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Materiales didácticos Temas básicos de Creatividad INTELIGENCIA CREADORA INTELIGENCIA CREADORA Documento base: Marina, José Antonio (1993). Teoría de la inteligencia creadora. Barcelona: Anagrama. Síntesis elaborada por: Dr. Miguel Angel Rosado Chauvet Unidad Iztapalapa División de Ciencias Sociales y Humanidades

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Materiales didácticos

Temas básicos de Creatividad

INTELIGENCIA CREADORAINTELIGENCIA CREADORA

Documento base:Marina, José Antonio (1993). Teoría de la inteligencia creadora. Barcelona: Anagrama.

Síntesis elaborada por:Dr. Miguel Angel Rosado Chauvet

Unidad IztapalapaDivisión de Ciencias Sociales y Humanidades

Departamento de EconomíaCoordinación de Administración

Área de Investigación: Estudios Organziacionales

2006

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Inteligencia creadora

INDICE Pag.

Presentación de la inteligencia 2

La mirada inteligente 2

Identificar y reocnocer 3

El mundo y el lenguaje 5

El movimiento inteligene 7

La actividad atenta 10

La memoria creadora 14

El sexto sentido 18

Tratado del poyectar 20

Las actividades de búsqueda 26

Las actividades de evaluacón 29

Yo ocurrene y Yo ejecutivo 30

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Inteligencia creadora

Presentación de la inteligencia

Inteligencia es la capacidad de recibir información, elaborarla y producir respuestas eficaces.

Dos de sus funciones esenciales son crear la información e inventar los fines. Los hombres somos inteligentes captadores de información. La característica esencial de la inteligencia humana es la invención y promulgación de fines.

No hay desarrollo de la inteligencia humana sin una afirmación enérgica de la subjetividad creadora. El creador selecciona su propia información, dirige su mirada sobre la realidad y se fija sus propias metas. A este modo de obrar que resuelve problemas nuevos y permite un ajustamiento flexible a la realidad, lo llamamos inteligencia.

La inteligencia nos permite conocer la realidad. Gracias a ella sabemos a qué atenernos y podemos ajustar nuestro comportamiento al medio. Cumple así la función adaptativa: nos permite vivir y pervivir. También la inteligencia inventa posibilidades. No sólo conoce lo que las cosas son, sino que también descubre lo que pueden ser.

Un acto de inteligencia creadora es comprobación y ejercicio de libertad. Estamos obligados a elegir y nada nos asegura que lo hagamos con acierto. De ahí que sea necesario discernir las posibilidades. La ética no es más que el salvavidas de la inteligencia, tras las posibilidades que ella misma engendró.

La inteligencia conoce la realidad e inventa posibilidades, y ambas cosas las hace gestando y gestionando la irrealidad. Un concepto de libertad es la elemental capacidad de guiar la atención, iniciar el movimiento, dirigir la mirada, elaborar un plan y mantenerlo en la conciencia, evocar un recuerdo. La inteligencia humana es una inteligencia computacional que se autodetermina.

En un momento de su evolución, el hombre aprendió a decir no al estímulo. La transfiguración ocurrió cuando al ver el rastro detuvo su carrera, en vez de acelerarla, y miró la huella. Había aparecido el signo, el gran intermediario.

La inteligencia humana es la inteligencia animal transfigurada por la libertad. La construcción de la inteligencia, de la libertad y de la subjetividad creadora corren en paralelo. Esta actividad altera también la realidad, de la que comienzan a brotar posibilidades libres.

La mirada inteligente

Mediante la mirada extraemos datos de la realidad. Eso es lo que significa percibir, nuestro ojo no es un ojo inocente sino que está dirigido en su mirar por nuestros deseos y proyectos.

No hay percepción sin estímulo, pero el estímulo no determina por completo la percepción. Hay una holgura entre ambos. Nunca podemos estar seguros de los que otra persona ve. Completamos lo visto con lo sabido, interpretamos los datos viendo desde el significado.

La aparición del lenguaje ayudará en esta tarea de controlar sus sistemas perceptivos. Vemos desde la memoria; pues bien, también percibimos desde el lenguaje. Adivinamos lo

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Inteligencia creadora

que no vemos, completamos con la memoria lo que falta a nuestros ojos. El estímulo cambia, pero el significado permanece. Percibir es asimilar los estímulos dándoles un significado.

Somos creadores de significados libres, estén limitados. Lo que hace la mirada es inventar posibilidades perceptivas en las propiedades reales del estímulo. Entre el acto perceptivo y el acto creador no hay un abismo. Una de las posibilidades de la mirada es ser creadora.

Según Witkins, se distinguen dos estilos perceptivos, según los sujetos sean dependientes o independientes del campo perceptivo. Lo que caracteriza a la mirada inteligente es que aprovecha los conocimientos que posee. Pero dirige su actividad mediante proyectos.

La mirada se hace inteligente –y por lo tanto creadora– cuando se convierte en una búsqueda dirigida por un proyecto. Ver, oír, escuchar, oler, no son operaciones pasivas, sino exploraciones activas para extraer la información que nos interesa.

Sus métodos para explorar el objeto visual diferirán de acuerdo con la tarea que el sujeto se imponga. Sherlock Holmes decía que “Sólo se puede ver lo invisible si se lo está buscando”. Toda percepción o conocimiento es una respuesta a una pregunta expresa o tácita, y de la sagacidad de nuestras preguntas dependerá el interés de sus respuestas.

Heisenberg escribió: “No deberíamos olvidar que lo que observamos no es la naturaleza misma, sino la naturaleza determinada por la índole de nuestra preguntas”. Sentimos la imperiosa necesidad de conocer las cosas, y también las posibilidades de las cosas y nuestras posibilidades. La sola percepción no nos sosiega. Necesitamos comprender. Hemos de conseguir que lo ajeno se convierta en propio. En esto consiste el conocimiento: conocer es comprender, aprehender lo nuevo con lo ya conocido.

En su esfuerzo por poseer la realidad, los hombres han explicado los fenómenos incomprensibles del mundo perceptivo sirviéndose de los fenómenos comprensibles del mundo perceptivo. Lo que resulta más interesante es que una misma pregunta no significa lo mismo en los diversos momentos de su vida.

No es el juicio la actividad fundamental del entendimiento, sino la interrogación. Ésta es la forma a priori de la humana inteligencia, que nos permite ordenar el caos de las sensaciones, porque la Naturaleza responde no sólo a nuestros experimentos, sino a todas nuestras preguntas, en las que tienen su origen las categorías.

La percepción nos proporciona información sobre las cosas. Gracias a ella aislamos un contenido, le dotamos de señas de identidad destacándolo de las otras cosas. Todas nuestras afirmaciones sobre la existencia de algo, tienen que fundarse directa o indirectamente en la percepción. Las posibilidades que inventamos pueden mantener o no el enlace con la realidad. En un caso serán posibilidades reales, y en el otro posibilidades fantásticas.

Identificar y reconocer

Percibir es dar significado a un estímulo. En efecto, con la percepción ingresamos en el mundo del significado, del que no va a salir nuestra vida mental. Toda información que se hace consciente tiene un contenido, unas señas de identidad. Vivimos entre significados que damos a la realidad. Lo percibido es transformado por el organismo captador.

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Se convierten en información, cuando encuentran un receptor adecuado. No hay información sin receptor y sin emisor. Pero reconocer es una operación de segundo nivel, que remite a un conocer previo. Tuvo que haber una percepción que no fuera reconocimiento, sino emergencia primera de los significados.

Es posible que el primer acto de organización consista en distinguir una figura sobre un fondo. No podemos evitar esta primera selección. La percepción es el arte de reunir la información presente con la información pasada, en lo que técnicamente se llama síntesis perceptiva. En esta experiencia primordial está convirtiéndose en un significado. Llega un momento en que aparece ante mí la identidad de todas las perspectivas, y las identifico, incluyéndolas todas en una unidad que es “lo que veo”. Este acto de seleccionar, unificar e identificar, es el origen de los significados.

Otro acto de dar significado es el uso. El hombre “toma” algo ajeno a él y le da un significado (es útil), que se funda en las características de lo tomado (su configuración física, su dureza y tamaño), pero que no se reduce a ellas. El acto se convierte en un esquema de asimilación, que es donador de sentido y productor de generalidades. Gracias a ellos reconocemos las cosas.

Dos operaciones básicas de la inteligencia son: identificar y reconocer. Reconocemos parecidos lejanos, completamos la información, asimilamos un dato a otro. Percibimos las invariantes perceptivas con gran soltura. La facilidad con que estabilizamos información nos dificulta la comprensión del problema.

Donde encontramos un fenómeno de reconocimiento admitimos la un patrón o esquema que lo haga posible, que llamaré concepto perceptivo individual. Gracias a ellos podemos organizar la información en un nivel más complejo, reconocer parecidos y formar agrupaciones. A partir de la percepción nos estamos acercando cada vez más al llamado mundo conceptual. Concepto significa tan sólo un conjunto de rasgos que nos permiten reconocer lo idéntico en lo múltiple.

Cuando lo que reconozco no es una identidad, sino la semejanza, he de postular la existencia de otro tipo de esquemas: los conceptos perceptivos universales. Son ellos los que me vuelven familiar al mundo, ordenando su multiplicidad en conjuntos, grupos o categorías. Estos conceptos son funcionales cuya experiencia ha dejado un bloque de información integrada que se manifiesta al ejecutar funciones de reconocimiento.

La noción de esquema es una matriz asimiladora y productora de información. Posibilita el reconocimiento y puede generalizar un significado. Un niño aprende a controlar sus propias actividades. Construye esquemas que puede manejar consciente y voluntariamente. Puede suscitar la información contenida en ellos, con independencia de su función de reconocimiento.

La inteligencia permite suscitar, controlar y dirigir la formación de significados perceptivos. Los significados parecen escapar de nuestro control sin la ayuda del lenguaje. Percibir es dar significado, percibir es reconocer, percibir es conceptuar. La teoría de la inteligencia debe mostrar que al hacerse inteligente la percepción se aleja cada vez más del automatismo y la rutina. Percibir es inventar posibilidades perceptivas.

Una forma de ampliar la mirada consiste en mejorar nuestra capacidad de discriminación. Aprender a discriminar significa aprender a reconocer partes del estímulo. Lo que sabemos

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dirige nuestra percepción por un proyecto, que define lo que quiere conseguir. Son configuraciones evanescentes, que se van reafirmando. Nombrarlas ayuda a su consolidación. La inteligencia dirige los procesos de selección e identificación y aprende a leer el estímulo. Lo interesante es que todas estas habilidades están dirigidas por el sujeto.

Otra ampliación es la percepción de la falta, “veo que no está” lo que esperaba. Desde lo que sé, preveo lo que voy a ver, y si la percepción no corrobora mis expectativas siento una disonancia que interpreto como “experiencia de falta”, la mirada se convierte en juzgadora. La información elaborada por la inteligencia puede convertirse en referente con el que la realidad percibida se compara.

La inteligencia también puede construir esquemas perceptivos que hagan aparecer nuevos significados sensibles. Al hacerse inteligente la mirada se convierte en creadora porque extrae más información, identifica nuevos aspectos, inventa significados y reconoce parecidos lejanos.

No hay compartimientos estancos en la subjetividad humana. Vemos desde lo que sabemos, percibimos desde el lenguaje, pensamos a partir de la percepción, sacamos inferencias de modelos construidos sobre casos concretos. El mundo del significado es un intercambiador general de información. No vemos sólo cosas, sino conjuntos de cosas, también vemos sucesos, y percibimos conductas. No vivimos en un mundo de objetos desvinculados, sin sucesos y acciones. Vemos esquemas narrativos que organizan una secuencia de información perceptiva que va constituyendo los significados.

El hombre posee un mecanismo innato para reconocer la causalidad y las intenciones de otros. La percepción inteligente produce significados que funcionan como conceptos perceptivos. La inteligencia puede dirigir y controlar la formación de estos conceptos, y crear con ellos nuevas construcciones. Cuando la información perceptiva puede manejarse consistentemente en ausencia del estímulo, se interna en el campo conceptual. Hemos entrado en el campo del significado.

El mundo y el lenguaje

El recién nacido que vive en un mundo de escenas móviles, donde las cosas no tienen aún consistencia, ha de construirse a sí mismo y al mundo. Antes hablar, el niño ya forma significados. Los conceptos perceptivos son el origen del lenguaje. Vive ya entre cosas, en un mundo personal que va a ser aumentado por la aparición del lenguaje.

El niño al año y medio usa unas veinte palabras, casi todas correspondientes a cosas pequeñas que puede manejar fácilmente. Empero, esas palabras no significan para el niño lo mismo que para el adulto. A los tres años el léxico se acerca a las 900 palabras, pero el significado resulta todavía enigmático.

Mediante el lenguaje, la madre enseña al niño los planos semánticos del mundo que tiene que construir. La realidad en bruto no es habitable. El niño no necesita del lenguaje para proferir significados, ni siquiera para pensar. Sin embargo, el lenguaje supondrá un avance, porque gracias a él no dependerá sólo de su experiencia, sino que podrá aprovechar la experiencia de los demás.

