grengin: el oráculo del pipiolo

42

Upload: alexandre-gii

Post on 24-Jul-2016

256 views

Category:

Documents


3 download

DESCRIPTION

PERMÍTETE APODERARTE DEL MIEDO QUE TE REPELE, Y POSÉELO EN TU INTERIOR. LA HISTORIA QUE TE HARÁ VALORAR LO BUENO Y LO MALO DE TU VIDA. Y DESEARÁS REPETIRLA. Ya él lo ha perdido todo… y sin embargo aún guarda las esperanzas. Su madre fue brutalmente asesinada frente a él cuando tenía cincos años de edad. Su padre, muy recientemente se ha entregado a la muerte, cosa que a éste lo mantiene con inquietantes dudas. ¿Por qué lo hizo? ¿En qué estaba pensando? Su mayor miedo es el fracaso. Y su destino, impredecible Es el momento para demostrar lo maduro que la vida lo ha obligado a ser. Justo ahora, todo por lo que creyó se verá puesto a prueba, pues se le convencerá de abandonarlo para proteger a aquellos a los que ama. Ilan Anler queda huérfano a los diecisiete años, colmado de una inmensa fortuna -la cual no le interesa-, y lo último que quiere es que el resto lo obligue a aceptar su escalofriante destino. Pero en el intento de olvidar sus problemas se dará cuenta de que necesita af

TRANSCRIPT

Page 1: Grengin: El Oráculo del Pipiolo
Page 2: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

El secreto mejor guardado

— —

Alexandre Gii

Page 3: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

El Copyright del nombre y del personaje Ilan Anler, de todos los demás nombres propios y personajes, así como de todos los símbolos y elementos relacionados, son propiedad de Alexandre Gii, y están reservados bajo los derechos previstos por la ley.

Título original: El Oráculo del Pipiolo

Portada: Alexandre Gii

Copyright © Alexandre Gii, 2015

1ª edición, enero de 2011 2ª edición, agosto de 2012 3ª edición, abril de 2014

Ninguna edición impresa o publicada antes

4ª edición, julio de 2015 5ª edición, octubre de 2015

Publicadas en

Amazon Digital Services LLC

Contactos: Correo electrónico: [email protected]

Twitter: @WhoisAlexGii Facebook: Alexandre Gii

Page 4: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

Quizá que lo creas te resulte difícil, pero este libro no fue creado a complacencia propia, pues no estaba entre mis planes ser un escritor, un creador de hechos científicos, filosóficos, matemáticos, paranormales, románticos, fantásticos, misteriosos, injuriosos, gubernamentales, sociopolíticos… vaya uno a saber cuántos y cuáles más. Sin embargo, aquí nos encontramos: tú y mis autocastigadoras palabras. ¿Qué exactamente estás esperando encontrar en este libro? ¿Puede que te haya llamado la atención siquiera? ¿O es que nada más buscas matar el tiempo que –espero no– tienes de sobra? Bueno, a mí no me interesa saberlo y, de seguro tú, no planeas contarlo… no al menos a mí. No obstante, antes de que comencéis a leer esta historia, deseo, si me lo permites, advertirte y confesarte un par de cosas. Cabe la posibilidad de que haya soñado con todo lo que tenga que ver con esta historia muchos más años de los que pueda presumir… incluso asegurar. Entonces, a mis siete, ocho o quizá nueve años, el producto de aquella imaginación fue un muchacho llamado Ilan Anler, un muchacho que me acompañó desde muy joven, y con quien he aprendido a madurar. No puedo decirte cómo o por qué tal personaje –no amigo imaginario– de pronto llegó a convertirse en tan famosa figura literaria para mí. Él es uno, de muchos tantos, de los que hasta hoy he considerado mis compañeros en la recreación. Tal vez para ti sea vergonzoso admitir que tuviste un juguete predilecto cuando eras niño, pero como de seguro te encuentras leyendo esto tú solo recostado en sabrá Dios dónde, ten la libertad de admitírtelo y recordarlo por un segundo.

De acuerdo, si lo habéis hecho, no es necesario hablarlo con nadie, a menos que tú quieras, claro… Aunque, quizá desees comentarlo con la copia de este libro ahora en tus manos, pues ten la seguridad de que puedes confiar en él abiertamente.

Por ahora olvidémoslo, porque, como tú, Ilan Anler fue sólo un instrumento para mí, y nada más. Pero, sin duda algo con lo que no contaba era que, de hecho, cuando decidí deshacerme de mis recuerdos más significativos, Ilan Anler no me permitió olvidarlo, ni a él ni al resto de mis otros personajes, pues ya bastantes aventuras había tenido con ellos como para desecharlas así como así, de la noche a la mañana.

No me culpen, en serio lo intenté. Una y otra vez. Aunque… para seros honesto, luego de compartir más de diez años conmigo mismo, deshacerme de tan humanos

Page 5: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

recuerdos resultaba difícil. ¿Quién en realidad podría echar al fuego tales momentos de felicidad? ¿Tú lo hubieras hecho, lo harías ahora mismo? Bien, porque yo no.

¿Y cómo todo esto terminó persuadiéndome de escribir un libro? Primero, tienen el derecho a saber que odiaba los libros, y más odiaba a quienes los

habían creado. Sólo imaginen el gesto de un adolescente de preparatoria luego de que su profesora de Lenguaje le pidiera leer la Odisea, el Ramayana e incluso la Mahabarata. Sí, ese mismo gesto que pusieron todos vosotros, quizá sea el mismo que puse yo en aquel entonces.

Sin embargo, debo agradecer a mi profesora de Literatura, pues fue ella quien me aconsejó, luego de que le explicase que no podía echar fuera la imaginación que me repelía al pillarme en su clase vacilando en mi mundo de sobrenaturalismo, que debía escribir las historias que me custodiaban día y noche.

Llevé la tarea a cabo una vez conseguí convencerme de que sí podía acabar con el ingenio que me irrumpía día con día y escribí más que un solo borrador. Meses más tarde caigo en la cuenta de que la historia, inconscientemente, se ha vuelto mucho más complicada todavía, se han venido encima también muchos más secretos y nuevos personajes. Sí, ya podéis imaginar mi irritación. Aunque, para ser muy honesto, no sabía que esta historia traería tan desusado y transcendental recorrido, que además de ello, colmaría un romance que no tenía planeado. Evidentemente la situación se salió de mis manos; de mi propio control, a decir verdad.

Yo no sabía lo que sería de mí cuando adulto, cuando me lo preguntaron de niño, a eso me refiero. Ya lo he dicho: odiaba los libros a no poder más, y comprenderlos no digamos. Pues sí, prefería evitarlos, divisarlos, examinarlos y juzgarlos a una justa distancia de mis manos.

Hoy en día, si llegases a preguntarme cuál es mi opinión sobre ellos, inquiero que sería algo como: «¿Estás bromeando? ¿Cómo se te ocurre preguntarle algo como eso a un ingenuo aspirante de escritor? La literatura, como escuché decir a alguien, es capaz de trasladarte en tiempo y espacio a mundos temibles, misteriosos, románticos, maravillosos e incluso injustos, contrastando personajes que siempre dejan un cierto sabor agrio o dulce en tu yo interno, pero que al mismo tiempo nos demuestran que pudimos ser mejores de lo que ya somos.»

¿No es irónico escuchar algo como esto varios años después? Quiero ser escritor. Mi propósito, luego de enterarme por un ser Supremo cuál era el sentido que él

deseaba para mi vida, es que creas en tus capacidades. Hoy en día me considero

Page 6: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

vulnerable, desafiado por el odio y en custodia de palabrerías injustificables de personas que no eran, siquiera capaces, de atreverse a conocerme. Toda esta historia nació en la sala de mi casa, y nada más éramos mi imaginación y yo. Comencé a escribir a los catorce años, y aunque existan días oscuros, llenos de agonizante desesperación… inclusive impaciencia, estoy seguro de que esto es lo que más deseo y amo: ser escritor. Aún aspiro a ser mejor, por supuesto.

Nunca, a mi corta edad, creí que esta serie de libros titulada Grengin (un título que yo mismo inventé, y del que, si se quedan el tiempo suficiente, muy pronto sabrán su significado) sería la que daría sentido a mi vida. Quizá al principio la historia les parezca lenta, muy lenta, con descripciones inofensivas e inmaduras, y luego rápida, demasiado rápida, como si de haber pasado de unas manos inexpertas a las de unas irresponsables, acabase finalmente en propiedad indescifrable. Pero tengan la seguridad de que se enamorarán de los sucesos. Recuerda, aún soy un novato. Debéis darme una oportunidad.

Ilan Anler es el protagonista principal de esta historia, y es lo que precisamente todos vosotros debéis ser, Ilan Anler.

La historia quizá te parezca un poco trágica, quizá te parezca algo entretenida, quizá demasiada oscura… Pero, pese a todo eso, lo que creas o dejes de creer, si decides o no leer la historia y conocer a sus personajes, puedo prometer que ya te he considerado parte de este libro, y tu opinión me interesará.

De corazón espero esta historia te atrape… y quizá hasta posea.

A G.

Page 7: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

Y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.

Mateo 18:5

“Cuando liberes tu mente de lo irreal, todo comienza a hacerse sobrenatural.”

Page 8: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

ESTE LIBRO LO DEDICO

Al amor de mi vida…

el único, más sincero

y perfecto amor.

Page 9: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

Nuestras mentes pueden causar ansiedad y sufrimiento mediante la evolución de aterradores escenarios futuros. Me di cuenta de que mi

imaginación es mucho más aterradora que la realidad.

—Josh Baran

Page 10: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

Ilan Ciro Anler ¿Por qué ser yo? ¿Por qué no ser alguien más, alguien mejor? Porque en realidad no creo que el yo quien soy hoy sea el yo quien el mundo desee. Sí, porque ser yo no significa nada bueno, no al menos para mí.

Aquel era el momento de mi vida en el que yo más hubiese deseado poder haber muerto lentamente, porque es un buen modo de sentir que aún continúas con vida: morir lentamente, abrazando el dolor, aferrándote a él. No fui capaz de quitarme la vida, porque hubiera deseado ser asesinado. Esa era mi teoría, como mi vida en muerte, a eso me refiero.

¿Qué me quedaba entonces? Nada. El dinero llena un vacío a mi alrededor, pero no uno en mi interior. ¿Qué exactamente iba a ser yo con inmensa fortuna en mis bolsillos? Una vida no me alcanzaría para gastarlo. ¿Cuántos no mueren a diario a causa del hambre?, y yo con las manos llenas, incapaz de hacer más que quejarme.

