la mente humana ante la verdad: entre la ingenuidad y la provocaciÓn

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En la práctica, es imposible negar la capacidad humana de conocer -adquirir algún tipo de información-, tanto del mundo exterior como de uno mismo. Pero resulta problemático determinar si podemos llegar a un conocimiento de las cosas tal como son en sí mismas, conocer la realidad en sí –lo que justificaría la “unicidad del conocimiento”-, o solamente tenemos acceso a nuestras propias mediaciones cognoscitivas, representaciones o interpretaciones. Cassirer y Geertz, entre otros, sostienen que no existen experiencias puras porque éstas se constituyen a través del filtro del mundo cultural y dentro de ese ámbito. Incluso las nociones de realidad o de evidencia presentan contenidos diferentes según la época histórica y el medio sociocultural en que se elaboran, porque el sentido común y el lenguaje son construcciones culturales.Esto ha conducido hacia planteamientos de carácter relativista -si todo son productos culturales, no es posible encontrar un criterio para discernir si alguno de ellos es más adecuado que los demás-; escéptico -al cuestionarse si podemos conocer algo más que las mediaciones elaboradas por nosotros mismos- o nihilista -al sostener que no existe una realidad más allá de nuestras representaciones-.En algunos ambientes, el ser humano ha perdido la confianza en la capacidad de la razón para conocer la realidad; incluso la misma palabra “verdad” ha sido excluida del vocabulario de muchas personas que se autodenominan “intelectuales”, convirtiéndose en un término políticamente incorrecto, que no debería ser pronunciado. Y a quien sostiene que se puede alcanzar un conocimiento verdadero es tachado de arrogante o fundamentalista. En este contexto, nuestra tesis resulta sumamente provocadora, pues sostenemos que no se puede evitar hacer referencia -aunque sea de manera implícita e indirecta- a que lo que pensamos, sentimos, decimos o hacemos es congruente y está –o no- en consonancia con “lo que hay”; en otras palabras: es -o no es- “verdad”. Presentamos también la hermenéutica como el método que puede ayudar a la razón humana a adentrarse en el conocimiento de la realidad, superando la dicotomía objetivismo/subjetivismo que ha lastrado durante siglos la historia del pensamiento filosófico.

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ENCONTRO INTERNACIONAL A UNICIDADE DO CONHECIMENTO

CIEP Centro de Investigação em Educação e Psicologia

LA MENTE HUMANA ANTE LA VERDAD: ENTRE LA

INGENUIDAD Y LA PROVOCACIÓN 

María García Amilburu Marta Ruiz Corbella 

1. INTRODUCCIÓN 

No es posible negar en la práctica, la capacidad humana de conocer ‐esto es, de adquirir algún tipo de  información,  tanto sobre el mundo exterior al sujeto como respecto a uno mismo‐. Pero lo que resulta problemático y ha constituido un tema recurrente en la discusión filosófica desde sus orígenes, es determinar si podemos acceder a un conocimiento de la realidad tal como es, o solamente tenemos acceso a nuestras propias mediaciones cognoscitivas, a nuestras representaciones. 

En  algunos  ambientes,  el  ser  humano  ha  perdido  la  confianza  en  las posibilidades de su razón para conocer la realidad; hasta el punto de que la misma palabra  “verdad”  ha  sido  excluida  del  vocabulario  de  muchos  que  se autodenominan  “intelectuales”,  convirtiéndose  en  un  término  políticamente incorrecto, que no debería ser pronunciado. 

En este contexto, la tesis que proponemos resulta provocativa, ‐pues se sostiene la  posibilidad  de  alcanzar  un  conocimiento  de  la  realidad  que  puede  calificarse como  “verdadero”‐,  a  pesar  de  ser  congruente  con  el  hecho,  empíricamente constatable, de que no es posible evitar hacer  referencia,  ‐aunque sea de manera

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AMILBURU, M. & Corbella, M. (2007) La mente humana ante la verdad: entre la ingenuidad y la provocación 

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sutil,  implícita  e  indirecta‐,  a  que  aquello  que  pensamos,  sentimos,  decimos  o hacemos tiene validez extramental, posee un sentido: en otras palabras, es o no es “verdad”. 

