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95 , Goiânia, v. 13, n. 1, p. 95-109, jan./jun. 2015. 95 José A. Alonso Herrero** Resumo: uma característica comum dos partidos políticos católicos da América Latina é sua referencia estrutural e explicita a Santa Sé no momento de elaborar seus projetos de nação. Estes projetos variam em cada nação, mas seria impossível medir e interpretar seus alcances e fisionomía sem ter em conta o funcionamen- to do Vaticano. A tarefa impostergável, assim, consiste em averiguar que tipo de estado “sui generis” seria o estado papal. Nosso objetivo neste trabalho é assentar algunas bases históricas e teóricas que nos permitam averiguar até que ponto a Santá Sé é um estado democrático ou autoritário, bem como as repercussões desta estrutura político-religiosa na América Latina. Palavras-chave: Estado. Cidadania. Nação. Democracia. E n todos los países latinoamericanos la presencia del catolicismo es contundente e innegable. Sería superfluo abundar en este dato histórico que se impone a simple vista con sólo recorrer las plazas y avenidas de ciudades tan distantes como Mé- xico, Lima, Sao Paulo, Buenos Aires, Bogotá y Quito para mencionar algunas de las más destacadas. Asimismo es obvio asegurar que en cada país latinoame- ricano los habitantes católicos han generado y promovido distintos proyectos de nación de acuerdo con los antecedentes históricos específicos de cada país. La evolución histórica de México por ejemplo, adonde llegaron conquistadores de la talla de Hernán Cortés junto con los primeros frailes franciscanos, es muy distinta del proceso de conquista y evangelización que tuvo lugar en la Argentina o en Chile. Admitidas las discrepancias obvias en países de tan variada geografía EL PROYECTO DE NACIÓN DE LA SANTA SEDE* ––––––––––––––––– * Recebido em: 08.12.2014. Aprovado em: 06.01.2015.. ** Professor de la Universidad Autonoma de Puebla, México.

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Page 1: EL PROYECTO DE NACIÓN DE LA SANTA SEDE*

95 , Goiânia, v. 13, n. 1, p. 95-109, jan./jun. 2015.95

José A. Alonso Herrero**

Resumo: uma característica comum dos partidos políticos católicos da América Latina é sua referencia estrutural e explicita a Santa Sé no momento de elaborar seus projetos de nação. Estes projetos variam em cada nação, mas seria impossível medir e interpretar seus alcances e fisionomía sem ter em conta o funcionamen-to do Vaticano. A tarefa impostergável, assim, consiste em averiguar que tipo de estado “sui generis” seria o estado papal. Nosso objetivo neste trabalho é assentar algunas bases históricas e teóricas que nos permitam averiguar até que ponto a Santá Sé é um estado democrático ou autoritário, bem como as repercussões desta estrutura político-religiosa na América Latina.

Palavras-chave: Estado. Cidadania. Nação. Democracia.

E n todos los países latinoamericanos la presencia del catolicismo es contundente e innegable. Sería superfluo abundar en este dato histórico que se impone a simple vista con sólo recorrer las plazas y avenidas de ciudades tan distantes como Mé-xico, Lima, Sao Paulo, Buenos Aires, Bogotá y Quito para mencionar algunas de las más destacadas. Asimismo es obvio asegurar que en cada país latinoame-ricano los habitantes católicos han generado y promovido distintos proyectos de nación de acuerdo con los antecedentes históricos específicos de cada país. La evolución histórica de México por ejemplo, adonde llegaron conquistadores de la talla de Hernán Cortés junto con los primeros frailes franciscanos, es muy distinta del proceso de conquista y evangelización que tuvo lugar en la Argentina o en Chile. Admitidas las discrepancias obvias en países de tan variada geografía

EL PROYECTO DE NACIÓN

DE LA SANTA SEDE*

–––––––––––––––––

* Recebido em: 08.12.2014. Aprovado em: 06.01.2015..

** Professor de la Universidad Autonoma de Puebla, México.

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y tan distintos antecedentes históricos, sí resulta pertinente rastrear los proyectos de nación que impulsaron los católicos en cada nación.

