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1 Mtro. Bruno Cruz Petit Motolinía del Pedegral LA ENSEÑANZA DE LA ÉTICA PROFESIONAL EN LA EDUCACIÓN SUPERIOR: UNA PROPUESTA DE ACTUALIZACIÓN PROGRAMÁTICA Resumen. Este ensayo tiene el objetivo de sintetizar una reflexión en torno a la Ética Profesional que sustente un programa académico sobre dicho tema. Se trata de actualizar los contenidos que se imparten en nuestra universidad a partir de una visión multidisciplinar del hecho profesional, enlazando las aportaciones de la filosofía con la literatura empresarial y pensando en las necesidades que van a tener los futuros egresados en un mundo laboral cada vez más complejo e incierto. Palabras clave: ética profesional, competencias laborales, virtudes, éxito, valores Introducción ¿Qué es ser un buen profesional? ¿Por qué la ética tiene un papel relevante en la actividad profesional? ¿Cómo explicarlo y articular un programa de Ética Profesional que sea útil y atractivo para el alumno que está a las puertas de graduarse? Estas son algunas de las preguntas que empezaron a orientar la investigación que sustenta este ensayo, documento elaborado como parte del trabajo de actualización de los programas académicos de nuestra institución de cara a lograr una mejora continua en la calidad de la docencia. Ética Profesional es una materia que se imparte en el 8° curso de nuestras carreras y que tenía un programa confeccionado hace ya algún tiempo, sin duda con buenas intenciones,

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Mtro. Bruno Cruz Petit

Motolinía del Pedegral

LA ENSEÑANZA DE LA ÉTICA PROFESIONAL EN LA EDUCACIÓN SUPERIOR:

UNA PROPUESTA DE ACTUALIZACIÓN PROGRAMÁTICA

Resumen.

Este ensayo tiene el objetivo de sintetizar una reflexión en torno a la Ética

Profesional que sustente un programa académico sobre dicho tema. Se trata de

actualizar los contenidos que se imparten en nuestra universidad a partir de una

visión multidisciplinar del hecho profesional, enlazando las aportaciones de la

filosofía con la literatura empresarial y pensando en las necesidades que van a

tener los futuros egresados en un mundo laboral cada vez más complejo e

incierto.

Palabras clave: ética profesional, competencias laborales, virtudes, éxito, valores

Introducción

¿Qué es ser un buen profesional? ¿Por qué la ética tiene un papel relevante en la

actividad profesional? ¿Cómo explicarlo y articular un programa de Ética

Profesional que sea útil y atractivo para el alumno que está a las puertas de

graduarse? Estas son algunas de las preguntas que empezaron a orientar la

investigación que sustenta este ensayo, documento elaborado como parte del

trabajo de actualización de los programas académicos de nuestra institución de

cara a lograr una mejora continua en la calidad de la docencia. Ética Profesional

es una materia que se imparte en el 8° curso de nuestras carreras y que tenía un

programa confeccionado hace ya algún tiempo, sin duda con buenas intenciones,

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pero poco concreto, con poca bibliografía, ambiguo y poco ambicioso en sus

objetivos. Como muchos programas de Ética Profesional consultados a raíz de

este trabajo, el nuestro era una programa que partía del ámbito teórico para

aterrizar en una propuesta de ética profesional poco conectada con los conceptos

abstractos anteriores, y más enfocada a la realización de valores colectivos, los

que representa cada profesión, que a valores vinculados a la realización personal.

De ahí su falta de atractivo para el alumno de hoy, el cual, después de licenciarse,

se enfrenta a un panorama laboral difícil en el que la realidad del subempleo,

desempleo y autoempleo, exige virtudes que van más allá de las que fomenta la

ética profesional tradicional.

Efectivamente, hay un acuerdo general en señalar a la voluntad de servicio y otros

valores que están en la base de cualquier profesional, de ello hablaré en estas

páginas. Pero la razón de ser de cualquier trabajo también tiene que ver con la

aspiración a la realización personal, aspiración contemplada por la ética, y en

muchos autores punto de arranque de cualquier reflexión sobre el telos de la

actividad libre del hombre. Lo que sugiero en esta discusión introductoria es que,

meditando sobre la posible mejora del programa existente, vi que si bien el término

“profesional” era desarrollado pertinentemente, por el contrario, el ámbito de lo

“ético” quedaba circunscrito a una descripción muy abstracta, que eludía el debate

y se alejaba de los intereses de los alumnos. Me pareció que la Ética general

contiene numerosas reflexiones útiles para el egresado que, con el título en la

mano, se formula una de las preguntas con las que Kant describía la antropología:

¿qué hacer? Una Ética de tipo centrífugo, que va de lo individual a lo colectivo,

podría ser un instrumento válido para guiar el comportamiento de personas que,

antes de poder aplicar los valores de su profesión, tienen que encontrar sus

medios de su subsistencia y su lugar en el mundo. Surgió así el objetivo de

elaborar un programa de Ética Profesional en función de las necesidades de un

egresado de hoy, que no sólo incluyera una ética del profesional que tiene trabajo,

sino una ética del profesional que busca trabajo, del que se capacita, sobrevive y

se reinventa para poder encontrar nuevos caminos de realización personal. Se

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concretó el deseo que elaborar un discurso generador de un programa académico

que se apoyara en tres fuentes temáticas: la ética general de tipo filosófico, la

ética profesional tradicional y la ética del logro empresarial encaminada a la

confección de estrategias de vida. La reflexión que propongo es, pues, una

reflexión sobre valores, virtudes y hábitos del buen profesional, construida

pensando en el alumno que aspira a la vida profesional pero que aun está en una

aula universitaria.

