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Electra Drama en cinco actos Benito Pérez Galdós Obra reproducida sin responsabilidad editorial

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ElectraDrama en cinco actos

Benito Pérez Galdós

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Advertencia de Luarna Ediciones

Este es un libro de dominio público en tantoque los derechos de autor, según la legislaciónespañola han caducado.

Luarna lo presenta aquí como un obsequio asus clientes, dejando claro que:

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2) Luarna sólo ha adaptado la obra paraque pueda ser fácilmente visible en loshabituales readers de seis pulgadas.

3) A todos los efectos no debe considerarsecomo un libro editado por Luarna.

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PERSONAJESACTORES

ELECTRA (18 años.) DOÑA MATILDE MORENO.EVARISTA (50 años),esposa de Don Urbano.

DOÑA EMILIA LLORENTE.

MÁXIMO (35 años.) DON FRANCISCO FUENTES.DON SALVADOR DEPANTOJA (50 años.)

DON RICARDO VALERO.

EL MARQUÉS DE RON-DA (58 años.)

DON FERNANDO ALTARRI-BA.

DON LEONARDOCUESTA, agente de bolsa(50 años.)

DON RAMÓN VALLARINO.

DON URBANO GARCÍAYUSTE (55 años.)

DON JOSÉ SALA JULIÉN.

MARIANO, auxiliar delaboratorio.

DON JOSÉ CULVERA.

GIL, calculista. DON JULIO DEL CERRO.BALBINA, criada vieja. DOÑA MARÍA ANAYA.PATROS, criada joven. DOÑA ANTONIA ARÉVALO.JOSÉ, criado viejo. DON FERNANDO CALVO.SOR DOROTEA. DOÑA CONSUELO BADILLO.UN OPERARIO. DON SIXTO CODURAS.LA SOMBRA DE ELEU- DOÑA FLORENTINA A. DEL

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TERIA. VALLE.

NOTA.- Accediendo a los deseos de la em-presa y del autor, la primera actriz Doña Con-suelo Badillo ha desempeñado un papel infe-rior a su categoría artística.

La acción en Madrid, rigurosamente con-temporánea.

Acto I

Sala lujosa en el Palacio de los señores deGarcía Yuste. A la derecha, paso al jardín. Alfondo comunicación con otras salas del edifi-cio. A la derecha primer término, puerta de la

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habitación de ELECTRA. (Izquierda y derechase entiende del espectador.)

Escena I

EL MARQUÉS; JOSÉ por el foro.

JOSÉ.- Están en el jardín. Pasaré recado.

MARQUÉS.- Aguarda. Quiero dar un vista-zo a esta sala. No he visitado a los señores deGarcía Yuste desde que habitan su nuevo pala-cio... ¡Qué lujo!... Hacen bien. Dios les da paratodo, y esto no es nada en comparación de loque consagran a obras benéficas. ¡Siempre tangenerosos...!

JOSÉ.- ¡Oh, sí, señor!

MARQUÉS.- Y siempre tan retraídos... aun-que hay en la familia, según creo, una novedadmuy interesante...

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JOSÉ.- ¿Novedad? ¡Ah! sí... ¿lo dice por...?

MARQUÉS.- Oye, José: ¿harás lo que yo tediga?

JOSÉ.- Ya sabe el señor Marqués que nuncaolvido los catorce años que le serví... MandeVuecencia.

MARQUÉS.- Pues bien: hoy vengo exclusi-vamente por conocer a esa señorita que tusamos han traído poco ha de un colegio de Fran-cia.

JOSÉ.- La señorita Electra.

MARQUÉS.- ¿Podrás decirme si sus tíosestán contentos de ella, si la niña se muestracariñosa, agradecida?

JOSÉ.- ¡Oh! sí... Los señores la quieren... Sóloque...

MARQUÉS.- ¿Qué?

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JOSÉ.- Que la niña es algo traviesa.

MARQUÉS.- La edad...

JOSÉ.- Juguetona, muy juguetona, señor.

MARQUÉS.- Es monísima; según dicen, unángel...

JOSÉ.- Un ángel, si es que hay ángeles pare-cidos a los diablos. A todos nos trae locos.

MARQUÉS.- ¡Cuánto deseo conocerla!

JOSÉ.- En el jardín la tiene Vuecencia. Allí sepasa toda la mañana enredando y haciendotravesuras.

MARQUÉS.- (Mirando al jardín.) Hermosojardín, parque más bien: arbolado viejo, delantiguo palacio de Gravelinas...

JOSÉ.- Sí, señor.

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MARQUÉS.- La magnífica casa de vecindadque veo allá ¿no es también de tus amos?

JOSÉ.- Con entrada por el jardín y por la ca-lle. En el piso bajo tiene su laboratorio el sobri-no de los señores: el señorito Máximo, primerpunto de España en las matemáticas y en la...en la...

MARQUÉS.- Sí: el que llaman el Mágico pro-digioso... Le conocí en Londres... no recuerdo lafecha... Aún vivía su mujer.

JOSÉ.- El pobrecito quedó viudo en Febrerodel año pasado... Tiene dos niños lindísimos.

MARQUÉS.- No hace mucho he renovadocon Máximo mi antiguo conocimiento, y aun-que no frecuento su casa, por razones que yome sé, somos grandes amigos, los mejores ami-gos del mundo.

JOSÉ.- Yo también le quiero ¡Es tan bueno...!

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MARQUÉS.- Y dime ahora: ¿no se arrepien-ten los señores de haber traído ese diablillo?

JOSÉ.- (Recelando que venga alguien.) Diréa Vuecencia... Yo he notado... (Ve venir a DONURBANO por el jardín.) El señor viene.

MARQUÉS.- Retírate...

Escena II

EL MARQUÉS, DON URBANO.

MARQUÉS.- (Dándole los brazos.) Mi que-rido Urbano...

DON URBANO.- ¡Marqués! ¡Dichosos losojos...!

MARQUÉS.- ¿Y Evarista?

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DON URBANO.- Bien. Extrañando mucholas ausencias del ilustre Marqués de Ronda.

MARQUÉS.- ¡Ay, no sabe usted qué invier-no hemos pasado!

DON URBANO.- ¿Y Virginia?

MARQUÉS.- No está mal. La pobre, siempreluchando con sus achaques. Vive por el vigortenaz, testarudo digo yo, de su grande espíritu.

DON URBANO.- Vaya, Vaya... ¿Con que...?(Señalando al jardín.) ¿Quiere usted que baje-mos?

MARQUÉS.- Luego. Descansaré un instante.(Se sienta.) Hábleme usted, querido Urbano, deesa niña encantadora, de esa Electra, a quienhan sacado, ustedes del colegio.

DON URBANO.- No estaba ya en el colegio.Vivía en Hendaya con unos parientes de sumadre. Yo nunca fui partidario de traerla a vi-

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vir con nosotros; pero Evarista se encariñó hacetiempo con esa idea; su objeto no es otro quetantear el carácter de la chiquilla, ver si podre-mos obtener de ella una buena mujer, o si nosreserva Dios el oprobio de que herede las ma-ñas de su madre. Ya sabe usted que era primahermana de mi esposa, y no necesito recordarlelos escándalos de Eleuteria, del 80 al 85.

MARQUÉS.- Ya, ya.

DON URBANO.- Fueron tales, que la fami-lia, dolorida y avergonzada, rompió con ellatoda relación. Esta niña, cuyo padre se ignora,se crió junto a su madre hasta los cinco años.Después la llevaron a las Ursulinas de Bayona.Allí, ya fuese por abreviar, ya por embellecer elnombre, dieron en llamarla Electra, que esgrande novedad.

MARQUÉS.- Perdone usted, novedad no es;a su desdichada madre, Eleuteria Díaz, losíntimos la llamábamos también Electra, no sólo

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por abreviar, sino porque a su padre, militarmuy valiente, desgraciadísimo en su vida con-yugal, le pusieron Agamenón.

DON URBANO.- No sabía... Yo jamás metraté con esa gente. Eleuteria, por la fama desus desórdenes, se me representaba como unser repugnante...

MARQUÉS.- Por Dios, mi querido Urbano,no extreme usted su severidad. Recuerde queEleuteria, a quien llamaremos Electra I, cambióde vida... Ello debió de ser hacia el 88.

DON URBANO.- Por ahí... Su arrepenti-miento dio mucho que hablar. En San José de laPenitencia murió el 95 regenerada, abominandode su libertinaje horrible, monstruoso...

MARQUÉS.- (Como reprendiéndole por suseveridad.) Dios la perdonó...

DON URBANO.- Sí, sí... perdón, olvido...

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MARQUÉS.- Y ustedes, ahora, tantean aElectra II para saber si sale derecha o torcida.¿Y qué resultado van dando las pruebas?

DON URBANO.- Resultados obscuros, con-tradictorios, variables cada día, cada hora.Momentos hay en que la chiquilla nos revelaexcelsas cualidades, mal escondidas en su ino-cencia; momentos en que nos parece la criaturamás loca que Dios ha echado al mundo. Tanpronto le encanta a usted por su candor angeli-cal, tomo le asusta por las agudezas diabólicasque saca de su propia ignorancia.

MARQUÉS.- Exceso de imaginación quizás,desequilibrio. ¿Es viva?

DON URBANO.- Tan viva como la mismaelectricidad, misteriosa, repentina, de muchocuidado. Destruye, trastorna, ilumina.

MARQUÉS.- (Levantándose.) La curiosidadme abrasa ya. Vamos a verla.

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Escena III

EL MARQUÉS, DON URBANO; CUESTA,por el fondo.

CUESTA.- (Entra con muestras de cansan-cio, saca su cartera de negocios y se dirige a lamesa.) Marqués... ¿tanto bueno por aquí...?

MARQUÉS.- Hola, gran Cuesta. ¿Qué nosdice nuestro incansable agente...?

CUESTA.- (Sentándose. Revela padeci-miento del corazón.) El incansable... ¡ay! secansa ya.

DON URBANO.- Hombre, ¿qué me dicesdel alza de ayer en el Amortizable?

CUESTA.- Vino de París con dos enteros.

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DON URBANO.- ¿Has hecho nuestra liqui-dación?

MARQUÉS.- ¿Y la mía?

CUESTA.- En ellas estoy... (Saca papeles desu cartera y escribe con lápiz.) Luego sabránustedes las cifras exactas. He sacado todo elpartido posible de la conversión.

MARQUÉS.- Naturalmente... siendo el tipode emisión de los nuevos valores 79,50...habiendo, adquirido nosotros a precio muybajo el papel recogido...

DON URBANO.- Naturalmente...

CUESTA.- Naturalmente, el resultado ha si-do espléndido.

MARQUÉS.- La facilidad que nos enrique-cemos, querido Urbano, la vida y e enciende ennosotros el amor de la vida y el entusiasmo porla belleza humana. Vámonos al jardín.

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DON URBANO.- (A CUESTA.) ¿Vienes?

CUESTA.- Necesito diez minutos de silenciopara ordenar mis apuntes.

DON URBANO.- Pues te dejamos solo.¿Quieres algo?

CUESTA.- (Abstraído en sus apuntes.) No...Sí: un vaso de agua. Estoy abrasado.

DON URBANO.- Al momento. (Sale con elMARQUÉS hacia el jardín.)

Escena IV

CUESTA, PATROS.

CUESTA.- (Corrigiendo los apuntes.) ¡Ah!sí, había un error. A los de Yuste correspon-den... un millón seiscientas mil pesetas. AlMarqués de Ronda, doscientas veintidós mil.

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Hay que descontar las doce mil y pico, equiva-lentes a los nueve mil francos...

(Entra PATROS con vasos de agua, azucari-llos, coñac. Aguarda un momento a que

CUESTA termine sus cálculos.)

PATROS.- ¿Lo dejo aquí, Don Leonardo?

CUESTA.- Déjalo y aguarda un instante...Un millón ochocientos... con los seiscientosdiez... hacen... Ya está claro. Bueno, bueno...Con que, Patros... (Echa mano al bolsillo, sacadinero y se lo da.)

PATROS.- Señor, muchas gracias.

CUESTA.- Con esto te digo que espero de tiun favor.

PATROS.- Usted dirá, Don Leonardo.

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CUESTA.- Pues... (Revolviendo el azucari-llo.) Verás...

PATROS.- ¿No pone coñac? Si viene sofoca-do, el agua sola puede hacerla dado.

CUESTA.- Sí: pon un poquito... Pues quisie-ra yo... no vayas a tomarlo a mala parte... qui-siera yo hablar un ratito a solas con la señoritaElectra. Conociéndome cómo me conoces,comprenderás que mi objeto es de los más pu-ros, de los más honrados. Digo esto para quitar-te todo escrúpulo... (Recoge sus papeles.) An-tes que alguien venga, ¿puedes decirme quéocasión, qué sitio son los más apropiados...?

PATROS.- ¿Para decir cuatro palabritas a laseñorita Electra? (Meditando.) Ello ha de sercuando los señores despachan con el apodera-do... Yo estaré a la mira...

CUESTA.- Si pudiera ser hoy, mejor.

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PATROS.- El señor ¿vuelve luego?

CUESTA.- Volveré, y con disimulo me ad-viertes...

PATROS.- Sí, sí... Pierda cuidado. (Recoge elservicio y se retira.)

Escena V

CUESTA; PANTOJA, enteramente vestidode negro. Entra en escena meditabundo, abs-

traído.

CUESTA.- Amigo Pantoja, Dios la guarde.¿Vamos bien?

PANTOJA.- (Suspira.) Viviendo, amigo, quees como decir: esperando.

CUESTA.- Esperando mejor vida...

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PANTOJA.- Padeciendo en ésta todo lo queel Señor disponga para hacernos dignos de laotra.

CUESTA.- ¿Y de salud?

PANTOJA.- Mal y bien. Mal, porque meafligen desazones y achaques; bien, porque meagrada el dolor, y el sufrimiento me regocija.(Inquieto y como dominado de una idea fija,mira hacia el jardín.)

CUESTA.- Ascético estáis.

PANTOJA.- ¡Pero esa loquilla...! Véala ustedcorreteando con los chicos del portero, con losniños de Máximo y con otros de la vecindad.Cuando la dejan explayarse en las travesurasinfantiles, está Electra en sus glorias.

CUESTA.- ¡Adorable muñeca! Quiera Dioshacer de ella una mujer de mérito.

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PANTOJA.- De la muñeca graciosa, de la ni-ña voluble, podrá salir un ángel más fácilmenteque saldría de la mujer.

CUESTA.- No le entiendo a usted, amigoPantoja.

PANTOJA.- Me entiendo yo... Mire, mirecómo juegan. (Alarmado.) ¡Jesús me valga! ¿Aquién veo allí? ¿Es el Marqués de Ronda?

CUESTA.- El mismo.

PANTOJA.- Ese corrompido corruptor, Te-norio de la generación pasada, no se decido ajubilarse Por no dar un disgusto a Satanás...

CUESTA.- Para que pueda decirse una vezmás que no hay paraíso sin serpiente.

PANTOJA.- ¡Oh, no! ¡Serpiente ya teníamos!(Nervioso y displicente, se pasea por la esce-na.)

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CUESTA.- Otra cosa: ¿no se ha enterado us-ted de la millonada que los traigo?

PANTOJA.- (Sin prestar gran atención alasunto, fijándose en otra idea que no mani-fiesta.) Sí, ya sé... ya... Hemos ganado unaenormidad...

CUESTA.- Evarista completará su magnaobra de piedad...

PANTOJA.- (Maquinalmente.) Sí.

CUESTA.- Y usted dedicará mayores recur-sos a San José de la Penitencia.

PANTOJA.- Sí... (Repitiendo una idea fija.)Serpiente ya teníamos. (Alto.) ¿Qué me decíausted, amigo Cuesta?

CUESTA.- Que...

PANTOJA.- Perdone usted... ¿Es cierto queel vecino de enfrente, nuestro maravilloso sa-

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bio, inventor y casi taumaturgo, piensa mudarde residencia?

CUESTA.- ¿Quién? ¿Máximo? Creo que sí.Parece que en Bilbao y en Barcelona acogen conentusiasmo sus admirables estudios para nue-vas aplicaciones de la electricidad; y le ofrecencuantos capitales necesite para plantear estasnovedades.

PANTOJA.- (Meditabundo.) ¡Oh!... Capital,dentro de mis medios, yo se lo daría, con talque...

Escena VI

PANTOJA, CUESTA; EVARISTA, DONURBANO, EL MARQUÉS, que vienen del

jardín.

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EVARISTA.- (Soltando el brazo del MAR-QUÉS.) Felices, Cuesta. Pantoja, ¡cuánto mealegro de verla hoy!... (CUESTA y PANTOJA seinclinan y le besan la mano respetuosamente.Siéntase la señora a la derecha; el MARQUÉS,en pie, a su lado. Los otros tres forman grupoa la izquierda hablando de negocios.)

MARQUÉS.- (Reanudando con EVARISTAuna conversación interrumpida.) Por ese ca-mino, no sólo pasará usted a la Historia, sino alAño Cristiano.

EVARISTA.- No alabe usted, Marqués, loque en absoluto carece de mérito... No tenemoshijos: Dios arroja sobre nosotros caudales y máscaudales. Cada año nos cae una herencia. Sinmolestarnos en lo más mínimo ni discurrir cosaalguna, el exceso de nuestras rentas, manejadoen operaciones muy hábiles por el amigo Cues-ta, nos crea sin sentirlo nuevos capitales. Com-pramos una finca, y al año la subida de los pro-ductos triplica su valor; adquirimos un erial, y

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resulta que el subsuelo es un inmenso almacénde carbón, de hierro, de plomo... ¿Qué quieredecir esto, Marqués?

MARQUÉS.- Quiere decir, mi venerableamiga, que cuando Dios acumula tantas rique-zas sobre quien no las desea ni las estima, indi-ca muy claramente que las concede para quesean destinadas a su servicio.

EVARISTA.- Exactamente. Interpretándoloyo del mismo modo, me apresuro a cumplir ladivina voluntad. Lo que hoy me trae Cuesta, nohará más que pasar por mis manos, y con estohabré consagrado al Patrocinio siete milloneslargos, y aún haré más, para que la casa y cole-gio de Madrid tengan todo el decoro y la mag-nificencia que corresponden a tan grande insti-tuto... Impulsaremos las obras de los colegiosde Valencia y Cádiz...

PANTOJA.- (Pasando al grupo de la dere-cha.) Sin olvidar, amiga mía, la casa de ense-

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ñanzas superiores, que ha de ser santuario de laverdadera ciencia...

EVARISTA.- Bien sabe el amigo Pantoja queno ceso de pensar en ello.

DON URBANO.- (Pasando también a la de-recha.) En ello pensamos noche y día.

MARQUÉS.- Admirable, admirable. (Se le-vanta.)

EVARISTA.- (A CUESTA, que también pasaa la derecha.) Y ahora, Leonardo, ¿qué hace-mos?

CUESTA.- (Sentándose al lado de EVARIS-TA, propone a la señora nuevas operaciones.)Nos limitaremos por hoy a emplear alguna can-tidad en dobles...

PANTOJA.- (El pie a la izquierda de EVA-RISTA.) O prima...

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MARQUÉS.- (Paseando por la escena conDON URBANO.) Me permitirá usted, queridoUrbano, que proclamando a gritos los méritosde su esposa, no eche en saco roto los míos, losnuestros: hablo por mí. Virginia ya lleva dado aLas Esclavas un tercio de nuestra fortuna.

DON URBANO.- De las más saneadas deAndalucía.

MARQUÉS.- Y en nuestro testamento se lodejamos todo, menos la parte que destinamos aciertas obligaciones y a la parentela pobre...

DON URBANO.- Muy bien... Pero, segúnmis noticias, no estuvo usted muy conforme,años ha, con que Virginia tuviera piedad tandispendiosa.

MARQUÉS.- Es cierto. Pero al fin me cate-quizó. Suyo soy en cuerpo y alma. Me ha con-vertido, me ha regenerado.

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DON URBANO.- Como a mí, mi Evarista.

MARQUÉS.- Por conservar la paz del ma-trimonio, empecé a contemporizar, a ceder, ycediendo y contemporizando, he llegado a estasituación. No me pesa, no. Hoy vivo en unaplacidez beatífica, curado de mis antiguas ma-ñas. He llegado a convencerme de que Virginiano sólo salvará su alma, sino también la mía.

DON URBANO.- Como yo... Que me salve.

MARQUÉS.- Cierto que no tenemos iniciati-va para nada.

DON URBANO.- Para nada, querido Mar-qués.

MARQUÉS.- Que a las veces, hasta el respi-rar nos está vedado.

URBANO.- Vedada la respiración...

MARQUÉS.- Pero vivimos tranquilamente.

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DON URBANO.- Servimos a Dios sinningún esfuerzo...

MARQUÉS.- Nuestras benditas esposas vandelante de nosotros por el camino de la gloriosaeternidad y... Descuide usted, que no nos de-jarán atrás.

DON URBANO.- Cierto.

EVARISTA.- ¿Urbano?

DON URBANO.- (Acudiendo presuroso.)¿Qué?

EVARISTA.- Ponte a las órdenes de Cuestapara la liquidación, y para la entrega a los Pa-dres...

DON URBANO.- Hoy mismo. (Se levantaCUESTA.)

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EVARISTA.- Otra cosa: bajos un momento ylo dices a Electra que ya van tres horas de jue-go...

PANTOJA.- (Imperioso.) Que suba. Ya esdemasiado retozar.

DON URBANO.- Voy. (Viendo venir aELECTRA.) Ya está aquí.

Escena VII

Los mismos; ELECTRA, tras ella MÁXIMO.

ELECTRA.- (Entra corriendo y riendo, per-seguida por MÁXIMO, a quien lleva ventajaen la carrera. Su risa es de miedo infantil.)Que no me coges... Bruto, fastídiate.

MÁXIMO.- (Trae en una mano varios obje-tos que indicará, y en la otra una ramita larga

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de chopo, que esgrime como un azote.) ¡Pícara,si te cojo...!

ELECTRA.- (Sin hacer caso de los que estánen escena recorre ésta con infantil ligereza, yva a refugiarse en las faldas de DOÑA EVA-RISTA, arrodillándose a sus pies y echándolelos brazos a la cintura.) Estoy en salvo... tía;mándele usted que se vaya.

MÁXIMO.- ¿Dónde está esa loca? (Conamenaza jocosa.) ¡Ah! Ya sabe dónde se pone.

EVARISTA.- ¿Pero, hija, cuándo tendrásformalidad? Máximo, eres tú tan chiquillo co-mo ella.

MÁXIMO.- (Mostrando lo que trae.) Mirenlo que me ha hecho. Me rompió estos dos tubosde ensayo... Y luego... vean estos papeles enque yo tenía cálculos que representan un traba-jo enorme. (Muestra los papeles suspendién-dolos en alto.) Éste lo convirtió en pajarita; éste

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lo entregó a los chiquillos para que pintaranburros, elefantes... y un acorazado disparandocontra un castillo.

PANTOJA.- ¿Pero se metió en el laboratorio?

MÁXIMO.- Y me indisciplinó a los niños, ytodo me lo han revuelto.

PANTOJA.- (Con severidad.) Pero, señori-ta...

EVARISTA.- ¡Electra!

MARQUÉS.- ¡Deliciosa infancia! (Entusias-mada.) Electra, niña grande, benditas sean sustravesuras. Conserve usted mientras pueda supreciosa alegría.

ELECTRA.- Yo no rompí los cilindros. FuePepito... Los papeles llenos de garabatos, sí loscogí yo, creyendo que no servían para nada.

CUESTA.- Vamos, haya paces.

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MÁXIMO.- Paces- (A ELECTRA.) Vaya teperdono la vida, te concedo el indulto por estavez... Toma. (Le da la vara. ELECTRA la cogepegándole suavemente.)

ELECTRA.- Esto por lo que me has dicho.(Pegándole con fuerza.) Esto por lo que callas.

MÁXIMO.- ¡Si no he callado nada!

PANTOJA.- Formalidad, juicio.

EVARISTA.- ¿Qué te ha dicho?

MÁXIMO.- Verdades que han de serle muyútiles... Que aprenda por sí misma lo muchoque aún ignora; que abra bien sus ojitos y losextienda por la vida humana, para que vea queno es todo alegrías, que hay también deberes,tristezas, sacrificios...

ELECTRA.- ¡Jesús, qué miedo! (En el centrode la escena la rodean todos, menos PANTO-JA, que acude al lado de EVARISTA.)

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CUESTA.- Conviene no estimular con elaplauso sus travesuras.

DON URBANO.- Y mostrarle un poquito deseveridad.

MÁXIMO.- A severidad nadie me gana...¿Verdad, niña, que soy muy severo y que tú melo agradeces? Di que me lo agradeces.

ELECTRA.- (Azotándole ligeramente.) ¡Sa-bio cargante! Si esto fuera un azote de verdad,con más ganas te pegaría.

MARQUÉS.- (Risueño y embobado.) ¡Ado-rable! Pégueme usted a mí, Electra.

ELECTRA.- (Pegándole con mucha suavi-dad.) A usted no, porque no tengo confianza...Un poquito no más... así... (Pegando a los de-más.) Y a usted... a usted... un poquito.

EVARISTA.- ¿Por qué no vas a tocar el pianopara que te oigan estos señores?

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MÁXIMO.- ¡Si no estudia una nota! Su desi-dia, es tan grande como su disposición paratodas las artes.

CUESTA.- Que nos enseñe sus acuarelas ydibujos. Verá usted, Marqués. (Se agrupan to-dos junto a la mesa, menos EVARISTA yPANTOJA que hablan aparte.)

ELECTRA.- ¡Ay, sí! (Buscando su cartera dedibujos entre los libros y revistas que hay enla mesa.) Verán ustedes. Soy una gran artista.

MÁXIMO.- Alábate, pandero.

ELECTRA.- (Desatando las cintas de la car-tera.) Tú a deprimirme, yo a darme bombo,veremos quién puede más... Ea (Mostrandodibujos.), quédense pasmados. ¿Qué tienenque decir de estos magníficos apuntes de paisa-jes, de animales que parecen personas, de per-sonas que parecen animales? (Todos se embe-

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lesan examinando los dibujos, que pasan demano en mano.)

EVARISTA.- (Que apartando su atencióndel grupo del centro, entabla una conversa-ción íntima con PANTOJA.) Tiene usted razón,Salvador. Siempre la tiene, y ahora, en el casode Electra, en razón es como un astro de luz tanespléndida, que a todos nos obscurece.

PANTOJA.- Esa luz que usted cree inteli-gencia, no lo es. Es tan sólo el resplandor de unfuego intensísimo que está dentro: la voluntad.Con esta fuerza, que debo a Dios, he sabidoenmendar mis errores.

EVARISTA.- Después de la confidencia queme hizo usted anoche, veo muy claro su dere-cho a intervenir en la educación de esta loqui-lla...

PANTOJA.- A marcarle sus caminos, a seña-larle fines elevados...

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EVARISTA.- Derecho que implica deberesinexcusables...

PANTOJA.- ¡Oh!, ¡Cuánto agradezco a ustedque así lo reconozca, amiga del alma! ¡Yo temíaque mi confidencia de anoche, historia funesta,que ennegrece los mejores años de mi vida, noharía perder su estimación!