Si alguien más estuviese en mi lugar ahora mismo, es posible que ese algún otro pensara como yo, incluso entendiera. Pero era imposible que tal estupidez pasara, no porque no creyera que fuera posible que alguien más cambiara de vida conmigo por azar del destino, sino porque nadie que me conozca, o haya tenido el aborrecimiento de conocerme antes, desearía tener mi maldita vida. Supongo que esta era la manera en que yo, y más de un decenar de publicaciones en todo los Estados Unidos etiquetaban mi vida: maldita.

Ojalá esto fuera como un sueño, inerte ante escenarios pasados, presentes y futuros, todos constantes a provocarme sufrimiento. Porque al menos estaría consciente de que en algún momento –sabrá Dios cuándo– despearía y sentiría sosiego… como cuando era niño, una cría capaz de creer, sonreír y soñar.

Entonces fue en aquel instante en el que me atreví a abrir mis ojos, incluso cuando sabía que, al hacerlo, existía aún la incógnita de que podía encontrarme de frente a mi

Page 11: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

asesino, o viceversa. Y sabía que así lo era, porque mi asesino, el asesino de mis padres, estaba, de hecho, arrojándome todo el pesor de su cuerpo, al mismo tiempo que presionaba mi torso contra la superficie plana en que estaba recostado con el único propósito de mantenerme inmóvil. Sentía lo rígida que era la suela de su bota de leñador sobre mí. Podía distinguir su odio incluso a través de aquella mascara blanca. Su hedor era tan tenso que podía sentirlo sobre la piel de mi rostro. Él me odiaba, cuando yo no. Él me lo quitó todo, destrozó mi vida entera, y todavía seguía sin poderle guardar rencor.

Mi panorama en aquellos últimos segundos, de lo que consideraba, se había reducido mi vida, capté el estropicio con que los relámpagos teñían de una luz blanca las nubes en el cielo. El cielo entero lo sabía. Sabían que mi momento se aproximaba, que mi muerte esperaba, que mi último aliento se desvanecería… Yo moriría, sería asesinado. Al menos el deseo de que mi cuerpo se empapara de lluvia preexistía conmigo hasta el último de mis alientos. Auguraba lluvia, y no podía pedir más para mi funeral.

—Eres la tercera generación de mi familia a la que veré suplicar… —Sus palabras repercuten por mi sentido auditivo, provocándome escalofríos por todo el cuerpo. Las palabras de mi asesino, las últimas palabras que oiré antes de morir, y resultan ser verdaderas. Es ridículo pensar en lo irónico que resulta cuando en tu vida lo único que has escuchado son secretos y mentiras—. Una vez que obtenga tu poderío y muerte, sólo me quedará deshacerme del resto de ellos…

De acuerdo, al menos seré yo el primero en morir. ¿Todos ellos aún creerán que bromeaba cuando en mi mente decía «El precio por aparentar con Ilan Anler implica muerte, y nada más»?

A mi asesino le tomará nada más tres segundos de su tiempo acabar conmigo, y a mí me bastarán dos del mío en resolver que pude haber tomado mejores decisiones.

Uno… Dos… Tres.

Page 12: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

Los secretos rara vez consiguen llegar sanos y salvos contigo hasta la tumba. Mantenerlos en constante encierro es primordial, pero cuán difícil es conseguirlo sin siquiera encontrarse con uno o dos contratiempos, que, por consecuencia propia no te quedará de otra más que la de las arreglártelas tú mismo, quizá inventando una mentira durante cada lapso para poder cuidarlo. ¿Por qué ocultamos secretos a seres que amamos, porque son con los que con regularidad mantenemos más relación? ¿Por qué los estamos protegiendo? ¿Por qué es mejor callar que afrontar? ¿Por qué es mejor, y ya? ¿O porque en realidad te estás protegiendo a ti mismo de una condena, de un señalamiento, e incluso de quien estás huyendo: el tú que en realidad eres? ¡Al diablo! Quien guarda un secreto, quien guarda silencio, lo hará sólo para protegerse a sí mismo. Desmiente falsos argumentos, porque entonces eso significa que eres completamente capaz de mentirte y engañarte a ti mismo. Entonces, si esto es verdad o no, de igual forma al final uno de los dos tendrá que sufrir, y puedo apostar que ese uno de dos será quien haya guardado silencio… O en el mejor de los casos, quien se haya distraído dándose la vuelta tan sólo unos segundos, otorgándole al otro la posibilidad de apuñalarlo por la espalda.

Tranquilo, por ser tu primera vez, quizá te dé la ventaja… pero sólo hasta donde se me sea posible. Aunque… en todo caso, si eres como el autor de este libro… existe la probabilidad de que la historia se haga más interesante todavía.

Puedes guardar cuantos secretos te plazca, pues después de todo, estás en todo tu derecho. No obstante, tienes que recordar que pase lo que pase, al final, de igual modo tendrás que acoplarte a las consecuencias.

De acuerdo, te deseo suerte. Ah, sí, porque la necesitarás. Y recuerda, nada es lo que parece.

*

Page 13: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

Los Anler eran una familia residente de Roscomare Valley en Los Ángeles y propietarios de una asociación importadora de automóviles italianos y alemanes llamada Audaller Inc.

Eran una prestigiosa familia de los Estados Unidos con un secreto. Sí, ya sé: malditos secretos. Corrompidos por un incierto destino lleno de innumerables augurios, y, con la ventaja

de que el dinero no era su mayor prioridad, pues no era algo que debieran de una prevención, huían de su entorno, que, valga la redundancia, se lo precisaba en juzgarlos. Su imperio empresarial había pasado de generación en generación, pero hasta ahora nada más tres habían sido de los Anler. El bisabuelo de su actual dueño, el señor Graham Alicuz Anler, fue un hombre de porte casi excepcional. Su único problema fue la ambición, pues le gustaba el juego sucio. Cuando hombres de colosal negocio le debieron de una fuerte cantidad de dinero, éste se las cobró de inmensa fortuna, puesto que su último precio fue el de ser el único e incorregible dueño de la empresa automovilística importadora de Europa más importante en todo los Estados Unidos, contando todos los derechos lucrativos. Sin ninguna otra opción, éstos cayeron en desgracia, pues su suma inquisición había sido forzada.

Pero aquello era mucho decir sobre una familia que esperaba pasar desapercibida. El señor Anler, que salía de su casa a las cuatro de la mañana para no toparse con el

tráfico, afeitaba su barba y bigote todas las mañanas. El tipo de hombre con trajes sumamente finos y de caracteres estrepitosos. Su esposa, la señora Anler, dedicada a la extradición sobre problemas legales ante temas ilícitos, cargaba de una extensa cabellera castaña y de unos ojos intensamente melifluos. Ellos tenían tres pequeños hijos con edades varias: Agnus, Dan y Alves, que iban del mayor al menor. Tres pequeños niños lo suficientemente normales… o al menos era lo que aparentaban ser, ya que éstos carecían de muy poca normalidad. Los tres hermanos no eran, cual todo, muy sociables, pues por lo general se mantenían alejados de los otros niños.

El señor y la señora Anler habían prescindido la vida de sus tres hijos. Ellos mantenían bajo llave las puertas, pues preferían que estuvieran bajo el resguardo de la casa antes que en ningún otro lado. Convencidos de que no podían vivir en ningún área más alejada de las cámaras comerciales y las asociaciones economistas de la ciudad, se vieron obligados a quedarse en Roscomare, donde para sus nueve años, se había vuelto un hogar permanente.

Con el tiempo las cosas se advirtieron complicadas en aquella calle, pues con mucha angustia vieron venir e irse a muchas familias. Niños y niñas de sus mismas edades

Page 14: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

buscaron de la amistad de los tres hermanos, pero para sus sorpresas, el señor y la señora Anler negaron de esa devoción. Sin embargo, llegó un momento en que los Anler debían velar por el bienestar de sus tres hijos, ya que éstos no podían mantenerse aislados de todo el mundo para siempre.

El señor Anler poseía de grandes dones… y era tiempo de utilizarlos. A la vuelta del redondel, y al final de la calle, daba inicio Chalon Road, donde

inexcusablemente se encontraba al borde un terreno desocupado. El señor Anler había visitado tal sitio un par de veces para escrutarlo. Descubrió que, aunque el espacio era lo suficientemente viable para lo que planeaba hacer, éste tenía un dueño que empezaría con una próxima construcción. El señor Anler se vio envuelto en un caso, pero como titular propietario exitoso, debía dominarlo, conocerlo y emprenderlo.

El señor Richards, que era un amigo muy íntimo de la familia Anler, había llegado de visita a Roscomare Valley desde Nueva York. Para entonces su llegada era desconocida incluso para él. Concibió un acuerdo con el señor Anler, pues éste deseaba un lugar en el que sus hijos, y los hijos de los que fuesen como ellos: personas con talentos sobrehumanos, tuvieran para jugar y utilizar con libertad sus dones, un lugar propio. Adyacente, el señor Richards acordó significativamente con sus planes, puesto que tal sitio les traería desahogo, no sólo a ellos, sino, también a todas las familias con legados similares al de los suyos.

Previamente el señor Anler tenía que proteger el terreno, pues era imperativo que nadie supiera de su existencia. Utilizando su único don de protección: «protejo», amparó completamente la hectárea, con el único propósito de no ser sorprendidos por simples y curiosos mortales.

Pasado el tiempo, la mitad de aquel sitio fue durante años un lugar específicamente para gente con dones sobrenaturales.

Pero la familia Anler no sólo poseía una magna fortuna, un negocio que les garantizaría el beneficio económico sugerente para generaciones futuras, fieles amistades cuyas intenciones desafiarían a cualquiera, sin contar los dones sobrenaturales con los que cualquier ingenuo mortal soñaría. No. Porque los Anler, pese a sus riquezas y caprichos, estaban por aportar al mundo un legado que sobrecogería toda expectativa, incluso la de ellos mismos. A decir verdad, y sin dar crédito a escudriñadoras contingencias, aquello significaba sólo el comienzo para una masacre. Algo que, de hecho, ninguno de los Anler, ni con el mayor de sus atributos personales o sobrenaturales, conseguiría profetizar.

El señor Richards se había quedado por más de una semana luego del verano. Había

Page 15: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

llevado con él a sus hijos Amadeo y Angus esta vez. Estos hermanos habían crecido con la compañía de un único padre, pues el señor Richards había perdido a su señora mujer varios años atrás.

El señor Anler y el señor Richards habían sido amigos desde su ingenua infancia, algo que aparentemente sus hijos también compartían.

A Anler le preocupaban variedad de situaciones entonces, pues ahora su hijo mayor estaba cruzando una edad en la que sus dones alcanzarían un nivel básico, lo preferente, común, monótono. Pero su preocupación no era aquella, porque en realidad Agnus había alcanzado un nivel superior, un nivel que ni siquiera los mayores alcanzaban con su madurez… incluso sabiduría.