Nuestro objetivo, sin embargo, no consiste en investigar los proyectos de nación ge-nerados en cada país de América Latina. Admitidas las diferencias que ta-les proyectos puedan presentar, el rasgo común de esos proyectos –según la concepción formulada por los organizadores de la mesa – es que se trata de proyectos elaborados “por actores colectivos e individuales que integran la Iglesia Católica”. Abundan los escritos, más o menos recientes, que analizan el comportamiento político de los católicos latinoamericanos. Scott Mainwa-ring y Timothy R. Scully (2010), por ejemplo, han investigado el proyecto de nación de la democracia cristiana en América Latina. Al rastrear el índice ana-lítico del libro se encuentran abundantes referencias a la democracia cristiana en cada país del subcontinente, a la Iglesia Católica, a los partidos católicos, a la doctrina social de la Iglesia, a la Iglesia Popular de América Latina junto con la Teología de la Liberación, al catolicismo radical y al Concilio Vaticano II. Sin embargo, no aparece ninguna referencia a la Santa Sede y cuando se menciona el Vaticano no surge ninguna explicitación ulterior, sólo la lista de los temas ya mencionados. En el caso concreto de México abunda la literatura que ha investigado las tormentosas relaciones existentes entre el Estado Me-xicano, el episcopado de México y la Santa Sede. Destaquemos, por ejemplo, el artículo titulado “La Iglesia y el Estado de México” del historiador estadou-nidense Walter Lippmann (2004). El autor describe el papel desempeñado por varios ciudadanos de Estados Unidos como intermediarios en el conflicto re-ligioso que desencadenó la Guerra Cristera (1926-1929). Es obvio que en este “diálogo” trilateral cada Estado defendía sus intereses. El gobierno de México se mantuvo fiel a la Constitución de 1917. El gobierno de Estados Unidos “se quejaba de ciertos artículos porque afectaban los reclamos de las compañías petroleras”. Mientras que el arzobispo de México defendió su oposición a la constitución anticlerical de 1917 porque “la doctrina de la Iglesia es inaltera-ble, pues es una verdad revelada por Dios”. Lippmann, sin embargo, no sólo subraya el aspecto religioso de la posición eclesiástica. El quid del conflicto, señala, residía en que las leyes liberales mexicanas “habían alterado profunda-mente la política social de la jerarquía (católica)”. Política vaticana emanada, claro está, de la Curia Romana. Se impone, por tanto, averiguar qué tipo de Estado es la Santa Sede.

De ahí que nuestro interés radique en esbozar un primer acercamiento a la Santa Sede para averiguar si tal Estado también posee un proyecto de nación. Esta tarea no puede apoyarse en una vasta bibliografía por el carácter “sui generis” del Estado Vaticano. Cualquier buscador electrónico da amplia información sobre la organización de la Curia Romana. Allí se nos anuncia que en el Romano

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Pontífice descansa “el ejercicio supremo, pleno e inmediato sobre toda la Igle-sia”. Para ello cuenta con varios dicasterios que realizan su labor en nombre y bajo la autoridad del Papa para el bien de todas las iglesias católicas. El Papa, a su vez, se apoya en la Secretaría de Estado, así como en los diferentes tribunales, en el Sínodo de Obispos y en las Comisiones Pontificias. Una de estas Comisiones, por cierto, se dedica exclusivamente a América Latina hacia donde envía mensajes desde 1961. En el año 2002, por ejemplo, el tema de los mensajes giraba en torno a la familia y la vida en Latinoamérica.

PREGUNTAS E HIPÓTESIS DE TRABAJO

En contraposición al resto de las ponencias que versarán sobre los proyectos de nación en los diferentes países de América Latina, nuestro interés específico se centra en la Santa Sede o Estado Vaticano. ¿Cuál es el proyecto de nación de la Santa Sede?, ¿dónde se encuentra formulado?, ¿en qué época surgió y qué transformaciones ha experimentado a lo largo de los siglos?, ¿cómo afecta tal proyecto y cómo se refleja en los proyectos de los países católicos de América Latina?

La hipótesis básica es que el carácter “sui generis” del Estado Vaticano exige una com-prensión ‘sui generis’ de su proyecto de nación. Por tanto, es preciso determi-nar con rigor qué es esa especificidad propia de la Santa Sede. El prerrequisito obvio para responder a tales preguntas consiste, en primer lugar, en precisar qué entendemos por proyecto de nación.

RASGOS BÁSICOS DE UN “PROYECTO DE NACIÓN”

Una primera definición es la ofrecida por Wikipedia: “un ejercicio ciudadano en el cual los ciudadanos tienen la oportunidad de plantear sus expectativas y sueños…sabiéndose parte protagonista en los cambios”. Pero de inmediato hay que acatar con Bobbio (2008, p.1024) que esta referencia subjetiva del sentimiento nacional es ilusoria. Su referencia objetiva es un estado. De ahí que la nación en cuanto ideología de un tipo de Estado tenga como función el mantener un comportamiento de fidelidad de los ciudadanos hacia el Estado. Bobbio su-braya que esta idea de nación implica la existencia de un estado burocrático centralizado. La nación así definida es impensable en la Edad Media (2008, p. 1025), sólo surge con la Revolución Industrial. Bobbio no analiza los dos tipos de Estado que han surgido con el proceso de industrialización al crearse países centrales y países periféricos (WALLERSTEIN, 2011). Esta división es clave para entender que no basta con afirmar, como lo hace Bobbio, que la re-volución industrial generó un modo de producción capitalista, cuyos mercados adquirieron dimensiones nacionales (y mundiales, añadimos) y, en consecuen-

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cia vinculó al Estado con una serie de comportamientos económicos, políticos, administrativos y jurídicos nuevos.

