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LAS GUERRAS DE LOS JUDIOS Flavio Josefo Obra reproducida sin responsabilidad editorial

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LAS GUERRAS DELOS JUDIOS

Flavio Josefo

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Este es un libro de dominio público en tantoque los derechos de autor, según la legislaciónespañola han caducado.

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2) A todos los efectos no debe considerarsecomo un libro editado por Luarna.

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PROLOGODE

FLAVIO JOSEFO

A LOS SIETE LIBROS DE LAS GUERRASDE LOS JUDÍOS

Porque la guerra que los romanos hicieron conlos judíos es la mayor de cuantas muestra edady nuestros tiempos vieron, y mayor que cuan-tas hemos jamás oído de ciudades contra ciu-dades y de gentes contra gentes, hay algunosque la escriben, no por haberse en ella hallado,recogiendo y juntando cosas vanas e indecentesa las orejas de los que las oyen, a manera deoradores: y los que en ella se hallaron, cuentancosas falsas, o por ser muy adictos a los roma-nos, o por aborrecer en gran manera a los jud-íos, atribuyéndoles a las veces en sus escritosvituperio, y otras loándolos y levantándolos;pero no se halla m ellos jamás la verdad que lahistoria requiere; por tanto, yo, Josefo, hijo de

Matatías, hebreo, de linaje sacerdote de Jeru-salén, pues al principio peleé con los romanos,y después, siendo a ello por necesidad forzado,-me hallé en todo cuanto pasó, he determinadoahora de hacer saber en lengua griega a todoscuantos reconocen el imperio romano, lo mis-mo que antes había escrito a los bárbaros enlengua de mi patria: Porque cuando, como dije,se movió esta gravísima guerra, estaba con gue-rras civiles y domésticas muy revuelta la re-pública romana.Los judíos, esforzados en la edad, pero faltos dejuicio, viendo que florecían, no menos en rique-zas que en fuerzas grandes, supiéronse servirtan mal ¿el tiempo, que se levantaron con espe-ranza de poseer el Oriente, no menos que losromanos con miedo de perderlo, en gran mane-ra se amedrentaron. Pensaron los judíos que sehabían de rebelar con ellos contra los romanostodos los demás que de la otra parte del Eufra-tes estaban. Molestaban a los romanos los galosque les son vecinos: no reposaban los germa-

nos: estaba el universo lleno de discordias des-pués JA imperio de Nerón; había muchos quecon la ocasión de los tiempos y revueltas tangrandes, pretendían alzarse con el imperio; ylos ejércitos todos, por tener esperanza de ma-yor ganancia, deseaban revolverlo todo.Por cosa pues, indigna, tuvo que dejar de con-tar la verdad de lo que en cosas tan grandespasa, y hacer saber a los partos, a los de Babilo-nia, a los más apartados árabes y a los de minación que viven de la otra parte del Eufrates, ya los adiabenos, por diligencia mía, que tal ycual haya sido el principio de tan gran guerra, ycuántas muertes, y qué estrago de gente pasóen ella, y qué fin tuvo; pues los griegos y mu-chos de los romanos, aquellos ti lo menos queno siguieron la guerra, engañados con mentirasy con cosas fingidas con lisonja, no lo entiendenni lo alcanzan, y osan escribir historias; las cua-les, según mi parecer, además que no contienencosa alguna de lo que verdaderamente pasó,pecan también en que Pierden el hilo de la his-

toria, y se pasan a contar otras cosas; Porquequeriendo levantar demasiado a los romanos,desprecian en gran manera a los judíos y todassus cosas. No entiendo, Pues, yo ciertamentecómo pueden parecer grandes los que han aca-bado cosas de poco. No se avergüenzan DELlargo tiempo que en la guerra gastaron, mi dela muchedumbre de romanos que en estas gue-rras largo tiempo con gran trabajo fueron dete-nidos, mi de la grandeza de los capitanes, cuyagloria, en verdad, es menoscabada, si habiendotrabajado y sufrido mucho por ganar a Jeru-salén, se les quita porte o algo del loor que, porhaber tan Prósperamente acabado cosas tanimportantes, merecen.No he determinado levantar con alabanzas aíos míos, por contradecir a los que dan tantoloor y levantan tanto a los romanos: antes quie-ro contar los hechos de los amos y de los otros,sin mentira y sin lisonja, conformando las pala-bras con los hechos, perdonando al dolor y afi-ción en llorar y lamentar las muertes y destruc-

ciones de mi patria y ciudades; porque testigoes de ello el emperador y César Tito, que loganó todo, como fue destruido por las discor-dias grandes de los naturales, los cuales forza-ron, juntamente con los tiranos grandes que sehabían levantado, que los romanos pusiesenfuego a todo, y abrasasen el sacrosanto templo,teniendo todo el tiempo de la guerra misericor-dia grande del pobre pueblo, al cual era prohi-bido hacer lo que quería por aquellos revolve-dores sediciosos; y aun muchas veces alargó sucerco más tiempo de lo que fuera necesario, porno destruir la ciudad, solamente Porque los queeran autores de tan gran guerra, tuviesen tiem-po para arrepentirse.Si por ventura alguno viere que hablo mal con-tra los tiranos o de ellos, o de los grandes latro-cinios y robos que hacían, o que me alargo enlamentar las miserias de mi Patria, algo más delo que la ley de la verdadera historia requiere,suplícole dé perdón al dolor que a ello me fuer-za; porque de todas las ciudades que reconocen

y obedecen al imperio de los romanos, no huboalguno que llegase jamás a la cumbre de todafelicidad, sino la nuestra; ni hubo tampoco al-guna que tanto miseria padeciese, y al fin fuesetan miserablemente destruida.Si finalmente quisiéramos comparar todas lasadversidades y destrucciones que después decriado el universo han acontecido con la des-trucción de los judíos, todas las otras son cier-tamente inferiores y de menos tomo; pero nopodemos decir haber sido de ellas autor ni cau-sa hombre alguno extraño, por lo cual será im-posible dejar de derramar muchas lágrimas yquejas. Si me hallare alguno tan endurecido, yjuez tan sin misericordia, las cosas que hallarácontadas recíbalas Por historia verdadera; y laslágrimas y llantos atribúyalos al historiador deellas, aunque con todo puedo maravillarme yaun reprender a los más hábiles y excelentesgriegos, que habiendo pasado en sus tiemposcosas tan grandes, con las cuales si queremoscomparar todas las guerras pasadas, Parecen

muy pequeñas y de poca importancia, se bur-lan de la elegancia y facundia de los otros, sinhacer ellos algo; de los cuales, aunque Por tenermás doctrina y ser más elegantes, los venzan,son todavía ellos vencidos por el buen intentoque tuvieron y por haber hecho más que ellos.Escriben ellos los hechos de los asirios y de losmedos, como si fueran mal escritos por los his-toriadores antiguos; y después, viniendo a es-cribirlos, son vencidos no menos en contar laverdad de lo que en verdad pasó, que lo sontambién en la orden buena y elegancia; porquetrabaja cada uno en escribir lo que había visto yen verdad pasaba; parte por haberse bailado enello, y parte también por cumplir con eficacia loque prometían, teniendo por cosa deshonestamentir entre aquellos que sabían muy bien laverdad de lo que pasaba.

Escribir cosas nuevas y no sabidas antes,y encomendar a los descendientes las cosas queen su tiempo Pasaron, digno es ciertamente de1oor y digno también que se crea. Por cosa de

más ingenio ' y de mayor industria se tienehacer una historia nueva y de cosas nuevas,que no trocar el orden y disposición dada porotro; pero yo, con gastos y con trabajo muygrande, siendo extranjero y de otra nación,quiero hacer historia de las cosas que pasaron,por dejarías en memoria a los griegos y roma-nos. Los naturales tienen, las bocas abiertas yaparejadas para pleitos para esto tienen sueltaslas lenguas, pero para la historia, en la cual hande contar la verdad y han de recoger todo loque pasó con grande ayuda y tramo, en estoenmudecen, y conceden licencia y poder a losque menos saben y menos pueden, para escri-bir los hechos y hazañas hechas por los prínci-pes. Entre nosotros se honra verdad de la histo-ria; ésta entre los griegos es menospreciada;contar el principio de los judíos, quiénes hayansido y de qué manera se libraron de los egip-cios, qué tierras y cuán diversas hayan pasado,cuales hayan habitado y cómo hayan de ellaspartido, no es cosa que este tiempo la requería,

y además de esto, por superfluo e impertinentelo tengo; porque hubo muchos judíos antes demí que dieron de todo muy verdadera relaciónen escrituras públicas, y algunos griegos, ver-tiendo en su lengua lo que habían los otros es-crito, no se aportaron muy lejos de la verdad;pero tomaré yo el principio de mi historia don-de ellos y nuestros profetas acabaron. Contaréla guerra hecha en mis tiempos con la mayordiligencia y lo más largamente que me fueraPosible; lo que pasó antes de mi edad, y es másantiguo, pasarélo muy breve y sumariamente.De qué manera Antíoco, llamado Epifanes,habiendo ganado a Jerusalén, y habiéndolatenido tres años y seis meses bajo de su impe-rio, fue echado de ella por los hijos de Asamo-neo; después, cómo los descendientes de éstos,por disensiones grandes que sobre el reino tu-vieron, movieron a Pompeyo y a los romanosque viniesen a desposeerlos y privarles de sulibertad. De qué manera Herodes, hijo de Anti-patro, dio fín a la Prosperidad y potencia de

ellos, con la ayuda y socorro de Sosio. Cómotambién, después de muerto Herodes, nació ladiscordia entre ellos y el pueblo, siendo empe-rador Augusto, y gobernando las provincias ytierras de Judea Quintilio Varón; qué guerra selevantó a los doce años del imperio de Nerón,de cuántas cosas y daños fue causa Cestio,cuántas cosas ganaron los judíos luego en elprincipio, de qué manera fortalecieron su gente-natural, y cómo Nerón, Por causa del dañorecibido por Cestio, temiendo mucho al estadodel universo, hizo capitán general a Vespasia-no, y éste después entró por Judea con el hijomayor que tenía, y con cuán grande ejército degente romana, cuan gran porte de la gente quede socorro tenía fue muerta por todo Galilea, ycómo tomó de ella algunas ciudades Por fuerzay otras por habérsele entregado.Contaré también brevemente la disciplina yusanza de los romanos en las cosas de la gue-rra; el cuidado que de sus cosas tienen; la lar-gura y espacio de las dos Galileas, y su natura-

leza; los fines y términos de Judea. Diré particu-larmente la calidad de esta tierra, las lagunas,las fuentes; los males que lo ciudades que porfuerza tomaron, Padecieron, y en contarlo nopasaré de lo que a la verdad fielmente he vistoy aun padecido; no callaré mis miserias y des-dichas, pues las cuento a quien las sabe y lasvio.Después, estando ya el estado de los judíosmuy quebranto, cómo Nerón murió, y cómoVespasiano, habiendo tomado su camino haciaJerusalén, fue detenido por causa del imperio;las señales que lo fueron mostrados por decla-ración de su imperio; las mutaciones y revuel-tos que hubo en Roma, y cómo fue declaradoemperador, contra su voluntad, por toda logente de guerra, y cómo partiendo despuéspara Egipto, por reformar las cosas del empe-rio, fue perturbado el estado y todas las cosasde los judíos por revueltas y sediciones domés-ticas; de qué manera fueron sujetados a tiranos,y cómo éstos después los movieron a discordias

y sediciones muy grandes. Volviendo Tito des-pués de Egipto, vino dos veces contra Judea, yentró las tierras; de qué manera juntó su ejérci-to, y en qué lugar; cuántas veces fue la ciudadafligida, estando él Presente, con internas sedi-ciones; los montes o caballeros que contra laciudad levantó. Diré también la grandeza ycerco de los muros; la munición y fortaleza dela ciudad; la disposición y orden del templo; elespacio del altar y su medida; contaré algunascostumbres de la fiestas, y las siete lustracionesy oficios del sacerdote.Hablaré de las vestiduras del Pontífice, y dequé manera eran las cosas santas del templotambién lo contaré, sin collar de todo algo, y sinañadir palabra en todo cuanto había.Declararé después la crueldad de los tiranosque en Judea se levantaron con sus mismosnaturales; la humanidad y clemencia de losromanos con la gente extranjera; cuántas vecesTito, deseando guardar la ciudad y conservar el

