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De la otredad negativa a un otro interconectado
Introducción.
La Modernidad se fue consolidando como sistema de poder hegemónico a través de
diferentes mecanismos, generando contradicciones en tres planos: el de la
legitimidad, el del consenso y de la racionalidad del sistema. A través del análisis de
Feierstein (2008) podemos ver que los genocidios son prácticas sociales que
respondieron como “soluciones” a las contradicciones de los propios dispositivos de
poder de la Modernidad. Las prácticas sociales genocidas aparecen como
modalidades de destrucción y reorganización de relaciones sociales. Tienen en
común la disputa por un modelo de identidad y de alteridad. La relación social que
se destruye mediante estas prácticas es la de igualdad, reciprocidad y autonomía
entre pares. Feierstein plantea seis momentos por los que atraviesan estos procesos
de reformulación de relaciones sociales: se inician en la construcción negativizante
de la identidad del sujeto social delineado como “otro” hasta su exterminio definitivo;
Se subdivide el exterminio en la etapa de realización material y la etapa de
realización simbólica. Durante el proceso se tiene que borrar la posibilidad de
pensarse en tanto sujeto para sí para todo el cuerpo social. Se encargarán entonces
de “desarticular las relaciones de solidaridad, complicidad o empatía que
obstaculizan la cosificación y alienación del otro con respecto a nuestra propia
identidad” (Feierstein, 2008: 216).
El racismo se inserta como mecanismos simbólicos material para dividir el cuerpo
social, funcionando como solución al problema de la igualdad y reciprocidad entre
pares, pero no fue suficiente para la cuestión de la autonomía. En el caso del
genocidio nazi, la imagen del judío fue seleccionada como imagen prototípica del
“otro no normalizado”, y la que representará a los miembros de la “otra especie”. El
racismo nazi es un “racismo politizado”. La categoría político-racial une al ser
biológico con el hacer, con un hacer político. El genocidio político fundamentalmente
relacionado a lo que uno hace, no discrimina edad sexo religión ni clase.
El presente trabajo se divide en dos partes, en la primera se desarrolla el proceso
de construcción de la otredad negativa como mecanismo de dominación del Estado
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Moderno. En la segunda se plantea la aparición de un otro interconectado.
Comienza con un breve contexto histórico, sintetizando algunas de las
transformaciones que se venían sucediendo desde el siglo XVIII, en el plano de los
avances tecnológicos y científicos como en el plano de las corrientes ideológicas y
los discursos legitimadores. El desarrollo incluye los conceptos de: tanatopolítica
(Foucault, 1963) como política que va instalando como mecanismo de poder Estatal,
que expone a la muerte no sólo a sus enemigos sino también a sus ciudadanos;
Racismo; Para comprender cómo operan las prácticas sociales genocidas nos
enfocaremos en el concepto de genocidio reorganizador, tomando como caso
paroxístico el genocidio nazi. Analizaremos algunas cuestiones referidas al uso del
espacio en los campos de exterminio, mostrando la racionalidad y sistematicidad
empleada en los campos, mostrando un funcionamiento similar al que se utiliza en
cualquier fábrica típica de las sociedades modernas. El genocidio es el que opera
hacia el interior de una sociedad ya constituida; “busca refundar las relaciones
sociales, los vínculos, los códigos, la cotidianeidad, las mediciones políticas; en
suma, el ejercicio concreto y abstracto del poder en dicha sociedad.” (Feierstein,
2008: 105).
Varios autores, entre ellos Bauman (1989), Feierstein (2008), Levy-Borovinsky
(2008), sostienen que las condiciones que hicieron posible el Holocausto siguen
vigentes. Es a partir de esta posibilidad que se dispara un análisis de las
condiciones presentes en la actualidad.
“Después del Holocausto, las concepciones raciales quedaron desacreditadas. A
medida que se deslegitimaban los criterios biológicos, comenzaron a explorarse
otros modos de clasificación. Después de 1945, con el abandono del concepto de
raza para legitimar legislaciones o políticas públicas, aumentó sostenidamente el uso
social y político del concepto de cultura.” (Grimson,2011: 57).
En la segunda parte analizaremos los cambios que se suceden con el cambio de
siglo, introduciendo el concepto de interculturalidad. Establecemos una
comparación en el modo de construcción de alteridad: si en la primera parte
desarrollamos la construcción negativa del otro ( no normalizado, desigual, inferior,
etc.) en la segunda nos enfocamos en la construcción un Otro interconectado.
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Presentamos por un lado las características de la sociedad conexionista y el proceso
de socialización divergente en el marco de una cultura red cada vez más extensa.
Analizaremos las posibilidades de autoorganización de lo social entendiendo que
asistimos a una mutación de la política global.
Los conceptos correspondiente a este desarrollo son: sociedad conexionista, ciber-
cultura/ cultura digital, espacio virtual, otro interconectado, interculturalidad.
Primera parte: Construcción de una otredad negativa
I. Herencias de los siglos XIX y XX
El siglo XIX fue un período de modernización: “El largo siglo XIX” pintado por
Hobsbawm es el teatro de una transformación del mundo, de la que Europa, gracias
al auge del imperialismo, fue a la vez centro y motor. Todas las corrientes políticas se
identificaban con su misión civilizadora, encarnada por una raza y una cultura
“superiores”. El siglo de las vías férreas y de las fábricas industriales, de las grandes
ciudades y de los tranvías, de las ametralladoras y de las estadísticas, del
periodismo y de las finanzas, de la fotografía y del cine, del telégrafo y de la
electricidad, de la alfabetización y del colonialismo estuvo dominado por la idea de
progreso.(...) El progreso se volvió una creencia inquebrantable. (…) Hobsbawn
describe el comienzo del siglo XX en un clima apocalíptico que literalmente acabó
con todas las certezas de una era anterior de paz y prosperidad. El nuevo siglo
empezó como una “era de la catástrofe” (1914-1945) enmarcada por dos guerras
totales destructoras y criminales: tres décadas de Europa y el derrumbe de la
economía y de sus instituciones políticas. Desafiado por la revolución bolchevique, el
capitalismo parecía haber pasado su momento, mientras que las instituciones
liberales asomaban como los vestigios de una edad pretérita y se descomponían
ante el desarrollo de los fascismos y las dictaduras militares en Italia, Alemania,
Austria, Portugal, España y en varios países de Europa central. El progreso se
reveló ilusorio. (…) Luego de las grandes guerras vino la “edad de oro” (1945-1973)
y el “debacle” (1973-1991). La edad de oro, con la difusión del fordismo, la
ampliación del consumo de masas y el advenimiento de una prosperidad
generalizada y aparentemente inagotable. El “debacle” siguió a la descolonización
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durante la cual el desarrollo de los movimientos de liberación nacional y de
revoluciones antiimperialistas se mezcló con el conflicto entre las grandes potencias.
“ (Traverso, 2012: 41, 42.).
La Primera Guerra Mundial es el elemento de ruptura con el cual nace el s. XX.
Hace precipitar un conjunto de elementos acumulados en el s. XIX (producción
industrial + reorganización del territorio en Estados por extensión ferroviaria +
racionalización de la administración pública + innovación científica + desarrollo
tecnológico + medios de comunicación + modernización de los ejércitos +
finalización del proceso de conquista y partición colonial + formación de nuevas
elites burguesas vector de ideologías nacionalistas + contaminación del racismo y
antisemitismo + formas tradicionales de exclusión con los nuevos paradigmas
científicos que realizaban una síntesis entre ideología y ciencia). La Primera Guerra
Mundial une el plano material (modernización y socialización de dispositivos de
matar), la racionalidad instrumental, productiva y administrativa del mundo
occidental moderno (la fábrica, la burocracia, la prisión) con lo ideológico
(fabricación de estereotipos racistas y antisemitas en el cientificismo).
