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50 años de filosofía vistos desde dentro

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  • ISBN 84-493-1107-1 73207

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    50 aos de filosofa vistos desde dentro

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  • Hilary Putnam ************************************************************************

    Hilary Putnam es profesor de Matemtica Moderna y Lgica Matemtica en la Universidad de Harvard, adems de autor de Realism with a Human Face, Cmo renovar la filosofa, Razn, verdad e historia, Representacin y realidad, Las mil caras del realismo, La herencia del pragmatismo y Sentido, sinsentido y los sentidos, estos tres ltimos tambin publicados por Paids.

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    Hilary Pu tnam 50 aos de ,filosofa vistos desde dentro

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  • Ttulo original: A Half Century of Philosophy; Viewed From Within Artculo reimpreso con permiso de Daedalus, revista de la American Academy of Arts and Sciences, publicado en ingls en el nmero titulado American Academic Culture and Transformation: Fifty Years, Four Disciplines, invierno de 1997, vol. 126, n 1

    Traduccin de Carme Castells Auleda

    Diseo de coleccin Mario Eskenazi y Diego Feijo

    Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorizacin escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproduccin total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografia y el tratamiento informtico, y la distribucin de ejemplares de ella mediante alquiler o prstamo pblicos.

    2001 de la traduccin, Carme Castells Auleda 2001 de todas las ediciones en castellano, Ediciones Paids Ibrica, S.A., Mariano Cub, 92 - 08021 Barcelona y Editorial Paids, SAICF, Defensa, 599 -Buenos Aires. http://www.paidos.com

    ISBN: 84-493-1107-1 Depsito legal: B-28.513/2001

    Impreso en Grafiques 92, S.A. Av. Can Sucarrats, 91 - 08191 Rub (Barcelona) Impreso en Espaa - Printed in Spain

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    Sumario

    1953-1960 13 Realismo cientfico 19 Oxford en 1960 23 El auge del pancientismo 26 Quine 28 Rawls 31 Wittgenstein en Harvard 35 El significado de "significado" 41 Referencia y teora de modelos 43 El retorno de la historia de la filosofa 48 La (no) recepcin de la filosofa continental 50 Debe continuar la filosofa analtica? 51 Notas *54

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    * En este pas, los departamentos que forman a la mayor parte de los doctores en filosofa que com-pondrn la prxima generacin de profesores

    de la materia estn dominados por un nico tipo de filo-sofa: la filosofa analtica. La idea que un estudiante me-dio de posgrado puede tener de la historia de los ltimos cincuenta aos es ms o menos la siguiente: hasta algn momento de la dcada de los treinta, la filosofa nortea-mericana careca de forma y contenido. Entonces llega-ron los positivistas lgicos, y hace unos cincuenta aos la mayora de los filsofos estadounidenses se hicieron positivistas. Esta evolucin tuvo la virtud de aportar ma-yores niveles de precisin a la materia; la filosofa se fue haciendo ms clara y todo el mundo tuvo que apren-der algunas nociones de lgica moderna. Sin embargo, tambin tuvo otras consecuencias. Los (supuestos) prin-cipios centrales de los positivistas lgicos1 eran falsos: segn el estereotipo, los positivistas lgicos sostenan que todas las proposiciones con sentido eran 1) propo-siciones verificables sobre los datos de los sentidos o 2) proposiciones analticas, como las de la lgica y las matemticas. Crean en una clara distincin entre jui-

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    cios sintticos (es decir, juicios empricos, que equipa-raban con juicios sobre los datos de los sentidos? y pro-posiciones analticas; no comprendan que los conceptos tienen carga terica3 o que existen cosas tales como las re-voluciones cientficas.4 Pensaban que la filosofa de la ciencia se poda hacer de manera totalmente ahistrica. A finales de la dcada de los cuarenta, W. V. Quin e demos-tr que las cuestiones ontolgicas, del tipo si los nmeros existen realmente o no, tienen sentido5 -contrariamente a lo que afirmaban los positivistas lgicos,. para quienes todas las cuestiones metafsicas carecan de sentido-, contribuyendo as a la recuperacin de la metafsica rea-lista en Estados Unidos, aun cuando -lamentablemen-te- el propio Quine siguiera conservando algunos pre-juicios positivistas. Poco despus, Quine sostuvo que la distincin analtico/sinttico es insostenible.6 Posterior-mente, Quine demostr que la epistemologa puede ser una parte de la ciencia naturaF y adems contribuy a la demolicin del positivismo lgico demostrando que la di-cotoma positivista entre los trminos observacionales y los trminos tericos8 era insostenible. Esto prepar el terreno para un robusto realismo metafsico, el cual (lamentablemente) abandon a mediados de la dcada de los setenta.

    Aunque la historia anterior contiene algunos elementos de verdad, uno de los aspectos que la distorsionan es la descripcin que en ella se da de lo que los positivistas lgi-cos crean. El movimiento era diverso; los positivistas no pensaban que la filosofa pudiera hacerse con independen-cia de los resultados de la ciencia.9 ~acog_i_fg-

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    vorablementela obra de Thomas Kuhn La estr~ctura qeJ(l~ revol]JCtall~dentificas~~tea:un~_ill:'Q!~_!!_fe ~f~ns.~de i i~dispensabili~ia de la ciencia para la ~ilosofa), y se sabe que contribuy a que el libro fuese pubhca-~crcr.roEstas cuestiones.estan documentadas en la bibliogra-fu, aun cuando la tradicin oral las haya recogido de otro modo. Pero en esta descripcin hay an otra falsificacin ms sutil la que afirma que hace cuarenta o cincuenta aos el positivsmo era la tendencia dominante. Cierto es que, si uno est interesado simplemente en el desarrollo interno de la filosofa analtica, el hecho de que los profesores positi-vistas lgicos fueran pocos resulta irrelevante, puesto que las perspectivas de muchos de los filsofos analticos con-temporneos se desarrollaron a partir de las crticas a las posturas de aquellos pocos. Sin embargo, si no nos confor-mamos con una historia de la filosofa estadounidense par-cialmente ficticia, es importante sealar que en aquella poca, en la que, supuestamente, el positivismo lgico era dominante, los positivistas lgicos eran muy pocos Y pasa-ban bastante desapercibidos. Estaban Rudolf Carnap (que no produjo ni un solo estudiante de doctorado en los ltimps diez aos que pas en la Universidad de Chicago), Her~e~ Feigl en Minnesota, Hans Reichenbach en la UCLA Y qu1zas algunos ms. Sin embargo, estas personas estaban bastante aisladas: Carnap no tena aliados intelectuales en Chicago, como tampoco los tena Reichenbach en la UCLA. Slo en Minnesota, donde Feigl cre el Minnesota Center for the Philosophy of Science, exista un poco de masa crtica. Ni si-quiera el propio Quine, en Harvard, tuvo aliados permanen-tes en la facultad hasta 1948, cuando Morton Whiten se in-

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    corpor al departamento. Ni tampoco eran los filsofos con-siderados ms importantes en los aos cuarenta. A finales de esa dcada, la mayora de los filsofos hubieran contado su historia de una manera que pocos de los filsofos analticos de la actualidad seran capaces de reconocer. Hubieran expli-cado el auge y el declive del pragmatismo; hubieran habla-do de los nuevos realistas, del realismo crtico (cuyo mxi-mo representante era Roy Wood Sellars, cuyo hijo, Wilfrid Sellars, se convirti en uno de los principales filsofos ana-lticos estadounidenses); se hubieran referido tambin al idealismo absoluto, que estaba en declive, aunque an con-taba con distinguidos representantes, pero hubieran consi-derado el positivismo como algo de poca trascendencia.

    No quiero decir con ello que comparta este juicio: el po-sitivismo lgico fue un movimiento que no slo produjo errores, sino tambin aciertos, y que mereca con creces la atencin que posteriormente se le prest. Pero tambin en la obra de los pragmatistas haba verdaderos aciertos y erro-res, as como en la de los idealistas como Josiah Royce y en los escritos de los nuevos realistas y de los realistas crticos.

    A fin de contrarrestar esta historia ficticia, permtanme citar mi propia experiencia como estudiante de licenciatura Y de doctorado. En la Universidad de Pennsylvania, entre 1944 Y 1948, no tuve noticia de una sola clase (si dejamos al margen un curso impartido por Sydney Morgenbesser, a la sazn estudiante de doctorado) en la que simplemente se le-yeran los escritos de los positivistas lgicos. El departamen-to contaba con un pragmatista atpico (West Churchman) pero, por lo dems, nadie estaba vinculado a ningn movi-miento filosfico. En Harvard, entre 1948 y 1949, tampoco

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    puedo recordar ningn curso en el que se leyera a los positi-vistas lgicos, aunque doy por supuesto que Quine y White debieron comentarlos. En la UCLA, de 1949 a 1951, Reichen-bach era el nico profesor que representaba el positivismo lgico (aunque l rechazaba la etiqueta!) y hablaba del mis-mo en sus clases. En Harvard, haba un pragmatista atpico, C. I. Lewis, y en la UCLA, un deweyano, Donald Piatt. La filo-sofia estadounidense, no slo durante los aos cuarenta, si-no tambin durante los cincuenta, careca decididamente de ideologa. Si en los departamentos concretos haba algn movimiento, ste estaba representado por una o dos per-sonas. La situacin actual, en la que la filosofia estadouni-dense est dominada por un movimiento -un movimiento que se enorgullece de la forma en que difiere de lo que le pre-cedi y de lo que ahora considera la tendencia opuesta (la fi-losofia continental)-, es totalmente distinta de la que im-peraba en el mbito de la filosofia cuando yo me inici en l.

    1953-1960

    Cualquier explicacin de lo que ha sucedido en un campo durante un perodo de cincuenta aos debe basarse en una perspectiva individual, por lo que seguir recurriendo a mi propia experiencia para trazar el panorama de las sucesivas transformaciones. Cuando llegu a Princeton, en 1953, el de-partamento tena tres profesores titulares. Ledger Wood era el catedrtico, y al cabo de unos aos incorpor al departa-mento a Gregory Vlastos y a C. G. Hempel. Su primera me-dida para transformar el departamento y librarlo del sopor

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    en el que estaba sumido fue contratar a cuatro hombres j-venes: a m y a tres recin doctorados en Harvard.

