escritoras de la generación del 80

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  • LA PLUMA Y LA AGUJA:LAS ESCRITORAS DE LA GENERACION DEL '80

  • Bonnie Frederick,compilacin e introduccin

    La pluma y la aguja:las escritoras de laGeneracin del '80

    antologa

    Bonnie Frederick , anteriormente profesora de literatura hispanoamericanaen la Washington State University (Pullman, Washington, EE.UU.),ahora en la Texas Christian University (Ft. Worth, Texas, EE.UU.), esautora de varios artculos sobre la literatura argentina del siglo XIX, connfasis en el tema de la mujer. En 1998 se public su libro sobre cuatrodcadas de la escritura de mujeres argentinas Wily Modesty. ArgentineWomen Writers, 1860-1910.Se corrigieron las notas en la introduccin a la edicin electrnica de Lapluma y la aguja: las escritoras de la Generacin del '80.

  • Diagramacin de tapa:Rubn y Marina Naranjosobre un dibujo deWill Bradley

    1993

    1993 Bonnie FrederickBuenos Aires, ArgentinaI.S.B.N. 987-99025-2-1Queda hecho el depsito que marca la ley 11.723Impreso en la Argentina - Printed in Argentina

    para Mery, Cristina de Cheyy

    las otras Damas de la Mesa Cuadrada:Carolina Andreatta de Chey, Guadalupe Duarte,

    Mabel Gallardo, Nlida Tedeschi y Amanda Rosell

  • En febrero de 1896, un grupo de escritoras se reuni en el cementeriode la Recoleta en Buenos Aires para dedicar una placa a la memoria deLola Larrosa de Ansaldo, escritora y periodista que muri de tuberculosisa la edad de 38 aos. Una de las que hablaron en esa ocasin dijo:

    Oh Lola! t formaste parte de la legin de las escritoras de mipatria; t, como la inmortal Gorriti, la esclarecida Pelliza deSagasta, la Avellaneda de Sarmiento, Mansilla de Garcahasdejado grabado tu nombre en los anales literarios de nuestrapatria.1

    Pero se equivoc. Cuntas personas hoy reconocen los nombres deLarrosa, Pelliza de Sagasta, Mansilla de Garca? No, Lola Larrosa estolvidada hoy en da. Hay que conocer muy bien la literatura argentina delsiglo pasado para saber que ella escribi sobre cuestiones econmicasen trminos femeninos antes que nadie.

    Es una triste realidad que el olvido haya seguido los pasos de la mujerque escribe, borrando su nombre de la memoria pblica. Cada generacinde escritoras se cree la primera: trabajan como si no tuvieran antecedentesy tienen que forjarse una identidad creativa a partir de cero. Pero el olvidodel presente no quiere decir que no hubiera escritoras en el pasado. Alcontrario, las nuevas investigaciones histricas de las ltimas dcadasestn revelndonos que la mujer siempre ha escrito, ha participadosiempre en la vida intelectual y artstica, a pesar de los grandes obstculosque le impona la sociedad en la que viva. Esta antologa intenta haceruna pequea contribucin a esta nueva historia literaria; ofrece ejemplosde las obras literarias de las escritoras de la Generacin del Ochenta conel fin de restaurar un captulo olvidado de la historia de la mujer argentina.

    De las muchas mujeres destacadas del siglo XIX, se incluyen nueve,

    IntroduccinIntroduccinIntroduccinIntroduccinIntroduccin

    9

  • todas nacidas entre 1835 y 1860. En esos aos nacieron los del Ochenta,es decir, la generacin que hered el pas despus de la de Rosas ycomenz un programa de modernizacin que todava tiene consecuen-cias para la vida argentina. Las nueve escritoras elegidas son: ElviraAldao de Daz, Agustina Andrade, Mara Eugenia Echenique, SilviaFernndez, Lola Larrosa de Ansaldo, Eduarda Mansilla de Garca, IdaEdelvira Rodrguez, Josefina Pelliza de Sagasta y Edelina Soto y Calvo.2Por qu estas escritoras y no otras de semejante talento e inters? Se laseligi principalmente porque ellas mismas se consideraban escritorasliterarias (es decir, no se definan en trminos polticos, aunque a menudotrataban temas polticos y econmicos); porque publicaban regularmente(lo cual indica que la escritura era ms que un pasatiempo espordico);porque expresaban ideas comunes de la comunidad femenina de sutiempo, y mantenan a la vez su propio estilo individual; y porque susobras tuvieron cierto xito en su da. El deseo de mantener un enfoqueliterario hace que no se incluyan las numerosas mujeres dedicadas a laescritura poltica que forman uno de los captulos ms fascinantes de lahistoria argentina; ellas merecen su propia antologa.3

    Las antologas e historias convencionales de la generacin argentinade 1880 dan la impresin de que la generacin estaba formada solamentepor escritores hombres, pero una lectura de los peridicos y revistas de lapoca contradice esta impresin. En el diario La Nacin, por ejemplo,aparecen con frecuencia poesa, cuentos y ensayos escritos por mujeres,y se anuncian y comentan las novelas escritas por mujeres. En ciertosaspectos, las mujeres del Ochenta no eran muy diferentes de sus colegasmasculinos. Las adineradas escriban para su propio placer y realizacin;las otras luchaban por ganarse la vida con su escritura. Todas ellas creanen el programa positivista del progreso material y moral, y compartancon los hombres el afn de viajar y conocer otras culturas, en particularlas de Francia y los Estados Unidos. Sin embargo, las mujeres no eranmeros ecos ni imitadoras de los hombres. Porque eran mujeres, llevabanvidas muy diferentes de las de los hombres, y eso produca una distintavoz narrativa. An en los casos en que compartan un tema en comn conlos escritores masculinos, no podan evitar interpretar el tema en suspropios trminos. El estudio de las obras de estas mujeres resulta ser elestudio de cmo la escritura femenina aunque a veces sea semejante a

    la escritura masculina a la larga se desva de la tradicin literaria deaqulla.

    El proceso de forjar una voz narrativa nica comenz mucho antes deque las escritoras pusieran pluma al papel; los tabes que definan larespetabilidad femenina influan en sus vidas privadas, sus carrerasprofesionales y su desarrollo literario. La sociedad de entonces podra sermuy cruel con las mujeres que ambicionaban algo ms que ser esposas ymadres. Josefina Pelliza de Sagasta escribi en 1885 que La mujerargentina que escribe una carta una pgina,un libro, en fin tiene que serantes que escritora, herica!.4 En una carta a su sobrina escrita en 1885,Domingo F. Sarmiento se refiri a lo que haban sufrido EduardaMansilla y especialmente Juana Manso:

    Eduarda ha pugnado diez aos por abrirse las puertas cerradasa la mujer, para entrar como cualquiera cronista o reporter en elcielo reservado a los escogidos (machos), hasta que al fin haobtenido un boleto de entrada, a su riesgo y peligro, como lesucedi a Juana Manso, a quien hicieron morir a alfilerazos,porque estaba obesa, y se ocupaba de educacin.5

    Cuntas mujeres decidan no correr el riesgo de publicar suescritura cuando vean reacciones como sta sobre la primera novelade Lola Larrosa?

    La Sta. Lola Larrosa, dispuesta como parece estar a dedicarsecon empeo a las letras, debe aconsejarse sin recelo de personascapaces de contrariar sus inclinaciones, desviando con provecholas tendencias de su espritu hacia rumbos ms propicios y acasode ms vuelo para su corazn de mujer.6

    Este crtico no le sugiere a Larrosa que mejore su escritura; le dice quedeje de escribir.7 Lo notable es que Larrosa siguiera escribiendo a pesarde esta crtica feroz.

    En este ambiente fue una gran ventaja tener la familia y las coneccionespolticas correctas. Agustina Andrade, por ejemplo, era hija del poetaOlegario Andrade. Eduarda Mansilla era sobrina del dictador Rosas y lahermana de Lucio Mansilla (que la defenda a pesar de su desdn hacialas escritoras femeninas en general). Edelina Soto y Calvo goz de la

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  • ayuda de su hermano, el poeta Francisco Soto y Calvo, y su cuada, MaraObligado, la hermana del poeta Rafael Obligado. El dinero era la mejorventaja de todas: la muy adinerada Elvira Aldao de Daz pas su vidaviajando en primera clase para despus publicar sus memorias a su propiocosto. Nunca sufri las molestias de los editores ni la reaccin crtica(menos la de su hermano que, furioso por algunos pasajes indiscretos enRecuerdos de antao, trat de comprar y destruir todos los ejemplares).En contraste, Ida Edelvira Rodrguez no tena ni dinero ni posicin social.Nieta de esclavos negros, viva en un conventillo en tanta pobreza que nopoda comprar libros; una amiga se los prestaba. Es curioso pero entendibleque Rodrguez huyera de su realidad, soando con las glorias de Greciay Roma, mientras Aldao, que gozaba de una realidad cmoda, escribamemorias de su propia vida. Y si Eduarda Mansilla, rica, blanca y defamilia pudiente, sufra la crtica social por sus ambiciones literarias,qu habra sufrido una negra pobre sin la proteccin de una familiapoderosa?

    Despus de varios aos de actividad literaria, Rodrguez, todava muyjoven, deja de figurar en las pginas de los peridicos porteos. Calladaquiz por el cansancio de luchar por la vida? desilusionada de sus sueosclasicistas? Aunque el caso de Rodrguez sugiere muchas razones parael hecho de que dejara de escribir en efecto, es ms sorprendente quehubiera escrito el silencio es comn entre las escritoras del Ochenta (yde otras pocas). Agustina Andrade, por ejemplo, dej de escribir supoesa cuando se cas. Se supone que, dedicndose a su marido y a susdos hijas, Andrade ya no tena ni el tiempo ni la tranquilidad para escribirpoemas. La energa y libertad de la juventud tambin deben ser factoresimportantes en la carrera de Silvia Fernndez. Fernndez goz de unareaccin crtica muy favorable con su primer libro; nunca encontr lanegativa que sufri Larrosa. Sin embargo, sus tres libros aparecieron en1876, 1913 y 1922; qu habra producido el silencio de los aos que vanentre 1876 y 1913? Por otro lado, en contraste con las otras escritorasincluidas aqu, Elvira Aldao de Daz y Edelina Soto y Calvo no comen-zaron a escribir cuando eran jvenes, sino cuando tenan sesenta y tantosaos, una etapa en la vida cuando muchas mujeres descubren una nuevalibertad. Su madurez personal es evidente en su voz narrativa: tolerante,irnica y consciente de las ambivalencias de la vida. Sus sentimientos son

    profundos y cuidadosos, no sufren los entusiasmos repentinos y pasajerosde la juventud. En todo caso, estos silencios son ms tpicos de la carrerafemenina que de la masculina, y se relacionan con el concepto social delo aprobado para la mujer. Como dice un libro de conducto publicado enBuenos Aires en 1869:

    Un profundo silencio siempre ha sidoDe las mujeres el ms bello adorno.6

    A pesar de los obstculos para su libertad personal, las mujeres delOchenta obraban con determinacin en favor de su dignidad comoescritoras. Fueron inspiradas y ayudadas por dos escritoras extraordina-rias que tuvieron roles claves en la defensa de la causa femenina y laorganizacin de redes entre mujeres literarias. Una de ellas, JuanaManuela Gorriti (1818-1892) lleg a Buenos Aires en 1874 e inmediata-mente comenz a organizar tertulias literarias como ya haba hecho enLima. Fund la revista La Alborada del Plata (1877-1880) y comoeditora de la revista, daba preferencia a las contribuciones de mujeres. Lasegunda escritora de influencia, Clorinda Matto de Turner (1852-1909),lleg a Buenos Aires en 1895, tambin organiz un crculo literario yfund el Bcaro Americano (1896-1908) que tambin daba primer lugara la escritura femenina. Gorriti y Matto publicaron a escritoras de otrospases hispanoamericanos, cosa que no hicieron otros peridicos de lapoca, como La Ondina del Plata (1875-1877).

