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DIRECTOR: CARLO S RAMÍREZ SEGUNDA ÉPOCA No. 8 $10,00 MARZO, 2017 indicadorpolitico.mx Los Estados Unidos, hoy: El populismo, por José Manuel Suárez - Mier La decadencia, por Carlos Ramírez

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D I R E C TO R : C A R L O S R A M Í R E Z S E G U N DA É P O C A N o . 8 $ 1 0 , 0 0M A R Z O , 2 0 1 7indicadorpolitico.mx

Los Estados Unidos, hoy:

El populismo, por José Manuel Suárez - Mier

La decadencia, por Carlos Ramírez

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Índice

Editorial

Directorio

LecturaPor Luy

Mtro. Carlos RamírezPresidente y Director [email protected]

Lic. Armando Reyes ViguerasDirector Gerente

[email protected]

Lic. José Luis RojasCoordinador General Editorial

[email protected]

Mtro. Carlos Loeza ManzaneroCoordinador de Análisis Económico

Mauricio Montes de OcaRelaciones Institucionales y ventas

[email protected]

Dr. Rafael Abascal y MacíasCoordinador de Análisis Político

Wendy Coss y LeónCoordinadora de Relaciones Públicas

Samuel SchmidtCoordinador de Relaciones Internacionales

Ana Karina SánchezCoordinadora [email protected]

Monserrat MéndezRedacción

Lic. Alejandra Sánchez AragónDiseño

Raúl UrbinaAsistente de la dirección general

Rehacer proyecto nacional

A partir del criterio de que el presidente Trump no quiere relaciones soberanas con México sino que busca reconstruir el imperio, entonces México no tiene más camino que rehacer su proyecto nacional de desarrollo en función de sus propios objetivos. La integración vía el tratado comercial subordinó la economía mexicana a las necesidades estadunidenses y a noso-tros sólo nos dio un mediocre promedio anual de PIB de 2.2 por ciento durante 22 años.

El aumento de la migración ilegal a los EE.UU. en los últimos años fue producto del fracaso en la integración por más que las exportaciones mexicanas a los EE.UU. se hayan multiplicado por diez. México tiene hoy muchos más pobres y muchos más ricos que cuando no teníamos el tratado. Por tanto, debemos ser más críticos respecto a las bondades inexis-tentes de la integración.

La firma del Tratado en 1993 fue una obsesión de Carlos Salinas y su formación en una universidad estadunidense y la promovió sin reformas estructurales de reconversión industrial para preparar la planta productiva nacional a la competencia. Por eso México ha desaprovechado la globalización.

Por eso la renegociación del Tratado debe pasar antes por la redefinición del proyecto nacional de desarrollo en función de los intereses de México. Si no, de nueva cuenta se subordinará a México a los intereses extranjeros.

Revista Mexicana La Crisis es una publicación mensual editada por el Centro de Estudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C. Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Reserva de derechos de Autor: 04-2016-071312561600-102.

Demás registros en trámite. Todos los artículos son de responsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 223, Col. Roma, Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700,

México D.F.

indicadorpolitico.mx

REVISTA MEXICANA

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3La CrisisMarzo, 2017

Es fascinante analizar la historia del populismo en EU que se re-monta a sus orígenes más remotos y que estuvo cerca de volverse el credo dominante en su pensamiento político, en la elaboración de sus documentos fundacionales y en el diseño de sus instituciones y políticas públicas.

Thomas Jefferson, tercer presidente de EU (1800-1808) y con-siderado como uno de los fundadores de su país, tenía una visión po-lítica de su futuro que era, en esencia, populista y pastoral. De haber prevalecido esas ideas, no se habría creado el gobierno federal, pieza esencial de su éxito como nación.

Jefferson, que nunca entendió de economía o de la importan-cia de fundar un marco institucional propicio para el crecimiento, se opuso vigorosamente a las iniciativas financieras para crear el banco central de los Estados Unidos y la asunción de las deudas de las tre-ce provincias por parte del recién creado gobierno federal, esenciales para dotar de un buen crédito a su naciente país.

La razón por la que al fin accedió a que la delegación del estado de Virginia en el Congreso Federal votara a favor de las iniciativas citadas, propuestas por el primer Secretario de Hacienda, Alexander Hamilton, fue a cambio de que la capital de la nueva nación se cons-truyera en su estado, donde hoy se ubica.

Paradójicamente, Jefferson no destruyó las instituciones creadas por Hamilton una vez que llegó al poder, pues se dio cuenta de la im-portancia que tenía para el éxito de su administración contar con un crédito público sólido y un banco central que apoyara sus proyectos, como la compra de la Luisiana.

Pero su coterráneo y sucesor, James Madison (1808-16), no pro-puso renovar la autorización del primer Banco de los Estados Uni-dos y se quedó sin banco central, poderoso instrumento financiero justamente cuando más lo necesitaba para costear la guerra contra Inglaterra en 1812.

Madison enmendó su error y propuso la creación del Segundo Banco de los EU, lo que fue aprobado por el Congreso y permitió que la economía siguiera su buen desempeño sin demasiados sobresaltos, pero no duraría mucho pues en 1829 el General Andrew Jackson, un populista radical, llegó a la Presidencia con el compromiso de acabar en definitiva con el banco central de su país.

Me preguntan varios de mis queridos lectores si el popu-lismo nunca invadió a los Estados Unidos y si lo hizo como se explica que esta corriente ideológico-política

no haya florecido en nuestro vecino del norte con un vigor com-parable al que ha tenido en América Latina.

La revocación del Segundo Banco de los EU y el encargo de sus depósitos y funciones crediticias y regulatorias en pequeños bancos estatales que carecían de la capacidad y de la supervisión para actuar con responsabilidad, generó un frenesí especulativo que, curiosamen-te, era lo que Jackson pretendía evitar, y que culminaría en una grave crisis financiera y en una profunda recesión.

Al desaparecer el banco central se generó un aumento extraordinario en la cantidad de dinero en circulación y en el crédito otorgado por los “bancos consentidos,” como la sabiduría popular los calificó entonces, lo que a su vez creó una burbuja especulativa en el sector de bienes raíces.

Al percatarse el Presidente Jackson de las graves e imprevistas consecuencias especulativas de sus acciones, no se le ocurrió nada me-jor que echarle gasolina al fuego al decretar, sin consultar con el Con-greso, que en el futuro las ventas de terrenos sólo se podrían realizar cuando el pago se efectuara en oro o plata.

Esta acción reventó abruptamente la burbuja especulativa, lo que llevo a la quiebra a muchos bancos que tenían como garantía de bue-na parte de su cartera préstamos hipotecarios, que se volvieron impa-gables. Esto agravó la restricción del crédito en un círculo vicioso no muy distinto al que acaba de asolar a la economía de EU, aunque en este caso las causas fueron otras.

Las políticas populistas seguidas por Jackson, que incluyeron la disolución del banco central, abrieron la puerta a un largo período de ciclos económicos de marcada inestabilidad, hasta la creación del tercer banco central, esta vez bautizado como el Sistema de la Reserva Federal, en 1913.

Populismo en Estados Unidos II 19 de septiembre de 20101

Un estimable lector me escribió desde el Cono Sur de nuestro continente para expresar su gran interés por el relato que inicié la

Aquelarre Económico

Populismo en Estados Unidos Por José Manuel Suárez-Mier

publicado en El Economista el 12 de septiembre de 2010

1 Profesor de economía y finanzas en American University, Washington D.C. Correo: [email protected]

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4 La Crisis Marzo, 2017

semana pasada sobre el populismo en EU, pero cuestionó que, lo que yo caractericé como ese temible fenómeno en nuestro vecino del norte, realmente lo fuera.

Ello se puede deber a que en el apretado espacio de mi columna, me concentré en unas cuantas pinceladas que a mi juicio componen el populismo en las propuestas de política monetaria y banca central de prominentes líderes de EU, como Thomas Jefferson y Andrew Jackson, y no en el resto de sus conductas en esa materia.

Como escribe Sebastián Edwards en el excelente libro que dio origen a estas disquisiciones, “las experiencias populistas van más allá de la retórica: entrañan políticas populistas,” por lo que omití exten-derme a otros aspectos de esta corriente política de los personajes alu-didos de la historia estadounidense.

Quizá un par de pinceladas más logren persuadir a mi escéptico lec-tor de la innegable estirpe populista de los dignatarios citados. Jefferson, fanático admirador de los sanguinarios líderes de la Revolución Francesa, afirmó que “una pequeña rebelión de vez en cuando es algo bueno y necesario en política” y procedió a violar flagrantemente la Constitución que había escrito al comprar la Luisiana ilegalmente.

Jackson, que estuvo a punto de morir atropellado por la turba-multa ebria a la que convidó a la Casa Blanca el día de su toma de posesión, gobernó dictatorialmente ocho años entre fieros discursos que apelaban directamente a las masas y evitaban puntualmente el concurso del Congreso y del Poder Judicial en decisiones esenciales.

El populismo siguió dominando la política de EU, destacando como su campeón el Presidente esclavista James Polk (1845-49), dis-cípulo de Jackson, que intentó cerrar el Colegio Electoral, esencial en una auténtica república federal, e instigó la injusta guerra con México para continuar la expansión territorial iniciada por Jefferson.

Durante casi medio siglo, el populis-mo se eclipsó pues su agenda era contraria a la de los vencedores de una guerra civil que al fin terminó con la nefasta esclavi-tud, flagrante contradicción de la esencia constitucional de EU, sólo para volver con gran vigor con la aparición de William Jennings Bryan en el escenario político.

Bryan, uno de los más furibundos populistas en la historia de EU, fue can-didato a la Presidencia por los partidos Demócrata y Populista tres veces (1896, 1900 y 1908) teniendo como propuesta principal una política monetaria expansiva que le permitiera a los agricultores borrar sus deudas con los abominados banqueros.

Estados Unidos había regresado al patrón oro en 1879 después de la terri-ble inflación, que en la Confederación sureña alcanzó niveles de 700% en los primeros dos años de hostilidades, ocu-rrida a resultas del financiamiento de la guerra civil (1861-65) mediante la im-presión de dinero.

La restauración del patrón oro en EU de inmediato estabilizó los precios pero también engendró la profunda fractura entre acreedores y deudores, las grandes ciudades y los agricultores, que en 1896 todavía representaban casi la mitad de la

fuerza de trabajo, y que veían en la inflación un gran alivio para sus precarias finanzas.

Bryan, originario de Nebraska, estado en el que aún hoy hay más vacas que gente, condensó este sentimiento en la famosa arenga con la que ganó la postulación presidencial en 1896, que culminó con la siguiente frase:

“…(con el sostén) de todas las masas esforzadas, habremos de enfren-tar a quienes apoyan el patrón oro diciéndoles que no deben poner en la sienes de los trabajadores esa corona de espinas. No deben crucificar a la humanidad en una cruz de oro”.