A diferencia de Bobbio, por tanto, pensamos que a partir del siglo XVI no es posible hablar sólo de un Estado Capitalista. Es imprescindible hablar de los Estados en los países centrales y en los países periféricos. Reflexión aplicable también al debate mencionado por Nohlen (2011, p. 143) sobre los tipos de sistemas políticos: presidencialismo y parlamentarismo. En este sentido compartimos la crítica de Nohlen a Linz quien realiza un análisis monocausal y afirma que en América Latina la democracia se cayó por no haber parlamentarismo. De ahí que Nohlen (2011, p. 145) recurra al neo-institucionalismo para realizar un análisis pluri-causal de los diferentes tipos de presidencialismo al comparar, por ejemplo, los casos de Chile y Argentina.

El análisis de la construcción del proyecto de nación también se ha realizado en Mé-xico. Así Sergio A. Guajardo (s/d) afirma que el proyecto de nación de Mé-xico surge de una base colonial, pero el sistema de castas estratificadas sólo se resquebraja al final de la época colonial. Entonces los criollos de origen español, resentidos por haber sido tratados como ciudadanos de segunda, se apoyan en las ideas de la Revolución Francesa y de la Independencia de los Estados Unidos para desencadenar las guerras de independencia en México. Será en 1857 y en 1917 cuando se sentarán las bases para construir un Mé-xico moderno. Al finalizar el siglo XX surgen en el horizonte mexicano dos nuevos temas: la búsqueda de la democracia y la asimilación de la globali-zación neoliberal. Aunque, subraya este autor, la cuestión indígena sigue sin resolverse.

HACIA UN ESBOZO DEL PROYECTO DE NACIÓN EN LA SANTA SEDE

Este es el tema fundamental que hemos planteado desde un principio. Lo cual implica determinar, en primer lugar, si la Santa Sede es un Estado o una simple or-ganización burocratizada. Pero no es fácil delimitar este objeto político con precisión, como veremos. El escritor católico estadounidense James Carroll (2009), mientras explica por qué dejó el sacerdocio para convertirse en un es-critor, discute en profundidad el axioma medieval: “Fuera de la Iglesia no hay salvación”. Carroll alude al ‘americanismo’ condenado por el Papa León XIII, quien definió a la Iglesia Católica Romana como “una institución perfecta”, afirmación que tiene raíces tridentinas. En el siglo XIX el Papa Pío IX se en-cargó de añadir una nueva característica a esta institución. El Papa, hablando excátedra, es infalible. Ya en 1832 el Papa Gregorio XVI había afirmado que era falso y absurdo garantizar la libertad de conciencia (CARROL, p. 48). Este es uno de los errores más contagiosos, proclamó. Con el paso de los años

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la Iglesia Romana repudió también la separación de la Iglesia y el Estado, la libertad de prensa y toda política basada en derechos.

Desde nuestra perspectiva, lo importante es señalar que esta visión antimodernista mantenida por los Papas hasta bien entrado el siglo XX hizo que en Europa se identificara a la Iglesia Católica Romana como un “Estado” instalado en el Antiguo Régimen. En consecuencia, surgieron los ataques contra la Iglesia Romana desde los más diversos ángulos. Carroll sintetiza la respuesta de los católicos romanos subrayando su consistente lealtad al Romano Pontífice con más vigor que en Trento. Al finalizar el siglo XX, sin embargo, un Papa pola-co y un inquisidor alemán rescataron la visión más antimodernista del Papa-do (RATZINGER, 2005). Los católicos arroparon al Papa como nunca antes. Ambos se opusieron con vigor a Hans Küng, Leonardo Boff y el resto de los teólogos latinoamericanos de la liberación (CARROLL, 2009, p. 264).

Carroll resume esta cruel persecución con una expresión sintética que abre el camino hacia nuestro interés por el Estado Vaticano. Porque el escritor estadounidense achaca este modo de proceder a “cierta burocrática lejanía”. No es necesario recordar todas las oposiciones y ataques enarbolados al alimón por Juan Pablo II y el entonces inquisidor Ratzinger. Pero lo que pretendemos ahora es com-prender cuál es el asiento de esa burocracia. Porque no son sólo ambos Papas –Juan Pablo II y Benedicto XVI- los responsables de estos comportamientos antimodernistas. Ambos se asientan sobre una estructura de gobierno que es preciso desenmascarar.