Ética, libertad, proactividad

Ante una posible falta de motivación ante los temas que se van a tratar la materia

de Ética Profesional hay que afirmar taxativamente que si la Ética importa es

porque ayuda a vivir una vida que no está predeterminada y que es por lo tanto,

una vida en la que caben elecciones guiadas por el pensamiento. Muchos

alumnos identifican ética con moral, y, al entrar en una clase de ética, esperan

pasivamente a que se les recite un decálogo de reglas de comportamiento que

hay que cumplir para ser aceptado en sociedad: nada que ver con su vida y sus

preocupaciones. Así que es prioritario diferenciar dos términos que, pese a que

comparten etimológicamente un referente común (ethos y mores, significaban

costumbre en griego y latín respectivamente) apuntan a dos ámbitos distintos: el

de las normas en el caso de la moral, y de la reflexión sobre dichas normas en el

caso de la ética. La ética es un campo abierto a la discusión (en los libros y en el

salón), al intercambio de ideas y a la creatividad filosófica. Para F. Savater “la

ética no es más que el intento racional de averiguar cómo vivir mejor“ (Savater;

1991; 14). J. A. Marina comparar vivir con navegar (en el que hay el peligro

constante de naufragar) y con la escritura; elegimos el argumento y el estilo

aunque no las letras y la gramática. Somos seres dotados de libertad y el

panorama abierto de nuestras vidas requiere unos “mapas para orientarte al

elegir” (Marcos, R.; 2006:27). Y si bien hay tramos de nuestra vida en los que

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podemos seguir la tentación de dejarnos llevar, hay otros momentos en los que la

condición de personas libres se hace especialmente notoria. Uno de ellos es al

abandonar la universidad que nos ha cobijado durante años y nos ha dado un plan

de trabajo ya hecho. Al recién egresado se le abren varias alternativas en su

proyecto de vida y debe hacer uso de su libertad si es que su entorno familiar no

decide por él. Se enfrenta así a la responsabilidad que tiene todo ser libre, a la

aceptación de las consecuencias de su elección, a veces al error que supone una

determinada decisión. Se trata de una situación no todos viven con comodidad,

pues requiere un esfuerzo. Pero es un esfuerzo que vale la pena porque nos

ayuda a trabajar uno de los hábitos más valorados en el mundo laboral; la

proactividad. Stephen Covey, gurú de la enseñanza del liderazgo empresarial,

señala que la proactividad, la capacidad de tomar la iniciativa, se basa en la idea

de que de que la realidad no es fija, se puede cambiar y que cada persona puede

tomar decisiones que no sean meras reacciones al entorno exterior sino actos

que derivan de nuestra personalidad, deseos, valores e imaginación (Covey; 2010;

84). En las personas proactivas, las acciones no son simples respuestas a

estímulos sino producto de proyectos construidos inteligentemente.

Evidentemente, el entorno nos afecta. Por ejemplo, la situación económica del

país puede entorpecer la creación de empleo para los jóvenes egresados. Pero la

respuesta al problema es algo sobre lo que podemos actuar haciendo uso del

margen de libertad del que disponemos en cada situación, que es lo que

determina un “círculo de influencia” opuesto al “círculo de preocupación” sobre el

que no podemos actuar (Covey.; 2010;97). El buen profesional actual es alguien

consciente del valor de la proactividad, básica en la búsqueda de empleo, en el

autoempleo, en la captación de clientes y en la adaptación empresarial a un

mundo en proceso de transformación.

Felicidad, autonomía, éxito

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El siguiente paso que nos plantea la ética es interrogarnos hacia dónde dirigimos

nuestra libertad, cuál es el bien que nos es legítimo anhelar. Aspiramos, como

decía Aristóteles, al bien mayor que es la felicidad (eudaimonia). Pero si

preguntamos hoy por la calle qué se entiende por felicidad la mayoría de las

personas nos dirán que es la obtención de placer. Se trata de un hedonismo (de

hedoné, placer) posmoderno que no coincide exactamente con el de otro filósofo

griego, Epicuro, el cual pensó que ser feliz es evitar el sufrimiento, experimentar

placer intelectual y físico haciendo siempre un cálculo sobre las conveniencias de

los placeres, pues los hay de muchos tipos y algunos tienen efectos posteriores

negativos. Existe, pues, cierta controversia en torno al contenido de ese concepto

tan ambiguo como poderoso que es la felicidad. Para muchos, el placer es

insuficiente porque también anhelamos alegría y ésta se vincula con muchas otras

experiencias emocionales y simbólicas. Junto al deseo de disfrute hay en las

personas el deseo de ser mejores, de crear, construyendo relaciones y actividades

que proporcionan alegría. El proyecto de vida feliz en su sentido utilitario se

conjuga con el ansia de perfeccionarnos, de vivir la condición de seres libres

imaginando y realizando proyectos. En aras del deseo de superación incluso

podemos salirnos de la zona de comodidad para aceptar riesgos e incomodidades.

“Dos ejemplos se me ocurren: tener un hijo e ir a otro país a aprender un idioma.

Ambas actividades exigen salir de la comodidad y son creadoras” (Román. M., R.;

2006: 77). Otro ejemplo sería la realización de una vocación y la búsqueda de

excelencia en nuestro trabajo. En este sentido, ya el eudemonismo aristotélico se

oponía al hedonismo al considerar que ser feliz es desarrollar el potencial último

del ser humano que es su racionalidad, la que lo distingue como especie1. La

autonomía (palabra que deriva de nomos, ley en griego), fundamental en la

                                                            1 La realización de uno mismo mediante el ejercicio de las facultades racionales nos permite, según este enfoque, la convivencia feliz en la polis; así, para Aristóteles, existe la posibilidad de armonía y plenitud en la vida moral humana, individual y colectiva. En cambio, para autores contemporáneos como X. Rubert, ésta es una ilusión que nace de una concepción unilateral del hombre, la que privilegia una de sus facultades a expensas de otras. La vida moral es fundamentalmente conflictiva pues nos movemos entre valores no siempre conciliables (Rubert; 1999; 32-34). 

