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REVISTA EUROPEA. NÚM. 9 26 DE ABRIL DE 1 8 7 4 . AÑO I. CARTAS INÉDITAS DE DON JULIÁN SANZ DEL RIO.- A la amabilidad del eminente profesor de la Universidad de Madrid, don Francisco de P. Canalejas, debo las siguientes cartas y la importante nota sobre el sistema de Hegel que fes acompaña. Ninguna de ellas cede en interés á las ya publicadas, y á todas aventaja la referida nota, cuya profundidad y acertado criterio no podrá menos de llamar poderosamente la atención del lector. MANUEL DE JLA REVILLA. CARTA V. W Sr. D. F. de P. Canalejas. Mi muy querido amigo: Hallo, por ventura, hoy mismo un momento vacante, y pongo en él á V. y su carta y mi respuesta, y me descargo con esto de la conciencia de la amistad. No sé cuándo volvería otra buena coyuntura, y aun ésta es muy corta para mi deseo. Leo con vivo goce que el ánimo de V. está tranquilo, y si no en todo su lleno de vida, con- tento al menos con ese presente y Mundo que le rodea. Y gozo en saber esto tanto más, porque en ello está la pesadilla en que me trae la memoria de V. frecuentemente; y sobre esto pregunto de propósito á Miguel. Por el espíritu de V. no tengo cuidado; por el ánimo y el humor sí, aun- que espero que los santos é íntimos afectos de la familia, y el trabajo vivo intelectual, y la espe- ranza del porvenir, y aun el saber cuan de veras le queremos todos, han de acabar por espantar ese demonio interior que se ha agarrado á los ri- betes y puntas del espíritu, al ánimo de V. Buena señal es de esto la ocupación viva inte- lectual de que V. me habla, y de la que tomo para mi cuenta muy especialmente la parte que me in- teresa más de cerca: las conferencias filosóficas con algunos aficionados. Tómelas V. en buen hora, y aun hágase ley de tomarlas, como grata ocupación en momentos vacantes de deberes más * Véanse los números 3, 8, 6 y 1; paginas 65, 133, «61 y 193 ( 1) Escrita en 33 de Marzo de 1862. TOMO I. urgentes: porque la espontaneidad de espíritu es como la puerta y entrada formal de todo trabajo filosófico. Y esto sentado como modo de obrar, hágase V. luego ley de esta libertad en el tiempo (que alguno siempre queda vacante) y en el modo de trabajarjlocual, aunque parece difícil de juntar con lo primero, yo pienso que se juntan admira- blemente uno y otro.—Luego, ya sea sobre el libro de Tiberghien, ya ampliando, si no todas, algunas lecciones más capitales del programa que envié á V., tiene harto para pensar y hacer pensar á sus oyentes.—Y yo deseo que halle usted, ó ellos, dudas, dificultades, oposiciones en lo que lean sobre esta doctrina, y deseo muy es- . pecialmente que me diga sumariamente en q%é estriba el nudo que pueda encontrar (que no dudo que hallará algunos), con lo cual me mueve á pensar y á contestarle, y nuestra correspon- dencia es grata y provechosa á la vez. Para ello, pues, ofrezco enteramente y decididamente mi contribución. Aun le añado que en sus conferencias amis- tosas se esfuerce V. por dar á la conversación el carácter de duda, cuestión é indagación libre y aun común sobre ello, mejor y antes que de afirmación dogmática. No lo digo sin motivo, y aun espero que no sin grandísimo fruto para us- ted, si 4k decide y ensaya en dar ese corte, de cuando en cuando, á su pensamiento. Trabajo con gusto, y no sin fruto, aunque un ", poco limitado por el cuidado de conservar la sa- i lud. Pero hoy por hoy no siento ganas ni come- í zon de escribir, lo que se llama para el público; ! que para mí, para algunos amigos y para la ; clase, nada pienso que no lo escriba, y entreveo que se va haciendo de todo un tejido y fondo de- ' masiado claro y vivo en mi pensamiento para que uno y otro dia y en su punto de madurez no quiera ello de suyo y aun me inste á vestir de pu- blicidad lo pensado y escrito para la propia con- ciencia. Pero eso sobrado lo pedirá la cosa misma para que yo me anticipe á ello; puesto que hoy por hoy lo que pido es paz y libertad de espíritu, y cuando más la suave y bienhechora animación que me viene de algunos amigos y de mi deber oficial y aun, como en ruido y voz lejana, del pú- blico también.—Mas por el prurito de la opinión pública del dia, me siento poco movido á hacer lo que no toca ó no puedo hacer bien. Y si he es- 17

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Page 1: REVISTA EUROPEA.€¦ · Mi muy querido amigo: Hallo, por ventura, hoy mismo un momento vacante, y pongo en él á V. y su carta y mi respuesta, y me descargo con esto de la conciencia

REVISTA EUROPEA.NÚM. 9 2 6 DE ABRIL DE 1 8 7 4 . AÑO I.

CARTAS INÉDITASDE

DON JULIÁN SANZ DEL RIO.-

A la amabilidad del eminente profesor dela Universidad de Madrid, don Francisco deP. Canalejas, debo las siguientes cartas yla importante nota sobre el sistema de Hegelque fes acompaña. Ninguna de ellas cedeen interés á las ya publicadas, y á todasaventaja la referida nota, cuya profundidady acertado criterio no podrá menos dellamar poderosamente la atención del lector.

MANUEL DE JLA REVILLA.

CARTA V. WSr. D. F. de P. Canalejas.

Mi muy querido amigo: Hallo, por ventura,hoy mismo un momento vacante, y pongo en élá V. y su carta y mi respuesta, y me descargocon esto de la conciencia de la amistad. No sécuándo volvería otra buena coyuntura, y aunésta es muy corta para mi deseo.

Leo con vivo goce que el ánimo de V. estátranquilo, y si no en todo su lleno de vida, con-tento al menos con ese presente y Mundo que lerodea. Y gozo en saber esto tanto más, porque enello está la pesadilla en que me trae la memoriade V. frecuentemente; y sobre esto pregunto depropósito á Miguel. Por el espíritu de V. notengo cuidado; por el ánimo y el humor sí, aun-que espero que los santos é íntimos afectos de lafamilia, y el trabajo vivo intelectual, y la espe-ranza del porvenir, y aun el saber cuan de verasle queremos todos, han de acabar por espantarese demonio interior que se ha agarrado á los ri-betes y puntas del espíritu, al ánimo de V.

Buena señal es de esto la ocupación viva inte-lectual de que V. me habla, y de la que tomo parami cuenta muy especialmente la parte que me in-teresa más de cerca: las conferencias filosóficascon algunos aficionados. Tómelas V. en buenhora, y aun hágase ley de tomarlas, como grataocupación en momentos vacantes de deberes más

* Véanse los números 3 , 8, 6 y 1; paginas 65, 133, «61 y 193

( 1) Escrita en 33 de Marzo de 1862.

TOMO I.

urgentes: porque la espontaneidad de espíritu escomo la puerta y entrada formal de todo trabajofilosófico. Y esto sentado como modo de obrar,hágase V. luego ley de esta libertad en el tiempo(que alguno siempre queda vacante) y en el modode trabajarjlocual, aunque parece difícil de juntarcon lo primero, yo pienso que se juntan admira-blemente uno y otro.—Luego, ya sea sobre ellibro de Tiberghien, ya ampliando, si no todas,algunas lecciones más capitales del programaque envié á V., tiene harto para pensar y hacerpensar á sus oyentes.—Y yo deseo que halleusted, ó ellos, dudas, dificultades, oposiciones enlo que lean sobre esta doctrina, y deseo muy es- .pecialmente que me diga sumariamente en q%éestriba el nudo que pueda encontrar (que nodudo que hallará algunos), con lo cual me mueveá pensar y á contestarle, y nuestra correspon-dencia es grata y provechosa á la vez. Para ello,pues, ofrezco enteramente y decididamente micontribución.

Aun le añado que en sus conferencias amis-tosas se esfuerce V. por dar á la conversación elcarácter de duda, cuestión é indagación libre yaun común sobre ello, mejor y antes que deafirmación dogmática. No lo digo sin motivo, yaun espero que no sin grandísimo fruto para us-ted, si 4k decide y ensaya en dar ese corte, decuando en cuando, á su pensamiento.

Trabajo con gusto, y no sin fruto, aunque un ",poco limitado por el cuidado de conservar la sa- ilud. Pero hoy por hoy no siento ganas ni come- ízon de escribir, lo que se llama para el público; !que para mí, para algunos amigos y para la ;clase, nada pienso que no lo escriba, y entreveoque se va haciendo de todo un tejido y fondo de- 'masiado claro y vivo en mi pensamiento paraque uno y otro dia y en su punto de madurez noquiera ello de suyo y aun me inste á vestir de pu-blicidad lo pensado y escrito para la propia con-ciencia. Pero eso sobrado lo pedirá la cosa mismapara que yo me anticipe á ello; puesto que hoypor hoy lo que pido es paz y libertad de espíritu,y cuando más la suave y bienhechora animaciónque me viene de algunos amigos y de mi deberoficial y aun, como en ruido y voz lejana, del pú-blico también.—Mas por el prurito de la opiniónpública del dia, me siento poco movido á hacer loque no toca ó no puedo hacer bien. Y si he es-

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258 REVISTA EUROPEA. 2 6 DE ABRIL DE 1 8 7 4 . N . ° 9crito alguna vez, ha sido á regañadientes y dis-gustándome entre mí mi propio trabajo. Y si us-ted (ó mejor, V. no que me conoce, sino algúncualquiera) dice que esto es falta de vida ó deenergía intelectual; así podrá ser, pero yo 'paramí no me doy aún por muerto. Hegel y el cris-tianismo me ocupan mucho para mis adentros, yLas soluciones positivas sobre estas gravísimascuestiones van todas á parar en Krause: y aun-que miro y remiro si habrá preocupación mia enesto, no la hallo hasta hoy.

Siempre de V. afmo.,JULIAM S. DEL Río.

Habrá V. recibido unas notas sobre la familiaque di á Miguel para V. Es un puro fragmentomuy incompleto y á medio pensar; pero expresabastante el espíritu filosófico en esta gravecuestión; que era mi sólo fin: fijar algunasideas que dieran lugar á completarlas en su dia.

C A R T A V I . (*)

Sr. D. F. de P. Canalejas.

Mi querido amigo: Deseo escribir á V. antes desu vuelta, y aun con mayor gusto lo haria si ne-cesitara contestar á observaciones queá V. le hu-bieran ocurrido sobre la nota remitida acerca deHegel, porque el asunto es grave; V., en su vo-cación de filósofo y con su especial disposiciónpara el caso, puede dar enteramente su espíritu,de vez en cuando, á estas ideas (si sus otras aten-ciones no le permiten más), y aunque otras mu-chas notas he escrito sobre Hegel, ésta y cual-quiera dan harto motivo á observaciones é inda-gación, que es mi único deseo entre los dos, no deninguna manera el de la aprobación ó el silen-cio. Yo, y aun de seguro ambos, ganamos muchoen toda discusión recíproca, donde sólo reina elamor de la ciencia, y el de fundar en esta sola leyla mutua convicción.

Y digo que el asunto es grave, primero y rela-tivamente para la historia presente, porque lalucha existe y crece, tanto y aun más que por elesfuerzo desesperado de los enemigos de la cien-cia (que aun con todo no es sobrado para velarsiempre y estar alerta), por la profunda necesi-dad del espíritu moderno, que aunque hoy se di-simula con el ruido de la vida exterior el vacío ysilencio interior, éste se anuncia con señales queno permiten al hombre serio descansar ni ador-mecerse en una liviana ó egoísta confianza.

Después es grave, y aún más que por lo ante-rior, porque hoy la ciencia según razón, ó la Filo-

(1) Escrita en 18 de Mayo de 1862.

sofía, ha salido de la esfera limitada de ciencia yespeculación teórica en que ha vivido principal-mente hasta aquí, para ser ciencia también efec-tiva de la vida, y llevar sobre sus hombros y á sumanera todo el peso del destino humano. Dondees muy capital notar que la Filosofía, en el porve-nir, deberá ser ciencia de la vida; no tal por modode ajustamiento y acomodamiento empírico de taló cual consecuencia filosófica á la vida de un dia,ó de uno ó aun muchos siglos, lo cual siempre sehizo y no basta, sino siendo otra vez para ellomás y más alta y cualificada y universal Cienciaque nunca antes lo fuó; y en cuanto á la vida,siendo de todo en todo la Ciencia de ésta y segúnésta, y todo ello en unidad y bajo una Ley. Y estemás comprensivo concepto que lleva y obliganada menos que á salir del Idealismo aislado enFilosofía, y á saber de una vez si la experiencia,la Historia, la naturaleza, caen real y verdadera-mente y quedando tales como son, bajo razón yley y concepto racional-real, y según qué supre-ma absoluta razón es posible reconocer y cons-truir sistemáticamente esta misma relación, de-jándola sin embargo en toda su verdad, trae á laCiencia por lo monos tres nuevos miembros, quedel modo como se presentan y en lo que hoy exi-gen del pensamiento (la realidad histórica; la rela-ción real, y en sí propia, sustantiva y perma-nente, con la Idealidad; la unidad de esta rela-ción, tan sustantiva y real en su aspecto oposi-tivo como en el negativo) no se han presentadoantes, y sobre lo cual los esfuerzos de la Filosofíahasta Hegel abren camino para la obra, pero encuanto al cabo y en definitiva mudan el estado dela cuestión mientras la obra, y no alcanzan ni to-can á la realidad (aunque suenan la palabra), sinoque se quedan ó se ladean fatalmente á la Ideali-dad subjetiva, no levantándose, ni aun en esta es-fera, á la Racionalidad y Razón objetiva, lo cuales muy otra categoría lógica, aun siendo con laidealidad del mismo género del Espíritu.

Y la gravedad interna de esta cuestión crece depunto, cuando mirando atentamente y con con-ciencia sincera en ello, hallamos que la cuestiónasí pura y francamente puesta (que es como lapone hoy, á su modo y con una razón muda peroviva, el sentido común ilustrado y todas las cien-cias históricas), pide decididamente rehacer y en-derezar enteramente todo el edificio, todo el pro-cedimiento, desde el centro á la circunferencia.Y esto es de lógica, no cualquiera, sino absoluta,en la cosa y cuestión misma.

Este modo de ver, que en mí se ha hecho domi-nante desde que mi salud y la renuncia á otrasatenciones me han permitido dar otra vez todasmis fuerzas á esta santa y divina causa, expli-

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SANZ DEL RIO.-—CARTAS INÉDITAS. 289

cara á "V. en parte que yo, aun ahora que tra-bajo mucho más (y para mi fin con más fruto) quenunca antes, atienda más á pensar y á alimen-tarme con la conversación científica de algunossinceros amigos de la Filosofía, que en mostrarmi pensamiento y escribir para el público (aun-que ya en la cátedra hablo cada vez más clara, ydecididamente en el sentido de un Realismo ra-cional aplicado á la Historia).

Sobre esto, y pues á amigos, como V. lo es detodo corazón y de todo espíritu, doy con sumogusto cuenta de mi conducta, le diré en breveque, habiendo alcanzado este año nueva y pro-funda claridad sobre el verdadero sentido delpensamiento de Krause, me he propuesto y cum-plo hasta hoy fielmente, primero, rehacer en miespíritu paso á paso toda la ciencia sintética;después y como al eco de este trabajo, tomarpuntos de partida libres de pensamiento con oca-sión de todo lo que leemos entre los amigos, ó dediscusiones que ocurren, y obrar en esto comode pensamiento propio, escribiendo prolijamentetodo lo así pensado, obrando como quien cons-truya por ambos lados, libremente, los miembrosde un organismo, esperando á que ellos mismospor su concierto natural, si lo hay, se combinenen una superior construcción. Únicamente, y conocasión de los programas y de los Manuales, meensayo con algunos jóvenes estudiantes filósofosen hacerles comprender, lo más fácilmente posi-ble, el procedimiento analítico; en lo cual ob-servo que adelanto yo mismo mucho para mí. Yel resultado de este trabajo va formando una re-composición y ampliación entera de los Manuales.

Ya concibe V. que, atento á rehacer mi pensa-miento libremente, y aunque escribo todo lo queestudio ó pienso, no puedo hoy darle el carácterexterno de expresión, aun siendo decididamentefilosófico (como creo que sufre sin violencia nues-tra lengua bien manejada) ni la forma que sellama grata al público. Espero, sin embargo, queDios y la salud y el tiempo ayudando, podré co-menzar este otro camino el año que viene. Entretanto, déjeme V. en paz conmigo sobre este asun-to; que entre mi natural deseo de decir mi pensa-miento en el foro público, y la instancia para mímuy poderosa, de mis amigos, puedo caer ententación de hacer algo precipitadamente y fuerade su propio tiempo. El Idealismo superficial sepreña al instante de cualquiera idea que le im-presiona, y no sosiega hasta que la ha arrojado ála luz. Pero la razón filosófica, para conservarhoy ante la razón pública histórica su puesto dederecho de ser la primera y la superior, tienemás altos y más graves deberes.

Concluyo deseando que V. piense de vez en

cuando, de todo su pensar, en estas cosas, y sihalla serias y al parecer invencibles dificultades(que sí las hallará) me diga en breve y claro ypreciso su cuestión, y yo dicióndole lo que sepa,ó quizá continuando la cuestión misma, quizáhallemos, no precisamente ideas más altas ómás claras, lo cual es poco, sino evidente ver-dad é inmutable convicción, de lo cual en general,estoy seguro que es posible. Si viene V. el añopróximo, habrá ocasión de hablar sobre esto conregularidad alguna hora cierta en semana ó cosapor el estilo, si otra cosa no lo impide.

Memorias á la familia, y de V. siempre de cora-zón su afectísimo

JULIAH S. DEI Río.

C A R T A V I I . <»>

Sr. D. F. de P. Canalejas.Mi querido amigo: Me regocija verdaderamente

y me anima la carta de V. Andando, como ando,por gusto y profesión, en largos y cortos viajespor este mundo del pensamiento, confieso fran-camente (para mí) que he hallado un Norte fijo,un punto claro y firme; y aunque á veces meextraño yo mismo de atreverme á pensar es-to, cuanto más miro y remiro en ello, más meaferró en mi manía racional. Y si en este examende conciencia dejo á un lado causas, influencias,intereses, circunstancias, preocupaciones obje-tivas y subjetivas—y la más íntima de éstas, elamor de la propia opinión,—si me pongo, si cabedecir, enteramente en razón de mi libertad, en-tonces, no sólo me afirmo en la seguridad y cla-ridad v8e mi pensamiento, sino que hallo queeste mismo estado de libertad racional, con queprocuro probar por este lado mi pensamiento, esprecisamente la forma interna de este mismopensamiento y es su testimonio y prueba ade-cuada. Y repensando sobre este estado de miconciencia, hallo que mi convicción filosófica dehoy, en esta forma concertada interior (en quese muestra inmediatamente por cualquier as-pecto en que se refleje), no es ya una mera con-vicción teórica ó ideal, sino que sobre esto, y aúnpara ello, es una convicción de conciencia racio-nal, en razón de mi ser y realidad. Y esta refle-xión se confirma cuando bajo ella reconozco to-das las particularidades, ó diferencias, ó relacio-nes ulteriores, ó estados anteriores de mi espí-ritu, con ojo positivo, seguro, aunque general,estimándolos en lo que valen y en lo que novalen, sabiendo el camino para rehacerlos ó en-derezarlos, reconociendo que este camino debo

(1) Escrita en 5 de Junio de 1863.

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260 REVISTA EUROPEA. DE DE 1874. N.° 9

comenzar ab ovo, y no desanimándome por ellode hacerlo, ni ocurriéndome siquiera que paraello pueda faltarme ó sobrarme tiempo, á lo cualya ha previsto y provisto el pensamiento que meguia, mostrando con irresistible verdad, en talrazón, que el tiempo real es el que hace de sí yda de sí la cosa, y en este caso yo mismo (el Ob-jetivo real Yo, y en razón de ello el subjetivo indi-vidual yo), pensando mi verdad en mi testimonioy sobrepensándola en la razón, que este mismotestimonio implica é indica, pero no prueba, nida á priori, ni define: la razón de absoluta reali-dad y verdad.