EVARISTA.- No, amigo mío. Como hombre,ha estado usted sujeto a las debilidades huma-nas. Pero el pecador se ha regenerado, casti-gando su vida con las mortificaciones que traeel arrepentimiento, y enderezándola con lapráctica de la virtud.

PANTOJA.- La tristeza, el amor a la soledad,el desprecio de las vanidades, fueron mi salva-ción. Pues bien: no sería completa mi enmiendasi ahora no cuidara yo de dirigir a esta niña,para apartarla del peligro. Si nos descuidamos,fácilmente se nos irá por los caminos de su ma-dre.

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EVARISTA.- Mi parecer es que hable ustedcon ella...

PANTOJA.- A solas.

EVARISTA.- Eso pensaba yo: a solas. Hágalecomprender de una manera delicada la autori-dad que tiene usted sobre ella...

PANTOJA.- Sí, sí... No es otro mi deseo. (Si-guen en voz baja.)

ELECTRA.- (En el grupo del centro, dispu-tando con MÁXIMO.) Quita, quita. ¿Tú quésabes? (Mostrando un dibujo.) Dice este brutoque el pájaro parece un viejo pensativo, y lamujer una langosta desmayada.

MARQUÉS.- ¡Oh! no... que está muy bien.

MÁXIMO.- A veces, cuando menos cuidadopone, tiene aciertos prodigiosos.

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CUESTA.- La verdad es que este paisajito,con el mar lejano, y estos troncos...

ELECTRA.- Mi especialidad ¿no saben uste-des cuál es? Pues los troncos viejos, las paredesen ruinas. Pinto bien lo que desconozco: la tris-teza, lo pasado, lo muerto. La alegría presente,la juventud, no me salen. (Con pena y asom-bro.) Soy una gran artista para todo lo que nose parece a mí.

DON URBANO.- ¡Qué gracia!

CUESTA.- ¡Deliciosa!

MARQUÉS.- ¡Cómo chispea! Me encanta oír-la.

MÁXIMO.- Ya vendrá la reflexión, las res-ponsabilidades...

ELECTRA.- (Burlándose de máximo.) ¡Larazón, la seriedad! Miren el sabio... fúnebre. Yo

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tengo todo eso el día que me dé la gana... y másque tú.

MÁXIMO.- Ya lo veremos, ya lo veremos.

PANTOJA.- (Que ha prestado atención a loque hablan en el grupo del centro.) No puedoocultar a usted que me desagrada la familiari-dad de la niña con el sobrino de Urbano.

EVARISTA.- Ya la corregiremos. Pero tengausted presente que Máximo es un hombre hon-radísimo, juicioso...

PANTOJA.- Sí, sí; pero... Amiga mía, en lossenderos de la confianza tropiezan y resbalanlos más fuertes; me lo ha enseñado una tristeexperiencia.

ELECTRA.- (En el grupo del centro.) Yosentaré la cabeza cuando me acomode. Nadiese pone serio hasta que Dios lo manda. Nadiedice ¡ay! ¡ay! hasta que le duele algo.

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MARQUÉS. Justo.

CUESTA.- Y ya, ya aprenderá cosas prácti-cas.

ELECTRA.- Cierto: cuando venga Dios y mediga: «niña ahí tienes el dolor, los deberes, laduda...».

MÁXIMO.- Que lo dirá... y pronto.

EVARISTA.- Electra, hija mía, no tontees...

ELECTRA.- Tía, es Máximo que... (Pasa allado de su tía.)

DON URBANO.- Máximo tiene razón...

CUESTA.- Seguramente. (CUESTA y DONURBANO pasan también al lado de EVARIS-TA, quedando solos a la izquierda MÁXIMO yel MARQUÉS.)

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MÁXIMO.- ¿Puedo saber ya, señor Marqués,el resultado de su primera observación?

MARQUÉS.- Me ha encantado la chiquilla.Ya veo que no había exageración en lo que us-ted me contaba.

MÁXIMO.- ¿Y la penetración de usted nodescubre bajo esos donaires algo que...?

MARQUÉS.- Ya entiendo... belleza moral,sentido común... No hay tiempo aún para talesdescubrimientos. Seguiré observando.

MÁXIMO.- Porque yo, la verdad, consagra-do a la ciencia desde edad muy temprana, co-nozco poco el mundo, y los caracteres humanosson para mí una escritura que apenas puedodeletrear.

MARQUÉS.- Pues en esa escritura y en otrassé yo leer de corrido.

MÁXIMO.- ¿Viene usted a mi casa?

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MARQUÉS.- Iremos un rato. Es posible quemi mujer me riña si sabe que visito el taller deElectrotecnia y la fábrica de luz. Pero Virginiano ha de ser muy severa. Puedo aventurarme...Después volveré aquí, y con el pretexto de ad-mirar a la niña en el piano, hablaré con ella ycontinuaré mis estudios.

MÁXIMO.- (Alto.) ¿Viene usted, Marqués?

DON URBANO.- ¿Pero nos dejan?

MARQUÉS.- Me voy un rato con este amigo.

EVARISTA.- Marqués, estoy muy enojadapor sus largas ausencias, pero muy enojada. Nopodrá usted desagraviarme más que almorzan-do hoy con nosotros. Es castigo, Don Juan; espenitencia.

MARQUÉS.- Yo la acepto en descargo de miculpa, bendiciendo la mano que me castiga.

EVARISTA.- Tú, Máximo, vendrás también.

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MÁXIMO.- Si me dejan libre a esa hora,vendré.

ELECTRA.- No vengas, hombre... por Dios,no vengas. (Con alegría que no puede disimu-lar.) ¿Vas a venir? Di que sí. (Corrigiéndose.)No, no: di qué no.

MÁXIMO.- ¡Ah! No te libras de mí. Chiqui-lla loca, tú tendrás juicio.

ELECTRA.- Y tú lo perderás, sabio tonto,viejo... (Le sigue con la mirada hasta que sale.Salen MÁXIMO y el MARQUÉS por el jardín.JOSÉ entra por el foro.)

Escena VIII

ELECTRA, EVARISTA, DON URBANO,PANTOJA CUESTA, JOSÉ.

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JOSÉ.- (Anunciando.) La señora Superiorade San José de la Penitencia.

PANTOJA.- ¡Oh, mi buena Sor Bárbara de laCruz...!

EVARISTA.- Que pase aquí. (Se levanta.)No: al salón. Vamos.

PANTOJA.- ¡Qué feliz oportunidad! Así meevita el ir al convento.

EVARISTA.- Hija, que estudies. (Señalándo-le la estancia próxima.)

CUESTA.- (Despidiéndose.) Yo me retiro.Volverá luego.

EVARISTA.- Adiós.

CUESTA.- (Aparte, por ELECTRA.) ¿La de-jarán sola?

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PANTOJA.- (Acudiendo a ELECTRA.) Cul-tivo usted, Electra, con discernimiento ese artesublime. Consagre usted todo su talento al granBach... para que se vaya asimilando el estiloreligioso. (Vanse todos menos ELECTRA.)

Escena IX

ELECTRA; al poco rato CUESTA.

ELECTRA.- (Entonando una salmodia deIglesia, recoge los dibujos y los ordena.)Bach... para que me asimile... ¡qué gracia! elestilo religioso. (Canta.)

CUESTA.- (Entra por el foro recatándose.)¡Sola...!

ELECTRA.- (Canta algunas notas litúrgicas.Ve avanzar a CUESTA.) ¿Pero no se había mar-chado usted, Don Leonardo?

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CUESTA.- (Con timidez.) Sí; pero ha vuelto,hija mía. Tengo que hablar con usted.

ELECTRA.- (Un poquito asustada.) ¡Conmi-go!

CUESTA.- El asunto es delicado, muy deli-cado (Con fatiga y dificultad de respiración.)Perdone usted... padezco del corazón... no pue-do estar en pie. (ELECTRA le aproxima unasilla. Se sienta.) Sí: tan delicado es el asuntoque no sé por dónde empezar.

ELECTRA.- Por Dios, ¿qué es?

CUESTA.- (Animándose.) Electra, yo conocía su madre de usted.

ELECTRA.- ¡Ah! Mi madre fue muy desgra-ciada.

CUESTA.- ¿Qué entiende usted por desgra-ciada?

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ELECTRA.- Pues... que vivió entre personasmalas que no la permitían ser tan buena comoella quería.

CUESTA.- ¡Oh! Sin saberlo ha dicho usteduna gran verdad... ¿Recuerda usted a su ma-dre?... ¿Piensa usted en ella?

ELECTRA.- Mi madre es para mí un recuer-do vago, dulcísimo; una imagen que nunca meabandona... Viva la guardo en mi corazón, queno es todavía más que una gran memoria, y enesta gran memoria la están buscando siempremis ojos ansiosos de verla. ¡Pobre madre mía!(Se lleva el pañuelo a los ojos. CUESTA suspi-ra.) Dígame, Don Leonardo: cuando tratabausted a mi madre ¿era yo muy chiquitita?

CUESTA.- Era usted una monada. Le hacía-mos a usted cosquillas para verla reír; su risame parecía el encanto, la alegría de la Naturale-za.

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ELECTRA.- Vea Usted por qué he salido tanloca, tan traviesa y destornillada... y alguna vezme cogería usted en brazos.

CUESTA.- Muchísimas.

ELECTRA.- (Sonriendo sin acabar de secarsus lágrimas.) ¿Y no le tiraba yo de los bigotes?

CUESTA.- A veces con tanta fuerza, que mehacía usted daño.

ELECTRA.- Me pegaría usted en las manos.

CUESTA.- ¡Vaya!

ELECTRA.- ¿Pues sabe usted que crea quetodavía me duelen...?

CUESTA.- (Impaciente por entrar en mate-ria.) Pero vamos al caso. Advierto a usted, Elec-tra, que esto es reservadísimo. Queda entre losdos.

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ELECTRA.- ¡Oh! me da usted miedo, DonLeonardo.

CUESTA.- No es para asustarse. Vea usteden mí un amigo, el mejor de los amigos; vea eneste acto el interés más puro, el sentimientomás elevado...

ELECTRA.- (Confusa.) Sí, Sí: no dudo... pe-ro...

CUESTA.- Vea usted por qué doy este pa-so... Aunque no soy muy viejo, no me sientocon cuerda vital para mucho tiempo. Viudohace veinte años, no tengo más familia que mihija Pilar, ya casada, y ausente. Casi estoy soloen el mundo, con el pie en el estribo para mar-chará otro... y mi soledad ¡ay! parece como quequiere echarme, más pronto... (Con gran difi-cultad de expresión.) Pero antes de partir...(Pausa.) Electra, he pensado mucho en ustedantes que la trajeran a Madrid, y al verla ¡Diosmío! he pensado, he sentido... qué sé yo... un

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dulce afecto, el más puro de los afectos, mez-clado con alaridos de mi conciencia.

ELECTRA.- (Aturdida.) ¡La conciencia! ¡Quécosa tan grave debe ser! La mía es como unniño que está todavía en la cuna.

CUESTA.- (Con tristeza.) La mía es vieja,memoriosa. Me repite, me señala sin cesar loserrores graves de mi vida.

ELECTRA.- ¡Usted... errores graves ustedtan bueno!

CUESTA.- Sí, sí: bueno, bueno... y pecador...En fin, dejemos los errores y vamos a sus con-secuencias. Yo no quiero, no, que usted vivadesamparada. Usted no posee bienes de fortu-na. Es dudoso que la protección de Urbano yEvarista sea constante. ¿Cómo ha de consentiryo que se encuentra usted pobre y desvalida eldía de mañana?

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ELECTRA.- (Con penosa lucha entre su co-nocimiento y su inocencia.) No sé si lo entien-do... no sé si debo entenderlo.

CUESTA.- Lo más delicado será que lo en-tienda sin decírmelo, y que acepte mi protec-ción ¡sin darme las gracias. Juntos van el debermío y el derecho de usted. Gracias a mí, Electra,no se verá roto el hilo que une a cada criaturacon las criaturas que fueron, y con las que aúnviven... Y si hoy me determino a plantear estacuestión, es porque... porque hace tiempo queme asedia el temor de las muertes repentinas.Mi padre y mi hermano murieron como heri-dos del rayo. La lección cardiaca, destructorade la familia, ya la tengo aquí (Señalando alcorazón.): es un triste reloj que me cuenta lashoras, los días... No puedo aplazar esto. No, mesorprenda la muerte dejando a esta preciosaexistencia sin amparo. No puedo, no debo es-perar... Concluyo, hija mía, manifestando a us-

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ted que tenga por asegurado un bienestar mo-desto...

ELECTRA.- ¡Un bienestar modesto... yo...!

CUESTA.- Lo suficiente para vivir con inde-pendencia decorosa...

ELECTRA.- (Confusa.) ¿Y yo... qué méritostengo para...? Perdone usted... No acabo deconvencerme... de...

CUESTA.- Ya vendrá, ya vendrá el conven-cimiento...

ELECTRA.- ¿Y por qué no habla usted deese asunto a mis tíos...

CUESTA.- (Preocupado.) Porque... A sutiempo se les dirá. Por de pronto, sólo usteddebe saber mi resolución.

ELECTRA.- Pero...

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CUESTA.- (Con emoción, levantándose.) Yahora, Electra, ¿querrá usted a este pobre en-fermo, que tiene los días contados?

ELECTRA.- Sí... ¡Es tan fácil para mí querer!Pero no hable usted de morirse, Don Leonardo.

CUESTA.- Me consuela mucho saber que us-ted me llorará.

ELECTRA.- No me haca usted llorar desdeahora...

CUESTA.- (Apresurando su partida paravencer su emoción.)

Adiós, hija mía.

ELECTRA.- Adiós... (Reteniéndole.) ¿Y quénombre debo darle?

CUESTA.- El de amigo no más. Adiós.(Arrancándose a partir. Sale por el foro.

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ELECTRA le sigue con la mirada hasta quedesaparece.)

Escena X

ELECTRA, EL MARQUÉS.

ELECTRA.- (Meditabunda.) Dios mío, ¿quédebo pensar? Sus medias palabras dicen másque si fuesen enteras. ¡Madre del alma! (ElMARQUÉS, que entra por el jardín, avanzadespacio.) ¡Ah!... Señor Marqués.

MARQUÉS.- ¿Se asusta usted?

ELECTRA.- Nada de eso: me sorprendo nomás. Si viene usted a oírme tocar, ha perdido elviaje. Hoy no estudio.

MARQUÉS.- Me alegro. Así podremoshablar... Apenas presentado a usted, entro delleno en la admiración de sus gracias, y conoci-

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da una parte de su carácter, deseo conocer algomás... Usted extrañará quizás esta curiosidadmía y la creerá impertinente.

ELECTRA.- ¡Oh! No, señor. También yo soycuriosilla, señor Marqués, y me permito pre-guntarle: ¿es usted amigo de Máximo?

MARQUÉS.- Le quiero y admiro grande-mente... Cosa rara, ¿verdad?

ELECTRA.- A mí me parece muy natural.

MARQUÉS.- Es usted muy niña, y quizás nopueda hacerse cargo de las causas de mi amis-tad con el Mágico prodigioso... A ver si me en-tiende.

ELECTRA.- Explíquemelo bien.

MARQUÉS.- La sociedad que frecuento, elcírculo de mi propia familia y los hábitos de micasa, producen en mí un efecto asfixiante. Casisin darme cuenta de ello, por puro instinto de

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conservación me lanzo a veces en busca del airerespirable. Mis ojos se van tras de la ciencia,tras de la Naturaleza... y Máximo es eso.

ELECTRA.- El aire respirable, la vida, la...¿Pues sabe usted, Marqués, que me parece quelo voy entendiendo?

MARQUÉS.- No es tonta la niña, no. Tam-bién ha de saber usted que siento por ese hom-bre un interés inmenso.

ELECTRA.- Le quiere usted, le admira porsus grandes cualidades...

MARQUÉS.- Y le compadezco por su des-gracia.

ELECTRA.- (Sorprendida.) ¡DesgraciadoMáximo?

MARQUÉS.- ¿Qué mayor desgracia que lasoledad en que vive? Su viudez prematura le

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ha sumergido en los estudios más hondos, ytemo por su salud.

ELECTRA.- Sus hijos le consuelan, la acom-pañan. Hoy les ha visto usted. ¡Qué lindas cria-turas! El mayor, que ahora cumple cinco años,es un prodigio de inteligencia. En el pequeñito,de dos años, veo yo toda la gracia del mundo.Yo les adoro; sueño con ellos, y me gustaríamucho ser su niñera.

MARQUÉS.- El pobre Máximo, aferrado asus estudios, no puede atenderlos como debi-era.

ELECTRA.- Claro: eso digo yo.

MARQUÉS.- Es de toda evidencia: Máximonecesita una mujer. Pero... aquí entran mis difi-cultades y mis dudas. Por más que miro y bus-co, no encuentro, no encuentro la mujer dignade compartir su vida con la del grande hombre.

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ELECTRA.- No la encuentra usted. Es queno la hay, no la hay. Como que para Máximodebe buscarse una mujer de mucho juicio.

MARQUÉS.- Eso es: de mucho juicio.

ELECTRA.- Todo lo contrario de mí, que notengo ninguno, ninguno, ninguno.

MARQUÉS.- No diría yo tanto.

ELECTRA.- Otra cosa: cuando usted me oyedecirle tonterías y llamarle bruto, viejo, sabiotonto, no vaya a creer que lo digo en serio. To-do eso es broma señor Marqués.

MARQUÉS.- Sí, sí: ya lo he comprendido.

ELECTRA.- Bromas impertinentes quizás,porque Máximo es muy serio... ¿Cree usted,señor mío, que debo yo volverme muy grave?

MARQUÉS.- ¡Oh! no. Cada criatura es comoDios ha querido formarla. No hay que violen-

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tarse, señorita. No necesitamos ser graves paraser buenos.

ELECTRA.- Pues mire usted, Marqués yoque no sé nada, había pensado eso mismo.(Aparece PANTOJA por el foro.)

PANTOJA.- (Aparte en la puerta.) Este li-bertino incorregible... este veterano del vicio seatreva a poner su mirada venenosa en esta flor.(Avanza lentamente.)

MARQUÉS.- (Aparte.) ¡Vaya! Sé nos ha in-terpuesto la pantalla obscura, y ya no podemosseguir hablando.

ELECTRA.- El señor Marqués ha venido aoírme tocar; pero estoy muy torpe. Lo dejamospara otro día.

MARQUÉS.- Ya sabe usted que el gran Be-ethoven es mi pasión. Me habían dicho queElectra le interpreta bien, y esperaba oírle la

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Sonata Práctica, la Clair de Lune... pero noshemos entretenido charlando, y pues ya no esocasión...

PANTOJA.- (Con desabrimiento.) Sí: ha pa-sado la hora de estudio.

MARQUÉS.- (Recobrando su papel social.)Otro día será. Amigo mío, Virginia y yo ten-dremos mucho gusto en que usted nos honrecon sus consejos para cuanto se refiera al Beate-rio de Las Esclavas.

PANTOJA.- Sí, sí: esta tarde iré a ver a Vir-ginia y hablaremos.

MARQUÉS.- En el Beaterio la tiene usted to-da la tarde. Y pues estoy de más aquí... (Enademán de retirarse.)

ELECTRA.- No. Usted no estorba, señorMarqués.

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MARQUÉS.- Me voy con la música... al tallerde Máximo.

PANTOJA.- Sí, sí: allí se distraerá usted mu-cho.

MARQUÉS.- Hasta luego, mi reverendoamigo.

PANTOJA.- Dios le guarde. (Vase el MAR-QUÉS hacia el jardín.)

Escena XI

ELECTRA, PANTOJA.

PANTOJA.- (Vivamente.) ¿Qué decía? ¿Quécontaba ese corruptor de la inocencia?

ELECTRA.- Nada: historias, anécdotas parareír...

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PANTOJA.- ¡Ay, historias! Desconfíe ustedde las anécdotas jocosas y de los narradoresamenos, que esconden entre jazmines elaguijón ponzoñoso... La noto a usted suspensa,turbada, como cuando se ha sentido el roce deun reptil entre los arbustos.

ELECTRA.- ¡Oh, no!

PANTOJA.- La inquietud que producen lasconversaciones inconvenientes, se calmará conlos conceptos míos, bienhechores, saludables.

ELECTRA.- Es usted poeta, señor de Panto-ja, y me gusta oírle.

PANTOJA.- (Le señala una silla: se sientanlos dos.) Hija mía, voy a dar a usted la explica-ción del cariño intenso que habrá notado en mí.¿Lo ha notado?

ELECTRA.- Sí, señor.

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PANTOJA.- Explicación que equivale a reve-lar un secreto.

ELECTRA.- (Muy asustada.) ¡Ay, Dios mío,ya estoy temblando!...

PANTOJA.- Calma, hija mía. Oiga ustedprimero lo que es para mí más doloroso. Elec-tra, yo he sido muy malo.

ELECTRA.- ¡Pero si tiene usted opinión desanto!

PANTOJA.- Fui malo, digo, en una ocasiónde mi vida (Suspirando fuerte.) Han pasadoalgunos años.

ELECTRA.- (Vivamente.) ¿Cuántos? ¿Puedoyo acordarme de cuando usted fue malo, DonSalvador?

PANTOJA.- No. Cuando yo me envilecí,cuando me encenagué en el pecado, no habíausted nacido.

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ELECTRA.- Pero nací...

PANTOJA.- (Después de una pausa.) Cier-to...

ELECTRA.- Nací... Por Dios, señor de Panto-ja, acabe usted pronto...

PANTOJA.- Su turbación me indica que de-bemos apartar los ojos de lo pasado. El presentees para usted muy satisfactorio.

ELECTRA.- ¿Por qué?

PANTOJA.- Porque en mí tendrá usted unamparo, un sostén para toda la vida. Inefabledicha es para mí cuidar de un ser tan noble yhermoso defender a usted de todo daño, guar-darla, custodiarla, dirigirla, para que se conser-ve siempre incólume y pura; para que jamás latoque ni la sombra ni el aliento del mal. Es us-ted una niña que parece un ángel. No me con-

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formo con que usted lo parezca: quiero que losea.

ELECTRA.- (Fríamente.) Un ángel que per-tenece a usted... ¿Y en esto debo ver un acto decaridad extraordinaria, sublime?

PANTOJA.- No es caridad: es obligación. Ami deber de ampararte, corresponde en ti elderecho a ser amparada.

ELECTRA.- Esa confianza, esa autoridad...

PANTOJA.- Nace de mi cariño intensísimo,como la fuerza nace del calor. Y mi protección,obra es de mi conciencia.

ELECTRA.- (Se levanta con grande agita-ción. Alejándose de PANTOJA, exclama apar-te:) ¡Dos, Señor, dos protecciones! Y ésta quiereoprimirme. ¡Horrible confusión! (Alto.) Señorde Pantoja, yo le respeto a usted, admiro susvirtudes. Pero su autoridad, sobre mí no la veo

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clara, y perdone mi atrevimiento. Obediencia,sumisión, no debo más que a mi tía.

PANTOJA.- Es lo mismo. Evarista me haceel honor de consultarme todos sus asuntos.Obedeciéndola, me obedeces a mí.

ELECTRA.- ¿Y mi tía quiere también que yosea ángel de ella, de usted...

PANTOJA.- Ángel de todos, de Dios princi-palmente. Convéncete de que has caído enbuenas manos, y déjate, hija de mi alma, déjatecriar en la virtud, en la pureza.

ELECTRA.- (Con displicencia.) Bueno, se-ñor: purifíquenme. ¿Pero soy yo mala?

PANTOJA.- Podrías llegar a serlo. Prevenir-se contra la enfermedad es más cuerdo y másfácil que curarla después que invade el orga-nismo.

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ELECTRA.- ¡Ay de mí! (Elevando los ojos yquedando como en éxtasis, da un gran suspi-ro. Pausa.)

PANTOJA.- ¿Por qué suspiras así?

ELECTRA.- Deje usted que aligere mi co-razón. Pesan horriblemente sobre él las con-ciencias ajenas.

Escena XII

ELECTRA, PANTOJA; EVARISTA por el fo-ro.

EVARISTA.- Amigo Pantoja, la MadreBárbara de la Cruz espera a usted para despe-dirse y recibir las distintas órdenes.

PANTOJA.- ¡Ah! no me acordaba... Voy almomento. (Aparte a EVARISTA.) Hemos

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hablado. Vigile usted. Temamos las malas in-fluencias.

(Antes de salir PANTOJA por el foro, en-tran el MARQUÉS y MÁXIMO por la derecha.)

Escena XIII

ELECTRA, EVARISTA, EL MARQUÉS,MÁXIMO.

MARQUÉS.- He tardado un poquitín.

EVARISTA.- No por cierto. ¿Estuvo usted enel estudio de Máximo? (Se forman dos grupos:ELECTRA y MÁXIMO a la izquierda; EVA-RISTA y el MARQUÉS a la derecha.)

MARQUÉS.- Sí, se flora. Es un prodigio estehombre. (Sigue ponderando lo que ha visto enel laboratorio.)

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ELECTRA.- (Suspirando.) Sí, Máximo: tengoque consultar contigo un caso grave.

MÁXIMO.- (Con vivo interés.) Dímelopronto.

ELECTRA.- (Recelosa mirando al otro gru-po.) Ahora no puede ser.

MÁXIMO.- ¿Cuándo?

ELECTRA.- No sé... no sé cuándo podrédecírtelo... No es cosa que se dice en dos pala-bras.

MÁXIMO.- ¡Ah, pobre chiquilla! Lo que teanuncié... ¿Apuntan ya las seriedades de la vi-da, las amarguras, los deberes?

ELECTRA.- Quizás.

MÁXIMO.- (Mirándola fijamente con vivointerés.) Noto en tu rostro una nube de tristeza,de miedo... gran novedad en ti.

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ELECTRA.- Quieren anularme, esclavizar-me, reducirme a una cosa... angelical... No loentiendo.

MÁXIMO.- (Con mucha viveza.) No con-sientas eso, por Dios... Electra, defiéndete.

ELECTRA.- ¿Qué me recomiendas para evi-tarlo?

MÁXIMO.- (Sin vacilar.) La independencia.

ELECTRA.- ¡La independencia!

MÁXIMO.- La emancipación... más claro, lainsubordinación.

ELECTRA.- Quieres decir que podré hacercuanto me dé la gana, jugar todo lo que se meantoje, entrar en tu casa como en país conquis-tado, enredar con tus hijos, y llevármelos aljardín o a donde quiera.

MÁXIMO.- Todo eso, y más.

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ELECTRA.- ¡Mira lo que dices...!

MÁXIMO.- Sé lo que digo.

ELECTRA.- ¡Pero si me has recomendadotodo lo contrario!

MÁXIMO.- (Mirándola fijamente.) En turostro, en tus ojos, veo cambiadas radicalmentelas condiciones de tu vida. Tú temes, Electra.

ELECTRA.- Sí. (Medrosa.)

MÁXIMO.- Tú... (Dudando qué verbo em-plear. Ya a decir amar y no se atreve.) deseasalgo con vehemencia.

