miller. los signos del goce

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signos Los cursos psicoanalíticos de Jacques-Alain Miller Paidós

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Paidós
Los signos del goce
T r a d u c c i ó n  y   t r a n s c r i p c i ó n : 
G r a c i e l a  B r o d s k y
* 0 PAIDÓS
Cubierta de Roberto García Balza y Marcela González
La reproducción total o parcial de usté libro, en cualquier forma
que sea, idéntica n modificada, escrita a máquina, por el sistema
“multigraph", mimeógrafo. impreso por fotocopia, fótoduplicación,
etc., no autorizada por los editores, viola derechos reservados.
Cualquier ut i l ización debo ser previamente sol ic i tada.
© 1998 de todas las ediciones
Editorial Paidós SAICF  
Queda hecho el depósito que previene la Ley 11.723  
Impreso en la Argentina - Printed in Argentina
Impreso en Verlap S.A.
ISBN 950-12-5451-8
índice
I. «Quisiera ser un puerro...» ......................................................... 9 II. La sustracción del suje to ............................................................. 27 '
III. Prefacio al Parménides.................................................................. 39 IV. El Parménides y la lógica del significante................................ 57 / V. La pasión del neurótico............................................................... 79«#~
VI. La diferencia subjetiva................................................................. 95 VII. Constituyente-constituido..........................................................’ 107
VIII. Fenómeno y estructura................................................................ 119 IX. La constelación y la cadena........................................................ 139 X. Psicoanálisis y psicoanálisis.....................................................  155 >
XI. El tiempo del análisis ................................................................... 175¿ XII. La lógica de la interpretación.................................................... 203
XIII. La invención de saber.................................................................. 219 ¡' ÓOV) Goce, saber y verdad................................................................... 237
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N   o t a
El título original de este curso, sexto de la serie La orientación laca-  niana, es Ce quifait insigne, expresión que en francés se presta a numero sos juegos de palabras homofónicos, que pueden traducirse por: lo que  hace insignia; lo que hace insigne; lo que hace un signo; lo que hace uno, signa;   incluso, lo que hace un cisne.  Ante la imposibilidad de encontrar un equi valente en castellano el autor prefirió darlo a conocer con el título que aquí presentamos.
G.B.
«Quisi era ser un puerro...» I
Tengo que pensar que un título tiene para mí algún valor -un valor indebido, sin duda-, ya que no lo digo de antemano y reservo su anun cio para el primer curso que cada año me veo llevado a dictar. Me veo llevado... no obstante, vine por mi cuenta. ¿Acaso me veo llevado? ¿Es por hábito? ¿Es por ética? ¿Es por título y función? Sea como fuere, es toy aquí. Me veo llevado, entonces, a dictar cada año un curso y tomé la costumbre de designarlo, al comienzo, con una cifra que se ubica en una serie que resulta ser la segunda desarrollada con la insignia de La orien tación lacaniana, que elegí hace ya mucho tiempo para referirme al cam po freudiano, bajo los auspicios o, para decirlo en términos de Lacan, bajo el ala de la Universidad.
En esta segunda serie este curso no tiene por el momento otro nom bre que un número ordinal: es el sexto. Aunque enseguida sustituiré ese número por una palabra forjada en la lengua. ¿Puedo decir en la lengua  común, cuando el año pasado intenté extender esa lengua común, hacerle aceptar, acoger, incorporar un neologismo que le debemos a Lacan, que ya destaqué y que es la palabra extimidad? Por otra parte, al terminar el año pasado, dije que no había concluido con lo que él llama construc ciones transmisibles, maternas.
Que la lengua común acepte el neologismo de Lacan depende ahora menos de mí que de ustedes. Si repiten la palabra extimidad, seguro al guien cercano, algún amigo la retomará y poco a poco terminará en el diccionario. Este proceso se vería sin duda favorecido si la palabra fue ra recuperada en una novela, en un poema o incluso en una canción.
Podría repetir este año la hazaña, que no es tal, porque basta incli narse sobre el texto de Lacan, en especial a partir de cierto momento de
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 JACQUES-ALAIN MILLER
su enseñanza y de su escritura, para que esos neologismos, esos tejes y manejes con la lengua común se multipliquen -de lo neo hablaré un poco más tarde, pero no del neologismo y tampoco, se los aseguro, de los neolacanianos. Así pues, este año hubiera podido echar mano a otro de esos neologismos -pronto les diré cuál-, pero me pareció que en este orden de cosas hay que sostener que no es verdad que bis repetita placent.  Por otra parte, esto no deja de ser equívoco, porque decirjpor segunda vez ¿es repetir dos veces? Ya se desliza cierto equívoco en la repetición, incluso a nivel del llamado sentido común que ese proverbio expresa ría. Entonces, voy a hacer el camino paso a paso; me limitaré a la lengua común y explotaré sólo un poco lo que ofrece como fuente de equívo cos. Después de todo, es lo que justifica que se remplace un número, que cumple muy bien su función y que carece de equívoco en el contexto, por un nombre.
Dios es inconsciente
Habrán notado que hago que esperen ese nombre, ese título. Me de moro tanto pues yo mismo lo esperé largo tiempo. No deben pensar, sin embargo, que si no lo doy antes es porque lo estoy escondiendo. De nin guna manera, para mí mismo, está escondido hastajpie lo descubro. Y digo claramente que lo descubro y no que lo invento. Ahora bien, dado que éste no me surgió sino anteayer por la mañana, tuve un fin de se mana algo complicado. Debo agregar, de todos modos, que es la prime ra vez que se me ocurre tan tarde. Entenderán entonces que al hacerlos esperar antes de darlo a conocer -ya que ahora existe- me estoy resar ciendo por mis propios tormentos, por mi propia espera de Dios, de Dios que es decir (di-eu-re), según la fórmula de Lacan en «Televisión».
Así es, tuve que esperar a que Dios me lo soplara. Es lo que se cono ce como inspiración. Y creo que si Sócrates no escondió a nadie que él tenía su demonio, bien puedo decir yo que tengo mi dios. Pero de mi dios sólo tengo eso que todos tenemos y que se llama el inconsciente freudiano (freud-dieu-uri)} Fue así como me surgió esta frase, no soñan do, sino al despertar de un sueño del que si ella forma parte es todo lo que resta.
No obstante, debo disipar el equívoco de lo que les digo, puesto que parece decir -y nada es más confuso y devastador que lo que parece
parece decir -y nada es más confuso y devastador que lo que parece
I. l'mui-dieu-un  (literalmente: Freud-dios-uno), homófono de freudi en (freudiano). [N.
dt'l T.|
 LOS SIGNOS DHL GO
decir- que el inconsciente es Dios, cuando no hay nada tan ajeno al psi coanálisis como divinizar el inconsciente. Para decirlo sin rodeos, divinizar el inconsciente, rendirle culto, pensar que hay algo sacro en la experiencia analítica, sería hacerlo desaparecer. Sin embargo, sin saber lo, a menudo se lo deifica cuando se cree que hay sacrilegio en el campo Ïreudiano. Ciertamente, hay injurias. Yo, por ejemplo, tengo una foto de  Jacques Lacan en mi escritorio y será necesario que la saque, ya que se presta con frecuencia a injurias de analizantes que se ensañan con mi maestro. Sin duda, esta función de maestro del analista los atrae. Hay injurias, entonces, pero no sacrilegio, tampoco neosacrilegio. Hay inju rias analizables. No debemos confundir -todo nos aleja de ello- el con sultorio del analista con un santuario.
Para negar que el inconsciente es Dios, ¿diremos que Dios es el in consciente? No, salvo que se lo escriba en dos palabras y que se haga de Dios el Uno-consciente (l'Un-conscient).2 Y es posible creer que Dios es el Uno-consciente, el Uno providencial, el Uno que sabe lo que hace. Es posible, pero no en el psicoanálisis, al menos no en la teoría, porque en la práctica a veces, e incluso regularmente, se le concede al analista ser el Uno que sabe lo que hace. Hasta cuando se lo deniega sigue siendo ésa la medida que se toma. Así pues, la teoría psicoanalítica no permite sostener que Dios es el inconsciente sino que Dios es inconsciente -en una sola palabra, sin el artículo definido-, que Dios no sabe lo que hace, lo que dice; por lo menos no sabe de los efectos sobre nosotros. Es algo que se padece bastante y quizás es lo que Freud llamó con crudeza trauma.
Observemos ahora que, si adjetivamos a Dios como inconsciente, ya no se le puede decir Uno. Porque ustedes saben -o sabrán este año- que la estructura del lenguaje, aun cuando esté articulada por unos, en plu- y   ral, que son los significantes, impone la necesidad del Otro y su lugar. Estamos demasiado lejos de divinizar el inconsciente; sería más tenta dor diabolizarlo, hacer de él el maligno (el malin) y, por qué no, el mal- uno (mal'un). No es una mala definición del Otro: el mal-uno.
Agrego y preciso que la proposición de Lacan Dios es inconsciente es el título de una obra de François Regnault, que es uno de los enseñantes en el Departamento de Psicoanálisis. Les recomiendo su lectura e inclu so su estudio. De algún modo, se relaciona con lo que haremos aquí este año.
2. L'Un-conscient (el Uno-consciente), homófono de l'inconscient  (el inconsciente). [N.  del T.]
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Gritos de guerra
¿Y mi título? A decir verdad, no los hago esperar sino para decepcio narlos por su simpleza. Nada de extimidad. Nada de fanfarria inicial. Nada de toques de trompeta. Pienso, más bien, en una frase de Paul Valéry: «Decepcionar, divisa de un dios, quizá». En todo caso, es la divi sa del mío. Si esta frase me pareció conveniente es porque decepcionar la espera, es decir, la demanda -la espera es un modo, una forma de la demanda-, tiene su valor para lo que será nuestro tema y nuestro deba te. En una palabra, mi título de este año, a diferencia de la extimidad, se resiste a producir efecto de slogan, de consigna. No quiero un efecto de slogan, y mucho menos este año, precisamente, por el tema del que se trata.
