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Mil
PUBLlCACION QUINCENAL
DIRECTOR: A. FERNANDEZ ESCOBÉS
COLABORADORES: Mario AGUILAR
Victor ALBA Dom,mec de BELLMUNT
Juan B. BERGUA Alfonso CAMIN
Luis CAPDEVILA Alejandro CASONA
Mercedes COMAPOSADA F. CONTRERAS PAZO
Ezequiel ENDÉRIZ Antonio ESPINA Angel FERRAN
Ramon J. SENDER Roberto MADRID
~
Dr. Félix MARTI IBANEZ Alvaro de ORRIOLS José Maria PUYOL
Mateo SANTOS Arturo SERRANO PLAJA
Eduardo ZAMACOIS
DIBUJANTE : ..
Antonio ARGUELLO
PROXIMO NUMERO :
UNA NOVELA
INEDITA DE
EDUARDO ZAMACOIS
8uscripcionetS, correspondencia y giros (c. C.P. 1191-56 al1!t.áministrador: D. TORRES: 10, RUE DE LANGUEDOC. TOULOUSE <HT:e-GNE)
A. FERNANDEZ ESCOBES
¿ PARA · UIÉN TE PINTAS .
LOS BIOS, . MARI LENA ? •
NOVELA CORTA INEDITA
lo~ RUE DE LANGUEDQC
TOULOUSE
Dépo t l éga l
1 m p r i m
Tous drvit.s de traduction, de ... ~prod'lctton et d'ad8[l.tation réservés pour OOUS 'les ¡pays, y oompris la Rllssie.
Oopyright 'by iL A N O V E IL A E S P A ñ O L A , 19 4 8 .
pre mi e r t rimest r e "1 94 8
• e e n P r n e
L alféizar sin huella de codos. Ni tiesto de albahaca, ni claveles, ni geranios. La ventana desnuda, sin sol y
• •• sIn paIsaJe; como una ventana ciega. Ni pajarera con jilguero, ni jaula con grillo; como une. ventana. m'ij~
da. Sólo la pared de enfrente, gris sucio los raros días secos, gris lavado y sombrío lOs dlas de lluvia. Una ventana como para no asomarse más que al pasado. Lo primero qUe hizo Marilena al aposentarse en tan sombría habitación, fué lavar los visillos en la jofaina no babía fregadero - y devolv~rles SU rígida blancura de almidón. Pero ni aun así consiguió dar claridad a la pieza. La misma bombilla pendiente del techo, sin tulipa, en el centro, alta, como lejana, no proyectaba sino una luz am'ariI1enta y melancólica :
- Parece una tumba ... Una tum-
A tu sonrisa, L. C.
ba para mi soledad de refugiada -juzgó Marilena.
Pero el instinto de conservaCIón es anterior al instinto artístico. Lo primero para Marilena fué hallar un refugio en Francia y ya estaba en él. Había cubierto las etapas de la tremenda a ventura forzosa del éxodo español con un impulso que ella se desconocía, sin pensarlo, como bracea un náufrago, y con una suerte buscada. Primero, de Barcelona a Figueras, en un automóvil de oficiales del ejército republicano, que le ofrecieron apretado hueco en sU compañía, más qUe por haber sido recomendada, por ser joven y guapa. Luego, la sorpresa de salir indemne de los bombardeos de Figueras, y la presurosa ' marcha hacia la frontera. ¿ A pie? ¿ En vehículo? Todavía no le había quedado tiempo de poner en orden sus recuerdos, y no podía precisarlo. Pasó la frontera con el alud humano, un guiñapo más entre la mu]. titud espantada. Se recobró un instante al llegar a Cerbére y encerrarse, s in hacer caso de voces autoritarias que la llamaban, en el ga-
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binete de toilette de la estación. Un respiro, al fin. El espejo reflejó una Marilena descuidada, con greñas de insomnio, señales de fatiga en el palmito y arrugas y manchas en la ropa. Tal como se veía reflejada no podía seguir otro camino que el de la multitud conducida a los campos de concentración. Y ese destino de manada la horrorizaba. Marilena estaba ya harta de dormir en cual-
• quíer parte - casa abandonada, cu-neta o pajar, - al lado de cualquiera; de vivir en montón, sin intimidad ni confianza. Era una mujer de interior, sin ambiciones de lujo; pero con necesidades de hogar. Desoyendo las intermitentes llamadas en la puerta, se aseó lo mejor que pudo, cambiándose el vestido por uno de repuesto que guardaba en la maleta como un tesoro. List a ya, se pintó los labios con un carmín discreto. Y estaba bordeando cuidadosamente con la barrita roja la pulpa de la boca, cuando oyó real .Y cercana una frase íntima:
- ¿ Para quién te pintas los labios, Marilena ?
Tan cercana y tan real que volvió automáticamente la cabeza. Na.die más que ella en el gabinete de toilette. Parecía la voz de Manuel, su esposo; pero también hubiera dicho que era la voz de Rogelio. Asombroso: no distinguía a qué timbre de voz correspondía la frase; después de haber oído y escuchado tantísimas veces a los dos, en todos los tonos de la voz familiar, hasta ahora no se enteraba de que tenían el mismo . registro. Pero ¿ no sería ella, Marilena, la que daba a ambas voces un mismo tono, como había dado a los dos hombres un mismo corazón? Sí; era ella. Como era su recuerdo, que empezaba a
ordenarse, el que le había repetido, ante el espejo, la inolvidable pregunta.
Cuando salió del lavabo - alta, bien plantada, fresca y atractiva -se dirigió a la taquilla de la estación. Tuvo que cerrar un momento los ojos, qUe no volver la cabeza, porque se sintió como culpable de abandono, de .insolidaridad con aquella masa harapienta, doliente y vocinglera que los gendarmes embutían en los trenes. Marilena era como una molécula que, traicionándolo, se desprendía del destino -comun.
Ya en fila ante la ventanilla de los billetes, creÍase salvada cuando observo que un · gendarme. celoso cumplidor de s u debel', se dirigía l'ecto hacia ella. Marilena cerró los ojos, s intió que la sangre se le agolpaba en la cabeza; instintivamente abrió el monedero y tomó unos billetes franceses. ¿ Para qué? Los pasos del gendarme resonaban en el corazón de la atribulada, los escuchaba tan espantada como cuando le rasgara los tímpanos en Figueras el característico chirrido de las bombas al caer; percibió cada instante más cercano el olor' a paja cuartelera y a cuero recién lustrado del gendarme; hasta creía adivinar la satisfacción profesional del guardia por la infracción descubierta, cuando oyó una voz de mando, en un francés muy nasal:
- La señora viene conmigo. Oyó un taconazo y cómo los pa
sos del gendarme se alejaban a un ritmo automático. Al levantar los párpados, dirigió una mirada de gratitud a unos ojos de varón que la miraban entre corteses y admirativos. Eran los claros ojos grises de un rubio capitán del ejército
¿ PARA QUIÉN TE PINTAS LOS LABIOS, MARJIENA? 5
francés, un poco incómodo en SU unifornle, muy pagado de su galantería. El mismo oficial, sin consultarla, sacó con su pase otro billete para París, le entregó ambos papeles y tomó con una mano la maleta ·de Marilena y con otra la suya. i Qué tiesa . y qué aliviada pasó la moza, al lado del capitán, por delante del gendarme! Ya en el vagón, mientras el capitán colocaba ambas maletas en el estante, Marilena pensó:
- Salvada de todos los peligros, menos del mayor: el hombre ... Este creerá. que me ha conquistado con su gesto.
Sentáronse frente a frente. Aprovechando la ausencia de otros viajeros, Marilena se apresuró a abrir el bolso para pagar al capitán el importe del billete.
- ¿ Qué va usted a hacer? -protestó él, en un castellano correcto, pero con marcado acento francés.
- Ante todo agradecerle de corazón SU intervención salvadora; después, restituirle SU dinero. Quisiera conservar de usted el recuerdo lim-
• pio que debe tener de un gesto aSl una mujer bien casada.
- Está usted muy nerviosa. - Vea esas desesperadas mujeres
yesos infelices niños, compatriotas míos, que amo~tonan en esos trenes, después de haberlos separada de marido y padre. Yo estoy huyendo de su destino... Me parece que les hago traición. ¿ N o quiere usted que esté nerviosa ?
- No es esa sólo. Tranquilícese y aparte de sU pensamiento toda idea de frivolidad por mi parte en tan trágicas circunstancias. Soy un buen amigo de ustedes, profesor de español, movilizado. Amaba a Espa-
ña por su arte, por sU folklore, por su reciedumbre, por BU sinceridad, por SU belleza: ahora la amo más por su desgracia. Lo que haya podido hacer por usted, bien poca cosa que el azar ha facilitado, lo he hecho por España ... no por donjuanjsmo.
- Gracias, gracias ... Yo no engañaría a -mi marido con nadie. ni por nada ...
- i Qué española es usted! Tan española que, ante la presencia del hombre, no concibe que pueda él reaccionar más que en español. Tranquilícese. En Francia, las mu-jeres solas viajan seguras ... muchas veces, a pesar de ellas mismas. El hombre europeo es muy distinto ... aunque cualquier nación de Europa esté más poblaba que España. En cuanto al dinero del billete, guárdelo; se lo suplico. Sospecho que a lo largo de su desventura lo necesitará. Es mi donativo a España. No había hecho hasta hoy ninguno, temiendo que mi bote de leche no llegara al destinatario.
Hubo un largo silencio. El miiitar desplegó un diario y se enfrascó en la lectura. A pesar de las palabras del capitán, Marilena se mantenía en expectante prevención. Casi le agradecía que empleara ese tono reticente y sutilmer.lte superior, porque así neutralizaba con una dosis de antipatía la de gratitud que sentía hacia él. Su presencia en el vagón, frente a Marilena, le era al mismo tiempo conveniente y desagradable; conveniente porque se sentía protegida en su fuga; desagradable, porque se creía amenazada como mujer. Rendida de cansancio, necesitaba dormir; pero temía quedarse dormida por miedo a encontrarse, al despertar, sin la
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presencia del militar que, huml\lado por el desprecio, se habría ido a otro vag6n, y ante la policía, presta a detenerla por indocumentada. ])e.. cidió, pues, vencer su inclinación al sueño y mantener con el militar un diálogo de frases breves cortadas por largos silencios. Ella misma, desp1!és de arrellanarse en el asiento, le pregunt6 :
.- ¿ Por qué me ha sacado usted billete hasta Paris ?
- Es la estación de término. Ignoro adónde se dirige usted; pero un billete para París sirve para ir a la capital y para quedarse en cualquier estación del trayecto. Depende de dónde la espere SU marido ...
