modelos de la mente_ jhon gedo y arnold goldberg

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    La metapsicología ha sido definida como una 

    serie de conceptos abstractos que se encuen-tra entre la teoría clínica construida inducti-

     vamente y los supuestos filosóficos en que 

    descansa toda la ciencia. Más que su verdad o validez, importa su utilidad y su coheren-cia interna. Si los nuevos hallazgos empíri-cos no encuentran cabida dentro de la meta psicología vigente, debe revisársela.En el curso de su vida, Freud desarrolló una

     

    serie de conceptualizaciones del funciona-miento psíquico y creó diversos «modelos de

     

    la mente», pasando de uno a otro cada vez 

    que los esquemas previos no lograban expli-

    car los nuevos datos observados en el aná-lisis. La primitiva concepción del «arco re-flejo» que privaba en sus escritos iniciales (y  que aplicó luego en su análisis del «Hombre

     

    de los Lobos») fue sucedida —pero no su-plantada— por el modelo tópico de La inter-pretación de los sueños  y por el modelo es-tructural o tripartito de El yo y el ello.  Al

     

    proponer estos nuevos modelos, no era su in-tención dejar de lado los antiguos; más bien

     

    presumía correctamente que para cada con- junto de datos hay un particular marco de

     

    referencia que los explica con mayor clari-dad. A medida que aumentaba su compren-sión de la actividad anímica, Freud revisó sus teorías, abandonando algunas (y volvien-

    do a otras), pero nunca anunció expresamen-te una modificación radical en sus modelos o especificó sus nuevas hipótesis. El resulta-do fue el desorden; en sus obras, «lo antiguo

     

     y abandonado se mezcla con lo nuevo, que en ciertos lugares está sólo implícito», dice

     

    Grinker.Esto hizo que en los últimos tiempos arre-ciaran las críticas de los estudiosos dentro y 

     

    fuera del campo del psicoanálisis. En espe-cial, el empeño de los científicos de la con-ducta por entenderlo se veía frustrado de-bido a esa incoherencia: la estructura interna de la totalidad era difícil de captar, no se veía el motivo de la falta de hipótesis espe

     

    cíficas o de datos empíricos (que Freud dejó 

    de ofrecer a partir de 1920). Cuando el ho 

    ( Continúa en la segunda solapa.)

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    Modelos de la mente

    John Gedo y Arnold Goldberg

     Amorrortu editores Unenos Aires

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    Director de la biblioteca de psicología, Jorge Colapinto 

    Models of the Mind. A Psycboanalytic Theory,  John E. 

    Gedo y Arnold Goldberg 

    ©  The University of Chicago, 1973 

    Traducción, Leandro Wolfson

    Unica edición en castellano autorizada por The University  

    of Chicago, Chicago, y debidamente protegida en todos los 

    países. Queda hecho el depósito que previene la ley n° 

    11.723. ©  Todos los derechos de la edición castellana re-servados por Amorrortu editores S. A., Icalma 2001, Bue-nos Aires.

    La reproducción total o parcial de este libro en forma idén-

    tica o modificada por cualquier medio mecánico o electró-nico, incluyendo fotocopia, grabación o cualquier sistema

     

    de almacenamiento y recuperación de información, no au-torizada por los editores, viola derechos reservados. Cual-quier utilización debe ser previamente solicitada.

    Industria argentina. Made in Argentina.

    ISBN 8461040589

    Impreso en los Talleres Gráficos Didot S. A., Icalma 2001, 

    Buenos Aires, en octubre de 1980.

    Tirada de esta edición: 3.000 ejemplares.

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    Indice general

    1 Advertencia del traductor  

    3 Palabras preliminares, Roy R. Grinker  

    7 Reconocimientos

    9 Primera parte. Introducción y revisión 

    histórica

    11 1. El problema: la actual teoría clínica en psicoaná-lisis

    28 2. La teoría clínica de Freud en 1900: el modelotópico

    38 3. La teoría clínica de Freud en 1923: el modelo tri-partito

    51 4. Conceptualización freudiana de la psique no estruc-turada: el modelo del arco reflejo

    58 5. Sobre el fragmento no formulado de la teoría psicoanalítica: la incipiente psicología del self 

    75 Segunda parte. El modelo jerárquico

    77 6. Líneas de desarrollo en interacción103 7. Jerarquía de las modalidades de funcionamiento

    psíquico112 8. Demostración del uso clínico del modelo jerár-

    quico125 9. Aplicaciones del modelo jerárquico135 10. Otras aplicaciones del modelo jerárquico

    151 Tercera parte. Conclusiones y consecuencias

    153 11. Una nosología psicoanalítica y sus consecuenciasterapéuticas

    168 12. Conclusiones y consecuencias para la teoría psi-coanalítica

    176 Bibliografía

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     Advertencia del traductor 

    La traducción de este libro de Gedo y Goldberg fue simul-tánea a la preparación, por parte de Amorrortu editores, de una nueva versión castellana de las Obras completas de Sigmund Freud, en la que me tocó participar como traduc-tor de las notas y comentarios de James Strachey. En esa

     

    nueva versión de las obras de Freud se adoptaron algunas modificaciones terminológicas respecto del vocabulario psi coanalítico en uso en los países de habla hispana. Aquí he querido atenerme a esas modificaciones. Algunos de los cam-bios más importantes son los siguientes:

    T raducción anterior 

    recusación, rene-gación

    condena, repudio 

    prueba de reali-

    dadcarga, catexia 

    escena primaria 

    disolución del complejo de Edipo

    Traducciónactual

    desmentida

    desestimación 

    examen de reali-

    dadinvestidura 

    escena primordial 

    sepultamiento del complejo de Edipo

    Términoinglés

    disavowal

    repudiation

    reality-testing

    cathexis 

    primal scene 

    dissolution (re so- lution) of the Oedipus com- plex 

    Consideración especial merece el término alemán «Trieb», anteriormente traducido al castellano como «instinto» y pa-ra el cual ahora se propone «pulsión» (siguiendo en esto la terminología francesa). También en inglés, como señala Grinker en las «Palabras preliminares» (pág. 4), en la actualidad se tiende a remplazar «instinct»  por «drive»; empero, en el presente libro ambas formas aparecen usadas indistintamente. Hemos traducido «pulsión» en todos los

     

    casos en que se hacía clara referencia al concepto freudiano expresado por «Trieb».

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    Palabras preliminares

    Roy R. Grinker 

    Considero un honor que se me haya invitado a escribir  unas palabras preliminares para esta obra erudita y defini-tiva, sobre todo porque hace mucho tiempo que se preci-saba una conceptualización sistemática de la teoría psico analítica. Sigmund Freud creó, por sí solo, las teorías y mé-

    todos básicos del psicoanálisis durante un período de cua-tro décadas. A lo largo de su vida, a medida que aumen-taba su comprensión de la actividad mental, abandonó mu-chas de sus teorías, revisó y volvió a otras; pero en ningún momento expresó públicamente su rechazo de conceptos pre-

     vios, anunció un cambio en las teorías o modelos, o espe-cificó sus hipótesis. «Lo antiguo y abandonado se mezcla con lo nuevo, que en ciertos lugares está sólo implícito» 

    (Grinker, 1968). El resultado de esto fue el caos. Se es-cribieron incontables artículos sobre teorías parciales y su aplicación, con permanente confusión semántica.Los seguidores de Freud en los institutos de formación psi coanalítica por lo general enseñaron el desarrollo histórico de las teorías, no la manera en que estas se integraban en-tre sí. De tal modo, menoscabaron su utilidad y perpetua-ron el llamado psicoanálisis clásico, cuya fragmentación no podía ocultarse con citas de Freud ni el uso de un vocabu-lario sumamente especializado.Como consecuencia, en las dos últimas décadas arreciaron las críticas de los estudiosos de dentro y fuera del campo del psicoanálisis. Estas críticas fueron repudiadas, atribu-

     yendo «resistencia» y falta de comprensión a los científicos de la conducta, cuyos serios empeños por entender el psi-coanálisis eran frustrados debido a la propia incoherencia que ellos criticaban. Estos científicos no podían captar la 

    estructura interna de esa totalidad o su relación con paráme-tros externos, ni entendían la falta de hipótesis específicas y  de datos empíricos, que Freud dejó de ofrecer a partir de 1920. A la acusación de «resistencia» contestaron refirién-dose a la autodesignación del psicoanálisis como un «movi-miento» o como «nuestra ciencia», con lo cual quedaban excluidos de él los científicos de la conducta, que deseaban honestamente comprenderlo y emplearlo.