En el lenguaje no se transmite sólo el modo de interpretar el mundo de una cultura, sino, sobre todo, la experiencia ancestral que el hombre ha adquirido sobre sí mismo. Para recibir

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esos planos, el niño tiene que producir significados por su cuenta que se asemeje a lo que cree que el sonido que escucha significa.

El léxico es el mapa del Mundo que el niño va a heredar. Los bebés de dos meses siguen la mirada de sus madres para ver lo que ellas ven. El niño intenta ajustar sus sentimientos a los sentimientos que observa en su madre, como si ella fuera la definitiva intérprete de la realidad.

Cada cultura ha segmentado la realidad de manera diferente. Mirar es una actividad troqueladora, contundente, y no un sumiso reflejo de especular de la realidad. Las distintas lenguas ven lo que ocurre de distinta manera. Por debajo del lenguaje está el mundo de la experiencia, y lo que nos cuesta reconstruir es el mundo de las experiencias personales o culturales.

Tenemos que cambiar la dirección de la mirada, para comprobar que el lenguaje, además, le permite tomar posesión de sí mismo. Ahora es la subjetividad misma la que veremos emerger del lenguaje. El lenguaje reestructura todas las funciones mentales. La madre no sólo introduce orden en el mundo objetivo, sino también en la subjetividad. Le ayuda a transformar su modo de manejar esa información y liberará al niño del estímulo, reorganizando su atención y enseñándole a dominar sus ocurrencias, en un proceso educativo en que el niño aprende a ser inteligente, o lo que es igual, a ser libre. Sólo la presencia del otro permite al niño adueñarse de sus actos y actualizar su posibilidad fundamental, que es ser inteligente y libre.

El lenguaje, que comienza siendo un medio de comunicación con los demás, se convierte en un medio para que el niño se comunique consigo mismo, sirviéndole para regular sus acciones. El lenguaje despierta el reflejo de orientación que aprende a subordinar su acción al estímulo verbal procedente del adulto. Cuando la madre enseña la referencia de una palabra a un objeto, el reflejo de orientación adquiere un carácter específico. Aparece entonces uno de los comportamientos más paradójicos del ser humano. El niño aprende su libertad obedeciendo la voz de la madre. La heteronomía es paso obligado para llegar a la autonomía.

A los dos años o dos años y medio la eficacia de la palabra es aún débil y el niño necesita que una indicación verbal esté apoyada perceptivamente. A los tres años puede someterse a una instrucción verbal pura, aunque surgen todavía problemas si la instrucción verbal entra en conflicto con la percepción visual. El niño aprende así a unificar su conducta, a dirigir y controlar sus comportamientos de acuerdo con las órdenes transmitidas por el lenguaje. Se convierte en un Yo ejecutor. Le falta dar el último salto, que le convertirá en autor de su propio papel, y en este tránsito también le ayudará el lenguaje. El niño aprende a hablar y a darse órdenes a sí mismo.

El proceso de interiorización pasa por un periodo en que el niño es actor de sus actos, pero la iniciativa procede de la madre. Su gran proeza educativa consiste en convertir al niño en autor y hacerle tomar iniciativas. Al aumentar su destreza lingüística, el niño comienza a hablarse a sí mismo y aparece ese fenómeno enigmático que es el habla interior. Los comentarios que el niño se hace le sirven para dirigir la acción, fijar la atención, expresar sus dificultades, darse ánimo o hacerse advertencias. Comienza a emerger un Yo ejecutivo que introduce orden en sus propias ocurrencias.

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Aunque el niño culmina la interiorización del lenguaje hablándose en silencio, vuelve a hablarse en voz alta cada vez que la tarea le plantea problemas especialmente difíciles, comportamiento que conservamos todavía los adultos.

El niño comienza a reconocerse como origen de sus actos y adquiere con ello una habilidad nueva para manejar la información que sobre sí mismo ya poseía o que a partir de ahora adquirirá. El “yo” está en el centro del campo lingüístico. De esta manera, el lenguaje sirve como analizador, para que el niño se descubra como origen de sus acciones y pueda mantener este punto cero de sus actos como objeto consciente.

Todo comportamiento intencional se basa en una irrealidad que es el proyecto. Gracias al lenguaje, el sujeto toma posesión consciente de su autonomía. Ya era inteligente, capaz de suscitar, controlar y dirigir sus actividades mentales, por eso puede aprender a hablar, pero la palabra le permite adquirir los saberes sobre la subjetividad acumulados por la humanidad durante siglos. Al proferir la información la convierte en suya, ligándola por su formato lingüístico, y consigue hacerla pasar al consciente.

La relación entre conciencia y lenguaje ha recibido confirmación como fenómenos neurológicamente relacionados. Sperry, separando los dos hemisferios cerebrales mediante el corte del cuerpo calloso encontró que el sujeto sólo tenía conciencia de los comportamientos regulados por el hemisferio izquierdo, que es el hemisferio lingüístico. En cambio, aunque la inteligencia computacional de su hemisferio derecho dirigía correctamente los comportamientos, el sujeto no era consciente de ello. Todo sucedía como si al no poder nombrarlos, no pudiera tampoco hacerlos conscientes.

Una de las realidades que el sujeto puede manejar con facilidad gracias al lenguaje es su propia subjetividad. La mirada reflexiva necesita ser dirigida por el lenguaje.

El movimiento inteligente

El movimiento inteligente tiene dos características distintas: es voluntario y posee habilidades inaccesibles para el animal, que han sido creadas intencionalmente por el hombre. La actividad mental es la actividad física que se ha interiorizado. La acción sería la primera manifestación de la inteligencia. No actuamos para conocer, sino que conocemos para actuar.

La inteligencia separa cada vez más la respuesta del estímulo, convirtiendo la información en estado consciente en un intermediario poderoso. El movimiento dirigido por intenciones se basa en la irrealidad pensada o imaginada. Los significados proferidos por la inteligencia, sean perceptivos, imaginarios o abstractos, funcionan como irrealidades. Cuando elaboro un plan, anticipo un futuro y esta capacidad de manejar irrealidades cambia por completo el régimen de mi vida mental.

El organismo es un sistema en continuo movimiento. Vamos a hablar de los intencionales, aquellos que suscito y controlo. Es cierto que nos movemos por motivaciones complejas y que son nuestros deseos o necesidades los que nos impulsan a la acción. El Yo ejecutivo se reconoce como origen y responsable de estos movimientos. De él parte la orden que saca el cuerpo de su inercia. El sujeto inteligente no se ve impelido a la acción forzosamente, sino que mantiene un último control sobre el comienzo de los movimientos que no son

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automáticos ni reflejos. En los movimientos intencionales la orden de marcha pone en ejecución el proyecto.

Lo que define una acción o un movimiento voluntario es la tarea motora, la intención, el proyecto, el plan que los guía. No es el premio lo que desencadena mi acción –el estímulo reforzador–, sino lo que yo creo que va a ser el premio, es decir, una representación mental que decido realizar. Me propongo un fin y lo realizo, como si ya supiera por anticipado cómo he de realizarlo.

Utilizamos un esquema de acción, que funciona tan certeramente como los esquemas de reconocimiento. Pero los centros de regulación muscular han aprendido a realizar esquemas de movimiento, que son el elemento invariante en una multiplicidad. Una misma acción puede realizarse de maneras diferentes. Cuando un sujeto aprende a escribir no adquiere un mero adiestramiento muscular, sino un saber hacer analógico, abstracto, esquemático, que puede ejecutarse con una gran variedad de modalidades.

Cuando ponemos en marcha un automatismo muscular, se produce un movimiento que continuamente va siendo comparado con un patrón. Si el movimiento es correcto continúa, si es incorrecto el sistema se encarga de corregirlo. Para analizar esta función, el cerebro necesita recibir información sobre cómo está realizándose la acción. Es lo que se llama “feedback” cuyos mecanismos son imprescindibles para el movimiento.

Los hábitos motores, las destrezas aprendidas, se organizan jerárquicamente. El aprendizaje es la constitución de hábitos jerarquizados. Los más complejos se fundan en los más elementales.

El sistema nervioso compara los movimientos musculares realizados con el proyecto muscular en curso. Pero, además, la inteligencia realiza otro de mayor nivel, por el que evalúa si el plan se está realizando de manera adecuada, si es eficaz o si conviene introducir variaciones. Los patrones que usa la inteligencia para realizar esta función pueden ser complejos y, a veces, sorprendentemente vagos. Todo plan debe incluir un criterio para decidir cuándo la acción se ha consumado, y una orden de parada.

Ya tenemos la estructura de toda acción voluntaria: hay un proyecto, una orden de marcha, una serie de operaciones automatizadas o conscientemente dirigidas, una continua comparación con el plan previo, que lleva a una evaluación tras la cual la acción continúa o se corrige. Superada la última evaluación, se extiende la orden de parada. Planear, ordenar, ejecutar, comparar, evaluar, parar. En cada tarea, los esquemas, planes, movimientos, problemas, evaluaciones, serán distintos. Lo único que permanece estable es la estructura.

El automatismo inteligente se distingue del puramente fisiológico porque es creado. El hombre, que ha inventado herramientas e instrumentos para ampliar el campo de su acción, ha incorporado su propio cuerpo a esta lógica de la mediación. Tras haberse propuesto una finalidad física, busca los medios para conseguirlo. El movimiento inteligente crea al entrenamiento que está determinado fines libremente inventados y aceptados.

La capacidad de aprendizaje motor que tienen los animales es transfigurada por la inteligencia, que elige los automatismos que quiere aprender. “Yo entreno mi cuerpo”. Puedo hacer que aprenda habilidades nuevas y, al hacerlo, me avengo a sus exigencias, como si de un cuerpo ajeno se tratara, pero él debe plegarse a las mías. Tengo que tener en cuenta las propiedades reales de mi cuerpo e inventar sus posibilidades.

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Inteligencia creadora

Construir el cuerpo es someterse a la lógica creativa, que evita la casualidad e impone la selección. El hombre es capaz de autodeterminarse, sus actividades mentales pueden dirigirse a sí mismas y dirigir ciertas actividades fisiológicas. Sin salir de mí, me voy alejando de mí mismo, porque el poder constructivo de la inteligencia no se ejerce sólo hacia fuera, sino hacia adentro, hacia la misma fuente de mis actos.

El ámbito de la inteligencia es el ámbito de la ética. Como toda creación de posibilidades, la de los recursos fisiológicos ha de ser cuidadosamente juzgada, la creación de posibilidades exige de la inteligencia que invente un arte de elegir bien, que es lo que llamamos ética.

Entre el repertorio de planes que la cultura ofrece, el sujeto elige uno, que acomodará a su propia personalidad. Prolongará la tradición creadora en que se integra, cambiándola. A partir de lo dado, va a inventar un proyecto nuevo. Lo hará ayudándose de un doble sistema de referencias: la situación y su estilo propio. Posee un patrón, un sistema de preferencias, con el que va a evaluar continuamente sus realizaciones. Este proceso de ocurrencias y selecciones vertiginosas constituye el estilo creador, una curiosa mezcla de automatismos y libertades.

El entrenamiento permanece en la memoria. Las acciones se organizan en hábitos que son sistemas de organización de ocurrencias. Cada una de ellas se desarrolla en un proceso, pero no son saberes secuenciales. Funcionan como tales, desplegando un acto tras otro, pero en su origen son un bloque de información integrado, un conocimiento tácito, que se percibe, antes de pasar a la acción, como un conjunto de posibilidades.

La habilidad para manejar certeramente grandes bloques de información integrada tiene un destacado protagonismo en las actividades creadoras. Permite captar las posibilidades del autor y también las posibilidades de la situación. Y no tiene tiempo de hacerlo explícitamente. Los esquemas perceptivos han de funcionar con un cierto automatismo sabio.

Encontramos los elementos estructurales de toda actividad creadora, pero el momento de la ejecución no está suficientemente analizado. El sujeto ha construido su Yo ocurrente, pero estas facultades no actúan maquinalmente. Los automatismos no son autónomos, sino que necesitan una orden de marcha y, también, una orden de mantenimiento. El ordenador no se cansa; el hombre, sí. Esta limitación terrible, que forma parte de nuestro destino, hace imposible reducir nuestra inteligencia a un hábil sistema computacional. Al hombre no le basta con saber hacer, ha de tener ánimos para hacer. Se encuentra sometido a altibajos, que debe aprender a controlar. La inteligencia ha de gestionar la energía. Ésta es otra exclusiva humana.

El movimiento muscular plantea tan crudamente los temas del comportamiento voluntario y de la resistencia al esfuerzo, que nos exige remontarnos a las fuentes de la acción. La psicología admite que tenemos que usar algún concepto “motivacional” que haga referencia a algún tipo de proceso no directamente observable, que proporciona la fuerza o energía activa y mantiene el comportamiento. Ha aceptado el borroso concepto de nivel de activación.

La inteligencia está en la misma fuente de la acción. Moruzzi y Magoun descubrieron el sistema reticular, cuya función es activar todo el sistema nervioso. Lo sorprendente es que el sistema puede activarse en dos direcciones. Los núcleos basales del cerebro pueden

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Inteligencia creadora

activar la corteza y la corteza puede activar los núcleos basales. Hasta cierto punto la inteligencia puede determinar el nivel de activación.