    Aunque cinco aos antes pas un ao en esa universi-dad, los tres hombres que venan de Harvard procedan de un entorno que me resultaba totalmente desconocido. En unos pocos aos, un grupo de estudiantes de doctorado de Harvard haba adquirido algo parecido a una orientacin filosfica comn. El cambio pareca haberse debido, en gran medida, a la influencia de Morton White, quien, adems de presentar a Strawson y a Austin en sus cursos, persuadi a unos cuantos estudiantes de doctorado para que pasasen un ao en Oxford. El efecto fue que la filosofa oxoniense lleg a Harvard, Y que estos jvenes profesores trabajasen en algo a lo que denominaban filosofa del lenguaje ordinario. El meollo de esa filosofa tal como ellos la entendan, a partir de la lectura de Austin especialmente, era que el desastre se produce cuando los filsofos -incluso los que se reivindi-can como filsofos cientficos- se permiten un uso inco-rrecto del lenguaje ordinario y, especialmente, introducir en los argumentos filosficos lo que en realidad son trminos tcnicos explicados de manera muy confusa. Las cuestio-nes del mtodo filosfico pasaron a primer plano y eran el tema de la mayor parte de nuestras discusiones.

    Al principio mi reaccin fue burlarme de la filosofa del lenguaje ordinario y defender lo que denominaba re-construccin racional, es decir, la idea de que el mtodo ~decuado en filosofa era construir lenguajes formales. Ba-J~ la influencia de Carnap, especialmente, sostena que los

    t~rminos filosficamente interesantes del lenguaje ordina-no se formulan de manera demasiado imprecisa y que lata-

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    rea de la filosofa consiste en explicarlos, en encontrarles sustitutos formales. Sin embargo, sta es una postura que pronto abandon porque (para decir la verdad) me vi inca-paz de dar ms de dos o tres ejemplos satisfactorios de re-construcciones racionales. Prcticamente puedo recordar las palabras exactas que me pasaron por la cabeza en aque-' lla poca: Si Carnap tiene razn, entonces la tarea a la que la filosofa debe dedicarse a realizar esta cosa llamada "ex-plicacin". Pero qu razn hay para pensar que esta "expli-cacin" es posible? Adems, aunque pudiramos presentar explicaciones satisfactorias, quin, excepto Carnap, piensa que los cientficos aceptaran estas explicaciones, o adopta-ran este lenguaje artificial para resolver controversias y to-do lo dems?.

    Por otra parte, rechac la idea de que fuera preciso esco-ger entre la reconstruccin racional y la filosofa del len-guaje ordinario. Sent que aun pudiendo aprender mucho de la lectura de Reichenbach y Carnap, por una parte, y de la de Wittgenstein y Austin, por otra, las metodologas filo-sficas holistas que estaban siendo promulgadas en su nom-bre no eran realistas.

    Mis razones para pensar que la versin de la filosofa del lenguaje ordinario que estaba siendo presentada en Es-tados Unidos no era realista (cuando visit Oxford con una beca Guggenheim en 1960, llegu a apreciar cunto ms ri-ca era la cosa real) eran tan claras y concisas como mis razones para pensar que la reconstruccin racional era tambin irreal. La lectura de Austin me hizo ver la cues-tin antes mencionada: que cuando los filsofos hacen un mal uso del lenguaje ordinario la confusin puede llegar a

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    ser monumental. Que, en la medida de lo posible, uno debe tratar de hacer filosofa en lenguaje ordinario parece indu-dable. Por otra parte, la idea de que la filosofa debera ser sobre el lenguaje ordinario (o sobre el uso ordinario de expresiones filosficamente problemticas) era simple-mente un non sequitur.12 Por otra parte, nunca pude creer que la filosofa tuviese un objeto de estudio claramente de-terminado.

    Hasta aqu he descrito un cambio en la actitud de los j-venes filsofos, un cambio que se produjo desde abajo Y Na-turalmente, los filsofos de la generacin anterior haban tenido que ver con ello. He mencionado a Austin, a Straw-son y a Wittgenstein, cuya influencia, pese a la distancia, obviamente haba llegado a Harvard, y a Quine, que llegara a estar en el centro mismo de todos los avances de la filoso-fa estadounidense durante las dos dcadas siguientes y an ms. En realidad, Quine fue en parte responsable de la crea-cin del nuevo ambiente. Con ello no quiero decir que la particular ola de entusiasmo por la filosopa del lenguaje or-dinario que afect a Harvard, y que posteriormente afecta-

    \ ra a otras instituciones estadounidenses,14'se debiese a Qui-ne (pues l no senta gran admiracin por dicha filosofa), aunque su ataque a la distincin analtico/sinttico hizo que para las jvenes promesas de la disciplina la filosofa del lenguaje se convirtiera en algo centralY En cualquier caso, cuando C. G. Hempel se incorpor al departamento de filosofa de Princeton (en 1955 o 1956, si no recuerdo mal), ya estaba convencido de que el ataque de Quine a esta distin-cin era ciertamente correcto, y esto se convirti en un te-ma candente de discusin entre los estudiantes de doctora-

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    do. Pero los pensadores de mi propia generacin siguieron jugando un papel en este debate. Por ejemplo, a finales de la dcada, en 1959, Noam Chomsky y Paul Ziff pasaron un ao en Princeton: Chomsky en el Institute for Advanced Study y Ziff como profesor visitante del Departamento de Filoso-fa. El seminario de filosofa del lenguaje impartido po.r Ziff, al que Chomsky asista, se convirti en el centro de discu-sin de estos temas. Las Estructuras sintcticas de Chomsky tambin fueron publicadas en 1957/6 y la imagen chomskia-na del lenguaje como sistema recursivo (un sistema de es-tructuras que, en principio, pueden ser listadas por un or-denador)17 impregn todos nuestros lxicos filosficos, al igual que la imagen ziffiana de significados como sistema recursivo de condicions asociadas con las oraciones del lenguaje.18

    A finales de la dcada, mi propia obra tambin empez a ejercer cierta influencia ms all del departamento de Prin-ceton. En aquella poca, tena por costumbre explicar la idea de la mquina de Turing19 en mis cursos de lgica ma-temtica. Me llamaba la atencin el que en la obra de Tu-ring, como en la teora computacional actual, los estados del ordenador imaginado (la mquina de Turing) fueran descritos de una manera muy distinta de la que es habitual en la ciencia fsica. El estado de una mquina de Turing (a estos estados se les podra denominar computacionales) se identifica por el papel que desempea en determinados pro-cesos computacionales, independientemente de cmo se rea-lice ste fsicamente. Un computador humano, trabajando con papel y lpiz, una calculadora mecnica como las que se construan en el siglo XIX y un moderno ordenador electr-

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    nico pueden estar en el mismo estado computacional, en lo relativo a la computacin concreta que los tres estn efec-tuando, sin estar en el mismo estado flsico. Empec a aplicar imgenes sugeridas por la teora computacional a la filoso-fia de la mente, y en una conferencia pronunciada en 196020

    present una hiptesis que lleg a ejercer cierta influencia con el nombre dejuncionalismo; hiptesis segn la cual los estados mentales de un ser humano son estados computa-cionales del cerebro. Para comprenderlos (por ejemplo, en una psicologa cientfica) es necesario abstraerse de los de-talles de la neurologa, del mismo modo que cuando progra-mamos o usamos ordenadores nos abstraemos de los deta-lles del hardware, y describir completamente los estados mentales en trminos del tipo de computaciones que estn efectuando. Los estados mentales son como el software, por as decir. Ms tarde rechac esta hiptesis, pero sigue siendo popular, y ciertamente tiene que ver con lo que se convirti en un esfuerzo continuado por parte de muchos filsofos para hacer que la filosofia y la ciencia mantuvieran un con-tacto ms estrecho. En aquella poca, decid tambin que una de las dicotomas predilectas de los positivistas, la dico-toma entre trminos observacionales y trminos tericos, era insostenible, y publiqu un artculo que contribuy a re-chazar totalmente la postura carnapiana segn la cual la ciencia slo necesita interpretar directamente los trmi-nos observacionales.21 Para explicar por qu tuvo tan buena recepcin este artculo, me veo obligado a abordar la cues-tin del realismo.

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    Realismo cientfico

    La relevancia que el trmino realismo adquiri posterior-mente fue, tal vez, presagiada por una observacin conteni-da en mi ensayo Lo que las teoras no son en el sentido de que determinadas posturas positivistas son incompatibles con un mnimo realismo cientfico. En este punto, ser rea-lista consiste simplemente en rechazar el positivismo. sta es la manera en la que yo (y la mayora de los filsofos analti-cos de mi generacin) pensaba en el realismo incluso cuando escrib la introduccin a Mathematics, Matter and Method. En dicha introduccin, fechada en septiembre de 1974, hay una seccin titulada Realismo que empieza as: Todos es-tos artculos estn escritos a partir de la llamada perspecti-va realista. Las proposiciones de la ciencia son, desde mi punto de vista, verdaderas o falsas[ ... ] y su verdad o false-dad no consiste en su cualidad de ser formas altamente elabo-rad~s de describir regularidades en la experiencia humana. De qu iba todo esto?

    Segn la mayora de los positivistas, se supone que las afirmaciones que una teora cientfica hace sobre el mundo son expresables en un lenguaje que slo emplea (adems del vocabulario lgico )22 trminos observacionales como ro-jo y pizcas. En principio, se afirmaba, se podr~an emplear trminos sense-data, trminos que se refier'en a expe-riencias subjetivas y no a objetos fisicos, y aun as exponer el contenido de la ciencia en su totalidad. La idea consiste en que la ciencia no es ms que un mecanismo para predecir regularidades en la conducta de los observables. Segn los positivistas, los no observables, como los microbios, son

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    simplemente constructos que introducimos para ayudar a predecir la conducta de lo observable.

    Contra esta filosofa de la ciencia (que, a mis odos, so-naba un poco como el idealismo de Berkeley) reaccion en mi artculo Lo que las teoras no son y en ensayos poste-riores; otros compartieron mi postura, como J. J. C. Smart, con quien trab amistad en Princeton a finales de los aos cincuenta.

