stewart, george r. - la tierra permanece

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La tierra permanece, libro

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George R. Stewart

LA TIERRA PERMANECE

Ttulo del original:

Earth Abides

Traduccin de Gregorio Lemos

Primera edicin: junio de 1995

@ George R. Stewart, 1949

@ Ediciones Minotauro, 1962,1995

Rambla de Catalunya, 62. 08007 Barcelona

Pedidos: Tel. 900 30 01 27

ISBN: 84-450-7207-2

Depsito legal: B. 21.579-1995

Impreso por Romany / Valls

Verdaguer, 1. Capellades (Barcelona)

Impreso en Espaa

Printed in Spain

Los hombres van y vienenpero la Tierra permanece

ECLESIASTS, 1, 41

MUNDO SIN FIN

Si hoy apareciera por mutacin un nuevo virus mortal... nuestros rpidos transportes podran llevarlo a los ms alejados rincones de la tierra, y moriran millones de seres humanos.

W.M. Stanley,Chemical and Engineering News,22 de diciembre de 1947

1

Y, en esta emergencia cesa desde ahora, excepto en el distrito de Columbia, el Gobierno de los Estados Unidos. Los funcionarios y los oficiales de las Fuerzas Armadas pasan a depender de los gobernadores de Estado, o de cualquier otra autoridad local. Por orden del Presidente. Dios salve al pueblo de los Estados Unidos...

Es un comunicado del Consejo de Emergencia del Territorio de la Baha. El Centro de hospitalizacin de Oakland ha sido abandonado. Sus funciones, comprendidos los sepelios en el mar, se concentran ahora en el Centro de Berkeley.

Sintonicen esta estacin, actualmente la nica en el norte de California. Informaremos a ustedes mientras sea posible.

Suba apoyndose en el borde de la roca, cuando oy el cascabeleo. El colmillo se le hundi en la carne. Instantneamente retir la mano derecha; se volvi y vio la serpiente, enroscada, amenazadora. No era muy grande. Llevndose la mano a los labios, succion con fuerza la base del dedo ndice, donde asomaba una gota roja.

No perder tiempo en matar a la serpiente, record

Se dej caer, succionndose el dedo. Vio el martillo al pie de la roca, y pens si lo dejara all. Pero aquello se pareca al pnico. Lo recogi con la mano izquierda y avanz por el spero sendero.

No se apresur. La prisa le aceleraba el corazn, y el veneno circulaba entonces con mayor rapidez. Aunque el corazn le lata de tal modo, por la excitacin o el miedo, que apresurarse o no pareca indiferente. Al llegar a unos rboles, sac el pauelo y se lo at en la mueca derecha. Con una ramita arroll el pauelo en un tor niquete.

Ech a caminar, y se sinti ms tranquilo. El corazn se le apaciguaba. No deba preocuparse demasiado. Era un hombre joven, y sano y fuerte. La mordedura no sera fatal.

Al fin la cabaa apareci ante l. La mano le colgaba dura e insensible. Poco antes de llegar, se detuvo y solt el torniquete. Dej que la sangre le circulara por la mano, y luego volvi a atrsela.

Abri la puerta con el hombro, dejando caer el martillo. La herramienta se balance un momento sobre su pesada cabeza, y al fin se detuvo, con el mango hacia arriba.

En el cajn de la mesa busc el botiqun. Rpidamente sigui las instrucciones. Con la hoja de afeitar traz unas cruces sobre la marca de los colmillos, y aplic la bomba de succin. Luego se tendi en el camastro y observ la ampolla de goma que la sangre hinchaba lentamente.

No tema morir. Todo aquello era slo una molestia. La gente le haba dicho y repetido que no anduviese solo por las montaas. Lleve un perro por lo menos, aadan. Siempre se haba redo. Los perros peleaban constantemente con los jabales o los zorrillos, y adems no le gustaban. Ahora los consejeros se sentiran satisfechos.

Se revolvi en la cama, como afiebrado. Quiz, les dira, me atrae el peligro. Eso parecera heroico. Poda decir tambin, ms sinceramente: Amo esta soledad, lejos de los problemas de la vida en comn.

Sin embargo, por lo menos ese ao ltimo slo el trabajo lo haba llevado a las montaas. Preparaba una tesis: La Ecologa de la zona de Black Creek. Deba investigar las relaciones, pasadas y presentes, entre los hombres, plantas y animales de la regin. Buscar un compaero ideal le hubiese llevado demasiado tiempo. Adems, nunca le pareci que hubiese all grandes peligros. Aunque en un radio de ocho kilmetros no viva un solo ser humano, difcilmente pasase un da sin que se apareciera algn pescador que suba en coche por la carretera rocosa, o simplemente remontaba la corriente.

Sin embargo, pensndolo un poco, cundo haba visto a algn pescador? Desde luego, no esa semana. No tampoco en las dos semanas ltimas. Haba odo un automvil, una noche. Le sorprendi que alguien subiese en la oscuridad por esa carretera. Comnmente acampaban abajo a la cada de la tarde, y partan a la maana. Pero quiz deseaban llegar cuanto antes a algn ro favorito, e iniciar la pesca al amanecer.

No, realmente, no haba hablado ni visto a nadie en las dos ltimas semanas.

Una punzada de dolor lo devolvi al presente. Tena la mano hinchada. Solt el torniquete y la sangre circul otra vez.

S, su aislamiento era total. No tena radio. Poda haber ocurrido una catstrofe en la Bolsa, u otro Pearl Harbor. Quizs eso explicaba la escasez de pescadores. De cualquier modo, no poda esperar que viniesen a ayudarlo.

Sin embargo, aquella perspectiva no lo alarmaba. En el peor de los casos seguira all acostado. Tena agua y comida para dos o tres das. Luego, cuando la mano se le deshinchase, ira en el coche al rancho de Johnson, el ms cercano.

Pas la tarde. A la hora de cenar, sin ganas, prepar caf y bebi unas cuantas tazas. Sufra bastante, pero a pesar del dolor y el caf, se qued dormido...

Se despert de pronto, con la luz, advirtiendo que alguien haba abierto la puerta. Dos hombres en traje de calle, casi elegantes, escudriaban a su alrededor de una manera extraa, como asustados.

Estoy enfermo! dijo desde la cama.

El miedo de los hombres se transform en pnico. Se volvieron rpidamente y sin cerrar la puerta echaron a correr. Momentos despus se oy el ruido de un motor, que se perdi en seguida en las montaas.

Sinti miedo, entonces, por primera vez. Se incorpor y mir por la ventana. El coche haba desaparecido en el recodo. Qu pasaba? Por qu esa huida?

La luz vena de oriente. Haba dormido hasta el amanecer. La mano le dola an. Pero no se senta enfermo. Calent el jarrito de caf, prepar un poco de avena y se acost otra vez. Ira en seguida a casa de Johnson... si antes no pasaba alguien que quisiera detenerse y ayudarlo.

Sin embargo, pronto empez a empeorar. Se trataba, sin duda, de una recada. A media tarde estaba realmente asustado. Tumbado en la cama, redact una nota, explicando lo que haba ocurrido. No pasara mucho tiempo sin que alguien lo encontrase. Sus padres, sin noticias, telefonearan a Johnson. Logr garabatear con la mano izquierda unas pocas palabras. Luego firm: Ish. El esfuerzo de escribir el nombre completo, Isherwood Williams, le pareci intil, y adems, todo el mundo le conoca por aquel diminutivo.

A medianoche, como el nufrago que ve pasar a lo lejos, desde una balsa, un buque trasatlntico, oy un ruido de coches, dos coches, que suban por la carretera. Se acercaron, y luego siguieron adelante, sin detenerse. Los llam, pero se senta muy dbil, y su voz, estaba seguro, no atravesaba aquellos doscientos metros.

Antes del crepsculo, no sin esfuerzo, se incorpor tambalendose, y encendi la lmpara. No quera quedarse a oscuras.

Se inclin luego, aprensivamente, hacia el espejito que colgaba del techo inclinado. El rostro no pareca ms largo y flaco que antes, pero tena las mejillas encendidas. Los grandes ojos azules, congestionados, que lo miraban con un ardor febril, y el hirsuto cabello castao completaban el retrato de un hombre muy enfermo.

Se volvi a la cama, sin miedo, pero seguro casi de que iba a morir. De pronto se senta helado; en seguida, devorado por la fiebre. La lmpara sobre la mesa iluminaba los rincones de la cabaa. El martillo segua en el suelo, con el mango hacia arriba, en un precario equilibrio. Si hiciese testamento, un testamento como los de antes, divag, en el que se describan todos los bienes, dira: Un martillo de minero; peso de la cabeza, cuatro libras; mango, treinta centmetros; madera rajada, daada por la intemperie; metal enmohecido, an utilizable. Haba hallado el martillo poco antes de encontrarse con la serpiente, recibiendo con alegra aquel legado del pasado, de una poca en que los mineros blandan el martillo con una mano y sostenan el buril con la otra. Cuatro libras es casi el peso mximo que un hombre puede manejar de ese modo. En aquel delirio febril, pens que una fotografa del martillo poda ilustrar muy bien su tesis.

La noche fue una larga pesadilla: torturado por accesos de tos, sofocado, consumido primero por el fro, y luego por la fiebre. Una erupcin similar al sarampin le cubri el cuerpo.

Al alba se hundi otra vez en un sueo profundo.

Nunca ha ocurrido no es igual a No ocurrir... Sera como decir: Nunca he muerto, por lo tanto soy inmortal. Se asiste aterrado a una invasin de langostas o saltamontes, y estos mismos insectos, que han pululado de un modo alarmante, desaparecen de pronto de la faz de la tierra. Los animales superiores estn sujetos a fluctuaciones parecidas. Los lemmings tienen ciclos regulares. Las liebres de la montaa se multiplican durante aos, y se cree que van a invadir el mundo. Luego, rpidamente, una epidemia acaba con ellas. Algunos zologos han sugerido incluso una ley biolgica: el nmero de individuos de una especie no es constante, baja y sube. Cuanto ms elevada sea la especie, ms lenta es la gestacin, y ms prolongadas las fluctuaciones.Durante la mayor parte del siglo XIX, el bfalo abund en las estepas africanas. Era un animal resistente, con escasos enemigos naturales, y un censo realizado cada diez aos hubiese demostrado que seguan propagndose.

Luego, a fines de siglo, cuando eran ms numerosos, fueron atacados repentinamente por la peste bovina. El bfalo se convirti en una curiosidad en aquellos territorios. Desde hace cincuenta aos, reconquista lentamente su supremaca.

En cuanto al hombre, no debe esperarse que escape, en su larga trayectoria, a la suerte de los animales inferiores. Si hay una ley biolgica de flujo y reflujo, su situacin es ahora muy peligrosa. Durante diez mil aos su nmero ha aumentado constantemente a pesar de las guerras, las pestes y las hambres. Biolgicamente, la prosperidad del hombre es demasiado larga.

Ish despert a media maana con una inesperada sensacin de bienestar. Haba temido lo peor, pero se encontraba casi curado. Ya no se ahogaba, y la hinchazn de la mano haba desaparecido. El da anterior se haba sentido muy enfermo, y no haba pensado en la mordedura. Ahora, la mano y su enfermedad eran slo recuerdos, como si una hubiese curado a la otra. A medioda haba recobrado la lucidez, y casi todas sus fuerzas.

Despus de un ligero almuerzo, decidi que poda ir a casa de Johnson. No se molest en empacar sus cosas. Llevara su importante libro de notas y su cmara fotogrfica. En el ltimo momento, obedeciendo a un impulso, recogi tambin el martillo. Subi al coche y se puso lentamente en marcha, tratando de no utilizar la mano derecha.