—Te preocupas demasiado, Roberth —lo señaló el señor Richards—. ¿Y qué si las posibilidades de Agnus son superiores a la de los demás? Te conozco bien, y sé que no es eso lo que te está preocupando. ¿Me equivoco acaso?

Afirmó esa suposición negando con la cabeza. —Busqué un lugar apropiado que me brindara la posibilidad de darle a mi familia

algo de normalidad para sus vidas —apuntó el señor Anler—. Emil, creo haber sufrido lo suficiente con mi padre. No quiero que ahora también mis tres hijos soporten lo que yo. Desearía no tener que…

—Ya sé, ya sé —lo interrumpió—. Tu padre no deseó la vida que vivió, y tú tampoco la que tendrás que vivir, y seguro la que tus hijos tendrán no serán mejor recibidas. Sin embargo, esta familia, tu familia, tiene una responsabilidad, misma que no puede rechazar. Sea como sea, tú tienes un compromiso con Agnus, porque él ya ha sido señalado por ser el mayor.

—¿Y qué sucederá con él si en todo caso no es quien todos esperan? Yo resulté una decepción luego de que… luego de que la Profecía me rechazara como el indicado.

—¿Y acaso te importó? —le soltó el señor Richards, ceñudo—. Hasta donde yo tenía entendido tú no querías ese puesto. De hecho, nadie lo querría. —Se detuvo, tomó aliento y observó con docilidad al señor Anler—. Veme, Roberth. Comprende, tenéis tres hijos, y cualquiera de ellos puede ser a quien esperamos. Yo supongo que se trata de Agnus, por ser el mayor, y porque su poderío, en efecto, se ha desarrollado con mayor fuerza en, según tengo entendido, los últimos meses. Lo importante no es saber quién de ellos será el señalado como sucesor en la Profecía, ¿de acuerdo? Lo que tú debéis hacer es comprometerte con ese muchacho: moldearlo del modo en que su destino necesita que sea. —Richards volvió a articular una pausa—. Me hicisteis venir

Page 16: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

a visitarte, y decidiste en la última hora que me queda en esta casa para decirme cuál era tu problema. No sé qué esperabas escuchar de mí. Pero, quiero, necesito, imploro, entiendas que no puedo hacer nada más que darte un consejo… y ya lo hice… Tomar decisiones por alguien más no me corresponde, y mucho menos cuando yo no he pasado por una situación similar. —Richards apartó su mirada de Anler luego de decirle todo aquello. Más tarde se levantó en dirección a la ventana mirador con vista al jardín delantero, donde ahora sus dos muchachos, y los tres de su mejor amigo, Roberth Anler, se encontraban jugando.

—Hacía tiempo que no escuchaba uno de tus famosos regaños —dijo el señor Anler con aire jocoso.

—Sí, para serte honesto me hacía mucha falta darte uno. Por supuesto, Anler debía tomar una importante decisión. Nadie más lo haría por

él, y el tiempo era su peor enemigo ahora. En cuanto a la señora Anler, ésta se había retirado. Ahora su labor era en casa: de

lunes a domingo. Se encargaba de sus hijos desde tempranas horas hasta llegar la noche. Corroborando con sus tareas y labores, pues cada uno debía aprender a ser indispensable, amansó a cada uno de sus tres hijos. Agnus, Dan y Alves salían de casa a las 06:30 de la mañana hacia el colegio, y volvían a eso de las 13:30 de la tarde. El almuerzo estaba sobre la mesa y debían cambiarse el uniforme luego de volver. Aquella mañana pareció transcurrir como cualquier otra. Salvo porque su padre había cambiado durante los últimos meses luego de que el señor Richards partiera de Roscomare, el resto les pareció a los tres hermanos igual de tedioso.

Pasaba que, el señor Anler dejó de llevar a sus tres muchachos a las canchas de bateo todos los fines de semana desde hacía más de seis meses, ocupando aquel tiempo para platicar con Agnus a solas y en secreto. Dan, sin embargo, a sabiendas de que su padre tramaba algo, guardó silencio. Él lo sabía, sabía que su padre estaba cambiando… y no lo hacía para ningún bien. En cuanto a Alves respectaba, no sabía demasiado, más percibía que la relación que alguna vez existió entre su padre y sus dos hermanos, podría perjudicarse gracias a que éste comenzó a ocultarles ciertos secretos.

Alves lo consideraba como algo pasajero, más Dan sabía que aquellas malas circunstancias vulnerarían todo su entorno.

Pero volviendo a aquella tarde, Dan se había tardado en cambiar el uniforme del colegio. Agnus y Alves ya le esperaban sentados en el comedor para almorzar, ahora que la señora Anler subía a su habitación para hablar en secreto con su marido, consciente de que ninguno de sus hijos podía escuchar la charla que sus padres tendrían.

Page 17: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

En cuanto ella entraba a su habitación, al mismo tiempo Dan apareció en el corredor de la segunda planta. Algo en aquella escena llamó su atención: la señora Anler parecía estar sobando una de sus costillas mientras intentaba no quejarse por el dolor que le provocaba. Tras aquella tensión, Dan deseó ir con su madre, pero en el siguiente instante, pronto apareció su padre de la nada. Un segundo se sostuvieron las miradas antes de que el señor Anler le fulminara. Dan se encogió de hombros, despavorido por la reacción que su padre había tenido con él. Cuando el señor Anler entró a la habitación cerró la puerta de un portazo, provocando un intenso apetito en Dan por indagar por qué él se mostraba así de indiferente. Al pararse tras la puerta, aguzó el oído, sorprendiéndose de lo muy voluble que era la puerta. Él podía escuchar con perfección a sus padres. Nunca antes tal cosa había hecho, pero por primera vez deseaba saber lo que su padre ocultaba.

—¿Aún te sientes mal? —preguntó el señor Anler a la señora Anler. —Sí, sí, sí. No fue nada —farfulló ella con rigidez—. ¿Qué es eso en tus manos,

Roberth? —Un libro —respondió despreocupadamente—. Deseaba mostrártelo —agregó. «¿Así que tanto gorjeo por un tonto libro?», pensó Dan con repugnancia. Él odiaba

los libros, a comparación de Agnus, su hermano mayor, el cual los amaba. No obstante, antes de que el muchacho apartara su atención de aquella aburrida conversación, el señor Anler continuó diciendo:

—Tiene relación con Agnus. «Bien, no todo se ve perdido», se dijo Dan, esperanzado. —El autor cuenta la historia de un reloj viejo, mismo que perteneció a Elmus Frounts,

de quien no tengo ninguna referencia todavía. Sin embargo, ha valido la pena escuchar quién es.

—¿Por qué no me sorprende? —dijo la señora Anler con sarcasmo, pues no existía libro que a su marido no maravillase.

—Quiero saber si podéis reconocer el reloj en esta fotografía dentro del libro, Eley —dijo el señor Anler acercándole el dibujo a su esposa—. Si lo llegases a notar, no quiero que me lo digas.

—Por supuesto, es repentino y muy similar —exclamó con desdén—. Pero, ¿por qué te alegras por un reloj viejo que le perteneció a saber quién demonios? Hasta donde recuerdo, el reloj de Richards, el cual asumo estamos hablando, no sirve. Desearía entender por qué ese hombre no lo ha tirado a la basura, donde precisamente pertenece.

Page 18: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

—¡Basta, Eley! Estáis yendo por otro rumbo. Quiero decirte cuál es la relación que este reloj —dijo al señalarlo con su dedo índice mientras clavaba una ávida mirada a su mujer— tiene con Agnus.

«Al fin», pensó Dan, hastiado de tanto parloteo. —Adelante, entonces. —Este reloj indica, de forma muy propensa, los tiempos determinados que existen

en relación con la Profecía. ¡El autor lo indica, lo indica todo, Eley! Y entonces recordé cuando tú estabais embarazada de Agnus, en aquel entonces tenía yo en mis manos ese reloj de Richards, y cada que intentaba repararlo, estando tú cerca, él se volvía loco. Se movía a su antojo, lo cual me hartaba. Siempre te decía que debías alejarte, pues cada que andabas cerca sus manecillas se regodeaban a su ponderación. Supongo que después de todo no eran supersticiones mías.

—¿Dices entonces que ese reloj te dijo desde hacía tiempo algo que ya sabíamos que pasaría? —indicó la señora Anler con cierto escepticismo… ¿o desdén, quizá?

—No —respondió con firmeza—. Richards lo supuso; yo nunca lo di por hecho. Mis expectativas estaban puestas en Agnus. Sin embargo, cabía la posibilidad de que la Profecía señalase a Dan o a Alves.

La señora Anler le miró, obstinada. —Agnus… el aclamado poseedor —suspiró ella, aún sin podérselo creer. Dan, al otro lado de la puerta, tragó saliva. Entonces aquel era el secreto que sus

padres les ocultaban a él y a Alves. Agnus, él lo sabía… y nunca les dijo nada. Eso significaba que no le tenía confianza. Algo dentro de su estómago desapareció, y una extraña sensación a odio la suplantó. Apartó su oído de la puerta y desapareció de la escena, cargando consigo un sabor rancio en toda su boca.

—¿Y ya has pensado cómo se los dirás? —preguntó segundos más tarde la señora Anler a su marido.

—¿Decirles a quiénes qué cosa? —refunfuñó él. —A tus hijos, por supuesto —puntualizó ella—. Dan, Agnus y Alves deben saber

toda la verdad. Tú fuiste señalado en su debido momento y, ahora es turno de Agnus, ¿no?

—¡Precisamente! —exclamó con aire de insubordinación—. Esto se trata de Agnus. ¿Quién más debe saberlo sino él? Basta y sobra conque él lo sepa, ¡y aún no sé cómo se lo diré!

La señora Anler bufó. —¿Qué hay de Dan y Alves? —le soltó—. Lo indicado es que los tres lo sepan. Entre

Page 19: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

ellos se sabrán dar apoyo moral. —No es necesario que los tres lo sepan. Hablaré con Agnus a solas, y será todo. —Ese es el problema: Hablar con Agnus a solas. Piensa en Dan y Alves, y en lo mucho

que les afecta que les dejes solos mientras sales con Agnus a saber dónde todos los domingos. Conozco a Dan perfectamente, y sé que no se toma muy a la ligera todo lo que sus padres le hacen. A Alves, sin embargo, no le afectará, él sabrá ser más comprensible. Y también debes pensar en Agnus. Creo que los tres lo necesitan —observó.