ELECTRA.- (Con efusión.) Sí. (Pausa.) Y túme dices que contra temores y anhelos... insub-ordinación.

MÁXIMO.- Sí: corran libres tus impulsos,para que cuanto hay en ti se manifieste, y se-pamos lo que eres.

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ELECTRA.- ¡Lo que soy! ¿Quieres conocer...?

MÁXIMO.- Tu alma...

ELECTRA.- Mis secretos...

MÁXIMO.- Tu alma... En ella está todo.

ELECTRA.- (Advirtiendo que EVARISTA lavigila.) Chitón... Nos miran.

Escena XIV

Los mismos; DON URBANO, PANTOJApor el fondo.

DON URBANO.- ¿Almorzamos?

PANTOJA.- (A EVARISTA, sofocado, vien-do a ELECTRA con MÁXIMO.) ¿Pero, hija, ladeja usted sola con Mefistófeles?

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EVARISTA.- No hay motivo para alarmarse,amigo Pantoja.

MARQUÉS.- (Riendo.) ¡Claro: si éste Me-fistófeles es un santo (Da el brazo a EVARIS-TA.)

PANTOJA.- (Imperiosamente, cogiendo dela mano a ELECTRA para llevársela.) ¡Conmi-go! (ELECTRA, andando con PANTOJA, vuel-ve la cabeza para mirar a MÁXIMO.)

MÁXIMO.- (Mirando a ELECTRA y a PAN-TOJA.) ¿Contigo...? Ya se verá con quién.(MÁXIMO y DON URBANO salen los últi-mos.)

FIN DEL ACTO PRIMERO

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Acto II

La misma decoración.

Escena I

EVARISTA, DON URBANO, sentados juntoa la mesa despachando asuntos; BALBINA,

que sirve a la señora una taza de caldo.

DON URBANO.- (Preparándose a escribir.)¿Qué se le dice al señor Rector del Patrocinio?

EVARISTA.- (Con la taza en la mano.) Ya losabes. Que nos parece bien el plano y presu-puesto, y que ya nos entenderemos con el con-tratista.

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DON URBANO.- No olvides que la proposi-ción de éste asciende a... (Leyendo un papel.)trescientas veintidós mil pesetas...

EVARISTA.- No importa. Aún nos sobra di-nero para la continuación del Socorro. (A BAL-BINA que recoge la taza.) No olvides lo que teencargué.

BALBINA.- Ya vigilo, señora- Este juego dela señorita Electra creo yo que no trae malicia.Si recibe cartas y billetes de tanto pretendiente,es por pasar el rato y tener un motivo más derisa y fiesta.

EVARISTA.- ¿Pero cómo llegan a casa...?

BALBINA.- ¿Las cartas de esos barbilindos?Aún no lo sé. Pero yo vigilo a Patros, que meparece...

EVARISTA.- Mucho cuidado y entérame delo que descubras...

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BALBINA Descuide la señora. (Vase BAL-BINA.)

Escena II

Los mismos; MÁXIMO por el foro, presuro-so, con planos y papeles.

MÁXIMO.- ¿Estorbo?

EVARISTA.- No, hijo. Pasa.

MÁXIMO.- Dos minutos, tía.

DON URBANO.- ¿Vienes de Fomento?

MÁXIMO.- Vengo de conferenciar con losbilbaínos. Hoy es para mí un día de prueba.Trabajo excesivo, diligencias mil, y por añadi-dura la casa revuelta.

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EVARISTA.- ¿Pero qué te pasa? He ha dichoBalbina que ayer despediste a tus criadas.

MÁXIMO.- Me servían detestablemente, merobaban... -Estoy solo con el ordenanza y laniñera.

EVARISTA.- Vente a comer aquí.

MÁXIMO.- ¿Y dejo a los chicos allá? Si lestraigo, molestan a usted y le trastornan toda lacasa.

EVARISTA.- No me los traigas, no. Adoro alas criaturas; pero a mi lado no las quiero. Todome lo revuelven, todo me lo ensucian. El albo-roto de sus pataditas, de sus risotadas, de susberrinches, me enloquece. Luego, el temor deque se caigan, de que les arañen los gatos, deque se mojen, de que se descalabren...

MÁXIMO.- Yo prefiero que rae mande usteduna cocinera...

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EVARISTA.- Irá la Enriquetilla. Encárgate,Urbano; no se nos olvide.

MÁXIMO.- Bueno. (Disponiéndose a par-tir.)

EVARISTA.- Aguarda. -Según parece, tusasuntos marchan. Ya sabes lo que te he dicho: siel Mágico prodigioso necesita más capital para laimplantación de sus inventos, no tiene más quedecírnoslo...

MÁXIMO.- Gracias, tía. Tengo a mi disposi-ción cuanto dinero pueda necesitar...

DON URBANO.- Dentro de pocos años elMágico será más rico que nosotros.

MÁXIMO.- Bien podría suceder.

DON URBANO.- Fruto de su inteligenciaprivilegiada...

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MÁXIMO.- (Con modestia.) No: de la per-severancia, de la paciencia laboriosa...

EVARISTA.- ¡Ay, no me digas! Trabajas bru-talmente.

MÁXIMO.- Lo necesario, tía, por obligación,y un poco más por goce, por recreo, por entu-siasmo científico.

DON URBANO.- Es ya una monomanía,una borrachera.

EVARISTA.- (Con tonillo sermonario.) ¡Ah!No: es la ambición, la maldita ambición, que atantos trastorna y acaba por perderlos.

MÁXIMO.- Ambición muy legítima, tía.Fíjese usted en que...

EVARISTA.- (Quitándole la palabra de laboca.) El afán, la sed de riquezas para saciarcon ellas el apetito de goces. Gozar, gozar, go-zar: esto queréis y por esto vivís en continuo

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ajetreo, comprometiendo en la lucha vuestranaturaleza: estómago, cerebro, corazón. Nopensáis en la brevedad de la vida, ni en la va-nidad de los afanes por cosa temporal; noacabáis de convenceros de que todo se quedaaquí.

MÁXIMO.- (Con gracia, impaciente por re-tirarse.) Todo se queda aquí, menos yo, que mevoy ahora mismo.

JOSÉ.- (Anunciando.) El señor Marqués deRonda.

MÁXIMO.- (Deteniéndose.) ¡Ah! Pues nome voy sin saludarle.

EVARISTA.- (Recogiendo papeles.) Noquiere Dios que trabajemos hoy.

DON URBANO.- Me figuro a qué viene.

EVARISTA.- Que pase, José, que, pase. (Va-se JOSÉ.)

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MÁXIMO.- Viene a invitar a ustedes para lainauguración del nuevo Beaterio de La Esclavi-tud, fundado por Virginia. Anoche me lo dijo.

EVARISTA.- ¡Ah! sí... ¿Pero es hoy?...

Escena III

EVARISTA, DON URBANO, MÁXIMO, ELMARQUÉS.

MARQUÉS.- (Saludando con rendimiento.)Ilustre amiga... Urbano. (A MÁXIMO.) ¿Quétal? No creía yo encontrar aquí al mágico.

MÁXIMO.- El mágico saluda a usted y des-aparece.

MARQUÉS.- Un momento, amigo. (Rete-niéndole.)

EVARISTA.- Pues sí, Marqués: iremos.

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MARQUÉS.- ¿Ya sabía usted...?

DON URBANO.- ¿A qué hora?

MARQUÉS.- A las cinco en punto. (AMÁXIMO.) A usted no le invito: ya sé que no lesobra tiempo para la vida social.

MÁXIMO.- Así es, por desgracia. Hoy no leespero a usted.

MARQUÉS.- ¿Cómo, si estamos de fiesta re-ligiosa y mundana? Pero esta noche no se librausted de mí.

EVARISTA.- (Ligeramente burlona.) Yahemos notado... celebrándolo, qué duda tiene...la frecuencia de las visitas del señor Marqués alos talleres del gran nigromántico.

MÁXIMO.- El Marqués me honra con suamistad y con el interés que pone en mis estu-dios.

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MARQUÉS.- Me ha entrado súbitamente eldelirio por la maquinaria y por los fenómenoseléctricos... Chifladuras de la ancianidad.

DON URBANO.- (A MÁXIMO.) Vaya, quesacarás un buen discípulo.

EVARISTA.- Sabe Dios... (Maliciosa.) sabeDios quién será el maestro y quién el alumno.

MARQUÉS.- A propósito del maestro: sientoque por estar presente, me vea yo privado dedecir de él todas las perrerías que se me ocu-rren.

EVARISTA.- Vete, Máximo; vete para quepodamos hablar mal de ti.

MÁXIMO.- Me voy. Despáchense a su gustolas malas lenguas. (Al MARQUÉS.) Abur.Siempre suyo. (A EVARISTA.) Adiós, tía.

EVARISTA.- Anda con Dios, hijo.

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MARQUÉS.- (A MÁXIMO, que sale.) Hastala noche... si me dejan. (A EVARISTA.) ¡Hom-bre extraordinario! De fama le admiré; tratán-dole ahora y apreciando por mí mismo sus altasprendas, sostengo que no ha nacido quien pue-da igualársele.

EVARISTA.- En el terreno científico.

MARQUÉS.- Y en todos los terrenos, señora.¿Pues quién hay más noble, más sincero...?

EVARISTA.- Cierto que como inteligencia...

MARQUÉS.- (Con entusiasmo.) Y como co-razón. ¿Pues quién hay más noble, más since-ro...?

EVARISTA.- (No queriendo empeñarse enuna discusión delicada.) Bueno, Marqués,bueno... (Variando de conversación.) ¿Conque... decía usted... que hemos de estar allí a lascinco?

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MARQUÉS.- En punto. Cuento con ustedesy con Electra.

EVARISTA.- No sé si debemos llevarla...

MARQUÉS.- ¡Oh! Traigo el encargo espe-cialísimo de gestionar la presencia de la niña enesta solemnidad. Y ya me di tono de buen di-plomático asegurando que lo conseguiría. Vir-ginia desea conocerla.

DON URBANO.- En ese caso...

MARQUÉS.- ¿Me prometen ustedes no de-jarme mal?

EVARISTA.- ¡Oh! Cuente usted con Electra.

MARQUÉS.- Tendremos mucha y buenagente. (Se levanta para retirarse.)

DON URBANO.- El acto resultará brillantí-simo.

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MARQUÉS.- Hasta luego, pues. Yo tengoque venir a casa de Otumba. Pasaré por aquí.(Óyese la voz de ELECTRA por la izquierdacon alegre charla y risa. Detiénese el MAR-QUÉS al oírla.)

Escena IV

Los mismos; ELECTRA.

ELECTRA.- (Dentro.) Ja, ja... Rica, otro be-so... Tonta tú, tonta yo; pero ya nos entende-mos. (Aparece por la izquierda con una pre-ciosa muñeca grande, a la que besa y zaran-dea. Detiénese como avergonzada.)

EVARISTA.- Niña, ¿qué haces?

MARQUÉS.- No la riña usted.

ELECTRA.- Mademoiselle Lulú y yo pasamosel rato contándonos cositas.

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DON URBANO.- (Al MARQUÉS.) Hoy estádesatinada.

ELECTRA.- (Alejándose, habla con la mu-ñeca sigilosamente. Los demás la observan.)Lulú, ¡qué linda eres! Pero él es más bonito.¡Qué feliz será mi amor contigo, y yo con losdos!

MARQUÉS.- ¿Sigue tan juguetona, tan...?

EVARISTA.- Desde ayer notamos en ellauna tristeza que nos pone en cuidado.

MARQUÉS.- Tristeza, idealidad...

EVARISTA.- Y ahora, ya ve usted...

MARQUÉS.- (Cariñoso, acudiendo a ella.)Electra, niña preciosa...

ELECTRA.- (Aproximando la cara de lamuñeca a la del MARQUÉS.) Vaya, Mademoise-lle, no seas huraña: da un besito a este caballero.

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(Antes que el MARQUÉS bese a la muñeca,ELECTRA le da un ligero coscorrón con lacabeza de la misma.)

MARQUÉS.- ¡Ah, pícara! Me pega. (Acari-ciando la barbilla de ELECTRA.) Lulú no seenfadará si digo que su amiguita me gusta más.

EVARISTA.- Una y otra tienen el mismo se-so.

DON URBANO.- ¿Y qué hablas con tu mu-ñeca?

ELECTRA.- A ratos le cuento mis penas.

EVARISTA.- ¡Penas tú!

ELECTRA.- Sí, penas yo. Y cuando nos veusted tan calladitas, es que pensamos en cosaspasadas...

MARQUÉS.- Le interesa lo pasado. Señal dereflexión.

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EVARISTA.- ¿Pero qué dices? ¿Cosas pasa-das?

ELECTRA.- Del tiempo en que nací. (Congravedad.) El día en que yo vine al mundo fueun día muy triste, ¿verdad? ¿Alguno de ustedesse acuerda?

EVARISTA.- ¡Pero cuánto disparatas, hija!¿No te avergüenzas de que el señor Marqués tevea tan destornillada...?

ELECTRA.- Crea usted que los tontos mástontos, y los niños más niños, no hacen sussimplezas sin alguna razón.

MARQUÉS.- Muy bien.

EVARISTA.- ¿Y qué razón hay de este juegoimpropio de tu edad?

ELECTRA.- (Mirando al MARQUÉS quesonríe a su lado.) Ahora no puedo decirlo.

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MARQUÉS.- Eso es decir que me vaya.

EVARISTA.- ¡Niña!

MARQUÉS.- Si ya me iba. Siento que unaocupaciones no me dejen tiempo para recrear-me en los donaires de esta criatura. Adiós, Elec-tra; vuelvo a las cinco para llevármela a usted.

ELECTRA.- ¡A mí!

DON URBANO.- Sí, hija. vamos a la inaugu-ración de Las Esclavas.

ELECTRA.- ¿Yo también?

EVARISTA.- Ya puedes irte arreglando.

ELECTRA.- (Asustada.) Habrá mucha gente.¡Ay! la gente me causa miedo. Me gusta la so-ledad.

MARQUÉS.- ¡Si estaremos como en fami-lia...! Vaya, no me detengo más.

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EVARISTA.- Hasta luego, Marqués.

MARQUÉS.- (A ELECTRA.) A las cinco, ni-ña; y que aprendamos la puntualidad. (Se vapor el fondo con DON URBANO.)

Escena V

EVARISTA, ELECTRA.

EVARISTA.- Explícame ahora por qué estástan juguetona y tan dislocada.

ELECTRA.- Verá usted, tía: Yo tengo unaduda, ¿cómo diré? un problema...

EVARISTA.- ¡Problemas tú!

ELECTRA.- Eso; en plural: problemas... por-que no es uno solo.

EVARISTA.- ¡Anda con Dios!

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ELECTRA.- Y trato de que me los resuelva,con una o con pocas palabras...

EVARISTA.- ¿Quién?

ELECTRA.- (Suspirando.) Una persona queno está en este mundo.

EVARISTA.- ¡Niña!

ELECTRA.- Mi madre... No se asombre us-ted... Mi madre puede decirme... y luego acon-sejarme... ¿No cree usted que las personas queestán en el otro mundo pueden venir al nues-tro? (Gesto de incredulidad de EVARISTA.)¿Usted no lo cree? Yo sí. creo porque lo he vis-to. Yo he visto a mi madre.

EVARISTA.- ¡Virgen del Carmen, cómo estáesa pobre cabeza!

ELECTRA.- Cuando yo era una chiquilla deeste tamaño...

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EVARISTA.- ¿En las Ursulinas de Bayona?

ELECTRA.- Sí... mi madre se me aparecía.

EVARISTA.- En sueños, naturalmente.

ELECTRA.- No, no: estando yo tan despiertacomo estoy ahora (Deja la muñeca sobre unasilla.)

EVARISTA-. Electra, mira lo que dices...

ELECTRA.- Cuando estaba yo muy triste,muy solita o enferma; cuando alguien me las-timaba dándome a entender mi desairada si-tuación en el mundo, venía mi madre a conso-larme. Primero la veía borrosa, desvanecida,confundiéndose con los objetos lejanos, con lospróximos. Avanzaba como una claridad... tem-blando... así... Luego no temblaba, tía... era una,forma quieta, quieta, una imagen triste; era mimadre: no podía yo dudarlo. Al principio laveía vestida de gran señora, elegantísima. Llegó

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un día en que la vi con el traje monjil. Su rostroentre las tocas blancas; su cuerpo, cubierto delas estameñas obscuras, tenían una majestad,una belleza que no puede imaginar quien no lavio...

EVARISTA.- ¡Pobre niña, no delires!...

ELECTRA.- Al llegar cerca de mí, alargabasus brazos como si quisiera cogerme. Mehablaba con una voz muy dulce, lejana, escon-dida... no sé cómo explicarlo. Yo la preguntabacosas, y ella me respondía... (Mayor increduli-dad de EVARISTA.) ¿Pero usted no lo cree?

EVARISTA.- Sigue, hija, sigue.

ELECTRA.- En las Ursulinas tenía yo unamuñeca preciosa a quien llamaba también Lulú;y mire usted qué misterio, tía, siempre que an-daba yo por la huerta, al caer la tarde, solita,con mi muñeca en brazos, tan melancólica yocomo ella, mirando mucho al cielo, era segura,

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infalible, la visión de mi madre... primero entrelos árboles, como figura que formaban los gru-pitos de hojas; después... dibujándose con cla-ridad y avanzando hacia mí por entre los tron-cos obscuros...

EVARISTA.- ¿Y ya mayorcita, cuando vivíasen Hendaya... también...?

ELECTRA.- Los primeros años nada más.Jugaba yo entonces con muñecas vivas: los pe-queñuelos de mi prima Rosaura, niño y niña,que no se separaban de mí: me adoraban, y yo aellos. De noche, en la soledad de mi alcoba, losniños dormiditos, aquí ellos... yo aquí. (Señalael sitio de las dos camas.) Por entre las doscamas pasaba mi madre, y llegándose a mí...

EVARISTA.- ¡Oh! no sigas, por Dios. Me damiedo... Pero esas visiones, hija, se concluyeroncuando fuiste entrando en edad...

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ELECTRA.- Cuando dejé de tener a mi ladomuñecas y niños. Por eso quiero yo volvermeahora chiquilla, y me empeño en retroceder a laedad de la inocencia, con la esperanza de quesiendo lo que entonces era, vuelva mi madre amí, y hablemos, y me responda a lo que deseopreguntarle... y me dé consejo...

EVARISTA.- ¿Y qué dudas tienes tú para...?

ELECTRA.- (Mirando al suelo.) Dudas... co-sas que una no sabe y quiere saber...

EVARISTA.- ¡Qué tontería! ¿Y qué asuntotan grave es ese sobre el cual necesitas consulta,consejo...

ELECTRA.- ¡Ah! una cosa... (Vacila: casiestá a punto de decirlo.)

EVARISTA.- ¿Qué? dímelo.

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ELECTRA.- Una cosa... (Con timidez infan-til, manoseando la muñeca y sin atreverse adeclarar su secreto.) Una cosa...

EVARISTA.- (Severa y afectuosa.) Ea, ya esintolerable tanta puerilidad. (Le quita la muñe-ca.) ¡Ay! Electra, niña boba y discreta, eres unprodigio de inteligencia y gracia, cuando no elmodelo de la necedad; tu alma se la disputanángeles y demonios. Hay que intervenir, hija;hay que mediar en esa lucha, dando muchospalos a los demonios, sin reparar en que pue-dan caer sobre ti y causarte algún dolor... (Labesa.) Vaya, formalidad. Necesitas ocuparte enalgo, distraer tu imaginación... No olvides que alas cinco... Vete arreglando ya...

ELECTRA.- Sí, tía.

EVARISTA.- Tiempo de sobra tienes: trescuartos de hora.

ELECTRA.- No faltaré.

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EVARISTA.- Y pocas bromas, Electra... ¡Cui-dado!... (Vase por el foro; lleva la muñeca co-gida de un brazo, colgando.)

Escena VI

ELECTRA, PATROS.

ELECTRA.- (Mirando a la muñeca.) ¡PobreLulú, cómo cuelga! (Imitando la postura de lamuñeca, y tentándose el hombro dolorido.) ¡Ycómo duele, ay! (Siéntase meditabunda.) ¡Yaquél esperándome...! ¡Qué triste fue la separa-ción! Lloraba echándome los brazos... yo leprometí volver.

PATROS.- (Asomándose cautelosa por laizquierda.) Señorita, señorita...

ELECTRA.- Entra.

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PATROS.- (Avanzando con precaución.)¿Hay alguien?

ELECTRA.- Estamos solas.

PATROS.- No hay ocasión como ésta, señori-ta. Ahora o nunca.

ELECTRA.- ¿Vienes de allá?

PATROS.- De allá vengo... Muchos señoresque dicen números... millones y cuatrollones...Adentro, nadie.

ELECTRA.- (Vacilando.) ¿Nos atrevemos?

PATROS.- Fuera miedo.

ELECTRA.- ¡Virgen del Carmen, protégeme!(Dirigiéndose a la salida que da al jardín. De-tiénese ELECTRA asustada.) Espera. ¿No serámejor que salgamos por el otro lado? ¿Estarámi tía asomada a la ventana del comedor?

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PATROS.- Podría ser. Demos la vuelta poraquí (Por la izquierda.)

ELECTRA.- Por aquí. ¡Ánimo, valor y mie-do! (Salen corriendo por la izquierda.)

Escena VII

DON URBANO, JOSÉ, que entran por el fo-ro a punto que salen las muchachas.

DON URBANO.- ¿Quién sale por ahí?

JOSÉ.- Es Patros, señor

DON URBANO.- Con que... Cuéntame.

JOSÉ.- Ya son cinco los que hacen el oso a laseñorita: cinco, vistos por mí. ¡Sabe Dios los quehabrá por bajo cuerda!

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DON URBANO.- ¿Y qué hacen? ¿Rondan lacasa?

JOSÉ.- Dos por la mañana, dos por la tarde,y el más chiquitín de sol a sol.

DON URBANO.- ¿Has observado si haycomunicación entre la ventana del cuarto deElectra y la calle, por medio de cestilla o cuerdatelefónica?

JOSÉ.- No he visto nada de eso. Pero yo quelos señores, pondría a la señorita en las habita-ciones de allá. (Por la izquierda.)

DON URBANO.- ¿Y alguno de esos meque-trefes suele colarse al jardín?

JOSÉ.- ¡No le daría yo mal estacazo'

DON URBANO.- Bien; continúa vigilando.(Entra CUESTA por el foro.)

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Escena VIII

DON URBANO; CUESTA con papeles ycartas.

DON URBANO.- Leonardo, gracias a Dios.

CUESTA.- Ya te dije que no venaría por lamañana. (A JOSÉ dándole una carta.) Que cer-tifiquen esto... Pronto. Luego llevaréis más car-tas. (Vase JOSÉ.)

DON URBANO.- (Tomando un papel quele da CUESTA.) ¿Qué es esto?

CUESTA.- El resguardo de las cien mil y pi-co... Fírmame ahora un talón de sesenta y sietemil...

DON URBANO.- Ya: para el envío a Roma.

CUESTA.- ¿Y Evarista?

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DON URBANO.- Vistiéndose.

CUESTA.- Vistiéndose, que vais a la inaugu-ración de La Esclavitud que lleváis a Electra.

DON URBANO.- Por cierto que de esta niñano debemos esperar nada bueno. Cada día nosva manifestando nuevas extravagancias, nue-vas ligerezas...

CUESTA.- (Con viveza.) Que no significanmaldad.

DON URBANO.- Lo son como síntoma, fíja-te, como síntoma. Por esto Evarista, que es lamisma previsión, ha pensado en someterla a unrégimen sanitario en San José de la penitencia.

CUESTA.- Permíteme, querido Urbano, quedisienta de vuestras opiniones. Dirás tú quequién me mete a mí...

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DON URBANO.- Al contrario... Como buenamigo de la casa, puedes darnos tu parecer,aconsejarnos...

CUESTA.- Eso de arrastrar a la vida claustrala las jovencitas que no han demostrado unavocación decidida, es muy grave... Y no debéisextrañar que alguien se oponga...

DON URBANO.- ¿Quién?

CUESTA.- ¡Qué sé yo! -Alguien. Hay en lavida de esa joven un factor desconocido... Elmejor día... podrá suceder... no aseguro yo quesuceda... el mejor día, cuando vosotros tiréis dela cuerda para encerrar a la niña contra, su vo-luntad, saldrá una voz diciendo: «Alto, señoresde Yuste, alto...».

DON URBANO.- Y nosotros respondere-mos: «Bueno, señor incógnito factor... Ahí latiene usted. Nos libra de una tutela enojosa,molestísima».

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CUESTA.- (Sintiendo gran fatiga, se sienta.)Esto es un decir, Urbano, un suponer...

DON URBANO.- ¿Te sientes mal? ¿Necesi-tas algo?

CUESTA.- No... Este maldito corazón no selleva bien con la voluntad.

URBANO.- Descansa, hombre. ¿Por qué note echas un rato?...

CUESTA.- ¿Pero tú sabes lo que tengo quehacer? (Sacando papeles.) Por de pronto, doscartas urgentísimas, que han de salir hoy.

DON URBANO.- Escríbelas aquí. (Esco-giendo un sitio en la mesa, y retirando libros ypapeles.)

CUESTA.- Sí... Aquí me instalo.

DON URBANO.- Yo también estoy atareadí-simo. Tengo mil menudencias...

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CUESTA.- No te ocupes de mí. (Escribien-do.)

DON URBANO.- Perdona, Leonardo. Eva-rista no tardará en salir.

CUESTA.- (Sin mirarle.) Hasta luego. (VaseDON URBANO por el foro.)

Escena IX

CUESTA; ELECTRA, PATROS, que asomanpor la puerta de la izquierda, como recono-

ciendo el terreno.

ELECTRA.- Cuidado, Patros... Por aquí esdifícil que, podamos pasarlo.

PATROS.- (Reconociendo a CUESTA, aquien ven de espalda escribiendo.) ¡Don Leo-nardo!

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ELECTRA.- Chist... Lo más seguro es dejarlaen tu cuarto hasta la noche. ¡Vaya, que tener yoque ir a esa maldita inauguración!

CUESTA.- (Sintiendo las voces, se vuelve.)¡Ah! Electra...

ELECTRA.- ¿Estorbamos, Don Leonardo?...

CUESTA.- No, hija mía- Me hará usted el fa-vor de esperar un poquito... hasta que yo ter-mine esta carta. Tengo que hablar con usted...

ELECTRA.- Aquí estaré, señor. (Aparte PA-TROS.) ¡Qué fastidio! (Alto.) No veníamos másque a buscar un papel y un lápiz para que Pa-tros apuntara... (Coge de la mesa lápiz y papel.Aparte a PATROS.) ¡Cuídamele bien, por Dios!¡Ay, qué monísimo está durmiendo! ¡El hoci-quito, y aquellas manos sucias, y aquellas uñi-tas tan negras, de andar escarbando la tierra...!¡Ay, me lo comería!

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PATROS.- ¡Y el pelito rizado, y las patitas...!

ELECTRA.- (Con evasión de cariño.) Mevuelvo loca. Que le cuides, Patros; mira que...