2. EL DESEO DE CONOCER 

El  deseo  de  conocer  es  una  constante  humana:  está  inscrito  en  el  núcleo más profundo  de  nuestro  ser  y  ha  quedado  plasmado  en  algunos  de  los  textos  de  la antigüedad clásica más famosos y citados. “Conócete a ti mismo”, dicen que podía leerse  en  el  frontispicio del  templo de Apolo en Delfos; mientras  que Aristóteles iniciaba  el  Libro  I  de  la Metafísica  con  una  frase  no menos  conocida:  “Todos  los hombres desean por naturaleza saber”. 

Esta  inclinación  natural  hacia  la  verdad  no  es  una  pasión  inútil,  aunque  en muchas  ocasiones  no  tengamos  la  certeza  de  haberla  alcanzado.  Confiar  en  la razonabilidad  del mundo  y  en  las  posibilidades  cognoscitivas  del  ser  humano  es compatible con la aceptación de las propias limitaciones, que pueden conducirnos en  algunos  casos  a  conclusiones  provisionales  y  falibles.  Pero  esto  es  algo completamente  distinto  a  negar  que  los  sentidos  y  la  mente  humana  puedan conocer la verdad. 

No es arrogancia sostener que es posible alcanzar un conocimiento verdadero porque,  si  el  ser humano no  fuera capaz de ello,  todo  lo que decimos y hacemos quedaría  reducido  a  pura  fachada,  apariencia  vana;  y  nosotros mismos  seríamos unas criaturas fatuas e inconsistentes. 

Hay  ocasiones  ‐y  todos  tenemos  experiencia  de  haberlas  vivido  en  primera persona‐ en las que es posible afirmar con absoluta certeza: “esto es así” o, lo que es  lo mismo “lo que digo es verdad”. Con ello se sostiene  implícitamente que hay situaciones  en  las  que  el  ser  humano  dispone  de  buenos  motivos  ‐bien  por evidencia,  porque  confía  en  un  testigo,  o  a  través  de  un  razonamiento‐  para defender con firmeza que lo que se afirma es verdadero. 

En  consecuencia,  cuando  un  ser  humano  dice  que  sabe  algo,  no  está describiendo  un  estado  subjetivo  de  su  conciencia  ‐como  cuando,  por  ejemplo, manifiesta que le gusta la música barroca‐; sino que lo que afirma tiene pretensión de  realidad  y  puede  justificarlo  en  un  contexto  público  de  procedimientos  de verificación y refutación. 

3. EL ESCEPTICISMO CONTEMPORÁNEO 

Sin  embargo,  no  es  posible  ignorar  que  vivimos  en  una  época  en  que  la provisionalidad,  el  pensamiento  débil  y  el  relativismo  configuran  el  clima intelectual  que  se  respira  en  muchos  ambientes  cultos.  Esta  desconfianza  en  la capacidad  de  la  razón  se  hace  aún  más  patente  en  el  ámbito  de  las  Ciencias

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Actas do Encontro Internacional – A Unicidade do Conhecimento 

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Humanas  ‐que,  en  definitiva,  constituyen  la  esfera  que  afecta  de  manera  más radical  a  la  existencia: porque en ella  se dirimen  las  cuestiones más profundas e interesantes: las que se relacionan más directamente con el sentido de la vida‐. En el  campo  de  las  Ciencias  Experimentales  ‐que  se  rigen  por  la  racionalidad matemática‐,  las  cosas  se perciben de manera  diferente,  aunque  también en este ámbito se considera más seguro falsear que verificar un enunciado. 

Como han señalado algunos intelectuales contemporáneos, la gran enfermedad de nuestro tiempo es su déficit de verdad y, quizá, esta renuncia a la verdad sea el núcleo esencial de las crisis de la época que nos toca vivir, donde la utilidad y los resultados  cuantificables  se  han  convertido  en  los  únicos  criterios  de  éxito, sustituyendo a la verdad, tanto en el ámbito de la existencia personal como en el de la convivencia entre los hombres. 

La verdad no figura entre de los grandes ideales morales de nuestro tiempo: no tiene una cotización muy alta como valor; se afirma, incluso, que preocuparse por ella no es más que el  juego elitista de unos pocos que pueden permitírselo. Y así, ese desinterés y desconfianza del ser humano en su propia capacidad de conocer es  presentado  en  muchas  ocasiones  bajo  capa  de  humildad  intelectual    y  hasta como  un  imperativo  de  la  tolerancia  y  de  la  auténtica  sabiduría.  Porque  al comprobar nuestras  limitaciones  ¿no constituiría una muestra de arrogancia por nuestra  parte  decir  que  se  conoce  la  verdad?  ¿No  sería más  conforme  a  nuestra situación reducir esa categoría y movernos dentro de los márgenes que delimitan el relativismo o el pragmatismo utilitarista? 