Anler guardó silencio durante un minuto. —Lo siento mucho, Eley —dijo él con su orgullo—, pero no voy a decirle nada a

nadie más que no sea Agnus, ¿entendido? La señora Anler resopló, insubordinada. —De acuerdo, si es lo que queréis —dijo, todavía inconforme, pero incapaz de seguir

batallando con la terquedad de su marido—. Sólo te pido una sencilla tarea: No quiero que vengas a quejarte conmigo cuando te veas perdido, Roberth… porque para entonces estaré compadeciéndome de ti en mi propia tumba.

Dorothy les salió al encuentro y les agradeció sinceramente que hubieran salvado de la muerte a su amigo. Había llegado a tener tanto aprecio al León que se alegraba mucho de que lo hubieran rescatado.

Luego desengancharon a los ratones, los que se alejaron rápidamente en dirección a sus hogares. La Reina fue la última en irse.

—Si alguna vez vuelves a necesitarnos, ven al campo y llámanos —dijo—. Nosotros te oiremos y acudiremos en tu auxilio. ¡Adiós!

—¡Adiós! —respondieron los amigos, y la Reina partió corriendo, mientras que Dorothy sostenía con fuerza a Toto para que no fuera tras ella y la asustara. Después se sentaron todos al lado del León a esperar que éste despertara. Por su parte, el Espantapájaros fue a arrancar algunas frutas de un árbol cercano para que comiera Dorothy.

—Eso es todo por esta noche —dijo la señora Anler luego de cerrar el libro de un

golpe para poder devolverlo a la repisa del fondo—. Mañana sabremos qué sucederá con Dorothy, ¿de acuerdo? —Ella estaba consciente de que dos de sus tres hijos en la habitación ya estaban profundamente dormidos desde que el Espantapájaros presentó

Page 20: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

a Dorothy a la Reina de los ratones. En aquellos últimos segundos dentro, decidió besar en la frente a Alves y a Agnus.

Dan, quien había estado fingiendo dormitación, echó sobre su cabeza las sábanas, impidiendo a su madre besarle la frente, pues algo dentro de sí le decía que en realidad –aunque ella lo amase– continuaba ocultándole muchos secretos.

—Hasta mañana, amor —susurró la señora Anler sobre las sábanas que envolvían a Dan—. Recuerda, por favor, que tu padre y yo te amamos más de lo que crees.

Pero para Dan resultaba difícil creer en esas palabras.

Él había leído en un libro con las propias palabras de un sabio, muy sabio escritor que sólo los ojos conservaban su juventud. Era aquel pensamiento el que Roberth Anler se dijo aquella misma tarde cuando en el espejo se inspeccionó con atenta paciencia: todas las líneas de su fisonomía uniforme y perfectamente simétrica le eran irreconocibles, a comparación de la calle en que aún residía. Roscomare Valley continuaba igual de joven, sin ningún cambio identificable a simple vista: césped rebosante, largo y brillante, con cielo azul profundo que radiaba con intensidad una luz propia de Los Ángeles, como lo había sido ya durante varios años. Anler se apartó del espejo, de aquella persona que le era irreconocible, de aquellos ojos renegando dolor y de aquella boca resignada a la soledad. Volvió a recostarse sobre su cama, esta vez con un poco más de decepción que la habitual. Recorrió con la mirada, una vez tumbado del lado izquierdo del colchón y con ambas palmas de las manos unidas con su cabeza descansando en ellas, desde la almohada hasta la orilla superior de la cama. Era la culpa la que no le permitía aceptar la ausencia que le atenazaba el corazón, la que no le permitía recobrar las fuerzas y la que le impedía reconocerse cada mañana al salir la luz del sol, desde la partida de su esposa a una mejor y perdurable vida llena de paz y sin sufrimiento, frente al espejo.

La tenacidad que le convenció para no afrontar la verdad ante sus tres hijos le llevó a sentir la tortura de lo que significaba la soledad… el estar solo mentalmente. Eley Anler, su esposa, su mujer, el amor de su vida, consumó las últimas dos y media décadas de su vida implorando a su marido porqué hiciera frente al orgullo.

La pesadilla que acabó con su ensoñación amenazó por décimo quinta vez consecutiva en lo que iba del mes. Sin embargo, aquella última vez el señor Anler no se permitió temerle, porque no dejaría que le atormentara más. Se dijo a sí mismo que lo soportaría,

Page 21: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

soportaría enfrentarse al miedo que le tenía a aquella horrible verdad. Cerró los ojos y respiró profundo.

«De haberle hecho caso —pensó, teniendo en mente a su fallecida esposa—. Si hubiera prestado atención a mis tres hijos y no nada más a uno…»

—¿Cómo puedes aceptar y conformarte con tan poco, Alves? —gritó—. Se supone que los tres somos sus hijos, pero nos trata a ti y a mí como si en realidad no lo fuésemos. Papá está equivocado respecto a Agnus. Él no merece lo que supone.

—Pero ya lo habéis visto, Dan —repuso Alves, tenso—. Los augurios han sido todos acertados.

—No todos —exclamó Dan, molesto y al mismo tiempo orgulloso—. El más importante, Agnus no le ha hecho justicia.

—Pues tú tampoco —objetó Alves, nervioso—. Por favor, olvídalo. Aunque digas lo contario, aunque consiguieras comprobarlo, yo no podría apoyarlo, no del modo en que tú quisieras. Por tu bien y el de vuestro padre, ¡déjalo!

—¡¡Ese hombre jamás demostró ser vuestro padre, Alves!! —respingó—. Él no significa nada en mi vida… ni en la tuya tampoco.

Alves guardó silencio. —No lo justifico —susurró—, pero tampoco puedo darme el lujo de juzgarlo y

hacerlo pagar yo mismo por sus errores. Ya te lo dije: Esta vez estás solo, hermano. —Alves estaba por abandonar la habitación oscura en que éstos se encontraban discutiendo.

—¡De acuerdo, lárgate! ¡Pero no vengas a llorarme a mí cuando esas personas que dicen ser tu familia terminen dándote la espalda cuando tú más les necesites!... —le advirtió—. Incluso cuando prometieron que no lo harían… —sollozó.

Anler abrió los ojos de golpe: una oleada de depresión se recostó sobre él, acompañándolo durante su dolor.

«Ya es tarde —se dijo—. No hay nada qué hacer. No hay nada ni nadie capaz de reparar mis errores.»

Recordó la tarde anterior, cuando sin querer cayó frente a Dan luego de que pelearan y éste abandonara la casa –según le dijo– permanentemente. Ni siquiera la sensación al caer fue tan dolorosa como las palabras que su hijo le soltó antes de salir por la puerta: «Jamás hubo amor para mí en esta familia.» Ni siquiera el golpe que recorrió su columna fue tan insoportable como sus palabras: «De habernos dicho la verdad… quizá todo fuera diferente.» Quedar tumbado sobre la alfombra en la primera sala, impotente y sin ninguna fuerza se comparaba con muy poco al lado de

Page 22: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

sus rencorosas palabras: «Ya es tarde para repararlo, Roberth. Más de diez años tarde.» Aún escuchó el estruendo que Dan provocó al cerrar de golpe la puerta rebotar dentro de su cabeza.

… sin ponerse de pie pudo decirse que por la presión en su corazón sentía algo peor que dolor. Era culpa. Sentir aquella culpa le hacía revivir el pasado. En las veces que su esposa le imploró hablar con la verdad a sus tres hijos, de cómo no permitió que tanto Dan como Alves se involucraran con su hermano mayor, Agnus… Y también las advertencias de muerte. Era una sensación extraña: le ardían las entrañas, su boca seca y la cabeza le palpitaba.

… lo recordó con perfección. Aquel día llegó a casa a las 19:22, y lo recordaba porque había visto el reloj de

pared en el corredor antes de llegar a su habitación. La ventana estaba abierta, y la cortina se estremecía con brusquedad gracias a la corriente helada de fuera. El pronóstico del tiempo había estado cambiando inusualmente en las últimas semanas. Él cerró la ventana antes de alejarse. Su esposa, Eley, continuaba empeorando por la bronconeumonía, y él esperaba encontrarla tendida sobre la cama.

… pero no fue así. Tras de él, luego de entrar a su habitación, dejó la puerta entreabierta. Se acercó

con serenidad al bulto cubierto sobre la cama y supuso que se trataba de su mujer hecha una bola. Pero no. No era su esposa. Se trataba de la almohada. La cama entera parecía un remolino. El reloj despertador sobre el buró al lado de su cama marcó 19:40. Roberth resopló, extrañado por la ausencia de su mujer. Ella no solía levantarse de la cama a esa hora.

—¿Qué haces? —le espetó alguien. Roberth se volvió a sus espaldas, desconcertado. —Eley —musitó, confundido—. ¿Qué estás…? Tú no puedes… —No quiero otra de tus reprimendas —le soltó ella, cortante. Con el vaso de agua en una de sus manos, la señora Anler se sentó a la orilla de su

cama, expectante. —Creí que estabas dormida —masculló Roberth encogiéndose de hombros. —Pues creíste mal —respondió con rigidez. Su esposo le miró con premura—.

¿Acaso no puedo ir por un vaso de agua a mi propia cocina? Porque no sabía que debía pedirte permiso.

—No es a lo que me refería —objetó Roberth, tenso—. Sólo digo que te encuentras delicada y no puedes ir por ahí…

Page 23: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

—Ya. Lo siento, ¿sí? Pero odio estar todo el maldito día recostada lamentándome por mi mala salud. Dejémoslo por la paz, ¿quieres?

Roberth resopló. —¿Te dijo Alves que debíamos hablar? —Sí —respondió el hombre a regañadientes—, pero tenía trabajo. —No, Roberth, no —le detuvo—. Deja de mentir. Me preocupa que creas tus

propias mentiras. Cada vez que intento hablar de… —Olvídalo —la interrumpió, molesto. —¡No lo olvidaré! —gruñó, desconcertada, y al mismo tiempo que se ponía de pie—

. Estoy harta de rogar; pero todos tenemos un límite, y él mío acaba de expirar. —Jamás llegamos a nada, ¿verdad? —estalló Roberth. La señora Anler negó con la cabeza, incapaz de soportar por más tiempo la mirada de

resignación de su marido. —Nuestros hijos ya son mayores, excepto por Alves, pero él ya me parece lo

suficientemente maduro para superarlo, mucho más que su propio padre —dijo yendo en dirección a la puerta.

—¿Y eso qué significa? —rezongó Roberth. —Que no veo la razón —dijo dirigiéndole la mirada— por la que debamos continuar

juntos. Si no aceptas que entre los muchachos existe más que una diferencia…

—No hagas esto, Eley —imploró—. Ni siquiera lo digas. —¿Pretendes que me quede a ver cómo acabará todo esto? ¡Por supuesto que no! Con

permiso, Roberth; permitiros veros con claridad en la otra vida. —Ella estaba a punto de salir por la puerta.