En el rancho de Johnson reinaba el silencio. Detuvo el coche junto a la bomba de gasolina. Nadie sali a atenderlo, pero eso no era raro, pues la bomba de Johnson, como otras muchas en las montaas, se utilizaba pocas veces. Toc la bocina, y volvi a esperar.

Al cabo de un rato salt del coche y subi las destartaladas escaleras que llevaban a la habitacin-almacn. All los pescadores podan comprar cigarrillos y conservas. Entr, pero no haba nadie.

Se sorprendi un poco. Como le ocurra a menudo en sus perodos de soledad, no saba exactamente qu da era. Mircoles, crea. O martes, o jueves. Cualquier da de la semana, pero no domingo. Los domingos, y a veces algn sbado, los Johnson cerraban el almacn y salan de excursin. Era gente desinteresada, que no mezclaba los placeres con los negocios. Sin embargo, vivan de las ventas del almacn en la temporada de pesca y no podan ausentarse mucho tiempo. Y si hubieran salido de vacaciones, habran cerrado la puerta con llave. Pero aquellos montaeses eran a veces desconcertantes. El incidente bien poda merecer un prrafo en su tesis. De cualquier modo, el depsito del coche estaba casi vaco. Ech en el tanque treinta litros de gasolina y no sin esfuerzo garabate un cheque. Lo dej sobre el mostrador, con una nota: No encontr a nadie. Llevo treinta litros. Ish.

Mientras descenda por la carretera, lo asalt una vaga inquietud: los Johnson fuera, un da de trabajo; la puerta sin llave, ningn pescador, un auto en la noche, y, algo todava ms extrao, aquellos hombres que haban huido al encontrarse con un enfermo en una cabaa solitaria. Sin embargo, brillaba el sol, y la mano casi no le dola. Y aquella fiebre rara, admitiendo que no se debiera a la accin del veneno, haba desaparecido.

La carretera descenda entre bosquecillos de pinos, bordeando un riachuelo tormentoso. Al llegar a la central elctrica de Black Creek, Ish se sinti otra vez sereno y lcido.

En la central todo estaba como siempre. Las dnamos zumbaban; el agua bulla. Una luz brillaba en el puente. Ish pens que estara continuamente encendida. Haba all exceso de electricidad.

Durante un instante, pens en cruzar el puente y llegar al edificio. Vera all a alguien y se librara de aquel extrao temor. Pero el ruido de los generadores lo tranquilizaba. Al fin y al cabo, la central trabajaba como siempre. Cierto, no se vea a nadie; pero aquellos mecanismos automticos necesitaban de pocos hombres, y stos no salan casi nunca.

Se alejaba ya, cuando un perro ovejero sali del edificio. Separado de Ish por el riachuelo, ladr furiosamente, corriendo de un lado a otro, excitado.

Qu perro raro!, pens Ish. Qu le pasar? Pensar que voy a robarme la central? Realmente, la gente sobrestima la inteligencia de los perros.

Dobl una curva y los ladridos se perdieron a lo lejos. Pero la clera del perro haba sido otra prueba de normalidad. Ish comenz a silbar alegremente. Quince kilmetros y llegara al primer pueblo, un pequeo pueblo llamado Hutsonville.

Consideremos el caso de la rata del Capitn Maclear. Este interesante roedor habitaba la isla de Christmas, un nido tropical a unos trescientos kilmetros al sur de Java. La especie haba sido descrita cientficamente por primera vez en 1667. En el crneo, muy desarrollado, sobresalan notablemente los arcos supraorbitales y la arista anterior de la placa cigomtica.Un naturalista observ que las ratas poblaban la isla en miradas, alimentndose de frutas y races tiernas. La isla era su universo, su paraso terrenal. Sin embargo, en aquella vegetacin no necesitaban pelear entre ellas. Todos los ejemplares estaban bien alimentados, y hasta demasiado gordos.En 1903 las atac una enfermedad nueva. Excesivamente numerosas, vulnerables a causa del mismo bienestar, las ratas no pudieron resistir el contagio, y pronto moran por millares. A pesar de su nmero, a pesar de su facilidad para reproducirse, la especie se ha extinguido.

Lleg a lo alto de la cuesta y vio Hutsonville a sus pies, a un kilmetro de distancia. Descenda ya, cuando vislumbr algo que le hel la sangre. Fren automticamente. Salt del coche y corri hacia atrs, incrdulo. All, junto a la carretera, a la vista de todos, yaca el cadver de un hombre en traje de calle. Las hormigas le cubran la cara. El cadver llevaba all un da o dos. Cmo no lo haban visto? Ish no se acerc a examinarlo. Haba que avisar en seguida al comisario de Hutsonville. Volvi al coche rpidamente.

Sin embargo, ya en el coche, tuvo la curiosa impresin de que aquello no concerna al comisario, y que posiblemente ni siquiera habra comisario. No haba visto a nadie en el rancho de Johnson ni en la central, y no haba encontrado ningn coche en la carretera. Los nicos restos del pasado eran, al parecer, la luz en el puente y el tranquilo rumor de los generadores.

Las primeras casas se alzaban ya a lo largo del camino. Ish respir aliviado. All, en un solar vaco, una gallina escarbaba el suelo, rodeada de media docena de pollitos. Un poco ms lejos, un gato blanco y negro se paseaba tranquilamente por la acera, como si aquel da de junio fuese igual a cualquier otro.

El calor del medioda pesaba sobre la calle solitaria. Como en una ciudad mexicana, pens Ish, todo el mundo duerme la siesta. Luego, de pronto, comprendi que su pensamiento haba sido como un silbido, para darse nimo. Lleg al centro del pueblo, detuvo el coche junto a la acera, y baj. No haba nadie.

Empuj la puerta de un pequeo restaurante. Estaba abierto. Entr.

Hola! llam.

Nadie sali a su encuentro. Ningn eco vino a tranquilizarlo.

El banco estaba cerrado, a pesar de la hora. Y aquel da slo poda ser (estaba ahora ms seguro) martes o mircoles, o jueves. Quin soy, en verdad?, pens. Rip van Winkle? Y aun as, Rip van Winkle, despus de dormir veinte aos, haba encontrado un pueblo animado y con gente.

La puerta de la ferretera, detrs del banco, estaba abierta. Entr y volvi a llamar. Silencio. Prob en la panadera vecina. Esta vez oy un leve ruido. Un ratn, sin duda.

Un partido de bisbol haba atrado a toda la poblacin? Aun as, habran cerrado las tiendas. Regres a su coche, se sent al volante, y mir alrededor. Estara delirando, acostado an en la cabaa? No se atreva a seguir investigando. Advirti de pronto que haba varios coches detenidos a lo largo de la calle, espectculo comn en un medioda. No poda irse, decidi, antes de informar sobre el cadver.

Toc la bocina, y el sonido viol impdicamente el silencio de la calle desierta. Toc dos veces, esper y volvi a tocar dos veces ms. Y otra vez, y otra, con creciente pnico. Miraba mientras tanto a su alrededor, esperando que alguien se asomase a una puerta o sacara la cabeza por una ventana. Se detuvo, y se encontr otra vez en aquel silencio de muerte slo interrumpido por el cacareo de una gallina. El miedo le ha hecho poner un huevo, pens.

Un perro gordo apareci en la esquina y avanz pesadamente; el perro inevitable que se pasea por las aceras de todos los pueblos. Ish baj del coche y se acerc al animal. No han olvidado alimentarse, por lo menos, se dijo. En seguida se le hizo un nudo en la garganta pensando en lo que el perro poda haber comido. El perro pareca dispuesto a entablar relaciones amistosas; lo esquiv, mantenindose a distancia, y sigui calle abajo. Ish lo dej ir. Al fin y al cabo el perro nada poda decirle.

Podra entrar en todos esos negocios buscando algn indicio como un detective, pens. Luego tuvo otra idea. En la acera de enfrente haba un quiosco donde compraba a veces algn diario. Cruz la calle. La puerta estaba cerrada, pero a travs de los vidrios se vean unas pilas de peridicos. El reflejo de la luz en los vidrios molestaba bastante, pero alcanz a leer un ttulo. Los caracteres eran tan grandes como los del da de Pearl Harbor:

GRAVE CRISIS

Qu crisis? Volvi rpidamente al coche y recogi el martillo. Un instante despus lo alzaba ante la puerta.

Pero se detuvo, como si la civilizacin misma se hubiese movilizado retenindole el brazo y dicindole: no puedes hacerlo. Un ciudadano honesto no fuerza una puerta. Mir a derecha e izquierda como si esperara que un polica o un destacamento de gendarmes cayeran sobre l.

La calle solitaria lo devolvi a la realidad, y el miedo barri sus escrpulos. Demonios, pens, si es necesario pagar la puerta.

Sintiendo que quemaba las naves, que dejaba atrs el mundo civilizado, alz el pesado martillo, y golpe con fuerza la cerradura. La madera se hizo aicos, la puerta se abri, e Ish entr en el quiosco.

Tom el peridico y recibi la primera sorpresa. El Chronicle tena habitualmente veinte o treinta pginas. Este ejemplar pareca un semanario pueblerino, una simple hoja doble. La fecha era el mircoles de la semana anterior.

Los titulares revelaban lo esencial. Una epidemia desconocida que se propagaba con una velocidad sin precedentes, llevando la muerte a todas partes, haba devastado los Estados Unidos, de costa a costa. Las cifras recogidas en algunas ciudades, y de valor relativo, indicaban que haba muerto del 25 al 35 por ciento de la poblacin. No haba noticias de Boston, Atlanta y Nueva Orlens. Los servicios informativos de esas ciudades parecan interrumpidos. Examin rpidamente el resto del diario, obteniendo as una impresin general, aunque muy confusa. Por los sntomas, la enfermedad pareca un sarampin... un sarampin mortal. Nadie conoca sus orgenes. El ir y venir de los aviones la haba hecho aparecer casi simultneamente en los centros ms importantes, desbaratando todo intento de cuarentena.

En una entrevista, un clebre bacterilogo sealaba que la posibilidad de nuevas enfermedades preocupaba desde haca mucho a los hombres de ciencia. En el pasado haba habido ejemplos curiosos, aunque de escasa importancia, como la fiebre inglesa y la fiebre Q. En cuanto a su origen, tres hiptesis eran posibles: alguna enfermedad animal; algn microorganismo nuevo, un virus posiblemente producido por mutacin; un accidente quiz provocado en un laboratorio de guerra bacteriolgica. Esto ltimo, pareca, era la creencia popular. Se presuma que el aire mismo transmita la enfermedad, posiblemente con las partculas de polvo. El aislamiento del enfermo no serva de nada.

En una entrevista telefnica un viejo y un hosco sabio ingls haba comentado: Durante varios miles de aos el hombre ha desarrollado su estupidez. No derramar una lgrima sobre su tumba. En el otro extremo, un crtico americano igualmente hosco haba dicho: Slo la fe nos puede salvar ahora; yo me paso las horas rezando.

Se sealaban algunos saqueos, sobre todo de licoreras. En general, sin embargo, el miedo haba ayudado a mantener el orden. En Louisville y Spokane los incendios barran la ciudad, pues no haba bomberos.

Aun en aquella edicin que (los periodistas no podan haberlo ignorado) sera la ltima, se haban incluido algunas noticias pintorescas. En Omaha un fantico haba corrido desnudo por las calles, anunciando el fin del mundo y la apertura del Sptimo Sello. En Sacramento, una loca haba abierto las jaulas del circo, temiendo que los animales muriesen de hambre, y haba sido devorada por una leona. Segua una nota de mayor inters cientfico. Segn el director del zoolgico de San Diego, los monos moran como moscas, pero los otros animales no estaban afectados.