EL DESARROLLO DE LA CURIA Y DE LA BUROCRACIA VATICANA

El historiador católico Michael F.Feldkamp (2004) describe con toda precisión cómo ha evolucionado la diplomacia vaticana desde la antigüedad hasta nuestros días. Destacaremos sólo los momentos indispensables para comprender el pa-pel actual de la Curia Vaticana y su incidencia en la elaboración de un proyecto de nación. El rasgo central es que la autoridad eclesial se fue concentrando progresivamente en las manos de los pontífices romanos al ser designados como cabezas de la Iglesia Universal. Este proceso multisecular gracias al cual el Pontífice Romano incrementa sin cesar un poder absoluto y permanente ha sido sintetizado por Bruno Neveu en el prefacio del libro de Feldkamp. Des-tacan, en primer lugar, los “legados” que ya defendían la primacía papal en los primeros concilios de la Iglesia Romana. Posteriormente surgen los ´vica-rios apostólicos´ (FELDKAMP, 2004, p. 29) que intervienen para asegurar los derechos de la Curia Romana frente a Constantinopla. Más tarde el papel de Carlomagno es decisivo porque entonces se llegó a la fundación de los Esta-dos Pontificios en 756. En la época de las investiduras – siglos XII y XIII- los

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“legados papales” ya podían deponer a los obispos “si se apartaban del Papa legítimo” (FELDKAMP, 2004, p. 36). Aunque en el siglo XII los Papas de Roma redujeron el poder de los arzobispos e incrementaron la centralización de la Curia Vaticana.

Hacia 1500, en los tiempos de la Contrarreforma, surgen los “nuncios permanentes” y se crea con León X (1513-1521) la red de nunciaturas que se convertirán en el centro de la diplomacia vaticana por el papel que desempeñaron en la lucha por mantener la unidad de la fe en contraposición con el naciente luteranismo. El nuevo concepto, por tanto, son las “nunciaturas de la Contrarreforma”. Has-ta el punto, insiste Feldkamp, que en el área alemana no es posible separar el cometido eclesiástico del político en los nuncios.

Otro proceso paralelo a la proliferación de las nunciaturas es el desarrollo de la CURIA PAPAL. Con la novedad, subraya Feldkamp (2004, p. 56), de que según el Derecho Canónico “los nuncios actuaban como representantes del Papa, pero sometidos primero al nepote del Papa y después al secretario de Estado”1. Más conocidos son los avatares de la Santa Sede posteriores a las guerras de inde-pendencia en América Latina. Aunque en el siglo precedente (1625) surge una institución conocida como “PROPAGANDA FIDE” cuyo objetivo primordial es todo el mundo. Es decir, desde el siglo XVII la Iglesia Romana universal extendida por todo el orbe se convierte en tarea intraeclesiástica, incluidos ob-viamente los territorios de ultramar dominados en aquella época por las poten-cias coloniales europeas. La Paz de Westfalia (1648), a pesar de las protestas papales, debilita la actividad de los nuncios como mediadores internacionales y propicia un clima de tensión intraeclesiástica, cuando proliferan las pugnas entre las organizaciones religiosas, particularmente en contra de los jesuitas. En resumen, sintetiza Feldkamp (2004, p. 71), tras Westfalia los intereses del papado ya no serán de naturaleza estrictamente espiritual. Además el impacto de la Revolución Francesa intensifica la reducción de la autoridad papal y de sus emisarios en los países europeos colonizadores. En la periferia latinoa-mericana la Iglesia Romana reconoció gradualmente a los nuevos países con el objeto de obtener nuevos derechos y libertades. La situación de la Curia Vaticana cambia radicalmente en 1870, año en el que se proclama el dogma de la infalibilidad pontificia, pero también año en el que desaparecen los Estados Pontificios. La situación se mantuvo hasta 1929, cuando el dictador Mussolini concede la Ciudad del Vaticano al Papa Pío XI2.

Unos años antes, pero ya en el siglo XX, pasó al primer plano con el Papa Pío X la tarea de regir a la Iglesia universal, aunque ya desde 1622 la PROPAGANDA FIDE había llevado a cabo este cometido. Pero antes de iniciar la discusión teórica sobre la verdadera naturaleza política de la Santa Sede es necesario aludir a los cambios introducidos en el CODEX IURIS CANONICI en 1917

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y 1983 que afectan directamente a los nuncios vaticanos. Feldkamp (ibídem: 79) menciona tres tipos de legados pontificios. El tercer tipo se refiere a los “nuncios apostólicos” que tenían un doble carácter: mantener las relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y los gobiernos respectivos y, en segundo lu-gar, supervisar la vida eclesiástica de su territorio de jurisdicción, enviando al Papa los correspondientes informes. Además, en este mismo rubro los llama-dos “internuncios” disfrutan en el plano internacional el rango de un ministro plenipotenciario.

Para penetrar aún más en el proceso de globalización desnacionalizante, emprendido por la Santa Sede desde 1622, es útil recordar (ibidem: 80) que desde 1917 los “legados pontificios” – aunque no sean obispos – preceden en rango a todos los obispos locales que no sean cardenales. Finalmente, la diferencia entre los códigos de 1917 y 1983 consiste “en que las tareas intraeclesiásticas de los legados pontificios se consideran ahora claramente prioritarias respecto de su función de representantes diplomáticos de la Santa Sede ante los gobiernos” (énfasis añadido).