Mas este examen de conciencia, aunque verda-dero en sí, cuanto cabe serlo—como hecho-testi-monio de conciencia,— y aunque para mí abso-lutamente verdadero, y el único en mi dado yposible, y por lo mismo inómisible é insustituiblepor ningún otro pensamiento, ni aun por el pen-samiento de lo real-absoluto, no es todavía elpensar mismo en sí, ni la verdad misma en sí, bajola que yo pienso y reflejo en mí—en reflexión ra-cional—este testimonio que me doy de mi ciencia;y aunque mi testimonio es esencialmente (verda-deramente) según ella, ó es reflexivo en razón deella, ni es ella misma, ni es el pensar mismo deella, ni este pensar es aquel testimonio. Por estome añrma y confirma este tentimonio en mi con-vicción filosófica, pero ni la llena ni la prueba, nila satisface, ni la sustituye, ni menos la excluye,antes bien (y en esto prueba otra vez ad tmgwm quees testimonio de verdad) la busca con positivo,inextinguible, seguro entusiasmo racional (no conentusiasmo de la fantasía) y con cierta esperanzade verdad, sin que á ello obste la certeza, igual-mente absoluta, de que en esta vida y camino dela inteligencia el andar es eterno, infinito; bastaque sepa que no es ya el andar del Judío errante,ni el vagar aventurero, frivolo y egoísta de la fan-tasía, ni el movedizo ir y venir, sin norte nirumbo, ni principio ni fin cierto, del entendi-miento y el Idealismo abstracto. Esto basta, yaun sobra, para la seguridad de mi convicción ypara animarme en mi camino.- Otro afán y anhelo íntimo despierta en mí estaconvicción (que como hombre debo principalísi-maniente á Krause, vir plané divinus, y de quedebo dar aquí testimonio); el de comunicarla conalgunos espíritus bien dotados para el caso, y dis-puestos y libres de intereses ú ocupaciones pre-ferentes, ó de ideas enteramente hechas, cerra-das (que hayan acabado su historia intelectual).Y esto, aunque es más difícil de lo que parece,por la rareza actual de tales espíritus; por la difi-cultad de que un individuo se ponga tan en claroy libre y propio consigo, como en parte (y á lo

menos para entender y pensar en razón pura, yrazón del entendimiento, y razón' de la fantasía,y razón de la historia'misma y de la naturaleza,aun en nuestra individualidad, todo ello en uni-dad y ecuación orgánica de pensamiento y en ab-soluta libertad) es necesario para el fin; y porqueyo mismo, aunque cierto y claro en mi convic-ción, estoy aún poco ducho en mostrarla al in-terlocutor, según su individual racionalidad;todas estas gravas dificultades, juntas con laimposibilidad, en mi estado de salud, de hacergrandes esfuerzos, no me retraen de probar elcamino con tal ó cual amigo; seguro como estoy,por lo demás, que esta doctrina debe aún porlargo tiempo vivir latente y arraigándose, y aun-que se trasluzca al público (sobre todo en el exa-men crítico rigoroso de doctrinas diferentes) nodebe ni puede hablar directamente en público, ymenos en el nuestro. Es muy fuerte, muy deli-cada y muy profunda para esto; seria viciada ycorrompida, no entendida; y además no lo necesita,bastándose á sí misma en la conciencia de unhombre, como en la de dos, como en la de mil.Tiende, sin duda, á ser doctrina pública, pero enforma racional, y por sus pasos, y no de otromodo. Mas esta relación exterior no la preocupa,llevando, como lleva, en su propia verdad y vidasu tiempo y su ulterior fecundidad.—Los amigossaben ya bien esto, y obrarán conforme á ello enadelante, sin hacer gran caso del relámpago bri-llante del Ateneo (que fue hijo más bien de unaprecipitación, que propósito deliberado).

Pero esta se acaba, cuando propiamente aúnno ha comenzado, y no hay tiempo para más. Lacierro, pues, (y seguro que acordándome, comome acuerdo, de V. no faltará algún cuarto dehora para escribir de nuevo), añadiéndole que porel hilo de ésta sacará V. en parte el ovillo de loque quiero decirle; y ad virtiéndole que si pode-mos jugar con las Ideas, con la Razón no podemos,porque razón obliga; que tenga con su espírituinmensa paciencia y libertad de pensamiento; quede lo alto baje frecuentemente á lo llano y comu-nísimo y lo contrapruebe uno por otro, cada unoá su modo y según su razón, donde la unidad sedará ella misma á conocer, sin buscarla el sujeto;que siga V. su camino de cuestión y contradic-ción (el único interno y sustantivo camino de laverdad); pero que precise y razone una vez y otrasu cuestión misma; que busque, si puede, conquien hablar de vez en cuando reposadamentesobre estas cosas; y por último que se acuerdealguna vez de su afino.

JULIÁN S. DEL RIO.

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N.°9 SANZ DEL RIO. EL SISTEMA DE HEGEL. 261

NOTA SOBRE HEGELCITADA EN LA CARTA SEXTA.

Es su sistema la definición de conclusión, enclara y sistemática y universal conciencia, detoda la filosofía anterior, (incónseia ó semi-cónsciade sí en el intermedio de su acción) como segúnla ley divina de la historia debe ser y sucederantes, y para que se enlace en la legitimidad ylógica histórica (en ordenada racional continui-dad) con la Filosofía é Historia de la filosofía pa-sada, la Filosofía é Historia de la filosofía veni-nidera que comienza en y con Krause. Toda laFilosofía desde Kant vive y obra en el lúcido pre-sentimiento de la manquedad radical del prin-cipio secular hasta entonces:—el sujeto en supensamiento é idea, como principio y supuestotácito (aclarado como tal y sucesivamente hastaHegel), como medio (en supuro pensar y concebiró idear como suyo y por fuerza y virtud de purospensamientos), como fin (la convicción cerrada,conclusa, dogmática del sujeto) de la Filosofía.—Kant muestra con agudísimo y penetrante ojohasta en lo hondo y entrañas de la Filosofía, lascontradicciones insoluoles, las imposibilidadesinvencibles en que la Filosofía vive envuelta, im-plicada por su parcial y manco principio. PeroKant entiende y muestra todo esto como pro-ducto de su propio espíritu y convicción, sin sa-berse sobre esto que esa misma su concienciafilosófica, y su pensamiento era el hijo íntimo yexterior histórico también del pensamiento hu-mano fundamental y de todo el pensamiento his-tórico hasta el hecho, y pensado y expresado enconciencia y juicio severo, universal, el pensa-miento de los siglos pasados; pero no expresabael pensamiento racional de la humanidad misma,el pensamiento raciona! absoluto, el pensamientoabsoluto en su divina interioridad — sino queacercándose la historia al punto de conversión desu vida, debia desde aquel descanso más ele-vado extender la ojeada hacia los siglos pasados,verlos en perspectiva unitaria y concéntrica, á laluz serena que alumbra la Filosofía en aquellaaltura. Por eso el criticismo de Kant sacude yremueve al mundo antiguo (filosófico) sin crearnada, se encierra con sublime resignación en lascontradicciones que describe con verdad histórica.

Fiehte concluyó (y era natural la obra bajo lamisma impresión subjetiva) el Yo como absoluto,como el único medio que restaba á la Historia pa-sada de ser lógica, consecuente en lo que había he-cho á media conciencia, figurando la objetividad sinpensarla realmente ó pensando en ello realmentesu propio sujeto, no siendo conocida en la razón(en su necesidad).—Fiehte, encerrado en el mismo

círculo y principio que Kant, pero franco, cónscioy preparado por Kant, no viendo la sombra deDios, si no ha de ser más que sombra, sabiendo yaque el Dios de la filosofía hasta allí era un Dios defigura y artificio, una proyección semi-lúcida delsujeto, y estimando más el sujeto real y su in-mediata real conciencia que un Dios intelectual yabstracto, aunque fuera el Dios de todos las si-glos... pone franca y sistemáticamente el sujeto(el Yo) como el absoluto, y Dios como una re-lación moral; fuerza admirable que limpia elsantuario de la conciencia del sujeto, la pone enel caso de que si ha de dar un paso y conocer rea-lidad y conocer á Dios, ha de conocerlo con evi-dencia igual y tan necesaria como el sujeto se co-noce, y si no, no puede fundar nada, ni regir lavida. Aquí está su fuerza impulsiva, aquí su voz,que resuena en la Historia universal, sin que im-porten las acusaciones que se le hacen.

En Schelling resuena pronto y vivo este sentidopositivo y necesidad lógica, porque la historia,movida de presentimiento divino de la verdad, noanda, sino que vuela.—Schelling se arroja contoda la fuerza de la idealidad comprimida un mo-mento en el sujeto de Fiehte á concebir positi-tivamente lo absoluto. Pero así sale ello comoes la prisa y el empuje, porque preocupado conFiehte concibe primero el objeto y el absoluto,según razón de igualdad é identidad con el su-jeto (paso lógico, sin duda, aunque no bastante áresolver la cuestión, ni desatar el nudo), razónque no lleva en sí una realidad trascendental,razón que bien mirado toma su fuerza del sujetoy viene fácilmente á recaer en la idealidad an-tigua^íazon que no comienza la obra en el sujetomismo, en racionalizarlo, en referirlo en el mismo,sin salir en la esencia de él, antes bien, afirmán-dolo, confirmándolo en el mismo, á su razón ne-cesaria de sor, y por tanto como tal razón nece-saria, superior á su mera subjetividad, la cualsin esta razón y racionalización de ella misma,no pasa de ser una posición pura, un Yo que sepone, un Yo ponente y puesto, sabiente y sabido,y no es un principio positivo racional de ciencia,no da paso de sí á nada, es un nudo, puro, abso-luto Yo.

Hegel, cuya Filosofía toda es Filosofía de laHistoria, ¿qué otra historia podia sintetizar másque la pasada?

Hegel diciendo: el Ser, la realidad, es el pensa-miento, la idea, y no la idea de la realidad, sinoabsolutamente la Idea, es pensar esencial, vivoy activo; fórmula con conciencia y en forma ló-gica sistemática, el fundamento incónscio detodos los siglos pasados filosóficos y la conclu-sión legítima histórica de todos ellos, de toda la

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262 REVISTA EUROPEA.—26 DE ABRIL DE 1 8 7 4 . N.°9

Historia pasada de la Filosofía; j en esto está sualto sentido y valor insustituible y su legitimi-dad histórica, y está muy señaladamente el ca-rácter interno de este sistema de subjunciones,absorciones y resoluciones ideales que es el co-razón y la pulsación vital del Hegelianismo, yen él está el carácter qué él mismo llama y pro-clama de positivismo y conciliación superior his-tórica y sintética, y por esto es la definición deconclusión, la llave maestra de toda la historiapasada de la Filosofía. Porque toda esta Historia,fundada en el absolutismo subjetivo, mira almundo y lo conoce y recorre con el medio sub-jetivo de un pensar ideal puro que él cree quees el pensar subjetivo-real (y en esto yerra y nose conoce), y con la pura fuerza de su concepto éidea sin dar un paso más allá (en la esencia) nimás alto. Pero hacs esta obra mal é irregular-mente, como sin la conciencia clara de lo queliace ni de su principio. Y Hegel hace esta obracon el mismo principio, el pensamiento puro, laidea, con conciencia y sistema, y sólo por lafuerza formal del enlace (la lógica) y no por otrafuerza, alcanza á sujetar toda la realidad: Dios,la naturaleza, el espíritu á la unidad (formal)del pensamiento, que es lo más grande, lo máspoderoso que puede hacer el pensamiento hu-mano con sus solas fuerzas y sin más mediotrascendental y divino que el de la lógica, lógicatormal, no real, subjetiva, no objetiva, por másque Hegel lo diga, porque en vez de adecuarseesencialmente al objeto, sujeta ésta el objeto á si,lo liquida, lo resuelve en sí; y esto no es ser obje-tiva sino objetiva-bajo-subjetiva; y esto no es re-solver la cuestión, sino forzarla.—Pero comoquiera, la lógica, aun seca y formal como es,tiene, si es sistemática y por esto, una virtuddivina, y es el más íntimo y puro reflejo de laverdad real y de Dios, y es capaz de asemejarel pensamiento humano al divino, más, mejor ycon más seguridad que las categorías de Sche-lling.

A pesar de la contradicción en la escuela, de ladesarmonía entre naturaleza y espíritu, de laabsorción de la individualidad, de la negaciónde todo principio de inmanencia, de la desesti-ma del sentimiento y la vida como algo real sus-tantivo, Hegel es el hijo gigante, el parto de lossiglos filosóficos, y fascinará aún largo tiempo almundo.—También es hijo del cristianismo encuanto idea abstracta que reflej a la objetividad (enel corazón y la fe y la voluntad), pero sólo enHegel la refleja conscientemente; pero no la co-noce y reconoce, y se conoce en, por y medianteella; no la sabe con la ciencia racional de la ob-jetividad misma, y por tanto no se reconoce á sí

mismo en toda su verdadera enfundamentalrazón objetiva, como objeto también racional yreal, en razón del objeto absoluto, de Dios, quees el derecho, el firme, el fundamental, el ra-cional, el armónico modo de conocer. Esto no lohace Hegel, más bien niega esto; pero negándoloen principio, acerca más su principio al prin-cipio negado; contradiciéndolo radicalmente estámás cerca de él...

Febrero, 1862.

LA MUERTE DE GARCILASO,DRAMA LÍRICO.

PERSONAJES.

GARCILASO DE LA VEGA.

CONSTANZA, SU esposa.CARLOS V.

LARA, capitán de los tercios españoles.Soldados del Emperador.—Campesinos.— Campe-

sinas.—Monjes.—Hombres y mujeres del pue-blo.— Caballeros.

La escena del primer cuadro es en un sitio campestre del Mediodía deFrancia, inmediato á la villa y castillo de Frejus: la del segundo, enNiza.—Año de 1856.

ACTO ÚNICO.

CUADRO PRIMERO.

Pintoresco y vasto campamento de las tropas del Emperador.—A la

izquierda del fondo, y muy lejos, se divisan algunas casas de la villa de

Frejus.

ESCENA PRIMERA.SOLDADOS.—Luego LARA.

(Los soldados aparecen formando grupos y hablando con calor é interés.

SOLDADOS.

¡Torpe vergüenza!¡Duro rubor!

¡Que á campesinos luego no venzaNuestro caudillo y Emperador!

(Viendo venir á Lara.)

Mas aquí se acerca airadoLara, el bravo capitán:

Él dirá lo que hubiere pasado;Pues el trance es que un puñado

De villanos burlándole están.(Rodean á Lara que sale en ademan preocupado.)

LARA.

¡Mudable es la fortuna!. Después que honor y gloria

Sobre la Media LunaNos dio tanta victoria;

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N.°9 ARNAO.—LA MUERTE DE GARC1LASO. 263

Hoy de Frejus la torre,Que nadie ya socorre,Nos cubre de baldón;Pues, viendo el fin que aguarda,Resiste á la bombardaQue truena en ronco son.

Labriegos tiene por defensores,Pero soldados parecen serQue las fatigas y los rigoresDe la campaña pueden vencer.

SOLDADOS.

Será fuerza domeñarlos,Pues deshonra fuera verQue del cetro del gran CarlosHumillasen el poder.

LARA.(Tratando de sosegar su indignación.)

Calmad esa impacienciaDel belicoso ardor:Hoy quedarán rendidosAntes que muera el sol.

SOLDADOS.

¿Y cómo...LARA.

Que cien hombresDe arrojo y decisiónPresto al asalto subanQuiere el Emperador.

UNOS SOLDADOS.

¡Bravo! Seré uno de ellos.OTROS.

También me ofrezco yo.LARA.

Y para insigne jefeDe tan heroica acción,Brindóse Gareilaso,Y al punto le nombró.

SOLDADOS.(Dando muestras de gozo y entusiasmo.)

¡Garcilaso? ¡Victoria segura!Palma insigne sabrá conquistar;Que, si es vate de amor y ternura,Es temido guerrero sin par.

LARA.

La refriega será prueba duraDel que anhele con honra lidiar:Quien pretenda medir su bravuraVuele al punto, la muerte á buscar.

(Los soldados se van apresurados por diversos puntos del fondo.—Garcilaso sale por ia izquierda.)

ESCENA II.LARA.—GARCILASO.

GARCILASO.(Á Lara que va á seguir á los soldados.)

Detente, Lara amigo.

LARA.El noble Garcilaso ¿qué rae ordena?

GARCILASO.

Que al asalto mortal vengas conmigo.LARA.

Iré. Mas ¿cómo tristePareces cuando hay lid? ¿Cuál es tu pena'!

GARCILASO.

Siempre, Lara, me visteTranquilo ir á la muerte:Hoy temo la mudanza de la suerte.

LARA.

¿Qué dices?GARCILASO.

Sí, mi esposa,Mi querida Constanza,Incauta y valerosa,Y en alas del amor que á todo alcanza,Hoy llega al campamento.

LARA.

¡Fatalidad!GARCILASO.

(Triste.)

Que moriré presiento.LARA.

(Animándole.)

¡Morir? No tal.GARCILASO.

(Indicándole que parta.)

Pero... la gente apresta.LARA.

Al punto voy.(Yase por la izquierda.)

v* ESCENA III.

GARCILASO.-Á poco CONSTANZA.

GARCILASO.Sí, ve. Mas... «,desvarío?

(Volviéndose y mirando hacia la derecha.)

¡Oh Dios! ¡Constanza es ésta!(Sale Constanza.)

COMSTANZA.

Yo soy, tu esposa fiel, esposo mió.(Arrójase en sus brazos. Garcitaso queda unos momentos como

anonadado.)

GARCILASO.

¿Por qué, mísera, quisisteVer los campos de batalla?

CONSTANZA.

Por calmar mi pecho tristeQué de afán muerto se halla.

(Con expresión de tristeza y terror.)

¡Era una noche lóbregaComo la suerte mia!Sola, mis mudas lágrimas,

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264 REVISTA EUROPEA,—26 DE ABRIL DE 1 8 7 4 . N.° 9

Pensando en ti, vertía;Cuando veloz el vientoTrajo remoto acento,Y el alma ver creyó...Que en lid donde espirabasDoliente me llamabas,Estando lejos yo.

Y, de mortales congojas llena,Ciega á tu lado quise venir;Diciendo el alma con honda pena:« Quiero, si muere, verle morir.»{Garcilaso la escucha con expresión de gratitud.)

GARCILASO.

¡Tierna Constanza mia!¡Flérida en dulce dia!

Es tan noble y profundo tu amor,Que tu locura olvido,Y hasta perdón te pido,

Sin poderte culpar mi rigor.CONSTANZA.

Hoy vas á lid de muerte,Mas no temo la suerte

Si me encuentro cercana de ti;Que en la lucha homicidaVelaré por tu vida

Suplicando á los cielos aquí.GARCILASO.

(Con esperanza de triunfo.)

Fortuna risueñaMi egida será.

CONSTANZA.

Del triunfo la enseñaTu mano alzará.

(Á DÚO.)

GARCILASO.

Si la fuerza de mi espadaCarlos hoy por dicha ve,Luego en lira enamoradaTu nobleza cantaré.

CONSTANZA.

Si del áspera jornadaRetornar mi amor te ve,Luego en lira apasionadaCantarás mi ardiente fe.

(Comienza á oírse uaa marcha militar, por el fondo, izquierda. Garcilasoy Constanza miran en dicha dirección. Cuando lo marca el diálogo apa-

rece Carlos V, seguido de algunos capitanes.)

ESCENA. IV.DICHOS.—Luego D. CARLOS.

GARCILASO.

Constanza, aquí vieneNuestro Emperador.

CONSTANZA.

Temo su presencia.GARCILASO.

No la temas, no,

Porque sus bondadesGrandes, cual él, son.

DON CARLOS.

Salud, Garcilaso.(Con extraüeza.)

¡Una dama!..CONSTANZA.

(¡Ay Dios!)GARCILASO.

(Inclinándose, así como ella, ante el Emperador.)

Ante vuestra plantaRendido ¡oh señor!Os pido por ellaDisculpa y perdón.

DON CÁRLOÍ.

¿Quién es?CONSTANZA.

Soy su esposa.GABCILASO.

Trájola su amor,Creyendo en las lidesSer mi salvación.

DOH CARLOS.(Muy cortés.)

Bienvenida. Alzaos:(AGarcilaao.)

Te quiere, por Dios.(A Constanza.)

Merecéis por nobleQue os admire yo.

(Con acento de conmiseración.)-

En instante fatal venís, señora,Cuando un asalto debe comenzarEn que el esposo fiel que en vos adoraVa su sangre tal vez á derramar.

CONSTANZA.

Nada temo que en bárbara peleaHoy su sangre leal pueda verter,Con tal, señor, que en vuestra gloria sea,Y que á su lado yo le pueda ver.

GARCILASO.

Hoy cual nunca mi acero está empeñadoEn quedar en la lucha vencedor,Pues al par que los lauros del soldadoTengo la dulce palma del amor.

DON CARLOS.(Indicando a Garcilaso que parta.)

Vé, pues: fortuna y brío:La gente á partir va:Bajo el amparo mióConstanza quedará.

(A TRBS.)

GARCILASO.(Al Emperador.)

Por esa nobleMerced notoria,

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N.°9 ARNAO.—LA MUERTE BE GARCILASO. 265Con ansia dobleBusco la gloria.

(A ella.)

Tierna Constanza,Piensa en los dos:Ten esperanza:¡Oh esposa, adiós!

CONSTANZA.

(A Garcüaso.)

Tu diestra nobleTendrá victoria,Y en premio dobleDichas y gloria.Dulce esperanzaMándeme Dios:Piensa en Constanza:¡Oh esposo, adiós!

DON CARLOS.

(A Garcilaso.)

Tu ardor redobleBuscando gloria:Te guarda noblePremio la historia.Ve que se alcanzaSólo por Dios:¡Buena esperanza!;Oh bravo, adiós!

(Garcilaso se va por la izquierda de! fondo.—D. Carlos, acompafiando áConstanza, por la derecha.—La escena queda sola unos momentos.—Empieza a oírse el fragor del combate.—Por diversos puntos salen sol-dados, campesinos y campesinas, que figuran ir observando los aconte-

cimientos del mismo.)

ESCENA V.

SOLDADOS.—CAMPESINOS.—CAMPESINAS.

USOS.

Ya comenzó el combate.OTROS.

La lucha es ruda y fiera.UNOS.

Mi pecho ardiendo late.OTROS.

¡Oh quién allí estuviera!TODOS.

Sin temor á mortíferas balas,En los muros pusieron escalas:Los guerreros trepando se ven.Garcilaso camina el primero:Ya en la torre fulgura su acero:Sus valientes le siguen también.

(Transición.—Con espanto y dolor.)

