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Enrico Prampolini. Retrato
futurista del poeta Luciano
Folgore. 1915.
Enrico Prampolini. Bodegón.
1914.
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PRAMPOLINI
Achille Bonito Oliva
D esde un sesgo retrospectivo, el movimiento futurista ha sido más equilibrado de lo que parece a primera vista o leyendo las crónicas de la época. En
efecto, las obras y los manifiestos teóricos nos ofrecen la identidad de un grupo artístico que hace compatibles a la vez la apología internacionalista de la máquina con la recuperación de la raíz mediterránea.
En cualquier caso, lo que también marca la segunda generación futurista es la adhesión al principio del arte como búsqueda de asumir la objetividad de la experiencia científica. Enrico Prampolini opera a horcajadas de ambas generaciones con ímpetu interdisciplinar que lo arrastra a soluciones lingüísticas que siempre corresponden a una versión filosófica de la experiencia creadora y de la vida en sí.
Una especie de mirada fenomenológica lleva la mano del artista que no cumple proceso alguno de proyección o de identificación afectiva hacia los materiales recuperados para la composición de la oferta: ésta es el fruto de una operación de distanciamiento que acompaña a la asunción de elementos extraartísticos. Puede decirse que no hay complicidad entre Prampolini y la materia, ni proceso de sublimación de pulsiones oscuras.
Un procedimiento de distanciación que utiliza es la veta de una sutil ironía, entendida como pasión filosófica que se libera en la indiferencia, que atraviesa la obra y se propone como mirada que encara el mundo mediante una óptica de gran angular.
En el caso de Prampolini, el campo viene dado por una especie de distanciamiento o vista desde arriba de la composición que nos restituye el mapa total de la imagen y al mismo tiempo nos impide una interrogación reconciliada.
El arte se convierte en una especie de conocimiento de las grandes distancias, entendidas como imposibilidad de adentrarnos en el misterio de las cosas y como posibilidad de hallar la óptica, la lente precisa, para encuadrar la ausencia y la superficie de las cosas mismas.
Una especie de óptica aérea ayuda a la obra de Prampolini, que tiende de esa manera a evidenciar el proceso de acceso al conocimiento, a extraer la estructural impersonalidad de la investigación científica mediante la fundación de un objeto lingüístico autónomo por relación a su autor, capaz de darse en la sana extrañeza que acompaña a la relación de análisis del científico con su campo de investigación.
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Enrico Prampolini. Ritmo especial.
Enrico Prampolini. cocktail. 1927.
Enrico Prampolini.
Dama + ambiente.
1915.
ffi
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Enrico Prampolini. Composición B 3. 1922.
Enrico Prampolini. Paisaje.
Enrico Prampolini. Decorado.
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De todos modos, esa extrañeza no fundamenta estremecimientos místicos ni respuestas metafísicas, en todo caso tiende a subrayar los caracteres estructurales del fenómeno del conocimiento, que son, en el campo del arte, la indeterminación y la belleza, que siguen a la imposibilidad de un conocimiento estadístico.
En la obra de Prampolini circula siempre un aura, una objetividad que extraña y que funda una especie de intersticio entre la mirada del espectador y la manufactura artística. El material extraartístico interactúa con la materia de la pintura a través de un cortocircuito que absorbe en una única dimensión la diversidad.
Esta dimensión es la de la flotación, una suspensión frontal y suspendida desde lo alto de la imagen que presenta de tal manera sus componentes declarados en su superposición de planos. En efecto, los organismos formales de Prampolini se ofrecen siempre como geografías cósmicas, mapas geográficos para la mirada que, al retroceder, puede asumir una visión total, y por ello filosófica, de las cosas.
Las cosas, obviamente, son la cosa, la materia constructiva de todas las materias, que incita al artista a aplicarse con los instrumentos que le son propios y que no impiden un reto cognoscitivo, capaz de sustraerse al pathos de la subjetividad y la caída sentimental. De suyo, en la obra de Prampolini nunca hay bajón lírico, entendido éste como aliento puramente emotivo, sino en todo caso una tensión hacia una respiración cósmica en la que están los niveles geológicos de la imagen para producir profundidad y amplitud.