    Llegan ahora los autores de esta monografía tratando de

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    sintetizar las partes componentes de la teoría psicoanalítica mediante la teoría general de los sistemas. Sin emplear esta última expresión, Anna Freud procuró integrar entre sí las teorías del desarrollo desde la niñez hasta la adolescencia. Que esta es una difícil empresa, lo admití ya en mi propia tentativa de 1969, que comenzaba así: «Aquí nos centra-

    remos específicamente en una comparación entre la meta psicología freudiana y la teoría general de los sistemas, en cuanto a su manera de conceptualizar el simbolismo. Sin embargo, como ambas son abstracciones teóricas generales que abarcan una gama de subteorías ubicadas a variable dis-tancia de los datos empíricos, es preciso hacer ciertas elec-ciones. A tal fin yo he elegido, y no en forma arbitraria, la relación que mantienen la teoría tópica psicoanalítica y la 

    teoría transaccional con el simbolismo. No es, por cierto, la única comparación posible, pero es la más sencilla» (Grin ker, 1969).Esta dificultad, que los autores acometen valientemente, se complica por el hecho de que las teorías originales de Freud constituían un sistema abierto —ya que el concepto de arco reflejo implicaba transacciones psíquicas y ambientales— , que repentinamente se cerró al surgir la teoría de la pul-sión de muerte. Sólo mucho después, con el desarrollo de la teoría estructural (la denominada «teoría tripartita»), la teoría de la autonomía y la inclusión del punto de vista adaptativo, la metapsicología psicoanalítica se convirtió en un sistema abierto. Esto tuvo inmensa importancia para lo que yo he llamado «psiquiatría de sistema abierto» (Grin ker, 1966).Entre otros problemas que los autores han resuelto en par-te se encuentra el derivado del uso de dos términos poco 

    felices. Uno de ellos es «instinto» [«instincí»], que debe-ría ser remplazado por el menos reduccionista «pulsión» [«drive»]. Otro es «metapsicología». Esta «palabracomo-dín», que abarca sin integrarlas las teorías dinámica, eco-nómica, genética, estructural y adaptativa, presenta un falso desafío que los autores psicoanalíticos se sintieron obliga-dos a enfrentar, y un falso sentimiento de certidumbre cuan-do se lo enfrenta. Como bien indican los autores, ni la 

    más supraordinada teoría ha incluido un proceso de control o regulación, que no es una vaga metapsicología sino el sistema del self (Grinker, 1957).En cualquier intento de usar una teoría sistémica general hay que definir sus componentes. Diez de ellos se enume-ran en la introducción a la obra Toward a Unified Theory  of Human Behavior, de la que fui compilador (1967). En el epílogo de esa obra, Jurgen Ruesch advierte lo siguiente: «El producto de cualquier modelo debe ser codificado me-

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    los enfermos mentales, y muchas afecciones exigen métodos no analíticos. Muchos analistas tendrán que admitir final-mente la necesidad de utilizar «el apaciguamiento, la uni-ficación, la desilusión óptima y la interpretación» allí donde resultan apropiados — al menos como guía para el comienzo 

    de la terapia— .El último capítulo tiene implicaciones teóricas, por cuanto en él los modelos se aplican según un esquema de maduración 

     vertical. Esto reviste importancia para el científico de la conducta, que puede incorporar su investigación extrapsi coanalítica en un punto cualquiera (modelo o etapa de ma-durez) utilizando sus propios conceptos, hipótesis, instru-mentos y criterios de validez. Se internará así en un ámbito

     

    de problemas bien definido, no en una jungla amorfa, y  

    podrá hacer observaciones sistemáticas de fenómenos bien determinados. Su posición podrá definirse y sus observa-ciones estar focalizadas. De esta manera, el psicoanálisis co-mo sistema abierto pasa a formar parte, al fin, del sistema científico total.En 1957 escribí lo siguiente: «Es imperioso que el psicoaná-lisis se convierta en un sistema abierto, que tenga mayor  comercio a través de sus fronteras. La evolución progresiva 

    no se produce en el aislamiento, sino sólo mediante la se-paración parcial (especialización) tendiente a concentrar el patrimonio genético (formación de conceptos) y, mediante transacciones con otros grupos, a agregar nuevos símbolos genes (comunicación) para ponerlos a prueba en la selección natural (método científico). Este será, espero, el curso fu-turo del psicoanálisis» (Grinker, 1958). Los autores han hecho un notable aporte en esta dirección.

     Y hay algo más en lo que debemos estarles agradecidos. No sólo indican con claridad las partes que componen sus mo-

    delossistemas, sino además cómo están controlados, regu-lados y organizados en torno de ciertos «principios», según

     

    se los denomina. Esta idea, absolutamente imprescindible, está a menudo ausente en la teoría de los sistemas.Por último, aconsejo al lector que antes de sumergirse en el libro dé un rápido vistazo a cada uno de sus capítulos y  examine las figuras 1 a 10. Ello le permitirá comprender  mejor lo que considero una exposición brillante, erudita y 

     

    necesaria de un tema sumamente difícil.

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    Reconocimientos

    Hace algunos años, en una reunión informal, uno de los autores pidió al extinto Robert Waelder que hablara sobre los avances más importantes del psicoanálisis en los úl-

    timos treinta años y pico. Su respuesta podría haber servi-do como titular de un periódico: «¿Es que hubo acaso algún avance?».Este libro es un intento de expresar la convicción de que la teoría clínica del psicoanálisis ha experimentado un avan-ce significativo desde la muerte de Freud, como lo tuvo en 

     vida de él. Para que esta convicción, después de muchos ensayos y errores, pudiera ser expuesta de esta manera a 

    los lectores, recibimos una inestimable ayuda, proveniente de muchos ámbitos.El doctor Roy R. Grinker, director del Instituto Psiquiá-trico y Psicosomático del Hospital Michael Reese y profesor  de psiquiatría en la Facultad Pritzker de Medicina de la Uni-

     versidad de Chicago, así como el doctor Melvin Sabshin, pro-fesor y presidente del departamento de psiquiatría de la Fa-cultad de Medicina Abraham Lincoln de la Universidad de Illinois, nos permitieron a tal fin hacer uso del tiempo que dedicamos a esas instituciones.No sólo de pan vive el hombre, ni siquiera el hombre de ciencia. Encontramos un apoyo indispensable para nuestra iniciativa en nuestro ex profesor de teoría psicoanalítica en el Instituto de Psicoanálisis de Chicago, el doctor Heinz Kohut, quien además de alentarnos a poner en práctica nues-

    tro proyecto nos sugirió cuál debía ser el eje en torno del 

    cual convenía que girase nuestro estudio.Cada uno de estos hombres leyó varios borradores del libro, ofreciéndonos sus valiosas, esenciales críticas. Y como una ayuda similar nos brindaron amablemente un gran número de colegas y amigos, al fin nos alarmamos, puesto que así habíamos agotado un importante sector de nuestro público potencial. Es a todas luces imposible nombrar a cada uno 

    de los que merecen nuestro aprecio por la invalorable tarea 

    de servirnos como auditorio de estreno. No obstante, la ge-nerosidad de algunos nos obliga a una mención especial. Las «Palabras preliminares» del doctor Grinker darán a nues-tros lectores una idea del vasto aliento que recibimos de

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    él. El doctor M. Robert Gardner, de Cambridge, nos ofre-ció el más vigoroso testimonio acerca de la utilidad clínica

     

    de nuestro enfoque. Finalmente, debemos expresar nuestra 

    particular deuda con la última de nuestras lectoras, la doc-tora Estelle Shane, de Los Angeles, cuyas cuantiosas suge-rencias contribuyeron en grado notable a que nuestra com-plicada materia se hiciera más legible.Nunca se ponen más de manifiesto las dificultades de un

     

    trabajo en colaboración que en la coyuntura a que ahora he-mos llegado: cuando cada uno de nosotros tendría que ex-presar sus sentimientos individuales hacia aquellas personas

     

    que le proveyeron del sustento emocional para intentar esta 

    obra creadora. Tal vez podamos eludir el dilema confiando, 

    una vez más, en la capacidad de estas queridas personas para 

    comprender lo que significaron para nosotros, sin que lo 

    digamos.

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    Primera parte. Introducción  y revisión histórica

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    1. El problema: la actual teoría clínica en psicoanálisis

    Las teorías científicas se crean con el objeto de reunir lo aprendido, de dar coherencia a los descubrimientos cientí-ficos. Como tales, nunca puede considerárselas versiones 

    definitivas de la verdad: su validez es a lo sumo aproximada. Ciertas teorías clasifican los datos procedentes de la obser-

     vación o los ordenan en categorías a fin de hacer predic-ciones o de explicar las lagunas existentes en la información.

     

    En contraste con ellas, las teorías «hipotéticodeductivas» dan un salto en la imaginación más allá de los datos obser- vables, para postular cuál es su causa. En este libro no nos ocuparemos de las teorías concernientes a las causas de los

     

    fenómenos, sino que nos dedicaremos enteramente a aque-llas que sirven para categorizar   los datos clínicos recogidos

     

    mediante el método psicoanalítico.Una teoría es útil sólo en la medida en que brinda la más fructífera explicación de las observaciones, y debe desechár-sela o modificársela cuando cesa de cumplir dicha función.

     

    Si bien la teoría psicoanalítica se formuló como marco ex-plicativo del material clínico reunido durante el proceso analítico, su pronta adecuación a nuevos descubrimientos 

    ha originado dificultades. Un notorio ejemplo de este desfa saje es la conceptualización del funcionamiento mental en 

    su totalidad, como observó Rapaport en 1951, al afirmar  que ninguno de los modelos psicoanalíticos de la mente describe en forma satisfactoria todos los aspectos funciona-les representados por los datos psicoanalíticos.Uno de los métodos corrientes para comunicar un concepto es la construcción de modelos. Un modelo es una construc-ción ad hoc destinada a facilitar la comprensión de proposi-ciones teóricas abstractas y complejas mediante el uso de

     

    analogías figurativas y verbales más fácilmente comprehen sibles. Suzanne Langer ha dicho de los modelos lo siguiente:

    «Un modelo ilustra siempre un principio de construcción o de operación; es una proyección simbólica de su objeto, que no necesariamente debe asemejarse en su apariencia a

     

    este, pero que debe permitir equiparar los factores pre-

    sentes en el modelo con los respectivos factores del objeto 

    de acuerdo con cierta convención. Esta convención rige la

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    selectividad del modelo; el modelo es igualmente válido pa-ra todos los ítems pertenecientes a la clase seleccionada, hasta

     

    el límite de su exactitud, o sea, hasta el límite de la sim-plificación formal impuesta por la traducción simbólica»

     

    (1962, pág. 59).Los modelos de la mente son una forma especial de cons-trucción teórica de tradicional importancia en la teoría psi

     

    coanalítica. Ellos han sido utilizados como esquemas explica-tivos de los datos analíticos. Los más frecuentemente em-pleados son los que logran representar una apreciación ac-tual del funcionamiento psíquico, tal como se lo observa en

     

    el encuadre del psicoanálisis, en una gama relativamente 

    amplia de estados clínicos. Y pese a su importancia, como 

    señalaba Rapaport, no existe aún ningún modelo de la men-te totalmente satisfactorio.En el curso de sus escritos, Freud desarrolló una serie de