La retórica de lucha de clases de Bryan era complementada por su infatigable apoyo a todas las causas de ingeniería social mediante las que un gobierno pretende alterar de raíz la naturaleza humana, y el individuo pasa a un segundo plano frente a la colectividad, como la prohibición a la producción y venta de bebidas alcohólicas y la adopción de impuestos al ingreso como medida redistributiva de la riqueza.

Por fortuna para Estados Unidos, Bryan perdió las tres elecciones en las que fue postulado como candidato presidencial, pero muchas de sus ideas populistas habrían de colarse en las políticas “progresistas” seguidas por quienes sí llegaron a gobernar ese país, como lo veremos la próxima semana.

Populismo en Estados Unidos III

26 de septiembre de 2010

Presenté la semana pasada la historia del populismo en EU a fines

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5La CrisisMarzo, 2017

del siglo XIX y principios del XX, y cómo, a pesar de que el princi-pal candidato presidencial populista en esa época, William Jennings Bryan, perdió las tres veces que fue nominado, se infiltró en el poder político buena parte de su agenda.

El nombre que se le dio a este activismo gubernamental que pre-tendía extender la ingeniería social a los más diversos ámbitos de la comunidad, fue el de “progresismo” e infectó a toda la esfera política estadounidense, trayendo cambios radicales en la forma en que la so-ciedad había estado organizada hasta entonces.

El primer presidente “progresista” fue Theodore Roosevelt, quien había sido elegido vicepresidente en 1900 representando al Partido Republicano pero al ser asesinado el Presidente William McKinley el año siguiente, ocupó la primera magistratura y empezó a ejercitar los poderes implícitos en la Presidencia como nunca antes.

Roosevelt emprendió una persistente campaña legal contra el sec-tor privado y creó numerosas agencias regulatorias que pretendían normar los más diversos ámbitos de las actividades económicas, al tiempo que en la escena internacional extendía las ambiciones neo-imperiales de su país en las recién arrebatadas colonias españolas y despojaba a Colombia de Panamá, donde procedió a construir el ca-nal interoceánico.

La marcha incesante hacia un creciente involucramiento del go-bierno en todos los aspectos de la vida económica y social de Estados Unidos tuvo un breve respiro entre 1909 y 1913, solo para reanudarse con renovado vigor al llegar a la presidencia el candidato Demócrata Woodrow Wilson en el último de los años citados.

Wilson procedió a ampliar aún más la intervención burocrática en la economía y por primera vez en la historia de su país creó un impuesto progresivo al ingreso, elemento esencial para modificar la Constitución y prohibir la producción y venta de bebidas alcohóli-cas, dado que hasta entonces los impuestos sobre el alcohol eran la

segunda fuente más importante de los ingresos públicos, después de las tarifas.

Wilson creó pesados mecanismos burocráticos para subsidiar la agricultura, vieja propuesta populista, al tiempo que legislaba nuevos reglamentos en materia laboral. A pesar de su plataforma pacifista, se vio obligado a entrar en la Primera Guerra Mundial al hacerse públi-cos los designios belicosos de Alemania hacia EU.

Quizá el más grave error político de Wilson fue haber apoyado el Tratado de Versalles al término del conflicto bélico, que impuso con-diciones imposibles a una Alemania recién derrotada, lo que habría de generar desastres económicos y sociales y crear el caldo de cultivo en el que habría de surgir la Segunda Guerra Mundial.

El “progresismo” retorna a la Casa Blanca entre 1929 y 1933 con el Presidente Republicano Herbert Hoover y su sucesor, el Demócra-ta Franklin Roosevelt (1933-45). Durante el mandato del primero el gasto federal por habitante en términos reales creció 88% mientras que en los primeros siete años del segundo, lo hizo en 74%.

Parte importante de la agenda populista de la primera mitad del Siglo XX en EU fue la creación de empresas paraestatales, empezando por la Compañía de la Flota Mercante y la Corporación para la Venta de Alimentos y Granos, fundadas en 1917 con fines bélicos, pero que siguieron vivas por muchos años.

La proliferación de empresas paraestatales y regulaciones públicas llegó a su punto máximo con el segundo Presidente Roosevelt, un populista radical que con el pretexto de combatir la Gran Depresión, fallidamente por cierto, extendió los tentáculos de la burocracia en todas las direcciones, incluyendo la fijación de precios por decreto.

Para ilustrar a los extremos a qué se llegó en la larga presidencia de Roosevelt, está la historia de Jacob Maged quien fue a la cárcel en 1936 por planchar pantalones en su tintorería de Nueva York por 35 centavos de dólar, por abajo del mínimo de 40 centavos que había fi-

jado la Administración para la Recuperación Nacional (NRA).

La peregrina teoría económica detrás de esta barbaridad era que decretando precios mínimos, se podría combatir la deflación —definida como una caída generalizada en el nivel de precios— y de esa manera restaurar la prosperidad de la economía, lo que evidentemente no sucedió.

Según lo acredita Amity Shlaes en su magnífico libro The Forgotten Man, “la NRA generó más papel que toda la actividad le-gislativa del gobierno federal (de EU) desde 1789”.

Populismo en Estados Unidos IV 3 de octubre de 2010

La semana pasada discutí las diversas manifestaciones populistas que llegaron a plasmarse en programas de gobierno en EU durante la primera mitad del siglo XX, lo que motivó a varios de mis queridos lectores a hacer valiosos comentarios, que me permi-to examinar a continuación.

Uno de ellos sugirió que mi relato podría

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inducir a pensar que las políticas populistas aplicadas en EU eran muy recomendables pues ese país había seguido progresando, elevado el nivel de vida de la gran mayoría de sus habitantes y consolidado su posición como la potencia hegemónica sin par.

Nada más alejado de la realidad, aunque reconozco que el argu-mento suena creíble. El laboratorio que coordino en mi universidad, sobre el impacto de las políticas populistas en un menor crecimiento de la economía de EU, arroja en una estimación muy preliminar que de no haber ocurrido los experimentos relatados, su PIB sería hoy superior a su nivel actual entre 30% y 50%.

Este es un costo descomunal de las políticas en cuestión y su magnitud se debe en buena medida al interés compuesto acumulado del PIB que se dejó de producir, y que pesa proporcionalmente más conforme más alejadas en el tiempo se encuentren las medidas que deprimieron el crecimiento del país.

Otro de mis lectores, con una memoria prodigiosa, me recordó la columna que escribí en estas páginas el 4 de julio de 2006 titulada ¿AMLO = Roosevelt? en la que señalé que los asesores de imagen del demagogo tabasqueño comparaban sus propuestas con el New Deal del Presidente Franklin Roosevelt (1932-45).

En ese texto, señalé que la semejanza no se daba entre Roosevelt y AMLO, sino entre éste y el gobernador de Luisiana y aspirante pre-sidencial para la elección de 1936, Huey P. Long “…quien, al igual que López Obrador, manejaba una retórica incendiaria y se ostentaba como el defensor de los pobres”.

http://www.asuntoscapitales.com/default.asp?id=14&enlace=12

“Populista radical, Long fue gobernador de su estado entre 1928 y 1932 cuando se postuló como senador. Al igual que AMLO, quien gusta que lo comparen con el pejelagarto del pantano tabasqueño, Long se comparaba a sí mismo con un pez-rey (kingfish) de las marismas de Luisiana.

“Long era un furibundo enemigo de los banqueros,…y como gobernador emprendió programas de gasto que lo hicieron popular con la población rural más pobre de su esta-do, y se convirtió en enemigo político acérri-mo de Roosevelt pues, según él, gobernaba muy cerca de los poderosos”.

Long propuso expropiar las fortunas de los ricos, plan que fue cuestionado severa-mente por comunistas y socialistas estadouni-denses que calificaban sus ofrecimientos como “demagogia fascista” al pretender eliminar la concentración de la riqueza sin acabar con el capitalismo.

Nótese el contraste con la lamentable iz-quierda mexicana, que en lugar de cuestionar críticamente las disparatadas ocurrencias po-pulistas del demagogo tabasqueño, las adop-tan como la verdad revelada al tiempo que veneran a su autor como el redivivo Mesías y lo celebran como genio.

En la mejor tradición populista y utilizan-do los servicios de predicadores religiosos pro-fesionales, Long ya había organizado 27,000 clubes que lo apoyaban en todo el sur de EU, con más de siete millones de seguidores, y es-

taba preparando varias alianzas para su campaña presidencial. Por fortuna para EU, Long murió asesinado un año antes de la elec-

ción presidencial que pudo haber ganado, dado que la situación econó-mica derivada de la Gran Depresión, que duraba ya un lustro, hacía que el mensaje populista resonara entre el enorme ejército de desempleados.

El asesinato de Long no fue el resultado de una cábala de los poderosos capitalistas a quienes amenazaba, como sus admiradores creen, sino del enojo de un marido por el rumor que había iniciado Long, que además de radical era un vil racista, que su esposa tenía sangre negra.

Retomo ahora la historia del populismo en EU con el fallecimiento de Roosevelt en la presidencia, al recién iniciarse su cuarto período con-secutivo, pues los populistas suelen gozar eternizándose en el mando.

De nuevo, la muerte fue oportuna pues evitó que ascendiera al poder Henry Wallace que había sido su vicepresidente hasta unos meses antes pero cuyo populismo avanzado hizo que el Partido De-mócrata forzara al Presidente a elegir alguien más moderado, Harry S. Truman.

Populismo en Estados Unidos V

10 de octubre de 2010

Con la muerte de Franklin Roosevelt en 1945 las políticas del “Nuevo Trato” que predicaban una masiva intervención del gobierno en la economía como la fórmula para salir de la Gran Depresión, llegaron a su fin. Si bien eran políticas más bien keynesianas, tenían muchos tintes populistas.

El sucesor de Roosevelt, Harry Truman, planteó al Congreso medidas para redistribuir la riqueza, como cobertura médica uni-

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7La CrisisMarzo, 2017

versal, un ingreso asegurado para familias campesinas y el incre-mento del salario mínimo —la mayor parte de la cuales fueron rechazadas—, pero no se le puede calificar como populista.

El Estado Benefactor siguió creciendo en forma gradual en los años siguientes, pero retomó nuevos brios al morir asesinado John Kennedy en 1963, y acceder al poder su vicepresidente, Lyndon Johnson, tejano de raíces populistas rurales y experto en todas las tácticas y maniobras legislativas.

Johnson planteó una notable expansión de la carga financiera del Estado Benefactor con la llamada Gran Sociedad, que ideó un programa de cobertura médica subsidiada para muchos ciu-dadanos y gratuita para los ancianos, y que, sumado a la guerra en Vietnam, creó un déficit fiscal gigantesco.

Las gestiones de Johnson y de su sucesor del partido opuesto, Richard Nixon, no pueden cabalmente calificarse de populistas, aunque incorporaron políticas y programas que forman parte de esa agenda de pensamiento, como la desvinculación del dólar al oro y los controles de precios adoptados por Nixon.

El populismo de derecha volvería a aparecer con la elección de Ronald Reagan, quien fue acusado por sus detractores de uti-lizar el “populismo cultural” para imponer una agenda política conservadora, aunque muchos economistas no estarían de acuer-do en esa caracterización respecto a su estrategia económica.

