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CRITICA DE LIBROS Pío NAVARRO ALCALÁ-ZAMORA Mecina (La cambiante estructura social de un pueblo de la Alpujarra) (Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas, 1979, 371 págs. Prólogo de C. Lisón Tolosana) I Quizá no sea en exceso desacertada una sugerencia que es posible extraer de los trabajos de ciertos sociólogos de la ciencia, a saber, que se puede me- dir, al menos aproximadamente, el grado de solidez de un paradigma científico a partir del grado de codifi- cación y ritualización a que hayan lle- gado los procesos de incorporación de los meros estudiantes a la categoría de practicantes o representantes de esa ciencia, o, lo que es lo mismo, a par- tir del grado de codificación y rituali- zación de las prácticas relaciones en- tre maestros y discípulos en que con- siste la apropiación de las tradiciones de un paradigma por parte de los fu- turos cultivadores de la ciencia nor- mal. Así, en los laboratorios de cien- cias naturales, físicos, químicos y bió- logos desarrollan su trabajo experi- mentador en forma de equipos que suelen constar de un grupo de doc- torandos que investigan experimental- mente diversos aspecto de una hipó- tesis desarrollada por el cabeza de grupo, que firma luego a medias los papers resultantes del trabajo median- te el que sus pupilos obtienen el grado de doctor. Posteriormente, sólo algu- nos de estos doctores podrán empren- der a su vez un programa propio de investigación al que irán asociando nuevos discípulos, pasando así en su carrera científica por los grados de es- tudiante, investigador experimental para el doctorado, director de inves- tigaciones de un grupo, gerente de una empresa de investigación al que los aspectos teóricos y los detalles le comienzan a resultar cada vez menos familiares y, por último, administra- dor influyente de alguna corporación investigadora y orientador y quizá de- finidor de la política científica. Este esquema de organización je- rárquica de la investigación se repro- duce en la antropología, entre todas las ciencias sociales, con tanta fideli- dad que tienta a equipararla con las ciencias naturales en cuanto a la so- lidez de su paradigma. En todo caso, gracias a la costumbre firmemente mantenida de que el doctorado en antropología sólo se consigue con la elaboración de una monografía tras 10/80 pp. 251-289

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CRITICA DE LIBROS

Pío NAVARRO ALCALÁ-ZAMORA

Mecina (La cambiante estructura social de un pueblo de la Alpujarra)

(Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas, 1979, 371 págs.Prólogo de C. Lisón Tolosana)

I

Quizá no sea en exceso desacertadauna sugerencia que es posible extraerde los trabajos de ciertos sociólogos dela ciencia, a saber, que se puede me-dir, al menos aproximadamente, elgrado de solidez de un paradigmacientífico a partir del grado de codifi-cación y ritualización a que hayan lle-gado los procesos de incorporación delos meros estudiantes a la categoría depracticantes o representantes de esaciencia, o, lo que es lo mismo, a par-tir del grado de codificación y rituali-zación de las prácticas relaciones en-tre maestros y discípulos en que con-siste la apropiación de las tradicionesde un paradigma por parte de los fu-turos cultivadores de la ciencia nor-mal. Así, en los laboratorios de cien-cias naturales, físicos, químicos y bió-logos desarrollan su trabajo experi-mentador en forma de equipos quesuelen constar de un grupo de doc-torandos que investigan experimental-mente diversos aspecto de una hipó-tesis desarrollada por el cabeza degrupo, que firma luego a medias los

papers resultantes del trabajo median-te el que sus pupilos obtienen el gradode doctor. Posteriormente, sólo algu-nos de estos doctores podrán empren-der a su vez un programa propio deinvestigación al que irán asociandonuevos discípulos, pasando así en sucarrera científica por los grados de es-tudiante, investigador experimentalpara el doctorado, director de inves-tigaciones de un grupo, gerente deuna empresa de investigación al quelos aspectos teóricos y los detalles lecomienzan a resultar cada vez menosfamiliares y, por último, administra-dor influyente de alguna corporacióninvestigadora y orientador y quizá de-finidor de la política científica.

Este esquema de organización je-rárquica de la investigación se repro-duce en la antropología, entre todaslas ciencias sociales, con tanta fideli-dad que tienta a equipararla con lasciencias naturales en cuanto a la so-lidez de su paradigma. En todo caso,gracias a la costumbre firmementemantenida de que el doctorado enantropología sólo se consigue con laelaboración de una monografía tras

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un período mínimo de un año de tra-bajo de campo, contamos actualmen-te con un conjunto de ellos, referi-dos a comunidades españolas, sobretodo rurales, que pueden ser contadosentre lo mejor de la literatura socio-lógica que en y sobre España se haproducido. A esta excelente tradiciónde monografías hay que añadir ahorala de Pío Navarro sobre Mecina, unacomunidad rural de las Alpujarras.

Tales monografías pueden diferen-ciarse, grosso modo, en dos clases:las que tratan de ofrecer un informelo más completo posible de la vidacomunitaria, aunque se ocupen en es-pecial de alguno de sus aspectos (comola religión, la estructura social o, conmenor frecuencia, los aspectos eco-nómicos), y otras que ponen especialinterés en interpretar, a partir de al-guna teoría específica, ciertos rasgosque aparecen en la comunidad, con-tribuyendo de este modo a la corro-boración o falsación de la teoría o dela hipótesis; así, la monografía de I.Moreno intenta interpretar la transmi-sión matrilineal de la afiliación a Her-mandades en un lugar de la Sierra deAndalucía desde las teorías de Levy-Strauss, la de I. Terrades intenta ex-plicar desde el marxismo y el psico-análisis la vigencia entre el campesi-nado catalán de modelo de «bien li-mitado» formulado por Forster, la deC. Cela Conde intenta dilucidar elmodo de producción a que respondeél campesinado de la isla de Mallor-ca y la de D. Greenwood el compor-tamiento económico en los caseríos deFuenterrabía a partir de análisis for-males inspirados en Chayanov y Po-lanyi. Entre las monografías del pri-mer tipo, que, aun sin los casos dudo-sos son las más abundantes, el esfuer-zo se centra en una descripción de la

comunidad, y el empeño teórico llega,a lo sumo, a algunos intentos de ex-plicaciones funcionales más o menosdesafortunadas o a la insinuación dela coincidencia o no coincidencia delos datos de campo con modelos nor-malmente tomados de otros estudiosde sociedades campesinas. Dicho entérminos peculiares a los antropólo-gos, utilizan sobre todo categorías«etic», es decir, practican un ejerci-cio de comprensión de las categoríascon que los propios actores percibensus acciones, costumbres y organiza-ción social, y sólo eventualmente, ala hora de intentar analizar tanto ac-tores como acciones, dan el salto a ca-tegorías «emic», a categorías externasy extrañas al objeto de estudio quepermiten interpretar, o mejor «expli-car», el proceso de comprensión. Lacalidad de los estudios depende aquífundamentalmente de la capacidad deempatia, de la familiaridad que el in-vestigador consiga con la comunidady de la medida en que sea capaz dedesprenderse de sus prejuicios. En estesentido, los extranjeros están al mis-mo tiempo en ventaja y desventaja.De un lado, nada les resulta obvio, yson así capaces de dar importancia aaspectos que los antropólogos autóc-tonos hubieran pasado por alto: sirvede ejemplo el clásico capítulo de Pitt-Rivers sobre los apodos. De otro lado,no siempre logran desprenderse deciertos prejuicios románticos, o des-lindar la costumbre de reglas más for-males; al lector puede resultarle en-tonces casi grotesca la minuciosa des-cripción de las clases de entierros sinreferencia alguna a los cánones de laIglesia católica que hace Douglas, elingenuo desarrollismo y la considera-ción de la política sin una mínima re-ferencia a la dictadura o a la guerra

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civil que logra hacer Aceves, la repen-tina y apresurada referencia a la hidal-guía vizcaína con que Greenwood re-suelve el caso del abandono de ex-plotaciones agrícolas económicamenterentables en Fuenterrabía o la minu-ciosidad de S. Pax Freeman descri-biendo instrumentos agrícolas de fa-bricación industriall.

Haciendo excepción de los estudiosmás orientados a la antropología eco-nómica, las monografías suelen mos-trar una marcada preferencia por untipo determinado de comunidad: lacomunidad reducida, abarcable poruna sola persona, con propiedad bas-tante dividida, donde la clase princi-pal de la misma es un estrato de cam-pesinos que trabaja la tierra con sus

1 I. MORENO NAVARRO: Propiedad, Cla-ses Sociales y Hermandad en la BajaAndalucía, Siglo XXI, Madrid, 1972;D. J. GREENWOOD: Unrewarding Wealth,Cambridge Univ. Press, Cambridge,1976; C. J. CELA CONDE: Capitalismo yCampesinado en la Isla de Mallorca, Si-glo XXI, Madrid, 1979; S. TAX FREEMAN:Neighbors. The Social Contract in a Cas-tilian Hamlet, Univ. of Chicago Press,Chicago, 1970; J. ACEVE: Cambio Socialen un pueblo de España, Barral, Bar-celona, 1973; R. A. BARRET: Benabarre,The Modernization of a Spanish Village,Rinehard and Winston, New York, 1974;W. A. DOUGLAS: Muerte en Murélaga,Barral, Barcelona, 1975; G. GREGORY:La odisea andaluza, Tecnos, Madrid,1978; M. KENNY: A Spanish Tapestry,Cohén West, Londres, 1961; C. LISÓNTOLOSANA: Belmonte de los Caballeros,Clarendon Press, Oxford, 1966; E. Lu-QUE BAENA: Estudio antropológico socialde un pueblo del Sur, Madrid, 1974;V. PÉREZ DÍAZ: Estructura social delcampo y éxodo rural, Tecnos, Madrid,1966; J. PiTT-RrvERs: Los hombres dela Sierra, Grijalbo, Barcelona, 1972;I. TERRADES: Antropología del campesi-nado catalán, A. Redondo, Barcelona,1973 (dos tomos). Esta relación incluyelas monografías más importantes, o almenos casi todas las más importantes.

propios brazos, los valores son lo bas-tante homogéneos como para que pue-da hablarse de una «Conciencia co-lectiva» y la lucha de clases, no fueni es trágicamente intensa. Esta pre-ferencia lleva inevitablemente a losantropólogos hacia las sierras y lasmontañas, incluso en Castilla o enAndalucía, donde, por ejemplo, delas monografías que conocemos (cua-tro, las de Pitt-Rivers, Luque, More-no y P. Navarro) tratan de las gentesserranas, y sólo una, la de Gregory, seocupa de Estepa, un pueblo grande,pero limitándose a los problemas delos emigrantes al extranjero. No haescapado a esta tendencia la investi-gación de P. Navarro: Mecina es unpueblo de la Alpujarra «de entre mily tres mil habitantes, no repartidosen muchos núcleos de población».

