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STANDARDS NO STANDARDS A propósito de las entrevistas preliminares, del control y de la duración de las sesiones Este texto, redactado por Colette Soler, ha sido preparado con la colaboración de: Jacqucs Adam, Joseph Attié, Guy Clastres, Hugo Frcda, Franz Kaltenbeck, Jcan- Pierre Klotz, Guy Leres, Ronaldo Portillo, Antonio Quinet de An- drade, Charles Schrcíber, Fran9oise Schrciber, Esthella Solano Suarez, Annie Staricky, Herbert Wachsbcr- ger. Standard y no standard es un título que adquiere su sentido a pruiir de la polémica introducida en el psicoanálisis por la ense- ñanza de J acq ues Lacan. La cuestión que plantea es la del Otro, la IPA, de la que extrae la oposición de sus términos. En efecto, es la IPA quien, por haber promovido una reglamentación standard susceptible a sus ojos de identificar al psicoanálisis, creyó poder arrojar fuera del campo del psicoanálisis, como disidente, no standard, la práctica misma de Jacques Lacan. Sin embargo, Lacan había partido de un retorno a Freud, o sea de una exigencia de ortodoxia. La cuestión, refonnulada en los términos del comienzo de su enseñanza, se vuelve: freudiano o no freudiano. ¿Qué es lo que está en juego? Algo esencial. Se trata nada me- nos que de defínir las condiciones requeridas para que un psico- análisis sea un psicoanálisis. O dicho de otro modo, ¿en qué reside el carácter analítico de una práctica?. Primera respuesta, incuestio- nada: el eje de un psicoanálisis es el procedimiento freudiano. Ahora bien, ocurre que el procedimiento inventado por Freud hace surgir una disimet a: el analizante tiene su "regla fundamen- 100

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STANDARDS NO STANDARDS

A propósito de las entrevistas preliminares, del control y de la duración de las sesiones

Este texto, redactado por Colette Soler, ha sido preparado con la colaboración de: Jacqucs Adam, Joseph Attié, Guy Clastres, Hugo Frcda, Franz Kaltenbeck, Jcan­Pierre Klotz, Guy Leres, Ronaldo Portillo, Antonio Quinet de An­drade, Charles Schrcíber, Fran9oise Schrciber, Esthella Solano Suarez, Annie Staricky, Herbert Wachsbcr­ger.

Standard y no standard es un título que adquiere su sentido a pruiir de la polémica introducida en el psicoanálisis por la ense­ñanza de J acq ues Lacan. La cuestión que plantea es la del Otro, la IP A, de la que extrae la oposición de sus términos. En efecto, es la IP A quien, por haber promovido una reglamentación standard susceptible a sus ojos de identificar al psicoanálisis, creyó poder arrojar fuera del campo del psicoanálisis, como disidente, no standard, la práctica misma de Jacques Lacan. Sin embargo, Lacan había partido de un retorno a Freud, o sea de una exigencia de ortodoxia. La cuestión, refonnulada en los términos del comienzo de su enseñanza, se vuelve: freudiano o no freudiano.

¿Qué es lo que está en juego? Algo esencial. Se trata nada me­nos que de defínir las condiciones requeridas para que un psico­análisis sea un psicoanálisis. O dicho de otro modo, ¿en qué reside el carácter analítico de una práctica?. Primera respuesta, incuestio­nada: el eje de un psicoanálisis es el procedimiento freudiano. Ahora bien, ocurre que el procedimiento inventado por Freud hace surgir una disimetría: el analizante tiene su "regla fundam en-

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tul", el analista no. El primero no deja d e saber lo que tiene que hacer, puesto que la asociación libre es la exigencia, podem os de-­cir, standard, que define su tarea. Nada semejan te existe del lado del analista.

Ciertamente, Freud d efine su función con un término, interpre­tación, por el que se prescribe una fina lidad, el d esciframien to, e l cual se opone a las dos fina lidades mayores del dominio, gober­nar y educar. Esto nada dice, sin embargo, sobre cómo efectuar t~sla función-interpretación. De hecho, la cuestión sobre lo que dl:be reglar la intervención del analista se plantea d e inmediato pa­ru los psicoanalistas, quedando bien claro que si a la asociación se In llama libre, la interpretación no lo es. Tiene en la transferencia Mus condicio nes, pese a dejar a discreción del analista los m omen­tos, el núrnero, Jos términos y el campo de sus intervenciones, on donde la asociación, en cambio, no deja al analízante elección uinguna y lo determina. El ¿cómo hacer? queda a cargo del analis­ta , pues no hay regla fundamental que se lo d iga.

Hay pues, incripto en el procedimiento freudiano, una h iancia cutre el saber y el analista en cuanto a las finalidades y efectivi7.a­ción de su intervención. Esta hiancia pr~para en el núcleo del dispositivo · analítico el lugar d e la impostura virtual. La enseilanza tk Lacan no cesó de rodearla y de reformularla y, desde los co­mienzos, los analistas t estimoniaron que la sufrían. En este pun to, lu historia lo muestra, ubicaron primero el modelo - solución indi­vidual- y luego e~ standard - solución institucional-. Es decir, t¡ue a falta de un saber cuándo o cómo-hacer, se esforzaron por hat:er-como; como Freud al principio, según lo t estimonian sus pri­rucros discípulos; después, como las reglas instituidas lo prescri­twn para cada uno, luego de haberlo prescripto para su didacta.

la can barre ese como-los-otros, y su pretensión de suplir la garan-1 f¡t que falta, con un: simples hábitos. Se une en esto a Freud, quien no evocaba jamás su técnica sin cuidarse de alertar contra la imi­ludón, precisando que no hacía de ella una regla. ¿Se trata de la l)llcrta abierta a una práctica sin reglas? Pregunta mal planteada que la enseñanza de Lacan nos permite corregir, la verdadera es enher qué las justifica. La pregunta no es standards o no standards, liino validados o no.

Lacan responde a Jas preguntas planteadas por la práctica ana­til ica a partir de los fundamentos mismos de la experiencia en rela­¡.:jón a las Cüales los hábitos y presiones de grupo carecen de peso, au nque no d e efectos. Así en su práctica modifica, en efecto, el

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tiempo de las sesiones, pero en función de un punto de doctrina esencial. Tam bién mantiene, por ejemplo, la regla de acostar al pa­ciente. ¿Por qué? Freud la justifica vagamente como favorable a la asociación. Lacan la funda, desde el principio de su enseñ.anza, en su distinción del otro imaginario, el semejante, del Otro de la palabra al que el rechazo del cara a cara deja c.l campo libre. Así como agrei:,ra a las reglas establecidas la de las entrevistas prelímina­res, y modifica aquellas otras, previas, que organizan los controles. Aban<:}onada, mantenida, promovida o modificada, en la enseñanza de Lacan una regla se j uzga por sus fundamentos y en función de las finaJidades de la experiencia.

Desde entonces, toda reglamentación heterogénea a la experien­cia se revela como Jo que es: Irrisión de su lega lid a d. Los sta ndards deben medirse en re lación a lo que funda al psicoanálisis mismo.