Mas... ¡oh! ¡Negra suerte!Si el triunfo alcanzó,

Por manos infames herido de muerte,De aquellas almenas al foso cayó.

(Pausa.—Todos quedan aterrados. El Emperador sale con visibles se-ñales de preocupación y disgusto.)

ESCENA VI.DICHOS.—D. CARLOS A poco, LARA.—Despuea CONSTANZA.

DON CARLOS.

¡Oh victoria funesta!¡Oh memorable, mísera jornada!¡Cuál tu gloria me cuesta!Con la sangre preciadaDel soldado mejor está manchada.

(En tono imperativo.)

¡Sus! volad, los caballeros,Y traed al punto acáAl que es ñor de los guerrerosQue de muerte herido está.

(Algunos se van.)

LARA.(Saliendo por la izquierda.)

Noble César, la victoriaGarcilaso encadenó.

DON CARLOS.

Mas la prez de tanta gloriaCon su sangre al fin selló.

CONSTANZA.(Por la derecha y afligida.)

¿Es verdad, señor, la nuevaQue mi pecho hirió cruel?

DON CARLOS.

¡Sí, Constanza!CONSTANZA.

¡Ruda pruebaQue hace Dios del alma fiel!

(D. Carlos mira con interés hacia el punto por donde se fue Garcila&o.Constanza quiere marchar en dicha dirección, pero le faltan las fuerzas.)

DON CARLOS.

Mas.., aquí viene.CONSTANZA.

Le traen... si...¡Fáltanme fuerzas!¡Hora infeliz!

(Garcilaso, herido, sale apoyándose en varios soldados.)

ESCENA Vi l .DICHOS.—G ARC1L ASO.

GARCILASO.

Invicto César... adorada esposa...Mis momentos ds vida fatigosa

Ya contados están...La lira do cantó mis ansias fieles,La espada que ganó tantos laureles...

Conmigo... morirán...CONSTANZA.

(Con desesperación.)

¿Le escucho y vivo?¡Pecho cruel!Si aquí no muero,Nunca le amó!

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266 REVISTA EUROPEA. 2 6 DE ABRIL DE 1 8 7 4 . N.° 9

DON CARLOS.(A Garcilaso.)

¡Oh! no desmayes:Á Niza venDonde la cienciaSalud te dé.

En este momento entra un grupo de soldados y se dirige al Emperador. \

ESCENA VIII.

DICHOS.—OTROS SOLDADOS.

SOLDADOS.Noble César, los villanosPrisioneros tuyos son;

Y á la muerte ya cercanosGracia piden y perdón.

DON CARLOS.(En un rapto de cólera.)

Todos perezcan.GARCILASO.

(Suplicante.)

¡Ah!... ¿Qué escuché!¡Piedad con ellos!

DON CARLOS.(Con entereza.)

No, por Luzbel:Tu sangre pideSangre verter:

(A los soldados.)

A nadie, á nadie,

Perdón se dé.( i CUATRO.)

DON CARLOS.

Quien así mis banderas ha honradoSin venganza no puede quedar:¡Lauro eterno al valiente soldado!¡Palma eterna al poeta sin par!

CONSTANZA.

Dios clemente, que así laceradoVes mi pecho por hondo pesar,Si su instante postrero ha llegado,Haz que pueda con él espirar.

GARCILASO.(Con entrecortado acento.)

Combatí como noble soldadoPrez y gloria queriendo lograr;Mas mi fin... ¡oh Constanza!... ha sonado:Pronto muerto... me habrás de llorar.

LARA.

Es ilustre y heroico soldado:Es poeta de dulce cantar:¡Digno amigo del rey afamadoCuyo nombre hace al mundo temblar.

CORO GENERAL.Si es el uno valiente soldado,Es el otro monarca sin par:

Garcilaso cual fuerte ha luchado:Carlos sabe cual juez castigar.

(Varios soldados, sosteniendo á Garcilaso, se dirigen hacia la derechadel fondo. Los demás personajes les siguen.)

CUADRO SEGUNDO.(irán plaza de Niza.—Algunos de sus balcones y ventanas aparecen

enlutados.—Es la hora de ponerse el sol.

ESCENA ÚNICA.HOMBRES y MUJKRES del pueblo.—Luego, SOLDADOS.—

CONSTANZA. — MONJES. — GARCILASO. — DON CARLOS. —CABALLEROS.

(Por diversos puntos, y poco á poco, van saliendo hombres y mujeresdel pueblo, en ademan de aguardar algún suceso.—La orquesta preludia

tristemente.)

MUJERES.

Hondo lamento,Voz de agonía,Fúnebre acentoPide este dia.

HOMBRES.

Murió el noble Garcilaso,Timbre del suelo español:Baja y vélate en ocaso;Nunca tornes, claro sol.

(Óyese una marcha fúnebre, cada vez mas cerca. Luego empieza á des-filar, cruzando por el fondo, una ordenada comitiva, compuesta de sol-dados y monjes; éstos con hachas encendidas. Cuatro de aquellos, sus-pendiéndole en sus manos, sacan una especie de lecho, 6 angarillas, enque se ve difunto á Garcilaso, cubierto el medio cuerpo inferior con emanto de Calatrava.—Cuando están hacia el centro, se para» brevesmomentos, porque sale Constanza, enlutada, y arrodillándose ante elcadáver, coge apasionadamente una de sus manos.—Cierra el cortejo

el Emperador, seguido de caballeros y pueblo.)

CONSTANZA.(Con extremo dolor.)

¡Ay mi bien! Tus ojos cierraSueño que no ha de acabar...¡Duerme tú, que yo en la tierra

Quedo viviendo... para llorar!(Vuelve á marchar el cortejo.)

MONJES.

De profundis clamavi ad te, Domine:Domine, exaudí vocem meam.

(Los hombres y mujeres que estaban en la plaza se inclinan en señade respeto.)

CORO GENERAL.

Ya sus despojos que yacen yertosCubra la tierra con su piedad:¡Luz á los vivos, paz á los muertos!

¡Señor, piedad!(Corístanza permanece arrodillada. El cortejo fúnebre desaparece.)

ANTONIO ARNAO,

de la Academia Española.

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N.°9 J . THOULET. EL TERRITORIO DE MONTANA. 267

EL TERRITORIO DE MONTANA.

La expedición científica enviada hace poco tiempopor el gobierno anglo-americano, bajo la direccióndel geólogo M. Hayden, ha descubierto y exploradoun nuevo territorio, una región volcánica que, sin te-mor de exagerar, puede calificarse de maravillosa.Este descubrimiento ha causado profunda emoción enla República norte-americana, y nuestro trabajo tienepor objeto dar á conocer el resultado de las explora-ciones de M. Hsyden. Describiremos á grandes ras-gos la geografía del territorio de Montana, recordare-mos las principales exploraciones que sucesivamenteen él se han hecho, y procuraremos dar idea de la re-gión volcánica del Yellowstone, situada en el naci -miento de este rio, extendiéndose, en parte, sobreel territorio de Wyoming, y en parte sobre el deMontana.

Montana es, á excepción de Alaska, el territorio delos Estados-Unidos más recientemente organizado.Encuéntrase entre el 48 y 49 paralelo Norte, y el 104y 116 meridiano Oeste de Greenwich, limitado alEste por Wyoming y Dacota, al Norte por las posesio-nes inglesas, y al Oeste y al Sur por Idaho; compren-de una superficie de 145.776 millas cuadradas, siendosu extensión de unas SbO millas de Este á Oeste, y 180de Norte á Sur. Está dividido on dos porciones des-iguales por la cordillera de las montañas Pedregosas,que forma su frontera Sudoeste desde el límite Oestedel Wyoming hasta la intercesión del 48° 40' de lati-tud Norte y 114° de longitud Oeste. En este punto lacordillera se inclina hacia el Este, dirigiéndose des-pués al Norte en una extensión de 20 grados hasta lafrontera septentrional del territorio. La quinta partepróximamente de la superficie total <le Montana, per-tenece á la vertiente del Pacífico, y la cruzan las aguassuperiores del rio Columbia. Las otras cuatro quintaspartes, regadas por el Missouri y sus afluentes, cor-responden á la vertiente del Atlántico. Desde la em-bocadura del Yellowstone hasta las cimas de la cordi-llera de Bitter Foot, dos quintas partes constituyenuna región montañosa, y las otras tres consisten engrandes y abiertas llanuras que se extienden hacia elEste. El terreno montañoso occidental tiene probable-mente 17S millas de ancho. Además de los montesPedregosos y Bitter Foot, existen algunos menos im-portantes por el lado del Este, que influyen en el sis-tema hidrográfico y en la dirección de los principalesvalles. Hacia el ángulo Noroeste del Wyoming, cercadel punto donde la cordillera de los montes Pedrego-sos sale de este territorio, se encuentra lo que pareceser el núcleo central de esta región y aun i'e toda laAmérica del Norte, naciendo allí los ríos Big Hora,Yellowstone y Madison, afluentes del Missouri; Snake,afluente del Columbia, y Green, afluente del Colorado.

Las montañas de Montana son menos irregularesque las que forman la planicie del Colorado. Aunqueen algunos puntos se encuentran agudos picos, engeneral las pendientes están más unidas y el relievemenos destrozado. Las alturas son también menoresque en Colorado y Wyoming, y que en Nuevo Méjico,ülah y Nevada. La elevación media del territorio esde unos 4.000 pies sobre el nivel del mar.

Montana puede dividirse en cuatro regiones, pose-yer.do cada una su sistema hidrográfico distinto y suslímites bien definidos. La sección Noroeste se extien-de entre las montañas Pedregosas y las Bitter Foot: lasección meridional está regada por tres brazos delMissouri, es decir, por los ríos Jefferson, Gallatin yMadison, todos los cuales se reúnen en un punto cer-ca de la ciudad de Gallatin. El Yellowstone riega lasección Sudeste, y la septentrional comprende losvalles del rio Milk y del Missouri y las grandes llanu-ras adyacentes.

La temperatura de este pais difiere según la sec-ción. Sin entrar en detalles sobre este punto nos limi-taremos á decir que el clima es templado, y los invier-nos generalmente bastante dulces. Hay, sin embargo,algunas veces cambios bruscos, y en el inviernode 1864 á 68, el termómetro Farenheit descendióá 34 grados bajo cero. Esto es excepcional; en 1868y 1869, las observaciones termométricas ejecutadascon el mayor cuidado, han dado 41°,6 Farenheit du-rante la primavera, 69°,7 en el verano, 43°,1 en elotoño y 19°,9 en el invierno. Esta temperatura haceel país excelente para la cria de ganado. La yerbacubre, no sólo las llanuras y las praderas, sino tam-bién los flancos de las montañas. El ganado vacuno ylos caballos pasan el invierno sin abrigo, y encuen-tran con ><pió alimentarse sin necesidad de que los ga-naderos hagan provisiones de forraje.

A mediados de 1871 el gobierno confió á M. Hay-den la misión de explorar metódicamente el Montana,recomendándole que dirigiese sus investigaciones ha-cia las fuentes del rio Yellowstone. Esta región habiasido ya reconocida, y lo que refirieron los primerosexploradores causó grande y profunda admiración alpúblico americano. Esperábase recolectar amplia co-secha de descubrimientos científicos, y la esperanzano salió fallida. De su segunda expedición en el vera-no de 1872, ha vuelto M. Hayden con una serie deinformes y de vistas fotográficas que permiten clasifi-car la región indicada entre las más maravillosas delmundo. Este geólogo se encontraba, mejor que nin-gún otro, en situación de dirigir aquellas exploracio-nes científicas. En 1856 formaba parte de la expedi-ción, que bajo el mando del general C. K. Warren,estudió el curso inferior del Yellow3tone. Admirado elgeneral por lo que decían los guias y los indios, pro-yectó un segundo viaje, que fue ejecutado en 18b9y 1860 por el coronel William F. Raynolds, al cual

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268 BEVISTA EUROPEA. 2 6 DE ABRIL DÉ 4 8 7 4 . N.° 9

acompañó como geólogo M. Hayden; pero los esfuer-zos del coronel Raynolds para traspasar las cimas ne-vadas de Windriver mountains, fueron desgraciada-mente infructuosos. Durante el verano de aquel mis-mo año de 1860, algunos atrevidos exploradores, álas órdenes de los señores Cook y Folsom, subieronal valle dé Yellowstone hasta el lago, y atravesaron lasmontañas que le rodean, entrando en la cuenca de losgeiseres del Madison.

Una expedición dirigida por el general Wahsburn,exploró en 1870 los alrededores del lago Yellowstone,publicándose las relaciones de dos de los que en ellaiban, los señores Langford y subteniente Doane. Unasegunda brigada, á las órdenes del coronel J. W. Bar-low y del capitán D. P. Heap, reconocía al mismotiempo rápidamente el terreno. Todo estaba, pues,preparado para el estudio sistemático y completo queM. Hayden ha llevado á feliz término.

M. Hayden salia de la ciudad de Ogden, en el Utah,en 1.° de Junio de 1871, y comenzaba su exploraciónacompañado de muchas personas entendidas, prácticasy artistas; á saber, un agricultor, un entomólogo, untopógrafo, un pintor, un fotógrafo, un meteorólogo,un botánico, un minerálogo, un médico y un zoólo-go, ayudados cada cual de ellos de una ó varias perso-nas. Así proceden los Estados-Unidos, sobre todo mo-dernamente, para examinar una región nueva; demodo que cuando la expedición encargada de explo-rarla vuelve, está completamente conocida, habiendohecho el mapa, estudiado el clima, los recursos in-dustriales ó agrícolas, la fauna, la flora y la geología.El país que era de la naturaleza, es del hombre, y laconquista se ejecuta, no al precio de sangrienta guer-ra, sino luchando contra la naturaleza, único combateverdaderamente digno del hombre, única batalla glo-riosa á la vez para el vencedor y el vencido.

Al salir de Ogden siguió la expedición la orilla delgran lago salado hasta Willard city, dirigióse á lolargo de la cordillera de los montes Wasatch hastaCache valley; subió por este valle y llegó á la líneaque separa las aguas del rio Snake de la cuenca dellago Salado. Volvió á bajar por March creek hasta elrio Snake y Port Hall. En aquel punto se detuvo dosdiias. Siguió después la rula hasta Virginia junction, éimclinándose al Oeste atravesó el Blacktail Deer creek,cerca de su nacimiento, y llegó á la ciudad de Virgi -nia. Tomando por fin la dirección del Este, los expedi-cionarios atravesaron el rio Madison y llegaron al fuerteEllis, al principio del valle Gallatin. La línea del Pa-cific-railroad quedaba desde entonces unida geográ-ficamente á la cuenca del Yellowstone. Desde el fuerteEllis, M. Hayden continuó marchando hacia el Este,atravesó la linea de montañas, cuyas vertientes envianlas aguas, una al Atlántico por los rios Yellowstone yMissouri, y otra al Pacífico por el Snake y el Colum-bia. En Bottler's Ranch eslablecieron un campamento

permanente, logrando así desembarazarse de la ma-yor parte de los bagajes y ejecutar una serie regularde observaciones meteorológicas que duraron seis se-manas. Subieron después al valle del Yellowstone yestudiaron los notables manantiales calientes del rioGardiner, de Grand Cañón y Tower falls, las casca-das inferior y superior del Yeliowstone, demarcaronla topografía de todos los grupos de manantiales mi-nerales, y llegaron al lago de Yellowstone, que fuesondeado en todas sus partes. A lo largo del brazooriental del rio Madison examinaron el valle FireHole, determinaron la demarcación de las dos cuen-cas de geiseres, y volviendo por el rio Fire Hole,exploraron varios lagos, entre ellos el Madison y elHeart. Terminado este estudio, pasaron por Pelicancreek, siguiendo el brazo oriental del rio Yellowsto-ne, y volvieron á Bottler's Ranch el 28 de Agostode 1871. No quedaba más que unir toda esta topo-grafía con los trabajos ejecutados por el coronelRaynolds en 1860. Al llegar á Evanston en el Pacific-railroad, habia terminado la expedición.

Como la relación detallada de los resultados de esteviaje traspasaría mucho los límites que nos hemospropuesto dar á este artículo, tomaremos la expedi-ción desde el momento en que abandonaba á Bottler'sRanch. El viaje era desde entonces verdaderamenteinteresante. Se salia de una región ya estudiada paraentrar en otra casi completamente desconocida; seiban á ver maravillas únicas en el mundo, y M. Hay-den debia ser el primer sabio que estudiase aquellosgigantescos geiseres, aquellas fuentes termales, aque-llos macalubas, fenómenos volcánicos; en comparaciónde los cuales, los de Islandia y de Nueva Zelanda, lastierras hasta ahora clásicas de los volcanes, pierdencasi toda su importancia. Recorrer un país descono-cido está al alcance de todo el mundo. Para ello sólonecesita el viajero corazón bien templado y vigorosocuerpo, dones menos excepcionales de lo que gene-ralmente se cree. Además, dado el primer paso en lasoledad, es más fácil avanzar que retroceder; pero esraro tener como M. Hayden la fortuna de admirar elprimero las más grandiosas manifestaciones del poderde la naturaleza y abrir una nueva vía, no sólo á lacuriosidad humana, sino también ala ciencia.

Dejando tras sí la cuenca lacustrel situada por de-bajo del segundo cañón del Yellowstone, y subiendo elcurso del ria, la expedición entró en el segundo ca-ñón abierto por las aguas, al través de una línea deelevadas montañas. Esta abertura ha sido evidente-mente producida por una grieta de origen volcánico,que las aguas después han regularizado y pulido.Ambas márgenes del rio se elevan verticalmente, lade la izquierda á 800 pies, la de la derecha á una al-tura que varia de 1.000 á 1.200 pies. Este cauce deunos cinco kilómetros de largo, permite observar laestratificación de la monlaña. El núcleo eslá formado

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*;.N.° 9 J. THOULET. EL TERRITORIO DE MONTABA. 269

por un granito gneisico; por debajo se encuentrancapas donde predomina el cuarzo y el feldespato, ycuyas partes inferiores tienen la apariencia de ungneis negro y micáceo. Las facetas de estas rocas separecen tanto á las de las rocas de los distritos aurífe-ros del Colorado, que M. Hayden parece dispuesto áadmitir la existencia de minas de oro en la región delYellowstone. El suelo está sembrado de escombrosvolcánicos de variados colores: por diferentes puntoshay espacios cubiertos de verde yerba que hace resal-tar el tinte rojizo de las cimas dé los primeros estri-bos de la montaña. A lo lejos, y por el lado del Este,Emigrant peak eleva hasta las nubes su altiva cima áuna altura de 10.628 pies sobre el nivel del mar.

Saliendo del segundo canon se sube por el flancodéla montaña Cinnabar al sitio llamado Devil's slido,espacio de unos ISO pies de ancho, rodeado lateral-mente por dos diques de SO á 200 pies de altura, ycuya formación es de cuarcita gris amarillenta el unoy de basalto el otro. Entre los dos diques, el terrenoformado por pizarras lentamente carcomidas por losagentes atmosféricos, está cubierto de peñascos caidosde las montañas, y por medio de las cuales crecenalgunos picos. El viajero cree encontrarse ante uno deesos monumentos druídicos, que en Europa se llamancorredores de hadas; pero el monumento es verdade-ramente gigantesco, como todo lo que no han tocadolos hombres. Los romanos llamaban al África tierra demonstruos, y con más razón pudiera llamarse á Amé-rica tierra de gigantes; pero como las consideracionesde orden físico y moral necesarias para probar estacalificación nada tienen que ver con la geología y lageografía, prescindiremos de ellas.

Los expedicionarios habían franqueado el segundocañón y admirado Devil's slide, cuando encontraroná su derecha la embocadura del rio Gardiner, quevierte sus aguas en el Yellowstone. Subieron por esterio, y andadas algunas millas por la orilla izquierdaencontraron la primera cuenca de fuentes termales.Este grupo forma parte de las montañas Wüte, yéntrelas fuentes sólo hay corto número actualmenteen actividad; pero si los fenómenos que presentan noproducen en el viajero admiración comparable con losde las fuentes situadas más arriba, en el curso del Ye-llowstone y en la cuenca del Fire Hole, su calma re-lativa permite al sabio estudiarlas más detalladamente.Junto al rio se eleva una colina á unos 200 pies sobreel nivel de las aguas. Sus laderas están en forma degradas que sirven de base á una serie de cavidades ócunetas, cuyo tamaño varía desde algunas pulgadas áseis ú ocho pies de diámetro, y cuya profundidad espor término medio de uno ó dos piós. Forma la cimade la colina una gran terraza plana de 1H0 pies, com-pletamente cubierta de manantiales. El agua cargadade cal, de sodio, de aluminio, de magnesia y de ácidocarbónico, sale á borbotones de los manantiales y se

vierte por las laderas de la colina; precipitándose enlas cavidades que llena, adorna sus orillas con festo-neadas excrecencias, nacaradas perlas, estalactitasblanquísimas: y cayendo de grada en grada, se subdi-vide en millares de chorros, formando cada uno deellos una cascada, corriendo, en medio de una nubede vapor, que la brisa hace ondular graciosamente, yreuniéndose por fin en un arroyuelo que desembocaen el rio Gardiner. La limpieza de esta agua es tangrande, que se ven á una profundidad considerablelas paredes adornadas de corales de los conductos pordonde sale á la supsrflcie. Estos variados conductos,que constantemente modifica una tinta azulada, re-flejo del cielo, producen encanto y admiración. El le-cho del arroyuelo está revestido de una débil vegeta*cion compuesta de diatomaéas de los géneros Pame-lla y Oscillara, cuyos tallos, temblando siempre porla acción de la corriente que los baña, se cubren len-tamente de materia incrustante, pierden poco á pocosu tinte verde, y presentan entonces el aspecto derica alfombra de terciopelo con sedosos y brillantesreflejos. La tierra es en general de color blanco mate,pero en algunos sitios tiene color escarlata, verde óamarillo. El agua que sale de los manantiales á latemperatura de ebullición, pierde su calor á medidaque se aleja, llenando las cavidades, de modo que losviajeros pueden tomar baños termales en pilas natura-les y á temperatura más órnenos alta, según las gra-das que suban. A la derecha, viniendo del rio Gardi-ner, se eleva un cono de unos 80 pies de altura y de20 pies de diámetro que, por su vaga semejanza conun gorro frigio, ha recibido el nombre de Libertycap. Es el último resto de un geiser apagado. Duran-te larga serie de siglos el agua se lia elevado allí conenergía «nsiderable, y depositando las sales que lle-vaba en disolución, ha construido su cráter, capa porcapa. Después ha llegado un dia en que, extenuadapor su propia potencia, ha cerrado el orificio por don-de salia, dejando de brotar. Los manantiales cambiancontinuamente de sitio; algunos se agotan, otrosaparecen por nuevos puntos. Por todos lados se des-cubren antiguos conos, cuyas gradas ha borrado eltiempo, y cuyo interior hueco sirve hoy de refugio álas fieras y á los murciélagos. Sus formas varían; al-gunos están orgullosamente de pié, otros caidos, rotosy arruinados. Alrededor de los manantiales, que for-man un vasto circo, las laderas de las montañas es-tán cubiertas de peñascos de basalto de color pardo,que resalta entre el verde de los pinos y de las pra-deras.