- j Mi marido! - exclamó Marilena, denunciándose, mientras le brotaba una lágrima incontenible -j Ay! ¿ Dónde estar¿. el pobre?
- Entonces no vaya ustel'i. a París. Comprendo su dolor ... y su reserva. No tema nada de mí. Repito qUe soy un buen amigo de ustedes. Convénzase de que la veo COlll0 si simbolizara a España, a SU tragedia. Es usted una desdichada que huye. Voya darle unOs consejos; tome usted de ellos . lo que quiera. i No vaya a París! Resista a esa humana tentación universal. Quédese en Chartres. Francia 10 comprende todo. Es el pills de las medidas elásticas, de las excepciones; de los campos de concentración y del « negociado de la facilidad ». Por
.. eso ha dejado algunas ciudades libres para los refugiados españoles. Chartres es una de ellas. Le extenderán documentación ' regulai' y la policía no la molestará. En Chartres, feria húmeda y levítica, hay un obispo que ha predicado contra ustedes; pero la catedral se asienta
sobre un amplio balc6n para eepí, ritus convalecientes, desde el que se
contempla un panorama suave- y ' dulce. Quédese en Chartres.
- ¿ y qué hago en Chartres ? - ¿ y qué hace usted en cual-
quier otro lugar? Buscar a su marido. .
- ¿ En Chartres ? - ¿ Por qué no? Pero si no.
desde Chartres. Mire 'usted este periódico en que lo épico degenera en doméstico Su. última página está llena de anuncios terribles: r.efugiados españoles que preguntan con angustia dónde se encuentran los suyos, o que indican, con esperanza. d6nde se haIJan eIJos. Los débiles gimen: « ¿ Dónde estáis? »; los fuertes. gritan: « j Aquí estoy! ». Las moléculas tienden a agruparse. Si no da con su marido en Chartres, inserte usted también su anuncio en este diario: « Fulana de Tal, que vive en tal sitio. desea saber el paradero de su esposo. » ". Por fin descubro el br!l1o de la alegría en esos ojos cansados, Ahora, ciérrelos y duerma confiada. La espada la vela, vela, que diría su García Lorca.
Esta vez la mirada de gÍ-atitud fué acompañada de una graciosa sonrisa. Y ya tranquila, sin acordarse de su estrategia de frases cortas y -largos silencios. se durmió confiada. Fué un sueño reparador y profundo, después de tantos días de miedos y de intemperies; tan profundo que el profesor movilizado tuvo que despertarla al llegar a la estación en que debía cambiar de tren.
Ya en Chartres - pequeña ciudad blanca, negra y gris; blanca de nieve, negra de pizarra, gris de luz, - las cosas sucedieron tal y conforme le informara SU salvador;
¿ . PARA QUIÉN TE PINTAS LOS LABIOS, MARILENA? 7
fácilmente, sin ningún tropiezo, con la mayor naturalidad. Tuvo desde el primer dia sus papeles en regla, . privilegio anhelado en aquel mismo instante por medio millón de españoles; tuvo una habitación libre, como cada vecino, . en una calle estrecha y tortuosa, con nombre de antiguo gremio. Eso, cuatro menudencias femeninas y hasta un par de miles de francos en el bolso; en la maleta, dos mudas y tres recuerdos. Y su vida. Y nada más. Sola en la sombría habitación, quiso limpiarse los dientes, y no había vaso; quiso calentar agua para lavarse, y no había cazo; quiso planchar SUS
ropitas arrugadas en la maleta, y no haqía plancha; quiso guardar sus prendas, y no había armario; quiso escribir el anuncio y mandarlo enseguida al periódico, y no había papel, ni vade, ni sobre, ni pluma, ni tintero. Quiso siquiera reposar la mirada en algo familiar o acogedor, y las paredes le respondieron con una frialdad hostil; no había en ellas más que media docena de clavos desnudos y un cuadro, una litografía de « Las espigadoras », de Millet; pues ni siquiera esas tres campesinas, atentas a la búsque.da de la espiga caída, miraban a Marilena. Salvada, sí; es decir, con vida. Y nada más. Sola en aquella tumba de refugiO.
Era. absolutamente necesario reaccionar. O alzarse contra el medio y transformarlo, darle su propio reflejo humano, o morir. Y morir ahora, no. Sólo una vez, vencida por la adversidad, secas de repente las fuentes del amOr y de la esperanza, quiso morir Marilena. Morir, viendo venir a una Muerte descarnada, fea y fría, en el instante en que cerrara los ojos para no verla.
Morir de consunción y de catástrofe: dejándose secar como un árbol sin savia destinado al leñador. Mórir de abandono, como un incurable pegado a la sábana-sudario. Y al mismo tiempo, morir de repente, entre dos alertas, escombro de fresca carne entre los escombros de ladrillo y argamasa seca. Salvada esa crisis, nunca más pensó en morir. Cuando los bombardeos de Figueras, tuvo la. sorpresa de quedar indemne; pero no la de quedar con vida. Demasiado llena de
, vida e ilusión para pensar en la muerte como fatalidad. Todo su largo y aventurado camino de Barcelona . a Chartres no había sido otra cosa que ansia de vivir, ins.., tinto de conservación. Saldría a la calle, a ponerse en contacto con la vida, a descubrir la ciudad, a comprar lo más necesario. Se enfrentó con el espejo, se alisó los cabellos con mano experta y graciosa; después, se pasó la barrita de carmín por la boca. Y nuevamente oyó, con su propio sonido, clara y como era, la voz íntima: .
- ¿ Para quién te pintas los labios, Marilena ?
Era la voz de Rogello. ¿ Cómo pudo haberla confundido con la de Manuel ? Era la de Rogelio, la del primero que se lo dijo, porque inventó esa frase para ella; la' del que, antes que Manuel, estrujó con sUs labios sin pintar la respuesta enamorada de los labios pintados. Pero ¿ cómo la había confundido con la de Manuel ? La de éste era voz de barítono, como la de Rogelio, sí, pero siempre igual : voz reposada, de descanso, de amparo, de serena vida cotidiana; voz de registros monotonos: sensatos, ni airados, ni suplicantes, como la voz de
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un técnico que sabe lo que dice palabra por palabra. La de Rogelio era voz cambiante, plena de susurros y de órdenes, de gracia y de orgullo, de pasión y de mimo, de inesperado y de aventura. La de Manuel era voz de puesta de sol, de regreso; la voz del hogar tranquilo. La de Rogelio era voz de amanecer. de ida, de siempre novio. ¿ Cómo había podido confundirlas?
- ¿ No he de confundir sus voces
- pensó Marilena -, si be ·confundido en mí sus vidas? ¡Amores mios ~ si, los dO!J, los 408; amores míos, ¿ dónde estáis?
Marllena, deshecha en lágrimas,_ se arrojó de bruces Bl 'bre el lecho; sobre aquel lecho extraño y frío; Por la ventana entraba luz Bom·bría; por la ventana, que había robrado de súbito una monorrítmica musicalidad: . la melancólica melopea de la lluvia.
¿ PARA QUIÉN TE PINTAS LOS LABIOS, MARILENA? 9
SE « ¿ dónde estáis? » no va· _ lía lo mismo para Manuel que
para Rogelio. De sobra sabía Marilena dónde estaba Roge-
lio: muerto. Muerto en esa zona •
vaga que llaman el frente, en tierra perdida. El enemigo puso una cruz de palo en su fosa y lo entregó al 01 vido, sin flores ni plegaria. Un rojo menos. 'Manuel, en cambio, vi_ o vía, debía de vivir; pero ¿ dónde? Marilena preguntaba por los dos porque ella, ahora, en su triste soledad de náUfrago, perdidos ambos, los englobaba en un mismo sentimiento. Sin Rogelio, Manuel no hubiera existido en el corazón de Marilena. Eran hermanos. Los dos fueron sus maridos. La guerra lo quiso así. Sin la guerra, Manuel no
-habría sido en la vida de Marilena más que un pariente distinguido; el soso de su cuñado. Con la guerra, Manuel, aquel ser odioso que llega-
. ba cada día con el pan debajo del br~zo, lo fué todo. Si no hubiésemos conocido el pan - pensó una vez Marilena - ¿ pOdríamos pasarnos sin él ?
i Lo que la había hecho penar Rogelio ! Penar de mal de amores. Ella se enamoró de él casi desde que le conoció, en 1934, en su domicilio de Barcelona. Una vecinita, modistilla como ella, que como ella vivía en el segundo piso, se lo señaló:
- Hay nuevos vecinos en la casa, . en el tercero: dos hermanos, solos. El uno, parece atontado; pero el otro, moreno él, garboso, i hay que verlo!
Marilena lo vió. Y lo revió. Y cuanto más 10 veía, más se afirmaba en su juicio:
- i Cómo se parece a lo que yo quiero!
La vecindad les facilitó ocasiones de encontrarse y charlar. Cuanto más hablaba con él, más sentía la necesidad de continuar hablando, de tenerle cerca, de mirarle a los ojos n egros. Iban al trabajo a las mismas horas. Marilena se las componía para salir de su cuarto justamente en el momento en que él llegaba al rellano de ella. El... él, unas veces la acaramelaba, acompañándola y diciéndole piropos bonitos ; otras, se escabullía con un « hoy tengo prisa », y b~jaba los escalones de un salto, ágil y vigoroso, sin volver la cabeza. Más de una vez -
. muchas, demasiadas - pasaba por donde Marilena se las había ingeniado para coincidir con él, como por pura casualidad; pero pasaba de bracero con otra, atronando la calle con su risa escandalosa, ·picada de presunción. Entonces Marilena se mordía los labios y pensaba: « Le daré celos con su hermano. » y se ponía nerviosa. Pero cuando por verdadera casualidad tropezaba con Manuel, se apresuraba a saludarle secamente, rompiendo todo propósito de conversación, mientras Se decía: « Con este soso, no. » ¿ Soso? Después, cuando le conoció verdaderamente, cuando sustituyó en el corazón al muerto, rectificó este ligero juicio. SOBO, no: sobrio, parco de palabras; un hombre sin adornos, pero con muy buenas pren-
10 A. FERNANDEZ ESCOBES
das. Rogelio le dió celos con todas las chicas bonitas del barrio y con algunas feas. Y cuando Marilena decidía dárselos a él, ¡ no podía! Asi, hasta "la ocasión en que ... Sería la una y media de la tarde. N o : sería, no : era, era. i Pues no miraba Marilena pocas veces -su relojito de pulsera hasta que las saetas marcaban exactamente la hora de regreso al trábajo! El también, el muy pícaro, esperaba a la una y media en punto para salir de casa; pero ella no lo supo hasta que fueron casados y . él, en confidencias de alcoba, le explicó la tramoya de su comedia amorosa. Era la una y media en punto, pero no oí~ los pasos de él. Transcurrieron dos minutos, tres, cinco, diez; iba a llegar tarde al trabajo. Un cuarto de hora. Imposible esperar más. Abrió la " puerta y salió al rellano ... y todavía se detuvo un instante, el último. Para llenarlo con una excusa. resolvió volver a pintarse los labios. Y estaba bordeando la pulpa de su boca con el carnlírt discreto, cuando Rogelio descendió como de un salto y se plantó delante de ella y le preguntó con voz de mieles:
- ¿ Para quién te pintas los labios, Marilena ?