EL NACIMIENTO DE LOS STANDARDS

EL MODELO BERLlNES

Recordemos, en primer lugar, algunos hechos y fechas en cuan­to a la génesis de los standards.

En el congreso d e Budapest de 191 8, Frcud, en su intervención Los caminos de la terapia psicoanalítica, preveía la aplicación del psicoanálisis a las masas populares. En 1920, Eitington convence a la asociación berlinesa de la necesidad de fundar, en Berlín, una policlínica para el tratamiento psicoanalít ico de las enfermedades nerviosas. Esperaba dar cuerpo, de ese modo y luego de la efímera experiencia de Ferenczi en Budapest, a la previsión de Freud.

El proyecto terapéutico de la Clínica se puso a pwlto rápida­mente: un analista consultor examina y distribuye las demandas. La sesión dura de tres cuartos a una hora, tres o cuatro veces por semana. El intento de reducir las sesiones a media hora no fue con­cluyente; también la tentativa de acortar la duración de los aná­lisis fracasó, y la solución adoptada fue la de los "análisis frac­cionados": alcanzado el objetivo terapéutico el análisis se suspen­día , pero el paciente podía retomarlo si juzgaba insuficiente su mejoría.

Paralelamente, para responder a esta extensión del psicoanálisis y desde la apertura de la Clínica, se planteó el proyecto de formar a los analistas de la segunda generación. Procedimientos uniformes de formación adquirieron su forma casi definitiva desde 1924. Se los dió como modelos a la comunidad analítica y son, en Jo esen-

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\.'lal, los que se mantienen hasta nuestros d ías. Así, Eitington fliL'

t'l verdadero promotor de Jos standards. En ese contexto, dos ~· 11estiones se habían presentado frontalmente: ajustar la cura en 111 nción de las urgencias terapéu ticas y contra la opinión de Freud, lu formación analítica se subordina a la médica, y queda adminis­!mda por la institución que a su vez crea a tal efecto la comisión ílr enseñanza. La formación es tripartita: didáctico, enseñanza, ~·ontrol. En sus tres caras est á sometida a autorización, y está re­[(lamentada y controlada en lo que hac~ a su orden, su duración, 1111 ritmo y sus agentes.

En 1925, en el congreso de Bad Homburg, Eitington propone ex­ll'tlder el proyecto y elaborar standards internacionales. Para tal r.l'octo, a propues ta de Rado, se nombra una comisión internacio­nal. Esta presentará en 1932, en el congreso de Wicsbaden, las re­¡tlas de admisión y de formació n de candidatos que serán prolon­v.udas por las de Lucerna en 1934. En Jo esencial, retoman la for-111:1 berlinesa, por lo demás siempre en uso.

Su interés radica para nosotros en los señalamientos nuevos o unevamt:tnte acentuados, índices de una orientación y de pun· tns de resistencia. Retendremos cinco de ellos:

1) La aparición de criterios de selección nuevos. No sólo deberá ponerse atención; se precisa, en la calificación pro fesio nal, sino ,·n la integralidad del c::~rácter, la madurez de la persona, la estabili· d;1d del ego, la capacidad de insight.

Vemos aquí que la ego-psychology, como tendencia, data de la t'reguerra.

2) Se insiste en el compromiso necesario y previo del candidato de no valerse de su fo rmación antes de haber recibido el aval de la l·omisión de controL Señal sin duda de que se quiere term inar con algunas veleidades de indisciplina.

3) Se admiten no médicos, pero bajo tutela: no podrün decidir 1'1 análisis, sino que recibirán sus pacien tes el e un m édico. Compro­nJiso, pues, con la objeción.

4) No se admit irá un candjdato extranjero en un ipstituto •11110 luego de conformidad de su instituto de origen. Se prepara va la emigr ación.

S) Por último, la comisión internacional de formación t endrá el poder de autorizar y supervisar los institutos y centros de forma­··ión. Así se l;Ornpleta la construcción de la pirámide internacional que será tan propicia para la difusión de un credo común, pronta­lllente egopsicológico.

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OPOSICION Y CRITICAS

¿Cómo fueron recibidas esas reglas? Encontraron dos tipos de objeciones. Por una lado, fueron cuestionadas en cuanto a sus fundamentos

analíticos, especiamente por la escuela húngara. Ferenczi y Ran k criticaron, por ejemplo, la oposición didáctico-terapéutico. Vilma Kovacs protestará, en 1935, contra la disyunción didacta·control, míen tras que al margen de los congresos oficiales proseguirá la discusión sobre la doble polaridad del control: como elucida· cíón de las dificultades del analista (Kontrollanalyse) y como aprendizaje técnico (Analysenkontrolle).

Por el lado opuesto, las críticas americanas fueron por comple­to de otro orden y concernían al poder institucionaL Los miem­bros amerkanos rechazaban la ingerencia del comité internacional de fo rmación. Esta protesta, ya expresada en 1936 en Maricn­bad, culminó en la ruptura con la IP A en 1938, en el congreso de París. La asociación americana, que entonces crea una comisión de standard profesionales, produce en esa ocasión un texto de trece páginas sobre la formación cuyas obligaciones y rigor sobrepasan en mucho lo que conocían las sociedades europeas.

EL MODELO AMERICANO

En J 949, en el congreso de la reconciliación, en Züiich, el equi­librio de fuerzas se ha modificado. América se ha vuelto el foco oc la actividad analítica, Ja lengua inglesa la del psicoanálisis y la ego-­psychology es en lo sucesivo la corriente dominante. La American . Psychoanalytic Association instala su liderazgo sobre el modelo -rechazado en 1938- de la Comisión Internacional. Los standards permanecen iguales. Son aquellos a los que Lacan apunta explici­ta y especialmente en Variantes de la cura-tipo. Se trata del mode­lo berlinés rigidizado por los criterios de adaptación de la ego­psychology, que consuman la colusión del psicoanálisis con la psi­quiatría y la higiene mental. Testimonio de esto es un trabajo en­cargado en 195 1, llamado de revisión de las prácticas existentes en los institu tos, y que concluyó con la promulgación, en 1956, de los standards mínimos para la formación psicoanalítíca de los mé­dicos.

El plan de formación no satisfizo a nadie. Es lo que revela, en 1960, el Comité de ensefianza, luego del estudio de los programas de una veintena de institutos. Se lamenta del número creciente de 104

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~;nndidatos inanalizables e inaptos, de los métodos de selección ine­fh; aces (fonnularios de candidaturas, tests psicológicos, entrevistas •k grupo), etc.