Ciertamente Reagan trató de reducir el desmesurado creci-miento del gobierno, salvo en el ámbito de defensa —a lo que sus admiradores atribuyen el colapso de la Unión Soviética— pero sus logros fueron magros en revertir el Leviatán guberna-mental, y sus déficit fiscales, si bien compensados en buena me-dida por menores tasas de interés y mayor crecimiento, dejaron una deuda elevada.

Bill Clinton hizo su campaña presidencial en 1991 con to-nos populistas sureños pero una vez elegido gobernó desde el centro, sobre todo en los seis últimos años de su gestión, en los que estuvo constreñido por un Congreso opositor. Su mayor éxi-to fue un notable saneamiento de las finanzas públicas.

Lamentablemente, los superávit fiscales fueron borrados por

el gobierno de George W. Bush (2001-09), quien siguió irres-ponsables políticas de gasto vinculadas tanto a gravosas aventu-ras bélicas con el ostensible fin de combatir al terrorismo como a un gasto doméstico en indiscriminada expansión.

El historiador húngaro John Lukacz, quien sustenta que el mayor peligro para nuestra civilización radica en que la demo-cracia liberal se transforme en populismo nacionalista, acusa a conservadores como Bush de “haber abandonado los principios fundamentales de orden, tradición y estabilidad al favorecer una estrategia política que invoca a enemigos externos e internos”.

La irresponsabilidad fiscal de Bush se vio agravada por una política monetaria expansiva en exceso, que combinadas lleva-ron a graves desequilibrios en la economía de EU: un enorme y creciente déficit comercial financiado por deuda externa, la au-sencia de ahorro doméstico y una colosal burbuja inmobiliaria.

Al desinflarse la especulación en bienes raíces en 2008 la eco-nomía de EU cayó en su mayor recesión en ochenta años, que se extendió con celeridad al resto del mundo. Sin embargo, sus remedios, sobre todo el rescate del sistema bancario, han creado una violenta reacción popular.

En este caldo de cultivo se da la elección de Barack Oba-ma a la Presidencia, con intensas presiones de ambos extremos ideológicos de castigar a los autores de la crisis, que la demago-gia populista ubica en Wall Street y no en políticas públicas y supervisión laxa que fueron en última instancia las responsables.

Obama, cuyo desempeño como Presidente y personalidad política discutiremos en próximas entregas, ha resistido el apre-mio del ala más radical de su partido en varios frentes, pero en cualquier caso ha emprendido programas de gasto enormes y ha rescatado empresas en inminente peligro de quiebra.

En las próximas elecciones legislativas de noviembre se cierne una amenaza generalizada de que un buen número de populistas de derecha pueda llegar al Congreso y cambiar de cuajo el esce-nario político en Washington.

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8 La Crisis Marzo, 2017

La decadencia se mide por el desconcierto de los ciudadanos. Luego de los ataques del 9/11 y de la respuesta militarista que llevó al Vietnam iraquí, los ciudadanos ya no saben qué pensar.

Siguen envueltos en el patriotismo de apoyo a las tropas, pero cada vez con más dudas sobre la eficacia de la guerra. Y bueno, qué decir del mayor interés en la final del futbol americano para el superbowl de enero y la importancia de la serie mundial de béisbol que involucra a equipos de los EE.UU. y alguno de Canadá fuera de lugar.

EE.UU.: entre la decadencia

moral y el racismo

Por Carlos Ramírez

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9La CrisisMarzo, 2017

¿Decadencia? No, no lo creen. Se molestan un poco por el des-dén. Ocurrió con el premio nobel de literatura. ¿No tienen nivel de nobel los enlistados, el minucioso Phillip Roth, el sorprendente Paul Auster, el conejo John Updike, el peleador John Delillo, el irreve-rente Thomas Pynchon despreciado por el Pulitzer y ahora medio revaluado, el Corman McCarthy mal comprendido por sus novelas anteriores y hasta la siempre presente Joyce Oates?

Bueno, tienen nivel y calidad, pero sí, en efecto, se nota una lite-ratura sin referentes. Son escritores hacia sí mismos. Y nadie de la ca-lidad de Faulkner, la certeza de Steinbeck, el estilo de Hemingway o la propuesta de Morrison. Y si la literatura es el reflejo de la vida, en-tonces hay una tendencia al aislamiento. Ahí está Auster y sus novelas intimistas. O la dolorosa de Delillo sobre el hombre del portafolio que salió del humo de las torres gemelas el 9/11. Roth es de los más profundos, pero no entendieron su texto La conjura contra América o el triunfo del nazismo y sus efectos en los EE.UU.

En la calle camina la crisis. Los temores al desempleo. Los homeless que han comenzado a aparecer como mos-cas. Y ese mundo pudiera estar prefigurando el clima de Steinbeck, aunque sin un escritor a la vista. Pero el mundo real es más complejo que el literario. El alza de gasolinas causó una depresión social: a pagar más y sin quejas. Al final del gobierno de Carter hubo conflic-tos sociales por la falta gasolinas, así que es mejor pagarla más cara pero que haya en las gasolineras. Y lo raro es que una parte del voto no será estimulado por esta carestía. Y a lo mejor ni siquiera por la baja de los im-puestos. No. Se trata de un estado de ánimo depresivo. Y lo es porque saben que Bush es hijo de sus temores y que al final de cuentas un imperio se sostiene por la fuerza… si no, pues no sería imperio.

La decadencia está, pero con la ausencia de la crítica. El patriotismo ha invadido a la crítica. Se extraña a Mailer y a Capote. Los irreverentes. A lo mejor no planteaban otro camino, pero satisfacían los estados de ánimo. El The New York Times vota en un editorial por Obama, pero dos días después llama a salvar al capitalismo. Ahí está el verdadero centro del alma estadunidense. Quieren todo, pero cada día se percatan que no se puede todo. De ellos se burlaban Mailer y Capote. Pero ya no están. Hoy la crítica la encarna Paul Krugman, pero con la intención de “refuncionalizar” el capitalismo. En lo social murió también Susan Sontag.

Y el ambiente de crítica quedó desolado.¿A quién leer? Hasta Bob Woodward comienza a ser visto como

un promotor de la vía armada pero legal, al fin y al cabo, que él viene del área de inteligencia de los marines.

El ambiente se nota pesado en las calles. No hay entusiasmo. Peor: se nota cierto grado de rencor, de resentimiento con la vida. El miedo en las aduanas, el miedo que amenazó Al Qaeda. ¿Cómo votar en medio de una crisis económica y un deterioro del liderazgo? A los ciudadanos les están exigiendo de más. Clinton ganó por la guerra de Bush padre pero también por ser el más guapo y, por qué no, por encarnar el machismo americano. Bush era el cowboy frente al tibio Gore o al inútil de Kerry. Es decir, votan por las opciones. ¿McCain-Hillary? Claro, la oportunidad a la mujer, aunque sea más hombre

que su marido.A lo mejor se trata de eso precisamente: de la falta de opciones.

No quieren más humillaciones como las de Carter. ¿Existe el impe-rialismo bueno?, preguntan a veces con ingenuidad. Y no, no se trata del color de la piel. Ahí está la dura de Condoleezza Rice, artífice del militarismo de Bush. Y eso que tiene la sensibilidad de la música clá-sica que gusta tocar en el piano. Entonces los prototipos se esfuman y ya no queda nada a lo cual asirse. ¿Obama el Kennedy, si es que Kennedy representaba la salvación? No le ven tamaños. Y el Roosevelt del new deal o el Eisenhower del complejo militar industrial. No, no están a la altura.

Por eso es que la elección será artificial. El desafío es mayor pero los Estados Unidos carecen de figuras de liderazgo. Las campañas fueron de marketing, de oportunidades, de cuidarse de sí mismos, de no cometer errores. De eludir trampas. De repetirse a sí mismos. Los debates fueron de flojera: el mundo no existe si no es por ellos. Sarah Palin llamó la atención por su belleza, no por su cabeza. Biden

llegó dando manotazos. Las campañas buscaron los medios, no los sentimientos. Johnson cautivó con su “nueva sociedad”, Nixon con su mayoría silenciosa, Robert Kennedy y la esperanza, el John Kennedy que preguntó qué podías hacer por tu patria.

No, pues no. Obama a veces parece desbordado por el significado del color de su piel. Los mítines son de decenas de miles de personas, como nunca antes se había visto. En Alemania hubo un mitin de cientos de miles de personas, pero identificadas como los grupos anti-Bush, desde los globalifóbicos hasta los antiimperialistas, pasando por las minorías contrarias a la ideología de derecha. Y ahí ha quedado atrapado Obama. ¿De veras Obama es un candidato anti-Bush? ¿De veras representa todo lo contrario de Bush? ¿De veras Obama es el an-tiimperialista que esperan en Europa? ¿De veras Obama es el candida-to que como presidente va a hundir al imperialismo norteamericano?

Los estadunidenses no quieren pensar, sino que exigen respuestas de corto plazo. Y no las hay. Obama es el candidato que le tocó la suerte de estar en el momento adecuado. Pero ya ha dejado ver que las cosas no van a cambiar: el secretario de Estado, el secretario del Tesoro y el director de la CIA estarán en la lógica del stablishment

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dominante. Por tanto, Obama estaría mandando el mensaje de que no sería bueno que esperaran mucho de él.

Al final Obama como senador aprobó las iniciativas de Bush. Y no sólo por conclusión propia sino porque el stablishment tiene sus propias reglas del juego.

Los EE.UU. han entrado en una zona de incertidumbre. El pri-mer aviso de un presidente de piel afroamericana fue del novelista Ir-ving Wallace, quien en 1964 publico el best seller titulado El hombre, la historia de un senador negro en los EE.UU. que llega a la presiden-cia de los EE.UU. por la muerte del presidente y el vicepresidente. Pero ya en el poder se encuentra atrapado en conflictos de los grupos racistas, de los negros radicales y del aparato de poder de Washington. La novela de Wallace hace un buen esfuerzo analítico y su conclusión no es positiva: no importa tanto el perfil racial de los presidentes, sino el control del poder por grupos de presión.

De ahí que lo importante de la elección del martes 4 no sea si va a ganar Obama o McCain sino qué sociedad va a surgir del voto de una sociedad pasmada por la crisis y el agobio político.

Pues he aquí que las crónicas del poder suelen satisfacer las pasio-nes del largo plazo, pero no logran explicar la historia de lo inmedia-to. Barack Obama pasó a la historia como el primer negro que llegó a la presidencia de los Estados Unidos. Y que lo hizo sobre el repudio contra George W. Bush. Y que todo se medirá conforme a los únicos resultados que suelen importar a los estadunidenses: los que fijan la popularidad de un presidente y los que marcan la posibilidad de la reelección.

Y es la sociedad norteamericana la escurridiza. Con la habilidad de haber escogido a un hombre de color para la presidencia buscó la expiación de culpas por haber votado dos veces a Bush y haber caído en el garlito del miedo, de sus propias pasiones, del temor al monstruo del radicalismo musulmán que afectaba su modo de vida. Y la misma sociedad que miró con pasividad a Bush era la misma que saludó cálidamente a Obama.