Pretende esta investigación, funda-mentalmente, una descripción estruc-tural de esta comunidad, sin por elloolvidar los procesos de cambio ocurri-dos durante la década de los sesenta,cuyo principal motor es la emigración,de efectos bien perceptibles ya ¡en laépoca en que se realizó el trabajo decampo (1972-73). Desde el puntode vista de su organización formal,sigue unas líneas clásicas: la meto-dología se basa en el típico cuader-no de campo, que incluye, aparteuna exhaustiva información de pri-mera mano, dos elementos menostradicionales. El primero, las redac-ciones efectuadas sobre su vida y fa-milia por los niños de la escuela deMecina (el procedimiento ha sidoabundantemente utilizado antes porPérez Díaz), que, sin embargo, noestán explotadas como se pudiera enel volumen publicado. Otro, la ela-boración de amplísimas genealogías,que ha permitido llegar a un descu-

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brimiento de primera magnitud, so-bre el que más adelante hablaremos.Lo mismo que la metodología, tam-bién la exposición sigue un esquemaclásico: morfología social, produc-ción, parentesco y familia, estratifi-cación, organización política y, final-mente, religión y creencias. Se pres-ta mucha menor atención y espacio aesto último que a todo lo demás, alcontrario de lo que suele suceder, yse echa de menos, como por otraparte en casi todas las monografías,una mayor profundización en ciertosaspectos de la vida sexual y amorosa,así como en la socialización infantilque (aunque la escuela de «culturay personalidad haya pasado un tantode moda») hubiera podido iluminarrasgos básicos de la organización so-cial de la comunidad, sobre todo elpatriarcalismo y la estricta divisióndel trabajo entre edades y sexos.

II

Buena parte de los aciertos de es-ta monografía se fundan en el fecun-do uso que el autor hace del concep-to de ciclo. Ciclo anual, por supues-to, siguiendo el cual se examinan«los trabajos y los días» de agricul-tores, pastores y gentes de lugar enla primera parte de la obra. Ciclovital, después, que da el hilo con-ductor para el examen de las rela-ciones entre las distintas clases deedad. Pero, sobre todo, y por enci-ma de éstos, ciclo de reproducciónfamiliar y ciclo de reproducción dela comunidad en su conjunto. Estosdos últimos los maneja el autor comopaso natural de la comprensión entérminos «éticos» a la explicación entérminos de categorías «émicas», y,

en consecuencia, como eslabón inter-medio entre los fenómenos de la vidacotidiana, de los que los actores pue-den y saben dar razón, a la totalidadde la vida familiar y comunal, a laque en último término se refiere susentido y que, casi siempre, escapa alhorizonte mental consciente de losmismos actores. Con los ciclos, latotalidad de la comunidad queda es-tructurada como algo que se repro-duce en el tiempo a través de las ac-ciones de individuos que completano interrumpen sus ciclos constituti-vos. Así sucede que las acciones in-dividuales se conectan tanto con lapermanencia como con el cambio dela comunidad, y que esta conexiónda lugar a una enorme riqueza de su-gerencias teóricas, cuya prolongación,más allá de donde el autor tímida-mente las lleva, ocupará buena partede las páginas que siguen.

Podemos comenzar por el análisisde la emigración y de su impacto enla estratificación de Mecina. Nos en-contramos, en primer lugar, con unaelaborada tipología, construida me-diante el cruce de la duración (esta-cional, anual o definitiva) con el des-tino (cercanías, nacional o extranje-ro). De los nueve tipos de ahí resul-tantes, sólo uno, la emigración anuala cercanías, es desconocido en lapráctica. Encontramos luego un aná-lisis de las causas de la emigración,entre las que destacan la esposa delemigrante, que disfruta de casi to-das las ventajas y sufre pocos de losinconvenientes, y la facilidad del flu-jo de comunicaciones entre la comu-nidad y el resto del mundo; pero, so-bre tüdo, las mismas causas que lainiciaron y que continúan alimentan-do el proceso, que, en boca de susprotagonistas, encierra alusiones «a

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la presión demográfica, la falta detrabajo, la corrupción parapolítica, eldesarraigo familiar, las nuevas expec-tativas y la redención final» (pági-na 146). Esta última debe relacionar-se con el impacto que, junto con laspensiones de vejez, tiene la emigra-ción sobre la estratificación social deMecina. Las remesas de los emigran-tes, como las pensiones, otorgan unpoder de compra inusitado en el lu-gar. Junto con los albañiles, que sebenefician directamente de ese poderde compra, pues se utiliza para unarenovación masiva de las casas, se for-ma así una «nueva dase media» que,careciendo de propiedad, se sitúa, porsus rentas y su estilo de vida, por en-cima de los «labradores saneados»,que se quedaron atados al terruño yque, disponiendo de un mayor capi-tal, tienen, sin embargo, un poder decompra inferior. Las consecuenciasque ello tiene sobre la lucha de cla-ses y sobre la opresiva atmósfera delpueblo se han producido a través deun proceso de cambio de la sociedadmisma: «La emigración puede pro-ducir no solamente un cambio en lasociedad, sino también de la socie-dad. Ser parte y motor de un cambiodel orden y no solamente de un cam-bio dentro del orden (pág. 151).

Pero nada de esto se comprende-ría bien si no se pusieran en rela-ción los tipos de emigración con elciclo vital de los individuos y, en de-finitiva, con el de las familias y lacomunidad. «Aparte del ciclo anualde los distintos tipos de emigración,hay un macrociclo emigratorio quecomienza con la salida del pueblo decualquier persona en busca de traba-jo y que acaba con el asentamientodefinitivo de su familia en el lugarde origen o en otro distinto» (pági-

na 142). Desde 1950, 191 familias sehan asentado fuera, y 36 han vuelto;se comienza con la emigración tempo-ral a cercanías o nacional de los sol-teros, se continúa con la emigracióntemporal o anual al extranjero de k>scasados, y, si se vuelve, se hace conla idea de montar una manera devivir por cuenta propia. Así, queda-ron primero abandonadas las tierrasmarginales, pero el proceso ha conti-nuado hasta el abandono de más dela mitad de las tierras de regadío.

«Si se hubiera tomado la emigra-ción como un todo indiviso, no sepodría haber hecho más que un co-mentario generalizante y confuso so-bre el fenómeno...» (pág. 146). Des-de la perspectiva temporal del ciclomigratorio y su resolución, en cam-bio, puede apreciarse cumplidamentecómo constituye un rico entramadode relaciones sociales con consecuen-cias decisivas en las propias bases deestratificación social de la comunidad.

El ciclo clave, sin embargo, es elciólo de la reproducción familiar. Tí-picamente ligado al ciclo de la pro-piedad. Como apenas si se les sueleprestar atención en la mayor partede los estudios, no creo que resulteexagerado afirmar que es mérito in-dudable de Pío Navarro haber pues-to de relieve la importancia de sucumplimiento y de su interrupción.Dice el autor:

«La propiedad tiene un ciclo espe-cial, que empieza cuando mueren lospadres y se heredan algunas tierras,casi siempre una labor incompleta;los hombres todavía jóvenes trabajanduramente para completarla, luegolos hijos empiezan a crecer y a ayu-dar a los padres, son más brazos quenecesitan más tierras para ocuparse yque se pueden conseguir de momen-

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to con arriendo; así se aumentan laproducción y los ingresos, con lo quepueden comprarse más tierras, con loque cuando los hijos empiezan a ca-sarse, los padres han llegado al má-ximo de su expansión en propieda-des; después se mantienen en esta si-tuación hasta que se mueren y se re-parten sus bienes entre los hijos, condo que el ciclo comienza de nue-vo...» (pág. 121).

Hemos dicho que P. Navarro nose diferencia de sus colegas en unacosa: ha elegido una comunidad cuyacohesión y homogeneidad vienen ase-guradas por la distribución de la pro-piedad y el predominio moral de lospequeños agricultores que trabajan latierra en explotaciones por cuentapropia; de este modo, el estudio delas estructuras familiares y de paren-tesco y el de los «trabajos y los días»tienen como centro a estos pequeñoscampesinos, y sólo cuando en la par-te tercera se describe la estratifica-ción de la comunidad se da cuentacumplida de los otros grupos socia-les en ella existentes. Así, este ciclode la propiedad no es en realidad al-go que afecte a todos los habitantesde Mecina, ni siquiera a todos aque-llos que son propietarios, sino tansólo a aquellos que, siendo propie-tarios, trabajan la tierra con sus ma-nos. Otra cosa es el ciclo de la re-producción familiar en que se inserta.