    Adems de rechazar el positivismo, tambin nos ocupa-mos de subrayar que las proposiciones de la ciencia son o verdaderas o falsas. La conexin era la siguiente: puesto que segn la perspectiva positivista slo la ciencia formalizada en su conjunto tiene contenido emprico, bien puede ser que determinadas proposiciones cientficas individuales P ca-rezcan, en s mismas, de contenido emprico en el sentido de que, dado el cuerpo de proposiciones aceptadas, para nues-tras predicciones sera igual que aceptsemos P o su nega-cin. Por ejemplo, podra muy bien ser que la teora cientfi-ca de un momento determinado, pongamos por caso los aos setenta, s'ea tal que si conjuntamos por una parte la proposi-cin segn la cual la temperatura solar en un punto deter-minado es A o, por otra, la proposicin segn la cual la tem-peratura en dicho punto es B, siendo A y B temperaturas muy distintas, de ello no resultara ninguna prediccin ob-servacional nueva. En tal caso, desde la perspectiva que es-tbamos criticando, ambas proposiciones careceran sim-plemente de valor de verdad, es decir, no seran verdaderas ni falsas. Si unos aos ms tarde, una vez que la teora c~entfica hubiese cambiado, estas proposiciones hubieran podi-do ser contrastadas, entonces s tendran valor de verdad,

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    sabramos si son verdaderas o falsas, en funcin de lo que las nuevas observaciones demostrasen. A la objecin de que la misma proposicin no puede tener valor de verdad y carecer de l al mismo tiempo, los positivistas hubieran respondido: En realidad, no se trata de la misma proposicin; el cambio terico hubiera cambiado tambin el significado del trmino temperatura. (En Lo que las teoras no son y en artculos posteriores, como Explanation and Reference,23 critiqu a los positivistas por distorsionar todas las nociones de sino-nimia y cambio de significado de que disponemos, tanto en el lenguaje ordinario como en lingstica, con tal de proteger su doctrina.) Esta perspectiva presenta dos elementos espe-cialmente preocupan tes. En primer lugar, si cada nueva teo-ra sobre los tomos, los genes o el virus del sida cambia el significado del trmino tomo, gen o virus del sida, en-tonces no puede darse algo como aprender ms sobre los to-mos, los genes o el sida; cada descubrimiento que persiga au-mentar nuestro conocimiento sobre alguna de estas cosas es en realidad un descubrimiento de algo sobre lo que nunca habamos hablado o pensado anteriormente. Lo nico sobre lo que los cientficos pueden aprender ms es sobre los ob-servables; segn esta perspectiva, los trminos teorticos no son ms que instrumentos de prediccin. (sta es la razn por la cual en Explanation and Reference defin esta postu-ra como una forma de idealismo.) En segundo lugar, si admi-timos que los trminos observacionales poseen en s mismos una carga terica, entonces se seguira que su significado tambin debe cambiar cada vez que se produzca un cambio en la teora. Esto llevara a la conclusin de Kuhn, segn la cual las diferentes teoras cientficas son inconmensurables,

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    lo que hace ininteligible que uno pueda siquiera entender las teoras cientficas precedentes.24

    Si para filsofos como yo, a principios de la dcada de los sesenta, el realismo cientfico simplemente significa-ba el rechazo del positivismo lgico y; ms en general, de la idea segn la cual las proposiciones de las ciencias natura-les requieren una reinterpretacinfilosfica, en el transcur-so de unos pocos aos se convirti en una elaborada postura metafsica, o ms bien en un par de ellas (cada una con sus diversas versiones). La primera postura, a la que denomi-nar pancientismo sostiene que, al final, los. problemas fi-losficos estn destiriados a ser resueltos por el progreso de las ciencias naturales, y que lo mejor que el filsofo puede hacer es anticiparse a este progreso y sugerir cmo los pue-den resolver las ciencias. La segunda postura, para la cual emplear un trmino introducido por Simon Blackburn, aunque en un sentido ms amplio, es el cuasi-realismo. Esta postura no afirma que todos los problemas filosficos sern resueltos por las ciencias naturales, sino que sostiene que la descripcin completa de la realidad tal como sta es en s misma nos la dan las ciencias naturales y; en la ma-yora de las versiones de esta postura, la fsica. La idea de que existe una clara distincin entre cmo son las cosas en s mismas y cmo parecen ser, o cmo decimos que son, es caracterstica de esta segunda postura. Lo que la distingue de la primera es la idea de que muchas de nuestras formas de hablar -y; de hecho, las formas en que tenemos que hablar-no se corresponden con cmo son las cosas en s mismas, sino que representan perspectivas locales. (Segn Bernard Williams -quien introdujo el concepto de p~rspectivas

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    locales- emplea la nocin, una perspectiva local puede ser local en el sentido de ser la perspectiva de una cultura

    . determinada -as es como l entiende el lenguaje tico- o puede ser h?cal en el sentido de depender de nuestra fi-siologa humana concreta -en este sentido, una cualidad secundaria, como el color, se considera local-.) En la me-dida en que la filosofa debe esclarecer y ayudarnos a enten-der el estatus de estas perspectivas locales, est claro que su cometido no tiene que girar slo en torno a las ciencias na-turales. Sin embargo, las perspectivas locales no tienen ninguna significacin metafsica real, pues sta es patrimo-nio exclusivo de las ciencias naturales. Paul y Patricia Chur-chland, Daniel Dennett y Jerry Fodor, pese a las diferencias sustanciates que se dan entre ellos, representan la primera postura. Como representantes de la segunda, y tambin a pesar de sus profundas discrepancias, podemos mencionar a Simon Blackburn y Bernard Williams. Naturalmente, no todos los filsofos analticos son pancientistas o cuasi-rea-listas, pero ambas posturas han llegado a dominar en gran medida el panorama de la metafsica analtica. Pero me estoy adelantando demasiado.

    Oxford en 1960

    Pas el semestre de otoo de 1960 en la Universidad de Ox-ford. Los cuatro filsofos con los que compart la mayor par-te del tiempo fueron Elizabeth Anscombe, Philippa Foot, Paul Grice y James Thomson, y ninguno de ellos se ajustaba al estereotipo del filsofo preocupado por el uso ordinario

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    de las palabras. Anscombe estaba interesada en casi todas las cuestiones filosficas, y aunque fue alumna de Wittgens-tein, con quien le una una estrecha amistad, su propio esti-lo filosfico es notoriamente distinto. En aquella poca, ella y Philippa Foot trataban de elaborar una nueva perspectiva tica en la que primaba la evaluacin del carcter ms que la de las acciones (y que adquiri el nombre de tica de la virtud). 25 Otros moralistas oxonienses (cuyas propuestas ticas se limitaban, bsicamente, a combinar el utilitarismo con el no cognitivismo) desdeaban este nuevo enfoque, aunque ha continuado proporcionando nuevas aportaciones hasta hoy en da, enriqueciendo enormemente la filosofa moral. James Thomson lleg a sentir gran inters por la lin-gstica chomski;l.na y, en parte por esa razn, pude persua-dirle para que viniera conmigo al MIT, donde, desde 1961 hasta 1965, desarroll un programa de doctorado en filoso-fa. En el curso de unos tres o cuatro aos Paul Grice elabo-r una aportacin a la teora del significado que sigue ejer-ciendo una enorme influencia hoy en da. A veces se afirma que en aquella poca empez a declinar la filosofa del len-guaje ordinario; sin embargo, creo que sera ms preciso decir que la realidad nunca se ajusta al estereotipo y que, a medida que pasa el tiempo, ste desaparece. Pero, en Oxford, los personajes individuales -aqu, naturalmente, debemos aadir los nombres de Dummett, Hampshire, Ryle, Strawson y algunos otros- no slo no desaparecieron de escena, sino que su obra ha seguido siendo objeto de discusin hasta el da de hoy. Se trata simplemente de que, a excepcin de Ryle (cuyo El concepto de lo mental, no obstante, contiene apor-taciones derivadas de su temprano inters en la fenomeno-

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    loga!), dejaron de ser considerados filsofos del lenguaje ordinario Y empezaron a ser tratados como filsofos indivi-duales, cada uno con su contribucin especfica.

    La carrera posterior de Paul Grice merece una breve descripcin aparte. En la poca en la que nos conooimos, l an estaba consternado por la muerte de Austin, fallecido unos meses antes y, en mi opinin, intentaba consciente-mente ser un austiniano leal. Sin e1nbargo, al cabo de unos aos rompi radicalmente con la forma austiniana de hacer filosofa (y tambin se traslad de Oxfcn:d a Berkeley). Uno de los aspectos de esa ruptura es especialmente importante. La perspectiva de Austin representaba una especie de prag-matismo radical, tendencia brillantemente representada hoy en da en la obra de Charles Travis.26 Segn Austin, los significados de las palabras en una oracin no determinan exactamente por s mismos lo que se est diciendo en un con-texto determinado; se pueden decir muchas cosas emplean-do .estas mismas palabras con estos significados.27 Grice, cuya postura es ampliamente aceptada hoy en da (aunque personalmente comparto la de Austin), sostena que, por el contrario, existe algo as como el significado estndar de una oracin y que las distintas cosas no estndar que pode-mos decir empleando una oracin son todas ellas explica-bles mediante lo que l denominaba implicaturas conver-sacionales.28 La pragmtica estudia dichas implicaturas conversacionales, mientras que la semntica, claramente diferenciada de la pragmtica, estudia dichos significados estndar.