Ahora bien, debo constatar que lo que se pide es un slogan, que la comunicación universal tiende a éste y que, aun de modo reducido, un curso, que es una expresión pública, participa de ello. Se hacen slogans a ojos vistas y de manera interminable. Desde el momento en que se pone un título, ya se está haciendo un slogan. Noten, además, que slogan es una palabra internacional. Se dice o se dirá slogan en todos los idiomas, por que proviene del inglés; es una palabra señal. Esta se incorporó a la len gua francesa recién a mediados del siglo pasado; vino de la mano de la revolución industrial, del avance del capitalismo. Esta palabra relacio nada con la circulación del mercado se tomó prestada de los escoceses. Verifiqué que slogan  tiene sus raíces en gaélico; vendría de slaud, que quiere decir tropa, y de gern, que significa grito. Un slogan, hablando con propiedad, es el grito de guerra de un clan.
Lo que me molestó este año fue que ¡Extimidad! podría ser el grito de guerra de un clan. Dejé entonces ese estilo de lado. Ya hay demasiado en el psicoanálisis que empuja necesariamente al clan como para insis tir. Es mejor sustraerse.
La actualidad me dispensa de extenderme sobre el aspecto de gue rra de clanes que presenta lo que se llama, un poco pomposamente, la historia del psicoanálisis. Una obra, si no monumental al menos volu minosa, acaba de serle consagrada. Sobre ésta no tengo necesidad de atraer su atención porque, a diferencia de la de François Regnault, apa rece en la lista de lo que se conoce internacionalmente como best-sellers;  lo que significa que en el mercado se abalanzaron en tropel sobre ella. Desde esta perspectiva es un éxito, puesto que es eso lo que el slogan 
debe provocar.
El hueso y la espina
Viendo cómo se hace y se difunde una edición de mi curso -que no puedo llamar pirata, porque dejo que la hagan-, y viendo cómo se la de vora en un medio restringido, tendría razones para creer que yo provoco en menor escala un efecto de ese orden, inexistente en el género best-seller.  I )espués de todo, puedo considerar que ese apetito es un homenaje. Y si uno piensa en la bella carnicera del sueño analizado por Freud en la 'rraumdeutung, para quien no es posible ofrecer una cena dado que sólo liene un trocito de salmón, uno se alegra al percibir que con poco puede dar de cenar, de almorzar, y a veces hasta queda algo para la merienda. I x) que sucede es que yo no me aprovisiono en cualquier lado. Me apro visiono en lo de Lacan. Pero ¿de qué modo? Es que no alcanza con de vorar a Lacan. Cuando se devora, sólo se deja el hueso. Y el hueso es,  justamente, lo más interesante. Cuando se devora el pensamiento, lo más interesante es el hueso. Tratándose de pescado, como para la bella carnicera, digamos que lo más atractivo es la espina, esa que queda atra vesada en la garganta. Por otra parte, es lo que pasa si uno se mete con la inspiración: uno aspira y resulta que tiene una espina atravesada en la garganta. Hay que escupirla.
Encuentro aquí el punto de partida que debemos retomar. Es preciso que siempre retomemos desde el hueso y la espina. Como muchos, como todo el mundo en cierto campo, yo encuentro mi inspiración en Lacan. Puede parecer que afirmo que Lacan es mi dios. Que Lacan era mi dios fue lo que se me dijo cuando me inquieté por ciertos ultrajes públicos que se le hicieron. Se me retrucó que erigía alrededor de él un muro de veneración. En realidad, me decían que Lacan era mi dios. Mi primer impulso es responder: ¡De ninguna manera! Si la veneración supone que en el psicoanálisis existe lo sagrado, me causa risa. Yo no veo nada de sagrado en Lacan.
Pero, en fin, es una respuesta fácil y en definitiva me pareció mejor responder que sí, venero a Lacan, siempre que se le dé a esa palabra el valor, también lexicalizado, de un gran respeto entremezclado de afec to. En el fondo, es verdad que este curso prosigue, por qué no, veneran do a Lacan, con la condición de que se haga la diferencia entre lo sagrado y el respeto, y que se sepa dar al respeto su valor cíe trabajo. Ya volvere mos sobre estas nociones que no están aquí por azar. Algo serio se juega en torno del tema que estoy planteando, que comienzo a circunscribir
en torno del tema que estoy planteando, que comienzo a circunscribir por ahora rápidamente ante ustedes, sobre lo que los discípulos le de ben al maestro. Un maestro que, lo recuerdo, tuvo también el suyo: Freud.
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 JACQUES-ALAIN MILLER
Vuelvo a partir, entonces, de lo que me detiene. Después de todo, nada genera más velocidad que lo que detiene. Hay una manera buena y una mala de vérselas con lo que los detiene: la mala es que se deten gan, la buena es partir de allí.
He aquí mi título para este año, mi título decepcionante, ese título que es un antislogan, que cuestiona el efecto del slogan, ese título que no puede convertirse en grito de guerra. Ese título es: Lo que hace insignia.3 Insignia (insigne), en una sola palabra. Debo precisar su ortografía por que hay una ambigüedad.
Una ética de forzamiento
Me llegó así, con su ortografía. Es cierto que también tiene sentido si se lo escribe en dos palabras: un signe (un signo). Tiene sentido, incluso, si se lo escribe: Un signe (Un signo); y habría que ver por qué Un está signado, marcado, por la mayúscula. También puede entenderse del si guiente modo: Un, signe (Uno, signa), con una coma. Ce quifait Un, signe  (Lo que hace Uno, signa); se trataría pues de saber que allí está en juego la signatura y, por qué no, el autor, en tanto él sería lo que hace Uno y eso lo autorizaría a firmar. Pero yo me atengo a Lo que hace insignia.
Podría haberlo llamado, para seguir en la línea de la extimidad, Unariedad. Algunos de ustedes conocen lo unario, neologismo que sir vió a Lacan para dar un valor distinto a einziger Zug, expresión que ha lló en Freud y que es un hápax. Einziger Zug fue traducida de cualquier manera, no atrajo ninguna atención en las traducciones y no llama de masiado la atención en la lengua original. Lacan destacó la expresión al traducirla por el rasgo unario. Yo hubiera podido entonces decir: des pués de extimidad, unariedad. Estaría justificado porque forman una pareja. Se hubiera encontrado allí una de mis famosas diadas, que a ve ces se me reprochan. Creo que ya desacredité ese reproche inoperante. Pero preferí Lo que hace insignia.
Un título es para mí como un hilo conductor. Sabía que iba a hablar de las insignias, de lo unario y del Uno, no obstante, hasta que no nos dan la nota, acumulamos. Ahora bien, no le doy a este título, ni a ningu no de los títulos que hubiera podido formular, el valor de ser unificante. El Uno unificante, el que es operador de unidad, se refiere a algo distin- ^ to de lo unario. Escriban: unario *unificante. Así pues, no le doy a un tí-
to de lo unario. Escriban: unario *unificante. Así pues, no le doy a un tí-
3. Ce qui fai t i nsi gne: Lo que hace insignia o Lo que hace insigne. [N. del T.]
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LOS SIGNOS DEL GOCE
lulo el valor de lo unificante sino, más bien, el de lo unario. Es una mar ca, un apoyo en el significante. Me permite saber que este año soy aquel <pie hace Lo que hace insignia. No iré tan lejos como para decir que lo que haré este año me hace y me hará insigne. Espero, como mucho, que les haga signos a ustedes. En todo caso, es un título que a mí me ha hecho un signo.
Se trata entonces de una simple marca unaria en un tema por decir, un tema que se constituye por acumulación, pero una acumulación de encuentros. Cuando la acumulación preparatoria se hace de manera automática, en el registro del automatón, todo anda sobre rieles. Para eso hasta buscar en el diccionario de psicoanálisis; se encuentran allí refe rencias y después todo se encadena. Lo que yo recomiendo es la acumu lación de encuentros, la acumulación en la vertiente de la tuché.  Recomiendo dejarse sorprender por el azar. Recomiendo, para enseñar y a fin de cuentas se enseña mucho-, recoger en los bordes del camino,
('star disponible, aunque no de cualquier modo. Hay que estar disponi ble como el analizante, siguiendo una lógica. Es necesario confiar en la lógica, es decir, en la necesidad de un discurso. Bajo esta condición uno está disponible para el azar.
Les referí que a mi larga espera sucedió un hallazgo al despertar. Se Irata de esperar lo que hace signo. Y nada mejor par^ ello que el hueso y la espina. Se trata de esperar lo que hace signo, pero no de-brazos cruza- dos, no mirándose las uñas. Se trata de esperar.-es el ejemplo de Lacan- trabajando para provocar lo que hace.signo, que es, como señalé, lo qúe hace el analizante, quien provoca incluso lo que le hace insignia -en una sola palabra. No me voy a pasar todo el año precisando: insignia en una palabra, insignia en dos. Ocurre que en francés el in privativo suena muy .1 menudo un. Hay al respecto una fuente extraordinaria de equívocos. Abran el diccionario, encontrarán un montón de palabras en las que a partir de in pueden hacer nacer el un  fónicamente indistinguible. En francés eso ya indica, quizás, una relación entre el uno y el no. No digo nombre (nom), digo no (non). Nombre y no  suenan igual en francés. El nombre es una insignia.