Pero, a los efectos producidos por el enfoque evaluativo y selec­ti vo, la Institución no sabe responder sino redoblando sus propios ~~ iterios. De este modo, y siempre para obtener más objetividad, se f!J ~talarán hacia 1964 comités de selección encargados de super­'tsar y concluir los informes redactados por los analistas de las en­ltl;Vistas realizadas a un candidato. Se llega entonces a un ftmóme­fl • > tan aberrante como éste: el rechazo , a veces de hasta el 90% de ~ ·s candjdatos presentados con opinión favorable del analista. A \.'1 iterios perfeccionados, ¡el candidato fa Ita! A la luz de t:sto. no ;m rece que los institutos hayan avanzado mucho desde entonces.

f:-A FALTA DE FUNDAMENTO

Ese rápido vistazo histórico sugiere algunas observaciones. Vemos en primer lugar que la preocupación por definir stan­

fl¡trds que permitan reglar la práctica analítica fue. muy pronto una preocupación de la comunidad internac ional. Los problemas de la f., rmación de analistas y las cuestiones concernicn tes :.JI t ielll po en p·ücoanálisis estuvieron dl~ en tntda en el corazón de Jos debates. ~orprende notar que cuarenta afios más tarde conti tu ycn los mis­lll<>s obstáculos puesto que es respecto de ellos que Lacan pudo ~tparecer como un insumiso del psicoanálisis. En todo caso, es p a­k nte que el esfuerz.o de la Asociación Internacional para controlar t11 práctica analítica tomó como palanca la standarización de los procedimientos de formación. El objetivo es claro y lógico: para rq~lar al psicoanálisis, reglar al analista. La institución se planteó ~csde el comienzo como el agente de esta regulación y como el &ujeto supuesto saber las normas.

¿Cómo no observar, en la instauración de esas normas, el peso ~·: razones externas y la falta de fundamento intrínseco?

Desde el vamos las razones provenientes del campo del psi­V' .análisis en extensión fueron primordiales. Así estaban prepara­d• ,s, en 1920, para cambiar los hábitos de tiempo y pard disponer in 1a formación rápida para llegar a más gente y más rápido. lgual­lu•:nte es el realismo, incluso el oportunismo, el que en el con­Ir xto político de la década de pre-guerra arregla las condicio­fi•·s de emigración posible para los analistas y sostiene el proyecto ~¡- internacionalizar la formación. En cuanto al diálogo América/

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= e bien claro que está ?,autaclo por la relación de fuerza clono!. De ahf la observacton de Lacan en 1953: "El mante­

ttimJento de las normas cae más y más en el orbe de los intereses del grupo> como se manifiesta en los Estados Unidos do nde ese gru-po representa m1 poder . Entonces se trata menos de un standard que de un standing". (Variantes de la cura tipo, en Escritos. Siglo XXI> p. 95).

Esos fenómenos surgen, sin duda, de la inevitable inserción del psicoaná]isis en el mundo. Sin embargo> su contingencia histórica, junto a la falta de criterios analíticos, acentúa por contraste la no­table estabilidad del modelo propues to, así como la exigencia in­condicional a él ligada. Como si el Jegalismo más contingente e inerte concentrase en sí la prenda misma de la experiencia. Sor­prende ver cómo las críticas hechas en nombre del psicoanálisis -y por las personalidades más eminentes en el interior m ismo de la IPA (cf. Glover, citado al respecto por Lacan)- no afectó los pro­cedimientos instituidos. Es de sospechar que una forma de entrada tan definitiva y tan rebelde a la evolución debe depender de un modelo que ya estaba ahí y que está sostenido por poderosas razo­nes de estructura: precisamente el que Freud reconoció en la Igle­sia y el ejército, y que hace lazo de otro modo que el psicoanálisis (cf. Situación del psicoanálisis y formación del psicoanalista en 1956, en Escritos JI, p. 198). Discurso del Amo, dirá Lacan.

ENTREVISTAS PRELIMINARES

EL ALGORITMO DE LA TRANSFERENCIA

No hay en trada posible en el análisis sin entrevistas preliminares, decía Lacan en 1971, en . una serie de conferencias intituladas le Savoir du psychanalyste. Históricamente, esta práctica es una inno­vación. Ciertamente, al comienzo de un análisis, a todo analista siempre se le ha planteado la cuestión de aceptar o no la demanda hecha> y esta aceptación siempre tuvo también sus implicaciones diagnósticas ; es lo que Lacan formulaba con un "¿a quién acos­tamos?". Pero · de las ent revistas preliminares se espera otra cosa.

Las entrevistas preliminares constituyen la modalidad técnica que responde a: "en el comienzo del psicoanálísis está la transfe­rencia" (Proposition du 9 octobre 1967 sur le psychanalyste de rt:cole, en Scilicet, No l , París, Seuil, 1968, p. 18). Es preciso par·

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tir de ahí: un psicoanálisis es el trabajo de la transfcn:mcift, y en la& entrevistas preliminares lo que está en juego es poner a trabajar la transferencia.

En tre la queja, que pide alivio, y la entrada en análisis, que su. pone el trabajo analizante, no hay con tinuidad. A los analizantoa, decía La can, "se trata de hacerlos entrar por la puerta, que el anáU· sis sea un umbral, que haya para e11os una verdadera demanda. Es· ta demanda: ¿qué es de lo que q uieren desembarazarse? Un sín· toma. [ ... ] Yo trato de que esta demanda los fuerce a hacer un es· fuerzo ... Es preciso en efecto que algo empuje". (Con[érence a Ya· le University, en Scilicet, No 6/7, 1975, p . 32). Ahora bien, sólo el sujeto supuesto al saber, como pivote de la transferencia, permite situar aquello que hace del síntomél una "demanda verdadera". En efecto , el síntoma se vuelve analizable solamente a condición de incluirse en la transferencia.

Partamos del algoritmo de la transferencia:

_____ s_-_-_----+ sq ( s sl , s2 , ........ s")

donde el S, "significante de la transferencia" , escribe la manifesta­ción sintomática del sujeto que el paeiente presenta al analista y cuya demanda sostiene. Notemos que le lleva esta man ifestación a un analista cualquiera (Sq ) , es decir reducido a su dcrinh.:ión de intérprete, de descifrador. La dirección misma hacía el descifra­dor, m arcada por la flecha, implica una doble postuladón: t.JUcda supuesto , por un lado, el carácter cifrado del síntoma (descifra­miento supone ciframiento) y, por el otro, la represt!lllutividad del síntoma. Es un hecho de experiencia que el sfnloma no conduce al análisis sino cuando cuestiona> cuando el analizanto capta ese incomprensible cuerpo extraño como propio y portador de un sen­tido obscuro que lo representa como sujeto desconocido para sí mismo. En este sentido, el síntoma es cucstionumícnto del suje­to, o más bien, representante del sujeto harrado y no "agotado por su cogito" (Subversión del sujeto y dialéctica del deseo, en Escri­tos ! , p. 331). De este modo, por la transferencia, el síntoma es puesto en forma de pregunta, pregunta del sujeto, en el doble sentido del partitivo.

Sin embargo~ la transferencia así planteada es muy a menudo, a decir verdad, previa al análisis. Está ahí desde que el síntoma es

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.-

... _,lftlldo como analizable. Casi podría hablarse de transferen-li;.Oón el psicoanálisis. Sería preciso evidentemente reservar aquí Un lugar a los casos particulares, y sobre todo a la excepción, Pi'cud, como inventor del psicoanálisis.

El momento de la demanda de análisis es aquel donde un particular, analista cualquiera, se substituye al psicoanálisis en general. A partir de ahí queda aún por producir la fijación de la transferencia y ponerla a trabajar.