Esto se ve claro si se atiende a lasconsecuencias que este ciclo tiene,por ejemplo, para la cuestión del con-trol de la natalidad. En la página 171del libro, cuando comienza a tratarde «El ciclo vital y las relaciones fa-miliares», se afirma que «a todo elmundo le interesaba tener muchos hi-jos, y si eran varones mejor... Paralas familias rurales, que vivían de la

agricultura, éstos representaban unainversión a largo plazo, diferida a losaños más productivos de su dilatadajuventud, cuando su trabajo suponíauna ayuda económica muy sustancialpara sus familias de orientación» (pá-gina 171). Esta es, ciertamente, unade las razones normalmente admiti-das para explicar la elevada tasa denatalidad de las familias rurales (otraes la elevada tasa de mortalidad in-fantil). Ahora bien, en el estudio dela estratificación nos enteramos deque esta explicación ha de sufrir im-portantes modulaciones si queremosaplicarla a cada uno de los estratos.El número de hijos de los «ricos-ri-cos», los «ricos» a secas y la «clasemedia» no suele pasar de tres, y, enun caso en que pasan, la familia hasufrido un proceso considerable demovilidad descendente. En cambio,de «labradores saneados» para abajo,el número de hijos es aproximada-mente igual a la media de la locali-dad, unos cinco. La razón de la dife-rencia no es otra que el ciclo de lapropiedad, que es distinto para quie-nes trabajan la tierra con sus manos ypara quienes no la trabajan. Para losprimeros, el tener alrededor de cincohijos «no implica inestabilidad inter-generacional, ya que el proceso eco-nómico de las familias puede empe-zar en el nivel inferior y llegar alsuperior con ayuda de los hijos, pocoantes de la desaparición del padre.Ellos solos, con su herencia, no lle-garían al límite inferior del estrato{supongamos que el padre llega al fi-nal de su vida con 75 fanegas derenta y cinco hijos, con lo que a cadauno le tocarían quince). Pero ya esta-rían casados con otro miembro delestrato, que habría aportado algo si-milar, otras quince fanegas, y entre

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los dos, 30 fanegas, y podrán perma-necer perfectamente en el estrato desus familias de orientación y empezarsu propio proceso económico» (pági-na 280).

Ahora bien, no sólo el control dela natalidad puede explicarse a tra-vés de este proceso de reproducciónfamiliar y de sus paradojas y con-tradicciones; si se lo considera seria-mente, se desprenden de él impor-tantes consecuencias para la compren-sión de los aspectos morales y parala teoría de la propia economía dela unidad familiar campesina.

Comencemos por observar que es-te ciclo de la propiedad y de la re-producción familiar es lo que, siguien-do a Bourdieu 2, podría llamarse unaestrategia consciente de reproducciónde la posición y la condición de oía-se o estrato a través, primero, de lapropia familia, y luego, del mismoestrato. Lo que está implícito, enefecto, en la mayor natalidad de lasclases bajas propietarias es que elconflicto entre lo limitado de la pro-piedad familiar y el número de hijosse resolverá favorablemente para ca-da hijo. Es decir, que el crecimien-to de la propiedad que resultará deltrabajo de cada uno es mayor que loscostes de su crianza, siendo esta ven-taja neta optimizable con un determi-nado número de hijos. También estáimplícita en ello, y explícita en lasmentes de la gente, la necesidad paracada familia de aumentar sus propie-dades a costa de las demás. Como esevidente que cuando uno compra al-gún otro vende, y dada la escasez detierras y la falta de otras oportunida-des de inversión, este hecho del cre-cimiento y la prosperidad de unos acosta de los otros no puede ser algo

2 P. BOURDIEU...

inadvertido. Así, resulta que lo quea juzgar por muchos relatos no essino un lento transcurrir de la tradi-ción, un orgánico ocupar los hijos loslugares de los padres, es en verdadel resultado de una serie de accionesindividuales cuyo principio motor esla lucha contra los demás, la luchapor la tierra. Lo mismo que el capi-talista necesita de toda su inteligen-cia y capacidad de innovación y detrabajo para mantenerse como repre-sentación de su propiedad, para re-producirse 2L través de ella y de sushijos conjuntamente. De aquí que es-te ciclo de la reproducción familiar—que es un éxito a costa del fraca-so de los otros—, juntamente con susimplicaciones endogámicas de estratopuede considerarse como la fuenteprincipal de los valores morales dela comunidad.

Queda así planteado el problemade la relación entre la función eco-nómica de la familia y los valores mo-rales y simbólicos en que se funda.Tenemos, por un lado, el hecho deque el único modo de perseguir elbien propio de cada individuo es per-seguir el bien de la familia en suconjunto. En virtud del sistema deherencia igual para todos los hijos, elstatus de la familia de orientación de-termina decisivamente las posibilida-des matrimoniales y, en consecuencia,el status de la futura familia de pro-creación. El análisis de los problemasque este tipo de herencia plantea—del que Pérez Díaz dio una buenamuestra en las páginas de su mono-grafía que se refieren al status de «he-redero asociado»— debe fijarse, so-bre todo, en las disrupciones provo-cadas por las diferencias entre varo-nes y mujeres y por el orden de na-cimiento de los hijos; en general, los

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hijos varones trabajan para sus cuña-dos, y los hijos mayores para los hi-jos menores, que heredan mucho másjóvenes y tienen, por tanto, más tiem-po para reproducir a su vez el ciclode la propiedad. Resulta así tentado-ra una interpretación «materialista»:si el progreso de la familia es el pro-greso propio, cada individuo tiene elmismo interés en defender la integri-dad de su familia y su ordenado pro-ceso cíclico. Esta defensa de la inte-gridad de la familia se manifiesta enlos valores relativos a la división deltrabajo entre los sexos, al patriarca-lismo y a la virginidad y al manteni-miento del honor familiar en general.En primer lugar, y como dice el au-tor en frase afortunada, la ayuda sepresta entre familias nucleares dis-tintas, no en el interior de la mismafamilia nuclear, pues en ella «todosson, por definición, ayuda, y no pue-den por ello prestarla». El patriarca-lismo equivaldría entonces a una per-sonificación en el cabeza de familiade la unidad de esta «ayuda», demanera que los intereses particularesde los hermanos no pudieran intro-ducir divisiones egoístas en su inte-rior hasta el momento en que se pro-duce la división de la explotación trasel matrimonio de los hijos, a unaedad cercana a la treintena. De ahíel carácter «sagrado» de la unidadfamiliar, actualizado en la ordenaciónritual de las comidas y en el respetoque los hijos deben a los padres. Eséste de tal naturaleza que los hijoshan de evitar incluso la ocasión deperder este respeto: de ahí que sal-gan de los bares cuando sus padresentran y que, en general, se absten-gan de toda relación pública conjun-ta que pudiera dar lugar a una pér-dida o manifestación de falta de res-

peto. Lo mismo vale, en segundo lu-gar, por lo que respecta a la virgini-dad de las hermanas y a la honradezde la madre, que incluyen las deman-das aparentemente contradictorias deevitación de aparición pública indivi-dual simultánea y de vigilancia. Enefecto, el interés en el ordenado pro-ceso cíclico exige el control de cual-quier alianza indeseada de las herma-nas, con la consiguiente irrupción demiembros no esperados en la familia.De ahí la preocupación por la virgi-nidad y la decencia. La proteccióndel himen femenino tiene así el mis-mo valor práctico y simbólico queel respeto a la autoridad paterna: elmantenimiento ordenado del trabajoy la integridad familiares, de la em-presa común familiar. Como bienapunta el autor, «tanto la manchaque representa la pérdida de la vir-ginidad de los miembros femeninosnubiles de la familia o las dudas so-bre la honestidad de la madre, comola pérdida de credibilidad del padreante los ojos de sus hijos o de sumujer por su falta de honradez, va-lentía o palabra, acarrean las mismasconsecuencias de resquebrajamientode la unidad familiar y disrupción delgrupo» (pág. 239).

Desde luego, esta explicación delhonor y la vergüenza es, además dematerialista, funcionalista. Tiene, sinembargo, el atractivo de que explici-ta un nexo de fácil comprensión entrelos comportamientos individuales y elmantenimiento de la integridad fami-liar: tal es el mencionado interés detodos los hermanos en lograr su bienparticular a través del bien familiar.

Esta explicación, que tiene a su fa-vor ligar la psicología con la explica-ción funcional, sería mucho más ten-tadora si no dejara en la oscuridad un

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par de puntos importantes. Uno losmecanismos a través de los cuales esteinterés individual se conecta y entre-laza con los elementos de la repro-ducción hasta dar lugar a las espe-cíficas condensaciones y articulacionessimbólicas en torno al sexo y al pa-dre. Pues evidentemente no puededecirse que toda la carga sentimentaly pasional del honor y la vergüenzafamiliares «no sean sino» o sean re-ducibles a este interés. Otro, el por-qué estos valores autonomizados ri-gen también para los carentes de pro-piedad, cuyo ciclo familiar sigue apro-ximadamente la misma pauta formalque el de los que la tienen. Cierta-mente, parece que ciertos aspectos deestos valores se presentan bastantemás relajados en las clases bajas (y pormotivos distintos en las altas).

La autoridad paternal, por ejem-plo, se mantiene más de palabra quede hecho cuando los hijos ganan eljornal fuera de casa, no tienen inte-rés en herencia alguna y van impo-niendo restricciones contractuales alpapel de los padres como administra-dores unitarios de los jornales de to-dos. También parece que el celo en lavirginidad y la honra se quiebra a par-tir de un determinado punto crítico depobreza, aunque también ocurre que,al contrario, es tanto más grande estecelo por cuanto la honra es lo únicoque los pobres tienen. En general, se-ría preciso prestar a este punto mu-cha mayor atención a fin de evitar ge-neralizaciones excesivas sobre las «fa-milias tradicionales» y de determinarhasta qué punto se quiebran en lapráctica los valores disfuncionales quese mantienen idealmente y si estemantenimiento ideal es sólo un efectode irradiación como moral heteróno-ma de la moral de las clases «domi-

nantes». Pues, por un lado, parece cla-ro que ciertos aspectos o manifesta-ciones de estos valores están tan di-rectamente ligados a la propiedad queno sólo se presentan con mayor debi-lidad futura de la clase media, sinoque, además, son los primeros y másfácilmente afectados por los motoresdel cambio social. Por otro, sin em-bargo, cabe concluir de la enorme ri-gidez y la fuerte vigencia de estos va-lores entre grupos típicamente nóma-das, carentes de propiedades inmue-bles o de cualquier clase, que el nú-cleo de los valores del patriarcalismoy la virginidad resultan funcionales yconstitutivos de la organización socialen modos de vida bien distintos 3.

