ripios clasicas : lecubraciones de critica barata

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O Z A Y A

! PIOS

\SICO

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Page 3: Ripios Clasicas : lecubraciones de critica barata

R I C A R D O C O V A R R U B I A S

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OBRAS DEL MISMO AUTOR

O R I G I N A L E S fías.

L A C U S Í S CONTEMPORÁNEA. L a C r i s i s R e l i g i o s a . . . . . . . 3 , 0 0 — — La Contradicción Politica. 0,50

M I S C E L Á N E A L I T E R A R I A 1 , 5 0

INSTANTÁNEAS. (Colección Diamante) 0,50

T R A D U C C I O N E S ( C o n p r ó l o g o y n o t a a . )

CASI T O D A S D I R E C T A S

PLATÓN. Diálogos escogidos 1,50 E F I C T B T O . M á x i m a s 0 , 5 0 CICERÓN. De la República 0,50 ARISTÓTELES. Política 1,00 SCHELLING. Del principio divino 0,50 LEIBNITZ. La Monadologia 0,50 KANT. Crítica de la Razón práctica y Metafisica de las

costumbres 1,50 FICHTE. Doctrina de la Ciencia 1,50 SPINOZA. Tratado teológico politico 1,50 ROUSSEAU. El Contrato social 0,50 M A Q U Í A V I L O . E l P r i n c i p e . 0 , 5 0

LAMENNAIS O b r a s 0 , 5 0 D I D E R O T . O b r a s . 0 , 5 0 MALEBRANCHE. Conversaciones 1,50 COMTE. Catecismo Positivista 1,50 HARTMANN. La Religión del porvenir 0,50 HABCKBL. Psicología celular 0,50 SCHOPENHAUER Parerga y Paral ipomeni . . . «,00 DELBOEUF. La materia bruta y la materia v i v a . . 1,00 B. CONSTANT. Política 1,00 S T U A R T M I L L . E l u t i l i t a r i s m o 0 , 5 0

LUBBOCK. La dicha de vivir 0,50 HEGEL. Lógica *,oo

E N P R E P A R A C I Ó N

B I B L I O T E C A E C O N Ó M I C A F I L O S Ó F I C A . V o l u m e n 6 8 .

L A CRISIS CONTEMPORÁNEA. L a l u c h a s o c i a l . C U E N T O S S O C I A L I S T A S .

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A N T O N I O Z O Z A Y A ÍC. Ch. F. Schiller).

RIPIOS CLÁSICOS L U C U B R A C I O N E S DE CRÍTICA B A R A T A

P R O C E D E N T E S D E U N S A L D O D E P A L I Q U E S

Indignor quandoque bonus dormìtat Homerus. Venim opere ¡n longo fa» est obrépere somnum

H O R A C I O .

• vi

1 0 1 2 í 2

M A D R I D

L I B R E R Í A D E F E R N A N D O F É

Carrera de San Jerónimo, a

1 8 9 9

Page 7: Ripios Clasicas : lecubraciones de critica barata

. ö i

2 . S

F O N D O

R I C A R D O C O V A R R U B 1 A S

K S P R O P I E D A D . — D E R E C H O S R K S B R V A D O »

Ricardo Fé, imprtaor, Olmo, 4.—Teléfono 1.114

A ALFREDO CALDERON. ?

y y . . y

• • r '

A usted, hombre puro, pensamiento que late

y corazón que piensa, á quien tantas enseñanzas

debo de verdad y de vida, dedico este libro, pro-

testa ardiente contra una crítica tan superficial

como vana, que esconde tras la burla una amar-

ga tristeza del bien ajeno.

Siempre encontré á usted en mi camino pre-

cediéndome; lejos de molestarme, me fué grata

su dula sombra. De aquí nació nuestra amistad.

Sea ella testimonio de que también hay regocijo

en el ajeno bien.

A N T O N I O Z O Z A Y A

T

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AL QUE L E Y E R E

Hace ya mucho tiempo, allá cuando el es-

pectáculo de la crítica nimia, grotesca y desver-

gonzada, fustigando, mordaz y personalisinia á

los escritores noveles, sofocó en mi el deseo de

cultivar la lírica, cuando, sin esperar á sentir en

mis espaldas el látigo cascabelesco de los arle-

quines endiosados, rasgué sin compasión mis

primeras cuartillas, se engendró en mi el pro-

pósito de escribir este libro. La imposibilidad

de dar á la sazón de mano á otro linaje de estu-

dios, y la solicitación de deberes profesionales,

si no tan amenos, más lucrativos (primun esl

vivere), me hicieron demorar un trabajo cuya

utilidad consideré manifiesta, siquiera para de-

mostrar á los poco piadosos negros catedráticos la

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pobreza, la inanidad, la miseria moral y literaria

de su labor.

Dos consideraciones me han movido por fin á

llevar á la imprenta este improbo trabajo. De

una parte la molestia que en mi producía ese

afán incesante, inmoderado, de presentar las

glorias literarias como las primordiales, precisa-

mente en los momentos en que se nos demues-

tra con carne y sangre por otros pueblos menos

románticos, la importancia del ideal industrial y .

científico. El tópico que nos presenta las gran-

dezas de la Esparta monárquica, clerical y aven-

turera como insuperables. La vulgar asevera-

ción de que en aquella nación esquilmada y

hambrienta, falta de fe en el porvenir y de con-

fianza en si misma, se encerraba el ideal filosó-

fico y religioso, político y social, económico y

militar, educador y comercial, humano en suma,

á que debemos volver los ojos en las negruras

que nos rodean y en la tremenda crisis en que

la sociedad española mira en peligro, no ya su

misma existencia, sino su propio honor.

De otro lado, me parecía precisa una protesta

contra la erudición que Moratín llamaría a la

violeta, que en mi trabajo pretendo caricaturizar

en su aspecto dogmático, y, sobre todo, contra

la tendencia á buscar en lo cómico un consuelo

á nuestros infortunios ae la vida real. Un pueblo

que toma sus propias desdichas á chacota, que

reniega de toda indagación seria y abomina de

todo lo noble y elevado, no puede pretender

alcanzar prosperidad ni libertad alguna. España

es un país en que todos los diálogos son cómicos

y todos los monólogos trágicos, plagados de

exclamaciones en |AhI ó en ¡Oh! Tal, que no

juzgaría de buen gusto insertar una admiración

en una carta noticiando el sepelio de su madre,

prorrumpe á solas en todo género de interjec-

ciones por un desembolso extraordinario ó un

borrón caído á destiempo en la minuta de un

expediente. Fatigada quizá la sociedad presente

de quella seriedad castellana, reflejada en su in-

dumentaria misma y á que la Inquisición puso

su sello, hemos caido en la monomanía de lo

trivial y frivolo, de lo chocarrero y grotesco.

Hartos de idealismos trasnochados, hemos ido á

parar á naturalismos brutales; hastiados de Man-

fredos y Romeos, hemos ¡do á Simplicio Boba-

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dilla y á Gil de las Calzas verdes. Ya no pisa el

proscenio Rosmunda, sino in Pelos, ya no sube á

la cátedra D. Hermógenes, sino Bertoldo; cedió

su lugar en el estrado Dandin á Monipodio y en

los salones Moray al propio Figaro. Nuestra

ciencia es la gacetilla, nuestra moral una sonrisa

excéptica, nuestra lamentación un tango, nues-

tro himno nacional una marcha torera.

Esto en lo que atañe á la forma. En el fondo,

á pesar de ese cambio ó quizá por él, todo sigue

en el mismo estado. Nuestra filosofia hállase

retratada en Aristófanes, nuestra ciencia en Mo-

lière, nuestra piedad en Tartufo. Todo en rede-

dor nuestro sigue estacionario ó se desploma.

Eso sí, nos reimos.

Hoy la risa lo es todo, lo he dicho en otra

p a r t e : e l alma maUr, el Deus ex machina, el fac

totum, el spirilus intus. Suprimid la risa y habréis

suprimido la creación. La luz es un espasmo del

éter, el movimiento una carcajada de la materia

radiante, el pensamiento es un cosquilleo de la

sustancia gris. Si hoy hubiera gladiadores, no se

les exigiría al morir postura artística, sino pos-

tura amena.

Pues bien; ahi va ese libro ameno. Al acabar

sus páginas sentiréis el desabrimiento de quien

quita una fe, empequeñece una perspectiva, mar-

chita una ilusión ó deshoja una flor. Saborearéis

el dejo amargo que la impía burla deja como

remordimiento en los labios que la modulan.

Veréis también cuán fácil es descorazonar á un

joven literato después de haber sabido poner en

solfa á Homero. Pero no me lancéis por siempre

el anatema. Buscad, leed, registrad esas obras,

cuyos lunares os presento, y encontraréis las

páginas sublimes, las imponderables bellezas que

cuidé de ocultar.

Noviembre de «898.

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RIPIOS CLASICOS

I

¡Oh, la moderna crítica!

¡Archivo de donaires, arsenal de agude-zas y en el gracejo y la pintura única! Ella mueve la sátira, anima el regocijo y des-pierta la risa rebelde; ella evoca lo nimio y lo pone al servicio del ridículo; ella, en fin, es azote de las musas, granjera del contras-te y soberana y dueña del solecismo. ¡Bien haya su implacable cosquilleo y el sonoro chasquido de su cascabelesco látigo!

¿Quién es el malandrín que á imaginar se atreve que no es dado anteponer la pa-labra á la idea, lo pequeño á lo grande, lo mezquino á lo noble? Venga, venga y se desengañe. Escuche por su vida á Aristar-cos y Zoilos de Anfípolis ú Oviedo. Hallar-

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los há husmeando incorrectas elipsis, bar-barismos follones y malaventuradas sinale-fas; todo para poder decir con el contento del pintor italiano: ¡También yo silbo á Homero!

Y ¿qué? ¿Creerán vuesas mercedes que es cosa fácil hinchar un palique? Hay que empezar por adquirir renombre de gracioso ¡aquí donde lo es Rodríguez San Pedro! Hay que adular no poco á los dioses mayo-res de la Literatura, aunque suelten un par de humoradas; hay que reventar muchos Grilos y aun Arechavalas. Pero, en cambio, se llega. ¡Ya lo creo! S e llega al fin con una ó dos Teresas á decirle á Pompeyo Gener: ¡Tú no sirves! y á aconsejar á los vates fu-turos que comulguen y vuelvan, como de V o g ü é á los antiguos campanarios.

Nada, nada, demostremos que esa crítica soberana, que en fuerza de probar mucho nada prueba, sirve para algo más que para zaherir á adolescentes. Perdámonos á solas con esa crítica en el escabroso monte de las musas.

«Montibus in nostris solus tibí certet Amyntas».

¡Solus tibí! ¿Y por qué no dijo Virgil io

solus tecumf ¡Menudo gazapo se le escapó

al bueno de Virgilio! ¡Y luego hablamos del Vizconde de Campo Grande!

¿Por qué nos ha de ser vedada la cine-gética de los clásicos ripios? Basta, basta de respetos hipócritas. E n las obras de los grandes poetas hay versos buenos, media-nos y malos, sobre todo malos, como en los de Marcial:

Snnt bona, sunt quoedam mediocria, sunt mala plura

Por eso Andrés Navajero quemaba todos los años unas cuantas coplas del tal Marcial, en aras del buen gusto.

Pero volvamos al poeta de los sextercios. Si yo dijera que Virgilio plagió á Home-

ro de un modo descarado, se indignaría cualquier latinista. L o que me salva es el haberlo dicho Scaligero antes.

L o que 110 ha dicho, es que Virgilio habla en La Eneida de naves de tres remos, que no se conocían cuando el sitio de Troya, ni tampoco se ríe de la cacería de Eneas y Dido (lib. IV), buscando ciervos en Africa por mentes cubiertos de abetos, que es lo mismo que buscarle tres pies á cualquier zurupeto notarial.

S e conoce que entonces profetizó Virgi-

lio (era algo profeta) los naranjos de Getse-

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maní, como se adelantó á Góngora cuando

dijo:

«Félix qui potui t r e r u m cognoscere c a u s a s ,

a t q u e m e t u s o m n e s et ¡nexorabi le f á t o m

s u b j e c i t pedibus . s t r e p i t u m q u e A c h e r o n t i s averni».

¿Que eso no es ampuloso é hinchado?

Pues lo ha afirmado un escritor célebre,

que no sabe Menéndez Pelayo quién es.

E n España los ripios nacieron con el ro-

mance. Y las obscuridades de lenguaje también.

Y si no, ahí está el verso 1.183 del poema

de m y o Cid:

«Con el de los m o n t e s c laros a u y e n g F T a tan grand.»

Todavía se están dando de calabazadas

Pidal, Sánchez y Damas Hinard por saber

qué quiere decir el tal versito.

Después de eso no me extraña que ma-

yaran las hijas de myo Rodrigo, el de la

gran barba.

«Mal maiaron s u s fijas del C i d Campeador .» ( V . 2.943);

Sería un milagro.

Como el que cuenta Gonzalo Berceo (Mi-

llán según él) que fizo Santo Domingo de

Silos con una mujer que

«Enfermó á sos h o r a s de tan fiera manera

q n e se fizo tan d u r a c o m o u n a madera.»

(V. 2 9 1 ) .

O con aquel hombre que

«Avie sui esta c o y t a , que o í d o a v e d e s

tal mal á las oreias que mordí las paredes.»

A un enfermo poético lo mismo se le puede volver la cabeza de alcornoque, que darle ganas de soltarle un mordisco á un tabique.

U n milagro notable se halla en los de Nuestra Señora, también por el propio Berceo. (V. 82).

«Levantáronse t o d o s q u i s q u e de so logar.»

Q u e es el milagro que realiza en el Con-greso Fabié, cuando pide la palabra.

Para ciertos chaparrones líricos ó retóri-cos hace falta una capa de madera como la del Libro de Alexandre. (V. 206).

«Fizo fazer u n a c a p p a d e m u y fuertes maderos.»

Porque todo es poco cuando amanece un día carboniento. (Ibid. 2.443).

L a harmonía del verso aparece con el Arcipreste de Hita.

Y el mazacote.

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•Santa Mar ía Inz del día tú me guia todavía.

G á n a m e gracia y bendición et de Jesús consolación que pueda con devoción cantar tu alegría »

También desde entonces besan los perros

con la lengua, y ladran con la cola. (Estro-

fa 1-375)-

«Un perril lo blanchete con sn sennora jugaba .

C o n su lengua e boca las manos la besaba,

ladrando con la cola mucho la fallagaba.»

T o d o eso del perro y la señora, resulta

algo obscuro.

Pero más lo es la adivinanza del Libro

de Apofonía.

•Nasci de madre dura, sso mueyell c o m o lana,

apésgame el rio que sso por mi l iviana.

Q u a n d o prenyada sseyo s e r a d o fastas rana »

¿Saben ustedes lo que es? ¿No? Pues

agarrarse. ,La esponja!

T o d o es poesía. Hasta aquello de «fui al campo»... etc.

Las adivinanzas hacen reir hasta á los

peces.

Como en el proverbio 393 del Rabí don Sem T o b :

«Commo el pez en el rr io vicioso y rr iyendo non piensa el sandio la rred quel van tendiendo.»

Para esas tribulaciones tiene un remedio el Tractado de la Doctrina.

Irse al pesebre.

«Sy tu Sennor te dá fiebre antes quel mal m u c h o quiebre, busca con aquel pesebre mejoría.»

Y aún podría decirse mucho de nuestros clásicos anteriores al siglo x v , porque «cuando canta el ruiseñor, responde el pa-pagayo». (Poema de Alfonso Onceno, 412).

Pero «nom vos queremos más la cosa a l o n g a r » . (Poema de Fernán Gonzá-lez, 323).

E n punto á gazapos, es España una na-ción privilegiada.

Y en punto á todo.

A h í está el mismo Poema de Fernán

González:

«Tantos h a y de puercos que es fiera facanna.»

¡ Y luego hablamos del Capitolio yankee!

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Besugos, congrios, percebes, et sic de cœteris.

«Quien losquiererrecientes, quien losquiere salados»

De gustos...

«Son de estas cosas tales pueblos muy abastados.»

Después de todo, dárseme debiera de esto un ardite. L o mismo tiene interés para mí, que no soy crítico, el haber dicho Virg i l io que el fresno se cubre de pera ( Geórgicas, lib. II, 71-72), cuyo fenómeno es admira-ble, como el haber afirmado Samaniego que Micifuf y Zapirón

«se comieron un capón

en un asador metido»

que ya es meter en un asador capones. ¡Vivan, vivan los clásicos! ¡Ah! Y ¡qué viva, qué viva la crítica at

por menor!

II

Hallar una falta gramatical en cualquiera de esos Iibritos publicados con el título de Primeras Armonías, Cantos de Alondra ó Auras del Pisuerga, no revela gran ha-bilidad que digamos. Y sin embargo, una gracia así, basta á dar nombre á cualquier pelagatos de esos que toman á chacota el dolor de sus propias asaduras. Ahora, en-contrar faltas gramaticales en Ovidio, es harina de otro análisis, sin que por eso re-vele tal labor, prenda más estimable que la paciencia.

Ejemplo:

Léase detenidamente las Metamorfosis, y por fuerza ha de llegarse á un punto (XIV, 215, v. gr.) en que al poeta se le haya escurrido la sandalia.

A d strepitum, mortemque timens cupidnsque moriri

Y en seguida no hay sino salir chillando

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que Ovidio era un mentecato y que dijo moriri por mor i. Con io cual ya se está en condiciones de escribir La Imprudenta, novela original en varias latas.

E n otro pasaje leemos:

«Denique quisquís erat castris jugnlatus a c h i v i s

Fr ig idius glacie pectus amantis erat.» ••

Y podemos preguntar: ¿á quién perte-nece ese quisquísf ¡Eso es un ripio! Y ten-dremos razón.

¿Queremos reventar á Horacio? Pues no hay sino leer á Walkenaer (De la vie et des poesies dHorace). Y de segunda (ó quien sabe si de tercera) mano se puede saber que la oda á la vida del campo es una solemne ironía, cuya trama descubren los últimos versos y que tradujo á los grie-gos de contrabando. Consultad á Buttmann ó Weichert , y ellos os enumerarán las obs-cenidades pontinas y sus caídas de latigui-llo. T o d o por no limar y pulir los escritos con el cepillo de un Hartzembusch, como confiesa el mismo vate—esto 110 es tradu-cido—(Ponto III, 9), aunque asegurando al final que

•Magnani Aristarcho major Homerus erat.»

L o más seguro, para no equivocarse ni aburrir al respetable público, es demostrar (ó pretenderlo, que no es lo mismo) que Jorge Manrique, por ejemplo, decía enor-midades literarias, ni más ni menos que Luceño ó Javier de Burgos.

Y conste que los cito y deben quedarme agradecidos. A q u í sólo se cita á la gente que vale.

Al muy alto principe D. Felipe:

• M u y alto y m u y poderoso ¡O príncipe y resplandor de la España!»

¡ A y que O y que la! Mejor dicho. ¡ A y que Ola!

•Hágate muy venturoso la fuerza del a l to amor y su maña.»

Mire usted que la maña del alto amor... Vamos, eso enternece.

•Este mundo bueno fué si bien usásemos del c o m o debemos.»

Concordancia vizcaína.

•No curemos de saber lo que aquel siglo pasado que fué dello.»

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Esta otra es guipuzcoana:

«No curo de sus fictiones, q u e traen hierbas secretas sus sabores.»

¡Vamos, que ios sabores traer hierbas se-cretas, y a es traer!

«Alcanzó la dignidad por su grande valentía del espada.»

Ese espada sería algún Minuto ó Alga-be ño del siglo x v .

Consolémonos con las Cantigas de A l v a -rez de Villasandino. ¡Ese era un vate!

«La noche tercera de la Redempcion del año de mili quatrocientos é syete , nom sé en qual guisa mis manos apriete tan grande pavor ove de una vission.»

Si ese apriete y esas manos no son ripios, venga Picón y lo vea. Pero, en fin, lá cues-tión era acabar en ete y estaba en un brete el pobre Villasandino.

Pues y cuando le dice al amor:

«Con manxil la é con porfía en el mundo fueste assy; padecer quiero por ti la mi v y d a c a d a día;

pues que tan syn alegría es triste mi coraron c a sy es verdad ó nom leal servidor mataste.»

S e regala un tomo de sonetos de D. An-tonio María Fabié á quien acierte con qué palabra consuena el mataste final.

¿Se dan ustedes por vencidos?

Con ninguna.

E n cambio, aquí hay otro verso en que todo acaba en age y en an:

«Los q u e van syn cap!tan sy non llevan grant fardage penarán, pero sabrán q u e quiere decir potage; regulage con formage ayan si comieren pan quel pasage nin ostage nunca gelo soltarán.»

Pues muy bien, para ese viaje los versos de Grilo están.

N o hablemos del Marqués de Santillana, que va mudando caras y dándoselas á un amigo para que ge ¡as guarde:

«Ipolito me guardava la cara mientras leia, veyendo que la mudaba con temor que me pungía.»

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Ni de Juan Alonso de Baena, quien can-táros ha con música del / Ay, ay, ay, tnu-tillaci

«|Ay, ay, ay ! porque ande c a por me librar con brio calentura tengo é trio.»

Ó esto otro:

«|Ay, ay, ay ! ¿Por qué al lá fueron? Q u a n d o el mensajero tarda es señal de burra parda.»

N o nos acordemos del tierno Maclas, el cual dice (¡agarrarse!) á su prometida, en mal romance:

• F a s q u e non sea perdida en ty mi esperanza. Pues que toda mi m e m b r a n ; a á tu figura.»

Y basta de siglo x v .

E n otro capítulo hablaremos del x v i , para desengrasar.

Y ahora descansemos.

Sin que nuestro descanso nos impida cazar gazapos.

Porque, como los soldados de García Gu-tiérrez:

«Los críticos, ¡ya se ve! nos acostamos de un pie y nos dormimos de un o jo »

III

Lector: ¿quieres ser critico? Si cultivas el arte pictórico, guárdate por

tu vida de hallar panzudos los caballos de Velázquez, ni cortas de estatura las Con-cepciones de Murillo, ni violáceos los retra-tos del Greco, ni pellejudas las mujeres de Rubens, ni largos los dedos de Wanden* Veyden, ni feos los niños de Andrea del Sarto, ni anacrónicas las vestiduras de Ti -ziano, ni ridiculos los perros de Teniers. En lo clásico todo es perfecto,

«todo m u y bonito,

muy apañadito.»

Cuida de no decir, por ejemplo, que el cordero de la Sagrada Familia, de Rafael, tiene la cabeza pequeña y el pecho grande, ó que es largo el muslo de Santa Isabel, en La Visitación (¿por qué no visita?), ó que á Los niños de la Concha se les han hin-

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chado las rodillas. T o d o eso es peligroso y

aun pudiera ocurrirte que se dijera de tí

como de un señor Tal de la Vega:

«Es un cr í t ico de pega

q u e lo hace bastante mal.*

E n cambio nadie dudará de tu acierto, si

escribes la revista de la Exposición próxi-

ma de Bellas Artes, escogiendo los cuadros

de los pintores más noveles para comentar

el catálogo de esta guisa:

315. Cabrerizo. Bodegón. ¡ M e ha enter-

necido!

408. Mediano. Un fraile. Como el autor.

513. G ó m e z Pérez. ¡Tarde! Y con daño.

622. Angulo. ¡No llegareI

• E n beneficio del Arte que así mal tratado está, l legará usté. L legará á tirar de cualquier parte.»

701. Sanz. Cacaseno. Sin seno.

812. Pérez. La buenaventura.

«Gitana fresca y lozana, ¿quién te puso en tal estado?. U n pintor mal humorado y una paleta l iviana. A tu c iencia de gitana

/

hizo un agravio el pincel; porque desde el tiempo aquel en que D i o s os dispersó, nnnca tan mal se trató á los hi jos de Israel.»