    Pero ms que nada, Gorriti y Matto se ganaron la vida a travs de suescritura, un logro que inspir a otras mujeres que queran trabajarintelectualmente. Las posibilidades econmicas del periodismo crearonoportunidades para las mujeres de las clases menos privilegiadas, comoLola Larrosa (que trabaj para mantener a su hijito y al marido que sufrauna enfermedad mental) e Ida Edelvira Rodrguez. Las periodistas noganaron sueldos muy grandes, pero ganaban mucho ms que las costure-ras, que vivan en notoria miseria, y la labor era ms decente que la delas fbricas, que de todos modos, preferan darles trabajo a los hombres.Jorge Rivera, que ha investigado las ganancias literarias del siglo pasado,calcula que los periodistas ganaban entre 100 y 300 pesos mensualescuando los obreros fabriles ganaban alrededor de 100 pesos mensuales9.Para un hombre con otras opciones de empleo, este sueldo era adecuado

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  • pero nada ms; para una mujer con muy limitadas opciones de empleo,era muy atractivo. Adems, hay que recordar que las mujeres no gozabande la oportunidad de servir en el cuerpo diplomtico, empleo que s seentregaba a los escritores masculinos y era para ellos una importantefuente de salario. Casi todos los escritores hombres del Ochenta erandiplomticos o funcionarios del gobierno (ejemplos por excelencia sonlas carreras pblicas de Eduardo Wilde, Lucio Mansilla o Miguel Can).Eduarda Mansilla acompa a su marido a sus puestos diplomticos enEuropa y los Estados Unidos, pero sus responsabilidades fueron no msque las de esposa, madre y extranjera distinguida.

    A pesar de los grandes obstculos que enfrentaban las escritoras, sustemas frecuentamente son semejantes a los de sus colegas masculinos. Eltema principal, comn entre las mujeres tanto como entre los hombres,era su creencia en el progreso. La palabra progreso adquiri dimensio-nes casi mitolgicas en el siglo XIX, evocando una Argentina rica,desarrollada y libre de las guerras civiles del pasado. La ley inevitabledel progreso para emplear la frase predilecta de los del Ochentaprodujo grandes cambios en Buenos Aires, entre ellos, la electricidad,nueva arquitectura, mejores medios de transporte, y mejores condicionessanitarias. Las mujeres del Ochenta apoyaban estos cambios con todo elcorazn. Por ejemplo, el poema El siglo XIX de Josefina Pelliza deSagasta es completamente tpico de la ideologa de su poca: el progresoes el cable intercontinental de telgramas, los ferrocarriles, la ciencia y laindustria; los obstculos al progreso son los indgenas y el pasado. PeroPelliza y las otras escritoras de su tiempo tambin interpretaron que elprogreso tena que incluir una reforma en el estado de la mujer; para ellasla electricidad, el ferrocarril y otros progresos materiales no eran sufi-cientes. En su libro Conferencias, Pelliza traza la opresin de la mujerdesde los tiempos ms tempranos hasta el siglo XIX. Seala que lasescritoras en otros pases hispanoamericanos han podido realizar ms queen Argentina, y lo atribuye a su mayor progreso intelectual. Es decir,Pelliza trata de avergonzar a los argentinos empleando el ms grandeinsulto de su tiempo: la opresin de la mujer es anti-progresista.

    Segn el concepto del progreso que mantenan estas escritoras, elprogreso estaba ligado a dos reformas en particular: el derecho a laeducacin y el derecho a trabajar fuera de la casa. Mara Eugenia

    Echenique rene los temas en su ensayo Necesidades de la mujerargentina (1876), incluido en esta antologa. Este gran deseo de educa-cin y de una oportunidad de ganarse la vida trabajando fuera de la casafue universal entre las escritoras del Ochenta, aunque no estuvieran deacuerdo en otros temas. A juzgar por la pasin de sus pedidos en favor dela educacin y el trabajo, se sentan sofocadas en el ambiente de la familiapatriarcal. Sin duda, la vida domstica provocaba una gran ambivalenciaen las autoras del Ochenta. Su sociedad insista en que fueran esposas ymadres; sin embargo, la misma sociedad les despojaba de sus derechoslegales, econmicos y sociales. Por eso, se sentan obligadas a defenderla existencia femenina y en particular la nobleza de la maternidad. Enparticular buscaban el derecho a sus hijos, algo que la patria potestadotorgaba al padre. Estas escritoras saban perfectamente que la reformadentro de la familia implicaba la reforma de la sociedad en general.Cambiar la dinmica del poder y la responsabilidad en la relacin entremarido y esposa implicaba el cambio en otras relaciones, como la queexiste entre las clases econmicas y la autoridad poltica. La retricapoltica masculina del siglo XIX empleaba la imagen de la familiatradicional para representar la estabilidad del estado,10 pero para lasmujeres del Ochenta, la familia representaba la opresin, la impotencialegal y el pasado atrasado.

    Una imagen repetida que representaba la opresin de la mujer y losdeberes del hogar era la de la aguja. Antes de la invencin de la mquinade coser, la mujer tena que dedicar largas horas a coser la ropa a mano.Hay que conocer este contexto para apreciar un poema como Lamquina de coser, que combina la fe en el progreso, el deseo de igualarla relacin entre la mujer y el hombre, y el gran alivio de ser liberada dela labor de coser a mano:

    Tienes alma, tienes vida,y salvando el tiempo vaesa aguja enloquecidacon su raudo pespuntear. [. . .]

    Eres trono donde imperaquien, sumisa esclava ayer,una cosa intil erade un seor antes los pies.

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  • Eres hoy la maravillaque este siglo audaz crepara hacer grata y sencillanuestra ayer ruda labor. [. . .]11

    Pero la costura era ms que simplemente labor manual: simbolizaba laideologa de la mujer en su casa, el ideal de lo femenino sumiso ydecorativo.12 En este sentido, las obras de la aguja el bordado y hacerencaje en particular provocaban gran ambivalencia entre las mujeres delsiglo XIX. Por un lado, la costura permita a la mujer una expresin artsticasocialmente aprobada, y su habilidad, que todava nos asombra en losobjetos mostrados en museos y tiendas de antiguedades, era motivo deorgullo y dignidad. Sin embargo, se consideraba artesana, no arte, y poreso se la crea destinada a ser consumida y olvidada. Las artes perdurablescomo la pintura, la composicin de msica y la literatura, estaban en laesfera celosamente guardada por los hombres.13 Este es el contexto de lospoemas de Silvia Fernndez, La pluma y la aguja y Zurciendo medias,que emplean el vocabulario de la costura con orgullo de lo femenino perocon irona tambin, implicando que la costura anula la escritura.

    Otras obras presentan una desesperacin con la situacin familiar queestaba muy lejos del sentimentalismo que suele atribuirse a la escriturafemenina. Por ejemplo, la novelista Lola Larrosa de Ansaldo era tradicio-nal en su concepto de la familia y firme en su creencia de que la mujer debadedicarse a su marido y sus hijos. Sin embargo, casi sin quererlo, susnovelas muestran la crisis de la familia tradicional: asediada por problemaseconmicos, dependiente de los caprichos de patrocinadores ricos ysuceptible a disrupcin por la muerte o la enfermedad. Forzada porcircunstancias a ganarse su propia vida y sin la educacin o entrenamientopara otro empleo, la herona tpica de Larrosa no tiene otra opcin que lacostura, es decir, la miseria. Las escenas de desesperacin econmica ensus novelas son mucho ms convincentes que las de felicidad o salvacin,quiz porque Larrosa las describa a partir de su propia experiencia.

    Y el amor, el tema popularmente considerado predilecto de lasmujeres? Existe entre estas pginas tambin, pero como el caso de lafamilia y la costura, era un tema que provocaba reacciones varias. Lospoemas de Agustina Andrade muestran el amor idealizado del romanti-

    cismo, que a nuestros ojos hoy parece tpico de la poca.14 Por otro lado,Edelina Soto y Calvo presenta un cuadro mucho ms problemtico enIntima y Silvia Fernndez se burla del amor en El y ella. Essignificativo que la poeta que ms elogia el amor matrimonial, JosefinaPelliza (que escribi varios poemas y ensayos parecidos a A mi esposoincluido aqu), era tambin la escritora que ms exiga derechos legalespara mujeres casadas: el amor s, el amor ciego no.

    En el amor, como en los otros temas comentados aqu, las escritorasde la Generacin del Ochenta se expresaban con su propia voz, una vozque refleja los valores de su tiempo pero que siempre mantiene su propiaindividualidad.

    Aunque un siglo nos separa de las mujeres del Ochenta, sus preocupa-ciones vitales parecen contemporneas. En su inteligencia y angustia, susdudas y pasiones, sus triunfos y su necesidad de expresar el deseo decrear, estas escritoras dejaron un digno legado a las mujeres de hoy.

    Notas1 Mara Emelia Passicot, Bcaro Americano, I, 2 (15.II.1896): 45-6.2 Para datos biobibliogrficos sobre estas escritoras, ver: Lily Sosa de

    Newton, Diccionario biogrfico de mujeres argentinas (Buenos Aires, PlusUltra, 1986). Para datos sobre Larrosa, ver: Vicente Osvaldo Cutolo, ed. Nuevodiccionario biogrfico argentino (Buenos Aires, Elche, 1975) y para Rodrguez,ver: Bernardo Gonzlez Arrili, Mujeres de nuestra tierra (Buenos Aires, LaObra, 1950),106-110.

    3 De inters particular son las anarquistas. Ver: Dora Barrancos, Anarquismo,educacin y costumbres en la Argentina de principios de siglo (Buenos Aires,Contrapunto, 1990); y Maxine Molyneux, No God, No Boss, No Husband:Anarchist Feminism in Nineteenth-Century Argentina, Latin AmericanPerspectives 13 (1986)119-45.

    4 Josefina Pelliza de Sagasta, Conferencias: El libro de las madres (BuenosAires, General Lavalle, 1885) 163.

    5 Domingo F. Sarmiento, Carta a su sobrina, abril de 1885, tomo 46, Obras deD. F. Sarmiento (Buenos Aires, Mariano Moreno, 1900) 276.

    6 Alberto Navarro Viola, Anuario bibliogrfico, tomo IV (1882), 293-4.7 Hizo lo mismo con Josefina Pelliza de Sagasta, diciendo que no debiera

    escribir, tomo III (1881) 376. No es difcil encontrar otros ejemplos de estosprejuicios por parte de los crticos masculinos.

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  • Elvira Aldao de Daz(1858-1950)

    Recuerdos de antao, 1931[fragmento: una escena de su niez en Rosario, c. 1862]

    En vez de dar rienda suelta a confusas divagaciones subjetivas vibraciones de mi sensibilidad, voy a concretarme a rememorar unaevocacin objetiva: en una noche de invierno, helada y obscursima,salgo de la casa encantada de mi infancia, acompaando a mam a lo desu amiga Restituta Esquivel de Lejarza.

    Con la cabeza envuelta en una boa tejida de lana punz, iba yo,atemorizada, por las tinieblas de las calles. Al pasar, bajo la msera luz dekerosene de los espaciados faroles, disipbanse un tanto mi temor, yvolva a arreciarme en el negro intervalo de uno a otro. El viento glacialhaca andar a mam rpidamente; y yo, con pasos menudos, corra a sulado, tropezando a cada instante en los carcomidos ladrillos de las aceras.As, como impulsadas por el pampero, recorrimos la calle del Puertohasta la de Crdoba, donde dimos vuelta, y un momento despusllegamos a la casa de Lejarza.