     

    conceptualizaciones del funcionamiento psíquico y creó, por  

    ende, diversos modelos de la mente. O sea, pasó de una 

    teoría y el empleo del correspondiente modelo, a otra teoría  y su modelo cada vez que los conceptos previos no lograban 

    explicar los nuevos datos observados. Sin embargo, el pasaje de un conjunto de conceptos a otro no significa necesaria-

    mente que el segundo suplantó  al primero. Creemos que cuando Freud proponía nuevos conceptos no tenía la inten-ción de dejar de lado los antiguos; más bien, presumía correc-tamente que es posible comprender con mayor claridad cierto conjunto de datos utilizando un particular marco de referen-cia o modelo de la mente, mientras que otro conjunto de

     

    datos demanda una nueva serie de conceptos para su eluci-dación. A este principio, según el cual hay varios caminos con-currentes y válidos para la organización de los datos de la

     

    observación, lo llamamos el principio de la «complementarie 

    dad teórica». Este principio opera en tanto y en cuanto no surjan contradicciones internas entre las diversas partes de la

     

    teoría. Exige, empero, definir rigurosamente el ámbito apro-piado para el uso de cada una de esas partes. Un ejemplo to-mado de otro campo puede aclarar la aplicación general de

     

    este principio: ni una teoría que conceptualice la luz como 

    ondas, ni una que la conceptualice como una sucesión de pe-queñas partículas en movimiento, hará justicia a todos los fe-nómenos observables. Por el momento, una teoría completa de la luz debe recurrir a ambas hipótesis. Con el progreso del saber tal vez se llegue a una hipótesis unitaria bajo la cual

     

    puedan subsumirse, como casos especiales, todas las teorías 

    anteriores sobre la luz.

    Hace ya mucho tiempo que los psicoanalistas están familiari-zados con el concepto de las variables múltiples en los fenó

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    la trasferencia y en el punto culminante de una neurosis de trasferencia. Podría sostenerse que el material difiere, en  verdad, en elementos afectivos apenas perceptibles, pero esto no es sino reconocer que hemos logrado comprender mejor  

    de qué manera la cambiante perspectiva del observador mo-difica al objeto de estudio.Existen, pues, dos cuestiones que deben considerarse en cuanto a la formación de la teoría: la de las variables múlti-ples en acción y la de las perspectivas múltiples. En la prác-tica clínica, el analista habitualmente maneja estas cuestio-nes mediante sutiles movimientos intuitivos que lo llevan a concentrarse ora en uno, ora en otro aspecto del material que le ofrece el paciente, a medida que examina diversas ca-tegorías o configuraciones de la información y recorre la gama de las experiencias del self. Pero estas mismas cues-tiones no han sido manejadas con igual soltura en el desarro-llo de las teorías clínicas del psicoanálisis o en su meta psicología. En este caso puede ser de utilidad un «enfoque sistémico».La teoría general de los sistemas es el estudio de una orga-nización y sus partes en interacción; su tesis básica es que las 

    interrelaciones complejas, sea cual fuere su contenido, se rigen por reglas y procesos similares (cf. Von Bertalanffy, 1968). Ya sea que estudiemos a las plantas, los animales o los seres humanos, reglas y pautas comunes gobiernan el es-tudio de estos complejos fenómenos. El examen de tales reglas y procesos permite captar la organización de los sub-sistemas en totalidades mayores, que a veces se disponen de acuerdo con un orden jerárquico.1El particular valor de es-te enfoque consiste en que es «abierto»: aspectos antes deja-

    dos de lado pueden incorporarse a la jerarquía en un mo-mento posterior, encontrando su articulación adecuada en los subsistemas existentes.Dijimos que la teoría de los sistemas consiste en la codifi-cación de las reglas y pautas comunes características de las interrelaciones de cualquier serie de fenómenos complejos. Un ejemplo de una regla tal es el principio de equifinalidad: en cierto conjunto complejo de interacciones, puede obte-

    nerse un resultado final a partir de condiciones iniciales muy  

    diferentes y recorriendo caminos muy distintos. En la prác-tica analítica, este principio opera en lo tocante al problema de la interpretación correcta. Sabemos que diferentes inter-pretaciones pueden ser todas igualmente «correctas», en el sentido de que conducen a resultados similares.La aplicación más eficaz de los principios de la teoría de los sistemas al psicoanálisis está dada por el uso que ha hecho 

     Anna Freud del concepto de líneas de desarrollo (1965). 

    Este concepto organiza los datos psicoanalíticos de una ma

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    ucra singular, que difiere de las modalidades previas de con 

    ceptualización psicoanalítica (cf. Lustman, 1967). Las lí-neas de desarrollo representan secuencias coexistentes de 

    conducta más que cortes trasversales del funcionamiento psí-quico en un momento dado. La obra de Anna Freud nos 

    sirve de base para demostrar que distintas conductas pue-den ser observadas desde diferentes perspectivas, que puede

     

    comprendérselas utilizando una variedad de teorías clínicas o modelos de la mente, y que estos conceptos pueden organi-zarse de acuerdo con un ordenamiento jerárquico general.  Anna Freud demostró que es posible rastrear en la historia

     

    de una persona muchas áreas de funcionamiento o líneas de 

    crecimiento; algunas de las más importantes líneas de des-arrollo trazadas, como la de las relaciones objétales, incluyen

     

    las fases libidinales, los mecanismos de defensa y las diversas 

    pautas adaptativas. Con este novedoso método puede exa-minarse cualquier zona de la personalidad del individuo en

     

    la que se dé una interacción entre la maduración, la adapta-ción y la estructuración. Anna Freud observa que en el es-

    tado normal hay una correspondencia en cuanto al progreso 

    global a lo largo de las diversas líneas de desarrollo, mien-tras que un desequilibrio en tal sentido indica un problema

     

    evolutivo o psicopatológico. La evaluación correcta de la 

    personalidad exige tomar en cuenta todas las líneas de desa-rrollo pertinentes y sus complicadas interacciones en una configuración total. Es, pues, indispensable establecer crite-rios acerca de cuáles son las líneas de desarrollo relevantes

     

    para la identificación de las diversas entidades psicopato 

    lógicas.En psicología, la obra de Jean Piaget en el área de los estu-dios cognitivos representa la aplicación más eficaz de la teo-ría de los sistemas. Piaget bosquejó y examinó en detalle

     

    las etapas de desarrollo cognitivo que pueden ser a su vez 

    divididas en subetapas y que, en su organización total, cons-tituyen un sistema epigenético. Piaget aclara que tal secuen-

    cia de desarrollo conduce a sistemas de autorregulación y  los implica. Su empleo del concepto de «asimilación» —la 

    integración de nuevas estructuras dentro de las existentes 

    sin que se quiebre la continuidad del funcionamiento— es 

    importante para el psicoanálisis. La formación de nuevas es-tructuras es puesta en marcha por la necesidad de adaptarse a nuevas situaciones. Confiamos en demostrar que el con-cepto de esquemas epigenéticos (vale decir, la interacción

     

    del organismo con el medio en una secuencia de fases espe-cíficas) es la más útil concepción teórica acerca del desarro-llo del funcionamiento mental humano.Pasemos ahora al segundo requisito de una teoría no reduc-cionista, la capacidad de dar cuenta de las variaciones de

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    perspectiva. Los métodos de recolección de datos utilizados para la construcción de teorías en psicoanálisis son, funda-mentalmente, observaciones efectuadas dentro del trata-miento psicoanalítico y, en menor grado, la observación 

    directa de niños. Estos datos se organizan luego mediante diversas construcciones o modelos, cuyo nivel de abstracción es progresivamente mayor y que recorren toda la gama que 

     va desde los límites con la biología a los enunciados filosó-ficos de la epistemología. Esta variedad de herramientas teó-ricas es perfectamente adecuada, ya que dentro de un siste-ma total puede haber diversos niveles de funcionamiento, regidos por distintas leyes. Es, asimismo, perfectamente apropiado utilizar varios modelos de funcionamiento psíqui-

    co, ordenados mediante un esquema jacksoniano de jerar-quías (cf. Rapaport, 1950, 1951).El diccionario define una jerarquía como un sistema de ni-

     veles según el cual se organiza algo. Piaget afirma que en toda diferenciación de una organización se produce un orden 

     jerárquico. La «forma» más general que aparece en una  jerarquía es la inclusión de una parte o subestructura dentro de una totalidad o estructura total. Según la descripción del 

    organismo que hace Bertalanffy, hay dentro de este muchas 

    clases de jerarquía. Para nuestros fines, designaremos con la palabra «jerarquía» las conexiones de diversos subsiste-mas en una organización global con distintos niveles de re-gulación. Que haya niveles dentro de la jerarquía no im-plica que uno de ellos tenga mayor importancia que otro; lo que interesa es la captación, por parte del observador, de las relaciones entre los subsistemas. La serie «célula gástricaes tómagoaparato digestivo» constituye un orden jerárquico; 

    aunque el estómago no es sino un subsistema del aparato di-gestivo, no puede decirse que tenga más o menos impor-tancia que la célula gástrica.De este concepto de jerarquía se desprende que no todos los modelos utilizados para una correcta organización y ordena-miento de los datos tienen necesariamente la misma impor-tancia. Los modelos pueden representar conceptos de distin-to nivel de abstracción, pero no debe interpret*rse erró-neamente este hecho emitiendo juicios de valor acerca de las conductas a las que pueden aplicarse los modelos. Un modelo es una herramienta, y ninguna herramienta es «me- jor» que ninguna otra, aunque para llevar a cabo una tarea en especial ciertas herramientas son más útiles que otras. Por ejemplo, si se ordenan los datos clínicos en un nivel próximo a la observación (en un enunciado tal como «los neuróticos obsesivoscompulsivos se debaten con el control del afecto») se obtendrá algo distinto que si se los concep 

    tualiza sobre una base más abstracta («los neuróticos ob-

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    scsivoscompulsivos se debaten con un superyó riguroso»).  Ambas formulaciones son igualmente útiles; ninguna de ellas es mejor que la otra, y cada una debe utilizarse en distintas 

    circunstancias, según las necesidades de la organización de los datos clínicos.