La idea de que, en último término, da igual aplicar ésta o aquella fórmula, seguir aquella tradición o la otra, hacer una cosa o la contraria, ha arraigado con fuerza en la  mentalidad  occidental  y  constituye  una  grave  tentación  para  el  hombre moderno. Pero renunciar a la verdad no soluciona nada, porque entonces se corre el  riesgo  de  acabar  deslizándose  en  una  dictadura  de  la  voluntad  ‐como  se  ha podido comprobar tristemente en el siglo pasado‐ ya que lo que queda después de suprimir  la verdad se reduce a simple decisión nuestra. Por tanto, si no se puede alcanzar la verdad, sólo es posible rendirse a la arbitrariedad. 

4. EXPLICACIONES CAUSALES E INTERPRETACIONES 

Paradójicamente,  junto  a  esta mentalidad  escéptica  característica  de  la  época actual,  el  progreso  experimentado  en  los  últimos  años  por  las  Ciencias  de  la Naturaleza ha ofrecido gran credibilidad a sus productos y a las metodologías con las  que  se  elaboran;  hasta  el  punto  de  que  sólo  se  considera  “científico”  ‐y,  por tanto  “verdadero”‐  el  saber  que  se  alcanza  con  la  aplicación  de  métodos cuantitativos‐experimentales. De ahí que haya constituido una gran tentación para quienes  cultivan  las  Ciencias  Humanas  intentar  reelaborar  éstas  utilizando  los mismos métodos  y  empleando  los mismos modelos  de  las  primeras,  intentando reencaminarlas por unas líneas de investigación que se ajusten a esos paradigmas.

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AMILBURU, M. & Corbella, M. (2007) La mente humana ante la verdad: entre la ingenuidad y la provocación 

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Es necesario, por tanto, liberarse del prejuicio de que sólo es científico lo que se construye según las metodología empírica, racionalista o cognitivista, para incluir también  otros  métodos,  como  el  análisis  de  la  intersubjetividad  y  de  los significados  que  están  inscritos  en  la  realidad  social;  porque  en  el  ámbito  de  las Ciencias  Humanas  todo  apunta  a  que  la  noción  de  significado  ocupa  un  lugar imprescindible,  ya  que  la  conducta  humana  ‐las  acciones,  deseos  y  proyectos  de cualquier persona‐ siempre tienen algún sentido para ella. 

La  consideración  del  comportamiento  humano  como  el  tipo  de  conducta característico  de  agentes  intencionales  que  experimentan  deseos  y  se  proponen fines a sí mismos, hace necesario intentar comprenderlo en términos significativos. Una acción tiene sentido cuando hay una coherencia entre la conducta del agente y el  significado  que  esa  situación  tiene  para  él.  Esta  coherencia  a  la  que  nos referimos no implica que la acción deba ser racional según la acepción de la lógica formal, o que el agente posea una claridad y seguridad absolutas respecto a lo que está  haciendo.  El  significado  su  acción  puede  ser  en  ocasiones  también  confuso para él mismo pero, incluso en esos casos, la acción debe tener algún sentido para quien la realiza. 

Así pues, la única manera de comprender una actividad humana es encontrar el sentido  de  este  comportamiento,  de  manera  que  se  haga  patente  su  coherencia interna, y a eso se  le  llama  interpretación.  Interpretar es el  intento de clarificar o comprender algo ‐una actividad humana, un texto, una cultura, una obra de arte, etc.‐ El objeto que hay que  interpretar se presenta en un primer encuentro como confuso,  incompleto,  carente  de  significado,  o  hasta  contradictorio,  y  la interpretación busca iluminar esa coherencia que se presume y que no se percibe de manera inmediata. 

Pero  esto  no  significa  que  todas  las  interpretaciones  sean  igualmente  válidas. Todas no pueden ser igualmente valiosas o inválidas; verdaderas o erróneas, como se  sostiene  ‐incurriendo  en  manifiesta  contradicción‐  desde  planteamientos relativistas.  La  realidad  puede  ser  comprendida  y  descrita  de  muchas  maneras, pero  no  de  cualquier  modo.  Las  diferencias  entre  interpretaciones  pueden evaluarse,  y  la  superioridad de una de ellas  sobre  las demás  se podrá establecer atendiendo a que desde la mejor se puede obtener una visión que permita no sólo comprender esa posición, sino también las otras; pero no a la inversa. 