    Cruzamos el primer patio y mam, sin llamar, abri una puerta en elsegundo zagun, y de rondn penetramos en un cuarto lleno de luz y decalor confortante.

    La iluminacin, contrastando violentamente con las tinieblas deltrayecto, me encegueci. Y en el cerrar y abrir los ojos, deslumbrme unamgica visin: Restituta, bella y fresca como una rosa bien abierta en todosu esplendor, estaba de pie, ataviada de gran baile delante de un pequeotocador, colocado entre las colgaduras de una ventana.

    Qued extasiada! Nunca haba visto a una mujer ostentar su bellezaen el deslumbramiento de un traje de baile. Bajo la deslumbradoraimpresin, Restituta, alta y de majestuosa porte, parecime de desmedidaestatura. Su busto exuberante, ceido en la cotilla puntiaguda del corpioescotado, emerga de una cascada de hondos pliegues de brocado de sedaque, descendiendo hasta sus pies, apenas dejaba aparecer la puntacuadrada de los zapatos de cabritilla blanca.

    Bonnie Frederick

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    8 Jos Bernardo Surez, El tesoro de las nias (Buenos Aires, Pablo C. Coni,1869), 18.

    9 Jorge Rivera, Los bohemios (Buenos Aires, Centro Editor de AmricaLatina, 1971) 20-22. Ver tambin: Jorge Rivera, La forja del escritor profesio-nal, en Historia de la literatura argentina, tomo 3 (Buenos Aires, Centro Editorde Amrica Latina, 1986), esp. pgs. 348-51.

    10 Ver: Francine Masiello, Between Civilization and Barbarie: Women,Nation, and Literary Culture in Modern Argentina (Lincoln, University ofNebraska Press, 1992), esp. el primer captulo. La familia patriarcal por excelen-cia, la de Juan Manuel Rosas, simbolizaba en el siglo XIX tanto como hoy, lasupresin de la mujer. Ver: Mara Saenz Quesada, Las mujeres de Rosas (BuenosAires, Planeta, 1991).

    11 Flor de Palma, La mquina de coser Bcaro Americano 15 (15.VII.1897).12 Rozsika Parker estudia los vnculos entre el bordado y la ideologa de la

    mujer sumisa en su The Subversive Stitch (London, Womens Press, 1986) 147-88.

    13 Eduarda Mansilla dice que cree que la aguja y la tijera no tienen porqucederle el paso ni al pincel ni al buril. El traje de una mujer de nuestros das es algotan artstico, y tan complicado como lo es la composicin de un bello cuadro(La Nacin, 28.VII.1883, p. 1), pero el ensayo en su totalidad revela que, para ella,el coser es la actividad de mujeres sin otra ocupacin productiva. Este ensayo,nervioso e ilgico, no es caracterstico de Mansilla, quiz porque toca a asuntosque revelan las paradojas de su propia vida, en particular, su apoyo a los valorespatriarcales de su clase, los mismos valores que ella violaba cuando trataba deforjar una carrera como escritora y compositora de msica.

    14 Andrade, casada con el explorador Ramn Lista, se suicid con un tiro alcorazn, aparentamente debido a los celos que sufra por las infidelidades de sumarido. Ver: Horacio Romero, La poesa en la tierra de Andrade (Gualeguach,1946), 70.

  • La riqusima tela, de un tinte perla o trtola con reflejos de plata, erade esas que se paraban solas, segn la fraseologa de la poca aunqueen realidad las sostenan los arcos de los inmensos miriaques.

    El de Restituta, aumentado con los pliegues ahuecados de su regiotraje, ocupaba una respetable circunferencia; y los de las mujeres que larodeaban que eran muchas, estrechaban el cuarto que no era espacioso.

    Mam colm la medida con el suyo; para darle sitio, todos los otroschocaron entre ellos, desbordndose en un oleaje de faldas opacas yobscuras, como si fueran a estrellarse contra la clarsima y reluciente deRestituta. Pero otro movimiento a la inversa las aplast en las paredes ymuebles de la habitacin, obligndolas a elevarse por delante en rpidovuelo, semejando globos dispuestos a remontarse al techo.

    Cuando descendieron del salto hacia arriba y todas las englobadasfaldas rozaron la mullida alfombra, de grandes florones sobre fondo depaloma torcaza la de Restituta destacse en el centro, como unacampana de bruida plata en un nimbo de luz; as la vieron mis ojosdeslumbrados.

    A las risas que estallaron por la marejada de los miriaques, sucediuna charla aturdidora. Todo el mujero hablaba a un tiempo y sin cesar,opinando con exaltacin sobre las suntuosas galas de Restituta.

    Qu extraordinario acontecimiento sera en esa poca un baile en elRosario, para que la familia y las amigas ntimas de Restituta arrostraranel fro cruel de esa noche de invierno, con tal de admirarla vestida de granfiesta!

    Como si todas fueran a participar de ella, reinaba en las espectadorasuna efervescencia, una animacin nerviosa y comunicativa, que se metransmiti a pesar de mi corta edad. No pudiendo manifestarla, laconcentr en m misma, admirando a Restituta sin chistar, escondidaentre los miriaques. Mi diminuta persona pas as completamenteinadvertida en el crculo estrecho que formaban las grandes.

    Nada se me escap; todo lo pispi: en su pdico descote, en lnea rectade hombro a hombro, resaltaban a un lado dos rosas, una muy blanca yotra muy roja, rodeadas de hojas de un verde chilln: plumas de loro,seguramente. Eran de plumas las rosas y las hojas.

    Las rosas pompones apelmazados me extasiaron, y todas compar-tieron mi muda admiracin, haciendo mil ponderaciones. Restituta

    satisfizo la curiosidad general, diciendo que las haba recibido del Brasil.Otro gajo de las mismas flores, enarbolbase en su cabeza, all arriba,

    en el pinculo de sus jopos negros, lustrosos y compactos por el aceiteperfumado: todo un frasco de aceite de jazmn habanse derramadoseguramente en la abundosa cabellera de Restituta.

    Los negros jopos circuan en diadema su rostro redondo, terso yfresco, con chapas encendidas en sus carnosas mejillas, y su bocapequea y roja, sonrea, mientras se calzaba en sus manos gorditas, losguantes cortos y estrechos de cabritilla blanca.

    Sus puos finos lucan anchas y flexibles pulseras de oro, concamafeos en medallones; y una nube de blondas velaba la parte superiorde sus blanqusimos brazos. Probablemente, largas caravanas penderande sus orejas, mas no las recuerdo.

    La sonrisa de Restituta, trocse en franca risa cuando entr Lejarzanico hombre entre tantas faldas y comenz a lanzarle cuchufletas,satisfecho, sin duda, del esplendor de su mujer. Las otras mujeresfestejaban en coro, con sonoras risas, los chistes de Lejarza aprobando,con afirmativos signos, las alabanzas que dedicaba a Restituta.

    En la algaraba de las voces y de las risas todas hablaban y rean a untiempo yo permaneca muda, medio encogida, achicndome an ms ycon los ojos fijos en Restituta. Mis ojos la devoraban, recorriendo desdeel borde de la campana de plata, tal me pareca su brillante y ampliafalda, hasta la cspide de las dos rosas, de nieve y otra de prpura,enclavadas en sus grandes jopos negros y lucientes.

    De la vuelta a casa no recuerdo nada. Las tinieblas de las callesdesaparecieron como por encanto, con la luminosa visin de Restitutaengalanada de gran baile.

    Visin que al evocarla recupera su vigor con tanta intensidad, que sisupiera pintar podra hacer su retrato con el mismo colorido que la vieronmis ojos infantiles.

    Mientras ruge el huracn, 1922[fragmento: el amor durante la guerra]

    [En el Hotel Flora en Roma durante la Primera Guerra Mundial, Aldao yunos amigos hispanoamericanos se ubican para observar las intrigas amo-

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  • rosas de los otros huspedes. Los observadores, que se llaman la EntenteSudamericana, otorgan apodos a los que observan: La Rubia, el OjoBlanco, el Profesor, etc. A veces, Aldao adopta el lenguage militar en reflejoirnico de la guerra que sirve de fondo para los refugiados en el hotel.]

    Al siguiente da la nueva Entente ocup el sitio estratgico:sentados los cuatro en los amplios sillones rojos del hall formamos unatrinchera inexpugnable. Tenamos las espaldas bien guardadas por unaestantera para revistas y peridicos, apoyada contra la rejilla del calor-fero, que est colocado ante una doble ventana de cristales pintados conflores chillonas entre profusa ramazn, emblema del Flora, probable-mente. El calorfero despeda un calorcito insuficiente en concordanciacon las comidas del hotel tambin insuficientes. No pudiendo nadie pasardetrs de nosotros, la abigarrada concurrencia desfilaba a nuestro frente,obligada a recibir sin defensa el fuego de nuestras ametralladoras.

    [La Rubia y la Negra, nombradas por su cabellera, son las jvenes mslindas del hotel; la Rubia coquetea con el marqus dantesco mientrasla Negra, de una familia mercantil, se enamora de un joven aristocrtico.]

    Inesperadamente aparecieron los futuros suegros de la Negra, produ-cindose una situacin violenta por la marcada oposicin que hicieron alproyecto matrimonial del hijo. El conde, todava joven, es un buen mozo,alto y distinguido; la condesa, rubia y plida, es menos bien que el marido,sin faltarle distincin. La pareja pasaba altiva por delante de la mesa de lafamilia mayorista y el pobre muchacho acostumbrado a detenerse aconversar con la Negra la saludaba y pasaba con cara angustiada; y ellaquedaba angustiada tambin. Desde que se vinieron a nuestro lado, laNegra se complaca en saludarme a travs de la mesa del argentino; perocon el cambio desfavorable intervenido en su noviazgo, evitaba el saludo.La pobre Negra estaba anonadada; adelgazbase da por da. La mayorista[la madre de la Negra] se ergua provocativa cuando pasaban los condessin dignarse mirarlos; y su marido abatase, pareciendo achicarse.

    La oposicin de los condes se mantena tan firme en apariencia, quenosotros, observando las fases del conflicto, nos inclinbamos a creer queel muchacho se sometera a la voluntad paterna: no se acercaba a la Negra

    en el comedor ni en el hall. Un da se me ocurri dar una vuelta por lossalones, en las horas en que quedaban desiertos, y en uno de los pequeos,estaban sentados en un sof, en conferencia solemne, el padre del novioy la Negra. Ella, con la cabeza inclinada sobre el pecho y las manosfuertemente enlazadas, escuchaba al conde con intensa emocin y lhablbale con calma grave.

    Comuniqu a mi grupo la nueva faz del asunto. Esa noche se produjoen el comedor un cambio de decoracin: la condesa pas altiva, comosiempre, sin mirar a los mayoristas, pero el conde los salud atento, y elmuchacho se detuvo radiante a hablar con la Negra, que no estaba menosradiante. Cuando su novio sigui a su mesa, la Negra lanzo su mirada atravs del argentino y me salud sonriente; yo le contest con un saludosignificativo de felicitaciones. A la salida se repiti la escena: la condesasali, tiesa y apresurada, el conde repiti su atento saludo, al que lamayorista contest ceremoniosamente, y su bondadoso marido comoaliviado de un gran peso lo retribuy amabilsimo. El muchacho sequed con la Negra, como la haca antes de la llegada de sus padres. Enel hall, la feliz pareja, cual si quisiera recuperar el tiempo perdido, no sesepar un instante.