Ish sinti que desfalleca ante aquel cmulo de horrores. Su soledad lo aterraba. Sin embargo, sigui leyendo, como hipnotizado.

La civilizacin, la raza humana... haba desaparecido, por lo menos, elegantemente. Muchos haban escapado de las ciudades, pero los otros y de acuerdo con aquellas noticias de la semana anterior no haban sido arrastrados por el pnico. La civilizacin se haba batido en retirada, pero cargando con sus heridos, y sin dejar de defenderse. Los mdicos y las enfermeras haban seguido en sus puestos, y muchos miles se haban ofrecido como voluntarios. Ciudades enteras haban servido de hospitales y puntos de concentracin. Haba cesado todo comercio, pero los alimentos se distribuan an, como en una ciudad sitiada. Aunque la poblacin haba disminuido en una tercera parte, el servicio telefnico, el agua, la luz y la energa elctrica seguan funcionando. Para evitar ciertos horrores, que hubiesen llevado a una completa desmoralizacin, los muertos deban enterrarse inmediatamente en fosas comunes. Ish lleg a la ltima lnea y volvi a releerlo todo con ms cuidado. Le sobraba tiempo. Luego sali y se sent en su coche. No haba ningn motivo, reflexion, para que se sentara en su propio coche y no en otro cualquiera. Los derechos de propiedad haban desaparecido, y sin embargo se senta all ms cmodo. El perro gordo volvi a pasar por la calle, pero Ish no lo llam. Se qued all un rato, ensimismado. Apenas poda pensar; la mente le daba vueltas y vueltas, sin llegar a ninguna parte.

Caa ya la tarde, cuando encendi el motor y llev el coche calle abajo, detenindose de cuando en cuando a tocar la bocina. Dobl por una calle lateral, y dio una vuelta al pueblo, llamando regularmente. Pas as un cuarto de hora y se encontr otra vez en el punto de partida. No haba visto a nadie, ni haba recibido ninguna respuesta. Haba encontrado cuatro perros, algunos gatos, varias gallinas desperdigadas, una vaca que paca en un solar vaco con un pedazo de cuerda en el pescuezo, y una rata que husmeaba en un umbral.

Ish se dirigi entonces a una casa de las afueras que (le haba parecido) era la mejor de la ciudad. Salt del coche, con el martillo en la mano. Esta vez no vacil un instante. Golpe tres veces con fuerza, y la puerta cedi. Tal como supona, haba en el vestbulo un gran aparato de radio. Inspeccion rpidamente la planta baja y el piso de arriba. No encontr a nadie, y regres al vestbulo. La electricidad todava funcionaba. Esper unos instantes y luego busc cuidadosamente. Slo oy unos dbiles ruidos parsitos. Prob la onda corta, pero sin xito. Metdicamente, explor todas las longitudes. Desde luego, pens, si alguna estacin funciona an, no transmitir probablemente las veinticuatro horas del da.

Dej la radio en una longitud que corresponda o haba correspondido a una potente emisora. Luego se ech en el sof.A pesar de aquellos horrores, senta la curiosidad desinteresada de un espectador, como si asistiese al ltimo acto de una tragedia. Segua siendo lo que era, o haba sido el tiempo de verbo no importaba: un intelectual, un sabio incipiente, ms inclinado a observar los acontecimientos que a participar en ellos.

As ocurri que llegase a contemplar la catstrofe con una satisfaccin irnica, aunque momentnea como la demostracin de un aforismo, enunciado un da por su profesor de economa poltica: El desastre temido no llega nunca, la teja cae donde menos se espera. Se haba temido una guerra destructora, la pesadilla de ciudades arrasadas, hecatombes de hombres y animales, tierras estriles. Pero, en realidad, slo la humanidad haba sido suprimida, y casi con limpieza, con un mnimo de trastornos. Los sobrevivientes, si los haba, seran los reyes de la tierra.

Se instal cmodamente en el sof. La noche era clida. Agotado fsicamente por la enfermedad y tantas emociones, no tard en dormirse.

All arriba, en el cielo, la luna, los planetas y las estrellas recorren sus largas y tranquilas rbitas. No tienen ojos, y no ven. Sin embargo, el hombre haba imaginado alguna vez que miraban la tierra.Pero si viesen realmente, qu veran esta noche?

Ningn cambio. Aunque el humo de las chimeneas ya no enturbia la atmsfera, pesadas humaredas surgen an de los volcanes y los bosques incendiados. Visto desde la luna, el planeta tendr esta noche su resplandor de costumbre; ni ms brillante, ni ms oscuro.

Se despert en pleno da. Abri y cerr la mano. El dolor de la mordedura era ahora una pequea molestia local. Senta la cabeza despejada, y comprendi que la otra enfermedad, si haba habido otra enfermedad, tambin desapareca. Se le ocurri algo. La explicacin era evidente: haba padecido aquella enfermedad, combatindola con el veneno que tena en la sangre. Microbio y veneno se haban destruido mutuamente. Aquello, por lo menos, explicaba que siguiese vivo.

Sigui en el sof, tranquilo e inmvil, y los fragmentos aislados del rompecabezas comenzaron a ordenarse. Los hombres que haba visto en la cabaa... eran slo unos pobres fugitivos, que huan de la peste. El coche que haba subido por la carretera, en medio de la noche, llevaba quizs a otros fugitivos, posiblemente los Johnson. El excitado ovejero haba intentado comunicarle los sucesos de la central.

Sin embargo, la idea de ser el nico sobreviviente no le perturbaba demasiado. Haba vivido solo durante un tiempo. No haba asistido a la tragedia, ni haba visto morir a sus semejantes. A la vez no poda creer (y no haba por qu creerlo) que fuese el ltimo hombre sobre la tierra. Segn el peridico, la poblacin haba disminuido en un tercio. El silencio que reinaba en Hutsonville demostraba solamente que sus habitantes se haban dispersado o refugiado en otra ciudad. Antes de llorar el fin del mundo, y la muerte del hombre, tena que descubrir si el mundo ya no exista, y si el hombre haba muerto. Ante todo, evidentemente, deba volver a la casa paterna. Quiz sus padres vivan an. As, con un plan definido para el da, sinti la tranquilidad que segua siempre a sus decisiones, aun temporales.

Al levantarse, busc otra vez en ambas ondas de la radio, sin resultado.Explor la cocina. La nevera an funcionaba. En la despensa haba algunos alimentos, aunque no tantos como poda esperarse. Las provisiones, aparentemente haban escaseado en los ltimos das. Aun as, haba media docena de huevos, una libra de manteca, un poco de jamn, algunas lechugas y unas pocas sobras. En un armarito encontr una lata de jugo de pomelo, y, en un cajn, un pan duro de unos cinco das atrs; la fecha, sin duda, en que la ciudad haba sido abandonada.

Estas provisiones, y un fuego al aire libre, le hubiesen bastado para prepararse una buena comida, pero abri las llaves de la cocina elctrica y advirti que las planchas se calentaban. Se prepar un copioso desayuno, y transform el pan en unas tostadas aceptables. Cuando volva de las montaas, siempre senta necesidad de comer legumbres frescas, y al acostumbrado desayuno de huevos, jamn y caf, aadi una abundante ensalada de lechuga.

Volvi al sof. En una mesita haba una caja de laca roja; la abri y extrajo un cigarrillo. Hasta ahora, reflexion, la vida material no ofrece problemas.

El cigarrillo estaba bastante fresco. Con un buen desayuno y un buen cigarrillo, el humor de Ish cambi sensiblemente. En realidad, haba apartado todas las inquietudes, dejndolas para ms tarde, si descubra que estaban justificadas.

Cuando acab de fumar, pens que no vala la pena lavar los platos; pero, como era naturalmente cuidadoso, comprob si haba cerrado la nevera y las llaves de la cocina. Luego recogi el martillo, que le haba sido tan til, y sali por la puerta destrozada. Se meti en el coche y parti hacia la casa paterna.

A casi un kilmetro de la ciudad, pas delante del cementerio, y le asombr que el da anterior no hubiese pensado en l. Sin bajar del coche, advirti una nueva y larga hilera de tumbas, y una excavadora junto a un montn de tierra. Las gentes que haban abandonado Hutsonville, pens, no eran quiz muy numerosas.

Ms all del cementerio, la carretera atravesaba un terreno llano. Ante aquel espacio desierto, Ish se sinti otra vez deprimido. Hubiera deseado or, por lo menos, el traqueteo de un camin cuesta arriba; pero no hubo tal camin.

En un campo, algunos novillos y caballos movan la cola espantando los insectos, como en cualquier maana de verano. Ms lejos, las aspas de un molino giraban lentamente, y delante del abrevadero, en un suelo hmedo, crecan las hierbas. Y eso era todo.

Sin embargo, aquella carretera no era muy transitada, y en cualquier otro da Ish hubiera podido recorrer varios kilmetros sin ver a nadie. Al fin lleg a la carretera principal. Las luces rojas del cruce estaban encendidas. Fren automticamente.

Pero las cuatro calzadas, donde haba corrido un ro de camiones, autobuses y coches, estaban desiertas. Despus de detenerse un momento ante las luces rojas, Ish se puso otra vez en marcha.

Un poco ms lejos, mientras corra libremente por la carretera, se sinti envuelto en una atmsfera lgubre y espectral. Se inclin sobre el volante, como dominado por un sopor. De cuando en cuando, algn espectculo inslito pareca despertarlo.

Algo salt ante l, en el camino. Aceler rpidamente. Un perro? No; advirti unas orejas puntiagudas, y unas patas flacas, de color claro, un gris amarillento. Era un coyote, que corra tranquilamente por la carretera, en pleno da. Un instinto misterioso le haba advertido que el mundo haba cambiado, y que poda tomarse nuevas libertades. Ish se acerc, tocando la bocina, y el animal dio media vuelta, pas al otro lado de la carretera y se alej sin parecer demasiado asustado...

Dos coches volcados, en un ngulo extravagante, bloqueaban parcialmente el camino. Ish se detuvo. El cadver aplastado de un hombre asomaba debajo de uno de los autos. No haba otros cuerpos, pero la sangre cubra la carretera. Aunque le hubiese parecido necesario, no habra podido levantar el coche para sacar el cuerpo y darle sepultura. Sigui adelante...

En una ciudad importante (Ish no registr su nombre) se detuvo para abastecerse de gasolina. Haba an electricidad. Llen el depsito en una estacin de servicio. Como el coche haba andado mucho tiempo por las montaas, revis el radiador y la batera, y ech un litro de aceite. Un neumtico necesitaba aire. Apret la vlvula compresora y oy el ruido del motor. S, el hombre haba desaparecido, pero todos sus ingeniosos aparatos marchaban todava, sin su vigilancia...