El problema en los EE.UU. es la falta de crítica. La sociedad pro-gresista parece haberse conformado con el color de la piel de Obama

sin racionalizar el hecho de que el sistema polí-tico es consustancial del sistema económico de explotación, del sistema militar de dominación y del sistema social de expoliación internacio-nal. La crítica intelectual actual fue mediocre. No la hubo contra Bush. Y nadie se atrevió a contextualizar a Obama en el escenario de la re-construcción del mismo capitalismo de siempre.

Por eso es necesario acudir a los que faltan. En 1966, cuando los EE.UU. se enfilaban hacia el gran colapso de 1968, la escritora Susan Son-tag respondió una encuesta de la revista Partisan Review sobre el momento de los EE.UU. Y ahí fijo una tesis que sigue siendo válida y que po-dría ser punto de partida para analizar el fenó-meno Obama:

“Todo lo que se siente acerca de este país (los EE.UU.) está, o debería estar, condicio-nado por la percepción del poder norteameri-cano: de los Estados Unidos como el archiim-perio del planeta, que retiene en sus manazas de King Kong el futuro tanto biológico como histórico del hombre”.

Y daba sus tres perfiles de los EE.UU.:“Los Estados Unidos se fundaron a partir de

un genocidio”.“Los Estados Unidos no sólo tuvieron el sistema de esclavitud

más brutal de los tiempos modernos sino también un sistema jurídico único que no reconocía, en un solo sentido, que los esclavos eran personas”.

“Los Estados Unidos se formaron como país —por contraposi-ción a la colonia— gracias principalmente al excedente de pobres de Europa, reforzado por el pequeño grupo de los que sólo estaban Eu-ropamüde, cansados de Europa”.

En la figura de Obama se impuso la imagen por sobre la rea-lidad. ¿Bastará el color de la piel para resolver las contradicciones del imperio? Obama va a retirar las tropas de Irak —ya lo había decidido Bush, por lo demás— en medio de la euforia de la gente.

Pero a ver, a ver.¿Va a retirar las tropas o va a cambiar la estrategia de seguridad

nacional de los EE.UU. hacia el medio oriente? Porque Bush atacó a Irak por una pasión enfermiza propia y de su padre, pero también con el objetivo de arrinconar a los terroristas en su territorio y para crear las condiciones de una democracia impuesta. Obama no ha redefini-do la estrategia terrorista ni ha dicho si va a continuar con la estrategia imperial de imponer la democracia a la norteamericana en sociedades ajenas a esa tradición.

Obama anunció el cierre de la cárcel de Guantánamo por las tor-turas a prisioneros. Bueno, dicen que cuando le avisaron a Bush de esa decisión, el aún presidente sólo dijo: “qué bueno porque yo llevo dos años tratando de cerrarla y no puedo”. Obama no ha explicado qué es para él Guantánamo: ¿la queja ciudadana por torturas a algunos pri-sioneros o la decisión del presidente Bush de poner la seguridad por encima de las garantías civiles… y, sorpresa, con el apoyo del Con-greso al que, otra sorpresa, pertenecía Obama? Hasta ahora sólo es el tema de la tortura. Por tanto, va a continuar la política de seguridad violando derechos civiles.

Sontag, Norman Mailer, Tom Wolfe y algunos otros, aquéllos que se comprometieron personalmente contra la guerra de Vietnam y par-ticiparon en actividades callejeras contra Johnson y Nixon, fueron al

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fondo de la crítica. Los EE.UU. eran imperialistas. Con la violación de leyes y códigos, Sontag por ejemplo realizó en junio de 1968 un viaje a Hanoi la capital del comunismo vietnamita y escribió sobre ello para demostrar que ahí había una guerra imperialista.

Obvio: Saddam Hussein, el carnicero, no es el Tío Ho Chi Minh que enarbolaba la bandera de la independencia. Pero de todos modos los intelectuales pasaron al activismo. Ahí están las grandes crónicas de Mailer sobre las marchas al Pentágono para quemar públicamente las tarjetas de reclutamiento de jóvenes. Y a unos pasos rodeando el Lincoln Memorial en uno de los extremos del The Mall, están los museos de la guerra de Corea, la primera guerra imperialista de la guerra fría capitalismo-socialismo, y del otro lado del pequeño lago se yergue el muro de los 58 mil muertos en Vietnam.

Ahí estaba la esencia de los EE.UU. que va a gobernar Obama.Y ahí estaba la herencia de Bush, de los Bush, del Clinton que

bombardeó Afganistán para distraer la atención de sus encuentros sexuales con Mónica Lewinsky en una cocina al lado de la Oficina Oval, del Clinton que no entendió el bombazo en el estacionamiento del World Trade Center en 1993 y a cuya pasividad y frivolidad se debió el ataque que destruyó el WTC ocho años después.

Obama aparece como un político pragmático, astuto, molusco. Carece de conciencia histórica: llegó a territorio de los EE.UU. en 1983, sin participar en las luchas por los derechos civiles. Y su ta-rea fue estudiar, prepararse, escalar la estructura de poder tradicio-nal. Como senador alentó programas de atención a la pobreza de las minorías de color en Chicago, pero sin convertirlas en conciencia histórica.

Los discursos de Obama no se localizan en el escenario del con-flicto racial. Más bien buscan superar el tema sin resolver las contra-dicciones históricas y de comprensión. Lo malo es que el racismo en los EE.UU. no se va a resolver con retórica sino atendiendo las contradicciones morales.

El tema va más allá: ¿a quién le confiaría usted una cirugía de vida o muerte de un familiar cercano, un hijo, por ejemplo? ¿A un doctor blanco o a un doctor negro? El asunto es complicado; la respuesta podría ser sencilla: en peligro de muerte, muchos contestan que a un doctor blanco. La razón; el doctor negro puede ser eficaz, pero pudo haber sido benefi-ciario de ascensos en función de su condición de minoría. En cambio, los doctores blancos logran sus ascensos en función de una compe-tencia de habilidades.

Así se las gasta el racismo. No fue sólo el discurso de Lincoln en 1863 de que todos “nacimos iguales”, sino la corrección de los grupos racistas bajo la connotación de las Le-yes de Jim Crowe: si, iguales, pero separados. Así nació en los EE.UU. la segregación racial. El The Washington Post publicó un par de días antes de la toma de posesión una foto: una tubería bajaba del techo y se desviaba hacia los dos lados: de uno, una pared blanca con un bebedero de agua limpio, sobre una pared blanca, en perfecto estado; la otra tubería iba al otro lado, a un bebedero sucio, en mal esta-do, pequeño. Cada bebedero tenía un letrero: Blancos, de Color.

Lo paradójico es que Obama ganó con el voto de la crisis de conciencia del racismo en un país que se fundó sobre el exterminio de

minorías raciales y la esclavitud, pero su meta prefijada está lejos de los temas del color de la piel. El día antes de su toma de posesión, Obama publicó un sustancial ensayo en el periódico The Washington Times, considerado como el vocero de la derecha, para convocar a darle la vuelta a la página del racismo.

Pero el tema está presente. Cierto que las relaciones interraciales que fueron condenadas en los sesentas son hoy cosa común, pero de todos modos sigue la esperanza de ajustar cuentas con la historia. La única conciencia histórica de Obama es su nacimiento producto de una pareja interracial que al comienzo de los sesenta no hubiera po-dido vivir en los EE.UU. Pero no hubo en esa relación más conflicto que los desencuentros de parejas. Su madre, blanca, se divorció de su padre keniano, luego llegó su nuevo matrimonio con un indonesio y algunos años en ese país.

Como hombre de color, Obama destacó por su inteligencia en la Universidad de Harvard. Su desapego de la conciencia histórica del racismo lo hizo ponerse otros objetivos. Ahora llega con el voto de la comunidad afroamericana casi como venganza histórica, pero su papel no va a ser una nueva guerra civil sino la reconstrucción del capitalismo. Por eso se espera cuando menos un poco de más sensi-bilidad de Obama con respecto a las minorías. Pero su propuesta de reforma migratoria no servirá para terminar con el racismo sino para darle mayor dinamismo al capitalismo con la mano de obra hasta ahora explotada.

Obama será, pues, el encargado de una minoría con la tarea de reconstruir la viabilidad del sistema capitalista de la mayoría. Buscará crear empleos, ampliará la cobertura de la seguridad social y abrirá los esquemas educativos. Pero la carga moral del racismo seguirá latente en los sectores que persiguen a los indocumentados, en el problema de la migración ilegal, en las leyes aprobadas para castigar la ilegali-dad. Pero todo ello lleva una carga racista.

¿Son los Estados Unidos un imperio o una metáfora? Mailer se encargó de desentrañar los misterios de los orígenes históricos. Son-tag los criticó. Wolfe se burló de ellos. Los jóvenes contra la lucha de Vietnam fueron aguerridos no tanto por la guerra en sí sino porque habían sido llamados a filas. ¿Qué hubiera pasado con la protesta ju-

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venil, de Berkeley al Pentágono, sin las tarjetas de reclutamiento?

Irak molesta a un sector que se sintió en-gañado por la mentira de las armas de des-trucción masiva pero que aceptan el derroca-miento de Hussein. Es decir, el problema no es de crítica al imperio sino de calendario y legitimidad: una nueva negativa de Obama y dos semanas más hubieran llevado a la ONU a autorizar la invasión de los EE.UU. Guan-tánamo no molesta por la violación de las ga-rantías civiles sino por la tortura.

No hay, pues, un examen crítico del impe-rialismo. Bush logró tocar uno de los resortes que otros presidentes también utilizaron: el miedo. La guerra fría fue la guerra del miedo. Corea y Vietnam fueron el miedo al comunis-mo en el mundo. McCarthy y su macartismo fueron avalados por la mayoría silenciosa a la que apeló Nixon para terminar con la guerra de Vietnam. Reagan exacerbó el miedo para reventar a la Unión Soviética con presupues-tos militares que los soviéticos no pudieron equiparar. Carter se negó a usar el miedo y por eso le faltaron el respeto a los EE.UU. con los rehenes en la embajada de los EE.UU. en Irán durante más de un año.

Bush encontró en el miedo su posibilidad de respuesta. Le acha-can todo pero los ataques del 11 de septiembre fueron posibles por la frivolidad de Clinton: no analizó estratégicamente el bombazo en el WTC de 1993, el primer gran ataque terrorista dentro de los EE.UU.: el aparato de inteligencia y seguridad nacional se desarticu-ló, Clinton quería ofrecerse como el presidente bueno.

Bin Laden no fue caracterizado como enemigo y no se le per-siguió. Y Bin Laden preparó los atentados del 9/11 dentro de los EE.UU.