    Esta nueva situacin, como la anterior, se estanc sin avanzar un pasoms. El conde se acercaba y hablaba afectuosamente con la Negra; un dame dijo ella: Il est trs gentil pour moi. Tambin conversaba con laRubia, con la marquesa del Pucho y con la Ganchera; pero a los padreslos saludaba sin acercarse. Todos parecan esperar tranquilos la solucinfinal del conflicto, menos la mayorista, a quien humillaba visiblementela tenacidad recalcitrante de su futura consuegra. As que, cuando stacedi, al fin, la satisfaccin de aqulla fue inmensa, sin rebajar su altivadignidad. Nosotros no habamos previsto el desenlace que se produjobruscamente. En el almuerzo la condesa pas como siempre sin dignarsemirar a la novia de su hijo ni a su familia; y en la comida pas saludandoa todos, con gran sorpresa nuestra. Disimuladamente cambiamos seasde inteligencia de mesa a mesa.

    Antes que entrara la condesa, la Negra nos haba sorprendido con sutransformacin: apareci en el comedor con peinado bajo. Sus abundan-tes cabellos negros envueltos en un pesado torzal se anudaban en la nuca.Antes de esa noche, siempre coronaba con ellos la cabeza, lucindolos en

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  • forma de altsima diadema. Esa extravagancia daba garbo a su figura ymagestad a su andar reposado. La coincidencia de la encantadora senci-llez de su peinado con la terminacin de su conflicto sentimental, hacasuponer que la condesa haba hecho cuestin de ese detalle nimio paraaceptarla como hija. Bien complacida echara ella hacia atrs su coronade negros cabellos para afirmar sobre su frente la corona de condesa. Deesa momento qued consagrada.

    Reminiscencias sobre Aristbulo del Valle, 1928[fragmento: la Revolucin de 1890]

    [El tribuno Aristbulo del Valle visitaba frecuentamente a Aldao, sumarido Manuel y otros de la familia Aldao. En esta escena, del Vallepredice los eventos de 1890, primero la revolucin y despus la cada delgobierno, que triunfante por las armas, ha muerto moralmente.]

    Se trataba pblicamente de la revolucin, como de algo inevitable.Del Valle, en tono de broma, nos peda nuestra opinin. Todas estbamospor la afirmativa pero desebamos una revolucin sin sangre. ReaseDel Valle de nuestro pedido, demostrndose su imposibilidad, yempeabase en que transramos por un balde de sangre. Horrorizadas insistamos en una revolucin brasilea, por la habilidad que han tenidolos brasileos en efectuar revoluciones incruentas.

    Sin sospechar que esa broma macabra encerraba una verdad derealizacin inminente, el estallido de la revolucin nos sobrecogi en lamaana del 26 de julio de 1890

    Inmediatamente nos trasladamos a casa de mis padres, muy prximaa la nuestra, para encontrarnos reunidos en esa horas de tribulacin. Alpasar rozando las cureas de los caones, estacionadas junto a las acerasde las calles Juncal y Artes, yo preguntaba a los artilleros a qu fuerzapertenecan y contestndome que a las del Gobierno, resueltamente lesiba diciendo:

    Psense a la revolucin, psense a la revolucin.Todos se sonrean lo que me haca suponer que no eran muy adictos

    al Gobierno.Reunidos en familia, todos grandes y chicos nos amontonamos en

    el saln para hacer escapadas continuas a los balcones. Las mujerescuriosebamos y en cuanto oamos el retumbar del tiroteo corra-mos adentro atemorizadas.

    Fue tanta la confusin en las primeras horas y luego tan vertiginosa-mente se precipitaron los acontecimientos, que me sera imposibledetallar mis impresiones. Dir sucintamente que nuestro pensamientoestaba con Del Valle y que tenamos plena fe en el xito de la revolucin;mantenindola firme hasta el ltimo momento, aunque las noticiascirculantes no eran ya alentadoras. Las fuerzas revolucionarias permane-can encerradas en la Plaza del Parque; y esto pareca confirmarse, al noorse ya las descargas de la fusilera y al ver inactiva, estacionada juntoa las aceras, la fuerza de artillera.

    En un momento dado pareci que los artilleros iban a emprender lamarcha. Un gran movimiento prodjose en la calle Artes, que toda su largaextensin contemplbamos desde los balcones. Mi padre y mi compaerono los desamparaban, exponindose a las balas perdidas que causaronrelativamente ms desgracias que entre los combatientes, peligro quepretendan evitarnos; mas no imponindolo con el ejemplo, no conseguanque no saliramos a cada rato a recibir impresiones directas.

    Un espectculo intenso se desarroll rpido en la extensa y angostacalle: los artilleros, que en las aceras custodiaban las interminables filasde caones, removanse inquietos, mirando ansiosos al fondo de la cal-zada, por la cual, libre de todo vehculo, vease avanzar, tumultuosamente,un pelotn de jinetes. En un segundo de tiempo, con Pellegrini a la cabeza,pasaron en tropel desaforado hacia el lado del Ro de la Plata

    Al recordarlo ahora, al travs de tantos aos, cual marcial centauro,parceme que iba conquistando la calle que lleva hoy su nombre. Lo queconquistaba, en realidad, era el triunfo del Gobierno. Las horas que sesucedieron a las de ansiosas esperanzas fueron de angustioso desalien-to: la revolucin fue vendida

    Impresionante fue la entrada de Del Valle en nuestra casa al dasiguiente de vencida la revolucin. Por vez primera veamos la expresinsonriente de su rostro varonil, transformada en airado ceo y en adustagravedad.

    Se nos present de improviso por la puerta lateral. Fue enormenuestra impresin.

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  • Buenas noches nos dijo, en un saludo general.Y sin darnos tiempo a nada, tom con mpetu una silla y acercndola

    al ngulo de la mesa que quedaba a mi derecha y frente a Manuel, se sent.Desconcertados ante lo inslito de su aspecto y de su actitud, no

    atinbamos a manifestarle nuestro pesar por el fracaso inesperado de lapatritica empresa. Quedamos en suspenso y l, con voz cansada yprofundo desaliento, inici el vidrioso tema, relatando someramente, qucausas haban detenido el empuje y hecho abortar el movimiento armado,que por sus grandes elementos en el ejrcito y el enorme contingente civilque lo secundaba, tena descontado el xito.

    Interrumpise de pronto y encarndose con Manuel, le pregunt:Qu dice su amigo Crcano?Que se cambiar el ministerio y se producirn importantes modifi-

    caciones en el Gobierno, contest mi compaero.Del Valle irgui su busto y su cabeza de tribuno, y en un arranque

    inusitado en l, que nos produjo viva sorpresa, exclam:Diga a Crcano que no sea zonzo, que el Gobierno caer.La aseveracin de Del Valle nos pareca tan sorprendente, que

    olvidamos la conmocin recibida por la inesperada aparicin no loesperbamos tan pronto y su inusitada actitud, concretndonos, apasio-nadamente, a comentar su aserto. No comprendamos cmo podra caerel Gobierno habiendo triunfado Mas Del Valle haba asegurado lacada tan imperiosamente, tan categricamente, que alentamos la espe-ranza de que algo extrao iba a ocurrir.

    [Despus de la muerte de del Valle, Aldao busca su tumba en la Recoleta.]

    En un da de los muertos fui al cementerio con una rosa blancapara depositarla en la tumba de Aristbolo del Valle.

    Al comenzar la triste peregrinacin, encontr, entre el gento que iba yvena, a Pula Mitre y a Mara Delfina Astengo. Estrechronse nuestrasmanos y sin cambiar una palabra seguimos nuestro camino. Qu puedehablarse en la ciudad de los muertos? No encontr otras amigas a mi paso;ni tampoco un slo amigo. Y cuntos nombres conocidos, de los que fuerony ya no era, grabados en las tumbas! y no encontraba la que yo buscaba.

    Segu avanzando. Supona fcil encontrar en la ciudad de los muertos

    la tumba de un hombre ilustre. Encontr el gran monumento a Pellegrini.Si all estaba en sitio preferente la ostentosa y merecida tumba de CarlosPellegrini reflejado en su estatua tal cual era en la vida, por ah cercaestara la de Aristbulo del Valle. No estaba. Qued perpleja

    Antes de internarme en los estrechos senderos de la ciudad de losmuertos, busqu a alguno de sus guardianes para que me indicara dondequedaba la tumba de ese hombre insigne. No vi a ninguno. Pregunt a unparticular. No supo decirme. Mi interrogacin le caus extraeza; parecano conocer el nombre de del Valle. Supuse no sera argentino. Segupreguntando. Se repiti el caso de los ignorantes. Ignorara a del Vallela nueva generacin? Y los que le conocieron no saban dnde quedabasu tumba. Me detuve, perpleja, angustiada

    Desanduve el camino recorrido. Vi, al fin, un guardin de la ciudadde los muertos. Lo abord. Vacil. Estall mi indignacin. No sabele dije dnde est la tumba de Aristbulo del Valle? Esforzndose enrecordar, hizo un vago ademn a la derecha y contest:

    All lejos, en la ltima calle angosta.Asombrada, repet: All lejos, en una angosta calle! Alzando la

    voz, agregu: Qu injusticias cometen los pueblos con algunos de susgrandes hombres!

    Recorr el mismo trayecto. Llegu al final de la amplia avenida, einternme en la indicada calle ltima. Qu hondo silencio! La genteescaseaba muy poca quedaba adosada triste en las tumbas de susmuertos y yo no encontraba la tumba buscada. La rosa blanca penda desu largo tallo, que opriman mis manos.

    Termin el angosto sendero. Me intern en otro. Y luego cruc a otro;y fui pasando de uno a otro y no encontraba la tumba buscada. Nadiesupo indicrmela. El tiempo pasabaEl sol me abrasaba Los retarda-dos desaparecan. Me sent perdida Trat de orientarme no loconsegua. Cruzaba y recruzaba los silenciosos senderos El sol meabrasaba y yo ambulaba por entre las tumbas cubiertas de flores y noencontraba la que yo buscaba. Aument mi angustia. Tem desfalleceren la ciudad de los muertos.

    Cruc en lnea recta por entre las tumbas cubiertas de flores. Unnombre amigo detuvo mi paso: Carlos Dimet. Cuntos recuerdos delarga amistad! Dej caer en su tumba la rosa blanca destinada a delValle y sal huyendo.

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  • Agustina AndradeAgustina AndradeAgustina AndradeAgustina AndradeAgustina Andrade(1858-1891)

    POR QU ESTOY TRISTE? (Lgrimas, 1878)

    Quieres saber, por qu ya de mi liraNo brota alegre canto?

    Por qu ya no sonro y mis pupilasSe enturbian cada rato?

    Te lo dir, porque me falta el bosqueY el arroyuelo plcido,

    A cuya orilla jugueteaba alegreCon mis tiernos hermanos!

    La calandria es as: canta y animaLos aires y el espacio;

    Salta de rama en rama, cual si fueraA mendigar aplausos;

    Pero en la estrecha jaula calla y sufreEn silencio obstinado,

    Como si nunca hubiera conocidoEl bello don del canto.

    Yo extrao el bosque, el ro, la cuchilla,De aquel retiro plcido,

    Donde creci la flor de mi existenciaExenta de cuidados!

    AMOR (Lgrimas, 1878)

    An resuena en el fondo de mi almaEl eco de tu voz,

    Impresa para siempre en mi memoriaTu promesa de amor!

    An queda de tus labios sonrosadosPerfume en derredor;

    Y de tus negros ojos que me encantan,El tibio resplandor.

    No olvides que dijiste que me amabasCon ardiente pasin,

    Que pronto volveras! An te esperoCon fe y resignacin!

    As Mirta sus penas refera,Bella nia gentil,

    Escuchando del Plata caudalosoEl continuo gemir!

    Esperaba a su amante, que all un daLa jur eterna fe! . . .

    Y pasaron los das y los aos . . .Y no lo volvi a ver!