Hasta el nombre de Marilena era de Rogelio. Ella se llamaba María Elena; pero él había unido los dos nombres, como si ya fueran suyos, en uno que nadie la diera antes.
- Para tus labios sin pintar -comenzó a responder ella, vencida y entregada; pero no pudo acabar la frase; los labios de Rogelio la truncaron, mientras los ojos . sonreian de dicha joven. Salieron cogidos del brazo, con mucha prisa, dispuestos a no ~rder la ta rde de trabajo. Poco a poco los pies se vol-
vieron lentos, caprichosos, remolo .. nes, y cuando Marilena y , Rogelio quisieron darse cuenta, estaban en los jardines de MontjuiCh, envueltos en la púrpura dorada del crepúsculc.
- Nos casaremos en seguida -le dijo Rogelio, al despedirse aquelJa noche en la escalera de la casa.
- Si - accedió Marilena. Y como si le . hubiera nacido de repente una sensate!!; doméstica, añadió: - Dos hombres solos no estáis bien. Hace falta una mujer en la casa.
- Lo que hace falta, lo que me hace falta es saberte mía a todas horas.
Año y medio tardaron en casarse. Rogelio · quería poner casa) su nido aparte, pero no ahorraba un céntimo; cuanto ganaba lo derrochaba con Marilena, pensando siempre:
« Esta es la última locura; desde mañana, a guardar como un avaro. » Tardaron año y medio . en unirse, y no se hubieran casado nunca a no haber sido por Manuel. El soso ' aquel anticipó a su hermano, sin esperanza de recobrarlo, el capitalito necesario para comprar mobiliario y ajuar. A los pocos días, le dejaron solo.
Así eran los dos hermanos. Marilena encontraba mil detalles concretos para diferenciarlos. Ahora recordaba uno: A Manuel le venían bien los trajes de Rogelio, como si ·se los hubieran hecho a medida; pero los llevaba desgalichado. Rogelio no se hubiera puesto nunca jamás un traje de Manuel, aunque le sentara perfectamente.
Cuando estalló la guerra, a Rogelio le faltó tiempo para"" irse al
" " . frente. Marilena intentó retenerlo; él la atajó, seco:
- Pero ¿ es que tú podrlas seguir
¿ P2\RA QUIItN TE PINTAS LOS LABIOS, MARILENA.? 11
queriéndome si yo faltara a mi deber, si yo fuera cobarde?
- Lo que quiero es seguir teniéndote, cariño de mi vida.
- No ha nacido todavía el guapo que me tumbe a mí.
y se · fué al frente. Manuel, panadero de oficio, sabiendo moler el trigo y fabricar harina, fué incor4
porado a la Intendencia militar, y perma n eció en la retaguardia. Ni un sólo día faltó a Marilena la visita de sU cuñado, ni el chusco -blanco por dentro, tostado por fuera, tierno y esponjoso, como si lo hubie ra amasado ·y cocido para su cuñada. Y ni una vez siquiera pudo atisbar Marilena que aquel hombre estuviese prendado de ella. Nunca, ni la más velada alusión, ni una fior, ni un equívoco. Un padre severo no habría procedido de otra manera con un,a hija, A los pocos meses, en una descubierta sobre Huesca, Rogelio quedó tendido en el campo, con tres compañeros más. Los soldados que les protegían, contaron que le vieron detenerse un instante, como si algo le fallara ' o hubiese tropezado; avanzar decididamente hacia el enemigo, llevarse una mano a la pierna derecha · y desplomarse redondo algunos pasos más adelante. Quedó inmóvil, sobre terreno de nadie. ' El oficial que pres-enciaba con el telémetro la incursión, sentenció: « i Lo han cazado! ». Por la noche, algunos compañeros salieron decididos a traer el cadáver a nuestras filas. No pudieron lograrlo. El enemigo, desconfiado y alerta, vigilaba y, al menor ruido, barria el frente 'con el fuego de sus ametralladoras, con tal intensida d que hubo que contestarle con los morteros. Al día siguiente, ya no pudo distinguirse a los cuatro
cadáveres: la tierra estab& llena de hoyos abiertos por los morterazos. Al otro día, en aquel terreno cavado por la metralla, aparecieron unas cruces de palo. Marilena tardó algún tiempo en saber la luctuosa nueva. Después de siete días sin carta de Rogelio, Marilena preguntó a Manuel:
- ¿ Has recibido carta de él ? - Si. - Este hombre, siempre el mis-
mo. Sabe con el ansia que vivo, y ni escribirme. No es que tema nada, no; más te diré : le espero de un momento a otro. Aparecerá de repente, como una ventolera, estará un cuartito de hora conmigo, y el mismo viento se 10 llevará de nuevú. y a penar otra vez ...
A la semana siguiente ~ Marilena volvió a preguntar a Manuel:
- ¿ Has tenido ~arta ' de él ? - Sí. - Déjame leerla.. - Sí. - Fingió torpemente bus-
car la carta en un bolsillo, luego en otro. - Me la he debido de dejar en casa.
- Mírame, Manuel; mÍrame a la cara... ¿ Por qué bajas los ojos ? ¡Muerto! ¡Muerto!... ¿ Dónde .está ?.. i Quiero verlo! ¡Verlo, aunque esté muerto! i Llévame! ... i Rogelío, cariño de mi vida, 'entra-- ., nas mlas ....
- Sé fuerte, Marilena ... - ¿ Fuerte sin él ? ... i Ay ! F"'uer-
te, sí, i para maldecir L.. ¿ Y a quién? ¿ A quién? i A todos esos emboscados de la retaguardia! Ellos no caen nunca. Los oyes día tras día, por la radio, y no mueren. Los ves retratados en los periódicos, y no mueren, Se mueven de un lado para otro, y no mueren. Van a banquetes diplomáticos, a festejos
. . 12 A. FERNANDEZ ESCOBES
militares, a congresos obreros, y no mueren ... Van cayendo sus mejores, y ellos están siempre de pie. Ordenan, disponen, se disputan el honor y el mando y la primera liJa de la retaguardia : se creen todos en posesión de la verdad; pero la verdad verdadera, la verdad que yo les daría, la verdad de los muertos, ¡esa no la tienen!
. M·l I -. I an ena .... - Sólo caen los jóvenes, ]05
jóvenes de cuerpo y alma, los más viriles, los más verdaderos: i la a legria y la salud de España! ... í Sólo caen los que son como el mío !... ¿ Dónde e~tá. Manuel? ¿ dónde está mi hombre? o •• Llévame junto a él, que quiero darle mi vida y sorber su muerte y hacerme polvo consigo!
- . Reflexiona, Marilena ... - i Cállate, ave fría! o.. ¿ Qué
sabes tú lo qUe es a mar! Hasta ahora, en esta hela da habi
tación oscura y extranjera, la lluvia azotando los cristales como un estribillo melancólico, n o había medido Marilena el grada de su tiolor, ni la intensidad de su cólera, ni lo injusto de su reproche a Manuel. Manuel sí que sabía lo que ¡;:!s amar; que no llevaba el amor en los labios, como Rogelio, sino ·muy hondo. Manuel la quería tanto como Rogelio, pero sin explosión, silenciosamente. Si no la hubiera querido, no la habría salvado; no hubiera aguantado, paciente y comprensivo, sus quejas irritadas; no la hubiera velado y protegido sin un desmayo, nI una réplica; sin pedir nunca nada: palabra. mirada ni sonrisa. Cada día, tras una noche de trabajo, aparecía con SU pa n debajo del brazo, con sU rostro sereno, con SU segura solicitud. Marilena, toda-
vía acostada cuando entraba Manuel, apenas correspondía a su saludo con un sonido bronco. La molestaba su presencia. El también era de los de la retaguardia, aunqué de los del montón. La casa entera rebosaba de señales de abandono. Marilena, tan limpia (¿ no había iniciado su vida de refug iada lavando unos visillos ?), tan cuidadosa, tan mujer de sU casa, sólo vivía para el dolor. El piso estaba sucio, la despensa vacía, los cristales empañados, los muebles cubiertos de polvo, los vértices con telarañas, la vajilla en desorden. Una cosa nada más aparecía cuidada: 'el negro crespón ·enlutando el retrato de Rogelio. Manuel, s ufridamente, con una infinita compasión y un absoluto desprecio de lo q~e los hombres entienden por costumbres masculinas, una vez por semana, barría, limpiaba, ordenaba, llenaba la despensa. Cuando Marilena, obligada por un imperativo físico, o cansada de esperar en vano la bomba que la descuartizase en el mismo lecho en qUe la h a bía adorado el único hombre de su vida, se levanta ba con aire sonámbulo, hallaba el hogar cuidado, la mesa puesta con un cub!erto, de qué comer y un ramo de flores lozanas debajo del retrato de Rogelio. :Manuel habíase marchado silenciosamente. Otros días no se iba sin preguntar a Marilena :
_. ¿ Quieres algo? - Que no me quites mi soledad
- respondía ella, agria. Sin Manuel, Marilena también ha
bría muerto. Muerto precisamente de la manera trágica que esperaba, si antes no hubiese muerto, ajada y sucia, entre_ las basuras de SU casa. Muerta el alma de pena y de miseria el cuerP9. Muerta de la VOIUD-
¿ PARA QUIÉN TE PINTAS LOS LABIOS, MARILENA? 13
tad de dejarse morir. Ahora, ahora que anhelaba vivir, qUe por querer vivir había cubierto las etapas de la tremenda: aventura forzosa del ~odo español, con un impulso desconocido; ahora, comprendía bien lo que fué y lo que era Manuel en su vida. Ahora comprendía, sin remordimiento, sin ofensa para la memoria de Rogelia, un poco con el sentimiento especial de la madre que pone en el nuevo hijo el cariño que puso .en el hijo muerto, su .. mor por Manuel. El lo había ganado . a pulso, acción por acción, con una constancia de escultor que va modelando golpe a golpe una figura gigantesca, sin otro afán, ni otro pensamiento que el de crear su propia obra. Ahora, en su . completa loledad de refugiada, reconocía que quiso mucho, mucho, a Rogelio; pero que quería mucho, mucho, a Manuel.