Luego, cuando se trabaja, cuando se habla, cuando se piensa sin pro vocar lo que hace signo, se está en el registro del hábito/ que en griego no se distingue más que por una letra, como indica Lacan, de la palabra ética. Por consiguiente, de acuerdo con él, planteo la oposición entre el hábito y la ética¿ y entiendo la razón por la cual Lacan formula -no lo
hábito y la ética¿ y entiendo la razón por la cual Lacan formula -no lo comprendía antes- algo que es casi un proverbio: «El pensamiento no procede sino por víai de la ética». Lo dice en un texto cuya lectura y relectura recomiendo sin demora. No es voluminoso, no los cansará por
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 JACQUES-ALAIN MILLER
su tamaño. Tampoco es un best-seller. Es un texto corto que se llama «...ou pire»4y que está publicado en una revista hoy desaparecida: Scilicet, en su número cinco. Todavía se la encuentra.
La frase que cité se aclara si se la opone a un pensamiento que proce de por hábito. La ética del psicoanálisis -reténganlo- debería ser lo con- trario del hábito. Por supuesto, en el psicoanálisis hay que llegar puntual, pero este hábito que se adquiere es para dar lugar a lo que hace signo, para provocarlo. En este sentido, la ética apropiada para el psi- coanálisis es una ética de forzamiento y no una ética sobre caminos tra zados.
De lo parecido a lo mismo
Esta referencia me permite corregir la imagen de la inspiración de la que partí. La inspiración -esta palabra me horroriza- es la aspiración de lo Uno.5Eso es el hábito. Digamos que la ética, al menos la del psicoaná lisis, es más bien la aspiración de lo Otro. En fin, nada de esto nos lleva rá demasiado lejos. El hábito, en todo caso, es siempre lo mismo. El hábito es lo contrario de lo Otro. De aquí que en el psicoanálisis se acon seje no habituarse, lo que sin duda amenaza menos al analizante que al analista. De aquí, también, que alguien me hiciera notar que siempre podía esperarse algo de lo que refiero sobre el psicoanálisis y sobre Lacan, pero que finalmente yo no dejaba de tener un aire extranjero al psicoanálisis. Pues bien, lo tomé por un cumplido. Es cierto que no me habitúo. Y, por supuesto, me pregunto por qué escucho esas cosas en lugar de sumergirme en el Parménides de Platón. También lo hago, feliz mente, aunque no tanto como quisiera.
\Siempre lo mismo: he aquí las palabras del hábito) Se dice, incluso, de lo parecido a lo mismo (du pareil au même). Y nada mejor en la lengua para sugerir lo aburrido del Uno. De lo parecido a lo mismo es el revés de mi título, es el revés de lo que hace insignia, porque lo que hace in signia es lo que distingue. Lo que haœ insignia es lo que hace Qtrg -al menos es uno de sus valores-, es lo que hace que uno no ande siempre de lo parecido a lo mismo.
No sé si es el caso de ustedes, pero a mí me gusta esa expresión de lo  ecid lo mism  Me gusta porque hay en ella algo que no funciona
 parecido a lo mismo. Me gusta porque hay en ella algo que no funciona
4. La traducción siempre es nuestra. [N. del T.] 5. Inspiration  (inspiración), homófono de Unspiration  (neologismo que condensa Uno 
y aspiración).  [N. del T.]
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LOS SIGNOS DEL GOCE
bien, algo que cojea, ya que lo idéntico, lo uno, se dice de dos maneras, si- dice lo parecido y se dice lo mismo. Tenemos aquí una repetición que no es del orden del bis repetita placent. Cuando se pronuncia el enuncia do Es de lo parecido a lo mismo, la enunciación es ¡Me importa un bledo! Acá s e trataría, precisamente, de que importe.
Les aclaro que no me quedaré siempre en las alusiones, llegaré a los maternas. Por el momento, preparo el terreno, porque si sólo hubiera puesto por título S^/todo el mundo habría dicho: ¡Otra vez!; cuando de lo que se trata -y es difícil- es de sacar de ese Sj cierto número de efec tos no necesariamente numerados y clasificados, y para obtenerlos hay que provocar un poco lo que hace signo.
A mí me provocó algo que escuché de boca de Jean-Guy Godin -que me hace el honor de estar aquí presente-, quien lo recogió, a su vez, de un analizante. Si usted me permite, Jean-Guy Godin, jugar con su apellido, escribiría God-Un, a quien, a diferencia de Godot, no estamos esperando. Me llegó así, como una palabra divina. Ya es pues una transmisión. Jean-Guy Godin no me dijo esas palabras sólo a mí, sino que las pronunció ante todo un auditorio. Asistimos allí a una muta ción en la que nace la buena historia. Es una buena historia en una fra se. Recogí entonces esa palabra divina que él había atrapado antes. Se trata de la expresión de un anhelo que en su formulación sensacional parece resumir todos los anhelos, ser el anhelo de los anhelos^Me gustaría ser un puerro porque se los pone en fila» (en rang d'óígnons j).6c Considero que esta frase vale lo que el dicho de Anaximandro. Es una ( rase pura como el alba. La conservaremos como el dicho del pacien te de Godin, porque es sin duda un Witz que, además, tiene la estruc- I ura de lo parecido a lo mismo. En el fondo, del puerro a la cebolla es claramente de lo parecido ai_lo mismo, pero para esto hace falta que algo trastabille, hace falta un pequeño traspiés. La frase resume todo lo que es del orden de la ambición. Y toda ambición, por supuesto, es la de ser un puerro. Pero ¿por qué ser un puerro? Justamente, para ser puesto en la ristra como una cebolla. Hubiera podido poner como I ítulo este año Quisiera ser un puerro porque se los pone en ristras como a  las cebollas.
6. En rang d'oi gnon: literalmente, 'en fila de cebollas'. Expresión familiar que significa:   Vn fita', 'uno al lado del otro'. [N. del
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Puerros y cebollas
Hablemos un poco del puerro. Un puerro es perfectamente capaz de hacer insignia. Sepan ustedes, ciudadanos, que en francés el puerro es el nombre de una medalla, el nombre familiar de una condecoración: el Mérito Agrícola. Como ven, el puerro es perfectamente capaz de hacer insignia. No sé los otros> pero se sabe que los franceses aman las conde coraciones. Y hubo alguien que se sirvió de esta inclinación con gran maestría, alguien que fue el amo de los amos, el símbolo mismo del amo, el Un amo; hablo de Napoleón, quien a partir de lo que sabía sobre lo que hace insignia creó la Legión de Honor. Dijo: «Hay que darles eso, los dejará satisfechos, y los dominaremos». Y es que él sabía que al ser hu mano -y en humano está humus, que también es agrícola- le gustaría ser un puerro para ser puesto en fila. Existe entonces ese Mérito Agrícola. Lo maravilloso es que cuando se recibe la medalla se la considera una distinción. Todo el mundo quiere tenerla. Se cree que por eso uno es dis tinguido. Y es cierto. Uno es distinguido cuando tiene el Mérito Agríco la. Yo, por ejemplo, no lo tengo; el que lo tiene se distingue de mí. De este modo, estamos en el principio mismo de nuestra vida social:'; c_ada uno busca su rasgo de distinción.
Digo cada uno, no cada una. Dejemos para más tarde el caso de cada una, de lo que en la especie humana distinguiría lo propiamente feme nino. También se condecora a las mujeres, pero, en fin, dejémoslo para más adelante porque no todas están capturadas por ello como el hom bre. No debe entenderse, sin embargo, que lo que refiero sobre la con decoración y la insignia sólo vale para los hombres, sino que en la vertiente femenina hay, en efecto, algo distinto. De todas maneras, sin duda se les dan muchas menos condecoraciones a las mujeres.
El principio mismo de la vida social es que cada uno busque su ras go de distinción. El dicho del paciente de Godin nos enseña en una sín tesis sublime que el rasgo de distinción es, justamente, lo que permite que sean puestos en fila.
La satisfacciónde este anhelo de ser un puerro esjo que se le ofrece a todo el mundo con la promesa del desarrollo de la personalidad, in cluso del cultivo -<le nuevo la metáfora agrícola- de la originalidad, y siempre con el único fin de enristrarlos como a cebollas. No hay otra cosa en esa promesa.  _ 
Hablé del puerro, ahora hablaré de la cebolla; que es una excelente metáfora del yo. Es, verdaderamente, una metáfora lacaniana. También
metáfora del yo. Es, verdaderamente, una metáfora lacaniana. También en el psicoanálisis se invita al sujeto a cultivar su originalidad mediante la asociación libre. Luego, recogemos, como lo hizo Jean-Guy Godin,
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LOS SIGNOS DEL GOCE
algunos me gustaría ser un puerro. Sólo que en el psicoanálisis el efecto cebolla debería ser distinto; quiero decir que no se busca a la cebolla para meterla en la ristra sino -s i me permiten- para pelarla. Es una metáfora perfectamente válida tratándose del yo, de ese yo que es una mezcolanza de identificaciones, como lo formula Freud y lo retoma Lacan. La cebo lla con sus capas se ofrece naturalmente como metáfora del yo. Si tuvie ra otros talentos, haría una fábula con la cebolla y el puerro, la fábula de la cebolla que quiere ser un puerro.
Pero, ¡atención!, el dicho del paciente de Godin no debe hacerles pen- sa r que quien se expresa así es un puerro. Es todo menos un puerro, 11 uesto que le gustaría serlo^ No es un puerro, es una cebolla. El pacien- le de Godin es una cebolla y es a título de cebolla que quiere ser, un pue rro para ser puesto entre las cebollas. Es lo que les pasa a todos, y uno es .nía más cebolla en tanto que es paciente de un analista. El yo existe, no lo olvidemos. Es mejor saberlo cuando uno se prepara para pelarlo. La^ ( ('bolla que quiere ser un puerro es como la rana que quiere ser más, gorda que el buey. La fábula de La Fontaine se refiere a eso, a la idenüH^> ('ación desaf^tunadaTporque la rana revienta.