    PLEGARIA (Lgrimas, 1878)

    A t, Seor, elevo yo mis ruegosDe mi dolor tristsima expresin;Y con el alma henchida de congojasTe pido que me des todo su amor.

    A t, Seor, cuando la tarde expiraAl tibio beso del muriente sol,

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  • Elevo mi plegaria melanclica,Perfume de la flor del corazn.

    Y siento que se expande mi existencia,Como se expande la tronchada flor,Cuando cae en su ptalo marchitoLa gota del roco temblador.

    Y es entonces, Seor, que te confaUn alma enferma su primer dolor;Y palpitando el corazn heridoTe pide que le des todo su amor.

    As, en la larga noche de las penas,De la ausencia en la fra soledad,Rogaba una mujer en cuya frenteSus hondas huellas estamp el pesar.

    Ayer, joven, alegre, soadora,Flor henchida de aromas y frescor,Que verta la esencia de su clizEn castos himnos de celeste amor . . .

    Hoy . . . inquieta, llorosa, pensativa,Hinchado el pecho de doliente afn,Va buscando en los cielos una estrella,Que le niega su tibia claridad.

    Ay! la estrella soada no detieneSu raudo vuelo en el espacio azul:Esclava de la gloria, va siguiendoSus huellas entre rfagas de luz.

    sta es la historia eterna de las almas,Que buscan en el mundo un ideal:Amando lo imposible se consumen,Presas de inquieto y misterioso afn!

    NIEVE Y CARBON (La poesa en la tierra de Andrade, 1946)

    Yo s que los que te adulanA la nieve te comparan,Y s tambin, nia bella,Que sin quererlos te agravian.Pobre de ti si de nieveTe hubiese Dios dado el alma,Para los afectos, dura;Para los halagos, blanda.Que ella lentamente cae,Agosta flores y plantas,Y siendo a la noche hieloEl sol la convierte en agua.

    T en cambio, morena, llorasNo haber nacido ms blanca,Temiendo que juzgue el mundoTu corazn por tu cara.Deja que el mundo murmure,Ya que, esclavo de tu gracia,De la amorosa cadenaLos eslabones arrastra,Y cuando algn envidiosoTe atormente con sus chanzasDi que el carbn es ms negroMucho ms que tu tez plida,Y apenas se enciende, brilla;Y apenas se toca, abrasa.

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  • Mara Eugenia EcheniqueMara Eugenia EcheniqueMara Eugenia EcheniqueMara Eugenia EcheniqueMara Eugenia Echenique(1851-1878)

    PINCELADAS(La Ondina del Plata, 7 de mayo de 1876)

    Hace cinco minutos que tengo la pluma en la mano y no s an lo quevoy a escribir.

    Tantas son las ideas y sentimientos que me dominan en este momento,que permanezco en duda acerca de la eleccin de un punto determinadoque me sirva de tpico a un artculo.

    Bien pudiera, proporcionndome un rato ameno de inocente entrete-nimiento, a la vez que de cierta utilidad particular, entregarme a los juegosde pura imaginacin trazando con la pluma bellas imgenes capaces deexcitar dulces emociones en el corazn sin comprometer la moral ni ladignidad del hombre: escribir un sueo, una meditacin o una fantasaque, abarcando un mundo de poesa en sus ramificaciones con todas lassensaciones del alma, satisfaga la necesidad que siente mi espritu decomunicarse y abrirse paso en el vasto campo del pensamiento.

    Pero escribir fantasa cuando la mujer del siglo tiene necesidad denuestra poca instruccin y del recurso de producciones que le sean tilesen las difciles circunstancias porque atraviesa; cuando ha menester delconcurso de las escritoras argentinas en la grande obra de su regeneracininiciada de poco tiempo a esta parte en la Amrica que nos traza a cadauna graves deberes que llenar en el orden social y moral; perder el tiempoen ftiles recreaciones cuando la mayor parte de nuestro sexo lloraolvidada en el camino de la ignorancia, siendo el juguete del charlatanismo,esperando una mano protectora que la venga a sacar de su inaccin ycolocarla en su rango, sera una falta imperdonable que herira nuestradelicada susceptibilidad de mujeres sensatas y reflexivas.

    Nuestro corazn se revela contra las ideas de espiritualidad, desensibilidad, de poesa que cultivadas por la mujer han contribudoinsensiblemente hasta el da, a su retraso en el camino del progreso y almejoramiento de su condicin.

    Eso queda para aquellos antiguos tiempos en que esclava la mujerbajo la potestad de absolutos seores, sujeta al capricho e imperio de lascabezas de familia o de maridos tiranos, no tena aspiraciones ni tenaen que pensar y senta un profundo vaco en el corazn que necesitabacubrir soando en bellas quimeras y doradas ilusiones; para entonces, enque la reducida esfera de accin a que se le haba concretado y ostracismoabsoluto que por doquiera le rodeaba desarrollaban sus sentimientosmelanclicos en alto grado hacindole imprescindible buscar un solazpara sus momentos de amargura y de decepciones.

    Las ideas de libertad, hijas del siglo, extendiendo el crculo de susprerogativas, ha infundido en ella nuevas aspiraciones y descubiertograndes objetos en que piense y se ocupe.

    La mujer de hoy no es la mujer de antes. Profunda es la reccin quese ha efectuado en ella en estos ltimos tiempos.

    En vez de poesa necesita hoy de filosofa, de filosfa prctica que idealizamejor la vida cuando salva a la mujer de los casos crticos de una existenciaapurada y oscura, respondiendo a los grandes intereses de la humanidad.

    Qu figura hace la mujer que pasa los das y los aos llorando lasmenores contrariedades y decepciones de la vida, exagerando ante smisma lo penoso de la existencia, que forja un mundo de tristeza a cadapaso descubriendo en todo fatdicos fantasmas, la mujer que slo vive deilusiones fingiendo hermosos ideales que se desvanecen como el humo,ante el hombre que se re de todo, que hace farsa hasta de s mismo, queslo piensa en llenar el bolsillo y satisfacer sus deseos, que si encuentraun obstculo que se oponga a la prosecucin de un fin cualquiera que seproponga, se irrita y atropella por sobre todo, ante el hombre que viveexasperado por trepar la cumbre de la gloria en el progreso de las cienciasen todas sus manifestaciones?

    En el siglo materialista en que vivimos es preciso hacer a la mujer unpoco filosfica si no queremos que vaya perdida en sus asuntos. Menossensibilidad y ms reflexin.

    Con el sentimentalismo no satisfacer sus necesidades en un siglo enque el rey es el oro y el brillo prosaico de las posiciones.

    Nuestra misin para con ella en la prensa es la de fieles intrpretes desus afecciones y aspiraciones, misin sagrada de la que no podemoseximirnos sin comprometer nuestros propios intereses.

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  • Allanarle el camino de la civilizacin y de la cultura quitando losestorbos que se oponen al cumplimiento de los grandes pensamientos yde los deseos generosos que agitan el corazn de la mujer en el presentesiglo, coadyuvando con nuestra pluma a la realizacin de sus ms bellasesperanzas; ensearla a sobreponerse a las preocupaciones que menosca-ban sus derechos oponindose al torrente de las pasiones desarregladasque los destruyen; mostrarle la ruta que conduce a la felicidad en elcumplimiento de los deberes sacrosantos y el cultivo de las pasioneselevadas, infunindole el amor a las ciencias y a las artes, a la lectura yal trabajo; ensearle, en fin, la manera de llenar sus necesidades fsicasms hbilmente segn su rango en la sociedad, tal es el vasto crculo dedeberes que abarca nuestra posicin de escritoras en un pas donde laregeneracin de la mujer se ha iniciado de una manera esplndida ybrillante.

    El gran paso dado por la mujer en la senda del progreso estmanifestado en la existencia del peridico La Ondina del Plata, primerrgano publicista entre los que representan la causa de la mujer en laAmrica del Sud.

    La conducta observada hasta aqu por sus colaboradoras es digna deaplauso y encomio. Ella no puede ser ms generosa y desinteresada nisatisfacer ms cimplidamente las aspiraciones y necesidades de nuestrosexo.

    Noble sacrificio aquel que se efecta en aras del deber, consagrandovoluntariamente largas horas consumidas en el estudio y la meditacinpara elevar una parte deprimida de la humanidad que no ha vislumbradolos beneficios de la cultura y de las luces.

    NECESIDADES DE LA MUJER ARGENTINA(La Ondina del Plata, 16 de enero de 1876)

    Vemos que a medida que progresa la mujer en la importante empresade reconquistar sus derechos y los privilegios que le concede la naturalezacomo un ser inteligente, el crculo de sus necesidades se ensancha ycompleta cada vez ms.

    Mientras ms se ilustra y cuando va adquiriendo el conocimiento de

    s misma y de su verdadera posicin en la sociedad, ms son losobstculos que se presentan a su paso, ms fuerte la lucha, mayor elnmero de esas necesidades.

    Esto que al primer golpe de vista parece una contradiccin es, noobstante, muy lgico y natural.

    Quien no ha conocido ciertos objetos no puede tener aspiracionessobre ellos, no siente la necesidad de poseerlos como aqul que los havislumbrado y los ha sentido.

    En el orden moral como en el fsico, el gnero humano est sujeto aciertas condiciones que no le permiten dar un paso adelante en el caminodel progreso sin que a este paso se anteponga, o le preceda, algnsacrificio, el sacrificio de alguna idea, de alguna aspiracin, de algunaexigencia social etc., y los deseos que en esta escala quedan sin satisfa-cerse se tornan en otras tantas necesidades. Hemos tratado sobre aqullasque se refieren al primer orden, fltanos tratar sobre las que estncomprendidas en el segundo, las necesidades fsicas.

    Cuntas necesidades fsicas en la mujer argentina, cuntas!Si hay un gusano maligno, roedor de las preciosas sociedades argen-

    tinas, origen y causa de las violentas crisis que se han producido y siguenproducindose en su seno oscureciendo el horizonte de su felicidad yporvenir, es precisamente ste, esta ltima clase de necesidades.

    No es extrao, pueblos amantes del progreso, entusiastas admirado-res de todo aquello que constituye grandes a las naciones y las distingueen el mundo, que aman el genio y la industria sin que posean ellos losrecursos que se precisan para su completo desarrollo, pueblos nacientesque estn an en la primavera de la vida, fecundos en acontecimientos yllenos de fe en el porvenir y de ilusiones que iluminan un mundo delotananza, se precipitan continuamente en sus aspiraciones hasta ms allde donde alcanzan sus fuerzas produciendo luego grandes conflictoscuyas amargas consecuencias vienen a recaer, como es natural, en la partemenos slida, por la falta de instruccin, de la sociedad, la mujer.

    Por eso nada ms pobre que la mujer argentina en lo que se relacionaa su vida fsica o material.

    Ella no puede hacer frente a las crisis porque no sabe trabajar: ignoralos recursos de la existencia propia.

    As como no se la instruye intelectualmente tampoco se le facilitan los

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  • medios necesarios para que viva por s misma ponindola en condicionesde que los adquiera por las vas del negocio o de ocupaciones que seanms propias de su sexo.

    Se desaprovecha su inteligencia y sus brazos con prejuicio de losintereses de la nacin por una indolencia condenable en todos lo que hanllevado hasta hoy las riendas del gobierno, que miran en la mujer un serincapaz, completamente separado del hombre, nacido slo para sembrarde flores el camino de la vida y regar con lgrimas las tumbas de los queconcluyen su carrera en este mundo. Siendo as, que si se aprovechasenen ella los dones con que la ha dotado la naturaleza y se pusiesen tambinen ejercicio sus fuerzas fsicas en cierta clase de mujeres, cambiara latriste situacin del pas; porque sera abrir una nueva fuente de riquezacon sus concurso en los negocios y se ahorraran los continuos dispendiosque se hacen para sostener seres que por no haberlos puesto en condicio-nes de ser tiles, son improductivos. Pero, por desgracia nuestros hombresde Estado son muy poco economistas y no se detienen a reflexionar en loque conviene ms al adelanto y mejoramiento del pas; no reflexionantampoco que para que la mujer siembre de flores el camino de la vida delhombre, necesita que se lo siembren a ella tambin, y he aqu la mujervctima de las continuas y aflictivas situaciones que, desde que hemosentrado en nuevas aspiraciones se van sucediendo entre nosotros.