RASGOS ESENCIALES DEL ESTADO VATICANO

El desarrollo histórico esbozado por Feldkamp muestra la evolución de una institución, asentada en Roma, que paso a paso adquiere un aspecto cada vez más centraliza-do y más burocratizado. Sin embargo, no es fácil dictaminar hasta qué punto la Santa Sede es un auténtico Estado. Sólo así podremos averiguar si el Estado Va-ticano tiene un proyecto de nación y cuáles son sus características estructurales.

El destacado jurista inglés Geoffrey Robertson (2012) nos ofrece un análisis riguroso de este tema. Todo surge en el contexto de la crisis que sufre la Iglesia Cató-lica Romana ocasionada por las revelaciones de abuso sexual perpetrado por sacerdotes católicos en todo el mundo (ATHIÉ, 2012). La postura del abogado inglés al respecto es contundente: “la pretensión de impunidad alegada por el Papa por el hecho de ser jefe de Estado – es decir, de la Santa Sede, - exhibida por la administración de Bush en los tribunales estadounidenses, debía ser objeto de un serio cuestionamiento por basarse en un escuálido acuerdo con Mussolini en 1929” (ROBERTSON, 2012, VII).

De ahí que el Estado Vaticano deba abandonar el argumento de que “disciplinará a los sacerdotes pederastas conforme al Derecho Canónico”. Si la Santa Sede es un auténtico Estado, su comportamiento terminará por ser sometido a investigaci-ón por el fiscal de una corte internacional. Ya que ante las múltiples denuncias de abuso sexual la respuesta de la Santa Sede ha consistido en exigir que “to-das las denuncias de abuso sexual se procesaran bajo el máximo secreto y con-forme a un Derecho Canónico obsoleto, ineficaz y no punitivo” (ibídem: VIII).

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Sería superfluo e incluso descaminado el detenerse siquiera a mencionar las innume-rables acusaciones que han surgido sobre todo en varios países del centro ca-pitalista y en la periferia latinoamericana. Antes de examinar las “pruebas de estadidad” en el capítulo quinto, Robertson acude al Tratado de Letrán en el capítulo cuarto. Porque gracias a este tratado la Santa Sede afirma que no debería el mismo tratamiento que las demás religiones debido al argumento de que “el Vaticano es diferente porque constituye el gobierno de un Estado soberano” (ibídem: 84).

Baste por el momento con recordar todos los graves acontecimientos que llevaron a la confrontación del Papa Pío IX con los republicanos italianos y que desembo-caron en la declaración de la infalibilidad pontificia en el Concilio Vaticano I (1870). Robertson escruta las pruebas de “estadidad” de la Santa Sede en el capítulo quinto. El punto de partida es el Artículo I de la Convención de Montevideo sobre Derechos y Responsabilidades de los Estados (1933). En síntesis, el Estado como persona de Derecho Internacional debe reunir los siguientes requisitos no exhaustivos:a) Población permanente.b) Territorio determinado.c) Gobierno.d) Capacidad de relacionarse con los demás Estados.

Robertson, apoyado en la “teoría declaratoria” (ibídem: 100) la cual establece que no deberían permitirse intromisiones en una cuestión de derecho internacional, procede a examinar el caso del Estado Vaticano. Los dos primeros requisitos no exigen mayor detenimiento. El Estado Vaticano no es más que un palacio y una basílica rodeados de museos y jardines. Las oficinas del Vaticano y de la Curia se localizan en Italia. Los turistas que acuden a Roma visitan al Papa como jefe de la Iglesia Vaticana y no como jefe de Estado (ibídem: 101). En cuanto a la población, sólo varios cientos de personas que viven dentro de la ciudad del Vaticano pueden recibir la “ciudadanía” de parte del Papa. Para estos dignatarios eclesiásticos o funcionarios tal situación no significa una residencia permanente. En resumen, las personas del Vaticano no constituyen un “pueblo”, sino una burocracia católica temporal (ibídem: 103).

Tampoco el Estado Vaticano tiene nada de territorial. En síntesis, apunta Robertson, el Palacio del Vaticano no tiene ciudadanos y los servicios básicos los propor-ciona Italia. La ciudad del Vaticano, de gran importancia histórica y cultural, tampoco satisface el segundo requisito de “estadidad”. Pero el tercer requisito merece atención más detallada. Nos referimos al gobierno que consta de un propietario (el Pontífice) y un consejo de gobierno (la Curia). Ambos consti-tuyen la Santa Sede. Pero afirmar que la Santa Sede se convirtió en un Estado en 1929 (ibídem: 105) “resulta impreciso porque la Santa Sede no 3gobierna

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un palacio, sino que existe para gobernar la Iglesia mundial”. En síntesis, el Vaticano es un apéndice de la Iglesia porque los ingresos del Vaticano provie-nen del turismo y de la colecta anual del “Óbolo de San Pedro”. La aclaración más pertinente, teniendo en cuenta la Convención de Montevideo, es que un Estado debe conducir con independencia sus asuntos internacionales. Pero el verdadero gobierno de la ciudad del Vaticano es la Comisión Pontificia, la cual no se encarga en absoluto del ámbito internacional porque esta responsabili-dad recae en la Curia Romana por constituir el órgano gobernante de la Iglesia Mundial. En conclusión, las restantes funciones gubernamentales (defensa, hospitales, transportes, etc.) las organiza el gobierno italiano. Mientras que la única ley del área es el Derecho Canónico, cuyas disposiciones no atañen a estos rubros.

