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Michael Harner

La senda del Chamán210HWH

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PLANETA

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0 0 1 4 2 7COLECCION: PLANETA INSOLITO

Diseño de portada: Patricia Díaz y María Consuelo Vega

D e r e c h o s R e s e r v a d o s p a r a A m e r i c a L a t i n a

© 1980, Michael HarnerPublicado mediante acuerdo con Michael Harner c/o John Brockman Associates, Inc., New York

© 1993, Editorial Planeta Mexicana, S.A. de C.V., Grupo Editorial Planeta de México

ISBN: 968-406-362-8

PLANETA COLOMBIANA EDITORIAL S.A.

Primera reimpresión (Colombia): julio de 1994

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.

Impreso en Colombia - Printed in Colombia

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A Sandra, Terry y Jim.

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Mi m ás sincero agradecim ien to por dejarm e utilizar m aterial reg istrado de los libros siguientes: Spint, Spirit: Sbamun Songs de D avid Cloutier. C opyrigh t 1975 p o r D avid Cloutier. Publicado con el pe rm iso del au to r y de C opper Beech Press. «El juego de la m ano de los indios Cabeza P lana» de A lan P. M erriam . Journal o f A m erican Folklore 68, 1955. C opyrigh t 1955 del A m erican Folklore Society.

T am b ién m e gustaría agradecer a Bruce W oych y K aren Ciatyk su ayuda en la investigación y los consejos de mi ed ito r Jo h n Loudon así com o los de mi m ujer Sandra H arner.

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«...Los curanderos aborígenes, lejos de ser unos granujas, ignorantes o charlatanes, son hom bres de una gran categoría; esto quiere decir, hom bres que han llegado a un estado de conocim iento sobre la vida secreta, que va más allá de lo que la conocen la mayoría de los adultos, esto im plica disciplina, en trenam ien to m ental, valor y perseverancia... son hom bres que m erecen nuestro respeto, a m enudo poseen una personalidad sobresaliente... son de una gran im portancia social, la salud psicológica de su grupo depende en gran parte en la creencia en sus poderes... los num erosos poderes psíquicos que se les atribuyen no deben ser dejados a un lado pensando que sólo se tra ta de magia p rim itiva y "de m entirijillas", ya que muchos de ellos se han especiali­zado en el funcionam iento de la m ente hum ana y en la influencia de la m ente en el cuerpo y de la m ente sobre la propia mente...».

T om ado de A boriginal M en o f H tgh D egree del antropólogo australiano A. P. Elkin (1945: 78-79).

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Sobre e l autor:

M ichael J. H a rn e r enseña en la G radúate Faculty del N ew School for Social R esearch de N ueva Y ork, donde fue d irec to r del d e p a rta ­m e n to de A n tro p o lo g ía desde 1973 hasta 1977. E n la actualidad es co-director de la Sección de A ntropo log ía de la A cadem ia de Ciencias de N ueva Y ork. H a rn e r ha enseñado en C olum bia, Yale, y la U n iv ersi­dad de C alifornia e n Berkeley, donde se doctoró y desem peñó el puesto de d irec to r ad jun to del M useo Lowie de A ntropología . Sus investiga­ciones sobre las culturas de los indios am ericanos le h an llevado a las reg iones am azónicas de Sudam érica, así com o a m uchos o tro s lugares de M éxico y N orteam érica . E n tre los libros escritos p o r H a rn e r se en cu en tran The Jívaro, Hallucinogens and Sham anism , y una reciente novela, Cannibal, de la que es co-autor.

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índice

E xordium 19C apítu lo I. D escubriendo la senda 29C apítu lo II. El viaje cham ánico: In troducción 49C apítu lo III. C h am an ism o y estados de conciencia 71C apítu lo IV. A nim ales de poder 91C apítu lo V. El viaje para recuperar el po d er 107C apítu lo VI. Práctica del poder 1 35C apítu lo VII. Extracción de in trusiones dañ inas 157Epílogo 183A péndice A: T am bores, m aracas y dem ás ayudas 191A péndice B: El juego de la m ano de los indios cabeza p lana 193Bibliografía 199

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EXORDIUM

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Los c h a m a n e s , A q u i e n e s e n n u e s t r o m u n d o civilizado den om in a­m os «curanderos» y «brujos», son poseedores de un im portan te corpus de antiguas técnicas que utilizan para curar y procurar

bienestar tan to a los m iem bros de la com unidad com o a s í m ism os. Curiosam ente, estos m étodos chamánicos son sim ilares en todo el mundo, incluso en tre pueblos cuyas culturas difieren en otros muchos aspectos y que, separados p o r océanos y continentes durante decenas de m iles de años, no han tenido ningún tipo de contacto.

Estos pueblos a los que llam am os prim itivos, al carecer de nuestra avanzada tecnología médica, tuvieron que desarrollar las capacidades naturales de la m en te en lo referen te a salud y m étodos curativos. La uniform idad d e las técnicas chamánicos parece in d ita r que, a fuerza de probar y equivocarse, pueblos diversos llegaron a las m ism as conclu­siones.

El cham anism o es una gran aventura m en ta l y emocional, en la que paciente y cham án participan en igual medida. Con sus esfuerzos y su viaje heroico, e l cham án ayuda a sus pacientes a trascender su concep­ción norm al y cotidiana de la realidad, que incluye la visión que de s í m ism os tienen com o enferm os. E l cham án com parte sus poderes esp e­ciales con los pacien tes y , en un n ive l profundo de conciencia, les convence de que hay alguien que pon e lo m ejor de s í m ism o en ayudar­les. El auto-sacrificio de l cham án provoca en el pacien te un com pro­miso m oral que le obliga a luchar codo a codo con aquél para ayudarse a s í m ism o.

Estam os em pezan do a dam os cuenta de que n i siquiera la m oderna

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2 0 MICHAEL HARNHR

m edicina occidental, que a veces parece obrar milagros, pu ede solucio­nar todos los problem as que tienen los enferm os o aquéllos que quieren p reven ir la enferm edad. Profesionales y pacien tes buscan cada día nue­vos m étodos suplem entarios y muchos de los que se encuentran en tre la población sana llevan a cabo experim en tos p o r su cuenta para descubrir alternativas viables que procuren bienestar. A menudo, en e l transcurso de estos experim entos, se hace difícil, no sólo para e l profano, sino incluso para e l profesional, d istinguir lo falso de lo eficaz. Los antiguos m étodos chamánicos, p o r e l contrario, han superado la prueba del tiem po; se han experim entado, de hecho, durante mucho más tiem po que, p o r ejem plo, e l psicoanálisis y otras técnicas psicoterapéuticas. Uno de los propósitos de este libro es brindar al h om bre occidental, p o r prim era vez, la oportunidad de beneficiarse de estos conocim ientos en su búsqueda de tra tam ien tos que com plem en ten la m edicina tecnoló­gica actual.

Em pleando los m étodos descritos en este libro ten drá Ud. la op o r­tunidad de adquirir experiencia en e l p o d er chamánico para ayudarse a s í m ism o v a los demás. En m is sem inarios de aprendizaje de p o d er y curación chamánicos en N orteam érica y Europa, los estudiantes han dem ostrado repetidam en te que a la m ayoría de los occidentales se les pu ede iniciar sin dificultad en las técnicas chamánicos. Son tan podero­sas y conectan tan profun dam ente con la m en te hum ana que las creen­cias, principios y concepciones culturales resultan irrelevantes.

Quizá alguien se pregun te si e l cham anism o pu ede aprenderse en un libro. Hasta cierto punto la pregunta está justificada: en últim a instancia, los conocim ientos chamánicos sólo se pueden adquirir p o r experiencia personal. Sin em bargo, hay que aprender los m étodos para poder utilizarlos, y esto se puede hacer de muchas maneras. P or e jem ­plo, en tre los com bos de l A lto A m azonas «.aprender de los árboles» se considera m ejor m étodo que aprender de otro chamán. En la Siberia aborigen una de las principales fuentes de conocim iento chamánico era la experiencia m uerte ¡resurrección. En ciertas culturas preliterarias hay gen te que responde de m anera espontánea a la «llam ada» del cham a­nism o sin ningún en trenam ien to específico, m ientras que en otras se aprende bajo la guía de un chamán practicante durante un período que puede abarcar de uno a cinco años o más.

En la cultura occidental, la m ayoría de la gen te jam ás conocerá un

i

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chamán, p o r no hablar de aprender con uno. Pero, dado que la nuestra es una cultura literaria, no tien e p o r qué darse e l tán dem maestro- discípulo; una guía escrita pu ede ofrecer la inform ación m etodológica esencial. A unque a l principio parezca difícil apren der las técnicas cha- mánicas en un libro, no lo deje. SuS propias experiencias dem ostrarán su eficacia. Como en cualquier otro cam po de conocimiento, siem pre es m ejor trabajar personalm en te con un profesional. A quéllos que a sí lo deseen pueden participar en los sem inarios (ver apéndice A ).

En el cham anism o, la conservación de la prop ia energía es fun da­m enta l para e l bienestar. El libro le enseñará algunos m étodos para m an ten er y recuperar esa energía y usarla en ayuda de los débiles, enferm os o heridos. Las técnicas son sencillas y eficaces. Su utilización no requiere «fe» ni cam bio alguno en las concepciones que se tienen de la realidad en un estado norm al de conciencia. D e hecho, el sistem a ni siquiera requiere un cam bio a n ive l de conciencia profunda, porque sólo «desp ierta» lo que y a está ahí. Sin em bargo, aunque los m étodos cha­mánicos elem entales son sencillos y fáciles de aprender, e l ejercicio efectivo requiere autodisciplina y dedicación.

A l practicar el cham anism o, uno se traslada de lo que yo denom ino Estado N o rm a l de Conciencia (E N C ) a un Estado Chamánico de Con­ciencia ÍECC). Estos estados d e concienca son la clave para entender, p o r ejem plo, a qué se refiere Carlos Castañeda cuando habla de «reali­dad norm al» y «realidad no-norm al». La diferencia en tre am bos estados se pu ede en ten der m ejor si hablam os de animales: dragones, grifos y otros anim ales que en un E N C consideraríam os «m íticos», son «reales» en un ECC. La idea de que hay anim ales «m íticos» es válida y ú til en la «vida cotidiana», pero superflua e irrelevan te en las experiencias que se tienen en un ECC. El térm in o «fantástica» se puede aplicar a una experiencia en ECC p o ru ñ a persona que se halle en ENC. A la inversa, una persona en ECC pu ede percib ir que las experiencias en E N C son ilusorias en térm in os del ECC. A m bas tienen razón, considerando el punto de vista particular de sus respectivos estados de conciencia.

El chamán tien e la ventaja de poder trasladarse de un estado a otro a voluntad. Puede en trar en e l E N C del no-cham án y com partir una m ism a realidad con éste. Luego puede vo lver al ECC y ob ten er confir­mación directa d e l testim onio de otros que han relatado sus experien ­cias en ta l estado.

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22 MICHA El. HARNEK

O bservar con los propios sentidos es la base de una definición em pírica d e la realidad; y aún no se ha dem ostrado de m anera feh a ­ciente, n i siquiera en e l ám bito de las ciencias de la «realidad norm al», que haya un único estado d e conciencia que p erm ita observaciones directas. El m ito en tra den tro de la realidad n orm al de un ECC, m ien ­tras que para e l E N C e l m ito perten ece a una realidad no-normal. Es m uy difícil e m itir juicios im parciales sobre la va lidez de un estado determ inado de conciencia desde su opuesto.

Para com pren der la hostilidad «em ocional», profun dam ente arrai­gada, con que algunos círculos recibieron los trabajos de Castañeda, hay que te n e r en cuenta que prejuicios de este tipo son inevitables: Es connatural a l etnocen trism o en tre culturas. Pero en este caso no se trata d e la estrechez de m iras de una experiencia cultural, sino m ental. Los que m ás prejuicios tien en respecto a l concepto d e realidad no-norm al son aquéllos que jam ás la han experim entado. A este paralelo d e l etnocen trism o podríam os denom inarlo cognicen trism o.

U n paso hacia la solución d e ta l prob lem a sería que cada vez hubiera más chamanes, que la g en te experim en tara p o r su cuenta el ECC. Tales chamanes, com o se ha venido haciendo en otras culturas desde tiem p o s rem otos, podrían entonces tran sm itir sus vivencias en la realidad n o-n orm al a aquellos que jam ás las han tenido. Su p a p e l sería com parable a l d e l antropólogo, quien, participando activam en te en una cultura d iferen te a la suya, pu ede hacer com pren der esa cultura a los que la sien ten extraña, incom prensible e inferior.

Los antropólogos contribuyeron a que ev item os los peligros d e l etnocen trism o enseñándonos a com pren der una cultura en térm in os de las concepciones que sobre la realidad tien e dicha cultura. Los cham anes occidentales pu eden rendir un servicio sim ilar en lo que se refiere al cognicentrism o. Los an tropólogos nos han descubierto e l re la tiv ism o cultural. Lo que los cham anes occidentales pu eden hacem os com pren ­der, hasta cierto punto, es e l re la tiv ism o cognitivo. M ás tarde, una vez que se haya adquirido un conocim iento em pírico d e l ECC, em pezarán a respetarse sus prin cipios m etodológicos. Q uizá entonces estarem os p r e ­parados para llevar a cabo un análisis im parcial y científico d e las experiencias en e l ECC desde un ENC.