Es preciso, en efect o, que ese analista venga a. sostener para el analizante la función de sujeto supuesto al saber, ocurre, se sabe, que el analizante se haya equivocado de dirección y que la función esté para él ya fijada en otra parte. A nivel fenoménico, a menudo es el amor de transferencia quien testimonia esa fijación, pero el fenó­meno de estructura es otro: es una transferencia del lado del ana~ lista - en el sentido de desplazamiento- del saber que se supone puede responder a la pregunta. Efecto de histerizacíón inducido, señala Lacan por el dispositivo analítico. La transferencia fijada al analista es una transferencia primariamente demandante: demanda al Otro que responda. El análisis supone aún que de esa transferen­cia demandante, se haga una transferencia productora por el sesgo de la llamada asociación libre. El analizante está en el análisis en el lugar de aquel que trabaja -esfuerzo, dice Lacan- para que se ela­bore el saber que responda a la pregunta del sujeto; mientras que la operación del analista consiste en causar ese trabajo. Lo que es-

cribe el algoritmo del discurso del Analista: ..E...--+_!_ (Radiofonía y s2 sl

Televisión, Anagrama, pág. 77). Son estas condiciones del análisis - transferencia analítica (o sea

pregunta del sujeto), fijación de la transferencia y trabajo de la transferencia- las que dan a las entrevistas preliminares sus objeti­vos para cada caso. Nada que ver con la medición de una capacidad.

Lo que es preciso subrayar, en efecto, es la incidencia del analis­ta en aquello que se trata de obtener. El acto analít ico está en jue­go desde esas entrevistas, se ubica ahf en el lugar de la causa y su efecto es el empuje-al-trabajo de la transferencia . . No podemos desconocer, desde el comienzo, la acción del analista en cuanto a este impulso que evocaba Lacan. La justa inserción del paciente en lu transferencia no es del orden de la aptitud. Depende, por cierto, <le la posición del sujeto en su relación con el Otro, pero no está menos determinada por la respuesta dei partenaire analista.

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Al respecto, Freud está del lado de Lacan, contra la ego-psycho­logy.

ALIANZA TERAPEUTICA Y ANALIZABILIDAD

Fue.ra del campo de la enseñanza de Lacarr, la práctica de las entrevistas preliminares no t iene curso. No obstante, en todas par­tes está presente el problema de los requisitos para entrar en análi­sis. La ego-psychology ha promovido dos nociones que son la "alianza terapéutica" y "la analizabilidad " .

Su aparíción en los afios 60 responde evidentemente a las difi­cultades engendradas por la práctica misma de esos ego psicólogos. Este tope vuelto a encontrar hace surgir la pregunta: ¿qué es lo que condiciona un psicoanálisis?. Respuesta: la alianza terapeútica es aquello sin lo cual el análisis no es posible. ¿De qué se trata? La idea fue introducida, sin que figure el término, por Sterba, en 1934. La expresión "alianza terapeútica" fue propuesta, según parece por Z(!tzel, en 1956, mientras que en 1965 Greenson prefie­re el término "aliam.a de trabajo·~.

De un autor al otro hay, desde ya, matices. Greenson la apoya en el yo razonante del paciente, mientras que para Leo Stoue su­pone el grupo de funciones evolucionadas del yo y ninguno sirúu exactamente del mismo modo sus relaciones con la transferencia. Pero poco importan Jos matices. La concepción de esta alianza nece­saria reposa sobre la idea de que la transferencia es homogénea con la vivencia patógena del paciente caracterizada por la presencia de aspectos " regresivos". Por consiguiente, es necesario algún otro modo de relación del paciente con el analista, un modo sano, des­de donde pueda ser analizada la transferencia. La alianza terapéuti­ca no sólo es distinta a la transferencia, sino que es un punto su­puesto fuera de ella que podrá selle opuesto y desde dónde sola­mente podrá ser reducida.

Es evidente, en todos estos trabajos, que no es la transferencia sino la aparición de la alianza Jo que marca la entrada en análisis y signa la analizab ilidad del paciente. Sorprendente inversión, pues, de la posición freudíana, estando la transferencia y la analizabili­dad en relación inversa una de la otra , la primera termina por apa­recer como el obstáculo a la cura. Por el contrario, alianza y anali­zabilidad corren parejas.

Por Jo demás, es en Jos mismos años 60 q ue el lector de la!> tres grandes rev istas americanas, lnternational Journal o! Psychoanaly-

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* Joumal o[ the American Psychoarialy tic Association, .Psychoa· ·tlll)ltlc Quarterly , ve aparecer ese vocablo nuevo; "analizabj)idad", que debe su promoción a los muy serios trab::tjos del "Kris Study Oroup" de Nueva York, dirigido por Loewenstein, pero cuyo éxi­to se debe sobre todo a la preocupación por restringir las aplicacio­nes del psicoanálisis y por producir un esquema de selección que permitiese extraer el mejor candidato que hubiera.

El razonamiento es el siguiente : el paciente, en análisis, enfrenta una situación particular, sin duda, pero que se inscribe en una serie de experiencias precedentemente encontradas. La analizab ilidad pone a prueba la capacidad de su yo para enfrentarlas. La biografía del paciente permite calcular cómo las tomará. El acento primor­dial ya no está puesto sobre el wish inconsciente, sirio sobre el will de un "querer ser analizado" propio del yo au tónomo.

Así, tanto en la analizabilidad como en la alianza terapéutica, se t rata siempre del yo autónomo como condición del psicoanálisis. Al mismo tiempo se supone que el análisis depende de una aptitud, de un talento previo personal del analizan te y cuyo diagnóstico in­mediato debería permitir plantear el pronóstico de una experiencia todavía por hacer. En la entrada del psicoanálisis está, entonces, no la transferencia, sino el yo fuera de transferencia, a partir de donde el psicoanálisis podrá desplegarse como lo que bien pode· mos llamar un trabajo contra la transferencia . Un signo positivo sin embargo: no sólo esta analizabilidad parece inasible a los mismos autores, reducida a criterios ridículos o problemáticos, sino que además parece que lo analizable se hiciese cada vez más raro. ¿No podrían estas perplejidades conducir al abrupto "en el comienzo del psicoanálisis está la transferencia" de La can?

Podría ser el retorno de ellos a Freud.

FREUD CON LACAN

En efecto, algunos textos de Freud, escalonados desde Estudios sobre la Histeria hasta los textos agrupados en el volumen Técnica ps;coanalítica , nos dan una idea sobre lo que éste exigía en la en· tralla de una cura. En ¿Pueden analizar los legos ?, evoca el "acuer· do ud paciente" y la "preparación a la cura" que apunta a "hacer­le a~.:eptar la regla fundamental haciendole percibir que sabe más de lo qut: <.lke". ¿No es esto acaso plantear, explícitan:zente, que la regla funthlllWnlal implica que se supone un saber al analizante cuya man if~st.adón se espera por el sesgo de la asociación libre, y

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que es al hacer entrar al paciente en esa suposición que se le hace entrar en la regla?

