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DICTAMEN DE LA PROCURACION GENERAL: La Cámara Primera Civil y Comercial, Sala Tercera de La Plata, confirmó -en lo que aquí interesa- la sentencia de Primera Instancia que hizo lugar a la demanda de alimentos y estableció que el accionado debe cumplir con su obligación desde la fecha de su interposición -12 de julio de 1991- (fs. 436/440). Contra el pronunciamiento se alza la actora, en representación de su hijo menor con asistencia técnica, mediante recurso extraordinario de inaplicabilidad de ley (fs.441/451). Denuncia violación de los artículos 264, 265, 267, 268, 4027 del Código Civil; 34 inc. 4 del Código Procesal Civil; 31, 16, 17 y 18 de la Constitución nacional, de la doctrina legal y errónea aplicación de los artículos 375 del Código Civil y 641 del Código Procesal Civil y Comercial. La recurrente, luego de destacar el origen legal de la obligación alimentaria paterno filial como parte de los derechos y deberes inherentes a la patria potestad que vienen desde la concepción, la que no está sujeta a la prueba de la necesidad por parte del reclamante, con cita de la normativa de fondo respectiva, expresa que la Cámara crea en el caso una suerte de caducidad de la acción de pleno derecho para reclamar los alimentos con

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Page 1:  · Web view14º) No media en la especie un problema de distinción entre acción, derecho y pretensión; sí del carácter de la sentencia en el proceso, la que aquí asume carácter

DICTAMEN DE LA PROCURACION GENERAL:

La Cámara Primera Civil y Comercial, Sala Tercera

de La Plata, confirmó -en lo que aquí interesa- la

sentencia de Primera Instancia que hizo lugar a la demanda

de alimentos y estableció que el accionado debe cumplir con

su obligación desde la fecha de su interposición -12 de

julio de 1991- (fs. 436/440).

Contra el pronunciamiento se alza la actora, en

representación de su hijo menor con asistencia técnica,

mediante recurso extraordinario de inaplicabilidad de ley

(fs.441/451).

Denuncia violación de los artículos 264, 265,

267, 268, 4027 del Código Civil; 34 inc. 4 del Código

Procesal Civil; 31, 16, 17 y 18 de la Constitución

nacional, de la doctrina legal y errónea aplicación de los

artículos 375 del Código Civil y 641 del Código Procesal

Civil y Comercial.

La recurrente, luego de destacar el origen legal

de la obligación alimentaria paterno filial como parte de

los derechos y deberes inherentes a la patria potestad que

vienen desde la concepción, la que no está sujeta a la

prueba de la necesidad por parte del reclamante, con cita

de la normativa de fondo respectiva, expresa que la Cámara

crea en el caso una suerte de caducidad de la acción de

pleno derecho para reclamar los alimentos con

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retroactividad al nacimiento del menor.

Para ello -dice- se basa en la presunción de

falta de necesidad por la inactividad de la actora, sin

advertir que tal petición no se efectivizó junto con la

demanda de filiación extramatrimonial porque el impedimento

era de origen legal -falta de legitimación para accionar-

hasta tanto se inscribiera la sentencia respectiva.

Agrega que es equivocada la apreciación de la

Cámara en cuanto a que nada impedía reclamarlos durante la

sustanciación del juicio de paternidad, cuando la misma

aparece "prima facie" verosímil, pues ello no se daba en el

caso.

Alega que el "a quo" contradice la doctrina de

V.E. que establece "que el derecho a las cuotas atrasadas

sólo se pierde por prescripción, la que no corre contra los

menores de edad cuando su representante legal es el deudor

de la obligación", así como la que sienta en concordancia

de la doctrina nacional, que menciona, respecto a que "la

demora de la madre en reclamar lo adeudado no es oponible

cuando los beneficiarios son los menores de edad, pues no

puede hacerse cargar sobre los verdaderos acreedores -los

alimentados- la omisión de quien los representa" (Ac.

34.904 en D.J.B.A., Tomo 132 diario del 14/5/87).

Distingue la agraviada las figuras de

prescripción y caducidad, para destacar que ésta se produce

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sobre el reclamo judicial tendiente al cobro de cuotas no

prescriptas; sostiene que el derecho alimentario nace con

el menor y sigue hasta que éste alcanza la mayoría de edad,

por lo tanto -aduce- no puede el juzgador con fundamento en

una disposición procesal -641 del Código de Procedimiento

Civil y Comercial- limitar el reclamo alimentario a la

fecha de interposición de la demanda.

Afirma que las normas sustantivas no pueden

violar las de fondo en la materia, que son las que

prevalecen conforme lo establecido por el art. 31 de la

Constitución nacional y no resulta óbice para ello la

disposición contenida en el artículo 375 del Código Civil,

pues ella se refiere a los alimentos provisorios sin que se

instituya un límite temporal de la sentencia de alimentos.

Por ende, estima que la fundamentación en el mencionado

texto es errónea.

Propicio la desestimación del recurso.

La sentencia se apoya en el claro texto de la ley

(art. 641 del C.P.C.), conforme al cual admitida la

pretensión alimentaria el juez fijará la suma que considere

equitativa y la mandará abonar por meses anticipados, desde

la fecha de interposición de la demanda..

Ahora bien, la demandante sostiene la

inaplicabilidad de la norma procesal precitada, articulando

una doble argumentación: 1º) A su criterio, la cuestión ha

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de regirse por la normativa de fondo (art. 264, 265, 267,

268 y 4027 del Código Civil), fundamentalmente porque el

conjunto de deberes y derechos emergentes de la patria

potestad han sido atribuídos a los padres desde la

concepción de los hijos (art. 264 cit.). Concluye entonces

que al consagrarse en lo sustancial ese punto de partida

para la obligación alimentaria, el Código Procesal no ha

podido retacear o minorizar tal derecho, pues de otro modo

quedaría vulnerado el principio de supremacía que emerge

del art. 31 de la Constitución nacional y su sistema. 2º)

Paralelamente, excusa su falta de actividad entendiendo que

hasta tanto no se hubiese dictado la sentencia filiatoria

carecía de legitimación para demandar.

Sobre lo primero, entiendo que se confunden dos

ordenes de cuestiones diferentes, dos órbitas diversas en

las que giran respectivamente la consagración del derecho

alimentario en favor de los hijos, por un lado, y la

implementación concreta y específica de ese derecho así

atribuído en abstracto, por el otro. Me explico: el Código

de fondo, hundiendo sus raíces en la propia naturaleza de

las cosas y preservando valores esenciales, ha instituido

la obligación alimentaria desde el momento mismo de la

concepción. Esta definición ineludible constituye una pauta

general para disciplinar conductas, para que en el

desenvolvimiento normal de la vida de relación todos y cada

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uno sepan a qué atenerse permitiendo el funcionamiento

espontáneo del derecho sin necesidad de intervención

jurisdiccional. Asimismo, esa plataforma jurídica es la que

tendrá en cuenta el Juez en caso de requerirse su

intervención por no seguirse un acatamiento idóneo. El

Código Procesal, de su lado, precisamente contempla los

casos patológicos, aquellos en los que no ha mediado un

cumplimiento voluntario de las obligaciones, en donde se

hace necesario promover un proceso para que luego de

obtenida la necesaria certeza la jurisdicción establezca

cuál es la conducta debida.

Por eso la acción no es lo mismo que el derecho

subjetivo material alegado ante los tribunales de justicia,

ni son equivalentes en absoluto ambos conceptos. La acción

y el derecho son dos entidades jurídicas independientes,

habiendo señalado Carnelutti que uno de los capítulos mas

interesantes de la historia del derecho es el que concierne

al desarrollo de esta autonomía ("Instituciones", trad.

Sentis Melendo, t. I, p. 316), afirmándose incluso que de

la independencia entre acción y derecho deriva la

existencia misma del derecho procesal como disciplina

jurídica (Couture, "Fundamentos", 3a ed., p. 63). Y así, la

acción termina siendo un derecho público subjetivo cuyo

objeto consiste en la prestación de la actividad

jurisdiccional, cualquiera sea el contenido, favorable o

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desfavorable, del fallo en que esa prestación se concrete

(Palacio, "Derecho Procesal Civil, t. I, p. 373 y sgts).

Finalmente ese poder de provocar la actividad

jurisdi6sccional constituye un supuesto de la actividad

procesal previo a la misma, perteneciente en todo caso al

derecho constitucional, si se quiere, -peticionar a las

autoridades-, pero que requiere ser complementado con otra

noción ahora sí estrictamente procesal. Me refiero al

concepto de pretensión, que cabe definir como el acto en

cuya virtud se reclama ante un órgano judicial y frente a

una persona distinta, la resolución de un conflicto

suscitado entre dicha persona y el autor de la reclamación

(Guasp, "La pretensión procesal", en Revista de Derecho

Procesal, 1951 - I, p. 359).

Los desarrollos que preceden permiten sostener

que el objeto del proceso es la pretensión, y que la

regulación de todo lo que a ella concierna -incluidos los

efectos de la demanda efectivamente promovida- constituye

materia estrictamente regida por el derecho procesal. De

allí que bien ha podido el art. 641 del Código Procesal

Penal, instalar el punto de partida de la percepción de la

cuota alimentaria en el momento de interposición de la

demanda, sin que con ello quede lesionado el sistema que en

abstracto ha conformado el Código Civil, y sin que tampoco

resulten vulneradas las normas constitucionales que cita la

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recrente.

Sobre lo segundo -la demora en introducir la

pretensión -, la sentencia señala concretas circunstancias

que no han sido refutadas en el recurso. Así, pone de

manifiesto que se obtuvo clarísima verosimilitud en el

derecho al conocerse la pericia genética cumplimentada en

el juicio filiatorio (fs. 436 vta.), constituyendo ésta una

de las tantas circunstancias que habrían permitido

motorizar un reclamo alimentario con fijación cautelar de

alimentos provisorios (confr. Alberto J. Gowland,

"Alimentos provisorios en el juicio de reconocimiento de

filiación " en E.D. t. 148, p. 435 y sgts.).

Estimo, en definitiva, que la sentencia no

quebranta las normas que se dicen violadas, ni tampoco la

doctrina legal de V.E. que se cita, pues esta última

refiere a cuotas alimentarias ya fijadas, supuesto diverso

al de autos.

Tal es mi dictamen.-

La Plata, 9 de agosto de 1995 - Eduardo Néstor de

Lázzari.

A C U E R D O

En la ciudad de La Plata, a diecisiete de febrero de

mil novecientos noventa y ocho, habiéndose establecido, de

conformidad con lo dispuesto en el Acuerdo 2078, que deberá

observarse el siguiente orden de votación: doctores

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Pettigiani, Negri, Hitters, Pisano, Laborde, Salas, se

reúnen los señores jueces de la Suprema Corte de Justicia

en acuerdo ordinario para pronunciar sentencia definitiva

en la causa Ac. 56.647, "Justo, Lidia María del Rosario

contra Ferrer, Raúl Oscar. Alimentos".

A N T E C E D E N T E S

La Sala III de la Cámara Primera de Apelación en lo

Civil y Comercial del Departamento Judicial de La Plata

modificó el monto de la cuota alimentaria justipreciada y

la confirmó en cuanto a que la misma es exigible a partir

del 12 de junio de 1991.

Se interpuso, por la actora, recurso extraordinario de

inaplicabilidad de ley.

Oído el señor Procurador General, dictada la

providencia de autos y encontrándose la causa en estado de

dictar sentencia, la Suprema Corte resolvió plantear y

votar la siguiente

C U E S T I O N

¿Es fundado el recurso extraordinario de

inaplicabilidad de ley?

V O T A C I O N

A la cuestión planteada, el señor Juez doctor

Pettigiani dijo:

1. En lo que interesa destacar, dado el alcance del

recurso traído, la Cámara fundó su decisión en que:

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a) Si bien el derecho a reclamar alimentos se apoya en

el emplazamiento en el estado de hijo, nada impedía a la

actora peticionar dicha asistencia alimentaria para el

menor, paralelamente con el juicio de filiación sin

necesidad de esperar -como lo hizo- la íntegra tramitación

del juicio de filiación.

b) Aún cuando no se hubiese dictado sentencia

declarando la filiación, el hijo extramatrimonial puede

reclamar alimentos, si la paternidad del demandado aparece

prima facie verosímil.

c) La demandante no pidió alimentos provisorios a

pesar de tener expedita la vía para reclamarlos estando en

trámite el juicio de reconocimiento de paternidad, y más

precisamente desde octubre de 1990, cuando tuvo

conocimiento del resultado de la pericia inmunológica.

d) Los alimentos deben abonarse desde el día de la

promoción del presente juicio, conforme al principio

general establecido en la normativa de fondo y forma que

retrotrae los efectos de la condena al momento de la

demanda.

2. Contra dicho pronunciamiento se alza la actora por

vía de inaplicabilidad de ley en el que denuncia violación

a los arts. 31, 16, 17 y 18 de la Constitución nacional,

264, 265, 267, 268 375 y 4027 del Código Civil y 34 inc. 4º

y 64l del Código Procesal Civil y Comercial.

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Aduce en suma que:

a) La Cámara crea frente al caso de litis, una suerte

de caducidad de la acción para reclamar los alimentos del

menor desde el nacimiento, estableciendo que nada impedía a

la actora reclamarlos durante la sustanciación del juicio

de filiación.

b) Si no hubo petición judicial anterior no fue

producto de una inactividad negligente sino por

impedimentos de orden legal, ya que la actora, al no

aparecer prima facie verosimil la paternidad del demandado,

no poseía título que la legitimara a promover la demanda

hasta tanto se inscribiera la sentencia de filiación. Estas

particularidades de la causa hacen inaplicable el art. 641

del Código Procesal Civil.

c) La Cámara se aparta de la doctrina legal que emana

de la causa Ac. 34.904 según la cual el derecho a las

cuotas atrasadas en concepto de alimentos sólo se pierde

por prescripción.

d) La fundamentación del fallo en el art. 375 del

Código Civil resulta errónea pués se refiere a los

alimentos provisorios, sin que establezca el límite

temporal de la sentencia.

e) La sentencia atacada otorga prevalencia a las

normas procesales sobre las expresas disposiciones

contenidas en el Código Civil acerca de la obligación

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alimentaria de los padres respecto de sus hijos menores

derivada de la patria potestad, y que surge desde la

concepción de éstos.

3. El recurso debe prosperar.

Las circunstancias de autos son las siguientes:

El 6 de diciembre de 1988 la actora inició contra el

demandado una acción de reconocimiento de paternidad en

nombre y representación de su hijo Raul Jonatan que había

nacido el 1º de febrero de ese año.

El 25 de octubre de 1990 se agregó a la causa el

resultado del estudio inmunogenético realizado a las partes

(fs. 164/174) y el consecuente allanamiento del accionado a

la pretensión acaecido el 14 de noviembre de 1990 (fs.

176).

El 26 de febrero de 1991 se dictó sentencia haciendo

lugar a la demanda de reconocimiento de paternidad

entablada.

El 12 de junio de 1991, la actora inició el juicio de

alimentos que nos ocupa.

La Cámara en su fallo hoy cuestionado hizo lugar a los

alimentos reclamados a partir de la fecha de interposición

de la demanda y no desde el nacimiento del menor como la

actora pretendía. Concluyó que es factible admitir la

demanda de alimentos provisionales que hayan sido pedidos

durante la sustanciación del juicio de filiación cuando el

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derecho invocado fuera verosimil, por lo que la actora pudo

no haber postergado el reclamo hasta el dictado de la

sentencia de filiación como lo hizo.