PATROS.- Ahora le llevaré dos bollitos.

ELECTRA.- No, no: que eso ensucia el estó-mago... Le llevarás una sopita...

PATROS.- ¿Y cómo llevo eso?

ELECTRA.- Es verdad. ¡Ah! Pides para míuna taza de leche.

PATROS.- Eso. Y se la doy en cuanto des-pierte.

ELECTRA.- Aquí tienes el papel y el lápizpara que haga sus garabatitos... Es lo que másle entretiene... Luego, esta noche, aprovechan-do una ocasión, le traeremos a mi cuarto ydormirá conmigo.

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CUESTA.- (Cerrando la carta.) Ya he con-cluido.

ELECTRA.- Perdone un momento, DonLeonardo. (Aparte a PATROS.) No te separesde él... Mucho cuidado. Si Don Leonardo no meentretiene mucho, antes de vestirme iré a darleun besito.

CUESTA.- Patros.

PATROS.- Señor...

CUESTA.- Que lleven esta carta al correo.

PATROS.- -Ahora mismo. (Vase.)

Escena X

CUESTA, ELECTRA.

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CUESTA.- (Cogiéndole las manos.) mujerci-ta juguetona, ven aquí. ¡Qué dicha tan grandeverte!

ELECTRA.- ¿Me quiere usted mucho, DonLeonardo? ¡Si viera usted cuánto me gasta queme quieran!

CUESTA.- Lo que más importa, hija mía, esque tengamos formalidad... que las personastimoratas no hallen nada que censurar... Mehan dicho... creo yo que habrá exageración... mehan dicho que hormiguean los novios...

ELECTRA.- ¡Ay, sí! ya casi no acierto a con-tarlos. Pero yo no quiero más que a uno.

CUESTA.- ¡A uno! ¿Y es...?

ELECTRA.- ¡Oh! Mucho quiere usted saber.

CUESTA.- ¿Le conozco yo?

ELECTRA.- ¡Ya lo creo!

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CUESTA.- ¿Ha hecho su declaración de unamanera decorosa?

ELECTRA.- ¡Si no ha hecho declaración!...No me ha di ello nada... todavía.

CUESTA.- Tímido es el mocito. ¿Y a eso lla-ma usted novio?

ELECTRA.- No debo darle tal nombre.

CUESTA.- ¿Y usted le ama, y sabe o sospe-cha que es correspondida?

ELECTRA.- Eso... la sospecho... No puedoasegurarlo.

CUESTA.- ¿Y no podrá decirme... a mí,que...?

ELECTRA.- ¡Ay, no!

CUESTA.- Por Dios, tenga usted confianzaconmigo.

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ELECTRA.- Ahora no puedo. Tengo quevestirme.

CUESTA.- Bueno: ya hablaremos.

ELECTRA.- (Medrosa, mirando al foro.)¿Vendrá mi tía?

CUESTA.- Vístase usted... y mañana...

ELECTRA.- Sí, mañana. Adiós. (Corre haciala derecha. Movida de una repentina idea, damedia vuelta.) Antes tengo que... (Aparte.) Nopuedo vencer la tentación. Quiero darle otrobesito. (Vase corriendo por la izquierda.CUESTA la sigue con la vista. Suspira.)

Escena XI

CUESTA, DON URBANO, EVARISTA; des-pués ELECTRA.

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CUESTA.- (Recorriendo sus papeles.) ¡Quéfelicidad la mía si pudiese quererla pública-mente!

EVARISTA.- (Vestida para salir.) Perdoneusted el plantón, Leonardo. Ya me ha dichoéste que preparamos una operación extensa.

DON URBANO.- (Dando a CUESTA untalón.) Toma.

EVARISTA.- No me asombrará de verle austed entrar con otra carga de dinero... Dios lomanda, Dios lo recibe... (Asoma ELECTRA porla puerta de la izquierda. Al ver a su tía, vaci-la, no se atreve a pasar. Arráncase al fin, tra-tando de escabullirse. EVARISTA la ve y ladetiene.) ¡Ah, pícara! ¿Pero no te has vestido?¿Dónde estabas?

ELECTRA.- En el cuarto de la plancha. Fui aque Patros me planchara un peto...

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EVARISTA.- ¡Y te estás con esa calma! (Ob-servando que en uno de los bolsillos del de-lantal de ELECTRA asoma una carta.) ¿Quétienes aquí? (La coge.)

ELECTRA.- Una carta.

CUESTA.- ¡Cosas de chicos!

EVARISTA.- No puede usted figurarse,amigo Cuesta, lo incomodada que me tiene estaniña con sus chiquilladas, que no son tan ino-centes, no. (Da la carta a su marido.) Lee tú.

CUESTA.- Veamos.

DON URBANO.- (Lee.) Señorita: Tengo paramí que en su rostro hechicero...».

EVARISTA.- (Burlándose.) ¡Qué bonito!(ELECTRA contiene difícilmente la risa.)

DON URBANO.- «Que en su rostro hechice-ro ha escrito el Supremo Artífice el problema

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del... del...». (Sin entender la palabra siguien-te.)

ELECTRA.- (Apuntando.) «Del cosmos».

DON URBANO.- Eso es: «del cosmos, sim-bolizando en su luminosa mirada, en su bocadivina, el poderoso agente físico que...».

EVARISTA.- (Arrebatando la carta.) ¡Quéindecorosas necedades!

DON URBANO.- (Descubriendo otra cartaen el otro bolsillo.) Pues aquí hay otra. (Lacoge.)

CUESTA.- ¡A ver, a ver ésa?

EVARISTA.- Hija, tu cuerpo es un buzón

CUESTA.- (Leyendo.) Despiadada Electra,¿con qué palabras expresaré mi desesperación,mi locura, mi frenesí...?»

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EVARISTA.- Basta... Eso ya no es inocente.(Incomodada, registrándole los bolsillos.)Apostaría que hay más.

CUESTA.- Evarista, indulgencia.

ELECTRA.- Tía, no se enfade usted...

EVARISTA.- ¡Que no me enfade, ya te arre-glaré, ya. Corre a vestirte.

DON URBANO.- (Mirando su reloj.) Casi esla hora.

ELECTRA.- En un instante estoy...

EVARISTA.- Anda, anda. (Gozosa de verselibre, corre ELECTRA a su habitación.)

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Escena XII

CUESTA, DON URBANO EVARISTA,PANTOJA.

EVARISTA.- (Con tristeza y desaliento.) Yave usted, Leonardo...

CUESTA.- La tranquilidad con que se ha de-jado sorprender sus secretos revela que hay entodo, ello poca o ninguna malicia.

EVARISTA.- ¡Ay! no opino lo mismo, no,no...

PANTOJA.- (Por el foro algo sofocado.)Aquí están... y también Cuesta, para que nopueda uno hablar con libertad...

EVARISTA.- (Gozosa de verle.) Al fin pare-ce usted... (Se forman dos grupos: a la izquier-da CUESTA sentado, DON URBANO en pie; ala derecha, PANTOJA y EVARISTA sentados.)

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PANTOJA.- Vengo a contar a usted cosas dela mayor gravedad.

EVARISTA.- (Asustada.) ¡Ay de mí! Sea loque Dios quiera.

PANTOJA.- (Repitiendo la frase con reser-vas.) Sea lo que Dios quiera... sí... Pero quera-mos lo que quiere Dios, y apliquemos nuestravoluntad a producir el bien, cueste lo que cues-te.

EVARISTA.- La energía de usted fortifica miánimo... Bueno... ¿y qué...?

PANTOJA.- Hoy en casa de Requesens, hanhablado de la chiquilla en los términos másdesvergonzados. Contaban que acosada inde-corosamente del enjambre de novios, se deleitarecibiendo y mandando cartitas a todas horasdel día.

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EVARISTA.- Desgraciadamente, Salvador,las frivolidades de la niña son tales, que aunqueriéndola tanto, no puedo salir a su defensa.

PANTOJA.- (Angustiado.) Pues oiga ustedmás, y entérese de que la malicia humana notiene límites. Anoche el Marqués de Ronda, enla tertulia de su casa, delante de Virginia, susanta esposa, y de otras personas de grandísi-mo respeto, no cesaba de encomiar las graciasde Electra en términos harto mundanos, repug-nantes.

EVARISTA.- Tengamos paciencia, amigomío...

PANTOJA.- Paciencia... sí, paciencia; virtudque vale muy poco si no se avalora con la reso-lución. Determinémonos, amiga del alma, aponer a Electra donde no vea ejemplos de li-viandad, ni oiga ninguna palabra con dejosmaliciosos...

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EVARISTA.- Donde respire el ambiente dela virtud austera...

PANTOJA.- Donde no la trastorne el zum-bido de los venenosos pretendientes sin pu-dor... En la crítica edad de la formación delcarácter, debemos preservarla del mayor peli-gro, señora, del inmenso peligro...

EVARISTA.- ¿Cuál es?

PANTOJA.- El hombre. No hay nada másmalo que el hombre, el hombre... cuando no esbueno. Lo sé por mí mismo: he sido mi propiomaestro. Mi desvarío, de que curé con la graciade Dios, y después mi triste convalecencia, meenseñaron la medicina de las almas... Déjeme,déjeme usted... Yo salvaré a la niña... (Le inte-rrumpe DON URBANO, que pasa al grupo dela derecha.)

DON URBANO.- (Dando interés a sus pa-labras.) ¿Saben lo que me dice Cuesta? Pues

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que entra la cáfila los novios hay un preferido.Electra misma se lo ha confesado.

EVARISTA.- ¿Y quién es? (Pasa de la dere-cha a la izquierda, quedando a la derechaPANTOJA y URBANO.)

DON URBANO.- (A PANTOJA.) Esto podr-ía cambiar los términos el problema.

PANTOJA.- (Malhumorado.) ¿Pero esa pre-ferencia qué significa? ¿Es un afecto puro, ouna pasioncilla inmoderada, febril, de éstas quees el síntoma más grave de la locura del siglo?(Muy excitado, alzando el tono.) Porque hayque saberlo, Urbino, hay que saberlo.

DON URBANO.- Lo sabremos...

PANTOJA.- (Pasando junto a CUESTA.) Yusted, amigo Cuesta, ¿no la interrogó?...

EVARISTA.- (En el centro a DON URBA-NO.) Tú procura enterarte...

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CUESTA.- (Algo molesto ya, contestando aPANTOJA.) Paréceme que despliegan ustedesun celo extremado y contraproducente.

PANTOJA.- (Con suavidad que no ocultasu altanería.) El celo mío, queridísimo Leonar-do, es lo que debe ser.

CUESTA.- (Un poco herido.) Yo, como ami-go de la familia, creí...

PANTOJA.- (Llevándose a DON URBANOhacia la derecha.) Cuesta se mete demasiado enlo que no le importa.

CUESTA.- (A EVARISTA, sin cuidarse deque le oiga PANTOJA) Nuestro buen Pantojase introduce con demasiada libertad en el cer-cado ajeno.

EVARISTA.- (Sin saber qué explicacióndarle.) Es que... como amigo nuestro muy anti-guo y leal...

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CUESTA.- Yo también lo soy.

DON URBANO.- (Mirando al foro.) Ya estáaquí el Marqués.

Escena XIII

Los mismos; EL MARQUÉS.

MARQUÉS.- ¡Cuánto bueno por aquí!

PANTOJA.- (Aparte.) ¡Cuánto malo llega!

MARQUÉS.- (Después de saludar a EVA-RISTA.) ¿Y Electra?

EVARISTA.- En seguida saldrá.

MARQUÉS.- (Saludando a todos.) No nossobra tiempo.

DON URBANO.- Es la hora. (PANTOJA,impaciente, espera a ELECTRA en la puerta

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del cuarto de ésta. CUESTA habla con DONURBANO.)

Escena XIV

Los mismos; ELECTRA.

PANTOJA.- Ya está aquí (Entra ELECTRApor la derecha, vestida con elegantísima senci-llez y distinción.)

MARQUÉS.- (Gozoso encomiástico.) ¡Oh,qué elegante!

ELECTRA.- (Satisfecha, volviéndose paraque la vean por todos lados.) Caballeros, ¿quétal?

CUESTA.- ¡Divina!

MARQUÉS.- ¡Ideal!

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EVARISTA.- Muy bien, hija...

PANTOJA.- (Displicente por los elogiosque tributan a ELECTRA.) ¿Nos vamos? (Pre-páranse a salir.)

Escena XV

Los mismos; BALBINA, que interrumpebruscamente la escena, entrando por la iz-

quierda presurosa y sofocada.

BALBINA.- (Alarma general.) ¿Qué?

TODOS.- (Menos ELECTRA.) ¿Qué?

BALBINA.- ¡Ay, lo que ha hecho la señorita!

ELECTRA.- (Aparte, dando una patadita.)Me han descubierto.

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BALBINA.- ¡Jesús, Jesús...! ¡Qué diabluras sele ocurren...! (Riendo.) ¡Vaya que...! En el nom-bre del Padre...

EVARISTA.- (Impaciente.) Acaba...

ELECTRA.- Confesaré si me dejan. Ha sidoque...

BALBINA.- Fue a casa de Don Máximo, y lerobó... porque ha sido como un robo... muysalado, eso sí.

DON URBANO.- ¿Pero qué...?

BALBINA.- El niño chiquitín. (Miran todosa ELECTRA, que pronto se repone del susto, yadopta una actitud serena y grave.)

EVARISTA.- ¡Pero, hija...!

PANTOJA.- ¡Niña, niña!

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BALBINA.- Estaba en su casa dormidito. En-traron de puntillas la señorita y esa loca de Pa-tros... cargaron con él, y acá nos le han traído.

EVARISTA.- Es absurdo.

PANTOJA.- (Disimulando su irritación.)Además, poco decente.

ELECTRA.- (Con evasión.) Tía, ¡le quierotanto...! ¡y él a mí!

MARQUÉS.- (Entusiasmado.) ¡Qué chiqui-lla!

CUESTA.- Merece indulgencia.

EVARISTA.- Máximo estará furioso...

BALBINA.- José corrió a enterarse. Prontosabremos...

DON URBANO.- ¿Y el crío, dónde está?

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BALBINA.- En el cuarto de Patros le escon-dió la señorita con el propósito de llevárselopor la noche a su cuarto, y tenerlo allí consigo.(Risas de los caballeros, menos PANTOJA,que frunce el ceño.) Despertó el chiquillo hacepoco, y Patros le dio un bizcocho para que seentretuviera... Yo que lo oigo... acudo allá, y mele veo... ¡Virgen...! Quiero cogerle, él no se de-ja... tengo que darle azotes...

ELECTRA.- (Corriendo hacia la izquierdacon instintivo impulso.) ¡Alma mía!

PANTOJA.- (Quiere detenerla.) No.

EVARISTA.- (La coge por un brazo.)Aguarda.

BALBINA.- (En la puerta de la izquierda.)Desde aquí se oyen sus chillidos.

ELECTRA.- ¡Pobrecito mío!

EVARISTA.- Que lo lleven a su casa.

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ELECTRA.- Nadie lo toque... Es mío. (Force-jeando se desprende de EVARISTA y PANTO-JA, que quieren sujetarla, y con veloz carrerase va por la izquierda.)

Escena XVI

Los mismos; JOSÉ.

PANTOJA.- (Airado, retirándose a la dere-cha.) ¡Qué falta de juicio, de dignidad!

JOSÉ.- (Presuroso, por el jardín.) Señora...

EVARISTA.- ¿Qué dice Máximo?

JOSÉ.- No sabia nada. Está con unos seño-res... Cuando se lo contó se echó a reír... Puestan tranquilo... Dice que la señorita cuidará dela criatura.

DON URBANO.- ¡Vaya una calma!

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EVARISTA.- (A JOSÉ.) Vas a llevarle a su ca-sa. Así aprenderá esa tontuela...

MARQUÉS.- Voto por que se le deje disfru-tar de un juguete tan lindo.

Escena XVII

Los mismos; ELECTRA, por la izquierdacon el niño en brazos. El niño es de dos años,

poco más o menos.

ELECTRA.- ¡Hijo de mi alma!

EVARISTA.- Niña, por Dios, déjale y vámo-nos.

DON URBANO.- (Dando prisa.) Que llega-mos tarde...

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CUESTA.- (Al MARQUÉS.) Es un rasgo dematernidad. Yo lo aplaudo.

MARQUÉS.- Y yo lo tengo por divino.

EVARISTA.- (Queriendo quitarle el niño.)Vamos, mujer.

ELECTRA.- (Con paso muy ligero se apartade los que quieren quitarle el chiquillo. Éstese agarra al cuello de ELECTRA.) No: ahora nopuedo dejarlo, no, no.

EVARISTA.- Cógelo, Balbina.

ELECTRA.- No... que no. (Pasa de un lado aotro, buscando refugio.)

DON URBANO.- Dámele a mí.

ELECTRA.- No.

PANTOJA.- (Imperioso, a JOSÉ.) Usted,recójale.

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ELECTRA.- Que no... Es mío.

EVARISTA.- ¡Pero, hija, que tenemos que ir-nos...!

ELECTRA.- Váyanse. (Le molesta el som-brero, que tropieza en la frente del niño, albesarle; con rápido movimiento se lo quita ylo arroja lejos. Sigue paseando al nido,huyendo de los que quieren quitárselo.)

EVARISTA.- Basta ya. ¿Vienes o no?

ELECTRA.- (Sin hacer caso, hablando conel pequeñuelo, que le echa los brazos al cuelloy la besa.) Amor mío, duérmete. No temas,hijo... No te suelto.

EVARISTA.- ¿Pero vamos o no?

ELECTRA.- Yo no voy... ¿Tienes hambre, solmío? ¿tienes sed? Ved cómo a mí se agarra elpobrecito pidiéndome que no lo abandone.¡Egoísta! ¿No sabéis que no tiene madre?

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PANTOJA.- Pero alguien tendrá que le cui-de...

EVARISTA.- (Imperiosa, a los criados.) Ea,basta. Llevadle pronto a su casa.

ELECTRA.- (Con resolución, sin dejarsequitar el chiquillo.) ¡A casa, a casa! (Con pasodecidido y sin mirar a nadie, corre hacia eljardín, y sale. Todos la miran suspensos, sinatreverse a dar un paso hacia ella.)

PANTOJA.- ¡Qué escándalo!

EVARISTA.- ¡Qué falta de sentido!

MARQUÉS.- (Aparte.) Sentido le sobra. Haencontrado sa camino.

FIN DEL ACTO SEGUNDO

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Acto III

Laboratorio de MÁXIMO. Al fondo, ocu-pando gran parte del muro, rompimiento conun mamparo de madera en la parte inferior,de cristales en la superior, el cual separa laescena de un local grande en que hay aparatospara producir energía eléctrica. La puertapracticable en el zócalo de este mamparo co-munica con la calle.

A la derecha, primer término, un pasadizoque comunica con el jardín de García Yuste.En último término, una puerta que comunicacon las habitaciones privadas de MÁXIMO ycon la cocina. Entre la puerta y pasadizo unestante de libros.

A la izquierda, puerta que conduce a la es-tancia donde trabajan los ayudantes. Junto a

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dicha puerta, un estante con aparatos de físicay objetos de uso científico.

En el fondo, a los lados del rompimiento yen el zócalo de madera, estanterías con frascosde substancias diversas, y libros. En el ángulode la derecha un aparador pequeño.

A la izquierda de la escena, la mesa de la-boratorio con los objetos que en el diálogo seindican. Formando ángulo con ella, la balanzade precisión en un soporte de fábrica.

En el centro, una mesa pequeña para co-mer. Cuatro sillas.

Escena I

MÁXIMO, trabajando en un cálculo, congran atención en su tarea; ELECTRA en pie

ordenando los múltiples objetos que hay so-bre la mesa: libros, cápsulas, tubos de ensayo,

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etc. Viste con sencillez casera y lleva delantalblanco.

MÁXIMO.- Para mí, Electra, la doble historiaque me has contado, esa supuesta potestad dedos caballeros, es un hecho que carece de valorpositivo. (Sin levantar la vista del papel.)

ELECTRA.- (Suspirando.) Dios te oiga.

MÁXIMO.- Todo se reduce a dos paternida-des platónicas sin ningún efecto legal... hastaahora. Lo peor del caso es la autoridad quequiera tomarse el señor de Pantoja...

ELECTRA.- Autoridad que me abruma, queno me deja respirar. Yo te suplico que nohabiendo de ese asunto. Se me amarga la alegr-ía que siento en esta casa.

MÁXIMO.- ¿De veras?

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ELECTRA.- Sí. Y hay más: me pongo en eseestado singularísimo de mi cabeza y de misnervios, y que... Ya te conté que en ciertas oca-siones de mi vida se apodera de mí un deseointenso de ver la imagen de mi pobre madrecomo la veía en mi niñez... Pues en cuanto arre-cia la tiranía de Pantoja, ese anhelo me llenatoda el alma, y con él siento la turbación ner-viosa y mental que me anuncia...

MÁXIMO.- ¿La visión de tu madre? Chiqui-lla, eso no es propio de un espíritu fuerte.Aprende a dominar tu imaginación... Ea, a tra-bajar. El ocio es el primer perturbador de nues-tra mente.

ELECTRA.- (Muy animada.) Sigo lo que mehabías encargado. (Coge unos frascos de subs-tancias minerales, y los lleva a uno de los es-tantes.) Esto a su sitio... Así no pienso en el fu-ror de mi tía cuando sepa...

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MÁXIMO.- (Atento a su trabajo.) ¡Contentase pondrá! Como si no fuera bastante la locurade ayer, cuando te llevaste al chiquillo, y al de-volvérmelo te estuviste aquí más de lo regular,hoy, para enmendarla, te has venido a mi casa,y aquí te estás tan fresca. Da gracias a Dios porla ausencia de nuestros tíos. Invitados por losde Requesens al reparto de premios y al al-muerzo en Santa Clara, ignoran el saltito queha dado la muñeca de su casa a la mía.

ELECTRA.- Tú me aconsejaste que me insu-bordinara.

MÁXIMO.- Sí tal: yo he sido el instigador detu delito, y no me pesa.

ELECTRA.- Mi conciencia me dice que enesto no hay nada malo.

MÁXIMO.- Estás en la casa y en la compañíade un hombre de bien.

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ELECTRA.- (Siempre en su trabajo,hablando sin abandonar la ocupación.) Cierto.Y digo más: estando tú abrumado de trabajo,solo, sin servidumbre, y no teniendo yo nadaque hacer, es muy natural que...

MÁXIMO.- Que vengas a cuidar de mí y demis hijos... Si eso no es lógica, digamos que lalógica ha desaparecido del mundo.

ELECTRA.- ¡Pobrecitos niños! Todo el mun-do sabe que les adoro: son mi pasión, mi debi-lidad... (MÁXIMO, abstraído en una opera-ción, no se entera de lo que ella dice.) Y hastame parece... (Se acerca a la flema llevandounos libros que estaban fuera de su sitio.)

MÁXIMO.- (Saliendo de su abstracción.)¿Qué?

ELECTRA.- Que su madre no les quería másque yo.

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MÁXIMO.- (Satisfecho del resultado de uncálculo, lee en voz alta una cifra.) Cero, tres-cientos diez y ocho... Hazme el favor de alcan-zarme las Tablas de resistencias... aquel libro ro-jo...

ELECTRA.- (Corriendo al estante de la de-recha.) ¿Es esto?

MÁXIMO.- Más arriba.

ELECTRA.- Ya, ya... ¡qué tonta! (Cogiendoel libro, se le lleva.)

MÁXIMO.- Es maravilloso que en tan pocotiempo conozcas mis libros y el lugar que ocu-pan.

ELECTRA.- No dirás que no lo he puestomuy arregladito.

MÁXIMO.- ¡Gracias a Dios que veo en mi es-tudio la limpieza y el orden!

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ELECTRA.- (Muy satisfecha.) ¿Verdad,Máximo, que no soy absolutamente, absoluta-mente inútil?

MÁXIMO.- (Mirándola fijamente.) Nadaexiste en la creación que no sirva para algo.¿Quién te dice a ti que no te crió Dios paragrandes fines? ¿Quién te dice que no eres tú...?

ELECTRA.- (Ansiosa.) ¿Qué?

MÁXIMO.- ¿Un alma grande, hermosa, no-bilísima, que aún está medio ahogada... entre elserrín y la estopa de una muñeca?

ELECTRA.- (Muy gozosa.) ¡Ay, Dios mío, siyo fuera eso...! (MÁXIMO se levanta, y en elestante de la izquierda coge unas barras demetal y las examina.) No me lo digas, que mevuelvo loca de alegría... ¿Puedo cantar ahora?

MÁXIMO.- Sí, chiquilla, sí. (Tarareando,ELECTRA repite el andante de una sonata.) La

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buena música es como espuela de las ideas pe-rezosas que no afluyen fácilmente; es tambiéncomo el gancho que saca las que están muyagarradas al fondo del magín... Canta, hija, can-ta. (Continúa atento a su ocupación.)

ELECTRA.- (En el estante del foro.) Sigoarreglando esto. Los metaloides van a este lado.Bien los conozco por el color de las etiquetas...¡Cómo me entretiene este trabajito! Aquí meestaría todo el santo día...

MÁXIMO.- (Jovial.) ¡Eh, compañera!

ELECTRA.- (Corriendo a su lado.) ¿Quémanda el Mágico prodigioso?

MÁXIMO.- No mando todavía: suplico.(Coge un frasco que contiene un metal en li-maduras o virutas.) Pues la juguetona Electraquiere trabajar a mi lado, me hará el favor depesarme treinta gramos de este metal.

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ELECTRA.- ¡Oh, sí...!

MÁXIMO.- Ayer aprendiste a pesar en la ba-lanza de precisión.

ELECTRA.- (Gozosa, preparándose.) Sí, sí...dame, déjame. (Al verter el metal en la cápsu-la, admira su belleza.) ¡Qué bonito! ¿Qué esesto?

MÁXIMO.- Aluminio. Se parece a ti. Pesapoco...

ELECTRA.- ¿Que peso poco?

MÁXIMO.- Pero es muy tenaz. (Mirándoleal rostro.) ¿Eres tú muy tenaz?

ELECTRA.- En algunas cosas, que me reser-vo, soy tenaz hasta la barbarie, y creo que, lle-gado el caso, lo sería hasta el martirio. (Siguepesando sin interrumpir la operación.)

MÁXIMO.- ¿Qué cosas son ésas?

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ELECTRA.- A ti no te importan.

MÁXIMO.- (Atendiendo al trabajo.) Mejor...En seguidita me pesas setenta gramos de cobre.(Presentándole otro frasco.)

ELECTRA.- El cobre serás tú... No, no, quees muy feo.

MÁXIMO.- Pero muy útil.

ELECTRA.- No, no: compárate con el oro,que es el que vale más.

MÁXIMO.- Vaya, vaya, no juguemos. Mecontagias, Electra; me desmoralizas...

ELECTRA.- Déjame que me recree con lascualidades de este metal bonito, que es mi se-mejante. ¡Soy tenaz... no me rompo...! Pues bienpuedes decírselo a Evarista y a Urbano, que enel sermón que me echaron hoy dijéronme comounas cuarenta veces que soy... frágil... ¡Frágil,chico!