La inteligencia puede gestionar parcialmente la energía del sujeto. Los atletas dedican cada vez más tiempo a la preparación psicológica. Desde hace muchos años se sabe que la imaginación y el lenguaje influyen en el sistema muscular. Las técnicas de relajamiento son un ejemplo patente. Poseer una retórica personal eficaz, que acierte a tranquilizar o a animar los mecanismos del ser humano, es uno de los métodos que el Yo ejecutivo tiene a su disposición para incrementar su influencia.

Los valores influyen en la conciencia de dos maneras distintas: pueden ser sentidos y pueden ser pensados. Cuando los sentimos, experimentamos su atracción o repulsión, las vivimos. Por el contrario, cuando pensamos en un valor lo hacemos instalados en una cierta indiferencia, porque vemos lo valioso sin sentirlo. Lo innovador es que el hombre pueda regir su comportamiento por valores pensados, y no sólo por valores sentidos. Si sólo pudiéramos acomodar nuestra conducta a éstos últimos, no podríamos hablar de libertad, porque no podemos dirigir libremente los sentimientos. Sentimos los valores que sentimos, y ninguno más. Vivo el valor del agua cuando siento sed, pero, puedo pensar en su valor, aun después de estar saciado.

La actividad atenta

La atención es un tema “cardinal” para la teoría de la inteligencia. El gozne de la atención sustenta el gran giro de la subjetividad. El campo de la conciencia se estructura en figura y fondo, primer y segundo plano, tema y margen, etc. No procesamos toda la información que recibimos, y por ello necesitamos un filtro de selección.

Lo que la Gestalt ha descrito es la organización de los estímulos, regida por unas leyes físicas y fisiológicas. La atención no existe: vemos lo más relevante, nada más. Atender no es más que percibir. Seleccionar significa elegir y elegir es cosa de voluntad. Al parecer, la atención se identifica con la voluntad. La atención es la capacidad de dirigir la corriente de mi conciencia. Pero a eso lo he llamado inteligencia, de modo que estoy convirtiendo la atención en su seudónimo.

De acuerdo con la fenomenología, toda conciencia es conciencia de algo, y en cada acto de conciencia atiendo al objeto que constituyo. La atención es la intencionalidad. La atención no hace nada. Son las otras actividades mentales las que se hacen atenta o desatentamente.

Es fácil ver que la lengua relaciona la atención con la afectividad. Cuando algo atrae mi atención aparece dotado de un valor, pues son sus méritos y pendas los que despiertan mi interés. La palabra “interés”, estrechamente relacionada con la atención, y sometida también al vaivén de dos grupos de verbos de dirección contraria, enuncia en forma léxica un problema filosófico: el de la objetividad de los valores.

La realidad no es por sí misma interesante, sino que alcanza el valor al concederle yo mi interés. No se trata de un mero subjetivismo, sino de algo más complicado. El lenguaje parece indicar que el sujeto constituye la objetividad, la que después recibe. Un subjetivismo de la objetividad paralelo a éste aparece en el léxico de la atención. Al atender, pongo mi interés en una cosa, que por ello se vuelve interesante, o, al contrario, algo interesante atrae mi atención y me hace poner mi interés en ella.

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Inteligencia creadora

En el hombre todo cambia. La inteligencia descompone la armonía preestablecida entre ser-consciente y ser-interesante. El hombre puede unirse conscientemente a cualquier objeto. Los estímulos han perdido su capacidad de control y el primer plano ya no está predestinado al mensaje más urgente. Ha dejado de existir la jerarquía objetiva de las importancias y aparece la subjetiva: el hombre establece el orden de sus intereses.

El comportamiento animal está esculpido por el estímulo, en el hombre las cosas suceden de otra manera. La inteligencia es el poder de suscitar ocurrencias, y esto concede al sujeto cierto control sobre su conciencia. Aparece el atender libre, y puede mantener el reflejo de alerta aunque el estímulo haya perdido su novedad. Este mínimo acto de independencia va a ser el cimiento de la libertad. Podrá fijarse en lo que quiera, porque será capaz de atender sin ganas. El sujeto va a construir su sistema de preferencias.

El niño tiene que aprender el modo libre de atender y avanza en este aprendizaje al mismo tiempo que progresa su dominio de las facultades mentales. Más tarde aprenderá a seguir los gestos que le señalan algo. Un poco más tarde hará lo mismo con la palabra: aprenderá a distinguir entre lo que siente como interesante y lo que le dicen que es interesante, y ampliará su interior para acoger esa división entre intereses propios y ajenos. Descubre así la diferencia entre valores vividos y pensados, y el proceso de integrar a ambos va a durar toda su vida. El lenguaje colaborará en esta toma de posesión del atender. La educación es, entre otras cosas, el aprendizaje de métodos para dirigir la propia subjetividad.

La atención es una función afectiva, que la inteligencia ha desgajado de la afectividad para hacerla libre. Ni la inteligencia ni la libertad ni la atención se adquieren de una vez. El niño tiene que aprender a tratar con sus deseos y sentimientos y ocurrencias para poder negociar con ellos su libertad. Muchos niños que no pueden aprender, sufren las consecuencias de no haber sido convenientemente adiestrados en sus hogares para prestar atención. El núcleo del aprendizaje consiste en obrar como si fueran interesantes cosas que no se lo parecen. Tiene que guiarse por los valores pensados y no por los valores vividos.

Con la libertad la vida se hace más complicada, porque muchas solicitudes reclaman nuestra atención. Nos parece que el animal vive un único argumento, mientras que el hombre alberga en sí una proliferación de historias y disputas. La conciencia es polifónica y el Yo ejecutivo hace lo que puede para guiar la atención.

Los dos tipos de atención se corresponden con lo que se ha llamado atención voluntaria e involuntaria. William James pensaba que la atención voluntaria sólo podía mantenerse por unos instantes, ya que exige un gran esfuerzo, y después o bien el objeto tenía la suficiente energía para arrastrarnos o teníamos que repetir una y otra vez nuestro acto de atención. La voluntad era, sobre todo, un acto de tenacidad.

Lo que llamamos distracción suele ser la atención a una cosa distinta de la que nos proponíamos atender. Siempre atendemos a alguna cosa, si no estamos inconscientes. Sin embargo, en determinados enfermos se produce un descenso general de la actividad nerviosa, que se acompaña de apatía, inactividad o pérdida del reflejo de orientación, y todo esto puede considerarse un estado patológico de la atención involuntaria. Nada resulta interesante para un organismo tan deprimido. Otras veces, en cambio, el síntoma principal es una elevada excitabilidad que mantiene a los pacientes continuamente perturbados, porque cualquier estímulo adquiere excesiva resonancia.

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Inteligencia creadora

La atención voluntaria también puede verse afectada por las alteraciones del comportamiento. Hay enfermos que no pueden dirigir sus actividades mentales, y vagan de un estímulo a otro, en un vaivén aleatorio, en el que todos los impulsos captan la atención, pero ninguno la mantiene. Es la “evagatio mentis”.

Freud aconsejaba mantener una atención tranquila, flotante o errática. En ese estado relajado y distendido, la inteligencia conserva su flexibilidad y se libra de las rutinas. Muchos creadores piensan que es preciso abandonar el pensamiento controlado para no estorbar la labor de los poderes subconscientes. La fuerza productiva –escribió Goethe– tiene que resucitar espontáneamente, sin intención ni voluntad, aquellas imágenes conservadas en los órganos, en la memoria, en la imaginación.

No todos los creadores están de acuerdo con esta idea de la espera distraída. Una idea vieja definía la genialidad como una desmesurada capacidad de atender. El genio, escribió Helvecio, no es otra cosa que una atención continuada y Chesterfield observó también que “la facultad de aplicar la atención fijamente a un solo objeto, sin dispersarla, es la marca infalible de un genio superior”.

Nos encontramos, con dos escuelas de pensamiento enfrentadas. Es evidente que al concentrado se le escapan muchas cosas que el errático puede cazar. Si no esperas lo inesperado, decía el clásico, no lo reconocerás cuando llegue. Algo así debe ser la atención flotante, un dichoso estado de perfecta receptividad. Ocurre, sin embargo, la idea de que la atención flotante no existe como función creadora. Al parecer, de acuerdo con Freud, lo que no conseguí trabajando atentamente, lo he conseguido cuando mi atención flotaba. No buscaba nada, no esperaba nada, disfrutaba de una pasividad perspicaz y fértil. Pero esperar no es una función pasiva. Nuestra expectación está dirigida por los proyectos y esquemas activados. Una pasividad absoluta no sería perspicaz, sino ciega.

William James relacionó genialidad y atención, pero al revés. “Es su genio lo que les hace ser atentos, no su atención lo que les hace ser genios”. Si pueden atender a un objeto durante mucho tiempo es porque ante sus fértiles mentes cualquier asunto resulta sugerente. Los temas se ramifican sin parar, y no hay nada aburrido ni monótono. Sometido a esta iluminación cambiante, aparece dotado de una riqueza inagotable. Lo mismo decía Helmholtz: “Podemos mantener nuestra atención continuamente fija en un objeto durante muy poco tiempo, pues cesa en cuanto se ha desvanecido nuestro interés por él. Pero como podemos formularnos nuevas preguntas sobre el objeto, surgirá un nuevo interés, y la atención se mantendrá fija”.

Lo que se llama atención flotante es una espera con múltiples proyectos. Esto nos descubre un nuevo modo de poseer información. Sólo una parte de la información que tenemos y manejamos se encuentra en “estado consciente”. De la que se encuentra en esta situación, parte ocupa el primer plano y parte se mantiene en el margen de la conciencia. Hay una modalidad distinta, en que la información no está ni consciente ni inconscientemente poseída. Está vigente. Un proyecto y toda la información implicada en él puede mantener su vigencia, aunque no nos demos cuenta de ello en un momento dado. La psicología actual habla de la activación de los esquemas, para describir un antecedente de lo que aparece en nuestra conciencia.

La amplitud del campo de vigencias, la cantidad de proyectos y esquemas que podemos mantener activados simultáneamente, es una de las características decisivas de la

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Inteligencia creadora

inteligencia creadora. En psicología se conoce con el nombre de “efecto Zeigarnik” la especial memoria que tenemos para las tareas incompletas. Mientras no hemos cancelado un plan, se mantiene vigente y activo. Los enfermos con lesiones en el lóbulo frontal, estudiados por Luria, no podían mantener un proyecto, por lo que su conducta era errática. Por el contrario, una inteligencia eficaz no sólo mantiene vigente un proyecto, sino muchos. Puede prolongar el reflejo de orientación, que era una activación inespecífica del sistema nervioso, con la activación dirigida de esquemas y proyectos, que alumbrarán aspectos nuevos de un objeto idéntico. Se trata de una habilidad que podemos relacionar con la atención, puesto que con ella se suele relacionar el reflejo de orientación.

Para negociar la atención, la conciencia está orientada a la acción. Unos proyectos se encastran en otros proyectos y, como la atención acompaña al sujeto allí donde él se sitúa, y el sujeto pasa de una actividad a otra, lo mismo hace la atención. Pero sería más exacto decir que estoy atendiendo a su significado. Realizo atentamente actividades recursivas porque tengo comprometido en ellas mi interés, vigilo puntualmente su desarrollo y les asigno toda mi capacidad de manejar información. Así actuamos todos. Ocurre, sin embargo, que el Yo ejecutivo, que gestiona los recursos, intercala en una acción tramos atentos y tramos automáticos. Mantiene los proyectos con vigencia o los trae al estado consciente. Por eso debemos llamarle, además de ejecutivo, Yo negociador. La libertad es la capacidad de negociar con nuestras limitaciones e invertir bien nuestros recursos.

Entre los obstáculos normales de la atención la primera dificultad procede de la falta de motivación. Entiendo por motivo la anticipación de un premio (que puede consistir también en librarse de un castigo o penalidad). El aburrimiento es la experiencia de la falta de motivación. Nada de cuanto le rodea puede despertar la energía o el interés del aburrido. Sabiendo ya que los valores son una compleja mixtura de subjetividad y objetividad, resulta decir si el calificativo de “aburrido” hay que aplicarlo a las cosas o a la persona. En muchas ocasiones, desde luego, no estamos aburridos porque las cosas sean aburridas, sino que las cosas son aburridas porque estamos aburridos. Somos incapaces de integrar nuestra situación dentro de un proyecto que le confiera un significado distinto más estimulante.

Hay situaciones y trabajos inevitablemente repetitivos y rutinarios. En estos casos resulta muy difícil prestar atención, porque la respuesta natural del organismo ante una situación repetitiva es desconectarse o automatizar la respuesta. La persona que se enfrenta a una tarea rutinaria se ve arrastrada a ejecutarla mecánicamente, lo que le permite dedicar el primer plano de su conciencia a otra cosa. Sólo se puede realizar atentamente una rutina mediante un entrenamiento sistemático. Sin embargo, nadie se somete a un entrenamiento si no tiene motivos para ello, por lo que el problema de la atención vuelve a referirse a la motivación y a la gestión de nuestra energía.