templo, compelió a los revolvedores a buscar ypedir la paz y la concordia.Daré particular razón y cuenta de las llagas ydesdichas de todo el pueblo, y cuántos malessufrieron, unas veces por guerra, otras por se-diciones y revueltos, otras por hambre, y cómoa la postre fueron presas. No dejaré de contarlas muertes de los que huían, mí el castigo ysuplicio que los cautivos recibieron; menoscómo fue quemado, contra la voluntad deCésar, todo el templo; cuánto tesoro y cuángrandes riquezas con el fuego perecieron, mí lageneral matanza y destrucción de la principalciudad, en la cual todo el estado de Judea car-gaba.Contaré las señales y portentos maravillososque antes de acontecer casos tan horrendos semostraron; cómo fueron cautivados y presoslos tiranos, y quiénes fueron los que vinieron enservidumbre, y cuán gran muchedumbre; quéfortuna hubieron finalmente todos. Cómo losromanos prosiguieron su victoria, y derribaron

de raíz todos los fuertes y defensas de los jud-íos, y cómo ganando Tito todas estas tierras, lasredujo a su mandato, y su vuelta después aItalia, y luego su triunfo.Todo esto que he dicho, lo be escrito en sietelibros, más por causa de los que desean saber laverdad, que por los que con ello se huelgan,trabajando que no pueda ser vituperado por losque saben cómo pasaron tales cosas, ni por losque en ella se hallaron. Daré Principio a mi his-toria cm el mismo orden que sumariamente lohe contado.***

VIDA

DE

FLAVIO JOSEFO

No soy yo de bajo linaje, sino vengo por líneaantigua de sacerdotes: y, ciertamente, tenerderecho de sacerdote y parentesco con ellos estestimonio entre nosotros de ilustre linaje, asícomo entre otros son otras las causas que haypara juzgar de la nobleza; y yo, no solamentetraigo mi origen de linaje de sacerdotes, sino dela principal familia de aquellas veinticuatro,entre las cuales hay no pequeña diferencia: ytambién por la parte de mi madre soy de castareal, porque la casa de los Asamoneos, de don-de ella desciende, tuvo mucho tiempo el reino ysacerdocio de nuestra nación. Ahora contarésucesivamente el orden de mi genealogía.

Mi cuarto abuelo fue Simón, por sobrenombrePsello, en tiempo que Hircano, el primero deeste nombre, hijo del pontífice Simón, tuvo elsumo sacerdocio. Este Simón Psello tuvo nuevehijos, y uno de ellos fue mi tatarabuelo, Matíasde Aphlie por sobrenombre: éste hubo de unahija del sumo pontífice Jonathás a Mattía Curto,mi bisabuelo, el primer año del pontificado delpríncipe Hircano: este Mattía Curto engendró aJosefo, mi abuelo, a los nueve años del reino deAlejandro, el cual engendró a Matatías a losdiez años que Archelao, reinaba. Este Matatíasme engendró a mí el primer año del imperio deCayo César; y yo tengo tres hijos, de los cualesel mayor, que se llama Hircano, nació el cuartoaño del emperador Vespasiano; luego al sépti-mo año me nació otro llamado justo, y al nove-no año otro, que se dice Agripa.

He trasladado aquí, sin hacer caso de lascalumnias de gente desvergonzada, esta suce-

sión de mi linaje, como está sentada en los pa-drones públicos que hay de los linajes.

Mi padre, pues, Matatías, fue hombre tenido enmucho, no sólo por su nobleza, pero muchomás por su virtud, por cuya causa fue conocidoen toda Jerusalén cuan grande es. Yo, desde miniñez, con un hermano mío de padre y madre,llamado Matatías, anduve al estudio, y apro-veché notablemente, y di muestra de aventa-jarme tanto en entendimiento y memoria, quecuando había catorce años, ya tenía fama deletrado, y tomaban consejo conmigo los pontífi-ces y principales del pueblo sobre el sentidomás entrañable de la ley. Después, ya que entréen los dieciséis años de mi edad, determiné vera qué sabían las sectas que había entre nosotros,que, como hemos dicho, eran tres: de fariseos, desaduceos y de esonios; porque pensaba elegiríadespués con mayor facilidad alguna de ellas, sitodas las supiese. Así que caminé por todas trescon mal comer, peor vestir y con grande tra-

bajo, y no contento aún con esta experiencia,como oí decir de un hombre llamado Bano, quevivía en el desierto, vistiéndose del aparejo quehallaba en los árboles y sustentándose de cosasque de suyo produce la tierra, y bañándose, porconservar la castidad, muy a menudo de nochey de día en agua fría, comencé a imitar la formade vivir de éste, y gasté tres años en su com-pañía, y después de haber alcanzado lo quedeseaba, volvime a la ciudad. Ya tenía dieci-nueve años cuando comencé a vivir en la ciu-dad, y apliquéme a guardar los estatutos de losfariseos, que son los que más de cerca se llegana la secta de los estoicos entre los griegos.Cuando cumplí veintiséis años sucedió quehube de ir a Roma por la causa que diré: entiempo que Félix era procurador de Judea, en-vió a Roma presos, por culpa harto liviana, aunos sacerdotes, mis amigos, hombres de bieny honestos, para que allí tratasen su causa de-lante del César: yo, por librarles en alguna ma-nera del peligro, principalmente porque en-

tendí que no hablan dejado de tener cuidado enlo que tocaba a la religión, aunque puestos entrabajo, y que sustentaban su vida con unasnueces y unos higos, vine a Roma, pasandohartos peligros en la mar, porque la nao en queíbamos se anegó en medio del mar Adriático, yanduvimos nadando toda la noche seiscientoshombres, y a la mañana Dios nos favoreció, yvimos un navío del puerto de Cirene, que reco-gió casi a ochenta de nosotros, los que nadandotuvimos mejor dicha. De esta manera escapé, yllegué a Dicearchiai o Puteolos, como los italia-nos más quieren llamarlo, y tomé conversacióncon un representante de comedias, llamadoAlituro, que era judío de linaje, y Nerán lequería bien.Por medio de éste, luego que fui conocido dePopea, mujer del emperador, alcancé, por res-peto suyo, que fuesen dados por libres los sa-cerdotes y otras grandes mercedes que ella mehizo, y así torné a mi tierra.

Allí hallé que crecían ya los deseos de las nove-dades, y que muchos tenían ojo a rebelarse con-tra el pueblo romano, y yo procuraba reducir alos alborotadores a que considerasen mejor loque hacían, poniéndoles delante la gente conquien habían de tener guerra, es a saber, losromanos, con los cuales no igualaban ni en sa-ber tratar las cosas de la guerra, ni en la buenadicha, y amonestábales que no pusiesen por sudesvarío e imprudencia en peligro a su tierra, así mismos y a los suyos: de esta manera losapartaba cuanto podía de aquel propósito, te-niendo consideración al fin desventurado de laguerra, y con todo, ninguna cosa aproveché,tanta era entonces la locura de aquellos deses-perados.Temiendo, pues, caer en odio y sospecha quede mí tenían, como favorecedor de los enemi-gos, repitiéndoles de continuo unas mismasrazones, o que por esta causa me prenderían omatarían, metíme en el templo de más adentro,ya que el castillo Antonia era tomado. Después,

luego que fue muerto Manahemo y los princi-pales del bando de los ladrones, tomé a salir deltemplo, y trataba con los pontífices y con lagente principal de los fariseos, que estaban conharto miedo; porque veíamos haberse puestoen armas el pueblo, y nosotros no sabíamos quéhacernos. Y como no pudiésemos refrenar a losmovedores del alboroto, fingíamos por unaparte, por cuanto el negocio no carecía de peli-gro, que nos parecía bien su determinación; porotra les dábamos por aviso, que se detuviesen ydejasen ir al enemigo, porque esperábamosvendría en breve Gessio con buen ejército ypacificaría aquellas alteraciones.Vuelto Gessio, murió con muchos de los suyosen la pelea que entre ellos hubo, la muerte delos cuales fue causa de toda la desventura denuestra nación, porque luego les creció el áni-mo a los autores de la guerra, esperando quesin duda vencerían a los romanos: en el cualtiempo sucedió otra cosa. Los de las ciudadescomarcanas de la Siria prendieron a los judíos

que moraban dentro de unas mismas murallascon ellos, y degolláronlos a todos con sus muje-res e hijos, sin haber cometido delito algunopor que lo mereciesen; porque ni les habla pa-sado por el pensamiento levantarse contra losromanos, ni contra ellos particularmente habíaninventado cosa alguna; pero entre todos losdemás se aventajó la perversa crueldad de losescitopolitasii; porque como los judíos que mo-raban fuera de su tierra les hiciesen guerra,obligaron a los judíos que tenían dentro de ellaa tomar armas contra los otros, siendo de sutribu, lo cual es cosa prohibida por nuestra ley,y con ayuda de ellos desbarataron a los enemi-gos. Después de la victoria olvidáronse deguardar la fidelidad que debían a sus compañe-ros que tenían en sus casas y tierras, y matáron-los a todos, siendo muchos millares de hombreslos de aquella gente.No fueron tratados con más mansedumbre losjudíos que vivían en Damasco; pero esto hartoprolijamente lo contamos en los libros de la

Guerra Judaica; ahora solamente hice menciónde aquellas malas venturas, por que sepa el lec-tor haber venido nuestra gente a aquella gue-rra, no de su propia gana, sino por fuerza.Siendo, pues, desbaratado el ejército de Gessio,como viesen los principales de Jerusalén quetenían abundancia de armas los ladrones y to-dos los otros turbadores de la paz, temiendo,por estar ellos desarmados, los sujetasen losenemigos, como después aconteció, y enten-diendo que aun no se había rebelado contra losromanos Galilea toda, pero que parte de ellaestaba entonces sosegada, enviáronme a allá, ya otros dos sacerdotes, hombres de buena famay honestos, llamados Joazaro y Judas, para quepersuadiésemos a aquellos malos hombres aque dejasen la guerra, y les diésemos a enten-der que era mejor encomendarla a los principa-les de la nación: que bien les parecía estuviesensiempre apercibidos con sus armas para lo por-venir; mas que debían esperar hasta saber decierto lo que los romanos tenían en voluntad.