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MÁXIMO.- No saben lo que dicen...

ELECTRA.- Claro: ¡qué saben ellos...!

MÁXIMO.- Cuidado, Electra: con la conver-sación no te me equivoques en el peso.

ELECTRA.- ¡Equivocarme yo! ¡Qué tonto!Tengo yo mucho tino, más de lo que tú crees.

MÁXIMO.- Ya, ya lo voy viendo. (Dirígese auno de los estantes en busca de un crisol.)Pues tu tía se enojará de veras, y nos costarámucho trabajo convencerla de tu inocencia.

ELECTRA.- Dios, que ve los corazones, sabeque en esto, no hay ningún mal. ¿Por qué nohan de permitirme que esté aquí todo el día,cuidándote, ayudándote...?

MÁXIMO.- (Volviendo con el crisol que haelegido.) Porque eres una señorita, y las señori-tas no pueden permanecer solas en la casa de

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un hombre, por muy decente y honrado queéste sea.

ELECTRA.- ¡Pues estamos divertidas, comohay Dios, las pobres señoritas! (Terminado elpeso, presenta las dos porciones de metal encápsulas de porcelana.) Ea, ya está.

MÁXIMO.- (Coge las cápsulas.) ¡Y qué bien!¡Qué primor, qué limpieza de manos...! ¡Quépulso, chiquilla, y qué serenidad en la atenciónpara no embarullar el trabajo! Estás atinadísi-ma.

ELECTRA.- Y sobre todo, contenta. Cuandohay alegría todo se hace bien.

MÁXIMO.- Verdad, clarísima verdad. (Vier-te los dos cuerpos en el crisol.)

ELECTRA.- ¿Eso es un crisol?

MÁXIMO.- Sí, para fundir estos dos metales.

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ELECTRA.- Nos fundimos tú y yo... Nos pe-learemos en medio del fuego, y... (Tararea lasonata.)

MÁXIMO.- Hazme el favor de llamar a Ma-riano.

ELECTRA.- (Corriendo a la puerta de la iz-quierda.) ¡Mariano!

Que venga también Gil.

ELECTRA.- Gil... pronto... Que os llama elmaestro. (Dándoles prisa.) Vamos...

Escena II

ELECTRA, MÁXIMO; MARIANO, GIL: elprimero vestido de operario, con blusa; el se-gundo con traje usual, manguitos y la pluma

en la oreja.

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GIL.- (Mostrándole un cálculo.) Éste es elvalor obtenido.

MÁXIMO.- (Lee rápidamente la cifra.)0,158,073... Está equivocado. (Seguro de lo quedice y con cierta severidad.) No es posible quepara un diámetro de cable menor de cuatromilímetros obtengamos un circuito mayor,según tu cálculo. La verdadera distancia debeser inferior a doscientos kilómetros.

GIL.- Pues no sé... Señor, Yo... (Confuso.)

MÁXIMO.- Está mal. Sin duda te has dis-traído.

ELECTRA.- No ponéis la atención debida...una atención serena...

MÁXIMO.- Es que mientras hacéis los cálcu-los, estás pensando en las musarañas...

ELECTRA.- (Riñéndole.) Y hablando de to-ros, de teatros, de mil tonterías. Así sale ello.

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GIL.- Rectificaré las operaciones.

MÁXIMO.- Mucho tino, Gil.

ELECTRA.- Y sobre todo mucha paciencia,aplicando los cinco sentidos... De otro modo, noadelantamos nada.

GIL.- Voy...

ELECTRA.- Y pronto... No descuidarse...¡Vaya! (Vase GIL.)

MÁXIMO.- (A MARIANO, entregándole losmetales unidos.) Aquí tienes.

MARIANO.- Para fundir...

MÁXIMO.- ¿Habéis preparado el horno?

MARIANO.- Sí, señor.

MÁXIMO.- Ponlo inmediatamente, y encuanto esté en punto de fusión, me avisas. Con

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esta aleación haremos un nuevo ensayo deconductibilidad... Espero llegar a doscientoskilómetros con pérdida escasísima.

MARIANO.- ¿Haremos el ensayo esta tarde?

MÁXIMO.- (Atormentado de una idea fija.)Sí... No abandono este problema. (A ELEC-TRA.) Es mi idea fija, que no me deja vivir.

ELECTRA.- Idea fija tengo yo también, y porella vivo. ¡Adelante con ella!

MÁXIMO.- (A ELECTRA.) Adelante (AMARIANO.) Adelante siempre.

MARIANO.- ¿Manda usted otra cosa?

MÁXIMO.- Que actives la fusión.

ELECTRA.- Que active usted la fusión, Ma-riano... que queden los metales bien juntitos.

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MARIANO.- Los dos en uno, señorita. (VaseMARIANO llevándose el metal.)

ELECTRA.- Dos en uno.

MÁXIMO.- (Como preparándole otra ocu-pación.) Ahora, mi graciosa discípula...

ELECTRA.- Perdone usted, señor mágico.Tengo que ver si han despertado los niños.

MÁXIMO.- Es verdad. ¿Cuánto hace quecomieron?

ELECTRA.- Tres cuartos de hora. Debendormir medía hora más. ¿Está bien dispuestoasí?

MÁXIMO.- Sí, hija mía. Todo lo que tú de-terminas, está muy bien.

ELECTRA.- ¡Tú mira lo que dices...!

MÁXIMO.- Sé lo que digo.

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ELECTRA.- Que está bien todo lo que yo de-termino.

MÁXIMO.- (Mirándola cariñoso.) Todo, to-do...

ELECTRA.- Que conste... Ea, voy y vuelvovolando. (Con suma ligereza, cantando, se vapor la puerta de la derecha, hacia el interior dela casa. A punto que ella sale entra el OPERA-RIO por el fondo.)

Escena III

MÁXIMO, EL OPERARIO.

MÁXIMO.- ¿Qué hay?

OPERARIO.- Señor, hoy ha vuelto ese caba-llero... el señor marqués de Ronda.

MÁXIMO.- ¿Y cómo no ha pasado?

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OPERARIO.- Me preguntó si podría ver austed... Respondile que tenía visita... Y él, asícomo si fuera de casa, sin picardía, dijo: «Yasé... la señorita Electra. No me parece bien pa-sar ahora...». Y se fue.

MÁXIMO.- (Vivamente.) Lo siento. ¿Por quéno le anunciaste? ¡Pero qué tonto!

OPERARIO.- Dijo que volvería.

MÁXIMO.- Pues si vuelve, aunque esté aquíla señorita Electra, y mejor aún si está, le dejaspaso franco.

OPERARIO.- Bien, señor. (Se va por el fon-do.)

Escena IV

MÁXIMO, ELECTRA.

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ELECTRA.- (Volviendo de lo interior.)Dormiditos están como unos ángeles, Allá lesdejo media hora más reponiendo en el sueñosus cuerpecitos fatigados.

MÁXIMO.- Hija, debemos mirar por nues-tros cuerpecitos... o nuestros corpachones.¿Comemos?

ELECTRA.- Cuando quieras. Todo lo tengopronto. (Dirígese al aparador donde tiene lavajilla, cubiertos, mantel y servilletas, frute-ro.)

MÁXIMO.- Eso me gusta. Todo a punto. Asíse llega siempre a donde se quiere ir.

ELECTRA.- (Extiende el mantel.) De eso tra-to... Pero con todo mi tino no llegaré, ¡ay!

MÁXIMO.- Déjame que te ayude a poner lamesa. (ELECTRA le va dando platos y cubier-tos, el vino, el pan.) Sí llegarás...

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ELECTRA.- ¿Lo crees tú?

MÁXIMO.- Tan cierto como... como que ten-go un hambre de cincuenta caballos.

ELECTRA.- Me alegro. Ahora falta que teguste la comida que te han hecho estas pobresmanos.

MÁXIMO.- Traéla y veremos.

ELECTRA.- Al instante. (Corre al interior dela casa.)

Escena V

MÁXIMO, GIL.

MÁXIMO.- ¡Singular caso! Cada palabra,cada gesto, cada acción de esta preciosa mujer-cita; en la libertad de que goza, son otros tantosresplandores que arroja su alma inquieta, no-

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blemente ambiciosa, ávida de mostrarse en losafectos grandes y en las virtudes superiores.(Con ardor.) ¡Bendita sea ella que trae laalegría, la luz, a este escondrijo de la ciencia,triste, obscuro, y con sus gracias hace de estaaridez un paraíso! ¡Bendita ella que ha venido asacar de su abstracción a este pobre Fausto,envejecido a los treinta y cinco años, y a decirle:«no se vive sólo de verdades...». (Le interrum-pe GIL que ha entrado poco antes; se acercasin ser visto.)

GIL.- (Satisfecho mostrando el cálculo.) Yaestá. Creo haber obtenido la cifra exacta.

MÁXIMO.- (Coge el papel y lo mira vaga-mente sin fijarse.)

¡La exactitud!... ¿Pero crees tú que se vivesólo de verdades?... Saturada de ellas, el almaapetece el ensueño, corre hacia él sin saber si vade lo cierto a lo mentiroso, o del error a la rea-lidad. (Lee maquinalmente sin hacerse cargo.)

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0,318,73... Mirándolo bien, Gil, nuestras equivo-caciones en el cálculo son disculpables.

GIL.- Sí, señor... se distrae uno fácilmentepensando en...

MÁXIMO.- En cosas vagas, indeterminadas,risueñas, y los números se escapan, se van porlos aires...

GIL.- Y cualquiera los coge. Distraído yo,confundí la cifra de la potencial con la de laresistencia... Pero ya rectifiqué... Dígame si estábien...

MÁXIMO.- (Lee.) 0,318,73... (Con repentinatransición a un gozo expansivo.) Y si no lo es-tuviera, Gil; si por refrescar tu mente con ideasdulces, con imágenes sonrosadas, poéticas, tehubieras equivocado, ¿qué importaba? Nuestramaestra, nuestra tirana, la exactitud, nos loperdonaría.

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GIL.- ¡Ah! señor, esa no perdona. Es muysevera. Nos agobia, nos esclaviza, no nos dejarespirar.

MÁXIMO.- Hoy no: hoy es indulgente. Lamaestra, de ordinario tan adusta, hoy nos sonr-íe con rostro placentero. ¿Ves esa, cifra?

GIL.- (Diciéndola de memoria muy satisfe-cho.) 0,318,73.

MÁXIMO.- Pues di que los primeros poetasdel mundo, Homero y Virgilio, Dante, Lope,Calderón, no escribieron jamás una estrofa taninspirada y poética como lo es esa para mí, esospobres números... Verdad que la armonía, elencanto poético no están en ellos: están en...Vete... Puedes irte a comer... Déjame, déjanos.(Le empuja para que se vaya.) No me conozco:yo también confundo... Lucido estoy con estainquietud, con esta pérdida de mi serenidad...Es ella la que... (Desde el punto convenientede la escena mira al interior.) Allí está la ima-

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ginación, allí el ideal, allí la divina muñeca,entre pucheros... (Vuelve al proscenio.) ¡Oh!Electra, tú, juguetona y risueña, ¡cuán llena devida y de esperanzas; y la ciencia qué yerta, quésolitaria, qué vacía!

Escena VI

MÁXIMO, ELECTRA.

ELECTRA.- (Entrando con una cazuelahumeante.) Aquí está lo bueno.

MÁXIMO.- ¿A ver, a ver qué has hecho?¡Arroz con menudillos! La traza es superior. (Sesienta.)

ELECTRA.- Elógialo por adelantado, queestá muy bien... Verás (Se sienta.)

MÁXIMO.- Se me ha metido en mi casa unangelito cocinero...

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ELECTRA.- Llámame lo que quieras, Máxi-mo; pero ángel no me llames.

MÁXIMO.- Ángel de la cocina... (Ríen am-bos.)

ELECTRA.- Ni eso. (Haciéndole el plato.)Te sirvo.

MÁXIMO.- No tanto.

ELECTRA.- Mira que no hay más. He creídoque en estos apuros, vale más una sola cosabuena que muchas medianas. (Empiezan a co-mer.)

MÁXIMO.- Acertadísimo... ¿Sabes de quéme río? ¡Si ahora viniera Evarista y nos viera,comiendo, así, solos...!

ELECTRA.- ¡Y cuando supiera que la comi-da está hecha por mí!...

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MÁXIMO.- Chica, ¿sabes que este arroz estámuy bien, pero muy bien hecho...?

ELECTRA.- En Hendaya, una señora valen-ciana fue mi maestra: me dio un verdadero cur-so de arroces. Sé hacer lo menos siete clases,todas riquísimas.

MÁXIMO.- Vaya, chiquilla, eres un mundoque se descubre...

ELECTRA.- ¿Y quién es mi Colón?

MÁXIMO.- No hay Colón. Digo que eres unmundo que se descubre solo...

ELECTRA.- (Riendo.) Pues por ser yo unmundito chiquito, que se cree digno de que lodescubran, ¡pobre de mí! determinarán hacer-me monja, para preservarme de los peligrosque amenazan a la inocencia.

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MÁXIMO.- (Después de probar el vino, mi-ra la etiqueta.) Vamos, que no has traído malvino.

ELECTRA.- En tu magnífica bodega, que escomo una biblioteca de riquísimos vinos, heescogido el mejor Burdeos, y un Jerez superior.

MÁXIMO.- Muy bien. No es tonta la biblio-tecaria.

ELECTRA.- Pues sí. Ya sé lo que me espera:la soledad de un convento...

MÁXIMO.- Me temo que sí. De ésta no esca-pas.

ELECTRA.- (Asustada.) ¿Cómo?

MÁXIMO.- (Rectificándose.) Digo, sí: te es-capas... te salvaré yo...

ELECTRA.- Me has prometido ampararme.

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MÁXIMO.- Sí sí... Pues no faltaba más...

ELECTRA.- (Con gran interés.) Y ¿qué pien-sas hacer? dímelo...

MÁXIMO.- Ya verás... la cosa es grave...

ELECTRA.- Hablas con la tía... y... ¿quémás?

MÁXIMO.- Pues... hablo con la tía.

ELECTRA.- ¿Y qué le dices, hombre?

MÁXIMO.- Hablo con el tío...

ELECTRA.- (Impaciente.) Bueno: suponga-mos que has hablado ya con todos los tíos delmundo... Después...

MÁXIMO.- No te importe el procedimiento.Ten por seguro que te tomaré bajo mi amparo,y una vez que te ponga en lugar honrado y se-guro, procederé al examen y selección, de no-

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vios. De esto quiero hablar contigo ahora mis-mo.

ELECTRA.- ¿Me reñirás?

MÁXIMO.- No: ya me has dicho que te hast-ía el juego de muñecos vivos, o llámense no-vios.

ELECTRA.- Buscaba en ello la medicina demi aburrimiento, y a cada toma me aburríamás...

MÁXIMO.- ¿Ninguno ha despertado en ti unsentimiento... distinto de las burlas?

ELECTRA.- Ninguno.

MÁXIMO.- ¿Todos se te han manifestadopor escrito?

ELECTRA.- Algunos... por el lenguaje de losojos, que no siempre sabemos interpretar. Poreso no los cuento.

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MÁXIMO.- Sí: hay que incluirlos a todos enel catálogo, lo mismo a los que tiran de plumaque a los que foguean con miraditas. Y henosaquí frente al grave asunto que reclama mi opi-nión y mi consejo. Electra, debes casarte, ypronto.

ELECTRA.- (Bajando los ojos, vergonzosa.)¿Pronto?... Por Dios, ¿qué prisa tengo?

MÁXIMO.- Antes hoy que mañana. Necesi-tas a tu lado un hombre, un marido. Tienesalma, temple, instintos y virtudes matrimonia-les. Pues bien: en la caterva de tus pretendien-tes, forzoso será que elija yo uno, el mejor, elque por sus cualidades sea digno de ti. Y elcolmo de la felicidad será que mi elección coin-cida con tu preferencia, porque no adelantar-íamos nada, fíjate bien, si no consiguiera yollevarte a un matrimonio de amor.

ELECTRA.- (Con suma espontaneidad.)¡Ay, sí!

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MÁXIMO.- A la vida tranquila, ejemplar, fe-cunda, de un hogar dichoso...

ELECTRA.- ¡Ay, qué preciosidad! ¿Pero me-rezco yo eso?

MÁXIMO.- Yo creo que sí... Pronto se ha dever. (Concluyen de comer el arroz.)

ELECTRA.- ¿Quieres más?

MÁXIMO.- No, hija: gracias. He comidomuy bien.

ELECTRA.- (Poniendo el frutero en la me-sa.) Da postre no te pongo más que fruta. Séque te gusta mucho.

MÁXIMO.- (Cogiendo una hermosa man-zana.) Sí, porque esto es la verdad. No se veaquí mano del hombre... más que para cogerla.

ELECTRA.- Es la obra de Dios. ¡Hermosa,espléndida, sin ningún artificio!

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MÁXIMO.- Dios hace estas maravillas paraque el hombre las coja y se las coma... Pero notodos tienen la dicha o la suerte de pasar bajo elárbol... (Monda una manzana.)

ELECTRA.- Sí pasan, sí pasan... pero algu-nos van tan abstraídos mirando al suelo, que noven el hermoso fruto que les dice: «Cógeme,cómeme». Y bastaría que por un momento seaparta ser de sus afanes, y alzaran los ojos...

MÁXIMO.- (Contemplándola.) Como alzarlos ojos, yo... ya miro, ya...

Escena VII

ELECTRA, MÁXIMO; MARIANO, por laizquierda.

MARIANO.- Señor...

MÁXIMO.- ¿Qué?

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MARIANO.- ¡Al rojo vivo!

ELECTRA.- ¡Ah, la fusión!

MÁXIMO.- Cuando está al blanco incipien-te, me avisas.

MARIANO.- (A punto de marcharse.) Estábien.

MÁXIMO.- Oye. Que nos preparen en lafábrica la batería Bunsen. Advierte que antes dedar luz necesito el dinamo grande para un en-sayo.

MARIANO.- Bien. (Vase por el fondo.)

Escena VIII

ELECTRA, MÁXIMO; después EL OPERA-RIO.

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ELECTRA.- (Con tristeza.) Pronto tendrásque ocuparte de la fusión, y yo...

MÁXIMO.- Y tú... naturalmente, volverás atu casa.

ELECTRA.- (Suspirando.) ¡Ay! no quieropensar en la que se armará cuando yo entre...

MÁXIMO.- Tú oyes, callas y esperas.

ELECTRA.- ¡Esperar, esperar siempre! (Con-cluyen de comer. ELECTRA se levanta y retiraplatos.) ¡Ay! si tú no miras por esta pobre huér-fana, pienso que ha de ser muy desgraciada...¡Es mucho cuento, Señor! Evarista y Pantojaempeñados en que yo he de ser ángel, y yo...vamos, que no me llama Dios por el caminoangelical.

MÁXIMO.- (Que se ha levantado y parecedispuesto a proseguir sus trabajos.) No temas.

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Confía en mí. Yo te reclamaré como protectortuyo, como maestro.

ELECTRA.- (Aproximándose a él suplican-te.) Pero no tardes. Por la salud de tus hijos,Máximo, no tardes. Oye lo que se me ocurre:¿por qué no me tomas como a uno de tus niños,y me tienes como ellos y con ellos?

MÁXIMO.- (Con seriedad, muy afectuoso.)¿Sabes que es una excelente idea? Hay que pen-sarlo... Déjame que lo piense.

OPERARIO.- (Por el foro.) El señor Marquésde Ronda.

ELECTRA.- (Asustada.) ¡Oh! debo mar-charme.

MÁXIMO.- No, hija: si es nuestro amigo,nuestro mejor amigo... Ya verás... (Al OPERA-RIO.) Que pase. (Vase el OPERARIO.)

ELECTRA.- Pensará tal vez...

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MÁXIMO.- No pensará nada malo. ¿Hashecho café?

ELECTRA.- Iba a colarlo ahora... un café ri-quísimo... Sé hacerlo a maravilla.

MÁXIMO.- Tráelo... Convidamos al Mar-qués.

ELECTRA.- Bueno, bueno. Pues tú lo man-das... Voy por el café. (Vase gozosa, con pasoligero.)

Escena IX

MÁXIMO, EL MARQUÉS, ELECTRA; al finde la escena MARIANO.

MÁXIMO.- Adelante, Marqués.

MARQUÉS.- Ilustre, simpático amigo. (Des-consolado, mirando a todos lados.) ¿Y Electra?

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MÁXIMO.- En la cocina.

MARQUÉS.- ¡En la cocina!

MÁXIMO.- Volverá al instante. Hemos co-mido, y ahora tomaremos café.

MARQUÉS.- ¡Han comido! (Observando lamesa.)

MÁXIMO.- Un arroz delicioso, hecho porella.

MARQUÉS.- ¡Bendita sea mil veces! (Muydesconsolado.) ¡Pero, hombre! ¡No habermeconvidado! Vamos, no se lo perdono a usted.

MÁXIMO.- ¡Si esto ha sido una improvisa-ción! ¿Por qué no pasó usted antes, cuandoestuvo en la fábrica...?

MARQUÉS.- Es verdad... Mía es la culpa.

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MÁXIMO.- Tomaremos café, y perdone,querido Marqués, que le reciba y le obsequie enesta pobreza estudiantil.

MARQUÉS.- Ya lo he dicho: no acabo decomprender que usted, hombre acaudalado,teniendo arriba tan magníficas habitaciones...

MÁXIMO.- Es muy sencillo... La ciencia y elhábito del estudio me recluyen en esta madri-guera. Ha puesto a mis hijos en los aposentosbajos para tenerlos cerca de mí, y aquí vivo,como un ermitaño.

MARQUÉS.- Sin acordarse de que es rico...

MÁXIMO.- Mi opulencia es la sencillez, milujo la sobriedad, mi reposo el trabajo, y así hede vivir mientras esté solo.

MARQUÉS.- La soledad toca a su fin. Hayque determinarse. En fin, mi querido amigo,vengo a prevenir a usted... (Entra ELECTRA

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con el café.) ¡Oh, la encantadora divinidad ca-sera!

ELECTRA.- (Avanza cuidadosa con la ban-deja en que trae el servicio, temiendo que sele caiga alguna pieza.) Por Dios, Marqués, nome riña.

MARQUÉS.- ¡Reñir yo!

ELECTRA.- Ni me haga reír. Temo hacer undestrozo. ¡Cuidado! (El MARQUÉS toma desus manos la bandeja.)

MARQUÉS.- Aquí estoy yo para impedircualquier catástrofe. (Pone todo en la mesa.)No tengo por qué reñir, hija mía. En otra parteme asustaría esta libertad. En la morada de lahonradez laboriosa, de la caballerosidad másexquisita, no me causa temor.

MÁXIMO.- Gracias, señor Marqués. (Lessirve el café.)

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MARQUÉS.- No lo aprecian del mismo mo-do los señores de enfrente... La noticia de lo queaquí pasa ha llegado al Asilo de Santa Clarafundación de María Requesens. Confusión yalarma de los García Yuste. Allá está reunidotodo el Cónclave.

ELECTRA.- ¡Dios tenga piedad de mí!

MARQUÉS.- Hija mía, calma.

MÁXIMO.- Tú déjate, déjanos a nosotros.

MARQUÉS.- Por mi parte, para todas lascontingencias que pueda traer esta travesurilla,tienen ustedes en mí un amigo incondicional,un defensor valiente.

ELECTRA.- (Cariñosa.) ¡Oh, Marqués, québueno es usted!

MÁXIMO.- ¡Qué bueno!

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ELECTRA.- ¿Y qué tienen que decir de micafé?

MARQUÉS.- Que es digno de Júpiter, elpapá de los Dioses. En el Olimpo no lo sirvie-ron nunca mejor. ¡Benditas las manos que lohan hecho! Conceda Dios a mi vejez el consuelode repetir estas dulces sobremesas entre las dospersonas... (Muy cariñoso, tocando las manosde uno y otro.) entre los dos amigos que ahorame escuchan, me atienden y me agasajan.

ELECTRA.- ¡Oh, qué hermosa esperanza!

MARQUÉS.- Me voy a permitir, queridoMáximo, emplear con usted un signo de con-fianza. No lo llevo usted a mal... Mis canas meautorizan...

MÁXIMO.- Lo adivino, Marqués.

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MARQUÉS.- Desde este momento queda es-tablecida la siguiente reforma... social. Le tuteoa usted, es decir, a ti.

MÁXIMO.- Lo considero como una granhonra.

ELECTRA.- ¿Y a mí por qué no?

MARQUÉS.- (A MÁXIMA.) ¿Qué te parece?¿También a ella?...

MÁXIMO.- Sí, sí... bajo mi responsabilidad.

ELECTRA.- (Aplaudiendo.) Bravo, bravo.

MÁRQUEZ.- (Muy satisfecho.) Bien, amigosmíos: correspondo a vuestra confianza parti-cipándoos que el Cónclave prepara contra vo-sotros resoluciones de una severidad inaudita.

ELECTRA.- Dios mío, ¿por qué?

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MARQUÉS.- Los señores de García Yustemuy santos y muy buenos... Dios les conserve...se han lanzado a la navegación por lo infinito, yqueriendo subir, subir muy alto, han arrojadoel lastre, que es la lógica terrestre. (MÁXIMOhace signos de asentimiento.)

ELECTRA.- No entiendo...

MARQUÉS.- Ese lastre, ese plomo, la lógicaterrestre, la lógica humana, lo recogemos noso-tros.

MÁXIMO.- (Riendo.) Está bien, muy bien.

ELECTRA.- (Aplaudiendo sin entenderlo.)Lastre, plomo recogido... lógica humana... Muybien.

MARQUÉS.- Dueños de esa fuerza, la santalógica, es urgente que nos preparemos paradesbaratar los planes del enemigo. Primera

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determinación nuestra: (A ELECTRA.) quevuelvas a tu casa... No te asustes. No irás sola.

ELECTRA.- ¡Ay! respiro.

MARQUÉS.- Iremos contigo los dos profeso-res de lógica terrestre que estamos aquí.

ELECTRA.- (Gozosa.) ¡Dios mío, qué felici-dad! Yo entre los dos, conducida por la parejade la Guardia civil.

MÁXIMO.- (Al MARQUÉS.) ¿No le parece austed que debemos ir de día, para que se veacon qué arrogancia desafían estos criminales laplena luz?

MARQUÉS.- ¡Oh, no! Opino que vayamosdespués de anochecido para que se vea quenuestra honradez no teme la obscuridad.

MÁXIMO.- ¡Excelente ideal! De noche.

ELECTRA.- De noche.

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MARIANO.- (Asomándose a la puerta de laizquierda.) ¡Señor, al blanco incipiente!

ELECTRA.- (Con alegría infantil.) ¡La fu-sión! (Dice esto con alegría inconsciente.)

MÁXIMO.- (A MARIANO.) No puedo aho-ra. Avísame en el punto del blanco resplande-ciente. (Vase MARIANO.)

MARQUÉS.- (Con solemnidad, tomandouna copa.) Permitidme, amigos del alma, quebrinde por la feliz unión, por el perfecto hime-neo de esos benditos metales.