LA ESPECIFICIDAD DEL PROYECTO DE NACIÓN DE LA SANTA SEDE

El camino más directo para detectarlo analíticamente consiste, en nuestra opinión, en acercarnos a la Curia Romana en cuyos dicasterios se apoya el Romano Pon-tífice para gobernar a la Iglesia Vaticana. Más que detenernos en escrutar el funcionamiento de cada dicasterio será más conducente, en un primer mo-mento, el acercarnos a la estrategia diseñada por el cardenal Tarcisio Bertone. Como diseñador de la diplomacia vaticana Bertone4 emitió un documento que sintetiza la visión actual de la diplomacia vaticana (ver nota 2). El título es el mejor compendio de la estrategia reciente de la Santa Sede: “la diplomacia pontificia y la libertad religiosa” (ver nota 1). En el inicio Bertone explicita los cimientos de su estrategia: la libertad religiosa fue enseñada por el Papa Juan Pablo II y su asesor teológico, el entonces cardenal Ratzinger. Nacida en Roma, esta estrategia resonará en todos los episcopados nacionales del orbe entero porque, según Bertone, la diplomacia vaticana se encargará de promo-ver este derecho, que además de ser un pilar de la sociedad moderna se apoya en la “verdad dogmática” de la Iglesia Romana.

¿Cuál es el objetivo principal de la diplomacia vaticana? El mismo Bertone lo describe: “defender y promover la libertad religiosa en todo el mundo”. Por cierto, no se trata de la “libertas Ecclesiae” del siglo XI, sino de respeto al derecho de la libertad religiosa defendido en el Concilio Vaticano II (1962-1965). Bertone se encarga de aclarar los términos del debate: por una parte, la “libertad reli-giosa”, cuyo titular es la persona humana relacionada con el Estado y que es propia del orden natural. Mientras que la libertas Ecclesiae, que es propia del orden sobrenatural y se reconoce por la revelación, “requiere que la sociedad civil respete la identidad propia de la Iglesia y que la permita desarrollar su misión”. El titular de esta libertas Ecclesiae, aclara Bertone, es la Iglesia Ro-

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mana en cuanto institución enfrentada al Estado civil. Más aún, insiste Berto-ne, esta ´libertas Ecclesiae´ requiere que la sociedad civil respete la identidad propia de la Iglesia Romana y que la permita desarrollar su misión. El mismo cardenal italiano desgrana varios derechos nacidos de la libertas Ecclesiae:a) La inmunidad a medidas coercitivas que impidan a la Iglesia Romana regirse según sus propias normas.b) No ser impedida la Iglesia Romana para educar y nombrar a sus ministros.c) No ser impedida para enseñar su propia fe.

El cardenal Bertone observaba el panorama político-religioso mundial y percibía múl-tiples atentados contra esta libertas Ecclesiae. Precisamente la tarea central de la diplomacia de la Santa Sede consiste en promover acciones capaces de contrarrestar los ataques a la libertas Ecclesiae. La estrategia diseñada por Bertone se deriva del propio Papa Benedicto XVI, antes Cardenal Ratzinger, quien había trazado una mirada panorámica global desde el Estado Vaticano para detectar que los creyentes eran tratados como ciudadanos de segunda. Estos ataques, consideraba Benedicto XVI, causaban graves heridas a la dig-nidad y la libertad del “homo religiosus”.

Antes de comentar los medios sugeridos por Bertone para que la diplomacia vaticana pueda contrarrestar los ataques recientes al “homo religiosus” es pertinente profundizar en la ideología elaborada durante décadas por Joseph Ratzinger.

EL CARDENAL RATZINGER COMO FUENTE INSPIRADORA DEL CARDENAL BERTONE

Un somero recorrido de las conferencias pronunciadas por Joseph Ratzinger (2005) a lo largo de cincuenta años permite descifrar las raíces teóricas y políticas del discurso de Tarcisio Bertone. Dada la posición de ambos personajes en la es-tructura del poder en la Curia Romana, las afirmaciones político-religiosas de Ratzinger se convierten en la base firme de la estrategia expuesta por Bertone. En efecto, una preocupación obsesiva de Ratzinger, elaborada como crítica a las interpretaciones de la colegialidad surgidas en la Iglesia Romana a partir del Concilio Vaticano II (CASASNOVAS-BRÍA, 1968)5 fue la de construir, paso a paso, una interpretación integral del poder en la Iglesia Romana firme-mente anclada en el primado papal (WILLS, 2000, p. 162). En primer lugar, Ratzinger (2005, p. 125) critica tanto el monoteísmo islámico –que ha perdido poder desde el siglo XVIII, afirma-, como el marxismo, al que califica como la antítesis más radical de la Europa de cuño cristiano. En cuanto a Europa, Ratzinger considera que la crisis actual europea se deriva del olvido de los fundamentos religiosos, cuya consecuencia es haber caído bajo el dominio (Herrschaft) de la anarquía6.