En la calle principal de otra ciudad, toc largo rato la bocina. Realmente, no esperaba ninguna respuesta, pero esa calle, sin saber por qu, le pareca ms normal. Los coches se alineaban a lo largo de las aceras. Pareca un domingo por la maana, con los negocios cerrados, cuando la gente no ha iniciado an sus idas y venidas. Pero no era tan temprano, pues el sol haba subido en el cielo. De pronto comprendi por qu se haba detenido, y por qu la calle pareca ilusoriamente animada. Frente a un restaurante llamado The Derby funcionaba an un letrero luminoso: un caballito que mova las patas, galopando. A la luz del da, slo el movimiento llamaba la atencin; la luz rosada era apenas visible. Ish mir un rato y advirti el ritmo: uno, dos, tres. Y las patas del caballo se recogan casi debajo del tronco. Cuatro... las patas reaparecan y el vientre pareca tocar el suelo. Uno, dos, tres, cuatro. Uno, dos, tres, cuatro. Galopaba frenticamente, y esa carrera sin testigos no llevaba a ninguna parte. Era un caballo valiente, pens Ish, aunque insensato e intil. Smbolo quiz de esa civilizacin que haba enorgullecido al hombre, y que, lanzada al galope, no alcanzaba ninguna meta, destinada algn da, ya sin fuerza, a detenerse para siempre...

Una humareda se elevaba en el aire. Ish sinti que el corazn le saltaba en el pecho. Dobl rpidamente por una calle lateral. Pero antes de llegar, supo ya que no encontrara a nadie. En efecto, era slo una granja que empezaba a arder. Aun en un lugar deshabitado, muchas cosas podan provocar un incendio. Un montn de grasientos desperdicios que se inflamaban espontneamente, o algn aparato elctrico an enchufado, o el motor de una nevera. La granja estaba condenada. No haba modo de apagar el fuego, ni motivos para molestarse. Dio media vuelta y volvi a la carretera...

Conduca lentamente, y a menudo se detena a investigar, sin muchas esperanzas. A veces vea algunos cadveres, pero, en general, slo encontraba soledad y vaco. La incubacin, pareca, haba sido bastante lenta, y los enfermos no haban cado en las calles. Una vez atraves una ciudad donde el olor de los cuerpos putrefactos envenenaba la atmsfera. Record haber ledo en el diario que ciertas zonas haban servido de puntos de concentracin, transformndose as en enormes morgues. Todo hablaba de muerte en aquella ciudad. No era necesario detenerse.

Al caer la tarde, lleg a lo alto de las lomas, y la baha se abri ante l, envuelta en el esplendor del sol poniente. En distintos puntos de la ciudad, que se extenda hasta perderse de vista, se alzaban algunas columnas de humo. Fue hacia la casa de sus padres. No tena esperanzas. Slo un milagro lo haba salvado a l. Milagro de milagros si la epidemia haba perdonado a su familia!

Sali del bulevar y dobl hacia la avenida San Lupo. Todo tena el mismo aspecto, aunque las aceras no estaban muy limpias. Pero la calle mantena an su decoro. No haba cadveres, aunque eso era inimaginable en la avenida San Lupo. Vio a la vieja gata gris de los Hatfields que dorma al sol en los escalones del porche, como tantas otras veces. Despertada por el ruido del motor, se levant estirndose perezosamente.

Se detuvo frente a la casa. Toc dos veces la bocina, y esper. Nada. Sali del coche y subi las escaleras. Slo despus de entrar advirti que no haban cerrado la puerta.

La casa estaba en orden. Ech una ojeada, aprensivamente, pero todo era normal. Quiz le haban dejado una nota, indicndole adnde haban ido. Busc en vano en la sala.

Arriba no haba tampoco nada raro; pero en la habitacin de sus padres, las dos camas estaban sin hacer. Sinti un vahdo, y sali de la habitacin, tambalendose.

Agarrndose a la barandilla, volvi a bajar las escaleras. La cocina, pens, y la cabeza se le despej un poco ante la perspectiva de algo concreto.

Al abrir la puerta, tuvo una impresin de vida y movimiento. Era slo el segundero del reloj elctrico. En ese instante dejaba la vertical, iniciando su descenso hacia el seis. Casi en seguida lo sobresalt un ruido repentino. El motor de la nevera haba comenzado a zumbar, como si la llegada de un ser humano hubiese turbado su reposo. Ish, sacudido por un violento malestar, se inclin rpidamente sobre la pileta y vomit.

Ya repuesto, volvi a salir y se sent en el coche. No se senta enfermo, pero s dbil y tremendamente abatido. Si hiciera una especie de investigacin policaca, revolviendo armarios y cajones, probablemente descubriese algo. Pero de qu servira torturarse as? La historia, en sus lneas principales, era demasiado clara. No haba adentro ningn cadver; por fortuna. Tampoco habra espectros, imaginaba... Aunque el reloj y la nevera casi lo parecan.

Deba regresar a la casa, o continuar el viaje? Pens en el primer momento que no se atrevera a entrar otra vez en aquellos cuartos vacos. Se le ocurri luego que sus padres, si por rara fortuna seguan con vida, volveran como l a la casa. Al cabo de media hora, venciendo su repugnancia, franque el umbral.

Recorri otra vez las habitaciones, donde se oa el lenguaje pattico de las casas abandonadas. De cuando en cuando algn objeto le hablaba con ms fuerza... la costosa enciclopedia que su padre haba comprado recientemente, despus de muchas dudas... la maceta de geranios de su madre, que ahora necesitaba agua... el barmetro que su padre consultaba todas las maanas, antes del desayuno. S, era una sencilla casa de un humilde profesor de historia que viva entregado a sus libros, y de una mujer secretaria de la YWCA que haba hecho de ella un hogar.

Al cabo de un rato, se sent en la sala. Entre los muebles, los cuadros y los libros familiares, fue sintindose poco a poco menos abatido.

Al caer el crepsculo, record que no haba comido desde la maana. No tena apetito, pero su debilidad poda deberse a la falta de alimento. Revis un armario y abri una lata de sopa. No haba ms pan que un mendrugo mohoso. En la nevera encontr manteca y un poco de queso. Descubri unas galletas en otro armario. La presin del gas era dbil, pero alcanz a calentar la sopa.

Despus se sent en el porche, en la oscuridad. A pesar de la comida, apenas se tena en pie, y comprendi que haba sufrido un rudo golpe.

Desde la avenida San Lupo, en la falda de la loma, se vea una gran parte de la ciudad. Y nada pareca haber cambiado. La produccin de electricidad era sin duda automtica. En las fbricas hidroelctricas, el agua alimentaba an los generadores. Y alguien haba ordenado, cuando todo empez a empeorar, que no se apagaran las luces. All abajo brillaba el puente de la baha, y, ms lejos, el resplandor de San Francisco y el marco luminoso del Golden Gate disipaban las nieblas de la noche. Las seales de trnsito funcionaban an, pasando del verde al rojo. De lo alto de las torres, los reflectores enviaban silenciosos avisos a aviones que no volaran ms. Lejos, hacia el sur, en algn lugar de Oakland, haba, sin embargo, una zona oscura. Un conmutador descompuesto quizs, o un fusible quemado... Los anuncios luminosos, algunos por lo menos, seguan encendidos. Lanzaban patticamente sus reclamos publicitarios a un mundo sin clientes ni vendedores. Un enorme cartel, que una casa cercana ocultaba en parte, segua transmitiendo: Beba... Pero Ish no vea qu deba beber.

Sigui mirando, casi hipnotizado. Beba... oscuridad. Beba... oscuridad. Beba... Bueno, por qu no?, pens. Fue a buscar la botella de coac de su padre.

Pero el coac era dbil y no encontr en l ningn consuelo. No soy hombre, pens, de buscar la muerte en el alcohol. El anuncio que brillaba all abajo era ms interesante. Beba... oscuridad. Beba... oscuridad. Beba. Cunto tiempo brillaran esas luces? Cmo se apagaran? Qu mecanismos seguiran funcionando? Qu destino tendra esa obra, edificada lentamente a lo largo de los siglos, y que ahora sobreviva a su creador?Supongo, pens Ish, que la mejor solucin sera el suicidio. Pero no, es demasiado pronto. Estoy vivo, y hay quizs otros sobrevivientes. Somos como molculas de gas que flotan sin encontrarse en un vaco neumtico.

Cay otra vez, lentamente, en un desaliento cercano a la desesperacin. S, poda vivir, alimentndose como un necrfago de los vveres de los almacenes. Poda unirse a otros hombres. Y luego? Si se hubiera encontrado con media docena de amigos todo sera diferente. Pero ahora no podra evitar a los imbciles, o an a los canallas. Alz los ojos y vio otra vez el anuncio que brillaba a lo lejos: Beba... oscuridad. Beba... oscuridad. Beba. Y volvi a preguntarse cunto tiempo brillaran an esas intiles letras de fuego. Y aquello que haba visto durante el da. Qu sera del coyote que corra a saltos por la carretera? Las vacas y los caballos paseaban lentamente alrededor del abrevadero, bajo las aspas del molino. Durante cunto tiempo girara el molino, sacando agua de las honduras de la tierra?

De pronto, se sobresalt. Pareca que el deseo de vivir despertaba en l. No sera un actor, quiz; no quedaban papeles para l en el mundo, pero sera por lo menos un espectador ms; un espectador habituado ya a observar el mundo. El teln haba cado, era cierto; pero ahora, ante su mirada de investigador, iba a desarrollarse el primer acto de un drama inslito. Durante miles de aos el hombre haba sido el amo indiscutido de la tierra. Y he aqu que ese rey de la creacin desapareca ahora, quiz por mucho tiempo, quiz para siempre. Aunque la raza humana no se hubiera extinguido del todo, los sobrevivientes tardaran siglos en retomar las riendas del poder. Qu sera del mundo y sus criaturas sin el hombre? Y bien, l, Ish, iba a verlo.

2

Sin embargo, cuando se acost no pudo dormirse. El fro abrazo de la niebla estival envolvi la casa, y la conciencia de su soledad se transform en miedo y en pnico. Se levant, y ponindose una bata fue a sentarse ante el aparato de radio. Busc frenticamente en todas las ondas. Slo oy unos dbiles ruidos.

De pronto pens en el telfono. Levant el tubo y oy el zumbido familiar. Disc un nmero; cualquier nmero. La campanilla reson en una casa lejana. Ish crey or un despertar de ecos en las habitaciones vacas. A la dcima llamada, colg el tubo. Prob un segundo nmero, y un tercero... y dej de llamar.Se le ocurri entonces otra idea. Aadi un reflector a la lmpara y, de pie, en el porche, lanz un mensaje a la ciudad nocturna: tres puntos, tres rayas, tres puntos, el S.O.S. en que haban puesto sus ltimas esperanzas tantos hombres amenazados por la muerte. Pero no hubo respuesta. Comprendi al cabo de un rato que entre las luces de la ciudad sus modestas seales pasaran inadvertidas.

Entr en la casa, temblando de fro. Abri una llave y el motor de la calefaccin se puso en marcha.

La electricidad funcionaba todava, y en el tanque haba an combustible. En ese aspecto no haba problemas. Se sent y a los pocos minutos apag las luces con la curiosa sensacin de que eran demasiado visibles. La niebla y la oscuridad lo protegeran con sus velos impenetrables. Sin embargo, angustiado por la soledad, puso el martillo al alcance de la mano.

Un grito espantoso desgarr la oscuridad. Temblando de pies a cabeza, Ish tard en reconocer la llamada de amor de un gato, sonido familiar en las noches de esto, aun en el aristocrtico San Lupo. Los aullidos siguieron un tiempo, y al fin los ladridos de un perro interrumpieron el idilio. El silencio volvi a apoderarse de la noche.