—No te vayas. —Su esposo la tomó por el brazo, impidiéndole que se fuera. —No te atrevas a pedirme que me quede —le suplicó—. Ya no es mi problema.

Fingiste que no pasaba nada. Te convenciste para creer que no era verdad. «Ya no hay nada que se pueda hacer». Fue lo que me dijiste, ¿o no? «Está hecho, mujer. Deja de insistir. No lo puedo cambiar. Agnus es quien debe saberlo, no sus hermanos. No quiero escuchar más». Pues no diré más.

Roberth la miró avergonzado. —Todo está bien entre nuestros hijos —aseguró él luego de un breve silencio—. Son

Alves y tú quienes no entienden que… —Busca a alguien que crea en tus engaños —dijo, interrumpiéndolo—. Cualquiera,

incluso el más ciego se daría cuenta de que es Dan quien pretende deshacerse de

Page 24: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

Agnus. —… yo… Eley negó con la cabeza. —Tú ¿qué? —Digo, ¿ahogar a su hermano con una almohada? ¡Por Dios! ¡Sus actos fueron tan

inocentes como su edad! —¡Por supuesto! Nadie niega que fuera inocente para un niño de diez años. Quien

sea lo podría asegurar. Pero… ¿y qué sucedió a los catorce? ¡Ah! ¿Qué lo orilló a intentar ahogarlo en una fuente?... Si yo no hubiese llegado… Oh, no quiero recordarlo… —Se detuvo un segundo para olvidar aquel recuerdo—. ¿Y qué me dices sobre aquella otra vez, a los dieciocho? ¡Le amenazó con un cuchillo! Y no ignoremos el hecho de que intentó incendiar su habitación muy recientemente. —Articuló una pausa—. Pero qué rápido pasa el tiempo, ¿no te parece…?

Hubo un silencio. —No recuerdo que fuera así de grave —masculló el señor Anler. Ella resopló. —Mentiras, sólo mentiras, pero mentiras muy eficaces para muchas personas —

citó la señora Anler, abandonando la habitación con expresión desilusionada. «No. Dan, no», se dijo Roberth, despertando una vez más. Demasiado pronto el

sueño se desvaneció en la oscuridad. El dolor dentro de Roberth era profundo y roía, más en el pecho que en ningún otro lado. Para acrecentar aquella sensación, que al parecer servía para superarla, imaginó la silueta de Eley en su cabeza y la visualizó sonriéndole sobre su cama, a su lado y mientras le abrazaba. Sus ojos claros tan brillantes despertaron ciertas ansias en su todavía mal conservado cuerpo. Sin embargo, aún aquellas palabras, sus palabras, la voz, sobre todo, le destrozaba el alma.

«Sólo te pido una sencilla tarea: No quiero que vengas a quejarte conmigo cuanto te veas perdido, Roberth… porque para entonces estaré compadeciéndome de ti en mi propia tumba.»

El hueco en su pecho se expandió. «¿Pretendes que me quede a ver cómo acabará todo esto? ¡Por supuesto que no!

Con permiso, Roberth; permitiros veros con claridad en la otra vida…» «No. Tú no, Eley. No puedes dejarme», pensó, apenado. Se había engañado a sí mismo durante ya mucho tiempo. «Mentiras, sólo mentiras, pero mentiras muy eficaces para muchas personas.» Al menos aún le quedaba el consuelo de sus dulces palabras, de su propio relato:

Page 25: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

El cielo es sólo un mar de sueños… pueden ser posibles o imposibles,

pero ¿acaso importa? vuelve hacia allá,

donde tu madre habita en silencio… comprende lo que dice, pues es verdad busca a lo imposible, pues ha llegado

Sonrió inconscientemente al cabo de un rato. La dulce voz de Eley dentro de su cabeza

le alentó a continuar pensando en la decisión que había dejado pendiente luego de que Dan abandonara la casa aquella misma mañana. Deseó reparar el mal entendido, pero sólo consiguió empeorarlo todavía más. Roberth tuvo la impresión de que levantarse a las cuatro de la madrugada no incrementaría ninguna sospecha. Cogió de la gaveta en la cómoda una linterna que le iluminaría el camino desde su habitación hasta la primera sala. Encontró el artefacto oculto entre sus corbatas, una para cada día de la semana, todas perfectamente dobladas. Fuera, como era de esperarse, todo su entorno se encontraba en penumbras, desértico. Después de todo ¿quién andaría despierto por los alrededores de la casa a las cuatro de la madrugada sino él? Bajar por las escaleras se le dificultó un poco.

En el recibidor se encontró con que la luz de la calle conseguía entrar tenuemente a través de las cortinas color tornasol a juego con el resto de la casa. Roberth se paró delante de una ventana cuya cortina aparentemente no fue corrida para cubrirla durante la noche. El cutis del hombre tenía apariencia mucho más pálida a simple vista; era brillante, tanto, que no se notaban sus arrugas. Fuera observó al ave rapaz diurna que acostumbraba comer carroña, la misma de plumaje negro rizado, cabeza y cuello desprovistos de plumas, de color gris pizarra, cola corta y redondeada y patas grises, ahora posada sobre el árbol de enfrente a su casa. La pequeña criatura pereció ser lo suficientemente prudente.

Con pasos pasmados se apartó de la ventana un minuto más tarde, luego de haber intercambiado varias miradas con la criatura posada sobre la rama del árbol frente a su ventana. Se dirigió sin ninguna escala más en dirección a la chimenea, simulando un diseño de más o menos el siglo XVII. Acto seguido el señor Anler levantó con precisión la pequeña figurilla irreconocible hallada en la orilla de una de las esquinas sobre la superficie plana sobre el agujero de la chimenea. Bajo la figurilla se hallaba

Page 26: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

un pequeño botón de madera empotrado que presionó con dedos trémulos un segundo después.

… la leña de dentro se escuchó como eco caer y rodar… ¿escaleras abajo? —Aflao' ener… —Roberth pronunció con voz clara aquella frase indescifrable, y

al mismo tiempo que dejó por un lado su linterna apagada. En el segundo siguiente se escuchó el tenue siseo del fuego al prenderse de golpe.

Roberth asomó su mirada a través de la chimenea. Una línea de antorchas irregulares iluminó –lo que parecía ser– un pasaje oculto bajo la chimenea. Aguzó la vista una vez que se le acostumbró a lo brillante de las llamas. Se inclinó un poco hacia el frente luego de que se cerciorara de que nadie le veía. Hundió el estómago, aún inclinado, y se introdujo por el pasaje. Bajó los deformes escalones con mucha menos dificultad que los anteriores. El calor, por otra parte, le fastidió por lo ardiente en su rostro. Caminó con cuidado. La entrada por la que se introdujo segundos atrás se cerró lentamente tras sus espaldas. Hasta donde alcanzaba a asegurar, había recorrido unos cuatro, cinco o quizá hasta seis metros antes de distinguir que el pasaje no conducía a ningún lado… … o al menos era lo que parecía ser.

—Moshtt roedte —pronunció esta vez. Una barrera translucida al parecer protegía el resto del pasaje. A unos dos o tres

metros más de distancia se hallaba una luz que le advertía estaba por llegar. Aquel camino le llevó finalmente a una habitación con paredes atiborradas de

libros, desde el suelo hasta el techo. Era una biblioteca debido a su apariencia, y de las más antiguas por lo que se conseguía juzgar. La mayoría de ellos conservaban su antigüedad en perfectas condiciones, como un valioso y muy hermoso recuerdo para cualquier buen coleccionista. Roberth tomó de una pila de libros el que estaba hasta arriba y buscó su lugar favorito en toda la habitación para leerlo: el sillón reclinable más arcaico que se hallaba ahí dentro. El libro que Anler llevaba en la mano era el mismo que había enseñado a su esposa hacía varios años, al que ella mostró desinterés. No obstante, él había hallado algo alarmante pocos años después. Abrió el libro por la última página, donde alguien había escrito con letra poco legible lo siguiente:

Al principio creí que se trataba nada más de un simple y viejo reloj inservible vendido por ese tal Volvah hacía apenas unos meses en el mercado de pulgas

en Goslifth. Sin embargo, encontré en el libro que le robé a ese maldito embustero esta fotografía luego de que adivinara sus oscuros secretos.

Esto está dirigido a quien es, o posiblemente será el aclamado poseedor; ya

Page 27: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

sabéis, para aquél. Pasé una década buscándolo para él, pero fue inútil, y la razón de que lo escriba en este libro es porque probab

La página estaba rota de un lado. No obstante, había algo más en el corte que quedaba

en la orilla inferior de la hoja.

la respuesta. Quien lo encuentre obtendrá la verdad; es todo lo que sé. Puede estar seguro de que sí existe, porque yo mismo lo robé para copiarlo luego de haber descubierto lo que era. Me costó mi tiempo en la cárcel, antes de

conseguir escapar. Espero esto repare el daño.

J. S. C.

De sus pantalones cogió una fotografía, la misma de la que (fuera quien fuera) J. S.

C. hablaba en aquella carta en la última página del libro. Pero Anler tenía una fotografía más a la mano, la que él mismo le había tomado al reloj del señor Richards hacía varios años. Podría decirse que era, a simple vista, la misma fotografía; sin embargo, tomadas sobre distintas superficies en determinados tiempos. Seguramente la fotografía que encontró en aquel libro fue fotografiada con la primera cámara fotográfica inventada, aunque no lo pareciera. Por supuesto, la imagen eran una sucesión de puntos que al final recreaban un reloj de bolsillo.

Éste se inclinó hacia delante para poder coger el teléfono de horquillas del año, a juzgar por su apariencia, 1937. Marcó un número telefónico segundos luego. Le respondieron al cuarto aviso.

—¿Hola? ¿Quién habla a esta hora? Bueno, ¿me escucha? —E... Emil. —La voz del señor Anler se quebró, delatando su recelo—. Te habla...

Te habla Roberth. Lamento molestarte ahora, pero sabes que no lo haría a menos de que fuera meramente necesario.

—Adelante, habla ya —le sugirió, interesado, y también algo alarmado—. Dime que todo marcha bien.

—Sí, sí, sí —exclamó—. Todo de maravilla. —Roberth se irguió despacio sobre el sillón, luego miró con el dolor renaciendo en su pecho por doquier. No podía creer lo que acababa de decir. Pero ahora que sabía que estaba preparado para acabar con su soledad, por extraño que sonase, la sensación le inundaba de alivio. Un leve viento

Page 28: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

le recorrió la espalda, abriendo paso al consuelo—. Creí que tenías el derecho para saberlo... Tú... Ah, Emil —suspiró—, ¿cuándo nos volvimos tan viejos?

—¿Me habéis llamado de madrugada para recordarme que he de necesitar ayuda para ir al baño cada día con la ayuda de mi hijo? —se rio.