Interpretar es, por  tanto, el  intento de profundizar en  la comprensión. Cuando se afirma que algo no se entiende, se está asumiendo implícitamente que hay algo que entender, que podríamos ser conducidos hasta un referente si supiéramos cuál es el vínculo que lo une con la expresión. Una buena interpretación será, así, la que contribuya  a  aclarar  un  significado  originariamente  presente  que  se  percibía  de manera confusa o fragmentaria. Ese tipo de estudio interpretativo es, en el fondo, un procedimiento hermenéutico.

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5. HERMENÉUTICA Y VERDAD 

Como es bien sabido, la hermenéutica es la técnica y el arte de la interpretación textual  y  se  ha  ejercido  en  los  ámbitos  poético,  mítico‐religioso,  teológico  o jurídico,  desde  la  antigüedad.  La  hermenéutica  contemporánea,  por  su  parte,  es una extrapolación al campo de las Ciencias Humanas de una metodología auxiliar de la Historiografía que tiene como objeto fijar el sentido de los textos asegurado así  la  correcta  transmisión de contenidos  inteligibles a  lo  largo del  tiempo. En  la actualidad, este procedimiento se ha aplicado a la práctica totalidad de las ciencias sociales. 

Quienes  adoptan  la  metodología  hermenéutica  comparten  ‐a  pesar  de  sus diferencias‐ la creencia en la finitud e historicidad de las culturas y la vida humana, y la convicción de que la verdad, el conocimiento, y la moralidad están asentadas sobre  las  tradiciones  y  prácticas  sociales:  no  hay  acontecimientos  propiamente humanos en abstracto,  sino que el espacio, el  tiempo,  la cultura,  la  tradición, etc., son los horizontes de la existencia humana. 

La pretensión de Gadamer era encontrar una racionalidad histórica, acorde con la condición temporal del ser y la razón humanas. Frente a la idea de una razón y un saber absolutos, insistió en que para nosotros, los humanos, la razón sólo se da como real  e histórica. Historicidad  significa  ser‐en‐el‐mundo,  facticidad. Y puesto que "comprender es el carácter óntico de la vida misma", la referencia a la historia constituye la más radical realidad de los hombres. Por eso, Gadamer desbanca a la subjetividad y confiere a la noción de situación un sentido trascendental, debido a que nos  constituye de  tal modo que no es que nos encontremos  siempre en una situación, sino que somos situados. 

El problema hermenéutico se plantea al tomar conciencia de la implicación de la labor  interpretativa  en  cualquier  acto  de  conocimiento  y  en  todo  intento  de comprensión.  Interpretar  no  es  una  actividad  secundaria,  posterior  al  entender, sino  que  todo  proceso  de  conocimiento  es  siempre  interpretativo,  aunque  no seamos explícitamente conscientes de ello. La  interpretación aparece así como el modo  fundamental  y  específico  no  sólo  del  entender,  sino  del  ser  humano.  La comprensión  es  el  fruto  de  un  entendimiento  interpretador,  no  es  una  cuestión sectorial  sino  universal,  en  cuanto  que  configura  todo  el  discurso  humano  en  su intencionalidad.  La  interpretación  es  una  categoría  y  una  necesidad  ontológica, porque  imprimir  un  sentido  a  la  vida  es  la  condición  primaria  de  la  existencia humana. 

La  hermenéutica  filosófica  es,  por  tanto,  una  teoría  generalizada  de  la interpretación, más exactamente, la praxis de la interpretación crítica: el intento de encontrar  una  respuesta  a  la  pregunta  de  cómo  es  posible  la  comprensión  allí donde ésta no se nos da  inmediatamente. El principal  interés de  la hermenéutica consiste en investigar de qué manera y bajo qué condiciones tiene sentido algo que ha  sido  dicho  o  hecho  en  el  pasado,  o  en  la  actualidad,  de modo  que  pueda  ser reconocido como un texto dentro de una tradición.