Para ellos tambin termina un mundo de veinte mil aos. Yacen en las perreras, con las lenguas hinchadas, muertos de sed. Perdigueros, ovejeros, pequineses, lebreles. Los ms afortunados vagan por la ciudad y los campos, bebiendo en los arroyos, en las fuentes, en los estanques poblados de peces rojos. Buscan por todas partes algo que comer, persiguen una gallina, atrapan una ardilla en un parque. Y poco a poco las torturas del hambre borran siglos de servidumbre. Furtivamente se acercan a los cadveres insepultos.El animal de raza no se distingue ya por la altura, la forma de la cabeza o el color del pelo. Fuera de concurso, Prncipe de Piamonte IV no supera al ltimo cuzco callejero. El premio, el derecho a sobrevivir, lo obtiene el de ms ingenio, mayor vigor, una mandbula ms fuerte, o aquel que sabe adaptarse a las nuevas condiciones de vida, y que, de vuelta al salvajismo, vence a sus rivales asegurndose su subsistencia.

Durazno, el perro de aguas color miel, permanece echado, triste y afligido, debilitado por el hambre, poco inteligente, de patas demasiado cortas para perseguir las presas... Spot, el mestizo predilecto de los nios, tiene la suerte de encontrar una camada de gatitos y los mata, no por crueldad, sino para comrselos... Ned, el terrier de pelo duro, independiente por naturaleza y amigo de correras, corretea sin dificultades... Bridget, el setter rojo, se estremece, y de cuando en cuando lanza al cielo un aullido que termina en una queja. Su alma bondadosa no tolera un mundo sin dioses.

Aquella maana se traz un plan. En un distrito urbano de dos millones de habitantes, deban de haber sobrevivido otros. La solucin era evidente; tena que encontrar a alguien, en cualquier parte. Pero cmo?

Recorri toda la vecindad, esperando descubrir algn conocido. Pero las casas parecan deshabitadas. Las flores se marchitaban en los jardines resecos.

Regres, cruz el parque de sus juegos infantiles, y trep a las rocas. Dos de ellas se tocaban en la cima, formando una especie de pequea gruta; un refugio natural, primitivo, donde Ish se haba escondido a menudo. Mir. No haba nadie.

En una ancha superficie rocosa que segua la inclinacin de la colina, los indios haban abierto unos hoyos con sus martillos de piedra. El mundo de los pieles rojas ha desaparecido, pens Ish. Y ahora desaparece tambin otro mundo. Ser yo su ltimo representante?

Subi al coche y se traz mentalmente la ruta que podra seguir para que la bocina se oyese en casi toda la ciudad. Se puso en marcha tocando la bocina a cortos intervalos, y detenindose a esperar una posible respuesta.

Las calles tenan el aspecto de las primeras horas de la maana. Haba muchos coches estacionados, y poco desorden. De cuando en cuando encontraba un cadver; algn enfermo a quien la muerte haba sorprendido en la calle. Dos perros merodeaban cerca de un cuerpo. En una esquina, el cadver de un hombre colgaba de la cruz de un poste telefnico, con un cartel en el pecho que deca: Ladrn. Ish entr luego en una zona comercial, y vio entonces algunas seales de violencia. El escaparate de una licorera estaba hecho trizas.

Sali de la zona comercial tocando otra vez la bocina. Medio minuto ms tarde se oy otra bocina lejana y dbil. Pens por un momento que los odos lo engaaban.

Toc otra vez y la respuesta lleg inmediatamente. El corazn le dio un salto. El eco, pens. Llam con un bocinazo corto y otro largo y escuch. La respuesta fue un sonido breve y nico.

Dio media vuelta y fue hacia el lugar de donde vena el sonido, a no ms de setecientos u ochocientos metros. Tres calles ms all toc de nuevo y esper. Ms a la derecha se meti en un callejn cerrado, volvi atrs y prob otra calle. Lanz la llamada y la contestacin lleg desde ms cerca. Avanz rpidamente en lnea recta y la respuesta siguiente son a sus espaldas. Retrocedi y entr en una callejuela bordeada de tiendas. Haba largas filas de coches junto a las aceras, pero no vio a nadie. Era raro que aquel otro sobreviviente no estuviese en medio de la calle haciendo seas. Toc la bocina y la respuesta casi lo ensordeci. Detuvo el coche, salt a tierra y ech a correr. El hombre estaba dentro de un auto. Cuando Ish se acerc, se desplom sobre el volante, y cay luego de costado. La bocina emiti un largo quejido. Una vaharada de whisky lleg a las narices de Ish. El hombre de barba larga e hirsuta, y una cara sucia y roja, estaba completamente borracho.

Ish, de pronto furioso, sacudi el cuerpo cado. El hombre entreabri los ojos y gru como preguntando qu ocurra. Ish sent el cuerpo inerte, y la mano del hombre busc a tientas la botella de whisky, en un rincn del asiento. Ish se adelant y arroj la botella a la calle, donde se rompi ruidosamente. Se senta amargado y furioso. Haba all una terrible irona. Haba encontrado un nico sobreviviente, y era un pobre viejo borracho, que no serva para nada en este mundo, ni en ningn otro. Los ojos del hombre se abrieron entonces, y la ira de Ish se transform en enorme piedad.

Aquellos ojos haban visto demasiado. Haba en ellos espanto y horror. El cuerpo sucio y enfermo ocultaba de algn modo una mente sensible, que ahora slo deseaba olvidar.

Ish se sent junto al borracho. Los ojos del hombre miraron aqu y all, como extraviados, y la tragedia pareci crecer en ellos. Ish le tom de pronto la mueca y busc el pulso. Era dbil e irregular. No le quedaban quiz sino unas horas de vida.

Bien, pens Ish. El sobreviviente poda haber sido una muchacha, o un hombre inteligente, pero era este borracho, a quien nadie poda ayudar.

Al cabo de un rato Ish sali del coche y entr en el bar. Haba un gato en el mostrador. Ish crey que estaba muerto, pero de pronto el animal se movi. Haba estado durmiendo, simplemente. El gato mir a Ish con la fra insolencia con que una duquesa mira a su camarera. Ish se sinti incmodo y tuvo que recordar que los gatos haban sido siempre as. El animal pareca contento y bien alimentado.

Ish mir los estantes y advirti que el borracho no se haba molestado en elegir su botella. Un whisky cualquiera le haba bastado.

Sali y vio que el hombre haba encontrado en alguna parte otra botella y beba a grandes tragos. No haba mucho que hacer, pero Ish decidi intentarlo.

Se apoy en la ventanilla. El hombre, quizs animado otra vez por el alcohol, pareca ms lcido. Mir a Ish y sonri patticamente.

Ho... ho... ah dijo con voz pastosa.Cmo se siente? pregunt Ish.Bar... el... low balbuce el otro.

Ish intent descifrar aquellos sonidos. El hombre esboz otra vez su pattica sonrisa infantil y repiti con una voz un poco ms clara:

No... Bar'l... low.

Ish comprendi a medias.

Su nombre es Barelow? pregunt. No? Barlow?

El hombre asinti, sonri, y antes que Ish pudiese impedirlo tom otro trago. Ish se sinti ms triste que furioso. Qu importaba ahora un nombre? Y no obstante, el seor Barlow, sumergido en las nieblas del alcohol, intentaba cumplir con una norma de civilizada cortesa.

En seguida, muy lentamente, el seor Barlow se desplom otra vez en el asiento, y la botella cay y se vaci en el piso del coche.

Ish vacilaba. Unira su suerte a la del hombre intentando curarlo y reformarlo? El seor Barlow pareca un caso sin esperanza. Y si se quedaba, poda perder la oportunidad de encontrar a algn otro.

Qudese aqu le dijo al hombre tumbado, quizs inconsciente. Volver.

Los gatos haban vivido dominados por el hombre slo cinco mil aos, y nunca haban aceptado de buen grado esa dominacin. Los ejemplares encerrados en las casas, pronto murieron de sed. Pero los que quedaron en la calle se las arreglaron mejor que los perros. La caza del ratn dej de ser un juego para transformarse en una industria. Los gatos cazan pjaros, rondan por calles y avenidas buscando alguna lata de desperdicios que las ratas no hayan saqueado an. Salen de los lmites de la ciudad e invaden las guaridas de codornices y conejos. All se encuentran con otros gatos realmente salvajes, y el fin es sangriento y rpido, pues los vigorosos habitantes de los bosques despedazan a los gatos ciudadanos.Esta vez el sonido era ms insistente. El hombre que tocaba la bocina no pareca borracho. Ish se acerc y vio a un hombre y una mujer. Rean y le hacan seas. Baj del coche. El hombre era corpulento y vesta una deslumbrante chaqueta deportiva. La mujer era joven y bonita. Se haba pintado la boca con una espesa capa de carmn. En los dedos le relumbraban varios anillos.

Ish dio unos pasos, y de pronto se detuvo. Dos son una pareja, y tres una multitud. La mirada del hombre era decididamente hostil. La mano derecha no dejaba el abultado bolsillo de la chaqueta.

Cmo estn? dijo Ish, sin moverse.

Oh, muy bien dijo el hombre. La mujer se ri con una risita tonta y mir a Ish provocativamente. Ish se sinti otra vez en peligro. S prosigui el hombre, s, lo pasamos muy bien. Mucha comida, mucha bebida y muchsimo... Hizo un ademn obsceno y sonri a la mujer con una mueca. La mujer se ri otra vez.

Ish se pregunt qu habra sido la mujer en la vieja vida. Pareca ahora una prostituta acomodada. Llevaba en los dedos bastantes diamantes como para instalar toda una joyera.

Hay otros sobrevivientes? pregunt.

El hombre y la mujer se miraron. La mujer se ri. No pareca conocer otro lenguaje.

No dijo el hombre, no en los alrededores. Hizo una pausa y ech una mirada a la mujer. No hasta ahora, por lo menos.

Ish mir la mano del hombre, an en el bolsillo de la chaqueta. La mujer mova las caderas y entornaba los prpados, como diciendo que se quedara con el vencedor. En los ojos de la pareja no haba huellas de aquel dolor que nublaba los ojos del borracho. Y sin embargo, quizs haban sufrido demasiado tambin, y de algn modo haban perdido la razn. Ish comprendi de pronto que nunca haba estado tan cerca de la muerte.

Adnde va? pregunt el hombre.

Oh, slo daba una vuelta dijo Ish.La mujer se ech a rer. Ish se volvi y camin hacia el coche pensando que en cualquier momento recibira un tiro en la espalda. Lleg al coche, subi y se alej...

Esta vez no oy ningn sonido, pero al volver la esquina, all estaba ella, plantada en medio de la calle: una adolescente de piernas largas y melena rubia. Durante un momento no se movi, como un ciervo sorprendido en un claro del bosque. Luego, con la rapidez de un temeroso animal acosado, se dobl en dos, y protegindose de la luz del sol trat de ver detrs del parabrisas. En seguida ech a correr, como un animal, y se escabull entre las tablas de una cerca.

Ish baj del coche, fue hasta la empalizada y llam varias veces. No hubo respuesta. Si hubiera odo una risita burlona en una ventana, o hubiese visto el revoloteo de una falda en una esquina, quizs habra seguido buscando. Pero, evidentemente, la huida de la muchacha no era un coqueteo. Quizs haba aprendido dolorosamente que slo as poda salvarse. Ish esper un rato, pero como la muchacha no reapareca, se puso otra vez en marcha...

Oy otras bocinas, pero callaban antes que pudiese localizarlas. Al fin vio un viejo que sala de un almacn, con un cochecito de nio donde se apilaban latas y cajas. Ish se acerc y vio que no era tan viejo. Sin la barba blanca y enmaraada no hubiese representado ms de sesenta aos. Llevaba un traje arrugado y sucio. Deba de dormir vestido desde haca un tiempo.

