta 4 puntos. 3º) Con la tercera pregunta se pretende comprobar la capacidad del alumno para: a) enmarcar el pensamiento de Descartes en su contexto histórico y sociocultural (hasta 1 punto). b) enmarcar el pensamiento de Descartes en su contexto filosófico (hasta 1 punto). Calificación: hasta 2 puntos. 4º) Con la cuarta pregunta se pretende medir el grado de adquisición del alumno de la siguiente capacidad: a) exponer las líneas fundamentales del tratamiento del problema de Dios en un autor o corriente filosófica que no pertenezca a la época
moderna (hasta 1,5 puntos). b) utilizar un vocabulario preciso (hasta 0,5 puntos). Calificación: hasta 2 puntos.
UNIVERSIDADES PÚBLICAS DE LA COMUNIDAD DE MADRID PRUEBA DE ACCESO A LAS ENSEÑANZAS UNIVERSITARIAS
OFICIALES DE GRADO
Curso 2011-2012
MATERIA: HISTORIA DE LA FILOSOFÍA
INSTRUCCIONES GENERALES Y VALORACIÓN
ESTRUCTURA: La prueba consta de dos opciones “A” o “B”, cada una de las cuales incluye: a) un texto y b) cuatro cuestiones relacionadas con dicho texto. INSTRUCCIONES: El alumno elegirá la opción “A” o la opción “B” y responderá a las cuestiones que aparecen al final de la opción elegida. PUNTUACIÓN: La respuesta a la cuestión 1ª podrá obtener una calificación máxima de dos puntos. La contestación a la pregunta 2ª podrá obtener hasta tres puntos. Las respuestas a las preguntas 3ª y 4ª se valorarán hasta dos puntos y medio cada una.
TIEMPO: Una hora y treinta minutos.
OPCIÓN A «De ello se deduce que todo posible conocimiento especulativo de la razón se halla limitado a los simples objetos de la experiencia. No obstante, hay que dejar siempre a salvo […] que, aunque no podemos conocer esos objetos como cosas en sí mismas, sí ha de sernos posible, al menos, pensarlos. De lo contrario, se seguiría la absurda proposición de que habría un fenómeno sin nada que se manifestara. Supongamos ahora que no se ha hecho la distinción establecida como necesaria en nuestra crítica, entre cosas en cuanto objeto de experiencia y en cuanto cosas en sí. En este caso, habría que aplicar a todas las cosas en cuanto causas eficientes, el principio de causalidad y, consiguientemente, el mecanismo para determinarla. En consecuencia, no podríamos, sin incurrir en una evidente contradicción, decir de un mismo ser, por ejemplo del alma humana, que su voluntad es libre y que, a la vez, esa voluntad se halla sometida a la necesidad natural, es decir, que no es libre” KANT, Crítica de la razón pura
Kant trata en este texto del conocimiento y sus límites.
Cuestiones
1. Exponer las ideas fundamentales del texto propuesto y la relación que existe entre ellas. 2. Explicar el problema del conocimiento en Kant y desarrollar sistemáticamente las principales líneas del
pensamiento de este autor. 3. Explicar el problema del conocimiento en un autor o una corriente filosófica de la época antigua. 4. Desarrollar el problema del ser humano en un autor o una corriente filosófica que no pertenezca ni a la
época antigua ni a la moderna.
OPCIÓN B «Nosotros, filósofos y “espíritus libres”, ante la noticia de que el “viejo Dios ha muerto” nos sentimos como iluminados por una nueva aurora. Nuestro corazón se inunda entonces de gratitud, de admiración, de presentimiento y de esperanza. Finalmente se nos aparece el horizonte otra vez libre, por el hecho mismo de que no está claro, y por fin es lícito a nuestros barcos zarpar de nuevo, rumbo hacia cualquier peligro. De nuevo está permitida toda aventura arriesgada de quien está en camino de conocer. La mar, nuestra mar, se nos presenta otra vez abierta, tal vez no hubo nunca aún una “mar tan abierta”». (NIETZSCHE, La gaya ciencia, libro V, 343) En este texto, Friedrich Nietzsche argumenta sobre la cuestión de Dios.