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AMILBURU, M. & Corbella, M. (2007) La mente humana ante la verdad: entre la ingenuidad y la provocación 

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Asumir el método hermenéutico supone admitir que las expresiones y acciones humanas  contienen  un  componente  significativo  que  es  reconocido  por  el  sujeto que  realiza  la  interpretación  y,  al  mismo  tiempo,  que  la  realidad  se  estructura según  modelos  que  crean  los  sujetos.  La  estructura  del  conocimiento  es comprensiva;  pero  comprender  no  es  reflejar  un  objeto  sin  más,  sino  que  tiene también algo de construcción. Por eso, es necesario evitar tanto la utopía de la pura contemplación, como el error de pensar que operamos con meras proyecciones de nuestro pensamiento. Hay que admitir que toda descripción de la realidad supone ya  una  cierta  interpretación,  realizada  desde  nuestra  situación  cultural.  La hermenéutica  opera,  así,  sobre  dos  principios  que  se  implican  mutuamente:  el sujeto, que interpreta desde su situación, y el objeto, que tiene significado en su ser captado  por  alguien.  Nos  situamos,  por  tanto,  al  margen  del  debate  entre objetivismo y subjetivismo. 

Lo que el  sujeto debe  comprender  son unos  hechos:  ciertos  rasgos del mundo físico y social. Contrariamente a lo que a veces se piensa, los hechos no se dan “en bruto”,  en  cuanto hechos,  sino que el mismo modo de determinar qué  constituye “un  hecho”  supone  cierto  posicionamiento,  porque  el  ser  humano  no  puede contemplar las cosas “desde un punto de vista absoluto” ‐sencillamente, porque no es el Absoluto‐, ni tampoco desde la presunta neutralidad que le otorgaría hacerlo “desde ningún punto de vista”, porque está siempre situado en unas coordenadas existenciales  de  espacio  y  tiempo.  Lo  único  posible  y  honesto  es  abrirse  a  la realidad  y  escuchar  atentamente  lo  que  quiere  decirnos  de  sí  misma  e  intentar captarla como se nos presenta. 

Lo que consideramos un “hecho” está teñido por nuestra situación en el mundo, y  esa  situación  ‐querámoslo  o  no‐  incorpora  siempre  elementos  de  valor.  Por  lo tanto,  en  la  práctica  no  es  posible  hacer  una  disección  absoluta  ‐establecer  una separación  total‐  entre  hechos  y  valores.  Así,  en  relación  con  la  supuesta “objetividad”  ideal  del  conocimiento,  esto  significa  que  no  podemos  alcanzar  un “saber  puramente  objetivo  de  los  hechos”.  Incluso  la  fotografía,  con  la  que presuntamente  se  descubrió  la  posibilidad  de  reflejar  la  realidad  excluyendo cualquier  huella  del  sujeto,  contiene  una  cierta  interpretación,  ‐aun  cuando  se prescinda  de  las múltiples  posibilidades  de manipulación  que  ofrece  la  ciencia‐. Porque la fotografía implica siempre una determinada posición de las cosas y de la cámara frente a ellas, una elección, un alejamiento e iluminación: por todo ello, es también una toma de postura ante lo real. Nuestras descripciones, explicaciones y clasificaciones requieren, sin excepción posible, haber realizado una interpretación de lo real, aunque sólo sea por lo que se omite, por lo que no se dice. 

Pero esto no contradice la tesis principal que sosteníamos, ni tampoco significa que  se  pueda  tomar  por  buena  cualquier  descripción  de  la  realidad,  porque  hay “interpretaciones” mejores y peores y no es defendible – ni desde el punto de vista lógico ni práctico‐ el anything goes: porque no da todo igual. 

Podemos  cuestionarnos  si  el  conocimiento  humano  es  capaz  de  superar  los límites de la propia situación cultural. La respuesta ha de ser sin duda afirmativa,

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porque el simple hecho de preguntarse por la posibilidad de trascender los propios parámetros  culturales  es  una  prueba  de  que, de  algún modo,  ya  se  ha  hecho.  En efecto, para formular esa cuestión hay que situarse en un marco de referencia más amplio, y sólo desde ahí se puede hacer la pregunta sobre la influencia de la cultura en las mediaciones cognoscitivas en cuanto tales. 

Tanto  el  hecho  de  la  existencia  de  cierta  realidad  como  sus  características propias  ‐su modo  de  ser‐  no  dependen  del  sujeto  que  puede  llegar  a  conocerla, aunque  para  que  lo  real  se  constituya  en  objeto  de  conocimiento,  tenga  que intervenir  necesariamente  un  sujeto  que  lo  interprete,  dejando  su  huella  en  esta tarea. 

Que  la  realidad  pueda  ser  definida  o  interpretada  de  diferentes  maneras  en función del propósito de  la descripción y, por  tanto, que  no haya  un único modo verdadero de referirse a ella, no significa que el ser humano la cree, o que no pueda tener un acceso cognoscitivo a ella  ‐todo  lo  limitado y perfectible que se quiera‐, pero verdadero.