Sólo hay dos modos de negociar con la atención, introducirla dentro del círculo de la actividad motivada, o introducirla dentro del círculo de las actividades complicadas, que no se pueden hacer automáticamente. Privada de esa energía necesaria, la inteligencia permanece inerte, sin poder alterar la situación. Fuera de estos casos dramáticos, la inteligencia conserva alguno de sus poderes, entre ellos su capacidad retórica.

Llamamos “retórica” a la capacidad de movilizar sentimientos mediante la palabra. Todos respondemos a la retórica ajena y, con menos docilidad, a la retórica propia. Sin embargo, el Yo ejecutivo puede a veces manejar con habilidad suficiente su elocuencia. Una palabra

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Inteligencia creadora

puede convertirse en “estimulante”, que se hace estimulante cuando actúa como estímulo y pone en movimiento nuestra capacidad de respuesta.

La habilidad de la inteligencia para persuadirse, seducirse o animarse a sí misma está relacionada con otras dos habilidades suyas. La inteligencia tantea proyectos, inventados o copiados, procurando descubrir uno que haga sonar alguno en su interior. Así enlazamos con la última y principal capacidad negociadora de la inteligencia: puede pensar en valores y no sólo sentirlos. Sobre este frágil punto de apoyo se construye la libertad. Mediante el discurso práctico, la inteligencia pretende poner en relación las situaciones indiferentes con valores pensados y conectar éstos con alguna de las fuentes eficaces de la motivación.

La retórica íntima, la invención de proyectos, los juegos de anticipación y tanteos, la capacidad de pensar los valores y relacionarlos con los sentimientos no son métodos infalibles, sino procedimientos de negociación. La inteligencia está en continua transacción con la realidad exterior e interior y tanto fuera como dentro encuentra resistencias. Nadie es absolutamente dócil a su inteligencia o a su voluntad, porque la libertad humana es libertad encarnada en una facticidad y la relación entre ambas instancias tiene un argumento dramático. Se es inteligente y libre gracias a un minucioso proceso de autoconstrucción, de autopoieses, y no por un destino inexorable.

La inteligencia es mucho más que hacer razonamientos o resolver problemas formales. Dirigir la motivación, construir la propia libertad, levar hábilmente la negociación con nuestras limitaciones, todo esto es inteligencia humana.

La memoria creadora

La memoria inteligente es un sistema dinámico. No es un almacén destino, sino una riquísima fuente de operaciones y ocurrencias. El Yo ejecutivo puede elegir su memoria, y de ahí que no sea una imposición o un destino, sino un proyecto. Nadie conoce todo lo que su memoria sabe y sería una tarea imposible pretender recordar todos nuestros recuerdos. No conocemos el límite de nuestro poder de conservar información.

Esta memoria, que pertenece a la inteligencia computacional, posibilita las restantes actividades mentales. Un organismo sin memoria no podría ni siquiera percibir. Vemos, interpretamos y comprendemos desde la memoria. Si no retuviésemos la información, no podríamos enlazar lo ya visto con lo que vemos, y la síntesis perceptiva sería imposible. Tan importante es la permanencia, que nuestro sistema visual posee una memoria interna al ojo, a la que llaman los expertos “memoria icónica”, en virtud de la cual el estímulo desaparecido perdura en la retina un breve tiempo. Durante ese lapso, el sujeto puede capturar la información presente todavía en ese eco luminoso.

La capacidad de autodeterminación puede utilizar la información que posee para reconocer las cosas y evocarla voluntariamente. Suscito los recuerdos, con lo cual la memoria entra en el juego de las facultades, porque el sujeto puede utilizarla de acuerdo con sus proyectos. La transfiguración de la memoria es análoga a la experimentada por la mirada, el movimiento o la atención. El aprendizaje ya no es siempre incidental y casual, sino que el sujeto elige su memoria que va a ser su paisaje interior, y que es también lo que va a decidir el paisaje exterior que va a contemplar. La inteligencia atesora la información que le interesa, y con esa negociará con la realidad. Sabrá conservar información y aprovecharla, lo cual es una característica esencial de la inteligencia. No se trata de saber, sino de saber

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utilizar lo que se sabe. De ahí la gran importancia de lo que se ha dado en llamar ciencias metacognitivas, que tratan de enseñar a utilizar las propias facultades, entre ellas la memoria.

La memoria inteligente aparece como un largo proceso de reestructuraciones y cambios esenciales. No se trata de una historia aislada, pues la biografía de la memoria se trenza con las biografías del resto de las facultades, en una animada trama de influencia, acciones, reacciones, enlaces y desenlaces. Las palabras significan distintas cosas a lo largo del argumento. Cuando decimos que un niño piensa, posiblemente sólo esté recordando, y cuando decimos que un adulto recuerda, posiblemente esté sólo pensando. En un caso, pensar es apelar a la memoria. En otro caso, recordar es construir el recuerdo.

Piaget estudió la evolución de la memoria infantil y llegó a la conclusión de que era paralela a la evolución de la inteligencia. La conservación del recuerdo y su recuperación depende de los esquemas que posea el niño y de las operaciones que sepa realizar. A Piaget le llamó mucho la atención que los niños recordaran mejor los experimentos varios días después de haberlos hecho.

Lo que realmente ocurre es que los niños los comprenden mejor, es decir, organizan mejor las informaciones que poseen. Necesitamos saber extraer información de la memoria, como de un libro o de la realidad. Esta habilidad para y hallar le hizo hablar de una “memoria inventiva”, a la que se llegó a identificar con la inteligencia. La memoria en sentido amplio se confunde con la inteligencia como totalidad, en cuanto está orientada, no ya en la dirección de la realidad actual con sus transformaciones posibles, sino hacia la comprensión de un pasado completado y anteriormente vivido.

Cuando comprendemos que para descubrir una organización es necesario construirla, o al menos reconstruirla, las cosas se presentan de manera distinta. Pero hacer esto es función de la inteligencia. No hay inteligencia por un lado y memoria por otro. Lo que existe es una memoria inteligente, en la que habitamos, y desde la que contemplamos la realidad. La inteligencia penetra la memoria, que a su vez penetra el movimiento, que a su vez penetra la mirada en una colaboración circular que no se acaba nunca.

Desde un punto de vista teórico y práctico conviene estudiar la memoria dentro de un marco más amplio: nuestro acceso a la información. El hombre busca la información que necesita. La actividad de buscar información es una actividad inteligente, regida por un proyecto. Recabamos información de muchas fuentes. Llamaré a la primera de ellas banco de datos de acceso inmediato. Está constituido por los conocimientos que poseemos y es lo que tradicionalmente llamamos “la memoria”. Nuestro acceso a ella es inmediato, en el sentido de que nosotros mismos guardamos la información, somos nuestra memoria, y para usarla no necesitamos ningún apoyo exterior, al menos de modo inevitable. Desde la memoria percibimos, nos movemos e interpretamos la realidad.

El otro banco de datos es de acceso mediato y a él pertenecen todos los soportes materiales de información. Se trata, pues, de una memoria materializada en libros, archivos, videos, memorias de ordenador, agendas y muchas cosas más, a la que sólo puedo entrar en ella y utilizarla gracias a la memoria personal, que sabe descifrar y comprender esa información codificada.

Aún nos queda otro banco de datos, también de acceso mediato, que es, nada más y nada menos, que la realidad entera. Nosotros podemos extraer directamente una información

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inagotable de las cosas que nos rodean, que se convierten así en fuente de conocimientos, yacimientos de datos, caudales de noticias. Cuando queremos buscar información recurrimos a uno de estos tres bancos.

La memoria es la gran intermediaria, la puerta de acceso de toda otra información. Sólo mediante la información que poseemos, incorporada a nuestro organismo, sean los esquemas innatos o los esquemas adquiridos, podemos acceder a otra información, y esto sitúa a la memoria en primera línea de nuestra actividad inteligente. Lo que sabemos nos permite adentrarnos en lo desconocido para aprender cosas nuevas. La índole de nuestra memoria personal va a definir nuestras posibilidades.

Sólo vemos lo que somos capaces de ver, sólo entendemos los que somos capaces de entender. Concebida así, la memoria no es tanto almacén del pasado como entrada al porvenir. Desde el punto de vista pedagógico, que debe estar presente en toda teoría de la inteligencia, el cambio conceptual también es relevante. Los conocimientos importantes son, precisamente, los saberes de acceso. Comprenderlo así será cada día más necesario, porque vamos a disponer de poderosísimos bancos de datos codificados y hemos de aprender a convivir con ellos.

Aún queda una última ventaja: concebir la realidad como un banco de datos nos convierte a todos en investigadores de una realidad ofrecida y reservada al tiempo. Su presencia es una permanente invitación a conversar. El hombre se apropia de la realidad dando significados a su experiencia, y así constituye su Mundo personal, cuya información se sedimenta en la memoria. Ese Mundo personal es nuestro acceso a la realidad. Lo que sabemos, lo que sentimos, lo que proyectamos nos lanza más allá de nuestro Mundo. En todas estas actividades creadoras buscamos, descubrimos, inventamos, construimos desde la memoria.

Se entiende por aprendizaje todo cambio permanente producido en un organismo por la experiencia; y por memoria, la capacidad de almacenar y recuperar información. Son dos aspectos de una misma facultad. Sin embargo, la frase en cuestión parece distinguir entre el aprendizaje de habilidades y el almacenamiento de una información. Lo que de mala manera se llama aprender de memoria, debería llamarse aprender a repetir, sin entender informaciones que no se integran en otros conocimientos.

Allen Newell señala que: “Inteligencia es la habilidad de aplicar todo el conocimiento que se posee al servicio de una meta. Conocimiento e inteligencia no son en absoluto la misma cosa.” Es posible que en los ordenadores suceda así, pero en el hombre no hay esta separación. Entre nuestros saberes se encuentra el saber hacer. No estamos dirigidos por programas inteligentes que recibamos empaquetados desde fuera, sino que hemos de aprenderlos y, por lo tanto, son también conocimientos. A su vez, los conocimientos no son datos cazados un una memoria que se puede traspasar de un aparato a otro, sino una construcción del sujeto. La actividad inteligente transfigura nuestra vida mental, arrebatando terreno a la pasividad.

La memoria inteligente es una memoria dinámica. Decimos que hemos aprendido después del entrenamiento necesario. La destreza adquirida es el resultado de repeticiones que he olvidado, pero que conservan la oculta permanencia y están implícitos. En cada fase del proceso la operación es controlada por la percepción y la memoria.

El sistema muscular es un órgano de respuestas, cuyas posibilidades de acción están siempre presentes, actuando de manera más o menos explícita. La agilidad, que manifiesta

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los recursos de un sistema muscular, no es un movimiento, sino la posibilidad de realizar muchos movimientos. No ejecuta todas sus habilidades, pero en cada momento actúa desde la totalidad de su sistema en el que están presentes todas sus habilidades. Salvar un obstáculo con soltura es realizar una de las posibilidades ofrecidas por el hábito, de igual manera que decir una frase oportuna es actualizar una de las posibilidades proporcionadas por el lenguaje, que también es un hábito.

La metáfora del almacén ha sido nefasta, porque convertía la memoria en una dependencia cerrada, pasiva, propiedad del sujeto, restos de lo vivido, en vez de considerarla un estado del sujeto. El sujeto piensa, percibe, actúa, desde su memoria, que es un conjunto de posibilidades de acción. Recordar es realizar un acto que pone en estado consciente una información poseída. Percibir es realizar el acto de interpretar un estímulo mediante un esquema. Razonar es el acto de relacionar conceptos definidos de acuerdo con normas lógicas. Hemos de acostumbrarnos a pensar los sedicentes “contenidos” de la memoria como esquemas de acción. Los conceptos, las imágenes, los planes, las destrezas, son esquemas activos, que pueden repetirse y que están anticipando de forma más o menos clara lo que va a suceder.

El hombre es un ser-en-el-mundo. Lo que quiere decir que vive siempre en una realidad hecha consciente, un territorio donde resulta difícil marcar las fronteras entre el sujeto y el objeto. En cada instante el mundo es el conjunto de lo percibido y lo recordado. El breve fragmento de realidad que me ofrece la percepción actual se completa con la memoria, en la que guardamos una personal colección de mapas cognitivos.

Ortega decía que para tener mucha imaginación hay que tener mucha memoria, y estaba en lo cierto. Gran parte de las operaciones que llamamos creadoras se fundan en una hábil explotación de la memoria. Es un gran sistema de matices, de las que va a depender nuestra capacidad de extraer información de las cosas. La memoria es el a priori universal de la experiencia. “Lo que llamamos la realidad es cierta relación entre las sensaciones y los recuerdos que nos circundan simultáneamente”, escribió Marcel Proust. Bergson había dicho algo parecido: “Percibir es, sobre todo, recordar.” Y, puesto que describir es narrar lo que se percibe, resulta que la descripción está también penetrada de recuerdo, aunque a veces no lo reconozcamos.

Martín Heiddeger decía que, a su juicio, La verdad era un descubrimiento, y la descripción la narración de lo visto. Menciona, ante un cuadro de Van Gogh que representa un par de botas viejas, que podemos meditar sobre la utencilidad de un útil, no mediante la descripción y la explicación de un zapato realmente presente, sino que habla poniéndonos sencillamente ante el cuadro.