En La Iniciación del tratamiento, Freud evoca una técnica que le es nueva, el ''tratamiento de ensayo", muy próximo en su inspi­ración a las en trevistas preliminares y que acentúa, en todo caso, la idea de las condiciones previas. Retendremos de esto dos precisio­nes.

Una concierne a lo que debe esperarse del paciente: que se ape­gue, dice Freud, a su analista.

La otra apunta a la posición del analista mismo. Precisa Freud al -respecto que durante el tratamiento de ensayo no comentará los d ecires del paciente "más que lo ind ispensable para la continua­;Ción del relato". A menudo volverá sobre esta idea de que las "pri­:meras comunicaciones" no deben hacerse antes de que se haya es­tablecido una poderosa transferencia.

Subrayemos, en primer lugar, que Freud ubica las condiciones de entrada en la cura en relación tan solo a la cuestión de la trans­ferencia. En segundo luga r , podemos reconocer claramente distin­guidas la necesidad de la fijación de la transferencia (apego al mé­dico) y la puesta a prueba del trabajo de transferencia (aplicación de la regla). A lo que se agrega una indicación técnica notable: Freud da su lugar a cierto silencio del analista. Si la regla implica el saber analizante, hemos dicho, el hecho de suspender las revelacio­nes del analista ubica el saber de éste en una posición particular, casi de encubrimiento. Es un saber que ni se expone ni se manifies­ta, que pennanece por consiguiente sólo en reserva, digamos ... su­puesto.

·Es sorprendente ver que Freud correlaciona el apego transferen­cia! del paciente precisamente a ese silencio cuestionador del ana­lista, el mismo que Lacan reconocerá en Sócrates como anticipan do la función del analista como sujeto supuesto al saber. Es co­rrecto, entonces: Freud con Lacan.

LOS CONTROLES

Los controles existen desde que hay analistas. Parecen incluso haber precedido la creación del término, si nos atenemos a los pri­meros psicoanal istas que rodearon a Freud.

Se trata de una práctica que La can nunca cuestionó y cuya ne­cesidad subrayó incluso. Lo que discute su ensefianza, por el con­trario, es la función institucional del control, tal como fue codifi-

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~Q¡t pgr \¡¡lilA. Al ..:a111biar los modos de habilitación, Lacan cam­bt6 Untbl~ll cl l11ga r y la función del control.

at.C.ONTkOL Y LA lNSTJTUClON

tK(' cambio tknc como pivote su: "El analista no se autoriza lino t.h• sí mismo".

"hl úni~,;o princip io d l.:! rto a plantear, dice Lacan, y tanto más ~:uun to que ha sido desconocido, es q ue el psicoanálisis se constitu­Y"' l'lHIW uid<lctico por el querer del sujeto , el cual debe estar ad­vertido de que el amHisis cuestionará ese querer, en la medida mis111 a d e la aproximación del d eseo que encubre". (Note adjointe al /ktt' de fondation, en Annuaire de l'ECF, p. 74). Al poner este principio en la base de la fundación ele su Escuela, en 1964, Lacan pone t!n el centro ctel problema de la formación del ana lista la cuestión misma de su deseo. Su prolo ngació n en un querer - que p uede ser el de vo lverse analista--- no d epende sino de una sola for­mación; la que Lacan ~,; scribe así: "El psicoanálisis, didáctico" (De nuestros antecedentes, en L::scritos 1, p. 10) ; acá la coma, en inciso, borra la dicoto mía habitualmente recibida entre psicoanálisis perso­nal Y psicoanálisis didáct ico. Es decir que la institución no es, no debe ser, no podría seL el agente que instituye al psicoanalista.

Lo qne no quiere d ecir que la institución se desentienda d e ga­rantizar la form ación. Solamente desplaza su punto de aplicación. Una vez que Lacan reconoció y planteó que en su acto el analista, si es analista, no se autoriza de ningún Otro, extrajo las consecuen­cias: le queda a la institución garantizar el analista "que haya he­cho sus pruebas" . Garantía pues, pero retroactiva, y no caución anticipada , como es el caso de los candidatos cuando son seleccio­nados a la entrada del psicoanálisis o del control.

Al no ser la condición obligada de u na habilitación, el control se une al campo del psicoanálisis en int ención del que la formación

del analista depende. Se encuentra, a partir d e entonces, profunda­mente modificado. Para hacerlo valer, planteemos a propósito del control cuatro simples preguntas, tanto a las prácticas standards co­mo a la Escuela que Lacan creó en 1964 y volvió a lanzar para una contra experiencia en 1981: ¿para qué, para q uién, cuándo y có­mo?

Un vistazo a los documentos contemporáneos de la IP A, espe­cialmente a un informe presen tado en 1981 al IX precongreso so­hn· el didáctico por Anne-Marie Sandler, a propósito de la Selec-11 2

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ción y función del análista didáctico en Europa, prueba , de ser necesario, las constancias del fenómeno y pese algunas ligeras va­riantes en el tiempo y de un instituto a otro. Los institutos euro­peos, por ejemplo, piden dos o tres controles, mientras que los norteamericanos piden cuatro. No obstante, en todas partes Jos contro les son obligatorios, en todas partes están som etidos a auto­rización, y también en todas partes el control, garantizado por el com ité didáctico del instituto, es un didacta.

Las respuestas, por consiguiente, son simples. ¿Para qué el con­trol?. Para la habilitación (se agrega a veces, pero subsidiariamente, una finalidad de garantía para el paciente). ¿Quién va al control?. Un candidato al reconocimiento analítico. ¿Cucindo?. Cuando está autorizado a recibir sus primeros pacientes. ¿Cómo? Con un con­trol reconocido por y según las normas (duración, frecuencia, nú­mero de casos) propios de su instituto. De modo que el control es a la vez ojo de la institución y baby-sitter de un analista bajo vigi­lancia.

LA RESPONSABILIDAD DE LA ESClJF.LA

El trastocamícnto operado por Lacan es completo y sus linea­mien tos se encuentran en el Acte de fond.ation de la Escuela y en su Note adjointe.

En primer lugar, el control no es ob ligatorio. La institución no lo impone, así corno tampoco establece lista de controles ni lista de didactas. Es decir que el sujeto pide un control según su parecer, y al analista de su elección. Por el contrario, la obligación - pues por cierto hay una obligación- es para la Escuela. Obligación de responder a la demanda de éontrol "desde el comienzo y en todos los casos", dice Lacan (Acte de Fondation., p. 72), lo que quiere decir sin condiciones previas de antigüedad en la carrera analizante y sin exclusiones. La razón de esto es que el contro l, si no está impuesto, " se impone" (Note adjointe , p. 75). Se impone, porque es un hecho que "el psicoanálisis tiene efectos sobre toda prác tica del sujeto comprometido con él". Corresponde, entonces, a una Escuela, el deber de asegurar "un contro l ca lificado" (y no califkante) a todo sujeto cuya práctica suponga transferencia, ya sea institucional o privada. y en cualquier fase que esté de su cur­so .