Cuestiones
1. Exponer las ideas fundamentales del texto propuesto y la relación que existe entre ellas. 2. Explicar el problema de Dios en Nietzsche y desarrollar sistemáticamente las principales líneas del
pensamiento de este autor. 3. Explicar el problema de Dios en un autor o una corriente filosófica de la época medieval. 4. Desarrollar el problema del conocimiento en un autor o una corriente filosófica que no pertenezca ni a la
época medieval ni a la contemporánea.
HISTORIA DE LA FILOSOFÍA
CRITERIOS ESPECÍFICOS DE CORRECCIÓN Opción A 1º) En las respuestas a la primera pregunta se comprobará el grado en que el estudiante es capaz de:
a) identificar las ideas/argumentos fundamentales del texto (hasta 1 punto). b) exponer la relación existente entre tales ideas/argumentos (hasta 1 punto). Calificación: hasta 2 puntos.
2º) A través de las respuestas a la segunda pregunta se pretende medir el grado de adquisición del estudiante de las siguientes capacidades:
a) explicar el tratamiento del problema del conocimiento en Kant (hasta 1,5 puntos). b) desarrollar las líneas principales del pensamiento de este autor de un modo sistemático (hasta 1,5
puntos). Calificación: hasta 3 puntos
3º) Con la tercera pregunta se pretende medir el grado de adquisición del estudiante de la siguiente capacidad:
a) exponer las líneas fundamentales del problema del conocimiento en un autor o corriente filosófica de la época antigua (hasta 1,5 puntos).
b) utilizar un vocabulario preciso (hasta 1 punto). Calificación: hasta 2,5 puntos
4º) Con la cuarta pregunta se pretende medir el grado de adquisición del estudiante de la siguiente capacidad:
a) exponer las líneas fundamentales del problema del ser humano en un autor o corriente filosófica que no pertenezca a la época antigua ni a la moderna (hasta 1,5 puntos).
b) utilizar un vocabulario preciso (hasta 1 punto). Calificación: hasta 2,5 puntos Opción B 1º) En las respuestas a la primera pregunta se comprobará el grado en que el estudiante es capaz de:
a) identificar las ideas/argumentos fundamentales del texto (hasta 1 punto). c) exponer la relación existente entre tales ideas/argumentos (hasta 1 punto). Calificación: hasta 2 puntos.
2º) A través de las respuestas a la segunda pregunta se pretende medir el grado de adquisición del estudiante de las siguientes capacidades:
a) explicar el tratamiento del problema de Dios en Nietzsche (hasta 1,5 puntos). b) desarrollar las líneas principales del pensamiento de este autor de un modo sistemático (hasta 1,5
puntos). Calificación: hasta 3 puntos
3º) Con la tercera pregunta se pretende medir el grado de adquisición del estudiante de la siguiente capacidad:
a) exponer las líneas fundamentales del problema de Dios en un autor o corriente filosófica de la época medieval (hasta 1,5 puntos).
b) utilizar un vocabulario preciso (hasta 1 punto). Calificación: hasta 2,5 puntos
4º) Con la cuarta pregunta se pretende medir el grado de adquisición del estudiante de la siguiente capacidad: a) exponer las líneas fundamentales del problema del conocimiento en un autor o corriente filosófica que
no pertenezca a la época medieval ni a la contemporánea (hasta 1,5 puntos). b) utilizar un vocabulario preciso (hasta 1 punto).
Calificación: hasta 2,5 puntos
ESTRUCTURA: La prueba consta de dos opciones “A” o “B”, cada una de las cuales incluye:
a) un texto y
b) cuatro cuestiones relacionadas con dicho texto.
INSTRUCCIONES: El alumno elegirá la opción “A” o la opción “B” y responderá a las cuestiones que aparecen
al final de la opción elegida.
PUNTUACIÓN: La respuesta a la cuestión 1ª podrá obtener una calificación máxima de dos puntos. La
contestación a la pregunta 2ª podrá obtener hasta tres puntos. Las respuestas a las preguntas 3ª y 4ª se valorarán
hasta dos puntos y medio cada una.
TIEMPO: Una hora y treinta minutos.