La quejosa si bien aceptó tal conclusión entendió que

su parte no se encontraba en dicha situación justamente por

carecer su derecho prima facie de verosimilitud al momento

de demandar; y que tan fue ello así que el demandado negó

categóricamente tanto la paternidad que se le atribuía como

haber mantenido relación íntima alguna con la actora.

Es sobre este punto que versa el principal ataque del

recurrente a la sentencia en examen. Considera éste que las

circunstancias reseñadas tipifican un supuesto de excepción

que impide aplicar la normativa general del art. 641 del

Código Procesal Civil y Comercial segun la cual los

alimentos concedidos son debidos desde la fecha de

interposición de la demanda.

Asiste razón a la actora.

I. El vocablo alimentos comprende "todo lo necesario

para la vida de la persona necesitada" (Mazeaud, Henry Leon

et Jean, Lecciones de Derecho Civil-EJEA, Buenos Aires,

1959, Parte I, Vol. IV, LECCION LXII, p. 147 Nº 1208; conf.

Lehman, Heinrich, Derecho de Familia, Vol. IV, Ed. Revista

de Derecho Privado, Madrid, 1953, p. 397, y Escriche,

Diccionario razonado de Legislación y Jurisprudencia,

París, 1869).

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A su turno, el fundamento último de la obligación

alimentaria es el deber de solidaridad social, recortado y

limitado en torno a la familia (los Mazeaud se refieren a

una obligación derivada de la solidaridad familiar, op.

cit. p. 134).

Es decir que principios tan sólidamente vinculados con

la dignidad del ser humano, como son el derecho a la vida y

la solidaridad social sustentan con igual firmeza lo que en

rigor constituye un derecho natural para aquél que requiere

el alimento, que el legislador ha convertido en derecho

positivo, elevando la exigibilidad moral al rango coactivo

de deber jurídico (conf. Alicia Elena Pérez Duarte y

Noroña, La obligación alimentaria: deber jurídico, deber

moral, coedición de Ed. Porrúa y la Universidad Nacional

Autónoma de México, México D.F. 1989, P. 10).

II. Pero como ha señalado un alto tribunal americano

"los casos relacionados con alimentos de menores están

revestidos del más alto interés público" (Tribunal Supremo

de Puerto Rico, Ex Parte Negrón Rivera, 87 JTS 114 (9

diciembre 1987), página 5303 JTS y casos allí citados;

López v. Rodríguez, 88 JTS 40 (15 abril 1988), pág. 5694

JTS).

Esta primigenia consideración tiene marcado arraigo en

nuestra práctica jurídica, donde el Derecho de Menores ha

alcanzado un tan frondoso como saludable desarrollo,

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impulsado por juristas y realizadores de la talla de Luis

Agote, Juan Carlos Landó, Julio Alfonsín, Jorge Eduardo

Coll, Julio Herrera, Carlos de Arenaza y másadh

recientemente Rafael Sajón y Daniel Hugo D' Antonio, a

partir de la ley 10.903, sancionada en 1919, que reguló el

Patronato de Estado según lineamientos que básicamente aún

perduran.

Es que, como señala Luis Diez Picazo (Familia y

Derecho, Ed. Civitas, Madrid, 1984, p. 172) "en esta

materia se ha producido, en los ordenamientos jurídicos

modernos, una inflexión determinada para el tránsito de la

figura del hijo menor al menor sin más, abstracción hecha

de sus connotaciones familiares. Se produce también el

tránsito del tratamiento del menor en el Derecho Civil,

donde, como estado y condición de la persona tenía su

asiento, a todo un conjunto tuitivo de normas que se

generaliza por doquier... Como síntoma de este tránsito, no

me parece casual que el art. 39 Const. (española), párrafo

2º, enfatice que los poderes públicos aseguran la

protección integral de los hijos y que en su apartado 4º

diga que los niños gozarán de la protección prevista en los

Acuerdos internacionales que velan por sus derechos"

"vivimos sin duda en una cultura que trata de otorgar una

especial protección a los niños, que es indudablemente una

protección jurídica. Las cláusulas en las que se contempla

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el beneficio y el interés de los hijos, referidas, según es

lógico, a los hijos menores de edad, se han reiterado en el

Código Civil después de las Reformas de 1981. La

consagración más clara de la idea se encuentra en el

párrafo 2º del art. 154, según el cual la patria potestad

se ejercerá siempre en beneficio de los hijos, lo que, por

una parte modaliza la potestad y su ejercicio y hace

inadmisibles los actos que entrañan beneficio exclusivo del

titular. La misma idea se reitera después en muchos otros

artículos del Código" (ps. 173/174 op. cit.).

Estos conceptos son plenamente válidos, mutatis

mutandi para nuestro ordenamiento jurídico y trasuntan sin

duda una tendencia universal.

Sobre esta última, baste señalar la intensísima

actividad legislativa internacional desarrollada en las

últimas décadas en materia de minoridad como consecuencia

de la cual se sancionaron instrumentos de marcada

trascendencia aun en el plano del derecho interno, tales

como el Pacto de San José de Costa Rica (año 1969), la

Convención sobre Derechos del Niño (ONU, 1989), las Reglas

Mínimas de Naciones Unidas para la Administración de

Justicia de Menores (Reglas de Beijing), por citar sólo las

de mayor repercusión en las legislaciones nacionales.

Entre nosotros, con posterioridad a la sanción del

Código Civil, las leyes 10.903, 11.357, 13.252, 14.367,

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14.394, 19.134 y 23.264 innovaron profundamente en materia

de filiación y patria potestad, a la vez que la sanción de

la reforma de nuestra Carta Magna en 1994 al incorporar con

jerarquía constitucional el Pacto de San José de Costa Rica

y la Convención sobre derechos del Niño, entre otros

instrumentos internacionales, a los que previamente se

había prestado adhesión, y consagrar medidas de acción

positiva en favor de los menores y de seguridad social para

los concebidos, (art. 75 incs. 22º y 23º), marcó con trazos

indelebles profundas líneas de desarrollo del Derecho de

Familia y la Minoridad.

Para Rafael Sajón (Derecho de Menores, Abeledo Perrot,

Buenos Aires, 1995, p. 29) "lo identificatorio de este

nuevo orden jurídico de menores es que es un derecho

tuitivo, finalista y de orden público, traducido hoy en los

modernos códigos de menores, en los estatutos y leyes

específicas (en Brasil el Estatuto del Niño y la

Adolescencia, 1990; Guatemala; Ecuador; Bolivia; Perú;

Colombia. Leyes Tutelares de Menores en Venezuela, Uruguay,

Argentina o Chile)", legislación que "coloca al menor

expresa o implícitamente como sujeto prevalente de

derechos. Establece la aplicación preferente de esta

normativa específica en los casos conflictivos de leyes"

(ejemplifica Sajón el art. 20, ap. 4º de la Constitución

Española de 1978, que declara implícitamente este principio

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cuando dice: "Estas libertades, la de expresión, la de

creación y la de cátedra, tienen su limitación en el

derecho a la protección de la juventud y de la familia". La

Constitución brasileña de 1988 y el Estatuto del Niño y del

Adolescente del Brasil (ley 8069, 13-VII-1990) recogen las

expresiones "interés supremo del menor" (prioridad

absoluta) que expusiéramos sistemáticamente desde 1947 en

lecciones de Derecho de Menores".

III. Hemos traído esta reseña porque consideramos con

profunda convicción que en el caso de los alimentos entre

padres e hijos menores, los mismos tienen su fuente en la

patria potestad (conf. Belluscio, Augusto César-"Manual de

Derecho de Familia" -4ª ed.- Depalma, Bs.As. 1986, Tº II,

Nº 539, p. 319; Guastavino, Elías P., "Régimen de visitas

en el Derecho de Familia", J.A., 1976-I-654). El español

Pablo Beltrán de Heredia de Onis, de un modo semejante

señala, en alusión a las obligaciones que emanan del nº 1

art. 155 del Código Civil español, que impone a los padres

(que ejerzan la patria potestad) con respecto a hijos no

emancipados el deber de alimentarlos, educarlos e

instruirlos (colocado en aquella parte del Libro I sobre la

patria potestad) y del art. 143 (colocado en el Libro I en

los alimentos entre parientes), que "son distintas las

fuentes de ambas obligaciones alimenticias. La obligación

de los padres de alimentar a sus hijos no emancipados tiene

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su fuente en el hecho de la generación y se configura

jurídicamente como un efecto personal de la patria

potestad. Y ello con independencia de un estado de

necesidad en el hijo..." ("La obligación de alimentos

legales entre parientes" Tº III, núm. 3, Universidad de

Salamanca, 1958, p. 16). Más adelante agrega "el verdadero

fundamento de la obligación de los padres de alimentar e

instruir a sus hijos no emancipados teniéndolos en su

compañía, está en el hecho de la generación como un efecto

personal de la patria potestad" (p. 31) para expresar de

modo parcialmente coincidente con lo que antes señaláramos

que "En realidad y en derecho estricto con la obligación

alimenticia se tutela un interés privado, individual, que

tiene su fundamento en el derecho a la vida configurado

como un "derecho de la personalidad" ... "entre estos

derechos de la personalidad se encuentra el derecho a la

vida y se encuentra en un lugar preeminente ya que ... sin

él no cabe la existencia ni el disfrute de los demás

bienes. Y este derecho a la vida (es) el verdadero y único

fundamento de la obligación alimenticia" (p. 33).

Belluscio-Zannoni separan claramente en el caso de

padres e hijos la obligación alimentaria que surge del art.

367 que refiere a los hijos mayores de edad o menores

emancipados, de la obligación asistencial emergente de la

patria potestad (arts. 265, 267, 268 y concs., C.Civ.)

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("Código Civil y Leyes Complementarias Comentado, Anotado y

Concordado", Tº II, Astrea, Buenos Aires, 1979, comentario

al art. 267, par. 1, p. 99, con cita de Busso II, com. al

art. 567, nº 2, p. 557 y art. 367, par. 4 p. 270; id. art.

370, par. 1 p. 275; conf. Borda, "Tratado de Derecho Civil

Argentino, Familia", Tº II, 2ª ed. Perrot, Buenos Aires,

1959, Nº 1247, p. 387: los menores tienen derecho a los

alimentos, no surgiendo la obligación de los progenitores

de la relación de parentesco sino del deber de crianza y

educación que pesa sobre ellos. López del Carril agrega

que, si bien el deber alimentario descansa en la patria

potestad no es menos cierto que reconocen una fuente común

que es la paternidad y/o la maternidad, al punto que la

pérdida -hoy privación- de la patria potestad deja

subsistente la obligación alimentaria -"Derecho y

Obligación alimentaria", Abeledo Perrot, Bs.As., 1981, ps.

305/6, con cita en sentido concordante de Busso, Tº II, p.

558 y Planiol, Marcel-"Traité élémentaire de Droit Civil",

Tº I, p. 518; de Julliot de la Morandiere, quien señala que

"la obligación alimentaria con respecto a los descendientes

menores de edad tiene una fisonomía particular"- "Precis de

Droit Civil", Tº I, Nº 467; y de Jean Carbonnier para el

cual "El estudio sociológico de la obligación alimentaria

exige una perfecta delimitación de los supuestos de la

misma; nadie duda de que las obligaciones que atañen a los

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ascendientes no presentan idénticos matices sociológicos y

psicológicos que la que se predica con respecto a los

descendientes". Derecho Civil, Tº I, V. II, p. 420 (id. p.

308). Agrega López del Carril que el derecho del menor

surge de las normas que regulan los derechos y deberes de

la patria potestad y no son de aplicación los arts. 367 y

ss. del Código Civil (p. 308). Establece luego una serie de

diferencias que resaltan el régimen especial y propio de la

obligación alimentaria respecto de hijos menores: la

obligación alimentaria no tiene quantum fijo, ya que la

misma se desarrolla en todas sus facetas, de acuerdo a las

posibilidades económicas de los padres y dentro del hogar

paterno (p. 306). En el mismo sentido, Jacqueline Rubellin

de Vichi -Los derechos del niño y su familia en el derecho

positivo francés, en "Derecho de Familia", Revista

interdisciplinaria de Doctrina y Jurisprudencia -1990- 4

-Abeledo Perrot- pto. 2º p. 85 -sostiene que la obligación

de manutención -art. 203- no contiene reciprocidad, a

diferencia de la obligación de alimentos -205-).

Así, precisan Belluscio-Zannoni que en general, el

deber alimentario particular de los padres en favor de los

hijos cesa de pleno derecho cuando la patria potestad

concluye por la llegada de los hijos a la mayoría de edad o

cuando se emancipan por matrimonio (op. cit. como. al art.

267 p. 99 nº 1, y art. 373, p. 283, nº 3). Igual sucedía

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con los hijos extramatrimoniales aún en el régimen anterior

(com. art. 369, Nº 2, p. 274).

De todas maneras, aun llegando a la mayoría de edad o

emancipado, el hijo necesitado puede reclamar el

cumplimiento de la obligación derivada de la relación de

parentesco (id. p. 283, nº 3). Pero en todo caso, los

progenitores no pueden exonerarse de la obligación

asistencial que les incumbe invocando que otras personas

amparan a los hijos (id. id. com. art. 367, p. 270 nº 4).

La obligación alimentaria se confunde así con el deber

de mantenimiento, que resulta de la calidad de padre. Ello

determina una situación especialísima que marca una nítida

diferencia con la obligación alimentaria respecto de

parientes: no requiere la configuración de los requisitos

que hacen a la obligación alimentaria sino meramente la

existencia de un vínculo matrimonial o familiar que la

imponga. Además, a la inversa de lo que ocurre con aquélla,

en la que la prestación que implica siempre es traducible

en dinero, el deber de mantenimiento se cumple cabalmente a

través de la prestación en especie o in natura, que es por

otro lado la forma habitual de satisfacerla. Tampoco se

otorgan en función de los mismos parámetros, ya que el

deber paterno debe ser satisfecho con racionalidad, acorde

con la planificación y el orden armónico que presupone la

vida hogareña, donde deben equilibrarse los roles y la

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participación de los demás integrantes del núcleo familiar,

lo que obviamente difiere en el caso de los parientes.

Desde otro ángulo, la obligación paterna finaliza por regla

general al llegar el hijo a la mayoría de edad, o más

genéricamente de hecho al abandonar el hogar común, en

tanto la que se tiene con parientes subsiste en tanto

subsiste el vínculo y no se modifican los requisitos que

condicionan su procedencia. El deber de mantenimiento

importa sujeción de los hijos a las decisiones que en

ejercicio de su autoridad adopten sus padres, lo que no

ocurre respecto de los parientes, ya que la obligación

alimentaria a su respecto es independiente por entero de la

posibilidad de dirección por parte del alimentante.

Finalmente, la obligación entre parientes es

recíproca, mientras que el deber de mantenimiento pesa

exclusivamente sobre los padres, los que no pueden

transformarse en sujetos pasivos del mismo con relación a

sus hijos menores.

IV. Como señalan Alex Weill-Francois Terre (Droit

Civil, Les personnes, La Famille, Les incapacités,

Cinquième édition, Dalloz, París, 1983, Nº 579, p. 568), la

obligación alimentaria es una obligación civil, establecida

por la ley, que nace automáticamente de la reunión de tres

condiciones: necesidad del alimentario (besoin du créancier

-acreedor-); "pudiencia" o capacidad del deudor (ressources

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du débiteur) y vínculo de parentesco al cual la ley

atribuye la obligación (lien de parenté ou d'alliance

auquel la loi attache l'obligation)".

Entre nosotros, advertimos que el art. 370 del Código

Civil condiciona la obligación alimentaria ante todo a que

se pida alimentos, lo cual explica que respecto de los

parientes en general la obligación se rija desde la

promoción de la demanda.