Ish descubri que el viejo era ms comunicativo que los otros, pero no mucho. Llev a Ish a su casa, no muy lejos. En las habitaciones se amontonaban toda clase de cosas: algunas tiles, otras totalmente intiles. Dominado por una mana posesiva, el viejo se transformara pronto en un ermitao y un avaro. Antes del desastre haba tenido mujer y haba trabajado en una ferretera; aunque probablemente siempre se haba sentido desgraciado y solo, con muy pocos amigos. Ahora era en verdad ms feliz que nunca, pues no haba nadie que estorbase sus ansias de rapia ni que le impidiese retirarse a vivir rodeado de pilas de mercancas. Guardaba alimentos envasados; a veces cajones enteros, o simples montones de latas. Pero haba tambin una docena de cestos de naranjas, que no podra consumir antes que se pudrieran. Algunos sacos de celofn se haban roto, y los guisantes cubran el piso. Ish vio adems varias cajas de lmparas elctricas y tubos de radio, un violonchelo aunque el hombre no saba msica, ms de cien ejemplares de una misma revista, una docena de despertadores y otras muchas cosas que el viejo haba reunido, no con la idea de utilizarlas un da, sino porque esa acumulacin le daba una agradable sensacin de seguridad. El viejo era a veces simptico, pero no perteneca ya, pens Ish, al mundo de los vivos. La catstrofe haba transformado a un hombre taciturno y solitario en un manaco a un paso de la locura. Seguira en el futuro apilando cosas a su alrededor, y encerrndose cada vez ms en s mismo.

Sin embargo, cuando Ish se levant para irse, el viejo, presa del pnico, lo tom por el brazo.

Qu sentido tiene todo esto? pregunt, excitado. Por qu se me perdon la vida?

Ish contempl el rostro descompuesto por el terror, la boca abierta de donde colgaba un hilo de baba.

S respondi irritado y aliviado a la vez por poder dar rienda suelta a su clera. S. Por qu vive usted y han muerto tantos hombres capaces?

El viejo mir involuntariamente alrededor. Su terror era abyecto, casi animal.

Eso mismo me asusta gimi.

Ish lo compadeci.

Vamos dijo. No hay motivo para asustarse. Nadie sabe por qu ha sobrevivido. No lo mordi alguna serpiente de cascabel?

No.

Bueno, no importa. La cuestin de la inmunidad natural es un misterio. Las epidemias ms graves no atacan a todo el mundo.

Pero el otro sacudi la cabeza.

Debo de haber sido un gran pecador dijo.

En ese caso lo hubieran castigado.

Quizs... El viejo se interrumpi y mir alrededor. Quiz me reservan un castigo especial.

Y el viejo se estremeci de pies a cabeza.

Al acercarse a la barrera de peaje, Ish se pregunt maquinalmente si tendra monedas. En un segundo de extravo imagin una escena absurda donde deslizaba una moneda imaginaria en una mano imaginaria. Pero aunque tuvo que aminorar la marcha para cruzar el estrecho pasaje, no sac la mano por la ventanilla.

Haba decidido llegar a San Francisco. Pero luego comprendi que lo haba atrado la idea de ver el puente. Era la ms audaz y la ms grande de las obras del hombre en aquella regin. Como todos los puentes, era un smbolo de unidad y seguridad. San Francisco slo haba sido un pretexto. Haba deseado realmente renovar alguna suerte de comunin con el smbolo del puente.

Ahora el puente estaba desierto. Donde seis lneas de coches haban corrido hacia el este y el oeste, las franjas blancas se prolongaban hasta unirse. Una gaviota que se haba posado en la barandilla sacudi perezosamente las alas al acercarse el coche y descendi al agua planeando.

Ish tuvo el capricho de cruzar hacia la izquierda y avanz sin encontrar obstculos. Atraves el tnel, y las altas y magnficas torres y las largas curvas del puente colgante se alzaron ante l. Como de costumbre, se haban estado pintando algunas partes; un cable rojo anaranjado se destacaba sobre el gris plateado comn.

De pronto, vio algo raro. Un coche, deportivo verde, estaba estacionado junto al parapeto, apuntando al este.

Ish lo mir al pasar. Adentro no haba nadie, nada. Sigui adelante. En seguida, cediendo a la curiosidad, describi una larga curva y fue a detenerse junto al cup.

Abri la portezuela y examin los asientos. No, nada. El conductor, desesperado, atacado por la enfermedad, se habra arrojado al agua saltando por encima de la barandilla? O quizs el motor se haba descompuesto y l, o ella, haba detenido a otro coche, o haba continuado a pie. Las llaves estaban an en el tablero; la licencia de conductor colgaba del volante: John Robertson, nmero tal, calle Cincuenta y cuatro, Oakland. Nombre y direccin comunes. El coche del seor Robertson era ahora dueo del Puente.

De vuelta en el tnel, Ish pens que podra haber resuelto parte del problema intentando poner en marcha el motor. Pero en realidad no importaba... como no importaba, tampoco, que marchase otra vez hacia el este. Habiendo dado media vuelta para acercarse al cup, Ish sigui simplemente en lnea recta. San Francisco, estaba seguro, nada poda ofrecerle...

Algo ms tarde, como haba prometido, Ish volvi a la calle donde haba hablado si aquello poda llamarse hablar con el borracho.

Encontr el cuerpo cado en la acera, frente al bar. Despus de todo, reflexion Ish, el cuerpo humano slo puede absorber una cantidad limitada de alcohol. Ish record los ojos del borracho, y no pudo sentir pena.

No haba perros en los alrededores, pero Ish no poda dejar all el cuerpo. Al fin y al cabo haba conocido al seor Barlow, y haba hablado con l. Aunque no saba cmo o dnde enterrarlo. Sac unas mantas de una tienda, y envolvi el cuerpo cuidadosamente. Luego lo llev al auto y cerr las ventanillas. Sera un mausoleo hermtico y duradero.

Las oraciones fnebres parecan fuera de lugar. Pero al observar desde afuera el rollo de mantas, pens que el seor Barlow haba sido sin duda un buen hombre, que no haba podido sobrevivir al derrumbe del mundo. Se sac entonces el sombrero y se qued as unos instantes...

Ahora, como en la antigedad, cuando la cada de un poderoso monarca alegraba a los pueblos sometidos, se regocijan los abetos, y entonan los cedros: Has cado y el hacha no amenaza ya nuestra existencia. Y los ciervos, zorros y codornices cantan: Eres ahora como nosotros. Es ste el hombre que estremeci la tierra?(La tumba ha devorado tu soberbia, y la msica de tus violas; los gusanos se mueven bajo tu cuerpo, y te cubren. )

No, nadie dice estas palabras, nadie las piensa, y el libro de Isaas se confunde con el polvo. El gamo, sin saber por qu, se atreve a salir de la espesura; los zorros juegan junto a la fuente seca de la Plaza; la codorniz empolla sus huevos en las hierbas altas, cerca del reloj de sol.

Hacia el fin del da, despus de dar un largo rodeo para evitar un lugar nauseabundo donde se amontonaban los cadveres, Ish volvi a la casa de San Lupo.

Haba aprendido mucho. El Gran Desastre as llamaba ahora a la epidemia no haba despoblado enteramente el mundo. No haba por qu comprometer el futuro unindose a cualquiera. Era preferible buscar y elegir. Por otra parte, todos los que haba encontrado hasta ahora estaban en los lmites de la locura.

Se le ocurri una nueva idea, que poda expresarse con una nueva frmula: el Golpe de Gracia. La mayora de los que haban escapado al Gran Desastre caeran vctimas de algn mal que haban evitado hasta entonces. Muchos se mataran bebiendo. Se haban cometido, sospechaba, algunos asesinatos, y haban abundado, seguramente, los suicidas. Algunos hombres que haban arrastrado en otro tiempo una existencia normal, como el viejo, no podran sobreponerse y enloqueceran. Muchos heridos y enfermos moriran por falta de cuidados. De acuerdo con una ley biolgica, toda especie debe contar con un nmero mnimo de representantes. Por debajo de ese nmero est irremediablemente condenada.

La humanidad sobrevivir? Punto capital, que poda animar a Ish. De acuerdo con los resultados de la jornada, las esperanzas eran pocas. Y quin puede desear que sobreviva una humanidad de fantoches?

Haba empezado la maana como un verdadero Robinsn Crusoe, dispuesto a aceptar al primer Viernes. Terminaba el da pensando que se resignara a la soledad si no encontraba un amigo aceptable. Slo una mujer pareca haber deseado su compaa, y haba habido all una amenaza de traicin y muerte. Si Ish hubiese eliminado al hombre, habra encontrado en ella una mera compaa fsica. En cuanto a la adolescente, hubiera debido recurrir a un lazo o una trampa de osos. Y probablemente, como el viejo, ella haba perdido la razn.

No, el Gran Desastre no haba dejado con vida a los mejores, y las pruebas que haban soportado los sobrevivientes no haban acrecentado sus virtudes.

Se prepar una cena, y comi, sin apetito. Luego intent leer, pero las palabras tenan tan poco sabor como la comida. Pensaba an en el seor Barlow y los dems. De un modo o de otro, cada uno a su manera, todos los que haba visto aquel da estaban derrumbndose. Y l mismo? Conservaba todas sus facultades? Tom lpiz y papel y escribi una lista de cualidades que podan permitirle seguir viviendo, y an ser feliz donde los otros haban fracasado.1) Voluntad de vivir. Deseo de ver lo que ser la tierra sin el hombre. Gegrafo.

2) Amor a la soledad. Poco hablador.

3) Haberse extirpado el apndice.

4) Habilidad manual. Pero mal mecnico. Vida al aire libre.

5) No haber visto morir a la familia y los otros.

Se interrumpi con los ojos fijos en la ltima lnea. Esperaba que fuese cierto.

Reflexion unos minutos. Poda aadir otras cualidades a la lista. Su educacin, que le permita adaptarse a las nuevas circunstancias. Le gustaba leer, y poda as distraerse y olvidar. No era adems un lector comn. Poda investigar en los libros y buscar all los medios de reconstruir el mundo.

Con los dedos crispados sobre el lpiz, pens si podra anotar que no era supersticioso. Poda ser importante. Si no, presa como el viejo de un abyecto terror, llegara a pensar quiz que el desastre era obra de la ira de Dios, que haba arrasado a su pueblo con una peste, como antes con el diluvio. Y l, aunque no tena an mujer e hijos, sera un nuevo No, encargado de repoblar el mundo desierto. Pero divagaciones semejantes llevaban a la locura. S, si un hombre se cree mensajero de Dios no est lejos de creerse Dios mismo, y de enloquecer.

No, pens Ish. Pase lo que pase, nunca me creer un dios. No ser nunca un dios.

Abandonndose as al curso de sus pensamientos, comprob, no sin sorpresa, que la perspectiva de una vida solitaria no dejaba de darle una sensacin de seguridad, y aun de euforia. Las relaciones sociales haban sido en el pasado una de sus mayores preocupaciones. La idea de ir a un baile lo haba hecho transpirar ms de una vez; nunca haba pertenecido a una asociacin de estudiantes. En los viejos das este modo de ser era un defecto; ahora, al contrario, pareca una ventaja. Se haba quedado siempre en un rincn en las reuniones sociales, entrando muy pocas veces en la conversacin, contentndose con escuchar y observar objetivamente, y ahora, del mismo modo, poda soportar fcilmente el silencio, y observar como espectador el curso de las cosas. Su debilidad se haba transformado en una fuerza. Como un ciego en un mundo de pronto privado de luz. En esas tinieblas donde la gente normal andara a los tropezones, l se encontrara muy cmodo, y los otros vendran a colgrsele del brazo, implorndole que les sirviera de gua.