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efectividad del profesional, la entendemos, siguiendo la estela de los pensadores

griegos, como la capacidad de no ser esclavo de los propios deseos, de los

estímulos más inmediatos, para poder seguir las propias normas. Los pensadores

clásicos y escolásticos nos dicen que venciendo a las tentaciones y ejerciendo la

virtud contemplativa llegamos a una felicidad de mayor rango, espiritual. En

términos modernos, afirmamos que es bueno supeditar los deseos vividos a los

deseos pensados, puesto que los segundos permiten alcanzar metas lejanas en el

tiempo, más ambiciosas que las inmediatas y necesarias, por ejemplo, en la vida

laboral. Además, vivimos en sociedad, gracias a la cual accedemos a ciertas

ventajas, pero esto nos obliga a guiar el comportamiento según ciertas reglas que

hacen posible el funcionamiento de la vida social.

Valores, reglas, virtudes

Tenemos que hablar, pues, de normas, valores y virtudes, temas polémicos

porque existen múltiples posturas en el debate sobre su origen y fundamento. El

tema de los valores aparece como esencial y cualquier ética aplicada no debería

desconocer las grandes líneas de los debates que se han generado en torno a la

posible existencia y al fundamento de valores universales2.

¿Cómo justificamos las reglas, principios y valores que deberían guiar el

comportamiento correcto? o para decirlo en los términos pedagógicos de F.

Savater, ¿por qué está mal lo que está mal?. A grandes rasgos y siguiendo la

síntesis del filósofo vasco (Savater; 1991; 25), las justificaciones pueden ser de

tipo religioso, filosófico (la regla procede de la razón), humanistas-individualistas

(nos conviene seguir reglas altruistas para satisfacer el egoísmo)3 o sociopolíticas

                                                            2 S. Covey afirma que “la capacidad de subordinar los impulsos a los valores es la esencia de la persona proactiva” pero creo que presenta el tema de los valores sin profundizar en el conflicto que entraña. En su obra “Los siete hábitos…” los valores son descritos de manera tangencial y general (el trabajo, el esfuerzo, la familia, la calidad de un servicio).

3 F. Savater propone un ética humanista del amor propio, interesante para la ética profesional, que surge de la constatación de un impulso vital (el conatus spinoziano) individual está en la base de la

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(sin unas reglas no sobrevive la comunidad que nos protege) aunque se combinan

entre sí en muchos autores.

El problema, si se plantea desde una perspectiva moderna y cientifista, arranca

con la imposibilidad de extraer el “deber ser”, del “ser”. Ya Hume señaló que la

ciencia nos dice cómo es la realidad pero no cómo debería ser la conducta

humana. Hay un salto entre las proposiciones descriptivas y las normativas, más

inciertas las segundas que las primeras. Quizás por esa razón la enseñanza oficial

moderna se ha concentrado en transmitir sobre todo conocimientos teóricos y

tecnológicos. Y, como han señalado M. Weber y Z. Bauman, la tecnología, la

burocracia y la eficiencia instrumental moderna se caracterizan por un énfasis en

los mecanismos, en los medios separados de los fines (“limitar el problema de los

medios y liberar a los medios de los fines-ahora reconstruidos como restricciones-

fue el fondo de la revolución moderna”, (Bauman; 2006; 216). De ahí que se

constate una carencia general de conciencia ética, ámbito que ya sólo casi solo es

concebible como perteneciente a la esfera individual y familiar.

No es fácil determinar los criterios morales pues “los términos con los que se juzga

moralmente un acto o persona no hacen sino dar cuenta de la adecuación o

inadecuación del mismo a la función, papel o destino que quien juzga atribuye al

responsable de dicho acto” (Rubert; 1996; 52). MacIntyre afirma que el

desconcierto moral de nuestro mundo moderno se debe en parte al abandono del

concepto de virtud clásico sustituido por una búsqueda fallida de normas que

fueran justificadas, no a partir de un telos, de una idea determinada de hombre,

sino con argumentos provenientes de los propios individuos (de su razón y

                                                                                                                                                                                     razón práctica. Así, “lo moral no es la obligación de restringir el amor propio sino el arte consecuente de practicar su libre juego (Savater; ), se logran resultados altruistas pues para alcanzar el reconocimiento de los demás (la buena vida humana) tenemos que reconocerlos a ellos. Efectivamente la aceptación del otro fortalece el amor propio (por lo cual buscamos la perfección y el altruismo), pero no siempre necesitamos la aceptación de todos los otros; también ocurren situaciones en las que se puede imponer el propio interés (con poder, engaño…) sin consecuencias negativas, a no ser la falta de perfeccionamiento simbólico (con lo estaríamos ante una falta de ética construida desde fuera del amor propio).

 

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sentimiento). Actualmente no sabemos exactamente cuál es la función, papel o

destino del hombre, pues somos muchas cosas al mismo tiempo (seres

racionales, hedonistas…) a no ser que, como MacIntyre, privilegiemos algunos de

nuestros rasgos para poder tener una unidad narrativa vital que de sentido a la

existencia. Este autor estudió durante muchos años la historia de la filosofía moral

y vio que el concepto que la idea de virtud ha tenido, grosso modo, tres

formulaciones esenciales. En su versión homérica, la virtudes (valentía, fuerza…)

reflejaban las cualidades necesarias para desempeñar un papel social (el

ciudadano-guerrero) y mostrar la excelencia en una práctica específica. En

Aristóteles y la escolástica la virtud permite avanzar hacia la consecución de un

telos humano o divino. Para B. Franklin las virtudes (entre las que nombraba el

ahorro, la pulcritud…) eran cualidades útiles para conseguir el éxito terrenal y

celestial.