Pero tratándose de los hijos menores (o incapacitados

a cargo), no se necesita acreditar la necesidad que tienen

los mismos, porque ésta se presume.

Los padres deben alimentarlos aunque aquéllos pudieran

sostenerse con su trabajo, y el hijo menor no necesita

probar los extremos del art. 370 del Código Civil para

pedir alimentos (Belluscio-Zannoni, op. cit. com. art. 267

nº 1 p. 100, conf. Borda, Tratado de Derecho Civil

Argentino, Familia, Tº II, 2ª ed. Ed. Perrot, Bs.As. 1959,

p. 387 Nº 1247; López del Carril, op. cit. p. 308, aunque

en la p. 318 pareciera sostener lo contrario).

Llambías ha dicho que: "cuando el hijo es menor de

edad, su derecho a alimentos es independiente de los

recursos económicos con los que pueda contar, toda vez que

la obligación alimentaria que pesa sobre el padre, nace del

deber de crianza que tiene respecto del hijo hasta que

alcance la mayoría de edad" (Código Civil Anotado Tº I, p.

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930, Nº 1 com. al art. 267).

Lehmann llega incluso a decir que son jurídicamente

indiferentes la necesidad del hijo y aun la capacidad de

prestación de alimentos por parte del padre (Heinrich

Lehmann, Derecho de Familia, Vol. IV, Revista de Derecho

Privado, Madrid 1953, p. 380).

En el mismo sentido debe computarse el Fallo de la

Cámara Nacional Civil Sala F, "Tiberi c/ Labriola" (J.A.

1986-I síntesis) que entendió que las dificultades

económicas que pueda estar atravesando el obligado a pasar

alimentos a su cónyuge e hijos menores no lo relevan del

cumplimiento de su deber alimentario, sino que por el

contrario, lo constriñen a arbitrar los medios necesarios

para proveer al sustento de aquéllos (cit. por Condorelli,

"Código Procesal Comentado, com. art. 641 p. 261).

Debe repararse asimismo en que esa situación comienza

para el menor desde el instante de su concepción, que marca

el inicio de su vida.

Esta Corte lo ha dicho al resolver que "el deber de

proporcionar alimentos entre esposos o entre padres e hijos

menores, es de distinta índole que entre los demás

parientes; aquéllos sólo deben justificar el vínculo y

caudal del demandado y no la necesidad del socorro"

(S.C.B.A., D.J., 65-213 y fallos concordantes Cám. 1ª L.P.

D.J. 13-463; Cám. 2ª L.P. J.A. 38-524; Cám. 1ª Bahía Blanca

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L.L. 81-60 y J.A. 1955-3-442) "Para eximirse de tal deber

el marido debe probar la existencia de bienes de propiedad

de aquélla" (S.C.B.A., D.J. 65-213), (Pío S. Jofré, Código

Procesal Civil y Comercial de la Pcia. de Bs.As., anotado y

Concordado, 2ª ed. Ed. Librería Jurídica, La Plata, 1977,

p. 328, Ccm. art. 636, Nº 4), circunstancia ésta última que

no resulta de aplicación en el caso del hijo menor, lo que

acentúa la particularidad de su situación.

A esta misma conclusión llegan los autores que

sostienen que los requisitos subjetivos y objetivos del

derecho y la obligación alimentaria rigen en la obligación

alimentaria entre parientes, pero no entre cónyuges ni con

respecto a los hijos menores de edad, pues en ambos casos

rigen regímenes que les son propios (Lafaille, Familia, p.

404; Busso, Código Civil Com., Tº II, p. 865; Días de

Guijarro, J.A. 63-115, López del Carril, Derecho y

Obligación Alimentaria, Nº 39, p. 75).

Eduardo Fanzolato, si bien refiriéndose exclusivamente

a los alimentos entre cónyuges, aunque con conceptos que

mutatis mutandi entendemos a fortiori de estricta

aplicación al caso de los alimentos debidos a los hijos

menores explica que "la obligación alimentaria entre

esposos es una relación jurídica familiar que tiene

autonomía dogmática y legislativa respecto del resto de

institutos alimentarios de cualquier origen: legal,

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contractual o delictual". Explica la primera en que "su

génesis legal es exclusiva y los intereses que tutela son

propios y peculiares de esta institución, aunque todos los

alimentos familiares tengan un substratum común, que es el

deber ético de solidaridad que está en la base de las

relaciones humanas". La segunda "porque se rige por normas

específicas que contemplan su singularidad (Alimentos y

Reparaciones en la separación y en el divorcio, Depalma,

Bs.As. 1991, pág. 1).

V. Dicho esto, reiteraremos que la obligación

alimentaria atañe al orden público (Weil-Terre, op. cit.,

nº 585 A, p. 578), y en consecuencia los interesados no

pueden suprimirla, ni el derecho a alimentos puede ser

objeto de una renuncia absoluta, ni de una transacción, ni

se puede renunciar a las garantías que aseguran el pago

(id.id.).

Asimismo los alimentos adeudados son en principio

inacumulables y están sometidos a caducidad, según la

doctrina tradicionalmente seguida por la mayoría de los

autores y por la jurisprudencia dominante (conf. López del

Carril, Julio J., "Derecho y Obligación Alimentaria",

Abeledo Perrot, Bs.As., 1981, p. 157, nº 67), aunque

creemos que estas conclusiones distan de ser pacíficas,

frente a los sólidos argumentos que se han desplegado para

contrarrestarlas, y a las importantes excepciones que

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reconocen.

Como recuerda López del Carril, este principio,

contrario al derecho de obligaciones, se resumió en el

viejo adagio latino in praeteritum non vivitur (Vasalli,

"Trattato", T. II págs. 340/1; De Ruggiero,"Instituciones",

T. II, págs. 537 y ss.) (op. cit. ps. 157 y 159). Si bien

algunos los basan en la presunción de que se ha producido

una renuncia tácita (Planiol Ripert-Rouast, "Traité

Pratique de Droit Civil Français", Tº II, p. 41; Colin y

Capitant, Tº I, p. 378) y otros en que la falta de reclamo

haría presumir la falta de necesidad del alimentario,

generándose en ambos casos la secuela de la caducidad del

derecho de percibir los alimentos devengados (Llambías,

Obligaciones, Tº III Nº 2066, p. 390; Spota, A. G. Tratado,

vol. 10 nº 2234 y 2294; Borda, Guillermo A., Familia, II Nº

1228, Salvat-Galli, Obligaciones, Tº III, Nº 2195 in fine;

Morello, Augusto Mario, Juicios Sumarios Nº 287 y ss., p.

396), lo cierto es que tales argumentos chocan con la

disposición del art. 874 del Código Civil que establece que

"La intención de renunciar no se presume y la

interpretación de los actos que induzca a probarla debe ser

restrictiva" y con la del art. 4027 inc. 1º del mismo

cuerpo legal que fija el plazo de cinco años para la

prescripción de la obligación de pagar los atrasos de

pensiones alimenticias.

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Enneccerus-Kipp-Wolff, tras mencionar el principio del

derecho común de que la pretensión de alimentos en cuanto a

tal no podía alegarse respecto de lo pretérito (cf.

Windscheid, p. 475 nota 17), refieren que según el derecho

civil el que tiene derecho a alimentos puede exigir por lo

pasado el cumplimiento del deber de alimentos o la

indemnización por incumplimiento a partir del momento en

que el obligado incurrió en mora o en que hizo litigiosa la

pretensión de alimentos (art. 1613). (Tratado de Derecho

Civil - Cuarto Tomo; Derecho de Familia - Volumen Segundo,

6ª Revisión-Trad. de la 20ª ed. alemana, Bosch, Casa

Editorial, Barcelona, 1946, p. 236 IX). Antes habían

recordado que los alimentos futuros no pueden renunciarse

(par. 1614 ap. 1) y por tanto, tampoco es posible tal

renuncia por vía de transacción, aunque cabe una renuncia

de los atrasos debidos (p. 238, XI).

Lehmann también refiere que en principio no se deben

los alimentos para el pasado (art. 1613), lo que es

consecuencia de la finalidad que persigue el deber de

alimentos, que consiste en cubrir las necesidades de la

vida del alimentista (in praeteritum..."), pero se

establece también en interés del obligado, que ha de

organizar su tren de vida teniendo en cuenta el deber de

prestar alimentos. Pero "reconoce la ley una excepción a

partir del momento en que el obligado incurrió en mora o en

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que se hizo litigiosa la pretensión de alimentos (1613); en

tales casos, el que tiene derecho a alimentos puede pedir,

a su elección, el cumplimiento del deber de alimentos o la

indemnización por incumplimiento (280) (Derecho de Familia,

Vol IV, p. 398 Nº 3).

Weill-Terre, tras criticar el fundamento del principio

"aliments ne s'arréragent point" si se sitúa en la renuncia

tácita, porque es difícilmente conciliable con el principio

de indisponibilidad de la obligación alimentaria, prefieren

justificarlo en razón de la falta de necesidad,

ostensibilizante de la circunstancia que el alimentista

puede vivir gracias a otros recursos. Afirman la existencia

de una corriente doctrinal y jurisprudencial desfavorable

al principio, situándola en un contexto hostil a los

deudores de pensiones alimentarias negligentes, y rescatan

como excepciones el que se lo considere una presunción que

admite prueba en contrario, y que sólo se aplica cuando

quien percibe la pensión es el mismo acreedor,

ejemplificando el caso de la madre que debiendo recibir una

pensión de su ex-marido puede reclamar las cuotas que ella

no ha percibido. (op. cit. Nº 588 D, p. 581).

Tras pronunciarse en términos muy semejantes, Alain

Bernabent concluye en que, de una manera general, se puede

considerar esta regla en declinación, porque ella protege

al deudor negligente toda vez que él deba tomar la

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iniciativa de reglamentar la pensión que puede sostener

(Droit Civil, La Famille, deuxième édition, litec Droit,

París, 1984, Nº 664, p. 473).

Los Mazeaud, tras recordar que en materia de alimentos

la renuncia y la transacción están prohibidas, marcan la

tendencia de los tribunales a limitar la regla de que "en

los alimentos no se acumulan los devengos", consagrada por

la Corte de Casación (Req. 23 de noviembre de 1920) al

margen de todo texto legal. La ubican como "una visión un

poco simplista de las cosas; porque con frecuencia, el

alimentista no se atreve a demandar judicialmente, ya sea

en razón de sus relaciones de familia con el deudor, ya sea

porque teme las gestiones y gastos de un pleito". La

critican "incluso en derecho", porque el art. 2277 del

Código Civil fija que los devengos de las pensiones

alimentarias prescriben a los cinco años, en un texto claro

y de uso frecuente por la Corte, por lo que "sólo al cabo

de 5 años no puede el alimentista reclamar los devengos

producidos". Ven otro obstáculo al principio, aun al margen

de toda norma, en la naturaleza de la obligación

alimentaria: "los alimentos no son solamente la comida y

los vestidos; sino por ejemplo, la calefacción, de la que

el beneficiario puede privarse por completo sin dejar por

ello de subsistir; el hecho de que haya vivido durante

cierto tiempo sin percibir los devengos no prueba, por

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tanto, nada. En todo caso, no resulta posible interpretar

el silencio del alimentista como una renuncia; puesto que

la renuncia, incluso tácita, está viciada de nulidad,

porque contraría el principio de indisponibilidad". Al

igual que los anteriores, los Mazeaud concluyen en que "la

reciente jurisprudencia ha intentado limitar, si no

destruir totalmente, la regla establecida por la sentencia

de 1920" y "actuando en el ámbito de la prueba, ha logrado

arrebatarle casi por completo toda su trascendencia

práctica" (op. cit., Vol. IV, Lección LXII, p. 152 y ss.,

esp. p. 158 Nº 1218).

Puig Peña entiende que puede suceder que la falta de

reclamación de los alimentos se deba a causas situadas en

la propia persona del deudor, como sería su alejamiento, o

su culpabilidad. En tal supuesto procede la acumulación y

el alimentista podrá reclamar el monto total de las

prestaciones atrasadas ("Tratado de Derecho Civil Español",

T. II, Vol. II, p. 357).

López del Carril reseña que dentro de esta tesitura se

ha establecido que el alimentista no es culpable, sino que

lo es el alimentante, que no deposita o paga las cuotas

alimentarias, pues es la actitud de éste la que quebranta

el deber de solidaridad familiar y además porque el término

de prescripción del art. 4027 es corto (J.A. L.L., 7-434;

J.A., 46-1058, con nota de A. Acuña Anzorena; Baudry-

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Lacantinerie y Houques Fourcade, T. II, p. 656) expresando

su propia opinión de que la acumulación es procedente y que

"ese principio y la caducidad sólo pueden emplearse frente

a un largo lapso de inactividad del alimentista pero que la

caducidad no se la puede decretar a éste, sino a petición

del deudor alimentario y que éste pruebe que tal

inactividad reconoce como basamento la falta de necesidad

del alimentario". Finaliza diciendo que "tratándose de un

derecho con fines tan especiales como es el alimentario, la

hermenéutica debe ser extensiva y a favor del alimentado"

(op. cit. p. 162).

VI. La jurisprudencia nacional se orientó hacia la

posición de que la inactividad hace presumir la

innecesariedad de los alimentos y por ende genera la

caducidad de las cuotas atrasadas fundamentalmente a partir

del fallo plenario de la Cámara Nacional Civil de julio 27

de 1954 (L.L. 75-737, J.A. 1954-III-382, G.F. 211-370)

precedido de pronunciamientos de las Cámaras Civiles 1ª y

2ª, y seguida luego por todas sus salas.

VII. Esta Corte, tras el fallo registrado en L.L. 72-

49, se pronunció en sentido opuesto al mencionado en su

fallo recaído en autos "M. de S.S.O. c. S., C.L." del 27 de

noviembre de 1962 (J.A. 1961-II-249, L.L. 110-483, E.D. 7-

665, E.D. 47-310), donde señaló con voto del doctor Acuña

Anzorena seguido por los restantes miembros que "pretender

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que la falta de oportuno reclamo por el alimentario de las

cuotas atrasadas que se le adeuden, hace presumir su falta

de necesidad y extingue, por tanto, la obligación respecto

de esas cuotas, es consagrar una regla sin respaldo en

norma legal alguna y contraria al texto expreso del art.

4027 del Código Civil, que al disponer que "se prescribe

por cinco años la obligación de pagar los atrasos de

pensiones alimenticias" hace inadmisible su caducidad en un

término menor".

Precisamente, un enjundioso estudio del Dr. Acuña

Anzorena sobre el tema (J.A. 46-1058) había delineado con

caracteres muy precisos -para nosotros- el derecho del

acreedor por alimentos respecto de las pensiones atrasadas,

marcando conceptos que no sólo no han perdido vigencia como

consecuencia del paso del tiempo, sino que por el

contrario, se han nutrido de él, acompasando el progreso de

las instituciones vinculadas con el solidarismo social.

Tras rebatir en nuestro criterio con éxito los

argumentos esgrimidos para justificar el principio de que

en materia de alimentos no es permitido la acumulación de

cuotas (el mismo que la doctrina y jurisprudencia francesas

mencionadas enuncian como "les pensions alimentaires ne

s'arréragent pas") concluye con estas palabras: "Decir que

la obligación de pagar los atrasos de pensiones

alimenticias se prescribe por cinco años -como lo hace el

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art. 4027 inc. 1º C.Civ.-, ¿no es reconocer acaso que

durante todo el tiempo anterior a ese plazo al acreedor no

le puede ser negado por su deudor el derecho a cobrarlos?.