MÁXIMO.- (Con entusiasmo, alzando lacopa.) Brindo por nuestro primer metalúrgico,el noble Marqués de Ronda.

ELECTRA.- (Con emoción muy viva, brin-dando.) ¡Por el grande y cariñoso amigo! (Apa-rece PANTOJA por la derecha, viniendo del

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jardín. Permanece en la puerta contemplandocon frío estupor la escena.)

Escena X

MÁXIMO, ELECTRA, EL MARQUÉS,PANTOJA.

MARQUÉS.- ¡El enemigo!

ELECTRA.- (Aterrada.) ¡Don Salvador! ¡ElSeñor sea conmigo!

MÁXIMO.- Adelante, señor de Pantoja.(PANTOJA avanza silencioso, con lentitud.)¿A qué debo el honor...?

PANTOJA.- Anticipándome a mis buenosamigos, Urbano y Evarista, que pronto vol-verán a su casa, aquí estoy dispuesto a cumplirel deber de ellos y el mío.

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MÁXIMO.- ¡El deber de ellos... usted...!

MARQUÉS.- Viene a sorprendernos, con ai-res de polizonte.

MÁXIMO.- En nosotros ve sin duda crimi-nales empedernidos.

PANTOJA.- No veo nada, no quiero ver másque a Electra, por quien vengo; a Electra, queno debe estar aquí, y que ahora se retirará con-migo, y conmigo llorará su error. (Coge la ma-no de ELECTRA, que está como insensible;inmovilizada por el miedo.) Ven.

MÁXIMO.- Perdone usted. (Sereno y grave,se acerca a PANTOJA.) Con todo el respeto quea usted debo, señor de Pantoja, lo suplico quedejo en libertad esa mano. Antes de cogerladebió usted hablar conmigo, que soy el dueñode esta casa, y el responsable de todo lo que enella ocurre, de lo que usted ve... de lo que noquiere ver.

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PANTOJA.- (Después de una corta vacila-ción, suelta la mano de ELECTRA.) Bien: por elmomento suelto la mano de la pobre criaturadescarriada, o traída aquí con engaño, y hablocontigo... a quien sólo quisiera decir muy pocaspalabras: «Vengo por Electra. Dama lo que noos tuyo, lo que jamás será tuyo».

MÁXIMO.- Electra es libre: ni yo la he traídoaquí contra su voluntad, ni contra su voluntadse la llevará usted.

MARQUÉS.- Que nos indique siquiera enqué funda su autoridad.

PANTOJA.- Yo no necesito decir a ustedes elfundamento de mi autoridad. ¿A qué tomarmeese trabajo, si estoy seguro de que ella, la niñagraciosa... y ciega, no ha de negarme la obe-diencia que le pido? Electra, hija del alma, ¿nohasta una palabra mía, una mirada, para sepa-rarte de estos hombres y traerte a los brazos dequien ha cifrado en ti los amores más puros, de

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quien no vive ni quiere vivir más que para ti?(Rígida y mirando al suelo, ELECTRA calla.)

MÁXIMO.- No basta, no, esa palabra de us-ted.

MARQUÉS.- No parece convencida, señormío.

MÁXIMO.- Permítame usted que la interro-gue yo. Electra, adorada niña, responde: ¿tucorazón y tu conciencia te dicen que entre todoslos hombres que conoces, los que aquí ves yotros que no están presentes, sólo a ese, sólo aese sujeto respetable debes obediencia y amor?

MARQUÉS.- Habla con tu corazón, hija; contu conciencia.

MÁXIMO.- Y si él te ordena que le sigas, ynosotros permanezcas aquí, ¿qué harás conlibre voluntad?

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ELECTRA.- (Después de una penosa lucha.)Estar aquí.

MARQUÉS.- ¿Lo ve usted?

PANTOJA.- Está fascinada... No es dueña deoí.

MÁXIMO.- No insistirá usted.

MARQUÉS.- Se declarará vencido.

PANTOJA.- (Con fría tenacidad.) Yo no mecreo vencido. La razón siempre está victoriosa,y yo me estimaría indigno de poseer la queDios me dado y guardo aquí, si no la pusieracontinuamente por encima de todos los erroresy de todos los extravíos. No, no cedo. Máximo,los metales que arden en tus hornos son menosduros que yo. Tus máquinas potentes son arti-ficios de caña si las comparas con mi voluntad.Electra me pertenece: basta que yo lo diga.

ELECTRA.- (Aparte.) ¡Qué terror siento!

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MÁXIMO.- Si quiere usted asegurarse delpoder de su voluntad, pruébela contra la mía.

PANTOJA.- No necesito probarla ni contigoni con nadie, sino hacer lo que debo.

MÁXIMO.- El deber esa es mi fuerza.

PANTOJA.- Un deber con móviles terrenosy fines accidentales. El deber mío se mueve poruna conciencia tan fuerte y dura como los ejesdel universo, y mis fines están tan altos que túno los ves, ni podrás verlos nunca.

MÁXIMO.- Súbase usted tan alto como quie-ra. A lo más alto iré yo para decirle que no letemo, Electra tampoco.

PANTOJA.- Caprichudo es el hombre.

MÁXIMO.- Para que hable usted de metalesduros.

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MARQUÉS.- Electra volverá a su casa connosotros...

MÁXIMO.- Conmigo, y esto bastará paraque sus tíos le perdonen su travesura.

PANTOJA.- Sus tíos no la perdonarán ni larecibirán mejor viéndola entrar contigo, porquesus tíos no pueden renegar de sus sentimientos,de sus convicciones firmísimas. (Exaltándose.)Yo estoy en el mundo para que Electra no sepierda, y no se perderá. Así lo quiere la divinavoluntad, de la que es reflejo este querer mío,que os parece brutalidad caprichosa, porque noentendéis, no, de las grandes empresas delespíritu, pobres ciegos, pobres locos...

ELECTRA.- (Consternada.) Don Salvador,por la Virgen, no se enfade usted. Yo no soymala... Máximo es bueno... Usted lo sabe... lostíos lo saben... ¡Que no debí venir aquí sola...!Bueno... Volveré a casa. Máximo y el Marquésirán conmigo, y los tíos me perdonarán. (A

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MÁXIMO y al MARQUÉS.) ¿Verdad que meperdonarán?... (A PANTOJA.) ¿Por qué quiereusted mal a Máximo, que no le ha hechoningún daño? ¿Verdad que no? ¿Qué razón hayde esa ojeriza?...

MÁXIMO.- No es ojeriza: es odio recóndito,inextinguible.

PANTOJA.- Odiarte no. Mis creencias meprohíben el odio. Cierto que entre nosotros, porcausa de tus ideas insanas, hay cierta incompa-tibilidad... Además, tu padre, Lázaro Yuste, yyo, ¡ay dolor! tuvimos desavenencias de las quemás vale no hablar ahora. Pero a ti no te abo-rrezco, Máximo... más bien te estimo. (Cam-biando el tono austero e iracundo por otromás suave, conciliador.) Dejo a un lado la seve-ridad con que al principio te hablé, y forzandoun tanto mi carácter... te suplico que permitas aElectra partir conmigo.

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MÁXIMO.- (Inflexible.) No puedo acceder asu ruego.

PANTOJA.- (Violentándose más.) Por se-gunda vez, Máximo olvidando todo resenti-miento, casi, casi deseando tu amistad, te losuplico... Déjala.

MÁXIMO.- Imposible.

PANTOJA.- (Devorando su humillación.)Bien, bien... Me lo has negado por segundavez... No tengo más que dos mejillas. Si trestuviera para recibir de tu mano tres bofetadas,por tercera vez te pediría lo mismo. (Con gra-vedad y rigidez, sin ninguna inflexión de ter-nura.) Adiós, Electra... Máximo, Marqués,adiós.

ELECTRA.- (En voz baja a MÁXIMO.) PorDios, Máximo, transige un poco.

MÁXIMO.- (Redondamente.) No.

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ELECTRA.- ¿No dijisteis que me llevaríais túy el Marqués? Vámonos todos juntos. (Estafrase es oída por PANTOJA en su marcha len-ta hacia la salida. Detiénese.)

MÁXIMO.- (Con energía.) No... Él ha de irseprimero. Cuando a nosotros nos acomode, y sinla salvaguardia de nadie, iremos.

PANTOJA.- (Fríamente, ya en la puerta.) ¿Ya qué vas tú? ¿A empeorar la situación de lapobre niña?

MÁXIMO.- Voy... a lo que voy.

PANTOJA.- ¿No puedo saberlo?

MÁXIMO.- No es preciso.

PANTOJA.- No he pretendido que me reve-les tus intenciones. ¿Para qué, si las conozco?(Da algunos pasos hacia el centro de la escenaclavando la mirada en MÁXIMO.) No me fíode la expresión de tus ojos. Penetro en el doble

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fondo de tu mente: allí veo lo que piensas... Note interrogué por saber tu intención, que yasabía, sino por oírte las bonitas promesas conque le encubres. En ti no mora la verdad; en tino mora el bien, no, no... no... (Vase despaciorepitiendo las últimas palabras.)

Escena XI

ELECTRA, MÁXIMO, EL MARQUÉS, MA-RIANO.

ELECTRA.- (Aterrada.) Se fue... ¿Volverá?

MARQUÉS.- ¡Qué hombre! (Principia a obs-curecer.)

MÁXIMO.- Más que hombre es una monta-ña que quiere desplomarse sobre nosotros yaplastarnos.

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MARQUÉS.- Pero no caerá... Es un monteimaginario, inofensivo.

ELECTRA.- (Consternada, buscando refu-gio junto a MÁXIMO.) Ampárame, Máximo.Quítame este terror.

MÁXIMO.- Nada temas. Ven a mí. (Le cogelas manos.)

MARQUÉS.- Ya obscurece. Debemos irnosya.

ELECTRA.- Vamos... (Incrédula y medrosa.)Pero de veras, ¿voy contigo?

MÁXIMO.- Unidos en este acto, como lo es-taremos toda la vida...

ELECTRA.- ¿Contigo siempre? (Aumenta laobscuridad.)

MARIANO.- (En la puerta de la izquierda.)¡Señor, el blanco deslumbrante!

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MARQUÉS.- (A MARIANO.) La fusión estáhecha. Apaga los hornos.

MÁXIMO.- (Con gran efusión, besándolelas manos.) Alma, luminosa, corazón grande,contigo siempre... Voy a decir a nuestros tíosque te reclamo, que te hago mía, que serás micompañera y la madrecita de mis hijos.

ELECTRA.- (Acongojada, como si la alegríala trastornase.) No me engañes... ¿Viviré contus niños, será entre ellos la niña mayor... serétu mujer?

MÁXIMO.- (Con fuerte voz.) Sí, sí. (Ilumi-nada la sala del fondo, resplandece con vivaclaridad toda la escena.)

MARQUÉS.- Vámonos... Ya viene la noche.

ELECTRA.- Es el día... ¡Día eterno para mí!(MÁXIMO la enlaza por la cintura y salen. ElMARQUÉS tras ellos.)

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FIN DEL ACTO TERCERO

Acto IV

Jardín del palacio de García Yuste. A la de-recha la entrada al palacio, con escalera depocos peldaños. A la izquierda, haciendo jue-go con la entrada, un cuerpo de arquitecturagrutesca, decorado con bajorrelieves: al pie deesta construcción un banco de piedra, enángulo, de traza elegante. Jarrones o plantasexóticas en tibores decoran esta terraza conpiso de mosaico, entre el edificio y el sueloenarenado del jardín.

En segundo término y en el fondo, eljardín, con grandes árboles y macizos de flo-res. Del centro parten tres paseos en curvas. Elde la izquierda conduce a la calle. Sillas dehierro. Es de día.

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Escena I

ELECTRA, PATROS, con una cesta de floresque acaban de coger.

ELECTRA.- (Sacando del bolsillo una car-ta.) Déjame aquí las flores y toma la carta.

PATROS.- (Deja las flores.) Y van tres hoy.

ELECTRA.- (Escogiendo las flores peque-ñas, forma con ellas tres ramitos.) No caben enel tiempo las infinitas cosas que Máximo y yotenemos que decirnos.

PATROS.- Bendito sea Dios, que de la nochea la mañana ha dado tanta felicidad a la señori-ta.

ELECTRA.- Anoche pidió mi mano. Hoy de-cidirán mis tíos la fecha de nuestra boda.

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PATROS.- Y entre tanto, carta va, carta vie-ne.

ELECTRA.- En estas horas de impacienciafebril, Máximo y yo no podemos privarnos dela comunicación escrita. En mi carta de las ochoy quince le decía, cosas muy serias; en la de lasnueve y veinticinco le decía que no se descuideen dar a Lolín la cucharadita de jarabe cada doshoras, y en ésta que ahora llevas le advierto quemi tía está en misa, que aún tardará en venir.Tienen que hablar... naturalmente...

PATROS.- Ya... Hasta las once no volverá demisa la señora...

ELECTRA.- Y a las once irá yo con el tío.(Atando los tres ramitos.) Ea, ya están. Éstepara él, y éstos para los nenes. A cada uno elsuyo para que no se peleen... (Disponiéndose acomponer el ramo grande.) Ahora el ramo parala Virgen de los Dolores... Vete y vuelve prontopara que me ayudes... Espérate por la contesta-

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ción, que aunque sólo sea de dos palabras mecolmará de alegría.

PATROS.- Voy volando. (Vase corriendopor el foro.)

ELECTRA.- (Eligiendo las flores más boni-tas para formar el ramo.) Hoy, Virgen mía, miofrenda será mayor: debiera ser tan grande quedejara sin una flor el jardín de mis tríos; quisie-ra poner hoy ante tu imagen todas las cosasbonitas que hay en la Naturaleza, las rosas, lasestrellas, los corazones que saben amar... ¡Oh,Virgen santa, consuelo y esperanza nuestra, nome abandones, llévame al bien que te he pedi-do, al que me prometiste anoche, hablándomecon la expresión de tus divinos ojos, cuando yocon mis lágrimas te decía mí ansiedad, mi grati-tud...!

PATROS.- (Presurosa por el fondo.) Notraigo carta; pero sí un recadito que vale más.

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ELECTRA.- ¿Qué?.... ¿Sale?

PATROS.- Ahora mismo, en cuanto se vayanunos señores que ya estaban despidiéndose...Que le espere usted aquí, y hablarán un ratito...Mena que ir a una conferencia telefónica.

ELECTRA.- (Mirando al fondo.) ¿Vendráya? (Siente pasos.) Me parece...

PATROS.- Ya viene.

ELECTRA.- (Dándole el ramo.) Toma... Parala Virgen.

PATROS.- Ya, ya.

ELECTRA.- (Deteniéndola.) Pero no se lopongas a la Virgen del oratorio... Cuidado, Pa-tros... A la del oratorio no, sino a la mía, a laque tengo en la cabecera de mi cama. Por Dios,no te equivoques.

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PATROS.- ¡Ah, no...! ya sé... (Entra corrien-do en la casi.)

Escena II

ELECTRA, MÁXIMO, después EL MAR-QUÉS.

MÁXIMO.- (A distancia, abriendo un pocolos brazos.) ¡Niña!

ELECTRA.- (Lo mismo.) ¡Maestro!

MÁXIMO.- Estamos avergonzados... No sa-bemos qué decirnos.

ELECTRA.- Avergonzadísimos. Empieza tú.

MÁXIMO.- Tú... Para que se te quite la ver-güenza, dime una gran mentira: que no mequieres.

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ELECTRA.- Dime tú primero una gran ver-dad.

MÁXIMO.- Que te adoro. (Se aproximan.)

ELECTRA.- ¡Falso, traidor! Toma esta rosaque ha cogido para ti. Es pequeñita y modesta.Así quisiera ser siempre para ti tu chiquilla. (Sela pone en el ojal.)

MÁXIMO.- (Con admiración.) ¡Corazóngrande, inteligencia superior!

ELECTRA.- Aumenta corazón y rebaja inte-ligencia.

MÁXIMO.- No rebajo nada.

ELECTRA.- ¿Sabes? Quisiera yo ser muybruta, muy cerril, para llegar a ti en la mayorignorancia, y que pudieras tú enseñarme lasprimeras ideas. No quiero tener nada que nosea tuyo.

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Ideas hermosas y sentimientos nobles te so-bran. Dios te ha dotado generosamentecolmándote de preciosidades, y ahora te poneen mis manos para que este obrero cachazudote perfile, te remate, te pulimente.

ELECTRA.- Te vas a lucir, maestro: yo te di-go que te lucirás.

MÁXIMO.- Haré una mujer buena, juiciosa,amantes... ¡Vaya si me luciré! (Mira su reloj.)

ELECTRA.- No te detengas por mí. Miremosante todo a las obligaciones. ¿Tardarás mucho?

MÁXIMO.- No creo... Estaré aquí cuandoEvarista vuelva de misa.

ELECTRA.- ¿Y nuestro Marqués ha venido,como nos prometió?

MÁXIMO.- En casa le dejo, escribiendo unacarta para su notario. ¡Incomparable amigo!...¡Ah! ¿no sabes? Anoche, cuando volvimos a

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casa? le referí tu novela paterna... la novela dedos capítulos. Está el hombre indignado... peroen ello vamos ganando, que así la tenemos anuestra completa devoción, y con más alma ycariño nos defiende.

ELECTRA.- (Sorprendida.) ¿Pero necesita-mos defensa todavía?

MÁXIMO.- En lo esencial, claro es que no...¿Pero quién te asegura que los rivales de nues-tro amigo no, nos molestarán con dificultades,con entorpecimientos de un orden secundario?

ELECTRA.- (Tranquilizándose.) De eso nosreiríamos.

MÁXIMO.- Pero riéndonos... debemos pre-venir...

MARQUÉS.- (Presuroso por el foro.) ¿Aquítodavía?

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MÁXIMO.- Marqués, en sus manos enco-miendo mi alma.

MARQUÉS.- (Riñéndole cariñoso.) ¡Quellegas tarde!

MÁXIMO.- Ya me voy. Hasta muy luego.

ELECTRA.- (Viéndole salir.) Corre... Venpronto.

Escena III

ELECTRA, EL MARQUÉS.

MARQUÉS.- Bien por el galán científico. ¡Yqué admirable hallazgo para ti! Tu amor juvenilnecesita un amor viudo, tu imaginación lozanauna razón fría. Al lado de este hombre, será miniña una gran mujer.

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ELECTRA.- Seré lo que él quiera hacer demí. (Con gran curiosidad.) Dígame, Marqués,¿trató usted a la pobrecita mujer de Máximo?No extrañará usted mi curiosidad... Es muynatural que desee conocer la vida anterior delhombre que amo.

MARQUÉS.- No la traté... la vi en compañíade Máximo una, dos veces. Era vascongada,desapacible, vulgar, poco inteligente; buenaesposa, eso sí. Pero no debió de ser aquel ma-trimonio un modelo de felicidades.

ELECTRA.- A los padres de Máximo sí leconoció usted.

MARQUÉS.- A la madre no la vi nunca: erafrancesa, señora de gran mérito. Mi mujer fuesu amiga. A Lázaro Yuste sí le traté, aunque nocon intimidad, en España y en Francia, allá porel 68... Hombre muy inteligente y afortunadoen el negocio de minas, y con no poca suerte

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también, según decían, en las campañas amoro-sas. Era hombre de historia.

ELECTRA.- En eso no se parece a su hijo,que es la misma corrección.

MARQUÉS.- Bien puedes decir que te ha to-cado el lote de marido más valioso y completo:cerebro de gigante, corazón de niño. Por tenerlotodo, hasta es poseedor de una buena fortuna:lo que le dejó su padre, y la reciente herencia defranceses. ¿Qué más quieres? Pide por esa boca,y verás como Dios te dice: «Niña, no hay más».

ELECTRA.- (Suspirando fuerte.) ¡Ay!... Yahora dígame, señor Marqués de mi alma:¿puedo estar tranquila?

MARQUÉS.- Absolutamente.

ELECTRA.- ¿Y nada debo temer de las dospersonas que...? Ya sabe usted que se creen conautoridad...

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MARQUÉS.- Algo podrán molestarnosquizás... Pero ya les bajaremos los humos.

ELECTRA.- ¿El señor de Cuesta...?

MARQUÉS.- Es el de menos cuidado. Hoyhe hablado con él, y espero que acabe por apo-yarnos resueltamente.

ELECTRA.- ¿El señor de Pantoja...?

MARQUÉS.- Ese rezongará, nos dará cuan-tas jaquecas pueda, si se las consentimos; tocarála trompa bíblica para meternos miedo; pero nole hagas caso.

ELECTRA.- ¿De veras?

MARQUÉS.- No puede nada, nada absolu-tamente.

ELECTRA.- Y si me le encuentro por ahí, ¿notengo por qué asustarme?

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MARQUÉS.- Como te asustaría un mos-cardón con su zumbido mareante, que va yviene, gira y torna...

ELECTRA.- ¡Oh, qué alivio para mi pobreespíritu! (Con entusiasmo cariñoso.) SeñorMarqués de Ronda, Dios le bendiga.

MARQUÉS.- (Muy afectuoso.) ¡Pobre niñamía! Dios será contigo.

Escena IV

Los mismos; DON URBANO, que viene dela casa, con sombrero.

DON URBANO.- Marqués, Dios la guarde.

MARQUÉS.- ¿Puedo hablar con usted, que-rido Urbano?

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DON URBANO.- ¿Será lo mismo después demisa? (A ELECTRA.) Pero, chiquilla, ¿estás conesa calma? Ya tocan.

ELECTRA.- No tengo más que ponerme elsombrero. Medio minuto, tío, (Entra corriendoen la casa.)

MARQUÉS.- Fijaremos la fecha de la boda, yse extenderá en regla el acta de consentimiento.

DON URBANO.- Mejor será que trate ustedese asunto con Evarista.

MARQUÉS.- Pero, amigo mío, ha llegado laocasión de que usted haga frente a ciertas inge-rencias que anulan la autoridad del jefe de lafamilia.

DON URBANO.- Querido Marqués, pídameusted que altere, que trastorne todo el sistemaplanetario, que quite los astros de aquí para

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ponerlos allá; pero no me pida cosa contraria alos pareceres de mi mujer.

MARQUÉS.- Hombre, no tanta, no tantasumisión... Yo insisto en que debo tratar esteasunto particularmente con usted, no con Eva-rista.

DON URBANO.- Véngase usted con noso-tros a misa y hablaremos.

MARQUÉS.- Sí que iré.

Escena V

Los mismos; ELECTRA, EVARISTA, PAN-TOJA.

ELECTRA.- (Con sombrero, guantes, librode misa.) Ya estoy.

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DON URBANO.- Vamos. El Marqués nosacompaña.

EVARISTA.- (Por el fondo izquierda, se-guida de PANTOJA.) Vayan pronto.

PANTOJA.- Pronto, si quieren alcanzarla.

EVARISTA.- ¿Volverá usted, Marqués?

MARQUÉS.- ¡Oh! seguro, infalible.

EVARISTA.- Hasta luego. (Vase ELECTRA,el MARQUÉS y DON URBANO por el fondoizquierda.)

Escena VI

EVARISTA, PANTOJA, que en actitud degran cansancio y desaliento se arroja en el

banco de la izquierda, primer término.

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EVARISTA.- ¿Pasamos a casa?

PANTOJA.- No: déjeme usted que respire amis anchas. En la iglesia me ahogaba... El calor,el gentío...

EVARISTA.- Hará que le traigan a usted unrefresco... ¡Balbina!

PANTOJA.- Gracias.

EVARISTA.- Una taza de tila...

PANTOJA.- Tampoco. (Sale BALBINA. Laseñora le da la mantilla, que acaba de quitar-se, y el libro de misa, y le manda que se reti-re.)

EVARISTA.- No hay motivo, amigo mío, pa-ra tan grande aflicción.

PANTOJA.- No es mi orgullo, como dicen,lo que se siente herido: es algo más delicado yprofundo. Se me niega el consuelo, la gloria de

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dirigir a esa criatura y de llevarla por el caminodel bien. Y me aflige más, que usted, tan afectaa mis ideas; usted, en quien yo veía una fielamiga y una ferviente aliada, me abandone enla hora crítica.

EVARISTA.- Perdone usted, señor Don Sal-vador. Yo no abandono a usted. De acuerdoestábamos ya para custodiar, no digo encerrar,a esa loquilla en San José de la Penitencia, mi-rando a su disciplina y purificación... Pero hasurgido inopinadamente la increíble ventolerade Máximo, y yo no puedo, no puedo en modoalguno negar mi consentimiento... Ello será unalocura: allá se les haya... ¿Pero de Máximo, co-mo hombre de conducta, qué tiene usted quedecir?

Nada. (Corrigiéndose.) ¡Oh, sí! algo podríadecir... Mas por el momento sólo digo que Elec-tra no está preparada para el matrimonio, ni endisposición de elegir con acierto... No rechazoyo en absoluto su casamiento, siempre que sea

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con un hombre cuyas ideas no puedan serledañosas... Pero eso vendrá después. Lo primeroes que esa tierna criatura ingresa en el autoasilo, donde la probaremos, pulsaremos conexquisito tacto sa carácter, sus gustos, sus afec-tos, y en vista de lo que observemos se deter-minará... (Con altanería.) ¿Qué tiene usted quedecir?

EVARISTA.- (Acobardada.) Que para eseplan... hermosísimo, lo reconozco... no puedoofrecer a usted mi cooperación.

PANTOJA.- (Con arrogancia, paseándose.)De modo que según usted, mi señora DoñaEvarista, si la niña quiere perderse, que se pier-da; si ella se empeña en condenarse, condéneseen buen hora.

EVARISTA.- (Con mayor timidez, sugestio-nada.) ¡Su perdición!... ¿Y cómo evitarla?...¿Acaso está en mi mano?

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PANTOJA.- (Con energía.) Está.

EVARISTA.- ¡Oh! no... Me falta valor paraintervenir... ¿Y con qué derecho?... Imposible,Don Salvador, imposible...

PANTOJA.- (Afirmándose más en su auto-ridad.) Sepa usted, amiga mía, que el acto deapartar a Electra de un mundo en que la cercany amenazan innumerables bestias malignas, noes despotismo: es amor en la expresión máspura del cariño paternal, que comúnmente las-tima para curar. ¿Dada usted de que el fingrande de mi vida, hoy, es el bien de la pobreniña?

EVARISTA.- (Acobardándose más.) No lodudo... No puedo dudarlo.

PANTOJA.- (Con efusión y elocuencia.)Amo a Electra con amor tan intenso, que noaciertan a declararlo todas las sutilezas de lapalabra humana. Desde que la vieron mis ojos,

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la voz de la sangre clamó dentro de mí, dicién-dome que esa criatura me pertenece... Quiero ydebo tenerla bajo mi dominio santamente, pa-ternalmente... Que ella me ame como aman losángeles... Que sea imagen mía en la conducta,espejo mío en las ideas. Que se reconozca obli-gada a padecer por los que le dieron la vida, ypurificándose ella, nos ayuda, a los que fuimosmalos, a obtener el perdón... Por Dios, ¿nocomprende usted esto?