"No sé si a ustedesles produce el mismo efecto, a mí me explica por qué el libro Historia del psicoanálisis en Francia es tan voluminoso. No crean que me quedaré todo el año en estas distracciones. Por el contra rio, vamos a concentrarnos en los maternas. Pero también hay fábulas, apólogos, anécdotas, y está el dicho del paciente de Godin. Por otra par-. le, entre el materna y las anécdotas hay más relación que lo que se pien- Hii. Las anécdotas y las fábulas son maternas animados. Por ejemplo, en - l.i disciplina zen no tenemos maternas porque no pertenece a la época de la ciencia, pero tenemos historietas que son como maternas y que se conocen como koarh]
I ,a historia del psicoanálisis en Francia en sus últimos cincuenta años halilo de la historia misma, no del volumen- es un verdadero cemen-
Icmío  de ranas reventadas. No es un cementerio de elefantes, donde hay tesoros, adonde se van a buscar esos enormes colmillos de marfil. Aun que... colmillos hay. Incluso no hay más que colmillazos contra Lacan. Pero no son colmillos de marfil, y con colmillos de rana mucho no pue de hacerse. El libro es muy grande porque mete a todo el mundo en finirás. En este sentido, es divertido. Allí todo el mundo ocupa su lugar de cebolla. El índice es una ristra interminable. Reconozcámoslo:
de cebolla. El índice es una ristra interminable. Reconozcámoslo: F.l i sabe th Roudinesco, para llamarla por su nombre, no ha sido mezqui no, Inscribir todo eso en cinco años... Yo digo: ¡Bravo!
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Insigne Lacan
Pero de todos modos es un fracaso por una razón bien simple que no tiene nada que ver con no sé qué sacrilegio. Por supuesto que es una difamación contra Lacan, pero no un sacrilegio.
Su fracaso consiste precisamente en no demostrar lo que hace insig nia, lo que hace insigne a Lacan, lo que lo hace inolvidable. Y si a pesar de todo tengo cierta indulgencia por Élisabeth Roudinesco es porque a su manera -o sea, bajo el sesgo de la difamación- también contribuye a hacer inolvidable a Lacan. Además, tenemos que reconocer que con gran frecuencia se pasa a la historia por la difamación. De nadie uno se acuer da más que de aquellos a quienes difama, a quienes ha difamado. La infamia, de la cual Borges hizo una historia, es uno de los resortes prin cipales de la notoriedad. En lo que hace a lo unario, al rasgo distinti vo, les aseguro que vale tanto como el Mérito Agrícola. Se entiende por qué Lacan no lo recibió. Pero no haberlo recibido lo hace aún más distinguido.
Élisabeth Roudinesco no demuestra qué hace a Lacan insigne, de muestra, quizá, lo que hace a Lacan enseña. Noten que entre insigne (in signe) y enseña (enseigne) sólo hay una letra de diferencia, y que son,
 j además, una misma palabra. Enseña es diferenciar por usos diferentes, i' Insigne es lo que se distingue por algunos signos destacables. Así se lla
ma a lo que es digno de ser resaltado, ylTselm peHonas o cosas. Es inte resante observar, como indica el Littré, que cuando el adjetivo insigne se utiliza sin que se precise por qué alguien es insigne -por sus virtudes, por ejemplo-, cuando se lo utiliza de manera absoluta con un sustanti vo, es para ofender, es para difamar. Y las frases que el Littré  toma de la literatura francesa son muy ilustrativas: «Insigne bribón», «Insigne la drón», «Fue en su tiempo un tonto muy insigne» (La Fontaine); «Esos insignes corruptores del pudor» (Bossuet). Está claro que Élisabeth Roudinesco hace de Lacan un insigne bribón... No hablemosmás de eso.
Diré unas pocas palabras sobróla insignia como sustantivo^ Es nota ble que en el Littré  figure en plural. Así, por ejemplo, las insignias de la realeza. En el Robert encontramos que el uso en singular de este sustan tivo es propio de nuestro siglo: «llevar la insignia de su asociación» es típico del siglo XX. Tenemos la gloria de.ser el siglo en el cualjinsignia pudo decirse en singular y seguramente esto está en relación con el auge del slogan.
del slogan. No hablemos más del libro de Élisabeth Roudinesco porque tengo
que comentarles otro, que no es un best-seller. Fue escrito hace quince si glos y todavía se lo puede traducir. Pero, en fin, una última palabra so
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LOS SIGNOS DEL GOCE
bre Lacan insigne bribón. Roudinesco nos explica que a Lacan le preocu paba el ascenso social. En el fondo, nos sugiere que Lacan quería ser un puerro. Ella hubiera podido leerlo, ya que él mismo dice que pasó su vida queriendo ser Otro pese a la ley. (Los remito a la página 21 de su seminario «Un Otro falta», que encontrarán en Escansión N° 1, nueva serie.) Uno puede decir que esto es ser un bribón. Pero, evidentemente, lo que no se le perdona es haberse rehusado a ser puesto en fila. En efec to, un delincuente también quiere ser Otro a pesar de la ley; sin embar go, uno podría tomarse el trabajo de saber cuál era el modo propio de Lacan, quien además prometía -en ese mismo seminario- después de su muerte «ser Otro como todo el mundo». Y bien, eso resultó. Gracias a Roudinesco es Otro que él mismo. Debo decir que no se le parece en absoluto.
Ahora bien, ella no sólo piensa que Lacan aspiraba al ascenso social sino que también le gustaba el dinero. Está escrito y, aunque no sean más que una o dos líneas en setecientas páginas, es lo que repercute en los medios. Es lo que fueron a buscar entre setecientas páginas y se abalan zaron encima porque allí se reconocieron.)¡Es un consuelo saber que a Lacan le gustaba el dinero como a todo el mundo! Y en el fondo, como esto los captura, hacen que se pierda la diferencia entre Lacan y Bernard Tapie.
Para hablar de la relación de Lacan con el dinero Roudinesco hubie ra hecho mejor en leer La ética del psicoanálisis, donde en el último capí tulo habría encontrado esta frase: «No hay otro bien más que.el.que. puede servir para pagar el precio_del accesg,_aL.de§ep». Es verdad que Lacan hacía pagar el precio, pero también es cierto que él mismo lo pagaba. Se puede hacer pagar el precio en la medida exacta del precio que uno paga. ’
Dicho esto, hay que reconocer que Lacan y Bernard Tapie tienen algo en común. No me molesta en absoluto. Lacan lo dijo -y en la televisión, para todo el mundo, para los medios: «Soy un self-made man». Pueden encontrarlo en su escrito «Televisión». Por supuesto, «self-made man»  lo ponemos entre comillas porque justamente nadie es self-made. Eso per tenece a la cultura del mercado. \^orvo esjelf-made, uno está hecho a partir de lo que hace insignia. De todos modos, self-made significa no ser un heredero. Se puede serlo, pero, si uno lo es, hay que poder soportarlo.
En este sentido, Lacan, como amo, era más bien del tipo esclavo, es
decir, de los que trabajan, que es lo contrario del privilegio del amo. Habrá que entender entonces qué tipo de amo era Lacan que trabajaba. De aquí mi indulgencia con Elisabeth Roudinesco: ella trabajó. Su tra bajo no es un entretenimiento.
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Del mito al materna
Evidentemente uno puede relamerse con la anécdota, con la vida de Lacan. Pensamos, sin embargo, que la vida no es interesante y que es la obra lo que cuenta. Se piensa esto con las mejores intenciones del mun do: lo importante es la enseñanza; no voy a ser yo quien diga lo contrario. Es cierto que su enseñanza es lo que hace a Lacan insigne. Les hago no tar que enseñanza, enseña e insignia son una misma secuencia de palabras. Una enseñanza es lo que da signos. No diré que es jorque hace sigitp^ porque eso, según el dicho de Heráclito -que no debe confundirse con el del paciente de Godin-, es propio del oráculo. La enseñanza de Lacan no es un oráculo.
Sin duda se puede decir que la vida no es nada comparada con su enseñanza. Pero es demasiado tarde, mis queridos amigos, ahora cargan con eso sobre sus espaldas. Tienen la vida de Lacan sobre sus espaldas. Y tendrán otras, ya que todas las cebollas que andan por ahí buscan su rasgo de distinción. Entonces de Lacan y yo tendrán a montones. Y yo... y yo... y yo... Una insurrección de cebollas para ser puerros, gracias a lo cual se las pondrá en ristras. Luego, responder que la vida de Lacan está muy por detrás de su enseñanza es algo perdido de antemano. Hay que ir más allá.
Así pues, afirmo que la vida de Lacan es una enseñanza para el analista, que hace signo y que es una verdadera lección. No la separo de sus anécdotas. Agrego, incluso, que no rechazo ninguna. Todas son verdaderas, aun las falsas. Pienso también que evidentemente asisti mos -lo que no es poca suerte- al nacimiento de un mito. Yo, por supues to, y algunos otros hacemos todo lo que podemos para que Lacan no sea un mito. Hacemos todo lo que podemos para que Lacan sea materna. Pero al mismo tiempo que aquí hacemos materna, afuera se hace el mito. Y están en camino de crearlo mediante la difamación. La difamación no tiene ninguna importancia, están creando al divino Lacan, la consagra ción de Lacan. Volveremos sobre esto puesto que entra en el capítulo Lo  que hace insignia. Cuando algo hace de alguien insignia, se asiste a una consagración. Los romanos roTiacrañ; se dedicaban a una operación 11a- mada'laconsecrati'ó. Cuando moría alguien que se había distinguido es pecialmente en el orden de la maestría, ellos pensaban que no era ofender a los dioses considerar que había un numen nuevo para inscri bir en el Panteón. Y bien, estamos asistiendo a eso, estamos asistiendo a
bir en el Panteón. Y bien, estamos asistiendo a eso, estamos asistiendo a la consagración de Lacan. Excepto nosotros, los más cercanos, es así como se considera que Lacan domina la historia del psicoanálisis en Francia. Y es verdad.