Puede que algunas personas m antengan que la razón d e que los hum anos pasem os la m ayor p a rte d e nuestra vida en e l E N C se debe a

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la selección natural, que lo estableció así porque ésta es la realidad real y cualquier otro estado de conciencia, a excepción de l sueño, es una aberración que pon e en peligro nuestra supervivencia. En otras pala­bras, y según ta l argum ento, percibim os la realidad como lo hacem os porqu e es lo m ejor en térm in os de supervivencia. Sin embargo, avances recientes en neuroquím ica han dem ostrado que el cerebro hum ano posee sus propias sustancias alucinógenas, tales com o la d im etiltrip ta- m in a x. En térm in os de selección natural, pues, parece im probable que existieran tales sustancias si no fuera porque su capacidad de alterar el estado de conciencia aporta ciertas ventajas. Es com o si la N aturaleza m ism a hubiera decidido que, en determ inadas ocasiones, un estado de conciencia alterado es superior a un estado normal.

En Occidente estam os sólo em pezan do a dam os cuenta de las im portan tes repercusiones que pu ede ten er e l estado m en ta l en lo que hasta ahora habíam os considerado cuestiones m eram ente «físicas». Cuando, en un caso de em ergencia, un cham án aborigen australiano o un lam a d e l T íbet practican e l «.viaje rápido» — un estado de trance o técnica d e l ECC que p erm ite recorrer largas distancias a mucha velocidad— , estam os claram ente fren te a un caso de técnicas de su per­vivencia que, p o r definición, no son factibles en un E N C 2.

A hora sabem os tam bién que muchos de nuestros m ejores atletas entran en un estado alterado de conciencia en e l transcurso de las pruebas en que consiguen sus m ejores marcas. En resum en, pues, no parece apropiado decir que un único estado de conciencia es superior en cualquier circunstancia. E l chamán sabe que ta l afirm ación es, no sólo falsa, sino peligrosa para la salud y e l bienestar. El chamán, haciendo uso d e unos conocim ientos atesorados durante milenios, así com o de sus experiencias personales, sabe cuándo es apropiado, e incluso necesario, un cam bio d e conciencia.

En e l ECC, e l cham án no sólo experim en ta lo que es im posib le en un ENC, sino que lo hace. Incluso si se dem ostrara que todo lo que experim en ta e l cham án que se encuentra en ECC es sólo fru to de su m ente, para é l la realidad de ese m undo no sería m enor. D e hecho, ta l conclusión vendría a significar que las experiencias y las acciones d e l cham án no son im posibles en térm in os absolutos.

Los ejercicios que ofrezco en este libro representan m i in terpre ta ­ción personal de algunos de los m étodos chamánicos, d e m iles de años

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d e antigüedad, que y o he aprendido d irectam ente de los indios de N orte y Sudamérica y que he com pletado con la inform ación que brinda la literatura etnográfica, incluyendo la de otros continentes. H e adaptado los m étodos de m anera que los lectores occidentales, cualesquiera que sean sus creencias religiosas o sus preferencias filosóficas, puedan usar estas técnicas en la vida diaria. Los m étodos son para aquéllos que gozan de buena salud así com o para los que están «sin espíritu » o padecen otro tipo de enferm edad. D esde el punto de vista chamán ico, la energía personal es básica para la salud en cualquier circunstancia de la vida.

Si se le quiere sacar el m ayor partido a este libro, hay que procurar llevar a cabo los ejercicios precisam ente en e l m ism o orden en que se presen tan y no pasar al siguiente hasta haber obtenido los resultados deseados con el anterior. H ay personas que pueden cubrir las distintas fases en sólo unos días, pero lo más norm al es que se tarden sem anas o meses. Lo im portan te no es la rapidez, sino la práctica personal cons­tante. M ientras se sigue la disciplina en la práctica de los m étodos que se han aprendido, uno está en cam tno de convertirse en chamán. ¿ Y e n qué m om en to ya se es cham án? Tal status sólo puede ser conferido p o r aquéllos a quienes se in ten te ayudar en cuestiones que tienen que ver con la energía y con la curación. En otras palabras, lo que determ ina la condición de cham án es el éxito reconocido en la práctica de l chamanismo.

Tendrá ¡Jd. oportunidad de descubrir que, prescindiendo p o r com ­p le to de l uso de drogas, Ud. puede a lterar su estado de conciencia y en trar en la realidad no norm al de l cham anism o siguiendo los m étodos chamánicos clásicos. Una vez en e l ECC, pu ede Ud. convertirse en viden te y llevar a cabo personalm en te el viaje chamánico con e l fin de adquirir conocim ientos de prim era mano sobre un universo oculto. Descubrirá tam bién cóm o beneficiarse de sus viajes en térm inos de curación y salud, usando antiguos m étodos que prefiguran, a la ve z que ' sobrepasan, la psicología, la medicina y la espiritualidad occidentales. A prenderá, adem ás, otros m étodos, aparte de los viajes, para conservar y acrecentar la energía personal.

Los occidentales, a l enfrentarse p o r prim era ve z con estos ejercicios, suelen sen tir una cierta inquietud. En todos los casos que yo conozco, sin em bargo, la ansiedad inicial ha dado un paso a sen tim ien tos de descu­brim iento, excitación positiva y confianza en uno m ism o. N o es acci-

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LA SENDA DEL CHAMAN i; * I 25i ! = . J

■ V í. j. 1 M P , IS

den ta l que e l térm in o éx tasis haga referencia tan to a l trance chamánico o ECC com o a un estado d e gozo desbordante. La experiencia chamá- nica es de carácter positivo , según se ha venido dem ostrando durante m iles de años y com o y o he podido com probar repetidam en te en mis sem inarios, cuyos participan tes han representado una am plia gam a de personalidades.

Puede decirse que e l ECC es más seguro que soñar. En los sueños uno no pu ede librarse voluntariam ente de experiencias no deseadas o pesadillas. En un ECC, p o r e l contrario, se entra a voluntad y, dado que se trata de un estado de vigilia consciente, se pu ede salir de él con la m ism a facilidad y regresar en cualquier m om ento a l ENC. A diferencia de las experiencias que se tienen con los alucinógenos, no se da un plazo de tiem p o prefijado qu ím icam ente durante el que uno deba hallarse en un estado alterado de conciencia; tam poco existe la posibilidad de verse atrapado en un «m al viaje». Los únicos peligros dignos de m ención que pu ede acarrear el cham anism o son, que yo sepa, de carácter social o político. Ser un cham án en Europa en tiem pos de la Inquisición fue, sin duda alguna, peligroso; incluso hoy en día, en tre los jíbaros, se puede correr e l riesgo de ser tachado de brujo o chamán «maléfico», que es una vertien te d e l cham anism o que no se enseña en este libro.

Esta presentación es esencialm ente fenom enológica. N o voy a explicar conceptos y prácticas chamánicos en térm in os de psicoanálisis o cualquier otro sistem a teórico occidental m oderno. Las razones ú lti­m as d e l cham anism o y los m étodos curativos chamánicos son, desde luego, m uy in teresantes y m erecen un estudio a fondo, pero una in vesti­gación científica encam inada a descubrir los m ecanism os de funciona­m iento de l cham anism o no es necesaria a la hora de enseñar e l método, que es lo que aqu í se pretende. En otras palabras, las preguntas que el occidental pueda hacerse sobre p o r qué es efectivo e l cham anism o no son necesarias para aprender y pon er en práctica los métodos.

In ten te prescindir de todo prejuicio crítico cuando com ience a estu­diar las técnicas chamánicas y, sencillam ente, disfrute de las aventuras que éstas le brindan. A sim ile lo que lea, póngalo en práctica y observe a dónde le conducen sus exploraciones. En los días, sem anas y años siguientes a la utilización de estos m étodos, ya tendrá tiem po de refle­xionar acerca de lo que significan desde un punto de vista occidental. El modo más efectivo de aprender el sistem a i e los chamanes es m an e­

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26 M1CHAEL HARNER

jan do los m ism os conceptos básicos que pilos usan. P or ejem plo, cuando hablo de «espíritus» es porqu e ésa es la expresión que utilizan los chamanes. Para practicar e l cham anism o resulta innecesario, y <t veces perjudicial, preocuparse p o r llegar a una com prensión científica de lo que los «espíritus» representan o de p o r qué funciona e l chamanismo.

Los libros d e Carlos Castañeda, al m argen de las cuestiones que hayan suscitado en lo concerniente a su grado de novelización, han brindado un servicio inestim able a la hora de iniciar a los occidentales en la excitante aventura d e l cham anism o y los principios que lo sustentan.

En las páginas que siguen no voy a resum ir e l m ateria l recogido p o r Castañeda ni a establecer equivalencias en tre sus conceptos y los que aquí se usan, aunque a muchos lectores d e sus libros les resultarán obvios ciertos paralelism os.

Lo que s í querría p o n er de re lieve es que las obras de Castañeda no hacen mucho h incapié en la curación, aunque es una de las funciones más im portan tes d e l cham anism o. Q uizá ello se debe a que su don Juan cultiva básicam ente un tipo de cham anism o guerrero (m ago o encan­tador).

M i prin cipa l obje tivo es ofrecer un m anual introductorio sobre m étodos chamánicos de curación y preservación de la salud. A ún habría mucho que escribir, y quizá lo haga algún día, pero los pu n tos esenciales quedan aqu í expuestos para todo aquel que tenga capacidad y ganas de em p ren d er la senda d e l chamán. Los conocim ientos chamánicos, como cualesquiera otros, pu eden usarse para d iferentes fines, dependiendo de com o se utilicen. El m étodo que y o le presen to es e l d e l sanador, no el d el mago, y las prácticas que se describen tienen com o fin la consecu­ción d e l bienestar y la salud y e l p o d er ayudar a los demás.

Para acabar, debo decir, si no resulta y a evidente, que y o tam bién practico el cham anism o; no porque en tienda desde un E N C p o r qué funciona, sino, s im plem en te , porque funciona. Pero no lo crean porque yo lo digo: e l conocim iento chamánico verdadero ha de ex p e rim en ta rse y no se puede ob ten er de m í o de cualquier otro chamán. D espués de todo, e l cham anism o es, básicamente, una estrategia que p erm ite aprender p o r uno m ism o y actuar en base a ese aprendizaje. Yo le ofrezco una p a rte d e esa estrategia y le doy la b ienven ida a la antigua aventura chamánica.

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I.A SENDA DEL CHAMAN

' E.g„ Mandell 1978: 73.

2 Elkin 1945. 66-67; 72-73.

NOTAS

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Descubriendo la senda 1

M i primi-r t r a b a j o D t c a m p o de cierta duración com o a n tro ­pólogo fue hace m ás de vein te años, en las laderas del este de los A ndes ecuatorianos en tre los indios jíbaros, Untsuri

Shuar. P o r aquel en tonces los jíbaros e ran conocidos p o r una práctica casi desaparecida en nuestros días, la reducción de cabezas, y p o r el ejercicio in tensivo del cham anism o, que aún conservan. E n tre 1956 y 1957 conseguí reu n ir g ran can tidad de in form ación sobre su cultura, p ero en lo que concierne al m undo de los cham anes no fui m ás que un m ero espectador.

U n p a r de años después el M useo A m ericano de H is to ria N a tu ra l m e ofreció hacer una expedición a la A m azon ia p eru an a p ara estudiar, d u ran te un año, la cultura de los indios conibos de la reg ión del río Ucayali. Acepté, encan tado de te n e r la o p o rtu n id ad de investigar m ás a fondo las culturas de la selva del A lto A m azonas. Ese trabajo de cam po tuvo lugar en los años 1960 y 1961.

D os experiencias singulares e n tre los jíbaros y los conibos m e alen ta ro n a seguir la senda del cham án; m e gustaría com partirla s con Ud. Q uizá le descubran algo de ese m undo oculto e increíble que tiene a n te sí aquél que com ienza su pereg rina je cham ánico.

Llevaba casi un año viv iendo en un poblado conibos a orillas de un lago alim en tado p o r u n afluen te del Ucayali. Mi investigación a n tro p o ­lógica sobre la cultu ra conibos iba m uy bien, p e ro cuando in ten té recabar in fo rm ación sobre sus prácticas religiosas no tuve m ucho éxito. La g en te era am istosa , p e ro se m ostraba m uy re ticen te a hab lar de lo sobrenatural. P o r fin, m e d ije ron que si de verdad quería ap render,

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30 MICHAEL HARNER

tend ría que tom ar la bebida sagrada de los cham anes, hecha a base de ayahuasca, la «p lan ta del alm a». D ije que sí con una m ezcla de curiosi­dad e inquietud, pues m e adv irtieron que la experiencia iba a ser espantosa.