—Qué más desearía que reír. Pero no es de esto de lo que necesito hablarte. Es sobre tu reloj —aclaró al cogerlo del bolsillo delantero de sus gastados pantalones—. Creo asegurar que después de todo su historia no es una mentira. Hay razones para creer que su función no es sólo un mito. Lo comprobé con Agnus, todo este tiempo, y es verdad. Seguramente se trate de uno de sus hijos.

—O nietos —concluyó el señor Richards—. ¿Lo crees conveniente ahora? —preguntó luego de un rato.

Roberth tragó saliva en silencio. —Es ahora; así deber ser —respondió al estudiar con atención el reloj ahora entre

sus dedos. A simple vista, y sin el menor de los inconvenientes, parecía ser un reloj cualquiera del siglo XVII. No tenía nada de especial, salvo su categórico color marfil claro, y el gravado a un lado: «Asumiré vuestro destino». Todo lo demás apuntaba una idéntica reliquia—. No debo preguntártelo, pero... ¿a que entiendes el motivo de mi llamada?... Richards guardó silencio en cuanto lo adivinó.

—¿Y qué hay de tus hijos? —sollozó—. ¿Qué pasará con ellos de ahora en adelante? —Dan está molesto conmigo. Me odia, Emil. Me siente repugnancia. Todos, excepto Agnus, han sufrido por mi causa. Merezco morir solo. Es lo justo. Yo les desprecié, y ahora, cuando más les necesito, me han abandonado. Alves podrá decirme lo contrario, pero sé que continúa herido por el pasado.

—Y todo por no aceptar la verdad —le señaló—. Eley te lo previó; te dijo que tuvieras cuidado.

—No es momento para regaños. —¿Y qué esperabas escuchar? —exclamó—. La contumacia fue la que te llevó a tu

perdición. Sólo ve a tus hijos; habéis separado tú mismo a tu propia familia. ¡Reponlo! No permitas que esto suceda a ellos también.

—¿Crees que aún haya tiempo? Richards de nuevo volvió a guardar silencio. Roberth se encogió entre sus hombros. —Sé que algo puedes rescatar —aseguró. —Temo morir solo —admitió. Richards suspiró.

Page 29: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

—Perdón, pero no encuentro modo de ayudarte. —Sí, era lo que suponía —resopló el señor Anler. Hubo un silencio. —¿Dónde estás ahora? —le preguntó—. ¿Saben tus hijos que no estás durmiendo? —No —respondió, afrentado—. Estoy en La Tampa de Craw Strable. —Será mejor que descanses, ¿entiendes? Vete ya, es tarde. Y hazte el favor de

solucionar esto antes de… —La voz del señor Richards se apagó con depresión—. Adiós, Roberth —chilló.

Colgó el auricular con angustia. Aquella discusión no le llevaría a ninguna parte; ni esa ni ninguna otra. Sí, él estaba

arrepentido de sus actos, a juzgar por la actitud que mantenía. Consultó el libro en su mano y al mismo tiempo también estudió el reloj de Richards. «Tiene que ser de este modo», se dijo Anler guardando tanto el libro como el reloj bajo una abertura al lado del arcaico sillón tapizado. Revisó su reloj de muñeca luego de divisar una grácil luz cándida cruzando a través de unas estanterías al otro lado. Resultaba que amanecía ya. 05: 47, miró, y yendo en dirección a la salida, escudriñó de arriba abajo el lugar, como si percibiera la presencia de alguien más dentro de aquella habitación subyacente. Pudo haber jurado que escuchó pasos viniendo a sus espaldas, provenientes de entre las altas estanterías.

Pero no había nadie más ahí. Sacudió la cabeza y salió a paso lento del lugar antes de que alguno de sus hijos le

pillara fuera de la cama y apareciendo de una habitación de la que ninguno de ellos tenía conocimiento. Debía actuar natural, de modo monótono. Y fue en aquel preciso instante cuando se detuvo con un pie dentro y el otro fuera. La revelación de su tremenda desgracia habíalo aturdido. Sí, tremenda desgracia. Porque no cabía duda, Dan le asesinaría. No, no era engaño o suposición. Era verdad. Era lo que sucedería. Continuó subiendo las escaleras con cada miembro de su cuerpo tenso. Si alguna vez Dan hablaba de los sentimientos más tiernos, seguramente lo haría con mofa y sarcasmo. Era poco lo que él había sabido al respecto de Dan en los últimos tiempos. El destino de Agnus les había apartado el uno del otro.

Regresó a la primera sala encontrándosela un poco menos oscura. Recorrió con su mirada toda la habitación y aguzó el oído. De alguna parte dentro o fuera de la casa le llegaron las voces de Agnus y Alves. Con algo de torpeza se volvió en dirección a la chimenea, aún con el inusual pasaje descubierto.

—¡Sheidertt! —murmuró, y, acto seguido la entrada oculta a través de la chimenea

Page 30: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

se cerró de golpe. La puerta del recibidor se abrió y cerró segundos más tarde. —Te digo que no estaba —gruñó Alves. —Bueno, ¿y adónde podría ir? Si se enterara que le estás espian… —¿Dónde andabais vosotros dos? —preguntó el señor Anler cuando sus dos hijos

entraron a la primera sala. Agnus se quedó a media palabra de continuar, mientas que Alves palidecía gracias

a la impresión de tener delante a su padre, a un paso de la chimenea y con expresión expectante.

—No… —osciló Alves—. ¿Tú dónde estabais, papá? —Perdona, Alves, pero yo pregunté primero. Me levanté para ir al baño, los busqué

y no los encontré por ninguna parte —repuso. Alves le miró confundido: él también le buscó en su habitación y el baño, y no le

encontró. —No, porque eras tú quien no estaba en su habitación, papá… Fui al despertar

y… —Me espías al dormir, ¿es eso, Alves? —le increpó—. Así que no confías en que puedo cuidarme yo solo. Alves Ciro Anler, ¿soy tan terco que te hago dudar, acaso?

—Te lo dije —susurró Agnus a su hermano. Él guardó silencio, avergonzado. —Debéis aprender a confiar en su padre —les sugirió—. Tengo más experiencia

que vosotros tres juntos. Y, por cierto, ¿dónde está Dan? Ambos evitaron la mirada de su padre con recelo. —Muchachos, por favor —insistió. —Él y Agnus —dijo Alves— volvieron a pelear. Dan se molestó y se fue. No le

hemos visto desde entonces. —¿Hacía cuánto de eso? —Como dos días —respondió Agnus, tenso. —Bueno, volvió ayer por la mañana. Creí que había dormido aquí. No tenía ni idea

de que no estaba en la casa. También discutimos —gorjeó el señor Anler dejándose caer sobre el sofá, desconsolado—. Muchachos, dejadme respirar. Creo que he perdido completamente el sentido de la orientación.

Agnus y Alves le siguieron hasta el sofá. —¿Seguro estás bien? —preguntó Alves, inquieto. —Sí —confirmó—. Muchachos, venid conmigo a mi habitación ya mismo —les

ordenó, levantándose de sopetón del sofá, sin más demora—. Asegúrense de que las

Page 31: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

puertas y ventanas estén cerradas —agregó subiendo con mucha más energía de la que sus hijos pudieron testificar.

Agnus y Alves se intercambiaron nuevamente las miradas, esta vez relegados. —¿Qué crees que suceda con papá? —preguntó Alves. —No lo sé —resopló Agnus—, pero lo mejor será no desobedecerle. —¡Rápido! —gritó Roberth desde las escaleras—. ¡No se demoren, muchachos! Se aseguraron de cerrar tanto puertas como ventanas antes de seguir a trote veloz a su

padre hasta la habitación. —Ya. No se queden ahí. ¡Acérquense —les mandó—, y cerrad la puerta! —¿Qué tienes, papá? —volvió a preguntar Alves ahora que avanzaba hacia él. Roberth

estaba sentado a la orilla de su cama, con cada centímetro de su cuerpo un segundo más tenso—. ¿Nos dirás qué está pasando —le soltó—, o pretendes ocultárnoslo? —Se limitó a no dirigir una mirada de obstinación a su hermano Agnus, quien permanecía inmóvil a sus espaldas.

—Alves —le llamó la atención éste—. Lo siento, papá. Alves no pensó bien lo que diría.

—Créeme, Agnus, llevo pensándolo durante años —masculló Alves fulminando a su hermano con una mirada.

—¡Vamos, dejad de pelear! No quiero que acaben detestándose —suplicó el señor Anler—. Además, Agnus, tu hermano tiene razón. Ya bastante les he mentido y ocultado. Les aparté de un ambiente que para mí resultó amenazante. Muchas veces me he preguntado qué hubiera sido de vosotros tres y Eley si no les hubiese arrastrado conmigo hasta Roscomare Road en un intento fallido por olvidarme de quién era.

Cuando el sol se elevó todavía más alto aquella mañana, logró alumbrar gran parte de la habitación a través del vidrio de la ventana; el temor del señor Anler se volatilizó segundos más tarde cual indumentaria etérea que se desleía con el calor.

»Se lo prometí no sólo en el altar a vuestra madre, sino durante casi diecinueve años: No debe haber entre nosotros o nuestros hijos ningún secreto, ningún escondrijo. Y véanme ahora, he sufrido una gran alteración, y cuando trato de pensar en lo que fue, siento que la cabeza me da vueltas, y no sé si todo ha sido real o si han sido sólo los sueños de un maniático. Quiero, como cualquier otro estúpido e ingenuo mortal, comenzar mi vida donde justo finaliza. El secretó está aquí, y no quiero saberlo…

Alves estaba por detenerlo, pero Agnus le sujetó del hombro para que no lo hiciera. »Ella me dio muchas, muchas horas de placer. Un placer emocional, por supuesto.

Page 32: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

No quiero abordar este tipo de temas con mis hijos, me prometí una vez. —Se detuvo a reír—. A través de sus ojos, esos ojos dulces he aprendido a conocer mejor la belleza interna, porque conocerla es amarla. Deseo con vehemencia caminar una última vez por aquellas calles acalladas en las que nos conocimos mejor. Paramus. Haberla arrastrado a este torbellino que dejó evidentes desastres… ¡Ay! Me desgarra el pecho. Prometí respetar su humanidad, compartir su vida, sus cambios y… su muerte. Todo lo que la hacía ser el amor incondicional que fue conmigo… Y sólo conseguí que sufriera.