Y si la propia ley acuerda ese derecho ¿con qué título, en

razón de qué poderes o facultades puede el juez denegar al

acreedor por alimentos atrasados, que los reclama por un

término no mayor de cinco años, derecho a percibirlos?"

"Cuando el legislador, se ha dicho con razón, ha reglado

los derechos de las partes en una situación de hecho

determinada, no corresponde a los tribunales aumentar o

restringir los derechos así establecidos" (Sentencia de la

corte de Lyon, diciembre 6 de 1911...)".

"Es cierto que, para rebatir el argumento, se ha

sostenido que el art. 2277 del código Napoleón, equivalente

al 4027 del nuestro, se aplica a otras pensiones que no son

las establecidas por los arts. 205 y ss. (art. 367 y ss.

del código argentino). Pero este razonamiento carece de

todo valor persuasivo, si se considera que la ley, al

establecer como término de prescripción de la obligación de

alimentos el de cinco años, no ha hecho distingo alguno, ni

ha fijado un plazo menor para las pensiones que se señalen

en virtud de lo dipuesto en los arts. 367 y siguientes".

"Este artículo (el 2277 del código Napoleón) declara

expresamente que los atrasos de las pensiones

alimenticias... se prescriben por cinco años; fórmula que

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comprende todas las pensiones alimenticias, salvo aquéllas

para quienes un texto señale un término más corto" (D.P.

1931.2.128, nota 1); pero como tratándose de una deuda de

alimentos surgida en razón de lo dispuesto en los arts. 367

y sigts., la ley no ha señalado un término de prescripción

menor, quiere decir que la sola aplicable es la que

establece el art. 4027".

"Es de observar a este respecto como en la

jurisprudencia de nuestros tribunales, que inspirada en la

doctrina de los autores franceses ha declarado -como en la

que anotamos- que el acreedor de cuotas por alimentos no

cobradas carece de derecho para exigirlas con

posterioridad, no se hace la más ligera referencia al art.

4027; omisión ésta que demuestra, o que no se lo tenía en

cuenta al resolver, o que es imposible coordinarlo con la

tesis de que no pueden cobrarse los atrasos. Si lo primero,

es de esperar que ante su examen, nuevos pronunciamientos

judiciales orienten su doctrina, respetándolo; si lo

segundo, esa imposibilidad de armonizar la regla que

pretenden aplicar con el texto expreso de la ley, debe

servir para poner de manifiesto la inconsistencia del

principio, y no adoptarlo como fundamento de resoluciones

judiciales, que antes que inspiradas en principios

generales del derecho, deben estarlo en la ley misma, o

cuando menos en su espíritu, según se establece

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imperativamente en el art. 16 de nuestro Código Civil".

Parecidos argumentos orientaron el pronunciamiento que

en el mismo sentido adoptó la Corte de Justicia de Salta

(fallo registrado en J.A. 1962-V-464).

Ya desde algunos años antes, esta posición había sido

sostenida por la minoría en el plenario de la Cámara

Nacional Civil que resolvió que "la inactividad procesal

del alimentario crea la presunción judicial, sujeta a

prueba en contrario, de su falta de necesidad y determina,

por lo tanto, la caducidad del derecho de cobrar las cuotas

atrasadas" (27-VIII-54, L.L., 75-737, Nº 35.635). J. Ramiro

Podetti, quizás el numen de aquella posición dijo en esa

oportunidad que "el derecho a los alimentos surge de la ley

(arts. 367 y ss., Código Civil y 51 y 68, ley 2393), y

tiene su razón de ser inmediata en la protección de la

familia (núcleo primario y fundamental de la sociedad, art.

37 II Constitución nacional y mediata en la solidaridad

social" por lo que la regla imperante en derecho francés,

ni su fundamento, resultaban compatibles con nuestro

sistema jurídico. Su voto fue seguido por los Dres. Ruzo,

Funes, Baldrich, Antonio Alsina y Agustín Alsina,

expresando este último al adherir que "sólidos fundamentos

de orden legal y moral hacen inadmisible la afirmación de

la doctrina en cuya virtud la inactividad procesal del

alimentario crea la presunción de su falta de necesidad y

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hace caducar su derecho a cobrar las pensiones atrasadas

que se le adeudaren. ...Tengo por hábito mucho respeto por

las opiniones de los demás, pero no puedo ocultar que la

doctrina de la "caducidad por inactividad" constituye a mi

juicio, el amparo de aquellos a quienes precisamente la Ley

fundamental de la Nación y la ley 13.944 por razones

humanas y sociales indiscutibles, han querido castigar con

sanciones ejemplares".

Es evidente que nuestra actual legislación ha

extremado aún más la protección conferida a los hijos,

equiparando los hijos extramatrimoniales, proscribiendo

toda discriminación de los mismos, precisando que la patria

potestad es ante todo un deber, enfatizando el deber de

ambos padres de alimentar a sus hijos, y consagrando los

derechos del niño y del menor bajo el parámetro de la

irrestricta preservación del interés superior de los mismos

con rango constitucional, de tal modo que aquellas normas

tuitivas contenidas en la ley y en el texto constitucional

sancionado en 1949 no sólo mantienen vigencia, sino que más

aún, resultan mejoradas y potenciadas, alcanzando

aplicación en el ámbito internacional.

VIII. Fallos posteriores de esta Suprema Corte

siguieron transitando la línea argumental trazada en aquel

voto del Dr. Acuña Anzorena.

Así, el voto compartido por los restantes miembros del

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Dr. Daireaux, donde añadió que "también tiene decidido esta

Corte que, en materia alimentaria, entre cónyuges, debe

ponerse el acento en el deber de asistencia del cual dimana

la obligación de prestar alimentos; y que la cónyuge, no

está obligada a probar la necesidad, lo cual justificó, en

su hora, la solución instituida por el juez del principal

("Acuerdos y Sentencias": 1962-I, pág. 290)", receptando el

dictamen del entonces señor Procurador General doctor

Sicard, para quien el fundamento de la sentencia recurrida

-en cuanto resolvió la improcedencia de un plazo de

caducidad no previsto por la ley en lo que a la menor hija

del matrimonio se refería- residió en que "se deben por

imperio legal (las cuotas alimentarias) con la sola

justificación del vínculo y sin que la capacidad económica

de la madre... signifique desligar al padre de los deberes

que la patria potestad le apareja y a pesar de que no se

encuentre la menor bajo su guarda (arts. 264, 265, 271,

1300 y concs. del Código Civil)" ("Acuerdos y Sentencias",

1969, p. 694, Ac. 15.113 del 9-IX-69).

Esta vez con voto del Dr. Baños, decidió que "la

inacción de la esposa alimentada no autoriza a declarar

extinguido su derecho a reclamar el pago de las sumas

devengadas y acumuladas en el curso del tiempo: en el caso,

mientras se ventilaba lentamente la apelación del obligado"

(Ac. 18.633, "Acuerdos y Sentencias" 1972-III-272 del 7-XI-

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72).

Un excelente voto del Dr. Mariano Cavagna Martínez

oxigenó nuevamente esta firme postura, resolviendo que el

derecho a las cuotas atrasadas sólo se pierde por

prescripción, y que "si bien el art. 3966 del Código Civil

indica que la prescripción corre contra los menores que

tengan representante legal, en autos éste es el obligado al

pago de los alimentos. Consecuentemente, esta circunstancia

especial impide la aplicación de esta norma (doct. art.

3980, cód. cit.)", por lo que "en tal virtud el padre debe

los alimentos atrasados y no percibidos a sus hijos menores

en su totalidad" (Ac. 34.904, I, J-O, M. Incidente

alimentos, 14-X-86).

IX. En rigor, tratándose de beneficiarios menores de

edad ya la doctrina y la jurisprudencia venían abriendo un

ancho sendero de excepción al principio de inacumulación y

de caducidad de los alimentos cuando el alimentante

invocaba inactividad procesal en el progenitor reclamante.

Así, podemos mencionar fallos de distintas salas de la

Cámara Nacional Civil en ese sentido (Sala A: E.D., 19-306,

Sala B, E.D., 30-571, E.D., 35-383, E.D., 26-650; Sala C:

E.D., 55-292; E.D., 20-132; E.D., 30-571; L.L., 1992-E-135;

E.D., 134-392; E.D., diario del 22-X-80, "Alimentos"

Jurisprudencia condensada, sum. 74; E.D., 23-431; E.D., 55-

291; Sala D: E.D., diario del 22-X-80, "Ali-mentos",

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Jurisprudencia condensada, sums. 73 y 75, marzo 27-1980,

"F. de W., S. c. W., C.A.", Sala E: L.L., 150-966-7620 S).

La doctrina no ha desarrollado esta tendencia,

limitándose a mencionarla como excepción jurisprudencial al

principio de la inacumulación.

Así, López del Carril menciona que "tampoco se ha

aplicado la caducidad frente a los alimentistas menores de

edad (L.L. 127-378; L.L. 112-777; L.L. 135-1149)". "Y ello

en razón de que, las necesidades del menor no pueden estar

sometidas a la poca o mucha diligencia del representante

necesario o del legal (D.J.B.A. 71-137; L.L. 135-1149; L.L.

116-809)" ... "En el caso de beneficiarios menores de edad,

las cuotas no percibidas por causa ajena a los menores

mismos, no caducan, sino que se incorporan activamente a

sus patrimonios (L.L. 138-903)".

Para Abel Fleitas Ortiz de Rosas "dicha sanción (la de

caducidad de los alimentos por inactividad del reclamante)

no se aplica tratándose de beneficiarios menores de edad"

(Juicio de Alimentos, publicado en Prememorias del IX

Congreso Mundial sobre Derecho de Familia, Panamá 22 al 27

de setiembre de 1996, Tº I pág. 476).

X. Volvemos nuevamente a dos afirmaciones capitales

que hemos realizado: a) los alimentos entre padres e hijos

menores tienen su fuente en el deber de mantenimiento

emanado de la patria potestad; b) la naturaleza especial de

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este deber determina que resulten inaplicables al caso los

preceptos que regulan la obligación alimentaria entre

parientes, que reconocen un fundamento diverso.

¿Cuándo queda establecida la obligación alimentaria?

¿Cuándo se origina?.

Si el derecho a alimentos del hijo menor de edad

deriva del deber de mantenimiento o de crianza, entonces

debe comenzar desde el mismo instante en que este deber se

manifiesta. Ello ocurre en el momento en que el menor es

concebido. Su gestación acarrea necesidades vitales que,

dado el mecanismo procreativo, pasan necesariamente por la

persona de la madre. Así, ésta deberá procurarse el propio

sustento para que su hijo en gestación aproveche del mismo

y se nutra a su turno. Deberá cuidar su salud, para que no

se resienta la de quien lleva en su seno. Deberá procurar

las condiciones mínimas del entorno ecológico para que el

nasciturus no sea afectado por elementales carencias. Si

son claras las obligaciones que tiene la madre, porque

tienen directa atingencia con su condición de portadora de

la vida del sujeto en acto que alberga, no menos lo son las

del progenitor del por nacer, que debe prestar todos los

medios a su alcance para que la gestante pueda llevar a

buen fin su invalorable y privilegiada misión. No pueden de

ninguna manera ni una ni otro claudicar en los apoyos

requeridos por ese desarrollo vital. Es su elemental

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responsabilidad que todas las necesidades emergentes del

proceso procreativo sean cubiertas con suficiencia.

El nacimiento implica apenas una contingencia más en

el proceso de crianza del hijo gestado, cuya principal

característica resulta ser la separación física de la madre

y en consecuencia la directa aplicación de los medios de

subsistencia y desarrollo necesarios a la misma y propia

persona del vástago.

XI. ¿Resulta necesario algún requerimiento especial

para que ambos padres se hagan cargo de sus deberes

derivados de la patria potestad?.

Pensamos con absoluta convicción que no. Esos deberes

nacen ex lege con la concepción. El art. 264 del Código

Civil lo explicita sin rodeos. Uno de los deberes que

corresponden a los padres sobre las personas de los hijos

para su protección y formación integral desde la concepción

y mientran sean menores de edad y no se hayan emancipado es

el de criarlos, alimentarlos y educarlos conforme a su

condición y fortuna, no sólo con los bienes de los hijos,

sino con los suyos propios (art. 265, C.Civ.). Y la

obligación de alimentos comprende la satisfacción de las

necesidades de los hijos en manutención, educación y

esparcimiento, vestimenta, habitación, asistencia y gastos

por enfermedad (art. 267, C.Civ.).

El inc. 23 del art. 75 de la Constitución nacional sin

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duda consagra con toda la jerarquía y el vigor que debe

adjudicársele a las normas que se encuentran en el "prius"

de la pirámide jurídica de una Nación esa solución como la

única compatible con su texto.

Ya Bidart Campos había sostenido en su comentario a

una resolución de la Corte Suprema de Justicia de la Nación

(Fallos 285-290, con voto del Dr. Risolía), que "de hoy en

más, el catálogo de los derechos no enumerados que la

Constitución anida implícitamente, deberá incluir a la

patria potestad" ("La adopción la patria potestad de los

padres de sangre. Problemas constitucionales" E.D. 48-581).

Si bien se refería a la patria potestad de los padres de

sangre, su concepto era sin duda extensivo a todos los

deberes emergentes de la patria potestad.

Dice el art. 75 inc. 23º mentado, en la parte

pertinente, que corresponde al Congreso "legislar y

promover medidas de acción positiva que garanticen la

igualdad real de oportunidades y de trato, y el pleno goce

y ejercicio de los derechos reconocidos por esta

Constitución y los Tratados internacionales vigentes sobre

derechos humanos, en particular respecto de los niños..." y

"dictar un régimen de seguridad social especial e integral

en protección del niño en situación de desamparo, desde el

embarazo hasta la finalización del período de enseñanza

elemental y de la madre durante el embarazo y el tiempo de

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lactancia".

Pero aun antes de la reforma constitucional de 1994,

en 1990, por ley 23.849 publicada en el Boletín Oficial el

22 de octubre de 1990 la Argentina aprobó la Convención

sobre los Derechos del Niño, adoptada por la Asamblea

General de las Naciones Unidas en Nueva York el 20 de

noviembre de 1989, que, al sancionarse con fecha 22 de

agosto de 1994 por la Convención Constituyente el nuevo

texto constitucional ordenado, reemplazando al hasta

entonces vigente, en su art. 75 inc. 22 otorgó jerarquía

constitucional -en las condiciones de su vigencia- a dicha

convención. Esta debe entenderse complementaria de los

derechos y garantías reconocidos por la Constitución y no

deroga artículo alguno de su primera parte, que -no es

ocioso recordarlo-, en el art. 14 bis estatuye que "el

Estado otorgará los beneficios de la seguridad social, que

tendrá carácter de integral e irrenunciable. En especial la

ley establecerá... la protección integral de la familia"

(3er. párrafo).

La Convención sobre los Derechos del Niño establece en

su art. 1 que entiende por niño todo ser humano menor de

dieciocho años de edad, habiendo nuestro país declarado al

ratificarla que debe interpretarse que lo es todo ser

humano desde el momento de su concepción y hasta los 18

años de edad (art. 2 L. 23.849).

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En su art. 3, reiterado en los arts. 18 incs. 1º y

21º, consagra el principio del interés superior del niño

que por lo tanto pasa a tener rango constitucional y

además, adjudica al Estado la obligación de asegurar una

adecuada protección y cuidado, cuando así convenga a ese

interés.