OPCIÓN A
«En las acciones, hay exceso y defecto y también término medio. Ahora bien, la virtud tiene que ver
con pasiones y acciones, en las cuales el exceso y el defecto yerran y son censurados, mientras que
el término medio es elogiado y acierta; y ambas cosas son propias de la virtud. La virtud, entonces,
es un término medio[…]. Es un medio entre dos vicios, uno por exceso y otro por defecto, y
también por no alcanzar, en un caso, y sobrepasar, en otro, lo necesario en las pasiones y las
acciones, mientras que la virtud encuentra y elige el término medio. Por eso de acuerdo con su
entidad y con la definición que establece su esencia, la virtud es un término medio, pero con
respecto a lo mejor y al bien es un extremo». (Aristóteles, Ética a Nicómaco)
Aristóteles trata aquí la cuestión de la virtud.
Cuestiones
1. Exponer las ideas fundamentales del texto propuesto y la relación que existe entre ellas.
2. Explicar el problema de la moral en Aristóteles y desarrollar sistemáticamente las principales líneas del
pensamiento de este autor.
3. Explicar el problema de la moral en un autor o una corriente filosófica de la época moderna.
4. Desarrollar el problema de Dios en un autor o una corriente filosófica que no pertenezca ni a la época
antigua ni a la moderna.
SEPTIEMBRE 2012
OPCIÓN B
«El escepticismo no es irrefutable, sino claramente sin sentido si pretende dudar allí en donde no se
puede plantear una pregunta. Pues la duda sólo puede existir cuando hay una pregunta; una
pregunta, sólo cuando hay una respuesta y ésta únicamente cuando se puede decir algo.
Nosotros sentimos que incluso si todas las posibles cuestiones científicas pudieran responderse, el
problema de nuestra vida no habría sido más penetrado. Desde luego que no queda ya ninguna
pregunta y esa es precisamente la respuesta. La solución del problema de la vida está en la
desaparición de este problema».
(Wittgenstein, Tractatus Logico- philosophicus)
En este texto Wittgenstein argumenta cuál es el papel de la duda en el conocimiento.
Cuestiones
1. Exponer las ideas fundamentales del texto propuesto y la relación que existe entre ellas.
2. Explicar el problema del conocimiento en Wittgenstein y desarrollar sistemáticamente las principales
líneas del pensamiento de este autor.
3. Explicar el problema del conocimiento en un autor o una corriente filosófica de la época moderna.
4. Desarrollar el problema del ser humano en un autor o una corriente filosófica que no pertenezca ni a la
época moderna ni a la contemporánea.
UNIVERSIDADES PÚBLICAS DE LA COMUNIDAD DE MADRID PRUEBA DE ACCESO A LAS ENSEÑANZAS UNIVERSITARIAS
OFICIALES DE GRADO
Curso 2012-2013
MATERIA: HISTORIA DE LA FILOSOFÍA
INSTRUCCIONES GENERALES Y VALORACIÓN
ESTRUCTURA: La prueba consta de dos opciones “A” o “B”, cada una de las cuales
incluye:
a) un texto y
b) cuatro cuestiones relacionadas con dicho texto.
INSTRUCCIONES: El alumno elegirá la opción “A” o la opción “B” y responderá a las
cuestiones que aparecen al final de la opción elegida.
PUNTUACIÓN: La respuesta a la cuestión 1ª podrá obtener una calificación máxima de
dos puntos. La contestación a la pregunta 2ª podrá obtener hasta tres puntos. Las
respuestas a las preguntas 3ª y 4ª se valorarán hasta dos puntos y medio cada una.
TIEMPO: Una hora y treinta minutos.
OPCIÓN A
“…nuestra naturaleza no se basta a sí misma para la contemplación, sino que necesita de la salud del
cuerpo, del alimento y de los demás cuidados. Pero no se ha de pensar, ciertamente, que, no pudiendo alcanzar
la beatitud sin los bienes exteriores, el que quiera ser feliz los necesitará en gran número y calidad, pues la
autarquía y la acción no requieren superabundancia de ellos, y sin dominar el mar y la tierra se puede ejercitar
una actividad noble; en efecto, uno puede, con recursos moderados, practicar la virtud (esto puede verse
claramente considerando que los simples particulares llevan a cabo acciones honrosas tanto como los
poderosos, e incluso, más)”. (ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco).
Aristóteles reflexiona aquí acerca del problema moral de la consecución de la felicidad.
Cuestiones
1. Exponer las ideas fundamentales del texto propuesto y la relación que existe entre ellas.
2. Explicar el problema de la moral en Aristóteles y desarrollar sistemáticamente las principales líneas del
pensamiento de este autor.