M. Hayden y sus compañeros abandonaron el rioGardiner, y tomando la dirección del Oeste, volvieronal Yellowstone que les servia de base de operaciones,atravesando la montañosa cresta que separa la cuencade ambos rios. Entraron en una región cruzada y cor-tada en diversas direcciones por arroyos afluentes del

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Yellówstone. Surcan allí el terreno estrechas gargan-tas y hondísimos cauces, y al través de las rocas infe-riores se elevan perpendicularmente diques de basal-to: en algunos sitios se han roto en fragmentos, que-dando en seguida cementados con una toba volcánica,y constituyendo así una brecha que las aguas hanabierto y recortado en forma de columnatas, pórticosy ogivas, presentando el aspecto de una catedral gó-tica en ruinas. Un arroyo, el Hot Spring, se precipitaen el Yellowstone, y en su confluencia el agua hir-viendo surge por los terreros, levanta y ahueca el lo-do, le rompe y emite espesas nubes de vapores. Enlas inmediaciones, los escarpes del terreno son ó decolor negro aterciopelado, á causa de un depósito dematerias carbonosas procedentes del desprendimientodel hidrógeno sulfurado ó carburado, ó amarillos porel azufre, ó grises por la presencia del carbonato decal y del carbonato de hierro. Uno de los rios de estaregión, el Tower, nace en medio de las montañas quedividen los valles del Missouri y del Yellowstono. Du-rante 10 millas corre por un cauce tan profundo, te-nebroso y horrible, que se le da el nombre de De-vil's den (la guarida del diablo). Inclinándose y miran-do al interior del precipicio se ve el rio, como unhilo de plata que salta cubriendo de espuma las rocasque interceptan su curso. Las laderas de la gargantaestán cubiertas de fragmentos rotos de basalto, y devez en cuando se ve algún pino, cuyas despojadas ra-mas parecen ávidas de un poco de aire y de luz, y cu-yas raices se retuercen y agarran á la roca para te-nerse allí, buscando la humedad dejada por las últimasnieves en algunos puñados de tierra vegetal. Al salirdel Devil's den, el lecho del Tower está bruscamentecortado; el agua cae de una altura vertical de 186 piesy, como agobiada por este último esfuerzo, va á mez-clarse á las del Yellowstone.

Los expedicionarios llegaron por esta ruta al monteWashburn. Seguían un sendero bastante suave parapermitir el paso de las cabalgaduras, y trazado en unterreno cubierto de calcedonias, ágatas y malaquitas.Esta montaña es el cono de un volcan que estaba enactividad en la época relativamente reciente del ter-reno plioceno.

Desde la altura del monte Washburn, elevada á10.875 pies sobra el nivel del mar, el panorama eraespléndido. La vista se extendía en todas direccionesen una extensión de 50 á 100 millas de diámetro. AlSur se veía toda la cuenca del Yellowstone y el lago,cuya forma asemeja una mano con los cinco dedos ex-tendidos. Esta cuenca es el centro de toda la Américadel Norte (1). Una ligera nube que pasa y se resuelve

(i) El lago Ydlowstoiie está situado i unos 44° 20' de latitud Norte,y 113 de longitud Oeste de París. Según resulta de los cuadros publica-dos por M. Elias de Beaumont, el punto b del pentágono de I» Américaru«a está colocado á 45" T 28", 23 de latitud N. y a 114° 31' 28", 63de longitud O. de Paria (Compta rendut de l'Academie d<u «cieñ-

en lluvia encima de él, envía sus aguas á los dos océa-nos Atlántico y Pacífico por los rios Yellowatone, Sna-ke y Green. A lo lejos se ven los nevados picos de lasTetas, y hacia el Sudoeste un inmenso bosque de pi-nos destaca su sombría verdura á una distancia de másde 100 millas; al Sudoeste y al Oeste se ve la cordillerade los montes Madison, y más cerca las elevadascrestas en forma de dientes de sierra de los montesGallatin; al Norte todo el valle del Yellowstone, y máslejos, en los confines del horizonte, los majestuososcontornos de Emigrant peak. Como Moisés sobre lamontaña, M. Hayden contemplaba esta tierra prome-tida; y más feliz que el profeta hebreo, le era dado pe-netrar en ella, donde vamos á seguirle.

La cuenca del lago Yellowstone es un vasto crátercon innumerables aberturas volcánicas y dominadopor una serie de picos, siendo los más importanteslos montes Doane, Langford y Stevenson, que se ele-van á alturas variables entre 10.000 y 12.000 pies so-bre el nivel del mar. En los pasados tiempos estospicos eran centros de erupción, orificios por donde sa-lian las materias ígneas, extendiéndose por las co-marcas inmediatas. Los manantiales y geiseres actua-les son los últimos vestigios de este período de activi-dad. Poco á poco estas manifestaciones disminuyen,y llegarán á desaparecer. A pesar de todas las abertu-ras que sirven de válvulas de seguridad, con frecuen-cia hay fuertes terremotos. M. Hayden sintió muchos,y los guías le aseguraron que la frecuencia de estasconmociones aterrorizaba á los indios, que se abstie-nen de visitar aquella región, considerándola, errciertomodo, sagrada.

Al bajar del monte "Washburn se encuentra por ellado meridional un grupo notable de manantiales en

^actividad. El terreno que riegan está cubierto de azu-fre, de alumbre, de carbonates de cobre y de sosa, y deuna eflorescencia salina que probablemente es nitratode potasa. Se atraviesa después una comarca cubiertade verde hierba y sembrada de flores, y un rio, elCascade, cuya corriente cortan numerosas cataratas,formadas todas de igual modo. Las rocas dominantesson de basalto compacto y brecha; el primero es muyresistente, y la segunda cede con facilidad á la in-fluencia de agentes atmosféricos; se desprende, des-aparece, fragmento por fragmento, y deja profundasaberturas por donde el agua penetra.

El rio Yellowstone sale del lago y corre hacia elNorte. Pasa primero al través de un terreno panta-

ce¿, t. LV1II, Febrero de 1864.) El punto b se encuentra en el tra-yecto de un dodecaedro regular, y sabido es qué estas lineas estánseñaladas por gran numero de accidentes notables en la superGcie ter-restre. El antipoda del punto b está situado cerca de Sofaia, y lo carac-teriza una inflexión de la costa occidental de África. Se ve, pues, que laregión volcánica del Yellowstone está unida de un modo notable á la si-metría pentagonal; hecbo que es una comprobación de los magníficostrabajos de M. Elias de Beaumon!.

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N.°9 J. THOULET. EL TERRITORIO DE MONTANA. %í\noso, y cortado por infinidad de arroyos. En los pun-tos donde el agua permanece durante algún tiempoestancada, se cubre de una espuma amarilla, produ-cida por la presencia del hierro. El rio recibe por elEste una corriente de agua que contiene gran cantidadde alumbre, por cuya causa se llama Alun creek, y elsobrante de muchos manantiales. El cauce se ensan-cha en seguida y forma dos pequeñas cascadas de 20á 30 pies de altura y después se estrecha, ocupandosólo un espacio de 100 pies por 30 de profundidad; ellecho aparece encajado entre dos murallones de ba-salto, y así llega á las cataratas.

Estas cataratas son dos, separadas por unos 400metros de distancia y practicadas en capas de arcilla,de arena y de brecha ó almendrilla. La cascada su-perior tiene 140 pies de altura; la inferior 350 pies, ysu ruido se oye á lo lejos, como descargas de artille-ría. El agua se precipita, cae como torrente de espu-ma, choca con la superficie inferior de la corriente,que resiste, la repele y la hace saltar, sin dividirse, á200 pies de distancia. No hay comparación posiblepara el espectáculo grandioso que esta cascada pre-senta al viajero. La blancura de nieve de la espuma;la rica vegetación que crece bajo las brumas; el arcoIris que se encorva en forma de aureola, brillando yondulando como banda flotante; el polvo líquido que,desde la base de las cascadas, se eleva como humo,las columnas de sílice descompuestas en largas agujasque están suspendidas de las paredes pedregosas ha-cia el abismo, toda aquella majestad produce en elánimo una emoción profunda. El Niágara tiene acasomás grandeza, pero no la pintoresca belleza, ante lacual el pintor más hábil rompe su paleta y la admira,sin atreverse á retratarla. Inmediatamente después delas cataratas empieza el hondo cauce, presentando lasmasas negras de sus flancos de basalto de 1.200 ái .B00 pies de altura, abigarradas con manchas multi-colores, amarillas, rojas, pardas y blancas, que pro-ducen los depósitos de materias tenues en disoluciónpor el agua de las fuentes, sus rocas, que el tiempoha dado mil aspectos distintos, y su verde corona deinmensos bosques de pinos. El piso está lleno por to-das partes de obsidiana disgregada en pequeños frag-mentos amorfos, con reflejos negros ó negro-rojizos. A10 millas por encima de la catarata y á ocho millaspor debajo del lago, sobre el recto curso del Yellows-tone, existe un espacio de 1.800 pies de ancho pordos millas de largo, acribillado de manantiales. El másnotable de ellos se llama Locomotive jet; es un po-deroso surtidero de vapor que produce, al escaparse,el ruido estridente de una máquina de alta presión. Laabertura, de seis pulgadas de diámetro, dentada y ro-deada de concreciones parecidas á perlas, está en unacorteza de sílice mezclada de azufre que cruje bajolos pies, y llena de multitud de agujeritos secun-darios por los cuales se escapan de continuo colum-

nas de vapor. La temperatura es tan alta, que no esposible acercarse al surtidero sin grandes precau-ciones, y por el lado de la dirección del viento.M. Hayden cree que no existe comunicación subter-ránea entre estos diversos orificios. Algunos manan-tiales son como Locomotive jet, sencillos surtiderosde vapor, otros son cenagosos y otros aluminosos óferruginosos.

En la orilla izquierda del Yellowstone, á dos millasmás lejos, se encuentra una nueva cuenca de manan-tiales termales, unida á la anterior por una serie defuentes casi todas agotadas. En este punto la mayoríason manantiales sulfurosos y cenagosos que se despar-raman por todos lados, apareciendo hasta por la ori-lla opuesta del rio, y algunas veces sobre las colinas áSO y 100 pies de altura. Distingüese especialmenteuna especie de caldera circular de ocho pies de diá-metro, cuyos bordes se elevan á cuatro pies del sueloy á seis del fango que en el interior contiene. Estefango, agitado desde hace siglos, es tan fino y blancoque, cuando se seca al fuego, parece espuma de mar.El gas surte de continuo, proyectando materias semi-liquidas á 10 y á veces á 20 pies de distancia. Estasmaterias se acumulan en las orillas de la cuenca, ele-vando su nivel. La consistencia de estas materias va-ría; unas veces es blanda y clara, otras un morteroespeso; su color depende de la naturaleza de los de-pósitos que forman el suelo, y al través de los cualesel agua sale á la superficie. Un manantial llamado theGrotto (la gruta) sale de una caverna, cuya entradatiene cinco pies de diámetro, y en cuyo interior seoye un ruido comparable á los mugidos de la mar fu-riosa rompiéndose contra las olas, y de donde saleuna gruesa columna de vapor. El calor impide acer-carse y Aludiar este fenómeno, pero se ha podidocomprobar que de la gruta salen algunos litros deagua por hora, y que esta agua es notablemente pura.Esta rareza se explica por efecto de la alta tempera-tura que evapora la mayor parte del agua, y la arrojafuera en forma de vapor.

En lo alto de una colina está la Caldera del Gigante,que es un geiser cenagoso, cuyo cráter, en forma decono truncado, tiene 40 pies de diámetro en la cús-pide, y 30 pies de altura. Su ruido conmueve fuerte-mente el suelo y se distingue á distancia de cerca deun kilómetro. Cuando la brisa arrastra el vapor, se veel interior del cráter lleno de un fango arcilloso, claro,en estado de violenta agitación. A su alrededor, y enun radio de 100 pies, los pines están completamentecubiertos de estalacticas de fango seco y de una alturade 75 á 100 pies; lo que parece probar la existenciade paroxismos de actividad; pero se descubre despuésque el fango ha sido trasportado mecánicamente porel vapor. No lejos de aquel punto se encuentran mu-chas fuentes termales, algunas de ellas intermitentes.Tres están dentro de una misma cuenca de 200 á 300

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272 REVISTA EUROPEA. 2 6 DE ABRIL DE 1 8 7 4 . N.°9pies, y una de ellas forma un geiser que se eleva á 20ó 30 pies durante algunos minutos, siguiendo un re-poso de tres horas y media á cuatro.

M. Hayden llegó por fin á las orillas del lago; habíatrasportado consigo el casco de una barca; le cubrie-ron con tela embreada, el Atina desplegó sus velassurcando las aguas hasta entonces vírgenes del Yello-wstone, y trasportó á los exploradores á la isla másinmediata. El lago, según hemos dicho, figura unamano con los cinco dedos extendidos, y contiene cincoislas principales. Tiene 22 millas de largo de Norte áSur, y de 10 á IB millas de ancho de Este á Oeste. Susaguas, procedentes de la liquefacción de las nieves quecubren los conos inmediatos, son muy frias y de unaprofundidad máxima de 300 pies. Durante la mañana,la superficie está completamente tranquila; al mediodia se levanta la brisa, y las aguas forman olas bastan-te grandes. Las truchas abundan en el lago, perocasi todos estos peces tienen enormes gusanos intes-tinales, parecidos al género Bothriocephalus. Cosarara; por encima de las cascadas del Yellowstone lastruchas, que son abundantes, y muchas de las cualesproceden del lago, gozan completa salud. Las pobrestruchas del lago Yellowstone, están además sujetas áotras calamidades. Algunos manantiales elevan suscráteres en el fondo mismo de las aguas del lago; losexploradores pescaban truchas, y sin arrancarlas delanzuelo, las metían en uno de esos cráteres llenos deagua hirviendo, cociéndolas inmediatamente y ejecu-tando una pesca milagrosa de todo punto desconocida.

Los manantiales que rodean el lago, son numerosí-simos: no forman verdaderos geiseres, pero manifiés-tala pulsaciones. El agua sube y baja en su interiorpor intervalos regulares de dos á tres segundos. Algomás lejos un grupo de 200 á 300 manantiales cenago-sos, cuyas orillas están cubiertas de una especie demasa compuesta de diátomeas, y presentando todas lastintas de los colores verde, amarillo y rosa, producencon sus hervideros un ruido atronador.

A media milla al Sur del lago Yellowstone, en elcurso del rio Sni'ke, se encuentra un pequeño lagollamado Heart, rodeado de manantiales termales y deuní pequeño geiser.

Vamos á examinar ahora con M. Hayden la cuencadel rio Fire Hole, que contiene fenómenos más extra-ñois. Al Oeste del lago Yellowstone, y separado de élpor un repliegue del terreno, se extiende el gran lagoShoshone, y más lejos, en la misma dirección, el lagopequeño Madison, que sirve de nacimiento al rio FireHole, el cual es en realidad, el principio del rio Madi-son: corre paralelamente al rio Yellowstone, es decir,de Sur á Norte, y se reúne al brazo oriental del Madi-son que es un afluente del rio Columbia. El conjuntode este sistema hidrográfico, corresponde á la ver-tiente del Pacífico. Para llegar al lago Madison, eltrayecto fue difícil, avanzando por medio de un labe-

rinto inextricable de árboles derribados, análogo á loswindfalls, inmediatos al curso superior del Mississipí,y sobre un suelo, formado de obsidiana y de rocastraquíticas. Un espacio de muchas hectáreas está cu-bierto de montículos cónicos de una altura que variadesde algunas pulgadas á un centenar de pies, y com-pletamente cubiertos de cristalizaciones de azufre decolor amarillo puro. Al romper la capa de uno de es-tos conos, se ve el interior cubierto de las mismascristalizaciones. Se camina, pues, entre manantialesagotados, cuya actividad se reduce á emitir nubes devapor por cierto número de orificios. M. Haydencompara el aspecto de este distrito á un inmenso hor-no de cal en actividad. Esta apariencia es tanto másnotable, cuanto que, en 1.° de Abril, hubo una abun-dante escarcha que anadia á aquel espectáculo los es-plendores del brillante centellear de los cristales dehielo. El país es muy frió. En Julio, Agosto y Setiem-bre, el termómetro baja con frecuencia á 3 ó 4 gradoscentígrados sobre cero. A lo largo de East Fork, seencuentran numerosas fuentes termales que nos limi-tamos á citar, para llegar rápidamente á la cuenca delos geiseres. Una de ellas es una cavidad rodeada deun reborde en forma de corazón, y de cuyo centrosale un chorro de agua caliente. El geiser Thud, pro-duce un rugido formidable cada vez que el agua subeó baja. En una cuenca de 28 á 3ü pies hay un manan-tial, y cuando se mira al seno de su límpida profun-didad, se ve bajo las aguas un verdadero palacio dehadas adorando de cristalizaciones multicolores: otrosmanantiales están rodeados de sílice concrecionada enforma de coliflor, de una costra ó capa parecida á lapólvora de cañón, que desprende olor de hidrógenosulfurado. El agua aparece por todas partes, y sin em-bargo, durante todo el dia, ni M. Hayden ni sus com-pañeros encontraron una sola gota de temperatura bas-tante baja para poder calmar la sed.

Los geiseres del Fire Hole forman dos grupos: elinferior está situado cerca de la confluencia de dichorio con East Fork. El grupo superior se encuentra enla orilla del rio, á unos 8.000 pies más al Sur.

La cuenca inferior presenta una vegetación magní-fica á causa de lo suave y húmedo de la temperatura.Los gieseres más importantes son, Couch spring,cuyo cráter es triangular; Horn, que es un cono deun pié de diámetro en lo alto y de seis pies en labase; Bath spring, Cavern, y en fin, Creat spring, cuyaabertura tiene 2S0 pies de diámetro, y sus paredes de20 á 30 pies de profundidad. En medio de torrentesde vapor, sale de Great spring una masa enorme deagua hirviendo, que, formando una inmensa capa ybañando larga extensión de terreno, donde produce losmás diversos calores á causa de los depósitos salinosque contiene, termina vertiéndose en el rio.

Al aproximarme á la cuenca superior del Fire Hole,la vegetación cesa de pronto, viéndose los últimos ár-

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N.°9 J. THOULKT. EL TERBITOR1O DE MONTANA. 273boles completamente siliciñcados. Esta cuenca tiene20 millas de ancha y cinco de larga, viéndose en ellapequeños lagos cubiertos de nenúfares blancas (Ne-nuphar advena). Allí llegaron los expedicionarios alcaer la tarde del 5 de Agosto, fatigadisimos, y seocuparon inmediatamente en establecer el campa-mento. De pronto se oyó una horrible detonación, elsuelo tembló, y cerca del rio, por el lado del Este, selanzó al espacio una columna de agua de seis pies dediámetro, coronada por nubes de vapor que, forman-do torbellinos, subían á más de 1 .000 pies de altura.Estaban delante del Gran Geiser. La columna surtiódurante veinte minutos; después disminuyó lenta-mente, y la débil capa de agua contenida en el cráter,descendió á 186 grados Farenheit. El geiser hizo doserupciones en treinta y seis horas. A algunos pies dedistancia del Gran Geiser, cuyo cráter se eleva átres pies del suelo, se encuentra el geiser Turban. Sucuenca tiene 23 pies de larga, 11 de ancha y seis piesde profundidad. El fondo y las paredes están cubiertasde gruesas masas globulares, cuya forma y color ama-rillo recuerdan las calabazas. El agua no se eleva másque á 28 pies, y parece que existe una comunicaciónsubterránea entre este y el Gran Geiser.