Esta clasificación nos interesa porque la idea más antigua de virtud tiene mucho

que ver con las virtudes de lo que MacIntyre llama “prácticas”, categoría en la que

entrarían las actuales actividades profesionales. Por práctica “entenderemos

cualquier forma coherente y compleja de actividad humana cooperativa,

establecida socialmente, mediante la cual se realizan los bienes inherentes a la

misma mientras se intenta lograr los modelos de excelencia que le son apropiados

a esa forma de actividad…” (MacIntyre; 1997; 233). Es decir, hay prácticas, como

ciertas actividades profesionales, que se asocian a los llamados bienes internos; la

salud en el médico, el aprendizaje en el maestro, la justicia en el abogado. Dichos

bienes se realizan solamente mediante esas prácticas y se oponen a los bienes

externos (dinero, prestigio…) que se obtienen en las mismas pero no son los que

dan sentido a la actividad. Cada práctica tiene sus modelos de excelencia y sus

reglas, dados por su tradición. La posesión de la virtud deriva de la capacidad

(adquirida mediante talento y aprendizaje) de hacer efectivos los bienes internos a

las prácticas en el marco de excelencia de cada una.

Hay virtudes más generales que conciernen a la mayoría de prácticas, algunas ya

han sido aquí señaladas como son la proactividad. Son virtudes como la voluntad

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y la constancia, que se adquieren con la práctica y que son esenciales para la

consecución con el éxito. La voluntad, concepto que la psicología está

recuperando, puede entenderse como la determinación con la que perseguimos

un objetivo, la capacidad de elegir y mantener el propio comportamiento, de ser

fieles a una promesa, incluso cuando la motivación decae. En el camino al éxito,

nos señalan los manuales, es importante formular bien los objetivos de cualquier

actividad para que el empeño y voluntad no decaiga. Pero la clarificación de

objetivos supone un reto nada fácil para cualquier actividad compleja como es la

profesional. Dichos objetivos deben ser lo suficiente sólidos y atractivos, deben

estar bien conectados a las aspiraciones individuales más profundas y a valores

fuertemente internalizados en la persona, para que, en los momentos difíciles la

voluntad no claudique4. Hay técnicas para mejorar el comportamiento voluntario,

como el adecuado manejo de recompensas, no sólo externas sino internas, las

que uno se puede proporcionar cada vez que se acerque a la meta. Para ello es

importante una adecuada planificación de las actividades que nos llevarán al

objetivo, la confección de una agenda que contenga objetivos intermedios

necesarios y más asequibles. Todo ello ayuda a tener una evaluación positiva del

propio control sobre el problema, en definitiva, la confianza que, junto con la

constancia, la flexibilidad y la iniciativa, aparece como una virtud necesaria para

muchas la vida moderna en general, y la profesional en particular.

Junto al sentimiento de autoeficiencia, para mantener el equilibrio emocional es

necesario enmarcar la noción de éxito dentro de una valoración vital más amplia.

Muchos libros extienden la noción de éxito a la familia, amistad, con lo que se

aproximan al eudemonismo clásico. La felicidad a veces va más allá del éxito y

                                                            4Aquí hay que ver dos procesos simultáneos. Por un lado, una meta puede motivarnos, activando deseos (voluntad de ser efectivos o captados por el entorno por ejemplo) y ganas de actividad conforme a valores. Por otro, son nuestros deseos y valores los que dan a la meta la capacidad de seducirnos, de motivarnos (Marina; 1998; 56). Las personas reactivas esperan que la realidad los motive, que aparezcan objetivos suficientemente poderosos para animarse a actuar. Las proactivas tienen la capacidad de crearse ellas mismas metas seductoras o de implicarse por entero en tareas que convierten en retos interesantes.

 

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depende de otras variables. En este sentido, MacIntyre se pregunta por la posible

existencia de virtudes que colaboren en general a una vida buena, que incluya los

niveles sociales, emocionales, la consecución de bienes internos y externos

dentro de una narrativa unitaria de lo que sería el telos humano. Y llega a la

conclusión de que “la vida buena para el hombre es la vida dedicada a buscar la

vida buena para el hombre y las virtudes necesarias para la búsqueda son

aquellas que nos capacitan más para entender más y mejor lo que la vida buena

para el hombre es” (MacIntyre; 1997; 271).

Valores profesionales

He señalado que una ética profesional en un sector concreto exige saber qué bien

interno se busca realizar. El sentido de una profesión y su legitimidad depende de

ello, es ahí donde se ubica la ética profesional. El profesional somete su conducta

a una regulación orientada por valores que pueden concretarse en un código

deontológico (palabra que proviene de deons deber) oficial (aprobado por un

Colegio profesional, cuya pertenencia es obligatoria), a normas tácitas que

comparte con sus colegas o a convicciones que definen el carácter de la profesión

frente a la sociedad. De hecho, la palabra “profesión” proviene del latín profesus,

participio de profiteri, que significaba declarar abiertamente, creer, afirmar,

“profesar” una creencia. De ella deriva “profeta” y “profesor”, quien enseña algo, y

“profesión”, actividad remunerada que se caracteriza por el vínculo con un cuerpo

de conocimientos y valores compartidos por una hermandad de colegas con los

que se comparte una preparación específica y grado académico. Las profesiones

más antiguas, Medicina, Derecho y Teología, eran aprendidas en las

universidades y” fueron las primeras ocupaciones no serviles que proporcionaron

a las gentes que no vivían de sus rentas o de sus dominios la posibilidad de vivir

honestamente sin tener que dedicarse al comercio o a una profesión manual; más

tarde se añadiría la carrera militar y la naval” (Fernández, Hortal; 1994; 14). En