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La superación de esta crisis de Europa será posible cuando se recupere la herencia cristiana, nacida de la síntesis entre la fe de Israel y el espíritu griego (ibídem: 129). En efecto, el gran aporte griego, como apunta Ratzinger, es “el descu-brimiento de la democracia entendida como “un mecanismo de producción por parte de las mayorías, pero que debe permanecer bajo el dominio de la ley (NOMOS, en el original)”. A esta perspectiva grecolatina se opone la herencia de la modernidad (ibídem: 132),cuya ambivalencia descansa en el hecho de “haber desconocido las raíces de la libertad, lo cual desembocó en una eman-cipación de la Razón, que contradice a la esencia de la razón humana al con-vertirse desde dentro en una Razón atea y, por eso, se convierte en irracional”. ¿Cuál es la solución propuesta por Ratzinger para contrarrestar esta herencia de la modernidad europea? Ratzinger propone dos tesis que, en nuestra opini-ón, son difíciles de emparejar (ibídem: 133):a) Se deben tomar de la modernidad europea “la separación relativa de la Igle-

sia y del Estado, la libertad de conciencia, los derechos humanos y la propia responsabilidad de la razón”, pero al mismo tiempo

b) Hay que conservar, en contra de la radicalización modernista, la fundamen-tación de la Razón en el temor de Dios y los valores morales básicos que se derivan del credo cristiano.

En México, estas definiciones y prescripciones del Cardenal Ratzinger y retomadas por el Cardenal Bertone no cayeron en saco roto7 (BARRANCO, 2007, p. 42). En la visita ad limina del año 2005, el Papa Ratzinger manifestó a los obispos mexicanos reunidos en Roma que “la Iglesia Católica Mexicana debería seguir siendo tutelar de los valores morales de la nación”. Como es sabido esta tutela eclesiástica se refiere a la píldora, el aborto y la homosexualidad. Barranco añade acertadamente (2007, p. 42) que en su afán por construir una sociedad alternativa la Jerarquía mexicana ha introducido modalidades recientes englo-badas bajo un concepto referencial denominado “libertad religiosa” (BLAN-CARTE, 2005). ¿Qué implica este cambio? La explicación de Barranco es que consiste en la pretensión de reformar la Constitución Mexicana introduciendo el concepto catolizado de “libertad religiosa”. Podemos preguntarnos: ¿qué es un concepto catolizado? Barranco lo explicita: “es ir más allá de la libertad de creer o no creer… (hacia) la libertad religiosa que abarcaría la capacidad de maniobra societal y de acción política de la propia institución religiosa”. Según el obispo Carlos Aguiar Retes, citado por Barranco, libertad religiosa requiere garantizar la libertad de creencia y de culto, lo cual es “apenas una pequeña parte de la verdadera libertad religiosa, como estipula la ONU”. Hasta dónde puede llegar esa búsqueda de la libertad religiosa fue aclarado por el Cardenal Norberto Rivera al convocar a los católicos mexicanos a la desobediencia civil como provocación al Estado laico mexicano. La razón según este prelado es

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que “cuando un gobierno se opone abiertamente a los derechos humano funda-mentales, entonces hay que negarle la obediencia… si los lineamientos de las autoridades se oponen a los derechos divinos…sancionados por la sentencia de Jesús: ´Dad a Dios lo que es de Dios” (BARRANCO, 2005).

En definitiva, para entender en qué consiste esa “concepción clericalizada de la libertad religiosa” mencionada por Barranco debemos recurrir a la estrategia diseñada e impuesta por los cardenales Ratzinger y Bertone desde la Santa Sede.

CONCLUSIÓN

La libertad religiosa, predicada hoy día por el episcopado mexicano, es el eco fiel de las directrices impuestas por Bertone y Ratzinger, líderes auténticos de la es-tructura inflexible de la Curia Vaticana. Esta política intransigente del Estado Vaticano, obedecida por todos los episcopados mundiales, es un fiel indicador del proyecto de nación de la Santa Sede. En definitiva, bajo el manto de una terminología conceptual más almibarada permanece la misma intransigencia frente a la modernidad secularizada que estuvo vigente en tiempos de Pío IX. La gran diferencia consiste en que la modernidad, repudiada por Ratzinger, hoy día es enarbolada por una institución mundialmente respetada como son las Naciones Unidas y por un género, el femenino, cada vez más consciente de sus derechos y más capaz de luchar por la transculturación de género.