A la m añana siguiente, m i am igo T om ás, el m ás venerab le anciano del poblado, fue a la selva a co rta r las p lan tas. A n tes de m archarse m e dijo que ayunara’, poco desayuno y nada de alm orzar. V olvió a m ed io ­día con hojas y p lan tas de ayahuasca y cawa com o para llenar una olla de cincuenta litros. Le llevó toda la ta rde cocerlo, hasta que sólo quedó una cuarta p a rte del líquido negruzco. Lo echó en una botella vieja y lo dejó e n fr ia r hasta el atardecer, cuando, dijo, lo tom aríam os.

Los indios abozalaron a los p erro s de la aldea p a ra que no ladrasen. M e d ije ron que los ladridos pod ían volver loco al que tom ara la aya- huasca. Se h izo callar a los n iños y el silencio invadió el poblado con la caída del sol.

C uando la oscuridad engulló el breve crepúsculo ecuatoriano, T o m ás vertió ap ro x im ad am en te u n tercio de la bo tella e n u n cuenco de calabaza y m e lo pasó. T odos los indios observaban. M e sen tí com o Sócrates e n tre sus co m p atrio ta s a ten ienses acep tando la cicuta; recordé que u n o de los n o m b res que los pueblos de la A m azonia peruana daban a la ayahuasca e ra «la pequeña m uerte» . M e to m é la poción sin vacilar; ten ía u n sabo r ex trañ o , u n poco am argo . E speré en tonces a que T o m á s beb iera, p e ro d ijo que, al final, había decidido no participar.

M e tu m b a ro n e n el suelo de bam bú bajo el g ra n techo de paja de la choza com unal. E n la aldea no se o ían m ás que el ch irria r de los g rillos y los g rito s d is tan te s de u n m o n o aullador, allá e n la jungla.

M ien tras co n tem p lab a la oscuridad que m e rodeaba, aparecieron difusas líneas d e luz. Se h ic ieron m ás nítidas, m ás intrincadas, y esta lla­ro n en b rillan tes colores. V en ía un son ido de m uy lejos, com o de catara ta , cada vez m ás fuerte hasta llenarm e los oídos.

U nos m in u to s an tes m e había sen tido decepcionado, convencido d e que la ayahuasca n o m e iba a hacer n in g ú n efecto. A h o ra el son ido d e aquel to r re n te in u n d ab a m i cerebro. S en tí que se m e en tum ecía la m and íbu la y cóm o se m e iban para lizando las sienes. P o r enc im a del m í, aquellas líneas pálidas se hacían m ás b rillan tes y, poco a poco, se en trec ru za ro n h a s ta fo rm a r un dosel parecido a un a v idriera de dibujos geom étricos. D e u n fu erte to n o violeta , n o d ejaban de ex ten d erse com o

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haciendo un tejado que m e cubría. D e n tro de esta caverna celeste escuché, cada vez m ás in tenso , el ru ido del agua y vi unas figuras d ifum inadas que se m o v ían vagam ente. A m edida que m is ojos se aco stu m b raro n a aquella p en u m b ra , la escena fue to m an d o form a: parecía un a barraca de feria, un sobrenatual carnaval de dem onios. En el cen tro , cual m aes tro de cerem onias y m irá n d o m e a los ojos, había u n a en o rm e cabeza de cocodrilo; en señaba los d ien tes y de sus caverno ­sas fauces m anaba un am p lio to rre n te de agua. P au la tin am en te las aguas rem itie ro n y con ellas se fue desvaneciendo el dosel, hasta que la escena se resolvió e n una s im p le dualidad: cielo azul a rriba y m ar abajo. T odas aquellas cria tu ras hab ían desaparecido.

D esde donde m e encon traba , jun to a la superficie del agua, em pecé a ver dos ex trañ o s barcos m eciéndose, flo tando en el aire, acercándose cada vez más. Se fund ieron en u n a sola nave con u n a en o rm e p ro a de cabeza de d ragón , m uy sem ejan te a la de un barco vikingo. E n m edio ten ía una vela cuadrada. Poco a poco, m ien tras la nave se balanceaba suavem en te allá arriba, oí un rítm ico chapo teo y vi que se tra tab a de un gigan tesco galeón con cien tos y cientos de rem os que se m ovían al unísono.

Escuché en tonces el m ás bello cántico que había oído en m i vida, agudo y etéreo , que em an ab a de m iles de g arg an tas a bordo del galeón. Me fijé en la cubierta y vi una m u ltitud de seres con cabeza de a rre n ­dajo y cuerpo d e hom b re , parecidos a los dioses orn itocéfalos de los frescos funerarios del an tiguo Egipto. E n ese m o m e n to una especie de energ ía o fluido e lem en ta l com enzó a b ro ta r de m i pecho hacia la nave. A unque era un ateo convencido, tuve la certeza de que m e estaba m uriendo y que aquella g en te con cabeza de pájaro había ven ido p ara llevarse m i esp íritu en aquel barco. A m edida que el alm a se m e escapaba p o r el pecho em pecé a n o ta r que se m e en tum ec ían los brazos y las p iernas. Parecía que m i cuerpo se estaba cuajando com o el cem ento . N o podía m o v erm e ni hablar. C uando aquella sensación de parálisis m e llegó al pecho, al corazón, in te n té p ed ir auxilio a los indios p a ra que m e d ie ran un an tído to . P ero no p ude articu lar palabra. N o té el cuerpo ríg ido com o una p ied ra y tuve que hacer un trem en d o esfuerzo para que m i corazón siguiera latiendo. E m pecé a llam arle «am igo m ío», «querido am igo», a hablarle, a an im arle a la tir con las fuerzas que m e quedaban. E ntonces fui conscien te de la p resencia de

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m i cerebro. S en tí — físicam ente— que se había co m p artim e n ta d o en cuatro niveles d is tin to s y separados. El superio r, consciente del estado de m i cuerpo, observaba y ordenaba, y se ocupaba de que el co razón m e siguiera la tiendo; percibía, aunque sin to m a r p a rte alguna en ellas, las visiones que em an ab an de lo que parecía ser la p a rte in ferio r de m i cerebro. In m ed ia ta m en te p o r debajo de ese nivel había un es tra to paralizado, com o si hub iera dejado de funcionar p o r efecto de la d roga; s im p lem en te , no existía. El sigu ien te nivel e ra la fuen te de m is visio­nes, incluida la nave.

A hora estaba co m p le tam e n te seguro de que iba a m orir. In ten té acep tar m i des tino y en tonces una p a rte aún m ás baja de m i m en te com enzó a tra n sm itir m ás visiones e in form ación . M e «dijeron» que este nuevo m ateria l m e estaba siendo revelado p o rque iba a m o rir y, p o r tan to , estaba «a salvo» p ara recibirlo. E ran secretos reservados a los m oribundos y los m uertos, según m e com unicaron . A penas podía d is tingu ir a qu ienes m e tran sm itía n tales pen sam ien to s: en o rm es cria ­turas con aspecto de rep til agazapadas e n las regiones m ás rem otas de m i cerebro, donde acababa la esp ina dorsal. Los en treve ía en aquellas oscuras, tenebrosas profundidades. E n tonces p royectaron una escena visual an te mí. P rim e ro m e m o stra ro n la T ie rra tal y com o fue hace m illones de años, an tes de que hubiera vida en ella. Vi un océano, tie rra yerm a y un cielo azul y b rillante. D el cielo cayeron en tonces cientos de partícu las negras que a te rriza ro n an te m í, sobre el yerm o. Vi que eran unos seres g igantescos, negros y relucientes, con carnosas alas de pero- dáctilo y rechonchos cuerpos de ballena. N o podía verles la cabeza. Se dejaban caer com o fardos, exhaustos p o r el viaje. M e explicaron , en una especie de lenguaje telepático, que ven ían del espacio ex te rio r y hab ían llegado a la T ie rra escapando de su enem igo.

M e m o stra ro n luego cóm o hab ían creado vida en el p lan e ta p ara enm ascararse bajo m últip les fo rm as y ocu ltar así su presencia. A n te m is ojos se desarro lló , a escala y con una rea lism o im posib le de descri­bir, el esp len d o r de la creación y especialización de anim ales y p lan tas, cientos de m illones de años d e actividad. Supe que aquellos seres d raconianos estaban en toda fo rm a de vida, incluyendo al h o m b re* .

* Ahora podría compararlos al A D N . Por aquel entonces (1961), sin embargo, yo no sabía nada sobre tal tema.

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E ran , m e d ijeron, los verdaderos señores de la H u m an id ad y de todo el p laneta ; los h u m an o s no éram os sino m eros receptáculos y servidores de aquellas criaturas. Esa e ra la razón p o r la que pod ían h ab larm e desde d en tro de m i p ro p io ser.

Estas revelaciones, que b ro taban desde lo m ás recóndito de m i m en te , a lte rn ab an con visiones del galeón, que casi había com pletado su ta rea de trasladar m i esp íritu a bordo; con su tripu lación de hom bres-pá jaro , em p ezab a a alejarse, a rras tra n d o tras de sí m i fuerza vital m ien tras enfilaba un g ran fiordo flanqueado de colinas peladas y rom as. M e di cuen ta de que sólo m e quedaban unos m o m en to s de vida, pero , qué curioso, no ten ía m iedo de aquella gen te ; si iban a p ro teg e r m i alm a, que se la llevaran. Lo que sí tem ía es que m i esp íritu , e n vez de p erm an ecer a flote, pudiera, de algún m odo que ignoraba p e ro que tem ía, ser alcanzado y u tilizado p o r aquellos m o n stru o s que hab itaban el abism o.

D e p ro n to fui conscien te de m i hum anidad , que m e distinguía de los rep tiles, nues tro s ancestros, y luché p o r aleja rm e de!,ellos, a los que ya em pezaba a ver com o seres cada vez m ás ajenos y, no había duda, m alignos. Cada latido m e supon ía un esfuerzo indescriptible. R ecurrí a los h u m an o s en busca de ayuda. E n un ú ltim o in te n to conseguí m u r­m u rar una sola palabra, dirig ida a los indios: «¡M edicina!». Vi cóm o se ap resu raban a p re p a ra r un an tído to y supe que no llegarían a tiem po. N ecesitaba de alguien que pud iera vencer a los d ragones y tra té deses­p erad am en te de convocar a algún ser poderoso que m e defendiera de aquellos reptiles. A pareció uno an te m í y en ese m ism o m o m en to los indios m e ab rie ron la boca y m e hic ieron tragar el antídoto . Los d ragones fueron desapareciendo , hund iéndose en el abism o; ya no había barco ni fiordo. M e sen tí tranqu ilo y aliviado.

,E1 an tído to m e p rocuró un g ran b ienestar, p e ro no consiguió que desaparecieran del todo las visiones, m ás superficiales ahora. Podía contro larlas e incluso d isfru tar de ellas: H ice fabulosos viajes p o r luga­res rem otos; llegué incluso m ás allá de la galaxia; podía crear edificios de ensueño y ob ligar a los burlones diablillos a que pusie ran en práctica m is fantasías. A m enudo m e so rp ren d í a m í m ism o riendo a carcajadas al ver cuán incong ruen tes eran m is aventuras. P o r fin, m e dorm í.

M e d esp ertó el sol, que se filtraba p o r el tejado de paja. M e quedé tum bado escuchando aquellos sonidos co tid ianos del am anecer: los

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indios charlando, el llan to de los n iños, el cacareo de los gallos. M e so rp ren d ió descubrir que m e encon traba bien, descansado y e n paz. M ien tras co n tem p lab a el h e rm o so tren zad o del techo m e volv ieron a la m en te los recuerdos de la noche an terio r. M e esforcé en no recordar m ás hasta haber cogido una grabadora que ten ía en la mochila. M ien ­tras la buscaba, los indios m e saludaron, sonrien tes. U n a anciana, la m u je r de T om ás, m e ofreció u n cuenco de pescado y sopa de p lá tano p ara desayunar. ¡Qué bien sabía aquello! M e d ispuse luego a g rabar m is experiencias an tes de que se m e olvidara algún detalle. N o m e resultó difícil recordarlo todo, excepto una p a rte del trance que no conseguía hacer volver a m i m em oria. N o había m ás que u n espacio en blanco, com o cuando se bo rra una cinta. E stuve horas in te n ta n d o acordarm e de qué había pasado y al fin lo conseguí; resu ltó ser la revelación de los d ragones, incluyendo lo que m e hab ían dicho sobre su papel en la evolución de la vida en el p lan e ta y su dom inación de la m ateria v iv ien te y del hom bre. D escubrir aquello m e em ocionó sob rem anera , y no p u d e p o r m enos que p e n sa r en que, en teoría, no podía rem em o rar tales cosas.

Llegué incluso a te m er p o r m i p ro p ia seguridad, pues ahora poseía un secreto que, según aquellos seres, sólo les estaba destinado a los m oribundos. D ecidí co m p artir lo con o tro s de m an era que saliera de m í y así m i vida no corriese n ingún peligro. Insta lé el m o to r fueraborda en una canoa y m e puse en cam ino de la m isión evangelista am ericana. Llegué hacia el m ediodía.