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    El auge del pancientismo

    En 1961 renunci a mi plaza en Princeton para poder crear un nuevo programa de doctorado en filosofa en el MIT. Si el panorama (al menos entre los profesores jvenes) en el Prin-ceton de los aos cincuenta representaba la forma en que una nueva generacin de filsofos estadounidenses empeza-ban a denominarse a s mismos analticos, el panorama en el MIT en los aos en los que estuve all (desde 1961 hasta 1965) representaba el cambio que estaba experimentando tal denominacin. Aunque el MIT ya contaba con filsofos, en-tre los que se contaban Irving Singer y, durante un breve es-pacio de tiempo, John Rawls, el ncleo del nuevo programa estaba compuesto, aparte de m, por James Thomson, Judith Jarvis Thomson y los dos Jerries: Jerry Fodor y Jerrold Katz. Los cinco nos sentamos cercanos a Noam Chomsky, interesado en la nueva lingstica generativa, y nos atraa la idea segn la cual la modelacin computacional de la mente, la gramtica generativa y la semntica estaban destinadas a solucionar los problemas de la filosofa de la mente y la filosofa del lenguaje (o, al menos, a reformular-los como meros problemas cientficos). 29

    La influencia de Quine tambin jugaba un papel im-portantsimo, como lo ha seguido haciendo hasta el da de hoy. Aunque a nosotros la idea de Quine segn la cual la epistemologa est contenida en la ciencia natural, como un captulo de la psicologa, nos pareca demasiado simple, su insistencia en que todos los problemas filosficos son pro-blemas sobre la naturaleza y el contenidd de la ciencia (pues-to que todo el conocimiento o bien es ciencia o bien aspira a

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    serlo) Y la W.ea de que los problemas filosficos sobre la ciencia se resolvern dentro de la ciencia nos resultaban muy sugerentes.30

    Aunque era consciente de las dificultades que haba que resolver, durante muchos aos, siguiendo a Quine, tambin consider la lgica (y las matemticas) como empricas. Para Quine, esto no tiene el mismo significado que para un empirista tradicional (como, por ejemplo, John Stuart Mill); no significa que las matemticas conciernan directamente al mundo sensible o fsico. Quin e se da por satisfecho postu-lando un mundo de objetos matemticos con existencia in-dependiente, como los conjuntos, las funciones y los nme-ros. Desde esta perspectiva es un platonista de las clases. Lo que esto significa -Y aqu Quin e se distancia de otros plato-nistas como Godel- es que postular la existencia de un mun-do aparte de entidades abstractas se justifica finalmente por la utilidad del postulado en ese mundo. De acuerdo con ello, defend el argumento de indispensabilidad31 quineano (segn el cual la justificacin de aceptar las matemticas consiste simplemente en que son indispensables para cien-cias incuestionablemente empricas, especialmente la fsi-ca) en la epistemologa de las matemticas. En cuanto a la idea de que incluso la lgica es emprica (en el sentido de ser revisable por razones empricas), en 1960 el fsico David Fin-kelstein me persuadi de que la mejor interpretacin de la mecnica cuntica implica abandonar una ley lgica tradi-cional: la ley distributiva de la lgica proposicionaP2 -una idea avanzada anteriormente por una de las principales au-toridades en mecnica cuntica: John von Neumann-.33 Creo que igual que la geometra euclidiana fue superada

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    (demostrando que era empricamente falsa) por la relati-vidad general, tambin la lgica aristotlica result ser em-pricamente falsa e igualmente superada por la mecnica cuntica. (Finalmente tuve que abandonar la idea de inter-pretar la mecnica cuntica con la ayuda de la lgica de von Neumann a causa de dificultades tcnicas insuperables, pe-ro eso sucedi tres dcadas despus.)34

    En 1965 abandon el MIT y me incorpor al departamen-to de filosofa de Harvard. Aunque todos mis colegas de esa universidad influyeron en mi pensamiento, me propongo centrarme exclusivamente en tres tendencias que siguen es-tando representadas en el departamento y que, en mi opi-nin, han sido importantes para el desarrollo de la filosofa (y no slo de la filosofa analtica) en su conjunto. Una de estas tendencias es prcticamente idntica a la filosofa de un individuo: W. V. Quine. Lo mismo se puede decir de la segun-da de estas tendencias, que esencialmente es la filosofa de John Rawls. Y la tercera, que tiene que ver con el continuado inters por la filosofa del ltimo Wittgenstein en Harvard, estaba representada al menos por tres miembros del depar-tamento cuando yo ingres en l: Rogers Albritton, Stanley Cavell y Burton Dreben. A estas tendencias y personajes aludir en las lneas siguientes.

    Quin e --

    He mencionado ya el impacto que produjeron el rechazo de Quine a la distincin analtico/sinttico y su naturaliza-cin de la epistemologa en el cambiante ambiente de la fi-

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    losofa analtica estadounidense. Tambin fue importante su famosa doctrina de la indeterminacin de la traduc-cin, a cuya defensa dedic su obra Palabra y objeto.35 En la forma radical en la que Quine la defenda, la doctrina impli-ca que no hay ningn hecho al que los trminos de un len-guaje se refieran.36 Al principio la doctrina encontr pocos conversos (en realidad, la mayora de los realistas cientfi-cos se limitaron a rechazarla de plano), pero posteriormen-te una versin de la misma sera defendida por Donald Da-vidson y (cautelosamente) apoyada por Bernard Williams.37 Sin embargo, una cuarta doctrina quineana ejerci una enorme influencia e introdujo un cambio significativo en la naturaleza misma de la filosofa analtica, especialmente en Estados Unidos. Se trata de la doctrina del ~~o ~-~gi~.

    . Para explicar esta doctrina tenemos que explicar el so que Quine haca del trmino ontologa. La ontologa de una teora, en el sentido quineano, consiste simplemente en los objetos que la teora postula. Pero cmo vamos a decir qu objetos postula una teora (o la ciencia de una poca de-terminada)? (A veces, los cientficos hablan de fallos tcni-cos -est, por eso, la ciencia comprometida con una on-tologa de los fallos tcnicos?-.) A estos efectos, qu es lo que debe contar como objeto? La respuesta que da Quine a estas cuestiones se inscribe totalmente en la tradicin de los filsofos lgico-matemticos Frege y Russell: segn estos filsofos, el lenguaje ordinario es demasiado errtico e idio-sincrtico para revelar cundo los cientficos postulan obje-tos y qu objetos postulan. Para responder a estas cuestio-nes, como dice Quine, debemos regular nuestro lenguaje;

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    debemos ordenarlo (por ejemplo, nos abstendramos de ha-blar de las oscilaciones de la energa elctrica dada su irrelevancia), y podemos estandarizar nuestro idioma (as, Algunas partculas tienen carga se convertira en algo co-mo Existen algunas cosas que son partculas y que tienen carga). Idealmente, deberamos escribir las proposiciones de la ciencia (o de la teora concreta cuya ontologa quera-mos determinar) en la notacin de la teora de la cuantific~cin, la lgica de tales expresiones (cuantificadores) como existe un x tal que y todo x es tal que. Una vez hecho es-to, la

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    no era una materia que tener en cuenta, aunque s haba un objeto posible de estudio denominado metatica (cuyo objetivo era demostrar por qu la ttca no lo era). Aunque durante esos aos algunos valerosos filsofos analticos con-tinuaron dedicndose a la tica (he mencionado ya la tica de la virtud de Elizabeth Anscombe y Philippa Foot), lo cierto es que el panorama de la disciplina se encontraba en una va muerta. Sin embargo, con la publicacin de Teora de la justicia -que coincidi con debates sumamente im-portantes en la vida pblica estadounidense sobre la perti-nencia o no del Estado del bienestar y sobre las exigencias de la justicia social-, la tica adquiri una enorme impor-tancia y, una vez ms, un gran nmero de estudiantes de doctorado empez a especializarse en la materia. No obstan-te, en cierto sentido la revolucin rawlsiana fue bastante contenida. En tanto que Teora de la justicia presupona al-gn tipo de epistemologa, esta epistemologa se centraba en la nocin de equilibrio reflexivo. Rawls hizo suya esta idea del planteamiento de Nelson Goodman, segn el cual lo que los filsofos deben hacer es abandonar la vana bsque-da de verdades necesarias y -habida cuenta que los princi-pios que tenemos en realidad siempre entran en conflicto con las formas en las que resolvemos algunos de los casos que nos parecen claros en la vida real- dedicarse a un es-crupuloso proceso de ajuste mutuo. En otras palabras, si reflexionamos simultneamente sobre los principios Y los casos que estamos considerando, tenemos que revisar, gra-dualmente (y experimentalmente) los principios Y las in-tuiciones sobre los casos particulares hasta llegar a un equilibro estable. Resulta difcil argumentar contra esto si

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    se entiende como una alternativa sensata al apriorismo, pe-rp los filsofos preocupados por las cuestiones planteadas por los positivistas lgicos -Cmo sabemos que los enun-ciados ticos no son slo expresiones de actitudes subjeti-vas?, Cmo sabemos que pueden tener un valor de verdad (es decir, si son verdaderos o falsos)?- querrn un argu-mento filosfico que, dada la naturaleza del caso, parecera tener que proceder de la metafsica, la epistemologa o la fi-losofa del lenguaje, contra la afirmacin positivista segn la cual dichos enunciados carecen de significacin cogni-tiva. Seguramente usted podr alcanzar eso que denomi-na "equilibrio reflexivo" -dira el positivista-, pero esto slo tiene que ver con usted. Otra persona podra llegar a un equilibro totalmente distinto.

    En publicaciones posteriores, la ms reciente de las cuales es El liberalismo poltico (1993), aunque ya desde su discurso presidencial ante l(l American Philosophical As-sociation,42 Rawls neg la necesidad de que su metodologa tuviera que defenderse desde la epistemologa, la metafsi-ca o la filosofa del lenguaje, pues hoy en da el asunto con-siste en buscar un conjunto de postulados ticos cuya ob-jetividad reside simplemente en el hecho de que, en las democracias occidentales con una historia poltica deter-minada, es posible alcanzar un consenso superpuesto sobre si son correctas o no, o sobre si son correctos los idea-les y las normas ticas que se les atribuyen. Esto es lo mxi-mo que el filsofo rawlsiano intenta demostrar. (La idea consiste en que si los ciudadanos acuerdan dejar a un lado sus discrepancias teolgicas y metafsicas an pueden al-canzar un consenso sobre diversos principios de justicia

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    especficos.) Una tica normativa que, desde el principio, afirma que la metafsica y la epistemologa no forman par-te de sus intereses, y que advierte que su compromiso es poltico, no metafsico, no plantea ningn tipo de amena-za a las diversas concepciones de la filosofa analtica ni, concretamente, a las que anteriormente describ como las visiones pancientistas y cuasi-realistas de la actividad filosfica.

    Sin embargo, no se debe pensar que todos los filsofos que creen que la ciencia es la que nos debe proporcionar toda la verdad sobre la realidad nieguen la posibilidad de enunciados ticos verdaderos. !Algunos de ellos lo niegan (por ejemplo, John Mackie y Gilbert Harman defienden, en obras que gozan de un justo prestigio, la imposibilidad de que exista algo como el conocimiento tico );43 otros intentan desarrollar posiciones intermedias -Bernard Williams sos-tuvo que, si bien los enunciados ticos pueden ser verda-deros, su verdad no es absoluta, sino que simplemente refleja la perspectiva de un mundo social u otro-;44 sin embargo, un grupo de realistas cientficos encabezados por Richard Boyd, recuperando la antigua tradicin naturalista tica, ha intentado sostener que el predicado bueno dis-tingue una clase natural a partir de la cual es posible, en principio, construir una teora cientfica. No obstante, la gran mayora de los filsofos interesados en la tica norma-tiva en los departamentos de filosofa angloestadounidenses de hoy en da probablemente evitar, siguiendo a Rawl~, cualquier controversia de carcter metafsico.