3. Explicar el problema de la moral en un autor o una corriente filosófica de la época moderna.
4. Desarrollar el problema de Dios en un autor o una corriente filosófica que no pertenezca ni a la época
antigua ni a la moderna.
OPCIÓN B
“La primera vez que un hombre vio la comunicación de movimiento por medio del impulso, por ejemplo, como
en el choque de dos bolas de billar, no pudo declarar que un acontecimiento estaba conectado con el otro, sino
tan solo conjuntado con él. Tras haber observado varios casos de la misma índole, los declara conectados. ¿Qué
cambio ha ocurrido para dar lugar a esta nueva idea de conexión? Exclusivamente, que ahora siente que estos
acontecimientos están conectados en su imaginación y fácilmente puede predecir la existencia del uno por la
aparición del otro. Y por tanto, cuando decimos que un objeto está conectado con otro, solo queremos decir que
ha adquirido una conexión en nuestro pensamiento y originan esta inferencia por la que cada uno se convierte
en prueba de la existencia del otro, conclusión algo extraordinaria, pero que parece estar fundada con suficiente
evidencia”. (Hume, Investigación sobre el conocimiento humano)
Hume trata aquí del problema de la causalidad.
Cuestiones
1. Exponer las ideas fundamentales del texto propuesto y la relación que existe entre ellas.
2. Explicar el problema del conocimiento en el empirismo y desarrollar sistemáticamente las principales
líneas del pensamiento de esta corriente filosófica o de uno de sus autores.
3. Explicar el problema del conocimiento en un autor o una corriente filosófica de la época antigua.
4. Desarrollar el problema del hombre en un autor o una corriente filosófica que no pertenezca ni a la
época antigua ni a la moderna.
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HISTORIA DE LA FILOSOFÍA
CRITERIOS ESPECÍFICOS DE CORRECCIÓN
Opción A
1º) En las respuestas a la primera pregunta se comprobará el grado en que el estudiante es capaz de:
a) Identificar las ideas/argumentos fundamentales del texto (hasta 1 punto).
b) Exponer la relación existente entre tales ideas/argumentos (hasta 1 punto).
Calificación: hasta 2 puntos.
2º) A través de las respuestas a la segunda pregunta se pretende medir el grado de adquisición del estudiante de
las siguientes capacidades:
a) Explicar el tratamiento del problema de la moral en Aristóteles (hasta 1,5 puntos).
b) Desarrollar las líneas principales del pensamiento de este autor de un modo sistemático (hasta 1,5
puntos).
Calificación: hasta 3 puntos
3º) Con la tercera pregunta se pretende medir el grado de adquisición del estudiante de la siguiente capacidad:
a) Exponer las líneas fundamentales del problema de la moral en un autor o corriente filosófica de la época
moderna (hasta 1,5 puntos).
b) Utilizar un vocabulario preciso (hasta 1 punto).
Calificación: hasta 2,5 puntos
4º) Con la cuarta pregunta se pretende medir el grado de adquisición del estudiante de la siguiente capacidad:
a) Exponer las líneas fundamentales del problema de Dios en un autor o corriente filosófica que no
pertenezca a la época antigua ni a la moderna (hasta 1,5 puntos).
b) Utilizar un vocabulario preciso (hasta 1 punto).
Calificación: hasta 2,5 puntos
Opción B
1º) En las respuestas a la primera pregunta se comprobará el grado en que el estudiante es capaz de:
a) Identificar las ideas/argumentos fundamentales del texto (hasta 1 punto).
b) Exponer la relación existente entre tales ideas/argumentos (hasta 1 punto).
Calificación: hasta 2 puntos.
2º) A través de las respuestas a la segunda pregunta se pretende medir el grado de adquisición del estudiante de
las siguientes capacidades:
a) Explicar el tratamiento del problema del conocimiento en Hume y/o el empirismo (hasta 1,5 puntos).
b) Desarrollar las líneas principales del pensamiento de este autor o corriente de un modo sistemático
(hasta 1,5 puntos).
Calificación: hasta 3 puntos
3º) Con la tercera pregunta se pretende medir el grado de adquisición del estudiante de la siguiente capacidad:
a) Exponer las líneas fundamentales del problema del conocimiento en un autor o corriente filosófica de la
época antigua (hasta 1,5 puntos).
b) Utilizar un vocabulario preciso (hasta 1 punto).