Bob y M illie1, la pare ja que estaba al fre n te de la m isión, eran hosp itala rios, com pasivos y con g ran sen tido del h u m o r, m ucho m ás sim páticos que la m ayoría de los evangelistas que llegaban de los E stados U nidos. Los conté m i h isto ria . C uando les describí el rep til de cuya boca m anaba agua se m ira ro n , a lcanzaron la B iblia y m e leyeron el sigu ien te versículo del capítu lo 12 del A pocalipsis:

«Y la serpiente arrojó de su boca como un río de agua...»

M e exp licaron que, e n la Biblia, la pa lab ra « serp ien te» era s in ó ­n im o de «dragón» y «Satanás». Seguí con m i rela to y cuando m encioné que los d ragones p roced ían de algún lugar lejos de la T ie rra y que hab ían llegado aquí p a ra esconderse de sus perseguidores, Bob y M illie

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em p ez a ro n a p o n erse nerviosos. M e leyeron en tonces unas cuantas líneas del m ism o pasaje del A pocalipsis:

«Y hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles peleaban con el dragón, y peleó el dragón y sus ángeles y no pudieron triunfar y perdieron su lugar en el cielo. Y fue arrojado el gran dragón, la antigua serpiente, llamada Diablo y Satanás, que extravía al universo todo. Fue precipitado en la Tierra, y sus ángeles con él».

Escuché aquello con so rp resa y asom bro. P o r su parte , los m isio­n eros parecían adm irados de que u n an tro p ó lo g o ateo, tom ando el brebaje de los «m édicos brujos», hubiera pod ido llegar a las m ism as san tas verdades reveladas en el libro del A pocalipsis. C uando acabé mi narrac ión m e sen tí aliviado p o r haber com partido lo que sabía, pero estaba exhausto . M e quedé d o rm ido en la cam a de los m isioneros m ie n tras ellos segu ían co m en tan d o lo que acababan de escuchar.

P o r la tarde, en el viaje de vuelta al poblado, la cabeza em pezó a la tirm e al r itm o trep id an te del m oto r; creí vo lverm e loco. T uve que ta p a rm e los oídos p a ra alejar aquella sensación. D o rm í bien, p e ro al día sigu ien te ten ía la cabeza pesada.

M e ap re m iab a el deseo de recabar la o p in ió n del m ás experto conocedor de lo so b ren a tu ra l e n tre los indios, un cham án ciego que había v iajado con frecuencia al m undo esp iritual con la ayuda de la ayahuasca. M e parecía lógico que m i guía en el m u ndo de las tinieblas fuera un ciego.

Fui a su choza con el cuaderno de no tas y le re la té m i experiencia p u n to p o r p un to . Al p rin c ip io sólo le contaba los m o m en to s cu lm inan ­tes; así, cuando llegué a los dragones, m e sa lté lo de su llegada y dije: « E ran unos en o rm es an im ales negros, com o m urciélagos gigantes, m ás g ran d es que esta cabaña, y m e d ije ron que e ra n los verdaderos am os del m undo». E n conibo no hay una palab ra que signifique «dra­gón», así que «m urciélago g igan te» era la ex p resió n m ás apropiada p ara describ ir lo que había visto.

M e m iró con sus ojos ciegos y esbozó u n a sonrisa: «S iem pre dicen lo m ism o. P ero no son m ás que los S eñores de las T inieblas E xteriores».

C om o sin darle im p o rtan c ia al gesto, alzó un a m a n o al cielo y sen tí

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un escalofrío en la espalda, pues aún no le había dicho que, en mi trance, los había v isto ven ir del espacio.

M e dejó pasm ado. Mi experiencia le resultaba fam iliar a aquel cham án ciego y descalzo; sabía de todo aquello p o r sus p rop io s viajes al m undo oculto e n el que yo m e había aventurado . En aquel m o m en to decidí ap ren d er todo lo que pudiera sobre cham anism o. Y había algo m ás que m e an im aba en la búsqueda. T ras re la tar m is vivencias, aquel h o m b re m e dijo que no sabía de o tro que hubiera llegado tan lejos y v isto tan tas cosas en su p rim e r viaje con la ayahuasca.

« N o hay duda de que puedes llegar a ser un m aestro cham án», dijo.

Así es com o em pecé a estud iar el ch am an ism o e n serio. D e los conibos ap ren d í lo re feren te al M undo In ferio r y la recuperación del esp íritu , m étodos que describ iré m ás adelante. En 1961 regresé a los Estados U nidos, p e ro volví a Sudam érica tres años después para pasar una tem p o rad a con los jíbaros, con qu ienes ya había convivido en 1956 y 1957. Esta vez m i ta rea no sólo consistía en estudios antropológicos, sino en te n er un conocim ien to de p rim e ra m an o sobre el cham an ism o tal y com o lo p rac ticaban los jíbaros. Lo que quería , p o r tan to , e ra ir a la zona no roeste de la reg ión jíbara, donde , según se decía, vivían los cham anes m ás expertos.

P rim ero fui a Q uito , Ecuador, en un tr im o to r Junkers. A terricé en un ae ró d ro m o al p ie de los A ndes, jun to al río Pastaza. D esde allí un m o n o p lan o m e llevó a M acas, an tiguo asen tam ien to blanco en p leno corazón de la reg ión jíbara.

M acas era un pueblo curioso. Lo había fundado en 1599 un puñado de españoles que hab ían sobrevivido a las m atanzas llevadas a cabo p o r los indios e n la legendaria Sevilla del O ro, y, d u ran te siglos, fue quizá la com unidad m ás aislada del m undo occidental. A n tes de que se co n s tru ­yera la p ista de a terriza je en 1940 su única conexión con el ex terio r había sido un sendero resbaladizo que cruzaba los A ndes, ocho días cuesta a rriba hasta alcanzar la ciudad de R iobam ba. Tal aislam ien to había m oldeado una com unidad blanca sin p aran g ó n en el m undo. Incluso en el siglo X X los ho m b res cazaban con cerbatana, vestían a lo. indio y declaraban con orgullo que e ran descendien tes directos de los conquistadores.

T am b ién te n ían sus p rop ias leyendas y sus m itos. C ontaban , por

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ejem plo , que hab ían ta rdado casi u n siglo e n e n c o n tra r o tro cam ino a través de los A ndes tras la m asacre y p o ste rio r hu ida de Sevilla del Oro. El h o m b re que lo hab ía conseguido aún e ra recordado en los cuentos e h isto rias infantiles. Y tam b ié n se hab laba de u n caballo fan tasm a que, con todos sus arreos y g ra n es trép ito , cabalgaba cada noche p o r las calles del pueb lo m ie n tras sus hab itan tes se agazapaban a terrados en las chozas de palm a. A quellas incursiones acabaron e n 1924, coinci­d iendo con al a sen ta m ie n to p e rm a n e n te de los m isioneros católicos. P o r cierto que, e n aquel en tonces, aún no hab ía caballos en M acas; el p r im e ro , un po trillo , lo tra je ro n a h o m b ro s desde R iobam ba e n 1928, casi tres siglos y m ed io después de que se fundara la com unidad.

Sobre el pueblo , co ronando la cordillera o rien ta l de los A ndes, se alzaba el Sangay, u n g ra n volcán e n actividad, con la cim a nevada, que escupía h u m o d u ran te el día y resp landecía de noche. A los m acabeos les gustaba decir que aquel re sp lan d o r lo producía el teso ro de los Incas, que, al parecer, estaba en te rra d o en las faldas del Sangay.

M i p r im e r día e n M acas tran scu rrió sin novedad. El guía, un m uchacho jíbaro , m e recibió e n el ae ró d ro m o y la g en te se m ostró ho sp ita la ria y generosa. La com ida no escaseaba y había m ucha carne. C om o no había m odo de tra n sp o rta r el g anado p o r los A ndes, ten ían que consum irlo allí m ism o y todos los días había m atanza. M e ofrecie­ro n tam b ién un té nativo , la guayusa, que los m acabeos to m ab an a todas horas e n lugar del café. A quel té producía una cierta sensación de euforia, y todo el m u n d o allí se pasaba el día lig e ram en te borracho. El háb ito que crea la guayusa es tal que cuando se le ofrece a un forastero , se le suele decir que vo lverá m uchas veces a la selva ecuatoriana.

C uando m e re tiré a d o rm ir aquella noche m e envolvió i na luz b rillan te y rojiza. T uve una visión de lo m ás curioso: curvas que se en tre lazaban , sep arab an y en roscaban fo rm an d o preciosos dibujos; luego vi unas caras de dem onio , pequeñas y rojas, que hacían gu iños y m uecas y se esfum aban p a ra volver a aparecer. M e dio la sensación de es ta t co n tem p lan d o a los hab itan tes esp irituales de Macas.

D e re p e n te hu b o una exp losión y una sacudida y estuve a p u n to de caerm e del cam astro . Los p e rro s de la aldea com enzaron a ladrar, frenéticos. M is visiones se desvanecieron. La g en te gritaba. Se tra taba de un te rrem o to ; el Sangay ilum inaba el cielo noctu rno con sus fuegos de artificio. Pensé , no con m ucha lógica desde luego, que la erupción

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del volcán era obra de aquellos demonios, que me daban así la bienve­nida y me recordaban que su existencia no era un sueño. Me reí ante lo absurdo de tal pensamiento. A la mañana siguiente, el misionero católico me enseñaría su colección privada de fragmentos prehistóri­cos, recogidos en los alrededores. Estaban decorados con trazos rojos, casi idénticos a los que yo había visto la noche anterior.

Un día después, muy temprano, emprendí viaje al norte con el guía jíbaro. Cruzamos el río Upano en piragua y continuamos a pie el resto del camino. Al atardecer, ya exhaustos, llegamos a nuestro punto de destino: la cabaña, oculta en la espesura, de Akachu, un famoso cha­mán. Aquella tarde no tomamos guayusa. En su lugar, nos ofrecieron cuencos y más cuencos de cerveza de mandioca, muy refrescante, de carne de mono, y unas larvas crudas que no dejaban de retorcerse pero que tenían un agradable sabor a queso. Cansado pero contento de verme de nuevo entre chamanes, me quedé profundamente dormido en el lecho de bambú.

Por la mañana Akachu y yo nos sentamos con mucha ceremonia uno frente a otro, en escabeles de madera, mientras sus esposas nos traían cerveza caliente. Akachu llevaba el pelo largo y negro recogido en una coleta que sujetaba con una cinta roja y blanca que acababa en una borla. Tenía algunas canas; calculé que debía andar por los sesenta.

«He venido», dije, «para hacerme con espíritus ayudantes, tsent- sak».

Me miró muy serio sin decir una palabra; luego sus facciones se relajaron un poco.

«Buen rifle ese», dijo, señalando con la barbilla el Winchester que yo .llevaba para cazar.

Estaba claro a qué se refería; entre los jíbaros el pago por iniciarse en el chamanismo era, como poco, una escopeta de esas que se carga­ban por la boca. El Winchester, de cartuchos, era muchísimo más potente que cualquier escopeta y, por tanto, de más valor.

«Por adquirir conocimientos y los espíritus ayudantes te daré el rifle y mis dos cajas de cartuchos», le dije.

Akachu aceptó y alargó el brazo como reclamando el Winchester; lo cogí y se lo di. Lo sopesó y se lo acercó a la cara; apuntó. Entonces, sin más miramientos, se lo puso sobre las rodillas.

«Primero has de bañarte en la catarata», dijo. «Luego ya veremos».

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Le dije que estaba dispuesto a hacer todo lo que me pidiera.«Tú no eres un shuar, un indio», dijo Akachu. «N o sé si consegui­

rás pasar las pruebas. Pero yo te ayudaré».Señaló con la barbilla en dirección a los Andes, al oeste. «Pronto

nos pondremos en camino hacia la catarata».Cinco días más tarde, Akachu, su yerno Tsangu y yo emprendimos

nuestro peregrinaje hacia la catarata sagrada. El guía, una vez termi­nada su misión, había vuelto a casa.

El primer día seguimos un sendero junto al río, que serpenteaba por el valle. Mis compañeros andaban a buen paso y me sentí aliviado cuando, al caer la tarde, hicimos un alto junto a unos rápidos. Akachu y Tsangu construyeron un entoldado de palma e hicieron unas camas con hojas. Dormí sin sobresaltos, al abrigo del fuego que habían encen­dido a la entrada del refugio.

El segundo día el camino fue todo cuesta arriba por la- jungla envuelta en neblina. Allí el sendero se perdía y la ascensión se hacía más difícil; paramos en un cañaveral a cortar unos palos que hicieran las veces de bastones en que apoyarnos. Akachu se fue y volvió con un palo de madera de balsa. Mientras descansábamos, le hizo con el cuchillo unos sencillos dibujos geométricos y me lo dio.

«Este es tu bastón mágico», me dijo. «Te protegerá de los malos espíritus. Si te topas con alguno, tíraselo. Es mucho mejor que una escopeta».

Cogí el palo. N o pesaba nada y la verdad es que no habría servido de mucho para defenderme de algo «material». Pensé entonces que éramos como niños, viviendo una aventura de mentirijillas. Pero aque­llos hombres eran guerreros, siempre enzarzados en luchas a vida o muerte con sus enemigos. ¿Acaso no dependía su supervivencia de un contacto directo con la realidad?