Una demanda de control, entonces, si es verdadera, no se recha­za. Pero su práctica se adapta a la posición del sujeto sin standards preestablecidos. Porque hay una necesidad de contro l la responsa-

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bilidad de 1a Escuela no es rechazar las demandas sino aceptarlas. Una única liinitnci6n debe señalarse evidentemente, la responsabili dad de la Escuela es correlativa de la seriedad del compromiso del sujeto en ln experiencia, y, sobre este punto, la opinión eventual del analista puede ser det erminante.

¿Por qué el control?. Porque el control es un dispositivo com­plementario de la cura, donde tratar analíticamente los efectos de la experiencia analítica; abierto a cualquiera que lo demande, cuando lo demanda, por el hecho de estar sujeto a las influencias de sus efectos. ¿Qué relación queda entonces entre el control fun­dado en una necesidad interna de la práctica analítica y la garantía institucional? Una relación de hecho, sólo eventual. Cuanto se tra­ta de discernir que un analista "ha hecho sus pruebas", el control puede sin duda dar fe en ese sentido, pero de manera no obligada, y sólo entre otros testimonios.

LA PRACTICA DEL CONTROL

No es abusivo suponer que más allá de las particularidades indivi­duales, las finalidades institucionales orientan su práctica.

Para los analistas de la IPA el control t iene objetivos de aprendi­zaje. Se habla de " diagnóstico educacional" , de ''psicoanalistas educadores" , de "alianza de aprendizaje". Se plantean insolubles problemas de objetividad y de criterios pues se pretende instru ir, ayudar, evaluar, observar. El control está centrado prioritariamen­te en la producción y evaluación de una competencia.

No obstante, se le impone a todos que la supuesta competencia no deja de estar relacionada con el análisis del analista. El término análisis de control propuesto por Eitington ya lo implicaba. Sesenta años después, si tomamos como referencia la Encyclopedia of Psychoanalysis de Ludwig Eidelberg de 1981, esta idea no ha cam­biado. Se distinguen "los errores que resultan de la falta de experien­cia, de los causados por los problemas inconscientes propios del can­didato", por Jos " puntos ciegos" que dependen de su propio análisis.

El con tro l se presenta entonces como un lugar de prueba de los límites de la cura que repercu ten sobre la práctica del analista. Esta repercusión es generalmente enfocada a partir de la noción de con­tra transferencia . Subrayemos empero que los teóricos de la ego­psychology distinguen uno de sus motores como perteneciente al registro de la identificación al paciente. Esto sostienen, por ejemplo, Oavid H. Sachs y Stanley G. Shapiro, referencia tomada de autores tan diferentes como Searles y Arlow. Se desemboca de este modo 114

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en la idea de un control que completará la tarea d~I HndU&fa, y que es a la vez indicador y corrector de identificaciones. Hay en eate punto una coherencia de la doctrina: a un análisis quo opera eon­tra la transferencia le responde el esfuerzo para reducir lo contri­transferencia del analista. Un análisis que se propone como fin lit identificación al yo autónomo del a·nalista se comp lementa con tu idea de un apren diz de psicoanalista aún embarazado por identifi~ caciones al analizante.

CONTROLAR LA POSICION DEL SUJETO

Para nosotros el problema se plantea de manera harto diferente. Un psicoanálisis supone la transferencia cuya estructura despejó

Lacan en el postulado del sujeto supuesto al saber. Median te la transferencia un sujeto es supuesto al saber, él mismo supuesto como pudiendo responder por el síntoma en el cual se presenta, en la entrada de cada cura, la pregunta del sujeto. Pero, entre anali­zante y analista existe lo que Lacan llama "divergencia" de suposi· ción, porque el analista no comparte el postulado analizante al que, empero, sostiene. Asi llegamos a la posición paradójicu del que podemos llamar analista contratante que recurre a un control. Viene a hablar sobre su práctica de analista. En tanto es el que de­manda y habla en el control está en posición de analizan te; analizan· te ya particular, sin duda, porque su regla no es decirlo todo sino, <1 1 contrario, focalizas sus comentarios. En el polo opuesto, en tanto analista, en su acto, se supone que no puede zafarse del pot:itulado de la transferencia. Esto es Jo que quiere decir efectivamente: "El analista sólo se autoriza de sí mismo". No hay sujeto supuesto al saber del acto. El analista no opera a partir de un saber, aun cuan­do el inconsciente es saber, y aun cuando hay un saber del analis­ta.

¿Cuál puede ser, a partir de este p unto, la transferencia que sos­tiene el trabajo del analista controlante? Una sola respuesta es po­sible: la transferencia a secas. No hay otra; y "no hay transferencia de la transferencia" (Reseñas de enseñanza. El acto psicoanalítico. Ed. Hacia el3er. Encuentro del C.F., pág. 58), dice Lacan. Es decir, que tanto en el control como en el análisis se apunta al sujeto y a que éste se ponga a trabajar. Entre los pocos textos en que Lacan evoca el control, nos detendremos en dos. El primero en Función y campo de la palabra y el lenguaje, donde Lacan plantea una equi: valencia entre la posición del control y la del analista. El segundo,

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de 1967, en el Discurso a la EFP, donde Lacan evoca el "encausa­miento" del sujeto: "Es diferente controlar un "caso": un sujeto (yo subrayo) que su acto supera, Jo cual no es nada, pero que, si supera su acto, crea la incapacidad que vemos prosperar en eljardín de los psicoanalistas" (Discurso a la EFP en Scilicet no 2/3, p. 14).

Propongamos lo siguiente: eJ control apunta a la posición del su­jeto en relación a su acto, más que al acto mismo que, sin duda, es­tá en juego, pero que tanto el control como el controlado sólo pueden hacer constar. Después de la destitución, a] final de la cura, del sujeto supuesto al suber del síntoma, quizá falta aún des­tituir el sujeto supuesto al saber del acto, para que el analista pue­da hacerse causa de la división del sujeto. En ese caso la finalidad del control es estrictamente homogénea a la del análisis. Funda­mentalmente , no es ni transmisión de saber ni estimación de dones individuales, sino el lugar donde, dado el caso, los efectos sobre el sujeto de esa práctica que requiere el acto, lugar donde es puesto a prueba Jo que podemos llamar, en una primera aproximación, su capacidad subjetiva de sostener ese acto, pero, a condición de agre­gar de inmediato que esa capacidad es producida por el análisis mismo, y sujeta por ende a lo que Lacan llama "una corrección del deseo del psicoanalista (ibid.} por el análisis. Así control y cura es­tán anudados. Esto nada prescribe en lo tocante a los enunciados del sujeto controlan te, refiéranse o no estos a su paciente, porque, al igual que en el análisis se apunta al sujeto en su enunciación.

LA L>URACION DE LAS SESIONES

La IPA incluyó los factores de tiempo en los datos standard del contrato analítico. Con el correr del tiempo, los reglamentó cada vez más. Al final son fijadas no sólo la duración de las sesiones, si­no también, tratándose del didáctico, su ritmo, y la duración.de las curas. La opción consiste por ende en sustraer a la evaluación y so­bre todo a la intervención del analista el tiempo; postula, implici­tamente, entre analizante y analista un tiempo standard para ertra­bajo de la transferencia, y se autojustifica vagamente en nombre de las garantías que el paciente tiene derecho a esperar.