Con este despacho vine a Galilea, y hallé engran peligro a los seforitasiii por defender sutierra de la fuerza de los galileos, que la queríandestruir porque perseveraban en la amistad delpueblo romano y eran leales a Senio Galo, go-bernador que era entonces de Siria, y díjelesque se asegurasen y apaciguasen a la muche-dumbre que los ofendía, y consentirles que en-viasen cuando quisiesen a Dora (ésta es unaciudad de Fenicia) por los rehenes que habíandado a Gessio: a los de Tiberíades hallé queestaban ya puestos en armas por razón de estoque diré.Había en esta ciudad tres parcialidades, una delos nobles, cuya cabeza era Julio Capela, éste ylos que le seguían, es a saber, Herodes Mar¡,Herodes Gamali, Compso Compsi (porqueCrispo, hermano de éste, a quien Agripa el ma-yor había hecho gobernador de aquella ciudadmuchos años hacía, estaba a la sazón en suhacienda de la otra parte del Jordán); todosestos eran autores de que permaneciesen en la

fidelidad del rey y del pueblo romanoiv; sóloPisto, entre la gente noble, no era de este pare-cer por amor de su hijo Justo. La otra parciali-dad era de gente común y baja, determinada aque se habla de mover la guerra: en la terceraparcialidad era el principal justo, hijo de Pisto,que por una parte fingía estar dudoso en lo dela guerra; por la otra deseaba secretamente quehubiese alguna alteración y mudanza en losnegocios, con cuya ocasión él esperaba hacersemás poderoso. Así que salió en público ahablarles, y procuraba mostrar al pueblo cómosu ciudad siempre había sido contada entre lasde la provincia de Galilea, y que había sidocabeza de aquella provincia en tiempo del reyHerodes el Tetrarcabv, que fue el que la fundó ehizo a Séforis sujeta a su jurisdicción: quesiempre habla estado en esta preeminencia,aunque debajo del imperio de Agripa el viejo,hasta el tiempo de Felice, gobernador de Judea,y que ahora al cabo, después que el emperadorNerón la dió a Agripa el mozo, había perdido el

ser cabeza de la provincia; porque luego Séforishabía sido antepuesta a toda la provincia, des-de que comenzó a estar debajo de la obedienciade los romanos, y hablan dejado en ella los ar-chivos y mesa realvi. Con estas y otras muchascosas que dijo contra el rey, alteró el pueblo aque se rebelase, y deciales ser ahora el tiempoque convenía para tomar las armas, y hacer suliga con las otras ciudades de Galilea, y resti-tuirse en su preeminencia con el favor que to-dos les darían, a causa que aborrecían a los se-foritas, a los cuales debían, de buena gana, des-truir, por estar tan porfiadamente asidos a laamistad de los romanos, y que con todas fuer-zas se habían de ayudar para esta demanda.Dicho esto, movió al pueblo, porque era elo-cuente, y venció con los embustes de sus pala-bras a los que daban más sano consejo, porquetambién sabía disciplinas griegas; confiado enlas cuales se atrevió a escribir la historia de loque entonces pasó, por desfigurar la verdad:mas de la maldad de éste, y de qué manera él y

su hermano casi echaron a perder su patria, enel proceso adelante lo contaremos. Entoncesjusto, persuadido que hubo a los de su ciudad,y forzado a algunos a tomar las armas, salió contodos, y quemaba las aldeas de los hyppenos ygadarenos, que confinan con la tierra de Tiber-íades y de los escitopolitas.Mientras pasaba esto en Tiberíades, estaban lascosas de los giscalos en este estado: Juan, hijode Levi, viendo que algunos de sus ciudadanosquerían, feroces, echar de sí el yugo de los ro-manos, procuró retenerlos en la lealtad y en loque eran obligados según virtud, y no pudo enninguna manera hacerlo.Entretanto, los pueblos vecinos de los gadare-nos, gabaraganeos y de los de Tiro, juntaron ungrande ejército y vinieron sobre Giscala, tomá-ronla, y quemada y destruida, se volvieron a sucasa: con esta injuria se le encendió a Juan lacólera, e hizo tomar armas a todos los de sutierra, y habiendo peleado con los dichos pue-

blos, reedificó su ciudad y, por que estuviesemás segura, fortifícóla de muralla a la redonda.Los de Gamala perseveraban en la fidelidad delos romanos por esta causa: Filipo, hijo deJacírno, mayordomo del rey Agripa, esca-bulléndose, sin esperarlo él, mientras combat-ían la casa real de Jerusalén, cayó en peligro deser degollado por Manahemo y por los ladro-nes, sus compañeros; mas salvóse por interve-nir ciertos parientes suyos de Babilonia, queestaban entonces en Jerusalén, y huyó cincodías después, disfrazado por no ser conocido; ycomo llegase a un pueblo suyo, que está cercadel castillo de Gamala, hizo venir allí a muchosde sus súbditos.Entretanto, acontecióle una cosa de milagro,que fue causa de que de otra manera pereciera.Dióle de súbito una calentura, y escribió unascartas para Agripa y Bernice, y diólas a un es-clavo suyo horro para que las diese a Baro,porque a éste hablan a la sazón dejado encar-gada su casa el rey y la reina, y ellos habían ido

a Berito a salir al camino a Gessio. Baro, recibi-das las cartas de Filipo y entendido que se hab-ía salvado, pesóle de ello mucho, temiendo queen adelante, por estar Filipo sano y salvo, nohabrían menester el rey y la reina servirse másde él: hizo, pues, parecer al hombre que trajolas cartas delante del pueblo, y acusólo como afalsario y que había fingido la nueva que habíatraído, porque Filipo estaba en Jerusalén conlos judíos haciendo la guerra contra los roma-nos, y así lo hizo condenar a muerte. Filipo,como no volviese el hombre que envió, y nosupiese la causa, tornó a enviar otro con otrascartas para saber lo que al primero había acon-tecido o por qué tardaba en volver; pero Barobuscó a éste achaques por donde también lomató, porque los sirios que moraban en Cesá-rea lo habían alentado para que procurase estarmás alto, diciéndole que Agripa había de morira manos de los romanos por haberse rebeladolos judíos, y le habían de dar a él el reino por elparentesco que él tenía con los reyes, porque

claro estaba que Baro era de linaje real, puesdescendía del Sohemo, rey del Líbano. Este,pues, levantado con esta esperanza, detuvo ensu poder las cartas, recatándose mucho no vi-niesen a manos del rey, y tenía guardas en to-dos los caminos, porque escabulléndose algunosecretamente hiciese saber al rey lo que pasaba,y mataba muchos de los judíos por complacer alos sirios que moraban en Cesárea; y aun man-do en Bathanea determinó, con ayuda de lostraconitas, dar sobre los judíos llamados babi-lonios, que moraban en Batira, y haciendo pa-recer ante sí a doce judíos, los más principalesde los de Cesárea, mandóles que fuesen allá ydijesen de su parte a los judíos que les habíandicho que ellos andaban ordenando levantarsecontra el rey, mas porque no quería creerlo, lesavisaba que dejasen las armas; porque hacién-dolo así, sería prueba muy cierta que con razónno habla dado crédito a los rumores falsos;mandóles también decir que era menester queenviasen setenta varones de los más principales

que respondiesen al delito de que estaban acu-sados. I-licieron aquellos doce lo que les fuemandado, y como viniesen a los de su naciónque moraban en Batira y hallasen que ningunacosa ordenaban de nuevo, hicieron con ellosque enviasen los setenta varones; viniendoéstos con los doce embajadores a Cesárea, sa-liéndoles a recibir Baro al camino, acompañadode la guarda del rey, los mató a ellos y a losmismos embajadores, y luego prosiguió su ca-mino para ir contra los judíos que moraban enBatira; pero primero que él, llegó uno de aque-llos setenta que por dicha se escapó, y avisadoscon esta nueva, tomadas de presto sus armas,se recogieron con sus mujeres e hijos a la villade Gamala, dejando en sus pueblos muchasriquezas y gran número de ganados.Cuando oyó esto Filipo fuese también él allá, ycomo lo vió venir la gente, daban todos vocesque tuviese por bien ser su capitán y encargarsede la guerra contra Baro y los sirios de Cesárea,porque había habido fama que éstos habían

muerto al rey; pero Filipo reprirnióles el ímpe-tu, trayéndoles a la memoria las buenas obrasque del rey habían recibido, y además de esto,cuán grande era la pujanza de los romanos yque se corría grande peligro en provocarlos detal suerte, como era rebelándose. De esta mane-ra pudo más el consejo de este varón.Como el rey sintiese que Baro quería matar alos judíos que estaban en Cesárea con sus muje-res e hijos, que eran muchos millares, enviólepor sucesor a Equo Modio, como en otra partese ha dicho; y Filipo conservó a Gamala y laregión comarcana en la ¡ealtad con los roma-nos.En este tiempo, como yo viniese a Galilea, sabi-das estas cosas por nueva cierta, escribí al Con-cilio de Jerusalén, queriendo saber de ellos quéera lo que me mandaba. Fuéme respondido queme quedase en Galilea, y que entendiese endefenderla, y detuviese conmigo también a miscompañeros, si a ellos les pareciese; éstos, des-pués de haber cogido muchos dineros de las

décimas que por ser sacerdotes se les daban ydebían, determinaban volverse a su tierra; perorogándoles yo que se detuviesen conmigo, has-ta que hubiésemos dado orden y asiento entodas las cosas, fácilmente vinieron en ello. Par-tiendo, pues, con ellos de Séforis, vine a Beth-maunte, que está cuatro estadios de Tiberíades,y a los principales de aquel pueblo, los cuales,después que vinieron, y entre ellos justo tam-bién, díjeles que yo y mis compañeros venía-mos por embajadores del pueblo de Jerusalénpara tratar con ellos de derribar el palacio quehabía edificado allí el tetrarca Herodes, y ador-nado de diversas pinturas de animales, puesque sabían que aquello era vedado en nuestrasleyes; y rogábales que lo más presto que serpudiese nos diesen lugar para hacerlo, lo cual,aunque lo rehusaron muy grande rato Capellay los de su bando, al fin, porfiando mucho, aca-bamos con ellos que consintiesen.Entretanto que nosotros estábamos en estaporfía, Jesús hijo de Safias, capitán de un bando

de marineros y hombres pobres, juntando con-sigo muchos galileos, había puesto fuego alpalacio, creyendo sacar de allí buen despojoporque habla visto ciertos adornos de él dora-dos, y robaron muchas cosas más de las que anosotros nos parecía. Después de haber nos-otros hablado con Capella y con los principalesde los Tiberíades en Bethinaunte, nos fuimos alos lugares más altos de Galilea. Entonces losde la parcialidad de Jesús mataron todos losgriegos que moraban en aquella ciudad y cuan-tos habían tenido antes de aquella guerra porenemigos.Yo, cuando oí esto, descendí muy enojado aTíberíades y trabajé por recuperar todo lo quepude de la hacienda del rey, que había sidorobada, así como candeleros de Corinto, mesasreales y Iran copia de plata por labrar, y todo loque cobré determine tenerlo guardado para elrey. Llamados, pues, diez de los mejores delSenado, y Capella, hijo de Antylo, les entreguéaquellos vasos, mandándoles que no los diesen

a nadie sin mi consentimiento; de allí vine conmis compañeros a Giscala, a casa de Juan, asaber qué pensamiento era el suyo, y luegohallé que, con deseo de revueltas y novedades,procuraba alzarse con la tierra; porque me ro-gaba que le dejase llevar el trigo de Usar, queestaba depositado en las aldeas de Galilea lasuperior, diciendo que quería gastarlo en edifi-car los muros de su tierra; pero como yo oliesesus pensamientos y lo que pretendía, dije queen ninguna manera se lo consentiría. Mi pen-samiento era tener guardado aquel trigo, o paralos romanos, o para mí mismo, porque tenía yoel cargo de aquella región que me había enco-mendado la ciudad de Jerusalén. Como de míninguna cosa alcanzase, habló sobre este nego-cio a mis compañeros, los cuales, sin tenercuenta con lo que será, y codiciosos de co-hechos, por presentes que les hizo, le pusieronen las manos todo el trigo de aquella provincia,porque yo no pude ponerme contra dos.