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LOS SIGNOS DEL GOCE
Entonces, ¿qué hacer ante esto? Justamente, de ese mito hacemos m.ilema. Considero que todas las anécdotas sobre Lacan responden al misino principio. Todas las anécdotas, hasta las_más tontas, ponen en escena a un hombre con un deseo decidido. Por eso, aunque sean falsas, niguen siendo verdaderas. Volveremos también sobre las anécdotas de los maestros de la sabiduría, de los santos, de los sabios, que tienen, »iniciase o no, una gran función en la historia de las ideas. Piensen en I Mogones: si no tuviéramos su vida, no tendríamos gran cosa. Y es que en i'sa época no se escribía, algunos sabios se honraban de no escribir. ' ii is enseñanzas nos llegan ante todo por el ejemplo de sus vidas. Yo co lon >a Lacan en esa línea, porque en definitiva asisto al hecho de que es allí donde se lo ubica. Y veo a Lacan como una especie de Diógenes. Un I Mogones con abrigo de piel, puede ser. Sigue siendo un Diógenes.
No voy a continuar así todo el año, se los aseguro.
Lo particular y lo universal
Retomo, por el contrario, el punto en el que el eje el año pasado cuan do formulé que éTÜtrólfsla Cosa!)Para precisar lo escribí así:
Otro
Cosa
I lay una sustitución, una metáfora, que no deja de presentar cierta discordancia. Esa falta de correspondencia entre el Otro y la Cosa se es- 11 iIh* con la sigla de Laca~ña\)
Otro ------- a Cosa
I .o que haremos este año es medir, para decirlo en nuestro lenguaje eiIrado, la distancia entre a y Sj?]
S,
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 JACQUES-ALAIN MILLER
Considerar la extimidad .nos conduce a esto. S1es un operador de alienación, y como tal, es colectivizante. Fr^dJpJlarnó..id^aLdelyo y Lacan, en su primera formalización, lo escribió con una I mayúscula. Más tarde, en la segunda formalización, propuso la escritura S: y, de este modo, lo generalizó, ya que se refiere sin duda a ese ideal del yo, pero además al Nombre del JPadre y a muchas otras cosas. Ahora bien, ese S1 est?Ten tenstóncon lo que designa a como plus de goce particular del sujeto. Entonces, cuando^nemós^erTtensIón S y a,^notamos que se tra ta simplemente de lo que, f^~unTado, es colectivizante, idealizante, incluso unlversalizante, y, por el otro, de lo que es particular.
Avanzaremos a partir de¡ío Und¡:. Lo podríamos confundir con lo par ticular, pero está, de hecho, deílado de lo universal. No digo que se iden- tificcicon lo universal sino que está.de ese lado. Tenemos así, del lado de(f Sj,;el lazo social y, del lado dél a,'e 1goce en tanto desocializado. En esté'punto la referencia es Diógenes. Recuerden lo que desarrollé sobre cinismo y sublimación. De eso se trata, aunque retomado desde otro sesgo. Tenemos, entonces, de un lado, la idealización de las insignias y, del otro, d goce cínico. Es nuestro punto de partida, pero no será -lo digo desde ahora- nuestro punto de llegada.
De aquí que lo desarrollado el año pasado sobre la extimidad requie ra ser invertido. Y sostendría que esa inversión redobla, copia la que puede observarse en la secuencia de los seminarios de Lacan, entre su seminario sobre la identificación y el que versa sobre la angustia. Noso tros haremos aquí el mismo camino pero al revés, puesto que es también una problemática de la identificación lo que recorreremos este año. Ade más está en el programa el concepto de semblante>que marca en Lacan el pasaje de lo imaginario a lo simbólico y eTdeTo simbólico a lo real.
Para terminar les indicaré el título de un libro que no es un best-seller.  Antes de comprarlo fíjense si verdaderamente los tienta. Se trata de una obra de Damascio el Diádoque, traducida por primera vez al francés. El Diádoque es su título. Nació en Damasco. La obra se titula Traité des   premiers principes, y su subtítulo es  Apories et solutions. En lo que a mí respecta, este año lo trabajaré de manera inversa: soluciones y aporías. El libro I se denomina «De l'ineffable et de l'Un», título atractivo porque muestra que en esos tiempos lo Uno señalaba aquello de lo que no se podía hablar. Damascio fue el último de los que encabezaron la escuela
podía hablar. Damascio fue el último de los que encabezaron la escuela neoplatónica, que se inició con el Parménides de Platón. Durante algunos siglos, el Parménides -y más precisamente su primera hipótesis- sirvió de apoyo para pensar.
Compren entonces el libro de Damascio. Compren sobre todo -les será de mayor utilidad- el Parménides de Platón, que es el libro que Lacan
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I,(. )S SIGNOS DHL COCH
immiciulnba a su auditorio. Y parece que albergaba pocas esperanzas émi mu lectura. Yo corro con ventaja puesto que pasó bastante tiempo. A  jttii lir di'l Varménides y «De l'ineffable et de l'Un» nos ocuparemos de la hlt’iililicación en psicoanálisis. Hasta la semana que viene.
'ule noviembre de 1986
La sustracci gn del sujeto II
Me han dicho que en el Japón la relación de lo parecido a lo mismo no se representa con la ayuda de la cebolla sino con la del glande. Si con fío en mi informante, habría en esa lengua una expresión que, con algu nos matices, puede traducirse por ser como glandes que comparan sus   tamaños. Parece que allí las personas se entregan a esta comparación a porfía (a qui mieux mieux)/ es decir que se dedican a lo que Freud -y lue go Lacan- llamó el narcisismo de las pequeñas diferencias: el glande_se regocija por ser impar.
Con la expresión a qui mieux mieux la lengua francesa nos muestra un curioso redoblamiento. En este caso, la etimología nos enseña poco: des cubrimos que la a que precede a la expresión es de aparición tardía, pero nada se nos advierte acerca de la duplicación. El redoblamiento de me  jor  nos conduce, por otra parte, al más (plus), y es que también se decía (¡ni plus plus. Ese mejor mejor  y ese más más, que tienen un valor de emu lación, suenan bien en la lengua para expresar el atropello humano po_r- salir deí montón, por hacerse notar, por resaltar. Y resaltar ya supone un redoblamiento, porque está el re. Resaltar, hacerse notar... Podríamos vernos tentados a elevar esto al rango de pulsión. Lo deslizo como al pasar, pero tendremos que retomarlo. Habrá que ver, más adelante, si hacerse notar  puede ser colocado entre las pulsiones fundamentales como Imisión cuyo objeto sería el fonema, o el nada.(£l fonema y  eí nadh son dos términos que figuran en la lista de los objetos a dada una vez por Lacan, y que no han sido hasta el momento retomados ni valorados; es decir,
7, À qui mieux mieux,  literalmente, 'a quien mejor mejor'. [N. del T.]
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 JACQUES-ALAIN MILLER
no lograron hacerse notar más que como problemas. (Encontrarán esta lista en «Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano», páginas 797 y 798 de los Escritos.)
Este año, bajo el título Lo que hace insignia, hablaremos de lo más y de lo mejor. Mejor  es un término evocado por el nombre que Lacan dio a su seminario sobre lo Uno, ese curioso nombre ... ou pire. No hace mucho propuse remplazar los puntos suspensivos por  padre -padre o peor  (pére  ou pire)-, pero ahora también podría sustituirlos por mejor.
¡Todos menos yol
Esta semana me dijeron algo interesante sobre l o j m p r . Fue alguien a quien le recordé, a título de rectificación subjetiva, el lugar que podía tener para él el sintagma mejor; alguien que evidenciaba, si no su posi ción, al menos su temor a ser un fracasado, y de esta manera expresaba correlativamente su anhelo -com o todo anhelo de ser un puerro- de ser. el mejor. A partir de lo que le señalé se vio llevado a corregir la palabra mejor, que le parecía quizá demasiado ambiciosa. Y cuando uno corrige, lo más probable es que se enrede, es el infierno. Cuando uno se equivo ca, es mejor continuar. El corrigió entonces esa palabra diciendo que sólo quería ser el mejor en su clase. En ocasiones, se quejaba de no tener cla se, y es por eso que se consideraba un fracasado. Así, lo que hubiera podido ser sólo un rasgo entre otros de aspiración a ser el mejor encon traba su valor de paradigma: lo que uno quiere, lo que quiere cualquie-
/ ra, es ser el mejor en la clase donde se. es .única., Siendo el único en su clase, uno puede pensar -es la opinión corrien
te- que es necesariamente el mejor. ¡De ninguna manera! Este sujeto nos aporta la prueba: siendo el único en su clase, uno puede, sin embargo,
ser el mejor o un fracasado. Tenemos una proposición que merece ser considerada como el paradigma del sujeto.