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    Wittgenstein en Harvard

    Tres filsofos de Harvard estaban interesados en la filosofa de Wittgenstein cuando, en 1965, llegu a esa universidad. 45 Naturalmente, sus interpretaciones evidenciaban ciertas diferencias, algunas de las cuales describir ms adelante pero tambin coincidan en muchos aspectos. Concretamen~ te, no tardaron mucho en convencerme de que una versin de la filosofa del ltimo Wittgenstein debida a Norman Mal-c~lm, qu~ yo haba criticado en diversos artculos,46 que ha-Cia de Wittgenstein poco ms que un positivista disfrazado no lograba reflejar el verdadero alcance de esta filosofa: Gracias a la influencia de estos lectores pude darme cuenta finalmente de que Wittgenstein hizo algo muy distinto de ofrecer una postura filosfica.

    Creo que la manera ms sencilla para explicar cmo en-t~endo hoy a Wittgenstein es mediante un ejemplo. Para los filsofos analticos que, como Quine, creen que existir es una nocin perfectamente unvoca, las cuestiones Exis-ten los nmeros realmente? y El argumento de indis-pensabilidad de Quine es realmente un buen argumento? ~stn perfectamente claras. Comprendemos el significado de existir cuando se emplea en enunciados matemticos como Existen nmeros primos mayores que mil; por tan-to, podemos comprender Existen los nmeros primos y Existen los nmeros. Podemos preguntarnos si tenemos ju~tificacin para aceptar la matemtica con su compro-miso con la existencia de objetos intangibles (los nme-ros). Para Wittgenstein, sin embargo, la idea de que cuando un matemtico sostiene que existe un nmero primo entre

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    diez y cien ha afirmado que existe un objeto intangible con una determinada relacin con otros objetos intangibles es motivo de confusin. Aunque empleemos las mismas reglas lgicas formales para operar con el cuantificador existencial exis-te tanto en matemtica como en contextos empricos, es cierto que, en matemtica, el uso de enunciados existen-ciales es enormemente distinto del uso de enunciados exis-tenciales empricos como Existen animales que pueden orientarse mediante el eco de los sonidos que emiten. La idea de que cuando usamos el trmino existe en matem-ticas estamos hablando sobre objetos, por intangibles que sean, induce a confusin.

    sta es una conclusin a la que tambin podra llegar un positivista lgico, pero la manera en que lo hara sera muy distinta. Para los positivistas, a esta conclusin selle-ga aplicando la distincin analtico/ sinttico y la teora de la verificabilidad del significado. Segn dicha teora, exis-ten dos y slo dos condiciones (muy distintas) para que un enunciado sea cognitivamente significativo y, por tanto, dos tipos muy distintos de enunciados cognitivamente sig-nificativos. Segn la teora positivista original de la verifi-cabilidad, un enunciado es significativo cuando puede ser empricamente contrastado o bien cuando es decidible por medios puramente lgicos y matemticos.47 Para el positi-vista, de ello se sigue inmediatamente que los enunciados existenciales matemticos pertenecen a una clase totalmen-te distinta de los enunciados existenciales empricos. Los primeros son analticos y los ltimos son sintticos o empricos (para los positivistas estos dos ltimos trmi-nos eran sinnimos). Pero el segundo Wittgenstein rechaza-

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    bala ida de que exista algo como el criterio de v ............... a.-cacin. El wittgensteiniano debe empezar por pensar, como la mayora de nosotros, que hay algo extremadamente sos-pechoso en decir que el nmero cinco es un objeto intan-gible y preocuparse por si ste existe realmente, y explo-rar, de manera muy paciente y minuciosa, qu hace que nos sintamos impelidos a hablar de este modo, y sentir que, si no podemos hablar de este modo, la matemtica se tambalea. Para el wittgensteiniano, la idea de que el argumento de la indispensabilidad es realmente anlogo a las pruebas expe-rimentales que ofrece un fisico para demostrar la existencia de una partcula desconocida no es ms que otra manifesta-cin de la misma confusin. 48

    Esto tiene que ver con la cuestin de si las cuestiones fi-losficas son realmente similares a las cuestiones de la cien-cia emprica. Creo, como Wittgenstein, que la respuesta es no, pero tras los poderosos ataques de Quine a la distin-cin analtico/ sinttico, quienes compartimos este punto de vista tendremos que demostrar que no es incoherente afir-mar que una investigacin es conceptual y que se caracteri-za por la falibilidad;49 sostener que la filosofia puede alcan-zar algn tipo de conocimiento infalible simplemente ya no resulta creble.

    Algunos intrpretes de Wittgenstein, entre los que se cuenta Burton Dreben, tienden a subrayar aquel aspecto de la filosofia de Wittgenstein en el que una cuestin de la fi-losofia tradicional, o una conclusin de la filosofia tradi-cional, se revela como una confusin. Evidentemente, su ob-jetivo no es sustituir la filosofia tradicional por un nuevo sistema, como los muchos sistemas de pensamiento produ-

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    cid os por el positivismo lgico a lo largo de su desarrollo, si-no librarnos de la ilusin de tener un conjunto de cuestiones importantes. En mi opinin, al hacer tal cosa estn tocando un punto cuya importancia es capital, aunque es fcil que los filsofos de hoy en da lo malinterpreten. Y digo los fil-sofos de hoy en da porque la idea de que algunos proble-mas filosficos son ilusorios no es nueva en la historia de la filosofa, juega un papel central en una obra capital como la Crtica de la razn pura de Kant. Pero la mayor parte de los filsofos a los que les resulta dificil comprender el pensa-miento de Wittgenstein son personas que no dedican mucho tiempo a Immanuel Kant. En sus memorias, la idea de que en filosofa hay pseudoproblemas est inextricablemen-te ligada a Rudolf Carnap y al positivismo lgico. As, para ellos es natural suponer que, cuando los wittgensteinianos niegan la inteligibilidad de determinados temas filosficos, ello se debe a que suscriben la teora positivista de la verifi-cabilidad del significado, aun cuando aqullos nieguen tal cosa. Que uno pueda llegar a ver que una pregunta filosfica es una pseudopregunta analizando las consideraciones que parecen hacer que ello no sea slo genuino, sino tambin, y hasta cierto punto, obligatorio, sin proporcionar un criterio de significacin cognitiva que se refiera a ello desde un punto de vista externo, es algo que puede llevar mucho tiem-po a alguien familiarizado con la filosofa analtica (cierta-mente, a m me llev bastante), y Dreben tuvo la notable habilidad de transmitir esta idea wittgensteiniana a sus es-tudiantes (y tambin a sus colegas).

    Sin embargo, hay otra forma de ver el resultado de la fi-losofa del ltimo Wittgenstein que no resulta incompati-

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    ble pero quiz s complementaria. Segn el Wittgenstein de Stanley Cavell, las confusiones filosficas no son slo un pro-blema de mal funcionamiento del lenguaje, sino que son una expresin de profundas cuestiones humanas que tambin se expresan de muchas otras formas: de forma poltica teo-lgica y literaria. 5 '

    Con respecto a esta cuestin, quisiera subrayar que mu-chos de los problemas que Wittgenstein aborda tienen que ver con la incmoda relacin con lo normativo, teniendo en cuenta que con el trmino normativo no pretendo referir-me exclusivamente a la tica. Analicemos la normatividad que conlleva la idea de seguir una regla. Que existe una ma-ne.ra correc.ta y otra incorrecta de seguir una regla es lo que Wittgenstein denominara una verdad gramatical, pues el concepto de regla va unido a los conceptos de hacer lo

    ~orrecto o lo incorrecto, o de dar la respuesta correcta 0 la Incor~ecta. Pero muchos filsofos consideran que deben r~ducir esta normatividad a alguna otra cosa; tratan, por e]emplo, de situarla en el cerebro, aunque entonces sucede que si las estructuras cerebrales nos llevan a seguir correc-tamente las reglas, en alguna ocasin nos pueden llevar tam-bin a seguirlas incorrectamente. (Naturalmente uno se puede alinear con los chomskianos y decir que exste una

    d~:erencia entre la competencia del cerebro y su actua-cwn, pero esto equivale a decir que incluso a la hora de des-cribir el cerebro tenemos que emplear distinciones norma-tivas, lo cual implica que, en realidad, seguir correctamente una regla no se explica diciendo: Una regla se sigue correc-tam~nte cua~do el cerebro acta de acuerdo con su compe-tencia, Y se sigue incorrectamente cuando el cerebro come-

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    te un error de actuacin. Con ello, lo nico que se consigue es reformular el hecho con el que empezamos -el hecho de la normatividad de seguir una regla- aunque empleando una jerga especial.) En el pasado, los filsofos que abordaron estas descripciones reduccionistas del seguimiento de reglas no recurrieron a misteriosos poderes mentales ni a entida-des platnicas con los que supuestamente la mente mantiene alguna misteriosa relacin. Tanto en el caso del cientfico re-duccionista como en el del metafisico de la vieja escuela, el impulso es el mismo: abordar la normatividad, esto es, la co-rreccin de seguir una va como opuesta a otra, como si fue-ra unfenmeno necesitado de una explicacin causal (bien se trate de una explicacin cientfica corriente o, si se me per-mite la expresin, de una explicacin supercientfica). La respuesta de Wittgenstein consisti en cuestionar la idea de que las expresiones normativas necesiten ser explicadas de alguna de estas maneras. De hecho, cuestion la idea de que en este caso hubiera un problema de explicacin.

    Desde el principio de las Investigaciones filosficas, la comodidad e incomodidad con lo normativo estn asociadas con la comodidad e incomodidad con el desorden del lengua-je, con el hecho de que el lenguaje que es perfectamente til en su contexto no pueda, posteriormente, satisfacer los es-tndares de precisin y claridad impuestos por filso-fos Y lgicos; en efecto, estn asociadas con nuestro deseo de negar todo este desorden, que nos lleva a forzar el len-guaje y el pensamiento para que se ajusten a una u otra representacin imposiblemente ordenada. Concretamente, los cientficos cognitivos (o los filsofos que se conside-ran a s mismos como tales) a menudo hablan como si exis-

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    tiera una esencia de la creencia, como si, por ejemplo, creer en algo fuera una cuestin de que el cerebro pusiese alguna proposicin en su caja de creencias. (No le engao.) Al prin-cipio de las Investigaciones filosficas, Wittgenstein subraya que palabras como creencia, cuestin y orden repre-sentan (prcticamente hablando) muchas cosas distintas. El deseo del realismo cientfico contemporneo de representar todas las cuestiones como si fueran de un solo tipo, es decir, como cuestiones empricas, y todas las justificaciones como si fueran de un solo tipo, como justificaciones empricas, es simplemente otra manifestacin de la tendencia a forzar una nica representacin de lo que en ningn sentido es un fenmeno unificado. Wittgenstein no slo quiere aclarar nuestros conceptos, sino tambin aclararnos a nosotros y, paradjicamente, aclararnos ensendonos a vivir, como no tenemos ms remedio que hacer, con lo que no est claro. A partir de esta lectura, el compromiso con Wittgenstein y el compromiso con la transformacin personal y social no slo no son incompatibles, sino que pueden reforzarse mu-tuamente.