La profundidad es el efecto de una concepción filosófica que halla sus propias raíces en el pensamiento nietzscheano que impregna toda la producción teórica y en parte artística del futurismo. Es medular en el trabajo de Prampolini la convergencia de todos los estratos culturales y también de todos los lenguajes posibles, en un movimiento hacia la totalidad expresiva que conjuga al par arcaicismo y modernidad, materia y técnica, en una tensión que alguna que otra vez roza los acentos wagnerianos. La estratificación de las formas es arcaica, mientras que la concepción de la corre
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spondencia entre investigación artística y científica es moderna.
La amplitud, en cambio, es el efecto de una concepción experimental del arte, de la conquista de una idea espacial que no profundiza en la ilusión del trompe-l'oeil sino que más bien se expande por la superficie y tal vez conquiste una tercera y cuarta dimensiones que corresponderían a las concepciones más avanzadas de la ciencia moderna.
Sucede, pues, que los datos antropomórficos, como en el autómata cotidiano, se propagan por un líquido espacial conforme a una incoherencia rítmica que paradójicamente recuerda los movimientos de Charlot, cuando vestidos y formas ambientales parecen perseguir afasias y desequi-
librios espaciales que todo sumado crean un equilibrio inestable. Todo importa en la obra de Prampolini, en cuanto que bajo los niveles formales existe una concepción unificadora capaz de mantener unidos una constelación de elementos, una trama de signos y materias que flotan en la natural inestabilidad dinámica del espacio y el tiempo, en la intersección de estas dos dimensiones que son las coordenadas de cualquier movimiento.
Extasis y movimiento, línea y espesor se alternan en cualquier composición, por lo demás encuadrada en un espacio circular, como la bóveda celeste, en la que los cuerpos parecen ser sujetos en un movimiento perpetuo e imparable, lento hasta el punto de permitir la percepción de cualquier dato particular.
Lo cercano y lo alejado, la totalidad y el detalle se entrelazan en la óptica del cuadro, que se presenta como un universo objetivamente presente bajo la mirada-anteojo del espectador.
Los caracteres de objetividad y de presencia concreta se reafirman mediante la asunción de un carácter ulterior que pertenece no ya a las artes figurativas, sino al teatro, al happening. El marco del cuadro se vuelve una especie de escenario que delimita el acontecimiento, el garante de la imagen que presenta su objetiva extrañeza de materia y forma a la contemplación del público. Así, nos encontramos ante una forma de dinamismo y ralentización plástica al mismo tiempo.
Prampolini lleva al espectador a la condición de poder mirar desde un observatorio privilegiado, el de la forma, desde el que es posible remontarse hacia una idea total, objetivamente cósmica de las cosas. Esta dimensión presupone a la vez la gravedad terrestre y la abstracción celeste, la esencia del número y el desarrollo biológico de la materia, el crecimiento y la interrupción, el volumen y el puro color.
De cualquier manera, todo se mueve en círculo, según líneas de corrimiento que envuelven a toda la composición y la vuelven campo de un sistema de relaciones móviles, conforme a las reglas de un motor eterno que parece perder la vehemencia maquinística típica del sermón futurista y adquirir en cambio la cadencia pacífica de una visión filosófica que atraviesa igualmente la modernidad.
Llegamos así a la abstracción de formas que no remiten ya a la iconografía cinética del futurismo, sino a una especie de universo neoplatónico donde las formas puras, en su concreta abstractividad, las afrontamos en medio de la perfección de una inmovilidad que comprende todo posible movimiento, que además es la esencia del arte, que transfigura cualquier detalle en dato universal.
(Traducción: José Doval) e
Enrico Prampolini. Retrato de Fi!ippo Tommaso Marinetti. 1929.
Enrico Prampo/ini. Mesa para la casa del artista. 1925-26. ffi boceto de escena. 1928
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Enrico Prampolini. La salamandra,
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