Etcétera, etc. E n seguida te llamarán critico, aunque te

pegue tal dictado como á la Catedral de Burgos la puerta principal, la cual, según Amador de los Ríos, es sobria y severa.

Pero n o t e metas con los indiscutibles. A h í está el Romancero del Cid del cual

el vulgo es el menor padre de todos. T a m -bién es un monumento con puertas sobrias. Y ¿quién es capaz de colgarle ese cascabel?

Al l í encontramos aquello de

«Descolgó nna espada vieja de Mudarra el castel lano q u e estaba vieja y mohosa por la muerte de su amo.»

Y claro es que no estaba mohosa por la muerte de Mudarra, sino por un sencillo fenómeno químico.

Y lo de

«Doscientos son los cabal los que á D o n Rodrigo cabían.»

que dudo quepan en las cuadras de Villa-

mejor.

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Pues, ¿y aquello de D. Diego Ordóñez

cuando repta en Zamora á las aguas, á los

peces y á las aceitunas sevillanas?

A pesar de lo cual no se escandalizó el

rico Lázaro pobre, como dice Rodrigo en

su testamento. De l o s r o m a n c e s caballerescos hay mucho

que hablar.

A l l í dice la Infantina:

«Hija soy y o de un malato

y de una malatía.»

Eso es cuanto puede decir una hija de

su madre. . ¿Y el Conde Arnaldos, que va por alta

mar? ¿De qué, pensarán ustedes? ¡De caza!

¿Qué me dicen? All í hay quien confiesa que debe de re-

ventare, como el Marqués de Mantua, y

quien se encuentra con que « le exerran

los dientes, como Valdovinos, y quien jura

á fe de caballería, como el Conde Alarcos,

V quien hace el milagro de meter en diez

varas de tela y un par de zapatos á tres-

cientas y una mujeres:

«En P a r í s está doña Alda

la esposa de don Roldan,

u e s c i e n t a s damas con ella

para bien la acompañar. Todas visten un vestido, todas calzan un calzar.»

En cuanto á la forma. ¡Oh! la forma es buena. ¡Dios sea loado!

«El Marqués venga seguro y cuantos con el vernanen. venga siquiera de guerra ó como le placeare.»

Y no salgamos con que eso es fabla ó romance; eso es sencillamente salirse del tiesto gramatical. Ni ahora ni nunca la san-gre es masculino.

«Los once deja perdidos, solo Roldan ha escapado, que nunca ningún guerrero llegó á un esfuerzo sobrado.»

Es verdad. Y si no que lo digan algunos generales.

«Y no podía ser herido ni su sangre derramado.»

En trueque, como honesto ¡vaya si lo es el romancero!

•Dende la cintura arriba tan dulces besos se dan; dende la cintura abajo...

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Ouédese esa parte sólo para hombres,

como las conferencias del Padre Cardona.

Se comprende que el rey se amosque y

maldito si recuerde los servicios de D. Rei-

naldos. .

E l romancero morisco es más vanado.

Leyendo un romance se han leído todos.

Se trata de un moro, Abenamar, Gazul,

Zaide, Tarfe, Celin, Jarife 6 Muley, ena-

morado de una mora, Zaida, Cehnda, L.n-

daraja, Jarifa, Zara, Zoraida ó Arselinda.

Ambos se dirigen reproches. Vístese el ga-

lán marlota verde, azul ó negra, un cape-

llar amarillo ó morado, unas bandas con

mote conceptuoso y un bonete con plumas,

y vase diciendo tonterías; mientras la dama

le escribe que no pase por su calle, ni hable

con sus cautivos, ni pregunte qué colores

le agradan, con otras lindezas que terminan

en boda.

De vez en cuando ocurren rarezas, como

vestirse Muza azul de cuerpo y alma ó

bajar las fieras á los fresnos á oir las quejas

de Audallá ó á ver como á Zulema

«le dan las d a m a s asiento

dentro sus mesmas entrañas.»

que es más que sentarse en la boca del

estómago ó gemir las leonas en la Alpu-jarra, por culpa de Cegrí, ó cosa tal; pero lo ordinano es que no ocurran desastres, fuera de las divisas, que son curiosas como ellas solas.

• L l e v a e m b r a z a d a la adarga con una liebre en el medio, y debajo esta divisa: AI&s corren mis pensamientos. Por orla veros azules y este mote en medio puesto: No puedo veros de veras

y fuera haberos no veros.»

Estos versos no están en el Romancero, pero podían estar.

¡Oh, la poesía popular!

Del Romancero acá ya ha llovido.

Hubo un tiempo en que la poesía popu-lar era Zorrilla.

«Son las tres de la tarde: Julio, Castil la; el trigo está en las eras, donde se trilla. Desde el hombre á Mochales todo se enerva; D o n Práxedes departe con Segalerva. Mencheta por el Norte suelto no corre; A r m i j o sus proyectos deja en la torre. Ni el buen Barzanal lana se asoma al hoyo. Ni el mosco Bosch se afana contra el arroyo; ni Vincenti pasea por la montaña, ni intriga Don Francisco, ni enreda España.

Page 22: Ripios Clasicas : lecubraciones de critica barata

36 ANTONIO ZOZAYA

S ó l o M a u r a está a legre, f r e s c o y sereno,

sólo é l está despier to , de g o z o l leno,

p o r q a e G a m a z o ,

d u e r m e que se las p e l a

sobre u n r ibazo.»

Después la musa popular cambia de es-

tilo. Pasa el puente, llega al registro y dice:

« - L o q u e en estos c a j o n e s a c o n t e c e

e s ' q u e l l a m a de miste á la pr incesa

del C a r a m á n C b i m a y . L l e g a u n p o b r e t e

y le t o c a n ustés tó lo t o c a b l e

y le p e g a n un t iro si se o f r e c e ,

y fa l tan a l pudor d e l a s señoras

sin m i r a r si son d i z n a s y decentes ,

q u e traen una pani l la entre las p i e r n a s

p á ganarse la v i d a h o n r a d a m e n t e ;

y v iene u n c a r r o c o n tar jeta , y pasa

m á s q u e p u e d e pasar en q u i n c e meses .

- ¿ D i c e s eso por mí?

— P o r la f a m i l i a .

- C o m p r í m e t e , M a n o l o , si e s q u e p u e d e s ,

y d i s p é n s a m e l u e g o si te d i g o

q u e tengas m á s est i lo y n o a r g u m e n t e s

c o n las p a t a s de atrás , etc.»

Como se ve, ya no hay Zaides ni Linda-

rajas.

E n cambio hay Menegildas. Véase el percal (de mi telar):

i — G u i s a n d o eres u n a p e l m a ,

y al h a c e r u n a tort i l la

RIPIOS CLÁSICOS 37*

t e c a r g a s m á s de h o r a y m e d i a

para b a t i r el r e c o r

d e l o s huevos .

— T ú e r e s b u e n a .

— Y o s i rvo p a r a c r i a d a

y para a m a de c u a l q u i e r a .

— Si e s en c a s a de los padres . . .

— T ú e r e s u n a s i n v e r g ü e n z a ,

q u e c u a n d o y o m e a c o s t a b a

t e i b a s á soplar la v e l a

a l señori to .

— A p r e n d e r

á soplar la .

| H o r a s e n t e r a s

c a n t a n d o q u e e r a s la pata

y el a m o el pato!

— ¡ E m b u s t e r a 1 — Y o m i r o s i e m p r e h a c i a a r r i b a .

— T ú miras según te d e j a n los amos.

— i G o l f a I

— ¡ C o c h i n a ! — | A c a l l a r , y no h a i g a fiesta!»

Esta es la última palabra de la poesía popular. Con cien cuartillas de eso se hace u n libro con monos y ¡á vivir!

Pues con todo no me atrevo á decir lo q u e pienso de la famosa musa.

Como no tengo valor para reírme cuando Narciso Serra escribe en El loco de la guar-dilla:

« E s que m i muía es nn macho

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que en cuanto huele á un m u c h a c h o está y a dando un respingo.»

Ni cuando dice Zorrilla en La mejor ra zón la espada, comedia bastante mala, pía giada de Moreto:

«A un marido c iudad real (?)

dos mil esposas le prenden.»

Porque, últimamente, ¿á mí, qué?

I V

Un crítico que pone en solfa ó canto llano los discursos del Conde de las A l m e -nas ó los versos del buen Cheste, no revela, como hemos visto, gran empuje. U n revis-tero que hace chistes con los endecasílabos de Menéndez Pelayo ó las cuartetas del Sr. D. Teodoro Guerrero, no muestra gran-des bríos. L o bueno es arremeter con Gar-cilaso y Fray Luis de León. Y que esto puede hacerse con éxito, es seguro.

¿No se juzga probable?

Léase una égloga cualquiera.

«El dulu lamentar de dos pastores...»

Traguémonos, por de pronto, ese dulce, aunque le siente al ¡amentar como al dolor de muelas un sinapismo.

«El dulce lamentar de d o s pastores Sal icio juntamente y Nemoroso,»

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Ese juntamente me parece un cascote

horrible disfrazado de hipérbaton.

• H e de cantar, sns quejas imitando c u y a s ovejas...»

¿De quién son las ovejas? Gramatical-mente de las quejas, que han instalado re-baños. ¡ A h , Garcilaso! ¡Oh, el pintor de las costumbres pastoriles!

«Al pie de una alta haya. , j

Eso se dice con la boca abierta.

Una alta haya.

Y cuesta trabajo.

«Al pie de una alta haya, en la verdura

por donde una agna clara...»

También con la boca abierta.

«Por donde una agua clara con sonido

atravesaba el fresco y verde prado...»

¡Qué lástima que y a no tengamos aque-llab aguas con sonido, del siglo x v i , que atravesaban el verde en la verdura.

¡Y qué bien habla luego el pastor!

«Siempre de nueva leche en el verano

y en el invierno abundo.»

No. N o es esto.

«Soltó de llanto una profunda vena...»

Tampoco es.

A q u í está.

«Y llama á Elisa. El isa á boca llena responde el Tajo.»

Ese T a j o que llama á Elisa á boca ¡lena, hace bueno al Cánovas de los buenos tiem-pos de la lírica.

Pues ¿y la Flor de Gnido?

«Por ti su blanda musa

en lugar de la citara sonante...»

Y contante.

«Tristes querellas usa.»

También ahora se usan querellas y hasta con acción popular. Pero no prosperan.

¿A qué seguir? ¿Hay cosa más natural que el ripio?

El gran Lucrecio no se andaba con ton-terías: cuando no cabía una palabra en la medida del exámetro, la contraía ó la par-tía por el propio eje.

«Aeneadum genetrix, hominum divómque voluptas»

E n vez de

•Aeneadarum genitríx, hominum deorumque vo-

(luptas!»

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que le hubiera resultado más largo que un discurso de Rodríguez San Pedro.

Ó salía del paso con una construcción cualquiera como (De rerutn natura, edi-ción Theubner, lib. V , 1.381), cuando dice:

«Et zephiri c a v a per ca lamorum sibila primum

agresteis docuere c a v a s inflare cicutas.»

Sin que por eso se le enturbiara el pecho,

como á Fray Luis de León.

«Que no le enturbia el pecho de los soberbios grandes el estado, ni del dorado techo se admira fabricado, del sábio moro en jaspes sustentado.»

¡Si sería sabio el moro cuando se susten-

taba en jaspes! Fray Luis de León era un gran poeta.

Y se contentaba con poca cosa:

•A mí una pobrecil la

mesa, de amable paz, bien abastada

me basta.»

Una mesa bien abastada, basta también

al Sr. León y Castillo y aun al propio maes-

tro Caballero.

«Y mientras miserable-

mente se están los otros abrasando...»

Q u e es lo de Ricardo de la V e g a :

«En C a c a b e l o s un chulo acaba de descubrir la cuadratura del ctr-etcttera.»

Tampoco está muy mal el parto de L e d a

cuando resplandece. (¡Temblad tocólogos!)

«Por tí el paso desvía de la profunda noche y resplandece muy más (cual c laro día) d e L e d a el parto y crece el C ó r d o v a á las nubes y florece.»

Hay una canción A Elisa ( ¡ Siempre Elisa! /VEterna fcemina!) que no tiene precio.

A l amanecer saca Elisa el pie, y al llegar la noche, le dice el poeta azorado y pi-fiando:

«¡Recoje E l i s a el pie, que vuela el día!»

Y gracias á eso no se queda la muchacha con el pie fuera.

E n la célebre Profecía del Tajo, escribe Fray Luis:

•Imnumerable cuento de escuadras juntas veo en un momento.»

Y no es lo peor ver un cuento imnumera-

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ble (el producto de cien mil multiplicado

por diez), sino que el mar está en cuesta.

«¡Ay q u e y a presurosas

suben las largas naves.»

Y que Jesucristo murió en su cama tran-quilamente.

N o dice el poeta si con la bendición apos-tólica.

•Aquí quiero abrazarme á los pies de esta c a m a donde estás expirando...»

Eso le dice el poeta á Cristo. A Cherinto le dice que huya de la serena (sirena) por-que quien á ella se acerca

«Ó arde oso en ira

ó hecho jabal í g ime y suspira.»

Y como en otra composición nos habla de la cabeza de una monja, nos hallamos con dos cosas interesantes: cabeza de mon-ja y suspiros de jabalí y viceversa.

Y cuidado, señores, que esto no es un palique. A q u í se puede comprobar las citas.

¿Para qué continuar?

Cada poeta es dueño dé su plectro sabia-mente tneneado, y puede hacerse de su capa un sayo ó de su manteo una canción á

Oloarte, ó á Santiago, hablando de los sol-dados que recobrarán su pecho, ó de lo que le viniere en mientes.

Y o no sabía que podían meterse los hom-bres dentro de las palabras, hasta que m e lo dijo el Dante. (Inf. D i , 105-106).

«E noi movemmo i piedi inver la terra sicuri appresso le parole sanie. Dentro v'entrammo senza alcuna guerra.»

Ni sabía tampoco que fuera humano

el alimento de los puercos. (Purg. X I V ,

43-44)-

«Tra bruti porci, p iù degni di galle che d'altro cibo fatto in uman uso.»

Pero ¿á quién le sorprende cosa alguna después de ver al peregrino de la Dolora de Campoamor traer

«húmedos y a sus despojos?»

Y no los trae en una estrofa tan mala

como aquella de / Quién supiera escribir!

«Que mis labios las rosas de su aliento no se saben abrir;

que olvidan de la risa el movimiento á fuerza de sentir.»

En donde se ve que los labios pueden

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sentir, emocionarse y olvidar, y las rosas

abrirse en los alientos. ¡Cosas de D. Ramón!

Quisiera ocuparme en la labor de Herre-

ra, Arguijo, Gutierre de Cetina, Gi l Polo,

Santa Teresa, Castillejo y Baltasar de A l -

cázar. Pero hay mucho que hablar del siglo x v i .

Será en otra ocasión.

V

¿Es lícito censurar á Homero? Desisto de ello por el temor de ser llamado Zoilo. Ni aun indicaré que la fuerza del metro y la cadencia obligó alguna vez al inmortal cantor á desfigurar el nombre de los perso-najes de la Iliada. Ignoro si el lector sabrá que se han impreso varios libros en Alema-nia sacando á luz los gazapos de la Odisea y la Iliada; fácil pues me sería echármelas de erudito, cuando, sin más que leer el Emilio se sabe, por ejemplo, que la descrip-ción del jardín de Alcinous es lamentable y que cuando Homero dice un chiste, lo explica una vez y otra, ni más ni menos que el Pantalón de la farsa italiana.

Pero, se me dirá, ¿es que para usted no hay poeta bueno? L o que no hay para mí es crítico bueno cuando toma su oficio á burlas y se fija en detalles nimios para con-seguir por el ridículo lo que no le procura

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la razón. Sostengo que, con tales procedi-mientos, no há habido, ni hay, ni habrá poeta alguno en cuyas obras selectas no pueda cebarse la mordacidad. Y sostengo además que entre ir detrás de Homero sil-bando como Zoilo ó ir haciendo epigramas detrás de Fernández ó López, como Clarín ó Fray Candil y sus imitadores del gremio de salmonetes, hay una gran ventaja por parte del censor griego.

¡Ripios! ¿En dónde están los poetas in-vulnerables? Por algo á Euridice se la re-presentó mordida en un pie y por algo hay entre críticos y poetas una secreta antipa-tía. Goethe lo ha dicho: ¿Por qué quejarte de tus enemigos? ¿Podrían ser jamás tus amigos hombres para los cuales una natu-raleza como la tuya es en secreto (ripio) un eterno reproche?

«Was Klagst du úber feinde?

Sollten Solche j e werden Freunde

Deuen das wesen, wie du bist

Im Sti l lem ein ewiger Vorwurfist?»

E l Im Stillem sobra, y aun desfigura el

pensamiento. Se ha colocado para rellenar,

para que sirva de lo que el ripio en las

construcciones y el morteruelo en los ci-

mientos.

No hay poeta invulnerable. ¿Escribe un Lafontaine la fábula del cuervo y el zorro? Pues viene un Juan Santiago (¿por qué hemos de traducir Juan Jacobo?) y le pone en solfa intercalando en cada línea tres observaciones. Y aún se le olvida decir lo mejor: que las fábulas de Lafontaine, como las de Florián, carecen de originalidad. (¿Qué diremos de sus traductores Iriarte y Samaniego?) Porque el único fabulista ori-ginal (no me toquen ustedes á Estremerà ni al Barón de Andilla), fué... ¿Fedro? No. Esopo, quien acaso nunca existió.

Y todavía hay algo peor que imitar: glosar.

Eulogio Florentino S a n z escribió en tiempos más candorosos un drama: Don Francisco de Quevedo. Al l í hay una glosa de un célebre soneto, que parte los cora-zones.

'Érase un hombre ti una nariz pegado, como al rey el pr ivado que aquí priva. Erase una naris superlatioa como la a u d a c i a loca del privado. Erase una nariz sayón y escriba. Estáis verde, amarillo, jaspeado. Érase un peje espada muy barbado. O s veis como un ratón en una criba. Era un reloj de sol mal encarado. C o m o vos al tragar tanta saliva.»

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Y así hasta 28 versos en iba y a do.

El público, no sólo no pidió la cabeza de

D. Eulogio, sino que la coronó de flores.

¡Qué época aquella!

¡Qué entusiasmo en el público en la con-

sabida escena de la mayor parte de los

dramas! — . E n t o n c e s tú.. . la r a z ó n

t e h a b r á gr i tado, d e fijo...

¡A m i s b r a z o s ! — l | M a d r e ! l

— ¡ ¡ H i j o ! !

¡¡¡Me lo d a b a el corazón!! !

E n aquellos tiempos daba gusto poner en

las tarjetas:

F U L A N O D E T A L

Autor dramático.

H o y , apenas si queda algún señor que

imprima cartulinas como las de un ami-

g o mío: JUAN MARTÍNEZ

Capitán antropológico y escritor de caballería.

¡Oué época, la de D. Florentino!

L o mismo se aplaudía á T a m a y o cuando

escribía: . C o n ansia el bien se espera q u e d e l e j o s

nos envía s u s p l á c i d o s reflejos.»

Q u e á Camprodón cuando exclamaba:

«¡Bello p a í s d e b e ser

el de A m é r i c a , papá!»

Porque eso era antes de la repatriación. Que á Luis San Juan, escribiendo en

Dulces Cadenas:

«Tu s e r r a n o c o n t i n e n t e

mi d u l c e r e p o s o t r o n c h a »

Eran los buenos tiempos del ripio.

Nadie pensaba sino en versificar ó reci-tar estrofas y más estrofas. Los niños decían fabulitas; los pollos hacían comedias; los viejos novenas, con aquello de

«El m a r sosiega su ¡ra,

r e d í m e n s e e n c a r c e l a d o s ,

m i e m b r o s y bienes p e r d i d o s

recobran m o z o s y ancianos.»

Ó aquello otro más sublime:

«Alt ís imo s e ñ o r

q u e supiste is j u n t a r

á un t iempo en el a l t a r

ser c o r d e r o y pastor:

Confieso c o n d o l o r

q u e h i c e mal en huir

de quien por mi q u i s o morir.»

Hoy... hoy todo está perdido; apenas si

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sigue pasando por verso en las escuelas, lo

de Por la señal de la santa Cruz.

¿A quién pues, causará pasmo (volviendo

á nuestros clásicos) que Gutierre de Ceti-

na, después de dirigirse al fortunoso mar

(Soneto XV) , le diga á D. Diego Hurtado

de Mendoza:

«En este punto que postrero toco

de pediros, veréis q u e soy poeta

si no lo habiades visto en que soy loco.»

. Locos, sí, locos que pasan la vida fantas-

ticando (Ep. ai Principe de Arcoli), son

los poetas que asustan al mismo sol, ó sea

al rector de la celeste esfera (Soneto X L ) .

D. Diego Hurtado de Mendoza tenía una

flauta que tocaba sola, como el clarinete de

La marcha de Cádiz.

Damón. toma la flauta á Melibeo.

L a flauta, y a mostrada al mismo canto,

comenzó con el mismo arte y meneo.»

Y tenía además un buen remedio contra

el dolor de cabeza: echar á correr.

«Si en la c a b e z a algún dolor te v ino

agudo ó en el cuerpo...»

Si era en el cuerpo, ya no podía ser

agudo.'

«agudo ó en el cuerpo que te ofenda, procura huir y ten buen tino.»

(Carta II á Bostón J.

L a carta tercera, á D. Luis de Zúñiga, es más curiosa; porque en ella se ve lo que no e s fácil ver todos los días: correr el Ganjes 4 la vista de Grecia.

Pero las descripciones de Hurtado son sublimes.

De los celos dice:

«No es ave ni es animal, ni es luna, sombra ni sol, be cuadrado ni bemol, piedra, planta ni metal, ni pece ni caracol.»

L o mismo que el famoso protocolo. Y sigue:

«Son celos exhalaciones q u e salen del corazón

purga q u e mata bebella

a l jaba q u e páre flechas

camino hecho de abrojos,

rejalgar para los ojos,

neguijón para los dientes.»

Y así sigue enderezando tonterías, hasta dar en tierra con el buen sentido.

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Para quitar el mal sabor de boca, largaba

luego un villancico:

«Nunca hables de rodeo sino c laro y á la llana. Carri l lo ¿quieres bien á Juana? C o m o á mi vida y á mi a lma •

Final parecido al consabido:

«Lorito: ¿eres casado? ¡Ja, ja . jay . . . q u é regalo!

Y al que se reía le volvía oveja.

«Ten y a de mi compasión zagaleja

y ablanda tu condición, que el que te h izo león te pudiera hacer oveja.«

(A Doña Leonor de Toledo.)

En esto era Hurtado casi U n galante c o a

las damas como Castillejo, cuando, con finu-

ra incomparable, dice de ellas:

«Es razón que sirvan de lo que son como cabal los de c a z a para la procreación.»

Porque Cristóbal de Castillejo, poeta m u -

cho más excelente de lo que se figuran V a -

leras y Cañetes, es terrible cuando se pone

á escribir en crudo.

Véase el satén:

«Si el aguijón de amor pica excusado es poner tregua. V a el cabal lo tras la yegua y el asno tras la borrica rebuznando; el toro sigue bramando a la vaca por la sierra; el perro va tras la perra...»

Et sic de cceteris.

Hasta Hércules descarrila leones cuando le pica el amor:

«¿Y Hércules cuando hilaba con aquellas mismas manos con que los bravos hircanos leones descarri laba?

Y vamos por otra vía.

N o descarrilemos.

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V I

Debo á la erudición... de Mariano de Càvia, la siguiente cita de Casti, en Gli ammali parlanti.