La cuenca superior del Fire Hole, contiene unos 80geiseres en actividad. Los más importantes han reci-bido nombres especiales. Me limitaré á citar algunos,como el Grotto, Pyramid, Punch Bowl, Black Sand,Castle, Fan, Rivecside, Giant, Saw Mili, Oíd Faithful yBee Hive, y daré algunos detalles acerca del llamadoel Giantess. «Al atravesarel rio Fire Hole, dice M. Hay-den, subimos una pendiente suave, llegando de prontoá una ancha abertura oval con bordes festoneados,cuyos ejes eran respectivamente de 18 y de 28 pies,y cuyas paredes estaban cubiertas de un depósito si-líceo blanco gris, visible á la profundidad de 100 pies.No vimos el agua, pero oimos como hervía á una grandistancia debajo de nuestros pies. De pronto empezóá subir en gruesos borbotones, despidiendo grandesmasas de vapor que nos obligaron á huir apresurada-mente. Cuando el agua estuvo á 40 pies de la superfi-cie, se detuvo y volvimos á examinarla. Espumaba yhervía con violencia, y algunas veces enviaba chorroscalientes hasta la misma boca del orificio. Pareció quede pronto la sobrecogía un horrible pasmo, ascendiócon loca rapidez, salió del cráter y se elevó en co-lumna de la misma dimensión del orificio á una alturade 60 pies. De la cima de esta columna salian cinco óseis chorros de agua menos considerables, que varia-ban de seis á quince pulgadas de diámetro, proyec-tándose á la maravillosa altura de 280 pies. Esta erup-ción duró unos veinte minutos; nunca habíamos pre-senciado espectáculo tan magnífico. El sol, que bri-llaba con todo su esplendor, al reflejar los rayos enaquella agua, formaba miles de arco-iris, cuya posi-ción variaba constantemente bajando ó subiendo y

TOMO i.

desapareciendo para ser reemplazados por otros. Losglóbulos de agua quo caían, asemejaban una lluvia dediamantes, y en los puntos donde las nubes de vapordetenían los rayos solares proyectando sombras en lacolumna de agua, veíamos un círculo luminoso con to-dos los colores del espectro solar, asemejándose á esosnimbos de gloria con que los pintores rodean algunasveces á la divinidad. Durante las veinticuatro horasque permanecimos junto á aquel geiser, contemplamosdos erupciones, cada una de las cuales duró diez yocho minutos.»

ün estudio más completo y técnico de esta re-gión volcánica, debería comprender las tablas detemperaturas, los manantiales termales, los análisisdel agua, de las concreciones; en una palabra, las ci-fras sin las cuales es casi imposible fundar la verda-dera ciencia, y que M. Hay den ha publicado en susdos informes de 1871 y 1872. Nos hemos limitado ápresentar algunos datos para que el lector pueda for-mar idea de la grandeza de estos fenómenos. Estosdatos impresionan tanto como los dibujos con queM. Hayden ha ilustrado su trabajo. Seria también in-teresante comparar las fuentes termales del Yellows-tone con las de Nueva Zelanda, tan bien descritas porM. de Hochstetter y con los geiseres de Islandia, elStrockur y el Gran Geiser. Según M. Robert, esteúltimo manifiesta cada veinticuatro horas una erup-ción que dura ordinariamente cuatro ó cinco minutos,elevándose la columna de agua, durante la últimafase del fenómeno, á unos 100 pies. El estudio deestos geiseres es relativamente poco conocido; sediscute acerca de su origen, habiéndose presentadodiversas teorías. Por desgracia, los límites de estotrabajo nos impide entrar en mayores detalles.

A la vuelta de la primera expedición de M. Haydony á propuesta del honorable senador S. C. Pomeroy, elgobierno de los Estados-Unidoa tomó una resoluciónmuy extraña de su parte; la de sustraer á la coloni-zación un espacio de terreno de 68 millas de largopor 88 de ancho, reservándolo bajo el nombre deParque nacional, espacio veinte veces más grandeque la superficie del departamento del Sena. Los tér-minos del acuerdo del Congreso quedarán como títulode gloria para los representantes del gran puebloamericano.

«Considerando, dice el acta, que la región regadapor las aguas superiores de! rio Yellowstone, encierrauna acumulación de maravillas sin igual en el globo,en comparación de las cuales, los famosos geiseres deIslandia son casi insignificantes;

«Considerando que importa apresurarse á sustraereste territorio á la avaricia de algunos industriales queno tardarían en apoderarse de él, rodearlo de cercasy obligar á que se pagase por ver maravillas, cuyogoce pertenece á la humanidad entera y que deben sertan libres y accesibles á todos como el aire y el agua;

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»Considerando además que la región de los manan-tiales del Yellowstone es de una altura media supe-rior de 6.000 pies, y que el lago Yellowstone queocupa una superficie de 330 millas cuadradas, está áuna altura de 7.427 pies, haciendo el rigor del frióimpropio el terreno reservado para el cultivo y la criadeí ganado;

»El Senado y la Cámara de representantes de losEstados-Unidos de América, reunidos en Congreso,decretan:

»La región de los manantiales del Yellowstone que-da reservada y prohibida á la colonización.»

Para quien conoce el pueblo americano, la deter-minación del Congreso dará de las maravillas delYellowstone idea mucho más importante que todaslas descripciones y dibujos que pudieran publicarse.

J. THOTJLET.

(Revue scientifique.)

LAS PROFECÍAS MODERNAS.CARTA DEL OBISPO DE OHLEANS

AL CLERO DE SU DIÓCESIS.

(Conclusión.) *

II.

¿Qué conducta debe seguirse, señores, en lapráctica respecto á esa multitud de profecías y demilagros, para no incurrir en ciego iluminismo óen escepticismo irracional é impío?

Hay un medio sencillo. La Iglesia no ha dejadoá los fieles sin guía, pues para todos estos asun-tos ha trazado reglas de conducta; á ellas con-viene atenerse, y cuando en estricto derecho nosean aplicables estas decisiones, tomar por ley elespíritu que las ha inspirado.

¿Cuáles son estas reglas?Ya sabéis lo que dicen Fenelon, San Francisco

de Sales, Benedicto XIV, Gerson y el mismo PapaPió IX. Escuchad ahora los Concilios.

Ved primero lo que, á propósito de revelacio-nes y profecías, prescribe el Concilio general deLetran de 1516 en su undécima sesión, presididapor el Papa. Empezaba entonces el siglo XVI,vísperas de grandes perturbaciones, y los espíri-tus estaban, como ahora, en trabajo.

«En cuanto al tiempo en que deben sobrevenirlos males futuros, la venida del Antecristo y eldia del juicio—porque entonces, como hoy, tam-bién habia profetas que anunciaban el fin próximodel mundo,—que nadie—dice el Concilio,—se per-mita anunciarlos ó precisarlos, porque la Verdadha dicho que no nos corresponde conocer el tiem-

Véase el número anterior, página 244.

po ni los momentos que el Padre tiene reservadosen su poder. Todos los que hasta ahora se han atre-vido á hacer tales predicciones han sido mentirosos;estando demostrado lo mucho que perjudican consus predicciones la autoridad de los que se limi-tan á predicar, sin predecir. En adelante PROHI-BIMOS Á TODOS Y Á CADA UNO anunciar en sus dis-cursos públicos cosas del porvenir, interpretandoá su capricho las Santas Escrituras; presentarsecomo instruidos por el Espíritu Santo ó por unarevelación divina, ó hacer alarde de otras vanasadivinaciones ó cosas de esta naturaleza.»

La prohibición es terminante. Pero ved, seño-res, con qué sabiduría concilia las prohibicionesnecesarias con la posibilidad del orden sobrena-tural. Los padres de Letran añaden: «Si, no obs-tante, el Señor hiciese revelaciones sobre algunosde los acontecimientos que deben ocurrir á laIglesia, como se trata entonces de cosas de grandeimportancia, y atendido á que no debe prestarsefe á todo espíritu, sino, como dice el Apóstol, pro-bar si los espíritus provienen de Dios, queremosque, en ley ordinaria, se entienda que estas pre-tendidas inspiraciones antes de ser publicadas ópredicadas al pueblo queden desde ahora reser-vadas al examen de la Sede apostólica.

»Si alguno osara oponerse á estas prescripcio-nes, queremos que, además de las penas estable-cidas para tales casos por el derecho, incurra enexcomunión, de la cual no pueda, excepto in ar-tículo mortis, 3er absuelto por el romano Pon-tífice.»

Este decreto es, señores, en la ciencia teológicauna prueba de segura y alta sabiduría apostóli-ca. A todo se atiende en él como es debido: se de-nuncia y previene el peligro de las falsas revela-ciones; pero como el discernimiento en estosasuntos es difícil, y, además, se trata de una grancosa, como dicen los Padres, de una excepción álas leyes providenciales ordinarias, el Concilio re-serva sabiamente la apreciación á un tribunal ex-cepcional y soberano. Por el rigor de las penasque establece hace comprender lo importante quees contener las intemperancias ó las ilusiones delespíritu privado, en interés de las almas y de lamisma fe.

Pero se dice: el Concilio de Letran no hablamás que de predicadores. Aunque así sea, escierto que, á propósito de los predicadores, hafijado una prohibición general y absoluta: ante-quam PDBLICITUR, aut populo pr<Bdicentv,r. ¿Acasolas consideraciones que expone conciernen sólo álos predicadores, y además la prensa no es hoyuna tribuna, tan pública como el pulpito? Verdades que el Concilio habla tan sólo de profecías,pero es evidente que la razón de sus prescripcio-

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nes es aplicable lo mismo á los milagros que álas profecías.

El Concilio de Trento completa en este puntoel de Letran, fijando reglas sobre el mismo objeto,en igual sentido, y conforme á los mismos prin-cipios. Hé aquí sus palabras:

«El Santo Concilio decreta que es preciso noadmitir nuevos milagros... si no han sido recono-cidos y aprobados por el Obispo, quien siempreque se trate de un hecho de esta clase, reuniráen consejo los teólogos y otros hombres piadosos,y hará lo que juzgue conveniente á la verdad yá la piedad.»

El mismo espíritu reina en ambos Concilios yla misma doctrina establecen; con igual cuidadoprevienen el doble exceso á que se está expuestoy se ponen á salvo los fueros, no sólo de la pie-dad, sino de la verdad; con igual atención se pro-cura apartar estas delicadas materias de las apre-ciaciones incompetentes, de la ignorancia, de lapasión crédula ó incrédula, para reservarlas aljuicio ilustrado y autorizado de los guías natura-les de la conciencia cristiana.

Inspirándose en el Concilio de Trento, otro Con-cilio, particular, es cierto, pero examinado y apro-bado por la Santa Sede, el Concilio de Parisde 1849, se ha expresado en tales términos, queno permiten ninguna sutileza de interpretación.El Concilio de Trento, frente al protestantismo,sentía la imperiosa necesidad de poner dique á ex-cesos piadosos, pero de verdadero peligro. Ennuestros dias puede decirse que, frente á una in-credulidad más general y armada de una críticamás recelosa, la cuestión de los milagros contem-poráneos es aún más delicada, y por ello el Con-cilio de Paris ha sido tan terminante y explícito.

«Puesto que, según el Apóstol, no se debe creerá todo espíritu, advertimos que nadie debe cons-tituirse temerariamente en propagador de profe-cías, de visiones y de milagros relativos á la polí-tica, al estado futuro de la Iglesia, ó á otras cosasparecidas, circulándolos sin haber estado recono-cidos y aprobados por el Ordinario: que los pár-rocos y los confesores aparten prudentemente álos fieles de acogerlas, y que con tal motivo lesrecuerden las reglas determinadas por la Iglesiaen estas materias; advirtiéndoles expresamenteque debe arreglarse la conducta, no conforme árevelaciones particulares, sino con arreglo á lasleyes ordinarias de la sabiduría cristiana.»

Ya lo veis, señores; la propagación temeraria derevelaciones y de milagros, y la demasiado fácilcredulidad, son los abusos manifiestos que elConcilio ha querido impedir. A la afición perjudi-cial á lo extraordinario, tan contraria á la senci-llez de la fe y que enerva la piedad, apartándola

de sus grandes deberes y de sus grandes horizon-tes, á esa tendencia de los ánimos enfermizos,opone oportunamente el Concilio de París las leyesordinarias de la prudencia cristiana, tan olvidadashoy dia.

Otros documentos en que no se demuestra mo-nos el espíritu de la Iglesia, ese espíritu de sabi-duría, de prudencia y de circunspección, son,señores, los célebres decretos de Urbano VIII, re-lativos al culto permitido ó prohibido respecto álos servidores de Dios que no han sido aún cano-nizados ni beatificados, y á la publicación prema-tura é incompetente de sus milagros ó revelacio-nes. Para remediar, según el deber de su cargopastoral, los abusos cuotidianos, tal es la frase deUrbano VIII, á que se deja arrastrar una devociónintemperante, prohibió en su célebre decreto de13 de Marzo de 1625, bajo las más severas penas,imprimir libros en que se cuenten hechos sobre-naturales con tal carácter, sin haber sido recono-cidos y aprobados por el Ordinario, y fijó de unmodo terminante el procedimiento que debe seguirel Ordinario en tales casos. Nueve años después,en 1634, Urbano VIII confirmó por un nuevo breveeste decreto, añadiendo disposiciones más severas.

Por estos actos es preciso juzgar á la Iglesia yal espíritu de la Iglesia, y no por la temeridad delos que, á causa de mercantilismo ó de vana credu-lidad, olvidan sus prescripciones y abusan de sutolerancia.

Al proscribir los abusos no habia querido, sinembargo, Urbano VIII prohibir que se escribiera 'la vida de los servidores de Dios, no canonizadosni beatificados, y referir con prudencia y seriedadlas revelaciones y los milagros que puedan atri-buírseles. Declaró, pues, que el Prelado podríapermitir tales relatos con dos condiciones: 1.* Elhistoriador evitará emplear la palabra santo óbienaventurado de un modo absoluto; y 2 / A fin deque los lectores no se engañen, deberá hacer de-claración empresa de que estos milagros y estasrevelaciones no han sido aún reconocidos por laIglesia romana. Entre esto y la publicación ilimi-tada de toda clase de profecías y de revelaciones,hay un abismo, y pretender que Urbano VIII haquerido echar abajo la autoridad de los dos decretosy abrir de par en par la puerta á todas las publi-caciones posibles, á esas incalificables mistificacio-nes, como decía monseñor el Obispo de Verdun ensu carta á los Obispos de Francia el 6 de Febrerode 1849, á esa taumaturgia de la ignorancia, á esosoráculos de contrabando, como dice un piadoso ydocto bolandista belga, á todas las inarrables ne-cedades que nos inundan, es una teoría y unapráctica tan contrarias á la verdadera religión,como al buen sentido.

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Nos encontramos, señores, hoy dia completa-mente dentro de los abusos que la Iglesia ha con-denado: hay espíritus que sólo sueñan con mila-gros y profecías (1), y desde que se tiene noticiade alguno de ellos, sin esperar el examen ni eljuicio de los superiores eclesiásticos, usurpandoen esto, como en tantas otras cosas, la autoridadcompetente, la prensa los arroja á los cuatro vien-tos de la fama: aplícanse intrépidamente á laépoca actual los oráculos del Antiguo Testamentoy las misteriosas revelaciones del Apocalipsis; seexhuman las antiguas profecías, se imaginanotras nuevas, se publican volúmenes de 300 pá-ginas precisando, esta es la palabra, la solución dela crisis actual, el reinado del Antecristo y el flndel mundo. Otras obras aparecen con los títulossiguientes:

Colección de profecías antiguas y modernas, rela-tivas al pasado, presente y porvenir, y anunciandoespecialmente los destinos de Francia, de Europa yde Oriente.

Retratos proféticos según Nostradamus, ó Napo-león III, Pió IX, Enrique IV, conforme ala his-toria predicha y juzgada por Nostradamus. El Apo-calipsis interpretado por Nostradamus, y las cartasdel gran, profeta (2).

(1) Había dicho que no entraría en ningún detalle, pero falto á estaresolución, poniendo á vuestra vista, á título de ejemplo, las miseriasque vais á leer, y que extracto de un grueso volumen de 500 páginas,publicado sin execuatur de ninguna clase.

«Hemos leído en el Rosal de María (un periódico que lleva este títu-* lo), y bajo el epígrafe de Revelaciones importantes, un pasaje que tiene

aquí natural colocación y que confirma nuestros cálculos y nuestras pro-fecías sobre el Antecristo. El autor de estos artículos habita en Ginebra,y los firma un francés que ama á Francia. Es persona relacionada conlas primeras capacidades del mundo político y dotada de un talento gra-ve, extenso, juicioso y profundamente religioso. Hé aquí el pasaje:

«Muchos comentadores de las Santas Escrituras consideran próximo elfin del muudo. Ün hombre ilustrado asegura haber leído una revelación,cuando las matanzas en Siria en 1860, anunciando que estos sucesos severificarían para festejar el nacimiento del Antecristo.—Otra personaseria me ha dicho haber hablado á un personaje que conocía á una damafrancesa, la cual había visto al Antecristo. Cuando le vio, sintióse ésteacometido repentinamente de un fuerte cólico. Inquieta su madre, pre-guntóle lo que tenia, y lií respondió:—No lo sé, pero al ver á esa señorabe sentido dolores en el vientre. Esta debia ser, sin duda, la señal paraquie la dama le conociera, y ella declara que es un bello niño de diez áon<ee años.

:»Esta señora no es una mujer cualquiera. Ha desempeñado varias mi -siotnes de diversos soberanos, y hasta del Papa. Cuando llega á un pue-blo cuyo idioma no conoce, entiende lo que le dicen y se hace com-prender. Siempre desempeña las misiones sin dificultad. Al llegar alpunto donde debe verificarlo, nada sabe; pero al encontrarse delante delas personas á quienes tiene que hablar, las ideas acuden á su cerebro ytiene conciencia de lo que dice; pero, cumplida la misión, de nada seacuerda.»

Otro indicio del fin del mundo:«Hace algunos meses que un niño de trece años, etc., etc.» El dis-

gusto impide continuar.]Hé £qui con qué se alimentan las almas piadosas!(2) Es necesario ver la seguridad con que se habla del gran profeta

que Dios (el camino, la verdad y la vida) nos ha guardado para dirigir

El director de un periódico religioso, tuvo hacealgunos años la idea de dar, en folletín, á suslectores la historia del Antecristo, bajo pretextode que un periódico, para vivir, tenia que ser unpoco excéntrico. Sin una advertencia caritativay severa, el folletín, según decía, hubiese duradocien años. Otro refería, bajo la fe de no sé qué ex-tático, lo que pasa en el purgatorio, y hasta losdias de fiesta y de descanso que Dios concede,sesrun aseguraba, á las pobres almas que estánallí expiando (1). Y el hecho es cierto, señores;cuánto más excéntricas son algunas publicacio-nes, mayor atractivo tienen para ciertos espíritusenfermizos; imaginaciones perturbadas, inquietaspor el porvenir, que se precipitan sobre este pasto:la especulación aprovecha la tendencia, y los es-caparates de las librerías y estamperías religio-sas se ven cubiertos de esas pobrezas, con títulosde efecto, ó anunciando á plazo fijo grandes acon-tecimientos; por ejemplo:

Allí de Febrero de 1874,¡¡EL GRAN ACONTECIMIENTO!!

¡ i ¡ PRECEDIDO DEL GRAN PRODIGIO!!!Los periódicos lo anuncian con estrepitosos

elogios, como diciendo: Un libro extraordinario,etcétera, y es un libro que aplica á los tiempospresentes Daniel y el Apocalipsis, á pesar de lasadvertencias del Concilio de Letran. Se ha lle-gado hasta poner lo sobrenatural en calendarios,y tengo á la vista, anónimo por supuesto y sinpié de imprenta, El calendario de lo sobrenatural.La piedad poco ilustrada y la curiosidad perni-ciosa, se apoderan de estas publicaciones que sevenden en cantidades sorprendentes (2). Se lasdiscute en el seno de las familias, y los crédulosno pueden soportar á veces que no se tenga entales asuntos su misma ciega fe, acusando de in-credulidad y de heregía, sin saber el sentido deestas palabras, á los que se atreven á discutirlos.Naturalmente, de esto se valen los impíos paraenvolver en sus burlas y desprecios todo lo quees sobrenatural y religioso. ¿Se preocupan acasoestos celosos cristianos de la Iglesia, de sus re-

nuestros pasos, quitar el velo d la verdad de los grandes principiossociales y arrancar la Francia á la muerta.

(1) Tengo á la vista un folleto publicado sin imprimalur alguno coneste título: Apariciones proféticas de un alma del purgatorio.

Y sin embargo, el Concilio de Trento ha dicho (Ses. XXV): Que losObispos no permitan (¿Quién les pide hoy dia permiso?) que se divulguenrespecto al purgatorio cosas inciertas; que prohiban, como objeto deescándalo para los fieles, todo lo que vaya encaminado á curiosidad ósuperstición: Incerta et qua?. specie falsi laborant, evttlgari el tractarinon permittant. Ea vero quat ad curiosltatem quamdam aut superti-tionem spectant, TANQUAM SCANDALA ET FIDELIVU O:FFEXDICTJLA PRO-

HIB-EAIfT.

(2) Un librero de Paris me ha asegurado que de él Él gran aconteci-miento se han vendido 50.000 ejemplaros; pero la venta cesó natural-mente después del 17 de Febrero.

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glas, prescripciones y espíritu? De ningún modo.iDónde está, pues, aquí el respeto, la docilidad,la prudencia cristiana, la verdadera piedad?