     Análogamente, todos los modelos de la mente tienen igual importancia, pero como se aplican a distintos niveles dentro de la jerarquía, no tienen todos ellos la misma utilidad en la comprensión de un problema determinado. Por consiguien-te, los diversos modelos analíticos deben también ordenarse en una jerarquía, y establecer la función que le corresponde 

    a cada cual en la explicación de los diversos subsistemas o modalidades de la vida psíquica. Un tal ordenamiento jerár-

    quico de modelos paralelo a la jerarquía de modalidades de funcionamiento psíquico constituiría un modelo supraordi nado de la mente, que puede luego ser empleado total o parcialmente, de manera flexible, según lo exija la situación. Por desgracia, no es fácil tener presente dicha complejidad 

     y existe siempre la fuerte tentación de abandonar la rica 

    multiplicidad de puntos de vista en favor de algún modelo 

    unitario más simple. Por supuesto, no es ilegítimo ordenar  los fenómenos en su totalidad mediante un modelo deter-minado, pero con ello quizá se restrinja indebidamente la apreciación de las múltiples perspectivas desde las cuales pueden contemplarse los datos. Waelder (1962) ha establecido un orden jerárquico de las proposiciones de la teoría psicoanalítica diferenciando, en el nivel superior de abstracción, las proposiciones metapsico

     

    lógicas, y en los niveles inferiores, las interpretaciones, ge-neralizaciones y teorías clínicas en que se organizan las ob-servaciones. La metapsicología consiste en conceptos expli-cativos ad hoc no inductivos, que, a su vez, también difieren en cuanto a su nivel de abstracción. Los de más alto nivel dentro de la jerarquía son los llamados «puntos de vista» 

    metapsicológicos. Rapaport y Gilí (1959) enumeraron los 

    cinco puntos de vista siguientes: dinámico, económico, ge-nético, estructural y adaptativo. Muchos consideran que estos son los supuestos básicos de la teoría psicoanalítica.

     

    De acuerdo con tal concepción, todas las demás proposicio-nes pueden y deben ser vistas simultáneamente desde estas múltiples perspectivas. Por consiguiente, toda teoría psico-analítica del funcionamiento mental debería incorporar ca-

    da uno de estos puntos de vista.Los modelos de la mente son convenciones sumarias que representan la teoría clínica del psicoanálisis y sus principios de organización pueden atenerse a algunos de los puntos de  vista metapsicológicos o a todos ellos. Así, un modelo puede mostrar la interacción de fuerzas dinámicas o representar

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    las estructuras, o ambas cosas, etc. A fin de representar una teoría particular pueden crearse varios modelos diferentes. Para ciertos lectores, las representaciones gráficas (las «tra-ducciones simbólicas» de Suzanne Langer) no son más cla-ras que los enunciados verbales de la teoría que apuntan a 

    describir; esta reacción no hace sino mostrar que los mode-los de la mente son meros expedientes, útiles para algunos pero no para todos. Lo fundamental es la teoría a cuyo servicio están. Con el objeto de mantener esta diferencia-ción entre modelos y teorías, distinguiremos siempre el «modelo tripartito», por ejemplo, de la «teoría estructu-ral» a la que corresponde.En los últimos tiempos se ha intentado conciliar los diversos modelos de uso corriente en la teoría psicoanalítica (cf. Gilí, 1963; Arlow y Brenner, 1964; Sandler y Joffe, 1969). En nuestra opinión, tales intentos derivan del supuesto de que en la actualidad es posible construir un único modelo que represente la totalidad de la vida psíquica. Empero, debe advertirse que ninguna de las funciones que se desa-rrollan de manera autónoma o que adquieren autonomía con posterioridad ha encontrado representación en ningún modelo basado en las teorías clínicas del psicoanálisis, todas 

    las cuales fueron creadas con el objeto de explicar los con-flictos mentales. Sostener que ciertas funciones autónomas, como la percepción o la cognición, están implícitas en los modelos carece de todo justificativo; no sería más legítimo sostener que tales esquemas implican un aparato digestivo intacto. Si se introdujera en la teoría clínica el problema de la digestión, o de la percepción, o de la cognición, deberían revisarse los modelos a efectos de mostrar explícitamente 

    tales funciones.Hay algo que es quizá más decisivo aún que la desestima-ción de las funciones autónomas en todos los modelos vi-gentes: nos referimos a la omisión en ellos del punto de vista genético, pese a la importancia que este tiene en las teorías clínicas que están destinados a representar. Tal vez no sea posible crear un único modelo que describa en forma ade-cuada todos los aspectos cruciales de la vida psíquica, y sea más factible construir modelos basados en el principio de 

    que, para el estudio de cada una de las diversas fases de la historia del individuo, puede haber un modelo diferente, más útil y teóricamente válido que los demás. Cada uno de estos modelos representaría sólo aquellos aspectos de la vida mental que tienen máxima importancia para esa fase del desarrollo. Si estos modelos incompletos y aún imperfectos se ordenasen en una secuencia que reflejara la sucesión de fases evolutivas que ellos describen en sus atributos funcio-nales primordiales, dicho esquema cronológico permitiría

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    c \ poner del modo más conveniente el desarrollo gradual de hi vida mental. Desde luego que sería una enorme falacia ai poner que son los modelos sucesivos del esquema los que . desarrollan o cambian, desde los primeros hasta los últi-mos, o que la última fase ya estaba presente, como Anlagen, 

    rn todas las otras.Nosotros postulamos el concepto de desarrollo epigenético por oposición al concepto alternativo de preformación. La epigénesis concibe la formación de la estructura como re ilitado de sucesivas transacciones entre el organismo y su 

    ambiente. Se entiende que el resultado de cada fase depende de los resultados de las anteriores. Cada nueva fase integra entre sí a las anteriores y posee un nuevo nivel de organiza 

    cion y regulación. Por ende, un modelo que quiera describir  

    esta nueva organización tendrá que basarse en principios enteramente distintos de representación que los que resul-taban óptimos para los niveles de organización inferiores.Ilartmann y Loewenstein (1962) han señalado que la bio-logía actual descartó la noción de que la forma adulta del organismo está ya preformada desde sus más tempranos co-mienzos, y han mostrado cuán tenazmente se aferró la teoría psicoanalítica al concepto de preformación. Sin embargo,I rikson (1958) ha propuesto un esquema epigenético ex-plícito, tratando de salvar con él la brecha entre la psicolo-gía individual y la psicología social. Por contraste, nuestro trabajo se centrará exclusivamente en la psicología del mun-do intrapsíquico, derivada de datos psicoanalíticos. Ouisiéramos subrayar la importancia de la concepción epige nética mediante un ejemplo concreto, el de la formación del superyó. El modelo tripartito, propuesto por Freud en El 

     yo y el ello  (1923b) para ilustrar la teoría estructural, es el que con mayor frecuencia se presenta como el modelo de la mente que debería remplazar a todos los demás. Este mode-lo sirve para explicar una amplia gama de observaciones psi coanalíticas en términos de conflictos entre las instancias que él postula. Una de estas instancias, la de la moralidad in-teriorizada, es el superyó. Dado que el modelo tripartito presume la existencia del superyó como unidad funcional de la mente, es una herramienta óptima para estudiar ciertos tipos de psicopatología, a saber, los trastornos resultantes de diversas resoluciones fallidas de la fase edípica, ya que el superyó se forma como consecuencia del sepultamiento a del complejo de Edipo. El modelo tripartito resulta inadecuado para examinar el funcionamiento mental de personas en las que esta experiencia evolutiva aún no ha tenido lugar (niños muy pequeños o ciertos individuos de desarrollo atípico). 

    El superyó plenamente formado no deriva de un predecesor  más elemental, sino que es una instancia psíquica entera

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    •t «inepto de líneas de desarrollo. Dentro de una línea de !■i minada, en distintas fases, la función reguladora de la con•Imla es cumplida por unidades estructurales de la psique que, en fases posteriores, pueden asumir funciones comple-tamente distintas, y a su vez serán sucedidas en su tarea de 

    autorregulación por un nuevo conjunto de estructuras. Aun-que a los fines de la comprensión psicoanalítica el punto de i isla estructural es siempre esencial, el modelo tripartito es 

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    cional en la que el peligro típico es la castración. Tras el 

    establecimiento del superyó, viene el peligro del conflicto intersistémico entre el yo y el superyó, vale decir, la an-gustia moral. La última etapa, posterior a la consolidación de

     

    la barrera de la represión, es aquella en la que el peligro 

    típico está dado por las amenazas externas realistas.

    Esta línea de desarrollo puede representarse mediante un 

    gráfico de barras.

    Figura 1. Línea de desarrollo de las situaciones de peligro típicas.