    Los adelantos, el progreso, exige de las sociedades donde se iniciaenormes sacrificios a que la mujer que no cuenta con recursos, tiene quesucumbir. Cada da se cran nuevas necesidades que es preciso a toda costacubrir.

    Si se le ensease a trabajar, si se le diese una ocupacin, los pueblosargentinos progresaran porque habran puesto en accin un nuevocuerpo de fuerzas que permanecen ocultas y desperdiciadas.

    Una mujer trabajadora no est expuesta tan continuamente a losvaivienes de la vida como lo est lo que no lo es; porque el trabajo tantoen el hombre como en la mujer, es una fuente perenne de riqueza y unsalvaguardia en todas las difciles situaciones porque se atreviese.

    Las crisis de nuestras sociedades seran momentneas y de merasconsecuencias.

    Las mujeres podran gastar sin peligro de arruinar a sus espososporque con su trabajo subvendran a sus propios gastos y cubriran msdignamente las exigencias de su rango en la sociedad.

    Por qu no se ocupa a las mujeres en aquellos establecimientos cuyaadministracin pueden ellas desempear y que actualmente estn bajo laatencin y cuidado de los hombres a fin de que puedan cubrir susnecesidades?

    All estn las oficinas de telegrafa, las de administracin de correos,las de tipografas que son ms propias para las mujeres que para loshombres. Por qu no se les ocupa de ellas?

    All no estaran expuestas a los rigores del sol ni de la lluvia que sepodra alegar como un inconveniente atendida la debilidad de su constitu-cin y fuerzas fsicas ni necesita de ms instruccin para su desempeo quela que se exige a un hombre que slo es honrado y de buena voluntad.

    Para la mujer pobre que puede vivir de su trabajo personal, all estnlos establecimientos fabriles de fcil elaboracin, los de industria cuyosistema maquinario ahorra las fuerzas fsicas del hombre donde notendra que hacer ms la mujer que inspeccionar y dirigir y no que, a causade no hacerla tomar parte en los negocios a inters de la comunidad, setienen que emplear en ellos los brazos de centenares de hombres que sepodan aprovechar en otras cosas de mayor inters o de difcil desempeoy que estn fuera del radio en que la mujer pudiera operar; brazos quehacen falta y son necesarios para los trabajos pesados y para las campa-as.

    As vemos que cada da se trata de fomentar ms la emigracin porqueno tenemos hombres en la Repblica suficientes para la explotacin de lasvastas riquezas con que nos ha favorecido la naturaleza, mientras la mujerargentina perece de hambre por no tener con qu trabajar: se pondera laescacez de brazos y se desprecia o descuida el contingente de fuerzas queofrecera sta con slo algunos cambios y reformas que se hiciesen en elsistema administrativo y comercial.

    La mujer argentina, por otra parte, es por carcter y naturalezatrabajadora e industriosa y hara grandes adelantos en esta plaza si se lefomentase y se le protegiese.

    De la falta en que ocuparse y por este medio adquirir la subsistencia,es que muchas veces la mujer se corrompe. La miseria la desesera hastael grado de hacerla perder su dignidad y entregarse al vicio.

    Dsele una ocupacin a la mujer, mejrese su condicin aprovechan-do sus facultades intelectuales y sus fuerzas fsicas, y saldr nuestraRepblica de la miseria y postracin en que se encuentra sumida.

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  • Silvia FernndezSilvia FernndezSilvia FernndezSilvia FernndezSilvia Fernndez(1857-1945)

    L Y ELLA (Armonas del alma, 1876)

    Adis, luz de mi vida, mi sirena,Mujer de tez de rosa y azucena,

    Mi bello serafn.Maana volver, y mientre ausenteEstoy de ti, ngel puro e inocente,

    Acurdate de m.

    Adis, dueo absoluto de mi vida,Mi esperanza ms bella y bendecida,

    Acurdate de m.No olvides que te adoro con locura,No olvides que tu amor y tu ternura

    Alientan mi existir.

    Me aburre esta mujer con su terneza,No vale dos cominos su belleza,

    Qu cutis! qu color!Mas yo la he de decir, sin inmutarme,Aunque tal vez se muera por amarme,

    Que todo se acab.

    Al fin, gracias a Dios, libre me veo!Oh! cmo me empalaga el galanteo

    De este hombre aburridor!Y l me ama con delirio, soy su anhelo;Mas lo he de despedir, aunque recelo

    Que muera de dolor.

    LA PLUMA Y LA AGUJA (Versos, 1913)

    As a la pluma, imperiosaLa aguja, un da le dijo:

    Fuera del hogar prolijoDe la mujer laboriosa!

    En l desaires te aguardan,Estar debes convencidaQue nunca sers queridaDonde atenciones me guardan.

    La mujer, que mil primoresFormar con mi ayuda sabe,No esperes no, que te alabe,Ni que busque tus favores.

    La pluma oyla, y altiva,De all muy luego alejse,Y desde entonces mostrseCon las agujas esquiva.

    Y como a la aguja, todaMujer, bien o mal, maneja,De sta la pluma se alejaPorque aquella la incomoda.

    Fue de la aguja parleraDiscreto el juicio? quin sabe!Tal vez el hombre lo alabe,La mujer lo vitupera.

    Que aguja y pluma, igualmente,Snle utensilios queridos:Si uno sirve a sus vestidos,El otro sirve a su mente.

    ZURCIENDO MEDIAS (Antologa de la poesa femenina, 1930)

    Deja que zurza las medias,Musa ma,

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  • Deja que tome sus puntos . . .Cual un diablillo me asedias. . .Venir a exponerme asuntosde elevada poesa! . . .Deja que zurza las medias,

    Musa ma.

    Sin querer te presto odo,Tentadora!

    Que me hablas de hermosos temasMientras remato un zurcido.Incitarme, seductora,A escribir altos poemasCuando me ves, en la caa,O el taln, o la plantillaDe una media, cual la araaLaborando una telilla!

    Djame con mis manojosDe hebras de algodn . . . si siguesUn momento ms, consigues,

    Tanto puedes!Que me d la aguja enojos,Y un lpiz busquen mis ojos . . .Luego, cuando el sol se ponga,Y yo deje estas paredes,Y alegre el umbral transponga,Teniendo por techo el cieloY por alfombra la grama,En tus alas de urea llama,Levantaremos el vuelo.

    NOBLE RELOJ (Versos, 1922)

    De reloj tan precioso,De tan noble reloj,No se muda la cuerda,Y en parndose, adis!

    El que a m me ha tocadoSiempre ha sido puntual,Mas, como ha andado tanto,Ya muy poco ha de andar.

    Qu importa que se pare,O marche, y marche bien,Si nadie lo consultaNi se gua por l?

    Y tiene, no presumo,Tiene, como el que ms,La condicin precisa,Que es la fidelidad . . .

    Mas ea! reloj mo,Que te miren o no,Marcha, marcha, igualmente,Que es, andar, tu misin!

    Slo una es la miradaQue has, t, de apetecer:La de tu excelso ArtficeLas dems . . . para qu?

    Marcha, pues, sin deseosDe ninguna atencin.Cuando nadie nos miraCaminamos mejor.

    Marcha, marcha confiado,Aunque en cada tic-tacMisterioso involucrasAlgo . . . mucho, de un ay!

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  • Lola Larrosa de AnsaldoLola Larrosa de AnsaldoLola Larrosa de AnsaldoLola Larrosa de AnsaldoLola Larrosa de Ansaldo(1857-1895)

    El lujo, 1889 (fragmento: La hija prdiga)[Una viuda vive en el campo con sus hijas, Catalina y Rosala. Aqullase contenta con casarse y vivir en el pueblo, pero sta suea con otra vida]

    Rosala abandonaba el lecho mucho despus que su hermana. Noporque voluntariamente quisiera dejar a sta todas las faenas de la casa;sino porque su apata, o su invencible repugnancia por todo lo que fueselabor de baja estofa, la retraa, sin ella darse cuenta clara del dao queocasionaba a su santa madre y a su bondadosa hermana con su aparentenegligencia.

    Levantbase, y en el tocado de su persona, lejos de emplear un cuartode hora, como Catalina, inverta una hora entera y larga. Su vestido tenasiempre volantes y sobrefaldas, y sus delantales, adornados de encajes,apenas cubran la mitad de la falda. Cuando ayudaba a su hermana,quedbase muchas veces quieta, abstrada. Y al ser llamada por sta,acuda presurosamente con las mejillas teidas de grana, cual si lahubieran sorprendido en sus vagos ensueos, o en sus secretos pensa-mientos.

    Y Rosala era buena. No poda ver ni or una desgracia, sin que sushermosos ojos se arrasaran en lgrimas. Amaba muchsimo a su madre ya su hermana; pero

    S, lector, haba un pero, y este pero era, que Rosala soaba con algomejor que levantarse con la luz del alba, preparar la comida, arreglar lacasa, cuidar de la huerta y del corral, y luego hacer encaje.

    Porque las dos hijas de doa Amparo, siendo sta pobre y no pudiendocostearse la subsistencia sin trabajar, hacan primorossimos encajes, queluego vendan a una mujer, que comerciaba en este ramo, revendiendocon ganancia cierta en la ciudad, lo que en el pueblo adquira por poco mso menos.

    De una criada que haba servido en la capital, Rosala adquiri varias

    novelas, que aquella le vendi de buen grado. Estos libros, que en malahora cayeron en manos de la visionaria Rosala, acabaron de exaltar suimaginacin y dieron rienda suelta a su mente fantaseadora.

    Rosala, lejos de hallar en las pginas de aquellos libros benficaenseanza moral para su espritu inculto, encontr el incentivo de suspasiones, y la comezn del lujo se agrand en su alma con todo elcreciente amor a lo bello y la atraccin irresistible de lo desconocido enel ser que, viviendo en la soledad, desea lanzarse a ese laberinto aturdidor,que se llama mundo, y que, a la distancia, frjaselo la fantasa conmgicos colores de panorama.

    Desde ese momento fatal, Rosala mir con hasto las sencillas ysedentarias costumbres del pueblo. Mezclbase en las faenas de la casa,porque era buena, y no quera dejar todo el peso del trabajo a su noblehermana y a su santa madre. Pero, por ms que ella se afanase, nada deprovecho haca; porque su mente vagaba errante por los mundos pintadosen las consabidas novelas, muy distintos, diametralmente opuestos,al en que ella viva. De ah que la comida se le quemase cuando estaba aella encomendada; que las gallinas se le escaparan del corral, y quedistradamente cruzara por sobre las legumbres de la huerta, hollando consus pies las hortalizas, que nada malo hacan con ofrecer sus frutosalimenticios.

    [Las hermanas Monviel, bonarenses ricas, la invitan a Rosala a pasarunos das en Buenos Aires. Rosala deja a su marido Bernardo y va conellas a la capital, donde unos das se convierten en unos meses. Rosaladescribe su vida en una carta a su hermana.]

    Tengo algunos libros en mi aposento, y bien puede decirse que sonlibros decorativos. En vano he intentado varias veces entregarme a lalectura. Apenas cojo un libro cualquiera, ya me estn llamando para estadiversin, aquella visita, o para ir de paseo.