Hay otra interesante consecuenciade esta vigencia de la acumulación fa-miliar con valor básico aceptado. Serefiere a la conocida hipótesis del bienlimitado desarrollada por Foster a par-tir de la observación de comunidadesindígenas mexicanas. Lo que en elmarco de la propiedad comunal mexi-cana resulta una categoría «émica» esen Mecina una categoría perfectamen-te «ética»; tiene vigencia explícita enlas mentes de los mecinenses, que sa-ben que se compran tierras a costa

' Teresa SAN ROMÁN: Vecinos gitanos,Akal, Madrid, 1975; J. K. CAMPBELL: HO-nour, Family and Patronage, OxfordUniv. Press, 1964; J. G. PERISTIANY (edi-tor): El concepto del honor en las so-ciedades mediterráneas, Labor, Barcelo-na, 1968. Por lo que se refiere al áreamediterránea, los textos sobre el honor,la vergüenza y los comportamientos deevitación, vigilancia, defensas y desa-fíos a que dan lugar son prácticamenteintercambiables, difiriendo, eso sí, en laintensidad de los fenómenos que des-criben. En otras latitudes la práctica sedesplaza más del ideal básico. Véase,por ejemplo, Venera MARTÍNEZ ALTER:"Virginidad y machismo. El honor de lamujer en la Cuba del siglo xix", Cua-dernos del Ruedo Ibérico, 30, 1971.

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de otras familias. Esta vigencia explí-cita de la representación del «bienlimitado» tiene consecuencias simbó-licas precisamente inversas a las quetiene en las comunidades mexicanas.Por ejemplo, en México (y, según Te-rrades, también en Cataluña)4 las his-torias sobre tesoros tienen como fun-ción alejar la envidia de los demásde la propia riqueza, que procede defuente exógena a la comunidad. EnMecina, en cambio, la función de lashistorias de tesoros es precisamentela inversa, servir de vehículo a la ex-presión de la envidia de los demás,que atribuyen a la suerte lo que enrealidad proviene de que «tenían unalarga familia, eran muy trabajadores ymuy ahorrativos» (pág. 12).

Pero las consecuencias más llama-tivas de la utilización del ciclo de lapropiedad familiar como instrumentoanalítico son las que se refieren a ladebatida cuestión del individualismocampesino y de la racionalidad econó-mica de la explotación agrícola fami-liar. Es también ahí donde la inves-tigación de Pío Navarro deviene mássugerente, sobre todo, en el análisisd-e tes temas del aislamiento e «indi-vidualismo», y sus conexiones con elestancamiento de las técnicas, el idealde autosubsistencia y, por último, la

4 I. TERRADES: op. cit, tomo I, pas-sim; G. M. FOSTER: "Peasant Society andtre Image of Limited Good", AmericanAnthropologist, 67, 293-315. La asimetríase completa si tenemos en cuenta que,según FOSTER, "en las sociedades tradi-cionales, el trabajo y la habilidad soncualidades morales que no tienen sinoun mínimo valor funcionar» (pág. 307),

organización del parentesco y las ac-titudes poli ticas. Examinemos sucesi-vamente estos temas.

El aislamiento es una constante quese manifiesta y se refuerza en todoslos niveles del análisis: la comarcaestá aislada del exterior, carente devías de comunicación. Los núcleoscomunitarios están aislados unos deotros, y dentro de ellos están aisladaslas casas, construidas como «cubos»aislados que no llegan a formar callescon vida propia. Las unidades familia-res productivas se aislan del merca-do, destinando ío producido al con-sumo propio y organizando la produc-ción según un ideal autárquico. Porun lado, las altas tasas de analfabe-tismo y la incultura general revelanesta desconexión del mundo exterior:si los niños asisten hoy puntualmentea la escuela es precisamente en la me-dida en que este aislamiento se haroto por la emigración y el niño ten-drá que encauzar su vida trabajandofuera. De otro lado, la falta de aso-ciaciones cooperativas, religiosas o po-líticas y la debilidad de sus fiestas,como ritos de fortalecimiento comu-nitario, dan fe de la tendencia al ais-lamiento familiar y al individualismo.

Todo ello se relaciona con el hechode que «las técnicas agrícolas en la co-marca y en el pueblo permanezcan bá-sicamente inalteradas desde tiemposremotos, aunque se introduzcan peque-ños cambios lentamente». En esque-ma, Pío Navarro, presenta de este mo-do los factores concurrentes de esteestancamiento:

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Presión demográfica | | Sistema de herencia | r-| Terreno accidentado

1 '—i '(i1—i j ;Minifundio Parcelación

Falta de medios económicos

Malas comunicaciones I

XAutoconsumo

Incultura Escasa mecanización

I TBajos rendimientos

Desconfianza \y\ P o c a c o ° P e r a c i o n |*—| Individualismo

I Ignorancia de nuevas técnicas

Concluye después del siguientemodo:

«Hablar de individualismo y des-confianza resulta arriesgado por lasresonancias que pueden tener sobreestereotipos y caracteres nacionales,además de su dudoso empleo cientí-fico; pero aquí se intenta sólo dar al-gunas razones de por qué estas acti-tudes son predominantes en el mundocultural de Mecina, y de toda la co-marca de Alpujarra, no como rasgosde un carácter nacional típico, sinocomo parte de un sistema de valoresenclavado en unas estructuras socio-económicas concretas» (pág. 130).

¿Cuáles son estas estructuras so-cioeconómicas en las que se enclavanlos valores del individualismo? Lamera afirmación de este enclave im-plica un rechazo de lo que hace años,y todavía hoy, era frecuente encon-trar en las obras de los tratadistas delagro: que la pereza mental del cam-pesino, su tradicionalismo, y, sobretodo, su falta de espíritu de coopera-ción, su individualismo, eran los dosobstáculos fundamentales para su mo-dernización y para su racionalidad. Lainsistencia en la falta de espíritu co-

operativo resultaba y resulta de lomás incongruente, en particular cuan-do se hace desde los intereses de unsistema económico-social que tiene elindividualismo como principio básicoirrenunciable. Sólo cuando se trata delcampo no parece haber inconvenien-tes en asociar el individualismo conla falta de racionalidad económica y elcooperativismo (no la constitución desociedades anónimas) con la raciona-lidad. Por razones distintas, izquier-das y derechas parecen haber tenidointerés en no poner de manifiesto estacontradicción, de tal manera que,cuando hacia el año 1963 J. MartínezAlier publicó La estabilidad del lati-fundismo y mostró, como después loharía para otras latitudes, que lati-fundistas y jornaleros de la campiñade Córdoba se comportaban segúnuna estricta lógica de cálculo econó-mico orientado al beneficio, entendíaque, sobre todo, estaba derrumbandola legitimación izquierdista de la re-forma agraria en base al absentismoy al mal cultivo de las tierras. En to-do caso, los planteamientos están cam-biando rápidamente, y hoy se asistea un resurgimiento de análisis de laeconomía campesina en términos deracionalidad en el aprovechamiento de

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los recursos. En el FOESSA 70, sehacía notar ya que el tradicionalismodel campesino no implicaba necesaria-mente falta de racionalidad, sino que,al contrario, denotaba más bien la ig-norancia y el prejuicio de tratadistasseguros de que su objeto de estudiodejaría impune cualquier afirmaciónque sobre él hicieran (lo mismo queantes del funcionalismo, los salvajis-mos de los salvajes denotaban másbien la incompetencia de los antro-pólogos) Recientemente D. Green-wood (ha estudiado desde el punto devista del cálculo económico formal va-rios caseríos de Fuenterrabía. El quellegue a la conclusión de que los jó-venes los abandonan aunque sean ren-tables no obsta para que quede claroen su obra lo adecuado del mismoplanteamiento que lleva a M. Eche-zarreta a la conclusión de que lasabandonan porque no son rentables;a saber, que los labradores no «son in-capaces de efectuar un cálculo econó-mico demental y de percibir que sucapital no obtiene beneficios» 5.

En el fondo se trata de una revi-talización del pensamiento de Cha-yanov 6, en cuya teoría del ciclo de laeconomía familiar campesina coincideen líneas generales el análisis de Pío

5 M. ETXEZARRETA: La evolución delcampesinado. La agricultura en el des-arrollo capitalista, Ministerio de Agri-cultura, Madrid, 1979, págs. 55 y ss.;D. GREENWODD: op. cit.; J. MARTÍNEZALIER: La estabilidad del Latifundismo,Ruedo Ibérico, París, 1968.

6 A. V. CHAYANOV: La organización dela unidad económica campesina, NuevaVisión, Buenos Aires, 1974 <edic. origi-nal de 1925); E. P. ARCHETTI: Presenta-ción a la edición de Chayanov; B. KER-BLAY: "Cheyanov and the theory of Pea-santry as a Specific Type of Economy",en T. SHANIN (edit.): Peasants and Pea-sant societies, Penguin Books, Har-mondsworth, 1971.

Navarro. El campesino trabaja, ex-plota su propia fuerza del trabajo,hasta que el esfuerzo no compensa, asu juicio, la satisfacción que obtienedel producto. Como el coste de opor-tunidad de su trabajo puede ser bajoo cuasi nulo, intentará la acumulacióndel capital y tierra como medio de va-lorizar el trabajo familiar disponible;pero, además, puede acumular tam-bién como medio de valorizar el tra-bajo ajeno. El elemento (relativamen-te) escaso es siempre la tierra, y estanto más escaso cuanto menores seanlas oportunidades de empleo fuera dela agricultura, es decir, cuanto meno-res sean los salarios. Dicho de otromodo, se trata de disponer de los me-dios (tierra) de asegurarse que se «sa-ca el jornal», pero, más allá de esto, laacumulación puede continuar indefini-damente. El individualismo familiar,como dijimos, es en muchos aspectosidéntico con esta lógica económica deutilización de la fuerza de trabajo dis-ponible, en la que están interesadoslo mismo el padre, que como empre-sario prefiere ser él quien explote ysobreexplote la fuerza de trabajo fa-miliar, que los hijos, que saben quea'l tiempo que acumulan para la fami-lia acumulan para su propio futuro, ymás de lo que podrían hacer por pro-pia cuenta.