    Pulsiones Pérdida Pérdida Castración Superyó Realidadde objeto de amor externa

    Fases sucesivas en la línea de desarrollo

    De izquierda a derecha, el gráfico muestra, a lo largo del eje de abscisas, el despliegue o progresión gradual de fun-

    ciones psicológicas cada vez más complejas. Así pues, este 

    eje de las abscisas tiene dos significados simultáneos: por  un lado representa el paso del tiempo, por el otro muestra las diversas posibilidades con que cuenta el individuo, res-pecto de una función en especial, en un momento determi-nado. En el eje de ordenadas se grafican los cambios de las configuraciones psicológicas específicas que se incorporan

     

    en períodos sucesivos a la vida mental, mientras se va pro-duciendo su maduración.'5Utilizamos el término «madura-

    ción» para designar la creciente autonomía que adquiere 

    cada función psíquica con el correr del tiempo, o sea, su relativa libertad para no caer en una regresión en momen-tos de stress.  En este sentido, el concepto de maduración

     

    concuerda con la idea habitual de que el crecimiento está determinado por elementos constitucionales dados. Al mis-mo tiempo, restringimos su uso a los casos en que este cre-cimiento lleva a la autonomía secundaria. Hartmann (1939)

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    ha llamado a este proceso «cambio de función». Podemos citar como ejemplo la atenuación gradual del temor a la castración, que tal vez permita al individuo adquirir una sensibilidad especial en cuanto a los efectos de su agresivi-dad en los demás. La capacidad de usar tal sensibilidad con 

    fines adaptativos o incluso creativos puede llegar a ser «au-tónoma», como un elemento positivo permanente del carác-ter. En este sentido, la maduración y la autonomía no im-plican un apartamiento de la personalidad profunda sino sólo la preeminencia del dominio activo (cf. Kohut, 1972). En síntesis, el eje de ordenadas de nuestro diagrama puede también admitir dos lecturas: indica el paso del tiempo y  el grado en que se dispone de una función para usarla de 

    manera autónoma.Los diagramas así confeccionados permiten representar, a lo largo del eje de abscisas, cualquier desarrollo que se esco- ja (etapas libidinales, relaciones objétales, etc.),4 y, en el eje de ordenadas, las vicisitudes que sufre en cuanto a ma-duración el aspecto fundamental característico de la línea de desarrollo en cada una de las fases graficadas. Aunque ciertas cuestiones son más decisivas en una determinada eta-

    pa de la vida, nunca desaparecen por entero de la vida men-tal; considerarlas en etapas posteriores como si hubieran meramente persistido sin cambios madurativos sería sacrifi-car la verdad en aras de la simplicidad. En cuanto al pro-blema fundamental, el de la elección de las líneas de desa-rrollo que han de diagramarse, es preciso determinar qué cuestiones de la vida psíquica tienen mayor relevancia para diferenciar los diversos tipos de funcionamiento mental, 

    normal y patológico.El enfoque epigenético no es en modo alguno nuevo en psi-coanálisis. Freud (1905d)  construyó una teoría epigenética de la libido, sin duda influido por el énfasis que había puesto Hughlings Jackson en la progresión evolutiva gra-dual de las estructuras neurológicas y en la persistencia de organizaciones anteriores dentro de las posteriores. Freud destacó que aunque cada etapa de la libido era sucedida por  

    otra, persistía a lo largo de toda la vida. No pensaba que los retoños de pulsiones parciales infantiles indicaran necesaria-mente fijaciones a los diversos niveles primitivos de desarro-llo, ni tampoco que la regresión a puntos de fijación fuera una señal automática de patología.La experiencia clínica sugiere que también los diversos es-tadios de la libido deben conceptualizarse considerando su maduración. Cada componente de la libido (la oralidad, la 

    analidad, etc.) sigue a lo largo de la vida un decurso propio. Es menester diferenciar el desarrollo apropiado a lo largo de un eje específico de maduración de las fijaciones patológicas.

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    Hay que aclarar que la oralidad de un deprimido con fijación oral es muy distinta que la de un gourmet. No basta aludir  a la maduración general del yo para distinguir la oralidad primitiva de la madura; con esa referencia, lo único que se está diciendo es que la persona total es más madura. Se preci-san explicaciones detalladas de aquellos cambios que, en su 

    conjunto, componen el «desarrollo yoico».Podemos definir a la oralidad como una moción pulsional bque experimenta cambios a partir de su estado primitivo, adoptando formas más maduras, «neutralizadas»; pasando de las metas y objetos arcaicos a los que resultan más ade-cuados en la vida posterior, y de una etapa de descarga no integrada a una de síntesis cada vez más compleja dentro de la totalidad de la personalidad.Estas consideraciones se aplican a cualquier secuencia evolu-

    tiva de funciones que examinemos: las relaciones objétales, 

    las situaciones de peligro, la regulación de la conducta, por  mencionar sólo algunas. En el ordenamiento de los datos psicoanalíticos por parte de Freud y sus sucesores, la epi-génesis fue un tema recurrente; el primero que lo tornó explícito es Ferenczi, quien acuñó la expresión «líneas de desarrollo» (1911, 1913) para designar las etapas sucesivas en la ontogenia de las funciones mentales. Fue Anna Freud (1965) quien hizo el uso más amplio de este concepto, que ahora debe ser aplicado a los problemas de la psicopatología

     

     y a la teoría de la terapia.Como ya hemos dicho, la epigénesis pone de manifiesto la creciente complejidad de la vida mental a medida que el or-ganismo crece. La secuencia de niveles cada vez más altos de organización, que dan por resultado nuevas modalidades de autorregulación, no tiene solución de continuidad. Si bien el desarrollo es dividido en etapas, esta división es arbitra-ria y responde a propósitos didácticos; algunas de esas eta-pas son más definidas que otras. El empleo de una teoría

     

    clínica, esquema o modelo aplicable a una sola de ellas suge-riría una discontinuidad carente de base real. Trataremos de demostrar que las diferentes teorías y sus modelos esclare-cen los datos correspondientes a diversas fases evolutivas. El enfoque topográfico de Freud de 1900 parece apropiado para elucidar los sueños «exitosos», los chistes, los actos fallidos y ciertos síntomas neuróticos aislados. El modelo 

    tripartito de El yo y el ello  (1923b) explica mejor los fenó-menos provocados por conflictos yoicos y supervoicos in-concientes, siendo por lo tanto más útil para la comprensión de los trastornos de carácter, los sueños disfóricos y algunos problemas superyoicos. Si se pretende explicar las psicosis, los trastornos narcisistas de la personalidad y otras pertur-baciones de la psique primitiva mediante el uso de algunos

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    de estos modelos, debe ponerse el acento en las fallas de la estructura o en su ausencia, refiriéndose, por ejemplo, a la «debilidad del yo» o a la «carencia de la barrera de repre-sión». La falta de una estructuración adecuada a la edad constituye un hallazgo importante, pero no explica el fun-

    cionamiento real de la mente. Valga como analogía para el empleo erróneo de estas teorías lo siguiente: ¿Puede decir-se que un bebé que gatea padece la falta de la capacidad de caminar? Esta descripción no le cuadra al niño que gatea, .um cuando sea cierto que este no alcanzó aún el nivel de desarrollo muscular que exige la marcha. Si bien la marcha es un proceso subsiguiente al gateo, se trata en verdad de actividades distintas.

    Hasta ahora no se ha propuesto ningún conjunto satisfac-torio de conceptos para el estudio de la psique anterior a la diferenciación yoellosuperyó. Acerca de esta laguna en la teoría analítica ha dicho Modell:

    «Si hay un ámbito de la experiencia clínica que aguarda una mejor conceptualización es el de las perturbaciones en las relaciones objétales humanas. Necesitamos un modelo 

    que conceptualice mejor la relación del yo [del self] con el ambiente y que abarque las alteraciones progresivas y regre-sivas en las relaciones objétales» (1968, pág. 125).

    Los numerosos hallazgos psicoanalíticos acerca de la dife-renciación del self con respecto a los objetos podrían servir  de base a modelos de esta índole. Sin embargo, estos datos evolutivos suelen resultar poco claros cuando se los pre-senta en la forma y en la terminología de la teoría estructu-ral y del modelo tripartito. Una de las tareas que aborda-remos en el presente estudio es proponer un método alter-nativo de organización de tales datos (véase especialmente el capítulo 5).El plan de esta obra podría trazarse así:

    1. Describir las principales teorías y modelos psicoanalíti-cos significativos de la mente con el fin de definir sus rangos de empleo óptimos.2. Delinear otros conceptos implícitos en la teoría psicoana lítica aceptada y esenciales para el estudio de la psique pri-mitiva.3. Escoger y describir las líneas de desarrollo necesarias pa-ra formular las distinciones nosológicas claves en un sentido 

    psicoanalíticamente válido.4. Correlacionar estas líneas de desarrollo dentro de un modelo jerárquico general, que describa el modo en que se interrelacionan todos los subsistemas hasta ahora descritos.

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    5. Someter el sistema en su conjunto a ciertas pruebas de 

    aplicabilidad clínica.6. Esbozar ciertas consecuencias teóricas y clínicas que se

     

    siguen del establecimiento de este modelo de funcionamien-to mental.

     A lo largo de esta monografía presentaremos datos clínicos con el fin de ilustrar el análisis teórico. No nos es posible mostrar el razonamiento inductivo que condujo a la formula-ción de determinadas teorías psicoanalíticas sobre la base de tales observaciones o de otras similares. Tendremos que con-tentarnos con la tarea más modesta de tratar de demostrar en qué medida se esclarece el material de un cierto historial 

    clínico al organizarlo de acuerdo con la teoría en cuestión, 

     y en qué medida no puede ser conceptualizado significativa-mente mediante dicha teoría. Esto equivaldrá a probar has-ta qué punto facilitan cada teoría y su correspondiente mo-delo la reducción y ordenamiento de los datos clínicos.El principal problema metodológico que plantea esta tarea radica en la confiabilidad de las observaciones clínicas a que habrá de recurrirse para esta prueba.5Este problema reviste 

    máxima importancia respecto de los datos reunidos por el investigador en su propia práctica clínica. No está dentro de 

    nuestras posibilidades establecer los minuciosos recaudos que deben tomarse para eliminar los efectos distorsionantes de nuestras inclinaciones inconcientes. Procuraremos eludir  este problema ocupándonos, en lo posible, de una serie de observaciones muy conocidas y que son de dominio públi-co: los datos clínicos publicados por Sigmund Freud. Unica-

    mente complementaremos este conjunto de datos con otros materiales de casos publicados cuando no encontremos en la 

    obra de Freud los ejemplos necesarios. Huelga decir que no pretendemos hacer una exposición completa de los datos clínicos de Freud, sino que nos limitaremos a aquellos in-formes que suministran suficientes pormenores para nues-tros fines.6

     Aunque el problema de la confiabilidad no se elimina del 

    todo seleccionando historiales clínicos de autoridades res-petadas, al menos se lo reduce a la tarea de reflejar datos bien conocidos de una manera confiable. Nuestra exposición parte del supuesto de que el lector conoce ya los historiales

     

    originales, que deberá volver a consultar para comprender lo mejor posible nuestro examen, así como para evaluar la exac-titud y representatividad de nuestras versiones. Al utilizar para esta prueba los historiales clínicos «clási-cos», estamos siguiendo una acreditada tradición psicoanalí

     

    tica. El propio Freud volvió al caso del «pequeño Hans» en 

    1926 para poner a prueba el modelo tripartito (1926d, págs.