EVARISTA.- (Agobiada.) Sí, sí. ¡Cuánto ad-miro su inteligencia poderosa!

PANTOJA.- Menos admiración y más efica-cia en favor mío.

EVARISTA.- No puedo... (Se sienta, llorosay abatida.)

PANTOJA.- Naturalmente, a usted no puedeinspirar Electra el inmenso interés que a mí meinspira. (Empleando suaves resortes de per-

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suasión.) Si por el pronto causara enojos a laniña su apartamiento de las alegrías mundanas,no tardará en hacerse a la paz, a la quietud ven-turosa... Yo la dotará ampliamente. Cuantopaseo será para ella, para esplendor de su santacasa... Electra será nombrada Superiora; y bajomi autoridad gobernará la Congregación...(Con profunda emoción.) ¡Qué feliz será, Diosmío, y yo qué feliz! (Quédase como en éxtasis.)

EVARISTA.- Comprendo, sí, que al no acce-der yo a lo que usted pretende de mí, privo aesa criatura de llegar al estado más perfecto enla condición humana... Bien conoce usted missentimientos. ¡Con cuánto gusto trocaría laopulencia en que vivo por la gloria de dirigirobscuramente una casa religiosa de mucho tra-bajo y humildad!... Siempre admiró a usted porsu protección a La Penitencia; le admiré más alsaber que redoblaba usted sus auxilios cuandomi pobre Eleuteria, traspasada de dolor cualnueva Magdalena, buscaba en ese instituto la

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paz y el perdón. En el acto de usted vi la espiri-tualidad más pura.

PANTOJA.- Sí: cuando su desgraciada pri-ma de usted entró en aquella casa, mi protec-ción no sólo fue más positiva, sino más espiri-tual. Nunca vi a Eleuteria después de converti-da, pues de nadie ni aun de mí mismo, se deja-ba ver. Pero yo iba diariamente a la iglesia, yplaticaba en espíritu con la penitente, consi-derándola regenerada, como lo estaba yo. Mu-rió la infeliz, a los cuarenta y cinco años de suedad. Gestioné el permiso de sepultura en elinterior del edificio, y desde entonces protegímás la Congregación, la hice enteramente mía,porque en ella reposaban los restos de la queamé. Nos había unido el delito, y ya nos unía elarrepentimiento, ella muerta, yo vivo...

EVARISTA.- Y ahora, el que bien podremosllamar fundador, todos los días, sin faltar uno,visita la santa casa y el cementerio humilde ypoético donde reposan las Hermanas difuntas...

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PANTOJA.- (Vivamente.) ¿Lo sabe?

EVARISTA.- Lo sé... Y ronda el patio florido,a la sombra de cipreses y adelfas...

PANTOJA.- Es verdad. ¿Y cómo sabe...?

EVARISTA.- Ronda y divaga el fundador,rezando por sí y por la pobre pecadora, implo-rando el descanso de ella, el descanso suyo.

PANTOJA.- ¡Oh! sí... Allí reposarán tambiénmis pobres huesos. (Con gran vehemencia.)Quiero, además, que así como mi espíritu no seaparta de aquella casa, en ella resida también,por el tiempo que fuera menester, el espíritu deElectra... No la forzaré a la vida claustral; perosi probándola, tomase gusto a tan hermosa viday en ella quisiese permanecer, creería yo queDios me había concedido los favores más inefa-bles. Allí las cenizas de la pecadora redimida,allí mi hija, allí yo, pidiendo a Dios que a lostres nos dé la eterna paz. Y cuando llegue la

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muerte, los tres reposando en la misma tierra,todos mis amores conmigo, y los tres en Dios...¡Oh, qué fin tan hermoso, qué grandeza y quéalegría!

EVARISTA.- (Con emoción muy viva.)¡Grandeza, sí, idealidad incomparable!

PANTOJA.- ¿Duda usted todavía de que misfines son elevados, de que no me mueve nin-guna pasión insana?

EVARISTA.- ¿Cómo he de dudar eso?

PANTOJA.- Pues si mi plan le parece her-moso, ¿por qué no me auxilia?

EVARISTA.- Porque no tengo poder paraello.

PANTOJA.- ¿Ni aun asegurándole que la re-clusión de la niña tendrá carácter de prueba...?

EVARISTA.- Ni aun así.

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EVARISTA.- No, Don Salvador, no cuenteconmigo... (Luchando con su conciencia.) Re-conozco la elevación... Con ellas simpatizo...Ecos y caricias de esas ideas siento yo en mialma; pero algo debo también a la vida social, yen la vida social y de familia es imposible loque usted desea.

PANTOJA.- (Disimulando su enojo.) Estábien. Paciencia... (Caviloso y sombrío, se pa-sea.)

EVARISTA.- (Después de una pausa.) ¿Quépiensa usted?... ¿Renuncia...?

PANTOJA.- (Con naturalidad, y firmeza.)No, señora...

EVARISTA.- ¿Y cómo...?

PANTOJA.- No lo sé... No me faltará unaidea... Yo veré... (Resolviéndose.) Evarista: me

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hará usted el favor de escribir una carta a laSuperiora de La Penitencia.

EVARISTA.- Diciéndole...

PANTOJA.- Que venga inmediatamente condos Hermanas...

EVARISTA.- ¿Por qué no lo escribe usted?

PANTOJA.- Porque tengo que acudir a otraparte.

EVARISTA.- ¿Y ello ha de ser pronto?

PANTOJA.- Al instante...

EVARISTA.- Bien. (Dirígese a la casa.)

PANTOJA.- Mande usted la carta sin pérdi-da de tiempo.

EVARISTA.- (Mirando hacia el jardín.)Paréceme que ya vienen...

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PANTOJA.- Pronto, amiga mía.

EVARISTA.- Ya voy... Dios nos inspire a to-dos. (Entra en la casa.)

PANTOJA.- Será con usted. (Aparte.) Noquiero que me vean. (Se oculta tras el macizode la derecha, junto a la escalinata.)

Escena VII

PANTOJA, oculto; ELECTRA, DON UR-BANO, EL MARQUÉS, que vuelven de misa;

PATROS, que sale de la casa.

ELECTRA.- (Adelantándose, coge a PA-TROS al pie de la escalinata.) ¿Ha venido?

PATROS.- No, señorita (Óyese canto lejanode niños jugando al corro en el jardín.)

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ELECTRA.- Me muero de impaciencia. (Sequita el sombrero y los guantes y con el librode misa los da a PATROS.) Esperaré jugando alcorro con los chiquillos... Antes cogeré flores.(Coge florecitas eu el macizo de la izquierda.)

DON URBANO.- (A PATROS.) ¿La señora?

PATROS.- Dentro, señor.

MARQUÉS.- Vamos allá.

DON URBANO.- Después de usted, Mar-qués. (Entran en la casa. Tras ellos, PATROS.)

ELECTRA.- (Admirando las flores que hacogido.) ¡Qué lindas, qué graciosas estas clemá-tides! (Sale PANTOJA: se asusta al verle.) ¡Ay!

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Escena VIII

ELECTRA, PANTOJA.

PANTOJA.- Hija mía, ¿te asustas de mí?

ELECTRA.- ¡Ay, sí!... no puedo evitarlo... Yno debiera, no... Don Salvador, dispénseme...Me voy al corro.

PANTOJA.- Aguarda un instante. ¿Vas aque los pequeñuelos te comuniquen su alegría?

ELECTRA.- No, señor: voy a comunicárselayo a ellos, que la tengo de sobra. (Se aleja elcanto del corro de niños.)

PANTOJA.- Ya sé la causa de tu grandealegría, ya sé.

ELECTRA.- Pues si lo sabe, no hay nada quedecir. Hasta luego, Don Salvador.

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PANTOJA.- (Deteniéndola.) ¡Ingrata!Concédeme un ratito.

ELECTRA.- ¿Nada más que un ratito?

PANTOJA.- Nada más.

ELECTRA.- Bueno. (Se sienta en el ba neode piedra. Pone a un lado las flores, y las vacogiendo para adornarse con ellas, clavándo-selas en el pelo.)

PANTOJA.- No sé a qué guardas reservasconmigo, sabiendo lo que me interesa tu exis-tencia, tu felicidad...

ELECTRA.- (Sin mirarle, atenta a ponerselas florecillas.) Pues si le interesa mi felicidad,alégrese conmigo: soy muy dichosa.

PANTOJA.- Dichosa hoy. ¿Y mañana?

ELECTRA.- Mañana más... siempre más,siempre lo mismo.

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PANTOJA.- La alegría verdadera y constan-te, el gozo indestructible, no existen más que enel amor eterno, superior a las inquietudes ymiserias humanas.

ELECTRA.- (Adornado ya el cabello, se po-ne flores en el cuerpo y talle.) ¿Salimos otravez con la tecla de que yo he de ser ángel...?Soy muy terrestre, Don Salvador. Dios me hizomujer, pues no me puso en el cielo, sino en latierra.

PANTOJA.- Ángeles hay también en elmundo; ángeles son los que en medio de losdesórdenes de la materia saben vivir la vida delespíritu.

ELECTRA.- (Mostrando su cuello y talleadornados de florecillas. Óyese más claro y,próximo el corro de niños.) ¿Qué tal? ¿Parezcoun ángel?

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PANTOJA.- Lo pareces siempre. Yo quieroque lo seas.

ELECTRA.- Así me adorno para divertir alos chiquillos. ¡Si viera usted cómo se ríen! (Conuna triste idea súbita.) ¿Sabe usted lo que pa-rezco ahora? Pues un niño muerto. Así adornana los niños cuando los llevan a enterrar.

PANTOJA.- Para simbolizar la ideal bellezadel Cielo a donde van.

ELECTRA.- (Quitándose flores.) No, noquiero parecer niño muerto. Creería yo que mellevaba usted a la sepultura.

PANTOJA.- Yo no te entierro, no. Quisierarodearte de luz. (Se va apagando y cesa el can-to de los niños.)

ELECTRA.- También ponen luces a los niñosmuertos.

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PANTOJA.- Yo no quiero tu muerte, sino tuvida; no una vida inquieta y vulgar, sino dulce,libra, elevada, amorosa, con eterno y puroamor.

ELECTRA.- (Confusa.) ¿Y por qué desea us-ted para mí todo eso?

PANTOJA.- Porque te quiero con un amorde calidad más excelsa que todos los amoreshumanos. Te haré comprender mejor la gran-deza de este cariño diciéndote que por evitarteun padecer leve, tomaría yo para mí los másespantosos que pudieran imaginarse.

ELECTRA.- (Atontada, sin entender bien.)

PANTOJA.- Considera cuánto padecerá aho-ra viendo que no puedo evitarte una penita, unsinsabor...

ELECTRA.- ¡A mí!

PANTOJA.- A ti.

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ELECTRA.- ¡Una penita...!

PANTOJA.- Una pena... que me aflige máspor ser yo quien he de causártela.

ELECTRA.- (Rebelándose, se levanta.) ¡Pe-nas!... No, no las quiero. ¡Guárdeselas usted!...No me traiga más que alegrías.

PANTOJA.- (Condolido.) Bien quisiera; perono puede ser.

ELECTRA.- ¡Oh! ya estoy aterrada. (Consúbita idea que la tranquiliza.) ¡Ah!... ya en-tiendo... ¡Pobre Don Salvador! Es que quieredecirme algo malo de Máximo, algo que ustedjuzga malo en su criterio, y que, según el mío,no lo es... No se canse... yo no he de creerlo...(Precipitándose en la emisión de la palabra,sin dar tiempo a que hable PANTOJA.) EsMáximo el hombre mejor del mundo, el prime-ro, y a todo el que me diga una palabra contra-ria a esta verdad, le detesto, le...

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PANTOJA.- Por Dios, déjame hablar... noseas tan viva... Hija mía, yo no hablo mal denadie, ni aun de los que me aborrecen. Máximoes bueno, trabajador, inteligentísimo... ¿Quémás quieres?

ELECTRA.- (Gozosa.) Así, así.

PANTOJA.- Digo más: te digo que puedesamarle, que es tu deber amarle...

ELECTRA.- (Con gran satisfacción.) ¡Ah!

PANTOJA.- Y amarle entrañablemente...(Pausa.) Él no es culpable, no.

ELECTRA.- ¡Culpable! (Alarmada otra vez.)Vamos, ¿a que acabará usted por decir de élalguna picardía?

PANTOJA.- De él no.

ELECTRA.- ¿Pues de quién? (Recordando.)¡Ah!... Ya sé que el padre de Máximo y usted

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fueron terribles enemigos... También me handicho que aquel buen señor, honradísimo en losnegocios, fue un poquito calavera... ya ustedme entiende... Pero eso a mí nada me afecta.

PANTOJA.- Inocentísima criatura, no sabeslo que dices.

ELECTRA.- Digo que... aquel excelentehombre...

PANTOJA.- Lázaro Yuste, sí... Al nombrarle,tengo que asociar su triste memoria a la de unapersona que no existe... muy querida para ti...

ELECTRA.- (Comprendiendo y no que-riendo comprender.) ¡Para mí!

PANTOJA.- Persona que no existe, muyquerida para ti. (Pausa. Se miran.)

ELECTRA.- (Con terror, en voz apenas per-ceptible.) ¡Mi madre! (PANTOJA hace signos

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afirmativos con la cabeza.) ¡Mi madre! (Atóni-ta, deseando y temiendo la explicación.)

PANTOJA.- Han llegado los días delperdón. Perdonemos.

ELECTRA.- (Indignada.) ¡Mi madre, mi po-bre madre! No la nombran más que para des-honrarla... y la denigran los mismos que la en-vilecieron. (Furiosa.) Quisiera tenerlos en mimano para deshacerlos, para destruirlos, y nodejar de ellos ni un pedacito así.

PANTOJA.- Tendrías que empezar tu des-trucción por Lázaro Yuste.

ELECTRA.- ¡El padre de Máximo!

PANTOJA.- El primer corruptor de la des-graciada Eleuteria.

ELECTRA.- ¿Quién lo asegura?

PANTOJA.- Quien lo sabe.

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ELECTRA.- ¿Y...? (Se miran. PANTOJA nose atreve a explanar su idea.)

PANTOJA.- ¡Oh, triste de mí!... No debí, no,no debí hablarte de esto. Diera yo por callarlo,por ocultártelo, los días que me quedan de vi-da. Ya comprenderás que no podía ser... Micariño me ordena que hable.

ELECTRA.- (Angustiada.) ¡Y tendré yo queoírlo!

PANTOJA.- He dicho que Lázaro Yustefue...

ELECTRA.- (Tapándose los oídos.) No quie-ro, no quiero oírlo.

PANTOJA.- Tenía entonces tu madre laedad que tú tienes ahora: diez y ocho años...

ELECTRA.- (Airada, rebelándose.) Nocreo... Nada creo.

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PANTOJA.- Era una joven encantadora, quesufrió con dignidad aquel grande oprobio...

ELECTRA.- (Rebelándose con más energía.)¡Cállese usted!... No creo nada, no creo...

PANTOJA.- Aquel grande oprobio, el naci-miento de Máximo.

ELECTRA.- (Espantada, descompuesto elrostro, se retira hacia atrás mirando fijamentea PANTOJA.) ¡Ah...!

PANTOJA.- Procediendo con cierta nobleza,Lázaro cuidó de ocultar la afrenta de su vícti-ma... recogió al pequeñuelo... llevole consigo aFrancia...

ELECTRA.- La madre de Máximo fue unafrancesa: Josefina Perret.

PANTOJA.- Su madre adoptiva... su madreadoptiva. (Mayor espanto de ELECTRA.)

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ELECTRA.- (Oprimiéndose el cráneo conambas manos.) ¡Horror! El cielo se cae sobremi...

PANTOJA.- (Dolorido.) ¡Hija de mi alma,vuelve Dios a tus ojos!

ELECTRA.- (Trastornada.) Estoy soñando...Todo lo que veo es mentira, ilusión. (Mirandoaquí y allí con ojos espantados.) Mentira estosárboles, esta casa... ese cielo... Mentira usted...usted no existe... es un monstruo de pesadilla...(Golpeándose el cráneo.) Despierta, mujer infe-liz, despierta.

PANTOJA.- (Tratando de sosegarla.) ¡Elec-tra, querida niña, alma inocente...!

ELECTRA.- (Con grito del alma.) ¡Madre,madre mía...! la verdad, dime la verdad... (Fue-ra de sí recorre la escena.) ¿Dónde estás, ma-dre?... Quiero la muerte o la verdad... Madre,ven a mí... ¡Madre, madre...! (Sale disparada

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por el fondo, y se pierde en la espesura lejana.Suena próximo el canto de los niños jugandoal corro.)

Escena IX

PANTOJA; DON URBANO, EL MARQUÉSpor la casa, presurosos. Tras ellos BALBINA y

PATROS.

DON URBANO.- ¿Qué ocurre?

MARQUÉS.- Oímos gritar a Electra.

BALBINA.- Y salió corriendo por el jardín.

PATROS.- Por aquí. (Alarmadas las dos, co-rren y se internan en el jardín.)

MARQUÉS.- (Mirando por entre la espesu-ra.) Allá va... Corre... continúa gritando... ¡Oh,niña de mi alma! (Corre al jardín.)

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DON URBANO.- ¿Qué es esto?

PANTOJA.- Ya os lo explicaré... Aguarde us-ted. Dispongamos ahora...

DON URBANO.- ¿Qué?

PANTOJA.- (Tratando de ordenar sus ide-as.) Deje usted que lo piense... Será preciso tra-erla a casa... Vaya usted...

DON URBANO.- (Mirando hacia el jardín.)Llega Máximo...

PANTOJA.- (Contrariado.) ¡Oh, qué inopor-tunamente!

DON URBANO.- Los niños corren hacia él...Parece que le informan... Electra se dirige a lagruta. Máximo va hacia la niña... Electra huyede él... Hablan el Marqués y mi sobrino acalo-radamente.

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PANTOJA.- Vaya usted... Cuide de queMáximo no intervenga...

DON URBANO.- Voy. (Se interna en eljardín.)

PANTOJA.- Temo alguna contrariedad. Siyo pudiera... (Queriendo ir y sin atreverse.)

BALBINA.- (Volviendo presurosa deljardín.) ¡Pobre niña...! Clamando por su ma-dre... Se ha sentado en la boca de la gruta, ro-deada de los niños... y no hay quien la muevade allí...

PANTOJA.- ¿Y Máximo?

BALBINA.- Lleno de confusión, como todosnosotros, que no entendemos... Voy a dar partea la señora...

PANTOJA.- No, no. ¿Han venido la Superio-ra y las Hermanas?

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BALBINA.- Ahí están.

PANTOJA.- No diga usted nada a la señora.Entre en la casa y espera mis órdenes.

BALBINA.- Bien, señor.

PANTOJA.- (Indeciso y como asustado.)Por primera vez en mi vida no acierto a tomaruna resolución. Irá allá. (Al fondo del jardín.)No... ¿Esperaré? Tampoco. (Resolviéndose.)Voy. (A los pocos pasos le detiene MÁXIMO,que muy agitado y colérico viene del jardín.)

Escena X

PANTOJA, MÁXIMO.

MÁXIMO.- (Con ardiente palabra en todala escena.) Alto... Me dice el Marqués que deaquí, después da una larga conversación conusted, salió Electra en terrible desvarío.

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PANTOJA.- (Turbado.) Aquí... cierto....hablamos... La niña...

MÁXIMA.- Mordida fue por el monstruo.

PANTOJA.- Tal vez... Pero el monstruo nosoy yo. Es un monstruo terrible, que se alimen-ta de los hechos humanos. Se llama la Historia.(Queriendo marcharse.) Adiós.

MÁXIMO.- (Le coge fuertemente por unbrazo.) ¡Quieto!... Va usted a repetir, ahoramismo, ahora mismo, lo que ha dicho a Electraese monstruo de la Historia, para ponerla entan gran turbación...

PANTOJA.- (Sin saber qué decir.) Yo... antetodo, conviene asentar previamente que...

MÁXIMO.- No quiero preámbulos... La ver-dad, concreta, exacta, precisa... Usted ha ofen-dido a Electra, usted ha trastornado su enten-dimiento... ¿Con qué palabras, con qué ideas?

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Necesito saberlo pronto, pronto. Se trata de lamujer que es todo para mí en el mundo.

PANTOJA.- Para mí es más: es los cielos y latierra.

MÁXIMO.- Sepa yo al instante la maquina-ción que ha tramado usted contra esa pobrehuérfana, contra mí, contra los dos, unidos yaeternamente por la efusión de nuestras almas;sepa yo qué veneno arrojó usted en el oído dela que puedo y debo llamar ya mi mujer.(PANTOJA hace signos dubitativos.) ¿Quédice? ¿Que no será mi mujer...? ¡Y se burla!

PANTOJA.- No he dicho nada.

MÁXIMO.- (Estallando en ira, con gran vio-lencia le acomete.) Pues por ese silencio, poresa burla, máscara de un egoísmo tan grandeque no cabe en el mundo; por esa virtud ver-dadera o falsa, no la sé, que en la sombra y sinruido lanza el rayo que nos aniquila (Le agarra

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por el cuello, le arroja sobre el banco.); por esadulzura que envenena, por esa suavidad queestrangula, confúndate, Dios, hombre grande orastrero, águila, serpiente o lo que seas.

PANTOJA.- (Recobrando el aliento.) ¡Québrutalidad!... ¡Infame, loco!...

MÁXIMO.- Sí, lo soy. Usted a todos nos en-loquece. (Reponiéndose de su ira.) ¿Quién sinousted ha tenido el poder diabólico de desvir-tuar mi carácter, arrastrándome a estas cólerasterribles? Sin darme cuenta de ello, he atrope-llado a un ser débil y mezquino, incapaz deresponder a la fuerza con la fuerza.

PANTOJA.- (Incorporándose.) Con la fuerzarespondo. (Volviendo a su ser normal, se ex-presa con una calma sentenciosa.) Tú eres lafuerza física, yo soy la fuerza espiritual.(MÁXIMO le mira atónito y confuso.) Puedayo más que tú, infinitamente más. ¿Lo dudas?

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MÁXIMO.- ¿Que puede más?

PANTOJA.- La ira te sofoca, el orgullo teciega. Yo, maltratado y escarnecido, recobrofácilmente la serenidad; tú no: tú tiemblas,Máximo; tú, que eres la fuerza, tiemblas.

MÁXIMO.- Es la ira que aún está vibrando...No la provoque usted.

PANTOJA.- (Cada vez más dueño de sí.) Nila provoco, ni la temo... porque tú me maltratasy yo te perdono.

MÁXIMO.- ¡Que me perdona!... ¡a mí! Seempeña usted en que yo sea homicida, y loconseguirá.

PANTOJA.- (Con serena y fría gravedad,sin jactancia.) Enfurécete, grita, golpea... Aquíme tienes inconmovible... No hay fuerzahumana que me quebrante, no hay poder queme aparte de mis caminos. Injúriame, hiéreme,

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mátame: no me defiendo. El martirio no mearredra. Podrá la barbarie, destruir mi pobrecuerpo, que nada vale; pero lo que hay aquí (Ensu mente.) ¿quién lo destruye? Mi voluntad, deDios abajo, nadie la mueve. Y si acaso mi vo-luntad quedase aniquilada por la muerte, laidea que sustento, siempre quedará viva, triun-fante...

MÁXIMO.- No veo, no puedo ver ideas,grandes en quien no tiene grandeza, en quienno tiene piedad, ni ternura, ni compasión.

PANTOJA.- Mis finos son muy altos. Haciaellos voy... por los caminos posibles.

MÁXIMO.- (Aterrado.) ¡Por los caminos po-sibles! Hacia Dios no se va más que por uno: eldel bien. (Con exaltación.) ¡Oh, Dios! Tú nopuedes permitir que a tu Reino se llegue porcallejuelas, obscuras, ni que a tu gloria se subapisando, los corazones que te aman... ¡No, Dios,no permitirás eso, no, no! Antes que ver tal ab-

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surdo veamos toda la Naturaleza en espantosaruina, desquiciada y rota toda la máquina delUniverso.

PANTOJA.- Sacrílego, ofendes a Dios contus palabras.

MÁXIMO.- Más le ofende usted con sushechos.

PANTOJA.- Basta. No he de disputar conti-go... Nada más tengo que decirte.

MÁXIMO.- ¿Nada más? ¡Si falta, todo! (Lecoge vigorosamente por un brazo.) Ahora vausted conmigo en busca de Electra, y en pre-sencia de ella, o esclarece usted mis dudas y mesaca de esta ansiedad horrible, o perece usted yperezco yo, y perecemos todos... Lo juro por lamemoria de mi madre.

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PANTOJA.- (Después de mirarle fijamen-te.) Vamos. (Al dar los primeros pasos saleEVARISTA de la casa.)

Escena XI

Los mismos, EVARISTA; tras ella la SUPE-RIORA y dos HERMANAS de La Penitencia;

después PATROS.

EVARISTA.- ¿Qué ocurre, Máximo...? Hesentido tu voz, airada.

MÁXIMO.- Este hombre... Venga usted,venga usted, tía. (Aparecen la SUPERIORA ylas HERMANAS. Se alarma MÁXIMO al ver-las.) ¡Oh!... ¡Esas mujeres!... (Llega PATROS deljardín presurosa.)

PATROS.- (Apenada, lloriqueando.) Señora,la señorita ha perdido la razón... Corre, huye,

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vuela, llamando a su madre... a los que quere-mos consolarla, ni nos oye ni nos ve.

EVARISTA.- (Avanzando hacia el jardín.)¡Niña de mi alma!

MÁXIMO.- (Mirando el fondo.) Ya viene.(Suelta a PANTOJA y corre al jardín.)

PATROS.- El señor y el señor Marqués hanlogrado reducirla, y a casa la traen... (ApareceELECTRA, conducida por DON URBANO y elMARQUÉS; junto a ellos MÁXIMO. Al ver alos que están en escena, hace alguna resisten-cia. Suave y cariñosamente la obligan aaproximarse. Trae el pelo y seno adornado conflorecillas.)

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Escena XII

ELECTRA, MÁXIMO, EVARISTA, PANTO-JA, DON URBANO, EL MARQUÉS, PATROS,

LA SUPERIORA y HERMANAS.

EVARISTA.- Hija mía, ¿qué delirio es ése?

MÁXIMO.- (Acudiendo a ella cariñoso.)Alma mía, ven, escúchame. Mi cariño será turazón.

ELECTRA.- (Se aparta de MÁXIMO conmovimiento pudoroso. Su desvarío es sosega-do, sin gritos ni carcajadas. Lo expresa conacentos de dolor resignado y melancólico.) Note acerques. Yo no soy tuya, no, no.

MÁXIMO.- ¿Por qué huyes de mí? ¿A dóndevas sin mí...?

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PANTOJA.- (Que ha pasado a la derechajunto a EVARISTA.) A la verdad, a la eternapaz.

ELECTRA.- Busco a mi madre. ¿Sabéisdónde está mi madre?... La vi en el corro de losniños... fue después hacia la mimosa que hay ala entrada de la grata... Yo tras ella sin alcanzar-la... Me miraba y huía... (Óyese lejano el cantode niños en el corro.)