Después Juan se aprovechó de otro engaño,porque decía que los judíos que moraban enCesárea de Filipo, estando por mandamiento Mrey, a quien eran sujetos, detenidos dentro delos muros, quejándose que les faltaba aceitelimpio, se lo pedían a él porque no les fueseforzado usar del de los griegos contra su cos-tumbre; pero no decía él estas cosas por tenerrespeto a la religión, sino vencido con codiciade torpe ganancia; porque sabiendo que enCesárea se vendían dos sextarios por unadracma, y en Giscala ochenta sextarios por cua-tro dracmas, envióles todo el aceite que allíhabla, dándole yo lugar a ello, como él quería,que pareciese que lo daba; porque no lo con-sentía de voluntad, sino por miedo de que si lefuera a la mano, me apedreara el pueblo.Después que estuve por ello, valióle a Juan mu-chos dineros esta mala obra; de aquí envié miscompañeros a Jerusalén, y en adelante meocupé sólo en aderezar armas y fortalecer lasciudades. Después, haciendo llamar los más

esforzados de los salteadores, como vi que nohabía remedio que dejasen las armas, acabé conla muchedumbre, que los tomasen a sueldo,dándoles a entender cómo era más provechopara ellos tenerlos así, que no que les destruye-sen la tierra con robos, y de esta manera losdespedí, habiéndome prometido debajo de ju-ramento que no entrarían en nuestra regiónsino cuando fuesen llamados, o cuando no lesquisiesen pagar su sueldo; mandéles primeroque se guardasen de hacer injuria a los roma-nos y a os oradores de aquella región; sobretodo más procuré tener a Galilea en paz; y co-mo quisiese, debajo de título de amistad, tenercomo prendados a los principales de aquellaregión, que eran casi setenta, de que me guar-darían lealtad, haciéndome amigo con ellos, lostomé por compañeros y anegados en lo que sehabía de juzgar, determinando las más de lascosas por su parecer; llevando cuidado en ladelantera, de que por no mirar no me apartase

de la justicia, y de guardarme de ser sobornadocon presentes.Siendo, pues, de edad de treinta años, en lacual, ya que uno refrene sus torpes deseos, condificultad se escapa de la envidia de los calum-niadores, principalmente si tienen gran mando,a ninguna mujer hice fuerza, ni consentí quecosa alguna me diesen; porque de nada teníanecesidad, antes ofreciéndome las décimas, quecomo a sacerdote se me debían, no las quiserecibir; pero recibí parte de los despojos de lavictoria que hubimos de los sirios que allí mo-raban, la cual confieso que envié a mis parien-tes a Jerusalén; y aunque torné por fuerza dearmas a los seforitas dos veces, a los tiberiensescuatro, a los gadarenses una, y hube en mi po-der a Juan, que muchas veces me había urdidotraición, ni de él ni de ninguno de los pueblosque he dicho consentí que tomase castigo, comocontaremos en el proceso de la historia; por locual pienso que Dios, que tiene cuenta con lasbuenas obras, me libró entonces de lo que me

andaban urdiendo mis enemigos, y despuésmuchas veces de muchos peligros, como se diráen su lugar.Y era tan grande la lealtad y amor que me teníael vulgo de los galileos, que habiéndoles toma-do sus ciudades, y ¡levídoles cautivas sus fami-lias, más era el cuidado que tenían de ponermea mi en cobro, que no en llorar sus desventuras.Viendo esto Juan, hubo envidia de ello, yrogóme por sus cartas que le diese licencia,porque estaba mal dispuesto, para irse a recreara los baños de Tiberíades, la cual yo le di debuena voluntad, no sospechando cosa alguna, yaun escribí a aquellos a quienes yo había enco-mendado la gobernación de la ciudad, que leaparejasen posada para él y sus compañeros ytodo lo necesario para su honesto manteni-miento; yo entonces moraba en una villa deGalilea que se dice Caná.Juan, después que vino a Tiberíades, trató conlos de la ciudad, para que olvidando la palabraque me habían dado, se uniesen con él; y mu-

chos hicieron de buena gana lo que les rogó,porque eran hombres amigos de novedades ycodiciosos de mudanzas, e inclinados a revuel-tas y disensiones, y principalmente a Justo y asu padre Pisto les vino esto a pedir de boca,porque tenían gran deseo de dejarme a mi, ypasarse con Juan; pero viniendo yo entretanto,hice no llegase a efecto, porque Sila, a quien yohabía puesto por gobernador de Tiberíades, meenvió un mensajero a hacerme saber la volun-tad de aquella gente, y avisarme que me dieseprisa, porque de otra manera la ciudad vendríapresto a poder de otros.Leídas, pues, las cartas de Sila, tomé doscientoshombres en mi compañía, y caminé toda la no-che, enviando el mensajero delante que hiciesesaber mi venida a los tiberienses; por la maña-na, estando ya muy cerca de la ciudad, saliómeel pueblo a recibir, y Juan entre ellos, el cual,como me saludase con rostro muy demudado,recelándose que, descubierto en lo que andaba,corriese peligro de la vida, fuese corriendo a su

posada, y como yo llegase al teatro, despedidoslos de mi guarda, que no dejé sino uno, y con éldiez hombres armados, comencé a hablar alAyuntamiento de los tiberienses desde un lugaralto, y amonestábales que no se amotinasen tanpresto, porque de otra manera se arrepentiríanantes de mucho a de haber cumplido su pala-bra; y que nadie les creería de allí en adelantede ligero, y con razón, teniéndoles por sospe-chosos, por haber faltado entonces a lo queprometieron.Apenas había acabado de decir esto, cuando oía uno de los míos decirme que descendiese,porque no era tiempo de ganar la voluntad delos tiberienses, sino de mirar por lo que tocabaa mi propia seguridad, y cómo librarme de misenemigos. Porque después que Juan supo queyo estaba casi solo, escogiendo de los mil sol-dados que tenía aquellos de quienes más sefiaba, los había enviado para que me matasen, yya estaban en el camino. Pusieran en obra sumaldad si de presto no saltara de allí abajo con

Jacobo uno de los de mi guarda, recogiéndomeHerodes, natural de Tiberiades, el cual, lleván-dome al lago, entré en un navío que a dichaestaba allí; y habiendo escapado de las manosde mis enemigos, lo cual nunca pensé, llegué aTaricheas.Los moradores de aquella ciudad, cuando oye-ron la poca lealtad de los de Tiberíades, enojá-ronse en gran manera, y echando mano a lasarmas, me rogaron que fuese por su capitáncontra ellos, diciendo que querían vengar lainjuria de haber ofendido a su capitán; y publi-caban esta maldad por toda Galilea, para quetodos se levantasen contra los de Tiberíades,rogándoles que todos se viniesen a Taricheas,para hacer, con consentimiento de su capitán,lo que les pareciese; de manera que de todaGalilea acudieron con sus armas, rogándomecon mucha importunidad que fuese sobre Tibe-ríades, y tomada por fuerza de armas, la pusie-se por el suelo, y vendiese en almoneda los mo-radores con todas sus familias. Lo mismo me

aconsejaban también mis amigos, que se habíanescapado de Tiberíades; pero yo no lo consentí,teniendo por mal hecho comenzar guerra civil,y pareciéndome que una contienda como aqué-lla no se debla extender a más que a palabras, yaun decíales que a ellos tampoco les venia bienque se matasen unos a otros entre sí a vista delos romanos. Al fin, con esta razón se amansó laira de los galileos.Y Juan, después que no le sucedieron sus lazoscorno quería, temió le viniese algún mal, y to-mando la gente de armas que tenía consigo,dejó a Tiberíades y se fue a Giscala; de allí meescribió excusándose de lo que había pasado,que él no había sido parte en ello, y rogábameque ninguna sospecha tuviese de él, haciendojuramentos y echándose crueles maldicionespara que diese más crédito a lo que me escribía.Pero los galileos, habiéndose juntado otra vezgran número de ellos de toda la región, con susarmas, entendiendo cuán mal hombre era aquély perjuro, me rogaban que los llevase contra él,

prometiéndome que a él lo quitarían del mun-do y asolarían a su tierra Giscala. Dadas, pues,las gracias por el favor, les prometí que traba-jaría por no deberles nada en amistad y buenasobras; pero rogábales que no diesen más lugara la ira y me perdonasen, porque tenía por me-jor sosegar los alborotos sin muertes. Esto pare-ció bien a los galileos, y luego vinimos a Séforis.Los de la villa que estaban determinados apermanecer leales al pueblo romano, temiendomi venida, procuraron ocuparme en otros ne-gocios para vivir ellos más seguramente, y en-viaron un mensajero a Jesu, capitán de ladro-nes, que moraba en los confines de Ptolemayda,prometiéndole muchos dineros si con los ocho-cientos hombres que mantenía nos hiciese gue-rra. El, movido por lo que le prometían, quisodar 3obre nosotros, que estábamos sin tal pen-samiento, y tomarnos desapercibidos. Así queenvióme a rogar con un mensajero que le dieselicencia para venirme a hablar; lo cual alcanza-do, porque yo no había sentido la traición, to-

mando la compañía de ladrones, se dio prisa enel camino; pero no salió con la maldad que hab-ía intentado, porque como estuviese ya cercauno de los de su compañía, que se le amotinó,me hizo saber su pensamiento; como yo le oí,salí a la plaza, fingiendo que ninguna cosa sa-bia de la traición, y conmigo todos los galileoscon sus armas y algunos de los tiberienses.Después de esto, habiendo puesto guardas enlos caminos, mandé a los que guardaban laspuertas que, viniendo Jesu, le dejasen entrarcon solos los primeros, y a los demás cerrasenlas puertas; y si se pusiesen en querer entrarpor la fuerza, que a cuchilladas se lo impidie-ran; los cuales haciéndolo como se lo habíanmandado, entró Jesu con pocos, y mandándoleyo que luego soltase las armas si no quería mo-rir, viéndose cercado de armados, obedeció.Entonces los que venían con él, que quedabanfuera, como sintieron que su capitán era preso,luego se fueron huyendo; y yo, tomando apartea Jesu, de mí a él le dije que bien sabía la trai-

ción que me tenía armada, y quiénes eran losque habían sido causa de que se ordenase; peroque yo le perdonaría su yerro si, mudado elpensamiento, quisiese serme leal en adelante; elcual, prometiéndomelo, le solté, dándole licen-cia que tornase a recoger la gente que antestenía, y amenacé a los de Séforis que me lo pa-garían si en adelante no viviesen sosegados.Por el mismo tiempo vinieron a mí dos vasallosdel rey de los Grandes de Trachonitide, y ven-ían con ellos sus escuderos de a caballo, y tra-ían armas y dineros. Como los judíos apre-miasen a éstos que se circuncidasen si queríantratar con ellos, no consentí que se les hicieseenojo alguno, afirmando que era menester quecada uno sirviese a Dios de su propia voluntad,y no forzado; y que no se había de dar ocasiónen que les pesase a los otros haberse acogido anosotros por su seguridad; y habiendo persua-dido de esta manera a la muchedumbre, dilesabundantemente a aquellos varones de comer asu costumbre.

Entretanto, el rey Agripa envió gente, y porcapitán de ella a Equo Modio, para que toma-sen por fuerza el castillo de Magdala; pero noatreviéndose a ponerle cerco, teniendo los ca-minos tomados, hacían el mal que podían aGamala; y Ebucio de Cardacho, que tuvo lagobernación del Campo Grande, oído que yohabía venido a la villa de Simoníada, que estáen los fines de Galilea, y de ella sesenta esta-dios, tomando de noche cien de a caballo quetenía consigo, y casi doscientos de a pie, y losgabenses que habían venido en su ayuda, cami-nando de noche, llegaron a aquella villa. Contrael cual, como yo sacase un gran ejército de losmíos, procuró sacarnos a un llano, confiando enlos de a caballo; pero ninguna cosa le apro-vechó por no querer yo moverme de mi lugar,porque vela que él había de llevar lo mejor si,llevando yo gente toda de a pie, descendiesecon él en campo raso. Y después que Ebuciopeleó valientemente un buen rato, viendo al finque en aquel lugar no se podía aprovechar cosa

alguna de los caballos, dada señal a los suyosque se recogiesen, se fue a Gaba, sin dejarhecho nada, habiendo perdido solamente tresen la refriega; pero yo fui en su alcance con dosmil hombres de armas, y como viniese a Besara,la cual villa está en los confines de Ptolemayda,a veinte estadios de Gaba, donde estaba enton-ces Ebucio, habiendo aposentado mi gente fue-ra por los caminos, para que estuviésemos se-guros que no diesen sobre nosotros los enemi-gos hasta que hubiésemos llevado el trigo, deque se habla traído allí gran copia de las villascomarcanas de la reina Berenice; y así carguémuchos camellos y asnos que para esto hablatraído, y envié aquel tributo a Galilea; despuésque fue este negocio acabado, di campo abiertoa Ebucio para que pudiese pelear. Y como él nose atreviese, atemorizado de ver nuestra osadía,volvime contra Neopolitano, porque oí quehabía talado los campos de los tiberienses. Esteestaba en socorro de Escitópolis con un es-cuadrón de a caballo. Habiendo, pues, estorba-