    Imagnate!Nos sirven el desayuno a las ocho en la cama. Nos levantamos a las

    once, y a las doce el almuerzo.Luego, a que la modista nos arregle para salir, si no es da de recibo

    en casa.

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  • Volvemos muy tarde, y nos cambiamos precipitadamente los trajes.El coche, tirado por soberbio tronco, nos espera, para conducirnos aPalermo, el paseo ms aristocrtico, hoy en moda, donde slo concurrela gente mimada de la fortuna.

    Despus de tres o cuatro vueltas, para dejarnos ver y lucir nuestrosatavos, tornamos a casa, en donde nos aguarda la mesa puesta.

    Comemos, y despus de la comida, mudamos nuevamente los trajes,por los de la pera, y, vueltas del teatro, renovamos nuestros adornos paraasistir al baile que da esta o aquella encumbrada familia, y en donde acudelo ms selecto de la alta sociedad.

    Las de Monviel son tan generosas como ricas.Mi guardaropa est perfectamente bien provisto. No pasa una semana

    sin que uno o dos vestidos nuevos vengan a aumentar mi coleccin delujosos trajes, de visita, de maana, de paseo, de comida, de saraos, deteatro, de iglesia, de baile, de campo, de playa, etc., etc.

    Cundo llegar el momento en que yo pueda gastar lujo propio!Dime algo de ah. Supongo que todo eso estar siempre igualmente

    triste y aburrido. Ah! Yo no s cmo te avienes t a esa vida ignorada,montona y sedentaria. Ser porque ni te imaginas que existan otrosmundos, radiantes de luz, de vida y de placeres infinitos.

    [Pero Rosala observa que algunos muebles desaparecen de la casaMonviel, y que las hermanas no compran tantos vestidos como antes. Unda escucha una conversacin entre dos criados de la casa.]

    Yo no s cmo acabar esto.Vamos mal. Las seoras han perdido ya varias de las fincas que

    tienen hipotecadas. Y el usurero, que les da dinero a rdito, cada da lasapremia ms y ms en el cumplimiento de los pagos.

    Yo s para comprar un aderezo que la seora Beatriz deba llevar alltimo baile del banquero X ha tenido que enajenar la posesin decampo que tena en D

    Y as irn vendindolo todo, para gastarlo en un lujo que no puedensostener. Buenos tiburones las rodean para poder salvarse del naufragio!Asustan las cuentas de la modista, del joyero, del tapicero y no digo nadade las principales tiendas, entre ellas, El Progreso y La Ciudad de Londres !

    Y la agregada? Pues no gastan poco en la prxima, qu digamos!Calla! que sus miras particulares tienen ellas Pues los clculos van saliendo errados. En vez de ir adelante, van

    para atrs, como el cangrejo.Qu piensas hacer t?Yo? Nada. A ro revuelto Ya sabe lo dems.Pues me declaro tu aliado.Y aqu termin el dilogo.Rosala, confusa y llena de sobresaltos, esper a que los hechos

    confirmasen la especie propalada, si bien inclinse a pensar que todoaquello pudiese ser tan slo chchara de criados.

    Pero no tard en convencerse de la triste realidad.Not con extraeza, que la semana haba transcurrido sin que sus

    amigas la obsequiasen con alguna alhaja o vestido nuevo.Ni los bailes fueron ya tan frecuentes.Y adivinbase con poco esfuerzo que las de Monviel se sacrificaban

    locamente por mantener enhiesta la bandera de la hueca ostentacin.Hallbanse en el declive tenebroso que conduce inevitablemente a las

    puertas de la pobreza, y ello era fuerza sacrificarlo todo, a todo trance, sinmirar atrs, sin pararse en barras, para cubrir las apariencias, y seguirsiendo gente de arraigo, y elegidas y mimadas de la fortuna veleidosa.

    Era menester no faltar en los paseos pblicos, ni en los teatros, ni enlos bailes; porque sin qu se dira?

    Oh! sobrevendra el ridculo, mucho ms espantoso que la mismamiseria!

    El ridculo! Blanco de la mirada burlona y despreciativa de losamigos de ayer!

    No! Eso jams!

    [Las Monviel siguen perdiendo todo, y un da echan a Rosala de la casa.Sin otro recurso, se muda a un barrio pobre y empieza a ganarse la vidacomo costurera. Tiene vergenza de volver a su familia y a su maridoBernardo.]

    La infeliz esposa de Bernardo, cuando iba a hacer entrega de suscosturas, sola tropezar con sus antiguos admiradores del gran mundo, y

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  • las mujeres volvan la cara con visibles seales de desprecio, y seapartaban de su lado al pasar, y los hombres la miraban con lstimainsultante, y algunos con falta absoluta de respeto.

    Y era, que la calumnia vil habase cebado en la honra indefensa de lavisionaria esposa de Bernardo.

    Beatriz [Monviel], al caer, haba querido arrastrar a su vctima en sucada, y pronunciaba su nombre envuelto en el vilipendio y la vulneracin.

    Y la triste fama de Rosala corra de boca en boca, sin que a nadie sela ocurriera defenderla de la impostura cobarde. Antes por el contrario,abultaban ms y ms la bola de nieve, que rodaba, rodaba, mientras lainfeliz coma el desabrido pan de la miseria, amasado con las lgrimas deldolor y de la virtud escarnecida!

    Y lleg un da en que un nuevo golpe le hiriera con saa cruel.De la casa en donde le daban costuras despidile el jefe, dicindole:Vyase usted a otra parte! Aqu slo tenemos trabajo para mujeres

    honradas!En vano protest de tamaa afrenta. Todos sus esfuerzos inauditos

    por llevar al nimo de su difamador el convencimiento de su honradez,fueron estriles. Slo lograron dar pbulo a que la motejaran con risas yburlas hirientes.

    Cay repentinamente enferma. Y el fantasma execrable de la miseriallam a sus puertas.

    Ay! miseria horrible, sin pan y sin luz!Hambre, tinieblas y soledad, desesperacin y lgrimas!

    [Arrepentida, Rosala vuelve a su pueblo, a su esposo y a su familia. Laperdonan y viven felices, lejos de las tentaciones del lujo de BuenosAires.]

    Doy limosnas a los pobres, porque son las flores ms preciadas deMara, y, para efectuarlas, trato de privarme de algo que me es necesario.As el mrito dice siempre el seor cura es ms grato a los ojos de laMadre del Redentor. Y el que reparte su pan con el pobre, duplica sucapital.

    Eduarda Mansilla de GarcaEduarda Mansilla de GarcaEduarda Mansilla de GarcaEduarda Mansilla de GarcaEduarda Mansilla de Garca(1838-1892)

    Recuerdos de viaje, 1882 (fragmento: Las mujeres yankees)[Como Mansilla luchaba por el derecho de ser periodista en la Argentinaen aquellos aos, la fascinaban las periodistas norteamericanas que yaeran numerosass en los '60, cuando Mansilla viva all. En la Argentinade entonces, los hombres no cedieron ni siquiera el derecho de escribirsobre la moda femenina; Mansilla lleg a hacerlo solamente bajo elseudnimo de Alvar. No supo describir a las periodistas excepto contrminos masculinos; reporters femeninos y la mujer empleado, no sonerratas editoriales, sino los trminos que emple Mansilla.]

    Debajo de la corteza un tanto rstica de esos padres de familia, de esosmaridos, que pasan el da entero, ocupados en ganar el dinero para elhogar, down town (la parte comercial de la ciudad), hllase bondad yfinura innatas. El Yankee es generoso como pocos; y sus mujeres, sushijas, no tienen sino manifestar un deseo para que sea satisfecho.Verdaderas mquinas de trabajo, aquellos hombres, al parecer tan intere-sados, gastan cuanto ganan, para contentar a los suyos. Y esto, quindica? Es acaso vulgaridad? Todo lo contrario. Que cuanto ms refinadoes el sentimiento que la mujer inspira al hombre, mayor es la dsis deelevacin que el corazn de ste encierra.

    La mujer, en la Unin Americana, es soberana absoluta; el hombrevive, trabaja y se eleva por ella y para ella. Es ah que debe buscarse yestudiarse la influencia femenina y no en sueos de emancipacinpoltica. Qu ganaran las Americanas con emanciparse? Ms bienperderan, y bien lo saben.

    Las mujeres influyen en la cosa pblica por medios que llamarpsicolgicos e indirectos.

    En el periodismo, vseles ocupando de frente un puesto que nada deanti-femenino tiene. Los peridicos en los Estados Unidos, el pas msrico en publicaciones de ese gnero, cuentan con una falanje que

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  • representa para ellos el elemento ameno. Mujeres son las encargadas delos artculos de los domingos, de esa literatura sencilla y sana, que debeservir de alimento intelectual a los habitantes de la Unin, en el daconsagrado a la meditacin.

    Son ellas tambin las que, por lo general, traducen del alemn, del italianoy an del francs, los primeros captulos de los nuevos libros, con que elperidico engalana sus columnas; ellas las que dan cuenta cabal y exacta delas fiestas, cuyos detalles finsimos y acabados llevan el sello del connaisseur.Reporters femeninos, son los que describen con amore el color de los trajesde las damas, su corte, sus bellezas, sus misterios, sus defectos; y a fe que lohacen concienzuda y cientficamente. Los Yankees desdean, y con razn,ese reportismo que tiene por tema encajes y sedas; hallan sin duda la tareapoco varonil. Es lstima que en los dems pases no suceda otro tanto.

    En ello adems, las mujeres tienen un medio honrado e intelectual paraganar su vida: y se emancipan as de la cruel servidumbre de la aguja,servidumbre terrible desde la invencin de las mquinas de coser. Ms tardedeba aparecer la mujer empleado, ya en el Correo ya en los Ministerios.

    [Se reservaba el derecho de criticar a las yankees tambin]

    Causa dolor ver a esas rubias, trasparentes, poticas Yankees, vestidasde encajes; deslumbrantes de lujo y atavio, verlas digo, sentadasprosicamente en esa actitud femenina que permite apoyar un gran platasopero sobre las rodillas, un tanto separadas. Slo el realismo de Zola,puede dar acabada idea del espectculo, del olor, del ambiente, que rodeaa esas bellas mujeres escotadas y coquetas.

    Estoy deseserado! me dijo una vez un enamorado Secretario deLegacin. He llevado a Nelly, crema y plantillas; y me ha pedido otra veztortuga y ostras. Me voy! Y lo hizo como lo deca. Tuvo razn.

    Esas mujeres que parecen vivir del aire, como nuestras orqudeas delParan, comen y beben como hroes de Homero. Y, sin embargo, loprimero que preguntan, a las dems mujeres, cuando tienen confianza, es:Cuntas libras pesa Vd.? Yo no peso sino tantas. El mrito estticopara ellas, est en razn directa de su poca abundancia de tejido celular.No les falta razn, hasta cierto punto; pero a veces las bellezas yankeescarecen de ciertas redondeces atractivas, que tienen su razn de ser.

    LA JAULITA DORADA (Cuentos, 1880)

    Haba una vez cierta jaulita dorada, que desde el da en que sali de lafbrica que le dio forma, se lo pasaba descontenta, fastidiada y triste!

    En vano la picarilla se saba bonita y coquetamente adornada congraciosas campanitas rojas como la flor del granado, que realzaban a lasmil maravillas su caprichosa estructura de pagoda chinesca.

    De qu me sirven estas galas, deca. El tener un enrejadito brillante,lujoso, un pisito reluciente, giratorio, que cede a la menor presin, anillosvarios que se agitan, barritas trasversales, preciosas tacitas encerradas enmisteriosas retretes; si nadie, nadie ocupa esos anillos, agita mis campanitasni viene a beber en mis tacitas. Suerte cruel es la ma! exclamaba lajaulita en sus recnditos adentros.