«L'evidenza mostro c h e ad uno Stato nulla puote accader di più sinistro che filosofo avere o letterato degli affari alla testa e per ministro.»

Nuestros amos (¿por qué no darles su nombre?) no se pierden ciertamente por la filosofía, pero por los versos... Cada oficina es una plaga.

Si es una calamidad un poeta ministro, como Jovellanos, y lo es un poeta rey, como Felipe I V (lo menos poeta posible), ¿qué diremos de un poeta profeta, como Salo-món, ó un poeta santo, como San Juan de la Cruz? El es quien dice al aire:

Detente c ierzo muerto •

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Como si el viento pudiera morirse, ni

moverse lo que está muerto, ni cosa tal.

Y eso que San Juan versificaba fácil-

mente.

A u n q u e no tanto como el otro San Juan, el precursor, que comía langostas y miel silvestre y se comparaba á la voz que clama en el Desierto y decía en verso de Abraham que podría despertar h i j o s a u n de las piedras.

Ni como el otro San Juan que vió en el Apocalipsis una bestia con siete cabezas y diez diademas, ccn lo cual le sobraban dia-demas ó le faltaban cabezas, y oía una voz que daba seis libras de cebada por uu de-nario y pedia que no se hiciera daño al vino ni al aceite.

Porque en esto de poetas Juanes han sido muchos los llamados, pauci vero electi.

El San Juan nuestro, San Juan de la Cruz, que como santo era excelente (no me vengan con disgustos), también como poeta se sintió Carulla y quiso escribir en verso el Génesis y comenzó:

«En el principio moraba

el V e r b o y en D i o s vivía,

en quien su felicidad

infinita poseía.

E l mismo V e r b o D i o s era que el principio se decía. Él moraba en el principio y principio no tenía.»

Después se asustó el poeta santo de tanto ia y comprendió que si seguía tendría una algarabía.

Y paró la historia del mundo por te-mor á que sobreviniera el Diluvio antes de tiempo.

Entonces púsose á describir un lecho

«de c u e v a s de leones enlazado, de púrpura teñido, de paz edif icado, de mil escudos de oro coronado.»

Un lecho así, enlazado de cuevas de leo-nes y edificado de paz, no se ve ya ni en el almacén de camas...

Detente, pluma. Iba á hacer un reclamo. Y sigue San Juan:

•Al l í me mostrarías aquello que mi alma pretendía, y luego me darías allí tú, v ida mía,

aquello que me diste el otro día.»

Si no fuera por respeto al santo, diría que en esa estrofa no hay ni cadencia, ni gracia, ni sintáxis, ni moral.

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Santa Teresa era otra cosa; mejor dicho, era otra poetisa, una Safo cristiana, como quien dice, dulce como los bizcochos del convento. T o d o su afán era que la gozase el Esposo, al cual llamaba zagal y ñudo y aljaba, y quién sabe cuántas lindezas. Hacía cada letrilla que daba encanto.

«Pues que nuestro E s p o s o nos tiene en prisión á la gala, gala de la Religión.»

Y se les caía la baba á las madres.

Cuando hizo el Nacimiento, compuso una letrilla de lo más delicado:

— ¿ E s pariente del Alcalde, ú quién es esta doncella? — E l l a es hi ja de Dios padre, relumbra como una estrella. — M i gallejo, mira quien llama... Angeles son que y a viene el alba.»

¡Cuidado que la madre era graciosica! Pues ¿y cuándo la Circuncisión?

«Vertiendo esta sangre, ¡Dominguillo, ehl Y o no se por qué.»

Una vez estuvo muy afortunada.

Cuando escribió los Desengaños de un alma religiosa.

«Cuando D i o s corrige grandemente aflige.

Quien á D i o s se arroja no tendrá congoja.

N o queriendo nada vivo descansada»

¡Lástima que ya se hubiera dicho aque-llo otro!

«A D i o s rogando

y con el mazo dando.

Primero son mis dientes q u e mis parientes.

Quien con niños se acuesta pierde pan y pierde perro. Etc.»

El siglo XVI fué precioso.

En él floreció D. Juan de Arguijo, quien en el soneto La avaricia, ve un árbol fugi-tivo y en La constancia, una máquina es-trellada que se disuelve y en Horacio Co-clés,

«Un grueso c a m p o que pasar porfía »

Y D. Francisco de Medrano que nos ha-bla de un puñal de industria agudo. (A D. Alonso de Santíllán). Y D. Pablo de Céspedes, quien, hablando del primer hom-bre, dice que Dios

«Vistiólo de una ropa que compuso en extremo bien hecha y ajustada.»

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particularidad que no conocíamos y más notable que el árbol bello de la tierna pera.

Verdad es que tampoco sabíamos nada del etrnsco Vaticano, ni de los cabellos des-deñosos del caballo, ni de la luna que

«... embiste blanca y en cabel lo

al pastorcillo desdeñoso y bello.»

Con lo cual subiría el pastor en los cuer-nos de Diana á

«Las pardas nubes del g r a n i z o helado.»

que dice Luis Martín. El poeta más excelente de aquel siglo

fué D. Fernando de Herrera.

E n la canción por la victoria de Lepanto llama á las banderas de. los moros banderas de la luna.

«Quien honra de la luna las banderas.»

Puede mucho el amor patrio y la fuerza del metro y el consonante.

El mismo Herrera califica repetidas ve-ces á los moros de imfños, así, con acento en la primera i, para que el verso resulte bien medido, y eso que el gran poeta no era ningún méndigo.

Encárase después con T i r o y la dice:

«Mas tú fuerza del mar; tú excelsa T i r o

que en tus naves estabas orgullosa.»

Quiso decir de ó con tus naves, pero re-sultaba largo.

• Y el término espantabas de la tierra y si hac ias la guerra de temor la cubrías de suspiro ¿cómo acabaste fiera y orgullosa?»

A q u í se ve muy claro que cuando T i r o hacía la guerra la cubría de suspiro. T a l vez no quiso decir ese disparate Herrera, pero lo dijo.

N o hablemos de la canción á D. Juan de Austria, vencedor de las Alpujairas. L a mi tad de la gente no la entiende.

Y es que á veces falta un consonante ó todo un verso y se coloca allí cualquiera. E s o debió de ocurrir á Gutierre de Cetina quien, en su precioso madrigal A unos ojos, necesitando un verso que terminara en osos, en medio de una composición melan-cólica y dulcísima, se arrancó con este grito:

«¡Ay tormentos rabiosos!»

Y adiós melancolía y serenidad y dulzura. El lector siente deseos de echar á correr asustado.

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¿Se puede dar composición más bella que

la Canción de Nerea, de Gaspar Gil Polo?

Pues en ella se dice:

• D e j a la seca ribera

do está el agua infructuosa •

Y á cualquiera se le ocurre que donde está el agua no puede estar seco. Si en la ribera está el agua no hay tal sequedad v si es seca no puede estar allí el agua. N o me convencen de otra cosa frailes descalzos.

Y a sabemos que no quiso Santa Teresa decir lo que dijo con aquello de

«Tiróme con una flecha

enarbolada de amor.«

Ni Baltasar de (ó del) Alcázar lo que al

pie de la letra expresa al escribir:

«Salido el sol por Oriente

de rayos acompañado.»

Si los rayos son de luz, no acompañan al sol, sino que parten de él, y hablar de otros rayos resulta un mayor disparate.

Del genio á la locura, hay media vuelta de una clavija.

D e escribir versos á decir disparates, un cuadrante de vuelta.

Propuso Alejandro á un poeta que le

acompañara en su expedición en Asia, ofre-ciéndole por cada verso un F ¡ l i p p o de oro y por cada disparate un latigazo.

El poeta no aceptó.

tonterías. ^ ^ ^ ^ ^ á me->'or

Desde el autor de Marina y Flor de un dia, en su célebre cuarteta:

«El sitio del duelo es este. Y esta estátua es de Minerva. ¡Y c o m o crece la hierba con este viento Sud-Oeste!»

Hasta el gran Zorrilla que canta:

•Mi madre fué una alondra, mi padre un ruiseñor.»

Y contesta el público:

•¡Qué cosas tan extrañas nos cuenta este señor!.

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VII

En el siglo de oro eran los ripios, ¡natu-ralmente! de oro también. L o s ríos no sa-caban ya el pecho fuera, como en tiempo de Fray Luis de León, ni cantaban todavía los campanarios, como en los de Ruiz Agui-lera:

«El viejo campanario que la oración cantaba con acento monótono y profundo.»

Y o moldeé un gazapo parecido en mi adolescencia.

Volvía á mi pueblo; (he nacido en la calle de Atocha). Volvía ¡claro! triste y desengaftado, y me encontraba con que la torre no tenía campanas y con las ojivas con dos ojos sin miradas, como dos cuencas vacias, sin duda porque hay cuencas llenas y hasta cuencos. Entonces era el largar oc-tosílabos:

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«Ya que en ese torreón cesó vuestro alegre son y en el pasado dormís, campanas que no existís, sonad en mi corazón.

Sonad como a lborozadas de mí vida en los albores; evocad acompasadas aquellas d ichas pasadas y aquellos t iempos mejores.»

Quedamos en que no cantaban los cam-panarios, ni aun las cuencas vacías, pero tampoco engendraban las hojas desde Ho-mero (esto no es traducido del alemán, ni aun del francés), ni podía compararse, por tanto, su generación á la de los hombres:

«Olr¡ l 'r, 9vXXuv YEvér) -oir.oe x a t avopoiv .»

Ni se despeñaban los clamores. Esa in

vención estaba reservada á Núñez de Arce .

«El místico clamor de la campana

que sobre el a l m a h u m a n a

de las caladas torres se despeña.»

Dejemos digresiones.

Hay que tener respeto á los clásicos como Valera.

Y como doña Emilia Pardo Bazán, esa ilustre Diotima que si no ha conseguido sentarse al banquete de los filósofos, ha lo-

grado agacharse á la merienda de los aca-démicos.

Cuando dice Horacio:

»Grammatíci certant, adhttc sub judice lis est.»

El adhuc sobra, como sobra el tándem, no en el velodromo, sino en la célebre frase de Cicerón:

•Quosque tándem Cati l ínaabuteríspatientiasnostrje?

Pero no se va á decir que Cicerón y Ho-racio abusaban del ripio como un Fiacro ó un Sinesio cualquiera.

Mas volvamos en si, que dijo el primer Valdeiglesias.

Volvamos al siglo x v i . Rioja... ó quien sea:

«Sólo quedan memorias funerales

donde erraron ya sombras de alto ejemplo.»

¿Sobra ó no ese t a *

«Este despedazado anfiteatro impío honor de los dioses, c u y a afrenta publica el amari l lo j a r a m a g o y a reducido á trágico teatro...»

A h í tienen ustedes como el jaramago, amarillo y todo, puede reducirse á teatro trágico, como quien dice de Cavestany, ó de Francos y Llana.

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Hoy, hoy. ¡Huy, huy!

«Esta corta piedad que.. »

Bueno, dejemos esto.

•Como los ríos que en veloz corrida se llevan á la mar (¿ti qué?) tal soy llevado al último suspiro de mi vida.»

¡Cuánto lloré á los diez años leyendo A las ruinas de Itálica, á pesar de su final frío y aplastante!

También me deleitaba Góngora. A ú n corre de boca en boca el ¡Aprended

flores de mi! y el Ande yo caliente. M a s ¿por qué á todo lo culto, premioso y afec-tado se llama gongorino?

¿Por qué nadie entiende la dedicatoria al Duque de Béjar?

«¡Oh tú, que de venablos impedido muros de abeto, almenas de diamante, bates los montes, q u e de nieve armados, gigantes de cristal, los teme el cielo; donde el cuerno (I) del eco repetido, fieras, te expone, que al teñido suelo muertas, pidiendo términos disformes, espumoso coral le dan al Tormes.»

Como esos versos escribió el celebérrimo Góngora más de tres mil.

Fué el rey del hipérbaton; él fué quien

escribió:

«Cuantos me dictó versos dulce musa.»

Endecasílabo que inspiró á Lope aquel

otro:

«En una de fregar c a y ó caldera.»

Y él fué (Góngora) quien hizo purpurear la nieve.

•Arr ima un fresno al fresno (?), c u y o acero sangre sudando, en t iempo hará breve purpurear la nieve.»

Q u e ya es purpurear.

Ese célebre Góngora fué quien hizo ex-clamar al mismo L o p e :

—«Madona ¿qué dec ís?—Que afecten paso, que ostenta l imbos el mentido ocaso y el sol depinge la porción rosada.»

A lo cual contesta el ambulante huésped:

«Boscán, perdido habernos el camino; preguntad por Casti l la , que estoy loco ó no habernos salido de Vizcaya.»

Porque Lope sabía el euskaro como y o el chino.

D. Juan de Jáuregui imitó á Góngora bastante bien.

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Menos cuando Marco Antonio mira al diadema del imperio ausonio, ó cuando ha-bla de la remota mar hircana ó mora.

Q u e es como hablar de las remotas lla-nuras de Rusia ó Getafe.

E n los sáficos de Villegas lo mejor son las repeticiones.

«Oye y no temas y á mi ninfa di le

dile que muero. F i l i s un tiempo mi dolor sabia; Filis un tiempo mi dolor l loraba; quisome un tiempo, más agora temo

temo sus iras. Así los dioses con amor paterno. así los dioses con amor benigno, etc.»

Esos sáficos me recuerdan á ciertos ora-dores.

«¡Ah señores, señores! Cuando miro la bandera española, la bandera española, con ese color amarillo y rojo, amarillo y rojo, que recuerda otros días, que recuerda otros días de gloria y de ventura, de gloria y de ventura para esa patria amada, para esa patria amada, etc.»

Oye uno el discurso dos veces y si es de Reverter, miel sobre hojuelas.

Lupercio L e o n a r d o de Argensola no acudía al relleno con frecuencia. Usaba más

bien de otro expediente: con cambiar los acentos á los nombres salía del apuro.

Ejemplo:

«Pero tengo conmigo un tu contrario que tiene prometido defenderme contra el poder dte Jerjes y de Dário.»

Si el consonante hubiera sido Ocles hu-biera dicho Temistocles, si io Octavio, y si hubiera necesitado acabar en inguez, ade-lantárase á su tiempo citando al general López Domínguez.

Primero se puede emplear como adver-bio en vez de primeramente, pero es me-nester hacerlo con sintaxis. Decir v. gr . :

«Yo os quiero confesar don Juan primero.»

es violentar la construcción para que el verso acabe en ero y consuene con dinero y verdadero.

N o más cuerdo anduvo el otro Argenso-la (Bartolomé Leonardo) al decirle á Italia:

«Y tiemblas hoy debajo de su lanza

mirando el hierro de tu sangre tinto

dudoso entre el temor y la esperanza.»

E n donde parece que estaba el hierro

dudoso y no Italia, como en otro pasaje

parece que las manos miran á todas partes:

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L o que hay, es que en Argensola pasa

todo.

El escribió:

«Y si doliendomé de ver tu olvido.. »

Y nada dijo Sánchez Pérez. E n cambio y o escribí:

«Ven cariñosa Elisita, gentil cual rosa de té; dame un beso, siéntate y escucha una fabulita.»

Y , á vuelta de elogios, me reventó el maestro en Madrid Cómico.

Pues no se apure usted D. Antonio; otra vez no diré sien ta té sino sírvase usted de tomar asiento, como Tamayo y Baus en Un Banquero. (Escena IX).

A las vegadas, por la mala colocación de un acento ó de una palabra, se pierde el sentido de la oración.

Asi escribe Sor Juana Inés de la Cruz:

«Detente sombra de mi amor esquivo.»

L a sombra del amor esquivo no resulta, y la sombra esquivo menos.

Argensola asegura que una tortuga, por sufrir el hielo,

«sacudirá de sí su a lcoba angosta»

y Polo de Medina afirma que Dafne tenía

«los ojos boquiabiertos*

y en una razón suya, y no es exceso y o vi rallar un queso.»

Como podía haber escrito que vió me-char ternera; porque, según él mismo con-fiesa,

«el poeta más payo de sus versos bien puede hacer un sayo.»

Con su cuenta y riesgo, por supuesto, y si no dígalo Quevedo en El Buscón:

«Yo le supliqué qua»Io dejase, poniéndole por de Jante que sí los niños olían poeta, no quedaría tron-c h o que no se viniese por sus pies tras nosotros, por estar declarados por locos en una premát ica q u e habia salido contra ellos, de uno que lo fué y se retiró á buen vivir.»

Y eso lo dijo por un bienaventurado au-tor de la siguiente chanzoneta al Corpus:

«Pastores: ¿no es l indo chiste que es hoy el señor san C o r p u s Christe? Y es el d ía de las danzas;

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en que el Cordero sin manci l la tanto se hnmilla que visita nuestras panzas , y entre estas bienaventuranzas entra en el humano buche. Suena el l indo sacabuche, pues nuestro bien consiste. Pastores, ¿no es l indo chiste?...«

Y vuelta á comenzar. Contra la manía de versificar no hay re-

medio. L a misma fuente de Helicona hace palidecer á los poetas por la influencia de esa manía, según Pérsio. f Prologas, ex Sa-tirartim). ( Lutetiae M D C C L X V I l j .

«Nec fcnte labra prolui caballino: N e c in bicipiti (?) somniasse Parnasso Memini, ut repente sic P o e t a prodirem, Heliconiadasque, pall idamque Pirenem l i l is remitto, quorum imagines lambunt Hederae sequaces.»

Un poeta es siempre un joven arcadiense, según Juvenal, y la Arcadia era un lugar del Asia en que abundaban los pollinos.

«¿Quid enim scio? C u l p a docentis Scil icet arguitur, quid laeva in parte mamillae Ni l falit Arcadico juveni, c u j u s mihi sexta Q u a q u e die miserum dirus caput Annibal implet.

( J Ü V B N A L Ex Satira Vil.)

¡Dichosas digresiones! Ya me olvidaba del siglo aúreo.

Los adjetivos y los adverbios son dos grandes recursos de los poetas; pero ¡qué recursos!

«No lloro solamente tu partida,

aunque es mal que matara solamente.»

A s í canta Figueroa, el divino, y eso de matar solamente recuerda lo que oímos to-dos los días:

— ¿ Q u é le ha pasado á Fulano? —Nada; que se ha muerto.

L o mismo es el solamente de Figueroa que el nada del vulgo.

¡Qué bien se harían los versos sin medi-da ni rima!

Oíd á Víctor Hugo en El águila del casco:

«Le fond, nul ne le sait. L 'obscur passé defend contre le souvenir des hommes l'origine des rixes de Ninive et des guerres d ' E g i n e et montre seulement la mort (!) des combattants, après l 'échangé amer des rires insultants.»

Leed á Zola: «Cinco versos, cinco ripios. Egine viene aquí solamente (!) para rimar con origine. Nada más pesado ni inútil que los dos últimos versos. Es un verdadero relleno de mazacote».

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Solamente un Zola puede atreverse á censurar á todo un Víctor Hugo, heroicidad mayor que defender á un Deyfrus.

Porque Víctor Hugo está tan alto en el Parnaso como las estrellas que, según él, vuelan y se andan por las ramas:

»Les etoiles volaient dans les branches des arbres c o m m e un essaim d'oiseaux de feu.»

Eso lo escribió dans l'ext'l, y allí no tenía siempre buen humor el gran poeta.

Excepto cuando recibía versos de un amigo, en cuyo caso los ripios le alegraban y prorrumpía en estrofas como la siguiente:

•Tes volumes exquis m'arrivent blancs oiseaux M'apportant le rameau qu'apportent les colombes A u x arches, et le cbant q u e le cigne offre aux tom-

|bes.»

L a verdad es que nadie ha visto tales pajaritos blancos, ni palomas que traigan ramos á los arcos, no siendo en las estam-pitas de comunión, ni mucho menos ha oído á los cisnes ofrecer cantos á las tum-bas. Los cisnes no hacen semejante cosa.

Podríamos igualmente asegurar, pese al gran Hugo y á sus admiradores que los astros no son diamantes de las pilastras del profundo firmamento y que ni las pilastras

tienen diamantes, ni hay tales pilastras, ni ese es el camino del firmamento, al cual llamó cielo el mismo Víctor Hugo. Pero hay que callar ante

•Toutes les splendeurs de la sombre nature.»

Hay sombras esplendorosas, espléndidas ó esplendentes; como ustedes quieran.

Y esplendores sombríos.

Como el de Los Magos:

«L'ame de P indares se hausse

á la hauteur des Pelions.»

Es cuanto puede alzarse un alma.

•Daniel chante dans la fosse et fait sortir Dieu des lions.»

LTn juego de alta prestidigitación y tau-maturgia clásica: hacer salir á Dios de los leones.

•Glnck et Beethoven sont á l'aise

sous l 'ange où Jacob se debate.»

N o fué precisamente en el ángel donde se agitaba Jacob, ni aun nos habla de tal agitación el Pentateuco. En fin, pase.

•Mozart sourit...»

¡Claro! A l ver á sus compañeros tan á taise.

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«Mozart sourit et Pergolése

murmura ce grand mot: Stabat!»

Por cierto que nadie sabía hasta ahora que Stabat fuese precisamente lo que se llama un grand mot.

Mater podrá ser una gran palabra; Stabat mater podrá despertar una gran ¡dea; pero ,Stabat á secas...! Q u e lo diga Balart.

Balart ha escrito un libro que, según él dice, es exudación de su alma.

.Libro perfecto en sentir de los críticos, á pesar de aquello de cuadre y padre.

Y o me recreo y aun suspiro leyendo Do-lores.

«Si el cielo de noche me paro á mirar tantas luces y tanto silencio me dan que pensar.«

Hay para dar que pensar á cualquiera ¡tanta luz y no sentirse una mosca!

«Y al ver como callan tierra, viento y mar, me parece que el mundo es un muerto que van á enterrar.»

¡Qué bonita imagen! ¿eh? El mundo es un muerto, así como suena y un muerto que van (¡qué sintaxis!) ¿á qué dirán uste-

des? Pues á enterrar. N o se quién, pero le entierran, no hay duda.

Es dar con el universo en tierra.

También el éter es una región inerte.

Habrá que enterrarle tarde ó temprano.

«Del éter en la triste región inerte

acechando á la v ida vela la muerte.»

L a muerte en vela y acechando á la vida. ¡Eso es filosofía y tal!

Asi es que cuando viene el fantasma

«Por el cuel lo me echa el brazo, con el labio me a l z a el ceño.»

Y el poeta se queda estático y , buscando un consonante á olmeda, hace enredar al águila nidos tristes en los peñascos, dicién-dole á Dios como echándole la culpa de todo:

«Por tí el águi la enreda

sobre el alto peñón su triste nido.»

Por una cosa así, Curros Enríquez, que ya había exclamado lleno de asombro:

«¡Sin fror á semente!»

Como si la simiente tuviera flor alguna

vez, puso en otra ocasión, por la fuerza del

6

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consonante y la cadencia, en boca de Dios

estas palabras:

«Si ch'esto é xust ic ia

q ' o demo me leve.»

Y por poco no metieron al autor en pre-

sidio.

V i l i

Los disparates de los poetas no debieran ser duramente censurados; cada ripio lleva la pena en su propia culpa.

Es lo que ha dicho Juvenal en un verso corto y dos largos, f Sat. XIII, 196).

«Paena antem vehemens. ac milito saevior i l l is •quaset Coeditius gravis invenit et R h a d a m a n t a s nocte dieque saum gestare in pectore testen.»

Por lo cual conviene ante esas faltas achicarse ios ojos, como dice Shakespea-re, que sabía achicárselos y agrandárselos. (Merch. of. Ven. Sc. I).

•Some that will evermore peep throngh their eyes and laugh, like parrots, at a bag-piper.»