El art. 18 responsabiliza a ambos padres (el subrayado

me pertenece) por la crianza y desarrollo del niño, y

compromete la asistencia del Estado para el desempeño de

las funciones de aquéllos, resaltando que la preocupación

fundamental de los estados será el interés superior del

niño.

El art. 27 procura asegurar a todo niño un nivel de

vida adecuado para su desarrollo, responsabilizando por su

concreción a los padres y al Estado (asumo el subrayado)

para que aquella responsabilidad pueda ser asumida, si es

necesario mediante el aseguramiento del pago de la pensión

alimenticia. (id.).

El art. 8 por su parte tiende a preservar la identidad

del niño, comprometiendo al Estado a respetar este derecho,

y el anterior consagra el derecho a conocer a sus padres,

en la medida de lo posible.

No menos categórica ha sido nuestra Constitución

provincial, que en sus arts. 12 y 36 establece

respectivamente los derechos civiles y sociales. El inc. 1º

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del art. 12 asegura a las personas en la Provincia el goce

del derecho a la vida, desde la concepción hasta la muerte

natural, y el 36 reconoce los derechos de la familia y de

la niñez. Por el primero se define a la familia como "el

núcleo primario y fundamental de la sociedad. La Provincia

establecerá políticas que procuren su fortalecimiento y

protección moral y material". Por el segundo se establece

que "todo niño tiene derecho a la protección y formación

integral, al cuidado preventivo y supletorio del Estado en

situaciones de desamparo y a la asistencia tutelar y

jurídica en todos los casos".

A los ya comentados arts. 264, 265 y 267 del Código

Civil (t.o., L. 23.264), debemos añadir el texto del 255,

que establece que en todos los casos en que un menor

aparezca inscripto como hijo de padre desconocido, el

Registro Civil efectuará la comunicación al Ministerio

Público de Menores, que deberá procurar la determinación de

la paternidad y el reconocimiento del hijo por el presunto

padre, pudiendo en su defecto promover la acción judicial

correspondiente si media conformidad expresa de la madre

para hacerlo.

Podría objetarse a nuestra posición que el padre

extramatrimonial no tiene en tanto no hubiere reconocido a

su hijo, y a fortiori si se hubiese resistido a

reconocerlo, haciendo necesario accionar por reclamación de

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estado de hijo extramatrimonial, ni el ejercicio de la

patria potestad, ni aun su titularidad.

A ello contestamos en cuanto a la carencia de

ejercicio, que la titularidad de la patria potestad,

independientemente de aquél, confiere el plexo de deberes y

derechos que la configuran. Y lo hace, particularmente en

cuanto atribuye deberes, con una configuración dinámica, lo

cual ha hecho decir a D'Antonio que la circunstancia de

estructurarse la patria potestad como una constelación de

derechos a los que corresponden los distintos deberes, como

asimismo su finalidad, determina que normalmente la

titularidad no se restrinja al aspecto estático y que el

ejercicio no comporte la puesta en movimiento del complejo

funcional de manera exclusiva por parte de quien legalmente

se presenta investido de tal facultad, al paso que se

admite y hasta se presupone una efectiva concurrencia de

quien jurídicamente no posee la capacidad de obrar"

("Patria Potestad", Astrea, Bs.As. 1979, p. 66 Nº 28).

En lo que respecta a la falta de titularidad, no

compartimos la afirmación de D'Antonio en cuanto manifiesta

que "la procreación es un presupuesto ineludible de la

patria potestad, pero para que se constituya el complejo de

derecho deberes paterno filiales es necesario el matrimonio

en el caso de los hijos legítimos (hoy matrimoniales) y el

reconocimiento o la declaración judicial de filiación en el

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de los hijos extramatrimoniales... En la esfera

extramatrimonial... el reconocimiento pone la condición

necesaria para la existencia de la filiación natural

(Mazeaud, Henri Leon y Jean, Lecciones de Derecho Civil, Tº

III p. 405) dando origen simultáneamente a la patria

potestad, circunstancia que lleva a los Mazeaud a sostener

que cuando la filiación del hijo no está establecida

regularmente -situación que denominan "filiación de hecho"-

no existe derecho de patria potestad (Mazeaud, ob. cit. Tº

IV p. 91)" (op. cit. Nº 29, p. 67).

Entendemos que ese derecho no está ostensibilizado,

pero existe. Para ello nos basamos en que en la materia -

como lo recuerda el propio D'Antonio (op. cit. Nº 7, p.

28), no es la ley la que confiere a los padres este plexo

de derecho-deberes, puesto que "es evidente que las

relaciones paternofiliales están reglamentadas, en primer

término, por leyes naturales y sociales. La ley se contenta

en este punto con el minimum ético. Asistencia, amor,

respeto y agradecimientos son valores espirituales de los

que cabe esperar los mejores resultados (Heinrich Lehmann,

Derecho de Familia, Nº 30 ps. 295/296).

Zannoni, al referirse a la naturaleza de la patria

potestad señala que ésta "contiene relaciones jurídicas

basadas en el reconocimiento de la autoridad paterna y

materna sobre sus hijos menores... Se trata de un poder

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reconocido por la ley". En nota enfatiza: Reconocido, y no

creado por la ley. En efecto, en nuestra concepción, la

familia cumple una función como centro de perpetuación de

la especie, de naturaleza ética, que la ley no podría

desconocer a riesgo de contrariar o irritar la estimativa

que, ontológicamente, preside las relaciones familiares. Y

ello, independientemente de que se conceptúe a la patria

potestad cual derecho natural, como lo hacen, por ejemplo

López del Carril, "Patria Potestad y Contralor del Estado",

en "Estudios de derecho de Familia",Bs.As. 1963, p. 29,y

"El derecho de intervención y defensa por los padres en el

juicio de adopción de sus hijos", L.L.,154-228; Borda,

"Familia", TºII, Nº 841, etcétera"

(Zannoni,Eduardo,"Derecho Civil-Derecho de Familia", Tº 2-

Astrea, Bs.As.1978, Nº 961, p.682).

En términos similares, Belluscio expresa que "si bien

es cierto que la potestad paterna cumple una función

social, y que como tal debe encararse, no menos cierto es

que implica también derechos que los hombres poseen en

calidad de tales y de los cuales no podrán ser privados por

la ley sin atentar contra la esencia que naturalmente se

reconoce a las relaciones paterno filiales" (Belluscio,

"Código Civil y Leyes complementarias, Com., Anot. y

conc.", Tº 2, Astrea, 1979, com. art. 264, p. 81 Nº 2).

Nicoló Lipari en términos que encontramos oportuno

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traer a mención sostiene que ha de asombrar el hecho de que

el Derecho escrito se ocupe de la familia, dado que las

relaciones familiares se desarrollan precisamente por su

"naturaleza", como si el Derecho no existiese, por lo que

su previsión normativa origina no pocas perplejidades en

cuanto aparece realmente superfluo (Derecho Privado,

Bolonia, 1980) (citado por D'Antonio, Hugo, en "Derecho de

Familia", María Josefa Méndez Costa y otros, Tº 2,

Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 1984, p. 254).

Si en lo que respecta a los derechos de los padres

media una razón ontológica de reconocimiento, a fortiori

ello debe ser así respecto a los deberes de los padres para

con los hijos, que también les son impuestos por su

naturaleza, y que tienden a la protección de los mismos.

Máxime cuando como señala D'Antonio en esta materia

"el abuso del ejercicio en los derechos fue sancionado por

la jurisprudencia atento a la finalidad que reconocen las

prerrogativas concedidas por la ley, otorgadas no en favor

del padre sino teniendo en miras el bienestar de los hijos"

(Derecho de Familia, cit. p. 252).

Coincidentemente Bernabent nos dice que "esta misión

es cada vez menos considerada bajo el aspecto de una

prerrogativa ...y cada vez más como una función que

confiere una carga a los parientes" (Droit Civil, p. 428 Nº

604).

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Por otra parte la patria potestad es de orden público,

en tanto que ella constituye una de las bases de la familia

y forma parte del estado de las personas; escapa a la

voluntad de los interesados; está fuera del comercio: aquél

que la detenta no puede renunciarla, cederla en su

totalidad o en alguno de sus atributos (art. 376 —

C.Civ.Fr.-)... la autoridad de los padres constituye un

poder de protección y las prerrogativas que ella confiere

al padre o a la madre sobre la persona y los bienes de su

hijo no son sino la contrapartida de los deberes y de la

responsabilidad que les impone el hecho de la

procreación..." (Weill-Terre, op. cit. Nº 749 ps. 741/742).

Belluscio resalta que "diversos fallos han destacado

el carácter imperativo, personal e intransferible de la

patria potestad, en razón de su propia naturaleza y a fin

de acentuar la trascendencia de los deberes que ella

impone. Es que el conjunto indisoluble de deberes y

derechos que la integran tiene en mira no sólo al hijo y al

padre, sino también a la familia y a la sociedad, por lo

que las normas que la componen son de orden público. En

cuanto a su carácter personal e intransferible, no puede

renunciarse ni abandonarse. Tales conductas acarrean graves

sanciones legales, incluso de orden penal" (op. cit., Nº 4,

p. 82).

Enneccerus-Kipp-Wolff, refiriéndose a la patria

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potestad del padre, y al cuidado de la persona del hijo

(art. 79) señalan que "el cuidado de la persona del hijo no

es sólo un derecho sino también un deber del padre. No se

puede renunciar a él. Responde de la diligencia que suele

emplear en sus propios asuntos (art. 1664). En casos de

omisión o de infracción de los deberes podrán dictarse por

el tribunal de tutelas las medidas que se examinarán más

adelante (art. 83). También puede haber lugar a

pretensiones de indemnización" (op. y loc. cit., par. 79,

pág. 55).

XII. Por ende no puede afirmarse sin mengua de todos

estos principios doctrinarios, legales y hasta de orden

constitucional, que el padre no tenga la patria potestad en

tanto no medie reconocimiento.

La ley le atribuye ese poder-deber desde el mismo

momento en que la concepción lo ha hecho padre, sin que su

voluntad tenga aptitud para relevarlo de tal titularidad

(En nuestro derecho entendemos que el art. 872, Código

Civil coloca una barrera infranqueable a la posibilidad de

la renuncia, ya que no puede ponerse en duda que el derecho

deber de la patria potestad ha sido concedido menos en el

interés particular de las personas, que en mira del orden

público, bastando simplemente imaginarse una sociedad en la

que todos los padres de una sola vez pretendieran renunciar

a lo que es una verdadera carga impuesta no ya por la ley,

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sino por la propia naturaleza).

Si aún se sostuviera que no tiene atribuído el derecho

hasta el reconocimiento, sostenemos con Cafferata que ese

reconocimiento es declarativo, no atributivo del estado

civil. No lo crea, sino que pone de manifiesto la filiación

del cual emana (José Ignacio Cafferata, "La filiación

natural", Imprenta de la Universidad, Córdoba, 1952, Nº 10

p. 162), la hace ostensible. Crea el emplazamiento en el

estado de hijo extramatrimonial, pero no el hecho del cual

surge (Llambías, "Código Civil Anotado", Tº I, com. art.

332, Nº 4, pág. 1049, con cita en sentido concordante de

Segovia, Machado, Busso, Borda). Al respecto agregamos con

Llambías que el reconocimiento "es atributivo de estado

civil (Lafaille, Cafferata), pero éste es preexistente al

acto de reconocimiento, y subyace potencialmente en el

hecho de la filiación. De este carácter se desprenden

importantes consecuencias: 1) tiene efecto retroactivo en

lo que hay coincidencia total en doctrina. El

reconocimiento tiene efectos retroactivos al día de la

concepción (Machado, Segovia, Busso, Lafaille, Borda, López

del Carril)... 2) en cuanto a la capacidad del sujeto

activo no se requiere la capacidad propia de los actos

jurídicos en general (Borda); bastando la capacidad de

discernimiento y aptitud para la generación (Lafaille)"

(op. y loc. cit.).

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Por su parte, María Josefa Méndez Costa tras sostener

que el reconocimiento es declarativo de estado porque "la

causa de la filiación es el hecho biológico y no la

voluntad del reconocimiento manifestada en el

reconocimiento" establece como consecuencia el carácter

retroactivo a la concepción del hijo, efecto que también

adjudica a la sentencia que declara la filiación acogiendo

favorablemente la demanda que emplaza al actor en el estado

de hijo extramatrimonial del demandado (Derecho de Familia,

Rubinzal Culzoni, Santa Fe, 1984, Tº II, Nº 6, ps. 71/72 y

Nº 18 p. 107).

Belluscio-Zannoni, quienes sostienen el efecto

declarativo del reconocimiento y que el emplazamiento o

título de estado resultante tiene efecto retroactivo a la

época legal de la concepción, agrega que "es claro, sin

embargo, que esa retroactividad no obsta a que el contenido

de las relaciones jurídicas emergentes de ese emplazamiento

se haga efectivo sólo para el futuro" ("Código Civil", Tº

2, com. al art. 334, Nº 10, p. 241), en lo que coinciden

con Borda, quien entiende que "esta retroactividad del

reconocimiento, no podría afectar actos o situaciones

irrevisibles por su propia naturaleza" y ejemplifica que

"la obligación alimentaria surgiría a partir del

reconocimiento, puesto que sólo puede reclamarse lo

necesario para cubrir las necesidades actuales y no las

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pasadas" (Busso, Tº 2, coment. art. 332 Nº 161). (Borda,

Guillermo A., "Tratado de Derecho Civil Argentino,

Familia", 2ª ed., Tº 2, Ed. Perrot, Bs.As. 1959, Nº 699, p.

69. En igual sentido, Méndez Costa, op. cit. Nº 10, ps.

83/84).

A la luz de los principios analizados tal conclusión

aparece -dicho esto con marcado respeto hacia los

distinguidos autores- francamente anacrónica e injusta. Si

la paternidad se remonta al momento de la concepción no

puede quedar librado al padre renuente el cumplimiento de

un deber del alto contenido social que tiene el de

alimentos. La naturaleza de la obligación de mantenimiento

o deber de crianza, el texto expreso del art. 872 Código

Civil, y un elemental sentido de equidad rechazan esta

solución. Como se dijo en un fallo (Cámara Nacional Civil

Sala D, marzo 27-1980, "F. de W.S. c/ WCA", "El Derecho"

diario del 22/X/80, "Alimentos", Jurisprudencia condensada,

sum. 75), "es indiscutible que era su deber más elemental

de padre, proveniente de la naturaleza y de la ley,

alcanzar los alimentos a su descendiente". En términos

similares, Agustín Alsina en su recordado voto en el

plenario de la Cámara Nacional Civil del 27/VIII/54, había

expresado como vimos que la doctrina de la 'caducidad por

inactividad' constituía a su juicio el amparo de aquéllos a

quienes precisamente la constitución y la ley "por razones

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humanas y sociales indiscutibles" habían querido castigar

con sanciones ejemplares (L.L., 75-741), argumento que

resulta claramente aplicable al caso.

Por otra parte, siguiendo el razonamiento de Borda

diremos que "si se acepta que una persona es hijo de otra,

habrá que admitir que siempre lo ha sido. Sostener que no

lo fue hasta el instante arbitrariamente elegido por el

padre y sí después, es contrario a la naturaleza de las

cosas. Y además conduce a soluciones injustas, como que el

hijo reconocido no podría recoger una herencia deferida

antes del reconocimiento" (op. cit. Nº 698, p. 69). No

advertimos menos injusticia en que antes del reconocimiento

el padre pueda sustraerse arbitrariamente al cumplimiento

de la obligación alimentaria que la naturaleza y la ley le

imponen respecto a su hijo menor, y que por arte de

birlibirloque sólo deba hacerlo luego de un acto formal que

en nada cambia su condición anterior, sino que meramente

ostensibiliza lo que por su conducta permanecía en la

clandestinidad.