A medida que avanzábamos, el camino se hacía más empinado y resbaladizo. En aquel fango parecía que anduviéramos un paso y retro­cediéramos dos. Teníamos que parar con frecuencia para recuperar las fuerzas y tomarnos un trago del agua mezclada con cerveza de man­dioca que llevábamos en la cantimplora; de vez en cuando, mis compa­ñeros mordisqueaban un trozo de carne ahumada que llevaban en sus morrales de piel de mono; a mí me habían prohibido tomar alimentos sólidos.

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« T ienes que su frir» , m e explicó T sangu , «para que los abuelos se ap iaden de ti. Si no, el an tiguo esp íritu no aparecerá».

A quella noche, bajo el colgadizo de palm a que m is com pañeros hab ían constru ido e n lo alto de una lom a fría y húm eda, no pegué ojo. Poco an tes del alba em p ez ó a llover. E stábam os em papados y te m ­blando de frío así que levan tam os el ca m p a m en to y seguim os casi a tientas. La lluvia se h izo m ás densa. E m p ezaro n a oírse truenos; los re lám pagos lo ilum inaban todo con su resp lan d o r fugaz. Los rayos caían ya cerca de noso tro s y tuv im os que echar a co rrer m o n tañ a abajo. E n aquella p e n u m b ra del am anecer casi no podía ver a los o tros, que es taban acostum brados a u n paso m ás rápido. Incluso e n circunstancias norm ales, los indios po d ían andar siete u ocho k ilóm etros p o r hora. A h o ra parecían diez.

Acabé p o r p erd e rlo s de vista; quizá p ensaban que podía seguirles. S eg u ram en te es ta rían e sp erán d o m e m ás adelan te, así que continué, em p ap ad o , s in fuerzas y m edio m u erto de ham bre , a te rrado de p ensar que pod ía p e rd e rm e p a ra s iem p re en aquella selva deshab itada e inm ensa. P asaron una, dos, tres horas y no había rastros de ellos. D ejó de llover y la luz se h izo m ás in tensa . B usqué ram as ro tas, algún indicio de que hub ieran pasado p o r allí. N ada.

M e sen té en u n tronco , in te n ta n d o situarm e. C on toda la po tencia de m is p u lm o n es di un g rito , una llam ada especial de los indios que se oye a c ien tos de m e tro s de distancia. G rité dos veces m ás, p e ro n o hubo respuesta . M e hallaba al bo rd e del pánico. N o podía ni cazar, pues no llevaba rifle; no sabía a d onde ir. Los únicos seres h u m an o s que había en aquella jungla e ra n m is co m p añ e ro s ausentes.

R ecordé que hab íam os cam inado s iem p re hacia el oeste, p e ro las copas de los árboles m e im p ed ían ver la dirección del sol. H ab ía tan to s senderos y bifurcaciones que no sabía cuál elegir. Escogí uno al azar, cam inando con m ucho cuidado, p a rtien d o ram as cada pocos m etro s para gu iar a m is co m p añ ero s en caso de que m e buscaran p o r allí. D e vez en cuando lanzaba el g r ito de llam ada, p e ro nadie constestaba. L lené la can tim p lo ra en un riachuelo y m e sen té a descansar, sudando p o r los cua tro costados. D ocenas de m ariposas revo lo teaban a m i alrededo r y se m e p osaban e n la cabeza, h om bros y brazos; ch u p ab an el sudor y luego o rin ab an en él. M e levan té y seguí, a p o y á n d o le e n el bastón. Oscurecía. C orté ccn el pu ñ al unas hojas de pa lm a e im prov isé

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una cabaña. E staba agotado; to m é un poco de cerveza y, cubriéndom e con hojas, m e eché a dorm ir.

La luz difusa que se filtraba a través del dosel de hojas m e despertó . U n es tam p id o sordo ta lad ró aquella verde quietud. M e cogió tan de so rp resa que n o pude d is tingu ir de qué dirección venía. Escuché a te n ta ­m en te ; al cabo de unos quince m inu tos lo volví a oír, es ta vez a m i izquierda. N o había duda, e ra un rifle. M e levan té de u n salto y eché a co rrer hacia el lugar del que p roced ían los tiros. Bajé p o r una p e n ­d ien te, tro p ezan d o a cada paso, resbalándom e. O tro estallido, a la derecha ahora. C am bié de rum bo y p ro n to m e vi al borde de un escarpado cañón, p o r el que descendí ag a rrá n d o m e a las ram as p a ra no p erd e r pie. O í un re tu m b ar lejano y constan te , com o un tre n de m e r­cancías. D e re p e n te fui a p a ra r a la orilla d e un río; unos cien tos de m etro s río arriba una im p o n e n te catara ta se p rec ip itaba sobre el acan­tilado de roca desnuda. Y cerca de la base es tab an m is com pañeros. En aquel m o m e n to e ra n los m ejores am igos que ten ía en el m undo.

T uve que tre p a r a gatas p o r los in m en so s can tos rodados y vadear los trechos de agua e n tre bancal y bancal. Según m e iba acercando sen tía en la cara y los brazos la refrescan te esp u m a que el v ien to traía de la catarata. T ard é casi u n cuarto de h o ra e n llegar hasta donde estaban A kachu y T sangu , an te quienes m e desp lom é, rendido.

«C reíam os que te había llevado un d em o n io » , dijo A kachu con sorna.

Le devolví la sonrisa y acep té con alivio la can tim p lo ra de cerveza que m e alargaba.

«Estás cansado», dijo. «Eso es bueno; así los abuelos se ap iadarán de ti. Y ahora , tienes que bañarte» .

Señaló m i bastón. «Cógelo y ven conm igo» .M e llevó, sa ltando p o r las rocas, h as ta el bo rde del pozo que

fo rm aba la cascada y nos acercam os a la boca; las go tas de esp u m a nos acribillaban la p ie l com o d im inu tos alfileres. A kachu m e cogió de la m an o y se d ispuso a a travesar aquella m asa de agua qu e nos caía enc im a com o si fuera sólida y casi nos a rra s tra b a . M e ayudé del bastón con una m an o m ien tras con la o tra m e a g a rra b a fuerte a Akachu.

Parecía im posib le d ar un paso m ás cuando , de p ro n to , nos en co n ­tram o s en el in te rio r de una caverna oscura , bajo la cascada. E ra com o una cueva encantada; la luz se filtraba a tra v é s d e la in m en sa co rtina de

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42 M1CHAEL H AR NER

agua que nos aislaba del res to del m undo. Su incesante frago r e ra aún m ás fuerte que aquél de m i p r im e ra visión, años atrás. Parecía p e n e tra r todo m i ser. H ab íam o s perd ido todo contacto con el ex terio r, rodeados p o r los e lem en tos, agua y tierra .

«La Casa de los A buelos», m e g ritó Akachu. Señaló m¡ bastón ; ya m e había dicho an tes de e n tra r lo que tenía que hacer, E m pecé a cam inar de aquí p a ra allá p o r aquella increíble estancia, p o n iendo el bastón an te m í a cada paso que daba. S iguiendo las instrucciones de A kachu, no dejaba de g rita r «¡tau, tau, tau!», con el fin de llam ar la atenc ión de los abuelos. Estaba tir itan d o de pies a cabeza, pues el agua de la cascada venía de los lagos glaciales de las cum bres andinas. Seguí cam inando , e n tre g rito s y escalofríos. A kachu iba a mi lado, p e ro él no llevaba bastón.

Poco a poco u n a ex trañ a calm a invadió m i m ente. Ya no sen tía el frío, el h am b re ni el cansancio. El ruido de la cascada se alejaba hasta convertirse en un sedan te m urm ullo . S en tí que aquél era mi sitio, que estaba en casa. La pared de agua brillaba con suaves irisaciones; e ra un to rre n te hecho de m iríadas de p rism as líquidos. V erlos caer m e hacía se n tir que flotaba, com o si ellos estuv ieran quietos y fuera yo el que se m oviera. ¡Volar p o r d e n tro de una m on taña! M e hizo gracia lo absurdo que era el m undo.

Al cabo de un ra to A kachu m e tocó el h o m b ro y m e detuve. M e cogió de la m an o y m e sacó de la m o n ta ñ a m ágica, de vuelta al ex terio r, donde nos esp erab a T sangu . Sentí dejar aquel lugar sagrado.

C uando nos reun im os con T sangu en el bancal nos pusim os en cam ino. Ibam os en fila india, a fe rrándonos a las ram as que cubrían el sendero para no resba larnos; el suelo e ra pu ro fango. E stuvim os cam i­nando d u ran te una h o ra ; la e sp u m a de la cascada, azotada p o r el v ien to , nos em papaba. A. p u n to de caer la noche, alcanzam os la cim a de una lom a desde donde se p rec ip itaba la catarata. D escansam os unos m in u to s p a ra re e m p re n d e r viaje cruzando el altip lano . Al p rincip io la vegetación era tan espesa que apenas sí pod íam os avanzar, pero no hab íam os recorrido m ucho trecho cuando nos v im os enfilando un co rredo r de en o rm e s árboles. Al poco, T san g u se detuvo y em p ezó a co rta r ram as p a ra co n s tru ir el colgadizo.

A kachu cogió un palo al que hizo dos cortes p o r un ex trem o , en fo rm a de V. C lavó el palo, p o r el o tro ex trem o , en la tierra . In trodu jo

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I.A SHNDA DHL CHAMÁN 43

en los cortes dos pequeñas ramas que, con la presión, acabaron por abrir el palo en cuatro. Sobre aquel improvisado soporte colocó un cuenco de calabaza — del tamaño de un puño— que llevaba en su bolsa de piel de mono. Sacó luego un manojo de tallitos verdes de maikua (una datura de la especie B rugm am ia) que había recogido antes de emprender aquel viaje. Los fue pelando uno por uno sobre el cuenco, que estaba casi lleno cuando terminó la operación. Akachu metió la mano en la olla y cogió las virutas, que exprimió; cuando hubo sacado todo el jugo verdoso que contenían, las tiró.

«Ahora Jo pondremos al fresco», dijo. «Te lo tomarás al anochecer. Sólo beberás tú, pues nosotros tenemos que velar por ti. N o nos apartaremos de tu lado un momento, así que no temas nada».

«Lo más importante», añadió Tsangu, «es que no tengas miedo. Si ves algo que te asuste, no debes huir. Tienes que acercarte y tocarlo.»

Empecé a sentir que me invadía el pánico. Aquellas palabras no me tranquilizaban, precisamente, y además había oído que la maikua podía producir locura permanente e incluso la muerte. Los jíbaros contaban casos de gente que, bajo los efectos de la planta, se había trastornado de tai manera que había salido corriendo por la jungla sin saber a dónde iba y había caído por un despeñadero o se había ahogado. Por eso nunca se tomaba la maikua sin que hubiera alguien que te vigilara de cerca2.

«¿Me sujetaréis fuerte?», pregunté.«Pues claro que sí, hermano», dijo Akachu.Era la primera vez que me dirigía tal apelativo y me calmé un

poco. Pero mientras esperaba a que oscureciera, no pude evitar que el miedo, junto a una creciente curiosidad, se apoderara de mí.

Aquella noche no encendieron el fuego; la penumbra nos sorpren­dió uno junto a otro con el oído atento al silencio de la selva y el apagado murmullo de la catarata. Por fin, llegó el momento.

Akachu me dio el cuenco. Me lo acerqué a los labios y bebí. Sabía un poco mal, como a tomates verdes. Sentí un entumecimiento y pensé en aquel otro brebaje que tomé con los conibo hacía ya tres años y que me había hecho venir hasta aquí. ¿Merecía la pena correr tales peligros en pos de la sabiduría chamánica?

En pocos minutos todo pensamiento lógico desapareció de mi mente para dar paso a una indescriptible sensación de terror. ¡Mis

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44 MICHA El. HARNER

compañeros iban a matarme! ¡Tengo que escapar! Traté de levan­tarme, pero se me echaron encima. Tres, cuatro, infinidad de salvajes me atacaban y conseguían acorralarme, reducirme, someterme. Veía sus caras, sus muecas espantosas de malicia. Luego, la oscuridad.

Me despertó un relámpago, seguido de un trueno. La tierra tem ­blaba. Me levanté, horrorizado, y un viento huracanado me volvió a tirar al suelo. Conseguí ponerme de nuevo en pie. La lluvia me acribi­llaba y el viento me desgarraba la ropa. Restallaban los rayos y el fragor de los truenos no cesaba. Me agarré fuerte a un arbusto para no caer. Los indios habían desaparecido.

D e repente, a unos cientos de metros, vi una masa luminosa que se me acercaba flotando entre los árboles. Me quedé petrificado contem­plando aquella cosa que se retorcía y se hacía cada vez más grande. Era un reptil gigantesco; su cuerpo, tornasolado, lanzaba mil destellos de verde, rojo y púrpura. Me miraba y sonreía de un modo extraño y burlón.