Verdad es que los versos de Shakespeare degeneran con facilidad en antítesis, con-ceptillos y phebtis extravagantes. Si alguien

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lo duda, que se lo pregunte á Menéndez

Pelayo; y si no que lea á Ruskin.

N o Va uno á estar siempre detrás de los

poetas á caza de incoherencias, para decir-

les luego lo que cierto crítico á un poeta

que le gusta á Clarín:

«Juan Pérez: eres un mero

empleado.»

Y luego: ¿qué se va á hacer con un vate

inspirado que resbala?

¿Se le va á meter en fuertes hierrosr

como en el Romancero? «En fuertes hierros lo meten

por inando del rey D . Sancho.»

Mejor es dejarle que le reprenda la ma-dre que lo parió, como expresa el mismo Romancero sin metro, ni cadencia, ni chi-cha, ni ná. (Don Gabán y la Infanta):

—«¡Ay por Dios! ¡ay mi señor!

recoged me ese mochacho

en cabo de vuestro manto.

Dédesmelo á cr iar

á la madre q u e os parió.»

Y si no pega que le enseñen Fél ix Lyon-

Leonsay, ó el Barón de San Malato.

Volvamos á nuestros carneros; es decir,,

volvamos á los poetas del siglo de oro.

Cervantes versificaba tan bien que un su

envidioso, no pudo menos de reconocer

«que una mano herida

supo dar á su dueño eterna vida.»

(Laurel de Apolo).

Pero le agradaba dar en qué pensar y por eso compuso aquella décima en que se lee:

«Si en la dirección te humí — no dirá mofante a l g ú — |Qué D . A l v a r o de L ú — que Aníbal el de C a r t á — que rey Franc isco en E s p á — se queja de la fortú—!»

Todavía están los críticos dándose de ca-labazá— por averiguar qué quiso decir el autor de Don Quijote.

Y es posible que anduviera Cervantes tan derecho entonces como cuando hablaba de Ni los llanos y de fieras venenosas.

«Entre la venenosa muchedumbre de fieras que alimenta el N i l o llano.»

Es lo bueno que tienen los ríos, que son llanos, aunque no alimenten sino anguilas. Una duda me ocurre que no sé si han re-suelto Hartzembusch, Clemencín ó Díaz d e Benjumea; al hablar de fieras venenosas

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que alimenta el Nilo llano ¿se referiría á los salmones el autor de Per siles y Segis-mundo* En tal caso hay que reconocer q u e

«Todo h a degenerado; hasta los peces.»

E n el género que hoy llamaríamos fUi-

menco no tenía rival.

La Gananciosa, canta en Rinconete y

Cortadillo coplejas como la muestra:

«Por un morenico de color verde

¿cuál es la fogosa que no se pierde?»

Hoy son más avispadas las fogosas y n o

se pierden por los morenos verdes á tres rempujones.

Las mujeres que se enamoraban enton-

ces corrían riesgo de que las ocurriera l o

que á la Loaysa de El celoso extremeño:

volverse quimeras y encontrarse con las

manos de lana y los pies de fieltro.

«Es de tal manera la fuerza amorosa q u e á la más hermosa la vuelve quimera; el pecho de cera, de fuego la gana, las manos de lana, de fieltro los pies. Q u e si y o no me guardo mal me guardareis.»

De modo que el amor acarreaba enton-ces á los amantes lo mismo que enumeraba Plauto en unos versos no muy bien medi-dos que digamos; todos los males que trae la poesía á quien se encalabrina con ella:

•Imsonnia, aerumna, error, terror, quae dixi minús, Ineptia, stultitiaque, adeo et temeritas, Incogitantia, excors, inmodestia, Petulantia, cupidi tas et malevolentia.»

En compensación, los poetas, cuando sueltan un concepto obscuro, como los del hijo de D. Lorenzo el del verde gabán, oyen elogios como los que el tal oyó de Don Quijote, alanceando de paso á otro poeta del siglo de oro:

«Viven los cielos, donde más altos están, mancebo generoso, que sois el mejor poeta del orbe y q u e mereceis estar laureado, no por C h i p r e ni por G a e -ta, c o m o dijo un poeta que D i o s perdone, sino por las A c a d e m i a s de Atenas (¿cuántas había?) si hoy vivieran y por las qne hoy viven de París, Bolonia y Salamanca!»

Es muy delicado meterse con Cervantes.

Para pez colosal Q u e vedo. El siempre encontraba el chiste.

¿Había que cortar para ello los versos? Pues se cortaban.

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«Y hasta el m u c h a c h o de un año

Judas infuso tendrá.

f U* dirá,

si no.

lo diré yo.»

¿Hacían falta incoherencias y aun dispa

rates? Al lá iban.

«Pulgas tengo, no h a y duda, y si me dejo picar es de los q u e dan en dar y con dineros replican.

P u l g a s me pican, el candil está muerto, ergo sequitur sequitur que me pican á tiento.»

Aquel lo era gracia y tal.

Las cordobesas deben estarle agradecidas á D. Francisco.

Por lo que dijo dellas:

«Buenos cabal los para ser mujeres,

buenas mujeres para ser caballos.»

Y Cervantes, por haberle reventado el

testamento de Don Quijote.

Y la moral por las atrocidades que larga-

ba en crudo.

Y el buen sentido por versos como aque-

llos:

«Es mi Mariquita quita pesares, digo, quita pesos, digo á ocho reales.»

Porque tenía la obsesión de que todas las mujeres le querían... quitar la bolsa, como la tenía Ovidio, y la manía de com-pararlas á los cuadrúpedos, como el propio Nasón:

« N o n e q u a m u n u s e q u u m , non tauDumvacapoposcit .

non o v i s placitam muñere captat ovem.»

Si ahí no hay poesía, hay egoísmo, como en Quevedo.

«Solamente un dar me agrada

q u e es el dar en no dar nada.»

Quevedo veía cosas que nadie ha visto: reírse las malvas ú sease cabelleras (!).

Y le dice á un rosal:

«No hay florecilla tan baja q a e no te alcance de días y de tus caballerías se está r iyendo la malva cabel lera de un terrón.»

También veía llevar en los pies frentes.

«Tú que de monarcas grandes

llevas en los pies las frentes.»

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Y veía asimismo comer agua:

«Mira que estas corrientes,

después que fueron dignas de los dientes

de Aminta , han despreciado

cualquier labio mortal.»

Y ensartar tiempos, f Profecías de Pero Grullo).

«En estos t iempos que ensarto veréis, maravi l la extraña q u e se desempeña España solamente con un Cuarto.»

Si llega á reinar entonces, en vez de Fe-

lipe IV, Felipe V , hubiera dicho:

«En estos t iempos q u e pinto.»

Y si Carlos V I I I (que le habrá)

«En estos t iempos q u e clavo.»

Allá se van ensartar y clavar. Pero ¡ni por esas! España no se desem-

peña con un cuarto, ni siquiera con un Dé-cimo tercero.

Cuando escribía en serio D. Francisco, llovían hipérboles:

« florecieron los campos secos que tus pies pisaron.»

Q u e ya es florecer.

«Cuantas cosas miraste se encendieron »

(Apaga y vámonos).

«Las aguas del Pisuerga se pararon

y aprendieron á amar cuando te vieron »

Eso era en Valladolid, en donde

•las lágrimas de mis ojos

se quejaban al caer.»

En fin, dejemos á Quevedo. Hizo un lenguaje para su uso particular

en fuerza de retorcer los conceptos y tan agudo quiso ser, que acabó como ciertos li-najes.

Acabó en punta.

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Por una triste ley de la Naturaleza, sólo el mal es contagioso y nunca el bien. Para extender una epidemia basta un pequeño germen: millares de células orgánicas sana> no pueden hacer contagiosa la salud. El espectáculo de la convulsión puede atraer el aura epiléptica; el de la digestión tranquila no es bastante á calmar el apetito ni á di-sipar acedías; los seres inferiores que reme dan las contorsiones de los hombres, son impotentes para cumplir sus leyes morales. Desde el tifus á la melancolía; desde el sui-cidio á la inofensiva costumbre de chuparse el dedo, son siempre contagiosos los males, jamás lo son los bienes que hay en toda ocasión que conquistar lenta y penosamen-te por sí mismo.

D e esta desagradable ley deduzco que el hacer versos es un mal, puesto que consti-tuye una manía contagiosa. Y también de-

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duzco que l o e s criticar burlando, vicio que se me ha pegado á mí mismo, que lo censuro. Pero escriba usted muchos libros en serio después de quemarse las cejas, para quedar-se con la mitad, y venza la tentación de escribir algo desenfadado y trivial para dar-se á conocer.

Quizás también por esa ley nuestro teatro clásico tiene todo lo malo del griego y del latino y aun del francés, sin copiar sus mé-ritos y puede ser que por esa misma ley del contagio refleja las costumbres peores de la sociedad, sin ser espejo, por lo común, de sus virtudes.

Todos los galanes son ociosos, andantes y aventureros; todas las damas coquetas, casquivanas y resueltas; los pajes chocarre-ros y bravucones, y los padres despóticos al par que confiados; es una bendición.

Pero la forma consuela. De los orígenes de nuestro teatro se pue-

de juzgar por lo que se dice en las partidas de que en las iglesias se ejecutaban «mu-chas villanías et desaposturas indignas de la casa de Dios». E n cuanto á los juegos de escarnio basta decir que huían de ellos las mujeres y los clérigos y aun las personas de buen gusto.

R I P I O S C L Á S I C O S 9 5

Viene luego el famoso Mingo Revulgo y representa las cuatro virtudes cardinales nada menos que en cuatro perros. Es una ale-goría sublime.

Hablando del mcdorro (el monarca) dice Revulgo:

«Armanle mil gnariramañas, uno 1' pela las pestañas, otro 1" pela los cabellos. . . asi se pierde tras el los metido por las cabañas.»

Esos son los versos mejores de la obreja.

Aparece Juan de la Enzina, y lo primero que hace es que el arroyo se vaya riendo:

«Ya sabes que gozo siente el pastor muy caluroso en beuer con gran reposo de b r u j a s agua en la fuente; ó de la que vá corriente por el cascajal corriendo q u e se vá toda riendo. | 0 que prazer tan valiente!»

Lucas Fernández pinta muy bien el amor diciendo que

«Es sabroso y amargoso

y es de mala digestión;

d a alteración

y deja el cuerpo emponzoñoso.»

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Se conoce que el buen Lucas, en donde se enamoró fué en Loeches.

Las comedias de Lope de Rueda y Cas-tillejo eran también buenas para represen-tadas por las compañías de ñaque .entre la zarabanda, la chacona, el escarraman y el zo-rongo, bailes la mar de honestos.

E n tiempos de Lopé fué otra cosa. Entonces floreció Miguel Sánchez El Di-

vino, que lo sería verdaderamente si, como La Celestina

• Escondiera más lo humá-»

De él escribió L o p e :

•Siempre el hablar equivoco ha tenido y aquella incert idambre anfibológica gran lugar en el vulgo; porque piensa que él solo entiende lo que el otro dice.»

Con dos testigos como Lope á morir.

E n La guarda cuidadosa hay un Florencio

que muerde las piedras de amor, exceso á

que no llegó la rabia de Marsilla:

•El la viene; en las quiebras desta roca me esconderé y mordiéndolas di rabia, á sus paredes pegaré la boca.»

E n esa comedia el amor tiene sus quie-bras... mordidas.

Y cuartetas que habrá envidiado Cam-prodón.

•Con un arcabuz pasea el monte y m i t a el conejo. C o n esto y un padre v ie jo ni más quiere ni desea.»

Quedaba por desear un marido viejo. Con esto sí que podía matar el conejo impu-nemente.

E n El prado de Valencia, por el canónigo

Tárrega, hay nada menos que un jardín

«... nuevo paraíso

portátil para las tardes.»

Como quien dice un jardín de foche. O un taschem-garden.

En la misma comedia es notable el diá-logo del Conde con el eco:

- • E c o . hablemos á concierto .—Cierto. — P i d e si nadie me lo i m p i d e . — P i d e . —<Por qué me hielo con mi l lama?—Ama. — ¿Cuál es el bien que me da el c ie lo?—Hielo. — ¿ Y quién lo aparta de mi f ragua?—Agua. — M i gran respeto lo a p r u e b a . — P r u e b a . — ¿ Q u é sacaré de haber p r o b a d o ? — V a d o . — ¿ Y si del v a d o me d e s t i e r r a n ? - Y e r r a n . — L o que miro ¿será r i b e r a ? — E r a . —¿Quién es la causa de sus menguantes? - Guantes»

Como verá el lector curioso ó desaseado,

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las contestaciones son lo más tonto... des-pués de las preguntas.

Los diálogos entre amantes son más dis-cretos. Sobre todo en El mercader amante, de Gaspar Aguilar.

Los novios se llaman columna, y muro y ladrillo, y no se enfadan.

«B. (Oh mi Sabinia! ¡Oh mi gloria! ¡Mi esperanza!

L . iMi alegría!

¡Filar de mí fé! B . ¡Columna

hecha de amorosa piedra! L . ¡Fuerte muro! A . ¡Blanca luna!»

Etcétera.

Llamen ustedes columna ó fuerte muro

á una muchacha en la calle, y verán nove-

dades.

Del mismo autor es un episodio curioso

de La gitana melancólica.

Habla un padre con su hija, y de pronto

se arranca ésta, sin venir á cuento, con lo

siguiente:

«IRENE. ¡Firme y sólida co lumna jj '. de las furias aposento,

terrero de la fortuna, básis del cuarto elemento

y al fin destierro del bien donde solo el mal consiste.'

TITO. ¡Hija! IKBNB. ¡Padre mío! T I T O . ¿Á q u i é n

dices todo aquesto? IRBNB. ¡Ay. triste!

TITO. Responde. IRBNB. ¡Á Jerusalem!»

Ocioso es decir que el padre queda eomo quien ve visiones.

Pues ahora verán ustedes una manerrt delicada de citar la manzana.

Carlos Boil Vives, en El Marido asegu-rado.

Una nueva forma de seguro, sobre las apófisis córneas.

«MBNANDRA. Q u e d e á mi cargo esta prueba. SBGISMUNDO. P u e s y o al veneno, aprestado,

te daré.

MBNANDRA. Y o haré qne beba

Manfredo sobre un bocado (!) que hará tenerme por Eva •

Esas son maneras de decir. El autor dramático contemporáneo de

Lope, que casi le emuló en nombradla, fué D. Guillen de Castro.

Y sabía bien el árabe. En las mocedades del Cid se demuestra:

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«MOROMuyendo; | L i , l i . l¡, l i l

P A S T O H . I L « " 5 M I 0 '

qué de miedo rae acompaña! •

L a verdad es que ese grito árabe ¡Li, lt,

li, li! era para asustar á cualquiera. Hasta

al pobre D. Lázaro Bardón, si viviese.

Aparece el buen Arias Gonialo, y dis-

culpa al pobre sol, que no quiere salir ni á

tres tirones:

«¡ Oh, lo que tarda en salir

el sol I Pero no me espanto.

Sabe que lo han de partir,

y por eso tarda tanto.»

Y cualquiera tardaría sabiendo que lo-

habían de partir.

Es lo que decía la recién casada del

cuento al cura desde lo alto de un armario:

« - P a d r e , ¿bajaría usted?

- N o .

— Pues yo tampoco.»

Más adelante, el mismo Arias Gonzalo ,

exclama al verse obligado á combatir:

• Manos tengo, y si me hallo con la gota, esa no es ocasión para escusallo. pues á falta de dos pies cuatro me dará un caballo.»

Y , efectivamente, le da el caballo los cuatro pies, y hay que ver al anciano defenderse.

L o s personajes de Guillén de Castro es-taban bien educaditos.

En La fuerza de la costumbre (del conso-nante debiera titularse), dice D. Félix:

« —Darete satisfacción)

espera, señora, tente.»

Y la increpa D. Pedro:

« — ¿Qué ha de esperar, maricón? errar tan infamemente yerros sin enmienda son »

Ahora podía salir un actor con esas, ni aun á última hora, en Apolo.

Iban á llover pepinillos de bronce. Antes se le pegarían los labios al pala-

dar, como á Galindez en Los mal casados de Valencia:

• Pegados tengo los labios de ordinario al paladar en estas bregas.»

Ó aparecería dos veces en las tablas: una con los huesos vivos y otra con los huesos difuntos, como la Doña Inés de Castro, de Mexía de la Cerda (con perdón):

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• Si c o m o fuiste amante fueras p ío con la difunta esposa ahora lo muestra, no en venganzas crueles ni en excesos, sino eu dar honra á estos difuntos huesos.*

Andrés de Claramonte imita bien á los

negros. Véase El valiente negro en Flandes:

«D. PEDRO. Bien valdrán tres mil reales amo y paje.

D . GÓMEZ. Ache.

JOAN. ¿Qué es esto?

ANTÓN. E s t o r n u d a r gente embancas haciendo bur la dos pretos.

D . FRANC. U c h i a . D . PEDRO. Mandinga .

D . M A R T Í N . A c h e .

Calla, y no hagas caso de ellos. D . PEDRO. [Y qué grave va el perrazo!

¡Con qué majestad ha vuelto el rostro!

UAN. ¿Peieron?

A N T Ó N . S i .

UAN. c u á l d e , o s d o s P e i e r o n ? '

N o sé por qué esta escena olíame mal

desde un principio con eso de Uchuá, Man-

dinga y Ache.

Para incoherencias El valeroso español (en-

tonces todo el mundo era valeroso y valiente)

por Gaspar de Ávi la . T iene un párrafo de

seis versos, en el cual háblase de once

asuntos.

En La rueda de la fortuna, el doctor Mira

de Mescua, habla de una

«mano infame, mano ingrata, mano que muerde rabiosa al dueño que bien la trata.»

L o que no se dice, es si la mano era de papel hidrófobo ó de mortero rabioso.

Este famoso Mira de Mescua insertó como suyo en Galán valiente y discreto (otro valiente), un soneto de Bocaccio que em-pieza :

«Estas que fueron pompa y alegría despertando el albor de la mañana, á la tarde serán lástima vana durmiendo en brazos de la noche fría. Etc.»

Pero hubo alguien más fresco que él. Calderón que lo insertó más tarde y tam-

bién como suyo en El Príncipe constante y mártir de Portugal.

Todas aquellas comedias eran famosas. Por lo menos así se decía al imprimirlas

por los autores mismos.

D. Luis Vélez de Guevara describe á Se-villa en El diablo está en Cantillana (comedia en que por cierto hay una reja que da vo-

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ees), como pudiera cualquier diccionario enciclopédico, contando su origen, vicisitu-des, casas, plazuelas, calles, callejuelas y no sé si campanadas para casos de incendio.

Paso por no hacer este artículo intermi-nable, por alto las obscuridades de Salas Barbadillo en Galán tramposo y pobre (asun-to manoseado por los clásicos), y las extra-vagancias de Luis de Belmonte Bermúdez en El diablo predicador, en donde vuelan los ángeles, tendiendo las cuchillas de las alas mien-tras reza el diablo; y las salidas de Antonio Hurtado de Mendoza en Cada loco con su tema, en donde habla del golfo de la tía y otras rarezas entre las cuales se destacan los rayos de nieve, las nubes que se quiebran y las liebres perezosas.

Citaré sólo al doctor D. Juan Pérez de Montalbán, en una escena que se repite con pocas variaciones en nuestro teatro clásico:

L a consabida d e — Y o soy esto.—Yo lo otro. —Yo lo de más allá.

«DÜQUE. YO soy rayo de otra esfera.

ISABEL.. YO laurel que se le atreve.»

Atreverse es.

«D. Y o soy fuego. I . Y o soy nieve.

D. L D . T. D . í D . I . D . t D . L

E n este diálogo se inspiró sin duda aquel

otro entre una señora y su esposo en los

Pirineos:

•SBÑORA. E n subir á las montañas y en bajar despeñaderos sé pasar dias enteros. N o tengo rival.

C A B A L L E R O . T e e n g a ñ a s .

C o n t i g o en subir compito. S. Soy gimnasia.

C . Y o mejor.

S. Y o un águila. C . Y o un condor,

S . Y o una cabra.

C . Y o un cabrito.»

Después de leerse ochenta comedias de

autores contemporáneos de Lope de Vega,

queda el lector más paciente hastiado.

Y o soy fiera.

Y o terrible. • Y o severa.

Y o rendido.

Y o triunfante. Y o soberbio.

Y o arrogante.

Y o firme. Y o sin cuidado.

Y o el hombre más porfiado. Y o la mujer m á s constante.»

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Y no hay más remedio que leer algo mo-

derno.

Detti odi barbare de Carducci, por ejemplo. Carducci odia l'usata poesía y como nove-

dad escribe en verso libre exámetros. Con la circunstancia de que los hace me-

jor en latín Giorgini. Cuando dice Carducci:

«Ahi tristi case dove tu innanzi á volti di padri pall ida muta diva, spegni le vite nuove!

Ivi ncn più le stanze sonanti di risi e di festa o di bisbigli, come nidi d'augell i a maggio.i

Escribe Giorgini:

•Heu tristes aedes, queis vultus aute parentum

succidis vitas aspera diva, novas!

Fest iv is non illis joc is hilarique cachinno,

cen majo nidi mense, domus resonans.»

Q u e es lo mismo y cuasi está mejor.

Sin necesidad de acudir á las sonrisas

mistas de lágrimas como en la Oda allá Re-

gina d'Italia:

«Con un sorriso misto di lacrime la verginetta ti g u a r d a e trepida le braccia porgendo ti dice come á suora maggior: Marguerita!

Y es que á lo mejor los versos caen ellos

solos del.corazón vagabundo, como dice el

infortunado André Chenier.

Porque Chenier encontraba versos hasta

en la sopa.

«Les vers pour la chanter naissent autour de moi. T o u t pour elle á des vers! Ils renaissent en fonle; ils brillent dans les flots au ruisseau qui s'econle; ils prennent des oiseaux la voix et les couleurs; ]e les t rouve c a c h é s dans les replis des fleurs.»

Esta facilidad para hacer versos no le im-

pidió perder el último consonante.

Poco antes de morir escribía (el 7 Ther-

midor):

«Avant que de ses deux moitiés c e vers que j e commence ait atteint la derniere.

Peut-être en ces murs effrayes le messager de mort , noir recruteur des ombres,

escorté d ' i n f a m e s soldats, remplira de mon nom ces longs corr idors sombres.»

Y en espera de un consonante en ais,

quien llegó fué, no el consonante, sino el

verdugo.

¿Qué dices lector? ¿Que esto es burlarse de la muerte de un inocente y que no valía la pena de decir tantas tonterías para venir á parar en esa burla horrible?

Es verdad. Pero eso es la crítica festiva au bou marché.

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«No be de cal lar, por m á s que con el dedo...«

Eso del dedo lo sabía yo de muchacho al dedillo. ¿No ha de haber un espíritu valien-te? me decía á cada paso, hasta que me convencí de que por eso nos pasan muchas cosas. Por valientes.

Ahora mi plegaria es a peu pres la de los griegos á Venus: «Acordadme el don de no decir cosa alguna que sea desagradable.» Y sin embargo... hay que hablar de Lope.

El teatro me ha parecido siempre cosa infantil; pero el teatro de Lope más que otro alguno. F u é muy hermoso, como las gracias de los niños que en líi edad madura resultan deplacés.

L o que hay es que el público lo tragaba antes todo. Bien lo sabía Schiller y así lo mismo hacía decir á Tel l (Acto IV. Esc. III) que pescaba conchas en la cima de los A l -

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pes, que hacía comulgar á la Stuardo (Ac-to V . Esc. VII) de un modo inconveniente y al público con ruedas de molino harinero.

El público lo aplaudía antes todo.