MARQUÉS.- ¿Ves a Máximo? Será tu espo-so...

MÁXIMO.- (Con vivo afán.) Nadie se opo-ne; no hay razón ni fuerza que lo impidan, Elec-tra, vida mía.

ELECTRA.- (Imponiendo silencio.) Ya nohay esposos ni esposas... ¡oh, qué triste está mialma!... Ya no hay más que padres y hermanos,muchos hermanos... ¡Qué grande es el mundo,y qué solo está, qué vacío! Por sobre él pasan

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unas nubes negras... las ilusiones que fueronmías, y ahora son de nadie... no son ilusionesde nadie... ¡Qué soledad! Todo se apaga, todollora... el mundo se acaba... se acaba. (Con arre-bato de miedo.) Quiero huir, quiero esconder-me. No quiero padres, no quiero hermanos...Quiero ir con mi madre. ¿Dónde está su sepul-cro? Allí, juntas las dos, juntas mi madre y yo,yo le contaré mis penas, y ella me dirá las ver-dades... las verdades.

PANTOJA.- (Aparte a EVARISTA.) Es laocasión. Aprovechémosla.

EVARISTA.- Hija mía, te llevaremos a lapaz, al descanso.

MÁXIMO.- No es ésa la paz. El descanso y larazón están aquí. Electra es mía... (EVARISTAhace por llevársela.) Yo la reclamo.

ELECTRA.- Máximo, adiós. No te pertenez-co: pertenezco a mi dolor... Mi madre me llama

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a su lado. (Ansiosa, expresando una atenciónintensísima.) Oigo su voz...

MÁXIMO.- ¡Su voz!

ELECTRA.- Silencio... Me llama, me llama.(Con alegría, delirando.)

EVARISTA.- ¡Hija, vuelve en ti!

ELECTRA.- ¿Oís?... Voy, madre mía. (Correhacia las Hermanas.) Vamos. (A MÁXIMO quequiere seguirla.) Yo sola... Me llama a mí sola.A ti no... A mí sola, ¿No oís la voz que dice¡Eleeeectra!...? Voy a ti, madre querida. (LasHermanas, EVARISTA y PANTOJA la rodean.)

MÁXIMO.- ¡Iniquidad! Para poder robárme-la le han quitado la razón. (Quiere desprender-se de los brazos del MARQUÉS y DON UR-BANO.)

MARQUÉS.- No la pierdas tú también.(Conteniéndole.)

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DON URBANO.- Calma.

MARQUÉS.- Déjala ahora... Ya la recobra-remos.

MÁXIMO.- ¡Ah! (Como asfixiándose.) De-volvedme a la verdad, devolvedme a la ciencia.Este mundo incierto, mentiroso, no es para mí.

FIN DEL ACTO CUARTO

Acto V

Telón corto. Sala locutorio en San José dela Penitencia. Puertas laterales; al fondo un

ventanal, de donde se ve el patio.

Escena I

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EVARISTA, SOR DOROTEA.

EVARISTA.- (Entrando con la monja.) ¿DonSalvador...?

DOROTEA.- Ha llegado hace un rato: en eldespacho con la Superiora y la Hermana Con-tadora.

EVARISTA.- Allí le encontrará Urbano.Mientras ellos hablan allá, cuénteme usted,Hermana Dorotea, lo que hace, piensa y dice laniña. Ha sido muy feliz la elección de usted, tandulce, y simpática, para acompañarla de conti-nuo y ser su amiga, su confidente en esta sole-dad.

DOROTEA.- Electra me distingue con suafecto, y no contribuyo poco, la verdad, a sose-gar su alma turbada.

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EVARISTA.- (Señalando a la sien.) ¿Y cómoestá de...?

DOROTEA.- Muy bien, señora. Su juicio harecobrado la claridad, y ya estaría reparadatotalmente de aquel trastorno si no conservarala idea fija de querer ver a su madre, de hablar-le, y esperar de ella la solución de su ignoranciay de sus dudas. Todo el tiempo que la dejanlibre sus obligaciones religiosas, y algo más queella se toma, lo pasa embebecida en el patiodonde tenemos nuestro camposanto, y en lahuerta cercana. Allí, como en nuestro dormito-rio, la idea de su madre absorbe su espíritu.

EVARISTA.- Dígame otra cosa: ¿Se acuerdade Máximo? ¿Piensa en él?

DOROTEA.- Sí, señora; pero en el rezo y enla meditación, su pensamiento cultiva la ideade quererle como hermano, y al fin, según hoyme ha dicho, espera conseguirlo.

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EVARISTA.- ¡Su pensamiento! Falta que elcorazón responda a esa idea. Bien podría resul-tar todo conforme a su buen propósito, si ladesgracia, ocurrida anteayer no torciera losacontecimientos...

DOROTEA.- ¡Desgracia!

EVARISTA.- Ha muerto nuestro grandeamigo, Don Leonardo Cuesta, el agente de Bol-sa.

DOROTEA.- No sabía...

EVARISTA.- ¡Qué lástima de hombre! Hacedías se sentía mal... presagiaba su fin. Salió ellunes muy temprano, y en la calle perdió elconocimiento. Lleváronle a su casa, y falleció alas tres de la tarde.

DOROTEA.- ¡Pobre señor!

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EVARISTA.- En su testamento, Leonardoinstituye a Electra heredera de la mitad de sufortuna...

DOROTEA.- ¡Ah!

EVARISTA.- Pero con la expresa condiciónde que la niña ha de abandonar la vida religio-sa. ¿Sabe usted si está enterado de estas cosasDon Salvador?

DOROTEA.- Supongo que sí, porque él todolo sabe, y lo que no sabe lo adivina.

EVARISTA.- Así es.

DOROTEA.- (Viendo llegar a DON URBA-NO.) El señor Don Urbano.

Escena II

Las mismas; DON URBANO.

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EVARISTA.- ¿La has visto?

DON URBANO.- Sí. Allí le dejo trabajandoen el despacho, con un tino, con una fijeza deatención que pasman. ¡Qué cabeza!

EVARISTA.- ¿Tiene noticia de la última vo-luntad del pobre Cuesta?

DON URBANO.- Sí.

EVARISTA.- (A DON URBANO.) ¿Encon-traste a nuestro buen amigo muy contrariado?

DON URBANO.- Si lo está, no se le conoce.Es tal su entereza, que ni en los casos más aflic-tivos deja salir al rostro las emociones de sualma grande

EVARISTA.- (Con entusiasmo, interrum-piéndole.) Sí que domina las humanas flaque-zas, y como un águila sube y sube más arribade donde estallan las tempestades.

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DON URBANO.- Preguntado por mí acercade sus esperanzas de retener a Electra, ha res-pondido sencillamente, con más serenidad quejactancia: «Confío en Dios».

EVARISTA.- ¡Qué grandeza de alma! ¿Y sab-ía que el Marqués y Máximo son los testamen-tarios...?

DON URBANO.- Sabía más. Recibió al me-diodía una carta de ellos anunciándole que estatarde vendrán, acompañados de un notario, arequerir a la niña para que declare si acepta orechaza la herencia.

EVARISTA.- ¿Y ante esa conminación...?

DON URBANO.- Nada: tan tranquilo elhombre, repitiendo la fórmula que le pinta deun solo trazo: «Confío en Dios».

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Escena III

Los mismos; MÁXIMO, EL MARQUÉS, porla izquierda.

MARQUÉS.- Aquí aguardaremos.

MÁXIMO.- (Viendo a EVARISTA.) ¡Ay,quién está aquí! Tía... (La saluda con afecto.)

EVARISTA.- (Respondiendo al saludo delMARQUÉS.) Marqués... ¿Con que al fin hayesperanzas de ganar la batalla?

MARQUÉS.- No lo sé... Luchamos con unafiera de muchísimo sentido.

EVARISTA.- ¿Y tú, Máximo, crees...?

MÁXIMO.- Que el monstruo sabe mucho, yes maestro consumado en estas lides. Pero...confío en Dios.

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EVARISTA.- ¿Tú también?

MÁXIMO.- Naturalmente: en Dios confíaquien adora la verdad. Por la verdad combati-mos. ¿Cómo hemos de suponer que Dios nosabandone? No puede ser, tía.

DON URBANO.- Al pasar por estos patios,¿has visto a Electra?

MÁXIMO.- No.

DOROTEA.- (Asomada al ventanal.) Ahorapasa. Viene del cementerio.

MÁXIMO.- (Corriendo al ventanal conDON URBANO.) ¡Ah, qué triste, qué hermosa!La blancura de su hábito le da el aspecto de unaaparición. (Llamándola.) ¡Electra!

DON URBANO.- Silencio.

MÁXIMO.- No puedo contenerme (Vuelve amirar.) ¿Pero vive...? ¿Es ella en su realidad

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primorosa, o una imagen mística digna de losaltares?... Ahora vuelve... Eleva sus miradas alcielo... Si la viera desvanecerse en los aires co-mo una sombra, no me sorprendería... Baja losojos... detiene el paso... ¿Qué pensará? (Siguecontemplando a ELECTRA.)

MARQUÉS.- (Que ha permanecido en elproscenio con EVARISTA.) Sí, señora: falso detoda falsedad.

EVARISTA.- Mire usted lo que dice...

MARQUÉS.- O el venerable Don Salvador seequivoca, o ha dicho a sabiendas lo contrario dela verdad, movido de razones y fines a que noalcanzan nuestras limitadas inteligencias.

EVARISTA.- Imposible, Marqués. ¡Un hom-bre tan justo, de tan pura conciencia, de ideastan altas, faltar a la verdad...!

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MARQUÉS.- ¿Y quién nos asegura, señoramía, que en el arcano de esas conciencias exal-tadas no hay una ley moral cuyas sutilezasestán muy lejos de nuestro alcance? Absurdoshay en la vida del espíritu como en la naturale-za, donde vemos mil fenómenos cuyas causasno son las que lo parecen.

EVARISTA.- ¡Oh, no puede ser, y no y no!Casos hay en que la mentira allana los caminosdel bien. ¿Pero hemos llegado a un caso deéstos? No, no.

MARQUÉS.- Para que usted acabe de formarjuicio, óigame lo que voy a decirle. Virginia measegura que de Josefina Perret, sin que en ellopueda haber mixtificación ni engaño... nació elhombre que ve usted ahí... Y lo prueba, lo de-muestra como el problema más claro y sencillo.Además, yo he podido comprobar que LázaroYuste faltó de Madrid desde el 63 al 66.

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EVARISTA.- Con todo, Marqués, no cabe enmi cabeza...

MARQUÉS.- (Viendo aparecer a PANTOJApor la derecha.) Aquí está.

MÁXIMO.- (Volviendo al proscenio.) Yaestá aquí la fiera.

DOROTEA.- Con permiso de los señores, meretiro. (Se va por la izquierda. PANTOJA per-manece un instante en la puerta.)

Escena IV

EVARISTA, MÁXIMO, DON URBANO, ELMARQUÉS PANTOJA.

PANTOJA.- (Avanzando despacio.) Señores,perdónenme si les he hecho esperar.

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MÁXIMO.- Enterado el señor de Pantoja delobjeto que nos trae a La Penitencia, no necesita-remos repetirlo.

MARQUÉS.- (Benigno.) No lo repetimos porno mortificar a usted, que ya dará por perdidala batalla.

PANTOJA.- (Sereno, sin jactancia.) Yo nopierdo nunca.

MÁXIMO.- Es mucho decir.

PANTOJA.- Y aseguro que Electra, que sabeya despreciar los bienes terrenos, no aceptará laherencia.

MÁXIMO.- (Conteniendo la ira.) ¡Oh!...

EVARISTA.- Ya lo ves: este hombre no serinde.

PANTOJA.- No me rindo... nunca, nunca.

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MÁXIMO.- Ya lo veo. (Sin poder contener-se.) Hay que matarle.

PANTOJA.- Venga esa muerte.

MARQUÉS.- No llegaremos a tanto.

PANTOJA.- Lleguen ustedes a donde quie-ran, siempre me encontrarán en mi puesto, in-conmovible.

MARQUÉS.- Confiamos en la Ley.

PANTOJA.- Confío en Dios.

MÁXIMO.- La Ley es Dios... o debe serlo.

PANTOJA.- ¡Ah! señores de la Ley, yo lesdigo que Electra, adaptándose fácilmente a estavida de pureza, encariñada ya con la oración,con la dulce paz religiosa, no desea, no, aban-donar esta casa.

MÁXIMO.- (Impaciente.) ¿Podremos verla?

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PANTOJA.- Ahora precisamente no.

MÁXIMO.- (Queriendo protestar airada-mente.) ¡Oh!

PANTOJA.- Tenga usted calma.

MÁXIMO.- No puedo tenerla.

EVARISTA.- Es la hora del coro. Quiere de-cir Don Salvador que después del rezo...

PANTOJA.- Justo... Y para que se persuadande que nada temo, pueden traer, a más del no-tario, al señor delegado del Gobierno. Mandaréabrir las puertas del edificio... permitiré a uste-des que hablen cuanto gusten con Electra, y siella quiere salir, salga en buen hora...

MARQUÉS.- ¿Lo hará usted cono lo dice?

PANTOJA.- ¿Cómo no, si confío en Dios?(Se miran en silencio PANTOJA y MÁXIMO.)

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MÁXIMO.- Yo también.

PANTOJA.- Pues si confía, aquí lo espero.

MARQUÉS.- Volveremos esta tarda. (Coge aMÁXIMO por el brazo.)

PANTOJA.- Y nosotros a la iglesia. (SalenDON URBANO, EVARISTA y PANTOJA.)

Escena V

EL MARQUÉS; MÁXIMO, que recorre la es-cena muy agitado con inquietud impaciente y

recelosa.

MARQUÉS.- ¿Qué dices a esto?

MÁXIMO.- Que ese hombre, de superior ta-lento para fascinar a los débiles y burlar a losfuertes, nos volverá locos. Yo no soy para esto.

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En luchas de tal índole, voluntades contra vo-luntades, yo me siento arrastrado a la violencia.

MARQUÉS.- ¿Qué harías, pues?

MÁXIMO.- Llevármela de grado o por fuer-za. Si no tengo poder bastante, buscarlo, adqui-rirlo, comprarlo; traer amigos, cómplices, unescuadrón, un ejército... (Con creciente calor ybrío.) Renacen en mí los tiempos románticos ylas ferocidades del feudalismo.

MARQUÉS.- ¿Y eso piensa y dice un hombrede ciencia?

MÁXIMO.- Los extremos se tocan. (Exaltán-dose más.) A ese hombre, a ese monstruo... hayque matarlo.

MARQUÉS.- No tanto, hijo. Imitémosle,seamos como él astutos, insidiosos, perseveran-tes.

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MÁXIMO.- (Con brío y elocuencia.) Seamoscomo yo, sinceros, claros, valientes. Vayamos acara descubierta contra el enemigo. Destruyá-mosle si podemos, o dejémonos destruir porél... pero, de una vez, en una sola acción, en unasola embestida, en un solo golpe... O él o noso-tros.

MARQUÉS.- No, amigo mío. Tenemos que ircon pulso. Es forzoso que respetemos el ordensocial en que vivimos.

MÁXIMO.- Y este orden social en que vivi-mos los envolverá en una red de mentiras y deargucias, y en esa red pereceremos ahogados,sin defensa alguna... manos y cuello cogidos enlas mallas de mil y mil leyes caprichosas, de mily mil voluntades falaces, aleves, corrompidas.

MARQUÉS.- Cálmate. Preparemos el ánimopara lo que esta tarde nos espera. Preveamoslos obstáculos para pensar con tiempo en lamanera de vencerlos... ¿Qué sucederá cuando le

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digamos a Electra que tú y ella no nacisteis dela misma madre?

MÁXIMO.- ¿Qué ha de suceder? Que no noscreerá... que en su mente se ha petrificado elerror y será imposible destruirlo. ¿Sabe usted loque puede la sugestión continua, lo que puedeel ambiente de esta casa sobre las ideas de losque en ella habitan?

MARQUÉS.- Emplearemos, pues, medioseficaces...

MÁXIMO.- (Con mayor violencia.) Eficací-simos, sí: pegar fuego a esta casa, pegar fuego aMadrid...

MARQUÉS.- No disparates... En el caso deque la niña no quiera salir, nos la llevaremos ala fuerza.

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MÁXIMO.- (Muy vivamente hasta el fin.) Ola fuerza vencedora, o la desesperación venci-da... Moriré yo, morirá ella, moriremos todos.

MARQUÉS.- Morir no: vivamos muy des-piertos. Preparémonos para lo peor. Ya tengolas llaves para entrar por la calle nueva. LaHermana Dorotea nos pertenece... Chitón.

MÁXIMO.- ¡A la violencia!

MARQUÉS.- ¡Astucia, caciquismo!

MÁXIMO.- ¡Por el camino derecho!

MARQUÉS.- ¡Por el camino sesgado! (Co-giéndole del brazo.) Y vámonos, que nuestrapresencia aquí puede infundir sospechas.(Llevándosele.)

MÁXIMO.- Vámonos, sí.

MARQUÉS.- Confía en mí.

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MÁXIMO.- Confío en Dios.

MUTACIÓN

Patio en San José de la Penitencia. A la de-recha un costado de la iglesia, con ventanales,por donde se trasluce la claridad interior. A laizquierda, portalón por donde se pasa a otropatio, que se supone comunica con la calle. Alfondo, entre la iglesia y las construcciones dela izquierda, un gran arco rebajado, tras elcual se ve en último término el cementerio dela Congregación. Noche obscura.

Escena VI

ELECTRA, SOR DOROTEA.

DOROTEA.- Tan cierto como ésta es noche,dos caballeros han venido a la casa con propó-sitos de llevarte al mundo. ¿No lo crees?

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ELECTRA.- ¿Dos caballeros? Antes que medigas sus nombres, mi corazón los adivina:Máximo y el Marqués de Ronda... Si es verdadque quieren llevarme consigo, me ponen engrande turbación. Desde que vine a esta santacasa, emprendí, como sabes, la gran batalla demi espíritu. Trato, con la ayuda de Dios, detransformar en amor fraternal el amor de unorden muy distinto que arrebató mi alma. En-cendido en mí con tal violencia aquel fuego delsol, no es tarea fácil convertirlo en fría claridadde luna... Pero al fin el continuo meditar, eldesmayo del corazón, y las ideas dulces queDios me envía, me van dando fuerzas paravencer en la batalla.

DOROTEA.- Hermana mía, si en ti sientes lafortaleza del amor nuevo, ¿por qué temes ver aMáximo?

ELECTRA.- Porque viéndole, pienso que to-do el terreno ganado lo perderé en un solo ins-tante.

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DOROTEA.- (Incrédula.) ¿Y estás segura dehaber ganado algún terreno?

ELECTRA.- ¡Oh! sí, alguno... no mucho to-davía.

DOROTEA.- Entiendo, querida hermana queel ver a la persona te servirá para probar si, enefecto, puedes...

ELECTRA.- (Vivamente.) ¡Oh! no me lo di-gas... Tal como hoy me encuentro, en los prin-cipios de la lucha, junto a él no tendría mi con-ciencia ni un instante de tranquilidad... ¡Jesúsmío! forcejeo con dos imposibles: no podré que-rerle como hermano, no podré quererle comoesposo. ¡Qué suplicio...! Al mundo no, no... Pre-fiero estar aquí, en esta soledad de muerte, eneste laboratorio de mi alma, y junto a este crisoldivino en el cual estoy fundiendo un vivir nue-vo.

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DOROTEA.- No esperes, Electra, que tuspropias ideas te den la paz. Confía en Dios y enlas personas que Dios te envía. (Resolviéndosea mayor claridad.) Hermana mía, no tiemblesante el que crees tu hermano. Alguien quizásnegará que lo sea.

ELECTRA.- (Muy excitada.) Calla, calla... Enasunto tan delicado, toda palabra que no traigala certidumbre, es palabra ociosa y cruel, queno calma, sino que enloquece... Dios mío, damela muerte o la verdad.

DOROTEA.- Sosiégate...

ELECTRA.- (Exaltándose más.) Todas lasconfusiones que al venir aquí me atormentaron,ahora renacen... Ángeles y demonios se atrope-llan en mi pensamiento... Déjame... Quiero huirde mí misma. (Recorre la escena con grandeagitación. Sor DOROTEA va tras ella y trata decalmarla.)

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DOROTEA.- Cálmate, por Dios... Hermanaquerida, tus tormentos tocan a su fin. (Mira conansiedad hacia el portalón de la izquierda.)

ELECTRA.- (Creyendo oír una voz lejana.)Oye... Mi madre me llama.

DOROTEA.- No delires... Otras voces, vocesde personas vivas, te llamarán...

ELECTRA.- Es mi madre... ¡Silencio...!(Oyendo. Entra PANTOJA por la derecha.)

Escena VII

ELECTRA, PANTOJA, DOROTEA.

PANTOJA.- Hija mía, ¿cómo saliste de laiglesia sin que yo te viese?

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DOROTEA.- Salimos a respirar el aire puro.Electra se asfixiaba. (Aparte.) La hora se acer-ca... Dios nos ayudará.

PANTOJA.- Hija mía, ¿te sientes mal?

ELECTRA.- (Con voz apagada y medrosa.)Mi madre me llama.

PANTOJA.- (Cariñosamente, cogiéndola dela mano.) La voz dulce de tu madre, hablándo-te en espíritu, te confortará, te ligará con lazosde piedad y amor a esta santa casa. (Óyese porla iglesia coro de novicias.) Escucha, hija mía,esas voces de los ángeles, que te llaman desdeel Cielo.

ELECTRA.- (Delirando.) Es el canto de losniños jugando al corro. Entre esas voces tiernassuena la de mi madre llamándome a su sepul-cro.

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PANTOJA.- Estás alucinada. Es el caso deángeles divinos.

ELECTRA.- No hay ángeles, no, no... Oigomi nombre, oigo el bullicio de los niños, queremueve toda mi alma. Son los hijos del hom-bre, que alegran la vida. (Continúa oyéndosemás apagado el coro de novicias.)

PANTOJA.- (Inquieto.) Hermana Dorotea,diga usted a la Hermana Guardiana que vigilela puerta de la calle Nueva y la de la Ronda. (Aizquierda y derecha.)

DOROTEA.- Voy, señor.

PANTOJA.- No, no: yo iré... No me fío denadie... Quiero vigilar todos los patios, todoslos pasadizos y rincones del edificio. (Alarma-do, creyendo sentir ruido.) Silencio... ¿No oyeusted?

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DOROTEA.- ¿Qué?... Nada, señor... Esaprensión.

PANTOJA.- Creí sentir rumor de voces...golpes en alguna puerta lejana. (Escucha.)

DOROTEA.- ¿Hacia qué parte? (Mirando alforo derecha, detrás de la iglesia.)

PANTOJA.- Hacia la Enfermería. ¡Oh, notengo tranquilidad! Quiero ver por mí mismo...Electra, vuelve a la iglesia... Hermana llévela,usted... Espérenme allí... (Dándoles prisa.)Pronto... (Las conduce a la puerta de la igle-sia... Se va presuroso, muy inquieto, por elforo derecha. DOROTEA le ve alejarse, cogede la mano a ELECTRA, y vivamente vuelvecon ella al centro de la escena. ELECTRA, co-mo sin voluntad, se deja llevar.)

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Escena VIII

ELECTRA, SOR DOROTEA.

DOROTEA.- Ven... A la iglesia no.

ELECTRA.- Aquí... Quiero respirar... Quierovivir.

DOROTEA.- (Aparte, inquieta.) Ya es lahora fijada por el Marqués... Aprovechemos losminutos, los segundos, o todo se perderá. (Mi-rando a la izquierda.) Voy a franquearles elpaso a este patio... (Alto.) Hermana, espérameaquí.

ELECTRA.- (Asustada.) ¿A dónde vas? (Lacoge del brazo.)

DOROTEA.- (Con decisión, defendiéndo-se.) A mirar por ti, a devolverte la salud, la vi-da... Disponte a salir de esta sepultura, y lléva-me contigo.

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ELECTRA.- (Trémula.) Hermana... no te ale-jes de mí.

DOROTEA.- Este instante decide de tu suer-te. Volverás al mundo... verás a Máximo.

ELECTRA.- ¿Cuándo?

DOROTEA.- Ahora... la verás, entrar porallí... (Señala a la izquierda.) ¡Silencio... valor...!No me detengas... No te muevas de aquí. (Vasecorriendo por la izquierda.)

ELECTRA.- ¡Jesús mío, Virgen santa!... ¿Serácierto que...? Por aquí... por aquí vendrá... (Creever a MÁXIMO en la obscuridad.) ¡Ah!... él es...¡Máximo! (Hablando como en sueños, se apar-ta como lo haría de un ser real.) Apártate demí... déjame... No puedo quererte como herma-no, no puedo... En el fuego está el crisol, dondequiero fundir un corazón nuevo... ¿No ves queno puedo mirarte...? ¿A qué me miras tú...? Nome llevarás al mundo... Aquí busco la verdad.

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Mi madre me llama. (Con acento desesperado.)¡Madre, madre! (Vuélvese de cara al fondo. Alsonar las últimas palabras de ELECTRA, apa-rece la sombra de ELEUTERIA, hermosa figu-ra vestida de monja. ELECTRA, de espaldas alpúblico, y con los brazos en cruz, la contem-pla.) ¡Oh! (Larga pausa.)

Escena IX

ELECTRA, LA SOMBRA DE ELEUTERIA,que vagamente se destaca en la obscuridad

del fondo. ELECTRA avanza hacia ella. Que-dan las figuras una frente a otra, a la menor

distancia posible.

LA SOMBRA.- Tu madre soy, y a calmarvengo las ansias de tu corazón amante. Mi vozdevolverá la paz a tu conciencia. Ningún víncu-lo de naturaleza te une al hombre que te eligiópor esposa. Lo que oíste fue una ficción dictada

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por el cariño para traerte a nuestra compañía yal sosiego de esta santa casa.

ELECTRA.- ¡Oh, madre, qué consuelo medas!

LA SOMBRA.- Te doy la verdad, y con ellafortaleza y esperanza. Acepta, hija mía, comoprueba del temple de tu alma, esta reclusióntransitoria, y no maldigas a quien te ha traído aella... Si el amor conyugal y los goces de la fa-milia solicitan tu alma, déjate llevar de esa dul-ce atracción, y no pretendas aquí una santidad,que no alcanzarías. Dios está en todas partes...Yo no supe encontrarle fuera de aquí... Búscaleen el mundo por senderos mejores que losmíos, y... (LA SOMBRA calla y desaparece enel momento en que suena la voz de MÁXI-MO.)

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Escena X

ELECTRA, MÁXIMO, EL MARQUÉS, SORDOROTEA.

MÁXIMO.- (En la puerta de la izquierda.)¡Electra!

ELECTRA.- (Corriendo hacia MÁXIMO.)¡Ah!

PANTOJA.- (Por la derecha.) Hija mía,¿dónde estás?

MARQUÉS.- Aquí, con nosotros.

MÁXIMO.- Es nuestra.

PANTOJA.- ¿Huyes de mí?

MÁXIMO.- No huye, no... Resucita.

FIN DEL DRAMA