Es necesario ver, señores, lo que, en la mayorparte de estas elucubraciones, se hace con lasSantas Escrituras. Jamás se ha abusado tanto dela temeridad de interpretar y acomodar, enér-gicamente censurada por el Concilio de Trento.Llámase á esto aumento de dirección para lasalmas cristianas, y en el caos de tinieblas queproduce, apenas encuentro yo mismo luz que pue-da servir en algún modo de guía formal á la vida.

Preténdese que hay completa libertad en todoesto, gracias á la declaración exigida por Ur-bano VIII. ¿Y qué? ¿A un cuando al frente y alfinal de cada libro se declare que no hay deseode apartarse del juicio de la Iglesia, desmintién-dolo en todas la páginas, puede decirse que Ur-bano VIII permite publicar cuanto se quiera?Seria desconocer demasiado, señores, el espírituque ha dictado los dos grandes decretos de estePapa y olvidar el objeto preciso de estos decre-tos, extendiéndolos á casos en que no puedenaplicarse; es olvidar el espíritu y las prescrip-ciones de los precedentes concilios, es olvidar, enfin, las enseñanzas más elementales de la teologíay de la moral cristianas.

En efecto; los teólogos y los canonistas menosseveros lo reconocen; se comete pecado, pecadograve, muy grave contra la piedad y la caridad,es decir, contra Dios y las almas, propagandofalsas revelaciones y falsos milagros, pecado queninguna piadosa intención puede excusar: Pecca-tum maximun, contra pielatem et charitatem, quodnnlla pía intentione potest emcusari. Así escribeAlbicios, de todo punto conforme con Cayetano,Sánchez, Melchor Cano, Baldellius y tantosotros (1). Hé aquí cómo se explica en este puntoel sabio jesuíta que redacta en Bélgica la Colec-ción de reseñas históricas: «Desempeñar el papelde falso profeta es uno de los crímenes más es-pantosos que pueden imaginarse: es abrogarse unatributo divino; es una horrible blasfemia; es en-gañar la buena fe de las mejores almas en lascosas más importantes, lo que constituye una delas mentiras más perniciosas. Esto es, desacre-ditar las profecías más divinas y hacer que sedebilite ó se pierda la fe en los corazones pocofirmes...»

Inútil es añadir que los que propagan las falsasteorías por copia, ó por la prensa ó por el co-mercio, participan del pecado de los falsos profe-tas. No hay teólogo, por poco instruido que sea,que no convenga en estos principios.

( l ) De ¡nconstantia ia fide, cap. XL, núm. 193.

Dirán algunos que lo hacen de buena fe. ¿Puesqué, la temeridad, la presunción, el deseo de ga-nancia, y, puesto que preciso es decirlo todo, lapasión política, constituyen acaso la buena fe?¿No tomáis ninguna de las precauciones necesa-rias en estas materias para no incurrir en errorni hacer que los demás incurran, y en lo que losmás doctos titubearían, ó mejor dicho, no titu-bearian, tan manifiesta es á veces la necedad, de-cidís vosotros y arrojáis como pasto a la credu-lidad y á la incredulidad los milagros menos pro-bados, las profecías más absurdas, y en seguidainvocáis la buena fe? No: eso es intolerable ilusiónde la conciencia.

Y no se alegue la tolerancia de la Iglesia. LaIglesia, señores, es madre de las almas y se portacon ellas maternalmente. Sabe que el senti-miento religioso, como todo gran sentimiento, nose contiene exactamente en los límites rigurososde la fria ley, saliendo á veces de ellos y desbor-dándose. Por eso cierrra voluntariamente los ojossi, al lado de las grandes corrientes de la piedadcatólica, se forman lo que llamaré inocentes de-rivaciones; pero la tolerancia tiene sus límites, ycuando se rompen los diques y las derivacionesson desordenadas, entonces teneníos el deber delevantar la voz y advertir el peligro, que es loque hago en este momento. La libertad de laprensa que entre nosotros existe, no permite álos Obispos acabar, como el bien de las almas loexige, con la especulación miserable que explota,so color de religión, la credulidad y la piedad.Deber nuestro es, señores, denunciar altamenteestos abusos y negar toda solidaridad de la Iglesiacontares explotaciones; y el vuestro, guiar á losfieles en el sentido de las advertencias y prohi-biciones referidas.

Y la explotación no se detiene aquí, sino quepasa de las profecías y de los milagros á ciertasdevociones y á ciertos libritos piadosos que pu-lulan, sin aprobación de ninguna clase. Lo mismosucede con cierto comercio de imágenes religiosas,emancipado también de toda fiscalización, y quepuede decirse llega á veces á los últimos lí-mites del ridículo y de la insulsez. ¡Qué ha lle-gado á ser, en verdad, en el espíritu de los fielesla frase de San Pablo: Posuit Episcopus regereEcclesiam Dei! ¿Cualquier especulador, cual-quier iluminado, cualquier soñador, cualquierespíritu débil ó de cortos alcances, puede darcomo pasto á la piedad de los fieles el alimentoque le parezca? No; Un editor cristiano quese respete, jamás debe publicar en materia dereligión ni siquiera un sencillo libro de piedadque no esté aprobado por la autoridad eclesiás-tica. En el siglo XVII, siglo de teología, siglo de

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los Petau, de los Thomassin, de los Bossuet, delos Bourdaloue, nadie traspasaba estas reglas,pero hoy nadie hace caso de ellas (1).

Bsto no quiere decir, y conviene que el públicoreligioso lo sepa, que la autoridad eclesiástica re-comiende todos los libros cuya impresión permita.Un imprimatur no supone que el libro deje de sermediano, pero en esta condición previa hay unagarantía contra la ignorancia y el error. De lamisma suerte, para no exagerar nada y tener átodas las almas las consideraciones necesarias;para no ejercer sobre nadie una tiranía que proce-dería más bien de la ignorancia que de la ciencia,preciso es saber que un juicio de la autoridad epis-copal acerca de los hechos sobrenaturales, cuyoconocimiento le corresponde, no se parece á unadecisión dogmática, y que, por tanto, si estejuicio merece siempre respeto, no impone á laconciencia una adhesión absoluta; pero la piedadde los fieles estará tanto más segura cuanto eljuicio dado haya sido más solemne; y la autori-dad eclesiástica ha permitido, aun en nuestrosiglo, elevar edificios sagrados á la memoria deestos hechos, autorizando devociones públicas,grandes peregrinaciones y numeroso concurso depueblos. •*

La seguridad consiste, señores, en no apartarsede estos principios. Digámoslo repetidamente.La Iglesia ha reservado á la autoridad eclesiás-tica conocer de los hechos sobrenaturales: cuandoesta autoridad ha decidido, los fieles obran te-merariamente suponiendo falsas y combatiendodevociones y prácticas que están así autorizadas;pero también se abusa propagando profecías sinautoridad; se abusa exponiéndolas á la creduli-dad y á la incredulidad públicas, y se abusa pe-ligrosamente alimentando el entendimiento conlecturas donde ninguna guía se advierte; dondeel campo se abre ilimitado á quimeras y deliriosde la imaginación (2).

(1) Y, sin embargc, el espíritu de la Iglesia aparece claramente en

este punto, en el célebre decreto del Concilio de Letran, en tiempo de

LeonX, de impreesione Hbrorum, y en el del Concilio de Trento sobre

el raúsmo asunto; sesión iv.

(2) Esto es lo que monseñor al Obispo de Colonia vecordaba en su

mandamiento de Cuaresma en los términos que afortunadamente puedo

presentar á vuestra vista:

«En nuestros dias, como en todas las épocas en que acontecimientos

importantísimos conmueven profundamente las almas, óyese bablar mu-

cbo de profecías y de predicciones que anuncian toda clase de signos y

de milagros de que Dios se servirá para atajar de pronto los designios de

sus enemigos, y para preparar á su Iglesia un brillante triunfo. Pero es-

tas pretendidas profecías, mis queridos hermanos, no están en el espíritu

del Evangelio. No las presteis fe alguna, ni pongáis en ellas vuestras es-

peranzas. Sin duda alguna, en nuestros dias el Espíritu de Dios, que ha

inspirado á los profetas en todas las épocas, inspira cuándo y dónde

quiere. Pero ¿dónde están las pruebas ciertas de que el espíritu de Dios

ha hablado á estos pretendidos profetas? El Todopoderoso que es pa-

ciente y está lleno de longaroinidad, porque es eterno y al mismo tiempo

' Con frecuencia se pregunta: ¿creéis en las pro-fecías y en los milagros? Sí y no, puede respon-derse. Según de los que se trate. En general, sí;creemos en ellos y no somos de los que están dis-puestos, como Fenelon deeia, á rechazar sinexamen, y calificándolas de fábulas todas las ma-ravillas que Dios ejecuta. Pero, precisando lacuestión, si se pregunta ¿creéis en tal revelación,en tal aparición, en tal curación? Entonces escuando conviene, señores, no olvidar las reglas dela prudencia cristiana, ni las advertencias de lasSantas Escrituras, ni la doctrina de los teólogosy de los santos, ni, en fin, los decretos de los Con-cilios y la razón de estos decretos. ¿Ha hablado laautoridad competente? Si ha hablado, inclinémo-nos con todo el respeto que se debe á la gravedady á la madurez de los juicios eclesiásticos, aun-que no tengan carácter de infalibilidad; si no hahablado, no seamos, ni de los que rechazan todoperentoriamente y á todo el mundo quieren impo-ner su incredulidad, ni de los que admiten todo ála ligera, y de igual suerte desean imponer sucredulidad. Al discutir un hecho particular guar-démonos bien de rechazar el principio de lo sobre-natural; pero tampoco cerremos los ojos á la evi-dencia de los testimonios, siendo prudentes hastaque se verifique el atento examen que la materiaexige, y las Escrituras recomiendan; pero no es-cépticos: sinceros y no visionarios. Esta es la me-dida. No olvidemos que lo más frecuente y seguroen estas materias es no precipitar el juicio, no re-solver, afirmando en absoluto; en una palabra, noadelantar, ni en un sentido ni en otro, el juiciode aquellos que tienen la autoridad y la misiónde examinar y resolver, sino esperar, en la senci-llez de la fe y de la sabiduría cristiana, una reso-lución que fije la regla prudente de conducta, aun-que no siempre con absoluta certidumbre.

Voy á terminar:Cada cual, señores, debe desconfiar de sus ten-

dencias. La incredulidad no quiere ver á Dios enninguna parte, el iluminisnao lo quiere ver en to-das; esto último sucede en efecto, pero no siem-pre por medio de profecías y de milagros, puesde otra suerte lo sobrenatural absorbería lo na-tural, y lo extraordinario llegaría á ser ley ordi-

infinitamente sabio y bueno, prepara de ordinario la ruina del mal por el

desarrollo natural de las consecuencias del mal mismo, y raramente se

manifiesta por una intervención extraordinaria y excepcional en el curso

de las cosas humanas. Las angustias actuales de la Iglesia, los esfuerzos

y la hostilidad de su s enemigos, y todos los grandes acontecimientos de

nuestro tiempo servirán en último caso á la realización de sus designios.

Esto es lo que debemos formalmente esperar de las infalibles promesas

de la palabra divina y de la divina misericordia; esto es lo que sabemos

por las enseñanzas de nuestra fe, y este es el profundo sentido del antiguo

proverbio alemán, tan consolador y con tanta frecuencia comprobado:

«Cuanto la necesidad es más extrema, más cerca está el auxilio de Dios.»

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naria. Dios cuida, sin duda alguna, con interven-ciones bastante visibles, de que le recuerden lossiglos que le olvidan. Mientras que sus golpes ad-miran y perturban á los impíos, los creyentes sedirigen á Él en las calamidades públicas y pri-vadas, con angustiosa esperanza. No debemos,pues, señores, desanimar á los que esperan,ni á los que ruegan. En estos tiempos de ex-trañas vicisitudes en que el alma del cristiano,oprimida por el recuerdo de tantas desgraciasy con la amenaza de tantos peligros, experimen-ta la necesidad de acercarse con mayor fuerzaal cielo, al ver que la tierra desaparece bajo suspies, y nos faltan los apoyos humanos con quedebíamos contar, no quiera Dios que entris-tezcamos la piedad. No; pero tampoco permita-mos que se extravie á causado esa afición á lo ex-traordinario y á lo prodigioso, llevada hasta lailusión y la extravagancia, hasta la presuncióny la inercia. Puede decirse que tentar á Dios eshoy el atractivo peligroso de ciertas almas, yhay muchas maneras de tentarle. Los hay queen vez de luchar virilmente, se cruzan de brazosy dicen: «Dios está allí.» «Dios hará un milagro,»y creen haberlo dicho todo. Con tales confianzas,señores, ni se repara nada, ni se salva nada. Loshay que, más temerarios aún, multiplican tran-quilamente las faltas, los desafíos á lo imposibley se arrojan, por decirlo así, desde lo alto deltemplo, como si Dios hubiera prometido enviarsus ángeles para detenerles en la caida; y locierto es, qae con tales temeridades, se llega alsuelo destrozado. Los hay, en fin, que parece hanpenetrado en los designios de Dios; que conocensus determinaciones acerca de la Iglesia y deFrancia, y aplicando á hechos particulares laspromesas generales, anuncian sucesivamente lavictoria ó la ruina, y á veces la victoria ó la ruinapor mano de tal hombre, ó por tal medio, ópara tal dia y hora. Dios hará, señores, lo quequiera, lo que mereceremos que haga, y acaso,en su misericordia, lo que no hayamos merecido;pero este es su secreto y á nosotros no toca pres-cribirle lo que debe hacer. Sucederá, sin duda al-guna, lo que Dios quiera; pero ¿qué querrá? Te-mamos que quiera aún castigarnos por nuestrastemeridades, nuestro egoismo y nuestra molicie,y procuremos merecer que nos salve, trabajandocon todas nuestras fuerzas y por todos los me-dios de prudencia humana y de sabiduría cris-tiana que de nosotros dependen, para salvarnospor nosotros mismos.

En este sentido debe entenderse y repetirse labella frase de San Pedro: La, verdadera profecíaconsiste en resignarse á la, voluntad de Dios y en,hacer todo el bien posible. Roguemos, esperemos y

sobre todo trabajemos, porque de ordinario lacooperación del hombre debe ajustarse á la ope-ración de Dios; y todo instrumento de la Provi-dencia debe responder á su misión; si no, Dios lerechaza, porque de ninguno necesita. La histo-ria de los individuos como la de los pueblos estállena de estos ejemplos.-Si no fuera así, el dogmacristiano de la Providencia se parecería dema-siado alfatum de los paganos, y bastaría al hom-bre esperar con los brazos cruzados las determi-naciones del destino.Permanezcamos, pues, seño-res, dentro de la gran sencillez de la fe evangéli-ca ; evitemos los decaimientos, las presuncionesy las quimeras; seamos cristianos y seamos hom-bres. Amemos á la Iglesia, esta madre de nues-tras almas, y seamos agradecidos á las luces quenos da, agradecidos y dóciles; y si la amamos,no debemos limitarnos á compadecer con lágri-mas y gemidos los profundos males que sufre enestos momentos; ofrezcámosla viril concurso, y encaso necesario generosos sacrificios; sirvamos conresuelto y eficaz esfuerzo á nuestra querida pa-tria; comprendamos lo que de nosotros exige paracurar y rehacerse. En una palabra, seamos unageneración enérgicay adicta, inteligente y acti-va , creyente y trabajadora, que comprende las ne-cesidades y la marcha de las agitaciones huma-nas, que no se asusta más de lo que conviene álos que deben percibir de las luces de la fe algode la sabiduría y de la paciencia de Dios, y que,sin recurrir á vanos y sospechosos oráculos, pue-den encontrar en la historia de sus padres y enlos recuerdos del pasado los secretos de la Provi-dencia y las esperanzas en lo porvenir.

Contad de nuevo, señores, con la seguridad demi afectuosa consideración.

FÉLIX DUPAS LOUP,Obispo de Orleans.

(Le Correspondant.)

NATACHA.(Conclusión.) *

in.París, Noviembre.

Daba la una cuando entré en el corredor queconducía á la habitación de Mme. de V... Me es-taban esperando, ó inmediatamente me conduje-ron á un saloncito lleno de ñores y de telas á me-dio bordar, esparcidas por los muebles. Impreg-naba la atmósfera ün vago perfume de violetasque inmediatamente reconocí.

Véanse los números 6, 7 y 8, páginas 184, 207 y 249.

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280 REVISTA EUROPEA. 2 6 DE ABRIL DE 1 8 7 4 . N.° 9

Sentada en un pequeño diván junto al balcón,cuya persiana estaba descorrida, la vi bordando.Un rayo de sol que se filtraba por los intersticiosde la persiana iluminaba su cabeza, cubriendode polvo dorado sus cabellos. Al verla, me quedéabsorto. Atravesé rápidamente la habitación, meacerqué á ella, cogí una de sus manos entre lasmias y la interrogué con mis ojos, porque no po-dia hablar. Débil rubor sonrosó sus mejillas, ysin levantar la vista, me indicó una butaca frenteá ella; llamó é hizo que se llevaran al niño, quejugaba á sus pies enla alfombra. Quedamos solos.

Mudo y extático la contemplé lentamente, fac-ción por facción, queriendo tomar con los ojosposesión de mi dicha. Estaba muy pálida y algomás delgada. Los anchos pliegues de un peina-dor de muselina la envolvían como una nube. Suscabellos, separados en la frente, se unian con ne-gligencia á la espalda en una sola trenza. En pre-sencia de aquel bondadoso semblante, pálido yabatido, la pasión de mi alma convirtióse en ter-nura y en profunda piedad.

—¡Sufrís mucho!—le dije.—¿Por qué no me ha-béis permitido veros antes?

Al mismo tiempo me levantó, y por primeravez se encontraron nuestros ojos. No sé lo quehabia en los míos; en los suyos leí una súplica,una orden á que no podia sustraerme. Me sentéde nuevo, esperando lo que iba á suceder.

—Caballero—dijo; pero le faltó la voz y se de-tuvo. Para reponerse se inclinó sobre el bordado.Su agitación crecía, notándose, al través del ves-tido, las rápidas palpitaciones de su corazón, ysu mano temblaba medio oculta bajo el encaje quele caia hasta el puño.

Confusa inquietud agitó mi ánimo.—Por Dios, decidme lo que os pasa. ¿Ha suce-

dido algo? No puedo expresaros mi martirio.Vuestro inexplicable silencio...

Hizo con la mano un movimiento para impedir-me continuar.

—Lo sé, caballero; debo daros una explicaciónj os la daré—dijo, y apartó el bordado, exha-lando largo suspiro. La desolada expresión de surostro afligía el alma.

—No—contesté dulcemente,—no me expliquéisnada. Lo único que os pido es una palabra queme tranquilice. Hace dos dias que no vivo.

—Yo también sufro,—dijo con voz apagada; y,dirigiéndome una mirada angustiadísima, añadiólentamente:—No os amo.

Tuve que agarrarme á alguna parte, porquesreí caer déla butaca.

—Comprendedme, caballero, os lo ruego,—con-tinuó con la misma mirada de súplica.—No ha-blaré de principios ni de deberes que, ante vos, no

tengo derecho á invocar. Os diré la verdad cual lasiento en lo íntimo de mi conciencia y de mi alma.No puedo amaros, porque esta idea subleva, no miorgullo, no lo tengo, pero sí todas las religionesde mi corazón. Junto á vos me ha sorprendido unminuto de delirio; odio ese minuto y quisierarescatarlo al precio de mi vida; pero como estono es posible, como todas las lágrimas de misojos no bastarían á lavar la mancha, me quedaúnicamente una esperanza y depende de vos. Oslo suplico, caballero, lo imploro; olvidadme, comoyo procuraré olvidaros.

Repuesto un poco de mi primer estupor, mi ca-beza empezaba á despejarse, y con la lucidez com-prendí la necesidad de luchar y de defender mi di-cha. Con toda mi fuerza rechacé la convicción.Mis oidos habian entendido bien; mi alma se ne-gaba á comprender, y despertaba y se removía enmí el salvaje instinto del desgraciado á quien qui-tan la última esperanza.

—No,—exclamé,— es imposible. No creo ni unapalabra de lo que decís. Queréis hacer una prueba,ignoro con qué designio; os advierto que es terri-blemente peligrosa. Tenéis en vuestras manos mirazón y mi vida, y haréis mal en jugar con ellos.Es muy serio, os lo aseguro, mucho más serio delo que creéis.

Me miró con una expresión extraña. Com-prendí que en mi acento y en mi fisonomía habiaalgo que la inspiraba miedo. Su mirada me con-tuvo.

—Perdonadme, señora,—continué más tran-quilo.—Es difícil contenerse cuando en el juegose empeña toda la vida. Lo que quena decir esque, al tratar de engañarme, os engañáis vosmisma. Dominada por un sentimiento que com-prendo, decís que no me amáis y creéis que todoha concluido. No es así... ni puede ser... bien loconocéis. Al través de este pasajero desaliento,sabéis que me amáis y sabéis que os amo... queos amo como seria imposible decirlo. No tengouna alegría, ni un pensamiento, ni una esperanzaque no seáis vos... lo sois todo para mí, porquesois mi amor y mi amor es mi vida.

Habia apoyado la cabeza sobre el respaldo deldiván, y dos lágrimas se desprendieron de suspupilas, rodando lentamente por sus mejillas.

—¡Dios mió! ¡Dios mió!—murmuró.—¿Lo veis? Estáis sufriendo porque nada en el

mundo puede romper los lazos que nos unen.Vuestro corazón es mi corazón, vuestra alma e-¡mi alma. ¿Creéis que se cambia un beso y que nose cambia el alma? Creéis que podemos sepa-rarnos1? ¡Es locura! Preguntad á vuestro corazóny oid lo que os dice.