Bush se rodeó de una estructura conservadora. Y le presentó al pueblo norteamericano el miedo. Y el pueblo tuvo miedo. Y vota-ron por Bush. Y le aprobaron sus leyes. Y le permitieron violar las garantías civiles. Y la prensa cayó en el garlito y no hizo las pregun-tas difíciles ni investigó la realidad. En Vietnam, la prensa comenzó con la duda: los corresponsales operaron por su cuenta para tratar de confirmar los boletines oficiales y se encontraron con una guerra incomprensible. Luego vino la crítica. Y después el reclamo: ¿de qué lado están?, les criticó el gobierno de Johnson. Y la prensa se convirtió en el espacio de acoso pacifista.

Hoy la prensa carece de sentido crítico. En Irak no fueron a re-portar una guerra sino a hacer la crónica del invasor: los reporteros trabajan dentro del aparato militar, sólo participan dentro de los ve-hículos militares de los EE.UU. Al modelo se le llama embedded, empotrados. Pero no tienen una perspectiva crítica de lo ocurrido. Y como los jóvenes ya no son llamados a filas porque Bush inventó el modelo de la subcontratación de empresas de seguridad que proveen los soldados y a otros se les facilita la legalización si van a luchar a Irak, entonces en los ER.UU. no hay crítica social. Y no hay con-ciencia crítica.

Por eso Obama no tendrá muchos problemas para gobernar. Sus decisiones marcarán cierto consenso social. Pero no se sabe aún qué va a hacer con el terrorismo o con las guerras o con el expansionismo de Rusia en una nueva fase de la guerra fría o con los radicalismos populistas o, sobre todo, con la consolidación nuclear de Corea del

Norte e Irán. La estructura militar de los EE.UU. no va a permitir desequilibrios nucleares, sobre todo por naciones que podrían usar esas armas para sus agendas locales. Y sigue el terrorismo: Bombay fue la bienvenida a Obama. Y la crisis en la Franja de Gaza recordó la vigencia eterna de la crisis árabe-israelí.

Es decir: la crisis de los EE.UU. en realidad no es moral sino de viabilidad del imperio. La moral en los EE.UU. podría ser la misma que en el México de El Alazán Tostado: un árbol que da moras. Un gobierno moral significaría la destrucción de los EE.UU.

Pues entonces habrá que esperar que Obama responda a la pre-gunta clave: ¿los EE.UU. son un imperio o una metáfora?

El ascenso de Obama fue la suma de todas las crisis de con-ciencias morales de los estadunidenses.

Se lo escribió Mailer a la señora Kennedy el 3 de noviembre de 1960: “no estoy de acuerdo con su marido respecto a Cuba (y ven-drían luego Bahía de Cochinos y la crisis de los misiles). Creo que se dispone a cometer un grave error, pero votaré por él de todas for-mas”. Luego Mailer escribiría su arrepentimiento: “la noche en que Kennedy fue elegido experimenté una sensación de espanto, como si hubiera cometido un grave error, como si de un modo u otro hubiera traicionado a la izquierda y a mí mismo”.

Ahí es donde los Estados Unidos se convierten en una metáfo-ra de lo que todos quieren ser haber sido, pero no pudieron serlo. Al final, Obama tendrá que ser el presidente del imperio, porque su mundo de metáforas nada tiene que ver con el uso descarnado del poder. A menos que quiera repetir el papel de Carter: la moral lo rei-vindicó con su alma, pero le hizo perder la reelección. Obama tendrá que decidir entre su moral o la reelección. Y no hay mucho riesgo en la apuesta: a la reelección.

Al final debe quedar la afirmación de Susan Sontag, por encima de las pasiones y los sentimientos: “Todo lo que se siente acerca de este país (los EE.UU.) está, o debiera estar, condicionado por la per-cepción del poder norteamericano”. Porque al final de cuentas Oba-ma es presidente de la nación más poderosa del mundo, la que se encuentra en crisis, la que reafirmó en el discurso de toma de posesión la hegemonía del mundo y la que quiere seguir siendo imperio.

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@carlosramirezh

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13La CrisisMarzo, 2017

Centenario de la Constitución Política

de los Estados Unidos Mexicanos

Se trata del documento fundacional que más tiempo ha regido los destinos del México independiente. Es el úni-

co resultante de una revolución y se fraguó al amparo de las armas carrancistas, porque hay que remarcarlo: a Querétaro sólo llega-ron prohombres afines a Carranza. Es lo que hubo y así se escribió la Historia.

Por Marcos Marín Amezcua

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El iracundo proceso revolucionario parió nuestra constitución, pero puede oponerse a favor de su creación que fue una ley fundacio-nal decidida sobre la marcha ante el revisionismo de la Constitución de 1857, que consiste en un punto muy elemental: no todo México estuvo representado en el Teatro de la República. Por ejemplo: nin-guna mujer fue diputada constituyente. Las mujeres participaron en la Revolución hombro con hombro y no sólo como “Adelitas”. Su participación fue en varios frentes y no supuso ser uno de ellos en el constituyente.

Ningún indígena, ningún opositor a Carranza comparecieron en Querétaro a un congreso que no tenía por propósito inicial elaborar una nueva Ley fundamental, sino que tal se decidió sobre la marcha. Gran mérito su elaboración y así dicho, pese a los románticos escritos que desde el Derecho constitucional del siglo XX repitieron que todo México estuvo representado en Querétaro. Y no fue así. Las cosas como fueron.

Cien años han visto evolucionar el texto constitucional a la par del país y sus vaivenes políticos, afectando irreductiblemente la Carta fundamental con sus más y con sus menos; caprichos presidenciales aparte, sobre todo, con una constante idea de reinventar el país (que no es loable, sino muestra de improvisación) y de ir pretendidamente descubriendo el hilo negro, reflejado en una legititis aguda por cambiar el texto y como si sólo reescribiéndolo, por arte de magia, las cosas se resolvieran y pensar que con introducirle conceptos, estos se andarán solos. Ni siquiera como referente hay garantía de que así serán las cosas. Un intento relativamente reciente consistió en que pidiera que se ins-cribiera la palabra “Internet” asumiéndola como un derecho humano, cual si con ello llegare a todo el país o se abaratara su acceso.

Además, con la idea de que la Constitución federal es el curatodo y mostrando en muchos casos una falta de planeación de país a largo

plazo, su abultamiento desparpajado de conceptos ampliados sin ton ni son explica que sume más de 600 reformas. Un exceso en toda regla. La consecuencia es después de una centuria, que tengamos un abultado, desordenado e ilegible texto de enormes párrafos que hacen ilocalizable pronto la información puntual necesaria; desordenados y extensísimos artículos que ya no permiten identificar fácilmente mu-chas de las ideas principales que deberían de ser destacadísimas.

La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos deli-neó instituciones, nacionalizó bienes para con ellos afrontar su desti-no de manera certera y confirmó a lo largo de una centuria derechos diversos, sus garantías individuales mejor descritas y ampliadas, ya fueran individuales o colectivas y reforzó a los Poderes de la Unión y delineó sus fortalezas. Empero, el país no necesariamente contó con un futuro prometedor estimulante como lo parecía augurar el docu-mento que finalmente entró en vigor el 1 de mayo de 1917, tras de promulgársele aquel 5 de febrero de 1917.

Acaso tres sean sus méritos más destacables, después de todo: 1) Nos ha permitido contar con un referente institucional ordenado, acallando voces que piden sustituir el documento acusándolo de ob-soleto, olvidándose que en mucho está plenamente vigente y actual y no colapsada, lo cual la torna viable; 2) Ha sido modificado por el pueblo representado bien que mal en el Congreso de la Unión y de la mano caprichosa del Poder Ejecutivo, y no a base de cuartelazos y andanadas; y 3) Cien años suponen una estabilidad medianamente encomiable, comparada con la América Latina.

Cuando algunas voces claman por un cambio de texto, cosa fre-cuente, olvidan su necesaria formulación institucional como proyecto nacional y no a capricho de grupúsculos, y no proponen un texto por consenso, sino hecho por camarillas; y apuntan a sólo cambiar por cambiar, apartándose de la verdad fundamental. El Congreso de la Unión está llamado por mandato constitucional a ser el constituyente permanente. En su seno caben los cambios que se formulan. Es prefe-rible al ser plural, diverso como la Patria y no un club de amigos como en mucho lo fue el constituyente del 17. Y que esa pluralidad sea la norma y la guía si llegado el caso, se estipulara sustituir la carta del 17.

¿Qué trazos y qué pesos y contrapesos harían falta para despegar como país con la Constitución de 1917? Desde luego no sobraría es-tablecer mayores mecanismos de control ajenos en lo posible a la con-taminación de los partidos políticos; y de la cacareada rendición de cuentas de la que se rehúye en gran media. Y de una mayor exigencia contra autoridades sometidas a su corrupción o dejadez. Las tensiones constitucionales en las religiones entre poderes, se ponderan, pero no embrollan ni anquilosan el texto constitucional. Por el contrario, con-tribuyen a definir mejor los alcances de sus ordenamientos.

Por no ello no puede dejarse de definir que la Carta Magna aún carece de ciertos elementos definitorios como establecer un lema na-cional, de describir los símbolos patrios o establecer principios gene-rales que eviten su gigantismo innecesario. En todo caso, las institu-ciones de la República evolucionaron. Un siglo después, sin embargo, la Carta Magna sigue dibujando un proyecto inacabado.

Mientras la nación mexicana encuentre en ella un eco a sus an-helos, vivirá.

Un centenario siempre mueve a debatir si es pertinente sustituir o no tal documento. El de la Constitución ha sido un centenario real-mente apagado. Poco que añadir. Ni siquiera ha sido exaltado por los propios poderes del Estado sino de manera muy tibia y acaso sólo en radio y televisión sin mucho eco. Merece debatirse sobre su utilidad, su pertinencia y su información.

@marcosmarindice

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15La CrisisMarzo, 2017

Con la rapidez que vuelan las noticias en estos tiempos, nos llega la información del falle-cimiento de Tzvetan Todorov (Sofía, 1939). Murió en París, en la Francia que lo acogió desde 1963, cuando se alejó de esa Bulgaria comunista en la que realizó sus primeros

estudios y sufrió sus primeros desencantos. Se trata de uno de los intelectuales más relevantes de las últimas décadas no sólo en Europa, sino también en otros lugares del mundo. Como buen polemista, se puede estar de acuerdo o bien discrepar de sus posturas, pero termina siendo un referente obligado y que nos permite pensar más y mejor sobre el mundo actual.

En recuerdo de Tzvetan Todorov

Por Alejandro San FranciscoHistoriador

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Como suelen decir quienes se aproximan a su figura y su obra, Todorov era un intelectual polifacético: historiador y ensayista, filó-sofo y politólogo, literato y sociólogo. En definitiva, un humanista y un intelectual público de relevancia, que frecuentó los temas propios de su historia personal y también aquellos que le correspondió obser-var en su vida académica en Francia. Entre los primeros destacan su interés por el totalitarismo, que conoció de primera mano con el do-minio comunista en Bulgaria, así como a través de personajes que es-tudió y describió en uno de sus últimos libros: Insumisos (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2016), que comentamos en abril de 2016 en las páginas de El Imparcial, así como también La experiencia totalitaria (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2010). En el segundo caso podemos mencionar, entre otros, sus obras Los enemigos de la democracia (Bar-celona, Galaxia Gutenberg, 2012) y El miedo a los bárbaros (Barce-lona, Galaxia Gutenberg, 2009), todos con gran difusión y siempre materia interesante para la lectura crítica y la polémica intelectual.