Eché a correr y entonces me acordé del bastón. Lo busqué pero no di con él. La serpiente se cernía sobre mí a escasos metros, enroscán­dose y desenroscándose. Se dividió en dos. ¡Venían a por mí! Volvieron a fundirse en una sola. A unos pasos vi un palo de unos treinta centímetros. En un último intento desesperado, lo cogí y me abalancé contra el monstruo. Un alarido ensordecedor llenó el aire y el bosque quedó vacío de repente. El monstruo ya no estaba. Sólo había silencio y calma.

Perdí el conocimiento.Cuando desperté era mediodía. Akachu y Tsangu estaban en cucli­

llas junto a la hoguera; comían y charlaban en voz baja. Me dolía la cabeza y tenía hambre; por lo demás, me encontraba bien. Al incorpo­rarme, los indios se acercaron. Akachu me ofreció cerveza caliente y un trozo de carne seca de mono. La comida me supo a gloria, pero yo estaba ansioso de compartir mis experiencias con mis compañeros.

«Creí que ibais a matarme anoche», dije. «Entonces desaparecisteis y hubo unos relámpagos espantosos...»

Akachu me interrumpió. «N o debes contar a nadie, ni siquiera a nosotros, lo que has visto, pues, si lo hicieras, tus sufrimientos habrían sido en vano. Algún día —sabrás cuál cuando ese día llegue— podras hablar, pero ahora no. Come, que en seguida volveremos a casa.»

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LA SENDA DEL CHAMÁN 45

Una vez de regreso, y bajo la guía de Akachu, comencé a hacerme con los tsentsak (dardos mágicos) esenciales a las tareas chamánicas. Se cree que los tsen tsak , o espíritus ayudantes, son los causantes de la enfermedad a la vez que el remedio para curarla. Son invisibles para el no-chamán; incluso los chamanes sólo pueden verlos en un estado alterado de conciencia-.

Los chamanes «malos» o hechiceros hacen que estos espíritus se introduzcan en el cuerpo de sus víctimas para que caigan enfermas o mueran. Los buenos chamanes, los que curan, usan sus tsentsak para que les ayuden a extraer, chupándolos, los espíritus que han hecho enfermar a los miembros de la tribu. Los espíritus ayudantes forman también un escudo que, junto con el poder del espíritu guardián del chamán, le protegen de cualquier ataque.

Un chamán que empieza recoge toda clase de insectos, plantas y otros objetos, que serán sus espíritus ayudantes. Cualquier cosa, inclu­yendo gusanos y otros insectos vivos, puede convertirse en tsentsak con tal de que sea lo bastante pequeña como para qlie el chamán pueda introducírsela en la boca. Diferentes tipos de tsentsak se usan para infligir o curar grados diferentes de enfermedad. Cuanto más amplia sea la variedad de estos objetos, mayores serán las habilidades del chamán como médico.

Todo tsentsak consta de un aspecto normal y un aspecto no- normal. El aspecto normal del dardo mágico es el de un objeto material corriente, según se ve sin beber ayahtiasca. Pero el aspecto no-normal, «verdadero» del tsentsak le es revelado al chamán cuando toma esta planta; entonces los dardos mágicos aparecen como espíritus ayudan­tes en sus formas ocultas: mariposas gigantes, jaguares, serpientes, pájaros y monos, que, de una manera activa, ayudan al chamán en sus tareas.

Cuando el chamán acude a ver a un paciente, lo primero que hace es un diagnóstico. Bebe ayahuasca, agua de tabaco verde y, a veces, el jugo de una planta llamada p ir íp tr t, en los momentos que preceden al anochecer. Las sustancias alucinógenas le permiten ver a través del cuerpo del paciente como si fuera de cristal. Si ha sido la brujería la que ha producido la enfermedad, el chamán verá claramente el ser (no- normal) extraño que se ha introducido en el cuerpo del enfermo y

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46 MICHAFX HARNHR

decidirá qué espíritu ayudante es el apropiado para extraer aquel ser mediante succión. El chamán extrae los dardos mágicos por la noche, en un rincón oscuro de la casa, pues sólo en la oscuridad puede percibir la realidad no-normal. A la caída del sol alerta a sus tsentsak silbando la melodía de su canto de poder; unos quince minute» después, comienza a cantar. Una vez preparado para succionar, el chamán se coloca en la boca (uno junto a los dientes, el otro más atrás) dos tsentsak, del mismo tipo que los que ha visto en el cuerpo del paciente. Están presentes en sus dos aspectos, material y no-material, para apoderarse- del aspecto no-normal del dardo mágico que el chamán extrae del paciente. El tsentsak más cercano a los labios del chamán tiene como misión el absorber la esencia extraída. Si, por cualquier motivo, esta esencia no-normal no llega a ser absorbida, el segundo espíritu ayu­dante bloquea la garganta del chamán de manera que el agente maligno no em re en su cuerpo y le dañe. Así, atrapada en la boca, la esencia se incorpora a la sustancia material de uno de los tsentsak del chamán, que lo «vomita» y lo enseña al paciente y los familiares de éste, diciendo: «Ya lo he sacado. Aquí está».

Los no-chamanes pueden creer que ha sido el objeto material mismo lo que el chamán ha extraído; éste no les desilusionará dicién- doles lo contrario. Y no les estará engañando, porque él sabe que el único aspecto importante de los tsentsak es el no-material, o no- normal, que cree sinceramente haber sacado del cuerpo del paciente. Explicar que ya tenía esos objetos en la boca no serviría de nada y le impediría mostrarlos después como prueba de que la curación se había llevado a cabo.

La habilidad de succión del chamán depende en gran medida del número y poder de sus tsentsak., de los que puede llegar a tener centenares. Sus dardos mágicos adoptan el aspecto sobrenatural de espíritus ayudantes cuando el chamán toma la ayahuasca, y los ve como criaturas zoomórficas planeando sobre su cabeza, encaramados a sus hombros o sobresaliendo de su piel. Ve cómo le ayudan a succionar el cuerpo del paciente. Cada pocas horas, bebe agua de tabaco para «ali­mentarlos» e impedir que le abandonen. Un médico chamán puede sufrir daños infligidos por los tsentsak. de un hechicero. Para evitar este peligro bebe agua de tabaco a todas horas, día y noche. El agua de tabaco contribuye a mantener alerta a sus propios tsentsak para que

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LA SENDA DEL CHAMÁN 47

co n tra rre s te n los posib les efectos de dardos m ágicos ajenos. El cham án ni siquiera sale a d a r un paseo sin llevar sus hojas de tabaco.

El g rad o de violencia y com petencia en ' la sociedad jíbara es un 'lugar com ún e n an tropo log ía , y co n tra sta rad icalm en te con el carácter pacífico de los conibos. A m bos pueblos d ifie ren de los aborígenes austra lianos y o tras com unidades p rim itiv as que h an ven ido p rac ti­cando el ch am an ism o sin em p lea r alucinógenos. C on todo, el ch a m a­n ism o jíbaro es m uy sofisticado, com plejo y excitan te , así que volví en 1969 p a ra C om pletar m is conocim ientos y e n 1973 realicé algunas prácticas cham ánicas m ás con aquel pueblo.

D u ra n te los diecinueve años que sigu ieron al p r im e r contacto que tuve con el ch am an ism o conibo, tam b ién h e estud iado un poco con ch am an es de unas cuan tas tribus indias de N o rteam érica : los w in tu n y los p o m o en C alifornia, los salish de las costas del estado de W a sh in g ­ton, y los sioux lakota e n D ak o ta del N o rte . D e ellos ap re n d í cóm o se puede p rac ticar el ch am an ism o sin la ayuda de la ayahuasca y o tro s alucinógenos em p lead o s p o r los jíbaros y los conibos, lo cual h a sido espec ia lm en te ú til a la h o ra de en señ a r a los occidentales. A p ren d í tam b ién m uchas cosas de los libros que tra ta n el ch am an ism o e n sus m últip les variedades, in fo rm ac ión que com ple ta y co n firm a lo que a m í m e en señ a ro n los p ro p io s cham anes. Y aho ra ya puedo tra n sm itir a aquéllos que has ta ah o ra los desconocían algunos a s p e a o s de este an tiguo legado d e la H um an idad .

NOTAS

1 Se han cambiado sus nombres.

2 Este relato no implica una recomendación del uso de la ayahuasca o de la maikua por parte del lector. La especie D atura es muy tóxica y su ingestión puede producir efectos contraproducentes muy graves, incluida la muerte.

5 Más información del cham anism o jíbaro puede encontrarse en H arner 1972: 116- 124, 152-166; y en H arner 1968 ó 1973a.

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El viaje chamánico: Introducción II

a p a l a b r a « c h a m a n » p r o c e d e de los t u n g u s de Siberia y la u s a n

ya la m ayoría de los an tropó logos p a ra referirse a ciertos in d i­viduos de culturas no occidentales a los que an tes se conocían

com o «m édicos brujos» , «hechiceros», «curanderos», «encantadores», «m agos» y «videntes» . U n a de las ventajas del té rm in o «cham án» es que carece de las conno taciones negativas que se asocian a las o tras palabras. A dem ás, no todo cu randero o m édico b ru jo es u n cham án.

U n ch am án es una p erso n a (h o m b re o m ujer) que e n tra e n un estado a lterado d e conciencia p a ra con tac tar con un a realidad que n o rm a lm en te desconocem os, y utilizarla con el fin de adquirir sab idu­ría y po d er ayudar a o tras personas. El ch am án tiene, al m enos, un e sp íritu a su servicio*.

Según M ircea Eliade, el cham án se d istingue de o tro tip o de m agos y cu randeros p o r el uso que aquél hace de u n estado de conciencia que Eliade, sigu iendo a los m ísticos occidentales, d en o m in a «éxtasis». P ero la sola p ráctica del éxtasis, ap u n ta el au to r con acierto , no define al cham án , que tien e técnicas específicas p ara e n tra r en tal estado. E n palabras de Eliade: « N o todo el que ex p e rim en ta un estado de éxtasis p uede se r calificado de cham án ; éste se especializa en un tipo de trance d u ran te el que, se cree, su alm a abandona el cuerpo y se eleva p o r los cielos o desciende al M undo In fe rio r» 1. A lo cual yo añadiría que lo que

* D e ahora en adelante, y para simplificar, usaré el género masculino para referirm e a cham án o paciente, pero que quede bien entendido que ambos papeles puede desem peñar-' los una mujer.

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50 M1CHAEI. HARNER

suele hacer un ch am án en trance es cu rar a un pacien te «recargándole» de energ ía vital o benéfica, o ex trayendo la negativa. El viaje al que alude E liade se lleva a cabo p a ra recuperar la energ ía o un esp íritu perdido.

E l estado «extático» o a lterado de conciencia y el aspecto ap rend ido que caracteriza la ta rea del ch am án puede d en o m in arse E stado C ham á- nico de Conciencia (de ah o ra e n adelan te, ECC). El ECC no sólo conlleva un trance o estado percep tivo transcenden te , s ino el conoci­m ien to de los m étodos y p resupuesto s que o p eran en un estado a lte ­rado. El ECC con trasta con el E stado N o rm a l de Conciencia (E N C ), al que reg resa el ch am án tras acabar su tarea. El ECC es una situación cognitiva en la que uno percibe la «realidad no -norm al» de Carlos C astañeda y las «m anifestaciones ex trao rd in arias de la realidad» de R obet Low ie2.

El co m p o n en te ap ren d id o del ECC incluye 1) in form ación sobre la geografía cósm ica de la realidad no-no rm al, con el fin de conocer en qué lugar d e te rm in a d o puede hallarse el an im al o p la n ta ap ropiado , u o tro tip o de poderes; 2) el m ecan ism o m ed ian te el que el ECC p e rm ite el acceso al M undo In fe rio r cham ánico , y 3) la to m a de conciencia p o r p a r te del ch am án de que el e n tra r e n u n ECC responde a una m isión específica. E n la realidad n o -n o rm a l no se ad en tra u n o p o r p u ro juego, sino con in tenciones serias.

El ch am án es alguien que tiene una ta rea que cum plir e n el ECC, y debe conocer los m étodos básicos para llevar a cabo su m isión. Si, p o r ejem plo , qu iere recu p erar del M undo In fe rio r el an im al guard ián de poder de algún individuo, debe saber cóm o e n tra r a ese M undo, en co n ­tra r el an im al de p o d er y trae rlo de vuelta sin incidentes. A dem ás, e n el E N C , ha de darle las instrucciones p e rtin e n te s al paciente.

E n un ECC el ch a m á n suele ex p e r im e n ta r un e n o rm e regocijo con lo que ve, a la vez que un g ran asom bro y adm iración p o r los m undos bellos y m isteriosos que aparecen an te él. Es com o si es tuv iera soñando , p e ro desp ierto ; e n tales «sueños» se pueden co n tro lar las situaciones y dirigirlas. M ien tras se en cu en tra en ECC, el ch am án no puede p o r m en o s de so rp ren d erse an te el rea lism o de lo que ve; ha en tra d o en un an tiguo un iverso , co m p le tam en te nuevo p ara él, p e ro en cierto m odo fam iliar, que le su m in is tra im p o rta n te in fo rm ación sobre el sen tido de su p ro p ia v ida y de su m u erte y del lugar que ocupa e n el

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p la n o del ser. E n el transcu rso de sus viajes, el cham án conserva s ie m p re un co n tro l sobre la d irección a seguir, p e ro no sabe qué es lo que descubrirá. S eguro de sí m ism o, ex p lo ra las infin itas m ansiones de un un iverso oculto y m agnífico. T e rm in a d o el viaje, reg resa cargado de descubrim ien tos, que am p lia rá n su cam po de conocim ien to y le p e rm itirá n ayudar a los dem ás.