Si hoy estrenara L o p e sus cientos de co-medias, iban á llover patatas que iba á ser una bendición.

Hasta hace poco, cuando un drama iba mal, se acudía al recurso de figurar un con-vento, con su lego gracioso burdo, y allí aparecía el protagonista disfrazado de fraile prorrumpiendo en tremendos monólogos:

—«¡Suerte funesta! ¡Aterrador destino! P u e d o tenerme apenas y corre fuego ardiente por mis venas qne mi interior abrasa. ¿Será el vino?»

Pero hoy se hila para lo serio muy del-gado. Y se tolera todo, lo grotesco, lo tri-vial, lo indecente, pero lo falso no. Y eso es lo que domina en el teatro.

E n los dramas de Sudermann (citando lo moderno), todo es dislocado y falso. E n Magda, escribe Jules Lemaitre, cuando cae el telón, no sabe uno ni lo que el autor ha querido decir, ni qué moral es la suya.» Es decir, ocurre lo propio que en Las alegres comadres, El mercader de Venecia y no pocas obras del gran Guillermo. Lo mismo

que á mí me ocurre con todo el teatro de Lope de Vega.

¿Oué moral es la de Lope? ¿La cristiana? Desde luego no es la de Jesucristo. El ar-gumento de El anzuelo de Fenisa está en el Decamerón de Bocaccio y el de alguna otra comedia suya. No me atrevo á decir que hay algo parecido en el Foblás. Por mucho menos se excomulgó á Dicenta y no fué por los ripios de El suicidio de Wer-ther, sino por el hermoso Juan José.

Las comedias de Lope se parecen todas. Caballeros aventureros acompañados de ga-napanes desvergonzados; doncellas andan-tes y lascivas seguidas de alcahuetas y pajes de aguas, madres trasnochadas y padres, tu-tores ó hermanos anchos de manga, en cu-yas casas se entra y se sale como en la más vulgar mancebía; tales son las figuras. El enredo es siempre, no ya amoroso, sino se-xual, forzado é inverosímil. Y , después de varias situaciones traídas por los cabellos, llega el desenlace previsto. Casan las damas con los galanes, las sirvientes con los laca-yos y el autor se despide del senado (dis-creto siempre), pidiendo perdón de sus dis-lates. E l público, que llena el patio y la cazuela, claro es que se lo otorga, harto ya

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de cascajo, de gresca y bulla, de tiranía y de ignorancia.

Sólo Lope escribió más que todos los poetas juntos; sus autos y comedias pasan de dos mil. ¡Si habrá allí ripios! Y más si se tiene en cuenta que muchas

«en horas veinticuatro

pasaron de las musas al teatro.»

Dos mil comedias á dos mil versos, cua-trocientos mil. U n gazapo para cada diez, cuarenta mil gazapos. Quien dude que lea y prepare la escopeta.

Y que su sistema consistía en salir por la calle de en medio lo dice él mismo:

•Cuando quiero escribir una comedia encierro los preceptos en seis llaves; saco á Terencio y Plauto de mi estudio para que no den voces, que suele dar gritos la verdad en l ibros mudos, y escribo por el arte que inventaron los qne el vulgar aprecio merecieron: porque, como las paga el vulgo, es justo hablarle en necio para darle gusto.»

N o hubieran dicho otra cosa y si me apuran ustedes, peor dicha los autores del Teatro Guignol.

Milá, Gil y Zárate, Durán y cien compi-ladores, dicen que Lope fué descuidado.

¡Ya lo creo! Y disparatado á veces, aunque grande amigo de las musas y de sus confu-sas dueñas.

«Porque también las musas tienen dueñas qne, como las visitas son confusas •

(Laurel de Apolo.)

Sí que hay visitas confusas; y versos también.

Las comedias morales como El viaje del alma y Las bodas del alma con el amor di-vino, son buenas para lo que se hicieron: para representadas en la plaza pública des-pués de los títeres.

D e los dramas históricos no hay que ha-blar. Los Tellos de Meneses, Peribañez y El Comendador de Ocaña, son presagios de El gran cerco de Viena, y los versos anuncian á veces los de González Estrada:

«Lira y aprieto de consonaote con clarinete en desconcierto. L a poesía de El Pistón y acordeón con armonía.»

ó recuerdan la introducción de Las selvas del año, de Baltasar Gracián:

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«Después que en el celeste anfiteatro el j inete del d ía sobre Flegonte toreó valiente al luminoso toro.

v ibrando por rejones rayos de oro,

aplaudiendo sus suertes el hermoso espectáculo de estrellas,

turba de d a m a s bellas

q u e á gozar de su talle alegre mora encima los balcones de la aurora;

después que en singular metamorfosi

con talones de pluma y con cresta de fuego,

á la gran multitud de astros lucientes gal l inas de los c a m p o s celestiales, presidió gal lo el boquirubio F e b o

entre los pollos del tindario huevo.. . etc.»

¿Qué Lope no escribe así? Léase de un

tirón el famoso Laurel de Apolo.

Fray L o p e sabía lo que se hacía.

Como que, según Montalbán no era más

que lo siguiente:

«Portento del orbe, gloria de la nación, lustre de la patria, oráculo de la lengua, centro de la fama, asumpto de la envidia, cu idado de la fortuna, fénix de los siglos, príncipe de los versos, O r f e o de las ciencias, Apolo de las musas, H o r a c i o de los poe-tas, Virg i l io de los épicos, H o m e r o de los heroicos, P i n d a r o de los líricos, Sófocles de los trágicos, y T e r e n c i o de los cómicos; único entre los mayores, mayor entre los grandes y grande á todas luces y en todas materias.»

Y le faltó decir algo á Montalbán: hom-bre que supo enriquecerse sin pasar fatigas. Aprended obreros, campesinos, industriales y sabios. E l resolvió el problema que os produce insomnios. Consiguió más que quien inventó el pan, cuyo nombre no se conserva.

A pesar de lo cual se le pudieron aplicar los versos de Pirón:

«II versif ira done? L e beau genre de vie! N e se rendre fameux qu 1 á forcé de folie!»

ó aquellos otros de La Metromanic:

«C'est un homme isolé, qui vít en volontaire; qui n 'est bourgeois, abbé. robín ni militaire; qui vá, vient. veille, sue et se tourmentant bien «ravaille nuít et jour , et jamais ne fait r ien .

A h o r a quisiera y o ver á Lope con sus dos mil comedias debajo del brazo.

H o y n o traga el público aquello de La moza de cántaro:

«Asoma por el estribo los r izos de sus cabellos.»

Después de una tirada en que el actor llega á quedar exánime.

Ni ios cantares de La discreta ena-morada:

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•Cuando tan hermosa os miro de amor suspiro, y cuando os veo suspira por mi el deseo. Cuando mis ojos o s ven van á gozar tanto bien; mas c o m o por su desdén de los vuestros me retiro, de amor suspiro.»

E s o no lo pone en música ni Chapf, ni

Caballero, ni el mismísimo Quini lo Val-

verde.

Pues ¿y cuando le dice Fernando á L u -

cindo •Señor, advertid q u e al a l b a

hacen las calandrias salva?»

E s o ya no hay quien lo beba.

Y de eso hay mucho en los cinco pliegos

diarios que escribió el Fénix de los Ingenios.

También dudo que hoy fueran aplaudi-

dos conceptos como éste:

•Pintar en el v iento quiero

y un monte soberbio entero

de átomos del sol hacer.»

O este otro de El ausente en el lugar:

•¡Oh, que bien me desengañas!

T u y a la cama, león y o

que á sus pies dorados brama

camaleón vengo á ser.»

Y aun ¿qué diría hoy la crítica de dramas históricos como La Roma abrasada, en que se cuenta todo lo ocurrido desde la muerte de Mesalina en el imperio de Clau-dio hasta la de Nerón, que es el héroe, y al mismo tiempo el gracioso del drama?

¡Habría que oir á Don Cualquiera! L a versificación es casi siempre sencilla:

* A . — ¿ N o quiso venir El isa?

O . — N o , señor, que no anda buena.»

A l leer esto recuerdo una escena en verso espontáneo en el balneario de Caldas de Oviedo.

Actores: D. José, hombre gordo á quien llamaban los bañistas Pepón (cuando él no lo oía, por supuesto) y tres tresillistas.

*D. José, entrando.—¿Ha venido D . Ramón? Jugador z.o—No, señor, que se ha ido á misa. D. José. — P u e s entonces, voy deprisa

á buscarle .

Jugador 2.0 (sin poder contenerse).—¡Adiós, Pepón!»

Hubo un disgusto por la fuerza del con-sonante; pero el /Adiós, Pepónl redondea-ba la estrofa, y el bañista si es mudo re-vienta.

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Contra esa fuerza del consonante tenía L o p e un remedio.

Dejar en la mitad de unas redondillas dos versos sueltos.

«Pienso que sabré pagarte aunque si esta nave fuera de oro puro, no pudiera deste bien mínima parte. ¡Ójala fueran sus jarcias cuerdas de perlas de Oriente! E l corredor de su popa fuera de diamantes hecho, de historias varias el techo, del pincel mejor de Europa.»

(El anzuelo de Fenisa.)

Y quien suponga que hizo mal, que l e busque un consonante á j a r c i a s .

Verdad es que le quedaba á Lope otra recurso.

Cuando no hallaba un consonante repe-tía el anterior. (Véase El ausente en el lugar.)

»A.—¡Mal haya la sospecha mal segura

q u e tuve de mi El isa! pues por ella

quiso Octav io intentar tanta locura,

casárase mejor con Car los ella,

pobre en efecto, pero bien nacido

y q u e hoy presumo y o que adora en ella.»

Es una preciosa estrofa, ella.

«0. — P u e s tú, qué piensas que la causa ha sido para irse á Flandes? A E s t e casamiento

de Fel ic iano debe de haber sido.»

El amor y la pata de cabra pueden mucho.

Ellos consiguieron que Tirso de Molina hiciera en Los amores de Tamar que se oyeran caflonazos varios siglos antes de in-ventarse la pólvora.

Y que Moreto escribiera lo que sigue:

• F . — L o s pensamientos q u e están tristes en mi corazón, á los alegres que y a entran en él dirán luego... L . — ¿ C ó m o ?

F. De fuera vendrá

quien de casa nos echará.»

Y que escribiera Guillen de Castro en Las mocedades del Cid esta contradicción:

«Y mí e s p a d a mal regida

os dirá en mi b r a z o diestro.*

Y quien en Don Gil de las calzas verdes dictó á Tirso:

«Quedándose con los d o s alones cabeceando.

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decía al c ielo mirando:

¡Ay ama, q u e bueno es Dios!»

De Calderón, Alarcón y Rojas hablare-mos en otro capítulo.

Eran maestros en marrullerías y sabían ocultar los gazapos.

Y es fácil la tarea.

Pudiera hacerse un índice de autores ex-tranjeros, por orden alfabético, desde A m i -cis, Bouterweck, Can tú y Damas Hinard hasta Schak, Schlegel, Sismondi, Ticknor, Voltaire y Zola, que han hablado de Cal-derón y la literatura de su tiempo. Sin contar al soberano vulgo; pero á ese se le da poco de los ripios

«que se rasca de musas su excelencia

c o m o de pulgas los demás humanos.»

A más los mismos escritores del siglo de oro dijeron ya bastante de sus deslices y aun de los poetas en general.

«Si por vuestra desdicha, escribía Lope á su hijo, vuestra sangre os inclinara á ha-cer versos (cosa de que Dios os libre) adver-tid que no sea vuestro principal estudio, que mientras menos de poeta tuviereis, más tendréis de opinión y juicio.»

Y en El alguacil alguacilado se lee:

«Donde h a y poetas parientes tenemos en corte los diablos.. . H e m o s hecho un ensanche á su cuar-tel y son tantos que compiten en votos y e lecciones con los escribanos... ¿Qué género de penas les dan a los poetas? repliqué yo. Muchas , dijo, y propias. Unos se atormentan oyendo alabar las obras de otros, y á los m á s es la pena el l impiarlos. H a y poeta q u e tiene mil años de infierno y aún no a c a b a unas endechíl las á los celos.»

Después que y o escribí mis primeros en-decasílabos, parecióme oir aquel verso que Virgil io tomó de Teócrito:

«Ah Corydon, C o r y d o n , quae te dementia cepit?»

Pero los ripios nunca morirán. N o sólo se escriben, sino que se cantan. Oid á A u -gusto Ferrán haciendo que se oiga la voz de una persona después de callarse y hasta que se aleje despacio:

«El dulce sonido de tu voz alegre

cuando te callas, se a leja despacio hasta que se pierde.»

Y á Iparraguirre en el Guernicaco, di-ciendo al árbol:

«Guernicaco arbola

d a bedein catuba. . .»

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¡Y el árbol contesta!

«Arbolac erantzun du contuz b iz i tzeco eta biotzetican jaunar í escatzeco »

Y que nos valga Jaungoicoa.

X I

U n expósito llamado Eusebio es hallado al pie de una cruz por un pastor, quien, al morir, déjale su hacienda. U n a vez libre aquél, mata al hermano de su prometida y huye á unirse á una cuadrilla de bandole-ros. Asesina á una porción de infelices, pero siempre que hiere á traición á un hombre coloca una cruz al lado de su cadá-ver. Julia, su hermana, obligada por su padre á tomar el ve lo , abre su celda á Eusebio, abandona el convento y corre á unirse á él vestida de hombre, excedién-dole en crueldad. Después de cien críme-nes y desastres, Eusebio es perseguido y herido gravemente por los soldados de su padre. L a escena representa un país sal-vaje, rodeado de precipicios, á propósito para el espectáculo del parricidio y del in-cesto. Eusebio aparece moribundo sobre una roca; preséntase su padre, le reconoce y le ve expirar. L lega un fraile, que ofreció

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¡Y el árbol contesta!

«Arbolac erantzun du contuz b iz i tzeco eta biotzetican jaunar í escatzeco »

Y que nos valga Jaungoicoa.

X I

U n expósito llamado Eusebio es hallado al pie de una cruz por un pastor, quien, al morir, déjale su hacienda. U n a vez libre aquél, mata al hermano de su prometida y huye á unirse á una cuadrilla de bandole-ros. Asesina á una porción de infelices, pero siempre que hiere á traición á un hombre coloca una cruz al lado de su cadá-ver. Julia, su hermana, obligada por su padre á tomar el ve lo , abre su celda á Eusebio, abandona el convento y corre á unirse á él vestida de hombre, excedién-dole en crueldad. Después de cien críme-nes y desastres, Eusebio es perseguido y herido gravemente por los soldados de su padre. L a escena representa un país sal-vaje, rodeado de precipicios, á propósito para el espectáculo del parricidio y del in-cesto. Eusebio aparece moribundo sobre una roca; preséntase su padre, le reconoce y le ve expirar. L lega un fraile, que ofreció

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á Eusebio confesarle antes de morir, y el cadáver le llama con voces lastimeras. Re-sucita, se confiesa y vuelve á la tumba, entre los sollozos de terror de los especta-dores. Ha sido absuelto.

«Tanto con el c ielo puede de la C r u z la devoción.»

Tal es el argumento de lo que HofTman llamó el mejor drama de Calderón: La de-voción de la Cruz.

Para formarse idea del lenguaje, basta citar la exclamación de Curcio cuando ve á su hijo derramando claveles, esto es, ver-tiendo sangre pór sus heridas:

• D e j a d m e ver ese c a d á v e r fr ío depósito infeliz de heladas venas, ruina del tiempo, estrago del impío hado, teatro funesto de mis penas. ¿Qué tirano rigor (|A.y. hi jo mío!) trágico monumento en las arenas construyó porque hiciese en quejas vanas mortaja triste de mis blancas canas.'»

Eusebio recuerda el Moore de Schiller en Los bandidos; pero éste siquiera no es santificado.

¿Quieren u s t e d e s o t r o argumento? Allá va.

Cipriano pasa su vida en bosques y ca-

venias; aprende allí el significado del bra-mido de los vientos, del correr de las nubes y otras zarandajas, con lo cual se hace un sabio atroz. Entonces, como Fausto, evoca al diablo, quien le ofrece la posesión del mundo y de Justina. Este diablo es un po-bre mentecato que no sabe sino enredar con lacayos que hablan de desafíos, aven-turas y otros anacronismos. Por fin, con-vencido Cipriano de que lo que Satán le procura es sólo la sombra de Justina, manda al diablo al ídem, deshace el pacto, y Jus-tina y él suben de patitas al cielo.

Ved aquí El mágico prodigioso.

El argumento es concebido á escote en-tre Goethe, Calderón, Mira de Méscua y Milman.

Más bonitos son El médico de su honra, El pintor de su deshonra y A secreto agra-vio secreta venganza. E n los tres hay asesi-natos con premeditación y alevosía. Los maridos aburren y hastian á sus mujeres, cuando no las corrompen, y después, por salvar su honor, las abren una sangría suelta, las mechan ó asan en rescoldo. T o d o muy precioso.

Entre tanto que medita sus enormida-des, dice un marido ultrajado al R e y :

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• D a m e tus pies, será feliz mi b o c a si con su aliento esas esferas toca.»

Y luego exclama:

«¿ N o fuera mejor castigo jcielos! desalar un rayo, q u e con mortal precipicio me abrasara ?»

Cuenta más tarde cómo se hundió en el mar con su rival:

«Al fin no tuve fuerza, y los dos en el barco, entrando por las azules ondas del mar, padecimos mil saladas inquietudes.*

Muere el rival y D. L o p e

« L e da en urna violenta

monumento de cristal.»

Pero nada como El Alcalde de Zalamea, comedia imitada de otra de Lope.

E n esto de las imitaciones sobresalen los clásicos.

Dice Ovidio:

«Pal leat onmis amans: hic est co lor aptus amanti.»

Y copia Horacio:

« N e c tinctus violá pallor amantium.»

Y repite Camoens:

«As violas de cordos amadores.»

E n el Alcalde de Zalamea, no aparecen los tipos abstractos ni el pedantismo de la tragedia francesa. Pero también la gente se toma la justicia por su mano y se hace la apología del crimen.

H a y allí un Rebolledo notable en jácaras:

« V a y a y venga la tabla al horno, y á mi no me falte pan. Huéspeda, máteme una gallina, q u e el carnero me hace mal.»

A u n q u e para con música tanto vale eso como lo tan celebrado de Vega (Jeune):

« H á g a m e usté el favor de oirme dos palabras; sólo dos palabras.

V a usted á sacarme un ojo, si se acerca, con la pun-ta del paraguas.»

Isabel, después de violada habla de perlas:

«Aun tu voz q u e me seguía me dejó; porque y a el viento á guien tus acentos fias con la distancia, por puntos adelgazándose iba.*

Crespo venga el deshonor de su hija ahor-

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cando con muchísimo respeto al capitán, y , cuando el rey le increpa le dice:

«Toda la just ic ia vuestra es solo un cuerpo no más. Si este tiene muchas manos decid: ¿qué más se me d a matar con aquesta un hombre q u e estotra h a b i a de matar.»

Por último, la obra maestra de Calderón es La vida es sueño, en donde un hombre criado entre desnudas peñas, se hace todo un filósofo que vence con su inteligencia á los hados, y un poeta culterano que habla de peces de flores y ramilletes con alas que cruzan las salas etéreas.

A l l í se llama á un caballo

«rayo sin l lama,

pájaro sin matiz, pez sin escama.»

Una pistola es un áspid de metal, un ti-gre es un signo de estrellas, el pez un abor-to de ovas y lamas; nacer un niño es darle d la luz hermosa el sepulcro vivo de un vien-tre; las montañas son rústicos obeliscos; el águila es un desasido cometa, el diamante emperador de la docta academia de las mi-nas, los ojos de una mujer rayos que frieron cometas.

Desde Schak á Alcántara García, todo el mundo está conforme en que la cultura de Calderón era muy limitada.

De Geografía andaba muy mal el buen D. Pedro.

Por de pronto creía que Menfis era puer-to de mar.

Y también Jerusalem (El mayor mens-truo los celos).

«Desmantelado el velamen

á vista y a de las torres

de Jerusalem la grande,

fué ruina en un escollo »

De aquella época y del mismo autor es la invención del papel de cristal (Ut antea ).

«En papel d e cristal con letras de oro.»

Y las víboras humanas con transposicio-nes de á órdago. (No hay burlas con el amor ).

«Pues víbora será humana

q u e con su inficione aliento.»

E n la misma comedia, para decir la dama á la criada que se lleve el espejo y traiga los guantes, exclama:

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« que abstraigas de mi diestra liberal este hechizo de cristal y las quirotecas traigas •

Y no se alegue que esta dama es redicha de intento deliberado; porque todos los personajes hablan lo mismo.

Menos en el diálogo de Leonor con Inés:

•L. E n esa c u a d r a h a y ruido.

I . D . Juan es el que ha entrado.»

ó lo que es lo mismo.:

—«Pasos de caballo siento. — ¡ C i e l o s ! ¡Mi padre!»

Por lo demás, á mí me deleita Calderón hasta cuando, en La vida es sueño cuenta del monte eminente

«que arruga el sol el ceño de su frente.»

frase muy expresiva, aunque no tanto como otra del mismo drama, en que, para rogar á una mujer que no se ausente le increpa el protagonista:

«Oye, mujer, detente,

no juntes el O c a s o y el Oriente (1)»

Era muy bromista, pero mucho el padre Perico.

Sólo en broma se puede decir en la pla-y a de Gata:

«Pues el c a m p o de cristal y hielo d e aquí á E g i p t o es tan breve por ese pasadizo q u e de nieve ó se encrespa ó se riza, pronto la nueva espero de que mi a m o r desempeñó tu acero.»

L o cual no es tan gráfico como lo que es-cribe un poeta contemporáneo de esos que cantan á la Ciencia:

«Mucho h a subido el termómetro. Si esos cerros no se alejan y el horizonte despejan lloverá, ó miente el barómetro.»

Cuya lucubración lleva como por la mano al Tango de las bicicletas, ó sea al heredero de la Marcha de Cádiz: (Letra oida á un ciego):

«En la época presente no h a y cosa tan floreciente como la electr ic idad. E l teléfono, el micrófono y el tan sin rival fonógrafo, el mecatapunchíntófono y el nuevo cinematógrafo. E l taquifono, el culófono el rumparalumpintófono el ch incatapunchintógrafo y la asadura hecha con arroz.»

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Ese, ese es el porvenir de la poesía según los modernistas.

¡Quién sabe si acabarán por salirse con la suya los estetas y hablaremos en verso en los laboratorios!

Y eso que hay poesías que se llaman modernas, y maldito lo que tienen de tales.

Por ejemplo, las de Coppée.

Á no ser que el modernismo esté en las conjunciones y etcéteras.

En cuyo caso nada como Angelus:

«... Q u i couraient les pieds nus & d 'aurore coiffées,

& ces blouses. & ces culottes étoffées

de grands-péres, & ces cheveux blonds sans bonnet ,

leur faisait au sourire & puis s'en revenait,

marchand á petits pas, rêveur & solitaire

&.»

Es un poema pintoresco... &.

L a poesía en que Coppée toma por lo

sensible el rasgo de la niñera que en la

plazuela besa al asistente, es deliciosa. Y

hay que ser indulgente porque

« Les temps son durs pour les pauvres ri meurs.

F a i s o n s des vers pour rien, pour le plaisir.»

Nada digo des Intimités.

Porque no se ofendan las Soledades de

Eusebio Blasco.

Sobre todo aquella

• Ven, allá en la playa la paz nos espera,

Iremos buscando por montes y valles,

tú nidos amantes, y o r i tmos de amores.

Y o seré el poeta, tú la poesía.»

Porque podía enfadarse al oir aquel Ri-

toruello:

«Suivant tous les deux les r ives charmés.