En los primeros días de abandono iuicida, cuando odiaba a Manuel porque su presencia la condenaba a vivir, había pensado muchas veces que no era un hombre. Como legítima mujer española, Marilena sentía un instintivo desprecio secreto por el hombre que la remplaza VQ~ luntariamente en los quehaceres caseros. Un día de iracundia, en que la memoria del recién muerto le enviaba recuerdos sexuales como un perfume extraño, Marilena pensó:
- Tendré que acabar queriéndole ... como a una hermana .
•
i QUe no era un hombre ! ... No tardó Manuel en sacarla de- dudas. Un mes después de saber la muerte de Rogelio, cuando se presentó Manuel, Marilena seguía pegada a la sábana sucia. Además del pan de cada día, su -brazo apretaba una
caja grande de cartón. Saludó a Marilena, quizás algo más vivo que de ordinario, y salió de la alcoba e;n seguida, con la caja, a trajinar por el piso. Marilena oyó el grifo soltar SU chorro de agua con una sostenida alegría musical. Se sintió hidrófoba; se cubrió toda con el embozo, y como aun así oyera ~l cantar del agua, escondió la cabeza debajo de la almohada como la esconde debajo del ala el avestruz. Media hora después, Marilena envuelta en la sabana, fué de pronto arrancada del lecho, por unos brazos membrudos, que la sostenían como si fuera una pluma. Asomó la cabeza: era Manuel.
. D·· I • S ·lt I - I eJame .... I ue ame .... ¿ Qué pretendes de mí ?
Ni le respondió. La condujo, en una brazada, a la cocina. Un delantal velaba la ventana; en el suelo, habia un lebrillo con agua, no lejos del cubo de la basura; en los fogones, el agua' borbotaba en los pucheros "más grandes. Parecía como si todo estuviera preparada para una matanza casera. Manuel depositó a Marilena -en el suelo; cerró la puerta, corrió el pestillo, quitóse la chaqueta, se arremangó los brazos ... Marilena le observaba estupefacta. Con fuerza de macho irritado le rasgó de arriba abajo la sábana, la hizo un rebujo y la arrojó ' al cubo de la basura.
- ¿ Qué haces, sacrílego? ... ¿ Pero no comprendes que todavía me huele a él ? - gritó Marilena, fuera de sÍ.
- Si" creerías tú que te iba a dejar pUdrir viva ...
De arriba abajo le rasgó los vestidos, de arriba abajo las medias. Pronto la dejó desnuda y descalza. Marilena estaba tan sobrecogida,
14 A. FERNANDEZ ESCOBES
qUe se cubría los ojos en vez de cubrirse el sexo. Desnuda, la t6mó Manue.! Y. como a un perro faldero, la metió en el lebrillo. Con una destreza de enfermero, la enjabonó toda, llenando la cocina de olor a heno. Cambió el agua y la volvió a enjabonar, la frotó de cabeza a pie.:; con una manopla de hilo, la dejó limpia como una Venus brotando de la espuma. Luego, utilizando las manos con un raro conocimiento anatómico, la obligó a ponerse de pie. Y entonces, sólo entonces, la contempló desnuda. un instante , nada más que ~ instante. Y entonces, sólo entonces, Marilena comprendió que Manuel era un hombre. .e hizo lo que no hiciera: cruzar sus manos más abajo del vientre y cerrar los ojos, mientras en SUs mejl\las se abrían las rosas del pudor.
- i Qué bien hecha estás! - susurró Manuel, con voz de instinto.
Rápido como una centella, se fué a la puerta de la cocina, arrancó el pestillo de un tirón · enfurecido, la abrió de un golpe, y salió. Un segundo después, la entreabrió para decir con voz trémula :
- Vístete pronto con esas ropas . nuevas que hay en la caja de cartón.
Un cuarto de hora más tarde, la puerta de la cocina se abrió, y entró Manuel. Era de nuevo. el hom- bre seco e inalterable de siempre, pero tenía la voz más varonil, con tonos de mando.
- Estoy decidido a sacarte de aquí para siempre, y no me gustaría volver a ser violento. Rogelio no me perdonaría que te dejara morir, abandonada a tu desesperación.
Marilena no le respondió; pero le siguió dócilmente. Nunca Be explicó por qué le había seguido, por qué
había abandonado la casa, si estaba resuelta a morir en ella. Ahora se lo explicaba: es que le amaba ya. sin saberlo. Manuel Ja condujo a _su casa, al mismo edificio en cuya es"; calera. conociera a. Rogelío, donde la esperaba una habitación.
_ . Es la de él, de soltero - explicó su. cuñado.
y esa habitación, y esa escalera y ese edificio y la caHe y el barrio, en un conjunto de recuerdos de su primer amor, fué lo que ató a Marilena a la voluntad de Manuel, además de un sentimiento desconocido que entonces ni siquiera sospechaba. Tres noches · después, tras un bombardeo, el nigo matrimonial no era más que un montón de humeantes escombros. La bomba que Marilena había deseado en su loca desesperación, llegó demasiado tai'de. Ahora, en Chartres, Marilena pensaba que había llegado a su tiempo, Si : demasiados testigos estorban para. rehacer una vida; basta dejar al recuerdo 10 que la memorip. toma.
Como Manuel trabajaba por la noche y dormía. durante buena parte del día, la convivencia no fué insoportable en. los primeros tiempos. Apenas si ' estaban juntos, frente a frente, a la hora de cenar. Manuel se comportaba con discreción, sin mostrarse demasiado patente, como una suerte de huésped que se da cuenta de que estorba y desea molestar lo menos posible para que lo toleren. Ya no se ponía a las faenas domésticas-; Marilena había vuelto a ser la mujer hacendosa. Así como le rehuía al principio, luego se acostumbró a la presencia de MaRuel, hasta llegar a echarle de menos. En sU soledad , no sólo pensaba en Rogelio. Poco a
¿ PARA QUIÉN TE PINTAS LOS LABIOS, MARIJ.ENA? 15
poco fué dedicando largos silencios reflexivos a su cuñado. Ya no le disgustaba convivir con él; pero a veces estimaba más su soledad, sobre todo en aquellos momentos en que el recuerdo le devolvía la escena en que su. pudor acusó la preliiencia del hombre. Manuel tuvo la delicadeza de no aludir nunca a aquella tentación; ni aun de casados. Mientras tanto, la acción, lenta pero segura, del tiempo, iba modificando muchas cosas: Marilena rectificaba día por día sus falsas apreciaciones acerca de Manuel, como un pintor corrige las torpezas de su pincel de retratista. Manuel
. era más cordial de lo que aparentaba. Volvía a ser el mismo hombre solícito y parco que iba a verla con el pan debajo del brazo; el mismo hombre serio, sin las graciosas puerilidades de la juventud chillona y superficial. Un día Marilena descubrió que hasta que no había con· vivido con Manuel, no había sabido enteramente lo que es el hogar. An· dando el tiempo, Manuel, durante una ce.na, le preguntó:
- ¿ Estás resignada, Marilena ·? - Sí. Y vivo contigo con toda
confianza. - Yo, también. Es como si le
estuviéramos esperando. En aquel instante se dió cuenta
Marilena de que había cometido adulterio; de pensamiento, de corazón, sin intervención de la carne, pero adúltera. Porque en aquel momento pensó esto, que calló, a ver· gonzada, que jamás confesaría:
- Eso: como si le estuviéramos esperando ... conv.encidos de que no puede venir.
Transcurrió más de un año. La guerra iba de mal en peor. Marllena estaba curada de BU viudedad.
Un día en que se pintaba ante el espejo, vió reflejada en él el rostro de Manuel, sintió su aliento en la nuca y oyó que le repetía:
- ¿ Para quién te pintas los labios, Marilena. ?
Lo culpable fué que le sonó gratamente, con un tono renovado y caricioso que jamás hubiera sospechado en el soso aquel, y qUe no se preguntó cómo sabía Manuel la frase. Manuel continuó: .
_. No me respondas aún. Una viuda joven no está bien al lado de un hombre soltero. Marilena: la gran ilusión de mi vida sería casarme contigo la semana que viene.
Marilena rompió a llorar . - Si no es tu gusto ... - Calla. Si lloro de vergüenza
porque me alegra decirte que es también mi ilusión. Creerás que si te digo que sí es porque no está bien que una viuda joven .viva al lado de un soltero joven. Creerás que soy falsa, o que busco mi con-
• • venlenCla ... - Yo sé cómo eres tú. La semana
que viene, ¿ entonces? _ . La semana que viene, Manuel. Más acá de la semana que viene,
la vida de Marilena varió lo que debía variar. En su alma sólo habia un reproche: haber pensado que Manuel no era un hombre. Un hombre de cuerpo entero. Como RogeliD ... pero diferente. Por ejemplo: Con Rogelio le gustaba componerse y cogerse de sU brazo y salir juntos de verbena. Con Manuel, le gustaba sentarse a coser y mirarle a hurtadillas, mientras él leía y acercarse poco a poco a él, sin que él lo notara, y reclinar la cabeza eli su pe-cho, y quedarse así en casa el raro dia de fiesta. Por ejemplo: se ausentaba Rogelio, y Marilena estaba
16 A. FERNANDEZ ESCOBES
deseando que volviese. Se ausentaba Manuel, y la casa quedaba plena de él. Por ejemplo: con Rogelio la hubiera disgustado tener hijos pronto; con Manuel, no tenerlos.
Por todo ello, el « ¿ dónde estáis ? » de Marilena no podía. valer lo mismo para el uno que para él otro
¿ PARA QUIÉN TE PINTAS LOS LABIOS, MARILENA? 17
envió inmediatamente el anuncio al periódico, tal y como lo había redactado er" oficial francés: « Marilena,
que vive en Chartres (Eure-et-Loir), 23, rue de la Clouterie, desea saber el paradero de SU esposo. »
No todos los 'anuncios obtenían respuesta. Mucha gente no pudo pasar la barrera de los Pirineos. Unos, quedaron despanzurrados por los bombardeos; otros, cosidos a balazos en los ametrallamientos de las carreteras; muchos se perdieron por los montes o, rendidos de cansancio, quedáronse en ·el camino, sin fuerzas para seguir adelante, y fueron capturados por los franquistas; algunos desesperados, se arrojaron desde los a)tos peñascos, para no sobrevivir al dolor o a la vergüenza; los más de'sventurados, una vez en Francia, no pudieron ni leer neriódicqs, porque fueron consumidos por la colitis.