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tiempos más modernos se usa el término para referirse a todas las personas que

poseen “un amplio conocimiento teórico aplicable a la solución de problemas

vitales, recurrentes pero no estandarizables”. (Fernández, Hortal; 1994; 30). Con

los criterios de dominio de la teoría y de actividad no estandarizable se excluyen

de la categoría de profesión a los oficios y a los empleados, algo con lo que

algunos no estarán de acuerdo. Lo significativo aquí es que al profesional lo guía

no sólo el espíritu de lucro sino los bienes internos a su práctica (la salud en el

médico, la funcionalidad y estética en el arquitecto, la eficiencia en el

administrador…), los cuales no puede ignorar sin caer en una falta de ética

profesional. El profesional defiende uno valores propios de la profesión, haciendo

pedagogía de ellos ante sus clientes. Hay en el concepto de profesión elementos

que no pertenecen al ámbito de lo comercial sino al vocacional y a un espíritu de

servicio que lo vincula con la ética cívica. El éxito del profesional no depende sólo

de su éxito económico, del número de clientes que tenga, sino de la aceptación de

su actividad por parte de sus colegas, únicos dotados de legitimidad para juzgarlo,

porque detentan el conocimiento necesario para hacerlo. Por otra parte, el respeto

al código deontológico propio no sólo obedece a la garantía de calidad que cada

profesión trata de ofrece a la sociedad, sino que sirve para reforzar una

responsabilidad que es la contrapartida de la autonomía que tienen los

profesionales (y sobre todo los profesionales liberales, que trabajan por cuenta

propia). Efectivamente, el profesional reclama un amplio campo de autonomía

para desempeñar unas tareas en las que debe definir problemas, reparar en los

datos relevantes y buscar soluciones usando técnicas intelectuales específicas

que el cliente desconoce; usando la intuición que le da su experiencia (el “ojo

clínico” del médico), la creatividad o la inteligencia emocional y ética cuando se

enfrente a casos de dicha naturaleza. Esa autonomía que deriva de un “saber

esotérico” que se adquiere en el proceso de socialización dentro de la profesión

exige pues la fuerte internalización de códigos éticos, ya que el cliente debe estar

seguro que el profesional no se va a aprovechar de su ignorancia. Por ello, hay

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unos límites al principio de utilidad y beneficio en las profesiones5, aunque no

dejan de ser éstas actividades que tienen un sentido lucrativo, y el profesional,

sobre todo cuando trabaja por cuenta propia, no puede dejar de tener nociones de

economía y mercadotecnia. “La salud no tiene precio pero sí un costo” es una

frase que emplean los gestores de la medicina que son conscientes de la

necesidad de cuidar las cuentas para que un servicio valioso pueda existir.

Ética profesional y economía

Efectivamente, las profesiones necesariamente pertenecen al mundo económico

presente, en el que rige la lógica del mercado y la maximización en el ciclo

producción-consumo6. En este contexto el profesional muchas veces se pregunta:

¿puedo ser al mismo ético y económicamente efectivo?, interrogante que surge

de otro: ¿es el mundo económico opuesto a la ética? Es común la creencia de

que “el negocio es el negocio” (por eso, hay que separarlo de la amistad y de

otros valores). Popularmente se cree que mientras las relaciones humanas se

guían por el afecto y la solidaridad, en el mundo del trabajo el criterio es el dinero y

el modo de operar la competencia, que es lo que lleva a la productividad, fin

económico distinto del fin ético7. También hay autores que sostienen que la

economía (y el capitalismo) no puede tratar de lo moral, porque pertenece al orden

                                                            5 O en relación al principio legal-instrumental de la burocracia. “Frente al ethos burocrático de quien se atiene al mínimo legal, pide el ethos profesional la excelencia, porque su compromiso fundamental no es el que les liga a la burocracia, sino a las personas concretas, a las personas de carne y hueso, cuyo beneficio da sentido a cualquier actividad e institución social.” (Cortina 2000,28).

6 Hay varios textos que enfatizan este aspecto. “La profesión presenta en primer término un carácter marcadamente económico, puesto que la economía también se refiere a las necesidades humanas y al modo de satisfacerlas. En efecto, las profesiones se desarrollan en el campo de la economía, obedecen a causas económicas y producen efectos de la misma clase.” (Álvarez; 1957: 171).

7 J. Ciulla opina, siguiendo a M. Fox, que esta postura puede llevar a las personas a una vida esquizofrénica, con individuos moviéndose entre dos sistemas de valores opuestos según estén el lugar de trabajo o en sus casas (Ciulla, J.; 2004, 29). 

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científico-técnico. El filósofo francés A. Comte-Sponville dice que “no es la moral la

que determina los precios sino la ley de la oferta y la demanda, no es la virtud la

que crea valor sino el trabajo” (Comte-Sponville; 2004; 92). Dejando de lado su

concepto antiguo y erróneo del valor (dado también por otras variables como la

escasez o la utilidad marginal que obtiene el consumidor), y que el trabajo puede

verse como una virtud, hay que reconocer que la ley del mercado, con su

objetividad y funcionamiento espontáneo, ha dado lugar a la creencia en una

esfera económica independiente de la voluntad de las personas concretas. Para

varios autores dicha ley es sólo un modelo al que se aproximan algunas

realidades económicas (porque pocas veces hay competencia e información

perfecta). De hecho, Adam Smith, el padre fundador de la economía moderna, no

pensó los mecanismos económicos independientemente de los sociales y

morales, como posteriormente harían los economistas llamados neoclásicos.