    El significado de "significado"

    Las ideas que acabo de describir no afectaron sustancial-mente mi pensamiento hasta la dcada de los ochenta. Pero en 1966-1967, primero en una clase de filosofia del lenguaje y posteriormente en unas conferencias pronunciadas en el NEH Summer Institute on the Philosophy of Language, em-pec a desarrollar algunas ideas nuevas sobre el significado

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    -ideas en modo alguno inspiradas por un deseo de ver c-mo la ciencia natural poda resolver problemas filosficos, sino ms bien por una reaccin negativa ante las posturas que sostuve durante mi estancia en el MIT-. Segn estas posturas, el conocimiento que el hablante posee de las pala-bras que pronuncia consiste simplemente en el conocimien-to tcito de una batera de reglas semnticas almacenadas dentro de su cabeza. En 1966 empec a darme cuenta de que la imagen completa del lenguaje como algo que est to-talmente dentro de la cabeza del hablante individual tena que ser errnea. Diversas consideraciones, sobre las que no me extender aqu, me convencieron de que la habitual com-paracin de palabras con herramientas es errnea, si las herramientas que tenemos en la mente son herramientas que una persona podra, en principio, usar aisladamente, como un martillo o un destornillador. Si el lenguaje es una herramienta, esta herramienta es como un transatlntico, cuyo uso requiere la cooperacin de muchas personas (y participando en una compleja divisin del trabajo). Lo que confiere a las palabras de un individuo los significados con-cretos que stas poseen no es slo el estado del cerebro del individuo en cuestin, sino las relaciones que ste tiene con su entorno no humano y con otros hablantes.

    Al principio esta idea cay en odos ms o menos sordos, pero cuando la present con mayor detalle en un artculo que escrib a finales de 1972 titulado El significado de "sig-nificado"51 obtuvo una recepcin sorprendentemente fa-vorable (debida en parte a su consonancia con las ideas presentadas en las celebradas conferencias que Kripke pro-nunci en Princeton en 1970, tituladas El nombrar y la ne-

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    cesidad),52 y al menos cierta parte de ella -la idea segn la cual toda descripcin completa de significado debe incluir factores externos a la cabeza del hablante- prcticamente ha llegado a formar parte de la ortodoxia de la filosofa del lenguaje. (No obstante, debo decirles que esta forma de ver las cosas no surgi del programa del realismo cientfico, al cual anteriormente me sent muy vinculado.) Por otra parte, hacia 1972, empez apreocuparme un problema al que Quine haba dedicado mucha atencin: cmo (y; como hubiera dicho Quine, si) las palabras pueden tener algn ti-po de referencia determinada.

    Referencia y teora de modelos

    La manera en que esto lleg a convertirse en un problema para m fue ms o menos la siguiente: como la mayor parte de la gente que suscribe el modelo computacional de lamen-te, yo crea que cuando vemos u omos algo lo que realmente sucede es que en nuestras mentes/cerebros se producen determinados datos sensibles visuales o auditivos. Estos da-tos sensibles son los que la mente/ cerebro procesa cogni-tivamente. Desde este punto de vista, la relacin entre las mesas y las sillas que percibimos y los datos sensibles es simplemente una cuestin de impactos causales en la reti-na y en el tmpano, y de seales causales de la retina y el tmpano a los procesadores cerebrales; no tenemos una re-lacin cognitiva directa con los objetos que percibimos. Nuestros datos sensibles son, por as decir, el interfaz entre nuestros procesos cognitivos y el mundo. (Esto es en lo que

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    se convierte la descripcin cartesiana de la mente cuando sta se identifica con el cerebro.) La posibilidad de sostener que aquello de lo que somos inmediatamente conscientes en la percepcin real son las verdaderas propiedades de las co-sas externas y no representaciones es algo que rechazo ca-tegricamente. Segn esta descripcin neocartesiana de la mente, parece que no hay problema en cmo la mente (con-cebida como un ordenador) puede conocer las experiencias subjetivas (los datos sensibles) que tiene la persona, puesto que supuestamente stos son eventos que ocurren dentro del propio ordenador y que, por tanto, le resultan accesi-bles. Pero qu quiere decir que estas experiencias repre-sentan objetos externos a la mente/ ordenador?

    Como hemos visto, la mayor parte de los filsofos anal-ticos rechaz la postura positivista segn la cual una teora cientfica es bsicamente un mecanismo para predecir ex-periencias subjetivas. Sin embargo, en la filosofa de lamen-te en la que yo y otros filsofos analticos estamos interesa-dos, resulta difcil ver cmo la comprensin mental de una teora cientfica puede realmente ir ms all de lo que los positivistas hubieran permitido. Se puede entender cmo la mente, concebida como un ordenador, puede comprender una teora cientfica en el sentido de ser capaz de emplearla como un mecanismo de prediccin, pero cmo puede la mente comprender una teora cientfica realistamente (es decir, comprendiendo que trminos como tomo y mi-crobio aluden a cosas reales) en la forma en que yo lo plan-teo ya desde mi ensayo Lo que las teoras no son?

    En este momento, me vinieron a la mente determinados resultados de la lgica matemtica. Sin entrar en detalles

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    tcnicos, sucede que si existe alguna correspondencia entre los trminos de un lenguaje y las cosas del mundo (es decir, la relacin de referencia que supuestamente todos tenemos en mente), entonces las distintas correspondencias existen-tes que hacen que los mismos enunciados sean verdaderos (y no slo en el mundo real, sino tambin en todos los mundos posibles!) son infinitas. 53 De ello se sigue inmediatamente que si hay un hecho respecto al cual la correspondencia es la relacin de referencia entre las palabras de mi teora y los tem del mundo entonces el hecho no puede determinarse simplemente haciendo predicciones y contrastndolas. Si A y B son dos correspondencias distintas tales que para la ver-dad de cualquier enunciado (en cualquier mundo posible) diera igual que la relacin de referencia fuese A o B, enton-ces, concretamente, ninguna prueba emprica puede posible-mente determinar si A o Bes la relacin correcta>>. La idea misma de relacin correcta amenaza con convertirse en excesivamente metafsica. Sin embargo, nunca pude acep-tar la forma extremadamente audaz en que Quin e abordaba el problema, que consista en negar que exista un hecho al que nuestras palabras se refieran. 54 Segn Quine, y emplean-do sus propias palabras, cuando pienso que me estoy refi-riendo a mi gata Tabitha (o a mi esposa, o a mi amigo, o a m mismo) no hay ningn hecho respecto al cual mis palabras designen Tabitha o

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    listas cientficos slo existen dos posibilidades: reducir la referencia a conceptos empleados en las ciencias fsicas, lo cual parece imposible, o afirmar (como Quine) que la exis-tencia de una determinada relacin de referencia no es ms que una ilusin. Empec a distanciarme del ncleo duro del realismo cientfico en parte por esta razn y en parte porque descubr la importante obra de un filsofo que siempre ha insistido en que para comprender la cognicin es tan im-portante conocer las artes como conocer las ciencias. Ese fi-lsofo es Nelson Goodman. Me di cuenta de que en algunos aspectos coincida con l, especialmente en su insistencia en que el mundo no tiene una descripcin inmediata o construida, sino que existen muchas descripciones que se pueden ajustar en funcin de nuestros intereses y objeti-vos. (Aunque ello no quiere decir que cualquier cosa que nos guste se pueda ajustar. Que no haya slo una descripcin correcta no quiere decir que todas lo sean, pues la correc-cin de una descripcin puede ser subjetiva.) Sin embargo, aunque discrepo de Goodman cuando afirma que no hay slo un mundo, sino muchos, y que stos son los mundos que nosotros mismos hacemos, 56 sigo pensando que su tra-bajo es una continua fuente de inspiracin. Por otra parte, en aquella poca tambin empec a tomar en serio una idea que o por primera vez a mis profesores pragmatistas de la Universidad de Pennsylvania y de la UCLA: la idea segn la cual los juicios de valor no carecen de significado cog-nitivo, sino que en realidad estn implcitos en toda cogni-cin; hecho y valor estn interrelacionados

    ste era el contexto que me indujo a p~esentar mi pri-mer intento de una va intermedia entre el antirrealismo y

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    el realismo metafsico (realismo interno) en las dcadas de los setenta y los ochenta. 57 Aunque sigo defendiendo algu-nas de las ideas desarrolladas en dicho intento (el negar que la realidad dicta una descripcin nica y la concepcin de hecho y valor como interrelacionados y no discretos son tan centrales en mi pensamiento actual como lo eran entonces) el proyecto en su conjunto me parece ahora fatalmente vi-ciado por su adhesin a la concepcin tradicional segn la cual nuestras sensaciones son un interfaz entre nosotros y el mundo.58

    Yo no era el nico filsofo que empez a preocuparse por estos problemas. Michael Dummett trabajaba tambin en alguna de estas cuestiones e intentaba desarrollar una for-ma de verificacionismo exento de la presin fenomenalista que observbamos en el positivismo. Y en el mismo perodo Richard Rorty rompi con el realismo cientfico y avanz en una direccin que al principio asoci con la deconstruc-cin derridiana y posteriormente con el pragmatismo nor-teamericano. 59 Al igual que Quine, Rorty rechaza la idea de que exista una determinada relacin de referencia entre pa-labras y cosas, pero (a diferencia de Quine) sostiene que los enunciados de la ciencia no tienen ms derecho a ser cali-ficados de verdaderos que otros enunciados que encontra-mos satisfactorios en cualquiera de las otras muchas disci-plinas. Para Rorty; verdadero es simplemente un adjetivo que empleamos para elogiar las creencias que nos gustan.