Marilena esperó largos días de incertidumbre la 'respuesta de Manuel. Mientras tanto, se fué abriendo uaso en la nequeña ciudad. Hizo ' arqueo: era dueña de casi dos mil francos, suma estimable en aquellos tiempos. Se los había dado Manuel, el mismo día en que la recomendó a los militares republicanos para que la encaminasen a la frontera. El, perma..necería en ~arcelona hasta que el mando ordenara la evacuación y el traslado. Manuel ora aSÍ. Rogelio ' hubiera procedida de manera diferente: se habría presentado a última hora, sucio de pólvora y de frente, con el revólver
caliente todavía; hubiera tomado a Marilena en los brazos y la habría colocado en el camión en que él ,se retirase con los suyos; pero n9 hubiese previsto que en Francia podría no tener curso la moneda española, qUe el . valor de los héroes sólo se cotiza en Banca cuando triunfan.
Marilena hizo sus compras imprescindibles y algunas amistades útiles. Una señora francesa, casada con un frutero valenciano, la tomó afecto en seguida y le facilitó trabajo de mqdista, en casa, a espaldas de los seguros sociales y de los convenios colectivos sindicales. La elogiaban mucho, pasmadas de que . una española pudiera sobresalir por SU gusto y su primor en el país de la moda femenina; pero la pagaban mal. En la ciudad, residían otros refugiados españoles, en numero cada día creciente. Marilena los encontraba en el malecón del monumento a los muertos de 1914. Los reconocía como compatriotas al primer golpe de vista y había aprendidO a distinguirlos: los altos funcionarios y los personajes de segunda fila deambulaban, lentos y cariacontecidos, en pequeños grupos muy seleccionados, cohibidos, desconfiados, con estudiado cuidado de pasar desapercibidos, sin chocar en la vida francesa. La gente del pueblo se paseaba en grupos mayores, continuamente engrosados, discutiendo a v:oz en grito, gesticulando; ignoraban a la población francesa . celebraban efusivamente, chillones y aparatosos, la aparición de un co-
18 A. FERNANDEZ ESCOBES
nocido recién llegado, y andaban deprisa, contentos, resueltos, como ' si tuvieran algo importante que hacer. Los primeros, alicaídos y rece-losos, daban la impresión de estar convencidos de que el exilio sería inacabable y querer adaptarse a la v ida Írancesa. Los segundos, naturales y desnreocupados, parecían estar de paso en tierra conquistada o de visita en su propio pueblo. La realidad era que los primeros intrigaban para tomar el vapor lo antes posible, y que los segundos, destinados a quedarse en F'rancia, esperaban confiadamente a que los emhat'casen de la noche a la mañana. Por los primeros, el malecón de Chartres tenía ya nombre español: Paseo ,de los Taciturnos. Marilena, absorta en su incertidumbre, se limitaba a saludarles con aire " de no querer enhebrar la aguja. ~anuel tardó en dal' señales de
vida. A mediados de abril de 1939, Marilena recibió carta suya. Aunque hubiera estado escrita a máquina y sin firma, habría reconocido que era de su esposo. Decía que, gracias a un diario muy atrasado, de los que en el campo circulaban de mano en mano, sabía que Marilena estaba sana y salva y dónde vivía; que él gozaba de buena salud; que su oficio de molinero panadero era muy solicitado y que muchas veces había pretendido sacarle del campo. contratado por un patrono, pero que él « no quería trabajar para esta gente, que no lo merecian »; que en vista de que habían logrado establecer contacto, aceptaria en seguida la prime.ra oferta, y que en cu¡mto reuniese el dinero necesario, tomaria el tren e iria a buscarla; que, no obstante, si Mari· lena necesitaba dinero, lo pedirla
prestado y se lo giraría a vuelta de correo; que no tardara en contestarle, y que· ya sabía ella « que no podía olvidarla su marido, que mucho la queria, Manuel ». La. lectura de esta carta arrancó lágrimas a Marilena, que inmediatamente tomó la pluma y le respondió así:
Q UERIDO ESPOSO A.1ÍO, .
La presente es para decirte que na "te quedes ni un momento mas en ese campo, por esas tierras . Toma el tren .v vente. Te mando 'el din ero por giro postal. Este es un departamento triguero .v en la oficina de colocación me han dicho que tienen trabajo para ti en Cuantito que te presentes. No me hagas sufrí,. más. Vente en seguida . Aquí se es libre y además yo te necesito. Estoy muy soJa y muy triste, pensando a cada momento que te puedo perder, y no comprendo poi qué estamos separados, habiendo podido librarnos los dos de tanta calamidad. Por eso cuando en tu carta me dices que me quieres, me parece que escribes una fórmula de esas de los modelos de cartas . Yo sí que te quiero, con toda mi .alma, y como te quiero más que a mi vida, te quiero a mi . lado. Pon me un telegrama. SI pasado mañana no recibo tu telegrama, tomo el tren y voy a traerte por las orejas. Estoy muy enfadada contigo; pero todo se me pasará en cuanto te vea, porque seré la mujer mas feliz del mundo. Te quiere, te quiere, te quiere, soso mio, y es tuya
Ma ... ilena.
P.-S. - Te escribirla mucho más largo, contandotelo todo y la alegria que me ha dado tu carta, que tanto me ha disgustado; pero como estoy rablosilla, te pondria muchas barbaridades, y no quiero. Ven al mismo tiempo que ti telegramtf. Vale.
¿ PARA QUJÉN TE PINTAS LOS LABIOS, MARrr.ENA? 19
A pesar del tono conminatorio de e,sta carta, Manuel no llegó a Chartres sino a fines de mayo, en que se concluyó el papeleo oflcial para sa~ carIe del campo, con todas las de la
> ley, contratado por un"a harinera chartriana. Marilena le recibió como a la primavera y fué la tercera luna de miel de su vida. Era hora ya, porque ella, 'a sus muchas intranquilidades y amarguras, había unido una nueva inquietud: la de haber visto un día en la plaza de Marceau al rubio oficial francés. Sospechó Marilena que él la buscaba y, muy · azorada, procuró perderse en seguida, antes de que él la descubriera. Cada ·vez que en su cuarto oscuro, cosiendo, oía pasos . en la escalera, temía que fuesen los del profesor movilizado.
Con Manuel, entró en aquella habitación sombría la luz, el contento y la confianza. Ni jilguero, ni grill<;>; pero, dentro, Marilena era,. un pájaro canoro· que cantaba . dichosamente aires españole~, sobre todo los del género chico. · Aunque llovía con. frecuencia, de ve2; en cuando asomaba el sol, tanto más bello cuanto más raro, y el gris sucio de la pared de enfrente se llenaba de una capa de tenue luz. La vida, ya sin zozobras, se hizo cotidiana y se animó con pequeñas anécdotas caseras. En medio de la, vida insegura de los otros españoles de Chartres, la de Marilena era de una extraña y sorprendente normalidad: pa~, trabajo, cariño hogareño, salud. Un bienestar sin otras ambiciones.
20 A. FERNANDEZ ESCOBES
EPTIEMBRE trajo las lluvias continuas y el drama inesperado. La habitación recobró su oscuridad característica, y
la pared de enfrente, sU gris lavado. La melancólica melope,a de la lluvia acompañó las canciones de Marilena. En la mañana del día tres, que era domingo, Manuel se levantó, aseóse y salió a enterarse de los rumores de guerra inminente que corrían. Marilena limpió la habitación, hizo la cama, y se disponía a componerse para salir de com_ pras cuando la puerta se abrió de par en par, como empujada por una ventolera. Marilena se volvió rápida y quedó pasmada.
- i Marilena! - gritó una voz vieja y nueva, una voz de aman~cer y de inesperado, una voz eterna de siempre novio, que resonó en el corazón de la mujer con una alegría de traca valenciana y c- -::>n un terror de tormenta.
-. i Rogelio ! Era él, sí : el muerto. El muerto,
que le había enviado desde todos los avatares de su vida su mensaje claro: « ¿ Para quién te pintas los labios, Marilena ? » El muerto que estaba presente con su salud y SU alegría desbordante, abiertos los brazos, brillantes los ojos, húmedos los labios, la sangre caliente. El muerto, con un hermoso barniz aceitunado en el rostro, una cana de sufrimiento en el cabello azabachado, un aspecto de madurez lograda y una expresión de joya infinita. El muerto, por quien ella quiso morir pegada a una sábana que
conservaba los últimos sudores del último abrazo. No la dejó ni reponerse de SU tremenda sorpresa. La estrujó en un abrazo ansioso, con unos brazos más vigorosos que nunca. hierro y seda a la vez; la besó con frenesí de delirio y ardor de fiebre, en la boca aun no pintada aquel día, en las mejillas rojas de rubor y calientes de sobresalto, en los ojos cerrados de espanto y de dicha. Y ella.,. también; también ella le apretó con toda SU fuerza. como le hubiera estrechado en los días en que únicamente des·eaba morir. y también le besó como le hubiera besado entonces, con una felicidad de resurrección. Y mientr.as le besaba así, mordiendo casi los labios varoniles, con un regusto de cópula, pensaba Marilena :
.....:..... Quisiera morirme así, en este preciso instante, antes de que sepa la. verdad.
- Déjame que te contemple. Ponte los brazos en la nuca y mírame, bien plantada, Marilena.
- i Rogelio! - Déjame que te adore. Te llevo
-en mí; si me abrieran de arriba abajo, sólo encontrarían tu imagen; pero quiero remirarte a mi gusto. j Qué bonita eras cuando te dejé y qué hermqsa te encuentro! i Cómo te ha conservado mi cariño! . - i Rogelio, Rogelio! ...
- N o llores, que me vas ~ hacer llorar de contento, y yo no he llorado nunca ... Si sé que me has querido siempre, siempre: como yo a ti. Lo sé muy bien. Mira.
¿ PARA QUIÉN TE PINTAS LOS LABIOS, MARILENA? 21
Sacó del bolsillo un recorte de periódico, cuidadosamente doblado, y lo alargó triunfal a Marilena.
- Nunca pensé que el diario traería una noticia para . mí sólo. Para mí sólo. « Marilena ... desea saber el paradero de SU esposo. »-... Si no necesito tus palabras; si está todo ahí. j T"odo!. A los tres años de ausencia, sin una noticia, Marilena. sigue queriendo saber. el paradero de su esposo; a los tres años de estar separados, todavía me buscas. y me hubieras buscado toda la vida, como yo a ti, vida de mi vida.
- Calla, Rogelio; no te excites -suplicó Marilena, atormentada. De pronto se fijó que llevaba la pierna derecha de palo: - ¿ Estás inválido ?