do a éste que diese más enojo a los de Tibería-des, me ocupaba M todo en mirar por las cosasde Galilea.Por otra parte, Juan, hijo de Levi, que dijimosque vivía en Giscala, después que conoció quetodas mis cosas sucedían a mi voluntad, y queyo era amado de mis súbditos y temido de misenemigos, no pudo sufrir esto con buen co-razón. Pareciéndole que no era por su bien miprosperidad, tornóme muy grande envidia; yteniendo esperanza que con hacer que missúbditos me aborreciesen atajaría mis buenasdichas, solicitó a los de Tiberíades y a las deSéforis, y parecióle que también a los gabare-nos, a que, dejándome, se hiciesen de su bando,las cuales ciudades son las principales en Galfi-ca. Decíales que siendo él capitán, andarla todocon mejor concierto.Los de Séforis no vinieron en ello, porque sintener cuenta conmigo ni con él en esto, teníanojo a estar debajo de la sujeción de los romanos.Los de Tiberíades lo rehusaron igualmente,

aunque prometieron tenerlo a él también poramigo; pero los gabarenos se sometieron a Juanpor autoridad de Simón, que era un ciudadanoprincipal y amigo y compañero de Juan; mas nose pasaron a él abiertamente, porque temíanmucho a los galileos, cuya buena voluntad paraconmigo habían ya conocido por experiencia;pero secretamente andaban buscando ocasiónpara matarme, y verdaderamente yo me vi enmuy grande peligro por lo que ahora diré.Ciertos mancebos dabaritenos atrevidos, comoviesen que la mujer de Ptolorneo, procuradordel rey, caminaba de las tierras del rey a la pro-vincia de los romanos por el Campo Grandecon mucho aparato y compañía de algunos de acaballo, salieron a ellos de repente; y haciendohuir a la mujer, robáronle cuanto llevaba.Hecho esto trajeron a Taricheas, donde yo esta-ba, cuatro mulos cargados de vestidos y diver-sas alhajas, entre las cuales había muchos vasosde plata y quinientas monedas de oro. Que-riendo yo guardar esto para Ptolomeo, por ser

de mi misma tribu, porque nuestra ley mandaque procuremos por las cosas de los de nuestrolinaje, aunque nos sean enemigos, dije a los quelo habían traído que cumplía que se pusiese enguarda, para que se vendiese y se llevase lo quepor ello se diese a la ciudad de Jerusalén para lafábrica de los muros. Esto pesó muy mucho alos mancebos, porque no les di parte del despo-jo, como lo esperaban; por lo cual, derramán-dose por las aldeas de Tiberíades, sembraronfama que yo quería entregar a los romanosaquella región, porque había fingido que guar-daba aquel despojo para fortalecer a Jerusalén;y a la verdad lo guardaba para restituir a sudueño lo que le habían tomado, en lo cual no seengañaban; porque después que los mancebosse fueron, llamando dos principales ciudada-nos, Dassion y Janneo, hijo de Leví, muy ami-gos del rey, les mandé que le llevasen las al-hajas que le habían sido tomadas, amenazándo-les de muerte si descubriesen este secreto aalgún hombre.

Y como se sonase por toda Galilea que yo quer-ía vender a los romanos su región, estando inci-tados todos para darme la muerte, los de Tari-chea, que también daban crédito a las falsaspalabras de los mancebos, aconsejaron a los demi guarda y a los otros soldados que, dejándo-me durmiendo, se viniesen al cerco para con-sultar allí con los demás para quitarme el man-do; los cuales, persuadidos, hallaron allí mu-chos que ya se habían antes juntado, dandovoces todos a una que se debía tomar venganzadel que hacía traición a la república. Pero el quemás hurgaba en ello era Jesu, hijo de Safias, queentonces tenla el sumo magistrado, hombremalo y de suyo dado a mover alborotos, y tandesososegado como el que más puede ser. Este,trayendo entonces consigo las tablas de Moisés,poniéndose en medio, dijo: "Ya que vosotros notenéis cuidado ninguno de lo que os toca, a lomenos no queráis menospreciar estas leyes sa-gradas; las cuales Josefo, este vuestro capitán,digno de ser aborrecido de todo el pueblo, tiene

corazón para venderlas, por lo cual merece quese le dé muy cruel pena." Habiendo dicho esto,y respondido el pueblo a voces que así debíahacerse, tomó consigo ciertos hombres arma-dos, y fuese corriendo a las casas donde yo po-saba, con propósito firme de darme la muerte,sin sentir yo cosa ninguna del alboroto.Entonces Simón, uno de los de mi guarda, elcual había entonces quedado solo conmigo,oyendo el tropel de los de la ciudad, me des-pertó aprisa; y avisándome del peligro en queestaba, aconsejáme también que determinaseantes morir como capitán generoso, que nocomo a mis enemigos se les antojase darme lamuerte. Amonestándome él esto, encomen-dando yo a Dios mi vida, y vistiéndome de ne-gro, salí; y llevando una espada ceñida, toman-do el camino por aquellas calles por donde sa-bia que no había de encontrar a ninguno de miscontrarios, Regando al cerco me mostré a meviesen, derribándome en tierra, el rostro en elsuelo, y regando el suelo con lágrimas de tal

manera, que movía a todos a misericordia; ycorno sentí a la gente mudada, procuré apar-tarlos de sus pareceres, antes que los armadosvolviesen de mi casa; y confesando que no es-taba sin culpa del delito que me imponían, lesrogué ahincadamente que supiesen primeropara qué fin guardaba el despojo que mehablan traído, y que después, si les antojase, mediesen la muerte.Mandándome el pueblo que lo dijese, entretan-to volvieron los armados, los cuales, cuando mevieron, arremetieron contra mí con propósitode quitarme la vida. Mas estorbándoselo elpueblo con voces, reprimieron su ímpetu, te-niendo para sí que después que yo confesase latraición, y cómo había guardado para el rey eldinero, tendrían mejor ocasión de poner enobra lo que querían.Después que todos estuvieron atentos, dije:"Varones hermanos, si os parece que he mere-cido la muerte, no rehuso morir; pero quiero,antes que muera, deciros la verdad. Por cierto,

como yo vi esta ciudad muy a propósito paralos forasteros, y que muchos, dejadas sus pro-pias tierras, se huelgan venir a vivir con voso-tros, para teneros compañía en cualquiera cosaque sucediese, había determinado edificarosunos muros con estos dineros; y por tenerlosguardados para esto, ha nacido este vuestroenojo tan grande." A estas palabras dieron vo-ces los de Taricheas, y los extranjeros, dándomelas gracias, y diciéndome que me esforzase ytuviese buen ánimo; pero los galileos y los deTiberíades porfiaban en su ira, y hubo entreellos diferencias, porque éstos me amenazabanque se lo había de pagar, y los otros, por el con-trario, me animaban y me decían que estuvieseseguro. Pero después que prometí que tambiénharía muros a los de Tiberíades y a las otrasciudades que estuviesen en lugar aparejado,dando crédito a mis promesas se fueron cadauno a su casa; y yo, habiendo escapado de tangrande peligro, sin esperar más, volvíme a micasa con mil amigos y veinte hombres armados.

Mas los ladrones y los que habían levantado elalboroto, temiendo pagar lo que habían hecho,con seiscientos armados volvieron otra vez a micasa con propósito de ponerle fuego. Y sabien-do yo su venida, teniendo por cosa fea huir,determiné usar contra ellos de osadía; mandécerrar las puertas de mi casa, y yo mismo, des-de un tirasol, les dije que me enviasen algunosque recibiesen el dinero, por el cual ellos an-daban alborotados, para que no hubiese porqué tener más enojo. Como ellos determinasenesto, al mayor alborotador de aquellos que en-traron en mi casa, torné a echar fuera despuésde haberlo azotado y cortándole una mano, lacual hice llevar al cuello colgada, para que vol-viese así a los que lo habían enviado. Ellos seatemorizaron con esto en gran manera; y te-miendo sufrir la misma pena si allí se descu-briesen, porque pensaban que yo tenía muchosarmados en mi casa, súbitamente huyeron to-dos; y así, con esta astucia, me escapé de otroslazos que me podían armar.

Y con todo esto no faltó quien después alboro-tase el vulgo, diciendo que no era bien hechodar la vida a aquellos caballeros de la casa de¡rey que se habían acogido a mí, si no se pasasena los ritos de aquellos a quienes venían a pediramparo, y cargábanles que eran favorecedoresde los romanos y hechiceros; y luego se co-menzó a alborotar la muchedumbre, engañadapor los que le hablaban a favor de su paladar.Lo cual sabido, desengañé yo al pueblo, dicien-do que no era razón hacer enojo y agravio a losque a ellos se habían acogido; rechazando lavanidad de la culpa que les cargaban de serhechiceros, con decir que no había para qué losromanos diesen de comer a tantas capitanías, sipodían alcanzar la victoria por industria dehechiceros.Amansados un poco con estas palabras, ya quese habían salido, moviéronlos otra vez a la iracontra aquellos caballeros algunos hombresperdidos, tanto que, tomando sus armas, fue-ron corriendo a las casas en que los otros mora-

ban en Taricheas, para quitarles las vidas. Co-mo yo lo supe, temí mucho que, consentida estamaldad, ninguno en adelante se acogiera a no-sotros; por lo cual, tomando algunos otrosconmigo, vine apresuradamente a la posada deellos; la cual cerrada, haciendo traer un barcopor una cava que iba de allí al mar, nos entra-mos en él y pasamos a los confines de los Hip-penos; y dándoles con qué comprasen caballos(que por salir huyendo de esta suerte, no pu-dieron sacar los suyos), los despedí, rogándolesmucho que con fuerte ánimo llevasen la presen-te necesidad, porque a mí también me pesabamucho verme forzado a poner otra vez en tierrade sus enemigos a los que una vez se habíanfiado de mi palabra; pero tuve por mejor queellos muriesen a manos de los romanos, si asísucediese, que no que en mi tierra fuesen muer-tos por maldad. No murieron, Porque el rey lesperdonó su yerro; veis aquí en qué pararonéstos.

Los de Tiberíades rogaron al rey por cartas, queenviase gente de guarnición a su tierra, prome-tiéndole que se pondrían en sus manos. Lo cualhecho, luego que vine a ellos, me pidieron conmucho ahínco que les edificase los muros queles había prometido, porque habían oído queTaricheas estaba ya cercada de muros. Yo se lootorgué, y después que de todas partes juntélos materiales, mandé a los oficiales que comen-zasen la obra.Partiendo yo de allí a tres días de Tiberíadespara Taricheas, que está treinta estadios, poracaso descubrí ciertos caballeros romanos quellegaban cerca de Tiberíades. Los de la ciudad,pensando que eran del rey, comenzaron luego ahablar de él con mucha honra, y de mí se atre-vieron a decir injurias y afrentas. Luego vinouno corriendo a hacerme saber lo que pasaba ycómo tenían ojo a amotinarse, de lo cual recibímucho temor, porque entonces, como veníacerca el sábado, había enviado de Taricheas mishombres de armas a sus casas, para que cele-

brasen su fiesta los de Taricheas más a su pla-cer, estando sin gente de guerra; y fuera de es-to, todas las veces que estaba en aquel lugar,me paseaba aun sin los de mi guarda, porqueconfiaba en la buena voluntad que muchas ve-ces había experimentado tenerme los morado-res. Asi que, como solamente tuviese conmigosiete soldados y algunos amigos, no sabía quéhacerme; porque no me parecía bien tornar allamar la gente, ya que era tarde, a los cuales enel día siguiente no les permitía nuestra ley to-mar armas aunque fuesen necesarias; y si lleva-ba en mi defensa a los de Taricheas y los foras-teros que moraban con ellos, convidándoloscon la esperanza del despojo, veía que no tenlafuerzas bastantes con ellos. La cosa no sufríadilación, porque temía que aquellos que el reyenviaba, se alzasen con la ciudad y me echasena mí fuera; por lo cual determiné aprovecharmede una astucia. Puse luego mis amigos de quie-nes más me fiaba, delante las puertas de Tari-cheas, para que no dejasen salir a nadie; y