Para Lacan, los deberes del analista -que ciertamente existen-­principalmente el de estar ahí, deben definir.se en función de las fi­nalidades de la eXIJ"~riencia y de sus fundamentos.

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NO.SIN-EL-TI T::M PO

El punto de partida es el siguiente: tomar no ta de Jo que 11 -tltt periencia freudiana testimonia. a saber que hablar tiene cfcctOIIOo bre el que habla y principalmente sobre su s1ntoma. A partir d@ lllll Lacan produce su: "El inconciente está estructurado como un len• guaje". Lo simbóüco es lo que "estructura y limita" el campo pll• coanalítico. Ahora bien, él lo señala: "volver a traer la expcrkmcla analítica a la palabra y al lenguaje como a sus fundamentos, es Dliél que interesa su técnica".(Función y campo de la palabra y dellengut~­je, en Escritos/, p. 108). Lacuestiónde la duración de las sesione1, devenida problema crucia l de polémica, se aborda desde allf, ya en Función y campo de /apalabra y el lenguaje, donde Lacan precj. sa en una nota de 1966: "Piedra de desecho o piedra angular, nues­tra fuerza es no haber ced ido sobre este punto." (ibid. p . 132).

Hay que partir del sujeto involucrado en el psicoanálisis. Lacan lo distinguió de entrada del viviente. Es lo que del viviente se pro­duce como efecto de la palabra en el ~.:ampo del lenguaje. Ahoru bien, ese sujeto, decir que necesita tiempo para manifestarse es in­suficiente. Más bien hay que decir que ese sujeto no es sin el tiem­po. Un tiempo que Lacan califica primero de "subjetivo" para opon~rlo al tiempo espacializado cronométrico del reloj y al tiem­po r ítmico de la tensión instintiva del viviente. Ese no-sin-el-tiempo significa que el sujeto como efecto de lenguaje es, por esencia, temporaL El sujeto que se concluye de la palabra impJica el efecto de tiempo. Efecto intrínseco, (í.f. en este punto el tiempo lógico), que debe distingu irse del t iempo necesario a todo procesó y, por ejemplo, del t iempo necesario para desplegar las articulaciones de un silogismo, que sigue siendo heterógeneo a Jos elementos de lu deducción y por ende ajeno a la conclusión, pero necesario. El tiempo es pues inherente a la d ialéctica del sujeto. A partir d e aquí, los problemas del tiempo en análisis son estrictamente co-cxten&i­vos a lo q.ue Lacan pudo llamar las "metamorfosis" del sujeto en el proceso de la cura. Es decir, que los problemas de duración no pueden reglarse ni a priori ni desde el ex terior.

TIEMPO REVERSIVO

Segundo asunto: ese t iempo interno al sujeto Lucan In 8ltu6 como un tiempo determinado por la est ructura. Dió úivcrl$tt8 fór­mulas de esa estructuración a lo largo del tiempo, y lwhdn. indu-

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doblemente, diferencias a señalar entre la t emporalidad de la pala~ bra intersubjetiva situada en 'Función y campo de la palabra y del ltmguaje y la temporalidad que en Posición del inconsciente se re­fiere a la alienación significante del sujeto.

Retengamos tan sólo la tesis fundamental: el tiempo del sujeto hablante es la " retroacción del significante en su eficacia" (Posi­ción del inconsciente, en Escritos II, Siglo XXI, p. 375) que regla sus fenómenos. Es ella la que causa ese "tiempo reversivo" (ibid., 375) que da cuenta tanto de Jos fenómenos de apres-coup como de la sobredeterrninación, y que suspende al sujeto entre esa anticipación y esa retroacción, cuya fórmula gramatical nos brinda el futuro anterior (él habrá sido y que encuentra su definición y su grafo en el punto de almohadillado).

Ahora bien, ese t iempo entraña un momento privilegiado, el de la escansión que, cual una puntuación, ratifica o también desplaza, suspende el a lmohadillado del efecto de significación. La escansión precipita el momento de concluir y decide el sentido. Es pues homogénea a la interpretación e incumbe al analista, en tanto de él se espera una respuesta. Es en Función y campo de la palabra y del lenguaje donde Lacan explicitó más esta relación entre la inciden­cia del analista en el tiempo del suje to y la duración de las sesio~ nés: "Es una puntuación afortunada la que da sentido al discurso del sujeto. Por eso la suspensión de Ja sesión de la que la técnica actual hace un alto puramente cronométrico, y como tal indiferen­te a la t rama del discurso, desempeña en él un papel de escansión que tiene todo el valor de una intervención para precipitar los mo­mentos concluyentes. Y esto implica liberar a ese término de su marco rutinario para someterlo a todas las fmalidades útiles de la técnica." (ibíd).

Sin duda, ulteriormente, Lacan modificará la idea de que el suje­to pueda encontrar su consistencia en una palabra plena: pero en la medida en que la experiencia de la cura pone en juego en todos los casos la dialéctica del sujeto hablan te que se historiza retroac­livamente, el t iempo, lejos de form ar parte de lo que los analistas llaman el "encuadre'\ forma parte del proceso mismo, y la inci­dlmciu del analista en ese proceso es siempre correlativa de un efecto de u~mpo, que sólo puede juzgarse en función de la dialéc­th;a en la que interviene. Esto excluye, tanto para la sesión como para la cura, la ~.:uración standard, definida a priori.

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EL TRABAJO DEL INCONSCIENTE

Es necesario empero un paso más para fundar la sesión llamada "corta" de Ja cual, sin embargo, Lacan nunca hizo una norma. Se la objeta, en general, en nombre del tiempo que necesitaria el incons­ciente. No se trata de igualarlos, si se toma en cuenta lo siguiente: el inconsciente no tiene horarios y, trabajador ideal, trabaja perfec­tamente bien sín respiro. La sesión debe situarse por ende como un tiempo de registro, t iempo de "recepción clel producto de ese tra­bajo" . La elaboración es remitida fuera de la sesión. Su in terrup­ción adquiere sentido y valor como "sanción" del producto anali­zante y es experimentada asimismo como tal.

Un comentario en este punto: esta respuesta del analista sin la cual, digámoslo, sin la cual la palabra del sujeto no es, ¿por qué ha­cerla coincidir con la finalización de la sesión? ¿Por qué una res­puesta actuada en lugar de una respuesta solamente vocalizada? Subrayemos que respecto a este punto Lacan señaló también que el tiempo depende también de Jo real. Ya lo formula en Función y campo de la palabra ydellenguaje, texto donde. sin embargo, t!l tiempo parece estar mas reabsorbido por el regis tro simbólico dd sujeto. La funci.ón del tiempo está allí, junto con la"abstcnción., del anaJista , situado como conjunción " de lo simbólico y Jo real" (ibid. 126-1 27), esta conjunción da fe de que la transft~n:ncia.

como Freud lo señaló, no es simple repetición del pasado, sino qu~ incluye lo que La can llama entonces "un factor de realidad". si­tuado, de entrada, del lado del analista.