- '. Inválido, no; cojo _ . rectificó él, sonriente - . Creí dejar la vida y no dejé más que una pata ... i La juventud, Marilena !." De buena me salvé, no creas. j Se armó un zafarrancho! Los míos quisieron venir a buscarme; los fachas se dieron cuenta, ellos que me creían muerto, y barrieron el frente con el fuego de las ametralladoras, mientras me sacaban de aquel infierno. No por caridad, sino por que les diera información de nuestro frente. Y fué a tiempo, porque los míos respondieron con morterazos, dejando la tierra como un colador. Me lo contó todo, en el hospital de sangre, uno de los chicos que me sacaron de allí. Un. galleguiño. No era mal chico; sin convicciones; lo mismo hubiera abe decid' a nuestro lado. Al pobre le dejaron sin brazos tres días después ... Yo saqué una pierna de menos, nada más; pero así y todo, Marilena, con sólo una pierna, pero ' contigo, andaría el mundo entero ... A pie he venido a busc~rte".
-¿Apie? - A la pata coja. N o tuve pacien-
cia de esperar el tren --- fanfarroneó Rogelio.
- Estarás nlUy cansado. Querrás tomar algo. ¿ Te sirvo un tazón de leche? _
_ . Sí. Dame · un tazón de leche, y ponle una gota de la de tus pechos de nácar. ¿ Tenemos un hijo, Marilena?
- No. - Ya los tendremos... Pronto,
cuando estemos en Méjico y nos hagamos una vida nueva, i ya los tendremos!
j Qué fuerza había en sus palabra! i Qué seguro se sentía frente a la vida y ante el porvenir, creyendo haber recobrado a la mujer perdida! j Cómo en él la juventud estaba hinchada de afirmación varonil ! Las palabras calladas durante tres años, en la zona franquista, fingiendo ' siempre para. inspirar confianza y poder evadirse, las concentraba ahora en unas cuantas, plenas de robustez. Más tarde vendrían las explicaciones lentas, a lo largo de toda la vida, en las horas de confidencia y memoria. Ahora, necesitaba decir lo primero, en pa· labras plenas de robustez, como preñadas; palabras dobles, como. los claveles dobles; dobles hasta para Marilena, como los disciplinazos de los anacoretas: dolor y caricia a un tiempo. No sólo las palabras: aquella mirada eléctrica, aquellos ojos de un flúido fascinador, que atraían a Marilena aun resistiéndose a acercarse.
- j Sus ojos! - pensó la desdi~ chada -. Me quieren ciar la vida, y me están dando la muerte, pero una muerte que es vida.
Rogelio bebió la leche con gula
22 A. F'ERNANDEZ ESCOBES
de hambriento. Envolvió a MarlJena en una mirada que era · como un vejo de novia. La tomó por Ja cintura, con una mano amplia, ahiertat
ardiente, de un empujar suave, pero irresistible, y la condujo, en un ingrávido andar nupcial, hasta la cama. Todas Jas mleJes del deseo contenido florecieron en una sonrisa masculina, al abrir la boca para decir: .
- Está recién hecha: me estuviera esperandO.
• como SI
Marilena, subyugada, dejóse conducir, como a un sacrificio glorioso. y pensó:
- Si tuyiera un puñal, sería de Rogelio, como él mío, y en seguida me daría la muerte.
Sólo cuando él, al borde del Jecho, intentó desabrocharla para que surgieran los pechos contenidos, Marilena gritó con una voz prohibitoria que no podía ser coquetería:
.- i No! - ¿ Qué pices, amor de mis amo
res? En tres años no he pensado en otra cosa que en este momento.
- i No! i No! . - ¿ Qué es eso? ¿ Pues en qué
pensabas tú cuando pusiste el anun", cio? i Déjame darte el hijo más bello del mundo!
- i No! No, R ogelia: i yo soy; una mujer casada !
-:- Claro que casada: ¡conmigo! , - No, Rogelio, no : j con otro! Todo el calor se volvió hielo. La
mirada amorosa, rayo. La mano caricioBa, puño amenazante. El color aceitunado, lividez. La palabra doble, grito:
- , ¿ Con quién? - ¡ Te dieron por muerto, Roge.
l · I 10 . . ..
- ¿ Con quién?
- ". Yo Jeí el papel de defunción, que aun conservo ... _
- ¿ Con quién? - '" Quise morir también, como
tú, podrida en el lecho en que tu me habías querido nor última vez ...
- ¿' Donde está ese hombre? - Déjame explicarte. i Mátame,
mátame! pero después de oírme ... Mátame, porque no es posible sobrevivir a esta tragedia, Rogelio; pero no me juzgues r.-:al, j no me condenes!
- ¿ Con quién? ... ;. Dónde está ese hombre? masculló Rogelío, con voz de crimen.
Marilena reclinó la cabeza, como para recibir el golpe morta l, y mu-sitó : .
- Con tu hermano. - i Con mi hermano! '" - rugió
Rogelio, gOlpeándose el pecho, y, en un alarido de impotenCia, añadió :' - i Con el único hombre a quien no puedo matar!
- ¡ Mátame a mí ! - rogó Marilena, en el paroxismo del dolor. Se rasgó con ambas manos la blusa de seda negra, y los pechos brotaron tiesos, redondos, de nácar: -i Aquí, en el corazón!
Rogelío corrió a arrojarse sobre una silla, los codos apoyados en la mesa, la cabeza atormentada entre las manos trémulas de furor.
- i Tápate ese seno! " . i Matarte a ti ! ... j Matar a mi hermano! ... Con una pierna sola, hubiera corrido el mundo de polo a polo; con una palabra tuya, me has dejado cojo y manco. Ya no soy un hombre ...
Marilena se postró a sus pies, se abrazó estremecida a la pierna entera y a la pierna de palo, regó con sus lágrimas Jas rodillas de Rogelic.
¿ PARA QUIÉN 1'E PINTAS LOS LABIOS, MARILENA? 23
- i Con mi hermano "! " . Fué para mi un padre: mi niñero en la infancia, mi camarada en la niñez huérfana, mi compañero en la juventud, mi padrino en la edad viril. Todo me lo dió él. Gracias a su dinero pudimos casarnos... Todo me lo dió, j pero ine ha quitado más!
_. j El, no ! -. Discúlpale encima. _. El, no. Ni yo. i La guerra! .. ,
Esa hecatombe que habéis armado los hombres, lanzándoos como fieras hermano contra hermano. i La fatalidad de la guerra! i La maldición de la guerra! i El castigo de la guerra!
Llamaron a la puerta: Un golpe discreto, más seña que llamada:
-. Es él _. murmuró Marilena -. Hasta en eso es é1. Está llamando en su casa, y tiene que pedir per..:.
• mIse . Reéogió los pechos como pudo y
abrió la puerta. Manuel iba a besarla en la frente, pero Marilena la retiró diciendo, con la voz de lo irreparable:
- Mira. _. j Rogelio, heI'mano mío! -
exclamó Manuel, con un asombro más tierno qUe fatal.
- Calla, calla; no hables, Manuel... Tántos hombres que han caído, dejando mocitas y viudas, tántas mujeres que sobraban cada dia más ... ¿ y no hubo para ti otra mujer que la mía, Manuel?
- ¿ Hubo para ti otra que ésa en el mundo, Rogelio ? .. Con la misma razón podría yo decirte: Tántos hombres que han muerto, de todos los pelajes y las edade,S ~as, ¿ y eres tú el único que resucita 'para venir a disputarme lo mío?
- ¿ Lo tuyo? - i Lo mío !Todo el bien de mi
vida: i mi mujer! ... En vida te lo di todo; dado de buena gracia. ¿ Y vienes a quitarm.e lo que he heredado de ti ? Cuanto más que tampoco la he heredado, que la gané a pulso, con honradez, día tras día y a la luz del sol, después de habérsela arrebatado a la muerte ... Esta mujel', Rogelio, i es bien mía!
- ¡Tuya!.. Que lo diga ella -desafió Rogelio. Y, como Marilena callara, no pudiendo salir de su pechO sino suspiros entrecortados, le preguntó:
- ¿ De quién eres tú, Marilena. ? Ella oyó: « ¿ Para quién te pin
tas los labios, ~arilena ? » Y lo oyó como cuando estaba en el gabinete de toilette de la estación de Cerbero: sin poder disting uir a cuál de los dos hombres correspondía la vo~. Los dos la miraban, con idéntica ansiedad en los ojos; los dos, con · UD. mismo amor; los dos, con igual derechc. Pero ella sentía por los dos la misma preferencia y ya no lOS veía sino como un sólo ser, completándose el uno al otro. Y Marilena, dejapdo hablar a sU corazó.n, respondió con su verdad virgen:
_. De los dos. - ¿ Qué? - masculló Rogelio. - i De los dos! - ¿ Qué estás diciendo, grandi-
sima ... ! - rugió Rogelio, ciego de cólera.
Manuel se fué hacia él y le cortó: - i Dila, dila eso que ibas a de
cir y te mato! - i De los dos! - repitió Mari
lena, como obsesionada, colocándose entre ambos hermanos -. No os lancéis fratricidas el uno contra el otro. Partidme. La mitad para cada uno. j Partidme en dos!
La habitación sombría "e llenó del dolor del tri .. le sufrimiento. Ni
24 A. FERNANDEZ ESCOBES
fior, ni pájaro. ni paisaje,. T.as espigadoras continuaban mudas, inclinadas para recoger una espiga-que jamás volvería al haz. Rogelio, callaba, transido de pena; transido de 'pena, callaba Manuel. ·Un silencio patético llenaba la fría alcoba. Los labios -sin pintar de Marilena, temblaban de desesperación, Pero ella iba arroja~do a los dos hombres su confesión postrera, en una voz delgada como un chorrillo de agua, acerada como un puñal, inexorable como la muerte misma. . .
- ¡ De los dos! o,, Nunca he sido tuya, Manuel, amOr mío, sin qUe en mi suspiro hubiera un no sé qué de Rogelio ...
- ¿ Lo ves como es mía? -exclamó Rogelío.
• - Nunca pOdré ser ya tuya, Ro-
gelio, amor mío, sin que en mi suspiro haya un no sé qué de Manuel...
- ¿ Es tuya o mía? - i De los dos! ... Quitadme el
sexo. No me matéis, que y0 amo la vida, que sois vosotros; pero i arrancadme el sexo! Y cuando no haya en mí simpatías de carne, ni olores de instinto, yo Os querré ,a los dos como una madre, y como a una madre me amaréis vosotros ... Los tres juntos, juntos los tres, con-
vlrllendo la fatalidad en paz de casa.,.. ¿ Por qué no? i Mis niños, que ya no podré tener con uno solo!
- i Calla, calla, cruel! - ¿ Le tienes miedo a la verdad,
Rogelio, tú que no has teni.do nunca miedo a nada? ... Me voy a la guerra para que no me llames cobarde, me digiste. ¿ Y vuelves cobarde de ella?
- ¿ Cobarde? i No fuera mi her_ mano, y le diera muerte delante de t·· , 1 mlsma ..