Su pálido semblante palideció más todavúi.

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N.° 9 * * * -NATACHA. 281

Levantó débilmente la cabeza y vi que hacia unesfuerzo para hablar.

—¿Lo que dice mi corazón? ¿Lo sé yo acaso? Loque sé es que desde aquel momento no me he atre-vido á abrazar á mi hijo. La ofensa que he hechoá mi hijo y á mi marido se levanta en mi con-ciencia y aparta mi alma de vos. Cuando me en-contré sola aquella noche, entre los dos seres áquienes habia ultrajado mortalmente, me cau-saba horror á mí misma. Caí de rodillas, intentérezar y Dios no quiso oirme; le habíais arrojadode mi corazón. Entonces, no sabiendo dónde acu-dir, mi pensamiento se acogió á vos, y desde lo ín-timo de mi desventura, apelé á este amor que de-bia ser ya mi único refugio. Os lo juro, en aquelinstante hubiese dado mi vida por otro minuto dedelirio; pero en vano mis labios pronunciabanvuestro nombre, que no me traia ningún consue-lo, sintiendo sólo la vergüenza y el remordimien-to. No sabia dónde ocultarme á mí misma, y laexpiación fue dura, tanto, que la muerte, compa-rada con ella, me parece agradable... Mi únicaesperanza era que, sufriendo vos como yo, parti-ríais, sin procurar volver á verme... No ha sidoasí... pero al menos, libradme de este suplicio.

Y sollozando ocultó el rostro entre las manos.La habia escuchado como se escucha la sen-

tencia de muerte. Cada una de sus palabrasahondaba el abismo entre nosotros. En algunosmomentos parecíame tan imposible la realidad,que creia soñar, y un instante después creiasueño lo pagado, necesitando un esfuerzo paraconvencerme de que era aquella la mujer quehabia tenido muerta de amor junto á mi corazón.El desastre era tan grande que no lo abarcabapor completo, y parecíame que debia haber unpunto por donde atacar y hundir la implacable»verdad erguida ante mis ojos. Acogiéndome á undébil reflejo de esperanza, me levanté, me aproxi-mé á ella y la cogí una mano.

—Miradme—le dije;—soy hombre que ha cono-cido en su vida todas las tristezas y que hasufrido toda clase de desengaños. He creído al-gunas veces que mi corazón iba á romperse, quemi alma vestia eterno duelo, y he resistido, sa-liendo más fuerte de la prueba. Jamás tuvo eldolor poder bastante para abatirme, y ahora lloro¿vuestros pies. Mi fuerza, mi valor, mi orgullo,no los encuentro; me he vuelto cobarde y tengomiedo al sufrimiento. Perderos es dejar de exis-tir, y lo que siento en este instante lo sentís vosmisma; pero, como sois altiva, queréis lucharcontra lo que es más fuerte que vuestra volun-tad. Os decís y me decís:—No amo;—y obligáisá vuestro corazón á callarse: pues bien, ese co-razón, ahogado hoy, despertará mañana; vuestra

conciencia que os aprueba ahora, os condenarámás tarde, porque me amareis, hagáis lo que ha-gáis; el impulso que os ha entregado á mí, os haentregado completamente; no podéis recobrarvuestro albedrío, porque me pertenecéis.

Me escuchaba dilatando sus grandes ojos, llenosde emoción y ds espanto, y en los que, por inter-valos, brillaban sombríos reflejos. Tenia una desus manos, cogí la otra y la atraje hacia mí.

—¡Separarnos!...—le dije,—es insensato. ¿Noveis que ambos estamos locos? Hace una horaque sufrimos, teniendo la felicidad en nuestrasmanos. ¡Compadeceos de vos y de mí!

Su rostro estaba tan cerca del mió, que sentiasu aliento en mis labios. Todo su cuerpo se es-tremecía, y en no sé qué flojedad de mis propiosnervios conocía que su voluntad se quebran-taba.

De pronto se levantó, apartándose de mí, tem-blando, pero resuelta. Por una de esas reaccionesviolentas, privilegio de las mujeres, habían re-conquistado toda su energía en el momento enque al parecer iba á faltarle.

—Habláis de felicidad—dijo.—¿Sabéis lo que esla felicidad? Lo que yo tenia antes de conoceros,el afecto de mi marido, el amor de mi hijo, mipropia estimación, mi vida sin tacha, la paz demi conciencia, la tranquilidad, el honor, todo loque me habéis quitado. Ahora... ¿qué me queda?Una vida de dolor, el remordimiento unido átodas mis ideas, el porvenir oscurecido por el re-cuerdo de lo pasado, la mentira siguiéndome fa-talmente paso á paso, mentira para mi marido,á quien debo dejar que ignore eternamente lo in-digna^que soy de su confianza, mentira para mihijo cuyo respeto robaré, mentira para mi propiocorazón que no sabe ya lo que quiere, ni lo queama. Esta es la vida que empiezo. ¡Y me habláisde felicidad, vos, á quien debo existencia tan mi-serable; vos, que me habéis enseñado lo que es lavergüenza; vos, de quien quisiera olvidar hastael nombre, hasta el recuerdo; vos, por quien hecausado á los seres que más amaba un daño irre-parable! Comprendedlo bien... me horrorizáis.

—Deteneos—exclamó sofocado y fuera de mí.—No sabéis lo que decís.

No pude articular una palabra más, porque li-teralmente la voz quedó estrangulada en mi gar-ganta, y estreché con ambas manos mi frentecual si mi razón fuera á escaparse; cuando levantóde nuevo la cabeza, Mme. de V... habia caídosobre el diván, respiraba penosamente y parecíaabatida.

Mientras habia esperado habia sufrido; ahoraya no sufría; no era sólo mi esperanza la quehabia muerto, habia sentido que mi corazón,

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después del último y terrible sacudimiento,moria dentro del pecho.

—Tranquilizaos, señora,—le dije con calma.—Partiré. Podéis desde este momento borrarme devuestra memoria. No oiréis hablar más de mí.Haré cuanto sea preciso para asegurar vuestroreposo, y os pido únicamente que me digáiscómo lo aseguraré mejor. ¿Dónde queréis quevaya? ¿Qué distancia deberá separarnos? ¿Quédebo hacer para evitaros hasta mi recuerdo?

Ya no era la misma mujer. El esfuerzo queacababa de hacer la habia destrozado, y no seadvertía en su semblante la expresión de enér-gica voluntad. Lloraba.

Su voz, cuando habló, tenia acento de dulcesúplica.

—Hay una cosa, una sola que pudiera darmealguna tranquilidad. Si tenéis piedad de mí, noos neguéis, aunque os parezca extraño, á lo quevoy á rogaros. Una idea me tortura, la de haberperturbado vuestra vida, al perturbar la mia:pues bien, esta idea desaparecerá el dia en quesepa que os habéis casado.

No pude contener una exclamación de ironía yde cólera; pero ella continuó sin detenerse:

—Prometedme, dadme vuestra palabra sagradaé irrevocable, como se le da á un moribundo, deque pronto, tan pronto como podáis, colocareisesa barrera entre nosotros.

Y añadió con creciente exaltación:—Mientras sepa que estáis libre, me parecerá

que no nos hemos separado, creeré ver vuestropensamiento á mi lado y no tendré reposo ni denoche ni de dia. Cuando estéis casado no meatreveré á pensar en vos, y, creyendo que mehabéis olvidado, acaso pueda también olvidaros.Pensad en lo desgraciada que soy. ¿Habré desufrir toda mi vida, como ahora, dependiendo devos que recobre la calma? Lo haréis, ¿no esverdad?

Yo permanecía mudo, y agitaba mi cuerpoprolongado estremecimiento. Hacia un instanteque veia claro y volvía á ver la felicidad, pero lafelicidad de un momento, para nunca más vol-ver. Creyó que mi silencio era una negativa.

—¿No queréis?—dijo cruzando las manos.—Entonces ¡Dios mió, qué va á ser de mí! Era miúltima esperanza. ¿No me comprendéis?

Sí, la comprendía y mi alma toda era presa dela más violenta conmoción. La cogí por los puñosy la obligué á mirarme.

—Escuchadme bien—le dije;—vuestro terror,vuestros temores... no son más que amor. No losabéis vos misma, pero así es. Ahora estoy se-guro de que me amáis. Rechazando este amor,sufrís tanto como yo, y conozco, comprended

bien, conozco que, por grande que sea vuestro va-lor, sucumbiría. Si quisiera, mi dolor se trocaríaen este instante en inefable dicha. Escuchad ávuestro corazón que late fuera de sí, mientrastengo en las mias vuestras manos. Pues bien, osamo y os admiro tanto, que no querré. Creéis en-contrar la tranquilidad en el olvido: así sea... Re-nuncio á vos libre y completamente, y juro ca-sarme. Os prometo además que, ni con el pen-samiento profanaré vuestra imagen, ni siquierabesaré la falda de vuestro vestido, pero porprecio de todo esto, que es mucho más quedaros sencillamente mi vida, necesito una pa-labra de vuestra boca. La idea de perderos meduele menos que la de no haber sido amado porvos. Sé que esto no es verdad; pero lo habéisdicho; acaso lo habéis creído. Recoged esa frasecruel, no temáis nada, para mi sois ya mássagrada que antes. Pensad en la existencia áque me condeno. Sólo viviré para un recuerdo;sólo un rayo de luz iluminará mi alma... esapa-labra que vais á pronunciar y que escucharé derodillas, porque es ala vez mi dicha y mi casti-go. Decidme una vez, la última, que me amáis.

No contestó; sus labios guardaron santamente,hasta el fin, el secreto de su corazón, pero susgrandes ojos, brillantes y cubiertos de lágrimas,me permitieron leer la verdad. Oculté el rostroentre los pliegues de su vestido; no me atrevíaá mirarla...

Su hijo llegó algunos instantes después. Lepuso sobre sus rodillas, le besó apasionadamentey le estrechó largo rato contra su corazón. Grue-sas lágrimas salían de sus ojos, deslizándosecomo diamantes por entre los rizos de sus ca-bellos.

—¿Por qué lloras, mamá?—le preguntó.—Porque te amo... te amo, hijo de mi alma.Oyéronse pasos en el corredor.—Ahí está papá que vuelve—exclamó el niño y

corrió á su encuentro.—¿Queréis que me vaya? ¿Queréis que me

quede? ¿Podré volveros á ver antes de partir?Cambió de color tan débilmente que apenas fue

perceptible.—Nó—respondió pasado un momento.—¿A qué

sufrir dos veces?—Entonces—le dije, palideciendo á mi vez,—es

un adiós... un adiós para siempre.Me alargó la mano, fria como el mármol. La

cogí, la apreté contra mis labios y no podia se-pararla de ellos.

—¡Por Dios!—dijo—¡Mi marido!Abrióse la puerta, en efecto, y apareció en ella

el general con una red de pescar en la mano y suhijo colgado al cuello.

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N.°9 ***_ -NATACHA.

—No me atrevo á entrar—dijo.—Estoy horri-ble. Esos malditos pantanos le ponen á uno deun modo... Buenos dias, conde. ¿Va bien hoy,Natacha?

La indiferencia del general desentonaba bas-tante.

—Entrad como estéis—dijo ella;—el condepartey desea despedirse de vos.

—¡Ah!... ¿partís?—Sí, general, esta tarde ó mañana.—¿Nos veremos todavía?—Seguramente. Volveré, si me lo permitís,

para daros el último apretón de manos.Los tres conocíamos la necesidad de abreviar

esta escena. El general retrocedió hacia la puerta,yo saludé á Mme. de V... y salí al mismo tiempoque él.

No intentaré decir lo que para mí fue el restode aquel día. No se describe la desesperación;para describir es preciso hablar, y quien se haretorcido en sus ansias mortales, jamás habla deellas. Paseaba por mi habitación mudo, estúpido,anonadado, incapaz de reflexión. Embargaba to-das mis facultades un entorpecimiento que niquería ni podia sacudir, experimentando la sen-sación material de un frió intenso que bajaba dela cabeza al corazón. Toda mi alma la desgar-raba, fibra por fibra, uno de esos dolores conti-nuos ó implacables, contra los cuales no hay es-fuerzo posible, porque se conoce la inutilidad dela reacción y se abandona uno al sufrimiento.

Encontraba en mí una especie de duplicidad deser moral, uno sufriendo y otro razonando y pro-curando á cada instante juzgar la situación. Yohe tenido, decía para mí, otros amores, otrosdesengaños, otros pesares, ¿por qué no me hanconmovido tan profundamente? Porque, si hayinfortunios en los que cabe consuelo y olvido, loshay también tan irreparables como la muerte.Hacia esta reflexión como si no se tratase de mí.Recordaba una antigua conseja, según la cualtodo hombre se encuentra una vez en la vida caraá cara con su felicidad. Yola habia encontrado yhabia desaparecido ya. Maquinalmente cogia unlibro, leia media página, el libro caia de mis ma-nos y permanecía inmóvil, fija la vista en el va-cío, procurando coger mis ideas que pasaban sindetenerse por el cerebro.

A la hora habitual bajé al salón. Si en la imper-fecta naturaleza humana hay algo digno de ad-miración y respeto, es el poder de la voluntadque permite cubrir la agonía del corazón con lamáscara tranquila de la indiferencia. El más bellode todos sus privilegios es el de sufrir con la son-risa en los labios. Se va y se viene, se habla, hastase demuestra interés por alguna cosa, y mientras

tanto se pregunta uno: ¿Estoy vivo ó muerto?Me senté junto á una mesa llena de periódicos

y folletos. Los iba cogiendo sucesivamente sindarme cuenta de lo que hacia, cuando observéque se sentaba otra persona frente á mí. EraMme. Diloir que extendía sobre el aterciopeladotapiz un brazo de incomparable blancura, y queestudiaba la política haciendo brillar, bajo losreflejos chispeantes del cristal de la lámpara, losde sus bellos ojos.

Entablóse entre nosotros el siguiente diálogo:—¿No me guardáis rencor?—¡Yo, señora! ¿por qué?—Creo que advertiríais ayer que no éramos

muy amigos.—No he advertido en vos ninguna hostilidad.—Lo cual quiere decir que me perdonáis.—Quisiera poderlo hacer, puesto que en ello

mostráis empeño; pero no hay motivo de perdóncuando no se ha recibido ofensa.

Mme. Diloir se sonrojó ligeramente.—Seguramente no sois bueno. ¿Necesitaré co-

braros miedo?—Seria grave error, mi querida señora. Soy

incapaz de matar una mosca.—Una mosca podrá ser... En fin, yo me en-

tiendo, y como no quiero reñir con vos, suponedque os creo. ¿Quedan hechas las paces?

—Si nunca hemos estado en guerra...—De hecho no; pero en mi interior he guer-

reado terriblemente con vos... La guerra ha ter-minado y no volverá á empezar.

Todo esto lo decia rápidamente, en voz baja ysin levantar la vista del libro que hojeaba. A diezpasos de ella la estaba observando su caballerocastellano con tempestuoso fruncimiento de cejas,y al parecer, ella no se sentía á su gusto bajo lainspección de aquella mirada.

—Me ahogo aquí—dijo. —¿Queréis acompa-ñarme á dar una vuelta por el parterre?

Salimos por la puerta que daba al jardin, y du-rante un cuarto de hora paseamos por delante delas ventanas del salón. Hablaba mucho y sin de-tenerse de cuanto se le antojaba. Yo la escuchabaapenas y respondia por casualidad, porque suvoz era para mí en aquel momento un rumor sinsentido que me aburría y fatigaba.

Por fin se detuvo.—Me voy dentro de algunos dias—dijo;—¿Iréis

á verme en Paris?—Si lo deseáis, con mucho gusto.—Es una promesa. ¿No es cierto? Recordadla,

porque tengo en que la cumpláis algún interés...mucho. Os esperaré todos los dias, y si tardáisen ir, creeré que me habéis olvidado.

Quitó una rosa que llevaba prendida á la cin-

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tura y me la alargó, poniendo el semblante comolos niños, cuando no saben á punto fijo si reír óllorar.

—Entre tanto, ahí tenéis una flor que os obli-gará á recordarme, al menos esta noche. ¿Quévais á hacer de ella? ¿Dónde os la pondréis?

—¡Dios mió! señora, ¿dónde queréis?Ocurrióme de pronto una idea y puse la flor

descaradamente en un ojal de mi levita.Cuando volvimos al salón, el marqués estaba

verde.Una hora después, al retirarme, se acercó á mí.—Una palabra—me dijo.Y nos apartamos para hablar solos.—Me desagrada, caballero, que llevéis esa flor.—Lo siento; porque la flor está en su sitio y

en él permanecerá.El asunto se arregló en tres palabras, puesto

que ambos deseábamos el mismo arreglo, y á lasdiez de la mañana siguiente nos encontrábamosen el terreno.

Este modo de abandonar la vida parecíamesencillo, cómodo, y, bajo todos los aspectos, con-veniente. Sin premeditarlo, la casualidad me loofreció y lo acepté. Además, tenia la ventaja decambiar el rumbo de las sospechas si, lo que juz-gaba imposible, habia traspirado algo.

El marqués, en su calidad de verdadero caste-llano, no habia querido privarse del gusto deabrir paso á su venganza con la punta de una es-pada. Durante algunos minutos el juego fue cer-rado, porque él tenia empeño en matarme y yo enque su victoria fuese verdadera. Era el mejor,modo de pagarle el servicio que me hacia. Despuésde algunos rápidos pases, caí; pero, calculandomal el movimiento, al arrojarme sobre el arma demi adversario, en lugar de recibir la estocada enel corazón, desvióse la punta de la espada, se des-lizó por una membrana intercostal y atravesó elpulmón.

—¿Duraré mucho?—preguntó al módico.Pero al mismo tiempo se me llenó la boca desan-

gre y supe lo que deseaba. Ni siquiera tuve nece-sidad de ver, antes del desmayo que me acometió,su rostro alarmado, para saber que era hombremuerto; sólo que en vez del anhelado término in-mediato, tenia en perspectiva lenta y repugnanteagonía. Fugitivamente, y como un sueño, pasa-ron por mi imaginación Niza, Pau, el Cairo, don-de se me veria toser y escupir mi vida. Era malasuerte, pero, al fin, el objeto principal se habia al-canzado, y algunas semanas más ó menos de su-frimiento significaban poco, comparadas con lacertidumbre de haber terminado para siempre eldrama descorazonador que se llama la vida.

Trasladáronme á una casa de campo situada á

corta distancia. Durante algunos dias permanecíen ese estado de postración que alterna con lacalentura, en el cual las ideas llegan al debili-tado cerebro como á través de una niebla. Despuésaumentó la fiebre, y el delirio no me abandonaba.Era un beneficio que debia á la naturaleza, por-que el delirio me daba lo que la realidad me habianegado. Una sola imagen habia ante mis ojos, yminuto por minuto, revivía el corto pasado, re-sumen de toda mi existencia. Los detalles másinsignificantes acudían á mi imaginación. Aveces, en el silencio de la estancia, oia resonar laspuras y graves inflexiones de su voz que tantosestremecimientos habían causado á mi alma.Veia su cara, su cuerpo, hasta el vestido que lle-vaba, y sin cesar estaba presente en mi imagi-nación y ante mi vista.

A veces, sentada junto á mi lecho, pálida yllorosa, me pedia vivir. A veces se incorporabaaltiva, dándome un adiós de despedida. Con fre-cuencia la estrechaba en mis brazos, y sus ojosme lanzaban de nuevo aquella mirada de sobre-humana pasión que les hizo brillar un momento;la cinta de su peinado se desataba, sus cabellosde oro se esparcían, envolviéndome en sus ondas,y respiraba su embriagador perfume.

Pasaron algunas semanas y estuve ya bastantebien para poder partir. El dia de la marcha elmédico me reconoció, me auscultó y frunció elceño.

—¿Qué veis, doctor?—le dije.—Habladme confranqueza, porque tengo que tomar algunas de-terminaciones. ¿Qué pensáis de mí?

Aquel excelente hombre no anduvo en rodeospara decirme su parecer.

—Con muchas precauciones, grandísimas pre-cauciones, y un clima cálido, durareis algúntigmpo; pero la menor imprudencia tendrá fa-tales resultados. Y no hay para qué decir... unaemoción violenta... ya comprendéis.

—Comprendido; gracias, doctor.La víspera de mi partida tuve la visita más

inesperada. Vi entrar al general V...—Supe lo ocurrido y dónde estabais, y vengo á

saber cómo seguís—dijo sencillamente, tan sen-cillamente que me pareció natural su visita.

Se acercó, me cogió ambas manos y añadió:—¡Qué locura!Sentóse junto á mí. En aquellas seis semanas

habia envejecido tanto que se le veia encorvadoy con arrugas. Al principio ambos pudimos so-breponernos á nuestra situación, hablando decosas indiferentes. Le pedí y me dio noticias deLucerna, de las personas que habian partido y delas que habian llegado á la fonda. M. y Mme. Di-loir se habían dirigido á Suez, pasando por

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N.°9 ***_ -NATACHA. 285

Italia; el marqués había salido para Francia,pero sabido es que todos los caminos conducen áRoma.

—Nosotros también nos vamos pronto—añadió;—creo que afines de semana.

Callamos durante un momento. El general diovarias vueltas por la habitación. Teníamos elmismo pensamiento y ninguno de los dos seatrevía á hablar el primero. Por fin el generalse detuvo junto á mí y con dulzura, á media vozy volviendo la cabeza, me dijo:

—Ella no está completamente bien, y vivo alar-mado... muy alarmado.