“En la oscura oquedad del gastado interior de la bota queda plasmada la fatiga de los pasos laboriosos. En la muda pesadez d la bota queda retenida la tenacidad de la lenta marcha por los monótonos y dilatados surcos del campo por el que corre un viento áspero. En el cuero está depositada la humedad y saturación del suelo. Bajo las suelas se desliza la soledad del sendero al caer la tarde. En la bota vibra la llamada silenciosa de la tierra, su callado ofrendar el grano que madura y su misteriosa inactividad en el árido yermo del campo invernal. Este útil está transido de la inquietud latente por la seguridad del pan, la callada alegría por la superación renovada de la penuria, la angustiada espera del parto y el temblor ante la amenaza de la muerte. Este útil

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Inteligencia creadora

pertenece a la tierra y está resguardado en el mundo de la campesina. Esta resguardada pertenencia le confiere al útil la identidad y sustantividad.”

¿Es verdad que vio todo esto? Sí, con tal que definamos el percibir como la iluminación del horizonte mnésico de las cosas. Es otra forma de decir que percibimos desde la memoria. Los grandes creadores han tenido descomunales memorias para lo referente a su arte. Sin embargo, la memoria, para ser creadora, debe ser una memoria creadora. Esta tautología es un pretexto para destacar dos ideas. Una: La memoria tiene que tener una índole dinámica. Otra: La memoria debe ser manejada desde adentro de un proyecto creador.

La creación necesita conocimientos y hábitos. Para resolver con maestría problemas en determinado terreno, en primer lugar hay que aprender gran cantidad de conocimiento específico del campo, y además adquirir procedimientos generales para la resolución de problemas de modo creativo, que puedan aplicarse al conocimiento básico.

El sexto sentido

Wescott ha sostenido que el proceso creador se caracteriza por detectar pautas con información muy escasa. El creador necesita menos información que resto de los mortales para llegar a una buena conclusión.

Con frecuencia tenemos la impresión de que poseemos informaciones que no sabemos justificar, convicciones que resuenan afectivamente. El lenguaje llama “corazonadas” a esas confusas premoniciones y considera que el “pálpito”, la aceleración del palpitar es un modo certero de conocimiento. William James consideró que este sentido de la orientación era universal a toda actividad creadora. Einstein dijo: “Durante todos esos años, tenía un sentimiento de dirección, de ir en línea recta hacia algo concreto. Es muy difícil describir ese sentimiento, pero yo lo experimentaba como una especie de sobrevuelo, en cierto sentido visual.”

Srinivasa Ramanuyan asombraba por su originalidad y falta de rigor. Muy a menudo comunicaba un resultado que, según afirmaba, le había llegado de una vaga fuente intuitiva alejada del dominio de la indagación consciente. Hardy no creía en facultades misteriosas, y atribuía la genialidad de Ramanuyan a un peculiar sentimiento de la forma matemática, entre otras cosas. Ha aparecido una noción interesante: el sentido de la forma. Es una experiencia frecuente en matemáticas. Dirac consideraba que la belleza matemática era una garantía de verdad. En una ocasión comentó que Schroedinger había descubierto “su bellísima ecuación ed onda sin fundamento experimental. Trabajar para ganar belleza en una ecuación, si se tiene la vista sana, es un gran progreso”. Terminaré citando de nueva a Einstein: “Busco la fuente auténtica de la verdad en la simplicidad matemática.”

Los psicólogos que han estudiado el ajedrez mencionan con frecuencia “el sentido del peligro” entre las cualidades que debe tener un gran maestro, y que le permite atender a las posibilidades más importante, sin perder tiempo en analizar trivialidades.

Polanyi estudia las “pasiones intelectuales” que, en su opinión, aunque son acontecimientos biográficos, no intervienen sólo en la exterioridad del quehacer científico, impulsando o manteniendo la actividad investigadora, “sino que tienen una función lógica indispensable para la ciencia”. Las pasiones permiten distinguir lo prometedor de lo inútil. Impiden que el científico se pierda en trivialidades. Aceptar una teoría es rendirse ante el encanto de lo

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Inteligencia creadora

importante. Elegir una línea de investigación es oír la llamada de lo sugerente. Feynmann comentaba que: “Uno se orenda de una teoría como de una mujer. Cuando se conocen sus defectos ya se está demasiado enamorado para alejarse de ella”.

El poseedor del sexto sentido sabe reconocer las posibilidades antes de explicarlas. Prevé las consecuencias sin precisarlas. Percibe el árbol en la semilla. Es un descifrador de mensajes todavía no emitidos. La eustoquia de Aristóteles, que consistía en saber conjeturar bien, se trataba de una habilidad para construir hipótesis acertadas, la misma destreza que mencionó Pierce. Aristóteles mencionó varias más. La sagacidad –solercia–, que era definida como una pronta averiguación del medio para conseguir algo. Al astuto se le ocurren muchas maneras de resolver una situación, lo que quiere decir que inventa posibilidades eficaces. Otro sexto sentido era la prudencia, que permitía aplicar las normas generales a casos particulares, para lo que debía evaluar con justeza la situación. En relación con la prudencia ponía Aristóteles la eubulia, que es la capacidad de dar consejo. La syntesis o buen sentido para juzgar lo que sucede ordinariamente, y la gnome o perspicacia para juzgar lo que a veces se aparta de los casos comunes. Es fácil percibir que todas estas habilidades conceden especiales poderes para percibir las cosas. Unos hombres las poseen y otros no.

También la providencia o previsión se incluía en la prudencia. San Isidro decía que “prudente significa el que ve de lejos”. Es cierto que el previsor anticipa el futuro, capta las consecuencias de los actos, o el porvenir de una situación, con sabiduría. Lo que nos interesa es saber cómo lo hace. Santo Tomás da una solución: la prudencia se ocupa de los futuros contingentes –que son las posibilidades libres–, y el conocimiento del futuro es deductivo. También afirma que se puede juzgar sobre una virtud de dos maneras. Una, conociendo la ciencia moral, que nos proporciona información sobre esta virtud y nos permite responder con exactitud cuando nos preguntamos sobre ella. De otra forma juzga el que posee dicha virtud. Cuando la virtud está encarnada en un sujeto no la conoce por ciencia sino por instinto, por connaturalidad, gracias a una íntima participación.

El afecto se convierte en medio de conocimiento. En los casos mencionados alcanzamos el saber gracias a un sentimiento. En términos escolásticos, el afecto es objectum quo, medio objetivo, un signo por mediación del cual algo se manifiesta.

Los sentimientos son el modo como aparecen em la conciencia grandes bloques de información, que incluyen valoraciones. La inteligencia se las ingenia para manejar mucha información a la vez. Los esquemas para apropiarnos de la realidad se hacen cada vez más amplios. El hombre tiene una asombrosa capacidad de utilizar información tácita, es decir, no explícita. Las palabras remiten a los conceptos vividos, que son una acumulación de informaciones de variada procedencia, que soy capaz de desplegar del todo. Lo que vemos nos revela lo que somos, porque sólo captamos lo que sabemos captar, y, por lo tanto, el mundo que experimentamos es un retrato nuestro en negativo.

Pues bien, los sentimientos son el modo como un bloque de información se manifiesta, al interpretar un dato recibido por la experiencia. Somos conscientes del resumen de ese conjunto de informaciones, y nos cuesta mucho esfuerzo desenvolver todo lo contenido en un sentimiento. Es un procedimiento eficaz y peligroso al tiempo.

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La ciencia cognitiva ha descubierto la importancia del conocimiento tácito. La información en estado consciente procede de un repertorio no consciente, implícito, difícil de simular en ordenadores, porque desconocemos su organización interna.

Nuestros conocimientos son operativos. Ni que decir tiene que estoy de acuerdo con dar importancia al conocimiento tácito, pero hay que ir un poco más adelante. Mi tesis es que el conocimiento tácito, en el caos del hombre, se encuentra formando bloques integrados. No son secuencias de información que pudieran enunciarse en listados, sino sistemas asimilativos, que compilan información.

Analizaré la sorpresa. Es el sentimiento producido por una novedad. Los neurólogos han estudiado el fenómenos de sorpresa más elemental, que es la “reacción de arousal”, el estado de alerta. El animal responde a un estímulo nuevo, pero, sostiene Sokolov, percibir la novedad supone un proceso de comparación. El animal ha de tener un modelo del mundo conocido con el que comparar el estímulo sedicentemente novedoso. Los psicólogos admiten que la sorpresa sólo puede darse si esperamos algo. El conocimiento tácito funciona quemo un gigantesco sistema anticipador. La sorpresa es el sentimiento producido por la inadecuación de lo percibido con lo esperado.

Poco a poco el niño pasa de responder a la estimulación por ella misma a responder al estímulo por su significado. Para percibir las incongruencias que le divierten tiene que haber constituido ya los esquemas de lo “familiar”. Aprende a distinguir lo serio y lo lúdico. Forma un “concepto perceptivo afectivo”. Para Piaget la sonrisa es marca de asimilación recognitiva. El niño sonríe al “reconocer”. La sonrisa sería un indicador del placer que le produce su maestría.

Si un sentimiento es un gran bloque de información integrada, es dudoso que haya dos sentimientos iguales. Ocurre lo mismo que en los conceptos vividos: originariamente distintos, se van igualando porque hay elementos de homogeneización muy fuertes: por una parte, los elementos reales, tanto orgánicos como estimulares, proporcionan un nivel básico común. Después, la educación, el lenguaje y la necesidad de comunicarnos vuelven a limar las diferencias. Por último, lo sentimientos complejos también se aprenden y, por lo tanto, pueden considerarse como fenómenos culturales. Eso explica la variación geográfica e histórica de los sentimientos, y también que se pueden educar y formar sentimientos nuevos.

¿Qué tienen que ver los sentimientos con la inteligencia? Tradicionalmente el mundo de los sentimientos se ha excluido de las tareas de la inteligencia, en parte porque se los consideraba fuerzas indómitas y a su aire, y en parte también porque se confundía a la inteligencia con la razón. Pero la inteligencia penetra el ámbito entero de nuestra vida consciente, con mayor o menor energía. Las fuentes más originarias del sentimiento son orgánicas o pertenecen al campo de las necesidades básicas, y a ese nivel son autónomas. Ocurre que el hombre no suele vivir en ese nivel, y las emociones primarias se ven enriquecidas, transfiguradas por la inteligencia, que introduce nuevas informaciones en el sistema afectivo y crea, con ello, nuevos sentimientos, valores y necesidades.

La inteligencia es mucho más que un cómputo de información. Es la constitución de un Yo inteligente, que es un sistema extractor de información y creador de información. Dirige su propio comportamiento, conoce la realidad, inventa posibilidades nuevas. La inteligencia

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Inteligencia creadora

no es una operación única sino un modo de realizar muchas actividades mentales, transfigurarlas y construir otras nuevas. Es un modo de crear significados libres.

Tratado del proyectar

La inteligencia humana es la transfiguración de la inteligencia animal por la libertad. Ésta es la primera tesis del libro: la capacidad de suscitar, controlar y dirigir las ocurrencias transforma todas las facultades. Apoyándose sobre un mínimo poder de autodeterminación, el hombre ha conseguido construir su inteligencia creadora y su libertad, todo el tiempo, en un proceso de causalidades múltiples y recíprocas.

Hay que añadir que la autodeterminación actúa por medio e proyectos. Gracias a ellos la facticidad del hombre es horadada por la presencia, el poder y la acción de la irrealidad, que no es un añadido fantástico, sino suma de trayectos posibles dibujados en la realidad. La inteligencia no es un ingenioso sistema de respuestas, sino un incansable sistema de preguntas. No vive a la espera del estímulo, sino anticipándolos y creándolos sin parar. Todas las operaciones mentales se reorganizan al integrarse en proyectos. La realidad entera se amplía, dando de sí nuevas posibilidades, y en esta expansión universal también resulta transformada nuestra inteligencia computacional, cuyas capacidades estaban pendientes de una última determinación.

Entiendo por proyecto una irrealidad pensada a la que entrego el control de mi conducta. Hay un ineludible momento en que el sujeto determina a qué fuerza entregará el control del comportamiento. La inteligencia le permite inventar distintas posibilidades entre las cuales elegir, distintos anteproyectos. Pues bien, el proyecto es la posibilidad elegida. La que está ordenada a la “realización”, magnífica palabra que debería reservarse para la libre acción humana.

Una vez entregado el control al proyecto, éste reorganiza toda la conducta. El régimen de mi vida mental se ha alterado por completo. Ahora percibo significados que habían estado ocultos. Así suceden las cosas: mis proyectos transfiguran mis operaciones mentales, las cuales transforman, enriquecen y amplían la realidad, convertida en campo de juego, en escenario de mi acción. Por tanto, hago depender de mis proyectos la textura de mi inteligencia y la contextura de mi mundo.

Ésta es la segunda tesis del libro, que puede enunciarse así: el sujeto inteligente dirige su conducta mediante proyectos, y esto le permite acceder a una libertad creadora. Crear es someter las operaciones mentales a un proyecto creador. El arte no depende de operaciones nuevas, sino de un fin nuevo que guía un uso distinto de las operaciones mentales comunes.