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    10104, 12426), y lo mismo hizo Anna Freud para ejempli licar su trabajo sobre los mecanismos de defensa (1936, pií̂ s. 7388). En otras palabras, sean cuales fueren las fallas de los historiales clínicos de Freud en cuanto a su confiabi 

    lidad, estas fallas permanecen constantes cualquiera que sea el instrumento conceptual que se utilice. En consecuencia, ulos fines de poner a prueba estos instrumentos, puede pa-sarse por alto el problema de la confiabilidad.

    Notas

    I Suslick ha señalado (en Gedo y Goldberg, 1970) que en susprimitivos intentos por describir las funciones psíquicas en el«Proyecto de psicología» de 1895 (1950), Freud utilizó de hecholo que habitualmente se denomina «enfoque sistémico».

    ■Véase la «Advertencia del traductor», supra,  pág. 1. [N. del  T .]I  Como ha dicho Langer (1962): «Una muy difundida falacia, a la

    que se conoce como la “falacia genética”, tiene su fuente en elmétodo histórico de la filosofía y la crítica: el error consistenteen confundir el origen de algo con su significación, de reconducir

    esa cosa a su forma más primitiva y luego darle “meramente”el nombre de ese fenómeno arcaico» (pág. 201).

    \  Nos apartamos aquí de la definición psicoanalítica corriente demaduración, que designa con esta palabra los procesos biológicosdel crecimiento constitucionalmente determinados (cf. Hartmann v Kris, 1945).

    •I Un diagrama de esta índole no es un «modelo de la mente» sinoque representa sólo un aspecto particular de la vida psíquica. Senos objetará que un cuadro tal de un fragmento de la mente nopuede compararse con otros más elaborados, como el modelo

    tripartito. Nos anticipamos a esta objeción solicitando al lectorque tenga paciencia, ya que es nuestra intención exponer en uncapítulo posterior un modelo del funcionamiento mental basadoen los principios que ilustra este diagrama.

    h «Instinctual drive»;  véase la «Advertencia del traductor», supra, pág. 1. [N. del  T .]

    T Se hallará una reseña de la literatura pertinente en Gedo y Pollock(1967) y en Schlessinger et al.  (1966).

    6 En los datos que se dan a publicidad, el material en bruto ob-servado siempre es reducido a aquellos aspectos que parecen sig-

    nificativos a la luz de la teoría vigente en ese momento. Así, losprimeros historiales clínicos de Freud no incluyen en grado su-ficiente todo lo que hoy se estima decisivo para una evaluaciónpsicoanalítica del funcionamiento psíquico como para que nos re-sulten de utilidad. Pero, por otro lado, si se demuestra que unmaterial publicado muchos años atrás incluye datos de observa-ción que todavía no eran convenientemente manejados mediantelos instrumentos teóricos disponibles, este hallazgo es tanto másinteresante como prueba de la necesidad de nuevos conceptos.

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    2. La teoría clínica de Freud en 1900: 

    el modelo tópico

    Como dijimos en el capítulo anterior, es preciso hacer una 

    reseña de las principales herramientas teóricas elaboradas 

    por Freud y que aún hoy siguen utilizándose. Emprendemos 

    esta reseña histórica no solamente para incorporar una des-cripción sumaria confiable de cada modelo de la mente y de

     

    su significación, sino también para demostrar que cada uno 

    de ellos corresponde a una teoría clínica diferente. Dicho de 

    otro modo, Freud se ocupó en distintos momentos de di-ferentes temas, de fenómenos clínicos distintos, cada uno de

     

    los cuales exigía una explicación teórica separada. En cada 

    ocasión, creó teorías apropiadas y, con fines didácticos, las 

    encarnó en diversos modelos. Por ende, cada uno de estos 

    modelos fundamentales intenta representar una faceta dife-rente del funcionamiento mental, de modo tal que estos es-quemas no son intercambiables. Dado que han sido elegi-dos sobre una base ad hoc a fin de hacer frente a diversas necesidades didácticas, no hay un principio rector único que

     

    recorra estos variados conceptos, ni tampoco una manera 

    simple de organizar las relaciones entre ellos. Nuestro pro-pósito es sugerir una forma de organizar tales relaciones.

    El modelo tópico

    Freud construyó por primera vez un modelo explícito 

    del aparato psíquico en La interpretación de los sueños (1900tf); sus esfuerzos teóricos anteriores para explicar el

     

    funcionamiento psíquico no incluyeron modelos diagrama 

    ticos. Así pues, el primer modelo fue propuesto en el con-texto de la descripción y la explicación de la psicología de

     

    los procesos oníricos (1900íz, cap. 7).El punto de partida de Freud fue el difundido fenómeno del

     

    olvido de los sueños, el cual le sugirió que en el momento 

    del despertar se producía un fortalecimiento de una censura 

    endopsíquica. Si la formación del sueño era posible, ello se 

    debía a que durante el dormir se reducía el poder de la cen-sura, y aun en el contenido manifiesto del sueño, Freud de-tectaba la actividad de la censura bajo la forma de despla

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    .unientos, condensaciones, etc. Estos aspectos del trabajo *leí sueño tornaban ininteligible su contenido latente, permi-tiendo así la entrada del contenido manifiesto a la concien-cia. Freud postuló que similares soluciones de compromiso actuaban en la formación de los síntomas psiconeuróticos.

    Ilabitualmente, el trabajo del sueño trasforma los pensa-mientos oníricos latentes en perceptos visuales o auditivos, i través de los cuales se representa un deseo inaceptable como cumplido. Para explicar este fenómeno, Freud se basó en una afirmación de Fechner en el sentido de que «la esce-na de la acción de los sueños difiere de la que es propia de los pensamientos de la vida de vigilia». Escribió a Fliess: «A mí me ha sido dada la tarea de esbozar el primer mapa de ella» 

    ( 1950 [18921899], Carta 83). La metáfora del mapa in-dica que el primer modelo de la mente concebido por Freud estaba destinado a ilustrar la noción de «localidad psíquica». Is por esta razón que ha dado en llamárselo modelo «tó-pico»0 (véase la figura 2).

    Figura 2. El modelo tópico  (tomado de Kohut y Seitz,

    Freud puso mucho cuidado en diferenciar su modelo de la realidad que pretendía aclarar:

    «Tales analogías no persiguen otro propósito que servirnos de apoyo en el intento de hacernos comprensible la comple- jidad de la operación psíquica. [. .. ] Tenemos derecho, creo, a dar libre curso a nuestras conjeturas con tal que en el empeño mantengamos nuestro juicio frío y no confun-damos los andamios con el edificio» (1900a, pág. 536).

    Consecuentemente, Freud trazó una analogía entre el apara-to mental y un instrumento óptico complejo a cuyos compo-

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    nentes denominó «sistemas» o «instancias».1En una versión preliminar del modelo, la secuencia temporal de los procesos psíquicos se representaba mediante un ordenamiento espa-cial entre el extremo sensorial y el extremo motor del apa-

    rato. Esta es una figuración de la concepción según la cual la actividad motora es posterior a la percepción y a cierto 

    tipo de procesamiento intrapsíquico de los perceptos.El sistema perceptual ya había sido distinguido de otros procesos intrapsíquicos por Breuer (Breuer y Freud, 1895), quien había señalado que debía estar organizado de manera tal de permitir de la manera más rápida posible el retorno al estado de reposo; en cambio, los sistemas de la memo-

    ria debían ser capaces de sufrir una modificación perma-nente. Por consiguiente, en su modelo espacial Freud ubi-có los sistemas de la memoria entre el perceptual y el mo-tor.2Se introdujeron en el diagrama diversos sistemas mné micos, según las múltiples formas en que podían asociarse los recuerdos (como la simultaneidad temporal o las rela-ciones de similitud).

     A continuación Freud intentó organizar mediante este es-quema los datos obtenidos del estudio de los sueños:

    «... nos resultaba imposible explicar la formación del sue-ño si no osábamos suponer la existencia de dos instancias psíquicas, una de las cuales sometía la actividad de la otra a una crítica cuya consecuencia era la exclusión de su deve nirconciente. La instancia criticadora, según inferimos, man-tiene con la conciencia relaciones más estrechas que la cri-ticada. Se sitúa entre esta última y la conciencia como una 

    pantalla. Además, encontramos asideros para identificar la 

    instancia criticadora con lo que guía nuestra vida de vigilia  y decide sobre nuestro obrar conciente, voluntario. Ahora, conforme a nuestras hipótesis, sustituyamos estas instancias por sistemas; si tal hacemos, en virtud del conocimiento ad-quirido por nosotros que acabamos de citar, el sistema criti-cador se situará en el extremo motor» (1900a, pág. 540).