El hambre de tierra, por consiguien-te, no es sino la manifestación de lanecesidad de a justar la función de pro-ducción hasta llegar al punto en quese optimice la relación entre trabajofamiliar existente y producto. Estafunción de optimación tiene un límiteexterno, que son los salarios alterna-tivos al trabajo por cuenta propia, delque depende la decisión de colocar alos hijos para que trabajen fuera y,naturalmente, la de utilizar trabajo

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asailariado en forma eventual o per-manente.

No debe sorprender, por tanto, quepese a las apariencias y al ciclo de lapobreza al que nos referimos antes,se pueda decir un poco más abajo que«generalmente, la actitud indepen-diente les suele ser, además, benefi-ciosa económicamente» (pág. 130). Yaes sospechoso, en efecto, que gentesaparentemente tan remisas a la incor-poración de técnicas presuntamente«racionales» logren un aprovechamien-to verdaderamente primoroso de unrecurso tan escaso o más que la tie-rra, pero que, a diferencia de ésta, noestá ahí ni puede obtenerse indivi-dualmente: el agua. Y que gente pre-suntamente remisa a la cooperaciónhaya puesto en marcha una utilizacióncomunitaria del agua mediante un sis-tema de riego tan cuidadosamentereglamentado como lo están, por lodemás, la mayor parte de los siste-mas de riego del mundo. Aunque lacuestión no se discute de modo espe-cial, a través de todo el libro quedaclaramente de manifiesto que esta ac-titud de cálculo y de racionalidad for-mal penetra toda la vida de la comu-nidad, siempre, naturalmente, en con-tradicción con el marco de relacionessociales de intercambio generalizadoen el que forzosamente los «egoís-mos» individuales topan con la san-ción moral colectiva. Con toda segu-ridad, queda esto más claro todavíacomo consecuencia de que el autorno se haya visto llevado a ver las co-sas de este modo por una previa dis-cusión o toma de postura teórica, sinocomo consecuencia de la simple com-prensión «ética» (como contrapuestoa émica) del modo de obrar de lasgentes de Mecina. Tiene Pío Nava-rro una envidiable capacidad, que de

puro ejercitada resulta espontánea,para la investigación de lo cuantita-tivo y para referir las conductas, in-cluso las simbólicas, al terreno del tra-bajo, del intercambio con la natura-leza, de la adaptación al medio. Perono de tal modo que intente explicarcada acto aislado como consecuenciade un cálculo, sino teniendo siempreen cuenta la tensión entre los univer-sos simbólicos y sociales y la natura-leza. El lector puede comprobar estoen las páginas dedicadas a la matan-za, verdadero «fenómeno social total»,en el sentido de Mauss, en las quePío Navarro es igualmente capaz decalcular el valor añadido por las la-bores domésticas al valor del cerdovivo, como de describir convincente-mente el universo simbólico en el queel ritual de la matanza se inscribe y lasfunciones sociales que cumple comogrupo especificado del parentesco.

Suelen los antropólogos subrayarlo cualitativamente distinto, remitirlos comportamientos a códigos deconducta, a culturas distintas de lapropia. A Pío Navarro le apasionatambién lo cuantitativo, enterarse endetalle del valor de la cosecha y de surendimiento, de los salarios y los aho-rros de los emigrantes, del valor delcerdo y del tocino. Una buena partedel mérito y de la gracia de este libro,que se lee como si fuera una novela,reside justamente en que con ello nohace sino reproducir una pasión delos propios sujetos que estudia, y conla pasión la actividad mental quequiera. Ambos, sujeto y autor, sabenque lo cuantitativo se transforma encualitativo; que, por ejemplo, las va-riaciones en la prosperidad relativaafectan a la utilización y al valor delcerdo.

Este individualismo, esta lógica de

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acumulación y esta racionalidad en elcálculo económico no se oponen, nimucho menos, con el hecho de que setrate fundamentalmente de una econo-mía de subsistencia, o mejor, de auto-consumo. Como tampoco se oponenal hecho elemental de que la búsque-da del propio beneficio haya de darsedentro de los cauces permitidos por4a comunidad moral sustentada en laconciencia colectiva. Así, el individua-lismo parece como desvanecerse encuanto se pasa al estudio del paren-tesco.

I I I

«Mecina es una ciudad bastantesimple, donde apenas existe una 'di-visión orgánica* del trabajo basada enotra cosa que la edad y el sexo, porlo que no hay grupos más ampliosque la familia nuclear que estén uni-dos por una dependencia recíproca,una 'solidaridad orgánica'. El paren-tesco es, pues, el único medio dis-ponible de ampliar de alguna manerala reducida célula hogareña, incluyén-dola en grupos mayores coherentes,relacionados entre sí, sin el parentes-co y las alianzas, por una débil 'solida-ridad mecánica'» (pág. 173).

Es importante subrayar el caráctercentral de la familia nuclear, y no decualquier otro tipo de parentesco.Pues las demás denominaciones for-males del parentesco comienzan preci-samente con la división de la familianuclear en varias familias a partir dela alianza matrimonial de los hijos conotras familias nucleares. Mecina no esen primer lugar una sociedad de lina-jes, ni una sociedad de familias exten-sas sino una sociedad de familias nu-cleares donde los individuos pasan su-cesivamente por los status de hijo defamilia, padre de familia y «tío», una

vez que sus hijos han formado fami-lias propias. En este ciclo, los her-manos pasan a ser independientes almismo tiempo que adquieren esposa,suegros y cuñados, para luego sertíos de sobrinos que son igualmenteprimos entre sí, sin que se distingasi son cruzados o paralelos, matrilinea-les o patrilirieales.

Sobre este entramado simétrico deparentesco formal, provinente de lasfamilias nucleares y sus alianzas, seconstituyen los diversos parentescosefectivos. Pío Navarro analiza en pro-fundidad tres de ellos: la familia ex-tensa, el «grupo de matanzas» y loslinajes apodísticos», todos basadosen lazos de parentesco formal, perorecortando la red de modo propio ycumpliendo misiones claramente dife-renciadas. En cada caso, sobre la redde parentesco formal actúan instan-cias sobredeterminantes que privile-gian determinados lazos en ciertos ám-bitos de actividad o relación, y cons-tituyen así parentescos efectivos quepueden llegar a ser contradictorios yconflictivos. Tenemos, en primer lu-gar, la familia extensa, compuestaidealmente por el conjunto de los her-manos con sus hijos y los abuelos, yque pervive mientras el cabeza de fa-mi'lia, el abuelo, sigue siendo cabezaefectiva de la explotación familiar ylos hijos tienen el status de «herede-ros asociados», en expresión de PérezDíaz. Esta configuración ideal, sinembargo, no coincide con la familiaextensa formal por la simpíe razónde que se puede ser también «herede-ro asociado» a)l suegro, en vez de alpadre, dependiendo esto, sobre todo,del orden dé. matrimonio de los her-manos y de las posibilidades de unosy otros. En segundo lugar, tenemosel «grupo de matanzas», verdadero

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grupo cooperativo que constituye elcontrapunto a la familia extensa idealal subrayar el lado de la alianza. Estáformada por las dos familias exten-sas, la del marido y la de la esposa,en el caso de que vivan sus respec-tivos padres o de que no se tengantodavía hijos casados; pero sólo porla propia familia extensa en el caso deque los padres hayan desaparecidoy se tengan ya hijos casados. De talmanera, que se comienza a dejar deasistir a las matanzas de los hermanoscuando se comienza a asistir a la delosv hijos propios, momento en ¿1 cualse deja de estar, idealmente, en lafamilia extensa del padre para cons-tituir la propia. A lo largo de un in-vierno, por lo tanto, un varón casa-do acudirá a la matanza de sus padresy de sus suegros, a la de sus hermanosy a la de sus cuñados, pero dejará deir a ellas cuando comience a ir a lasde los hijos. El «grupo de matanzas»,que así se constituye y reconstituye,determina en cada momento los lazospreferentes de las relaciones de socia-lidad, de la ayuda laboral en ciertoscasos, y, sobre todo, de ayuda econó-mica o asistenciál de cualquier tipo encaso de desgracia o enfermedad.

Tenemos, finalmente, los «linajesapodísticos», sin duda la más originalcontribución empírica de la monogra-fía, y cargada de polémicas implica-ciones teóricas. Forman un linaje apo-dístico los descendientes, hasta nivelde nietos y casi siempre de bisnietos,de un antepasado común cuyo apodose transmite por línea paterna. Losmiembros del linaje materno, más alláde las relaciones entre el grupo deprimos que forman los elementos másjóvenes del «grupo de matanzas» sonconsiderados simplemente como «pa-rientes», es decir, como acreedores de

alguna mayor facilidad en el trato quelos que no son familia, pero no comomiembros del propio linaje, que es eldel padre. Lo cual significa que seles critica en público y no se los de-fiende de la crítica como a los miem-bros del linaje, que se los recuerdacomo parientes formales con menosfrecuencia que a los parientes pater-nos, que uno no es clasificado juntoa ellos a la hora de agrupar individuosy familias y de atribuirles característi-cas morales y rasgos de personalidad,y, sobre todo, que no «suena mal»casarse con ellos. Lo contrario ocurrecon los parientes paternos, miembrosdel propio linaje.

Pío Navarro insinúa como razónde esta preferencia por el linaje pa-terno que «no hay que olvidar que lavida de relación exterior es mantenidapor los hombres y entre hombres, aquienes es más necesario conocer parael trato social diario que a las muje-res, normalmente recluidas en casa»(pág. 215). Por consiguiente, y al con-trario de lo que Pitt-Rivers dice deAlcalá de la Sierra, actuarían como«categorías clasificatorias», tal y co-mo E. Luque7 encontró en otro pue-

7 La descripción siguiente podría co-rresponder a Merina, aunque provengade la observación de una aldea greco-chipriota: "La familia griega es, y hasido siempre en nuestros conocimientos,bilateral, pero, según creo, con una ma-yor acentuación de la línea paterna. EnAlona esa acentuación se expresa por laascendencia moral del varón y por latransmisión del sobrenombre —una in-novación reciente— por línea de varón.Todas las valoraciones afectan a la po-sición de la familia en la aldea, es decir,de todos los que llevan el mismo ape-llido..." J. G. PERISTIANY: "Honor y ver-güenza en una aldea chipriota de mon-taña", en J. G. PERISTIANY (edit.): Elconcepto del honor en la sociedad me-diterránea, Labor, Barcelona, 1968, pá-gina 163.