El sujeto es especial. Ese es su anhelo, o su anhelo secreto, que a ve ces conoce y que lo avergüenza. El anhelada cuenta de lo que el sujeto es, de su función por fuera del conjunto. Y como glande, cuando se com para, no está nunca a la altura del otro, ya por más, ya por menos. De aquí esa actividad infantil que consiste en la comparación a porfía de los órganos genitales; que puede hacerse con relación a los progenitores de
órganos genitales; que puede hacerse con relación a los progenitores de ambos sexos, a los amiguitos o a los hermanos y hermanas, y siempre destacará ese_estatuto originario de excepción que tiene el sujeto. Es el
I, ¡todos menos y oí) Ese todos menos yo bastaría para impedir la tranquilidad del Uno. En
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LOS SIGNOS DEL GOCE
cmI.i experiencia y en este sentimiento -porque estamos verdaderamen- I»' en la fenomenología de la neurosis- se ve que el Uno-todos está en dificultades. Hacen falta al menos dos, hacefaltae^ Uno-todos y el Uno no lo, el que está fuera del Uno-todos. Así pues, nos encontramos en el terreno del sentimiento y, también, del resentimiento, aun cuando el •¡iijcto crea que no lo experimenta y lo atribuya al resentimiento de los oíros hacia él por ser diferente
I ’odemos recordar aquí lo que Lacan formula sobre el sentimiento del neurótico; esto es, «sediente, en el fondo, lo más vano que existe».8Cabe agregar que no se trata de algo inconsciente sirio de algo que se expresa, que se dice y que constituye el fundamento mismo del sentimiento de existir del neurótico. Este afecto puede llamarse fundamental y se tra mitará de .maneras_divérsas, ya. con ía exaltación,. ya con la depresión. r’J adjetivo vano, o la vanidad, tiene, por otra parte, sus resonancias. Es una palabra bíblica: vanidad de vanidades. Se podría escribir lo v'Uri) 
la vanidad del Uno. Sin embargo, el adjetivo vano no debe hacemos ol- vidar que en lo más vano rencontramos los superlativos lo más y lo mejor.  Ser lo más que existe, podemos vanagloriarnos. Es incluso la raíz del anhelo de gloria, no eclipsado por lo vano en lo que cae. Sin duda tendré que retomar esto. Y veremos que es justamente sobre lo más que existe,  sobre lo más más más -para salir de lo dual-, que se esperó demostrar la existencia de Dios.
Existir merece entonces,^ veces, ser escrito con la grafía que propu so Lacan: ex-sistir, mantenerse a fuera)Así es como hay que leer a Lacan, Ixilabra por palabra. También es útil leerlo a porfía. Digamos al pasar que para eso debe servir el cartel -Lacan lo introdujo para que los glandes comparen sus lecturas. Esa ex-sistencia puede remitirse tanto al débito como al exceso, a ese plus que llamamos exceso, falta en ser o de más, como dice Lacan de un modo sólo aproximado.
El patito feo
En el pasaje que comentamos -donde Lacan afirma que sentirse lo más vano que existe no es una razón para que se sacrifique la diferen
8. La versión castellana dice: «Sienta en el fondo de sí lo más vano que hay en exis
tir». «Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano», en Escri tos, pág. 806. [N. del T.]
9. V 'Un , homófono de vain (vano). [N. del T.]
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cia-, hay también una indicación sobre la forma en la que el sujeto hace su entrada al mundo: el sujeto entra al mundocomo el patito feo. Y bien, se darán cuenta de que, al igual que la última vez, seguimos ocupándo nos de las fábulas. Tenemos para ello las mejores razones del mundo: las fábulas son todas de patitos feos. Las fábulas y las anécdotas, esas be llas anécdotas en las que a veces se resume toda una filosofía... De cier tos filósofos, incluso, tan sólo nos quedan sus fábulas de patitos feos. Además, creo que ya les anuncié que es así como intento retomar la vida de Lacan. La historia del psicoanálisis en Francia no es otra cosa que la historia de un patito feo.
En ese patito feo, en esa función que debería ser cifrada -PF, patito feo- para que no se la olvide, encontramos, justamente, lo que hace un cisne (ce quifait un cygne).w Les recuerdo, por otra parte, que el año pasa do me referí a El cisne de Baudelaire, con su «¡Andrómaca, pienso en ti!».
El secreto de los patitos es que todos son cisnes, o sea que todos anhelan ser insignes. Y no es otro el secreto de las cebollas, ya que todas han querido ser puerros. Podemos transcribirlo del siguiente modo: quisiera ser un cisne para nadar en la fila de los patos.. Ése es el valorcLe la palabra anhelo. Notamos, de inmediato, con la ortografía francesa, que un je voeux  (yo anhelo) es completamente diferente de un je veux  (yo quiero). Con el yo anhelo uno tiene como mucho un yo querría. Y es lo que marca la e en la o (Ve dans l'o): el anhelo ya está en él agua (dans l'eau).
El anhelo es en sí mismo el testimonio de que el sujeto está excluido de lo que llamamos el Otro. EÍ sujeto siente que no cuenta. Esto es lo que cree. Ahora bien, que uno no cuente significa que unocree que no es contadoTPara contar, es decir, para ser contado -e la ^ e lo d e co n ta r no es sino el de ser contado, es así como se traduce-, hace falta, y es lo que se busca, un rasgo de distinción. Hay aquí una dialéctica de inversión de la que puede extraerse que el rasgo de distinción es, no se sabe cómo, un rasgo de conformidad. Y, en efecto, lo que buscamos que el sujeto perciba es esta dialéctica que convierte la distinción en conformidad. Para eso Lacan retoma una categoría hegeliana que encuentra en la Fenomenología del espíritu. Producir una rectificación subjeüva):onsiste en hacer percibir al sujeto que allí donde se ubica por su rasgo de distin ción es donde se muestra más acorde con el orden del mundo, pero tam bién con la orden de mando del Otro,,
Contar por (pour) algo, contar para (pour) alguien. A pesar de la apa
Contar por (pour) algo, contar para (pour) alguien. A pesar de la apa rente simetría de construcción, contar por algo significa que uno preten-
10. Ce qui fait un cygne (lo que hace un cisne) es homófono de ce qui fait i nsigne (lo q hace insignia/insigne). [N. del T.]
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i,( íSsicNosniii.cíocii
*  ti i user n l>*/», y rontar para alguien remite más bien al Otro. Contar por ||gn pura alguien es ser contado. Basta reparar en esto para darse cuen- |i tie>i]tu» «’I rasgo distintivo no es más que un rasgo de serialidad, es el
que permite ser puesto en serie. Y por muy distinguido que sea, i i i\s, sin embargo, lo más común, lo más com-un que hay. Lo com
ún ph otra versión de lo Uno.
«Tengo tres hermanos...»
Yn ronocen la frase que Lacan encontró en la obra de Piaget. Intenta remos ahora captar todo su valor, incluso su estructura. Esa frase es la siguiente: «Tengo tres hermanos, Pablo, Ernesto y yo». Aquí, precisa mente, hay una serie; y está claro que en ella el sujeto que enuncia se üKfi'l >túa al mismo tiempo que se cuenta. Se trata, en el fondo, de la ilus- tiru ion de una proposición de Lacan que parece difícil: el sujeto debe, a Ift ve/, contarse en el Otro y no cumplir allí otra función que la de falta =li remito a la página 786 de los Escritos. En otras palabras, él ya está ntempre contado, cuenta a título de en menos y, de este modo, se agrega tumo falta. En este sentido yo, que tengo tres hermanos, debería ser el muirlo. Es así como al mismo tiempo que me cuento en el Otro ppr rni rflH^o de serialidad, no puedo, en ese lapsus, más que distinguinne en tií n t o je de lo que soy como mor, uno entre otros..
1isto es exactamente lo que hace falta para entender el carácter esque- 111 ¡1tico -ya comentado aquí sin hacer uso de esta referencia- del círculo tle la significación:
 
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que el círculo introduce respecto del cuadrado. Es, finalmente, la ambi ción de reducir el Otro al Uno sin tener que incorporar a las matemáti cas elementos ajenos a ella. En sus estructuras cuaternarias Lacan usó mucho el cuadrado, ese que pudo parecer el paradigma mismo del significante matemático.
Ahora tenemos la oportunidad de acercarnos a lojjue dificulta la y justifica, entonces, el término Otro que usa
mos habitualmente en psicoanálisis -ese Otro que no es un nombre del Uno. La cuadratura del círculo sería concebible en el psicoanálisis o, mejor, en la estructura de la comunicación, si uno se atuviera a que el Otro es un todo. Si el Otro fuera un todo, si no fuera más que eso, no habría objeción en reducirlo al Uno. Y es que, en cierto sentido, el Otro es Uno. Es Uno en tanto suponemos, cuando lo escribimos A, con la pri mera letra del alfabeto, que titula a todos los significantes. Desde esta perspectiva/ el Otro^s^coiiipleto. Si uno se limitara a esto, no habría nin guna necesidad de introducir, luego, al Otrp> Además, en el estruc- turalismo lingüístico se prescinde muy bien de él y se trabaja -s i puedo expresarme de este mod o- a fuerza de todos, en plural. Considerar todo lo que está es lo más valioso que introdujo el estructuralismo en sus co mienzos para poder hacer la ciencia en el sentido estructuralista. Una ciencia que de todo hizo todos y que sólo vio todos por todas partes. (La crítica literaria, por ejemplo, para definir el corpus reunía todos los ele mentos y estudiaba sus relaciones.)
Ahora bien, lo que obstaculiza que el Otro sea llamado Uno es, pre cisamente, que, por totalesquesean los significantes del Otro, el sujeto se aparta de allí y lo toma incompleto. El sujeto es quien veda en primer lugar la reducción del Otro al Uno. En esto consiste la objeción subjeti va: el sujeto no se construye, no nace, sino susirayéndosj^al Otro. Y es lo que se prueba, por otra parte, con la posición del neurótico.
La frase «Tengo tres hermanos: Pablo, Ernesto y yo» muestra de ma nera precisa esta cuadratura imposible del círculo porque, por un lado, en efecto, yo tengo mi lugar en el Otro, y lo tengo en tanto un herma no entre otros. Yo también soy un patito. Yo también estoy en la fila. Libertad... no sé. Igualdad... sin duda. Fraternidad... ciertamente. Yo también soy un hermano. Desde esta perspectiva, me cuento en el Otro. Pero lo propio del sujeto es que cuando formula «Tengo tres her manos: Pablo, Ernesto y yo», al mismo tiempo, descompleta ese con  junt del Ot deci lv io Y c le ie
 junto del Otro; es decir, se vuelve supernumerario. Y cualesquiera que sean sus esfuerzos para contarse; en el Otro, estará siempre en posición de excedente.