    Formulado en estos términos el modelo distingue un siste-ma «inconciente» de un sistema «preconciente» (véase la figura 2). Freud simbolizó estos sistemas con las abrevia-turas Ice y Prcc.áPor esta época, Freud conceptualizaba la conciencia como un «órgano sensorial para la aprehensión de las cualidades psí-quicas». Suponía que ella podía recibir excitaciones del sis-tema perceptual, por un lado, y de dentro del propio apa-

    rato psíquico, por el otro. Sin embargo, pensaba que los únicos procesos que poseían inicialmente cualidades psíqui-

    cas eran los correspondientes a las trasposiciones de encr

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    I'.íu, que se experimentaban como placer o displacer. Con el desarrollo psíquico, a la capacidad inicial de la conciencia de i castrar sólo percepciones de placer y displacer se le agre-gaba otra, y aquella se convertía en un órgano sensorial que 

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    modelo tópico, esto se pasó por alto. Al abordar en unos 

    agregados de 1919 la cuestión de los sueños de angustia y  

    de castigo, demostró que los deseos cumplidos en aquellos 

    sueños que pueden llamarse «fracasados» no pertenecen a lo 

    reprimido sino al «yo», nombre con que designaba en esta época a la instancia crítica que determina la conducta vo-

    luntaria. Trasgrediendo el modelo tópico, se abandonaba así 

    el criterio del acceso a la conciencia como principio expli-cativo cardinal de los sueños de angustia y de castigo. De

     

    hecho, Freud estaba definiendo otro límite de aplicabilidad 

    del modelo tópico: este modelo no sólo era inútil en el 

    caso de los niños y de ciertos tipos de personalidad de adul-tos que se especificarán en capítulos posteriores, sino que

     

    resultaba poco satisfactorio para explicar los sueños fraca-sados. Sostenía Freud que los problemas que originaban los

     

    sueños de angustia y de castigo no podían elucidarse sin ir  

    más allá de la psicología del sueño. La necesaria revisión de 

    sus concepciones teóricas no se efectuó sino en 1923, en 

    El yo y el ello.4También en 1900 Freud se había visto obligado a aducir 

     

    datos provenientes del estudio de la neurosis para comple-

    tar su cuadro de la teoría tópica:

    «Esta [la psicología de las neurosis] nos enseña que la 

    representación inconciente como tal es del todo incapaz de 

    ingresar en el preconciente, y que sólo puede exteriorizar  

    ahí un efecto si entra en conexión con una representación 

    inofensiva que ya pertenezca al preconciente, trasfiriéndole 

    su intensidad y dejándose encubrir por ella. Este es el he-

    cho de la trasferencia,  [que] puede dejar intacta esa re-presentación oriunda del preconciente, la cual alcanza así 

    una intensidad inmerecidamente grande, o imponerle una 

    modificación por obra del contenido de la representación 

    que se le trasfiere» (1900¿z, págs. 56263).

    En la formación del sueño, los contenidos preconcientes así 

    utilizados son los restos diurnos: recuerdos de perceptos in-diferentes que «son los que menos tienen que temer a la

     

    censura». En la vida de vigilia, «debe considerarse recono-cidamente a la censura entre el Ice  y el Prcc como el cus-todio de nuestra salud mental». En esta época Freud pen-saba que en caso de fallar esa censura el resultado sería una

     

    psicosis. De ello podemos inferir que Freud no consideraba 

    aplicable el modelo tópico a los fenómenos psicóticos. Su 

    utilidad termina allí donde la línea demarcatoria entre los 

    dos sistemas centrales se quiebra de algún modo para dar  

    lugar a dichos fenómenos. No queremos decir con esto que las limitaciones de la teoría tópica la tornan errónea, sino

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    que a pesar de su utilidad deja inexplicadas grandes zonas de la vida mental; la psicosis es sólo una de esas omisiones.5Los procesos primarios operan de acuerdo con el «prin-cipio de displacer».6 Cuando la conducta está gobernada por 

     

    ellos, la persona no percibe nada displacentero. Esta evi-tación automática del displacer es el prototipo de la repre-sión. El proceso secundario de pensamiento se basa en la

     

    adquisición de la capacidad de investir e incluso recuerdos 

    displacenteros; este logro se vuelve posible por el desarro-llo de la capacidad de inhibir el displacer provocado por 

     

    un recuerdo displacentero. Eventualmente, el afecto gene-rado por la actividad de pensamiento debe reducirse a la mínima intensidad requerida para actuar como señal. La

     

    represión propiamente dicha se produce cada vez que se «dejan librados a sí mismos» los contenidos Prcc a los que

     

    se trasfirieron intensidades Ice, lo cual significa que la con-ciencia se ha apartado de ellos bajo el imperio del prin-cipio de displacer. Por consiguiente, la existencia de repre-sión propiamente dicha presupone una neta diferenciación

     

    entre los dos sistemas psíquicos. Además, el modelo tópico permitió explicar a Freud las per-turbaciones del funcionamiento mental sobre una base «di-námica», o sea, mediante el concepto de fortalecimiento y  debilitamiento de los diversos elementos que intervienen en el juego recíproco de fuerzas (cf. 1900a,  pág. 208).

     

     Amén de los sueños exitosos y de los síntomas psiconeu 

    róticos, examinó mediante este modelo los actos fallidos 

     v los chistes; los primeros fueron analizados en detalle en 

    Psicopatología de la vida cotidiana  (1901b),  y los segun-dos en El chiste y su relación con lo inconciente  (1905c). No obstante, Freud puso cuidado en advertir, al final de1.a interpretación de los sueños, acerca de las fallas que

     

    el modelo presentaba; en la última sección de ese libro hizo 

    hincapié en el punto de vista económico, que no había encontrado representación diagramática en él. En ese exa-

    men final, las metáforas espaciales del modelo tópico fue-ron remplazadas por el concepto de investiduras de energía.

    Ejemplo clínico del uso de los conceptos tópicos

    Entre los principales historiales clínicos de Freud, el que me-

     jor permite ejemplificar los conceptos tópicos sin dejar mu-llios cabos sueltos es el informe de 1909 sobre «Un caso de neurosis obsesiva», conocido habitualmente como el caso del «Hombre de las Ratas» (cf. Zetzel, 1966).7 El pa-ciente era un abogado de veintinueve años que sufría de

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    síntomas obsesivos desde su primera infancia. Durante cua-tro años había experimentado intenso temor de provocar  un daño físico a su padre o a una mujer admirada por él; también tenía impulsos de degollarse. La batalla que li-braba contra sus obsesiones empobrecía cada vez más su  vida personal y profesional; estas dificultades llegaron a

     

    su punto culminante durante unas maniobras militares, en el verano anterior al momento en que acudió a consulta, en 1907. Lo obsesionaba una fantasía según la cual su pa-dre y su bienamada serían sometidos a una tortura de la cual había oído hablar, introduciéndoles ratas por el ano. Para conjurar esta idea recurría a ensalmos mágicos con ges-tos y palabras que desembocaban en ritos ceremoniales re-

    petitivos de hacer y deshacer cosas.Los recuerdos más antiguos del paciente se vinculaban con la muerte de una hermana mayor muy allegada a él y con un ataque de ira contra su padre, acontecimientos que ha-bían tenido lugar cuando él tenía cuatro o cinco años de edad. Más o menos por la misma época recordaba haber  tenido una intensa curiosidad sexual; a los seis años ha-bía dado en creer que sus deseos voyeurísticos matarían a 

    su padre; para impedir esta muerte debía llevar a cabo ri-tuales compulsivos, que deshicieran los efectos de esos de-seos escoptofílicos. Obsesiones similares se produjeron cuan-do, a la edad de veinte años, se enamoró de su prima. Lo notable es que estos temores persistieron pese al hecho de que su padre murió realmente cuando el paciente tenía vein-tiún años. La exacerbación de sus obsesiones que precedió al análisis tuvo lugar luego de que fuera rechazado por  su prima y comenzara a abrigar el proyecto de casarse con 

    otra mujer.Como apuntó Jones, el análisis duró sólo once meses pero sus resultados fueron brillantes. Sobre la base de los datos, se hicieron un número importante de agregados significati-

     vos a la teoría clínica (cf. Jones, 1955, págs. 26268). En esta oportunidad, empero, nos limitaremos a la relación entre aquella y los datos. Es interesante repasar cuántos fe-nómenos complejos pudo explicar Freud sobre la base de 

    los conceptos tópicos exclusivamente. Fue capaz de demos-trar de qué manera se abría camino lo reprimido hasta las fórmulas mágicas creadas para conjurarlo. En otras pala-bras, demostró que la batalla defensiva en torno de la idea sintomática tiene lugar en la barrera de la represión. Un breve ejemplo puede ilustrarlo:

    «Durante su etapa religiosa se había instituido unas ple-garias que cada vez le insumían más tiempo [. .. ] por la razón de que siempre se interponía algo en las fórmulas

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    simples trastornándolas hacia lo contrario. Por ejemplo: “Que Diosnoloproteja”. [. . . ] Repentinamente, diecio-cho meses atrás, había cortado todo eso, inventándose una

     

    palabra con las iniciales de algunas de sus plegarias (1909d, 

    pág. 260).»... [Esta palabra] era “Glejisamen”:

    gl = glückliche,  o sea, “colma de dicha a L. [Lorenz]”; y  también “a todos”,

     

    e = (significado olvidado) 

     j = Jetzt und itnrner   [ahora y siempre] i — (apenas esbozada junto a la j)

     

    s = (significado olvidado)Es fácil ver que esta palabra se compone de

    g Í   s"e l aS A M E N

     y que él une su “Samen” [semen] con el cuerpo de la amada. [. . . ] A veces la fórmula le acudía secundariamen-

    te en la forma “Giselamen”» (ibid., pág. 280).8

    l;reud explicó esta neurosis en su conjunto sobre la base de la represión del odio edípico hacia el padre y a la mu- jer que lo había rechazado, seguida de una doble regresión: la de la libido de metas fálicas a metas sádicoanales, y la

     

    de la acción a la esfera del pensamiento erotizado. Estas 

    explicaciones no dejaron a Freud totalmente satisfecho, y  al término del historial delimitó lo que le había quedado

     

    aún sin explorar:

    «Lo característico de esta neurosis [.. . ] no ha de buscarse 

    I . . . ] en la vida pulsional, sino en las constelaciones psi-cológicas. No puedo dejar a mi paciente sin expresar en palabras mi impresión de que él estaba fragmentado, por 

     

    así decir, en tres personalidades; yo diría, en una incon-ciente y dos preconcientes, entre las cuales su conciencia

     

    podía oscilar. Su inconciente abarcaba las mociones tem-pranamente sofocadas, que cabe designar como apasionadas

     

     v malas. En su estado normal era bueno, jovial, reflexivo, 

    prudente y esclarecido, mientras que en su tercera organi-zación psíquica rendía tributo a la superstición y el asce-tismo. [. . . ] Esta persona preconciente contenía principal-mente las formaciones reactivas frente a sus deseos repri-midos...» (1909J, págs. 24849).