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blo granadino, sobre la base de lasanción moral colectiva que se aso-cia con el apodo, obviando así la im-posibilidad de sentirse pariente de to-dos los que llevan el mismo apellidoen una comunidad fundamentalmenteendogámica. Pero la función esencialde recorte del parentesco formal lacumplen respecto al matrimonio, pues«es muy raro en di pueblo que se ca-sen entre sí personas del mismo apo-do, y, sin embargo, el matrimonio en-tre primos, incluso entre primos her-manos, es bastante frecuente» (pági-na 212).

Quizá el autor «lleva demasiadolejos la literatura antropológica», poruna vez, al decir que «la función deestos pequeños linajes patrilineales esdividir al pueblo en pequeños gruposde parentesco reconocido, que, al serexógamos, obligan a casarse con losmiembros de los de los otros, creandoasí una complicada red de alianzasmatrimoniales que une a todos loshabitantes del pueblo» (pág. 214). Lomismo pienso que podría haber dicholo contrario, destacando la otra mitaddel asunto, como de hecho lo hace alhablar de la función limitadora de lasposibilidades de clasificación. En efec-to, lo mismo que los apellidos son cla-sificatoriamente ineficientes por ex-tendidos, cabe también pensar, comodice E. Lamo de Espinosa8, si lacausa de los linajes apodísticos no es-tará en la imperiosa necesidad de li-mitar las normas que rigen el tabú delincesto en una comunidad tan peque-ña y tan cerrada, permitiendo el ma-trimonio con unos primos en lugarde prohibirlo con otros. El grado deconsanguinidad es el mismo, y «sólohay una diferencia, verbal y simbó'li-

8 £. LAMO DE ESPINOSA, comunicaciónpersonal.

ca: se casan con gentes que, en laconversación diaria no se llaman lomismo, por tener apodos diferentes»(pág. 215). Todo depende de la am-plitud que concedamos al tabú del in-cesto; por un lado, la Iglesia católi-ca considera la consanguinidad en pri-mer grado impedimento matrimonialque exige licencia del Papa, y la pe-tición de tales licencias no es infre-cuente en el pueblo; pero la normano parece que se sienta sino comocosa positiva canónica, pues, según sedice al tratar de las alianzas matri-moniales algo más adelante, «casarsedentro del propio linaje no quebrantaninguna norma explícita y firmementeestablecida, es simplemente que nose hace... en función de que 'suenamal', y esta prevención se demuestranegativamente por las críticas de queson objeto los habitantes del Goleo,que no siguen la norma, y los miem-bros del numeroso linaje de los Asen-jo» (pág. 229). En cambio, si el tabúdel incesto se considera limitado a lafamilia nuclear, entonces la débil es-tructura de linajes y la débil censuramoral del matrimonio entre primosestarían en función de una exogamiacompatible con la forzada endogamiade aldea 9.

9 Si bien los conceptos de "honor yvergüenza", y sus valores correlativosde patriarcalismo y valoración de la vir-ginidad son muy semejantes en toda elárea mediterránea, las reglas matrimo-niales que practican las familias sonbien diferentes. G. TILLION (La condi-ción de la mujer en el área mediterrá-nea, Península, Barcelona, 1967) preten-de que la dramatización de la virtud fe-menina va unida en toda el área a laendogamia, o mejor, al matrimonio pre-ferencial con la prima paralela patri-lineal, de modo que, según dice el pro-verbio, "las gentes gustan de desposara la hija de su tío paterno como gustande comer un animal de su rebaño'*, y

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I V

El estudio de la estratificación so-cial matiza, como ya hemos puesto demanifiesto, algunas de las afirmacio-nes globales que se hacen sobre lacomunidad. Pío Navarro realiza esteestudio en dos pasos. Primero inten-ta, como es su costumbre, elaborar lascategorías de estratificación, no concriterios impuestos por él desde fue-ra, sino con los conceptos utilizadospor los propios habitantes de Meci-na. Luego hace un detalladísimo ca-tálogo de indicadores de estratifica-ción.

todas las muchachas de la familia que-dan dentro de la familia. Pero esto esextrapolar a todo el Mediterráneo algoque es exclusivo de los árabes. Com-pletamente distintas son las reglas de lospastores sarakatsani estudiados por J.K. CAMPBELL {Honour, Family and Patro-nage. Oxford Univ. Press, 1964), entrequienes los matrimonios entre primossegundos son excepcionales y necesitan,claro está, dispensa de la Iglesia orto-doxa, mientras que "el incesto entreprimos hermanos es un pecado, pues lamisma sangre se vuelve sobre sí mis-ma en la polución del intercambio se-xual. Es algo que va contra la natura-leza y que inevitablemente arruina todoel esquema de las relaciones familia-res'* (pág. 111). Si tal fuera la norma"originar* en Merina, los linajes apodís-ticos serían un modo de mantener laendogamia local sin violarla, tanto máscuanto que estos linajes no cumplenprácticamente ninguna otra función másque la paralela clasificación. Pero nosi, como entre los gitanos estudiadospor T. SAN ROMÁN "los linajes no sonnecesariamente exógamos" (pág. 142) yse aprovechan de modo más o menosoportunista las ventajas que tanto laexogamia como la endogamia ofrecenpara su fortalecimiento, según recogeL. MAYR (Matrimonio, Barral, Barcelo-na, 1974), y practican también muchoslinajes sicilianos, como puede verse porejemplo en A. BLOK: The Mafia of aSicilian Village, Harper & Row, NewYork, 1974.

Las distintas estratificaciones obte-nidas de informaciones en diversasposiciones de la escala social muestranun acuerdo sustancial, pese a los ses-gos derivados del conocido fenóme-no de mayor discriminación en los al-rededores del propio estrato; tambiénquedan claras en ellas los diferentescriterios de la estratificación, que nose funda ya solamente en la posesiónde tierras y ganado y en ejercer em-pleos burocráticos o profesionales, si-no también en las remesas de los emi-grantes y las pensiones de vejez, fac-tores revolucionarios, como ya men-cionamos en la estructura social dela localidad. Así, desde los «ricos, ri-cos» hasta los «'labradores de malamuerte» y los «pobres del to», la per-cepción de los implicados muestrafisuras reales, que podrían resultaropacas para los extraños, pero queson valoradas en toda su complejidadpor los que padecen las relaciones depoder y prestigio que implican. A mientender, si se hubiera profundizadomás en él hecho de la no pertenenciamoral a la comunidad local de los «ri-cos, ricos» (que no tienen apodos, secasan fuera de Merina por falta deiguales en ella, huyeron con la guerracivil y actualmente son absentistas) yde los «pobres del to» (que tienenapodos individuálizadores, no son en-dógamos tampoco, viven sólo del jor-nal y no resultan de fiar), por unlado, y, por otro, en la dicotomíapobres / ricos (o «viciosos / beatos»),dentro de los que moralmente perte-necen a la comunidad, que se mani-fiesta como un corte en todos los in-dicadores, pero que excluye a lanueva clase media de emigrantes yalhamíes varias veces mencionada, sehubiera también valorado más la ten-sión que esta doble división (perte-

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nencia-no pertenencia, ricos-pobres)supone para las relaciones entre losestratos, y no se hubiera adoptadouna postura tan estricta y ortodoxaen la discusión sobre si se trata deciases «en sí» o clases «para sí». Puesla conciencia de clase no se da entérminos revolucionarios, pero sí quese da en las dimensiones relevantespara la vida social de Mecina: la en-dogamia de estrato no sólo es, por tan-to, una característica externa, sinoconstituyente de unas «clases» queno se definen unas por oposición di-recta a otras, sino por evitación delas demás, al menos de las inferiores.

En cuanto a los indicadores socia-les elaborados (treinta y cuatro) nose sabe qué llama más la atención, siel amoroso detalle con que han sidorecogidos o la singular perspicaciaque demuestra la inclusión de algunoscomo el tuteo, di traje o los temasde conversación. A la hora de carac-terizar a los diversos grupos medianteestos indicadores, sin embargo, vuel-ve a aparecer la cuestión de la «con-ciencia de clase», por cuanto la posi-ción en favor del «estrato en sí» ex-plica una incongruencia del libro quese nos antoja esta vez real. Se tratadel hecho de que los tres criterios deestratificación se amalgaman un tantoforzadamente para constituir una úni-ca clasificación. Las tres clases de in-gresos definen tres clas'es de vida, ylas relaciones son distintas en el inte-rior y en el exterior de cada grupo.Dentro de los labradores (y habríaque hacer aún aquí mención particularde los pastores) las relaciones entreclases son las que quedan ideal-típica-mente descritas. Pero las relacionesentre los profesionales y el resto sonde tal naturaleza que sólo con criterioscompletamente externos, como el con-

sumo, se los puede configurar comouna dase jerárquicamente intercaladaentre las demás. Lo mismo ocurrecon la «nueva clase media», que ob-tiene sus ingresos del trabajo en elexterior de la comunidad o de fuentesdistintas de la agricultura.

Esta confusión, este sacrificio in-necesario hecho a los convencionalis-mos académicos habituales, por unlado, y, por otro, al pormenorizado es-tudio de los indicadores de statusrealizado es tanto más de lamentarcuanto que en el libro se analizan muybien las relaciones entre los tres «do-minios» de estratificación. Las rela-ciones entre el primero y d segundoson relaciones de poder, relacionesasimétricas, y, sobre todo, son casitotalmente inhomogeneizables, pues-to que no es posible habitualmentepasar de una a otra situación sino end curso de una generación; los guar-dias civiles no son asimilables a laclase media por mucho que ganen lomismo, vivan en casas de igual super-ficie, merezcan cierta consideración orespeto, etc. Pues los ingresos los per-ciben dd Estado, viven en la casa-cuartd, el cierto respeto que se lesdebe está mezclado con el temor quese les tiene... Pienso, por tanto, quesi los indicadores de status escapanrealmente y de hecho a la homoge-neización, no se debe postular teóri-camente que son asimilables a ningúnestrato local o efectos estructurales.