»Miento. Hay un camino, si uno se atreve a tomarlo. Por donde ha pasado su cuerpo, ¿por qué no puede pasar otro cuerpo? Yo mismo lo he visto arrastrarse desde su ventana. ¿Por qué no puedo yo imitarlo, y arrastrarme para entrar en su ventana? Las probabilidades son muy escasas, pero la necesidad me obliga a correr todos los riesgos. —Debéis correr el riesgo vosotros dos, muchachos —dijo fijándole los ojos tanto a Alves como a Agnus, aunque en determinados tiempos—. Lo peor que os puede suceder es la muerte; pero la muerte de un hombre no es la muerte de un ternero, y el tenebroso “más allá” todavía puede ofrecerme oportunidades. Puede ofrecernos oportunidades. —¡Suficiente, padre! —dijo Agnus con rigidez—. Sé adónde te estáis dirigiendo, y no pretendo permitírtelo. Lo supe desde que renunciaste a tu poderío a causa, según dijiste de mi madre, mía. Pero ya no pienso ser parte de esto.

—¿Qué pasa? —inquirió Alves, nervioso. —Él cree que morirá. Que Dan lo asesinará, a decir verdad —gruñó Agnus. Roberth bajó su mirada. —¿Por eso haces esto? —preguntó Alves a su padre—. Por eso los escapes de

noche. Por eso las peleas entre tú y Dan. Por eso me diste a guardar el cofre de plata que con tanto cuidado habéis protegido… desde que éramos unos niños. —Su voz, a medida que se sobreponía al tenso ambiente, se alteró.

—No te molestes. Lo dices como si fuera algo malo —repuso el señor Anler. —No estoy molesto. Sin embargo, sí es muy malo. Es como si estuvieras

renunciando a tu vida, papá. Roberth guardó silencio. —Siento mucho no haber sido un mejor padre para ti y Dan. Intenté decírselo ayer,

pero sólo conseguí apartarlo aún más. —Y yo siento que tú te hayas dado cuenta tan tarde, papá —respondió Alves con

desdén—. Pero ¿de qué sirve arrepentirse ahora? —Te debo más que una disculpa —insistió su padre. —Olvidémoslo, ¿quieres? Ahora, lo que necesitas es descansar.

Page 33: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

—Hijo —musitó con suplica—, no olvides lo que te dije. Debéis proteger ese cofre a cualquier costa. Confío en ti ciegamente.

—Ya te dije que lo haría. Lo juré con mi vida. Roberth asintió, satisfecho. —¿Y has pensado en la universidad? —Aún espero su confirmación. —Cambridge estaría perdiendo una perfecta oportunidad si te rechazara, hijo. Confío

en que entraréis —aseguró. —Gracias, papá. —Se encogió de hombros. Reservó a Agnus para el final. Esperaba que, para entonces, éste entendiera que se

avecinaba lo peor. Confiaba en que su miedo se disminuyera con el pasar de los minutos siguientes, como lo había sido con él hacía rato. Semanas atrás se lo dijo, le había dicho que se resignaría a lo que la vida le deparara. Agnus, por supuesto, guardó silencio en aquella ocasión, en desacuerdo con lo que su padre le decía. Había tenido la misma actitud que sostenía en aquel preciso momento, frente a él y a espaldas de Alves.

De repente aguardó a su reacción y le clavó los ojos. —Sigo sin estar en acuerdo con todo esto —dijo Agnus viendo hacia sus zapatos. —Lo has estado desde que eras un niño —acordó su padre—. Si no quieres acabar

como yo, deberás hacer las cosas de diferente manera. Quisiera hacer más de lo que… —Bastante has hecho ya con haber renunciado a tus dones por mí —le interrumpió

Agnus—. Tus fuerzan han decaído con más rapidez desde entonces. —Me tiene sin cuidado. A estas alturas de mi vida es lo último que me importa —

repuso el señor Anler—. Espero que lo consideres cuando llegue tu turno. Ya lo hablamos, está demás discutirlo.

—No estoy seguro de que pueda hacerlo, me refiero a afrontar situaciones como la tuya, papá —admitió Agnus.

—Tendrás el aliento de tu hermano, ¿cierto, Alves? Éste asintió con la cabeza. —Sigue pareciéndome injusto, papá —objetó Agnus viendo de soslayo a su

hermano—. Además, él debe estudiar. Me lo parece que él tendrá asuntos más importantes.

—Apresuras las cosas —dijo Alves esbozando media sonrisa—. Primero deben aceptarme, que no se te olvide.

El señor Anler de pronto se retorció sobre la cama gracias a su tuberculosis, que

Page 34: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

aparentemente comenzó a empeorar semanas atrás. —A esto me refería cuando te dije que no quería que renunciaras a tus dones —le

reprendió Agnus. Él volvió a toser fuertemente. Tanto Agnus como Alves demostraron su contrariedad—. Debemos llevarte ya mismo a un hospital —sugirió.

—Sí, iré por el auto —dijo Alves. —¡De ninguna manera, muchachos! —gruñó Roberth firmemente—. Es sólo una

tos. Nada por lo cual preocuparnos. Agnus y Alves se vieron con obstinación. —Trae el auto —ordenó Agnus a Alves. —¡Suficiente! —Volvió a toser con brusquedad, asustándolos con su inusual ruido

gutural—. No pienso… —dijo con quiebros en la voz luego de conseguir recuperarse—… no pienso discutir con vosotros dos ahora —espetó—. Necesito que me dejéis a solas ahora mismo. Salid y cerrad la puerta. ¡Andad ya! ¡Fuera! —les echó. Agnus y Alves se intercambiaron otra miradita poco antes de salir disparados por la puerta. Sin duda alguna su padre no aceptaría su mal estado, aun rogándolo. Alves echó un vistazo a su padre antes de cerrar la puerta. El pobre hombre apenas conseguía recostarse por sí solo sobre la cama para descansar. Frunció el ceño, pensativo, y al mismo tiempo que dirigía hacia Agnus unos tensos labios de inconformidad.

—¿Qué planeas? —inquirió al leer su expresión cómplice. Pero antes de que Alves pudiera responderle, consiguió adivinarlo—. Que ni se te ocurra. Dijo que le dejáramos a solas. Lo mejor es obedecerle, porque no quiero que su situación empeore.

—Sí, y concuerdo contigo —repuso Alves—. Sin embargo, me preocupa dejarle solo en su habitación. No me parece suficiente nada más vigilarle.

Agnus hizo un gesto conformista. —¿Te estás resignando? —le increpó. —¿Tú no? —le soltó—. Vamos, Alves, nuestro padre ya aceptó su muerte, ¿qué

esperas tú? Por favor, debemos ser realistas. Dan no se apiadará de vuestro padre incluso aunque se lo impidiéramos.

—¿Piensas facilitárselo? —No, pero… —Basta —le detuvo. —Lo siento, hermano, pero papá no cree que… Alves hizo mala cara. —De acuerdo —accedió Agnus—. ¿Qué sugieres que hagamos? —No lo sé —admitió Alves—. Aunque… Me parece que una protección serviría.

Page 35: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

—Se volvió en dirección a la puerta de la habitación de su padre, alzó ambas manos a la altura de sus hombros y con las palmas señaló en dirección a cada lado de la entrada—. Al menos intentaré retrasar su muerte —musitó con cierto recelo recorriéndolo—. Protejo —susurró.

Al acorde una barrera brillante, translucida y aparentemente fría se desprendió con suavidad de las palmas de las manos de Alves.

—Si él vuelve, notará la ausencia de la puerta, y de inmediato sabrá que algo anda mal —advirtió Agnus, pues, en efecto, ésta ya no se encontraba a sus vistas.

—Sé que servirá —dijo con un brillo de esperanza en su mirada—. Al menos por un tiempo… —Tragó saliva, giró sobre sus talones para volver en dirección a la primera sala, pero se detuvo unos pasos antes de llegar a las escaleras para decir, sin dar la mirada a su hermano, lo siguiente—: Tú y papá ya han aceptado que la muerte rondará muy pronto, pero ninguno se ha detenido a siquiera detenerla… Quizá deberíais cambiar de artilugios vosotros dos.

Poco después de la segunda semana de septiembre de un año en el que reservaremos para más tarde, el señor Anler hacía un pequeño esfuerzo, luego de meses, por levantarse de su cama. Aparentemente su enfermedad, de la cual no se tenía hasta aquel momento ninguna averiguación, comenzaba a empeorar: piel llena de manchas, vista débil, inmovilidad en varios miembros de su cuerpo... Desde aquella tarde en la que discutió con Agnus y Alves, no volvió a verles, incluso cuando los descubría entrando a hurtadillas a su habitación para acreditar que se encontraba bien, éste no les dirigía su mirada.

Cuerdo o no, Roberth aseguraba que estaba destinado a ser asesinado, porque según sí mismo, la muerte le rondaba ya más cerca de lo que se imaginaba. Cualquiera, incluso en el mejor de los casos, se hubiese dado cuenta de que aquella suposición sería verdad…

Sin embargo, el señor Anler no se permitió que aquello le causara temor. La pesadilla que amenazó durante tantos años volvió a sucumbir por tercera ocasión consecutiva. Estuvo en tal grado de desesperación que trató de calmarla, pero sin el menor de los éxitos. Se convenció para creer que, si pensaba en ella, su pesadilla, eso provocaría que su temor se redujera.

Page 36: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

Le vio. Sus ojos, tan negros, tan llenos de odio hacia él… le fueron desconocidos. No entendió de qué modo pudo creer que arrodillarse ante él para implorarle perdón serviría para que éste le dejara vivir. En aquel instante le pareció que morir era su mejor salida. Si no se mataba a sí mismo, ¿de qué pecado le podrían culpar sino por el de haber arrastrado a su familia al sufrimiento? Al menos de aquel modo sabía que era lo justo, lo que merecía. No obstante, él tenía un plan para arreglar lo sucedido, y no debía permitir que nada ni nadie se lo impusiera. Por tal caso intentó levantarse de la cama, diciéndose que podía hacerlo, con aquella tenacidad con la que se convenció para no creer que estaba dañando a sus hijos, esta vez admitiéndolo con toda honestidad. Ya había dicho a dos de sus hijos que le perdonaran, y aunque uno no aceptara su muerte, era imperativo que lo entendiera porque pronto partiría.

Su intento por levantarse resultó fallido… por novena ocasión contigua. Aquello le provocó una fuerte y enfermiza sensación de ansiedad. Harto de su debilidad, se dejó caer sobre la cama, viendo hacia el techo y seguramente lamentando el hecho de ser un mortal más sobre la Tierra.

Fuera, en alguna parte de Roscomare Road, un perro comenzó a aullar justo cuando el señor Anler cerró sus ojos. Su aullido fue largo, lúgubre, como si aquel animal tuviera miedo. Su, (podríamos decirle) llamado, fue tomado por otro perro… y por otro… y otro más, hasta que terminó siendo un pavoroso arreglo de canes, sus aullidos siendo desviados por la suavidad de la brisa.

Todo pareció paralizarse durante un súbito segundo. Fue entonces cuando el hombre se quedó repentinamente dormido… a la vereda de su paz.