El ch am án es u n consum ado v iden te, que, n o rm alm en te , traba ja en la oscuridad o, al m enos, con los ojos tapados, con el fin de ver c laram ente . P o r eso suele rea lizar su ta rea p o r la noche. A lgunos tipos de visión cham ánica p u ed en llevarse a cabo con los ojos abiertos, pero , p o r lo general, las percepciones son de carácter m ás superficial. E n la oscuridad, la realidad no rm al no d is trae ta n to la m en te , lo que hace posib le que el ch a m á n se concen tre en la realidad no -norm al, que es la esencia de sus prácticas. Sin em bargo , la oscuridad p o r sí sola no es suficiente. El v iden te debe e n tra r e n el ECC asistido p o r el son ido del tam b o r y la m araca, p o r el can to y la danza.

La ilum inación chamánica es la habilidad de a lum brar, lite ra l­m en te , la oscuridad, p a ra ve r en ella lo que o tro s no p ueden percibir. E ste puede ser, de hecho, el significado o rig ina l de «ilum inación». E n tre los cham anes esquim ales Iglulik a esta capacidad especial de ver se le llam a qaumanEq, «lucidez», «ilum inación», «que le p e rm ite ver en la oscuridad, literal y m etafó ricam en te hab lando , pues puede, incluso con los ojos cerrados, ver cuando es tá oscuro y perc ib ir objetos y hechos fu tu ros ocultos a los dem ás; p u eden ver el fu tu ro y los secretos d e la g e n te » 3.

Aua, un ch am án esquim al, describía así su ilum inación cham ánica:

...Intenté convertirme en chamán con la ayuda de otros, pero fracasé. Visité a muchos chamanes famosos y les hice grandes regalos... Busqué la soledad y acabé por sentir una gran melancolía. De repente me daba por llorar y me sentía muy triste sin saber por qué. Entonces, sin razón aparente, todo cambió de pronto y sentí una alegría enorme, indescrip­tible; un gozo tal que no podía contenerme y tenía que rom per a cantar, un canto poderoso hecho de una sola palabra: ¡Alegría! ¡Alegría! Tenía que gritarlo a todo pulmón. Y entonces, en aquella exaltación miste­riosa que me envolvía, me convertí en chamán, sin saber cómo había sucedido. Pero era chamán. Podía ver y oír de un modo diferente. Había alcanzado mi qaumanEq, mi iluminación, la luz chamánica mental y

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52 MICHAEL HARNER

física, de tal m anera que no sólo podía ver en la oscuridad, sino que aquella m ism a luz em anaba de mi cuerpo, invisible para los hum anos, pero que podían percibir todos los espíritus del cielo, la tierra y el mar, que v in ieron a m í y se convirtieron en m is espíritus ayudantes4.

Entre los wiradjeri de Australia un neófito se convierte en «ilumi­nado» al ser asperjado con un «agua sagrada y poderosa» que se cree está hecha de cuarzo líquido. Eliade apunta: «Es como decir que uno se convierte en chamán cuando se le impregna de "luz solidificada", es decir, con cristales de cuarzo». El autor sugiere que «se establece una relación entre la condición de ser sobrenatural y una sobreabundancia de luz»’.

La imagen del chamán como alguien que irradia luz, especialmente en forma de «corona» o aura alrededor de la cabeza, existe también entre los jíbaros. El halo, multicolor, se forma únicamente cuando el chamán se halla en un estado alterado de conciencia producido por la ayahuasca-, sólo puede verlo otro chamán en un estado mental similar (ver fig. 1).

Fig. I. Halo rodeando la cabeza de un cham án jíbaro en un estado alterado de conciencia, lil dibujo es de otro cham án jíbaro.

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1.A senda del chaman 53

A la vez que irrad ia luz, el cham án jíbaro es capaz de ver en la oscuridad y a través de objetos opacos. Y a lo h e descrito con an terio ridad :

H abía bebido y se puso a cantar en voz baja. Poco a poco em pezaron a form arse líneas difusas en la oscuridad y la música estridente de los tsentsak, espíritus ayudantes, lo envolvió. El poder del bebedizo los alim entaba. Los llam ó y vinieron. P rim ero pangi, la anaconda, que se enroscó en to rno a su cabeza, transfigurada en corona de oro. Luego w am pang , la m ariposa gigante, revoloteando sobre su hom bro y can­tándole con sus alas. Serpientes, arañas, pájaros y murciélagos danzaban en el aire, po r encim a de él. En sus brazos aparecieron un m illar de ojos, sus ayudantes dem oníacos, escrutando la noche en busca de enemigos. El sonido del agua fluyendo le llenaba los oídos y, escuchando su m u r­mullo, supo que poseía el poder de Tsungi, el p rim er cham án. A hora podía v e r.6

Los cham anes suelen traba jar en to ta l oscuridad, aunque a veces lo hacen con un p equeño fuego o una luz tenue. Sin em bargo , hasta un d im in u to foco de luz puede en to rp ece r la visión. Así, e n tre los chuck- chee de Siberia, la sesión cham ánica:

...comenzaba, com o de costum bre, a oscuras, pero cuando el cham án dejaba, repen tinam ente, de tocar el tam bor, se volvía a encender la lám para y de inm ediato se cubría la cara del cham án con una tela. La dueña de la casa, m ujer del cham án, cogía el tam bor y em pezaba a tocarlos muy despacio, con suaves golpes, y no paraba hasta el final...7.

Yo, p o r m i p arte , suelo dejar una vela encendida e n el suelo de la habitación cuando e n tro en el ECC y en tonces, cuando m e desp lom o o m e tum bo, m e tap o los ojos con el brazo izquierdo.

Cuando el ch am án cae al suelo, los chuckchee dicen que «se hunde» , lo que traduce no sólo el acto en sí, que los dem ás ven, sino la «creencia de que el cham án , d u ran te el período de éxtasis es capaz de v isitar o tro s m undos y, en especial, el su b te rrá n e o » 8. D e m odo sem e­jan te, al ch am án esquim al que está a p u n to de hacer su viaje se le llam a «el que se hunde hasta el fondo del m a r» 9. N o sólo cae al suelo de la casa, sino que se sum erge en u n M undo In fe rio r oceánico (ECC).

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El viaje es una de las funciones m ás im p o rtan tes del cham án. La v ertien te básica de este viaje, g en e ra lm en te la m ás fácil de ap render, es el viaje al M undo Inferior. P ara llevarlo a cabo, el cham án cuenta con un agujero especial de e n tra d a a este m undo. La en trada existe ta n to en el p lano no rm al com o en el no-norm al. E n tre los indios de C alifornia, p o r ejem plo , solía ser un m anan tia l; m ás concretam en te , de agua caliente. Los ch am an es v iajaban cientos de k ilóm etros bajo tierra , e n tra n d o p o r un m an an tia l y saliendo p o r otro.

A sim ism o, se cree que los cham anes austra lianos de la tribu Che- p ara se sum erg ían en la tie rra y volvían a salir po r donde querían ; de los de la isla F raser se decía que «en traban en la tierra y salían de nuevo, a considerab le distancia» u). U n cham án bosquim ano de K ung, del desierto de K alahari, Á frica del Sur, contaba lo siguiente:

Amigo, así es este n / u m (poder). Cuando cantan, yo bailo. Me adentro en la tierra. L ntro por un sitio com o esos donde la gen te bebe agua (una charca). H ago un largo viaje; voy muy le jo s" .

O tra en trad a usada p o r los indios californianos era un tronco hueco. E n tre los a ru n ta (A randa) de A ustralia tam bién podía ser un tronco la en trad a al M undo In fe rio r12. Los conibos m e en señ a ro n cóm o seguir las raíces de los g igantescos árboles catahua p ara ad en tra rm e en el suelo y llegar al M undo Inferior. En ECC, m is am igos conibos y yo veíam os esas raíces com o se rp ien te s negras po r cuyos lom os nos desli­zábam os hasta alcanzar reg iones de bosques, lagos y ríos, y ex trañas ciudades relucientes com o el día, ilum inadas p o r un sol que ya había desaparecido allí arriba , en el m undo norm al, pues aquellos viajes los hacíam os de noche.

O tros accesos al M undo In ferio r pueden ser cuevas, m adrigueras, e incluso orificios hechos en el suelo de barro de las casas. Los tw ana de la costa noroccidenta l de N o rteam érica cuen tan que a m enudo «el suelo se abría» p a ra que el ch am án descend iera15.

La e n tra d a al M undo In fe rio r conduce, p o r lo general, a un túnel o tubo p o r el que el ch am án acaba saliendo a lugares m aravillosos y llenos de luz. D esde allí el cham án viaja a donde quiere, d u ran te m inu tos e incluso horas, p ara volver de nuevo al túnel y salir a la superficie, p o r d o n d e en tró . U n a buena descripción de este m étodo

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clásico y ta n ex tend ido es la que da R asm u ssen de los esquim ales iglulik de la B ahía de H udson :

...Ante los grandes (chamanes) se abría un orificio en la casa misma, desde donde invocan a sus espíritus ayudantes; un sendero a través del suelo, si están en una tienda en tierra firme, o bien a través del mar, si es en un iglú; y por ahí el chamán baja sin toparse con ningún obstá­culo. Casi se desliza, como si cayera por un tubo que se adaptara perfec­tam ente a su cuerpo y por el que se puede avanzar cómodamente. Este tubo lo mantienen abierto para el chamán todas las almas de sus tocayos, hasta que regresa de nuevo a la superficieu .

C uando el ch am án esquim al vuelve de su viaje al M undo Inferio r, la g e n te que está en la tienda o e n el iglú «le oye ven ir desde m uy lejos; p o r el pasadizo que sus esp íritu s le ab ren se le oye cada vez m ás cerca, y con u n g rito esten tó reo : "¡P lu-a-he-he!”, em erg e tras la p u e r ta » 15.

A la m ayoría de los que p racticam os el viaje cham ánico el túne l no nos resu lta angosto e n absoluto; suele ser espacioso y p e rm ite un a g ran libertad de m ovim ien tos. A veces el túne l puede hallarse obstru ido, p e ro s ie m p re se en cu en tra una abertu ra o resquicio p o r los que seguir adelante. C on un poco de paciencia se consigue co n tin u ar el viaje y no te n er que volver an tes de tiem po.

A veces, una vez d en tro del agujero, el ch am án puede verse in m e rso e n un a especie de co rrien te o río que le em pu ja hacia arriba o hacia abajo, sin que esté claro si este to rre n te fo rm a o no p a r te del túnel. A sí lo indicaba un cham án sam oyedo de T ag v i* al co n ta r su p r im e r viaje al M undo Inferior:

Mirando a mi alrededor vi un agujero en la tierra; cada vez se hacía más grande. Por él descendimos (el chamán y su espíritu guardián) y llegamos a un río que se bifurcaba en dos afluentes, que seguían direc­ciones opuestas. «Mira», dijo mi compañero, «un riachuelo va del cen­tro al norte; el otro va hacia el sur, a la tierra del sol» 16.

A lgunos cham anes destacados no sólo p ueden ver e n ECC, sino

* Los samoyedos pertenecen al grupo de mongoles siberianos. (N . del T.)

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tam b ién oír, se n tir y perc ib ir m ás allá de sus cinco sentidos, com o este cham án sam oyedo que oía a su esp íritu guard ián , o aquella india p o m o de C alifornia, tam b ién cham án , que m e contaba que había sen tido m overse bajo ella un g igan tesco an im al d e p o d er m ien tras recorría el túnel, es ta vez d e n tro de un a m o n ta ñ a 17.

Se dice que e n tre los indios bellacoola todas las casas te n ían un agujero en el suelo que servía com o en trad a al M undo Inferior:

El mundo que hay bajo nosotros... se llama Asiuta’nEm. Las descrip­ciones (que tenemos de ese Mundo Inferior) son las que dan los chama­nes que han visitado esas regiones durante el trance. Según dice una anciana que visitó el Mundo Inferior cuando era niña, la entrada... se efectúa por un agujero que hay en la casa, entre la puerta y la chimenea 18.