Sin embargo, cuando se encontr en cama, en la oscuridad, la imagen de esa vida solitaria perdi todo su encanto. Las fras manos de la niebla cruzaron la baha y se cerraron sobre la casa de San Lupo Drive. Ish sinti otra vez aquel miedo. Acurrucado entre las mantas, con el odo atento a todos los ruidos de la noche, pens en su soledad, y en el Golpe de Gracia, que penda sobre l, amenazante. Lo asalt un violento deseo de huir, con la mayor rapidez posible, de aquellos enigmticos peligros. Invoc entonces el auxilio de la razn, y se dijo que la epidemia no poda haber devastado todo el pas, que en alguna parte deba de haber quedado con vida alguna comunidad, y que l la encontrara.

3

El pnico muri con la noche, pero el miedo, tenaz, sigui alojado en el corazn de Ish. Se levant con cuidado, y trag aprensivamente saliva, pensando qu ocurrira si enfermaba de la garganta. Baj lentamente las escaleras. Una cadera dislocada poda significar la muerte.

Empez en seguida a preparar la partida, y como siempre que segua un plan determinado, aunque no fuese un plan razonable, se sinti satisfecho y tranquilo.

Su auto era viejo. Poda elegir algn otro entre los centenares de coches abandonados. En la mayora faltaban las llaves. Pero al fin encontr en un garaje una camioneta con llaves, que responda a sus deseos. Encendi el motor; funcionaba perfectamente. Se preparaba a partir cuando lo asalt una sensacin de malestar. No era la pena de abandonar su viejo auto. De pronto record. Regres a su coche y recogi el martillo. Lo llev a la camioneta y lo puso en el piso, a sus pies. Luego, sali del garaje.

En un almacn desayun un poco de queso y unos bizcochos mientras elega en los estantes algunas provisiones. Los vveres abundaran en todas las ciudades. Pero convena llevar unas reservas en el coche. Otras tiendas le proporcionaron un saco de dormir, un hacha, una pala, un impermeable, cigarrillos, una botellita de coac. Recordando las aventuras de la vspera, entr en una armera y eligi un fusil liviano, una carabina de repeticin, una pistola automtica que poda llevar fcilmente en el bolsillo, y un cuchillo de caza.

Ya en la camioneta, y listo para partir, vio al perro. Haba visto muchos perros en los ltimos das, apartndolos siempre de su mente. Ofrecan un pattico espectculo, y aparentemente no les gustaba lo que ocurra. A veces parecan famlicos, o demasiado bien alimentados. Algunos se encogan, asustados, otros mostraban los dientes, muy seguros de s mismos. ste era un pequeo perro de caza, blanco y parduzco, de orejas largas y cadas. Un sabueso, probablemente, aunque saba muy poco de razas caninas. Sentado prudentemente a unos tres metros de distancia, el perro mir a Ish, movi la cola, y llorique dbilmente.

Fuera! grit Ish, sintiendo como si levantara un muro contra lazos de afecto que slo podan terminar con la muerte. Fuera! repiti. Pero el perro avanz unos pasos, se tendi en la acera con el hocico entre las patas, y fij en Ish unos ojos suplicantes. Las largas orejas cadas le daban una expresin de infinita tristeza, como si Ish le partiera el corazn. De pronto, sin querer, Ish sonri, y pens que era su primera sonrisa sin irona desde el da de la serpiente.

Se domin, pero el perro, que haba visto en seguida su cambio de humor, se le restregaba ya contra las piernas. Ish lo mir y el animal se escurri, con un temor fingido o real, describi un crculo interrumpido por dos saltos de costado, se dej caer otra vez con la cabeza entre las patas, y lanz un corto ladrido ansioso que termin en un gemido. Ish sonri de nuevo, esta vez abiertamente, y el perro comprendi sin duda que haba ganado la partida. Ech a correr otra vez, cambiando rpidamente de direccin, como si persiguiera un conejo. Al fin se arroj osadamente a los pies de Ish, y alarg la cabeza como esperando una caricia y diciendo: No estuve bien? Ish comprendi y le puso la mano en la cabeza y le acarici el lustroso pelaje. El perro lanz un pequeo gruido de satisfaccin, y movi con tanta fuerza la cola, que se le estremecieron las orejas. Puso los claros ojos en blanco. Era la imagen misma de la adoracin. Unas arruguitas le cruzaban la frente. Un caso de amor a primera vista. Pareca que el perro dijera: No hay otro hombre en el mundo para m.

Ish confes su derrota. Se agach y acarici francamente al nuevo amigo. Bueno, pens, quiralo o no, tengo un perro. Es decir, el perro me tiene a m.

Abri la puerta de la camioneta y el perro salt y se instal en el asiento como si estuviese en su casa.

En un almacn, Ish encontr una caja de galletas para perro. Le dio una. El perro la acept sin demostrar cario o agradecimiento. El hombre tena el deber de alimentarlo, y toda muestra de gratitud era por lo tanto superflua. Ish not entonces por primera vez que en realidad el animal no era un perro sino una perra. Bien, pens, he hecho una verdadera conquista.

Volvi a su casa y recogi algunas cosas: trajes, un par de anteojos de campaa, libros. Se pregunt si necesitara algo ms. El viaje poda llevarlo a la otra orilla del continente. Al fin se encogi de hombros.

En la cartera tena diecinueve dlares, en billetes de cinco y de uno. Era ms que suficiente. Pens en tirar la cartera, pero al fin la guard. Estaba tan acostumbrado a llevarla en el bolsillo que sin ella se sentira incmodo. El dinero no molestaba.

Sin muchas esperanzas, escribi una nota y la dej bien a la vista en la sala. Si sus padres regresaban, sabran que podan esperarlo, o dejarle un mensaje.

De pie junto al auto, ech una mirada de despedida a la avenida San Lupo. La calle estaba desierta. Las casas y los rboles no haban cambiado, pero not otra vez en el csped y los jardines la falta de riego y cuidados. A pesar de las nieblas nocturnas, el seco verano californiano marchitaba las plantas.

Era media tarde. Pero Ish decidi partir en seguida. Deseaba alejarse y pasar la noche en otra ciudad.

Las plantas y flores que el hombre haba cuidado mueren como los gatos y los perros. Trboles y hierbas inclinan la cabeza, y los dientes de len amarillean. Las steres, que aman el agua, se marchitan en los macizos. Florecen las cizaas. La savia se consume en los tallos de las camelias; no habr capullos la primavera prxima. En las enredaderas y los rosales las hojas se retuercen luchando contra la sequa. Las calabazas silvestres extienden sus brazos sobre jardines y terrazas. Como los brbaros que en otro tiempo, desaparecidos los ejrcitos romanos, invadieron las delicadas provincias, as las malezas silvestres avanzan y destruyen las plantas regaladas que haba mimado el hombre.Un zumbido firme y regular suba del motor. La maana del segundo da Ish manej con exagerada prudencia, temiendo siempre que se le reventara un neumtico, que se le descompusieran los frenos, o que alguna vaca se le cruzara en el camino. Con los ojos fijos en el velocmetro, trataba de no superar los sesenta kilmetros por hora.

Pero el motor era poderoso, y la aguja suba a cada instante a los setenta y los ochenta.

La velocidad lo fue sacando poco a poco de aquella depresin. El mero cambio era ya un alivio; la huida, un solaz. Pero Ish saba que escapaba sobre todo, por un tiempo, a la necesidad de decidir. Inclinado sobre el volante, viendo cmo se alzaba a cada momento el teln de un nuevo decorado, no haca planes para el futuro, no pensaba cmo iba a vivir, ni si iba a vivir. Slo le preocupaba cmo doblar la prxima curva.

La perra estaba echada en el asiento. De cuando en cuando pona la cabeza en las rodillas de su nuevo amo; en general dorma apaciblemente, y su presencia era tambin un alivio.

El espejo retrovisor no mostraba nunca un auto. Ish, por costumbre, lo miraba a menudo, y vea las imgenes de la carabina y el fusil, el saco de dormir y las latas de conserva en el asiento de atrs. Era como un marino en alta mar, con su barca llena de provisiones, preparada para cualquier emergencia; y senta, tambin, esa profunda desesperacin del nufrago, la desolacin de la inmensidad.

Sigui la carretera 99, que cruzaba el valle de San Joaqun. No se apresuraba, pero la velocidad media era excelente. No haba camiones que lo obligasen a aminorar la marcha, y no era necesario detenerse obedeciendo a las luces del trnsito aunque la mayora funcionaba an, ni disminuir la velocidad en las ciudades. En realidad, y a pesar de sus temores, deba reconocer que la carretera 99 era ahora ms segura que antes, con su trnsito denso y alocado.

No vio ningn hombre. Si buscara en las ciudades y pueblos, quiz pudiera descubrir a alguien; pero para qu? Poda encontrar a algn individuo aislado en cualquier momento. Quera comprobar ahora si no haba alguna ciudad con vida.

La amplia llanura se extenda hasta el horizonte: viedos, huertas, campos de melones, sembrados de algodn. El ojo experimentado de un campesino habra podido descubrir quiz los efectos de la desaparicin del hombre, pero para Ish no haba ningn cambio.

En Bakesfield dej la carretera 99 y tom el tortuoso camino que llevaba al paso de Tehachapi. Los campos se transformaron en laderas cubiertas de robles, y luego en pinares parecidos a parques. La soledad pesaba menos en estos sitios, que haban estado casi siempre deshabitados. Ish lleg al extremo del desfiladero. El desierto asomaba en el horizonte. Sinti miedo, otra vez. Aunque el sol estaba todava muy alto, se detuvo en el pueblo de Mojave y empez a prepararse.

Para atravesar aquellos trescientos kilmetros de desierto, aun en la vieja poca, el automovilista deba llevar su provisin de agua. En algunos lugares, si el coche sufra una avera haba que caminar todo un da para encontrar un puesto caminero. Ish, que slo poda contar consigo mismo, deba multiplicar las precauciones.

Encontr una ferretera. La puerta maciza estaba cerrada con dos vueltas de llave. Ish rompi un escaparate con el martillo y entr. Tom tres grandes cantimploras y las llen en un grifo de donde sala an un dbil hilo de agua. De un almacn sac una garrafa con cinco litros de vino tinto.

Todo esto no le pareci, sin embargo, suficiente. Los peligros del desierto lo obsesionaban. Sin saber muy bien qu quera, retrocedi por la calle principal hasta que se encontr con una motocicleta. Era negra y blanca, como las de los guardias de trnsito. A pesar de sentirse asustado y desanimado, sinti ciertos escrpulos. Robarle la motocicleta a un polica era algo demasiado inslito.

Al fin, despus de algunos titubeos, salt del coche y prob la motocicleta, dando algunas vueltas por la calle.

Bajo el pesado calor de las ltimas horas de la tarde, trabaj una hora preparando unas tablas. Quera subir la motocicleta al portaequipajes. No sera slo un marino en su barca; tendra tambin una chalupa en caso de naufragio. Sin embargo, sus temores crecan constantemente y se sorprendi varias veces echando una ojeada por encima del hombro.

El sol se puso. Agotado, Ish se prepar una cena fra y comi sin apetito. Pens hasta en los peligros de una indigestin. Luego fue a buscar una lata de comida para perros. La perra acept impasible el regalo, y se acomod otra vez en el asiento delantero. Ish busc entonces el mejor hotel del pueblo, y se instal en un cuarto seguido por la perra. Apenas sala agua de los grifos. Pareca que en aquel pueblo el suministro de agua no era automtico, como en las ciudades. Se lav lo mejor que pudo, y se acost. La perra se acurruc en el piso.