En su libro Insumisos, Todorov procuraba mostrar a figuras que habían tenido la capacidad de articular de manera vital la moral y la política. Entre ellos había figuras disímiles, que se habían desa-rrollado en circunstancias variadas, pero con la común experiencia de haber luchado contra la adversidad en regímenes opresivos. Así aparecen los escritores Boris Pasternak y Alexandr Solzhenitsyn, o los rebeldes Germaine Tillion en Francia, y Nelson Mandela en Sudáfri-ca. Todos ellos tienen, en buena medida, ciertas características que Todorov hizo propias y admiró en otras personas.

Quizá por esa misma experiencia, y por las evoluciones y regresio-nes en Europa, mantenía un escepticismo frente al eventual progreso moral de la humanidad. Así lo explicó en una entrevista que le hizo Daniel Gascón en Letras Libres (junio de 2015): “Ahora hay más igual-dad que en el pasado: hay una apertura, una aceptación de todos los seres humanos. No todo el tiempo y no en todo, pero sí más que antes. En cambio, no veo que haya progreso moral, no veo que nos hayamos vuelto menos egoístas, por decirlo de manera sencilla. Siempre ha ha-bido gente generosa y de espíritu noble, en la antigüedad y entre noso-tros. La maduración moral no se hereda ni se contagia. No basta con frecuentar a gente muy generosa y humana para serlo; es un trayecto personal, que uno sigue más o menos y nunca al cien por ciento”.

En otro plano, se interesó mucho por el tema de la historia y la memoria, destacando que esta última tenía “una potencia” que la primera no alcanzaba, según expresó en esa misma entrevista. Sin embargo, era claro en precisar que la memoria podía usarse bien o mal: “No me sumo a la idea de que hay un deber de memoria. No

puede haberlo, porque en sí la memoria no es buena”. Lo malo sería el abuso de la memoria, que explicó en su viaje a Chile el 2012, en entrevista en Artes y Letras (de El Mercurio, de Chile): “La memoria en sí misma, la evocación del pasado, no es ni buena ni mala, todo depende del propósito que perseguimos con esa evocación. Cuan-do la memoria se aprovecha para la venganza, la autopromoción, la obtención de privilegios, se puede hablar de abuso. Cuando se logra poner al servicio de la verdad y la justicia, el abuso desaparece”.

Uno de los temas que le preocupó era el de las democracias euro-peas, que percibía enfrentaban algunos peligros y amenazas que había que conocer: entre ellas destacaba el populismo, el ultraliberalismo y el mesianismo, cuyas consecuencias podrían expresarse en forma de gue-rras, xenofobia o la primacía del mercado en todo orden de cosas. Con todo, procuraba aclarar, “vivir en una democracia sigue siendo preferi-ble a la sumisión de un Estado totalitario, una dictadura militar o un régimen feudal oscurantista” (en Los enemigos íntimos de la democracia).

Al recibir el Premio Príncipe de Asturias el 2008, Todorov rea-lizó una reflexión sobre un tema que ya había escrito tiempo antes: las migraciones y la forma cómo las sociedades miran a quien viene de fuera, muchas veces con temor, cuando no odiosidad y distancia. Por lo mismo, en tiempos en que el tema vuelve a estar más vigente y cuando resurgen sentimientos violentos o despreciativos hacia los inmigrantes, vale la pena volver a leer sus palabras al respecto:

“Por cómo percibimos y acogemos a los otros, a los diferentes, se puede medir nuestro grado de barbarie o de civilización. Los bárbaros son los que consideran que los otros, porque no se parecen a ellos, pertenecen a una humanidad inferior y merecen ser tratados con des-precio o condescendencia. Ser civilizado no significa haber cursado estudios superiores o haber leído muchos libros, o poseer una gran sabiduría: todos sabemos que ciertos individuos de esas características fueron capaces de cometer actos de absoluta perfecta barbarie. Ser civilizado significa ser capaz de reconocer plenamente la humanidad de los otros, aunque tengan rostros y hábitos distintos a los nuestros; saber ponerse en su lugar y mirarnos a nosotros mismos como desde fuera. Nadie es definitivamente bárbaro o civilizado y cada cual es responsable de sus actos. Pero nosotros, que hoy recibimos este gran honor, tenemos la responsabilidad de dar un paso hacia un poco más de civilización”.

El Acta del jurado que otorgó el premio al pensador búlgaro ex-presó que Todorov representaba “el espíritu de la unidad de Europa, del Este y del Oeste, y el compromiso con los ideales de la libertad, igualdad, integración y justicia”.

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17La CrisisMarzo, 2017

E l viernes 13 regresaba de buscar a un plomero (caracterís-ticas del oficio: malencarados —éste no—, lentos, nunca les sale a la primera, y dejan todo sucio —todo lo demás,

sí—); no lo encontré, desde luego; a la entrada del edificio me al-canzó Lourdes, y cuando íbamos hacia la escalera escuchamos un ruido indefinido y un grito apagado; ¿fue choque o atropellaron a alguien?, preguntó; al asomarme vi, a un metro de la entrada, a una mujer en el suelo, y a su lado, caída, una bicicleta; varios au-tos estaban detenidos; la mujer hacía ademanes para que los autos no pasaran sobre ella, aunque estaba a más de un metro de donde circulaban (había obras: sin poner ni advertencias, sólo unos tam-bos separados por varios metros; el “gobierno” de la Ciudad de México hace cosas sin avisar, sin advertir de qué se tratan, cuánto duran; lo más ruidoso —al abrir una línea del ancho de una llan-ta de bicicleta sacaron un terregal que impidió que comiéramos en el tianguis los tacos de mixote cuyo dueño me reconoce, me ve por televisión  y me lee— lo hicieron de noche, impidiendo dormir a la mayoría y arrullando a los insomnes; dice Toño Sandoval que la ciudad se gobierna sola, porque ni el “jefe de Gobierno” ni los delegados lo ha-cen, sólo buscan ganar unas elecciones para los que no han abierto las convocatorias).

Me acerqué y le pregunté si quería una am-bulancia; hacía esfuerzos por levantarse; traté de sostenerla, cuando llegó Lourdes a ayudar-me; la mujer, luego supimos que se llama Tere, estaba tan aturdida, tan conmocionada como Roger Staubach cuando lo tacleaba Jack Lam-bert, o como Tom Brady cuando cualquiera le da un empujoncito. Tenía un golpe en la mejilla izquierda y sangraba un poco en la sien izquier-da. No acertaba a hablar.

El primer auto, del que no pudimos ver las placas, se fue; del siguiente auto bajó una

mujer, Alejandra, y se ofreció a llevarla   a un hospital; Tere no reaccionaba; tratábamos de meterla al auto en que venía la joven, pero su aturdimiento y su peso y estatura lo hacían difícil; el con-ductor del auto se bajó para ayudar. Luego nos enteramos que era un Uber. Un joven que observaba tomó la bicicleta y la recargó en la entrada del edificio; de otro auto bajó otra joven, menuda, en muletas, a tratar de ayudarnos. Los obreros contratados por el “gobierno” de la Ciudad de México, a unos cuantos metros, ni se inmutaron ni ofrecieron ayudar ni hicieron algo útil (por eso confirmo que trabajan en el “gobierno” capitalino).

Lourdes y Alejandra intercambiaron números telefónicos, y el auto que la llevaba se alejó; los jóvenes, muy jóvenes, dejaron que pasaran los otros autos, de los que ninguno bajó pero al menos no comenzaron a infringir el reglamento de tránsito a claxonazos; me acerqué a los jóvenes; tampoco sabían cómo se produjo el acci-

Susto y héroes anónimos; la historia de tres

presidentes; ¿quién gobierna la ciudad?

Por Eduardo Mejía

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dente, sólo que la vieron dar un manubriazo y caer con violencia, piensan que el primer auto la golpeó, o al menos la asustó, pero no creían que se hubiera encarrilado en el hoyo abierto por los trabajadores del “gobierno” de la Ciudad.

Minutos más tarde Alejandra nos llamó para informarnos que llevaría a Tere, quien no paraba de llorar, a la Cruz Roja; que le inquietaba que se retrasara para su cita, y preguntaba por la bi-cicleta; no recordaba su apellido ni algún teléfono para avisar a conocidos. Alejandra la tranquilizaba: estaría con ella hasta que la vieran los médicos.

Horas después nos llegaron noticias escuetas pero tranquiliza-doras: dentro de la confusión Tere dijo un número telefónico, le avisaron a unas amigas, quienes, cuando en la Cruz Roja la dieron de alta, se la llevaron al Hospital Español, donde pasaría la noche en observación, con el protocolo en el futbol (el verdadero: el otro se llama soccer, no por nada). Alejandra preguntó por la bicicleta; la tenemos guardada; dimos los datos para que pudieran recoger-la, lo que hicieron ya entrada la noche; los otros datos ya no los re-lato, sólo que ya estaba fuera de peligro. Recalco el hecho de que, fuera de las oficinas gubernamentales, de los partidos políticos, hay gente que sin proclamar méritos actuó con presteza, auxilió, no se aprovechó de la situación ni se robó la bicicleta cuando nos dedicábamos a auxiliar a la accidentada. Nadie se puso a tomar fotos ni videos ni se bajó a posar junto a la mujer herida. ¿No es para sentir orgullo?

Hubo una vez un presidente que cumplía con su cometido, pero no tenía la simpatía de la gente, que apoyaba con ahínco a un político más popular, que presumía de sólo atender su ranchi-to y de no interesarse en la política, mucho menos mostraba sus ambiciones, sólo se interesaba en el bienestar del pueblo, y era tal su empeño por ayudar al pueblo bueno, que comenzó una cam-paña para desprestigiar al presidente, al grado que el escritor más reputado de la época escribió un libro donde señaló errores y erra-tas del mandatario, exagerando las reales, inventado la mayoría; fue de tal fuerza la campaña para desprestigiarlo que la leyenda sobre ese presidente siguió durante muchos años, hasta que se perdió en la memoria co-lectiva y pocos historiadores se atrevieron a desafiarla ni a escribir sobre ese período.