A partir de Hannah Arendt podemos ver que el pensamiento racial emergió
simultáneamente en todos los países occidentales durante el siglo XIX. “el racismo
había sido la poderosa ideología de las políticas imperialistas desde el comienzo de
nuestro siglo” (221). Ella sostiene que si bien sólo en Alemania era doctrina estatal
en los años treinta, el racismo había sido una poderosa tendencia en la opinión
pública de todas partes. “los nazis estaban seguros que su mejor “propaganda” sería
su misma política racial. (…) el racismo no era un arma ni nueva ni secreta, aunque
jamás se había utilizado antes con tan cabal consistencia” (221). La violencia
colonial fue premisa de los crímenes que luego se realizaran contra los europeos.
Según ella, la política de dominación colonial del s. XIX, como primera síntesis entre
masacre y administración, tuvo su forma más acabada en los campos nazis. El
racismo moderno y la burocracia como forma de racionalidad occidental, nacieron
separadas pero evolucionaron de modo paralelo.
Traverso toma la premisa de Hannah Arendt de vincular el nazismo por un lado y el
racismo y el imperialismo del siglo XIX por el otro. Analiza el imperialismo como
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producto de las metamorfosis del racismo moderno: desde Gobineau, la idea de
jerarquía de las razas humanas y el mestizaje como degeneración y decadencia de
la civilización, hasta escritos contaminados por el darwinismo social, eugenismo y
biología racial. También indisociable del proceso de colonización de Asia y África.
“el Holocausto condensa, volviéndolos inextricables, varios puntos centrales de las
violencias modernas: la relación entre guerra total y depuración étnica, entre colonización
y exterminio, entre totalitarismo y sistema de concentración, entre violencia política y
violencia racial.” (Traverso, 2012:183).
Todo lo anterior es base material y cultural para los grandes cambios de Europa en
la primera mitad del siglo XX. “El siglo XX ha sido la era de las violencias, las
guerras totales, los fascismos, los totalitarismo, los genocidios, pero también la era
de las revoluciones que naufragaron y de las utopías que se desmoronaron.”
(Ìbid.:324).
III.Espacio vital
La noción de espacio vital (Traverso, 2002) es la versión alemana de un lugar común de la
cultura europea imperialista. Tanto con el concepto de “espacio vital” como con el de
“principio de población” postulaban una jerarquía en el derecho de existir que, más tarde,
se transformó en una prerrogativa de las naciones, es decir, de las “razas” dominantes. Se
trata de una fusión del darwinismo social con la geopolítica imperialista: “cualquier pueblo
inferior en contacto con un pueblo superior está condenado a perecer”.
Traverso ve que las guerras coloniales llevadas a cabo por los alemanes en Africa
sudoccidental presentaban ya las características de una campaña de exterminio que
podía anunciar, a pequeña escala, la que Hitler puso en marcha en la URSS en 1941.
“El proyecto nazi (…) preveía la evacuación, por desplazamiento o eliminación, de entre
30 y 40 millones de eslavos y la instalación progresiva en 30 años de 10 millones de
alemanes o población germánica para colonizar los territorios conquistados y reinar a los
eslavos con esclavitud.”(Traverso, 2002:78). Los judíos, considerados cerebros del
movimiento comunista internacional, eran el blanco de la guerra nazi. Esta guerra
cuestionaba principios del derecho internacional por una tendencia expansionista en el
suelo europeo cuando el postulado subyacente era “expansión colonial en el mundo
extraeuropeo”. El judeocidio se concibió y realizo en la guerra total de conquista, racial y
colonial radicalizada al extremo. “En esta guerra de conquista del “espacio vital”, la
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sumisión de los eslavos y la eliminación de los judíos acercaban de manera emblemática
dos figuras negativas de la alteridad, construidas desde hacía al menos dos siglos en el
seno de la cultura europea: el judío y el indígena” (Traverso, 2012:187;188).
Si bien es novedosa la política de exterminio en el corazón de Europa, esto no borra la
filiación entre la expansión nazi y el imperialismo occidental en tanto la utilización de
dispositivos de deportación, medidas de deshumanización, proyectos de exterminio racial,
etc. El expansionismo nazi fue más allá, el imperialismo clásico ocupaba territorios para
saquearlos y conquistar nuevos mercados, extender la civilización; y es para este fin que
debía postular la superioridad racial de los europeos. El exterminio se efectuaba en caso
de “necesidad”. En cambio, el nazismo si bien se inscribía en esta lógica, el propósito
principal era la ampliación con bases biológicas y raciales de la dominación alemana.
Conquistar territorios para germanizarlos. “La prensa militar alemana se encargaba de
divulgar constantemente las finalidades que el mundo nazi atribuía a la guerra contra la
URSS. (….) sin olvidar la aniquilación de los judíos y del bolchevismo, la lucha por el
Lebenstraum (espacio vital) y la defensa de Occidente.(…) la guerra contra Rusia es un
elemento esencial de la lucha por la existencia del pueblo alemán.” (Traverso, 2002:85)
Las antiguas persecuciones religiosas y raciales de la edad media vuelven a instalarse
permitiendo el encuentro de dos figuras paradigmáticas: el judío como “el otro” del mundo
occidental y el “subhombre”, el “otro” del mundo colonizado. El judío, no era visto como un
pueblo retrasado sino como enemigo; los soldados del Tercer Reich eran los “salvadores”
de la civilización europea amenazada por un “mundo político subterráneo” en manos de
los políticos. Por lo que su eliminación sería un combate regenerador, una cruzada de
liberación. La Europa oriental era un espacio vital por colonizar mediante la destrucción de
la URSS y del bolchevismo. Para eliminarlos se requería métodos diferentes, una guerra
total. Levy y Borovinsky ven en el genocidio nazi un clivaje de dos tipos de matanzas
anteriormente existentes pero no conectadas: genocidio racial, colonial y político a la vez.
El genocidio a los otros externos y el genocidio donde los otros a eliminar viven entre
nosotros.
IV. El otro negativo: legitimidad de matar del Estado moderno
La principal legitimidad de matar del Estado moderno: el “otro negativo”, el que hay que
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exterminar, el que genéricamente está en guerra con la mayoría, contra la nación. Todas
las atrocidades del s. XX tienen en común la defensa de lo propio, universal y legítimo,
contra sus enemigos.
En todos los casos se da un ordenamiento ideológico a partir de la idea de voluntad
general. La existencia del interés general por sobre el particular – que se convertirá en
matriz ordenadora de un sin número de tradiciones políticas – se puede expresar a lo
largo de la historia moderna de diversas maneras. Se puede expresar a través de la idea
de patria, de nación, de pueblo, de socialismo y desde la idea de raza. El nazismo logra
articular la idea de raza, expresando una resistencia aristocrática contra la igualación de
burguesías nacionalistas o liberales, con la idea de nación. La nación, que unificaba en
ciudadanía a pobres y ricos, ya no se contradice con la identidad racial. Se articula y se
fortalece en la necesidad de supervivencia y fortaleza de la raza. Se plantea la muerte
estatal legítima como acto de supervivencia. El discurso racial con su potencial
legitimador de aniquilamiento, ayudaba a neutralizar cualquier resistencia a la eliminación
de “otros enemigos” políticos, raciales y político-raciales al interior de Europa. El enemigo
eran las razas minoritarias que ponen en peligro su existencia.
Vemos así el problema de de la legitimidad del poder en la Modernidad: “no es crimen
necesariamente provocar la muerte, solamente cuando no logre configurar ese matar en
el marco de la defensa de un contrato legítimo, de valores legítimos”.