Cierta doctrina francesa reciente parece acompañar

nuestra tesitura. Así, Weill-Terre y Bernabent coinciden en

que el reconocimiento tiene carácter declarativo y

consecuentemente produce un efecto retroactivo. Esto es,

dicen, que ese efecto rige las consecuencias de los hechos

que han pasado anteriormente ejemplificando que las

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sucesiones que fueron liquidadas en el intervalo sin tener

en cuenta el vínculo de parentesco que ahora se

ostensibilizó, deben ser objeto de una nueva regulación

(op. cit. Nº 620, pág. 611). Para Bernabent "el hijo es

reputado como si hubiera estado siempre vinculado a aquél

que no lo ha reconocido más que mucho tiempo después del

nacimiento. Es así su autor el que debe soportar la carga

definitiva de sus gastos de educación y en ningún caso un

tercero". (op. cit. Nº 495, p. 350).

En definitiva, la afirmación meramente apodíctica de

que sólo puede reclamarse lo necesario para cubrir las

necesidades actuales y no las pasadas resulta una

reiteración del principio romano in praeteritum non vivitur

("aliments ne s'arréragent point" para los franceses y "en

los alimentos no se acumulan los devengos" para los

españoles), que por los motivos y opiniones que hemos

expuesto se encuentra en franco retroceso, no resistiendo

las críticas formuladas.

Con el reconocimiento, sea voluntario o forzoso, el

padre ostensibiliza el derecho deber de patria potestad,

que se encuentra titularizado en su persona desde la

concepción del hijo, independientemente de su voluntad, y

aún de su conocimiento (podríamos establecer un símil en lo

que ocurre con el heredero -aunque en este caso no cabe la

renuncia- principio del art. 3420, Código Civil). Con

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prescindencia de cómo se juzgue su actitud frente a tal

circunstancia, porque este deber (en esta etapa se

encuentra objetivamente priorizado con relación al

derecho), lo tiene atribuido por la naturaleza misma, es

anterior y preexistente a la ley, y se fundamenta en la

generación.

Por ende, tratándose de una obligación legal derivada

del mero hecho de la generación, se produce automáticamente

el nacimiento de la obligación y la constitución en mora,

ya que ésta resulta de la naturaleza y circunstancias de la

obligación, no siendo necesaria la interpelación por dos

razones:

a) la falta de cumplimiento de la obligación

alimentaria por el progenitor constituye un hecho ilícito

en sí (Resulta interesante al respecto establecer un

paralelismo con lo resuelto por la C.N.Civ. en pleno,

16/12/58, L.L. 93-667 in re "Gómez c/ Empresa Nacional de

Transportes" donde se dispuso que "los intereses

correspondientes a indemnizaciones derivadas de delitos o

cuasidelitos, se liquidarán desde el día en que se produce

cada perjuicio objeto de la reparación", lo que implicó

aceptar que en todos los supuestos de hechos ilícitos se

produce la mora de pleno derecho, sin necesidad de

interpelación - Belluscio-Mayo Código Civil... Tº 2, Com.

al art. 509, Nº 13, p. 502). El Código Civil Italiano

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consagra esta solución en su art. 1219, estableciendo que

no es necesaria la constitución en mora cuando el débito

deriva de un hecho ilícito, concepto este último que emana

del art. 2043 del Códice.

Conforme la doctrina que establece el art. 512, la

culpa del deudor en el cumplimiento de la obligación

consiste en la omisión de aquellas diligencias que exigiere

la naturaleza de la obligación, y que correspondiesen a las

circunstancias de las personas, del tiempo y del lugar.

Sólo podría el deudor excusar su responsabilidad

alegando que el hecho no le es imputable, y que

consecuentemente no existe culpa. Aun admitiendo que

pudiera llegar a una demostración tal (lo que vemos

sumamente dificultoso en el caso de la procreación, dado

que no se trata de una obligación más, sino de una de

índole especialísima, derivada de las relaciones de

familia, pero más particularmente de la filiación, y de la

filiación en relación a un ser desprotegido y objeto de una

particular protección jurídica como es el niño, o el menor)

creemos que la responsabilidad surge objetivamente, sin

necesidad de que medie culpa. Sólo existiendo excepcionales

razones de equidad podría morigerarse por el juez la

estrictez de lo que aquí aparece como rigurosamente legal:

que el progenitor debe alimentar a su hijo menor desde la

concepción.

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b) En todo caso, resulta de aplicación al caso la

doctrina sentada por nuestros tribunales a la que antes

hicimos referencia (par. IX): "la supuesta demora de la

madre (del progenitor en términos generales) en reclamar lo

adeudado (por alimentos) no es oponible cuando los

beneficiarios son menores. En efecto, no puede hacerse

cargar sobre los verdaderos acreedores la omisión de quien

los representa" (C.N.Civ. Sala C, 26/11/91, fallo Nº 90844

con el autorizado voto de los Dres. Santos Cifuentes y

Jorge H. Alterini, L.L. 1992-E-136, y pronunciamientos ya

citados). Tampoco podría en consecuencia la falta de

interpelación proyectar sus efectos desfavorables sobre el

menor.

No podría haber sobre este particular renuncia expresa

ni tácita del progenitor moroso en el reclamo (arts. 872 y

874, Código Civil), siendo que por otra parte -conforme a

la prohibición explícita del viejo art. 297 del Código

Civil, a pesar de la modificación de su texto vigente en

función de los principios generales, (creemos que la

disposición del art. 1807 inc. 3º, Código Civil, no puede

ser aplicado analógicamente frente a aquéllos, sino por el

contrario, en forma restrictiva)-, los padres no pueden

hacer remisión de los derechos de los hijos, ni aún con

autorización judicial. (Belluscio incluye la remisión de

derechos dentro de los actos que requieren autorización

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judicial, aunque señala la dificultad que la autorización

sea otorgada "pues no se ve qué ventaja pueda obtener el

menor de una liberalidad en favor de un 3º - Manual de

Derecho de Familia 4ª ed. Tº II, Depalma, Bs.As., 1986, Nº

550 pág. 342).

Además, mal podría concebirse que el poder que

confiere la patria potestad sobre el hijo sea ejercido en

su perjuicio. Ya la ley 10.903, recogió el principio

elaborado por la doctrina de que la patria potestad es un

derecho relativo, puesto que las prerrogativas que ella

reconoce a favor de los padres tienen como límite el

interés de los hijos (Llambías, Código Civil Anot., Doctr.

y Jur. Tº I, Personas-Familia, Abeledo Perrot, Buenos

Aires, 1982, com. art. 264 p. 921 par. 2) y "se atribuyen a

los padres en beneficio del hijo y no en provecho de ellos"

(Bossert Zannoni, Régimen legal de Filiación y Patria

Potestad, Astrea, Bs.As. 1985, par. 2, p. 258, con cita de

Lehmann, Tratado, t. IV, p. 34 y Planiol-Ripert-Rouast,

Trat., Tº I, p. 349).

En el régimen instaurado por la ley 23.264 se

estableció consecuentemente que en la patria potestad los

derechos o poderes que se confieren a los padres deben

guardar relación con los intereses de los hijos, en cuanto

atañe a su protección y formación integral (Bossert

Zannoni, op. cit. p. 260 par. 3).

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Precisando este concepto, Nora Lloveras señala "que el

hecho de imponer deberes y otorgar derechos a los padres

para la protección y formación integral de los hijos ha

consagrado en el derecho argentino la llamada cláusula de

beneficio de los hijos, que impone un modo de ejercer la

autoridad paterna: siempre con la mira puesta en el interés

del hijo" (Patria Potestad y Filiación, Depalma, Bs.As.

1986, p. 149).

Desde su autoridad en el derecho europeo, Diez Picazo

(Familia y Derecho, Monografías Civitas, Madrid, 1984, cit.

supra) nos marcaba con claridad esas pautas.

Frente a ello resulta inadmisible que la actividad (o

inactividad) del progenitor pueda ejercitarse (o

mantenerse) en perjuicio del menor.

Por tales consideraciones me permito disentir con la

doctrina sentada por esta Excma. Suprema Corte en su fallo

recaído en la causa Ac. 56.590 "Lobos, Fernando Adrián c/

Lobos, Rubén Héctor. Alimentos" (del 28-V-96), y en su

anterior Ac. 51.063, del 19-IX-95, en ella transcripto, en

los que se dio prelación a la norma del art. 641 del Código

Procesal de la Provincia de Buenos Aires, decidiendo que la

sentencia de alimentos tiene efectos retroactivos al día de

la interposición de la demanda, por no existir la

posibilidad de invocar la constitución en mora

extrajudicial anterior ni tener ninguna relación con el

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tema la prescripción.

XIII. Adelantándome a la eventual oposición del

argumento que interpreta que los alimentos del menor fueron

sufragados por la progenitora desde el momento del

nacimiento (más precisamente desde la concepción) hasta su

efectivo reclamo, por lo que en rigor quien debe ser

acreedora de ellos es la madre y no el menor, careciendo en

consecuencia éste de legitimación por haber recibido ya la

prestación, debo señalar que el mismo resulta en mi

criterio inatendible.

En efecto, el razonamiento que lo sustenta omite

reparar en las siguientes circunstancias:

1) El art. 18 de la Convención de Derechos del Niño

establece liminarmente el principio de que ambos padres

tienen obligaciones comunes en lo que respecta a la crianza

y desarrollo del niño, incumbiéndoles la responsabilidad

primordial en tal aspecto, y siendo su preocupación

fundamental el intrés superior del niño.

2) El art. 271 del Código Civil señala que aun

concedida la guarda a uno de los progenitores (aunque

enumera los casos de divorcio, separación de hecho o

nulidad de matrimonio debe extenderse el supuesto a todos

los casos de desmembramiento del ejercicio de la patria

potestad por mediar idénticas razones) "incumbe siempre a

ambos padres el deber de dar alimentos a sus hijos y

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educarlos, no obstante que la tenencia sea ejercida por uno

de ellos".

3) El art. 265 del Código Civil impone a los padres la

obligación y el derecho de criar a sus hijos, alimentarlos

y educarlos conforme a su condición y fortuna, no sólo con

los bienes del hijo, sino con los suyos propios, en tanto

que el 267 establece que la obligación de alimentos

comprende "la satisfacción de las necesidades del hijo en

manutención, educación y esparcimiento, vestimenta,

habitación, asistencia y gastos por enfermedad".

4) La especial naturaleza de los alimentos entre

padres e hijos, por derivar del deber de crianza, pone a

cargo de los progenitores no sólo la prestación de los

alimentos necesarios (aquéllos que bastan para sustentar la

vida), sino también como apreciamos en el art. 267 del

Código Civil, de aquéllos que algunas legislaciones (Chile,

Colombia) denominan congruos, vale decir "los alimentos

civiles, teniendo también en cuenta la condición social y

aptitud individual del alimentario y sus necesidades

sociales, culturales y morales" (López del Carril, Julio J.

-Derecho y Obligación Alimentaria- cit. Nº 74 p. 180).

En consecuencia, si bien la madre puede haber atendido

parcialmente esas necesidades en forma decorosa, ello no

exime al padre que no dio cumplimiento al deber que le

impone la ley en términos categóricos, por cuanto es obvio

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que con su concurso aquéllas podrían haberse subvenido en

forma más acabada consultando el superior interés minoril,

ya que tales necesidades sociales, culturales y morales

admiten siempre y exigen a la vez la posibilidad de una más

cabal complacencia en razón de su intrínseca expansividad.

Como ya hemos manifestado, esta mora no se purga ni por

caducidad del derecho ni por prescripción de la acción,

institutos ambos incompatibles con la indefensión que

afecta al menor y con la inoponibilidad a éste de la

inactividad de su representante legal.

Así, si el menor concurrió a un establecimiento

educativo de determinadas características, siendo muy

amplia y variada la oferta en este rubro, cabe la

posibilidad de que hubiera concurrido a alguno donde la

enseñanza fuese cualitativa o cuantitativamente superior,

siendo correlativamente mayor su opción para adquirir

habilidades para desempeñarse en una cada vez más compleja

vida de relación. Igual sucede con la posibilidad de

adquirir elementos auxiliares para sus tareas -hagan éstas

a su desarrollo físico o intelectual- p. ej. contar con una

computadora que le permita acrecentar su capacidad de

expresión y acceder a archivos de rico contenido

documental; o con una biblioteca o materiales audiovisuales

que estimulen o faciliten su proceso de aprendizaje y

comunicación, brindándole una más completa información y

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consecuentemente una mejor expectativa de formación. Del

mismo modo, el habitar en un lugar cómodo, dotado de

espacios amplios, confortables, limpios y con adecuada

ventilación e iluminación propende a un crecimiento más

sano y pleno de oportunidades. En lo que atañe al

esparcimiento, la posibilidad de viajar, contactarse y

confrontar con otros ámbitos geográficos en el país o fuera

de él, con su gente y sus hábitos culturales. También otras

facilidades fecundas en consecuencias valiosas, como

asistir a determinadas manifestaciones artísticas o

culturales, concurrir a centros de atención de la salud y

profesionales de excelencia, de atender más eficazmente

eventuales deficiencias o disminuciones provisorias de

capacidad físicas o psíquicas, o de llevar a cabo

intervenciones quirúrgicas sean de carácter urgente,

necesario o simplemente conveniente, o procesos de curación

o tratamiento terapéuticos en lugares adecuados (vg. aguas

termales o sulfatadas, etc.). Finalmente, sin con ello

pretender agotar una lista que podría extenderse a los

aspectos más variados, las oportunidades para encauzar más

fácilmente su vocación social, e incluso sentimental.

La cobertura de estas necesidades adquiere infinitos

matices según sean las posibilidades de su satisfacción,

siendo de todos modos una verdad incontrastable que cuando

éstas son mayores, transitivamente también será mayor la de

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alcanzar logros valiosos en lo existencial.

Por consiguiente, nada autoriza a pensar que para el

desarrollo integral de la personalidad del menor es

indiferente el caudal alimentario que recibe.

Ni puede admitirse que su madre -por cualquier causa

que sea- perjudique con su inacción las posibilidades

ciertas de progreso que hubiesen asistido al menor de

contar con el plus del aporte alimentario del progenitor

alejado de la guarda, la prevalecencia que debe acordarse

al interés familiar, como asimismo al propio del menor no

se compadecen en absoluto con la privación del acceso a esa

riqueza de potencialidades.

Señala Zannoni, comentando la subsistencia del deber

asistencial de los padres que, aun cuando éstos estén

separados "la jurisprudencia es uniforme en señalar que

cuando la madre detenta la guarda de los hijos menores, la

obligación de allegar los medios económicos para la

subsistencia pesa en mayor medida sobre el padre, dado que

sobre aquélla recae la responsabilidad del ejercicio de la

tenencia (C.N.Civ. Sala B, 23/3/77, E.D. 74-592 sum. 28).

Se tiene en cuenta que la madre no está en iguales

condiciones para trabajar fuera del hogar, pues el

ejercicio de la guarda de los hijos se lo impide, o lo

restringe en los hechos" (Derecho Civil. Derecho de

Familia. Ed. Astrea, Bs.As. 1978 Tº 2 Par. 616, p. 179).

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También tienen resuelto nuestros tribunales que "si

bien el deber de contribuir al mantenimiento de los hijos

pesa sobre ambos progenitores, la circunstancia de que la

madre tuviera entradas propias no releva al padre de la

obligación de contribuir, pues sobre él recae en mayor

medida la obligación alimentaria" (C.N.Civ. Sala F, E.D.