LA PULSACION

Esto nos lleva a situar la cuestión de la duración de las sesio­nes en relación a aquello que en la experiencia no es simbólico, si­no real. A ese elemento otro que lo simbólico, que configura la gravitación de la dialéctica del sujeto y donde se concentran su ser y su goce, Lacan le dió un nombre: objeto a. Debe verse en él Jo que Lacan mismo designó como su invención propia', realizada a partir de un nuevo examen, no del concepto de inconsciente sino del concepto de pulsión (cf. al respecto el Seminario XI).

El sujeto definido primero como lo que el significante representa para otro significante, aunque no esté destinado a ninguna relación

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!IIXURI !lü Clll"\.'t:l' empero de partenaire, partenaire a-sexual, ' 'des­Pfllindido" dd cuerpo del viviente por la captura significante. De ll(¡U{ en mús la temporalidad de la t ransferencia se aclara de mane­ra dift.~rcn te.

Sin duda, dice La can: "el sésamo del inconsciente es tener efecto de palabra , d ser estructura de lenguaje, pero exige que el analista se th.!tt:nga en su modo de cierre. Hiancia, palpitación, una alter­!Hlncia de succión siguiendo ciertas indicaciones de Freud, esto es aquello d e lo que tenem os que dar cuenta" (lbid., las itáHcas son nuestras).

Hay aquí un hecho: el tiempo " reversivo" del sujeto que se vuel­ve a encontrar en toda experiencia de discurso se coordina en la experiencia de transferencia con una "pulsación" de cierre y aper­tura , de la que no da cuenta por si so la la "retroacción significan­te" . La espera que estructura la relación de transferencia, po r diri­girse al saber, no deja de estar gobernada por una búsqueda de l ser, del ser perdido por el viviente sexuado que habla." La espera del advenimiento de ese ser en relación con lo que designamos como el deseo del anaHsta. [ ... J, tal es el resorte verdadero y último de Jo que const ituye la t ra nsferencia. Por eso la t ransferencia es una rela­ción esencialmente ligada a l tiempo y a su manejo" (las itálicas son nuestras ) (Posición d el in conscien te, Escritos JI, p. 380).

LA f'UNCION DE LA PRiSA

A partir de este p un to, las elaboraciones de Lacan se desarrolla­rán cada vez más en el sentido de indicar que es el objeto, que vuelve siempre al mismo lugar en la transferencia y en el fantasma, a la vez. condensador de goce y causa de deseo, el que brinda I<J t.:lavc de esa espera . El tiempo lógico no tiene. desde en tonces, más "en-si" que ese objeto (Radiofonía y televisión, Anagrama, p. 46) qu t.: preside el encuentro faJiido de la repetición y "tetiza la función dr la prisa" (Seminario XX, A un, Pa idós, p. 63). Ahora bien, en to­dus los casos la tem poralidad de sus emergencias es la del insta nte, i nsranh' casi de frac tura en la duración del encadenamien to de los si ¡ •, nil'iranl ~s. Se concibe asi que la ú ltima forma producida por La­L'all l'll lo qtlt~ se refiere al analista en el Jugar de objeto se acomode ;¡ lllla Sl"Sión puntual cas i reducida al instante donde encuen tro y Sl~pa ra ci(ln sl' conju~an .

¡,PreniJJii'.arcn lns l~ ntonct.:s la sesión cor ta? Debe señalarse q ue

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Lacan nunca lo hizo, aunque la misma es coherente con su l'Hrsl'·

ñanza. De manera general, Lacan nunca formuló preceptos tél:ni­cos para uso d el analista. No retrocedió empero ante algunos imp~,. rativos, habiendo además retomado a menudo el propuesto por Freud. Pero, si se siguen las fórmulas .. en su enseñanza, desde, por ejemplo, su: "hay que tomar el deseo a la letra" (Dirección de la cura, Escritos ! , p. 251) se verá que las mismas se refieren siempn.~ a los únicos "derechos de un fin primero" (Del Trieb de Freud y de'/ deseo del Psicoanalista, Escritos j!, p. 389).

La técnica no se enscfta allí donde el acto impone la falla del su­jeto supuesto al saber y supone la ética.

Traducciór~ : J. C. INDAR.'J'

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INDICE

PRESENT ACION S

l. PROBLEMAS DE LA DJRECCJON DE LA CURA 7

l. Transferencia y contratransfere ncia 9 M Silvestre, C. Dewambrechias, J.-1 Gorog, .T.-P. Klotz,

F. Koehler, P. La Sagna, H. Menard, J. Rabanel, A. Staricky

2. Cómo se psicoanaliza hoy: el acting-out J. Chamorro

2g

3. El acting-out en la cura psicoanalítica 34 Uert1rdo L. Maeso

4. Cómo se psicoanaliza hoy: sobre el acting-oul 39 Osear Sawicke

S. Interpretación 44 B. Domb, M. S. Ferreyra, G. Lombardi, C. Marrone, l Vegh

6. "Ciertas concepciones de la cura" 53 Z. Lagrotta

11. ACTO Y DISCURSO 67

l . "Sctting", encuadre, discurso 69 D. E. de Ab,arez

2. Psicoanálisis del encuadre psicoanalítico 81 J. C. Indart

3. Standards no standards 100 C Soler, J. Adam, 1 Attié, G. Clastres, H. Freda, F Ka/tenbeck, J. -P. Klotz, G. Leres, R. Portillo,

A. Quínet de Andrade, C. Schreiber, F Schreiber, E Solano, A. Staricky, H. Wachsberger

Page 26: Soler C - Standards No Standards

4. Poderoso caballero. . . 124 D. Bleger, G. Brodsky, J. L. Delmont, G. Réquiz

Ill. FENOMENOS Y ESTRUCTURA EN LA CURA 129

J. La depresión 131

2. La cuestión del afecto

S. Cottet, R Cevasco, Jl.f. -R Krivine, R Leguil, D. Silvestre, M. Strauss

S. Basz, L. Erneta, R Nepomiachi

3. El analista restaurante (Acerca deself, yo y sujeto) R Harari

IV. MUJERES Y NIÑ OS EN PSlCOANAU SIS

l . Acerca de mujeres y niños en psicoanálisis S. l Fendrick

148

160

171.

173

2. Acerca de mujeres en el psicoanálisis post-freudiano 180 M. Torres, N. Halfon

3. El psicoanálisis con los niños 187 E. Laurent, R Lefort, E. Solano, M. Strauss

V. PSICOSIS 205

l. Acerca de la clínica de las psicosis 207 G. Miller, R Broca, C Duprat, M.-H. Krivine, D. Miller,

A Quinet de Andrade, H Séré de R ivieres

VI. SOBRE EL FANTASMA 223

l. La dirección de la cura, reflexiones sobre el fantasma 225 J. Aramburn, J. C Cosentino, A. Ariel, J. Kahanoff

2. El fantasma en análisis 240 E. Vida/, A. Godino, J. Forbes