E l nous choisirons les routes tentantes pour mieux ecouter les choses chantantes moi le r y t h m e , et toi le c h œ u r des oiseaux.

Je serai poète et toi poesie.»

E n las dos composiciones hay los mismos ripios.

Pero será una coincidencia. Una pura casualidad. Como la que hace que el cura del Pilar

d e la Horadada me recuerde al de Angelus del mismo Coppée.

Pura casualidad, repito. Pero volvamos á Calderón. E n Mejor está que estaba, describe D. Pe-

dro el tocado de una señora de esta manera:

• D e los cuidados del día

y a absuelto el cabel lo vi,

s iendo occeano de r a y o s

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donde la mano feliz

Bucentauro de. cristal

corrió tormentas de Ofir.»

Después un poeta desconocido dijo l o mismo en un cantar popularísimo:

«En el m a r de tu pelo navega un peine, y en las ondas que hace mi amor se duerme.»

Y la imagen mejor está que estaba.

Sirva eso de consuelo á Blasco. Mejor está su pensamiento que estaba

en Coppée.

Corneille asegura que Calderón pocas veces acertaba á expresar bien la ternura. «Es prudente, dice, no es dulce; sublime, no halagüeño; sus mujeres no sienten ni expresan como mujeres, sino como hom-bres.»

A s í se expresa la protagonista de La dama duende:

«Yo á sus umbrales llego

hecha volcán de nieve. A l p e de fuego.»

Será curioso ver un volcán de nieve.

Como el alcázar portátil y el ruido leve de

expirantes balas, de El sitio de Breda.

O las alas de vidrio, de Casa con dos puertas.

O el hombre que se criaba con veneno, de Saber del mal y del bien.

O el embajador que despacha á un tiem-po con la reina y los jardineros, de La cis-ma de Inglaterra.

El cambio de lugares es para Calderón facilísimo.

Traslada á los personajes de un puntQ á otro sin más que decir: Ahora estoy en mi casa; ahora estoy en la calle; ahora estoy en el cuarto de mi querida. Ni más ni menos que en el teatro chino.

Por eso sin duda, Moratín en sus Desen-gaños, se ríe de Calderón, al cual llama el segundo corruptor del teatro (el primero fué Lope) y pregunta si quisiéramos que fueran nuestros hijos como sus héroes y si una mujer que cae despeñada con su caballo (del caballo dice el bueno de Moratín), no dice en seguida donde le duele, en vez de todas aquellas lindezas de Rosaura.

Y por eso Quintana escribe que Calderón sería

«Dichoso si á la fuerza con qne hiere, si al fuego, si á la noble bizarría en que hacerle olvidar ninguno espero uniera su valiente poesía la variedad de formas y semblante q u e á c a d a actor diferenciar debía.»

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Y y o me permito añadir: Dichoso si no viera bergantines en el mar de Ontígola y los confundiera luego con un cenador (Casa con dos puertas); si no hiciese pasar á sus personajes en minutos de Roma á Palmira (La gran Cenobia); si no confundiera á Si-ria con Asiría, (Judas Macabeo); si no hicie-ra puerto de mar á Verona (Con quien ven-go, vengo); si no escribiera décimas de doce versos (El médico de su honra) y si no com-pusiera versos tan conceptuosos como los siguientes (La dama duende):

«Huye la noche señora y pasa á la dulcí salva la risa bella del a lba q u e i lumina m a s no dora; después del alba la aurora de rayos y luz escasa dora m a s no abrasa; pasa la aurora y tras su arrebol pasa el sol; y sólo el sol dora, i lumina y abrasa.»

Se puede escribir un libro de los dispara-tes que hay en esa décima.

Pero no siempre describía tan maravillo-samente Calderón.

Y así se contentó con decir de la Mon-cha:

«Ese verde hermoso sitio esa divina m a l e z a , . ese nuevo paraíso, ese parque, rica a l fombra del m á s supremo edificio, dosel del cuarto planeta con privilegios de quinto.»

(Mañanas dt Abril y Mayo.)

Q u e es lo que ahora, en las casas que tie-nen entresuelo y primero, decimos de los pisos terceros sin ascensor.

Otra cosa curiosa en Calderón son las ex-clamaciones:

«... E n su casa (¡estoy sin juicio!) y que en mi ausencia después sale (¡con razón me aflijo!) á ser vista (¡qué rigor!) de donde trae (¡qué martirio!) nuevo amor (¡impío cielol)

(Ibid. Esc. XX.)

E n saliendo de las exclamaciones, y a se sabía, vuelta á los conceptos obscuros:

«Una hermosa blanca mano q u e de azucenas y rosas reina fué y á quien esclavo se confesó de la nieve bozal etiope el simpo. ¡Bien hubiese un arrroynelo q u e áspid de cristal pisado

Page 74: Ripios Clasicas : lecubraciones de critica barata

quiso morder el r ibete

de sus adornos , m a n c h a n d o

no se qué cenefa d e o r o

con sa l iva d e alabastro!»

(Los empeños de un acaso.)

D e este género son, no muchos, sino casi todos los versos del gran Calderón.

E n Dicha y desdicha del hombre, afirma que la tinta se hace de veneno, y quien quiera errores de todo género que escuche á Segismundo.

E n punto á historia, las obras del gran dramaturgo, están á la altura de La cena de Veronese.

U n a equivocación cualquiera la tiene.

Laertes dice á Hamlet herido: El instru-mcnto de tu muerte está en mi mano. Y no es cierto, porque, después de herido Hamlet y antes de esta frase, se han cambiado los floretes y éste ha herido á su vez con el emponzoñado. (De esto nada se dice en Wi-Iheim Meister).

¿En dónde no hay gazapos? L o s hay divinos.

A h í están el Diamante del cristiano, el camino de salvación y el Camino recto y seguro para llegar al cielo, que no me dejarán mentir.

Registrad los cánticos más populares:

«Ruja el inf ierno,

b r a m e Satán.»

O aquel otro:

«Venid y v a m o s t o d o s

c o n flores á porfía.»

O el otro:

«El m a r sosiega su ira,

red imense encarcelados.»

Mas no incurramos en la censura. Si quis suadente diábolo. N o pongas pluma tus puntos en cosa sagrada ma guarda e

passa.

Dejemos á los cristianos. ¡Sus y á los moros!

Otelo.— A c t o II, escena V I . (Algo des-figurada.)

«DBSDÉMONA.—jAmado Ote lo!

OTKLO.—«Me amas? ¡Oh placer! ¡Desencadénen-

se los vientos, agítense los mares , rueden l a s mon-

tañas á los abismos!»

A c t o III, escena VIII . (También algo desfigurada.)

«OTELO. — ¡ M e engaña! ¡Oh dolorl ¡Desencadé-nense los v ientos, agítense los mares , rueden l a s m o n t a ñ a s á los a b i s m o s »

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A c t o V , escena X . (También algo... ya saben ustedes.)

• O T E L O . — ¿ E r a inocente? ¡Desencadénense los

v ientos , agí tense los mares, rueden.. . ! e tc , etc.»

L o maravilloso es lo primero.

Oigamos á Massini:

«E del poeta il fin la meravig l ia ;

c h i non sa far stupir v a d a a l la striglia.»

El fin del poeta es lo maravilloso; quien no sepa causar maravilla vaya á limpiar caballos.

Por fortuna, para ser celebrado no hay que ser poeta.

Basta escribir revistas de toros ó latas alcohólicas.

Y se cobra que es un primor.

X I I

Ticknor, en el estudio que hace de nues-tro teatro, pone á Tirso de Molina como chupa de dómine, y sus más fervientes apo-logistas convienen en que desatinó más que todos los escritores de su época juntos. Fá-cil pues, me sería, presentar aquí unos tro-citos del Escarmiento del mundo 6 La con-desa bandolera y disparar perdigonadas á diestro y zurdo, porque lo que es gazapos 110 faltarían.

Pero lo que quiero demostrar no es que hay tonterías en algunas obras de nuestros clásicos, sino que las hay en sus obras maes-tras, y para eso me basta citar La pruden-cia en la mujer en que, para decir Carrillo que amanece, exclama:

«Ya b o s t e z a la m a ñ a n a

c r e p ú s c u l o s c laro-oscuros.»

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ANTONIO ZOZAYA

E n esa comedia hay gracias berroqueñas, como que son de Berrocal:

« M á n d e m o s s o jaraestá

q u e e l la m e r c é e s nuestro g u s t o

y , s iendo reinesa. e s j u s t o

c ' a g a m o s su voluntá.»

L a liviandad que manifiesta el maestro Téllez, así en la acción como en la expre-sión, es su capital defecto. E n La villana de ¡a Sagra llueven disparates.

A l l í está el soneto en que dice Carrasco:

« Q u e a u n q u e lo g r a d o d e tu a m o r m e p r i n g a . . .

A D i o s c a t u j a d e mi a m o r brinquiño.»

Y un rimero de extravagancias que nadie entiende.

E n la otra Villana, en la de Vallecas. (Gus-

taba Tirso de villanías) hállase este diálogo:

«D. Juan. ¿ L u e g o q u i e r e s b ien?

D.a VIOLANTE. U n poco.

D . JOAN. ¿ A m o r tienes?

D . a VIOLANTE. U n a punta.»

Todavía no le he visto la punta al verso.

«D. J u a n . ¿ E r e s c a s a d a ?

D . a VIOLANTE. E n eso a n d o .

D . J u a n . ¿ S e r á s p u e s doncella?

D.a VIOLANTE. EN muda.»

RIPIOS CLÁSICOS 1 4 3

Y ese diálogo nada vale como factura al lado de este otro de Los Amantes de Teruel (del mismo Tirso).

*R• D i o s o s d é m u y buenos días.

G. M u y b u e n o s o s los dé D i o s

á v u e s a m e r c e d .

R . L o serán c o n vos ,

G. ¡ Q u é alegrías!»

Dudo que haya algo mejor que eso en la Joaquina de Memento, ó en La noble y rica pastora.

Pero en el teatro de Tirso sí lo hay me-jor. Aquel lo de preguntar un muerto si está difunto (El burlador de Sevilla), ó con-tar que los peces sordos oyeron—el ruido de los clarines (Marta la piadosa), ó dar gracias Tarso á Herodes, por haberle sacado del lago de la cárcel. (El vergonzoso en palacio).

Alarcón, de quien escribió un amigo suyo con más gracia que propiedad:

• S a b e r e s y a por d e m á s

d e d o n d e te corcooitnes

y á d o n d e te corcovas.»

Dice en Ganar amigos (su mejor come dia), que un hombre dá luz al suelo y en La verdad sospechosa (que inspiró á Mo-liére Le menteur), describe así las pisadas de una mujer:

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«Hizo esmeraldas la yerba , h i z o cristal la corriente, sus arenas hizo perlas.»

Era una ganga una muchacha así.

Y hay respuestas allí de primera:

— •¿Y la fiesta?

— F u é famosa. N o la vió mejor el río.»

N i peor tampoco, á pesar de los ojos... del Puente de Segovia.

Corneille, Voltaire y Goldoni, imitan La verdad sospechosa y no se sabe dónde hay más gazapos, si en el diálogo de D. Beltrán y D. García, ó en el de Dorante y Geronte, ó en el de Pantalón y Lelio.

Pero allí siquiera no se colocan los toros entre las cejas como moscas pegadizas. E n Las paredes oyen, sí.

«Tan gustosa vengo de ver los toros que nunca se me quitan de entre los ojos.»

N i se ven los horrores que en El Anti-cristo, donde los personajes son este (El A n -ticristo) Balam, un dadero, una egitana y

«nna bestia de diez cuernos c u y a s puntas amenazan diez diferentes imperios »

Quedarianse los imperios preñados de se-nos como en Quién engaña más á quién:

«El cielo y a mendigo de luces, a m e n a z a b a con negros preñados senos de las nubes tempestades negadas de oscuridades

y acreditadas de truenos.»

L o que distingue á Alarcón de todos los autores de su tiempo, es el escribir los dis-

- parates adrede.

Porque

«Oye el e jemplo q u e pinto: Comedia vi y o l lamada de los sabios extremada y rendir la v ida al quinto. Y vi en otra, q u e á millares los disparates tenía, reñir al quinceno día con Jaraba por lugares.»

(Mudarse por mejorarse.)

Ese Jaraba sería un precursor de El pá-jaro. ¡Luego dicen que es nueva la reventa!

Rojas, apenas si tiene pero en García del Castañar.

Sino que el pobre García tiene el cuello en ¡os hombros robusto, lo cual es un fenó-meno raro que no ofrece Del rey abajo ninguno.

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Ese buen García es el mismo que

«Cerca del convento tiene ana casa compartida en tres partes.»

Cosa ciertamente maravillosa; y quien pide que

«su luz antic ipe el dia;

el c ielo se desabroche.»

Y el cielo no hace caso por honestidad y deja que, tiritando perla con perla (Entre bobos anda el juegoJ, se introduzca el ábrego entre las aguas del honrado lago y del breve golfo (No hay amigo para amigoJ, en tanto que demanda el protagonista

«que á consecuencias de acero el coral responda tibio.»

Rojas desfiguraba el castellano; pero, en desquite, trataba bien los dialectos, como puede verse en El Catalán Serrallonga:

«En vistosos pensiles

M a r z o se vuelve ejércitos de Abriles.»

Transformación imposible para Frégoli y

aun para Mr. Cascabel.

« E n t r e dulces contiendas

haciendo estaba amor Carnestolendas.»

i Picarón!

«Arrímese la lengua castellana (I)

que alarde quiere hacer la catalana »

Verán ustedes qué alarde:

« - ¿ Q u é ha de ser de una dona que no tiene diñe?»

Bien se conoce que Rojas no leía, como yo, todos los sábados La Esquella de la to-vratxa.

A fe que, de ser así, no escribiría ese tune.

«Qué si es molt fermosa.»

Maca que diría March ó Matías Bonafé.

« Ser lo peor (pitxor) q u e es » « - ¡ A y , a y , a y , q u é dolor

que tiene el cor.»

Q u e juzgue Guimerá, de paso que Dios le perdona sus ripios, y dejemos á Rojas.

Veamos lo que de Moreto dijo Cáncer en un vejamen literario:

«En medio de este peligro reparé que D . Agustín Moreto estaba sentado y revolviendo unos papeles q u e á mi parecer, eran comedias de quien nadie se acordaba. . . dic iendo entre sí: esta no vale nada de ésta se puede sacar a l g o . . . - U s t e d me parece. ' re-

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pliqué, que está bascando que tomar de esas come-dias v i e j a s . — E s o mismo, me respondió, me obl iga á decir que estoy minando al enemigo.»

E l famoso Desdén con el desdén es imi-tación de Los milagros del desprecio, de Lope, y El rico hombre de Alcalá ó Rey valiente y justiciero, calcada está sobre otros dramas de Tirso y Lope; á pesar de lo cual hay en ella escenas tan interesantes como aquella en que D. Pedro de Castilla le dice á D. Tel lo:

«A cuenta de este cast igo

tomad estas cabezadas.»

«(Dále contra un poste y váse.)»

Es curiosa asimismo esta alegoría de El

desdén con el desdén:

• Y , como el pez que introduce su venenosa violencia por el hi lo y por la caña y al pescador pasma y hiela, el brazo q u e le detiene.. .»

(¿Qué pez será ese?)

«á m í el a l m a me penetra

el dulce ardiente veneno

q u e de vuestra mano bella

se introduce por la mía.»

Dígaseme si se puede escribir algo más

ridículo.

Es decir, como más ridículo sí se puede escribir.

Aquello de Dios cuando dice:

« Q u e me pesa haber c r i a d o un Adán tan hablador.»

Q u e después de todo es lo de la Vulgata:

« Pceniluit eum quod hominem fecisset in térra.»

Uno de los gazapos que más gracia me han hecho en el teatro de Rojas Zorrilla es el de la jornada tercera de Antíocoy Seleuce.

L a jornada comienza en el cuarto del R e y y, sin saber cómo, ni mudar la decora-ción, ni darse de ello cuenta los personajes, termina en el camarín de la Reina.

Al l í es donde pegaba lo de San Francisco de Sena:

• Socorran á este pobre disparate.»

E n Lo que puede la aprensión se habla de la interior galería del alma, y en No puede ser, se acota: siéntanse las da¡nas, y sólo hay una dama en escena: Doña A n a . En Cómo se vengan ¡os nobles se refiere que un personaje pudo engullir ninfas obscuras, y en La fuerza del natural, para explicar Julio cómo no tiene capa, dice: Claro es que estoy sin capar. Y lo dice en serio.

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Esto después de dejar Rojas como en to-das sus comedias, quintillas y décimas sin acabar á granel.

U n personaje (que debe ser pariente del matador de toros Domínguez), se expresa así en Caer para levantar:

« Son mis fortunas tan grandes

y tantos mis desperdicios,

que temo q u e he de cansaros.»

Advierto á quien lo dude que las citas que hago son verdaderas y auténticas.

Por último, en La confusión de un jardín se lee lo siguiente:

« Llegó una mujer á hablarme

y no era á mi; mas turbóla

Es precioso eso de mas turbóla.

la oscuridad que ha salido

de noche m á s que las otras.»

Porque hay noches en que la obscuridad sale antes y otras después; según sus ocu-paciones.

También Núñez de A r c e ha dicho una cosa parecida en un libro destinado á com-batir la Libertad y la Democracia: los Gri-tos del Combate, donde se habla del cautivo que traspasa los montes, del árido escal-

pelo de la musa del análisis, de la fantasía que llenábase de espanto y de las bóvedas que levantaban al cielo su anhelo. Libro en que lo mejor es el trabajo de Maura.

Y claro es que, así como al hablar de Alejando Dumas me refiero siempre (pese á Clarín) al único Dumas, al grande, al ar-tista, al padre; así al hablar de Maura, me refiero siempre al que vale.

A l grabador.

Y o tenía que escribir este libro.

Quería hacer versos y era preciso librar-me antes de maestros y rivales.

Era necesario demostrar que nadie servía para nada, sino yo , Schüler. Por lo menos esta era la lección que me procuraban los críticos festivos.

Tenía que decir á Dicenta, á Paso, á Ferrari, á Shaw, á Catarineu y á todos los verdaderos poetas jóvenes. Sí; vosotros ha-céis versos, pero

«sois unos petates:

y o los haré revueltos con tomates.»

Tenía que hacer sombra, mucha sombra

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A N T O N I O Z O Z A Y A

á todo el mundo; citar á todo el que valía para reventarle.

Y me decidí.

Cuando imaginé pues, por vez primera este libro, pensé hacerlo en orden metódico.

Por ejemplo:

C A P Í T U L O X . Poesía Épica. Y me encontré con que, en España, sólo

teníamos poema y medio épico.

Hojeé á Ojeda (¿qué bonito, ¿eh?) y su Cristiada, y hallé que era una majadería (ó ma-ojeda-ría), escrita en estilo pedestre y tomada de otro poema latino de igual título, escrito por Jerónimo Vida.

Al l í se hablaba de

«la eficaz y suave prov idencia

que d e este mundo rige la gran bolá n

Allí , después de negar al Maestro, San Pedro se azoraba y decía:

«¿Qué temí una mozuela? ¡Oh m i e d o triste!

¿ U n a portera vi l m e descompuso?»

Como si él fuera algún inquilino del principal.

V i que Judas, después de vender á Cristo

«Ató el cordel bruñido a l ramo fuerte

y , contra el c ie lo y contra sí rabioso,

suspenderse dejó de aquesta suerte

al aire dando el cuerpo contagioso.»

Afortunadamente nadie comió higadillos

de Judas.

Por fin, allí aprendí que el diablo era

femenino:

«Y Luci fer , volv iendo las espaldas

h u y e c o n sus vencidos escuadrones.

I b a M i g u e l pisándole las faldas.»

Leí la Creación del mundo, de Alonso de Acebedo, y vi que era un plagio de Sepmaine ou creation du monde, de Gui-Uaume de Saluste, poeta muy malo.

Busqué La Araucana y no pude pasar de la primera parte, que es la que contiene menos dislates en versos pésimos, quedan-do convencido de que á ese poema épico le faltaban cinco cosas: protagonista, inte-rés, inspiración, forma y buen sentido.

E n él encontré que la tierra corre, que las sierras caminan, que el toro tiene cogot cóncavo, que hay bosques hechos á mano:

«De un b o s q u e á mano h e c h o rodeados.»

Que á un guerrero dos balas le tendieron

á un tiempo por dos partes, y que Dido

«Pudiéndose casar y no quemarse

antes quemarse quiso q u e casarse.» V

Resolución que sorprenderá á muchas

jóvenes en estado de merecer.

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Acudí á El Bernardo, de Valbuena, y le hallé (Lib. XII) pidiendo sombra á las nueces, viendo rumiar á los escobos y mirando la

Punta del Sagitario.

Cogírne al Monserrate, de Cristóbal de Virués y vi al monje culpable que

• d e c a r n e h u m a n a el i n h u m a n o h o r r i b l e

el insaciable v ientre se saciaba.»

T o d o esto en medio de las serradas sierras.

Leí La Mosquea, de Villaviciosa y , des-pués de mil enormidades aprendí que los diamantes se labraban á pura sangre de cabrito.

De modo que resolví seguir otro sistema.

— V a m o s por naciones, me dije.

C A P Í T U L O V I . Inglaterra. En seguida me salió al paso Goldsmith,

diciendo (M. of. Wakefield):

• L a poesía inglesa, lo m i s m o q u e la d e los ú l t i m o s

s i g l o s del i m p e r i o r o m a n o , no e s al presente s i n o

u n a m e z c l a de i m á g e n e s r e d u n d a n t e s , s i n des ignio

ni en lace , u n a c a d e n a de epí te tos q u e d e s t r o z a n la

a r m o n í a sin s e r v i r al sentido.»

«Thomson, B e n J o h n s o n , D r i d e n , O l w a y , d i c e o t r o cr í t ico: ¡tonterías!»

«Fletcher, R a n e l a h g , J o h n s o n , S h a k e s p e a r e , ex-

c l a m a otro, ¿cómo e s posible q u e nuestro siglo p u e -

d a d iver t i rse c o n el l e n g u a j e a n t i c u a d o ó v u l g a r ,

las c h o c a r r e r í a s y los c a r a c t e r e s e x a g e r a d o s de es-

tas piezas?»

• L a d r a m á t i c a p o p u l a r en Inglaterra , v u e l v e á

d e c i r G o l d s m i t h , se r e d u c e á este a r g u m e n t o : u n

f r a n c é s q u e v iene á c a s a r s e c o n la h i j a de Pantalón

y q u e . t ras v a r i a s bur las , es s u p l a n t a d o por Arle-

quín. E s t e e s el mejor asunto. E n c u a n t o á las c a n -

c iones , el m o d e l o está en R a n e l a g h : Colín e n c u e n t r a

á Dolly y le h a c e presente d e a l g u n a s flores q u e

c o m p r a en la feria, para q u e las co loque entre s u s

cabel los : e l la le d a en c a m b i o un bouquet . A r a b o s

v a n á la iglesia y ponen en c o n o c i m i e n t o d e l a s

n infas y d e los p a s t o r e s q u e se c a s a r á n lo a n t e s

posible.»

Hay que seguir otro método; discurrí después de leer lo que antecede.

Y me pareció buena la forma de diccio-nario.

U n diccionario de autoridades de la len-gua que comenzaría así, por ejemplo:

«ABAD. P á r r o c o q u e c a s a . Florión.

ABKJ A. R a m i l l e t e q u e z u m b a en las esferas . Cal-

derón.

ABROJOS. F l o r e s q u e despiertan celos . Shakespeare.»

Esto era bonito pero pesado. Resolví, pues, que en mi obra no hubiera

método alguno.

Y así sale ella.