68-206).

Si bien las reformas legislativas operadas en los

últimos tiempos han acentuado la igualdad de derechos y por

ende de deberes entre los cónyuges, o más genéricamente

entre hombre y mujer, y ésto encuentra su correlato en la

identificación creciente de deberes que ambos tienen

respecto de sus hijos menores, como ya vimos, entendemos

que los fallos y opinión reseñados mantienen toda su

lozanía y vigor, dada la actualidad de los argumentos que

los sustentan, en total sintonía con la realidad

sociológica que caracteriza nuestro medio social. A todo

evento debemos tener presente la manda constitucional

contenida en el art. 75 inc. 23 que impone el dictado de

medidas de acción positiva en favor de la mujer y del niño.

Lo expuesto indica con elocuencia que de ningún modo

puede aceptarse que el padre resulte beneficiado como

consecuencia de haber mantenido una conducta por entero

disfuncional y opuesta a derecho, que paradójicamente -de

aceptarse la tesis de que resulta suficiente a los efectos

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de la atención del menor la prestación alimentaria otorgada

por la madre- consagraría un flagrante enriquecimiento sin

causa, o en todo caso con causa ilícita, ya que mediaría un

injustificado acrecentamiento del patrimonio paterno, un

empobrecimento sustancial del desarrollo del menor y el

incumplimiento de un deber insoslayable operando como causa

de esa transferencia patrimonial.

A través de la conducta del padre renuente queda

patentizado un menoscabo en aspectos sustantivos y en el

proyecto de vida del menor, no pudiendo exigirse que la

madre, además del esfuerzo individual que importa la

crianza de un hijo, asuma como propio un deber inexcusable

y personalísimo del padre. Incluso, sin perjuicio de otras

consideraciones de orden superior, por la tan elemental de

que, en tal supuesto -dado que la cuota alimentaria entre

padres e hijos mantiene una estrecha proporcionalidad con

el flujo de los ingresos, al que sigue en todas sus

oscilaciones- para intentar cubrir la cuota exigible al

padre la madre debe necesariamente detraer su propio

patrimonio, lo que lleva ínsito una reducción en el aporte

que ella misma debe efectuar, constituyéndose así un

círculo vicioso que nos arrastra inexorablemente al punto

del comienzo: el incumplimiento de su obligación por el

padre reduce el caudal alimentario del hijo, perjudicando

sus posibilidades de desarrollo y crianza.

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XIV. Pero en razón del respeto que me merece la

autoridad del precedente citado como asimismo el ilustrado

dictamen del señor Procurador General que antecede a fs.

461/464 vta. debo señalar que en mi criterio no se trata

aquí de un problema de acción y derecho, o pretensión,

acción y derecho, sino más simplemente del carácter de la

sentencia que se dicta en el proceso, ya que siguiendo a

Eduardo Couture (Fundamentos del Derecho Procesal Civil, 3ª

ed. Depalma, Bs.As. 1962, p. 80 Nº 46) considero que la

clasificación de acciones en declarativas, de condena,

constitutivas y cautelares, es una clasificación de

sentencias y no de acciones.

En efecto, si como sostiene el eminente procesalista,

la acción es el poder jurídico de acudir a la jurisdicción,

con derecho o sin él (por nuestra parte compartimos el

pensamiento de J. Ramiro Podetti, Teoría y técnica del

Proceso Civil, Ediar, Bs.As., 1963, p. 379 Nº 18, que

considera que el derecho de acción reposa en el derecho

sustancial, no pudiéndose establecer una desvinculación

absoluta entre ambos), y si la pretensión no es un derecho

autónomo, sino un simple hecho, un estado de la voluntad

jurídica y no un poder, que no necesita ir de la mano con

el derecho, aquí lo relevante es si en definitiva la

sentencia, que necesita del derecho material al que

intentará consagrar, va a producir efectos para lo futuro

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(ex nunc) (sentencia constitutiva), o hacia lo pasado (ex

tunc) (sentencia declarativa), y si en este último caso el

punto de partida será el día de la demanda, o el día en que

se produjeron los hechos que han dado motivo al juicio (op.

cit., Nº 204, p. 328).

Puestos en este análisis, advertimos que ante la

posibilidad lógica que la retroactividad sea completa, lo

que se plantea en las llamadas sentencias de condena,

llegando al momento de los hechos que motivaron el juicio,

una disposición especial puede dar preferencia al día de la

demanda como punto de partida la reparación (op. cit. Nº

206, p. 331), lo que generalmente se apoya en razones de

equidad, pero no en argumentos de justicia estricta (op.

cit. Nº 206, p. 332).

"La sentencia de alimentos" prosigue Couture (op. cit.

Nº 207 p. 333) se descompone virtualmente en tres partes:

una de carácter declarativo, en la cual el juez reconoce el

título del actor (parentesco, contrato, testamento, etc.) y

lo declara apto para obligar al deudor; otra parte

constitutiva (esto es, determinativa) del quantum de la

pensión alimenticia adeudada; y una última parte de

condena, en la cual, concretamente impone al deudor la

prestación y asegura la vía ejecutoria al acreedor. La

tesis de que los alimentos sólo se deben desde la

sentencia, sustentada alguna vez, descansa en el error de

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dar carácter principal a la parte constitutiva de la

sentencia; la tesis de que la sentencia retrotrae sus

efectos al día de la demanda pone en primer término el

carácter de condena que tiene la decisión; la tesis de que

los efectos deben retrotraerse hasta el día en que los

alimentos dejaron de prestarse, correspondiendo la

restitución total de lo adeudado, descansa sobre la

suposición absolutamente lógica y fundada, de que si el

acreedor necesitaba realmente los alimentos y no los

reclamaba, por imposibilidad material de hacerlos, ese

hecho no puede beneficiar al obligado".

Concluye: "La diferencia en determinar con exactitud

el carácter de cada uno de esos elementos, no puede ser

obstáculo para distinguir, con la máxima precisión posible,

sus efectos respectivos, sin hacerlos interferir unos con

otros. En todo caso, significaría una mayor fatiga para el

intérprete y más de una vez motivará serias dificultades.

Pero en todo caso, una solución de esa índole es

indispensable antes de dar la solución concreta". (op. y

loc. cit.).

En cuanto a la prescripción, a semejanza de lo que

Couture señalaba para el derecho uruguayo, diremos que en

el nuestro también es correcto establecer -introduciendo

las variantes propias de los distintos textos legales- que

el plazo de prescripción comienza a correr desde el

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instante en que el actor puede demandar; se interrumpe por

el emplazamiento judicial, y comienza a correr de nuevo por

un término de diez años, sin descuento del término corrido

con anterioridad al emplazamiento, a partir del momento en

que la sentencia causó ejecutoria" (arts. 3986 y 4023.

Colombo sostiene que cualquiera hubiese sido el tiempo de

prescripción de la acción juzgada, de la sentencia surge la

actio judicati, que prescribe a los diez años -Código Civil

art. 4023, CS 268-432, en C.P.C.C. de la Nac. Anotado y

Comentado. Abeledo Perrot, Bs.As., 1969 Tº II p. 61).

Chiovenda, Rosenberg y Alsina también distinguen los

tres tipos de sentencia: declarativas, de condena y

constitutivas (Chiovenda: Instituzioni di Diritto

Processuale Civile, Napoli, 1933, vol. 1, ps. 169 y ss.;

Rosenberg, Lehrbuch des Deutschen Zivil prozessrechts,

Berlin 1931, p. 161; Alsina: Tratado Teórico Práctico de

Derecho Procesal Civil y Comercial, Bs.As., 1942, Vol. II

ps. 552 y ss.).

Por su parte, Santiago Sentís Melendo precisa que "el

concepto de declaración (acción declarativa, sentencia

declarativa o proceso declarativo) es un concepto genérico;

el concepto de mera certeza es un concepto específico; y se

presta a gran confusión utilizar para ambos el mismo

vocablo, como viene haciéndose corrientemente, debido como

muy bien explica Couture, a la carencia en nuestro idioma

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de un vocablo que traduzca el italiano accertamento o el

alemán Feststellung... y el inconveniente puede evitarse

dado a estos tres tipos de sentencias, acciones o procesos

las denominaciones de declarativas de condena, declarativas

de constitución y declarativas de certeza, con lo cual se

recoge el concepto genérico y se establece una

especificación correcta" (La Ciencia Procesal Argentina, en

Revista de Derecho Procesal, Buenos Aires, Año I, 1943,

segunda parte, p. 55).

Como ya señalamos, la sentencia que admite el estado

de hijo extramatrimonial es de reclamación y declarativa de

estado, (declarativa de certeza de estado en la

terminología de Sentís Melendo), quedando el hijo emplazado

como hijo extramatrimonial del padre o madre demandados

(ver además M.J. Méndez Costa, "La Filiación", Rubinzal

Culzoni, Santa Fé, 1986, Nº 169, p. 284; Belluscio, César

A., "Manual de Derecho de Familia", Tº I, 4ª ed.

actualizada, Nº 20, p. 56, Bs.As., 1986). Sólo reconoce una

situación jurídica anteriormente existente. Por lo tanto,

su efecto propio es la retroactividad al momento en que

quedó constituída la relación o situación jurídica a la

cual se refiere.

Si esto sucede con la filiación, y consecuentemente

con la patria potestad, igual camino deben seguir los

alimentos, que son derivación necesaria de los deberes

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inherentes a esta última.

A igual solución llegamos si -considerando a la

sentencia de alimentos como una subespecie de las

constitutivas- la ubicamos dentro de las determinativas

(para Kisch, aquéllas en que el fallo determina la

prestación debida por una de las partes a la otra —

Rosenberg, Derecho Procesal Civil, II, p. 26; para Prieto

Castro determinativas o específicas son las que

proporcionan a una obligación ya existente el complemento

integrador que necesita, haciéndola exigible en la medida

que prescriba la sentencia. Ej. obligaciones con cláusula

penal, las que tienen efecto retroactivo al momento del

hecho extraprocesal que las motiva- Trabajos y

orientaciones de derecho procesal, Madrid, 1964, p. 130;

citados por Colombo, op. y Tº cit., ps. 10 y 11).

Belluscio-Zannoni entienden que "en nuestro derecho no

se prevé normativamente, la posibilidad de que la sentencia

condenatoria pueda declarar la existencia del derecho a

percibir alimentos desde la constitución en mora

extrajudicial... no podría juzgarze operante una

constitución en mora extrajudicial por la cual el pariente

que pretende alimentos de otro intimase a éste para

satisfacerlos y, consiguientemente, la condena judicial, en

caso de incumplimiento, pudiera retrotraerse a esa

constitución en mora extrajudicial. El art. 375 del Código

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Civil prevé ciertamente los efectos de la condena limitados

a la iniciación de la causa" (Código Civil... Tº 2, com.

art. 376 Nº 2 p. 292), si bien, de lege ferenda, aconsejan

prever el supuesto (id.id. loc.cit.) siempre que en el

plazo de tres meses desde la interpelación se interponga

demanda judicial (conf. a la recomendación surgida de las

IV Jornadas Santafesinas de Derecho Civil de 1976).

Esta última solución preconizada es semejante a la que

trae el Códice Civile Italiano en su art. 445 (Curso de los

alimentos: Los alimentos son debidos desde el día de la

demanda judicial o del día de la constitución en mora del

obligado (1219), cuando esta constitución sea seguida

dentro de seis meses por la demanda judicial).

Al respecto, señalamos en primer término que

Belluscio-Zannoni se refieren al caso de los alimentos

entre parientes, supuesto que difiere del relativo a los

debidos por los padres a sus hijos menores. En segundo

lugar, no creemos que el art. 375 del Código Civil tenga el

alcance que le adjudican los prestigiosos autores. En

nuestro concepto sólo establece que los alimentos —

provisorios, por añadidura- podrán fijarse con la primera

resolución que adopte el juez, o en cualquier momento

posterior, es decir refiere a la etapa procesal en la cual

resulta posible el dictado de la medida, tratándose en

consecuencia de una situación particular alimentaria,

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signada por la provisoriedad, y que no establece el

comienzo del curso de los alimentos, la extensión temporal

con que deben prestarse los mismos.

En rigor, como tenemos dicho "la disposición se

explica en razón de que se trata de obtener medios de

subsistencia que son urgentes, y no admiten demora, lo que

determina la manifiesta inaptitud de la vía ordinaria para

ventilar estas cuestiones" (Llambías, Jorge Joaquín, Código

Civil Anotado, Doctrina Jurisprudencia, Tº I, Personas,

Familia - Abeledo Perrot, Bs.As. 1978 com. al art. 375 Nº

1, p. 1109) como tiene resuelto esta misma Corte (S.C.B.A.,

"Acuerdos y Sentencias" 1972-II-363).

Por lo demás, compartimos la opinión de Abel Fleitas

Ortiz de Rosas, en cuanto que "si el acreedor demuestra

haber constituído en mora al alimentante con anterioridad a

la iniciación de la demanda, podría válidamente reclamar la

retroactividad a la fecha de la mora" (en su criterio con

fundamento en los arts. 509 y 511, C.Civ.). Expresa sus

dudas sobre la constitucionalidad del art. 644 del Código

Procesal nacional por el límite que impone a la

retroactividad, señalando que "la Corte Suprema no llegó a

resolver la cuestión en razón de la improcedencia formal

del recurso" (11/5/93, E.D. 158-543)" (op. cit. p. 475 Nº

8.1 y p. 479 Nº 10.3).

Enneccerus - Kipp - Wolff dedican algunos párrafos a

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este problema en el derecho germánico, y así expresan que

"el requerimiento en general da lugar a la mora, pero es

posible, por virtud del art. 285 que no dé lugar a ella,

especialmente si el obligado a prestar alimentos desconoce

sin culpa la existencia de su deber (Comar ElsLothJurz

1912, 419 ss. decide que el obligado queda libre del deber

de alimentos si es desconocido el paradero del alimentista.

A mí me parece que esto es ir demasiado lejos. Es exacto

que el desconocimiento no culpable en el obligado del

paradero del alimentista puede excluir la mora). Hay que

suponer que el obligado que desconoce la existencia del

titular y la necesidad del mismo ha de ser considerado como

si se hallara en mora si evita el requerimiento (cf. las

exposiciones generales de Planck-Siber par. 284,6)". (op.

cit. par. 97, ps. 236/237).

Frente a todo lo expuesto, siguiendo la directiva de

Couture, entendemos que en el caso de los alimentos debidos

por sus padres a sus hijos menores es particularmente

necesario asumir esa fatiga, ese esfuerzo imaginativo que

mentaba, en razón de la tipicidad especial que resulta de

la condición de niño, de menor, y de la incidencia que en

el caso plantea la existencia del deber de mantenimiento o

de crianza de los padres.

La ausencia específica de reglas de fondo que regulan

expresamente el caso, la existencia por el contrario de

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precisas directivas derivadas de normas de rango

constitucional y la naturaleza impostergable del derecho

alimentario, a la vez que principios generales del derecho

de tanta fuerza como son los contenidos en nuestra Carta

Magna, o el de la improcedencia del enriquecimiento sin

causa, o la propia equidad, hacen que no pueda adjudicarse

a la norma adjetiva del art. 641 Código Procesal Civil y

Comercial de la Provincia de Buenos Aires el alcance

absoluto que se pretende.