Distinto es d caso de la «nuevaclase media», que se caracteriza por-que en ella se rompe la corresponden-cia perfecta que los indicadores destatus tienen para los que viven ddcampo. Entre los campesinos, uno sólode estos indicadores permite predecird resto, o determinar la clase casiunívocamente. En cambio, la nueva

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clase media vive de lo mismo que ¡lospobres o los labradores de mala muer-te, consume como los saneados y ri-cos y visten y se comportan de modomás bien inusitado para todos. Por-que viven del salario, no quiere lavieja clase media emparentar con ellos.Su relación con la comunidad, porconsiguiente, plantea los problemasdel cambio de costumbres y de valo-res, comenzando por el valor de latierra. Mientras que la relación de losfuncionarios y profesionales con lacomunidad plantea un problema dis-tinto, el problema del poder y del ca-ciquismo.

V

Dije antes que el parentesco for-mal se estructuraba en parentesco realcomo consecuencia de la sobredeter-minación que sobre él ejercían las ne-cesidades de las familias nucleares, de-jando en el alero la interpretación delprincipio (favorecer la endogamia fa-miliar o la exogamia de linaje) cons-tituyente o sobredeterminante de loslinajes apodísticos. La cuestión vuel-ve a plantearse en relación al caci-quismo y a las facciones poli ticas.Según H. Alavi también la distin-ción entre dase en sí y clase para síen las sociedades campesinas pasa porla mediatización que allí operan las«lealtades primordiales» del paren-tesco. La cuestión es la de si los fenó-menos típicos y propios del caciquis-mo y de la política local, como la for-mación de facciones, la inmoralidadadministrativa o incluso la traslaciónhacia la autoridad política de las pau-tas de conducta de aceptación, res-peto y distanciamiento que definen¿as relaciones de los campesinos con

la autoridad paterna y con la divina,deben interpretarse más bien comouna reestructuración defensiva de la-zos de parentesco amenazados, o si,por el contrario, la irrupción de lapolítica de partidos y del poder delEstado en la vida local no conduce ala creación, sobre las líneas del paren-tesco formal, de un nuevo tipo de«parentesco efectivo», que muchas ve-ces entra en contradicción con losotros tipos de parentesco construidossobre estos mismos lazos. Pienso quemás bien es esto último lo que ocurre.

Por supuesto, que, en una primeraaproximación, el caciquismo «salva»las relaciones locales al mediar entrela lógica particularista del labrador,basada en relaciones personales «pri-mordiales» de fidelidad, lealtad y pa-rentesco, y la lógica abstracta y uni-versalista de una administración aje-na por completo al mundo en el quese desenvuelve su misma actividad yque puede declarar inexistente lo queno esté previsto en sus ordenanzas.

Ahora bien, un análisis que se con-tenta con afirmar la indiscutible fun-cionalidad mediadora del cacique esun análisis pobre, que tiene todas laslimitaciones ddl análisis funcional.Sin duda que esta explicación funcio-nalista (que ya formularon en su díaUnamuno y Cajal, y que recientemen-te han recogido, entre otros, Carr yPitt-Rivers) al esbozar una interpre-tación sociológica, representa un granpaso si se la compara con las descrip-ciones airadas que pueden hacerse to-mando como base las constitucionesideales, en la línea inaugurada por Joa-quín Costa y considerablemente em-pobrecida en la por otra parte valio-sísima recopilación de información his-tórica realizada recientemente por Tu-

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sell 10. Para comprender y valorar elcaciquismo se necesita, como mínimo,analizar también los mecanismos através de los cuales actuaba y el mar-co de relaciones sociales que lo hacíanposible. Para ambos cometidos se en-cuentran valiosas indicaciones en elcapítulo que Pío Navarro dedica alpoder. Al cacique local, su clientelale «permutaba sus votos por la segu-ridad en sus arriendos, medianerías yempleos, más una hipotética protec-ción del cacique para resolver algúnproblema que pudieran tener en loscentros oficiales... Los caciques lo-cales proveían a don Natalio y Rivasy a sus partidarios de los votos y losjamones que necesitaban, recibiendoa cambio benignidad en los impuestos,tolerancia de abusos, componendas enlos pleitos y nombramientos, colacio-nes y favores para sí mismos o susprotegidos del pueblo» (págs. 302-303). En cuanto a los mecanismos,por tanto, el caciquismo aparece comoun sistema de intercambio en el quela «clientela» dispone al menos dealgo que intercambiar: su voto, re-galo de la propia extensión burguesadel sufragio universal, que los mis-mos liberales que lo concedieron hande comprar ahora mediante variadossistemas de intercambio. La importan-cia y la fragilidad de esta posibilidadde intercambio quedan al descubierto,

10 R. CARR: España, 1808-1936, Ariel,Barcelona, 1968; J. TUSELL: Oligarquíay caciquismo en Andalucía, y La crisisdel caciquismo andaluz, ambos en Pla-neta, Barcelona, 1976. Las aportacionesde Unamuno y Cajal se encuentran enJ. COSTA: Oligarquía y caciquismo, dostomos Revista de Trabajo Madrid, 1975,con un prólogo de A. Ortí, excelente entodos los sentidos. Atisbos del caciquis-mo en la postguerra en J. SÁNCHEZ JI-MÉNEZ: Vida rural y mundo contempo-ráneo, Planeta, Barcelona, 1976.

inaugurando una especie nueva de ca-ciquismo, cuando el derecho al su-fragio desaparece tras la guerra civil.El papel del cacique es ahora distinto,«La diferencia más importante entreel cacique local antiguo y el modernoes que a este último no le viene el po-der ni siquiera teóricamente desde aba-jo, no necesita votos para conseguirsu puesto sino simplemente un nom-bramiento desde arriba» (pág. 304).Lo que caracteriza al nuevo caciquees él hecho de que refuerza su poderreal con su poder oficial, o al menosneutraliza, controlándolo, los posiblesinconvenientes que de la estructuraoficial de poder podrían resultar parael ejercicio de su poder «interno» alpueblo. Así en la corriente de inter-cambio han desaparecido los votos yquedan sólo los jamones.

Se trata, pues, de un intercambio,pero de un intercambio cuya necesi-dad y cuyos términos fija bastante uni-lateraümente una de las partes, quehace proposiciones cuyo rechazo con-lleva eventualmente «el riesgo de lle-gar incluso hasta ser llamado y vapu-leado en el Ayuntamiento a la másmínima falta» (pág. 306). Con lamera interpretación funcionalista, demediación entre dos lógicas, pareceríaque el más adecuado para representarel papel sería el secretario del Ayun-tamiento o el de la Hermandad de La-bradores, o d maestro o el sacerdote.Es preciso ver el asunto como un in-tercambio dentro de una estructurade desigualdad para que parezca cla-ra la otra cara de la mediación, a sa-ber, que el cacique intenta siempreaumentar el desnivel entre el que me-dia. Pues es tanto más poderoso cuan-to más necesario. Así es cómo la me-diación se convierte en chantaje, coac-ción o amenaza, que hacen precisa de

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nuevo la mediación. Como el poderhacia dentro se lo asegura su influen-cia sobre los de fuera, y su influenciasobre los de fuera proviene de su po-der sobre los de dentro, el cacique hade ser alguien capaz de capitalizar unpoder inicial y aumentarlo en estastransacciones sobre las que ha de man-tener un grado de monopolio tan gran-de como pueda. Realiza, pues, la me-diación, pero a un coste mucho mayordel que resultaría del establecimientode otras vías que su mediación intentacegar, aunque acaben funcionando alargo plazo: cuando, como consecuen-cia de la emigración, se quebranta supoder sobre los de dentro y, comoconsecuencia de las comunicaciones,pierde valor su influencia sobre losde fuera. «Podría decirse que la can-tidad de poder local disponible pa-rece haberse distribuido entre máspersonas, y que las posibilidades deejercerlo con dureza han pasado, de-bido a las nuevas circunstancias so-cioeconómicas del pueblo y a las po-líticas del país» (pág. 307). Nos que-damos así precisamente en el momen-to temporal en d que la vuelta delderecho al voto nos sitúa ante la in-terrogante de cómo se establecerá eldominio .político en un lugar donde elpartido dd Gobierno obtuvo el 83por 100 de los votos.

Desde todo esto resulta más fácilcomprender, sin duda, la seguridad delos lugareños de que ocuparse de losasuntos de la «polis» y aprovecharsede ello son cosas indisolublementeunidas, indistinguibles de hecho,«desde su mentalidad y experienciaellos no comprenden que se antepon-ga d bien común al personal; porqueen su escala de valores, que es realis-ta y materialista, h familia está antesque d municipio» (pág. 315).

¿Desde su mentalidad, desde su ex-periencia o desde ambas de consuno?Probablemente esto último, pero porrazones distintas, cada una de ellas.Quiero decir que su experiencia dehecho no es algo que se derive sinmás de su mentalidad, sino tambiénde los condicionamientos estructuralesque acabamos de esbozar. Una vezmás surge d tema del «familismoamoral» que Banfield definió comoethos fundamental de «Montegrano»,en el sur de Italia: «maximizar losintereses a corto plazo de la familianuclear; suponer que todos los demásharán lo mismo» n . Por supuesto, elethos familista resultaría inmoral sólodesde d punto de vista urbano, pues«quien sigue esta norma carece de mo-ral sólo en rdación con los que sonajenos a la familia; en relación con losmiembros de la familia aplica stan-dar s de bueno y malo».