Tres conceptos van indisolublemente unificados: inteligencia humana, libertad y creación. Sólo de manera metafórica podemos considerar que una acción natural, efecto de leyes deterministas, es creadora. El primer rasgo para definir el proyecto creador es la libertad. Todas sus claudicaciones o emperazamientos –como la rutina, el automatismo o la copia– son al mismo tiempo graves mermas de la creatividad.

Otro criterio adicional –al que vagamente se alude con palabras “originalidad” o “novedad”– sirva también para juzgar la creatividad de un proyecto. Desde el punto de vista psicológico, prefiero hablar de proyectos que alejan al sujeto de su “zona de desarrollo previsible”. El proyecto, que es una invención del sujeto, está simultáneamente dentro y

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fuera de él –podríamos considerarlo como ampliación o elongación suya–, pero éste “fuera” puede ser más o menos cercano, más o menos previsible.

Somos capaces de seducirnos a nosotros mismos desde lejos. De lo distante que situemos en proyecto, distante de los automatismos, del abandono o de la rutina, dependerá la amplitud de nuestro vuelo creador. Al formular un proyecto inventivo situamos la meta en un problemático y remoto lugar hacia el que nos atraemos. La búsqueda de lo original, ingenioso, cómico o sublime se basa en nuestra habilidad para sugestionarnos con irrealidades.

El proyecto creador no es más que un proyecto común lanzado fuera de la zona de desarrollo próximo. Bajo su influjo, la inteligencia se distiende más allá de lo previsible. Hay una deriva desde lo rutinario hasta lo excepcional, pero lo inaudito no está en las operaciones mentales que son las de siempre, sino en las incitaciones desplegadas por el fin. Los más audaces van más lejos que los aprensivos y cautelosos. Lo mismo sucede en la escondida frondosidad de las ideas, cualquier cosa puede relacionarse con cualquier otra, pues el espíritu humano puede llegar tan lejos como su perspicacia y valor le permitan.

Hay una continuidad esencial en todos los quehaceres de la inteligencia. Incluso un concepto como el de “entrenamientos” tan ligado a la actividad física, puede aplicarse con gran utilidad a las artísticas. Entrenarse es dejarse modelar por un proyecto. Un ideal pensado arrastra al sujeto fuera de su desarrollo próximo. El creador, de modo más o menos consciente, se convierte en entrenador de sí mismo.

Los autores suelen comenzar teniendo una ideas muy vaga de lo que pretenden conseguir. Tratamos con lo que los expertos en Inteligencia Artificial llaman problemas mal definidos. Desde hace mucho tiempo se sabe que la creación artísitca puede considerarse como la solución de un problema. Lo que oscurece el asunto es que ni siquiera el autor podría precisar el problema que quiere resolver con su obra, ya que, de hecho, cuando la comienza sólo posee un esbozo vacía, casi un presentimiento.

Es difícil contar la propia vida y hacer al mismo tiempo su interpretación teórica. A estos testimonios hay que reconocerles valor documental y pobreza hermenéutica. Es cierto que el proyecto comienza siendo un indigente tema de búsqueda, tal vez suscitado por el azar, pero hace falta explicar por qué enigmáticas influencias este pobre comienzo llega a dirigir, alentar y controlar la acción creadora.

Las cosas no presentan el mismo perfil a los ojos de un espectador inerte que a los ojos en estado receptivo. El proyecto cambia el significado de las cosas, que se convierten en significativas, sugerentes, interesantes, prometedoras, bienesperanzadas. Una realidad se muestra sugerente cuando en ella se barruntan muchas posibilidades. Pero hay que entender que esas posibilidades no son propiedades de la realidad, sino operaciones incoadas.

Todos los proyectos amartillan esquemas de asimilación y de producción, que se disparan al aparecer los estímulos adecuados. Cuando un sujeto experimenta algo como sugerencia, no percibe una propiedad del objeto, sino la impaciente tensión de sus operaciones virtuales, prontas a actuar. La actividad creadora transmuta lo trivial en sugerente. Una frase, un suceso trivial, una imagen puede desencadenar la completa actividad creadora, pero nos equivocaríamos al pensar que son muy poca cosa. Los grandes creadores manejan siempre más información que los demás. Una realidad aparece llena de posibilidades sólo

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ante los ojos de quien va a ser capaz de integrarla en un gran número de operaciones. Tener muchos posibles quiere decir ser muy rico en operaciones.

El proyecto es una realidad a la que entrego el control de mi comportamiento. Esta irrealidad es una información a menudo fragmentaria, confusa o minúscula, capaz sin embargo de activar y dirigir la acción, proponiéndole una meta. El primer componente del proyecto es la meta, el objetivo anticipado por el sujeto, como fin a realizar. Salvo en casos muy sencillos, en que el objetivo está diseñado con precisión, los proyectos contienen sólo un patrón vacío de búsqueda. Cada vez que hable de estos “patrones vacíos”, le será útil al lector pensar en lo que le sucede cuando tiene una palabra en la punta de la lengua. No puede decirla, pero podrá reconocerla cuando aparezca. Pues bien, gracias a los patrones de búsqueda creamos la información necesaria para llenarlos, y buscamos los planes, métodos y operaciones necesarios.

No hay proyectos desligados de la acción. Hay, por supuesto, muchas anticipaciones de sucesos futuros, como las ensoñaciones, los deseos o los planes abstractos, que son sólo, en el mejor de los casos, anteproyectos que se convertirán en proyectos cuando hayan sodi aceptados y promulgados como programas vigentes. El proyecto es una acción a punto de ser emprendida. Una posibilidad columbrada no es proyecto hasta que se le une una orden de marcha, aunque sea diferida. Este enlace con la acción, que convierte al proyecto en un fin, lo introduce en los complejos mecanismos de la conducta y sus motivaciones. El proyecto va a activar, motivar y dirigir la acción, y ha de tener para ello el atractivo suficiente. En el origen de todas las ocurrencias hay un deseo de actuar. Este esquema sentimental le permite al sujeto inventar motivos de acción. Por ello, la anulación del deseo va seguida de una incapacidad de proyectar. Así sucede en las grandes depresiones como una inhibición vital, una detención del impulso en la que se padece una pérdida de ánimo, de esa incitación a desplegar las posibilidades vitales y experimenta una reducción de su espacio vital.

El creador inventa motivos para actuar, porque siente deseos de actuar. El proyecto es una meta inventada y elegida. El proyecto es un tema mendicante habitado por una afectividad que incita a la acción. El sentimiento percibe lo interesante del asunto. La subjetividad entera del autor, por mediación de esos órganos integradores de información que son los esquemas sentimentales, percibe que el tema es transferible, gracias, entre otras cosas, a la conciencia implícita de las operaciones alertadas por ese esbozo vacío.

No se trata todavía de un proyecto, porque el proyecto exige una promulgación de su vigencia y una orden de marcha. Lo único que se ha considerado en ese mínimo asidero de la atención que es la meta entrevista, pero aún no aceptada. La breve experiencia es asimilada por alguno de los esquemas activados en la subjetividad del autor. El tema aparece caracterizado por un esbozo y unas restricciones. Es el embrión.

El creador acomete una empresa, como cierto símbolo o figura enigmática hecha con particular fin, enderezada a conseguir lo que se va a pretender. Lo que desencadena la actividad emprendedora del autor es ese símbolo o figura enigmática que él sólo sabe descifrar.

Tal vez lo conservado en la memoria no fuera el tema, sino los esquemas de asimilación capaces de aprehender ese tema como interesante, y que podían producir ocurrencias análogas a partir de desencadenantes distintos. Un tema se convierte en meta, porque su

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carencia de contenido expreso queda suplido por su poder de movilizar un sentimiento, que es un sistema integrado de esquemas productores de ocurrencias.

Mediante la acción realizamos el proyecto. Esta vocación de realidad lo distingue de la ensoñación, con la que guarda, no obstante, estrechos vínculos. Ambos son anticipaciones del futuro, pero en el caso de la ensoñación no hay tránsito posible entre el presente y ese porvenir de fábula. El ensueño puede burlar todas las restricciones porque no pretende realizarse. En cambio, el proyecto está siempre condicionado por la realidad.

En la entrada del proyecto se incluyen también las condiciones o restricciones que el sujeto sufre o se impone. Hay que decir ambas cosas, porque no todas las restricciones son impuestas al creador, sino que muchas son libremente elegidas por él. Gran parte de la tarea creadora va a consistir en una hábil gestión de las restricciones.

El proyecto se va llenando de figuras tema, patrón de búsqueda, motivos, sentimientos y restricciones. Un proyecto impulsa a la acción y la dirige, pero para discernir los movimientos adecuados y para saber si hemos alcanzado el objetivo necesitamos algún criterio. Cada vez que un inventor, un científico o un artista se esfuerza por realizar un proyecto ha de comparar cada uno de sus pasos con el objetivo propuesto. Pero sucede que precisamente el objetivo es lo que se intenta encontrar, lo que se desconoce, con lo cual la búsqueda resulta dirigida por lo buscado, que al mismo tiempo es lo desconocido. Esta situación tan paradójica se resuelve apelando a algún criterio que no sea el mismo objetivo buscado, pero que permita reconocerlo. Gracias a ese criterio, a ese patrón de comparación y reconocimiento, el artista podrá si llega el caso dar la orden de parada.

¿No es un exceso racionalista afirmar la inevitable presencia de criterios en el proyecto? Bien está que el matemático se someta a los criterios formales y el científico a sus criterios de evidencia, pero la creación es un vuelo anárquico, un estallido espontáneo, un surtidor de novedades imprevisibles. Me temo que no, el Yo creador, incluso el del más inspirado y anárquico vate, es un edificio lenta y cuidadosamente construido en el que influyen la casualidad y la inconsciencia, pero sin ahogar la acción de un Yo que elige, selecciona y planea. Por lo demás, sólo un malentendido puede relacionar el criterio con la razón. Para evitar el equívoco tal vez debería sustituir el término “criterio” por la expresión “patrón de reconocimiento y evaluación”. Los criterios de la ciencia son racionales, universalmente válidos y verificables, pero en el arte suceden las cosas de manera distinta. Es el propio autor quien forja sus criterios y los utiliza, sin formularlos explícitamente, bajo la forma de un “juicio de gusto”.

El criterio artístico fundamental es el “gusto” del artista, que no está en el proyecto, sino en el sujeto. También al analizar lo que hace interesante a un tema nos vimos obligados a replegarnos hacia el sujeto. El proyecto es una proyección de la propia subjetividad. Es el sujeto quien desde el proyecto se seduce a sí mismo. Los proyectos son la expansión del ámbito de la subjetividad.

Cuando un artista promulga un proyecto, al tema esbozado le acompaña el sistema de preferencias que actuará de patrón de evaluación. En esta punto tenemos que retomar la noción de sentimiento y, como tal, un gigantesco bloque de información integrada. Voltaire escribió: “El gusto, ese sentido, ese don de discernir nuestros alimentos, ha producido en todas las lenguas conocidas la metáfora que expresa, mediante la palabra “gusto”, el sentimiento de las bellezas y las faltas en todas las artes. Es un discernimiento rápido, como

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el de la lengua y el paladar, y que como éste antecede a la reflexión; es como éste, sensible y voluptuoso respecto de lo nuevo; rechaza como éste, lo malo ocn rebeldía. Está frecuentemente, como éste, indeciso y confundido”.

Un esquema sentimental, que es un bloque integrado de información, valoraciones estéticas, peculiaridades psicológicas, reflexiones teóricas, deseos, manías, razonamientos, ensoñaciones, y muchas cosas más, interpreta los datos perceptivos y los hace aparecer en la conciencia sentimentalizados, o lo que es igual, englobados en un sentimiento que inventa/descubre en ellos el valor correspondiente. A partir de esta experiencia podemos investigar los componentes del esquema sentimental que la hizo posible, mediante un riguroso análisis genealógico.

En muchas ocasiones, los sentimientos producen ocurrencias, además de evaluar las ya producidas. De ahí que el sistema de preferencias del artista, sus patrones de reconocimientos y evaluación son la gran greación que va a distinguirle de los demás. No hay forma de copiar la realidad si no es a través de la irrealidad del proyecto. Cuando las expectativas son tan novedosas que abren un intervalo entre lo que se proyecta y lo que se puede hacer, el creador tiene que inventar una técnica nueva o un nuevo modo de crear, para poder salvarlo.

La anatomía del proyecto termina aquí. Al proyectar entregamos el control de nuestra actividad a un tema indigente, dotado de atractivos que sólo el autor conoce, y que va a ser capaz de activar su conducta y dirigirla. Ciertas condiciones y restricciones contenidas implícita o explícitamente en el proyecto balizan el campo de actuación y excluyen grandes masas de posibilidades. Por último, un criterio nos permitirá reconocer si la actividad va por buen camino y cuándo hemos alcanzado la meta. Objetivo, condiciones y criterios son los elementos que configuran un proyecto. En el caso del artista el supremo criterio es su gusto personal, es decir, el sistema de preferencias creado por él que va a dirigir sus ocurrencias, sus evaluaciones y, en una palabra, su obra entera.

La primera tarea de un creador es inventar proyector creadores. Antes, por supuesto, ha tenido que construir su propia subjetividad, el complicado organismo del que van a proceder sus ocurrencias y sus evaluaciones. Nos falta saber cómo se inventan los proyectos.