Inclusive ordenamientos que contienen normas de fondo

aplicables al tema tienen la necesaria flexibilidad como

para consagrar soluciones particularistas. Así el Código

Civil de la República de Chile, en su art. 322 expresa que

"las reglas generales a que está sujeta la prestación de

alimentos, son las siguientes, sin perjuicio de las

disposiciones especiales que contiene este Código respecto

a ciertas personas" (el subrayado nos pertenece), y en su

art. 290: "Los alimentos suministrados por el padre o la

madre (respecto de los hijos ilegítimos no reconocidos

solemnemente) correrán desde la primera demanda; y no se

podrán pedir los correspondientes al tiempo anterior, salvo

que la demanda se dirija contra el padre y se interponga

durante el año subsiguiente al parto. En este caso se

concederán los alimentos correspondientes a todo ese año,

incluyendo las expensas del parto, tasadas, si necesario

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fuere, por el juez".

Igualmente Lehmann recuerda que en el caso de los

hijos ilegítimos, en Alemania los alimentos, de modo

distinto a lo que ocurre entre parientes legítimos (1613),

se deben también para el pretérito (1711) (op. cit., p.

381).

Es decir que deben evitarse poner las cortapisas que

la ley no trae para posibilitar la realización de la

justicia concreta en el caso. Como señala Diez de Picazo:

(op. cit. p. 176) "La idea rectora es el beneficio de los

hijos. Mas, ¿cómo se determina en concreto cuál es el

beneficio de los hijos?. Como en tantos otros conceptos y

cláusulas generales se produce aquí una fórmula de gran

ambigüedad, en la que sólo la casuística puede ir

perfilando las líneas del dibujo" (como vemos algo similar

a lo que, desde el prisma del derecho procesal nos proponía

Couture).

XV. ¿Cómo deben satisfacerse las cuotas atrasadas?. En

principio de una sola vez, por cuanto si el crédito

proviene de la privación de necesidades no satisfechas o al

menos no satisfechas debidamente, se trata en rigor de un

ahorro genuino.

Pero atento la preceptiva contenida en el art. 642 del

Código Procesal Civil y Comercial que responde a un

saludable criterio de equidad, el atraso deberá ser

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atendido en la forma allí prevista, máxime cuando la misma

no resulta lesiva a los intereses del menor.

Por otra parte, deberá retrotraerse el pago de la

cuota alimentaria a la fecha de concepción del actor de

autos, Raúl Jonatan Ferrer, la que, no encontrándose

precisada, deberá situarse en el término medio del maximum

y el minimum del tiempo presuntivo de duración del

embarazo, esto es entre los ciento ochenta y trescientos

días, por lo que estimo prudente fijarla el día 1 de junio

de 1987. Asimismo, durante el período del embarazo,

atendiendo que los gastos que demanda el mantenimiento del

niño son menores, la cuota alimentaria deberá calcularse en

el 50% de la que se fija a partir del nacimiento, ocurrido

el 1/2/88.

Finalmente, en aras a la especial relación que supone

el vínculo paterno filial establecido, considero

improcedente el devengo de intereses de las sumas fijadas

en concepto de alimentos.

XVI. En conclusión: arribo a que:

1º) Los alimentos tienen una función vital, que se

asienta sobre un fundamento tan ético como es el de la

solidaridad social y familiar, que preexistiendo al derecho

positivo, éste consagra con alcances precisos.

2º) Los alimentos hacen al interés público,

particularmente cuando se refieren a los suministrados a

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personas menores de edad, cuyo beneficio resulta ser

supremo, en razón de normas de derecho constitucional,

internacional y común.

3º) La obligación alimentaria tiene su fuente en el

caso de los hijos menores en el deber de mantenimiento o

crianza emanado de la patria potestad de los padres. Por

esa razón los alimentos suministrados en la especie tienen

un régimen diverso de los que se prestan a parientes (arts.

367 y ss., C.Civ.).

4º) Por lo mismo, los requisitos de la obligación

alimentaria en uno y otro caso difieren. Concretamente, en

la que se tiene respecto de hijos menores no es necesario

acreditar la necesidad e incluso la pudiencia del

progenitor.

5º) La regla que establece la caducidad de las

pensiones alimentarias no reclamadas reconoce numerosas

limitaciones, encontrándose en franca declinación.

6º) La jurisprudencia nacional reconoce aquella regla.

7º) La de esta Suprema Corte la niega, en función del

texto expreso del art. 4027 inc. 1º del Código Civil, que

establece que la obligación de pagar los atrasos de

pensiones alimenticias prescribe por cinco años.

8º) Esta jurisprudencia bonaerense ha sido constante a

partir de 1962.

9º) Aun la jurisprudencia nacional reconoce una

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importante excepción a aquella regla en el caso de tratarse

de alimentos debidos a un menor no reclamados por la

inactividad de su progenitor.

10º) La obligación alimentaria respecto de los hijos

menores comienza desde el momento de su concepción.

11º) Tiene como fuente la ley, que desde su más alta

expresión, la Constitución nacional, la consagra con

carácter operativo, y se encuentra también contenida en la

Convención de los Derechos del Niño, en la Constitución

provincial y en el Código Civil.

La titularidad de la patria potestad no deriva de la

ley, sino que ésta se limita a reconocerla como

preexistente. El reconocimiento y la decisión

jurisdiccional que reconoce la paternidad, forzando al

progenitor a asumirla, simplemente constatan algo que ya

existe en la naturaleza.

La patria potestad es de orden público, irrenunciable,

escapando a la voluntad de los interesados.

12º) La titularidad de la patria potestad existe aun

sin que medie reconocimiento.

Este, sea espontáneo o forzado, es en todo caso

declarativo, operando con efecto retroactivo al día de la

concepción lo que, pese a cierta resistencia de la

doctrina, que en nuestro criterio es muy permeable a la

crítica edificada sobre la vigencia de los principios y

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normas antes referidos, retrotrae la exigencia de

cumplimiento del deber alimentario a aquella fecha.

A la posición contraria son oponibles los mismos

argumentos que controvierten la vigencia del principio que

en los alimentos no se acumulan los devengos.

El incumplimiento de la obligación genera la mora

automática, sin que sea necesaria interpelación alguna.

La negligencia del representante del menor resulta

inocua a los efectos de perjudicar su derecho, ya que no

puede renunciar a aquéllos que están conferidos en interés

del menor y no en el suyo propio.

En tal sentido, no comparto el precedente de esta

Corte que en un caso de estas características fijó el

efecto retroactivo de la obligación alimentaria a la fecha

de la interposición de la demanda, conforme el texto del

art. 641 del Código Procesal Civil y Comercial.

13º) El argumento que sostiene que el menor carece de

legitimación para reclamar los alimentos devengados desde

la concepción hasta el reclamo formulado en su nombre por

la madre, por cuanto habiendo ésta atendido la prestación

durante dicho lapso resultaría ser la única acreedora en

tal concepto, debe desecharse por contrariar la letra y el

espíritu de las disposiciones contenidas en el art. 18 de

la Convención de Derechos del Niño, arts. 265, 267, 271 del

Código Civil, y la doctrina y jurisprudencia elaboradas al

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respecto. Asímismo, por cuanto el progenitor que ha omitido

el cumplimiento de su deber alimentario resultaría

beneficiado como consecuencia de su conducta disfuncional

generándose virtualmente un enriquecimiento sin causa que

el derecho no puede de ningún modo amparar. En todos los

casos, el incumplimiento de la obligación de sostenimiento

por el padre importa una reducción cierta del caudal

alimentario del hijo, que perjudica directamente sus

posibilidades de desarrollo y crianza, legitimándolo

incuestionablemente para el reclamo.

14º) No media en la especie un problema de distinción

entre acción, derecho y pretensión; sí del carácter de la

sentencia en el proceso, la que aquí asume carácter

declarativo (Couture) o declarativo de certeza (Sentís

Melendo).

Por ende, opera retroactivamente en sus efectos al

momento en que se produjo el hecho que origina la

obligación, no existiendo norma alguna de derecho

sustancial que obste a tal conclusión y resultando la norma

adjetiva (en el caso el art. 641, C.P.C.) inaplicable al

caso, frente a lo que por el contrario dispone con singular

energía el derecho sustantivo. El art. 641 del Código

Procesal Civil y Comercial no resulta aplicable tratándose

de la obligación alimentaria debida a los hijos menores de

edad.

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Propongo, si se acompaña mi voto, que se modifique la

sentencia de fs. 436/440 vta. en lo que hace a su

extensión, estableciéndose que la cuota de $ 600 allí

fijada se deberá abonar desde la fecha de nacimiento del

menor Raúl Jonatan Ferrer, acaecido el 1-II-88,

determinándose que para el período del embarazo de su

madre, cuyo inicio por lo antes expuesto se fija el 1-VI-

87, fecha estimada de la concepción, dicha suma se reducirá

en un 50%, debiéndose abonar el total adeudado en la forma

prevista en el art. 642 del Código Procesal Civil y

Comercial.

Voto, en consecuencia, por la afirmativa.

A la misma cuestión planteada, el señor Juez doctor

Negri dijo:

Llega firme a esta instancia la comprobación del hecho

(advertido en la propia demanda a fs. 26 vta.) de que el

menor por quien se acciona fue alimentado por su madre,

desde su concepción hasta iniciarse el presente juicio.

No cabe entonces renovar por él la petición de aquel

tiempo. Su acreencia de alimentos quedó extinguida por el

pago hecho por uno de los obligados.

La sentencia de grado, cuando advierte a fs. 436 vta.

sobre el efecto de la falta de una reclamación anterior,

desplaza todo planteo sobre una eventual inadecuación del

art. 641 del Código Procesal Civil y Comercial respecto de

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la ley civil y decide correctamente.

La condena procede desde la interposición de la

demanda (arg. arts. 724 y 1º del Cód. Civ.).

Toda vez que más allá del recurso en examen el voto

que antecede propone una alternativa diferente, corresponde

señalar que la mejora retroactiva de los alimentos

consumidos resulta inaccesible a las posibilidades humanas.

Resuelta como indemnización en favor del alimentado

contradiría el efecto liberatorio del pago. Del

alimentante, consagraría una acción de contribución

expresamente excluida (art. 371 del Cód. Civ.).

Voto por la negativa.

A la misma cuestión planteada, el señor Juez doctor

Hitters dijo:

1. Las circunstancias de autos son las siguientes:

El 6 de diciembre de 1988 la actora inició contra el

demandado una acción de reconocimiento de paternidad en

nombre y representación de su hijo Raul Jonatan que había

nacido el 1º de febrero de ese año.

El 25 de octubre de 1990 se agregó a la causa el

resultado del estudio inmunogenético realizado a las partes

(fs. 164/174) y el consecuente allanamiento del accionado a

la pretensión acaecido el 14 de noviembre de 1990 (fs.

176).

El 26 de febrero de 1991 se dictó sentencia haciendo

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lugar a la demanda de reconocimiento de paternidad

entablada.

El 12 de junio de 1991, la accionante inició el juicio

de alimentos que nos ocupa.

2. La Cámara en su fallo hoy cuestionado hizo lugar a

los mismos a partir de la fecha de interposición de la

demanda y no desde el nacimiento del menor como la actora

pretendía. Concluyó que es factible admitir la pretensión

de alimentos provisionales que hayan sido pedidos durante

la sustanciación del juicio de filiación cuando el derecho

invocado fuera verosimil, por lo que la actora pudo no

haber postergado el reclamo hasta el dictado de la

sentencia de filiación como lo hizo.

La quejosa si bien aceptó tal conclusión entendió que

su parte no se encontraba en dicha situación justamente por

carecer su derecho prima facie de verosimilitud al momento

de demandar; y que tan fue ello así que el demandado negó

categóricamente tanto la paternidad que se le atribuía como

haber mantenido relación íntima alguna con la actora.

Es sobre este punto sobre el que versa el principal

ataque del recurrente a la sentencia en examen. Considera

éste que las circunstancias reseñadas tipifican un supuesto

de excepción que impide aplicar la normativa general del

art. 641 del Código Procesal Civil y Comercial segun la

cual los alimentos concedidos son debidos desde la fecha de

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interposición de la demanda.

3. Considero que ello no es así.

Se ha dicho que por verosimilitud del derecho

invocado, debe entenderse la posibilidad de que éste

exista, y no como una incontestable realidad que sólo se

logrará al agotarse el trámite (CNCiv., Sala G, diciembre

7-1984, Rep. JA, 1985-563, sum. 8). Siguiendo esta línea de

pensamiento nada hubiera obstado a la actora peticionar se

admitiera por ejemplo una información sumaria testimonial o

cualquier otra prueba a efectos de acreditar prima facie la

verosimilitud de su derecho.

Ninguna reclamación efectuó la madre, es más ni

siquiera lo intentó, por lo que cobra relevancia entonces

la conclusión del Tribunal referida a que "... la

demandante nada hizo al respecto...desde el nacimiento del

hijo hasta la promoción de la presente demanda mantuvo una

absoluta actitud desinteresada respecto a toda reclamación

alimentaria, a pesar de tener expedita la vía para pedirlos

estando en trámite el juicio de reconocimiento de

paternidad y más precisamente desde octubre de 1990 cuando

tuvo conocimiento del resultado de la pericia

inmunogenética..." (fs. 436 vta. 2º párrafo).

Tal medular conclusión no ha sido cuestionada por la

quejosa por lo que resulta de aplicación la reiterada

doctrina de este Tribunal según la cual resulta

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insuficiente el recurso extraordinario de inaplicabilidad

de ley que no rebate el fundamento basal del fallo (conf.

Ac. 54.674, del 5-IX-95, Ac. 56.713, del 14-V-96 entre

muchas otras) art. 279 del Código Procesal Civil y

Comercial.

No se violó la doctrina legal denunciada pues, como

dice el señor Procurador General en su dictamen, la misma

se refiere a las cuotas alimentarias ya fijadas, supuesto

diverso al de autos.

Con respecto a lo expresado por mi distinguido colega

doctor Pettigiani en su meduloso y muy fundado voto en lo

atinente al carácter alimentario de la pretensión liminar,

debo destacar que tal razonamiento no es del todo aplicable

al sub lite, pues no está en juego aquí -en este momento-

la subsistencia del menor a partir del nacimiento, ya que

su madre obviamente -y como ella lo destaca- lo ha

mantenido desde entonces, por lo que lo discutido en autos

no deja de ser una mera cuestión patrimonial entre los

padres, sujeta a lo dispuesto en los arts. 375 del Código

Civil y 641 del Código Procesal Civil y Comercial.

En este aspecto importa puntualizar que el crédito del

menor por los alimentos devengados desde su nacimiento

hasta la fecha de incoación de la demanda, fueron

sufragados por su progenitora, por lo que en todo caso será

ésta quien podría reclamarlos al aquí accionado, por la vía

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que corresponda; careciendo de legitimación su hijo, que ya

ha recibido la prestación por dicho período.

Por los fundamentos expuestos, y en concordancia con

lo expuesto por el doctor Negri y lo dictaminado por el

señor Procurador General, doy mi voto por la negativa.

Los señores jueces doctores Pisano, Laborde y Salas,

por los mismos fundamentos de los señores jueces doctores

Negri e Hitters, votaron también por la negativa.

Con lo que terminó el acuerdo, dictándose la siguiente

S E N T E N C I A

Por lo expuesto en el acuerdo que antecede, de

conformidad con lo dictaminado por el señor Procurador Ge-

neral, por mayoría, se rechaza el recurso extraordinario

interpuesto; con costas (art. 289, C.P.C.C.).

El depósito previo efectuado queda perdido para el

recurrente (art. 294, C.P.C.C.), debiendo el tribunal dar

cumplimiento a lo dispuesto por el art. 2º de la Reso-

lución 760/68, modificado por la Resolución 868/77 y de

conformidad con la Resolución 1993/94.

Notifíquese y devuélvase.