Cabe nombrar en este contexto a Weber y a Foucault: La transformación del juego
de poder era casi total: desde el monopolio de la violencia legitimada en el Estado
como lógica y fundamento del Estado moderno, por ende de la Modernidad, hasta la
des-legitimación o despotenciación en contra de sí mismo (del Estado). “Auschwitz
es también esto: suspensión absoluta de toda mediación, expropiación absoluta del
carácter de sujetos de derecho de los prisioneros, poder político absoluto de vida y
muerte sobre los prisioneros, extracción de plusvalía absoluta sin ningún tipo de
límites” (Levy-Borovisnky, 2008: ).
V. Tanatopolítica
Foucault, M. explica que en el siglo XIX, el poder se hizo cargo de la vida, un poder sobre
el hombre en tanto ser viviente, es decir, una “estatalización de lo biológico”. En la teoría
clásica, el derecho de la vida y muerte era uno de los atributos fundamentales de la
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soberanía. Esto significaba que el soberano tenía el derecho de hacer morir o dejar vivir,
haciendo que la vida y la muerte no sean fenómenos naturales extraños al poder político.
Este derecho sólo se ejerce de forma desequilibrada: siempre del lado de la muerte, el
soberano ejerce su derecho sobre la vida desde el momento en que puede matar.
La biopolítica se instala en la sociedad. En el curso de la segunda mitad del siglo XVIII,
aparece una tecnología no disciplinaria del poder, no suprime a la disciplinaria, sino que
la incorpora, la integra, modificándola parcialmente e instalándose en ella. Se ubica en
otro nivel, en otra escala, en otra área de acción, recurriendo a instrumentos diferentes, y
ya no se aplica al cuerpo, sino a la vida; se apropia del hombre viviente, el hombre
especie, es decir esta es una segunda toma de poder ya no siguiendo el modelo de
individualización sino que procede en el sentido de la masificación. Ya no se efectúa en
dirección al hombre-cuerpo sino hacia el hombre-especie. Ya no es una anátomo-política
del cuerpo humano, sino una bio-política de la especie humana. ¿Cómo se desarrolla un
uso (negativo) de los dispositivos y maquinaria contra la vida propia de los ciudadanos
que debía defender? ¿el camino posible sólo era la tanatopolítica?.
La sucesión de cambios que se dieron en Europa a partir de la Modernidad, como ser
revolución industrial, el aumento de la población urbana, la incorporación de los obreros
al mercado de trabajo, etc., etc., requerían un disciplinamiento. Las transformaciones en
el derecho político del siglo XIX derivan en un derecho contrario al anterior: el poder de
hacer vivir y de dejar morir. Si de lo que se trata es de potenciar la vida, Foucault se
pregunta cómo es posible que un poder pueda matar, cómo deja morir, cómo puede
exponer a la muerte no sólo a sus enemigos sino también a sus ciudadanos. Aquí
interviene el racismo.
VI. ¿Qué es el Racismo?
El racismo es el modo en que, en el ámbito de la vida que el poder tomó bajo su gestión,
se introduce una ruptura de lo que se da entre lo que debe vivir y lo que debe morir. Se
fragmenta el campo de lo biológico que el poder tomó a su cargo. “Con el discurso racista,
la eliminación de la vida de algunos sigue permaneciendo dentro del paradigma de la
“preservación de la vida” del conjunto, como medida sanitaria indeseada, pero inevitable
para garantizar el desarrollo “saludable” de la población.” (Feierstein, 2008:208).
El racismo permitirá que funcione una relación de tipo bélico (“si quieres vivir, el otro debe
morir”) de un modo nuevo y compatible con el ejercicio del biopoder. Establece una
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relación entre mi vida y la muerte del otro que no es de tipo guerrero sino de tipo
biológico. Permite decir: “cuanto las especies inferiores más tiendan a desaparecer,
cuantos más individuos anormales sean eliminados, menos degenerados habrá en la
especie, y más yo –como individuo, como especie- viviré, seré fuerte y vigoroso y podré
proliferar”. La muerte del otro, la muerte de la mala raza, de la raza inferior (o del
degenerado, del anormal) es lo que hará la vida más sana y más pura.
El racismo es la condición de aceptabilidad del matar en la sociedad de normalización, la
función homicida del Estado mismo sólo puede ser asegurada por el racismo.
El nazismo es el desarrollo paroxístico (la exaltación extrema) de los nuevos mecanismos
de poder instaurados a partir del siglo XVIII, ningún Estado fue más disciplinario, ni en
ninguno las regulaciones biológicas fueron reactivadas y administradas de manera más
cerrada y más insistente. El poder disciplinario y el biopoder atravesaron y sostuvieron a
la sociedad nazi.
Racionalidad y tecnología en el genocidio Nazi
El nazismo llevó a su paroxismo el juego entre el derecho soberano de matar y los
mecanismos del biopoder. “una matanza sólo puede alcanzar la dimensión genocida si
planifica racionalmente (con un sentido productivo de la racionalidad) la muerte. Este
desarrollo de una productividad racionalizada conlleva una utilización exhaustiva del
tiempo y del espacio.“ (Feierstein, 2000: 47). El tema de la espacialidad en el caso del
genocidio nazi puede verse tanto desde una mirada supraterritorial, que incluiría el
análisis de los campos de exterminio, campos de concentración, campos de trabajo,
campos de subsidiarios, cárceles y guetos, como de una mirada intraterritorial, donde se
puede analizar el uso del espacio dentro de un campo de exterminio. Aquí es donde
podemos observar la similitud que guardaban con las fábricas, la concatenación en serie,
donde lo que se fabrican eran cadáveres. “la posibilidad de una utilización exhaustiva de
cada centímetro, de cada disposición para los fines del exterminio. La disposición es
absolutamente funcional.” (Íbid.: 51).
Todo el proceso de producción de muerte fue rutinario y sistemático. Para Feierstein lo
que diferenció cualitativamente al genocidio nazi de prácticas genocidas anteriores fue su
carácter sistemático, apoyado tanto en la tecnología como en la racionalidad.
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En sintonía con lo desarrollado anterioremente, leemos en Bauman que el Holocausto
pudo haber sido algo más que una desviación de la senda del progreso, algo más que un
tumor en el cuerpo saludable de la sociedad civilizada; es decir: no fue la antítesis de la
civilización moderna y de todo lo que ésta representa, sino que podría haber sido el rostro
oculto de la sociedad moderna, un rostro distinto del que ya conocemos y admiramos. Y
los dos rostros (civilización y masacre ) conviven cómodamente unidos e inseparables en
el mismo cuerpo. Hilberg (historiador) “La maquinaria de la destrucción era la comunidad
organizada en una de sus funciones especiales” Rubenstein(teólogo): “da testimonio del
progreso de la civilización”.
El Holocausto fue la cúspide del progreso de la civilización en términos de técnicas,
tecnología y de ingeniería social. Todos los elementos, factores y/o dispositivos del
Holocausto, los que lo hicieron posible, fueron “normales” en el sentido de algo ya
conocido. La maquinaria de destrucción no era estructuralmente diferente de la
organizada sociedad alemana en su conjunto, era la comunidad organizada en una
de sus funciones. En la solución final, el potencial industrial y los conocimientos
tecnológicos de los que se jactaba nuestra civilización escalaron nuevas alturas al
enfrentarse con éxito a una tarea de tal magnitud que no tenía precedentes. Algunas
de las posibilidades que hicieron factible el genocidio nazi siguen vigentes: el
capitalismo funcionando, la burocracia, la producción en serie. El imperativo racional
para acatar las normas posibilitaba las acciones más inhumanas: “la muerte fue
tamizada por la racionalidad burocrática indiferenciándose de cualquier otra
actividad.”(Levy-Borovisnky, 2008: ).