Page 83: Ripios Clasicas : lecubraciones de critica barata

MI

*

I I

XIII

Comienzo repitiendo una vez más que me deleitan las obras de los autores á quie-nes aquí cito. Pero, ¿es que sólo es lícita la critica de los autores vivos? ¿ E s que se cree justo fustigar á Bahamondes, Jura-dos y Ruedas (otros tres que me estorban, porque valen), y no á Listas y Moratines? ¿Será quizá por no incurrir en la censura de Iriarte?

«Cobardes son y traidores ciertos crít icos q u e esperan para impugnar á que mueran los infelices autores, porque vivos respondieran.*

Por cierto que eso de para impugnar á que mueran no me hace feliz y dispense el gran Iriarte.

V i v o está Rueda que dicen que dijo:

«¿Amanece madre? N o amanece, ganso. Son los sapos músicos, que vienen cantando.»

Page 84: Ripios Clasicas : lecubraciones de critica barata

Y que en un soneto pretendía hace poco surcar la mar en estrecho lazo; y vivos es-tán otros autores coloristas, efectistas, im-

presionistas y decadentistas que describen, como expresó aturrullado Narciso Serra:

«Esas cosas que hacen piff y esas otras q u e hacen poff, como las de Ana Radc l i f f en el casti l lo de Orloff.»

Y vivo y con Alas (ó con García) está Clarín, lo cual, no me impide decir que después de tener mucho, pero mucho ta-lento, su crítica paliquera es menuda y gro-tesca, por lo cual quedará pronto muerta y sepultada.

A u n q u e vivan, que sí vivirán, sus traba-jos serios.

Y á veces los paliques se imponen.

Porque hay cosas que hacen reir y aun partirse el labio por gala en dos.

Desde el claro arroyo de Reina, el vate que canta á las estrellas y recita á la luna,

«Desde el c laro arroyo

q u e al pie de la persiana de los j u n c o s

su flauta de cristal plácido tañe.»

(Y ya es tañir y tocar la flauta), hasta e! cura de Blasco que se olvida de .su corona y

oye impertérrito comparar los rizos de una mujer ¿á qué dirán ustedes? á la lluvia de Mayo.

«Que son lluvia de M a y o tus blondos r izos

y qne v i v i r no puedo sin tus hechizos. E l me dice muy fosco que es gran quimera.»

(¡Ya lo creo!)

«Y y o le digo: ¡Padre, si usted la viera!»

E n verso todo es permitido. E n verso se ven las cosas más extrañas: v. gr. las no-ches claras y nubladas á un tiempo como en Margarita la Tornera de Zorrilla, poeta tan grande, que ni aun después de muerto podía pasar el túnel de La Cariada.

«De modo q u e siendo á nn t iempo clara y nublada, despide luz para quien luz desea, sombra para quien la pide.»

Una noche entre clara y entre yema, que diría Qüevedo.

También se ven (y entro en el siglo x v n i ) losas duraderas que eternizan la memoria de los alevosos murciélagos como en F r a y Diego González. S e ven pastores que cuan-do les entra envidia echan á correr como en Cadalso:

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Q u e viene á ser lo mismo que bailar de celos aparte.

Pero eso no es tan epatante como

• L a s losas darás que á mi acento triste

mil veces dieron ecos horrorosos.»

Porque en tiempo de Cadalso era muy frecuente que dieran ecos horrorosos las lo-sas duras y eso que no estaba muy bien el empedrado.

Verdad es que entonces, según Samanie-go, podía cualquier cuadrúpedo desenvai-nar el estuche molar.

•Con su estuche molar desenvainado

el nuevo profesor llega al doliente.»

Ese estuche debía ser de lo más estupen-do; pero

«No h a y prenda más amable y estupenda que la fidelidad.»

afirmó Iriarte, y sabido se lo tendría.

Samaniego decía cosas peregrinas: él fué

quien nos habló de la reptil y más lejana

oruga (Lib. II. Fab. XI) cuando todo el

mundo ignoraba que la oruga fuera reptil;

y quien nos enseñó que el pez está preso en su concha (Lib. V . Fab. IV), y que los cangrejos tienen garras y no saben andar hacia adelante (Lib. V. Fab. VII), y que los perros tienen manos (Lib. III. Fab. IX). El, sobre todo, exageró el defecto que cen-suraba Rousseau en Lamartine, dando por vía de moraleja, prolijas explicaciones que suponen idiotez en el lector. Más de diez versos emplea en la moraleja de una lar-guísima fábula que Fedro expone sin mo-raleja (ni falta que hace), en estos tres.

« Mons parturibat. gémitus inmanens ciens;

E r a t q u e in terris máxima expectatio. A t ille murem peperit.»

Es cierto que nadie me convence de que ese in terris no podía haber sido in térra. Quizás la expresión hubiera sido más justa.

Siempre es recomendable la concisión, aunque no sea tanta como en el Impromtu de Haug:

• Gottfel ige Kl imene

Wie beigend ohne Záhnel»

Y se acabó el Impromtu.

N o hay hutnorada como eso.

Esas composiciones rápidas tienen la ven-

taja de que no hay que ir mudando metros

Page 86: Ripios Clasicas : lecubraciones de critica barata

á cada paso como Espronceda en El Dia-blo mundo y como Schiller en aquella com-posición que es considerada como la mejor d e la lírica moderna: La canción de la cam-pana (Das Lüd von der Cloche), en donde, dicho sea de paso, se abusa de las enes de un modo horrible para buscar la onomatopeya y se repiten varias palabras consonantes consigo mismas.

Es bueno respetar á las autoridades de cada idioma,y á todas las autoridades. ¿Ma-gister dicitur? Sií.

«Niña, en la iglesia ta c a b e z a tapa,

San Sixto lo ordenó, segundo Papa.»

Y no hay más que taparla, aunque no fué segundo Papa, ni hubo tal, sino Sixto II, detalle que no supo expresar el Barón.

L o sé por un mi amigo que y a murió: un Sr. Sánchez que escribió en endecasíla-bos la historia de los Papas.

Y no eran peores que aquellos otros:

« Libre E s p a ñ a , feliz é independiente,

se abrió al Cartaginés incautamente.»

Con la autoridad de los clásicos se le hace comulgar á cualquiera con ruedas de afi-lador.

Ejemplo:

E l vino salta, bulle y ríe.

¿ N o ? Oigamos á Meléndez Valdés:

« l O h . vino precioso! ¡ C ó m o estás riendo, saltando, bul lendo! ¿Quién no te amará?»

Todo peor dicho que en La canción del tonel, de Hoffman.

Otro ejemplo. El almendro no es árbol, sino arbusto.

¿Que es mentira? A q u í de Arriaza:

« Suele tal vez. venciendo los rigores del crudo invierno y la opresión del cielo, un tierno a lmendro desplegar al cielo la bella copa engalanada en flores. S i tú le vieras Si lvia, ¡Oh. pobre arbustot»

Otra muestra: L a hermosura puede cubrirse de muerte

y cortarse ¡ay, ay! las orfanecidas trenzas. Dígalo Cienfuegos:

•Cubrid entristecidas | O b , hi jas de Ismael ! vuestra hermosura de dolor y de muerte, | A y , ay, y a orfanecidas vuestras trenzas cortad!»

Y Cienfuegos era un clásico, aunque no echaba chispas, como se dice en Pan y Toros.

Page 87: Ripios Clasicas : lecubraciones de critica barata

Verdad es que también lo es Eduardo del Palacio.

Y tampoco echa chispas como Manuel.

Pero, ¿qué más? L o s toros vuelan.

No. N o se escandalicen ustedes, que ahí está Moratín, padre, con su Fiesta de toros:

« L e embiste el toro de un uuelo

cogiéndole entablerado.»

Y es el mismo toro que escarba la arena y

• sobre la espalda la arroja

con el hueso retorcido »

¡Estaría bonito un jarameño volando y

con el hueso retorcido! ¡Cosas clásicas!

Y quien quiera ver chispear el sol en el

charol del coche ultramarino fcomó quien

dice de Carlos Prast), que lea á Jovellanos

en la Epístola á Armesto, en donde se ha-

bla de bellas

«de rancio y perdurable nombre

¡ lustradas con turca y sombrerillo.»

con otras mil lindezas que hallará el curioso ó desaseado lector.

Y o , cuando veo á Catulo diciendo extra-vagancias á la puerta de la casa de su no-via, ó á Ovidio quejándose de los estacazos de su padre en versos malos, ó á Musset

asegurando que la noche se retuerce sinies-tra por las casas y pintando á la luna so-bre un campanario como un punto sobre una i, ó viéndose obligado para dar un beso á la novia á ir primero á casa por su laúd (ie luth pour la vieJ,

«Poéte, prends ton luth, et me donne un baiser!»

Cuando miro á las olas de Byron derra-mando un resplandor fosfórico, al sonido del cuerno de Juan, me digo siempre: /Enos lases Juvate! N o extraño y a que se haya cantado en la manigua:

» N o teman al bayonete aunqne la colina suba, q u e para luchar por C u b a

. es que se guarda el machete.»

Ni menos me sorprende que las niñas den vueltas al compás de esta antiquísima canción restaurada por algún precursor de Grilo:

«En la punta de la lanza lleva un pañuelo bordel, y otro que le estoy bordando y otro que le bordaré.»

¿ NTo llevo y o en los puntos de la pluma

gazapos de veinte siglos?

¡Y lo que colea!

Page 88: Ripios Clasicas : lecubraciones de critica barata

i

I

X I V

Forzoso es caminar deprisa si no hemos de decir de estos artículos lo que el Coren-tino de Dinorah:

«Venti é tré ían ventitré ancor dieci trentatré ed ogunno morir de.»

Utilizando en una sola estrofa dos veces el mismo consonante, ni más ni menos que Heine la palabra mano en una de sus rimas más populares, después de decir que el ave marina iba en pos de las olas gruesas.

A las flacas las dejaba ir. Los poetas alemanes tienen una defensa:

sus ripios suelen pasar desapercibidos para nosotros.

Pero los tienen ¡ay! igual que El sastre del Campillo.

A h í está para demostrarlo el divino Schi-11er (Der Gonttl iche Schiller), no cuidándo-

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se para nada de la rima en su ponderado verso Gutlicher Gaugling, etc.

Ó al ingenioso Lessing (Der Geifsvolle Lessing), diciéndole á Galatea una carreta-da de monosílabos y de aes:

«Man sagt sie schwarz ihr Haar.

D a , doch ihr H a a r schon s c h w a r z als sie es tante

[waar.t

Ó á Uhland acabando un verso de este modo:

«¡Husch, buschi ¡Piff . paff , trará!»

Ó , como si dijéramos:

«¡Pira, pam, pum! ¡Óste, samaracatrúsquí!»

Ó al escritor .Haugt repitiendo también el consonante:

«Immer allein

mag leidlicher sein

als niemals allein.»

Aunque, para repeticiones Miguel Eche-garay:

—«¡Caballeros, caballeros!

— B u e n o s dias; buenos dias.

—¿Y las tías? ¿Y las tías?

— L o s sombreros. — L o s sombreros.»

Y así sucesivamente.

N o hablemos del Konig in Thulé de Goe-the, que tira al mar rojizo una copa y se muere de pena; ni de Rückert que regala su yegua al ladrón, por temor de que el animal pierda, al ser alcanzado, su fama y se avergüence.

No hay que pasar fronteras para leer en Camprodón este disparate:

«Mi madre, aunque está impedida,

la pobre ¡te quiere tanto!»

Ó este otro:

«A la lnz de la maiiana de una noche obscura y fría, un hombre, un hombre se vía embotado en un rincón.»

Y debía ser sin duda, un rincón de abri-go, tal vez forrado en pieles de Marta la piadosa.

Por eso me consuela leer á nuestros clá-sicos.

E n ellos todo es facilidad, claridad y con-cisión.

A s í escribe el gran Quintana:

«No: si c ien voces yo, si lenguas c iento me diese el cielo, á numerar bastara las ínclitas hazañas de aquel dia; el hnmo al sol se las robaba entonces.»

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Quiso decir que no le bastarían cien len-guas; pero con ese Belem del yo y del humo que le robaba al sol las hazañas, se hizo un lío y dijo que le bastaban las cien justas, ni lengua más ni menos.

L o mismo le ocurrió cuando vió en sue-ños á los caudillos españoles armados de un tenedor, como el Neptuno de la Plaza de Cánovas.

«Asomaban los fuertes campeones que armados del tr idente y del acero al pabellón ibero hicieron humillarse las naciones.«

Hay que tener en cuenta que también D. Juan Nicasio Gallego vió cosas raras:

«Ya en torno suena

de P a l a s fiera el sanguinoso carro.»

N o sé cómo podía sonar en torno el tal sanguinoso carrito; pero, en fin, sigue:

«Y el látigo estallante

los cabal los flamígeros hostiga.

F u e g o arrojó su ruginoso acero.«

Vamos, que deslumhra tanto fuego y tan-tas llamas, tratándose de un carro.

Da gana de cantar en seguida el famoso himno:

«j A las armas, españoles!

¡ A l a s armas! ¡ V o t o v a ! »

Y quedarse tan fresco después de emitir el voto.

A ú n es mejor otra composición de don Juan Nicasio, en que se cita el entreabierto labio de la Duquesa de Frías y el caracol torcido que barre las gradas, la crugiente seda.

E n verso, hasta los caracoles torcidos barren:

Y también las jacas bordan.

L o afirma el Duque de Rivas en Don Alvaro ó la fuerza del sino:

« L a j a c a torda,

la que, cual dices tú, los c a m p o s borda.»

Y los rayos truenan.

Lista, el célebre Lista, increpa á Demós-tenes:

«Rayo de la elocuencia, ¿ por qué truenas?»

Y claro, no contesta. Ni había quien contestase desde el helado

hasta el ardiente polo.

Moratín habla de bronces que el arte abulta, y pregunta:

«¿Véis esa repugnante cr iatura,

chato, pelón, sin dientes, es tevado. .?»

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Ninguno de los adjetivos masculinos le cuadra á criatura, y , sin embargo, el verso se ha hecho célebre.

E n El si de las niñas, después de contar el protagonista que para cerrar torció la llave, le dice á Muñoz:

«Vete, q u e no te quiero volver á ver en mi vida.«

Locución que recuerda á la pobre Ca-lipso de Fenelón que, según los traducto-res, no se podia consolar de la partida de Ulises.

Y también recuerda la famosa seguidilla:

« Dicen que no me quieres porque no tengo; véme tú regalando, y o iré teniendo.»

Martínez de la Rosa, en el soneto titu-lado, Mis penas, refiere que el otoño men-gua la carrera al sol tibio, y más abajo que apiña haces en la tostada era. A q u í si-quiera se ve la tostada.

Otras veces estaba inspirado, como al escribir:

«Siempre que puedas has bien, y no repares á quién.»

Composición que me recuerda las últi-mas de D. Ramón:

« E s para el irascible

la mujer que resiste, irresistible.»

Ó la de Zúñiga:

«Toda mujer, que quiera, que no quiera,

es casada, es v iuda, ó es soltera.»

Porque

«Quien hace una humorada

parece que hace mucho.. . y no hace nada.»

¿Quieren ustedes entusiasmo? Lean al Duque de Frias:

«Que truenen los arcabuces, los mosquetes y el cañón, pues vuelve el R e y de Casti l la sus armas contra Aragón.

P a r a que la santa Virgen proteja nuestra intención, en el P i lar tremolemos la bandera de Aragón.

¡ V i v a n los fuerosI V i v a A r a g ó n !

¡ V i v a el Just ic ial ¡ V i v a Aragón!»

Paréceme que eso es abusar de Aragón un si es no es.

Bernardo López García hace más: abusa de la patria. Para él hay rayos que llenan

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el mundo, de nueve cuatrillones de volts:

«Pues de tu gigante gloria N o c a b e el rayo fecundo, ni en los á m b i t o s del m a n d o ni en el l ibro de la Historia.»

L a Historia era su preocupación.

« Sin que el recuerdo me asombre,

con ansia abriré la Historia.»

Y , claro, no se asombraba. Los recuerdos no asombran, ni ese es el camino de El Dos de Mayo.

Valera ha dicho delante de mí que esa composición es muy mala.

¡No tanto, D. Juan, no tanto!

Quedamos en que no asombran los re-cuerdos, cosa que también sabrá D. Juan Valera, que ya va dejando de ser joven.

Ni se destella el fuego, diga lo que quiera doña Gertrudis Gómez de Avellaneda en su oda A la poesía, ni el polvo deja de ser inerte, ni le importan las cosas del mundo.

Para los poetas todo es fantástico: la tierra y el aire, el cielo y el infierno.

Por eso pudo decir Zea:

«Tiemble ese mundo: en mis robastos h o m b r o s se asentará el infierno.»

Q u e y a es cargar.

«Tiemble el Ol impo: ascenderé entre asombros al trono del Eterno.»

Y , ya inspirado, era muy capaz de poner allí su escribanía, como el que hizo el cantar:

« Y o soy aquel que subí hasta el últ imo elemento, y puse la escribanía en la sala del silencio.»

¡Ah! ¡Qué dichosos son los poetas!

Ellos todo lo ven risueño. Ellos nunca están solos... cuando tienen

padre y madre. Véase el Edipo de Martínez de la Rosa:

«Un hijo como tú, si tiene padres, no está solo en el mundo...»

¡Ah! No recuerdan ellos (excepto Pe-trarca) que huye la vida y se acerca la muerte reventando caballos:

« La vita fugge, e non s'arresta un ¿ra, é la morte vien dietro a gran giornate.»

Y luego, ¿qué es morir? N o hay vate sin fama póstuma. ¿No han celebrado há poco su fiesta los cúngrios y percebes de Henri Murger?

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X V

Italia es el país de las rüinas, de la mú-sica, de las flores, de los macarrones y de los ripios. U n autor italiano, cuyo nombre ha pasado á la posteridad, hace del Dante la siguiente crítica:

«Locaciones forzadas é impropias, ripios de pala-

bras y aun de frases, términos empleados en sentido

nuevo, alusiones violentas, parciales ó indicadas

con ligereza justif ican la frase de B o c a c c i o :

• Dante Alighieri soy, Minerva obscura

de inteligencia y arte.»

Expresión, por cierto, confusa también, aunque no tanto como aquella en que Dante supone (Par. XIII) que cuanta luz pueda tener el mundo estaba y a en la costilla de A d á n :

«Tn credi che nel petto, onde la costa si trasse per formar la bella guancia, ¡1 mi palato á tutto il mondo costa

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quantum que alia natura umana lece

aver di lume tutto fosse infuso.»

Comprendo que, á veces, al traducir, mete

uno la pata.

Así la Vulgata, en El Cantar de los

Cantares, de Salomón, expresa:

« C o m o de paloma, asi son tus ojos, así como lo

q u e dentro se oculta.»

Sin ver que la frase hebrea Mibanjad letsamatec puede significar indistintamente entre tus rizos, bajo tu frente, ó debajo de tu velo ó toca.

Pero, de todas maneras, hay ripio.

Y que dispense Salomón.

¿Qué extraño es, pues, que los cometan Ercilla, Camoens ó Felipe Pérez?

De Petrarca ha escrito Mazzoni que tan-tas flores tomó de la Divina Comedia que parece que las derrama, más quV de las manos, de la cesta. B e m b o , uno de sus admiradores, confiesa que no ha podido entender los dos primeros sonetos del Pe-trarca, escritos

«nel dolce tempo della prima etade,»

después de leídos más de cuarenta veces.

Y lo cierto es que en las Rimas de

Petrarca se hallan cosas notables, v. gr . : el arado de la pluma con suspiros de fuego, la nube de ira que afloja el cordaje de su nave y el dolor que de hombre vivo le con-vierte en verde laurel.

Todo por la

«Giovane dona, sotto un verde lauro

... più bianca é pin fredde che neve »

Ariosto también describe cosas buenas. H a y en el Orlando ( X L I I . 75) palacios monstruosos. El abate Quadrio (St. e Rag. (fogni poesia) cita muchas metáforas vi-ciosas que se encuentran en el poema de Ariosto: Abrir el camino con fatigosa lla-ve; amortiguar los ojos, por matar; el olor hace sentir noticias de si; desenvainar el estoque de la ira, el estuche molar del fa-bulista.

¡Siempre la fuerza del consonante ó las exigencias del metro!

Sabido es que Tasso era pobre en el esti-lo y embarazado en la octava. Además, co-piaba mucho.

Donde escribe Dante:

«Ambe le maní per furor me morsi.»

escribe Tasso:

• A m b e le labbra per furor si morse.»

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y resulta peor, porque no es fácil morderse ambos labios á la vez. Y si no prueben us-tedes.

De Carducci, el autor de la Oda d la co-lumna y de la más bella A la reina Mar-garita, y aun de otras que él llama Odas bárbaras (y algunas lo son), decía hará cosa de un año La Civiltà Cattòlica, que era un majadero lleno de ripios.

Verdad es que La Civiltà es un ripio de muchas páginas, á fecha fija y mediante unas cuantas liras.

E n Italia hay liras por todas partes.

E n España también, pero más caras por la diferencia de los cambios.

E n punto á desafinación allá se van. García Tassara hace trotar, así trotar por

cima de la silla de Napoleón

«de un czar sa lva je la sa lva je tropa.»

Después de leer una celebrada rima d e

Becquer, lo mismo se puede decir es el

amor que pasa que

«Es el ripio que pasa.»

Porque en esa suma todas las cosas que

ocurren son absurdas.

R I P I O S C L Á S I C O S 1 8 1

E s o de aprender las golondrinas los nom-bres de nadie son

«ilusiones engañosas l ivianas c o m o el placer.»

Como rodear de velas los restos de un fé-retro.

«Dejaron el féretro; allí rodearon sus pálidos restos de amari l las velas y de paños negros.»

Los féretros perturban el cerebro. Por eso dijo Balaguer:

«¡Qui sab, qui sabl ¡De futxa de aqueix arbre será potser la creu de nostra tomba!

Cuando ya no se ponía en Barcelona cru-ces de madera en las tumbas, ni menos de madera propia para hacer cunas.

Por supuesto, con imaginación y empuje se puede todo. Oid á Espronceda en El diablo mundo:

•Boguemos, boguemos, la barca empujad , q u e rompa las nubes, q u e rompa las nieblas, los aires, las l lamas, las olas del mar.»

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Es.mucho romper para una barca; prin-cipalmente las nubes y las llamas del mar.

Es como colorarse una mujer en el tem-plado rayo de la mágica luna (Canto A Te-resa ), ó el decirle á un astro aquella céle-bre y decantada frase:

«¡Para y óyeme, oh sol! y o te saludo

y extático aute ti me atrevo á hablarte.»

Sin contar con que, en el estado de éx-tasis no se habla bien ni al sol ni á la luna de Valencia.

Xada quisiera decir de Hartzembusch, siquiera porque me pronosticó que sería poeta (y lo cual que pa mi que no).

Pero de Dios dijeron. Sólo afirmaré que no pueda haber un es-

tañero

•habilísimo en jeringas.»

.sino, á lo sumo, en hacerlas.

Y que hay un verso en Los amantes de

Teruel que no me gusta:

•Cualquiera o s a d o mortal q u e entre mí se colocara y entre vos para su mal...»

por decir entre nosotros.

Pero más gordo es lo de Sellés:

«montón de carne lasciva

sobre un espíritu muerto.»

porque ni los espíritus se mueren, ni menos se les sube la carne encima.

Cuando vi este verso, me sincopé. Como habla en El pelo de la dehesa, de

Bretón de los Herreros un personaje que no figura ser ni tonto ni culto:

«Se h a sincopado,»

para expresar que una señora ha sufrido un

accidente nervioso.

También, en D. Frutos en Belchite, ex-

clama el protagonista:

«De ¡ra me atarugo.»

Y 110 era concejal.