    Me muero de ganas de salir de este recinto enojoso, y sobre todo devivir en compaa. Que tal no llamaba la descontentadiza, al grannmero de desconocidos e indiferentes, que iban y venan en el almacnde la calle de la Victoria, donde pasaba sus das sobre un vasto y surtidomostrador. Nadie pareca fijar siquiera los ojos en la coqueta y diminutapagoda, ornada de campanitas que el menor movimiento haca resonar.Pero como nadie las tocaba, las campanitas no sonaban. Pasaban los dasunos tras otros siempre iguales y enojosos. Ya haban desaparecidonforas varias ornadas con flores de vistoso relieve, aceiteras plateadas,bandejas de brillante laca con graciosos mandarines chinescos, rbolesfantsticos y dragones misteriosos; jarritas adiamantadas, donde el irisretrataba sus colores, saleros relucientes y cristalinos; todos hallabancompradores, salvo la jaulita dorada. La ms profunda melancolaabrumaba a la pobre jaulita. Cierto es que en el almacn haba unmuchacho de unos doce aos, que miraba continuamente la preciosapagoda con gran admiracin y vehemente deseo de llamarla suya. Peroaquella maravilla vala doscientos pesos, y Camilo, que era muy pobre,se contentaba con pasarle el plumero delicadamente, admirarla en secretoy devorar con vidas miradas el portento.

    La jaulita, a decir verdad, lea en el pensamiento del pobre Camilo,que, tal es el don de todas las jaulitas doradas; pero es fuerza confesarlo,no simpatizaba con su admirador. Camilo era cojo, feo, ligeramentejorobado, y su traje rado cubierto de aparentes manchas y espesa capa de

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  • polvo, no contribua a embellecer su natural fealdad. Adems, el ideal dela jaulita, que las jaulitas tambin tienen ideal, era un ser brillante, gil,alegre, inquieto, como quien dira un canario saltarn y bullicioso.

    No puedo sin embargo dejar de reconocer que la compaa de Camilo,era de vez en cuando un gran consuelo para la descontenta jaulita; sobretodo cuando al acercarse la noche, las sombras se alargaban en el oscuroalmacn, escaseaban los marchantes y se volvan ms negras y ceudasuna multitud de pesadas planchas de hierro, que permanecan siempreinmviles frente a la jaulita, en compaa de un fesimo brasero, irritantepor la severidad de su corte.

    No hay plazo que no llegue; y para la jaulita cautiva, lleg el tandeseado da de la libertad.

    Cierta tarde entr en el almacn una dama, conduciendo por la manoa una preciosa chiquilla. Y poco despus oy la impaciente jaulita estapalabras mgicas. Tiene Vd. una jaulita muy bonita para un canariocantor?

    Aquella voz infantil, aquella pregunta y sobre todo el canario cantor,hubieron de trastornar la cabeza de la jaulita. Fue un encantamiento! Seacerc una manecita blanca, una cabecita rubia y un qu linda! delicioso,hizo vibrar de dicha todos los alambritos de la dorada pagoda. Resonaronlas campanitas, una fuerza misteriosa arranc a la cautiva del odiado,prosaico mostrador y la terrible puerta qued salvada.

    Pobre Camilo, haba perdido para siempre la esperanza! El ltimotiln de las campanitas rojas reson lgubremente en su corazn!

    La ingrata nada vio! Era dichosa!Rodaba rpidamente el coche que conduca a la aventurera jaulita; el

    tiln de las rojas campanitas enloqueca a la coqueta, que se senta bella,admirada, pues no cesaba una boquita risuea de repetir Abuelita, qumona es mi jaulita, qu monona!

    La imaginacin de la venturosa pagoda estaba exaltada en sumo grado.Voy a verlo, deca. Voy a recibirlo! Y el tiempo se le haca largo, muylargo; que aquella jaulita dorada era algo impaciente.

    Llegaron por fin a una vasta y lujosa mansin. Un caballero, que lepareci a la bella pagoda, muy distinguido a pesar de no ser sino unsirviente, la condujo delicadamente hasta un esplndido saln lleno deflores, y all sobre una mesa cubierta con afelpado tapiz, deposit la

    preciosa adquisicin. Aquel lujo, aquel ambiente embalsamado, fueronmuy del gusto de la ambiciosa jaulita.

    Que traigan el canario dijo con acento petulante la nia mimada; ycon sus manecitas gorditas, ligeramente torpes, trat de abrir la puerta dela pagoda. Un qu dura! impaciente escap de la boquita sonrosada ycierto movimiento de descontento turb la dicha de la coqueta jaulita;pero fue nube pasajera que no hizo sino dejar ms brillante el cielo de sualma, as que apareci el tan anhelado objeto. Qu momento! Una manoinhbil, ruda, tomndolo bruscamente de la modesta prisin de caitasque encerraba al gracioso pajarillo, lo lanz torpemente en la brillantepagoda. El alado husped, choc el delicado cuerpecito contra las doradasparedes y un gritito de dolor se escap de aquella garganta melodiosa varias plumitas volaron en leves capullos. Oh dolor cruel, tanto msduro cuanto su manifestacin es menos posible! La jaulita sufrahorriblemente. Amor mo, deca, t el deseo de mi vida, llegas a m quete esperaba ansiosa, y mi triste suerte hace que sufras y gimas por micausa! Ah! porque son duras mis paredes. Porque no me asemejo a lasflores aterciopeladas que estn en ese precioso vaso! A ser como ellas,te hubiera recibido blandamente entre mis ptalos perfumados. Pero ququieres canarito mo, yo no puedo ofrecerte sino mis dorados e inerteshilos!

    Mas, qu pasa?El canario ya no siente el golpe; salta alegre e inquieto, de arquito en

    arquito; sus ojos vivarachos todo lo miran, su pico de mrfil golpeacoquetamente las mviles barritas y un trino prolongado, cristalino seescapa de su garganta. El gozo inunda el corazn de la jaulita que al finconoce la felicidad!

    Pasan los das, das de ventura y de dulce paz. El canario se acostumbraa su jaulita, salta, brinca, come, desparrama prdigo el alpiste, frota elagudo pico contra las doradas barritas, baa su cuerpo delicado en losmisteriosos retretes y desde que asoma el da canta y trina alegremente.Cmo dar idea cabal de tanta dicha!

    La jaulita no conoca la vida. Crea que bastaba ser feliz hoy, para serlomaana y pasado y siempre No se preocupaba con amargas dudas.Amaba a su canario, se senta amada y adems tena la dicha inapreciablede poseer otro amigo desinteresado y fiel, que desde lejos la contemplaba

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  • con ternura suma. Era ste un magnfico perro de porcelana de Delph, queserva de florero y se hallaba colocado sobre una chimenea, frente a lapuerta, donde la jaulita se balanceaba noche y da merced a un gruesoalambre. Tena aquel perro dos ojos redondos, negros, expresivos, llenosde cario, que estaban siempre fijos en la pagoda. Creca da por da lasimpata y a veces se imaginaba la jaulita fuera su dicha menos completa,si aquel amigo le faltara.

    Una tarde cuando ya el sol caa y la luz se apocaba en el lujoso saln,ornado con pesados cortinados, vio la bella pagoda saltar con pasmosaagilidad sobre la chimenea, en la cual permaneca inmvil y confiado elfiel amigo, un animal de blanco y espeso pelaje con movimientosondulantes y encendidos ojos, que con maligna sagacidad y erguida cola,se paseaba sin ruido entre los mltiples adornos que ostentaba la chime-nea. Sinti la jaulita vago terror! Las sombras opacas de la nocheentrada, envolvieron con su manto de misterio los objetos, confundiendolas formas. De repente reson un golpe recio, agrio; algo como el crugirde cosa que se troncha. El dormido canarito desert pavoroso y sacandosu diminuta cabeza oculta bajo del ala, se estrech palpitante contra lasparedes de su jaulita.

    Cuando un rayo del sol naciente puso de nuevo en relieve los objetos,la desdichada jaulito vio con profundo dolor, que su amigo de la chimeneahaba desaparecido. Un suspiro ahogado se escap de su pecho de jaulitadorada. Horror! Poco despus entran en la habitacin varias personas yentre ellas la preciosa duea del canario. Mira Mam, pronunca con voztemblorosa y dolorida la rubiecita. Sin duda el pcaro gato me ha roto miperro de porcelana. Y tomando del suelo un objeto, lo enseaba a la quellam Mam.

    Instante cruel! La jaulita reconoci en aquel trozo informe, dos ojosnegros, expresivos y un pedacito de oreja. El dolor existe dijo lasensible pagoda y cruel presentimiento oprimi su corazn. El canarioinconciente trinaba alegre y despreocupado. La voz canora del objetoamado volvi la paz a la bella jaulita.

    La noche es hora de misterio y a veces de pena. Las jaulitas doradas noduermen nunca y piensan siempre.

    Dorma dulcemente el amarillo e inocente husped, cobijado poraquella amiga fiel que le prestaba cariosa hospitalidad, cuando un ser

    maligno de esos que cre la naturaleza, para contrastar con las flores, lospjaros y los nios, dando un brinco gil y maoso, trep hasta la esbeltapagoda. Las campanitas se agitaron. Fue el toque de a rebato que anunciapeligro de muerte. Momento de horror! Aceradas uas oprimen lasdelicadas paredes; agtase convulsa la brillante pagoda sacudida por elpeso del gigante monstruo.

    Mortal angustia! Con redondos, refulgentes ojos de mirar felino yhambriento, el gato fascina al tmido canario, que con corazn palpitantey angustiado se apelotona y achica cuanto le es dado. La monstruosaasesina garra, destroza de un manotn el cuerpecito delicado, tiendo ensangre las satinadas plumas. Oyese un quejido doliente, ahogado yafanoso crugir de afilados dientes, seguido de mortal silencio. Horrible! La atroz carnicera est consumada! Qu queda ya del cantor alado?Unas gotas rojas y plumas magulladas, con despojos encarnados!

    Pobre jaulita que no puede llorar! Cuando a la maana siguiente vinieron a poner en orden el suntuoso

    saln, lleg graciosa y afanada la duea del canario como de costumbre,a saludar a su favorito con un fresco cogollo de luchuga. Desolacin!Dnde est mi pajarito? Agudo grito de espanto se escapa del pechode la nia jujetona. El gato! exclama con acento doliente y el llantoanuda su voz. Ah t puedes llorar piensa para s la desdichada jaulita.Cun feliz eres!

    Que se lleven esa jaula dice una voz airada, e invisible mano muevea la desdichada jaulita, arrastrndola quin sabe a dnde

    Hay en las casas ciertos sitios misteriosos, apartados, recnditos, quenunca visita el sol ni los nios; donde las araas tejen sus redes prisione-ras, sin que nada turbe su incesante tarea.

    En esos sitios silenciosos, lbregos, es donde va amontonndose esaserie de objetos varios, heterogneos, que el tiempo o el capricho tornandisgustosos e inservibles. All pusieron o mejor dicho arrojaron condesdn, a la pobre jaulita, sobre un bal aejo y polvoroso. Nadie pensen remover con mano piadosa unas plumitas amarillas salpicadas desangre, unas pobres patitas yertas y un piquito amarillento que yacanconfundidos en el fondo de la jaulita.

    Qu doloroso martirio incesante!Qu recuerdos crueles!

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  • De cuando en cuando el monstruo felino rondando por el misteriosoaposento llega hasta la desierta jaulita, y con chispeantes ojos, saliente yaguda garra, husmea vido los despojos de su vctima.

    La idea de la muerte no ocurre nunca a las jaulitas doradas; pero comosienten vivamente sus penas, la pobrecita se lo pasaba muy apesadumbra-da.

    Corra el tiempo, que nunce se detiene ni por glorias ni por penas y nadanuevo ocurra. Secronse las patitas