Las operaciones creadoras dependen de un proyecto, lo que nos fuerza a admitir que la operación de crear un proyecto o no es creadora, o procede de un proyecto previo. Parece que ha de haber un proyectar sin precedentes, no feudatario de un proyecto anterior, y así sucede. Nuestro temperamento, nuestras necesidades y nuestra educación son productores espontáneos de fines.

Empecemos por el temperamento. Aristóteles parece negar que se puedan inventar fines, porque cada uno elige como fin lo que juzga bueno, interesante o atractivo, y esa evaluación depende del carácter. Según el carácter del hombre, así serán los fines que elija. Los deseos, sentimientos, necesidades, tan estrechamente relacionados con el carácter, también nos proporcionan fines. Bergson sostuvo que una emoción nueva está en el origen de las grandes creaciones. “Creación significa, ante todo, emoción.” Ocurre que siendo el carácter y la afectividad zonas autónomas y rebeldes, concederles la exclusiva de producir fines equivale a sacar la actividad de proyectar del circuito de la acción voluntaria. Aristóteles se dio cuenta de que si sólo podemos elegir los medios y no los fines de nuestra

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acción, nadie sería responsable de sus actos, por lo que añade: “Somos en cierto modo concausa de nuestros hábitos y por ser como somos nos proponemos un fin determinado.” “Si cada uno es en cierto modo causante de su propio carácter, también será en cierto modo causante de su parecer”.

Estamos en el reino de la negociación, de las causalidades recíprocas, de la deriva tenaz, la construcción minuciosa, el ensanchamiento paulatino. Podemos pensar valores no sentidos, acaso recibidos de fuera, y de esa manera dirigir nuestro sentimiento real mediante instrumentos irreales. Es pasmoso que podamos dirigir nuestra acción con proyectos meramente hablados, construidos mediante operaciones verbales, que reciben su savia y energía de sentimientos muy lejanos. Esta facultad de entregar el control de nuestra acción a una instrucción hablada, influye también en el proyectar. Nos concede una enorme flexibilidad para aceptar “encargos”, es decir, proyectos ajenos. La aceptación de un proyecto ajenos exige tratarlo como un maniquí al que habremos de vestir con el proyecto propio. Las peripecias de la facultad de proyectar se confunden con las peripecias de la creación de la libertad, que, a su vez, se confunden con la creación de la inteligencia. No podía ser menos y no podía ser más.

Un sentimiento se convierte en suscitador de ocurrencias que, de modo fantasioso y vicario, satisfacen en cierto modo el deseo. Bergson decía que los sentimientos son “generadores de ideas”. Y también hablaba de una “facultad fabuladora”, que permite al hombre la invención de realidades. Es esta capacidad, a la que muchas veces se llama imaginación equivocadamente.

Recordemos la noción de esquema mental y, en especial, uno de sus tipos: los modelos, que integran información y procesos. Un modelo es un programa de acción, un conjunto de inferencias plegadas, el esquema de un comportamiento. Cada vez que poseemos un esquemas que unifique datos y relaciones dinámicas entre estos datos, tendremos un modelo. Son programas narrativos condensados. Cada sentimiento es un modelo, que desencadena diversos recorridos sentimentales.

La mayor parte de los modelos que nos sirven para inventar cosas, entre ellas proyectos, son aprendidos. Una cultura es, entre otras cosas, un repertorio de proyectos elaborados por sus miembros a lo largo de la historia. Cuando este repertorio disminuye la vida social se hace anémica. Deja de haber emprendedores. El proyecto ha de enlazar con la motivación y, por lo tanto, incitar a la realización de valores. La riqueza de los valores propuestos y de proyectos vigentes indican la salud de una cultura. Una desidia del proyectar, es un tipo más de impotencia inducida.

Resulta verosímil que proyectar consista en utilizar modelos mentales enlazados con el deseo de actuar, o con cualquiera de los sentimientos que impelen a construir o crear. Cualquier suceso, incluso trivial, activa los esquemas sentimentales que integran el suceso dentro de uno de los modelos narrativos anejos al sentimiento. Usamos los proyectos ajenos para construir los propios, tomándolos como modelos y mezclándolos, interpolándolos, destruyéndolos y reconstruyéndolos con enorme habilidad.

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Las actividades de búsqueda

La actividad creadora comienza con la elaboración del proyecto, que es un complejo organismo de cuya energía y calidad va a depender la obra entera. Una vez que el fin está propuesto, toma el relevo la segunda gran actividad de la inteligencia: buscar.

Un proceso inteligente comienza en un “estado inicial”, a partir del cual se intenta llegar a un “estado final” o “meta”. El examen de las posibles soluciones para atravezar ese vacío se designa como “búsqueda”, y el conjunto de los posibles caminos a explorar es el “espacio de búsqueda”.

La inteligencia humana busca con una flexibilidad pasmosa, que por ahora es una exclusiva nuestra. Esta soltura se debe a nuestra capacidad de inventar proyectos. Los expertos han clasificado nuestras actividades de búsqueda en dos grandes grupos. Unas son sistemáticas, lentas, exploran todas las posibilidades y tienen una eficacia limitada. Son las llamadas “búsquedas algorítmicas”. Es evidente la imposibilidad el procedimiento. Por ello, el hombre abandona esos caminos tan seguros e inútiles y utiliza “búsquedas heurísticas”, en las que despliega todos sus trucos y estratagemas, dejándose llevar por suposiciones, y por todos sus saberes plegados, sentimentales o no. Paradójicamente son métodos menos seguros, pero más eficaces. La estructura de la actividad de búsqueda es siempre la misma. El proyecto anticipa la meta. Buscar es una acción con dos etapas bien diferenciadas. En la primera, se suscita información. En la segunda, se compara con el patrón de búsqueda. Las operaciones para conseguir información pueden ser muy variadas. La más sencilla es la exploración perceptiva. Cuando busco paso la mirada manteniendo en mi conciencia el patrón que guía mi mirada, el concepto perceptivo. La intensidad de la búsqueda depende de la prontitud con que suscitemos la información.

Hay búsquedas más complicadas que las perceptivas, en las que tengo que crear la información, no sólo percibirla. La orientación proviene del proyecto, pero ha de transferirse el espacio de búsqueda. Tengo que saber dónde buscar. Numerosas operaciones se integran en la búsqueda: la memoria, las operaciones perceptivas, imaginativas, inferenciales. Todas van orientadas a crear nuevos caminos. A inventar posibilidades.

Comparamos la información que hemos producido o conseguido con el patrón que nos guía, que ha permanecido vigente, pero en un segundo plano de atención. Esta habilidad de desdoblar nuestra conciencia en dos planos, uno que guía y otro que es guiado; uno que recibe la nueva información, y otro donde se mantiene vigente el patrón de búsqueda, es una joya de la inteligencia. Repasamos nuestro repertorio de problemas resueltos para comprobar si alguno se asemeja al que ahora nos ocupa.

Las actividades se componen de operaciones. Las operaciones son los elementos con que se construyen las actividades. En la actividad de búsqueda utilizamos todos nuestros recursos: recordamos, mezclamos, inferimos, relacionamos, disparatamos, copiamos. Todo nos sirve para llenar los vacíos que nos separan de nuestra meta. Éste es el asunto: nos separamos de nosotros mismos mediante el proyecto, y después nuestra inteligencia tiene que llenar ese hueco: así es la marcha del progreso. La búsqueda es perspectiva y tenacidad.

La tarea consiste en llenar intuitivamente el espacio vacío. Esta tensión entre vacío y plenitud se da en todas nuestras acciones. Un proyecto es una mención vacía que se plenifica al realizarla. Los deseos permanecen vacíos hasta que no son intuitivamente

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rellenados por la imaginación. Una de las ideas de Husserl fue su distinción entre “objetos mencionados” y “objetos presentes en persona”. La inteligencia maneja con soltura estos dos tipos de informaciones. La información vacía es el indicio de algo ausente, que se sabrá reconocer si aparece. Este hueco nos permite dos tipos de operaciones: rechazar los ensayos equivocados y reconocer cuando aparece. Esta misma dualidad de planos, en el que se conoce y se ignora. Es una característica de la actividad artística. Como estudió Bergson, la tarea creadora es el paso del esquema vacío a la intuición. El esfuerzo para saltar de nivel: de lo abstracto a lo concreto.

El autor ha de encontrar datos, como es lógico, en cualquiera de sus bancos de datos: la memoria, la información ya codificada o la realidad. No se trata de absorber información para guardarla inerte, pues la memoria inteligente es un sistema dinámico y productivo.

El esquema de búsqueda, en su camino hacia lo concreto, atraviesa distintos niveles que no necesitan darse en todas las obras. Planificar es una estación intermedia en la que algunos autores se detienen y otros no. Una de las actividades que el esquema dirige es la de buscar un plan. Es decir, representaciones que guíen la acción. El plan es un método para hacer mientras que el proyecto es un propósito de hacer.

Los especialistas en inteligencia artificial han estudiado los modos como creamos planes, y señalan dos grandes estrategias. Una, ascendente, que coordina planea inferiores bien estructurados. La estrategia descendente consiste en descomponer un problema general en problemas parciales. La marcha normal es descendente, porque el autor busca las ocurrencias a partir de un proyecto muy vago. Pero para realizar la búsqueda ejecuta múltiples operaciones de tanteo, utilizando las estructuras disponibles, los esquemas que posee, sus habilidades lingüísticas. Hay una colaboración entre ambas estrategias que confiere al proceso creador un carácter retroprogresivo. Un vaivén continuo entre lo proyectado y lo ensayado. La planificación es una gestión de condiciones que reducen el grado de libertad.

En la iluminación lo más fácil es pensarla como un reconocimiento súbito. Para ello, hay que admitir que había un esquema de búsqueda activado, y que era capaz de reconocer. De la misma manera que los esquemas perceptuales reconocen dando un significado, así también sucede con los sistemas de búsqueda. El material está al alcance de todos pero sólo puede reconocerlo quien posea los sistemas de extracción necesarios.

La opinión de los artistas acera e la inspiración es una toma de postura, implícita o explícita, sobre las relaciones entre el Yo ocurrente y el Yo ejecutivo. Para Rodin lo único importante era el trabajo, no había que esperar la inspiración como una insegura dádiva divina, sino que había que construirla tesoneramente. El Rilke converso dejó de esperar las voces del más allá y se empeñó en sustituirlas por una voz más controlable: la observación.

La creación es una libertad que se limita a sí misma. Valéry se impone su propio canon: “Quizá lo más extraordinario del trabajo artístico es ser un trabajo esencialmente indeterminado. Se es de tal forma libre, que la parte más laboriosa de la tarea es crear el problema mucho más que resolverlo”. La creación es una combinatoria interminable, un juego entre lo voluntario y lo involuntario, en el que el poeta intenta “imitar, hacer habituales y funcionales los hallazgos que en principio eran azarosos”. Valéry no encuentra ninguna diferencia entre las actividades mentales realizadas para componer un poema y para cualquier otra tarea intelectual.

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Este complicado juego de propósitos, vaguedades, certezas, preferencias, cálculo y sentimiento es el proceso creador. El creador siempre busca de manera consciente o inconscientemente, dirigido pro un proyecto formulado, o por un proyecto vital, que no es más que el atractivo resonar en el sistema de las preferencias. Romper el lazo entre las actividades pequeñas, cotidianas y minúsculas de la inteligencia, como son el ver, atender, recordar o sentir cariño, y las actividades importantes, como el arte o la ciencia, me parece falso y, además, devaluador de la inteligencia humana. Encuentro verdadera y además estimulante la idea de que la personalidad creadora sea la que es capaz de inventar, elegir y mantener un proyecto creador, abriendo dentro de sí una zona de desarrollo remoto, en la que su libertad puede ampliarse. El proyecto no es sólo el final entrevisto, sino la constancia mantenida. La creación no es una operación formal, sino biológica, expuesta a azares y prolongada por el afán de una subjetividad que quiere ampliar su libertad.

Las actividades de evaluación

Todo acto libre está agitado por ese mismo trajín de ir de lo que soy a lo que quiero ser, sin saber muy bien de qué se trata.

Toda acción dirigida a un fin tiene que ir acompañada de un criterio que le permita reconocer la meta. El criterio nos sirve para discernir si hemos alcanzado la meta y, mientras no la hayamos alcanzado, si vamos por buen camino.

El matemático posee un criterio formal, absolutamente seguro, que le permitirá saber si una solución es correcta, pero mientras está en camino tiene que apelar a otros conocimientos más imprecisos.

La situación es todavía más complicada cuando se trata de problemas mal definidos, para los que se carece de criterio objetivo seguro. Perkins dice que “”Crear es el proceso de seleccionar gradualmente entre una infinidad de posibilidades”. Y según Valéry, “las tres cuartas partes de un trabajo bien hecho consiste en rechazar”. Las filosofías medievales decían que el acto principal del artista es juzgar. Yo diría que es crear la norma para juzgar, un criterio privado, y juzgar la obra de acuerdo con él. Un criterio sin valor o una aplicación sin perspicacia malogran una obra.