Desde su obra Teoría de los sentimientos morales, Smith se preocupó por

perfeccionar aquellos sentimientos que podían mejorar la vida social, entre ellos

los implicados en el intercambio económico. Vio, como Mandeville, que a partir

del interés individual (obvio en el mundo económico) se podía llegar,

paradójicamente, a un mayor bien público, una mayor riqueza, gracias al

mecanismo de la competencia. Se trata de un planteamiento alejado de la moral

kantiana (cumplir el deber por el deber mismo), pero no muy lejano a la ética del

amor propio; el egoísmo puede dar lugar al altruismo. Los beneficios que obtienen

las empresas requieren que se satisfagan necesidades concretas mediante

actividades que suponen un valor añadido en la cadena productiva general. Podría

debatirse hasta qué punto estamos en el ámbito moral, cuando se está llegando a

un bien por medio de prácticas sin intención ética. En el terreno que nos incumbe,

sin embargo, es válido hablar de un “profesional de la economía” cuando éste

defiende un valor específico que es la riqueza, pensada no sólo individualmente

sino colectivamente, pues la riqueza promueve el bien común. En la actual

sociedad de la información, la riqueza no es sólo producir cosas, sino servicios y

valores intangibles, incluidos los éticos. Hay compañías que, para cuidar su

imagen corporativa, promueven campañas humanitarias. La idea de riqueza

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misma es una idea plenamente insertada en los valores y los especialistas en

marketing así lo reconocen8.

Interdependencia

Como vemos, el mundo económico está conectado a lo social por lo que participa

de las características propias de la vida en comunidad, entre ellas la existencia de

valores. Los negocios necesitan una seguridad que vaya más allá de la legal.

Sabemos que la confianza está en la base del desarrollo del capitalismo; los

países con alta inseguridad son también países con más dificultad de crecimiento

económico. En cuanto a la producción, la actual gestión corporativa orientada al

cliente y la complejidad económica actual pide que las empresas tengan multitud

de vínculos, trabajen en red9, así que el profesional cada vez trabaja cada vez

más en una realidad interdependiente (el perfil decimonónico de los “notables”

que trabajaban en solitario un despacho ya casi no existe). Hay autores que

señalan que su éxito depende en gran medida de la construcción de sus

relaciones.

La interdependencia, base de la división del trabajo, posibilita un aumento

geométrico de la productividad. Pero también entraña muchas dificultades a las

que nos podemos enfrentar si desarrollamos nuestra inteligencia emocional, una

de las competencias personales más importantes en la “empleabilidad” actual. D.                                                             8 Los mercadólogos nos dicen que el cliente no compra sólo un producto, un servicio, una calidad, experiencia o especialización (todo ello se asume que la marca lo cumple). El cliente en realidad quiere establecer una relación exitosa con otro ser humano que comprenda su preocupación y que sea honesto. Está comprando una relación de confianza que tiene una base profesional que al sustenta, la mantiene y al desarrolla.

9 Dalla Costa afirma que “todo sistema de complejidad análoga a la de un ecosistema implica una multitud de interacciones de las cuales la competitividad sólo es una” (Dalla Costa; 1999; 66). En la naturaleza coexisten la competencia con la cooperación, reciprocidad, parasitismo…Dalla Costa está de acuerdo con E. Wilson en la idea de que, desde el individualismo darwinista, se ha sobredimensionado la selección natural, lo genético (lo vertical) en detrimento de lo ecológico (lo horizontal), aquello que tiene que ver con las condiciones en las que se da la competencia, el complejo sistema de interdependencias sin el cual no existe la posibilidad de selección natural.

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Goleman define la inteligencia emocional como “la capacidad de reconocer

nuestros propios sentimientos, los sentimientos de los demás, motivarnos y

manejar las relaciones que sostenemos con los demás y con nosotros mismos”

(Goleman; 1997; 29). Los sentimientos ya no son, como creían los románticos, el

camino a lo irracional sino que integran bloques enormes de información que

incluyen evaluaciones sobre las posibilidades de los proyectos personales

(Marina; 1997; 81), por lo que colaboran eficazmente a enfocar intuitivamente

problemas que el razonamiento consciente no consigue solucionar. Asimismo, el

reconocimiento de las propias emociones permite el autocontrol, el de las de los

demás permite la relación. Si estamos de acuerdo con la literatura moderna de

gestión en que hay que enfocar la interdependencia con el paradigma de

negociación “ganar-ganar” debemos saber qué quiere uno (lo cual se logra

trabajando la conciencia emocional, y las virtudes individuales de proactivdad en

valores y objetivos) y saber qué quieren los demás. Ahí se hace necesario ser

empático, saber escuchar y entender las necesidades del otro, del compañero de

trabajo10. O del cliente porque de esa comprensión saldrá el concepto del

producto o servicio exitoso. La conciencia emocional también permite detectar

fortalezas y carencias propias, y por lo tanto el aprendizaje continuo y la confianza

necesaria para ser proactivo e innovador. A estas competencias, muy valoradas

en el mundo laboral, hay que añadir la capacidad de comunicación. Comunicar de

manera precisa y valiente lo propio y ser respetuoso para comprender al

interlocutor aparece, así, como una de las claves de una interdependencia

efectiva11. Ciertamente, en los sistemas económicos de producción masiva

                                                            10 Parte de la ética moderna arranca con el hecho natural de la empatía (simpatía en A. Smith), la cual, perfeccionada, puede dar lugar a las regla morales. “Nos es dable juzgar sobre la propiedad o impropiedad de los sentimientos ajenos por su concordancia o disonancia con los nuestros” (Smith; 2004; 45).