Si es poco convincente esa historia, re-cordemos otra; un personaje poco popular fue impuesto como candidato del partido político más poderoso porque agrupaba lo más importante de las fuerzas vivas; ganó las elecciones aunque el más popular de sus rivales murió diciendo que eran cifras falsas, infladas, que él, el caudillo popular, había vencido al triunfador pese a los recuentos oficiales; nuestro personaje no fue un pre-sidente popular, aunque lo que hacía era en beneficio del país, que salía de una crisis profunda; quienes lo eligieron, porque era el menos propenso a tratar de perpetuar-se, al poco se cansaron de él y empezaron una andanada de chistes la mayoría sosos pero que calaron en la gente; a falta de re-des electrónicas, los chismes y los inventos

y las infamias y las difamaciones, por no decir de las calumnias frecuentes, minaron la de por sí endeble aceptación sobre aquel presidente, que trataba de mantener la dignidad y la gallardía, pero sus fuerzas, aunque avaladas con cierta discreción por algu-nos seguidores más por lealtad a las instituciones que a la figura presidencial, cayeron al más bajo grado de aceptación, y su posi-ción se hizo insostenible; no se sabe si sea cierto, pero se dijo que un acto que iba a presidir culminaría con una asonada militar que disfrazaba un golpe de Estado; renunció a su cargo, para beneplá-cito de toda la gente, que con su complicidad había, digamos, le-gitimado su caída, y para regocijo de quienes lo habían apabullado de la manera más cínica; desde luego, nadie se responsabilizó de la crisis que sobrevino, y de la que lo culparon aunque haya sido el menos culpable.

Esa historia ha sobrevivido aunque historiadores serios han aclarado los hechos, pero la leyenda continúa y pese a la distancia del tiempo, falta mucho para que se limpie la honra de aquel de-fenestrado. Una historia similar tuvo un final muy diferente: un presidente joven pero con la fama de ser acólito del político más poderoso de su tiempo, trató de ayudar al pueblo bueno, lo que no le gustaba a la clase política que, al poco, fue abandonándolo, y lo hizo víctima de las bromas soeces, más soeces por ser anónimas aunque se sabía quién las propiciaba y quién las propalaba; me-nospreciado por su protector, por la prensa que se burlaba de sus actos o los disminuía y ni siquiera le daban crédito, o los distor-sionaba, se arriesgó a decisiones que lo hicieron parecer ingrato, desterró a su antiguo protector, desafió a los dueños del dinero, y se arropó en la milicia, que puso la condición de que resistiera las tentaciones, y sobre todo, se acogió al sindicalismo (uso bien la palabra; las interpretaciones aquí son equivocas), que después fue uno de los lastres para las generaciones posteriores, que impu-sieron su voluntad, e incluso obligaron a presidentes posteriores a entregarles, sin mucha discreción, la mayor parte del poder, y

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ellos se quedaron con la facultad insustitui-ble y aparatosa de tijeretear listones, y otras prebendas que incluían a mujeres famosas o no, pero todas guapas y sensuales.

Detrás de cada una de estas historias hubo una mano siniestra que, como se dice ahora, meció la cuna; pocas veces fueron castigados los responsables, y la historia ni siquiera le cobró las cuentas; ¿qué mano pe-luda ahora es la responsable de los ataques, difamaciones, calumnias y mentiras? (¿Re-conocen a los personajes?)

Muchos, con pesimismo justificado, piensan que mientras no haya una limpia de corruptos el país no tiene salvación. Lo malo es que sólo acusan la corrupción, innegable, de los políticos, de los que no puede decirse que haya uno que se salve. (Una historia; uno de los presidentes que goza de fama de honrado, el último que la tuvo, recibió a los representantes de una compañía automotriz que fueron a presentar un nuevo modelo de su auto más lujoso, una compañía que desde hace más de 70 años tiene o tenía fábrica o armadora en México aunque ahora reculen; señor presidente, le dijeron, mire nuestro nuevo modelo; muy bo-nito muy bonito; es un obsequio para usted; no puedo aceptarlo, soy el presidente del país, no debo aceptar regalos; no pasa nada, no lo compromete; de cualquier manera, no puedo aceptarlo; lás-tima, señor presidente, teníamos tantas ilusiones; ¿y como cuánto cuesta? Le dieron una cifra, y agregaron: para usted, a la mitad. Bueno, deme dos.)

Pocos ven, o si lo ven lo justifican, que las grandes empresas ejercen el nepotismo; muy sus empresas, pero el público es el que paga; la primera y más dañina corrupción comienza con puestos casi insignificantes; desde allí ejercen poder, imponen su voluntad benéfica o no, y casi siempre sin consultar a los afectados ni a los beneficiados; desde beneficiar a alguien con una cita, hacer espe-rar, hacer sentir su influencia, tener criado particular en un edificio donde debería atender a todos; pasarse un alto, rebasar por la dere-cha, reclamar diciendo “no sabes con quién te metes”, aprovecharse de la fama, así sea efímera, para no hacer fila, o para tener mayor descuento; los que no barren las calles, los que tiran la basura en los botes para tirar cajetillas, o envolturas de chicles o dulces o cigarros; los ruleteros que alteran el taxímetro, los que reciben cambio de más y no lo regresan, los que mienten alegando ignorancia.

Tantos y tantos actos de corrupción que la gente no acepta que son corrupción avalan, por más que sea mayor corrupción, la corrupción de los políticos.

Otro tipo de corrupción: el más reputado de los mariscales de campo actuales ganó un juego crucial haciendo trampa, y sus seguidores hacen como que no pasó nada; la tenista con más fama de invencible amenazó de muerte a una auxiliar de juez, y aun-que la multaron no la suspendieron ni menos la expulsaron del deporte, y olvidan prudentemente que es delincuente; varios beis-bolistas aumentaron su rendimiento con el auxilio de sustancias prohibidas, y aunque no han llegado al Salón de la Fama, puede que llegue gracias a la llegada de periodistas deshonestos que pien-

san que qué tanto es tantito. Y decenas de cronistas con talento pero sin imparcialidad olvidan esas acciones. Lo peor: “le van” a un equipo.

El autollamado presidente de los Estados Unidos, además de usar una fórmula del nazismo (y me asombra que los comenta-ristas políticos no lo hayan advertido) al hablar del renacimiento del pueblo estadounidense y de un período con el que inicia un nuevo milenio, mintió al hablar de la pobreza de su nación, como lo demuestra Bárbara Anderson; lo más grave es que olvida que la más reciente crisis económica de su país a causa de la torpeza de la “industria” inmobiliaria, la causó él, exactamente, como lo recuerda Toño Sandoval; y algo peor: ni él ni sus paisanos ni sus seguidores (más increíble aún, tampoco sus críticos) advierten que las armadoras de autos al salir de México y recular sus promesas de inversión aquí, van a triplicar sus costos, sus gastos y sus precios, sin aumentar el número de plazas laborales sin igualar la calidad de los obreros mexicanos.

Termino con una historia que ya no recuerdan: los magnates estadounidenses e ingleses, vencidos por el gobierno mexicano que realizó la expropiación de la industria petrolera, apostaron por la quiebra del país, pues creían que los obreros mexicanos no sabrían cómo trabajar, que sin sus técnicos fracasarían; pero suce-dió lo contrario: igualaron y mejoraron a los déspotas extranjeros; ¿sucederá igual si expulsan a los mexicanos de, digamos, Califor-nia, Texas y Arizona? ¿Se conformarán los jóvenes de clase media a los que su nuevo presidente promete tanto, con los salarios que pagan a los mexicanos o chicanos o nuevos gringos legales o no? ¿Los trabajadores manuales serán tan hábiles como los mexicanos, sin tratar de cobrar el doble o triple digamos por hacer trabajos de albañilería, plomería, pintura, aseo?

Es  nuestra oportunidad, dirían los economistas, de hacer sen-tir nuestra eficacia y, por qué no, también nuestra picardía. No los pícaros que primero echan bronca y luego reculan.

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en busca de la Silla EmbrujadaLos Pinos 2018:

P ara los aspirantes a la candidatura presidencial, el actual debe ser un buen momento para evaluar el uso de una herramien-ta de comunicación como lo es Twitter. Con el ejemplo de

cómo está usando esta red Donald Trump, más de uno de nuestros precandidatos debería empezar a establecer una estrategia para apro-vechar todo el potencial que tienen en la palma de su mano.

EnredadosLas redes sociales podrían ser un factor decisivo en las elecciones de 2018. De acuerdo a datos de la Asociación Mexicana de Internet (Amipci), en el país la penetración de Internet es de 59 por ciento.

De los más de 65 millones de internautas que habitan en la re-pública, mismos que navegan en la red un promedio de 7 horas con 14 minutos, el 87 por ciento lo hacen desde sus hogares, el 77 por ciento desde sus teléfonos celulares y el acceso a las redes sociales es la principal actividad para el 79 por ciento de los mismos.

Si bien Facebook es la principal red que utilizan los mexicanos, ésta ha perdido 6 puntos porcentuales en el periodo 2015-2016, en tanto que Twitter se mantiene con 55 por ciento de penetración, sólo superada por Whatsapp y YouTube.

El 75 por ciento de las conexiones a redes sociales se hace a través de dispositivos móviles, teléfonos inteligentes o “smartphones” princi-palmente, siendo Twitter la red social que se basa más en los celulares.

Entre los cambios en los hábitos personales que se detallan en el estudio de Amipci, “destaca acceder a Redes Sociales (cerca del 80 por ciento), por encima de enviar/recibir mails y/o mensajes instantáneos. Otros usos destacados son: ver películas/series en streaming (96 por ciento) y jugar en línea (96 por ciento)”.

En este sentido cabe la pregunta, ¿por qué Twitter puede ser la red que marque la diferencia en un proceso electoral como el que tendremos en 2018?

En principio, por la facilidad en su uso y que es utilizada princi-palmente en dispositivos móviles, lo que permite que el usuario en-víe mensajes en cualquier momento, incluso si es testigo de algo en especial, además de que es posible combinarla con otras redes para ampliar su alcance. Adicionalmente, se debe incluir que es —y será— mencionada constantemente en los medios tradicionales y digitales gracias al uso que de ella hace el presidente de Estados Unidos, Do-nald Trump.

El tuitero en jefeCon más de 20 millones de seguidores en Twitter, Donald Trump se caracterizará por ser un mandatario que impone nuevas formas de realizar las acciones de gobierno, en la nación más poderosa del planeta. La innovación de la que fuimos testigos a partir de la toma de posesión, nos muestra a un presidente que no desea tener barreras en la comunicación con sus ciudadanos, a la vez que da a conocer en directo sus decisiones sabiendo las consecuencias que

esto puede tener.Para Trump, el uso de Twitter es parte de su personalidad. Desde

marzo de 2009, el empresario ha estado presente en la red, cosechan-do usuarios gracias a la popularidad adquirida en su programa de televisión The Aprentice. Así, con millones de seguidores, el magnate rivaliza con cantantes y actores quienes eran los que se encontraban en los primeros lugares en la red del pájaro azul.

Su campaña por la presidencia de Estados Unidos sólo reforzó su estrategia basada en los breves mensajes de 130 caracteres, pues gracias a esto se pudieron conocer sus planes.

El enfrentamiento que ha tenido con medios como CNN, The New York Times, The Washington Post, The New Yorker y Univisión le dio otra razón para seguir utilizando Twitter, pues gracias a esta red podía exigir aclaraciones o responder lo que consideraba infor-mación falsa.