- No es eso ... - ¿ y si él te la diese a ti, Ro-
gelio '? - ¡Callad ! No habléis más de
muerte. Todo lo arregláis matándoos... Los hombres del ideal, los que se llenan la boca de quijotismo y espiritualidad, pero que cifran el honor y la honra en un trozo de carne, y se matan por él... ¡Callad! ¡callad! ... Y salgamos de esta habitación, de esta tumba. que me asfixio, i y quiero vivir! Salgamos los tres al aire libre. i Ya veremos después! ... Dame tu brazo, Manuel; dame el tuyo, Rogelio ... Y marchemos los tres juntos. Así.
- Ponte siquiera en chal por encima - aconsejó Manuel.
¿ PARA QUIÉN TE PINTAS LOS LABIOS, MARlT.ENA? 25
ALMENTE les condude un paso lento, al Paseo
de los Taciturnos. Encontraron otros españoles. Los altos
funcionarios y las personalidades de segunda fila, apenas los miraban por el rabillo del ojo; la gente dei pueblo, observaba con curiosidad al recién llegado; le estaban catalogando : « Ese, era de tal brigada y pertenece a tal organización, » Alguien, en quien pudo más el paisanaje, les gritó alegremente : « i Salud! » y ellos correspondieron con un triple «i Sal~ld! » en que cada cual procuró disimular su dolor. Al pasar por delante del Monumento a los Muertos en la guerra del 14, los dos hombres dirigieron una mirada diferente a la ancha losa de mármol, llena de nombres grabados en oro ' deslucido. Marilena volvió como ellos la cabeza, y -habiendo sorprendido las miradas, clavó sus ojos angustiados en los ojos del uno y en los ojos del otro. No se decían ni una palabra. Nada les arrancaba un comentario. Hacía fresco, sedante para las tres cabezas ardientes. Parecía como si no anduviesen ellos, sino la ciudad, con sus agudos tejadOS de pizarra y sus maderas Viejas y sus altos árboles y su cristalino río con puentes antiguos, y su tristeza y su soledad aparente y
SU silencio, desfilando en revista ante Marinela, Manuel y Rogelio, con sus ' paisajes de antaño. No llevaban rumbo fijo, ni prisa; parecian autómatas. Al aire libre, las palabras irreparables se mustiaban en el pecho.
Cuando se dieron cuenta estaban en el pueblecillo inmediato. Se oía el tañer de las campanas pregonan. do la guerra con tonos de lúgubres presagios. De pronto, surgiendo de la esquina de una callejuela medieval, se les vino encima un ciclista embriagado; se diría pegadO a la bicicleta, como un centauro de hoy. contagiándola sus eses alcohólicas ~ se diría un equilibrista grotesco. Los tres se apartaron. Mas el beodo frenó en seco y, descendiendo en una pirueta chocante, se quitó la gorra y exclamó, con acento circense:
- Ouí, M'síeu.rs-Dame, c'est la guerre! La guerre, encore une foíE !
En el momento en que iba a desplomarse sobre los guijarros, vencido por la borrachera, se aupó sobre el cuadro, y rompió a rodar de nuevo, culebreando, como si sintiera aversión de la línea recta.
- i La guerra! - repitió Marilena, como un eco perdido en la le-. , Janla.
Las campanas doblaban muy cerca, en una triste iglesia próxima, con una torrecilla como un cucurucho charolado con la punta hacia el cielo; los muros, del mismo gris sucio, de barro, de las casas no pintadas; el portón sin estilo, como una "'uerta cochera. Y en el muro, una vidriera multicolor con un tema bíbltc.o, pequeña, .pobre, humilde, como una proyección minúscula y limosnera de los grandes ricos vitrales de la catedral de Chartres. Era una iglesuca humana, que no' sobrecogía. A cada: campanada, una gár-
26 A. FERNANDEZ ESCOBES
gola sin imaginación dejaba caer una gota de agua como una lágrima. Una iglesuca hu.:..: ana, sí; edificada vulgarmente 'pattll el humano dolor ' del hombre, y no para la gloria inJperial de una religión. Hacia ella se dirigían unas monjas - azul y blanco -, con el rostro severo y una compunción de circunstancias, las manos en el rosario, y tres mujeres rigurosamente enlutadas -negro y pergamino las dos viejas; negro y rosa, la joven -, con los ojos arrasados de lágrimas: la viuda de 1870, la viuda de 1914, la posible futura viuda ue 1il3S, huértana del 16. Una mujer del pueblo, saliendo de una taberna, hipaba a.paratosamente, acompañando con SUs gemidos al tañer de las campanas.
- i Vámonos de aquí! - gritó Marilena.
Dieron. la vuelta, y emprendieron despaciosamente el regreso hacia la ciudad fría y melancólica, que se dibujaba a lo lejos como el telón de fondo". de un drama de capa y espada.
Ya enfilaban la cuesta del malecón, cuando Marllena distinguió al rubio capitán francés de los ojos claros y el gesto salvador. Ya no temía ·SU. posible intento de conquista; ahora, la inquietud de Mari. lena era otra: « Si viene a nuestro encuento, y no lo puedo evitar, ¿ a cuál de los dos le presento como mi esposo? » Su brazo dió un leve tirón involuntario, como para guiar a los hombres hacia otra dirección. Rogelio lo notó; lo notó Manuel.
-. ¿ Qué te ocurre? - le preguntó Rogelio, con voz susceptible, de sospecha.
- No quiero cruzarme con ese milita .....
- ¿ Por qué? - Ya te lo contaré, Rogello. Es
el oficial que me aconsejó venir aquí - aclaró Marilena a Manuel.
- ¿ Ese que habla español? -preguntó Manuel.
- Ese, sí. No conozco otro. - Ese es mi hombre . - juzgó
Manuel, y, desprendiéndose, Se dirigió hacia él.
- ¿ Qué vas a hacer? - preguntó . Marilena, nerviosa e . intranquila, sin comprender tan repentin&. determinación.
- Déjale - mandó Rogello. Le vieron alcanzar al capitán y
ponerse los dos a conversar. Seguidamente, ambos emprendieron, a buen paso, el rumbo hacia el centro de la ·ciudad. Marilena intentó seguirles; pero Rogelio la contuvo.
- ¿ Quién es ese militar? - inquirió severo.
- ¿ Vas a sospechar que también con ése ... ? Rogelio, Rogelio... Lo sabrás todo, todo, y por estrechas que sean tus investigaciones de juez celoso, no hallarás nada en mi vida que no sea claro y puro.
- ¿ y por qué cuando estábamos tú y yo a solas querías que te matase, y en cuanto vino él querías sobre todo vivir?
--o Rogelio, i no abuses de que estoy sola! El, no abusó nunca de mí... ¿ Y por qué cuando tú apa.reciste te besé con locura, y cuando se presentó él esquivé su beso, retirando mi frente? Ya te he dicho, ya Os he dicho, que soy de los dos; cada uno de vosotros me inspira un sentimiento diferente. Que por ti descubrí mi cuerpo y por él, mi alma. Con él, quiero vivir porque él . sabe comprender. Contigo quiero morir, porque tú sólo sabes amar apasionadamente.
¿ PARA QUIÉN TE PINTAS LOS LABIOS, MARJI.ENA? '1.7
- ¿ Pero a ti no te gusta que yo te quiera así?
- i Con delirio de muerle ! - j Como que no hay otro amor - , qUe eso. , - La vida no se compone sólo de
delirios. Ya 10 verás más tarde, cuando no seas tan joven ...
_. i Pues no me lleva Manue] tantos años!
_. No; años, no. Manuel te lleva el sesto.
El qUe Marilena le hubiera dicho que le amaba con delirio, arrancaba a Rogelío sus torturas internas. Sentia un consuelo grato yendo de su brazo, solos los dos, como en ' los tiempos dichosos. Hacíase la ilusión de haberla recobrado, entera y ma.dura; de que había desaparecido la trágica rivalidad; cerraba los ojos, para reconcentrarse todo él en 12. sensación cariciosa del suave ca-101' del brazo de Marilena, y pensar que cuanto ocurrió no fué sino una de esas pesadillas que vuelven más gratos y más alegres los despertares. Se evadía de la realidad, como se había evadido del campo de concentración de Albate 3., en España : COl'. el a lma esperanzada del que se Jibera.
- Todo ello no ha ocurrido sino para apretar más nuestro lazo, para hacer más grande nuestra felicidad. Ahora es toda mía, como nunca.
Su paso era cada vez más corto, más perezoso, como si temiera que luera. ahora cuando soñaba.
Marilena pensaba en Manuel. La inquietaba, su < actitu(l. · repentina. ¿ Sentiría él, también, celos y habría ido a batirse con el oficial, buscando con una muerte loca solución al tremendo caso? No. Manuel no reaccionaba asÍ... Y, sin embargo, ¿ no había amenazado de muerte a
su pr<;>pio hermano, actitud que jamás hubiera sos!1echado Marllena en él ? ¿ Cómo pudo pensar alguna vez que no fuese un hombre? j Con qué hombría defendió 10 suyo, y la dignidad de 10 suyo, ante SU propi<f herolano! Marilena, abrumada, ya no insistía en caminar deprisa. Temía encerrarse en la habitación con uno solo de los dos, sobre todo con Rogelio. Los necesitaba a ambos~
, se preguntaba cómo concluiría su patética fatalidad. ni buscaba una solución. Aceptaba la realidad tal como era, como quien se ve sangrandO sin poder cortar la hemorragia, ni curarse. Habría querido· secarse, como un olivo o una higuera; que la desapareciese de pronto cuanto daba color a sus mejillas y calor a SU sangre; convertirse de súbito, como en un cuento de hadas , pero al revés, en. una anciana rugosa, de andar lento, sin. memoria del ardor juvenil, sostenida e n su marcha temblona y vacilante por Jos dos hombres eternamente jóve-· nes. Pronto reconocía que tal pretensión era absurda y desvariada, y la verdad, implacable: dos hombres (~:sputándose a cadp. momento. hora tras hora , día tras día, año tras año, mirada, palabra y ademán. Mientras estuvieran fuera de casa, menos mal. Pero, ¿ y al llegar la noche, con las vestales del deseo? ¿ Y al día siguiente, cuando Manuel marchara al trabajo? Ella conocía bien a Rogelio : la seguiría como su sombra ; no pOdría Mari-· lena mirar nada sin encontrarse con los ojos de Rogelío, vidriosos de celos, interceptando Sl1. mirada como se intercepta úna señal de guerra. Imposible vivil' juntos los tres; pero ... ¿ es que pOdría vivir en' lo sucesivo con uno de el1os~
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nada más que con uno cualquiera de los dos ? ,La · reconcili~ción entre ambos hermanos era difícil; la con4
vivencia, imposible. i Ay ! Marilena había podido fundir los dos re· cuerdos en uno; pero "no la verdad de carne y hueso.