El Holocausto forma parte del espectro de posibilidades humanas, y no ha desaparecido
ninguna de las condiciones sociales que hicieron que Auschwitz fuera posible, y no se han
tomado todas las medidas efectiva para evitar que esas posibilidades y principios generen
catástrofes semejantes a la de Auschwitz. “Su singularidad reside, tal vez, en que recién
a partir de Auschwitz logramos comprender que un genocidio es, precisamente, el
desgarro de ese tejido histórico hecho de una solidaridad primaria subyacente a las
relaciones humanas, que permite a los hombres reconocerse como tales, más allá de sus
hostilidades, conflictos y guerras.” (Traverso, 2002:11).
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VII. Genocidios como posibilidad de la Modernidad
Dentro del campo de los estudios sobre genocidio, Feierstein sintetiza algunas de las
múltiples interpretaciones: “Posibilidad o consecuencia inevitable de la modernidad,
expresión de la lucha de clases, modo peculiar de relación social en la fase imperialista
del capitalismo, proyección al continente europeo de los modos de alteridad dominantes
en la lógica colonial, cruzada ideológica contrarrevolucionaria en el marco de una “guerra
total”, rediseño racista del mapa geopolítico europeo, disputa por los modos de
construcción de identidad y alteridad en la modernidad occidental” (Feierstein, 2008:203).
Comprendemos que el genocidio es un modo de aniquilamiento de un grupo de
población como tal. Esta es la concepción más justa de genocidio en tanto que no excluye
a ningún grupo de población como sí lo hace la Convención de prevención de Genocidio
(ONU 1948) al excluir de la prevención al genocidio de grupos políticos. Esta no
politización del delito de genocidio posterior a la segunda Guerra Mundial posibilitó
matanzas que las potencias necesitaron en su lucha contra los movimientos libertarios en
todo el mundo.
Aplicar el mismo término (genocidio) a dos procesos históricos distintos no significa decir
que son lo mismo. Feierstein propone un hilo conductor: la tecnología de poder “negación
del otro” llega a su límite: su desaparición material (sus cuerpos) y simbólica (memoria de
su existencia). Esta desaparición tiene efectos sobre los sobrevivientes: la negación de su
identidad como síntesis de su ser y su hacer (modo peculiar de vivir, como toda
identidad). Por eso el término genocidio aparece a mediados de s. XX: se inicia con las
muertes que produce.
En El genocidio como práctica social (Feierstein, 2008: 111) nos encontramos con
una gran tesis: las prácticas sociales genocidas solucionan algunos problemas que
plantea La Modernidad. En sentido de sistema de poder, refiere a un conjunto de
tecnologías específicas y situadas en el tiempo y en el espacio de destrucción y
reconstrucción de relaciones sociales, pero lo suficientemente amplio como para
tener diversas y aun contradictorias manifestaciones. Diagramas de poder
entendidos en tanto su capacidad de construcción de hegemonía, aquella con la que
estos cuentan, asentados en una lógica común no solo para el control de
poblaciones sino para la propia construcción identitaria de las poblaciones bajo su
control.
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“En el plano del análisis teórico político, se pueden ubicar tres ejes básicos de
contradicciones del sistema de poder de la modernidad en el momento
inmediatamente posterior a su construcción como sistema de poder hegemónico. Y
estos ejes se convierten en contradicciones porque son transformaciones
estructurales del sistema de representación del mundo (y, por tanto, también de sí
mismo) (…) su carácter contradictorio: surgen para resolver un problema
determinado de la nueva tecnología de poder, pero en su proceso de consolidación,
generan un nuevo problema (de carácter distinto, novedoso) para dicha tecnología.
La contradicción se produce en el punto en que el discurso explícito de este sistema
de poder entra en conflicto con sus prácticas históricas concretas. Comienza a
legitimarse políticamente por medio de un análisis de la realidad que, sin embargo,
no practica, lo cual acarrea problemas a nivel de la legitimidad, del consenso y de la
racionalidad del propio sistema” (Feierstein, 2008: 113). Hay entonces tres nudos
de problemáticas, en función del espacio simbólico en el que se presentan: la
cuestión de la igualdad, la de la soberanía y la de la autonomía.
Con respecto a la cuestión de la igualdad, la noción de ciudadano introdujo la
imagen de un otro como “igual” al menos en su aspecto simbólico, (aún cuando no
implicara igualdad en el plano económico). El racismo rápidamente cuestiona el
principio de igualdad. Vale aclarar que si solemos decir que la “desigualdad
biológica” que sintieron los nazis reposaba en el judío, el esquema ideológico de
legitimación incluyó las figuras de gitanos, esclavos, grupos tribales, poblaciones
colonizadas, indígenas americanos, mestizos de toda laya, negros, árabes,
musulmanes, disidentes religiosos cristianos, menesterosos, dementes,
homosexuales, disidentes políticos entre muchos otros grupos. En síntesis, la
eliminación sistemática de un otro desigual.
Con respecto a la soberanía están las regulaciones de las posibilidades de vida:
técnicas de control de la natalidad y la mortalidad, la posibilidad de detención de
fenómenos epidémicos, la construcción de redes sanitarias urbanas. En la
Modernidad se logra prolongar, mejorar y dar calidad de vida a sus ciudadanos, pero
surge un inconveniente: “¿Cómo justificar la necesidad de “provocar la muerte” en
una tecnología de poder cuya base es la administración y garantía de la vida?
¿Cómo instalar la capacidad del Estado para quitar la vida cuando es ésta la que se
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compromete, por definición a garantizar?” (Feierstein, 2012: 118). ¿Cómo atacar
esas vidas en el momento de consolidación y construcción de hegemonía de este
nuevo modelo de soberanía?.
El asesinato y el genocidio empiezan a explicarse como necesidad para la
preservación de la vida del conjunto. Surge también un “otro no normalizado”: un
otro que no es el mismo, que pierde sus derechos soberanos como individuo para
transformarse en peligro para la población y permite su tratamiento como no
humano. Una política hacia estos “otros” convertidos en “parásitos”. La “marca”
distingue a lo “otro” de lo “sano”, hostigamiento, aislamiento, reclusión del otro y
destrucción de sus lazos sociales, el debilitamiento quiebra su resistencia y el
exterminio permite su realización material y simbólica. Todo ha sido para “curar” al
cuerpo social.
Con respecto a la tercera cuestión, la autonomía, la Modernidad se sustentó en un
consenso básico: en el “uso responsable de la razón”. La razón instrumental. Se da
un proceso de secularización y liberación de la razón como corte con la etapa
anterior (medieval) que respondía a una lógica religiosa. El término autonomía
refiere etimológicamente a la capacidad de autodeterminación (auto nomos) “darse a
sí mismo la propia ley”. “significa aceptar que dicha ley es una construcción humana,
a la cual se llega por medio de la razón, del libre arbitrio, del consentimiento”
(Feierstein, 2008:122). La disolución, si bien gradual, de los modelos anteriores,
comienza a liberar distintas formas de autonomía política y social. La contradicción
que se genera en este eje es que “la capacidad de desarrollar una práctica
autónoma está fuertemente vinculada a la capacidad de comprensión del otro como
par” (Íbid.:124) y la autonomía moderna solo puede transformarse en herramienta de
control social traicionándose a sí misma. “La reticulación disciplinaria de la sociedad
resultó la contra cara necesaria del nuevo sistema político basado en la autonomía
de los seres humanos. Sin fragmentación y control permanente de los cuerpos, la
autonomía era capaz de producir los mayores desórdenes en el campo social”
(Íbid.:125). El permanente conflicto nunca resuelto entre democracia y capitalismo
llevó como solución a distintos sistemas dictatoriales.
El racismo había permitido una importante resolución a las dos primeras
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contradicciones (con respecto a la igualdad y a la soberanía), sin embargo, no fue
suficiente para la cuestión de la reciprocidad entre pares.