Es intrigante que los criterios tengan especial eficacia para negar. Rechazan con innegable certeza. Según Bergson, “La intuición prohibe”, “Antes de ver una cosa clara, lo que se ve claro es que hay algunas maneras de las que no puede ser en absoluto.” Detecta la imposibilidad antes que la posibilidad.

Cuando se lee un libro dentro de un proyecto, se busca en él cualquier cosa aprovechable: una imagen, un escenario, una situación que a la luz del proyecto aparezca significativa.

La realización de una obra de arte va acompañada de una evaluación continuada. Los teóricos de la Inteligencia Artificial han recalcado la eficacia de trasladar los resultados de una operación de búsqueda a la meta que dirige esa operación. El proyecto enriquecido va a confirmar la validez de la información que le ha enriquecido, mostrando al autor nuevas posibilidades.

El estilo que tiene el Yo ejecutivo para dar la orden de parada es un componente de la inteligencia. La evaluación última y la orden de parada son una fase fundamental en el ejercicio de la inteligencia, en la que conocimiento y afectividad, información y

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sentimientos vuelven a trenzarse. La inteligencia hace muchas cosas, además de computar información: inventa proyectos, piensa valores, negocia la aplicación de la energía, construye criterios, evalúa y mantiene las tareas hasta el límite más adecuado, lo que es más fácil de decir que de hacer.

Valéry planteó un problema real, que no afecta sólo al arte, sino a toda la conducta inteligente. ¿Cuál es el nivel óptimo de perfección de una obra? En algún momento hemos de detener esa búsqueda de la supuesta perfección. Nos enfrentamos aquí con el más peliagudo problema que se presenta a la inteligencia. ¿Cómo saber si el criterio que utiliza para evaluar es el mejor posible? La calidad de una obra depende de la calidad del criterio, pero ¿quién nos advierte sobre la calidad del propio criterio? Una obra de arte es la encarnación de un sistema de preferencias, el resultado de una copiosísima teoría de elecciones.

Necesitamos elegir, y elegir con acierto. La ausencia de un canon objetivo nos arroja en brazos de una subjetividad, de la que esperamos que invente su propio criterio, y que no lo haga arbitrariamente. Cuando queremos seleccionar nuestras obras o acciones tenemos la paradójica pretensión de dejarnos guiar por nuestras preferencias y de que esas preferencias alumbren valores objetivos. A partir de evidencias subjetivas aspiramos a descubrir verdades universales.

La inteligencia humana es una inteligencia animal transfigurada por la libertad. La inteligencia creadora obra haciendo proyectos. El más arriesgado proyecto de la inteligencia es crean un modelo de inteligencia, de sujeto humano, de humanidad. La subjetividad humana, libre y creadora, contemplada como ideal, y proyectada como máximo despliegue de la inteligencia, tal vez pueda servirnos como criterio último de nuestro comportamiento, incluido el de nuestra inteligencia.

Yo ocurrente y Yo ejecutivo

La creación artística nos remitió una y otra vez al Yo creador. No se pueden explicar sus alardes sin apelar a la capacidad evaluadora del artista. Inventar es fácil, lo difícil es acertar. Repetir es fácil, lo difícil es innovar. En el acierto y en la innovación intervenía el sistema de valores que, en términos imprecisos e ingenuos se llama “gusto”.

La primordial tarea de la inteligencia es construir un sujeto inteligente. La inteligencia no es algo que se tiene o no se tiene, ni solamente es algo que se tiene más o menos, sino que es, sobre todo, algo que se va haciendo o deshaciendo. El hombre descubre posibilidades en la realidad, lo que quiere decir que también en su propia realidad descubre posibilidades. Una de ellas es actuar libremente. No es en estricto sentido una propiedad suya, sino una posibilidad que ha de descubrir y realizar, como todas las demás, mediante un proyecto. Desde lo que soy anticipo lo que quiero ser y esta irrealidad producida en mí mismo, y resonando en mí mismo, me atrae hacia ella.

La inteligencia humana es la transfiguración de una inteligencia computacional por la libertad. El proyecto creador definitivo de la inteligencia es la creación de su propia subjetividad inteligente. La creación de la propia libertad ha de acomodarse a la estructura de todo proceso creador. Al reflexionar sobre los proyectos creadores de la propia libertad, el hombre ha de considerar los criterios de evaluación con que va a regirse.

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Inteligencia creadora

Estamos sometidos a los accidentes biográficos, nos determinan tanto que parece un sarcasmo hablar de crear la libertad, o incluso de libertad a secas. Conviene que veamos cómo se desarrollan las negociaciones para la libertad.

Al principio describí la inteligencia como la capacidad de suscitar, controlar y dirigir nuestras “ocurrencias”, definidas como “especie u ofrecimiento que ocurre a la imaginación”. Podemos aplicar el nombre a todo tipo de acontecimiento mental que se hace consciente. Todo ofrecimiento a la conciencia es una ocurrencia. Las ocurrencias apaecen con una cierta impersonalidad. Nada delata su origen. No somos dueños de nuestras ocurrencias.

Sin embargo, la teoría de la impersonalidad de las ocurrencias no acabó de cuajar en los hablantes. Lo que había descubierto el lenguaje es que las ocurrencias no son impersonales, sino nuestras, porque mantienen cierta independencia.

Reconozco sin dificultad dos tipos de ocurrencias. Unas se me imponen o se me resisten, y ante ellas me siento impotente. Cuando vuelve una preocupación que quiero alejar, siento su poder frente a mí. La misma independencia descubro en la acción opuesta: no consigo traer a la conciencia el dato preciso, ni consigo la ocurrencia brillante y oportuna. Otras ocurrencias se me ocurren a mí, suscito su aparecer, aunque por procedimientos que en general ignoro. Puedo recordar voluntariamente una imagen o inventar una frase ingeniosa o poética. En estas ocasiones me siento dueño de mi conciencia, aunque lo hago de la misma forma como manejo un ordenador cuyo mecanismo desconozco.

Ha aparecido en varias ocasiones esta índole dialéctica, dialógica, disputada, pugnaz, de nuestra subjetividad. La humanidad ha experimentado siempre que fuerzas desconocidas dominaban gran parte de los accesos a la conciencia. El hombre mantiene una perpetua lucha por ser dueño de su conciencia, dirigir a voluntad sus manifestaciones, elegir los estados de ánimo, lograr la claridad de las visiones, o hablar el lenguaje deseado. El objetivo final era liberarse de las ocurrencias no controladas. El carácter del hombre es su destino y el carácter no es más que un estilo poderoso e insumiso de presentarse las ocurrencias en nuestra conciencia.

El hombre reconoce origen de algunas de sus ocurrencias, actúa como suscitador o director. Se comporta, pues, ejecutivamente: imagina, grita, recuerda, dirige la mirada, puede elaborar planes y ejecutarlos. En otras ocasiones, por el contrario, las ocurrencias vienen a su conciencia. Desde él mismo, sin duda, pero lo hacen espontáneamente, carecen de autorización, son involuntarias.

A este último aspecto del Yo lo llamé Yo ocurrente, y es el que produce las ocurrencias sin mi autorización; el Yo computacional, podríamos decir. Al Yo, en cuanto dirige o suscita la producción de ocurrencias, lo he llamado Yo ejecutivo. Y como entre sus operaciones está la de promulgar proyectos creadores, también lo he llamado Yo creador. Y como no tiene una autoridad omnipotente, sino que tiene que contar con los caprichos del Yo ocurrente y negociar con ellos, también lo he llamado Yo negociador.

La más originaria fuente de nuestras ocurrencias es el cuerpo. Nos proporciona ocurrencias perceptivas internas y externas. Él nos introduce en el ámbito de las necesidades, los deseos, las tendencias, los valores. El cuerpo es un sistema productor de significados. Vivimos acontecimientos fisicoquímicos como ocurrencias, es decir, como significados que

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Inteligencia creadora

podemos objetivar. Un básico estrato de nuestras conductas y preferencias está determinado por el estado físico.

Otra fuente de ocurrencias es la enfermedad mental. En una personalidad puede formarse un nicho impenetrable –las manías, obsesiones, fobias, alucinaciones, escrúpulos, delirios– que a veces coexiste con conductas normales. La enfermedad en un sistema de producción de significados que se hace impenetrable a la inteligencia: el sujeto no puede alterar su funcionamiento y se siente sometido a esos significados que le abruman. Para el enfermo la percepción ha perdido su fuerza de evidencia. Esta devaluación de la experiencia se da también en los prejuicios insalvables. La inteligencia puede describirlos, pero no penetrar en ellos.

El Yo ocurrente incluye muchos sistemas autónomos de producción de significados: la memoria, la alegría, la timidez, el miedo, la cólera, la envidia, el estilo, el estado de ánimo, las actitudes. El carácter es un sistema estable de producir ocurrencias y muchas veces se opone a nuestra voluntad. Todos ellos funcionan fuera del campo consciente y los conocemos sólo por sus resultados. El Yo ocurrente es, pues, el conjunto de sistemas de producción de significados que funcionan con una cierta autonomía fuera del control del Yo ejecutivo.

Los sueños son conexiones de significados que no dirigimos conscientemente. Cuando hable de significado no me refiero forzosamente al lenguaje. Hay significados prelingüísticos.

El Yo ejecutivo es una ocurrencia del Yo ocurrente. Somos movidos por nuestras tendencias, que no son el obstáculo, sino el sustento de nuestra libertad. Entre el deseo y el acto, entre el proyecto y la realización, no hay estricta causalidad. Hay motivación. La autodeterminación es una propiedad real, pero la inteligencia y la libertad son posibilidades que pueden realizarse o abortarse.

La inteligencia computacional del ser humano está formada por un conjunto de sistemas de producción de ocurrencias sometidos a una parcial autodeterminación. El sujeto, desde el Yo ocurrente, puede formular proyectos diferentes, todos los cuales pueden ser de un proyecto primario. La libertad creadora es el juego de las facultades. La inteligencia y la libertad son hábitos adquiridos.

Las teorías de la inteligencia aceptan que hay “inteligencias modulares”, independientes unas de otras, aunque guarden una correlación. La inteligencia debe ser evaluada atendiendo a los fines que se propone. La inteligencia se caracteriza por resolver problemas, pero, antes de eso, se distingue por plantearlos. El descubrimiento de lo problemático es un paso esencial en la creación de teorías nuevas. El hombre construye su inteligencia con arreglo a un proyecto, que descubre sus posibilidades reales. La inteligencia libre decide cómo va a ampliar sus posibilidades computacionales. Sólo un proyecto creador suscita una inteligencia creadora.

No es la agilidad, ni la potencia, ni la rapidez de nuestras facultades mentales lo que nos define, sino el modo como configuremos con ellas nuestra libertad. La creación de la propia subjetividad y del mundo que la acompaña es la gran tarea de la inteligencia. Una de las grandes creaciones de la inteligencia humana ha sido concebirse y proyectarse como subjetividad libre. La inteligencia humana se edifica a partir de la inteligencia computacional capaz de autodeterminarse.

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Inteligencia creadora

La razón es un proyecto de la inteligencia, que aparece cuando la inteligencia decide dejarse controlar por evidencias universales. La evidencia del error muestra la inseguridad de las evidencias privadas. La necesidad de ponerse a salvo del error obliga al hombre a buscar evidencias más fuertes. El enajenado o el fanático no puede abandonar la cárcel de sus evidencias. Al percatarse de cuán fácilmente nos engañan nuestras evidencias privadas, el sujeto se da cuenta de que su inteligencia no es autosuficiente. No es de fiar una sedicente verdad que no pueda ser captada como verdad por una inteligencia en pleno de sus facultades.

Piaget y Kohlberg señalan que la capacidad para ponerse en lugar del otro funda el comportamiento moral. Además, reconocer la inteligencia de cada persona y la posibilidad de que cualquiera pueda estar een lo cierto, obliga a explicar y escuchar, a justificar y criticar: todo esto contituye la racionalidad.

Todas las operaciones mentales se hacen racionales cuando intervienen en ese nuevo proyecto de buscar evidencias intersubjetivas. La razón no es una facultad especial: es un proyecto de la inteligencia, decidida a saber si hay evidencias más fuertes que las privadas, a evaluarlas y a aceptarlas si llegara el caso.

La inteligencia racional ha encontrado un modelo de humanidad que puede servir de criterio para evaluar elecciones. Ese valor es la dignidad humana. La justicia consiste en dar a cada uno lo suyo, esto es, lo que le pertenece. El hombre es una inteligencia computacional que se autodetermina.

Podría encerrarme en la exaltación de mi propia autonomía si la razón no me forzara a admitir las evidencias ajenas. De un “hecho” no se deriva un “derecho”, convivir en el ámbito de derechos compartidos, aparece como un bien universal. Los derechos naturales son un proyecto creador que la inteligencia racional persigue. Sólo la inteligencia racional puede afirmar la dignidad. Quien se refugia en su evidencia privada lo hace por autosuficiencia, desprecio o miedo. El irracionalismo lleva al crimen y a una cruel discriminación de los seres humanos. La manera más inteligente de ser inteligente es crear la dignidad humana, la libertad y la verdad como proyecto supremo.

Muchos asuntos quedan pendientes, pero Kant tenía razón cuando menciona que no hay nada más idealista que la razón, Husserl tenía razón al decir que la razón es el telos de la humanidad.

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