Pero Ish, aterrorizado casi, no poda dormir. La perra gema en sueos sobresaltndolo. El miedo se le hizo casi intolerable. Se levant para asegurarse de que haba cerrado bien la puerta, sin saber exactamente qu tema o contra qu enemigo quera protegerse. Pens en ir a buscar un somnfero a una farmacia, pero la idea de un sueo demasiado profundo lo asust. El recuerdo del seor Barlow, por otra parte, le impeda recurrir al coac. Se durmi al fin, con un sueo agitado.

Despert con la cabeza pesada. Haca mucho calor, y dud en atravesar el desierto. Se le ocurri que podra retroceder hacia el sur, hasta Los ngeles. No era mala idea echar una ojeada por all. Pero estos argumentos, lo saba muy bien, eran simples pretextos. Conservaba an bastante amor propio para no volverse atrs mientras no hubiera un impedimento serio; pero decidi, de todos modos, no meterse en el desierto antes de la cada del sol. Era, se dijo, una precaucin elemental. Aun en tiempos normales se acostumbraba cruzar el desierto de noche, para evitar el calor.

Pas el da en Mojave, nervioso, inquieto, preguntndose qu otras precauciones podra tomar. Al fin, cuando el sol baj sobre las montaas del oeste, emprendi la marcha, con la perra a su lado.

No haba recorrido dos kilmetros cuando sinti que el desierto lo envolva. Con los ltimos rayos del sol, los rboles de Judea proyectaban largas y extraas sombras. Al fin el crepsculo lo aneg todo. Ish encendi los faros, que iluminaron el camino solitario, siempre solitario. A veces buscaba en el retrovisor el reflejo de unas luces gemelas que indicaran que se acercaba otro coche. La oscuridad fue pronto total, y se sinti an ms angustiado. A pesar de que el motor ronroneaba regularmente, pens en todos los accidentes posibles: el estallido de un neumtico, el motor recalentado, una interrupcin en el paso de la gasolina. Redujo la velocidad. Ni siquiera poda confiar en la motocicleta. Algunas horas ms tarde marchaba ahora muy lentamente lleg a un puesto del desierto donde anteriormente uno poda proveerse de gasolina, neumticos o bebidas. La casa estaba a oscuras. Ish pas de largo. Los rayos blancos de los faros recortaban claramente la carretera. El motor ruga suavemente. Qu sera de l si se detena?

Estaban ya en pleno corazn del desierto, cuando la perra empez a gruir y a agitarse.

Cllate dijo Ish, pero el animal sigui con sus gemidos y sacudidas. Oh, bueno continu l, y detuvo el coche, sin molestarse en salir a un costado del camino.

Ish descendi y la perra sali detrs de l. Describi rpidamente varios crculos, y levantando de pronto la cabeza lanz un ladrido, demasiado sonoro para un animal tan pequeo, y ech a correr.

Aqu! Aqu! grit Ish. Pero la perra no le prest atencin. Sus ladridos se perdieron a lo lejos.

Sigui un profundo silencio. Ish se sobresalt al notar de pronto que haba cesado tambin otro ruido: el ronroneo del motor. Se meti apresuradamente en el coche y apret el arranque. El motor ronrone otra vez. Ish suspir. El corazn le golpeaba el pecho. Sinti de pronto como si lo miraran miles de ojos invisibles. Apag los faros y se qued all, sentado en la oscuridad.

A lo lejos, muy dbilmente, se oyeron otra vez los ladridos. El sonido suba y bajaba, como si la perra diese vueltas persiguiendo una presa. Ish pens en seguir viaje y dejarla all. Despus de todo, era ella quien lo haba buscado. Y si ahora lo olvidaba para correr detrs del primer conejo, l no poda sentirse responsable. Puso en marcha el coche, pero se detuvo a los pocos metros. Era abandonarla cruelmente. El animal, sin agua, encontrara una muerte horrible. En cierto modo, tena ya ciertas obligaciones con la perra, aunque ella lo utilizase. Ish se sinti deprimido y solo, y se estremeci.

Al cabo de un rato, un cuarto de hora quizs, advirti que la perra haba vuelto sin hacer ruido. Se haba echado en el suelo y jadeaba con la lengua afuera. Ish se sinti furioso. Pens en los vagos peligros a que podan exponerlo aquellas tonteras. Dejarla morir de sed en el desierto hubiera sido cruel, pero poda librarse de ella rpidamente y sin hacerla sufrir. Baj del auto con el fusil en la mano.

Vio entonces a la perra, echada a sus pies, con la cabeza entre las patas, jadeando an. No se levant para recibirlo, pero Ish alcanz a ver que lo miraba. Despus de una buena caza de conejos, volva junto a su amo, el hombre que haba adoptado y que cumpla tan bien sus funciones sirvindole sabrosas conservas y llevndola a lugares donde haba autnticos conejos. Ish cedi de pronto y se ech a rer.

Con la risa, algo se rompi en su interior. Sinti como si se hubiera desembarazado de un terrible peso. Despus de todo, pens, qu temo? Nada puede ocurrirme peor que la muerte. Y en esto casi todos se me han adelantado. Por qu asustarse? Es la suerte comn.

Se sinti increblemente aliviado. Dio algunos pasos por la carretera para que su cuerpo se asociara a la alegra de su alma.

No se content con dejar caer un fardo que en cualquier momento poda sentir otra vez sobre los hombros. Pronunci, podra decirse, su Declaracin de Independencia. Avanz audazmente hacia el destino, le abofete la cara y le desafi a que respondiese al golpe. Jur que si viva, vivira libre de todo temor. No haba escapado a un desastre casi universal?

En dos zancadas lleg a la parte trasera del auto, deshizo los nudos y dej caer la motocicleta. Al diablo con aquellas excesivas precauciones. Quizs el destino slo atacaba a los demasiado prudentes. Desde ahora aceptara su suerte, y, por lo menos, disfrutara de la vida hasta el ltimo da. No viva acaso un simple aplazamiento?

Bueno, vamos, Princesa dijo con un tono irnico. En marcha.

Y advirti en seguida que al fin haba dado un nombre a la perra. Era un buen nombre; su vulgaridad evocaba la serena existencia de otros tiempos. La perra sera la Princesa, una bestia que esperara siempre los ms atentos cuidados; y como recompensa lo ayudara a pensar en otra cosa que sus propias desgracias.

Sin embargo, pensndolo bien, no viajara ms esa noche. Orgulloso de su reconquistada libertad, le complaca exponerse a nuevos peligros. Sac del auto el saco de dormir y lo instal al precario abrigo de un mezquite. Princesa se ech a su lado y se durmi en seguida profundamente, fatigada por la caza.

Ish despert en medio de la noche, pero no sinti ningn miedo. Despus de tantas pruebas haba alcanzado al fin un puerto de paz. Princesa gema en sueos y agitaba las patas como si cazase an el conejo. Al fin se tranquiliz. Ish se durmi tambin.

Cuando despert de nuevo, el alba coloreaba de un amarillo limn las lomas desrticas. Haca fro, y Princesa se haba recostado contra el saco de dormir. Ish se incorpor, y vio la salida del sol.

Esto es el desierto, la soledad que empez con los primeros das del mundo. Ms tarde aparecieron los hombres. Acamparon a orillas de los arroyos, y dejaron aqu y all unos bloques de piedra, y sus caminos atravesaron las apretadas filas de mezquites, pero uno no poda asegurar realmente que hubiesen estado all. Ms tarde an, pusieron vas de ferrocarril, tendieron lneas elctricas y trazaron largas y rectas carreteras. Sin embargo, en la inmensidad del desierto, el espacio conquistado se vea apenas, y a diez metros de las vas o el asfalto reinaba an la naturaleza salvaje. Luego, la raza humana se extingui dejando atrs su obra.No hay tiempo en el desierto. Mil aos son un da. La arena vuela, los vientos desplazan los guijarros; pero los cambios son imperceptibles. De cuando en cuando, quizs una vez por siglo, el cielo deja escapar una tromba de agua, y el agua bulle en los cauces de los falsos arroyos, y los cantos rodados se entrechocan en la corriente. Diez siglos ms, y quiz las grietas de la tierra se abran otra vez y vuelva a surgir la lava.

Con la misma lentitud con que cedi a los hombres, el desierto borrar las huellas humanas. Pasarn los aos y se vern an los bloques de piedra en la arena, y la larga carretera se extender hasta las lomas acuchilladas del horizonte. Los rieles estarn en su sitio, con un poco de herrumbre. Tal es el desierto, la soledad; da lentamente, quita lentamente.

La aguja del velocmetro qued un rato en los ciento diez. Ish disfrut de su libertad, sin pensar en accidentes. Ms tarde, aminor un poco la marcha y mir alrededor con nuevo inters. Su ojo experimentado de gegrafo intent reconstruir el drama de la desaparicin del hombre. All nada haba cambiado.

En Needles, el indicador de gasolina sealaba casi el cero. No haba electricidad, y las bombas no funcionaban. Despus de algunas bsquedas, Ish descubri un depsito de gasolina en un barrio apartado, y llen el depsito. Luego volvi al camino.

Cruz el ro Colorado, entr en Arizona, y la carretera subi entre rocosos y afilados desfiladeros. Una media docena de bueyes y dos vacas con sus terneros pastaban en una caada. Ish detuvo el auto y los animales alzaron perezosamente la cabeza. Aquellas bestias del desierto, cuando no se acercaban a la ruta, pasaban meses sin ver a un hombre. Los vaqueros venan a juntarlas slo dos veces por ao. La desaparicin de la especie humana pasara aqu casi inadvertida; los rebaos se reproduciran quiz ms rpidamente. Despus de algn tiempo, las praderas devastadas no podran alimentar a todos, y pronto el lobo aullara en las hondonadas y limitara el nmero de los rebaos. Al fin, sin embargo, Ish no lo dudaba, vacunos y lobos llegaran a un acuerdo inconsciente, y el rebao, libre de amos, crecera y engordara como antes.

Ms lejos, cerca de la villa minera de Oatman, Ish vio dos burros. No poda saber si en los das de la catstrofe estaban ya en los alrededores del pueblo, o eran burros salvajes. De todos modos, parecan contentos con su suerte. Descendi del coche e intent acercarse, pero los animales escaparon mantenindose a distancia. Ish permiti entonces que Princesa dejara el auto y arremetiera contra los extraos animales. El macho, con las orejas bajas y mostrando los dientes, la enfrent alzando las patas. Princesa dio media vuelta y corri a buscar la proteccin de su amo. El burro, pens Ish, podra medirse favorablemente con un lobo, y hasta el puma poda lamentar el ataque.

Atraves la cumbre de Oatman, y del otro lado se encontr por vez primera con el camino parcialmente bloqueado. Haca uno o dos das una violenta tormenta deba de haber devastado la regin. Torrentes de agua haban descendido sin duda por la pendiente arrastrando arena al camino. Ish baj a examinar los daos. En tiempos normales, una cuadrilla de peones camineros hubieran sacado rpidamente los detritus, abriendo las zanjas de desage y poniendo todo en orden. Ahora una capa de arena cubra la carretera. Ms abajo, el agua haba roto el asfalto en los bordes. Pasaran unos aos y el asfalto se agrietara, y la arena y los pedruscos formaran una barrera infranqueable. El obstculo era por ahora poco serio, e Ish pas sin dificultades.

Basta que se rompa un eslabn, y toda una carretera es inservible, pens Ish, preguntndose durante cunto tiempo sera posible pasar. Aquella noche durmi otra vez en cama, en el mejor hotel de Kingman.

Los vacunos, los caballos, los asnos han vivido libremente miles de siglos errando por b