Y bien, en la lejana trayectoria, desde la aquietada calle, quizás más allá del bosque que con recurrencia visitaba, llegó un zumbido mucho más fuerte e irritante que el de un silbido. Aún dormido, el hombre captó aquel molesto ronroneo. Apretó los parpados, arrugó su frente y la nariz, hasta que no consiguió por más tiempo soportar el ruido dentro de sus oídos.

Abrió los ojos, y automáticamente el zumbido desapareció. Aguzó el oído, confuso por la inesperada retirada de la molestia a su alrededor. La

oscuridad le rodeaba a medida que su mente se agotaba… Fue justo en aquel instante cuando el señor Anler comenzó a tensarse sobre su cama. No estaba él solo. Estaba seguro de aquella afirmación, incluso cuando el latido de su corazón era mucho más fuerte como para alcanzar a escuchar ninguna otra cosa cerca. A los pocos segundos sus oídos se acostumbraron al ruido que el latido de su corazón provocaba.

… el ruido de algunas pisadas le alarmaron y, sin embargo, éste se mantuvo inmóvil

Page 37: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

sobre la cama, ahora con la mirada sujeta al muro de frente a la puerta. ¿Se trataba de Agnus o Alves? Pero gracias a aquellos pasos, que eran poco

imperceptibles, sabía que no se trataba de ninguno de ellos. Sus hijos, por supuesto, le visitaban a diario, lo que le daba la ventaja de saber cómo y de qué modo alguno de éstos se movían dentro de la habitación para no despertarle. Los pasos de Alves eran discretos, lentos y cuidadosos. Los de Agnus, poco hábiles y ruidosos. Aquellos, valga la redundancia, no parecían querer tener cuidado al pisar; ni el menor rastro de circunspección. De poco en poco Roberth advirtió su recelo. Se sintió terriblemente angustiado, más por la ansiedad que por el miedo.

Había soñado con aquel momento tantas veces, que la incertidumbre porque aquella pesadilla acabara le asaltaba. Deseó que acabara, deseó que desapareciera, deseó poder, finalmente, dejar de sentir todo, fuera grande o pequeño, rastro de sentimiento. Su más importante anhelo era el de que aquella fuerte luz blanca le ahogara…

Luego, por unos segundos, los pasos se detuvieron, volviendo a conseguir que su angustia le azotara. Y no lo soportó por más tiempo, porque soportarlo significaba darle a aquella persona en su habitación la satisfacción que buscaba.

—Dan —susurró, no con miedo, sino con un severo rastro de resentimiento—. Te habéis tardado en venir a por mí…

—No me digas que has estado esperándome. —Roberth reconoció la sorpresa pintada en el rostro de su hijo a pesar de la oscuridad que les encerraba—. Bueno, me alegra oírte decírmelo —admitió al tiempo que se tomaba la libertad para caminar dentro de la habitación, tomando de vez en cuando algún objeto sobre las repisas del fondo, la cómoda de su difunta madre y el buró al lado de la cama—. ¿Y qué hay de mis hermanos? —comentó luego de un rato—. ¿Han preguntado por mí en estos días?... Por supuesto que no lo han hecho. Digo, ¿por qué deberían hacerlo?

—Aunque te parezca extraño, lo han hecho —repuso su padre. Dan abrió mucho los ojos. —Seguramente les preocupa que te haga daño, ¿no es así? Roberth tragó saliva. —Les tiene sin cuidado —mintió. —La protección alrededor de tu puerta me hace creer que estás mintiendo. Si no ha

de preocuparles ¿por qué buscarían mantenerte encerrado? —Una artimaña poco benefactora, estoy de acuerdo —respondió el señor Anler

intentando sentarse sobre su cama—. Pero tienes que darles crédito, porque ellos no aceptan tan bien como yo que mi muerte aguarda más cerca de lo que algunos

Page 38: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

podríamos imaginar. —Me habéis sorprendido una vez más —resopló Dan—. El hecho que aceptes tus

errores… un lindo detalle estando a un paso de tu tumba. Pero dime… ¿cómo piensas que el destino se las cobrará contigo? Porque, seámonos honestos, tú tienes muy altos precios por pagar.

—Estoy consciente de ello —masculló bajando su mirada al suelo. Dan arrugó los ojos. —De haber hecho las cosas diferentes, Roberth… —susurró éste cerca de su

oído—. Nos arrastraste a un mundo que creíste sería prefecto, trayéndonos de ciudad en ciudad, según tú, apartándonos de lo que aparentemente suponías sería una vida difícil. El hombre guardó silencio.

—Sólo acaba ya —le suplicó. —¿Acabar ya? ¿Sabes por cuánto tiempo imploré con esas mismas palabras que

acabáis de utilizar que tú nos dijeras la verdad a Alves y a mí? «Que acabe ya, por favor. Que acabe ya de mentirnos». Si no hubiese sido por mamá, con su insistencia porque te diéramos tiempo…

—Lo siento… —¡Tus malditas disculpas no me sirven de nada! —gruñó con ferocidad. —No lo entiendo —dijo Roberth con un hilo de voz—. ¿Por qué haces esto? No

veo motivos sugerentes para que me odies. Sin embargo, admito mi error. —Le apartó la mirada con frialdad.

—No vengas a buscar que te tenga compasión. Busca el perdón de Alves, pero nunca el mío. ¿No te parece irónico? Después de que mueras todos te llorarán, te llorarán incluso cuando ni siquiera eso te mereces: que se conduelan de ti.

—Dan… —¡No! —rezongó—. ¿Qué no lo entiendes, Roberth? No controlarás más nuestras

vidas. El hombre se encogió de hombros. —Este es mi mayor placer, ¿sabes? —dijo Dan quedamente al inclinarse todavía

más a su oído—. Que me temas, ese es mi placer. —No hagas esto… —Pero ¿por qué no? —repuso Dan—. Es lo que mereces y más, si es así como lo

piensas. Hiciste de nuestras vidas un infierno, y es ahí donde irás a parar. Morirás bajo la compañía de la soledad, te felicito. Apuesto lo que sea porque Alves amaría verte ahora, así de vulnerable y manejable, querido «padre».

Page 39: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

—¡No metas a Alves en esto! —le amenazó. —¿Te preocupas por él ahora? ¡¿Después de tanto tiempo te importa lo que le suceda?!

Roberth evitó la mirada acusadora de su hijo en silencio. —Oh, padre —suspiró con malicia, enderezándose delante de él, mirándole con

complacencia—. Tenéis una cuenta pendiente por saldar…, y me alegra que estés presente para pagar justamente por ella…

Page 40: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

ABC7 Breaking News, 15 de septiembre de 1988 «En nuestra columna de hoy, Roberth Gregor Agario Anler, fundador y presidente general de CTDII (Community Together by the Development of the Importing Industry), e icono de la empresa importadora estadounidense más importante del país, ha sido asesinado.»

«Roberth Anler nació el 12 de enero de 1928, en Paramus, Nueva Jersey, hijo de Magnolia Anschutz, quien murió segundos luego de haberle dado a luz, y Edmunt Johma Anler, quien contrajo matrimonio con Philia Solah dos años más tarde de la muerte de su mujer. Meses antes, su padre, el apenas aprendiz de empresario, el señor Graham Alicuz Anler, compró la compañía Luxury Cars, que cambió de trayectoria y nombre un año después, por el de Audaller Inc., convirtiendo la empresa millonaria en algo impredeciblemente inalcanzable: un imperio multimillonario. Invirtió, desde entonces, en acciones, bienes raíces, firmas industriales, y así también en microempresas. «Anler creció en Manhattan, Nueva York, como hijo único. En años posteriores, éste se integró a un pequeño grupo de jóvenes interesados en el golf, una iniciativa incentivada por el Ridgewood Country Club, en su natal Paramus. Se graduó en la Wichita High School (Kansas) en 1946, luego de haber huido de casa de sus padres junto a Eley Colin Salman, con quien años más tarde se casó. Fue en 1950 cuando obtuvo finalmente una licenciatura en negocios de la Universidad de Harvard luego de rechazar la ayuda de su padre por apoyarle.»

«En 1957 aceptó formar parte de la empresa de su padre, donde insistió en comenzar desde abajo, como conserje, consiguiendo tres años más tarde el puesto de vendedor automotriz. Tras dos años más Anler compró una cuarta parte de la empresa a su padre, tras haber rechazado su oferta por quedarse con todo sin ningún fin lucrativo.» «Fue en junio de 1959 cuando su padre fue asesinado por lo que hasta el día de hoy se ha revelado un misterio, cuando Roberth Anler aceptó ser el presidente general de

Page 41: Grengin: El Oráculo del Pipiolo

Audaller Inc.» «Anler tomó el mando de su empresa en 1961, luego de que dos generaciones pasadas

levantaran lo que hasta ahora se considera el imperio con mejores ganancias acumuladas, llevando a la compañía a la cima de la industria importa-automovilística. Pero todo cambió en 1982, cuando su esposa, Eley Colin Salman Anler, murió, según expusieron algunos de los medios, por depresión. Lo último que su junta directiva declaró a los medios economistas del país fue la preocupación por la enfermedad en la que se veía expuesto el hasta ahora dueño de Audaller Importing Company, Inc.»

National Post, septiembre de 1988

Pasada la tarde y noche del jueves 15 de septiembre, el empresario Roberth Gregor Agario Anler, dueño de Audaller Importing Company, Inc. y fundador de la Community Together by the Development of the Importing Industry, fue hallado bajo el resguardo de una hoja metálica a las afueras de la ciudad de Los Ángeles. El acontecimiento fue anotado por cuerpos públicos pasadas las últimas horas luego de su informe.

Trabajadores de su línea industrial demuestran su anarquía concurriendo las asambleas establecidas por la asociación. Más de 75.000 solícitos de las empresas ubicadas en diferentes puntos del país se han hecho presentes para dar el pésame oficial a sus hijos, de los cuales no se han escuchado declaraciones hasta el momento.

National Post, noviembre de 1988

La junta directiva de Audaller Inc., encabezada por Noehl Conan, ha declarado que desde el próximo mes toda su gestión será operada por Agnus Rogerleith Anler, hijo mayor del fallecido Roberth Anler, luego de que el menor de sus hermanos, Alves Ciro Anler confirmara que se desentendería definitivamente de la empresa familiar por causas personales. Por otra parte, Dan Anler, hijo mayor menor, desapareció, por lo que se expresó hasta hace poco, un mes antes del asesinato de su padre.

Forbes ha clasificado a Agnus Anler como la persona más rica número 11 en los Estados Unidos, con un valor estimado de $13.600 millones hasta la fecha.»

Page 42: Grengin: El Oráculo del Pipiolo