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III
0
( 111 ro, él podría decir: Tengo cuatro hermanos: Pablo, Ernesto, yo y yo, Sin embargo, se reproducirá el mismo fenómeno. Es lo que se inten ta hacer cuando se dice: Tengo cuatro hermanos: Pablo, Ernesto, mejor V mejor. Se puede contar a porfía, pero siempre será de lo parecido a lo  HUNDIO.
( reo ¡lustrarles con esto en_gué sentido el Otro es „completo e incluso tumplaciente. Aunque ei sujeto sea inepto, deficiente o discapacitado Hei it' derecho'a ser un hermano -de hecho, lo es. El Otro es complacien- fp acogiendo al sujeto; hace todo lo que puede. No obstante, por Com | tóy comp^^ no puede satisfacer lo que es una sus-
vión subjetiva profunda, de la que la lengua testimonia con el lapsus y i*l chiste.
Dicho primero
I )e aquí que el círculo siga siendo un círculo, que no se cuadre, que ion ese círculo el sujeto no pueda de ningún modo cuadrarse en su iden- tiilail. El Otro es pródigo en significaciones del sujeto. Es el valor que |m»demos darle a s (A).'Es el soy un hermano entre los otros, el soy uno entre  t>l/<>:;. Pero esta aserción -dice Lacan, en la página 786 de los Escritos- «no remite sino a su propia anticipación en la composición del significante, pii sí misma insignificante».
¿Y qué quiere decir «anticipación en la composición del signi ficante»? Quiere decir muchas cosas sobre las que volveremos. Más ade lante retomaremos la anticipación como fundamento de la identificación
he aquí una pareja de términos. Pero, por ahora, en el punto en que nos encontramos podemos entenderlo así: esas significacio n es en el Otro. No es para mí que se inventa la expresión ser un hermano. Es lo más común que hay. Por eso, en cierta forma, no quiere decir nada. No si' le dice nada a mi diferencia al afirmarlo, sólo se le dice a mi iden- lidiUL Y es cierto que yo tengo una identidad gracias a la cual me parez co a los otros, pero también es verdad que junto a mi identidad tengo mi
co a los otros, pero también es verdad que junto a mi identidad tengo mi di lerenda.
Será necesario ubicar en esés (A^Jlo más imperdonable, al menos en el psicoanálisis; esto es, el efecto de ya dicho, que hace escuchar en lo que uno dice una-simple anticipación de lo que ya está en_la composición
I 33
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insignificante del significante. El efecto de ya dicho indica justamente que no es para mí, que le yerra al sujeto como distinto de. todos. Ese efec to es la significación de todas las significaciones del Otro, que no está animada por el fantasma y que es: eres uno entre otros, lo que no hace más que connotar la entrada de un sujeto entre los otros.
Las entrevistas preliminares) tienen por función evaluar y eliminar ese efecto de ya dicho. Es entonces cuando pueden surgir en el análisis las palabras que han contado para el sujeto. Del mismo modo, del lado del analista, nada anula, nada estropea tanto las cosas como las interpre taciones estándar que comunican al sujeto que es tan sólo uno entre otros. Se necesitan interpretaciones a medida. Por otra parte, es lo que Lacan alaba en Freud, porque de él -que estaba trabajando, creando, in ventando el psicoanálisis, y que con un mismo movimiento hacía avan zar su teoría y su práctica- el sujeto escuchaba una interpretación dirigida sólo a él, hecha a su medida. Una interpretación acertada es una interpretación que descompleta al Otro. Aunque todos los significantes ya estén en el lugar del jOtro, falta, sin embargo, el que es propio del
En ese lugar se aloja la interpretación, lo que supone la necesidad de un significante en más que podría nombrar lo propio de ese sujeto en tanto que descompleta al Otro. Tenemos aquí otro Uno, el Uno en más en relación con el Otro. Puede decirse incluso que ese Otro merece 11a- majge Otro por dejar, justamente, su lugar al Uno en más. Esto se escri- be£¿y es lo que Lacan agrega al círculo para designar al sujeto tachado. El sujeto está^tachado pom o tener su lugar en la serie del Otro.
s (A)
IX )S SIGNOS DEL GOCE
b m n iiñiii li* el símbolo I (A))La I mayúscula está tomada de la pala- tifi hiñiL I 'ero hay que dar también su verdadero valor al paréntesis del Ptm I .ti I mayúscula designa la necesidad que.el Uno en más tiene del Otf'U: Si quieren orientarse con una escritura más reciente de Lacan, I (A) — . ^1 ' “n.
puniría Ir.mscribirse S1(S2J)d on d e S, asume la función del Uno en más qilt*. ním (*mbargo, pigrtgn&ce,,.a.l O tra Y es que, para obtener ese sig- rfifit niilc en más que permitiría que el sujeto en tanto tal sea contado gomo l luo, la única posibilidad es ir a buscarlo en el Otro. En este sentí an, i’w l J no en más que sería un significante distinguido sólo lo es a tí- lulo «le ideal y de semblante. En su emer^acia-^te.significanteno.tu3ffl pilla <‘l sujeto un efecto de ya^dich.Q,.sino -como expresa Lacan en la página 787 de los Escritos- de .«dicho primero». No tuvo entonces un ufet lo de dicho segundo, un efecto que deba ser colocado en S2.
Se Irala de un dicho primero que hay que entender como lo contra río de lo ya dicho. Hay que entenderlo como el dicho propio del sujeto, mv que,1aun dicho por el O tro,fu ed jcho j^ ^ pudo íím  esi'iichadopor el sujeto como la anticipación de su destino.
Unario-binario
I Ixisten palabras así, palabras que el sujeto distingue, que pueden ser en apariencia las más banales del mundo, y que incluso tal vez hayan sido dichas a cualquier otro. Pero el sujeto las tomó para sí. Estas pala bras merecen ser llamadas primeras, es decir, distintas, separadas de lo eM‘gundo. Lacan lo ejemplifica en el texto de Freud con el rasgo que tra duce como unario.
I ,a vez pasada les señalé que unario es un neologismo. En efecto, no M’ encuentra en el diccionario. Este neologismo perfectamente formado ne utiliza con bastante frecuencia tanto en el lenguaje lógico como en el matemático, donde también se emplea binario, término construido de la misma manera. En inglés se lexicalizó: unary ya forma parte de la len- K.ua.
¿Cuál es la diferencia entre lo unario y lo binario? Lo binario es, por ejemplo, S,-Sr Esqforma un binario, forma una díadavLo_unario)por su parte, adjetiva al sjzuando está separado del S2, en el tiempo en que algo <.. fue dicho y todavía no repetido. Se trata, por supuesto, de una ilusión;
o que se llega d iado tarde y todo ya ha sido dicho. Sj
puesto que se llega demasiado tarde y todo ya ha sido dicho. Sj no toma entonces su valor de unario más que de su lugar de semblante, que im- I >lica el corte con el dos. Si leen el texto de Lacan ... ou pire, verán la in sistencia puesta sobre lo que separa el S, del S2. Encontramos allí la
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noción de un significante que representa al sujeto pero no para otro significante, de un significante que sería la excepción a esa ley. Con I (A) se apunta al significante que representaría al sujeto en la medida en que es fuera de serie. Evidentemente, si uno no tiene hermanos, los proble mas de identificación toman un giro distinto. Aunque, en realidad, bas ta mirarse en el espejo para poder decir: Tengo dos hermanos. De aquí, por otra parte, lo que tienen de especial la identificación del hijo único y la invención que debe ser desplegada en ese registro.
Noten que estamos -Lacan se precipita aquí a partir de su seminario sobre la identificación- en el fundamento mismo del Volveremos este año sobre ese soy gloriosamente ilustrado en nuestra tradición filo sófica y, además, truncado, porque el soy cartesiano subsiste, al parecer, sin predicado. Es decir, queda un puro yo soy, sin que se^epaio que izo (je) es. Un puro soy que apunta con sus medios a ese $ ubicado bajo la barra, que carece de todo predicado. Ahora bien, si siendo Descartes yo me contentara enunciando que soy un filósofo, sería puesto en serie. La particularidad de la operación cartesiana es su intento de apuntar, sin I mayúscula, al sujeto en tanto tal, a ese del que en el fondo no podrá de cirse otra cosa más que soy. Aparentemente, y es lo que da su aire de li bertad acia meditación cartesiariá, se presenta allí lo que parecía un milagro: un sujeto sin el apoyo de S} -puesto que nada le viene de] Otr<>-, un sujeto que pone en duda toda la serie de significantes del Otro, in cluso los mafemáticos. Y_es en ese vacío donde surge esa posición, subjetiva que parece pura por estar separada del significante Uno. Re cordemos, sin embargo, que todo el esfuerzo de Lacan consistió en de mostrar, mediante la lectura de Descartes, que en realidad el significante Uno estaba allí.
Y es que en todo soy hay alienación, en esos términos Lacan ev I. Lo menciona por la alienación del sujeto en Ja identificací^i -primera forma del ideal_del yo. Ahora bien, la Ijmayúscula de Ideal puede ser considerada, además, como la I mayúscula de la palabra Insignia, Insig nia del Otro, Insignia de la omnipotencia del Otro para fijar a_l_sujeto. Hay aquí una alienación del sujeto, que se capta menos en lo unario que en lo binario. Al parecer, en el tiempo unario de la constitución del suje to sólo se trata de él. Y recién en el segundo tiempo, en el tiempo binario, cuando se agrega S2, comprendemos que el significante que representa
al sujeto no lo representa sino para los otros significantes. Por eso en lo unario propiamente dicho no hay alienación significante;para hablar de ella no basta con que el significante venga del Otro. Sólo hay alienación, hablando con propiedad, en el tiempo II, cuando hay Sj-S2. Ésa es la es tructura del quisiera ser un puerro,para estar en la ristra de cebollar Quisiera
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m'i mi ¡mena es el anhelo_de~S^  para estar en la ristra de cebollas  es la fulguración donde se ve que ese Sxsólo sirve para representar al sujeto pura oí ros significantes.