D e un m odo cu rio sam en te sim ilar, la en trad a al M undo In fe rio r en las kivas circulares (cám aras cerem onia les) de los indios zuni del su roeste de A m érica es un agujero en el suelo. Lo que les d iferencia de los bellacoola es que este orificio, llam ado sipapu, se encuen tra e n tre la p ared y el ho g ar (la p u erta de en trad a está e n el te c h o ) 19. E stos sipapu e ran co rrien tes en las kivas p reh istó ricas de los indios pueblo, p e ro no hay rastro de ellos en g ru p o s de pueblos m ás m odernos. Es in te resan te ob se rvar que, e n tre los zuni, donde aún se m an tien e el sipapu en la fo rm a circular de la kiva, tam b ién sobrev iven las sociedades m édicas ch a m á n ica s20. A unque no tengo p ruebas suficientes p ara a firm ar tal cosa, es posib le que los m iem bros de estas sociedades usen tales o rifi­cios com o en tra d a al M undo In fe rio r en un estado de trance. D esde un p u n to de v ista etno lógico o rtodoxo , sin em bargo , el sipapu no es m ás que «un sím bolo que rep re se n ta el acceso m ítico al m undo su b te rráneo p o r el que se su p o n e que nuestro s ancestros log raron salir al m u n d o » 21. Los hop i, a d iferencia de los zuni, no hacen sipapus e n el suelo de sus k iv a s22, p e ro creen que hay ciertas rocas o p iedras que, ten ien d o un agujero en la p a rte superio r, son sipapus naturales, y, com o tales, s irven de en tra d a al M undo In fe rio r (ver fig. 2).

N o está d em o strad o que los hop i u sen el sipapu p a ra visualizar sus viajes cham ánicos, p e ro es m uy posib le que lo hag an así. Los no hop is nunca p o d rán llegar a saber si es cierto, pues las ta reas que desem pe-

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Fig. 2. Sepapu (sipapu). Entrada hopt al Mundo Inferior. Situado en el Gran Cañón, al oeste de los asentamientos Hopi. Fuente: Centro de Investigación y

Estudios Astrogeológicos. E.E.U.U.

ñan las sociedades m édicas de las tribus Pueblo se m a n tie n en en el m ás absoluto secreto. S in em bargo , hay indicios que p arecen d em o stra r que pueden darse tales prácticas; a este respecto , es m uy ilustra tivo el dibujo de un artis ta ho p i titu lado «Se Pa Po N ah» (sipapu-nah), que in ten ta reflejar la experienc ia del túnel a m odo de m andala (ver fig. 3).

P o r cierto que los círculos concéntricos de un m andala a m enudo recuerdan el aspecto acanalado que suele p re se n ta r el túnel, y m ed ita r con la ayuda del m andala puede llevar a una experiencia que en p a rte se asem eja al viaje p o r el túnel. Jo an M. V astokas, que ha llevado a cabo estudios sobre ciertos a s p e a o s del a r te cham ánico , ha observado que «...el m o tivo concéntrico parece ser una característica de la ex p e ­riencia v isionaria en sí, y rep rese n ta la abertu ra p o r la que el cham án se in troduce e n el m u n d o su b te rrán eo o el aéreo, trascend iendo así el un iverso físico»25.

La au to ra señala que las m áscaras que usan los cham anes esq u im a­les de A laska tie n en fo rm a de «círculos concéntricos rodeando un orificio central». La ilustración 4 m uestra una m áscara de estas caracte­rísticas, que recuerda in m ed ia tam en te al túnel acanalado. D e m odo sem ejan te , en el bud ism o tib e tan o — m uy influenciado p o r el ch am a­n ism o — hay m andalas m uy elaborados que p re se n ta n un círculo cen­

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tral, com o si fuera u n tú n e l p o r el que se accede al m u n d o d e los dioses y esp íritu s rep resen tad o s a su alrededor (ver tanka tibe tano — fig. 5— y su parecido con el dibujo h o p i d e la fig. 3). E n la oscuridad, y guiado p o r los tam bores, e l ch a m á n n o se cen tra e n el m andala , s in o que e n tra d irec tam en te e n el túne l y con tinúa el viaje al m ás allá.

Fig. 3. Se Pa Po Nah (sipapu-nah). Dibujo contemporáneo del artista hopi Milland Lomakema (Dawakema). Fuente: Pintura Hopi. El mundo de los

Hopi, de Patricia ]anis Broder. Nueva York: Dutton, 1978.

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Fig. 4. Máscara de chamán esquimal del Bajo Yucón. Siglo XIX. Fuente: Museo Nacional de Historia Natural, Instituto Smithsoniano. Fotografía de

Víctor E. Krantz.

El p r im e r viaje

A hora ya está Ud. p rep a ra d o p ara su p r im e r ejercicio cham ánico práctico. Será un s im p le viaje de exploración p o r el túnel has ta llegar al

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Fig. 5. Mandala de Kunrig. Tanka budista tibetano sobre tela. Siglo X V . aprox. Fuente: M useo Real de Ontario.

M undo In ferio r. Su única m isión consistirá en a travesar el túnel, ver, quizá, lo que hay al final, y volver. A segúrese de haber en ten d id o bien las instrucciones an tes de em pezar.

P a ra llevar a cabo el ejercicio necesita u n ta m b o r (o una grabación de tam bores cham ánicos) y alguien que lo toque para Ud. *.

P ara rea lizar estas prácticas debe e s ta r tranqu ilo y relajado. Abs-

* El Apéndice A ofrece información sobre tam bores y cassettes.

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¡i LA SENDA DEL CHAMÁN 61¡i.

| téngase de to m a r alcohol o alucinógenos d u ran te las an terio res veinti- 1 cua tro horas, p a ra que su p o d e r de concen tración sea bueno y su m en te

| no se vea asaltada p o r im ágenes que p u ed an in te rfe rir e l proceso.

I' C om a poco o ayune to ta lm e n te e n las horas que p recedan al ejercicio. Elija u n a hab itac ión oscura y tranquila. Q uítese los zapatos; aflójese el c in tu ró n o cualquier o tra p ren d a que le o p rim a y túm bese e n el suelo; p ó n g ase cóm odo, p e ro no utilice una alm ohada. R esp ire p ro fu n d a ­m e n te unas cuantas veces. R ela je los m úsculos d e brazos y p iernas. P erm anezca e n esa posición unos m inu tos, m ed itan d o sobre su m isión. C ierre en tonces los o jos y tápeselos con la m a n o o el brazo p a ra ev ita r

íí la luz.f,■ V isualice ah o ra un a abertu ra e n la tie rra , un orificio que haya visto

e n la vida real. P uede se r alguno que v iera e n su infancia o la sem an a pasada, incluso hoy m ism o. C ualquier e n tra d a en la tie rra servirá: una m adriguera , un a cueva, u n tronco hueco de árbol, un m anan tia l, un p an tan o , o incluso u n orificio artificial excavado p o r el hom bre. La m e jo r e n tra d a es la que le resu lte m ás cóm oda y la m ás fácil de visualizar. C o n tém p le la d u ran te un p a r de m inu tos, sin en tra r. O bserve sus detalles con atención.

P ida a su co m p añ e ro que em piece a tocar el tam b o r, alto, a un r itm o ráp ido y un ifo rm e. N o debe hab e r ru p tu ra del r itm o ni cam bio alguno en la in tensidad de los golpes; de unos 205 a 220 golpes p o r m in u to producen , n o rm a lm en te , los efectos deseados. Calcule que tiene unos diez m in u to s p a ra hacer el viaje. Ind ique a su co m p añ e ro que, transcu rridos los d iez m inu tos, debe go lp ear fuerte el tambor cuatro veces p a ra avisarle de que es h o ra de volver. In m ed ia ta m en te después, su ayudante debe tocar el tam b o r a un ritmo muy rápido du ran te

\ m edio m in u to p a ra gu iarle e n el viaje de vuelta, y acabar con cuatro golpes secos m ás com o señal de que el ex p e rim en to ha concluido.

1 C uando el ta m b o r em piece a sonar al comenzar el ejercicio, visua- !', lice el orificio que h a elegido, e n tre p o r él y com ience su viaje hasta I e n tra r e n el túnel. A l p rin c ip io el túne l p u ed e parecerle oscuro y I lúgubre; tiene un g rado de inclinación no m uy g rande , p e ro hay veces

que la p en d ien te es m uy pronunciada; suele p re se n ta r u n aspecto l acanalado y, a m enudo , curvas y recodos. Suele suceder que uno va a ¡, ta n ta velocidad p o r el túnel que ni siquiera puede ver cóm o es. E n i, ocasiones quizá se to p e Ud. con alguna p ied ra , m u ro u obstáculo

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sim ilar; e n ese caso, lo único que tiene que hacer es rodearlo o buscar una rend ija que le p e rm ita p asar a su través. Si no puede hacerlo así, lo m e jo r es que reg rese y lo in ten te o tra vez. E n cualquier caso, no se esfuerce dem asiado. Si hace lo indicado, hará el viaje s in cansarse. El éxito radica e n ad o p ta r una actitud que sea el té rm in o m ed io en tre hacer un g ra n esfuerzo y no esfo rzarse lo suficiente.

Al final del túne l le esp era un espacio abierto . E xam ine el paisaje con atención ; viaje p o r él e in te n te recordar sus rasgos principales. Siga ex p lo ran d o hasta que reciba la señal de volver y, en tonces, reg rese por el túne l de la m ism a fo rm a en que descendió. N o toque ni se lleve nada de lo que ha visto. E ste viaje es de s im p le exploración.

U n a vez en la superficie, incorpórese y abra los ojos. N o se sien ta descorazonado si no lo consigue a la p rim era . In tén te lo de nuevo, con un ritm o de ta m b o r m ás len to o m ás rápido. El r itm o es cuestión de p erso n as y d e m o m en to s determ inados.

C uando haya com ple tado el ejercicio, cuen te a su co m p añ e ro lo que ha v isto p a ra no o lv idar n in g ú n detalle de su experiencia. P uede ta m ­b ién escrib irlo o grabarlo . R ecordando estos detalles em p ezará a acu­m ula r conocim ien tos sobre el ECC.

A lgunas de las p erso n as que h an asistido a m is sem inario s m e h an b rin d ad o am ab lem en te sus p rim eras experiencias. C reo m uy in s tru c­tivo que las co m p are Ud. con las suyas p rop ias. P uede leerlas a co n ti­nuación; v an precedidas de ' co m en ta rio s míos. O bservará que en algunos casos se m enciona que yo les doy la señal p a ra que vuelvan; esto suelo hacerlo e n los sem inario s para m a n te n e r un cierto o rd en de partic ipación de los asistentes.

Viajes

Lo que va Ud. a leer ah o ra son testim on ios d irectos d e personas que h ic ieron su viaje cham ánico al M undo In fe rio r p o r p rim e ra vez. E stas personas son, p rin c ip a lm en te , am ericanos m edios de p roceden ­cia m uy diversa. P o d rá observar que no suelen u tilizar ex p resio n es ' calificadoras del tip o de «Im ag iné que...» o «M e figuré que...». Sólo con el ta m b o r y el sencillo m étodo que h e descrito m ás arriba, llegaron a te n e r experienc ias que no dudaron e n calificar de reales y d e e n tre las

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m ás im p o rta n te s de sus vidas. Ud. p u ed e tam b ién te n e r esas ex p e rien ­cias con sólo segu ir el m étodo.

El p r im e r te s tim o n io nos ofrece un a es tu p en d a descripción del túne l y sus círculos concéntricos:

Cuando el tam bor empezó a sonar, busqué en mi mente sitios que conocía y que me pudieran servir de entrada. Visualicé un par de sitios que tenían un significado especial para mí y que pensé serían apropia­dos... pero resultó que no. Luego había una cueva junto al lago Pyramid, en Nevada, misteriosa y con grandes vistas, pero me pareció que el túnel hasta el mundo subterráneo sería demasiado largo. Por fin, encon­tré una cueva que recordaba de la infancia, una cueva que visitaban muchos turistas; me parece que se llamaba «Ruby Cave», pero no lo recuerdo bien. Estaba en el sur, quizá en Georgia o Carolina del Norte.

Bueno, el caso es que estaba llena de estalactitas y estalagmitas... una cueva DE VERDAD. Me adentré en la oscuridad por un estrecho pasadizo y descubrí, no la cueva de mis fantasías infantiles, poblada de dragones y animales de toda especie, sino un nuevo tipo de cueva. Anillos concéntricos de luz y oscuridad aparecieron ante mí y me rodea­ron; parecía que me llevasen. Lo que sentía no era tanto que me estuviera moviendo por el túnel como que era él el que se desplazaba. Al principio los anillos eran circulares; luego se hicieron elipses vertica­les, pero siempre concéntricos y en movimiento. La alternancia de luz y sombra me recordaba un poco a los reflejos que se producen en ciertas estructuras onduladas de cartón o metal.

De vez en cuando, sentía una cierta impaciencia, pues el túnel parecía no tener fin, pero pensaba que, aunque lo que había más allá de él merecía la pena, el sólo hecho de viajar a través del túnel era ya toda una experiencia. Las elipses verticales se hicieron horizontales y al cabo de un rato se fueron abriendo hasta desaparecer; desemboqué en un espacio tenuem ente iluminado — un m ar subterráneo— sobre el que estuve mucho tiem po «navegando», viendo cómo se alzaban las olas y rom pían por debajo de mí.

El túnel que me había llevado hasta allí había ascendido en un ángulo de unos quince grados; ahora, este cielo oscuro sobre el m ar subterráneo me condujo a otro túnel, que tenía una inclinación de noventa grados, y me vi transportada por él. Sus paredes se abrían en los ya familiares círculos concéntricos de luz y sombra, que me arrastraban; no tenía sensación de caer, sino de hacer un movimiento hasta cierto punto intencionado.