11 A la hora de trabajar en equipo “invertir emocionalmente en otros, tenerlos en cuenta, comprenderlos, es la base de las relaciones de confianza que posibilitan equipos de trabajo sólidos” (Covey; 2010; 230). Estudios sobre empleabilidad nos dicen que las empresas piden experiencia y conocimientos, algo que con lo que cumplen numerosos candidatos a los puestos de trabajo. Lo que termina por inclinar la decisión de contratar o ascender en la escala profesional son las cualidades relacionadas con la inteligencia emocional (actitud positiva, capacidad de

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(fordismo), pueden llegar a funcionar los enfoques autoritarios, pero no en los

sectores donde se requiere calidad, en los que se necesita que el empleado se

involucre personalmente en lo que hace, trabajando no sólo por un salario sino por

motivado por la satisfacción de la excelencia. El comportamiento ético se presenta

en las empresas como una solución más eficaz que el control permanente del

rendimiento laboral, más costoso. Es ahí donde funcionan los liderazgos que

crean ambientes de trabajo con altos niveles de responsabilidad y motivación.

Ver el mundo como escenario cooperativo es parte de una actitud cada vez más

necesaria en la actual sociedad del riesgo, con problemas ecológicos y

económicos globales que sólo se pueden gestionar combinando el enfoque global

con el local. Ya señalamos la relevancia simbólica que pueden lograr las

empresas que se involucran en labores humanitarias y ecológicas. Lo que obtiene

el profesional que desarrolla este tipo de sensibilidad es un aumento de su nivel

de compromiso, desarrolla su capacidad de pensar en a largo plazo y se motiva

por los valores positivos dados por el significado ético de su profesión.

Aplicación

Una materia con contenido humanístico siempre es difícil de impartir en carreras

que tienen una orientación tecnológica. Por ello, hay que hacer explícita su

importancia ante los alumnos y el primer tema del programa debe incluir este

punto. La inclusión de temas éticos en el plan de estudios de una carrera como

ingeniería, arquitectura o diseño se justifica no sólo desde la misión de nuestra

universidad (en la que figura la formación de profesionales con valores) sino por

las competencias que piden hoy las empresas a los trabajadores. En el mundo

laboral, los aspectos técnicos están siendo cada vez más automatizados e

                                                                                                                                                                                     persuasión, de resolución de conflictos, liderazgo…) junto con conocimientos complementarios que elevan el perfil profesional: idiomas, dominio de tecnología…(Castillo; 2000; 107).  

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insertados en procesos productivos ya confeccionados. El profesional

contemporáneo, sostienen varios expertos en recursos humanos, es valorado por

sus conocimientos en un área pero también por cualidades más intangibles,

relacionadas con su inteligencia emocional, la cual es fundamental para

desarrollar una intuición que permita saberse desenvolver en situaciones humanas

complicadas. La formación ética, en este sentido, con su exigencia para pensar

implicaciones, contraponerlas y encontrar argumentos de apoyo a soluciones,

desarrolla capacidades (comprensión, flexibilidad, visión) a un nivel muy valorado

por los gestores.

La reflexión sobre un tema tan delicado como los valores, por la diversidad de

posturas encontradas que despierta, ayuda a enfrentar la complejidad y la

ambigüedad, rasgos cada vez más presentes en el mundo económico actual. La

dificultad teórica del tema requiere abordarlo con rigor (con los interrogantes

debidamente secuenciados). Su lado práctico exigirá una flexibilidad para poder

desplegar un tratamiento creativo frente a la incertidumbre, habilidad que se

adquiere con la experiencia pero que puede empezar a ejercitarse en clase con

ejemplos y varios apartados del programa que incluyan análisis de casos.

La inclusión lecturas y debates de Ética general me parece apropiada a partir de

esta reflexión. Dicho esto, la intención y del programa es no sobrecargar este eje

temático. La novedad y mejora que propongo es justamente trabajarlo siempre en

relación a las habilidades y virtudes que se le suponen a buen profesional. El hilo

del programa no se somete a la división disciplinar sino que sucede lo contrario. A

partir de unas preguntas y asuntos que surgen de la investigación sobre lo que

debemos hacer para encontrar trabajo y ser buenos profesionales (inquietud

esencial de los alumnos) se someten a análisis las propuestas de las distintas

disciplinas. Los aportes filosóficos vienen a enriquecer el debate sobre situaciones

y capacidades importantes en cada una de las fases del desarrollo profesional,

incluida la fase de búsqueda, de clarificación de objetivos y planes de vida, que es

importante para los futuros egresados. Hablamos de libertad para entender y

fundamentar la proactividad, tan útil para ver soluciones donde otros ven

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realidades cerradas. La autonomía y las teorías del deber surgen como

explicaciones a la necesidad de autocontrol y voluntad para lograr los objetivos a

largo plazo que nos proponemos como futuros licenciados. El éxito es el anhelo de

muchos alumnos, por lo que es bueno discutir sus implicaciones, las capacidades

que exige situándolas dentro del marco una reflexión más amplia sobre el tema

de las virtudes, pues existen otros enfoques sobre lo que es la “buena vida”, y la

cultura anglosajona del éxito no debe hacernos olvidar toda la tradición de

pensamiento clásico en torno a la felicidad.

Sobre este punto, me pareció que se podía aprovechar, debidamente escogida y

analizada, un tipo de bibliografía muy socorridas por el público: la literatura sobre

el éxito profesional, alguna vinculada al mundo de la gestión empresarial, otra a la

autoayuda. Algunos académicos rechazarían este tipo de fuentes, que tienen, sin

embargo, la virtud esencial de responder a las inquietudes cotidianas de muchos

profesionales y la de ser claros en sus propuestas. En nuestro caso, consideré

que para motivar a los alumnos se podía partir de algún texto consagrado sobre el

éxito y someterlo a debate, viendo en qué aspectos se quedaba corto y proponía

soluciones o recetas demasiado simples. De modo natural se fue trazando un

recorrido desde la Ética General a la Ética aplicada, paso que en la mayoría de

programas se presenta como una división muy artificial.