Esto no ha pasado desapercibido en la prensa estadunidense. Para el portal Real Clear Politics, Trump puede ser llamado el “tuitero en jefe”, debido a que se trataría de “un presidente entrante que ha evita-do las ruedas de prensa tradicionales, empleados por sus predecesores, durante su transición”. En el portal se hacía la pregunta acerca de si Trump iba a gobernar usando Twitter, algo que ya se respondió.

En el sitio web, en un artículo escrito por Caitlin Huey-Burns, se revelaba que “su equipo delibera el cómo manejar la comunicación con un cuerpo de prensa que considera hostil, por lo que Twitter re-fuerza la capacidad de Trump para controlar su mensaje”.

El propio Trump sabe que sus tuits son atractivos para radio, te-levisión, prensa escrita y sitios de Internet, por lo que no es probable que abandone su estilo para anunciar planes, reclamar a empresas por invertir en otros países e, incluso, para continuar con su estilo agresi-vo. De acuerdo al diario The New York Times, Trump insultó a través de esta red social a 289 personas, instituciones o países durante su campaña. En términos informativos, los mensajes del nuevo presi-dente estadunidense son un imán para atraer audiencia.

Y Trump lo sabe, razón por la que no es de esperarse un cambio.En razón de lo anterior, conviene preguntar cuáles son las razones

por las que el nuevo presidente de Estados Unidos prefiere Twitter sobre otras redes sociales. En primera instancia, por la facilidad de uso y la inmediatez para conseguir impacto.

Asimismo, no hay que olvidar que es un empresario que prometió cambios, mostrando que tendrá un estilo de gobernar distinto al de sus antecesores. Uno de éstos se ha visto respecto a la relación con la prensa, tema en el que ha utilizado los mensajes de Twitter para criti-car y no depender de los distintos medios.

Pero lo que se observó en la etapa en que Trump era presidente electo fue sólo una muestra de cómo llevará la comunicación social desde su gobierno, pues Twitter le permite dirigirse directamente a la población, ahorrándose la estructura gubernamental que se encuentra en la oficina de la Presidencia y que ha llevado la comunicación de

Por Armando Reyes Vigueras

Twitter, puerta a la victoria

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en busca de la Silla EmbrujadaLos Pinos 2018:

anteriores mandatarios.Otro aspecto que con toda seguridad ha considerado el fla-

mante mandatario, es que gracias a Twitter va a fijar la agenda —o una buena parte de ella— de los medios y de la opinión pública, no sólo en el ámbito interno sino en el internacional. Sus palabras acerca de lo que debería ser la relación con China, que motivaron una respuesta de la cancillería de dicho país, o sus críticas a la manera en que Angela Merkel manejó el tema de los refugiados en Alemania, que fue respondida por la propia canciller teutona, son muestra de lo que ha logrado con apenas 130 caracteres.

“Si la prensa me cubriera con precisión y con honor, tendría mucho menos razón para ‘tuitear’”, escribió Trump a principios de diciembre pasado.

Muchos ciudadanos dudan de esta estrategia. Una encuesta de la empresa Marist Poll, dada a conocer el 15 de diciembre pasado, explicaba que el 66 por ciento de los estadounidenses considera que los tweets de Trump son “temerarios y distraídos”, mientras que el 21 por ciento los encontró efectivos e informati-vos. Las respuestas no eran totalmente partidistas: mientras que el 90 por ciento de los demócratas ven su estilo de Twitter en forma negativa, también lo hacen el 67 por ciento de los independientes y el 43 por ciento de los republicanos.

Y nuestros aspirantesEn un entorno de campañas adelantadas, las redes sociales consti-tuyen una parte importante de la estrategia de los aspirantes para obtener la candidatura presidencial en 2018.

De la manera en que desarrollen una base de seguidores y ofrezcan temas que sean de interés para la audiencia, dependerá el éxito de su estrategia. Por las evidencias, Andrés Manuel López Obrador es quien mejor aprovecha el potencial de las redes sociales gracias a mensajes en ciertas coyunturas, así como la combinación del video y entrevistas en medios de comunicación.

Con casi 2.4 millones de seguidores, el tabasqueño ha hecho de su cuenta de Twitter una de las más comentadas en medios. De con-tinuar con la estrategia, esta herramienta podría ayudarle a conse-guir votos el año entrante. Asimismo, hay que resaltar el constante acompañamiento de sus partidarios, quienes ayudan a difundir sus mensajes y responder críticas y ataques, algo que también puede ser un punto en contra ya que en esta actividad se pueden colar algunos contratados para generar una imagen negativa del aspirante, por no mencionar la existencia de algunos de sus partidarios que se dirigen a los críticos del aspirante con agresividad, algo que sin duda le puede costar votos en las elecciones.

Por su parte Margarita Zavala apenas reúne poco más de 846 mil seguidores. La aspirante panista cuenta con la ventaja de una red de apoyo que gira en torno a su asociación Yo con México, la cual lo mis-mo congrega capítulos estatales como a entusiastas de su candidatura que ayudan a dar a conocer sus mensajes.

No obstante, su potencial, apenas ha logrado tener algunas men-ciones en medios de comunicación. Lo cuidado de su estrategia hace que se arriesgue poco, en comparación con otros aspirantes, además

de que su base de seguidores se ubica entre los panistas, sin penetrar en el resto de la ciudadanía.

Hay que tomar en cuenta, respecto a lo comentado en el párrafo anterior, que por ser esposa de Felipe Calderón contará, sin duda, con un apoyo importante en su búsqueda de la candidatura. Calderón cuenta con más de 5 millones de seguidores, número importante para una campaña electoral.

Del lado priísta, una aspirante declarada que empieza a recurrir a las redes sociales para la construcción de esa candidatura es Ivonne Ortega.

La exgobernadora de Yucatán tiene poco más de 232 mil segui-dores en Twitter, combinando videos y otro tipo de mensajes bajo el paraguas de su movimiento “Hazlo por México”.

Otro aspirante tricolor que ha hecho uso de las redes sociales para buscar un espacio en la competencia es Miguel Ángel Osorio Chong. Con más de un millón 151 seguidores, uno supondría que tiene una base aceptable para sus aspiraciones, pero después de haber presen-tado un par de videos el año pasado, en lo que se supuso como el lanzamiento de su campaña de posicionamiento, paso a la discreción y a retomar sus actividades como titular de gobernación —tal vez por un regaño—, lo que contrasta con su posición en las encuestas, algo que debería motivar una estrategia un poco más arriesgada para la competencia.

Del resto de los aspirantes hay poco que agregar, unos mantienen estrategias conservadoras y el envío de mensajes se rige por la poca planeación y por la manera cuidadosa en que se redactan, además de tener poca interacción con el resto de los usuarios de la red.

Si en verdad, al estilo Trump, nuestros aspirantes quieren que Twitter se convierta en la puerta a la victoria, es momento en que empiecen a arriesgar y a mostrarse como son. No hay que olvidar que es el propio mandatario estadunidense el que tuitea, algo que muchos de nuestros políticos no hacen, confiados en gente de su equipo. Aquí podría estar el primer error.

@AReyesVigueras

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DE LA BIBLIOTECA DE CARLOS RAMÍREZ.

Manuel Camacho Solís y la transformación de México, Instituto Belisario Domínguez del Senado, 2017. A lo largo de su vida, Camacho tuvo varios espacios de acción: académico, crítico, funcionario priísta y disidente. Si alguna configu-ración se le pudiera hacer, sería la de intelectual gramsciano: líder cultural de la superestructura. En los hechos, fue pionero en la crítica científica —desde la cien-cia política— del sistema político en el modelo del bloque histórico de Gramsci. El libro recoge algunos textos, pero le hace falta un artículo central sobre el perfil y la obra de un intelectual del poder. De todos modos, la recopilación presenta al Camacho en su totalidad.

Caín. El último manuscrito, Gregor von Rezzori, editorial Sexto Piso. Escritor nacido en el viejo imperio Austro-Húngaro, von Rezzori había irrumpido con La muerte del hermano Abel ahora cierra el ciclo con Caín. Muerto hace poco más de 10 años, ahora se relee con mayor intensidad. Su obra se asienta la comprensión crítica de la sociedad que lo atrapó, los resabios del nazismo y los personajes sin destino. Su repu-dio a la hipocresía reduce los personajes a una caricatura, su crítica a la sociedad lo deja sin horizonte y su desconfianza hacia su tiempo histórico explican su pesimismo, festivo, eso sí.

El poder en movimiento. Los movimientos sociales, la acción co-lectiva y la política, Sidney G. Tarrow, Alianza Editorial. La crisis del institucionalismo, de los partidos y el enojo de la sociedad activa ha llevado a tratar de indagar las razones de la acción directa y el colapso del sistema de representación política. Desde el movimiento antiglo-balización —o globalifóbico como lo caracterizó Ernesto Zedillo— en 1999, el mundo perdió la certeza en la eficacia de las políticas del de-sarrollo. Sobre ese espacio se mueve Tarrow tratando de ir más allá del registro de la protesta: moverse en contra, está bien, pero cuál sería la propuesta alternativa, ese mundo posible que gritan desde Seattle. El libro no ofrece respuestas porque quizá no las hay, pero el recuento es importante ayuda.

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La iglesia católica, Hans Küng, Debolsillo. El teólogo rebelde, creyente pero maldecido por el Vaticano, emprende la tarea titánica de resumir la historia de una de las instituciones milenarias sobrevivientes, aunque llega a 1978, dejando el papel de la iglesia en la derrota del comunismo, el largo papado de Juan Pablo II y la crisis en el Vaticano con Benedicto XVI y su renuncia, y el ascenso de Francisco con su agenda tibiamente modernizadora. El estudio de Küng se contextualiza en el conflicto y la crisis, las contradicciones terrenales de la iglesia frente a totalitarismos y sobre todo indaga algunas dudas sobre la existencia del cristianismo/catolicismo en un mundo que ha ido perdiendo la fe.

El desmoronamiento. Treinta años de declive americano, George Packer. ¿Cómo lograr la síntesis de la decadencia estadunidense en medio de los discursos encendidos de la pasión americana? No queda más que retratar a su sociedad a través de individuos. En la novela lo ha logrado hasta el agotamiento Jonathan Franzen; en reportaje, el libro de Packer representó una metodología audaz: de 1978 a 2012 seguir a familias en su devenir cotidiano, sus sueños frustrados, sus delirios de grandeza y su desmoronamiento como sociedad. Ahí se ve la cruda realidad, la verdad desnuda sobre el imperio que a lo mejor nunca fue. Personas, contextos, poderes, todo junto para demostrar que el sueño americano es una pesadilla.

Estudios del malestar. Políticas de autenticidad en las socieda-des contemporáneas, José Luis Prado. La filosofía sobre la realidad y la sociología del corto plazo siempre andan detrás en tiempo de las crisis; como que hay un miedo de racionalizar el caos y la falta de destino. Pra-do logra atrapar el instante del español pero todos nos vemos retratados en sus reflexiones de ese género poco desarrollado de filosofía de lo coti-diano en el escenario de los grandes horizontes históricos.

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