THE PROJECT OF NATION BY VATICAN

Abstract: a characteristic common within Catholic partisan in Latin America is your structural and explicit reference to Vatican in elaborating its projects of Nation. These projects are variable to each nation. We couldn’t be to measure and in-terpret its reaches e physiognomy no reconsidering the machinery developed by Vatican. One important task, then, is find out the kind of State “sui generis” that is Vatican. My objective in this work is discuss some historical facts and theo-retical approaches that point how Santa is a democratic state or how is autho-ritarian state, also the impact in political-religious structure in Latin America continent.

Keywords: Sate. Civil Rights. Nation. Democracy.

Notas

1 En este contexto Feldkamp cita el siguiente comentario del jurista Friedrich Carl von Moser

en 1788:

“…durante los dos últimos siglos Italia nos ha enviado ateos, seguidores de Maquiavelo,

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pecados italianos (se refería a las enfermedades de transmisión sexual) y jesuitas; lo

bueno y malo que además hemos recibido han sido las naranjas amargas, la lotería,

los castrados y nuncios papales. Ninguno de estos productos nos ha salido más caro

a nosotros (los alemanes) que estos últimos (es decir, los nuncios), ya que han robado a

Alemania no sólo su dinero, sino…la sensatez y la libertad”. Moser concluía: “Así pues,

hay que considerar a los nuncios como un linaje de personas a las que es lícito echar mano

sin ofender al Papa, un tumor del cuer po eclesiástico… que podemos quemar, cortar y

extirpar…”.

2 Razones de espacio impiden mencionar la disputa originada en Alemania entre el Papa León

XIII y el canciller Otto von Bismarck, cuando la clásica diplomacia europea propició la

superación de la KULTURKAMPF de ma nera aceptable para ambos contendientes.

3 Un índice de los ingresos mundiales recaudados por la Santa Sede por medio del Óbolo

de San Pedro son los 20,000 (veinte mil) dólares anuales enviados por el futuro Cardenal de

Nueva York, monseñor Francis Spellmann. Como anota Jason Berry (2012, p. 86-87), los

‘obispos constructores’ estadounidenses, aunque de origen irlandés, “se veían a si mismos

a través del prisma de la Iglesia Medieval: el obispo como señor benevolente y los laicos

como vasallos. Mientras los católicos prosperaban en una sociedad pluralista…los obispos

del siglo XX moldea ron una idea antigua del poder, una visión insular del mundo, sor-

prendente tanto por su prolongada permanencia como por su papel catalizador en la crisis

financiera”.

4 Bernardo Barranco, sociólogo de la religión mexicano, anunciaba (La Jornada, México, 23

ago. 2006) que la llegada de Bertone a la Curia Vaticana prometía cambios significativos

en la estructura y en la política del Vaticano. La primera fue aceptar la renuncia de Joaquín

Navarro-Valls, del Opus Dei, como director de la oficina de prensa del Vaticano. El aporte

de Navarro-Valls fue introducir al interior de la Santa Sede el concepto de que los grandes

medios comunicativos son ante todo empresas que producen mercancías llamadas noticias.

5 El reportaje de ambos autores sobre la experiencia surgida en Holanda a raíz del Concilio

Vaticano II expone “ el paso de la sacralización a la desacralización en este país, en el que

se parte de una auténtica cristiandad, con un dominio clerical plenamente aceptado, un

humanismo al servicio de la Iglesia, siempre bajo la orientación de los obispos, creyendo

que estas formas constituyen una realización humanística legítima”(ib.:98).

6 Recientemente Immanuel Wallerstein (2011, p. 221) ha ofrecido una interpretación más lúcida:

“Once upon a time in Europe there was only one knowledge culture… Rather, there was

a continual struggle as to who would control this single knowledge. In medieval Europe,

the Church laid claim to being the ultimate arbiter of knowledge. It claimed a privileged

access to God´s truth…The creation of the modern world-system was accompanied by a

long effort of nontheologians to liberate themselves from de heavy hand of the Church”.

7 Unos años antes el periódico MILENIO SEMANAL (21 abr. 2002) se refería a EL TRAFAL-

GAR DEL EPISCOPADO CATÓLICO. “En suma, dice el rotativo, el episcopado católico

considera todavía, casi un siglo y medio después de las Leyes de Reforma, que el clero goza

o debería gozar de una especie de ‘fuero’ eclesiástico que lo pusiera por encima de la leyes

civiles, como sucedía antaño, en la época colonial”. Pocos años después Miguel Ángel

Granados Chapa expresaba la misma opinión en la columna titulada “Desobediencia y

Objeción” (REFORMA, p. 2006). Opinión compartida por el periodista Jorge Fernández

Menéndez (MILENIO, 2004, julio,1), quien aseguraba que el presidente Fox para contar

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con el apoyo de la Iglesia Católica estaba dispuesto a cumplir todos los compromisos

adquiridos antes de comenzar su mandato en el año 2000.

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