_ . Va mos pronto al cuar.to, Mari. lena.
.:....-. No; no quiero entrar en": el cuarto sin que estemos los tres.
-. ¿ Sabemos nosotros adónde ha ido, ni cuándo volvérá ·? :
- Yo sé que vendrá .. ~ Le esperaremos en la calle; en' un café, si tarda... ,
Era casi de noche cuando regresó Ma nuel. Se reunió con Marilena y Rogelio en la terraza de un bar cercano a la habitación. No quiso tomar nada. Los tres emprendieron la marcha hacia el cuarto. Apenas entraron en la « chambre », cuando Manuel anunció, grave y solemne, con una emoción no disimulada :
- Ya está solucionado. - ¿ 'Qué? - preguntaron a un
tiempo Marilena y Rogelio. - Nuestra fatalidad ... Que la
guerra deshaga lo que la guerra
hizo. Me he alistado voluntario, en un "regimiento .de vang,uardia. Mañaria, antes ' de que amanezca, debo incorporarme y marchar al frente. '- . - i Manuel de . mi alma ! -exclamó Marilena, arrojándose en sus bra·zos y estrechándole convulsivamente, con dolor sobrehumano.
- i Hermano mío ! - exclamó Rogelio, con los ojos llenos de lágrimas, y una expresión de· inequívoco alborozo.
Se ,sintió heroico y grande, con una generosidad. de sangre; rival en sacrificio de su rival en amores; quiso ponerse a la altura de su hermano, con un gesto excelso que le redimiera ante Marilena y le sublimara ante su hermano. Y con voz, que la emoción no dejaba ser llana y sencilla, ofreció su regalo para las bodas postreras :
- Despídete de ella esta noche, Manuel. Yo estaré al amanecer en la estación, para darte, sin reserva,. mi mejor abrazo fraternal.
y golpeando el suelo con sU pata de -palo, como si martilleara, salió de la « chambre ». El martilleo, golpe tras golne, se perdió escalera 'abajo.
¿ PARA QUIÉN TE PINTAS LOS LABIOS, MARILENA? 29
OGELIO no habia tomado en todo el día más que un tazón de leche. Sin gotas de nácar. Entró en un restaurante, por ,
matar ·el tiempo y distraerse, más que por comer. ·Pidió de cenar. Rechazó lo que le sirvieron: no quería sopa, ni platos franceses. Pidió unas jUdías con una. sardina arenque. No había. Pidió unos cal10s a la madrileña. No había. Pidió un bacalao a la vizcaína. No había. Congestionado e .iracundo, reclamó, risiblemente, sin enterarse de que pedía platos exóticos:
- i Algo, algo de España! O" Una tortilla a la francesa y queso de bola.
Lo comió sin gusto, tragando gruesos pedazos y mirando a la gente con un aire jaqu,e. provocando la disputa. Sentía la necesidad imperiosa de reñir como un gallo con quien le resistiera. Pero los comensales eran indiferentes a su d€EeO y a sU dolor, y nadie, ni por equivocación, se prestó a su juego. Pagó largamente y se marchó asqueado de la empalagosa obse~ quiosidad servil con que le agradeció la camarera la abundante pro~ pina. .
Salió a la calle dispuesto a pegarse con el primero que pasara. Pero no encontró un alma. En Chartres no hay serenos, como no los hay en casi Francia entera. Las calles' desiertas y las ventanas cerradas y las puertas metálicas corridas. Los reverberos, velados de azul añil, volvían más oscuras las tinieblas y más lóbregas las calles y
más callada la ciudad. En el cielo no brillaba ninguna estrella. Emp~zaba a lloviznar. Cansado de no topar con alguien en quien desahogar sU apetito de bronca, se metió en un hotel de mala muerte, con muestra richeliana y sórdido .aspectq. Alquiló una habitación. Un viejo huraño, de pocas palabras, le acompañó hasta la alcoba. El único hombre que hallaba era un anciano, al qUe no sería de hombres cruzarle la cara. La alcoba era angosta, como un nicho individual, insuficiente parGl, albergar a un obeso; una cama de vago estilo Imperio, con ~1tos colchones y un edredón ama~ rillo; y una mesilla con una jofaina y una jarra de hierro esmaltado, la ocupaban toda. Ni armario, ni percha, ni agua corriente, y una silla sin ·.pareja. La ocasión era que ni pintiparada para protestar; pero Manuel se avergonzaba de increpar a un viejo, por ser viejo. Sin em~ bargo, pensó :
_ . Si me desea buena noche, lo mato como a un perro.
"El anciano desapareció de la habitación sin desplegar los labios, y se perdió por la e.scalera estrecha, como \:ln fantasma.
- ¡ Qué mal educado! - se dijo Rogelio - No decirme: « Que usted descanse. »
Levantó las cortinillas de percalina de la mesa, en busca del cubo para tirar las aguas sucias, y halló, oculto, un bidé.
- j Cochinos! - gritó, irritado. Se desnudó violentamente. Al
quitarse la pata de palo, la tiró
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como si no fuese un objeto íntimo, que formaba parte de su persona. Al meterse entre las sábanas, le sácudió un escalofrio; estaban heladas Y como húmedas.
- Mejor se dorolia en Albatera -• penaD.
Poco a poco, la cama se puso tibia, del propio calor de Rogelio, y entonces éste se dijo que sería bueno y reparador dormir de un tirón hasta el amanecer, en que iría a la estación a despedir a su hermano ... y a tomar posesión de sU amada, sin sospechar el egoísmo y lo homicida de SUs pensamientos. Pero no conseguía pegar los ojos. Dió media vuelta, poniéndose del lado izquierdo. Tampoco estaba a gusto. Se volvió del derecho. Como antes. Se tendió de espaldas, se echó de bruces. Ni por esas. Probó cuantas posturas conocía, . y cuantas más vueltas daba, más se irritaba y menos venia el sueño ... Diversos pensamientos le asaltaban; pero él, con un movimiento brusco, intentaba st\cudírselos, como si fueran algo material de lo 'que con un ademán pudiera. desprenderse.
Al estarse quieto, con una leve esperanza de iniciar por fin el des·· canso, oyó en la habitación de al lado los rumores inaguantables de una lucha amorosa. La pared debía, de ser de cartón, porque dejaba filtrar, con una claridad terrible para Rogelio, todos los detalles descriptivos del ardiente dúc- . Inevitablernente pensó en Marilena y en Manuel.
Furioso, se tiré .de la cama, buscó la pata de palo, se la caló y pegó la cama a la pared de enfrente. No le fué difícil; la « cham bre » era tan estrecha qUe desde el lecho hubiera podido sin gran esfuerzo correr el
mueble. Se arrancó ·,l~ pierna de palo. Volvió a hundirse en el lecho, se cubrió hasta la cabeza, se hizo un ov1l10, .como un gato recogido en rosca. Vanas todas las precauciones. Igualmente en la habitación de este otro lado, una pareja se decía ternezas para- ellos solos.
_. j Qué furor de vida da la guerra! - gritó Rogelio -. i Todos se están despidiendo para marchal' al combate!
No aguantó más. Se vistió rápidamente, descendió las escaleras a toda marcha. Salió a la calle. Llovía. El mismo silencio, la misma negrura, igual soledad. La pierna de palo de Rogelio sonaba en los guijarros o en el asfalto con un ruido metálico, nota disc'ordánte · en ]a monocorde melopea del agua . . Rogelio sentía ahora, más irritado que nunca, SU cólera homicida. Era absolutamente necesario que descargara su veneno sobre alguien,. fuera quien fuese. Pero la ciudad parecia haberse tragado o recogido a sus habitantes, como si temiese -el primer bombardeo y los hubiera cobijado en sus sótanos, como una gallina a sus polluelos bajo las alas. UI1. incomprensible imán atrajo a Rogelio hacia el malecón, hacia el monumento a 108 muertos. No lejos de él, la débil luz de una bombilla azul se proyectaba pálidamente sobre un hombre. Se diría qUe éste estaba ebrio, pero con una · curda di screta, s in. haber perdido por com_ pleto el dominio de SUs mo'vimientos ; en 'zigzag, más que en curvas.
- - i Por fin ! - se dijo Rogelio, con. una salvaje alegría - . Parece borracho, pero no del todo. Le fal ta la. última copa ... i Pues le voy a dar eJ amoníaco!
Avanzó como una flecha hacia .él,
¿ PARA QUIÉN TE PINTAS LOS LABIOS, MARILENA? 31
en dos zancadas. Cuando apenas estaba a un metro, le gritó: .
- i Eh, tú, borracho cabrón! o.,
E!' hombre, volviéndose de un salto, como movido por un resorte, se tiró contra Rogelio y le sujetó por las solapas.
- El cabrón y el borracho ... -- ¡Manuel! - i Rogelio, hermano mío! - i Hermano de mi alma, sangre
de mi sangre! o, , Pero ¿ por qué la has dejado sola? - exclamó RogeliD, las lágrimas en los ojos, estrecha-ndo a su hermano con emocionado agradecimiento.
- Porque h8:Y que respetar su dolor.
-- Vamos. vamos pronto a buscarla ... D o miremos los tres, en la misma habitación. Ella, en el lecho; tú y yo, en el suelo, sobre un colchón ... Los tres, como ella quería ... Sobre el mismo colchón, hermano, juntos los dos. y ' como ella es tan buena y tan santa y tiene cora zón, vendrá a arroparnos ceñidamente. y 'nos parecerá, como cuando éramos muy pequeñitos los dos, ¿ te
•
acuerdas?, que es nuestra madre ... Vamos, vamos, Manuel; deprisa ...
- N o corras. Te molestará la • pIerna ... - i Si esto de la pierna no es
nad~. !
Juntos los tres, como ella quería, en el mismo cuarto, en aquella tumba de refugio. Marilena, en la cama; los dos heI'nlanOS, 'en el suelo, en el mismo colchón, entre las mismas sábanas, bajo el mismo abrigo del mismo embozo.
-. Rogelio - llamó a media voz Manuel.
- ¿ Qué) ? _ . ¿ No duermes? _ . Ya me duermo, sí. - Duerme tranquilo, pequeño ...
Yo no volveré. .
La lluvia torrencial tamborileaba en los cristales de la ventana sin flores ni pájaro, apenas amortiguando los sofocados sollozos de Marilena .
Toulouse ( Francia ) , diciembre de 1947.
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U. , Ru~ DI!. LA GRANGr.· • .AUX-BEI...L.!s. PARIS ,X')
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I~IP"I~.R EN FRANCE ...... P. N ' 1 <\. T (H.-c:.l-.)
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