—¿Está enferma... gravemente?Debí ponerme tan pálido que el general me

miró asustado.—No está precisamente enferma. Al menos de

nada se queja; pero sufre mucho. Lo más terriblees que guarda para sí sus ideas y sus dolores. Sereconcentra en sí misma; nadie puede ayudarla,y, sin embargo, esto la serviría de consuelo.

Y con la ancha mano cubrió sus ojos.Hay momentos en que las palabras parecen

ineficaces para expresar las emociones que luchanen el fondo del alma. Intenté hablar, y mis tem-blorosos labios no obedecieron á mi voluntad.¿Qué palabra no era, ó una profanación de miamor, ó una herida cruel en el corazón de aquelhombre que con tanta lealtad soportaba su dolor?

El general partió.Me restaba sólo un gran deber. Habia hecho un

juramento, y era preciso cumplirlo.De vuelta en París, me presenté en casa de la

condesa K... calle de Courcelles. La condesa K...es mi tia la bretona, de quien ya te he hablado.Todos los años viene á París desde el rincón de suprovincia con una de sus hijas, que ordinaria-mente logra casar antes de que termine el invier-no, hecho lo cual, vuelve á Bretaña. Tenia ahorala quinta, que en su corazón me estaba destinadade largo tiempo atrás, según decía.

Mi fuga á Suiza la habia incomodado. Recibió-me con una actitud reservada, llena de reticencias.

Las madres piadosas de hijas casaderas tienensiempre una acogida especial para los elegidos, áquienes no desesperan convertir á la religión y almatrimonio. Sus discursos son melosos como pa-labras de abate, y alarmantes como la sensaciónde un nudo corredizo que se aprieta á la garganta.

La noticia de mí desafío habia llegado á susoidos, y no sabia á punto fijo á qué atenerse sobreel motivo del duelo, ni acerca de las intencionescon que volvía al hogar doméstico, por lo cual,sin abandonar la estudiada reserva, procuró há-bilmente tantear el terreno.

Cuando mi tia y yo quedamos solos, aproximé

un taburete á su butaca, y sentándome á sus pies,le pronunció el siguiente discurso:

—Querida tia; soy el peor de los hombres, milveces más pagano que esos niños chinos para loscuales hacéis colectas, y valgo menos que elúltimo de esos patagones á los que enviáis grue-sas medias, hechas por condesas: jamás voy á lasconferencias; tengo la perversidad de no admirarla virtud de las jóvenes feas, y he huido indigna-mente ante vuestros sabios consejos. Ya veis queempiezo por reconocer todas mis faltas; pero ten-go una buena cualidad; la de arrepentirme, y laprueba es que vuelvo como el hijo pródigo, deci-dido á cuanto sea preciso para merecer el cielo, áir mañana al confesionario si se me exige... y, so-bre todo, á casarme.

El efecto de mi arenga, y especialmente de suconclusión, fue instantáneo. Sentí los brazos dela condesa rodear mi cuello, y el bautismo de suslágrimas caer sobre mi frente.

—¡Quéfelicidad! ¡Gracias, Diosmio!—exclamó.La devota y la madre se confundían en esta

exclamación.—Vuestra alegría me conmueve, querida tia, y

no quisiera aminorarla, pero he olvidado un pe-queño detalle que, sin embargo, debo referir. Ten-go en el pecho una estocada, que, según todas lasprobabilidades, me permitirá vivir unos seis me-ses. No os alarméis, porque esta circunstanciaservirá tan sólo para acelerar la ejecución de nues-tros proyectos. Si esperase larga vida, quizá nome casara, porque carezco de las virtudes necesa-rias para el matrimonio; pero, en el estado actualde las cosas, estos escrúpulos son inútiles. En miconcepto, puedo ofrecer garantías de felicidad máseficaces^ mi viuda que á mi esposa. Acaso opinéiscomo yo, y si la perspectiva de una libertad próxi-ma no espanta demasiado á mi prima, os pido sumano.

—Vuestra elección me agrada, sobrino; pero noopino como vos. A vuestra edad no mata un ras-guño. Viviréis cien años y haréis feliz á mi hija.

El resto de la frase se perdió entre un nuevo ac-,ceso de ternura.

Mi prima era persona muy razonable, de muybuen sentido y muy serena. Tomó las cosas concalma, reflexionando que en este mundo no hayfelicidad completa. Verdad es que mi tia sos-tiene no haberle dicho palabra de mis negros pre-sentimientos, fundándose en que no los cree; pero,entre nosotros, paréceme que ambas están cris-tianamente sometidas y resignadas á lo inevita-ble. Esto es lo mejor que podia suceder en últimocaso. El pequeño espacio que queda para la ternuraen el carácter de mi prima, libra á mi concienciade un gran peso, porque, de notar en esta niña al-

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guna añcion á mi persona, acaso hubiera retroce-dido en el último instante.

Mi único deseo en la actualidad es que terminenpronto estas cosas. El juramento que voy á cum-plir es el único lazo que me une á ella, y me im-porta cumplirlo más que la propia vida. ¡Ah!amigo mió, la amo, la amo como expresarlo seriaimposible. Mi cerebro y mi corazón se extasíanpensando en ella. Tengo impulsos de felicidad yretrocesos de desesperación que toda la fuerza demi voluntad no puede dominar. El relámpago queiluminó nuestras cabezas la noche de la terraza,era algo más que la pasión. Nuestros corazonesse confundieron, y no he vuelto á encontrar elmió.

La fiebre no me deja. Paso noches sin dormir,durante las cuales cada pulsación de mis arteriases un llamamiento desesperado al corazón, queacaso me entiende; y cuando me presento por lamañana, mi tía me examina con alarmados ojos.

—Tranquilizaos, tia, aún viviré algún tiempo.Y, sin embargo, si volviera á verme el doctor

suizo, imagino que restaña días del medio añoque me dio de vida.

IV.Ñapóles, Diciembre.

Una mañana recibí de Ñapóles terrible noticia.¡Habia muerto!Muerto, según me decían, de una enfermedad

de languidez; pero yo sabia bien lo que la quitabala vida. Como el armiño no sufre mancha algunaen la blancura de su piel, ella no habia podidovivir con un recuerdo en el alma.

Casado dos dias antes, todo lo abandoné ypartí.

Vengo á morir á orillas de este mar y bajo estecielo que han recibido su última mirada. Acasodeban ellos decirme que me ha perdonado...

Estas líneas son el adiós postrero que te envió,mi mejor, mi único amigo. El módico acaba dedecirme que no saldré de la noche, y comprendoque tiene razón,.. La vida era para mí enigma de-masiado difícil, no he encontrado la solución átiempo y por ello muero.

La pasión es fuego del cielo que acaricia á losdébiles y abrasa á los fuertes. Morir abrasado porella ¿debe deplorarse?

Hé aquí el problema.¡Adiós!...

(Revue des Deua Mondes.)

BOLETÍN DE LAS ASOCIACIONES CIENTÍFICAS.

Instituto antropológico de la Gran Bretañaé Irlanda.

LOS HABITANTES DE LAS ISLAS N1COBAR.

M. L. W. Distant, da lectura de una Memoriasobre los habitantes de Car Nicobar, la más se-tentrional de las islas Nicobar. Los elementos deeste trabajo han sido recogidos personalmentepor el autor, en Junio de 1868, pero hay que teneren cuenta que sus noticias no se refieren á lasdemás islas del mismo grupo, que son muy difíci-les de visitar, y cuyos habitantes pasan por fe-roces y traicioneros.

Los naturales de Car Nicobar son de más esta-tura y de color más pronunciado que la mayorparte de los malayos; usan los cabellos muy lar-gos, pero cuando están de luto, se los cortan alrape. Tienen una memoria excelente y gran ap-titud para aprender las lenguas. Son de consti-tución robusta, y las enfermedades son casi des-conocidas entre ellos. Son muy ingeniosos y sesirven con mucha destreza de los dedos de lospies para recoger del suelo objetos pequeños.

El traje de los hombres es bastante primitivo:consiste en un cinturon de cuerda que sujeta untrozo de tela que pasa por entre las dos piernas;sin embargo, en las grandes ocasiones y cuandose encuentran en presencia de extranjeros, losjefes y los notables usan trajes europeos que ob-tienen por medio de cambios con los capitanes delos buques. Las mujeres visten un trozo de tela,mayor que el de los hombres, enrollado alrededorde las caderas, sujeto sobre el pecho y caido hastalas rodillas. Usan anillos en la nariz, y las orejastaladradas por grandes agujeros, en los cualesponen adornos de metal; también llevan collaresde cobre y brazaletes por encima del codo y enlas muñecas. Los hombres tienen en su mayorparte las orejas perforadas como las mujeres, ymuy prolongadas por el peso de los discos metá-licos. El azul es el color favorito de las mujeres,pero los hombres buscan para sus vestidos colo-res más brillantes y llamativos, especialmente elencarnado fuerte.

Las casas son cónicas ó en forma de colmena,y construidas sobre pilares; el techo es de pajalarga artísticamente trenzada, y las paredes debambúes entrelazados; se penetra en el interiorpor medio de una escala de bambú que quitan denoche. Estas moradas están, por ío general, agru^padas en número de diez ó doce, formando pe-queñas aldeas, cuya vigilancia ejerce un jefe.M. Distant, que ha podido visitar una de esashabitaciones, ha encontrado en el interior muchalimpieza y cierta comodidad. En un rincón tenianfuego encendido, y del techo pendian unas figurasgroseras que, según la explicación del propieta-rio, representaban el primer hombre y la primeramujer. El viajero fue invitado á sentarse en un si-llón de hermoso trabajo, construido sin duda porun modelo europeo. La mujer del jefe, que haciaá M. Distant los honores de su casa, estaba dandode mamar á un niño; los chicos de ocho ó diezaños daban de comer á sus hermanos pequeños;en efecto, e t̂a es la costumbre establecida; tanpronto como los chicos llegan á tener alguna

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N.°9 BOLETINES DE CIENCIAS Y ARTES. 287

fuerza, se encargan de los pequeños y no losabandonan ni un momento, llevándolos siempresobre la cadera izquierda.

Las ideas religiosas de los indígenas de t CarNieobar son muy vagas; creen en un espíritubueno y en otro malo, pero temen particular-mente al último, que habita, según ellos, en me-dio de las selvas del interior de la isla, porquenunca deja de castigarlos cuando faltan á sus pa-labras, cuando no se contentan con una sola mu-jer ó cuando nacen daño á sus vecinos. Sin em-bargo, M. Distant declara que los habitantes deaquellas regiones son muy notables por su leal-tad; por ejemplo, cuando tratan con un capitánde un buque, se comprometen á entregarle en undia determinado, en cambio de las armas y vesti-dos que reciben por anticipado, cierto número decocos, y jamás faltan á la hora convenida ni en lacantidad. Los robos y las muertes son casi desco-nocidos en la isla, y cada habitante, por lo gene-ral, sólo tiene una mujer á quien trata con lasmayores consideraciones. Los trabajos que con-sisten principalmente en la recolección de loscocos, se dividen entre los dos sexos; los hombressuben á los árboles para arrancar los cocos, y lasmujeres y los niños los recogen en el suelo y lostrasportan dos á dos á la costa. Sin embargo,es preciso decir que, en ciertas épocas, los indíge-nas de Car Nieobar celebran grandes festines y seentregan ala borrachera; entonces, excitados porel licor fermentado, extraído de los cocos, se po-nen á luchar con los cerdos, á cuyos animalesirritan de tal manera, que los vuelven locos; estoscombates son peligrosos algunas veces, porquelos cerdos causan á los indígenas crueles heridasen las piernas.

Las canoas son de un solo trozo de madera,pero no de fabricación indígena; proceden de lasislas vecinas y las adquieren por cambios; sonembarcaciones primitivas, y como los habitantesde Car Nieobar son aventureros y no temen visi-tar las lejanas costas, los naufragios son muyfrecuentes y ocasionan muchas víctimas.

En cambio de sus cocos, los indígenas pidengeneralmente escopetas, municiones, colchones,telas, rom, tabaco y collares de cobre. Son muydiestros en el manejo de las armas de fuego ydisparan con los brazos extendidos sin apoyar enlos hombros.

Su alimento consiste esencialmente en carne decerdo y en pescados que matan á lanzazos; tam-bién hacen un gran consumo de batatas. Atribu-yen influencia sobre la salud á las serpientes yotros animales, y para curar de ciertas enferme-dades, se aplican círculos de acero bruñido alre-dedor de los brazos y de los dedos. Conocen, sinembargo, algunos medicamentos, como la qui-nina, las sales de Epson, el aceite de resino, etc.

Hay generalmente un cementerio en el centrode cada aldea. A los muertos los envuelven entrozos de tela y los colocan en fosas, encima delas cuales ponen piedras adornadas con signosparticulares muy raros. Sin embargo, dijeron áM. Distant, que al cabo de dos ó tres años se re-cogen las osamentas, se llevan á las orillas delmar, y los arrojan á los cuatro vientos.

Los indígenas son muy observadores, pero nodejan nunca conocer su sorpresa; son muy sensi-bles y no se someten voluntariamente á la ser-vidumbre.

Al terminar su interesante comunicaciónM. Distant expresa su sentimiento por no haberpodido tomar medidas de las estaturas ni obtenerningún cráneo.

BOLETÍN DE CIENCIAS Y ARTES.

Dentro de muy pocos dias se abrirá al públicola exposición regional que se está preparando enMadrid en el antiguo local de las exposicionesartísticas. Organizada y dirigida por una em-presa en la cual figuran personas competentí-simas, y reunidos ya grandes elementos, es se-guro que vamos á presenciar uno. de esos cer-támenes verdaderamente científicos, verdadera-mente consoladores que nos indemnizan en algode los sinsabores de la política. Fijándose la em-presa en aquella región donde ciertas indus-trias aparecen más florecientes, ha llamado áconcurso las provincias catalanas, las aragone-sas, á Valencia, Alicante y Murcia, y todas hanrespondido dignamente, á pesar de que en algu-nas existe la guerra civil y sus desgracias.

Esta exposición y todos los elementos pues-tos en juego para ella se deben á la iniciativaparticular, lo cual es de gran importancia en Es-paña, donde se ha creido por mucho tiempo quefuera de la acción administrativa ó gubernativano se podian desarrollar los verdaderos adelantos.

Prometemos ocuparnos de este gran certamentan pronto como quede abierto al público.

#*• *Ha fallecido en Paris el tan concienzudo como

modesto escritor Carlos Romey, autor de unaHistoria, de España, muy apreciable, que por des-gracia ha dejado incompleta.

** #

Trátase de establecer una sociedad de agricul-tura y aclimatación en Madrid, y ya hay suscri-tas más de la mitad de las doscientas accionesque se hSfc de emitir. Las primeras suscricionesse han hecho por la nobleza y los grandes agri-cultores. Los objetos principales que se proponela sociedad son: mejorar las variedades ó razasde los vejetales y animales con destino á la agri-cultura é introducir las que han sido ya mejora-das en el extranjero; estudiar y experimentar losvegetales y animales nuevamente descubiertos óque se descubran y puedan utilizarse en la eco-nomía rural y doméstica; popularizar el empleode las buenas máquinas é instrumentos agrícolas;procurar la propagación de los conocimientoscientíficos y prácticos al labrador por medio depublicaciones, conferencias, creación de estacio-nes agronómicas, granjas modelos, jardines deaclimatación, exposiciones, y, en una palabra,todo lo que pueda conducir al progreso y fomentode la agricultura en todos sus ramos. Las accio-nes son de 2.000 rs. cada una, pagaderos:250 rs. al constituirse la sociedad ; otros 250 el1.° de Octubre próximo, y el resto cuando lo de-termine el consejo de administración.

#* *

El coronel de ingenieros inglés, Mr. Gordon, haconseguido destruir el banco que impedia la na-vegación de gran parte del Nilo blanco, pudién-

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dose en su consecuencia extender ésta hasta Gon-dokoro.

El verdadero inventor de la máquina de coserque tantos millones está produciendo hoy á losfabricantes norteamericanos, fue un pobre sastre,Bartolomé Thimonnier, establecido en Saint-Etienne (Francia), é hijo de un tintorero de Lyon.Como sucede á la mayor parte de los inventores,tuvo que luchar con todo género de contrarieda-des; no llegó á obtener el premio de sus trabajosy murió en 1851 muy pobre, como habia sido siem-pre, ala edad de sesenta y cuatro años.

La galería de retratos del Ateneo científico y li-terario de Madrid se ha aumentado con los de losseñores D. Julián Sauz del Rio, D. Juan NicasioGallego, y D. Ramón Llórente, pintados por losdistinguidos artistas Pineda, Laberon y Ta-berner.

Se ha concedido privilegio de invención á donPedro Casciaro y Lobato, de Cartagena, por unamáquina que tiene por objeto elevar aguas gra-tuitamente, utilizándolas en el riego de los cam-pos; á D. Juan Baute y Muñoz, de Tenerife, porun aparato para hacer harinas; y á D. Luis Mirónde Picher, de Roneu (Francia) por un sistema defabricación de dientes de cardas.

M. Tissandier ha hecho en París una serie deexperimentos repetidos con objeto de fijar la na-turaleza, cantidad y procedencia de las diminutassustancias terreas que de continuo tiene la atmós-fera en suspensión, y que, no por no ser apre-ciables á la simple vista, dejan de ejercer una in-fluencia marcada sobre la salud pública, y aunsobre la fertilidad de los terrenos en donde irre-gular y paulatinamente se depositan. En esastenues nubéculas de polvo, que la mayor partede las veces no se pueden ver como no se mirenal través de un rayo de sol, existe una gran can-tidad de corpúsculos sólidos que aquel afamadoquímico ha sujetado al análisis, acusándole éstela presencia de materias orgánicas muy ricas encarbono y muy combustibles, cloruros y sulfatosalcalinos, nitrato de amoniaco, óxido de hierro,carbonatos de cal y de magnesia, fosfatos, alú-mina y sustancias silíceas; es decir, la mayorparte de los elementos inorgánicos que sirven debase á la nutrición de los seres que forman losdos reinos vivientes. Véase, pues, qué papel tanimportante representan en la física del globoesas impalpables sustancias que el aire suspendey los vientos arrastran después de arrebatarlos,como despojos de descomposición, á la tierra enque vivimos.

* #•

En el monte de Codesás, provincia de Orense,se han encontrado seis losas de dos metros dealtura por uno de ancho, con inscripciones en co-lorido, desconocidas para los habitantes deaquella comarca. La comisión de antigüedad deOrense ha mandado en seguida individuos de suseno á estudiar este descubrimiento.

BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO.

ELEMENTOS DF. ÉTICA ó FILOSOFÍA MORAL, por U. Gon-

zález Serrano y M. de la Revilla. Un lomo de200 páginas en 8.° Librería de Murillo, Ma-

id, 1874.Después de la publicación de la obra del se-

ñor Giner, Lecciones sumarias de Psicología, y dela del Sr. González Serrano, Elementos de Lógica,de las cuales nos hemos ocupado en números an-teriores de la REVISTA EUROPEA, era de una conve-niencia absoluta, mejor aún, de una necesidad im-prescindible, la publicación del libro que anuncia-mos hoy, que inspirado en el mismo espíritu ysentido que las mencionadas obras, forma el com-plemento de las mismas y constituye con ellas uncurso completo de Psicología, Lógica y Etica, aco-modado para los alumnos de segunda enseñanza.Los Sres. González Serrano y Revilla han dadosatisfacción á esta necesidad; y por cierto que lohan hecho de una manera muy notable, como erade esperar de sus talentos; aunque, convencidosde la necesidad de los textos escritos en la segun-da enseñanza, han debido ceñirse, y se han ceñidoen efecto, al carácter elemental y al sentido analí-tico que corresponde al expresado grado de ense-ñanza, exponiendo al mismo tiempo la doctrinacon toda la claridad que las exigencias científicasy didácticas consienten. Por vía de preliminaresla obra empieza con dos capítulos destinados áestablecer el concepto, plan y relaciones de laética, la fuente de su conocimiento, y el métodoque en su estudio y exposición debe seguirse; ydespués la obra se divide en tres partes, que se re-fieren á la teoría de la conciencia moral, ala teoríadel bien como ley de la vida moral, y á la teoríadel deber ó deontología. Con estos datos bastapara comprender, que, como obra destinada á laenseñanza, es un modelo de orden y método, pri-mera condición necesaria en las obras de estaclase.

** *Los PEQUEÑOS POEMAS, por D. Ramón de Cam-

poamor, de la Academia Española. Tercera edi-ción. Madrid, 1874.

Para el que conozca algunas de las obras deCampoamor no será un misterio, ni mucho menosque en dos años se hayan hecho tres edicionesde este precioso libro. Primero se publicó la pri-mera parte, conteniendo los poemas El tren, ex-preso, La novia y el nido, Los grandes problemas yDulces cadenas. Poco después vio la luz la se-gunda parte, compuesta de los titulados La his-toria de muchas cartas, El quinto no matar, La ca-lumnia y Don Juan; y después de la segunda edi-ción de ambas partes, se publica ahora la terceraen un volumen, conteniendo los poemas expresa-dos, y además, por víade aumento, Las tres Rosas,Dichas sin nombre y Las flores vuelan. Quédesepara otros el juicio crítico de estos poemitas; ánosotros nos basta dar cuenta de esta publicacion, sin más elogio, y no es poco, que el titulodel libro y el nombre de su autor.

Imprenta de la Biblioteca de Instrucción y Recreo, Rubio, 25,