    Aunque no puedo aceptar la semntica verificacionis-ta de Dummett, y Rorty me parece peligrosamente proclive a abandonar la idea de que existe un mundo externo, mesa-tisface comprobar que vieron algunas de las mismas dificul-

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    tades que yo advert en lo que, en filosofa analtica, se ha convertido en la metafsica realista estndar.

    El retorno de la historia de la filosofa

    Acabo de describir la manera en que llegu a darme cuenta de que las dificultades filosficas relacionadas con cmo el lenguaje depende del mundo no se resolvern mediante nuevas investi~aciones en ciencias naturales, incluyendo los modelos computacionales de la mente. Esto es algo que sostiene hace tiempo el eminente filsofo canadiense Char-les Taylor, quien, concretamente, ha subrayado que estas di-ficultades surgen porque determinadas formas de pensar nos parecen obligatorias. Sostiene tambin que sin investi-gar la historia de esta obligatoriedad, sin una investigacin que intente descubrir la genealoga de los cambios concep-tuales que hicieron que el cartesianismo (o cartesianismo cum materialismo) parezca la nica manera posible de pen-sar sobre la mente, nunca llegaremos a ver hasta qu punto son contingentes algunos de los supuestos que generan nues-tros problemas; hasta que no lo veamos, seguiremos dando vueltas a estos problemas. Sin embargo, esto es algo que yo no estaba dispuesto a or a finales de la dcada de los seten-ta, poca en la que escriba Razn, verdad e historia. No obs-tante, en 1980 (e influido por Richard Rorty) empec a estu-diar seriamente la obra de William James e inmediatamente me impresion su insistencia en que la descripcin de nues~ tras experiencias como algo dentro de nuestras mentes (o nuestras cabezas) es un error. Tiempo atrs, a partir de la

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    lectura de Sentido y percepcin, de Austin, fui consciente de la posibilidad de negar la concepcin interfaz, aunque re-chac la idea. Pero en 1980, cuando volv a pensar en la cues-tin, vi con claridad (pese a que el enfoque de James contie-ne algunos elementos insostenibles) que ste estaba en lo cierto al pensar que se deba abandonar la concepcin tradi-cional.60 Adems, empec (con Ruth Anna Putnam) a estu-diar los voluminosos escritos de John Dewey, que ofrece una manera de pensar acerca de la indagacin tica que evita muchas de las dicotomas estndar (absoluto versus relativo, instrumental versus categrico, etctera).61

    Ms o menos en aquella poca, me di cuenta de que un fi-lsofo al que profesaba un gran respeto, John McDowell, ins-taba a rechazar la descripcin neocartesiana de la mente y la dicotoma hecho/valor, en la que, aparentemente, estaba anclada la filosofa analtica. Durante muchos aos, las ideas de McDowell slo podan encontrarse en forma de artcu-los y conferencias ocasionales, pero en 1991 dict las Con-ferencias John Locke en Oxford (actualmente publicadas con el ttulo Mind and World). En 1994 pronunci mis pro-pias Conferencias Dewey sobre diversas cuestiones conexas. En nuestras respectivas conferencias ambos presentamos una postura no cartesiana haciendo continuas referencias a la historia de la filosofa (tal como recomendaba Charles Taylor). Parece claro que el largo predominio de la idea d que la filosofa es una cosa y la historia de la filosofa es otra est llegando a su fin. O es una apreciacin demasiado optimista?

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    La (no) recepcin de la filosofa continental

    No puedo terminar sin mencionar una caracterstica de la filosofa analtica angloamericana que no habr pasado desapercibida a ningn observador mnimamente informa-do: la exclusin de la filosofa continental. (Las principa-les instituciones que otorgan los ttulos de doctorado en fi-losofa raramente incluyen textos de Foucault o Derrida en sus cursos, y no hace mucho que se ha empezado a prestar atencin a la obra de Jrgen Habermas, y aun as slo en cursos de tica.) A primera vista, esto puede parecer sor-prendente; al fin y al cabo, la filosofa se considera parte de las humanidades, y la teora francesa goza de gran predica-mento en las otras humanidades. Sin embargo, esta indife-rencia de los departamentos de filosofa analtica resulta menos sorprendente si se tiene en cuenta que la imagen que la filosofa analtica tiene de s misma es ms cientfica que humanstica. Si uno aspira a hacer ciencia (aun cuando lo que escribe en realidad se acerca ms a la ciencia ficcin), diferenciarse de las humanidades parecer una virtud posi-tiva. Naturalmente, no todos los filsofos que pertenecen a los departamentos analticos estn contentos con este esta-do de cosas. (Por ejemplo, algunos personajes destacados han estudiado y enseado durante aos la fenomenologa de Husserl, o la filosofa de Habermas, e incluso la de Heideg-ger.) Sin embargo, gran parte de los filsofos analticos jus-tifica la exclusin de textos de los autores que acabo de men-cionar alegando que dichos autores no son claros o que sus textos (que, en realidad, probablemente no han ledo) no contienen argumentos. No admiten que su propia con-

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    cepcin de la filosofa es cientifista; por lo general, cuando se ataca a la filosofa analtica, sus defensores se limitan simplemente a comparar su estilo de filosofa con argu-mento y claridad. Pero la doctrina del Tractatus segn la cual todo lo que puede ser expresado puede ser expresado claramente se ha convertido en un dogma; en realidad, des-de que la nocin de forma lgica en la que se basaba el Tractatus fue rebatida, nunca he odo a nadie que argumen-tara en su favor. La buena prosa, cualquiera que sea el tema del que se ocupe, debe comunicar algo digno de ser comuni-cado a un lector sensible. Si trata de persuadir, la persuasin no debe ser irracional (lo cual no excluye la posibilidad de que, implcitamente, se proponga que alguien vea lo que se niega a ver -una forma de vida, o lo que realmente sucede en el mbito de nuestras prcticas lingsticas, cientficas, ticas o polticas- y no simplemente una deduccin a partir

    de premisas ya aceptadas o la presentacin de pruebas de una hiptesis emprica). La exigencia de que slo digamos lo que puede ser dicho en el tipo de prosa en el que escribi Bertrand Russell, por maravillosa que sta fuera, en reali-dad no hace ms que limitar aquello sobre lo que podemos hablar.

    Debe continuar la filosofa analtica?

    Esta descripcin de los cambios del carcter de la filosofa estadounidense durante el medio siglo en el que he sido testi-go de ella recoge, necesariamente, una perspectiva. Soy cons-ciente de no haber prestado la debida atencin a algunas

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    contribuciones brillantes; la obra de Donald Davidson, Saul Kripke, David Lewis, Robert Nozick y otros slo ha recibido, en el mejor de los casos, una breve mencin. A modo de dis-culpa parcial debo decir que mi objetivo ha sido esbozar los inicios de las que parecen ser las tendencias dominantes ac-tuales y el principio de un cambio experimentado a partir de los que, en mi opinin, constituyen los errores de dichas tendencias. Davidson, Kripke y Nozick contribuyeron a es-tos avances, aunque la forma en que lo hicieron sera difcil de explicar en un artculo descriptivo como ste. Dada mi postura crtica con la tendencia realista cientfica y simila-res (por ejemplo, el materialismo cum perspectivismo de Bernard Williams y el cuasi-realismo de Blackburn) pa-recera tambin que abogo por el fin de la filosofa analtica, y sta es una cuestin sobre la que quisiera hacer alguna puntualizacin.

    Si por filosofa analtica entendemos, simplemente, una filosofa informada por el conocimiento de la ciencia, el conocimiento de los avances de la lgica moderna y el de las grandes obras de los filsofos analticos anteriores, desde Russell, Frege, Reichenbach y Carnap hasta la actualidad, entonces, con toda certeza, no estoy defendiendo que deba llegar a su fin. Lo que me preocupa son determinadas ten-dencias de la filosofa analtica -la tendencia al cientifis-mo, a desdear la historia de la filosofa, el rechazo a or otros tipos de filosofa-, pero combatir estas tendencias no es lo mismo que combatir la filosofa analtica. Como fil-sofo cuya propia obra est repleta de referencias a Frege, Russell, Wittgenstein, Quine, Davidson, Kripke, David Lewis y otros, me considero un filsofo analtico en este sentido.

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    Aunque, por mencionar una ltima tendencia que desa-pruebo, la tendencia a pensar en la filosofa analtica como en un movimiento (y que ha llevado a la creacin de nue-vas -y excluyentes- asociaciones de filsofos analticos en distintos pases europeos) no me parece acertada. Desde mi punto de vista, la nica funcin legtima de los movimien-tos filosficos es obtener atencin y reconocimiento para ideas que an no se han recibido o que han sido desaten-didas o marginadas. La filosofa analtica hace tiempo que est presente y; ciertamente, es una de las corrientes domi-nantes de la filosofa mundial. Convertirla en un movi-miento no es necesario, y ello no hace ms que conservar las caractersticas que he criticado. De la misma manera que podemos aprender de Kant sin declararnos kantianos, de James y Dewey sin declararnos pragmatistas y de Wittgens-tein sin declararnos wittgensteinianos, podemos aprender de Frege, Russell, Carnap, Quine y Davidson sin declarar-nos filsofos analticos. Por qu no podemos ser simple-mente filsofos, sin adjetivo?

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    Notas l. Las caractersticas que descri-

    bo como supuestos principios cen-trales del movimiento son las que se encuentran en una de las obras que ms contribuyeron a popularizar el positivismo lgico: Language, Truth and Logic, de A. J. Ayer, publicada en Londres, por V. Gollancz, en 1936 (trad. cast.: Lenguaje, verdad y lgi-ca, Barcelona, Martnez Roca, 1977). Tales principios llegaron a constituir el estereotipo de lo que un positi-vista lgico crea. El estereotipo se ajusta a la realidad en estos aspec-tos: los positivistas lgicos crean que las proposiciones metasicas care-cen de sentido (aunque no se ponan de acuerdo sobre cules eran las proposiciones metasicas) y que stas se pueden distinguir de las proposiciones cognitivamente sig-nificativas (las proposiciones de la ciencia) porque estas ltimas se pueden demostrar empricamente o bien son decidibles recurriendo a la lgica (en la que se incluan las ma-temticas) y a definiciones (vase la nota 47). Las proposiciones ticas y los juicios de valor en general tam-bin eran considerados carentes de sentido, como si se tratase de pro-posiciones que expresan verdades sobre el mundo, aunque se les poda conceder un tipo de significado de segunda clase si se las consideraba expresiones emotivas, formas de

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    expresar una actitud, exhortacio-nes para que otros compartieran una actitud, etc.