Ahora bien, es cuando menos du-doso que esta extensión del modo depensar «familista» a las cuestiones po-líticas sea una extensión también «dederecho». A partir del mismo análisisde Pío Navarro pueden darse dos ar-gumentos que refuerzan esta duda. Elprimero es que, como refleja la ex-presión «y al nuevo alcalde habrá quehacerlo rico», se siente que las rela-ciones con el Estado no deberían re-girse por la misma lógica particularis-ta que otras rdaciones familiares. Taly como antes veíamos, el «familismo»es aquí difícilmente «amoral» en elsentido de que está eficazmente li-mitado por normas que rigen las re-laciones de intercambio generalizado:presentes, tornapeones, conductas que«se afean», reglas matrimoniales, etc.,

11 E. BANFIELD: The Moral Basis of aBackward Society, The Free Press,Glencoe, 111., 1958, pág. 85.

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ponen un límite a la posibilidad dedominación de unas familias sobreotras. Si el Estado es el representan-te del bien común, de la autoridad,tiene también idealmente di atributode la justicia. El hecho de que se se-pa que no es justo que bajo las pre-suntas reglas externas universalistasse imponen intereses particulares queno se impondrían sin ellas, ei hechode que gracias al Estado se puedanromper impunemente las reglas de lacomunidad no implica que se deje depensar que no debería ser así de de-recho.

El segundo argumento se refiere,sobre todo, a los casos en que se danfacciones políticas, con o sin eleccio-nes. Consiste en d hecho de que, sibien las facciones se organizan en par-te sobre las líneas del parentesco for-mal, dan lugar a agrupaciones de pa-rentesco efectivo que obstaculizan elbuen funcionamiento de las demás for-mas. Cualquier diferencia en la fa-milia extensa o en el grupo de ma-tanza puede dar lugar a que se bus-quen alianzas en facciones políticasopuestas, con lo que la diferencia seamplifica y se cronifica como conflictopolítico. En el caso de la existenciade linajes, las facciones suelen llevarhasta extremos insoportables su ten-dencia dual a fortificarse mediante elaislamiento frente a los otros y a es-tablecer alianzas exogámicas con ellos.Las facciones políticas revitalizan la-zos de parentesco formal no efectivoque sustituyen a los que serían efec-tivos sin la política, transformadosahora en enfrentamientos. Estos si-guen funcionando, pero al ritmo es-pasmódico de luchas encarnizadas yreconciliaciones solemnes en las quesiempre una de las facciones jue^a

con la ventaja de capitalizar el poderestatal.

Y. M. Bodeman insiste, en un es-tudio de un pueblo de Cerdeña, enque la organización de facciones esalgo incongruente con la organizaciónpor linaje, pues los impulsa de unmodo insostenible a la endogamia. Eldientelismo político resulta ser, se-gún Bodeman, algo que parásita lasrelaciones de parentesco, que se im-pone a ellas sobredeterminándolas yhaciéndoles cambiar su carácter y elcarácter de las alianzas entre linajes:«Sobre la base de una comunidad am-plia, dice Bodeman, no hay indiciode egoísmo familiar, como sostieneBarifield, o de exclusivismo, comosustenta Pinna. La gente, en general,establece nuevos lazos cooperativos,y, en virtud de fuertes lazos de pa-rentesco, pueden surgir tensiones yconflictos entre la familia de origendel varón y sus parientes, pero estoslazos, ciertamente, hacen imposible laaparición de núdleos familiares aisla-dos y egoístas». En consecuencia, loque Banfield llamó «familismo amo-rail» era una correcta descripción delas élites locales en un momento muypreciso: él momento en d que utili-zaban el parentesco como un recursode movilización y estructuración delpoder político desde una situación de«parentesco desigual» (que no es aje-na a la prevención frente a las rela-ciones de compadrazgo desigual sobrelas que tan frecuentemente se ironizaen Merina) que obliga a resolver losconflictos a conveniencia del detenta-dor de las fuentes de chantaje estataly administrativo 12.

12 Y. BODEMAN: "Familismo y patronaz-go como sistemas de poder local en Cer-deña", en Papers, 11, pág. 33. El siguien-te texto contribuirá a esclarecer losusos del parentesco formal en la línea

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El grado de sobredeterminación quela intervención del poder estatal im-pone a la estructura de linajes quemedian esta intervención podría qui-zá apreciarse mejor comparando la«vendetta» descrita por Bodeman condi modo de resolver conflictos seme-jantes entre linajes gitanos (con ver-dadera evitación del poder estatal),estudiado por Teresa San Román, oentre linajes de la babilia, que analizóBourdieu13. Desde luego, entre losgitanos no ocurre que una de las

que pretendo apuntar: "Cuando un hom-bre posee riqueza o influencia en la co-munidad, de tal manera que puede ob-tenerse alguna ventaja invocando pa-rentesco con él, suele encontrarse conque su parentesco efectivo se extiendemás allá del grado convencional de losprimos segundos y llega a los primosterceros o cuartos. Cuando Sotiri Ach-noulas, que tenía más cabras que ovejasen su rebaño, se vio perjudicado poruna orden del Gobierno prohibiéndolaspastar en ciertas áreas, resolvió haceruna visita a su 'primo' John... Estabaconvencido de que John podría ayudar-le gracias a su influencia con el dipu-tado local. John y Sotiri eran primosterceros. Esta relación, que en otra cir-cunstancia es tenue y que no se reco-noce formalmente, es aprovechada paralograr una base de mutua confianza enuna relación que en realidad es de pa-tronazgo. A su vez, John no se molestapor las inoportunas peticiones de susparientes lejanos. Su recompensa estáen la habilidad para prestar patrocinio,pues ello incrementa su prestigio nosólo en la comunidad de los Sarakatsa-ni, sino con personalidades tales comolos candidatos al Parlamento que compi-ten por los votos que se creen que élmaneja" (J. K. CAMPBEIX, op. cit., pági-na 100). Así, por el favor, es como elparentesco se instituye como parentescoefectivo, y no al contrario, el favor envirtud del parentesco, aunque éste estéahí como pretexto que invocar.

n T. SAN ROMÁN: op. cit.; P. BOUR-DIEU: "El sentimiento del honor en unasociedad de la Cábilia", en J. G. PERIS-TIANY: op. cit., págs. 175-220.

partes tenga de antemano la «justicia»estatal de su parte y pueda obligar ala otra a vivir completamente fuera dela ley. Los mecanismos de mediacióny reconciliación —que culminan enalianzas matrimoniales— se dan entrelos gitanos con mayor facilidad. Entodo caso, si los «linajes apodísticos»que constituyen las clases matrimo-niales de Mecina se construyen pre-cisamente a partir de la necesidad deevitar la endogamia reduciendo el pa-rentesco efectivo, lo mismo cabríahablar de la constitución de faccionescomo resultado de la necesidad de pro-tegerse y de utilizar en propio bene-ficio los poderes estatales. Se trata-ría, aquí con mayor razón que en elcaso descrito por Bodeman de un «pa-rentesco político» (en el sentido enque J. Várela I4 ha podido llamar alos diversos caciques «amigos políti-cos») que se establece sobre la basedel parentesco «natural» con princi-pios distintos de los de los linajes, elgrupo de matanzas o la propia familianuclear. Y precisamente sería a esteparentesco al que se referiría e*l tantraído y llevado «familismo amoral»de Banfield.

Habría, por tanto, una diferenciaesencial en cuanto a los principiosconstitutivos de los diversos parentes-cos. De un lado, tendríamos la lógicade los intercambios matrimoniales,que resulta, a partir de la lógica dela acumulación familiar, de la lógicade la economía campesina, en la for-mación de linajes «apodísticos» den-tro de una división horizontal, porestratos, de la comunidad. De otrodado tendríamos la lógica del apoyoo la lealtad política, que resulta a tra-vés de la necesidad de apropiación

14 J. VÁRELA ORTEGA: LOS amigos polí-ticos, Alianza Editorial, Madrid, 1978.

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particular ddl poder frente a los com-petidores (muchas veces de la mismafamilia), en la formación de facciones,siguiendo líneas de parentesco en elinterior de los estratos, y otras clasesde relaciones a través de los estratos.Las dos lógicas entran en conflictostanto más extensos y complicadoscuanto menor es la fuerza real de loslinajes, y en los conflictos tanto másintensos y duraderos cuanto mayor esla fuerza de éstos.

Esta interpretación de las facciones,no como una prosecución de la lu-cha de linajes por otros medios, sinoal contrario, como un nuevo tipo deparentesco «efectivo» resultante de lapenetración local de los poderes es-tatales, podría resultar de alguna uti-lidad para la explicación de la per-meabilidad de las masas campesinas alcesarismo y a las dictaduras: acabancon las luchas de facciones, con la di-visión de las familias en banderías po-líticas y vuelven a permitir d funcio-namiento de los modos de parentescooriginarios 15.

15 Es sabido que éste es el leit-motivde su propaganda legitimadora, si biencabe sospechar que encuentra más ecoentre las "facciones" ganadoras que en-tre las perdedoras. Alguna evidencia afavor de la hipótesis puede encontrarseen las canciones de trovadores populares

V I

Muchos otros aspectos podrían des-tacarse de esta excelente monografía.También podrían echarse de menosalgunos aspectos, como los ya aludidosde la sexualidad, la nueva socializa-ción escolar frente a la vieja fami-liar, la comunicación o la religiosidad.Quizá lo que más se eche en falta seaun esquema teórico general que inte-grara «desde fuera» los elementos deun texto tan rico y sistemático. Peroquizá sea injusto pedir más a un autorpor el mero hecho de que ya ha dadomucho.

JULIO CARABAÑA

en loor de Mussolini, que se insertancomo apéndice en Ch. GOWER CHAPMAN:Milocca, A Sicilian Village, SchenkmanPub. Co.f Cambridge, Mass., 1971. (Eltrabajo de campo fue realizado hacia1937.) Lo primero que en ellas se exaltaes que el Duce haya acabado con la de-lincuencia de ladrones mañosos. Propioy bueno es que los ciudadanos están ata-dos, pues es por su bien, y sólo así losesfuerzos pueden encaminarse al biende todos. Por muchos defectos de Musso-lino se piden disculpas, justificándolesobre todo este logro de extirpación delas rivalidades locales y el bandidajeligado a los terratenientes.

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