haciendo juntar las cabezas de las familias,mandé a cada uno que sacase una nao al lago, yque, entrando en ella con su ¡loto viniesen trasmí; y entonces yo, con mis amigos y, aquelossie'te soldados, entrando en una nao, tomé elcamino de Tiberiades.Como los de Tiberíades conocieron que no eragente del rey la que pensaron, y que todo ellago estaba lleno de naos, asombrados y te-niendo temor de que su ciudad se perdiese,como si viniera gente de guerra en las naos,mudaron el acuerdo que habían tomado. Asíque, dejadas las armas, me salieron a recibircon sus mujeres e hijos, recibiéndome con mu-chas bendiciones, porque pensaban no haber yosentido su propósito, y rogábanme que tuviesepor bien el venir a su ciudad. Yo, como llegasecerca, mandé a los pilotos que echasen las ánco-ras lejos de tierra, porque no viesen los de laciudad que las naos estaban vacías; y llegadojunto a la ciudad en una nao, reñí con ellosporque eran tan ligeros para quebrantar tan

neciamente la palabra que me hablan dado;después les prometía que sin duda los perdo-naría si me enviasen diez de los más principa-les, lo cual hicieron ellos sin detenimiento; yvenidos, los metí en una nao y los envié a Tari-cheas a que los tuviesen en guarda.Con esta maña, prendiéndoles poco a pocounos en pos de otros, pasé allá todo el Senado,y otros tantos de los más principales del pueblo.Entonces la otra muchedumbre, como vio elpeligro en que estaba, rogábame que hiciesejusticia del que habla sido causa de aquel albo-roto. Este decían que era Clito, mancebo atrevi-do y mal mirado; yo, que tenía por cosa nefastamatar hombres de mi tribu, y con todo eso meera necesario castigarlo, mandé a Lebias, unode los de mi guarda, que se llegase a él y le cor-tase una mano, el cual como no se atreviese asalir solo entre tanta gente, porque los de Tiber-íades no sintiesen su temor, llamé yo a Clito, yle dije: “Porque mereces que te corten ambasmanos por haber sido conmigo hombre tan

ingrato y fementido, es menester que tú seas elverdugo para ti mismo, porque si no lo quiereshacer, se te dará castigo más grave." Como merogase mucho que le dejase una mano, con grandificultad se lo concedí; y luego, de buena vo-luntad echó mano a un cuchillo, y porque no selas cortasen ambas, se cortó la mano izquierda.De esta manera se apaciguó aquel alboroto.Vuelto yo después a Taricheas, los de Tibería-des, como supieron el ardid de que yo hablausado, maravillábanse cómo sin muertes habíaamansado su locura. Entonces, haciendo sacarde la cárcel a los tiberienses, a Justo y a su pa-dre Pisto, que estaban entre ellos, diles un con-vite, y dijeles mientras comíamos, que yo biensabía que los romanos sobrepujaban en poten-cia a todos los hombres, pero que disimulabapor tantos ladrones como había, y aconsejábalesque también ellos hiciesen lo mismo, esperandomejor tiempo; y que entretanto no llevasen amal estar sujetos a mí, pues que no podían te-ner capitán que fuese más a su provecho que

yo. Y avisé también a justo cómo antes que yoviniese de Jerusalén los galileos habían a suhermano cortado las manos, acusándole de quefingió ciertas escrituras, y que fie falsario;y que después, de la partida de Filipo, los ga-malitas, teniendo disensión con los de Babilo-nia, habían muerto a Chares, pariente del mis-mo Filipo, y a su hermano Jesu, cuñado delmismo justo, le habían dado una pena justa ymoderada. Habiéndoles dicho esto en el convi-te, por la mañana envié a justo con los suyosdándolos por libres.Poco antes Filipo, hijo de Jacinio, se habla idode Gamala por la causa que diré. Luego quesupo que Baro se habla rebelado contra el reyAgripa, y que Equo modio había sido enviadopor su sucesor, el cual era su amigo, hizole sa-ber Por cartas su estado; y como él las recibió,hubo mucho Placer de que Filipo estaba en sal-vo, y envió aquellas cartas al rey y a la reina,que entonces estaban en Beryto. Entonces elrey, corno entendió que era mentira lo que se

había sonado que Filipo se había ofrecido a losjudíos para ser su capitán contra los romanos,envió ciertos de a caballo que se lo trajesen; ycuando vino, abrazándole con mucho amor,mostrábale a los capitanes romanos, diciendo:«Este es aquel de quien hubo fama que se hablarebelado contra los romanos." delandóle luegoque tomase una capitanía de a caballo, fuesecorriendo al castillo de Gamala, sacase de allí alos de la casa, fuese a restituir en Batanea a losbabilonios, y trabajase de todas maneras paraque los súbditos no urdiesen novedad alguna.Habiéndole el rey mandado esto, Filipo se fuecon mucha prisa a ponerlo por obra.Un Josefo que se hacía médico, haciendo juntade mancebos de los más atrevidos, y sublevan-do los grandes de los de Gamala, aconsejó alpueblo que se rebelase contra el rey, y que po-niéndose en armas, procurasen cobrar la liber-tad que solían tener. De esta manera atrajeronotros a su parecer, matando a los que osabanhablar en contrario. Entre éstos murió Chares y

Jesu, su pariente y una hermana de justo, natu-ral de Tiberíades, corno arriba dijimos. Despuésde esto me rogaron por carta que les enviasesocorro, y juntamente quien les cercase su villacon muros; yo les otorgué lo uno y lo otro.En estos mismos días se rebeló también contraAgripa la región Gaulanitide hasta la villa deSolima. Cerqué también de muros a los lugaresde Logano y de Seleucia, que de suyo eran fuer-tes. Asimismo fortalecí las aldeas de Galileaalta, aunque estaban en sitio áspero y alto, aJamnia, a Anierytha y a Charabes. Y en Galileahice fuertes estas villas, Taricheas, Tiberíades ySéforis; y aldeas, la cueva de los Arbelos, Ber-sobe, Selames, Jotapata, Capharath, Comoso-gana, Nephapha y el monte Itabirio. En estoslugares encerré también gran copia de trigo, ymetí armas con que se defendiesen.Entretanto Juan, hijo de Levi, cada día me to-maba mayor odio pesándose de mis buenasdichas; y como determinase quitarme de todasmaneras del mundo, después que cercó de mu-

ros a Giscala, su tierra, envio a su hermanoSimón con cien soldados a Jerusalén, a Simón,hijo de Gamaliel, a rogarle que hiciese con losde la ciudad que me quitasen el mando y nom-brasen al mismo Juan, por voto de todos, presi-dente de Galilea. Este Simón, natural de Jeru-salén, era de muy ilustre sangre de la secta delos fariseos, la cual a la verdad parece queguarda con más perfección las leyes de la tierra,varón de notable prudencia, y que pudiera consu consejo tornar al estado primero y en su serlas cosas que andaban de caída; habla ya mu-cho tiempo que tenía a Juan por amigo, y con-migo estaba mal en aquel tiempo. delovido,pues, por los ruegos de su amigo, aconsejó a lospontífices Anano y Jesu, hijo de Gamala, y aotros hombres de su bando, que me bajasenporque crecía mucho, y no diesen lugar a quesubiese hasta la más alta cumbre de honra,porque también les venia a ellos provecho deque me quitasen la gobernación de Galilea; masque no debían Anano y los otros tardarse, por-

que descubriéndose este concierto, no viniesecon ejército sobre la ciudad. Aconsejándolesesto, Anano el pontífice, respondió que no eralo que decía cosa tan fácil, porque había mu-chos pontífices y principales del pueblo queeran testigos cómo administraba bien la pro-vincia, y que no era cosa justa acusar a aquel aquien ninguna culpa se le podía cargar.Entonces Simón les rogó que no descubriesennada de lo que pasaba, que él podría poco, ome echaría muy presto de la gobernación deGalilea; y haciendo llamar al hermano de Juan,le mandó que enviase presentes a los amigos deAnano, porque por ventura con esto haría queviniesen más presto en su parecer; de esta ma-nera acabó al fin Simón lo que quiso; porqueAnano y sus compañeros, sobornados condádivas que les dieron, entraron en consultapara quitarme el cargo, sin que otro ninguno delos de la ciudad lo supiese; así que pareciólesbien enviar cuatro hombres, los más señaladosen linaje, e iguales en erudición; de éstos eran

plebeyos los dos, Jonatás y Anonias, fariseos, yel tercero era Jozaro, de linaje sacerdotal, queera también fariseo; y Simón, uno de los pon-tífices, el cual era de menos edad de todos; aéstos mandaron que hiciesen juntar los galíleos,y les preguntasen cuál era la causa por que mequerían tanto; y si les respondiesen porque erade Jerusalén, dijesen que también ellos eran deJerusalén; y si porque era sabio en las leyes, quetambién ellos tenían noticia de los ritos de latierra; y si dijesen que me amaban por sacerdo-te, que les respondiesen que también dos deellos eran sacerdotes.Instruidos de esta manera los compañeros deJonatás, tomaron del tesoro 40.000 dineros deplata, y porque por el mismo tiempo había ve-nido de Jerusalén un Jesu, galíleo, con unacompañía de seiscientos soldados, llamaron aéste y lo tomaron a sueldo, pagándole tres me-ses adelantados, y le mandaron que fuese conJonatás y con sus compañeros, y que hiciese loque ellos le mandasen; y diéronle trescientos

ciudadanos más, pagándoles de la misma ma-nera su sueldo. Después que todo esto se con-certó así, los embajadores partieron, yendo ensu compañía el hermano de Juan con sus ciensoldados con el mandamiento de quien los en-viaba, que si yo de mi voluntad no me pusieseen armas, me enviasen vivo a Jerusalén, y si medefendiese, que me matasen, que ellos los saca-rian de ello en paz y en salvo. Diéronle tambiéncartas para Juan, en que le requerían que estu-viese apercibido para hacerme guerra, y aunfueron causa que los de Séforis, Gabara y Tiber-íades fuesen en ayuda de Juan contra mi.Como mi padre lo supiese todo por Jesu, hijode Gamala, que le habían dado parte de todosestos conciertos, y era muy amigo mío, y me loescribiese, dióme mucha pasión la ingratitud demis ciudadanos que por envidia me queríanmatar, y no menos me afligía que mi padre,muy acongojado, me llamase, diciendo quedeseaba verme antes de su muerte; por lo cualdescubrí a mis amigos todo cuanto pasaba, y

les dije que dentro de tres días había de dejar lagobernación, e irme a mi tierra; cuando ellosoyeron esto, todos tristes y con lágrimas merogaban que no les desamparase, porque seperderían si dejase de tener mando sobre ellos;y como yo tuviese más cuenta con mi propiasalud que con lo que ellos me rogaban, recelán-dose los galileos que, por mi ausencia, los tu-viesen los ladrones en poco, despacharon men-sajeros por toda su comarca, con los cualeshicieron saber que yo quería partir. Oído esto,acudieron muchos de todas partes con sus mu-jeres e hijos, no tanto porque me deseasen,según yo pienso, como temiendo el mal que lespodía venir, porque les parecía que con mi pre-sencia estaban ellos en salvo. Vinieron, pues,todos a mí de un acuerdo en el Campo Grandeen donde yo estaba en aquella sazón, en la villade Asochim, en el cual tiempo una noche soñéun sueño admirable.Porque como estuviese en mi cama triste y tur-bado por las cartas que había recibido, pare-

cióme que veía un hombre junto a mí que medecía: Déjate, buen hombre, de estar triste ytemer, porque esas tristezas te han de hacergrande y dichoso en todo. Te sucederán dicho-sa y prósperamente, no solamente estas cosas,sino aun otras muchas; por lo cual persevera,acordándote que te conviene hacer tambiénguerra con los romanos. Después de este sueñome levanté queriendo bajar al campo, y vién-dome entonces la muchedumbre de los galileos,entre los cuales había también mujeres y mu-chachos tendidos en el suelo, me suplicabancon lágrimas que no los desamparase en tiempoque tenían a la puerta sus enemigos, y que porirme yo, no dejase su región sujeta a cuantasinjurias les quisiesen hacer los que mal lesquerían, y como ninguna cosa pudiesen alcan-zar con sus ruegos, conjurábanme que me que-dase, diciendo muy afrentosas palabras contrael pueblo de Jerusalén, que no los dejaban enpaz.