VIII. Genocidio reorganizador.
El genocidio reorganizador (Feierstein, 2008: 125), en tanto focaliza su práctica simbólica
y material al interior de la sociedad, se distinguirá de otras modalidades genocidas (como
el preestatal, constituyente, colonialista, poscolonialista).
Construido bajo la metáfora justificadora del racismo, esta tecnología de destrucción y
refundación de las relaciones sociales, involucrará mucho más que principios racistas.
Es un modelo de eliminación del otro, pero ya no de un otro pensado como un externo,
sino un otro interno, un otro que es el vecino. Un otro que tiene que ser eliminado en
términos de su peligrosidad y no necesariamente en términos de su inferioridad.
El genocidio reorganizador, al apuntar al interior de la sociedad, se propondrá no tanto la
eliminación de una fuerza social como la eliminación de una “relación social”,
precisamente la de paridad, la relación de un plano de igualdad entre entre los pares,
autónomos de cualquier poder no consensuado y solidarios entre sí. (Feierstein,
2008:126). De este modo el autor explica la identidad común de los conjuntos de víctimas
del nazismo, en tanto que ejercían su autonomía social en diversos planos: cultural,
política, sexual y/o laboral.
Feierstein conceptualiza un modelo de seis fases por las cuales se realizan las prácticas
genocidas: la construcción de la otredad negativa, el hostigamiento, el aislamiento,
políticas de debilitamiento sistemático, el aniquilamiento material y la realización
simbólica. En la etapa de aislamiento el objetivo es “delimitar el espacio (social,
geográfico, político) por el que puede transitar esta fracción diferente y al mismo tiempo,
quebrar los lazos sociales entre la fracción negativizada y el conjunto social. (…)
comienza con la intención de distinguir y delimitar dos campos (el de los iguales y los
distintos).” (Feierstein, 2008:226). En este momento, el otro es constituido como
moralmente invisible. Las dos etapas anteriores pueden encontrarse en otras sociedades
y momentos históricos, pero este tercer momento marca una diferente entre cualquier
sociedad moderna y un genocidio. El aislamiento produce un quiebre de información; la
sociedad civil cada vez sabe menos sobre lo que le pasa al sector negativizado; este
también pierde información. El gueto ha sido la manifestación más acabada de esta
etapa.
15
La articulación de las seis fases cierra un círculo cuyo eje no radica en las víctimas
directas sino en el conjunto social. Esta es la característica fundamental del genocidio
reorganizador.
Algunas formas que encontraron los genocidas para romper el lazo social fue el
mecanismo de delación. Gellatelly descubre que en la enorme mayoría de los casos
fue la delación de un vecino, un familiar, un conocido o un compañero de trabajo. Así
se fue construyendo una lógica de deconstrucción de la confianza en el otro,
generando una forma de relación unidireccional con el poder. “la reciprocidad queda
de este modo totalmente quebrada. El par pasa a ser el enemigo y el poder
institucional el aliado” (Feierstein, 2008:133). El autor sostiene que esta lógica se
reproduce como mecanismo de destrucción de relaciones sociales ya sin la
existencia del aparato genocida en acción. Se configura una relación individualizante
con el poder y se pierde la capacidad de pensar en el otro como un par recíproco,
trasladándose a todos los demás ámbitos de la práctica social.
Feierstein sostiene que con la hegemonía del mercado, el concepto de autonomía
comienza a ser entendido ya no como un “darse a sí mismo la propia ley” sino como una
realización incondicional del propio deseo. La autonomía pasa a ser la liberación de mis
obligaciones con dispares. Donde el deseo es finalmente el deseo de consumir. En
términos políticos se pasó del darse a sí mismo la propia ley a que cada uno crea su
propia ley. (Feierstein, 2008:137) De este modo ve una multiplicidad de fragmentos que
se reclaman autónomos y que niegan cualquier intento de articulación social ante el riesgo
de perder cualquier tipo de autonomía. Esta es vista como la defensa de lo propio:
defensa de mi verdad; defensa de mi identidad. Así aparecen nuevos grupos sociales
(cada vez más pequeños, más puntuales, más corporativos ) que expresan la
imposibilidad de identificación con un carácter más general.
A la luz de este desarrollo comprendemos que las prácticas genocidas funcionan como
un modelo de reconfiguración de las relaciones sociales con eje en la destrucción de las
relaciones de igualdad, autonomía y reciprocidad entre los seres humanos.
El genocidio aparece como una práctica racional con efectos sociales y políticos que
exceden a la materialidad de la eliminación de masas y que se corresponden con los
16
dispositivos de la Modernidad.
El concepto de Genocidio reorganizador y el análisis desarrollado nos permite conectar la
experiencia del Holocausto con nuestro presente: “Sin saber quiénes fueron las víctimas y
por qué fueron aniquiladas, difícilmente sepamos quienes somos nosotros y por qué
vivimos como vivimos” (Feierstein, 2012:250).
No podemos dejar de ver el Holocausto como el capitalismo funcionando. “La maquinaria
de la destrucción era la comunidad organizada en una de sus funciones especiales”. La
función homicida del Estado mismo sólo puede ser asegurada por el racismo. Pero, como
muestra Feierstein, el racismo es sólo una parte, una metáfora justificadora para alterar y
reconfigurar las relaciones sociales a largo plazo. El fin de las prácticas sociales
genocidas no se termina en la realización material (desaparición de los cuerpos) sino que
tiene efectos sobre la configuración de la sociedad en su conjunto. El genocidio
reorganizador, al apuntar al interior de la sociedad, se propondrá la eliminación de una
“relación social”, de un plano de igualdad de los individuos. “la destrucción de relaciones
sociales que opera en una práctica social genocida produce, cuanto menos en las
generaciones contemporáneas al mismo (aunque también en gran parte de los miembros
de las siguientes), una notoria disminución de las posibilidades de evaluación moral, una
indistinción entre el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto, lo justo y lo injusto, lo legítimo
y lo ilegítimo. Y eso implica una tecnología de poder sin antecedentes, porque es tan o
más importante lo que construye que lo que destruye. (Feierstein, 2012:249).
A raíz de este desarrollo, nos planteamos analizar las posibilidades de autonomía y
reciprocidad como formas de lazo social en la sociedad actual. Desarrollaremos las
características de la sociedad conexionista e introduciremos el concepto de otro
interconectado. “la conexión y desconexión con los otros son parte de nuestra
constitución como sujetos individuales y colectivos. Por tanto, el espacio inter es
decisivo” (Canclini, 2004:26). Tomaremos diferentes estudios sobre interculturalidad
para analizar la construcción de alteridad en la sociedad conexionista. “una tercera
línea es la que habla de la cultura como una instancia de conformación del consenso
y la hegemonía, o sea de la configuración de la cultura política, y también de la
legitimidad. La cultura es la escena que adquieren sentido los cambios, la
administración del poder y la lucha contra el poder. Los recursos simbólicos y sus
diversos modos de organización tienen que ver con los modos de autorepresentarse
17
y de representar a los otros en relaciones de diferencia y desigualdad, o sea
nombrado o desconociendo, valorizando o descalificante,”(Canclini, 2004:38).