    I ste notable pasaje demuestra que ya en 1909 Freud se 

    había percatado de las insuficiencias del modelo tópico para

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    aclarar los conflictos intrapsíquicos que determinan la es-tructura de carácter de las personalidades neuróticas. Por  primera vez, estaba concibiendo la conducta desde el punto de vista de tres conjuntos de características funcionales 

    estables en conflicto entre sí. Sus formulaciones se limita-ban a generalizaciones clínicas,9elementos básicos sobre los cuales tendrían que erigirse sus construcciones metapsico lógicas futuras (cf. Gedo et al.,  1964). Si se exceptúa el hecho de que no describió los aspectos inconcientes del yo 

     y del superyó, Freud ya había dividido la personalidad del Hombre de las Ratas en la forma en que habría de descri-birlo con el modelo tripartito.

    Entre 1909, época en que se redactó el informe sobre el Hombre de las Ratas, y 1923, cuando Freud realizó la prin-cipal revisión de su teoría metapsicológica, hubo un único intento importante de actualizarla. En los «Trabajos sobre metapsicología» que han sobrevivido podemos observar va-rias adiciones y enmiendas de significación. La fundamen-

    tal es el énfasis en que si bien todos los procesos psíquicos tienen su origen en el Ice,  algunos no son reprimidos o devueltos por la censura, sino que acceden libremente a la conciencia. Aunque en 1915 Freud no reelaboró específi-camente el modelo tópico, la corrección que entonces in-trodujo en su teoría implica que en este modelo ya no es posible mostrar la psique como constituida por dos siste-mas totalmente separados, divididos entre sí por la barrera de la represión.10Otro corolario (Freud, 1915e) fue la necesidad de supo-ner una segunda censura entre el Prcc  y la conciencia. Si se quiere reflejar con el modelo este concepto, la concien-cia debe establecerse como sistema separado y designársela mediante el símbolo Ce.

     Notas

    c «Topographic»; aquí nos atenemos a la forma empleada por elpropio Freud y habitual en castellano. [N. del  T .]

    1 Freud empleó la palabra alemana «Instanzen»,  referida a los di- versos niveles de un sistema judicial; en lenguaje coloquial, lametáfora podría traducirse «pasar a través de distintos canales».

    [En inglés, el término con que se vierte «Instanzen» es «ageney», «agencia a través de la cual se tramita algo» y también «medie,instrumento». (N. del  T.)]

    2 Una temprana formulación de estas relaciones se halla en la Carta52 a Fliess (Freud, 1950 [189299]). No obstante, en 1896 elproblema aún era abordado en términos neurológicos.

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    d Empleamos las abreviaturas adoptadas en la nueva versión delas obras de Freud, donde podrá hallarse la justificación en unanota al pie (Amorrortu editores, vol. 5, pág. 533».). [N. del  T .]

    3 Por lo general no se ha apreciado el hecho de que el capítulo VIIde La interpretación de los sueños  contiene también un modelode funcionamiento de la psique inmadura, todavía no estructu-

    rada (véase el capítulo 4 del presente libro).4 Cf. supra,  la nota 2.5 Arlow y Brenner (1964) han tratado de llenar esta laguna ex-

    plicando psicoanalíticamente las psicosis mediante la teoría es-tructural de 1923.

    6 Para un examen de los «principios reguladores» del funcionamientomental con especial referencia al distingo entre los conceptos de«principio de displacer» y «principio de placer», cf. Schur (1966).Freud completó su exposición de la teoría tópica procediendo adefinir la naturaleza de los sistemas Ice  y Prcc.  Denominó «pri-

    marios» a los procesos del Ice:  son móviles, atemporales e indes-tructibles [ j /'c ],  y tienden sin cesar a la descarga. Los procesos delPrcc  sen «secundarios»: son ligados, quiescentes y su descarga estáinhibida. En otras palabras, los procesos preconcientes de pensa-miento son racionales y, en lo tocante a la energía psíquica, ope-ran en un bajo nivel de intensidad. Pueden ser «arrastrados a loinconciente» si se les «trasfiere» la energía que pertenece a undeseo inconciente. Esto da origen a la formación de una estruc-tura psicopatológica caracterizada por condensaciones que poseenbastante intensidad para abrirse paso hasta los sistemas perceptuales concientes. Las estructuras resultantes presentan los carac-

    teres del proceso primario: asociaciones laxas, tolerancia de con-tradicciones, desplazamientos de investiduras, etc. Éstos caracteresson observables en el trabajo del sueño así como en los síntomaspsiconeuróticos de las histerias y las neurosis obsesivas. En estasneurosis, cuando los contenidos inconcientes actúan sobre la con-ciencia a través de las trasferencias se produce invariablementeangustia.

    r Véase la «Advertencia del traductor», supra,  pág. 1. [N. del  T .]7 La muerte del paciente en combate pocos años después de con-

    cluir su análisis impidió, desafortunadamente, continuar con elestudio del curso que siguió el caso; pero, por otro lado, se cuentacon las anotaciones originales de Freud durante las sesiones (cf.Strachey, SE,  vol. 10).

    8 Más adelante, Freud comenta el desarrollo ulterior de estas luchasdefensivas (ibid., págs. 29495).

    9 En Waelder (1962) se encontrará un esquema completo de cla-sificación epistemológica de las proposiciones psicoanalíticas.

    10 El primer modelo psicoanalítico que reconoció un área de accesoininterrumpido a los estratos más profundos de la personalidadfue el expuesto por Kohut y Seitz (1963).

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    3. La teoría clínica de Freud en 1923: el modelo tripartito

    Pese a la acumulación de datos clínicos que demostraban que sus modelos de 1900 no podían dar cuenta de todos los aspectos de la vida mental, Freud dejó de lado durante un tiempo la construcción de modelos; pero no por eso su obra teórica dejó de evolucionar. Como señaló Strachey, 

    en 1920 volvió nuevamente su atención a una de sus pri-meras observaciones: el hecho de que los propios mecanis-mos de defensa son inconcientes (1896b).  En Más allá del principio de placer, Freud decía: «Es posible que gran parte del yo sea en sí mismo inconciente; probablemente, el término “preconciente” abarca sólo una parte de él» (1920*, pág. 19).En la edición de este trabajo del año 1921, Freud eliminó el «probablemente», convirtiendo a este aserto en una afir-mación absoluta. Ya había enunciado opiniones similares

     

    en 1915: «.. .no sólo lo reprimido psíquicamente perma-nece ajeno a la conciencia, sino además algunos de los im-pulsos que dominan a nuestro yo» (1915e, pág. 192). Comenzó aquí la gradual evolución del uso del término «yo», designando con él algo más que los aspectos del apa-rato psíquico que son accesibles a la conciencia. Freud ad- virtió que una definición significativa del término exigía 

    una reformulación.1 El nuevo modelo teórico fue forjado 

    en 1923 en El yo y el ello  (véase la figura 3). Este tra-bajo se inicia enumerando los defectos del modelo tópico e intentando una redefinición del yo:

    «Nos hemos formado la representación de una organización coherente de los procesos anímicos en una persona, y la llamamos su yo.  De este yo depende la conciencia; él go-bierna los accesos a la motilidad, vale decir, a la descarga 

    de las excitaciones en el mundo exterior; es aquella instan-cia anímica que ejerce un control sobre todos sus procesos parciales, y que por la noche se va a dormir, a pesar de lo cual aplica la censura onírica. De este yo parten también las represiones, a raíz de las cuales ciertas aspiraciones aní-micas deben excluirse no sólo de la conciencia sino de las otras modalidades de vigencia y de quehacer» (1923¿\  pág. 17).

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    Pocos años más tarde, en 1932, Freud habría de destacar  ipie la función más importante del yo es la adaptación del individuo a la realidad (cf. 1933rf, págs. 7580).

    Figura 3. El modelo tripartito  (tomado de Nuevas confe-rencias de introducción al psicoanálisis).

    percepción-conciencia

    Fin 1923, Freud siguió describiendo las resistencias con que se topaban los pacientes en el curso de sus asociaciones 

    libres. Estas resistencias son inconcientes, o sea, los sujetos no se percatan de su operación:

    «Y puesto que esa resistencia seguramente parte de su yo  y es de su resorte, nos enfrentamos con una situación im-prevista. Hemos hallado en el yo mismo algo que es tam-bién inconciente, que se comporta exactamente como lo 

    reprimido, vale decir, exterioriza efectos intensos sin deve-nir a su vez conciente, y se necesita de un trabajo particu-lar para hacerlo conciente» (1923&, pág. 17).

    Sobre esta base, concluyó que «el Ice no coincide con lo re-primido»; en consecuencia, hay una parte del yo que no pertenece al Prcc sino que es inconciente. A continuación, pasó a demostrar que debía introducirse un nuevo concepto para entender el aspecto de la vida mental 

     vinculado a la percepción de los procesos de pensamiento, lista idea era que los pensamientos se vuelven Prcc  sólo cuando una representacióncosa ha sido conectada con una representaciónpalabra. Sin embargo, también se puede pen-

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    tacionescosa que han quedado en la memoria suministran 

    la cualidad perceptual requerida. Ese pensamiento en imá-genes está más próximo al proceso primario que los pensa-mientos verbales. También las sensaciones internas de pla-cer y displacer deben trasmitirse a ese sistema perceptual

     

    para tornarse concientes. A causa de que los cambios en la 

    investidura psíquica que producen estas sensaciones inter-nas tienen en sí mismos cualidades sensoriales,