La ética de profesionales dada por la búsqueda de sus bienes internos,

lógicamente es un tema central del programa, pero su aprendizaje es más eficaz

si se efectúa a partir del debate previo sobre normas y virtudes. La recuperación

de la idea de virtud a partir de la renovación del enfoque clásico de MacIntyre era

muy interesante para tener el adecuado contexto de la ética profesional y enlaza

con las teorías de la voluntad y motivación de la psicología moderna. Avanzamos

hacia proyectos de vida, trazados colectiva e individualmente, con inteligencia

creadora (aquí la influencia del filósofo-psicólogo español J. A. Marina es clara),

que son los que determinan las virtudes necesarias para lograrlos. Ver la

importancia de la satisfacción que da la consecución de objetivos dados por

valores es uno de los objetivos de la materia. También lo es dibujar el panorama

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general en el que se mueven los profesionales y las empresas de hoy, con la

necesidad de ética.

Los últimos temas abordan estos aspectos más prácticos del programa. En este

sentido, es interesante considerar que, a excepción de carreras como

Administración, Economía, Derecho o Mercadotecnia, en numerosos planes de

estudio no hay materias que traten específicamente asuntos relacionados con el

mundo laboral. Los arquitectos, diseñadores, ingenieros o educadores aprenden la

realidad de la empresa de modo abrupto, en el momento mismo en el que trabajan

en ella, o a través de diplomados y maestrías que complementan su formación y

les ayudan a adquirir responsabilidades organizativas en sus trabajos presentes o

futuros. Somos muchos académicos los que opinamos que es bueno que en la

misma carrera se entre en contacto con estos contenidos. Ética Profesional,

cuando no existen otras oportunidades, es una materia que puede incluir temas

(liderazgo, ética en la gestión de recursos humanos, competencia laborales….)

que ayuda a los alumnos a conocer el contexto económico y laboral en el que se

desarrollarán. De nuevo es importante hacer ver el papel que llega a tener ética en

la empresa, pues existe la idea preconcebida de que en el trabajo sólo intervienen

aspectos técnicos. La discusión de casos y dilemas que se presentan en la vida

cotidiana corporativa ayuda a esta labor, casos que se pueden extraer de la

prensa o de obras como la de A. Ibáñez en la que se proponen varias situaciones

laborales conflictivas junto con una o varias soluciones posibles (Ibáñez; 2008):

¿es lícito ocultar condiciones dañinas de un producto al comprador? ¿dar

información a la competencia a cambio de un mejor contrato? ¿Contratar al

familiar o amigo poco calificado? ¿Denunciar ante el jefe al colega que incurre en

un error o falta? En este manual de decisiones difíciles para recién licenciados

vemos que hay que evaluar cada situación en función de todos los elementos que

intervienen, los principios que entran en juego (eficiencia, lealtad, legalidad,

compromiso), sin olvidar lo que el curso ha puesto de relieve: se vulnera al ética

profesional cuando se pone en riesgo lo fundamental de la profesión, su bien

interno o valor propio (salud, funcionalidad,…). Finalmente, como se ha dicho, la

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vida moral moderna es conflictiva porque hay una pluralidad de valores que llegan

a entrar en conflicto entre sí y hay que enfrentarla ejercitando todas las

habilidades cognitivas y emocionales que disponemos. Otro ejercicio que obliga a

ejercitar estas habilidades es la confección de una estrategia de vida propia, con

objetivos a corto y largo plazo, y una agenda de actividades que se corresponda

con ella. Evidentemente, todo plan de vida es abierto y flexible, pero meditar unos

minutos sobre estas cuestiones es positivo, sobre todo si hace junto con otros

ejercicios como son la elaboración de una tabla de carencias y fortalezas propias,

asunto delicado pero que mejora la conciencia emocional.

El curso quedaría incompleto sin la discusión de problemas globales como son los

ecológicos, los bioéticos, los referidos a la pobreza y la exclusión, o a las nuevas

tecnologías. Ahí es interesante que el debate sea muy abierto y que se discuta

cómo pueden las profesiones colaborar en la posible solución a dichos problemas.

Si los alumnos son de la carrera de arquitectura, por ejemplo, se puede pensar

colectivamente acerca de los vínculos que puedan tener los bienes internos de la

arquitectura con los valores requeridos para la mejorar el conflicto global;

sostenibilidad, recuperación de la diversidad cultural en las construcciones…Se

establecen así puentes interesantes entre los valores propios de cada profesión y

los valores cívicos contemporáneos.

Programa

1. Necesidad y utilidad de la reflexión ética

2. Libertad y proactividad

3. La autonomía

3.1 Valores vividos y valores pensados

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3. 2 Teorías del deber: conflicto en la objetividad de los valores

3. 3 Tipo de virtud. La voluntad.

3. 4 Felicidad versus éxito

8. Los valores profesionales

8. 1 Concepto de profesión

8. 2 Bienes internos y bienes externos

8. 3 El código deontológico

8. 2 Profesión y economía

9. Ética e interdependencia en el mundo laboral

9. 1 Enfoques de negociación y de relaciones laborales

9. 2 Competencias laborales de inteligencia emocional

9. 4 Problemas en las relaciones laborales.

10. Estrategias de vida, fortalezas y debilidades propias, elaboración de un cv

11. El profesional y los problemas éticos globales

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