I )esde este punto de vista,Len todo soy hay una remisión al Otro] La iíi|»tura del sujeto por lo unario, por lo Uno, siempre deja un resto, ese resto que es a, ese resto inefable... Ya verán la importancia que tiene no reabsorberlo en lo unario, en la insignia, y mantener esta insignia dis- tíni.1 del plus de goce. De aquí que resulte muy valiosa la insistencia de ! fit .111 sobre los neoplatónicos.
Pensadores de lo Uno
Plotino -lo he dicho- es el pensador de lo Uno, y hubo en Atenas durante algunos siglos una escuela de pensadores que quisieron ser los pensadores de lo Uno. Se los llama neoplatónicos porque encontraron el punto de partida de su inspiración en algunas de las páginas de Platón y, más precisamente, en la primera hipótesis del Parménides sobre lo Uno; sil i tuvieron su revelación.
I ',1 Uno de Plotino y de los otros es sin duda un Uno que se rehúsa al binario. Es el pensamiento sobre lo Uno cuando se niega radicalmente a representar no importa qué para los otros significantes. Un pensamien to que sólo se interesa en los otros significantes en la medida en que ellos mismos serían Unos de menor categoría. Este pensamiento muestra el esfuerzo por centrar la identificación sobre lo unario. Y cuando nos ate nemos a eso, ya no podemos identificar nada. Con los neoplatónicos te nemos la idea de un Uno que no sería de serialidad. Por eso hay que ponerle el artículo definido: el Uno.
I,o divertido es que ellos, como filósofos, hicieron serie. Está Plotino, después viene Proclo y luego otros. El último es Damascio el Diádoque. I )e hecho, son todos Diádoques. Todos ellos se consideraban los suceso res ile Platón. Y encuentro maravilloso que quienes se consagraron al
res ile Platón. Y encuentro maravilloso que quienes se consagraron al Uno solo, al Uno que rehúsa ponerse en serie, hayan sido puestos todos en fila. En cada época sabían cuál era el buen sucesor. Tenemos acá una serie, una jerarquía, una sucesión de Diádoques, hasta Damascio. Más tarde surgen algunos inconvenientes y esta-escuela se disuelve.
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L na de las grandes actividades de estos pensadores del Uno, por razones de estructura, consistía en comentar a Platón. Y radicaba verda dera mente en escrutarlo palabra por palabra, porque creían que, debi do a los problemas que su auditorio podía traerle, Platón decía entre líneas otra cosa para la elite. Pensaban, de este modo, que existía una doctrina secreta de Platón que había que ser capaz de detectar en lo qife decía para todos.
No sé si esto les hace pensar en algo... El cariño que siento por los neoplatónicos se debe al hecho de que gracias a su Uno tuvieron cierto número de problemas que se relacionan con aquellos que Freud y Lacan -nuestro Platón y nuestro Plotino- nos dejaron. Hay mucho que apren der de esta sucesión de neoplatónicos, cada uno más potente que los otros y perfectamente acomodados en fila. Nosotros tenemos algo que aprender de ellos para poder circunscribir los efectos patentes en sus obras. Así pues, deberemos evaluar lo que Lacan llama, en pocas pala bras, la confusión plotiniann, con lo que gratifica a los psicoanalistas. Y no deja de ser efecto de su generosidad, ya que en el momento en que lo formulaba Plotino no era lo más corriente entre su auditorio. La confu sión plotiniana es la del ser y el Uno. Evaluaremos en qué la  procesión  -el término es de Plotino- objeta radicalmente el orden significante como creacionista, y esto a pesar de que los neoplatónicos encontraron en el esquema matemático la manera de hacer productivo su Uno.
Hay que reconocer que la confusión plotiniana implica en primer lugar que el Uno no piensa. Nosotros desarrollaremos de otro modo la teoría lacaniana de las hénadas, es decir, de las potencias del Uno.
Bien. Me detengo aquí. Seguiremos la semana que viene.
12 de noviembre de 1986
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III Prefacio al Parménides
Kstoy sumergido desde la semana pasada en las obras que nos que dan de los llamados neoplatónicos. Puedo asegurarles que se trata de una lectura ardua, interminable, tediosa. Recuerden,por otra parte, que I acan ya nos lo había advertido en «Televisión», donde con un peque ño logogrifo subrayó el hecho de que en las letras que forman la pala bra uirien  (uniano) se halla ennui  (aburrimiento). Debo agregar, sin embargo, que esto no quita para nada el interés de tal lectura.
1.es anticipé que hablaría de los neoplatónicos y hasta les sugerí que <i mipraran el último de los volúmenes de esta escuela traducido al fran- i’ivs, el Traite des premiers principes de Damascio, y, más exactamente, el libro I, que se ocupa «De I/ineffable et de l'Un». Ahora mi problema es *>aber cómo interesarlos en su lectura, cómo interesarlos más allá del aburrimiento que, después de todo, es sólo un afecto. Pensé entonces i|iic' podría ayudar que yo mismo hubiera pasado por esto. Y es que ilurante la época de mis estudios de filosofía decidí dejar de lado a los neoplatónicos. En aquel momento me dije que eso, al menos, no iba a saberlo. (Por supuesto que hay muchas otras cosas que no sé. Pero a ellos li >s había dejado fuera del conocimiento que debía alcanzarse.) Más allá de la profunda desaprobación que me inspiraban, hice con los neo- platónicos una verdadera excepción. Igualmente objetable me parecía Hcrgson, si bien lo había estudiado más de cerca. Lo que de manera re- I rospectiva me prueba cuanto menos la coherencia de mis gustos, ya que
I rospectiva me prueba cuanto menos la coherencia de mis gustos, ya que BiTgson se sentía profundamente atraído por ellos. Su interés lo llevó a ilar en el Colegio de Francia cursos que hicieron mucho por los estudios i ii'oplatónicos, sobre todo en Francia y en Bélgica. A ese interés debemos hoy la eclosión de traducciones. Y la verdad es que para se produzca
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semejante eclosión no es necesario el gusto de la gente, basta con algu nos subsidios del CNRS y con encontrar en un seminario de los que se dan por Lovaina a alguien que se ocupe de difundir esos escritos entre el público actual. Es evidente que por fuera de nuestro ámbito el trata do de Damascio va a parar derechito a las bibliotecas, y, colocado junto a los otros, no hace más que representar al sujeto de la erudición para los demás libros de la serie. Como a los clásicos ya se los tradujo, para seguir traduciendo ahora se busca en estantes un poco olvidados. Se tra ta de seguir trabajando. Nosotros intentaremos sacar provecho de esta historia compleja de la renovación de los estudios neoplatónicos.
Después que mis gustos en filosofía me desviaron de su estudio fue Lacan quien hizo que me interesara en ellos. Y dado que es por la ense ñanza de Lacan que ustedes están aquí, es posible que finalmente llegue a despertarles el interés. Pero ¿cómo? Pues bien, simplemente reflexio nando sobre lo Uno. Los neoplatónicos fueron, en efecto, pensadores y adoradores de lo Uno. En todo caso, lo tomaron como pivote y -lo ha brán visto si comenzaron a leer a Damascio- como trampolín de su pen samiento. Esto los condujo -en especial a Proclo- a la articulación de lo Uno con las matemáticas.
Plotino, Proclo, Damascio... He aquí la breve sucesión de nombres de los neoplatónicos. Un curioso fenómeno hizo que para producir lo neo  transcurrieran de Platón a Plotino siete siglos. A Plotino lo sigue Proclo. Entre ambos hay algunos intermediarios, en particular un tal Siriano, del que no nos queda nada. Sabemos, sin embargo, que fue maestro de Proclo, y también de quien éste habría tomado su teoría de las hénadas. Damascio es el último; y entre los eruditos es motivo de discusión poder ubicar el momento en que el emperador hizo desapa recer la escuela.
Se trata pues de reflexionar sobre lo Uno.
Hacer Uno
Ahora bien, ¿por qué habría de interesamos esta consideración si,  justamente, siempre hemos privilegiado la reflexión sobre el Otro? Una buena razón surgiría, por ejemplo, de examinar si nuestro Otro es el Otro de ese Uno. Y es que a nivel de una dialéctica elemental siempre podría mos ser renviados del Otro al Uno. No obstante, y para ser más claros,
mos ser renviados del Otro al Uno. No obstante, y para ser más claros, debemos decir que, en realidad, sin lo Uno no se puede pensar ni plan tear ni operar con el sujeto en el psicoanálisis.
Después de todo, los neoplatónicos, a su manera, intentaron situar el
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LOS SIGNOS DEL GOCE
rtlm.i en la procesión de lo Uno. Para eso, hacían del alma una forma de Uno que, según los autores, llamaban hénada o mónada. Suponiendo que estos términos no les interesen como tales, consulten el escrito bre ve ilo ¿,acan llamado «... ou pire» -al que ya los remití-, y notarán allí que Lacan distingue cuidadosamente la hénada de la mónada y que agrega, incluso, de su propia cosecha, la nade, que resuena en la palabra iiiidii de la lengua castellana.
I,os neoplatónicos, entonces, situaban el alma, ya sea como hénada 0 eomo mónada, en la procesión de lo Uno. En el psicoanálisis encon tramos un eco de esto cuando se confunde el yo con el Uno que opera en la experiencia. Y no es eso lo que dice Lacan, quien también ubica el l Ino, hasta puede decirse que lo encuentra, pero a partir de la pro blemática freudiana de la identificación. Desde esta perspectiva, el Niijeto tiene déficit de Uno. En el inconsciente, tal como Lacan lo esl ructuró, el sujeto no procede del Uno sino que funciona por la iden- III¡ración; y es porque el analista tiende a tomarse por el Uno que la 11 mc