Oyendo yo esto, y viendo la tristeza del pueblo,movíme a compasión, pareciéndome que no eramal hecho ponerme por tan grande muche-dumbre, aunque fuese a peligro manifiesto. Asíque dije que quedaría, y mandándoles que detodo aquel número estuviesen allí cinco mil conarmas y vituallas, despedí los otros cada uno asu tierra. Y como se apercibiesen aquellos cincomil, tomados éstos y tres mil soldados que hab-ía tenido antes, y ochocientos a caballo, caminéa la villa de Chabolon, que está en los confineso términos de Ptolemaida, y tenía allí mis gen-tes puestas a punto, corno que quería hacerguerra contra Plácido; éste había venido condos capitanías de a pie y una compañía de acaballo, enviado por Gelio Galo para que pusie-se fuego a los lugares de los galileos que confi-nan con Ptolemaida, y como él hubiese cercadosu gente de un foso no lejos de los muros dePtolemaida, asenté yo también mi real sesentaestadios de Chabolon, por lo cual de ambaspartes sacamos muchas veces nuestra gente

corno si quisiéramos trabar batalla; pero entodo ello no hubo más que ciertas escaramuzas,porque Plácido, cuanto mayor codicia me veíade pelear, tanto más él temía y rehusaba la ba-talla, y nunca se apartaba de Ptolemaida.Por el mismo tiempo vino Jonatás con sus com-pañeros, el que dijimos antes que fue enviadode Jerusalén por el bando de Simón y del pontí-fice Anano, y procurando tomarme a traición,porque no se atrevía a acometerme cara a cara,escribiáme una carta de este tenor: “Jonatás ysus compañeros, embajadores de la ciudad deJerusalén, a Josefo desean salud. Porque en Je-rusalén se ha dicho a los principales y go-bernadores de aquella ciudad, que Juan, natu-ral de Giscala, te ha urdido muchas veces trai-ción, nos ha enviado para que lo reprendiése-mos y le mandásemos que haga, de aquí enadelante lo que tú le mandares; por lo cual,para que también con tu acuerdo y consejoproveamos remedio para en lo porvenir, te ro-gamos que vengas luego adonde nosotros es-

tamos sin mucha compañía, porque en estavilla no puede caber mucha gente de guerra."Esto escribieron de esta manera, esperando unade dos cosas: o que me tendrían a su voluntadsi iba sin armas, o si llevase gente de guerra mejuzgarían por rebelde a mi tierra; esta carta metrajo uno de a caballo, mancebo atrevido, queen otro tiempo había servido al rey en la gue-rra. Eran ya dos horas de la noche, y por acasoestaba yo a la mesa en un banquete con misamigos y con los principales de los galileos; ycomo un criado me hiciese saber que me busca-ba un judío de a caballo, mandéle que lo metie-se; él no hizo acatamiento a ninguno; solamen-te, sacando la carta, dijo: "Esta te envían los queahora vinieron de Jerusalén." Los otros convi-dados se maravillaban de la desvergüenza delsoldado, pero yo le rogué que se sentase y ce-nase con nosotros, lo cual como rehusó, yo, conla carta en la mano de la manera que la habíarecibido, comencé a hablar con mis amigosotras cosas; y de ahí a poco levantéme y des-

pedí os a que se fuesen a acostar, e hice quedarsolos cuatro amigos muy especiales, y un mozoa quien había mandado sacar vino; entoncesabrí la carta y la leí muy de corrida, sin quealguno lo viese, y entendiendo fácilmente loque contenía, toméla a doblar, y teniéndola enla mano corno si no la hubiera leído, mandé daral soldado 20 dracmas para el camino, las cua-les recibidas, corno me diese las gracias, enten-diendo yo de él que era codicioso de dineros, yque con esto sería fácil cosa vencerlo, le dije: "Siquieres beber con nosotros te daremos undracma por cada taza." Aceptó el partido, ybebiendo mucho vino para ganar muchos dine-ros, ya que estaba borracho, comenzó a descu-brir los secretos; y sin que ninguno se lo pre-guntase, confesó de su propia voluntad que metenían armada traición, y que me hablan con-denado a muerte. Oídas estas cosas, respondí ala carta de esta manera:“Josefo, a Jonatás y a sus compañeros, deseasalud: huélgome de que estéis buenos y que

hayáis venido a Galílea, mayormente porquepuedo ya poner en vuestras manos la goberna-ción de ella, y volverme a mi tierra, que ha mu-cho tiempo que tengo deseo de tomarla a ver,por lo cual de buena ' gana iría adonde estáis,no solamente a Xalo, pero aun mas lejos, aun-que ninguno me llamase; mas perdonadme,porque no puedo ahora hacerlo. Conviénemeestar en Chabolon, y aguardar a Plácido porqueno entre por Galilea, que es lo que él procura;mejor es, pues, que en leyendo esta carta veng-áis vosotros acá donde yo estoy. Nuestro Señor,etc."Dada al soldado esta carta para que la llevase,envié con él treinta de los más notables galileos,mandándoles que solamente saludasen a aque-llos hombres, y que ninguna cosa, fuera de esto,dijesen; y di a cada uno un soldado, de quienme fiaba, para que mirasen si los que yo envia-ba tenían alguna plática con Jonatás.Después que fueron estos embajadores,habiéndoles salido en blanco la primera expe-

riencia, escribiéronme otra carta de esta mane-ra:“Jonatás y los otros embajadores, a Josefo env-ían y desean salud. Denunciámoste que sincompañía de soldados vengas, de aquí a tresdías, a la villa de Gabara, donde nos hallarás,porque queremos conocer de los delitos queimpones a Juan."Escrita esta carta, después que saludaron a losgalileos que yo envié, vinieron a Jafa, villa deGalilea, muy grande, muy fuerte y muy pobla-da de moradores, donde fueron recibidos conclamores del pueblo, dando voces juntamentecon las mujeres y niños, que se fuesen y losdejasen, que buen capitán tenían, y todos a unavoz decían que a ninguno otro obedecieran sinoa lo que les mandase Josefo, de manera que losembajadores, partidos de aquí sin hacer nada,se fueron a Séforis, ciudad muy grande de Gali-lea, donde los moradores que favorecían a losromanos, les salieron a recibir; mas ninguna

cosa les dijeron de mí, ni en mi loor, ni en mivituperio.Pero después que de allí descendieron a Aso-chim, fueron recibidos con los mismos clamoresque los recibiesen los de Jafa; y no pudiendo arefrenar el enojo, mandaron a sus soldados quea palos echasen de allí aquellos que daban vo-ces; y cuando vinieron a Gabara, vino prestoJuan con tres mil hombres de armas, mas yo,que por la carta había ya sentido que teníandeterminado de hacerme la guerra, tomé con-migo tres mil soldados, y dejando en el real unmi amigo muy leal, me acogí a Jotapata paraestar cerca de ellos cuarenta estadios, y escribí-les de esta manera:"Si en todo caso queréis que vaya a vosotros,cuatrocientos cuatro villas o ciudades hay enGalilea; a cualquiera de éstas iré, salvo a Gaba-ra y a Giscala, porque estos lugares, el uno esde Juan, y con el otro tiene hecha alianza yamistad."

Recibidas estas cartas, no respondieron más losembajadores, pero haciendo juntar la consultade sus amigos, y entrando también Juan en ella,consultaban por dónde me podrían entrar. Juanera de parecer que se escribiese a todas las vi-llas y ciudades de Galilea, porque en cada unahabía a lo menos uno o dos que me quisiesenmal, y los provocasen contra mí como contraenemigo del pueblo, y que se enviase la mismadeterminación a Jerusalén para que también losciudadanos de aquella ciudad, cuando supiesenque los galileos me habían juzgado por enemi-go, confirmasen con sus votos aquella senten-cia, y que de esta manera me harían perder elfavor que los de Galilea me hacían; este consejodieron por bueno todos los otros, y luego supeyo esto cerca de tres horas de la noche, porqueun sacheo que se vino de allá amotinado, me lodijo; por lo cual, viendo que no era tiempo dedetenerme, mandé a Jacob, varón fiel y diestro,que con doscientos soldados guardase los ca-minos que iban de Gabara a Galilea, y que

prendiesen los caminantes, y me los enviasen,principalmente a los que les hallasen cartas;demás de esto envié a jeremías, que era tam-bién el número de mis amigos, con seiscientoshombres, a los términos de Galilea, por dondeva el camino a Jerusalén, mandándole queprendiese a los que llevasen cartas, y que a ellosechasen en prisiones, y me enviase lar, cartas.Después que hube mandado estas cosas, enviémis mensajeros a los de Galilea con un edictoen que les mandaba que otro día me estuviesena punto, con sus armas y mantenimientos paratres días, junto a Gabara, y repartida en cuatropartes la gente que yo tenía conmigo, puse porcapitanes a los más leales de mi guarda,mandándoles que a ningún soldado que noconociesen recibiesen entre los suyos. Llegandoa Gabara el día siguiente cerca de las cincohoras, hallé junto a la villa todo el campo llenode la gente de armas que había hecho apercibiren mi socorro de Galilea, y demás de éstos,gran muchedumbre de gente rústica. Como me

pusiese delante de todos para decirles ciertasrazones, comenzaron todos a voces a llamarmesu bienhechor y amparo de su tierra; entoncesyo, dándoles las gracias por el favor, roguélesque a ninguno hiciesen enojo, y que, con-tentándose con las vituallas que tenían en sureal, no saliesen a saquear las villas o aldeas,porque mi voluntad era apaciguar todo el albo-roto sin que hubiese muertes; y aconteció que elprimer día que puse guardas en los caminos,cayeron en sus manos los mensajeros de Jo-natás; ellos los detuvieron, como yo les tenlamandado, y me enviaron las cartas que traían;después que las leí y hallé en ellas tantas pala-bras afrentosas y tantas mentiras, disimulé conno hablar palabra, y determiné ir a ellos.Los cuales, cuando oyeron que yo iba con todoslos suyos y con Juan, se fueron a Jesu (ésta esuna torre grande, y que no hay diferencia deella a un alcázar). Allí escondida una capitaníade soldados, y cerradas todas las puertas, queno dejaron sino una abierta, esperaban que fue-

se a saludarles de camino; habiendo primeromandado a los soldados que cuando yo viniereme metiesen dentro solo, y que a otro ningunodejasen entrar, porque de esta manera pensa-ban haberme más fácilmente en su poder; peroengañólos su pensamiento, porque barruntan-do yo la traición, luego que allí llegué, entrandoen una posada que estaba frente de ellos, fingíque dormía; y los embajadores, creyendo queyo dormía de veras, descendieron al campo ycomenzaron a solicitar a la muchedumbre a queme desamparase, porque usaba mal del oficiode capitán; pero sucedió al contrario de lo queesperaban, porque luego que los vieron se le-vantó una grita entre los galileos, que testifica-ban bien cuánto amor me tenían por merecerloyo, y culpaban a los embajadores, porque sinhaberles hecho injuria alguna, habían venido arevolver el sosiego y la paz del pueblo, ymandábanles que se fuesen porque ellos nohablan de admitir otro gobernador. Despuésque supe esto no dudé salir; así que descendí

con mucha prisa a oír lo que los embajadorestraían; cuando salí comenzaron todos a darpalmadas de alegría, unos a porfía de otros, y avoces me dieron gracias de haber gobernadomuy bien su provincia.