Transcurrido más de medio siglo desde la experiencia del Holocausto, las
condiciones en las cuales vivimos el siglo XXI nos presentan alternativas. Hay
autores que ven el presente como una posibilidad donde encontrar formas más
creativas y solidarias de lo social y otros que no ven más que residuos de La
modernidad, fragmentos, desconexión, desigualdad. Desde ambos lados creemos
que ni los genocidios ni las dictaduras militares en la forma que los vimos se vayan a
generar nuevamente, pero sí hay fases que conforman el proceso de tales prácticas
que se siguen reproduciendo, como la construcción negativizante del otro o el
aislamiento. Por otro lado, hoy nos encontramos ante identidades menos
delineadas. Las identidades son cada vez más difíciles de etiquetar, o marcar y las
diferencias no tan fáciles de distinguir en polos antagónicos. “James Clifford, que
también utiliza la metáfora del collage, sostiene que en una época en la que los
individuos y los grupos no reproducen tradiciones continuas sino que improvisan
realizaciones locales a partir de pasados (re)coleccionados, recurriendo a medios,
símbolos y lenguajes extranjeros (1995:30), la identidad es coyuntural, no esencial”
(ìbid.:26)”. (Canclini, 2004:90). “la globalización en tanto intensificación de las
dependencias recíprocas entre todas las sociedades modifica los modos anteriores
de configurar sujetos, las interacciones entre individuo y sociedad. (…) las
identidades de los sujetos se forman ahora en procesos interétnicos e
internacionales,.(...) Más mestizajes étnicos y sincretismos religiosos que en
cualquier época, nuevas formas de hibridación entre lo tradicional y lo moderno, lo
culto y lo popular, entre músicas e imágenes de culturas alejadas, nos vuelven a
todos sujetos interculturales. La tarea de ser sujeto se presenta más libre, sin las
restricciones que imponía antes la fidelidad a una sola etnia o nación.”(Canclini,
2004:161, 162).
Decimos también que al referirnos a la sociedad conexionista suponemos estamos
excluyendo al porcentaje que corresponda a los desconectados.
Segunda Parte
Un otro interconectado.
18
IX. Interaccion, desterritorialización, alteridad
Un conjunto de transformaciones económicas, comunicativas y culturales que se
producen en el fin del siglo XX da como resultado “una emergencia de nuevos sujetos,
una alteración en la configuración de las instituciones y un cambio marcado en los
entornos habituales de interacción. (…) ese mundo en transformación va superando las
limitaciones de las fronteras nacionales, geográficas, de mera localización para dar lugar
a un otro crecientemente interconectado. (…) en el nivel de los sujetos interconectados
entre sí, choques que generan innovaciones, cooperación, iniciativas compartidas”
(Urresti, prólogo a Mundo Extenso, 2012:11).
Nos vamos a referir a la sociedad actual como la sociedad conexionista, caracterizada por
la aparición de un otro interconectado. El espacio que abre internet o la web 2.0. y las
herramientas digitales se tornan facilitadores de vínculos e interacciones dónde las formas
que surgen son las que los propios usuarios aprueban o desaprueban. “Cuando cambia el
entorno de la comunicación, cambian las relaciones de poder” (Castells:2010). Lo
espacial 2.0. nos lleva a pensar que hemos transformado también la forma de compartir la
o las experiencia/s; en un ir y venir constante, se van renovando los debates en formato
blog y agitando causas en sitios colectivos o de instituciones alternativas. Así surge un
sujeto colectivo que se autogestiona. La autonomía como relación social entre pares se
torna posibilidad de la sociedad conexionista: “la interacción, la desterritorialización y la
alteridad son partes inalienables de una subjetividad emergente que tiene en la
cibercultura y la interacción de la sociedad red, las bases de un nuevo estatuto
existencial. En la sociedad conexionista, cada uno pasa a formar parte de una inteligencia
colectiva que lo excede en sus modos, alcance y dinámica (…) aquello que, puesto a
consideración en la gran asamblea, obtiene consenso. De aquello que es reconocido
como un bien común.”(Peirone, 2012:213).
La cultura web amplia los horizontes en los que se relacionaba el sujeto moderno.
Peirone retoma algunos aportes de El reencantamiento del mundo y puntualiza algunos
rasgos de las nuevas prácticas sociales y políticas: “se vive más, la experiencia es
pensamiento; el presente se ensancha (…);alejamiento de los antagonismos y supresión
de la categoría “enemigo” como referencia de las propias acciones; el mundo se vuelve
mundos convergentes y complementarios, no excluyentes.”( ).
19
X. Sociedad conexionista
Peirone F. sostiene que ya no hay una equivalencia entre las vivencias cotidianas y el
modo en que se las denomina, pero hay diversos intentos: ““Sociedad red” (Castells, M. )
en el contexto de la era de la información; o la “sociedad digital” en la era digital (Lévy,
P. ). También nos encontramos con denominaciones como “sociedad de la información”,
“infocapitalismo”, “era de la conexión” o “sociedad del conocimiento”. Sin embargo hay
una denominación adoptada por los sociólogos Luc Bolstanski y Eve Chiapell con la
intención de designar con una sola palabra algunas características de los que ellos
denominan “el nuevo espíritu del capitalismo”. Nos referimos al término conexionismo,
tomado de la aproximación que realizaron las ciencias cognitivas entre la informática y la
biología cerebral. Estos modelos de inteligencia distribuida de forma “conexionista” (…)
Bolstanski y Chiapello hablan de “mundo conexionista” (Monde connexionniste) y lo
utilizan para explicar las relaciones humanas en el contexto de un mundo reticular y
flexible (con una fuerte impronta rizomática) donde los seres se transforman
permanentemente.” (Peirone, 2012: 52).
El autor rastrea los primeros usos del término pero le da mayor importancia al momento
del surgimiento de una nueva teoría de la mente en 1986 llamada conexionismo, donde
algunos autores la llaman neoconexionismo para diferenciarla de acepciones anteriores.
“En el conexionismo, la mente procesa o computa información de manera no dinámica, no
lineal y de múltiples dimensiones a partir de vectores de activación eventuales (…) tienen
la capacidad de producir la emergencia de propiedades globales inesperadas, de
patrones de autoorganización que no estaban previstos. A partir de este punto decimos
que el conexionismo excede los fenómenos mentales y sus trasposiciones metafóricas
para extenderse a fenómenos sociales más amplios, de época. (…) Nunca como hoy el
mundo tuvo la posibilidad de ser pensado como una res-pública. La extensión de este
carácter público es lo que termina otorgándole rango de referencia de época. ” (Peirone,
2012:53).
Resaltamos entonces la emergencia de un colectivo con patrones de autoorganización,
como característico de la sociedad conexionista, y la extensión del carácter público.
La autodeterminación se hace posible y visible en el nuevo contexto social. “La autonomía
no es simplemente una acción; también requiere una relación en la que una parte acepte
que no puede comprender algo de la otra. La aceptación de que hay cosas del otro que
uno no puede comprender da al mismo tiempo permanencia e igualdad en la relación. La
20
autonomía supone conexión y a la vez alteridad, intimidad y anonimato.”(Sennet,
2003:183.)
Peirone propone cuatro puntos para caracterizar a esta sociedad: 1) referencia a un
nuevo modelo organizacional; 2) un procedimiento social descentrado, no jerárquico y por
su extensión y versatilidad, global; 3) una nueva representación de lo espacial (dis-locada)
4) un proceso de socialización divergente.
Nuevas tecnologías, social antes que tecnológico.