Calificación: hasta 2,5 puntos
4º) Con la cuarta pregunta se pretende medir el grado de adquisición del estudiante de la siguiente capacidad:
a) Exponer las líneas fundamentales del problema del ser humano en un autor o corriente filosófica que no
pertenezca a la época antigua ni a la moderna (hasta 1,5 puntos).
b) Utilizar un vocabulario preciso (hasta 1 punto).
Calificación: hasta 2,5 puntos
UNIVERSIDADES PÚBLICAS DE LA COMUNIDAD DE MADRID PRUEBA DE ACCESO A LAS ENSEÑANZAS UNIVERSITARIAS
OFICIALES DE GRADO
Curso 2012-2013
MATERIA: HISTORIA DE LA FILOSOFÍA
INSTRUCCIONES GENERALES Y VALORACIÓN
ESTRUCTURA: La prueba consta de dos opciones “A” o “B”, cada una de las cuales incluye: a) un texto y b) cuatro cuestiones relacionadas con dicho texto. INSTRUCCIONES: El alumno elegirá la opción “A” o la opción “B” y responderá a las cuestiones que aparecen al final de la opción elegida. PUNTUACIÓN: La respuesta a la cuestión 1ª podrá obtener una calificación máxima de dos puntos. La contestación a la pregunta 2ª podrá obtener hasta tres puntos. Las respuestas a las preguntas 3ª y 4ª se valorarán hasta dos puntos y medio cada una. TIEMPO: Una hora y treinta minutos.
OPCIÓN A
“La razón por la que el hombre es, más que la abeja o que cualquier animal gregario, un animal social es
clara: la naturaleza … no hace nada en vano, y el hombre es el único animal que tiene palabra. La voz es signo del dolor y del placer, y por eso la tienen también los demás animales, pues su naturaleza llega hasta tener sensación de dolor y de placer e indicársela unos a otros; pero la palabra es para manifestar lo conveniente y lo dañoso, lo justo y lo injusto, y es exclusivo del hombre, frente a los demás animales, el tener, él sólo, el sentido del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto…”. (ARISTÓTELES, Política).
El texto se ocupa del hombre como animal social o político.
Cuestiones
1. Exponer las ideas fundamentales del texto propuesto y la relación que existe entre ellas. 2. Explicar el problema de la política en Aristóteles y desarrollar sistemáticamente las principales líneas
del pensamiento de este autor. 3. Explicar el tratamiento del problema de la política en un autor o corriente filosófica de la época
contemporánea. 4. Desarrollar el problema de Dios en un autor o corriente filosófica que no pertenezca a la época antigua
ni a la contemporánea.
OPCIÓN B
«Cada vida es un punto de vista sobre el universo. En rigor, lo que ella ve no lo puede ver otra. Cada individuo -persona, pueblo, época- es un órgano insustituible para la conquista de la verdad. He aquí como ésta, que por sí misma es ajena a las variaciones históricas, adquiere una dimensión vital. Sin el desarrollo, el cambio perpetuo y la inagotable aventura que constituyen la vida, el universo, la omnímoda verdad, quedaría ignorada. El error inveterado consistía en suponer que la realidad tenía por sí misma, e independientemente del punto de vista que sobre ella se tomara, una fisionomía propia. Pensando así, claro está, toda visión de ella desde un punto determinado, no coincidiría con ese su aspecto absoluto y, por tanto, sería falsa. Pero es el caso que la realidad, como un paisaje, tiene infinitas perspectivas, todas ellas igualmente verídicas y auténticas. La sola perspectiva falsa es esa que pretende ser la única» (JOSÉ ORTEGA Y GASSET, El tema de nuestro tiempo) En este texto Ortega y Gasset desarrolla su concepto del conocimiento y la verdad. Cuestiones
1. Exponer las ideas fundamentales del texto propuesto y la relación que existe entre ellas. 2. Explicar el problema del conocimiento en Ortega y Gasset y desarrollar sistemáticamente las
principales líneas del pensamiento de este autor. 3. Explicar el problema del conocimiento en un autor o una corriente filosófica de la época moderna. 4. Desarrollar el problema de la moral en un autor o una corriente filosófica que no pertenezca ni a la
época moderna ni a la contemporánea.