Tampoco lo era Ventura de la Vega que escribió Los partidos.

«Pues y a me había o lv idado

de q u e hay entes en el globo

en quien la razón no labra.»

Verso que recuerda el de Zorrilla:

•No os podréis quejar de mí

vosotros á quien maté.»

Page 97: Ripios Clasicas : lecubraciones de critica barata

A u n q u e está peor otro del Tenorio:

«Si hay un D i o s tras esa anchura

por donde los astros van,»

mezcla de ideas religiosas y astronómicas de baratillo.

Tampoco entiendo la décima que co-mienza:

«Y esas dos l íquidas perlas...»

Pero será obcecación mía; esa obcecación que me ha impedido comprender cómo un hombre de veinte años se puede meter en el seno de una mujer.

García Gutiérrez lo afirmó, no obstante, en Un grano de arena:

«¿Por q u é he rec ib ido

al hi jo de otra en mi seno?

Véase la palabra seno en el Diccionario de la Academia, (también allí hay ripios y que lo diga Escalada), y veremos si tengo ó no razón.

Sin ripios también pueden los versos ser muy feos, como la canción de Manrique en El trovador:

«Despacio viene la muerte

q u e está sorda á mi c lamor;

p a r a quien morir desea.

despacio viene, por Dios. ¡Ay, adiós, Leonor,

Leonor!»

M e hubiera gustado más:

«¡Ay, adiós Leonor

de Sesé!»

Como en el Qui jote:

«Aquí lloró D . Q u i j o t e ausencias de Dulc inea del Toboso.»

E n Venganza catalana, para advertir un personaje á otro que le puede engañar su mujer, le pregunta:

«No pudiera ser q u e á vos os dieran part ida el alma?»

y parece que le amenaza con una paliza ó algo semejante.

Ayala , el autor de El tanto por ciento, suelta en El tejado de vidrio esta frase:

«Yo, por último, aunque soy criada, me l lamo Elisa.»

¡ Después hablamos del pobre Camprodón! N o hay que sacar mucho las madrigue-

ras de quicio para encontrar gazapos. ¡Ah, pues si se sacasen!

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¡Si en vez de registrar únicamente las obras maestras, registrásemos las peores!

Gazapo sería para anunciar que amanece cantar con Clavé:

«Lia espira la nit;»

ó decir, como Apeles Mestres á un muerto

que camine y descanse á un tiempo:

«Parteíx en pau, ves descansat, poeta.»

L o s poetas de todas las latitudes comete-rán incoherencias hasta que la muerte les tome la vida.

Oid á Soler (Serafi Pitarra).

«Car la mort prendrá mi vida

decidida.»

¡Pobre Federico Soler! A ú n están ca-lientes tus cenizas. ¡Menester es que sea grande el afán que siento de acabar con la crítica satírica para que yo ofenda á tu bri-llante y candorosa musa!

XVI

Sería muy fácil encontrar gazapos si lo fuese hallar obras á mano. Pero el infeliz que no es socio del Ateneo ya puede estar seguro de que ha de divertirse por esas bibliotecas, que serían gran cosa, á propo-nérselo los Ministros del ramo.

«No quiero, no quiero, no. N o quiero, q u e si quisiera, tengo parte en Al icante y har ía una casa nueva.»

Todos los ministros de Fomento tienen parte en Alicante, pero no hacen la casa, aunque les sobren cascotes á su lado.

E n Francia también cuecen habas. Y asan gazapillos.

Y hay quien va á presentar el estómago abierto al enemigo, como el Cid de Cor-neille:

«Je lui va is présenter mon estomac ouvert adorant en sa main la vôtre qui me perd.»

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Porque las manos de Corneille hablan,

sienten y son avaras, como en Rodoguna:

«Mais aujour d'ui q 'on voit cette main parr ic ide

des restes de ta vie insolenment avide.»

Fenómeno no tan maravilloso como ver

á Agamenón leer una carta antes de inven-

tarse el papel. Y hay que fijarse: es una

carta, no una tabla ni un rollo de papel.

A s í lo pinta Racine:

«... ¿ M a i s quels malheurs ce billet t racés

v o u s arrachent, seigneur, les pleurs que vous versez?»

Y luego viene á pagarlo todo madatnc

Ifigenia, que había partido para el himeneo

como la M ánima de Mitridates:

«Je part is pour l 'hymen ou j 'é ta is destinée.»

N o hubiera ocurrido esto á Racine si hubiera recurrido á los expedientes que Molière.

Podía, como en L'Etourdi, repetir una palabra y ahorrarse un consonante:

«Je vais Caire informer de cette affaire ici contre ce Mascaril le; et si l 'on veu prendre quois qu ' i l puisse coûter, j e le veux faire prendre.»

Ó escribir ¡ah, ah, ah! hasta llenar la

medida del verso cuando aparece corto:

«Ahi! ahi! à l 'aide! au meurtre! au secours! on [m'assomme!

A h ! ah! ah! ah! ah! ah! ò traître! ò bourreau [d'homme!»

Mas para esto es preciso ser Molière, y

saber, como dice Sganarello:

«Toucher au doigt la chose»,

expresión casi tan poética como la del vate

portugués:

• A s hespanholas, coitadas, nao podendo comer pao, comen batatas guisadas, andam em v i v a af f l icao com a s tr ipas revoltadas.»

E n el teatro moderno francés todo es

profundamente humano.

E n las obras de Sardou, por ejemplo, no

hay una sola persona decente.

Y á eso es á lo que llaman los críticos á

lo Sarcey, ser una obra profundamente hu-

mana.

Porque la humanidad es buena como

una perra rabiosa, según nos dice todos

los días el Satán periodístico: B o n a f o u x -

aux-Colombes.

¡Cómo ha de ser! Aristóteles mismo no

pedía ni héroes ni versos perfectos.

Y aun el mismo héroe se contradice.

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Aquiles , según la mayor parte de los poetas, no puede ser herido sino en el talón, y Homero hace que sea herido en un brazo. L a Yocasta de Sófocles muere inmediata-mente después del reconocimiento de Edi-po, en tanto que la de Eurípides vive hasta el combate y la muerte de sus dos hijos.

H a y un héroe que no se contradice: el ridículo perro citado á juicio por Aristófa-nes. Pero los demás suelen contradecirse y aun hacer rimar congo con vértigo, como Regnard en Las folies amoureuses, ó decir chistes obscenos á costa de su propia madre (sal ática pura) como el Crispin de Le lé-gataire universel, ó venírseles l'eau á la bouche viendo los dos hermosos globos del estómago de Lissette como Sotencour ó Sot-en-cour de Le Bal, todo de Regnard (s. g . d. g.)

Del tal Regnard hay que pasar á escape. ¿Quién se atreve á traducir al castellano este chiste?

«SOT. O n m'a dit seulement q u e sa langue babille.

L i s . E t que faut il de plus pour toucher una fille?»

Y dejemos á Regnard.

Porque, según Pirón:

« T r o p de vers entrainen trop d'ennui.»

Quien eso escribe es capaz de glosar sobre el elefante, como Lafontaine en la fábula La Besace, ó de llegar al pie de un desierto solitario como Florián en su epí-logo de Les deux lions. Y cuidado que será de ver el pie de un desierto, y solitario por más señas.

E s un descubrimiento parecido al de Lamartine, quien averiguó que con un pie sobre una tumba y el otro al aire, se toca menos á la tierra que descansando sobre los dos:

«Un pied sur une tumbe, ou tient moins á la terre.»

Ó como el del bonaerense Olegario

V . Andrade:

« H e visto una palmera desgajada sin follaje, sin dátiles, sin flor, sin tronco y sin raices, que recuerda u n a historia tristísima de amor.»

Por supuesto, eso está copiado de una

canción muy conocida:

«Sacaron á vender una guitarra

sin cuerdas, sin c lavi jas y sin tapas »

Hay gazapos que han dado la vuelta al

mundo, como los de La filie de Madam'

Angot, ó los de La Marsellesa:

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«¡Allons enfants de la patr ie!

c 'est nous g'on ose mediler de rendre a 1' antique esclavage ! »

Y todo el mundo se entusiasma y va á formar sus batallones, como si no hubiera tales ripios.

A h í tienen ustedes á la joven Cautiva, de André Chenier, con más fuerzas que Sansón, sosteniendo los muros de la cárcel:

«D'une prison sur moi les murs pésen en vain.»

Y ¡claro! encontrándose con tantos áni-mos, no quiere morir todavía.

En La Veuve, de Lemoine, hay un ruido de erres y enes que quita el sentido:

t - ¿ Mère, n'entends tu rien ?

— Rien, non rien, mon enfant.»

Y como en se pronuncia an, resulta una

armonía lindísima.

Q u e maldito si recuerda los aullidos de

un perro, como no iecuerda el són de la

campana el ¡tústo, tústo! de Jasmin:

«Tûsto, tústo, batán. ¡Soúnas, soúnas, campanos!»

Á mí me dijo un crítico barato que la

sangre ni teñía las mejillas ni subía á la

frente, y no se lo hubiera dicho á Le vieux sargent de Beránger:

«Le sang remonte à son front qui grissonne. L e vieux coursier à senti l'aiguillon.»

Porque está muy bien dicho. Y porque lo dijo Beránger. Y cuando lo dice un poeta clásico ó con

honores de tal, pueden los bueyes ser pur-purados ó de color de púrpura, como los de Leconte de Lisie en Fultus Yacintho:

«Il guide en mugissant ses compagnons pourprés!»

También Coppée pinta sus bichos de co-lores raros.

L a crítica moderna tiene tela cortada. Y sus tijeras, ó sus procedimientos, son

los que describe Bonafoux en una de sus cartas:

«Esta misma crí t ica francesa elogia á diario el esprit de H e i n e - u n a de c u y a s rimas fué c a l c a d a por Verlaine en su mejor poesía (y es verdad), cosa que nadie b a d i c h o y que ignoran aún los fervientes del gran bohemio—mientras que cierta cr i t ica ale-mana, por la pluma del doctor Max Nietzki , de la Universidad de Koenigsberg, af irmó recientemente que Heine no era poeta, s ino hábil versificador, y , personalmente, un miserable.»

Después de leído eso se puede preguntar: ¿Quién es tu enemigo?

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Y contestará cualquiera: E l de tu oficio. Recuérdese cómo hablaban unos de otros

el espiritual H a y d n , el tierno Mozart, el sublime Beethoven, el sentimental Boc-cherini, el apasionado Mendelssohn el ro-mántico Spohr, el dramático Schubert, el patético W e b e r y el impetuoso Onslow.

U n músico célebre decía de Boccher.m, que era la hembra de Haydn (á otro le he oído yo decir que Planté era f

Rubinstein). Beethoven acusaba a Haydn de introducir faltas en sus manuscritos so pretexto de corregirlos y el maestro decía, que Beethoven desconocía las más demen-t e s reglas del arte. Spohr decía de Boc-cherini, que su música no merecía tal

nombre, etc., etc. Por eso, para escribir bien, música ó

poesía hay que hacerlo despacio.

Como Heredia. Oigámosle:

. D e s d e que volví 4 Par ís no he

c>ctndiar á fondo el francés antiguo y el francés

moderno y con componentes del uno y del otro.

d e Í r ^ l o s . c r i b á n d o l o s h e

¿ T e ^ s me cuesta una labor de ^ 6 —

¡Y luego para titular el libro Les Trophées y decir que escribe con esencia pura/

Para escribir en la dedicatoria Filius memor, por Filii me mor.

Para aconsonantar marin con airain (Le naufragé), y para traducir aquellos versos del Romancero:

«Quien tal cabeza me trae será en mi casa cabeza.»

de este modo:

«Qui porte un tel che/ est che/ de ma maison.»

H a y quien asegura que los versos de Heredia son espontáneos y fáciles.

N u e v e horas cada adjetivo. T o d o para llamar al corazón tierno, á la

noche triste y al sol brillante.

E n los versos de Heredia no hay deslices. N o se cogen gazapos en los estanques. Si acaso, tercianas.

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X V I I

Hemos llegado al fin. E s decir, suponemos que hemos llegado

al fin, porque este trabajo no le tiene ni puede tenerle.

Es el cuento de nunca acabar.

Pero, después de revolver archivos y re-gistrar libros, y comparar autores y analizar obras, ha llegado á apoderarse de mí la fatiga y supongo que también del lector.

Y lo más triste es que no es la fatiga que produce el trabajo fecundo; la fatiga que dilata el músculo y excita la célula prepa-rándoles para su nutrición, aquella que aún no cae bajo la patología de Mosso, produ-cida por un esfuerzo realizado en vista de un propósito noble, una actividad generosa como la que hace brotar la canción de la garganta del obrero, la sonrisa de labios del artista y el fulgor de los ojos del pen-sador.

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No. E s el cansancio, la estenuación, el agotamiento del esfuerzo violento y penoso, para la voluntad rebelde, para la conciencia repulsivo, y para la inteligencia infecundo. Es la fatiga que produce la más terrible pena que se ha imaginado aplicar en las penitenciarias inglesas: la imposición de un trabajo que el penado sabe que para nada ni para nadie ha de servir.

Pero ese trabajo cruel que es penoso y semeja frivolo, triste y parece alegre, amar-go y finge ser sabroso, que destruye ilusio-nes y figura crearlas, que capta enemigos cuando parece suscitar amistades y benevo-lencias, ese trabajo tenía que hacerse un día ú otro; esa labor demandaba un obrero.

Y el obrero ha cogido su cruz.

Ese trabajo que siembra la maldad y esparce el desencanto, que marchita el sen-timiento de lo bello, que halaga las más bajas pasiones, que combate todo ideal y agosta toda compasión, que envenena y corrompe, que hace peor, en fin, ese trabajo tenía que hacerse para decir á la moderna crítica: he ahí tu obra.

Y tenía que realizarse solamente en parte, con intención educadora, mostrando al fin sin máscara á esa crítica frivola con su

ciencia de revista hebdomadaria y de gace-tilla al uso, su método incompleto y parcial, sus miras demoledoras, su carencia absoluta de punto de partida y de ideales nobles. Antes de que ella misma, siguiendo su labor odiosa, deslumhrando á las gentes con pedazos de vidrio, acabara con algo que aún conservan los hombres en medio de la tremenda crisis que aflige á las modernas sociedades: el sentimiento de la belleza.

Desde hoy, á esos eternos enemigos de todo lo bello, de todo lo generoso, de lo más desinteresado é imparcial: el senti-miento artístico, á esos pigmeos que quie-ren empequeñecerlo todo por contemplar un mundo á su medida; á esos impotentes del arte que se vengan como los eunucos, odiando la belleza de la forma ó destruyendo en flor toda fecundidad; á esos desdichados que ocultan el dolor de su remordimiento y su inutilidad, bajo la máscara de una risa sin fin y sin objeto, se les puede decir: Eso que hacéis lo hago y o tan bien como vos-otros; porque lo hace cualquiera. Pero no quiero hacerlo; porque hacerlo es indigno de mí.

Pero, se me dirá, ¿es manera prudente de combatir un género de crítica dedicar

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un libro entero á su ejercicio? Téngase muy presente, contestaré en seguida, que esa crítica no la he dirigido contra pechos in-defensos, sino allí donde el blanco era in-vulnerable, para mostrar precisamente su ineficacia. El único mal aparente que ha-brán podido ocasionar sus ataques, habrá sido el de cooperar á la destrucción de la leyenda de una literatura perfecta y sin tacha, sirviendo de ideal único á los pue-blos; el señuelo falso de una civilización aparente á la cual debamos sin demora volver, contra las solicitaciones del progre-so industrial y científico. E n cuanto á la grandeza de los hombres que han sido objeto de mi fingida sátira y á la de sus obras, incólume queda; acaso será mayor si consigo que alguien que las desconocía sienta germinar el propósito de conocerlas. ¿Que he citado nombres de poetas á los cuales no ha otorgado la posteridad su sanción? E s verdad; los cité porque en-tiendo que pueden llegar á alcanzarla.

A s í como siempre he creído que no hay ciencia cristiana ni atea, que persiga el bienestar de los hombres, ni su destruc-ción, esencialmente hermosa ni horrible, buena ni mala, justa ni injusta, porque el

fin de la ciencia no es la fe, ni la virtud, ni la belleza, ni la felicidad, sino la verdad que es su único y propio contenido, así creo que no hay ni puede haber arte idea-lista ni realista, ni santo ni malo, ni falso ni verdadero como tal arte; porque el arte no persigue como fin la religión ó la indi-ferencia, la verdad ni la mentira, lo natural ni lo convencional, lo que educa ó lo que desvía, sino lo bello, puesto que la belleza es su fin y el culto y manifestación de lo bello su propia función. L a crítica, por su parte, ó es educadora ó no responde á necesidad alguna. ¿Cómo no abominar pues de una crítica que nada enseña, que, lejos de procurar alientos los destruye, que, lla-mándose científica se basa en el error y la inexactitud y , apelándose artística, presen-ta solamente á quien la sigue lo feo, lo deforme, lo grotesco, lo absurdo, ocultando lo bello, lo grande y lo sublime?

L a sátira es lícita únicamente cuando educa, como en Juvenal. La risa sólo es santa, cuando refleja la paz del corazón y un perfecto equilibrio cerebral; cuando, lejos de dañar á los hombres, les presta consuelo y alegría. L a risa que hiere, está maldita; es la carcajada satánica que, reso-

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nando en los espacios, se escucha á través de los siglos, como protesta iracunda é ineficaz contra el universo y la vida. Quien mucho ríe de bueno da señales, pero siem-pre que su carcajada sea infantil; desdicha-do de aquel cuya sonrisa hace nublar la frente de un varón virtuoso ó asomar las

lágrimas á los ojos de una mujer.

N o hay que ser precisamente cartujo para saber que hemos de morir. A h o r a bien; ¿cómo moriremos? Cuando vemos en un espectáculo á un numeroso público sa-bemos que, á no ocurrir una catástrofe, los espectadores saldrán. ¿Cómo? Riendo los unos, sollozando los otros, impasibles los más, según su estado pasional, su tempe-ramento y las impresiones que haya sabido despertar en ellos el autor del drama. Cabe pasar erguido bajo las horcas caudinas é inclinado bajo el arco de Tito. Todos y todo pasan; cada cual pasa de aquella suer-te que su propia y peculiar naturaleza le impone.

Y es en opinión de las gentes tan im-portante el último momento, que él basta, siendo bello, en Sentir del poeta latino, á honrar toda una vida; lo que para el atleta

caer con gracia es para el creyente la con-tricción ó para el musulmán la mirada al Oriente. Cabe, pues, el morir bien ó mal, como cabe realizar bien ó mal todas las acciones de la vida. El proverbio que cali-fica á los hombres por sus compañías, sería más prudente modificado de esta suerte: «Díganme cómo mueres, y decirte hé lo que has sido.»

L o s pueblos, por su parte, mueren tam-bién. Claro es que para transformarse. Nada se aniquila. Y la desaparición de algunos en la historia es prueba bien palpable de que se puede caer sin gracia, salir sin gloría y morir sin méritos. Pudieron realizar una función, y no la realizaron; perseguir un ideal, y no lo persiguieron; ayudar al pro-greso, y no le ayudaron. Pudieron perecer con gloria ó disolverse en el silencio, y pre-fieren caer vilipendiados, entre silbidos y algazaras. Como se triunfa, se es vencido; como se vive, se muere.

Y entonces, aquellos que no pudieron ó no supieron formar exacto juicio de las culpas y méritos de un individuo ó de una nación, aquellos que dudaron si censurar ó aplaudir, pueden determinar su criterio. ¿Es lógico que sea buen camino el que

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lleva á una muerte deshonrosa? ¿Es posible que haya sido estimable la labor de quienes la terminan con una equivocación tan las-timosa é irreparable? Quien no sabe morir respetado, ¿ha podido merecer ese respeto en vida? Arístides no murió en el gineceo ni Sócrates en el lupanar. U n a vida de culpas puede, con una honrosa muerte, aparecer ennoblecida. L o que no se concibe es que el varón prudente muera coronado con las hojas de vid del sátiro ó adornado con los cascabeles del bufón.

España, es doloroso confesarlo, se halla hoy amenazada de una muerte próxima. Podrá no morir, porque hay en su seno fuerzas algo más poderosas y nobles que las que ostentan inmerecidamente su re-presentación; podrá levantarse de nuevo como A n t e o al tocar con las espaldas en el polvo. Para ello se requiere algo más que la común indiferencia, y sobre todo, la se-riedad y dignidad, que fueron siempre opuestas á la idolatría de lo cómico y al culto de lo chavacano.

Y lo chavacano triunfa donde quiera. Ser hombre serio es casi un baldón en la socie-dad española. E n sociedad pierde el joven virtuoso y formal las simpatías de cuantos

le rodean. Pensad en Schopenhauer, ridi-culizado en una sociedad de comerciantes de gorros de algodón. Ser algo calavera, irreverente y provocativo, es siempre algo distinguido, smart, que ahora se dice. Mos-trar interés en las cosas de pensamiento ó de conducta aparece ordinario, rastaquóere. Desde el más alto funcionario hasta el más modesto estudiante del bachillerato, cree-ría caer en el más vergonzoso ridículo si dejase asomar en sus pupilas una lágrima ante el más tremendo infortunio; ni aun ante esa odisea de espectros que esparce por las olas del mar á millares los cadáveres de nuestros soldados, vencidos sin honor y sin lucha.

Si hemos de redimirnos, si hemos de volver al concierto de las naciones cul-tas, si hemos de sucumbir siquiera con el decoro de los pueblos libres, hora es de llamar al corazón de todos pidiendo un adarme de seriedad. Quede el gracejo en su lugar propio y no usurpe funciones de vida, de pensamiento, de estudio ó de crí-tica. Pasó el tiempo de ser siervos gracio-sos, y debemos obrar como ciudadanos aus-teros. De otra suerte caeremos abrazados á la inmoralidad, faltando al llamamiento del

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futuro, desmintiendo nuestra propia histo-ria, provocando á la opinión universal, y , sobre todo, y esto es lo más triste, morire-mos no queriendo morir, asiéndonos deses-peradamente á la vida, prorrumpiendo en lamentos amargos, ofendiendo á los dioses y á los hombres, golpeando el tablado con los pies, destrozándonos las carnes y me-sándonos los cabellos. Seremos el calabrés mazzolato que ofrece en el suplicio vender á los suyos á cambio de un perdón que no llega; la odalisca castigada por su señor á puntapiés que se arrastra, g ime y suplica. Quien haya presenciado una ejecución de ese género, no podrá menos de pensar con disgusto en la miseria y pequeñezhumanos.

Cuidemos de que si España ha de morir no sucumba sin dignidad, como se muere en esas ejecuciones. Así como ellas termi-nadas, la multitud prorrumpe en una ex-clamación unánime, como si fuera descar-gada del peso de un espectáculo oprobioso, así la opinión pública, si nos obstinamos en ser un pueblo de payasos, acompañará nuestra caída con un suspiro de satisfac-ción, como si hubiera pasado una gran jus-ticia, como si se hubiera cumplido un gran designio, como si se hubiera atenuado un

gran baldón y el mundo pudiera y a con-templar otras muertes sin sonrojarse.

Tenedlo pues entendido graciosos profe-sionales — e n la raza latina se hace demasiado el payaso, y al payaso le toca siempre en la farsa italiana cargar con los golpes. Riamos en buen hora, pero no de lo bueno, lo verdadero y lo bello, la Trimourti racional y humana. Sacrifiquemos la fama de gra-ciosos en aras de la consideración de hom-bres. Catástrofes terribles se avecinan y no es esta ocasión de reir. Una conducta seria y reflexiva aún nos puede salvar; si escoge-mos lo frivolo y chocarrero en tal dilema, forzoso nos será despedirnos de toda reden-ción y de toda esperanza.

F I N

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