Este nuevo reacomodamiento de lo social tiene su correlato en las nuevas tecnologías,
que son definidas por el autor del siguiente modo: “1)Cuando hablamos de nuevas
tecnologías, nos referimos social antes que tecnológico o científico como habitualmente
se pretende referenciar a las mutaciones de nuestra época. 2) Los cambios de época no
tienen que ver con un soporte digital. Su comienzo se remonta a : a) soportes y
dispositivos analógicos anteriores a la era digital; b) los hábitos y los comportamientos
que más tarde se verían reflejados en las plataformas digitales. “ (Peirone, 2012: 75)
En términos globales hay una subjetividad mutante. “una verdadera heterogénesis
maquínica es la plataforma donde se des/compone una lógica relacional que
trasciende lo virtual para desagregarse en una nueva representación. El conjunto de
la técnica terminó generando modelos de funcionamiento que exceden al
ciberespacio para ingresar en el campo de los social, político y económico. “El rápido
desarrollo de las nuevas tecnologías ha logrado ingresar a nuevos actores en la
escena pública y una nueva lógica relacional. (…) la cibercultura ha introducido una
metamorfosis que trasciende el ámbito individual, habilitando accesos colectivos
inesperados, transformando los vínculos interindividuales y ampliando el universo
cultural en el que se desplegaba el sujeto moderno.” (Peirone, 2012: 73)
En esta transformación de la política global, la tecnología pasa a ser instrumento del
hombre, herramienta de socialidad. “La sociedad del conocimiento incluye formas de
comprensión y comunicación informatizadas, y también ensayos alternativos de
actividad política presencial, neocomunitaria, y aun usos heterodoxos de las
tecnologías de punta-Internet, teléfonos celulares, banco de datos-para promover
formas de sociabilidad y organización ajenas a la alianza tecnologías-información-
mercados. ”(Garcia Canclini, 2004:193). Maffesoli, M., resalta que “la socialidad
21
(incluso conflictual) es lo que atempora el poder. Frente a un totalitarismo unificador
que trasgrede las reglas de equilibrio de todo conjunto social, la socialidad juega un
rol regulador casi inconsciente: lo permite el “hecho de estar juntos”” ( 2012: )
La sociedad conexionista ha ampliado las bases de la interacción y encontrado
espacios donde jugar como sujeto colectivo. Nos referimos al espacio reconquistado
como ciberespacio y a la ciberculta 2.0.
XI. Revolución espacial
“ Cada vez que mediante un nuevo impulso de ellas son incorporadas nuevas tierras y
mares al ámbito visual de la conciencia colectiva de los hombres, se transforman también
los espacios de su existencia histórica. (…) el ensanchamiento puede ser tan grande, tan
sorprendente que cambien no sólo las proporciones y medidas, no únicamente el
horizonte externo del hombre, sino también la estructura del concepto mismo de espacio.
Se puede hablar entonces de una revolución espacial. Las grandes transformaciones
históricas suelen ir acompañadas, en verdad, de una mutación de la imágen del espacio.
”( Schmitt, 2007: 49).
En el marco de las transformaciones tecnológicas a las que asistimos actualmente cabe la
la posibilidad de habitar el espacio respondiendo a una lógica distinta a la productividad
racionalizada.
En el Nuevo nomos de la tierra, Carl Schmitt decía: “el Nomos: nomos significa,
primero, tomar o coger algo; después, significa también el reparto y la división de lo
que se ha tomado; por último, expresa la explotación y la utilización de lo que se ha
adquirido mediante el reparto, es decir, la producción y el consumo. Coger, repartir y
aprovechar son todos ellos procesos elementales de la historia de la humanidad,
tres actos de un drama primordial. (...) Siempre ha habido un nomos de la Tierra. En
todos los tiempos, la Tierra ha sido tomada, repartida y explotada por los hombres.
Pero antes de la era de los grandes descubrimientos, es decir hasta el siglo XVI de
nuestra era, los hombres no tenían ninguna concepción global del Astro sobre el cual
vivían. Su mundo era puramente terrestre. (…) Cada pueblo poderoso se
consideraba a sí mismo como el centro del mundo, y a su esfera de dominación,
como la casa de la paz, fuera de la cual reinaban la guerra, la barbarie y el caos.
Eso significaba en la práctica que estos pueblos podían conquistar y pillar con la
22
mejor conciencia hasta que se encontraran con una frontera. Entonces construían
una fortificación, un limes, una Muralla china, o bien situaban en las columnas de
Hércules o en el océano el límite del mundo. La única "tierra habitada" —la
oekumene, en griego— era su propio imperio. Tal era el nomos de la Tierra en el
primer estadio, cuando los hombres aún no tenían ninguna concepción global de su
planeta y cuando los grandes océanos mundiales del poder humano todavía no eran
accesibles.“
Pensar lo espacial a partir de Carl Schmitt nos renueva algunas categorías. En Tierra y
Mar, C. Schmitt se pregunta: ¿qué es una revolución espacial? :“el hombre tiene una
determinada consciencia del “espacio” , sujeta a grandes cambios históricos. A la
diversidad de formas de vida corresponden otros tantos espacios diversos. Incluso dentro
de una misma época, en la práctica de la vida diaria, el medio ambiente en que se
desenvuelve cada individuo está ya determinado en forma diversa, según la profesión que
ejerce. El habitante de una gran ciudad ve el mundo muy diferente que un campesino. El
cazador de ballena tiene otro “espacio vital” que el cantante de ópera; para un aviador el
mundo y la vida se manifiestan no sólo bajo otra luz, sino que también con diferentes
proporciones, profundidades y horizontes. Mayores y más hondas son las diferencias
entre imágenes del espacio cuando se trata de diferentes pueblos y de diferentes épocas
de la historia humana. “( Schmitt, 2007: 38)
Introducimos estos párrafos de C. Schmitt para darle un lugar importante a la cuestión del
espacio que abrimos a través de la red de internet, no sólo como facilitador de
información, sino como medio de socialización. Traducimos los cambios de organización
social a nuevos modos de ocupar el espacio. En las transformaciones que venimos
describiendo nos encontramos ante límites cada vez menos claros. Las fronteras
nacionales ya no funcionan para generar el culto a la patria como se vivenció en épocas
anteriores, hoy no hay una cultura tan distinta de otra cultura recreada en el mismo
contexto de globalización. “Los Estados y las legislaciones nacionales, las políticas
educativas y de comunicación que ordenaban la coexistencia de grupos en territorios
acotados son insuficientes ante la expansión de mezclas interculturales” (Canclini,
2004:14). “las naciones tenían culturas más o menos autocontenidas, con ejes ideológicos
definidos y perseverantes, que regían la mayor parte de la organización económica y las
costumbres cotidianas. Se creía saber qué significaba ser francés, ruso o mexicano. (…)
23
pero en su mayor parte provenían de una región oriental u occidental a la que se
pertenecía y eran procesados en una matriz nacional de significados”. (íbid.:16). La
sociedad actual vio caer el Muro que mantenía al mundo en sus polos oriental/occidental y
mantenía su significación en torno a esta matriz bipolar. En todos los planos se va
tornando dificultoso distinguir el ser A del ser no A. Todos estamos enfrentándonos a una
interculturalidad de pocos límites, donde el deber ser se torna flexible. “Una época e
incluso de una metafísica donde el ser se asocia con el movimiento, la discontinuidad y
donde el diálogo y la interpretación son las categorías esenciales para un “nuevo modo de
ser (quizás, al fin) humano. (Vattimo, 1990: )
La revolución del espacio se abre con el ciberespacio: “El nervio del ciberespacio no es el
consumo de informaciones o de servicios interactivos, sino la participación en un proceso
social de inteligencia colectiva. Al asimilar el ciberespacio a una infraestructura, se
recubre un movimiento social por un programa industrial. Movimiento social, en efecto,
pues el crecimiento de la comunidad digital interactiva no ha sido decidido por ninguna
multinacional, por ningún gobierno (…) la extensión del ciberespacio reposa ampliamente
sobre el trabajo benévolo de miles de personas que pertenecen a centenares de
instituciones diferentes y a decenas de países, con una base funcionamiento cooperativo.
(...)El intercambio abierto, libre y gratuito que acordaron aquellos primeros hackers, regido
por un ethos que los dinamizó en forma exponencial, inficionó el ciberespacio y el mundo”
(Peirone, 2012:200;201).
Resumimos algunos cambios principales: el nacimiento de una comunidad digital, trabajo
cooperativo entre las partes funcionando como actor colectivo, organización no jerárquica,
extensión del espacio público y ampliación de los espacios de interacción social.