    2. Que todos los positivistas crean que las verdades empricas son sobre los datos de los sentidos es quizs el error ms generalizado. Incluso la celebradaAujbau (cons-truccin) de Rudolf Carnap, enDer Logische Aujbau der Welt (Berln, Weltkreis-Verlag, 1928), se limitaba a afirmar que los datos de los sen-tidos ofrecen una forma posible de reconstruir las proposiciones de la ciencia, y Hans Reichenbach, en Experience and Prediction (Chicago, Ill., University of Chicago Press, 1938), era inequvocamente hostil a este tipo de fenomenalismo.

    3. En realidad, la idea segn la cual todos los conceptos cientficos -concretamente, los conceptos observacionales- tienen una carga terica aparece, significativamen-te, en artculos de Neurath y Reichen-bach desde principios de los aos veinte.

    4. ste es un error que principal-mente cabe atribuir a la influyente obra de Thomas Kuhn The Structure of Scientific Revolutions, segunda ed. Chicago, ID. University of Chicago Press, 1970 (trad. cast.: La estructu-ra de las revoluciones cientficas, Mxico, F.C.E., 1971). Reichenbach y Carnap empezaron a dedicarse a la

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    filosofa en los albores de una revo-lucin cientfica, la revolucin eins-teniana, y la cuestin central de la obra de Reichenbach, The Theory of Relativity anda Prior Knowledge (Berln, J. Springer, 1992), era pre-cisamente cmo dar cuenta de las revoluciones cientficas sin que esto implique forzosamente la idea de que las teoras anteriores y poste-riores a dicha revolucin son incon-mensurables, como ms adelante defendera Kuhn.

    5. On What There Is, 1948, publi-cado en W. V. Quine, From a Logical Point of View, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1953 (trad. cast.: Acerca de lo que hay, enDes-de un punto de vista lgico, Barcelona, Paids, 2001 [en prensa]).

    6. Two Dogmas (Dos dogmas del empirismo) (1950), compilado en ibid. Puesto que la forma positivis-ta de permitir algunos enunciados no demostrables empricamente -los enunciados de la matemtica pura-en la clase de los enunciados cog-nitivamente significativos al tiem-po que prohiban los metasicos dependa de una estricta distincin sinttico/ analtico, la crtica de Quine a dicha distincin ayud a que los fll-sofos empezasen a sospechar de la dis-tincin ciencia/metasica.

    7. The Scope and Language of Science (1957), compilado en W. V. Quine, The Ways of Paradox, Cam-

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    bridge, Mass., Harvard University Press, 1976, y en On Epistemology Naturalized, en W. V. Quine, Onto-logical Relativity, Nueva York, Co-lumbia University Press, 1969 (trad. cast.: La relatividad ontolgica y otros ensayos, Madrid, Tecnos, 1974).

    8. Esta dicotoma est presente en la obra de Carnap desde, aproxima-damente, 1939. Se daba por supues-to que los trminos observacionales (como, por ejemplo, azul o piz-cas) se referan nicamente a obser-vables, y que la distincin entre enunciados que funcionan como informes observacionales y los enun-ciados que funcionan como postu-lados tericos se puede trazar de la siguiente forma: los primeros con-tienen nicamente trminos obser-vacionales, mientras que los ltimos deben contener al menos un trmi-no terico. En Hilary Putnam, What Theories Are Not (1960), compilado en Hilary Putnam, Mathematics, Matter and Method (Cambridge, Cambridge University Press, 1975 [trad. cast.: Lo que las teoras no son, en L. Oliv y A. R. Prez Ransanz (comps.), Filosofa de la ciencia: teo-ra y observacin, Mxico, Siglo XXI, 1989], se demuestra que ambos supues-tos son insostenibles.

    9. Vase Michael Friedman, Logi-cal Positivism Re-Evaluated, Journal of Philosophy LXXXVIII, 10, octubre de 1991, pgs. 505-519.

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    10. Vase G. A. Reisch, DidKuhn Kili Logical Empiricism?, Philoso-phy of Science 58, 1991, pgs. 264-277. Mi agradecimiento a Gerald Holton y Jordi Cat por esta referencia.

    11. Morton White no era positivista, pero se tomaba en serio el positi-vismo, as como la filosofa oxo-niense y el pragmatismo americano.

    12. Durante mucho tiempo no con-sider que Wittgenstein fuese un filsofo dellenguaje ordinario en este sentido, y en mi opinin la ver-dadera importancia de Austin tras-ciende con mucho su adhesin a esta idea.

    13. White, que jug un papel en el cambio en Harvard, era el ms joven y el ltimo que haba llegado al departamento (vase tambin la nota 11).

    14. Concretamente, la Universidad de Cornell tuvo un departamento de filosofa wittgensteiniana duran-te varios aos.

    15. Como se menciona en la nota 6, en el contexto de los debates sobre el positivismo lgico, el ataque de Quin e a la distincin analtico/ sin-ttico cuestion tambin la idea de la distincin ciencia/metafsica.

    16. Noam Chomsky, Syntactic Structures, (Gravenhage, Mouton, 1957) (trad. cast.: Estructuras sin-tcticas, Mxico, Siglo XXI, 1974).

    17. Las funciones recursivas son una clase de funciones que, segn una

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    tesis (la tesis de Church) defendida por Alanzo Church y Alan Turing en la dcada de 1930, comprende exac-tamente las funciones que un orde-nador puede, en principio, computar. La teora lingstica de Chomsky ha conservado dos tesis centrales en sus diversas formas: 1) que las estructuras gramaticales de un lenguaje natural son mucho ms complejas que las gramticas tradi-cionales (gramticas de estructura de la frase), aunque 2) estas estruc-turas ms complejas pueden des-cribirse tambin empleando un formalismo por la teora de las fun-ciones recursivas (y procesos com-putacionales en general) enunciada por primera vez por Emil Post, un estadounidense contemporneo de Turing.

    18. Paul Ziff, Semantic Analysis, Ithaca, N. Y., Cornell University Press, 1960. Hoy en da, por lo gene-ral, los estudiantes suponen que esta idea se origin en el texto de Donald Davidson Truth and Mea-ning, Synthese XVII, 3, 1967, y, lamen-tablemente, casi nunca se hace referencia al libro de Ziff.

    19. Las mquinas de Turing son mecanismos abstractos (al menos existan nicamente como abstrac-ciones matemticas cuando Alan Turing las describi en los aos treinta) que constituyen la base de la teora computacional moderna.

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    20. Minds and Machines, com-pilada en Hilary Putnam, Mind, Language and Reality, Cambridge, Cambridge University Press, 1975.

    21. Putnam, Lo que las teoras no son. Esta influencia se debi en parte a determinada confluencia de ataques a la postura de Carnap. Segn la descripcin que Frederick Suppe da de lo sucedido, en el pre-facio de The Structure oj Scientific Theories (Urbana, Illinois, University of Illinois Press, 1974 [trad. cast.: La estructura de las teoras cientfi-cas, Madrid, Editora Nacional, 1979]), hubo ataques de dos tipos: En pri-mer lugar, se atacaron caractersti-cas especficas de esta postura[ ... ] encaminadas a mostrar que eran de todo punto errneas [as es como calific mi ataque]. En segundo lugar, haba avanzadas filosofas alternativas de la ciencia [Hanson, Kuhn y Toulmin] que la rechaza-ron totalmente y se dedicaron a abo-gar a favor de alguna otra concepcin de la ciencia y del conocimiento cientfico (!bid., pg. 4).

    22. A veces, este vocabulario l-gico adoptaba los recursos de la lgica de primer orden o, alter-nativamente, de la teora de con-juntos. Vase Rudolf Carnap, The Methodological Character of The-oretical Concepts, en H. Feigl y M. Scriven, Minessota Studies in the Philosophy oj Science, vol. I de

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    The Conceptual Foundations of Psychology and Psychoanalysis, Minneapolis, Minn., The Univer-sity of Minnesota Press, 1956.

    23. Reimpreso como Putnam, Mind, Language and Reality, cap. 11.

    24. El texto de Donald Davidson The Very Idea of a Conceptual Scheme (enProceedings andAddres-ses of the American Philosophical Association, 67, 1973-1974) contiene un poderoso (y celebrado) argu-mento contra la coherencia de la idea de inconmensurabilidad.

    25. El artculo de Anscombe Modern Moral Philosophy, publi-cado en 1958, represent una lla-mada a favor de este nuevo enfoque. Dicho texto est recogido en G. E. M. Anscombe, Ethics, Religion and Politics, vol. 3 de The Collected Philosophical Papers of G. E. M. Anscombe, Oxford, Blackwell, 1981.

    26. Charles Travis, The Uses of Sen-se: Wittgenstein's Philosophy oj Lan-guage, Oxford, Oxford University Press, 1989.

    27. Consideremos, por ejemplo, la oracin La mesa est llena de caf. En funcin del contexto, esto puede significar que la mesa est lle-na de tazas de caf, o que el caf se ha derramado en la mesa, o que est llena de paquetes de caf. Sin embar-go, en todos estos usos, cate, mesa y llena poseen sus significados estndar.

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    28. Para una contundente crtica de la postura de Grice, vase Charles Travis, Annals of Analysis, Mind, lOO (398), abril de 1991, pgs. 237-264.

    29. Por ejemplo, se supona que el tradicional problema mente-cuer-po se convertira simplemente en el problema de la relacin entre el software y el hardware del cerebro.

    30. Vase Quine, The Scope and Language of Science y Quine, On Epistemology Naturalized.

    31. Vase Hilary Putnam, Philo-sophy of Logic (1971), reimpreso como parte de Putnam, Mathematics, Matter and Method, 2 ed.; y Quin e, Acerca de lo que hay.

    32. En su forma ms simple, esto es p y (q o r) es equivalente a (p y q) o (p yr).

    33. Vase Hilary Putnam, Is Logic Empirical? (1968), reimpreso como The Logic of Quantum Mechanics, en Putnam, Mathematics, Mtter andMethod.

    34. Para una descripcin de estas dificultades, vase Hilary Putnam, Reply to Michael Redhead, en P. Clark y R. Hale (comps.), Reading Putnam, Oxford, Blackwell, 1994.

    35. W. V. Quine, Word and Object, Cambridge, Mass., Technology Press of the Massachusetts Institute of Technology, 1960 (trad. cast.: Palabra y objeto, Barcelona, Labor, 1968).

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    36. Un famoso experimento men-tal de Quine, empleado a menudo para ilustrar su doctrina, imp