Podríamos hablar de un “nuevo espacio vital” de conquista cultural, donde vital no
significa supervivencia de una comunidad en detrenimiento de otra, un espacio que no
pretende ser dominado por una nación, sino que “participamos de un proceso de
reconfiguración social que ya no puede ser definido por las relaciones de fuerza
tradicionales, sino por una estructura social en red en la que cada ciudadano del mundo
se encuentra en situación de intervenir. Un campo de injerencia politica socio-tecnico-
cultural de dimensiones inéditas, producido por la transformación efectiva de las
condiciones de vida de la sociedad. Eso es la socialización divergente: un constructo
social que interpela lo dado y abre el juego a una nueva ciudadanía (...).” (Peirone, 2012:
24
211).
XII. Nueva ciudadanía
el uso del término de sociedad conexionista ya nos permite establecer una fisura
con cierta terminología más propia de mediados del siglo XX. No es sólo la
terminología lo que cambio, junto con la técnica y la maquinaria, sino también los
modos de socialización, el medio y el uso del espacio. La modernidad y el
capitalismo montaron sus dispositivos de saber-poder y soportaron fuertes
vendavales. ¿Podría ahora ser diferente?
“En la actualidad (…) se fundan el ser y el parecer; pertenencia temporal acotada a
coincidencias coyunturales; rechazo a la rigidez ontológica; identidad cambiante y
heterónomica; ser y saber-vivir, en lugar del deber ser; ambigüedad y diversidad;
flexibilidad en la apreciación del bien y del mal; (…) superación de la lógica
discursiva; alegre inmoralismo en lugar de imperativo categórico; conciliación antes
que dominación; dinámico y abierto en lugar de estático y cerrado; (…)
correspondencia holística. “ (Peirone, 2012:253). En el mismo sentido, el autor va
marcando algunas diferencias de las formas del pensamiento moderno con formas
del pensamiento actual, por ejemplo: universal-diversal; paranoico-confiado;
búsqueda de dominio-búsqueda de consensos coyuntuales; orden hegemónico-
orden asambleario; individualismo-socialización; deber ser-querer vivir;
territorialidad-desterritorialidad; revoluciones-mutaciones; progresar-devenir etc.
Peirone sostiene que han ingresados nuevos actores en la escena pública y las
formas del pensamiento actual expresan otro modo de estar en el mundo. Una
verdadera mutación de las relaciones sociales. Se pregunta inclusive si pueden ser
los juegos on-line y las redes sociales una virtualización de la vida pública. Los
propios usuarios se generan espacios donde interactuar resulta horizontal y plural,
expandiendo el espacio de lo público.
Peirone también ve una Cultura Libre, ya que los vínculos y la información son más
gratuitos y no responden a una multinacional ni a un gobierno. “La sociedad de la
información y el nuevo contexto digital han supuesto una revolución en la forma de
25
crear conocimiento y cultura, y sobre todo en la forma de acceder a ellos.
Ciudadanos/as, artistas y consumidores han dejado de ser pasivos y aislados/as
frente a la industria de producción y distribución de contenidos. (…) la tecnología
como puente permite que las ideas y el conocimientos fluyan; acabando así con
muchas barreras geográficas y tecnologías que impedían compartir; (…) esta
revolución es comparable a la que provocó la imprenta” (Peirone:2012: 216).
Peirone analiza el término de Cultura Libre como la “expresión social de un colectivo
que devino en un movimiento tan extenso como inabarcable, con expresiones e
injerencias políticas insospechadas” (Íbid.:216). ·La idea misma de sujeto y su
institucionalidad se encuentra en plena reformulación.
“la “casa” (domus) ya no se reduce a las cuatro paredes donde se acota lo
doméstico, sino que se ha abierto al mundo, como el gran hogar al que cada uno
está indisolublemente ligado. Se trata de una interacción por irradiaciones y
contaminaciones sucesivas. (…) una forma comunitaria en la que todos y cada uno
ya no buscamos nuestra singularidad, ya no afirmamos nuestra especificidad, sino
que nos empeñamos, concretamente, en no hacer más que uno con el objeto que
nos pertenece o al cual pertenecemos”(Peirone, 2012: 258). Más allá de los grandes
discursos religiosos, políticos, ideológicos, etc. “La cultura digital designa la cultura
propia de aquellas sociedades en las que las tecnologías digitales configuran
decisivamente las formas dominantes de información , comunicación y conocimiento,
como de investigación, producción, organización y administración. Una idea de
cultura que no se reduce a los componentes de carácter simbólico
(representaciones, ideas, interpretaciones y valores) sino que integra como factor
fundamental las técnicas, los artefactos y los entornos materiales. La cibercultura se
desarrolla conjuntamente con el crecimiento del ciberespacio” (Peirone, 2012:212)
Interculturalidad
“De un mundo multicultural pasamos a uno intercultural globalizado. Bajo concepciones
multiculturales se admite la diversidad de culturas, subrayando sus diferencias y
proponiendo políticas relativistas al respecto que en general refuerzan su segregación. En
cambio, interculturalidad remite a la confrontación y al entrelazamiento, a lo que sucede
26
cuando los grupos entran en relaciones e intercambios. Ambos términos implican dos
modos de producción de lo social.” (Canclini, 2004: 14,15).
“interculturalidad no significa que haya culturas homogéneas en contacto; antes
bien, permite revelar las intersecciones múltiples entre configuraciones culturales. El
concepto de interculturalidad es útil porque no presupone ni una teología ni un
modelo de vinculación entre los grupos. Pero también porque no presupone
ahistóricamente a los grupos, al reconocer que estos se constituyen como tales en
procesos reales de interacción con otros” (Grimson, 2011:191).
Alejandro Grimson también encuentra riesgoso el modo de ver la cultura y las
identidades por fuera de los mecanismos que siguen funcionando a través de los
Estados nacionales, ya que los intereses, acciones e identificaciones de los actores
locales encuentran diversas articulaciones y conflictos con los planes y la
penetración del Estado nacional. “en los años del cambio de siglo varios etnógrafos
encontrábamos potencialmente productivo avanzar en el estudio del problema
“fronteras” porque lo considerábamos constitutivo del problema “identidades”. (…) ir
a la fronteras para mostrar la contingencia y la historicidad del límite no implicaba
enfatizar exclusivamente su porosidad y sus cruces sino también las luchas de
poder, los estigmas persistentes y las nuevas formas de nacionalismo.”(Grimson,
2011: 112,113). Sostiene que las fronteras que más se confunden en los debates
actuales son las fronteras culturales y las fronteras identitarias;” las fronteras de
significados y las fronteras de sentimientos de pertenencia”.(Íbid.:113). Sostiene que
el Estado “continúa desempeñando un papel dominante como árbitro del control, la
violencia, el orden y la organización para aquellos cuyas identificaciones están
siendo transformadas por las fuerzas globales. Es riesgoso subestimar el papel del
Estado en la vida cotidiana de los ciudadanos e incluso en la de los ciudadanos de
los otros países”(Íbid.:114).
Síntesis segunda parte:
27
XIII. Reflexiones finales
Para Canclini, esta interculturalidad globalizada no suprimió los modos clásicos con
que nación arreglaba sus diferencias. “pero los puso a interactuar y volvió la
confrontación insoslayable. (…) pero cuando la globalización es la convivencia cerca
de muchos modos de vida sin instrumentos conceptuales y políticos que propicien su
coexistencia, conduce al fundamentalismo y la exclusión, acentúa el racismo y
multiplica los riesgos de “limpiezas” étnicas o nacionales.” (Canclini, 204:108).
En el terreno de lo transpolítico, los instrumentos tradicionales de lo político no
tienen efecto. En el marco de la comunidad, de sus producciones “culturales” y sus
contraseñas, existencia.
28
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