Cuando Jonatás y los otros oyeron estas cosas,temieron mucho perder la vida a manos delpueblo, que tanto me favorecía, y pensabanhuir; pero porque no podían hacerlo libremen-te, mandándoles yo que se detuviesen, estabantristes, y apenas estaban en su acuerdo.Habiendo, pues, hecho cesar las gritas del pue-blo, y puestos de mis soldados, de los que mefiaba, para guardar los caminos, porque no die-sen sobre nosotros tomándonos desapercibidos,y habiendo mandado que todos estuviesen enarmas, porque aunque viniesen de súbito losenemigos no hubiese por qué temer, primera-mente hice mención de las cartas en que mehabían escrito que las ciudad de Jerusalén losenviaba para acabar las diferencias entre mi y

Juan, y me habían llamado que pareciese, yluego, para que no pudiesen negarlo, saqué lamisma carta, y dije: "Si yo hubiese de dar cuen-ta de mi vida contra las acusaciones que delan-te de ti, Jonatás, y de tus compañeros me poneJuan, cuando presentase en mi defensa por tes-tigos dos o tres buenos varones, sería necesarioque, dados por buenos los testigos, y examina-dos sus testimonios, me dieseis por libre; peroahora, para que sepáis que yo he administradobien las cosas de Galilea, no quiero traer trestestigos de mi abono, sino todos estos os doypor testigos; a éstos demandad cuenta de mivida, si por ventura los he gobernado con todahonestidad y justicia, y a vosotros, varones deGalilea, conjuro que no encubráis la verdad,sino que ante éstos, como jueces, digáis si enalguna cosa he hecho lo que no debía."Apenas había yo acabado estas palabras, cuan-do todos levantaron una grita, llamándome subienhechor y conservador, y aprobando con sutestimonio todo lo que hasta entonces habla

hecho, y rogándome que en adelante perseve-rase en ser tal cual antes habla sido; afirmabantambién con juramento todos, que no habíacometido deshonestidad con mujer de alguno,y que jamás había hecho enojo a alguno deellos. Después de esto, oyéndolo muchos de losgalileos, leí las dos cartas de Jonatás que habíantomado mis guardas y enviándomelas, llenasde muy malas palabras, e imponiendo falsa-mente que usaba más de tirano que de capitán,y contenían otras muchas cosas fingidas conmuy grande desvergüenza. Estas cartas, decíayo que me las habían dado los que las llevaban,sin que yo se las pidiese, no queriendo que miscontrarios supiesen lo de las guardas que tenlapuestas, porque no dejasen de enviar sus cartasen adelante.Y el Ayuntamiento, movido a ira contra Jonatásy sus compañeros, arremetieron a ellos paramatarlos, e hiciéranlo si yo no les refrenara sufuria. A los embajadores prometí perdón de lohecho si tomasen mejor acuerdo, y, vueltos a su

tierra, contasen la verdad de cómo me hablahabido en mi administración.Dichas estas cosas, los despedí, dado que sabíaque no habían de cumplir lo prometido; pero elpueblo estaba contra ellos airado, rogándomeque los dejase que les diesen su pago; así quehube de usar de todas mafias para librarlos,porque sabía que toda revuelta es muy dañosaen la República; mas la muchedumbre perseve-raba en su enojo, y con una determinación ibantodos a la posada de Jonatás; viendo yo que nopodía detenerlos más, subiendo en un caballomandé que viniesen tras mi a Sogana, que esuna aldea de los árabes que está de allí veinteestadios, y con esta astucia me guardé de noparecer que hubiese dado principio a guerracivil.Después que vinimos cerca de Sogana, mandéparar mi gente; y habiéndoles aconsejado queno fuesen tan arrebatados a ira que pasa loslímites de la razón, escogí ciento de los másseñalados en edad y honra, y les dije que se

aparejasen para ir a Jerusalén a acusar delantedel pueblo a los que hablan movido el alborotoy revuelto su República; además de esto lesmandé que, si lo pudiesen acabar con el pueblo,alcanzasen una provisión en que se me confir-mase la gobernación de Galilea, y se mandase aJuan que saliese de ella. Despachándolos enbreve con este recaudo, tres días después quese hizo el Ayuntamiento, los despedí, dándolesquinientos soldados que los acompañasen, ytambién escribí a mis amigos a Samaria quetrabajasen para que mis embajadores pudiesencaminar seguramente por su tierra, porque yaaquella ciudad estaba sujeta a los romanos, ytuvieron necesidad de ir por allá porque ibande prisa, y buscaban los atajos y caminos máscortos por llegar al tercero día a Jerusalén, yaun yo mismo los acompañé hasta salir de Gali-lea, habiendo puesto guardas en los caminospara que no se publicase de pronto la partidade los embajadores, y después de hecho estome detuve un poco de tiempo en Jafa.

Jonatás y sus compañeros, como no salieroncon la suya, tornaron a enviar a Juan a Giscala,y ellos desde allí partieron para Tiberíades conesperanza de haberla en su poder; porqueJesús, que entonces tenla allí el magistrado, leshabía prometido por sus cartas que él acabaríacon el pueblo que se sujetasen a ellos. Con estaesperanza se pusieron en camino: Sila con sumensajero me hizo saber todo lo que pasaba, alcual yo, como dije, había dejado en mi lugar, yrogábame mucho que volviese lo más prestoque pudiese; vuelto yo de prisa por su consejo,por poco perdiera la vida por la causa que diré.Jonatás y sus compañeros habían en Tiberíadesinducido a muchos del bando contrario a quese rebelasen, por lo cual, atemorizados con mivenida, accedieron a mi luego, y dándome pri-meramente la enhorabuena, decían que se hol-gaban de la honra que entonces había ganado,por haber administrado muy bien a Galilea,porque de aquella gloria les alcanzaba tambiéna ellos parte, por ser yo su ciudadano y dis-

cípulo; y después, confesando en público quequerían más mi amistad que la de Juan, merogaban que me fuese a mi casa, prometiéndo-me que ellos harían luego que el otro viniese amis manos, confirmándolo con juramento, locual es cosa de muy grande religión entre noso-tros, y así me pareció que sería maldad no cre-erlo. Después me rogaron que me fuese a otraparte porque venía cerca el sábado, y no quer-ían ellos levantar desasosiego alguno en elpueblo de los Tiberíades.Entonces yo, sin sospechar cosa alguna, me fuia Taricheas, dejando, sin embargo de esto, en laciudad quien mirase curiosamente lo que elloshablaban de mí, y por todo el camino que va deTaricheas a Tiberíades puse algunos por quienviniese a mi, como de mano en mano lo quesupiesen los que había dejado en la ciudad. Eldía, pues, siguiente se juntó el pueblo en Pro-seucha, que llaman, que es una casa de oraciónancha, y en que cabe toda aquella muchedum-bre, donde después que Jonatás también vino,

no atreviéndose a decir claramente que se rebe-lasen, dijo que la ciudad tenía necesidad demejores magistrados; pero Jesús, que tenía elsumo magistrado, sin disimular cosa alguna,dijo: Más vale, ciudadanos, que nosotros obe-dezcamos a cuatro hombres que a uno, ma-yormente cuando éstos descienden de ilustresangre, y tenidos en mucho por su prudencia,señalando cuando esto decía, a Jonatás y a suscompañeros; y luego Justo, loando estas pala-bras, trajo a algunos de los ciudadanos a lo queél quería; pero el pueblo no estaba por lo queéstos decían, y sin duda se levantara algún al-boroto, si no se deshiciera el Ayuntamiento,porque era ya la hora sexta y, suelen los nues-tros comer a esta hora los sábados; de esta ma-nera los embajadores, dilatando la consultapara el día siguiente, se fueron sin dar fin en elnegocio. Sabiendo yo luego estas cosas, deter-miné venir a Tiberíades por la mañana, y enamaneciendo el día siguiente, yendo de Tari-cheas allá, hallé que el pueblo se había ya jun-

tado en la casa de oración, no sabiendo aúnbien para qué se juntaba. Entonces los emba-jadores, como me vieron a tiempo que no meesperaban y quedaron muy atemorizados; al finacordaron esparcir un rumor, que habían apa-recido ciertos romanos a caballo en los términosde aquel campo en un lugar que se dice Homo-nea; y haciendo creer este rumor adrede ellosmismos, que eran los que lo habían levantado,daban voces, que no era bien dar lugar a quelos enemigos talasen así a su salvo los campos avista de todos, lo cual hacían con propósitoque, saliendo yo a socorrer a los labradores,pudiesen ellos entretanto alzarse con la ciudad,y hacer que los ciudadanos me quisiesen mal.Aunque sabia su propósito, hice lo que quisie-ron, porque no pareciese que no hacía caso delos peligros de los tiberíenses. Salido, pues, aldicho lugar, después que vi que no había nirastro de los enemigos vuelto con mucha prisa,hallé que se habían juntado el Senado y el pue-blo en uno, y que los embajadores me ponían

una larga acusación delante del Ayuntamiento,diciendo que menospreciaba el cuidado delpueblo, y me ocupaba solamente en mis pro-pios deleites. Dichas estas cosas sacaban cuatrocartas, como escritas por los galileos, diciendoque se hablan puesto a defender los últimostérminos de aquella región, y que para estopedían su socorro; oyendo estas cosas los deTiberíades, creyéndolas de ligero, comenzarona dar voces que no se debía poner dilación enaquello, sino que en tan grande peligro se debíadar socorro muy presto a los de su pueblo; ypor el contrario, entendiendo la falsa mentirade los embajadores, dije que sin detenerme iríadonde la necesidad de la guerra lo pidiese; masporque de otros cuatro lugares diversos habíanvenido cartas en que hacían saber las corridasde los romanos, convenía que, repartida entreotras tantas partes la gente, cada uno de losembajadores tuviese cargo de cada una; porqueera justo que los varones esforzados socorriesena las cosas que van de calda, no solamente con

su consejo, pero aun con ir ellos en la delanteraa ayudar, y que yo no podía llevar sino solauna parte del ejército. Pareció esto bien a lamuchedumbre, y los apremiaban a que salieseny tomasen el cargo de capitanes, con lo cualellos fueron en gran manera turbados en sinánimos, porque les había dado y salido al revéslo que procuraban, por las sutiles intencionesque yo les armé en contrario.Entonces uno de ellos, por nombre Ananías,hombre malo y de malas obras, aconsejó quemandasen al pueblo ayudar otro día, y que a lamisma hora se juntasen todos sin armas en elmismo lugar, porque sabían que sin la ayudade Dios ninguna cosa podían hacer las armasde los hombres, y no decía esto por causa dereligión sino por verme sin armas a mí y a losmíos; entonces yo también obedecí por fuerza,porque no pareciese que menospreciaba la san-ta amonestación. Así que, después que se fue-ron todos a sus casas, Jonatás y sus compañerosescribieron a Juan que por la mañana viniese

adonde ellos estaban, con la mayor compañíade soldados que pudiese, porque fácilmente mehabria en su poder y alcanzaría lo que deseaba.El, cuando recibió las cartas, obedeció de buenagana. El día siguiente mandé a dos de misguardas los más esforzados y de quien yo másfiaba, que se pusiesen unas espadas cortas de-bajo de la ropa, que no se les pareciesen, y sa-liesen conmigo en público, para que si algunainjuria nos quisiesen hacer nuestros enemigos,tuviésemos con qué defendernos; y yo tambiénme vestí unas corazas y me ceñí mi espada lomás secretamente que pude, y así vine a la casade oración a rezar.Después que entré yo con mis amigos, ponién-dose Jesús a la puerta, no dejó entrar a otroninguno de los míos; y ya que nosotros co-menzábamos a hacer oración a la costumbre dela tierra, levantándose Jesús, me preguntó porlas alhajas y plata por labrar del Palacio Realque se había fundido, en cuyo poder estabanestas cosas depositadas; de las cuales hacía en-

tonces mención, por gastar el tiempo hasta queJuan viniese. Respondí que Capella lo tenlatodo y aquellos diez ciudadanos principales deTiberiades; y díjele, que les preguntase a ellos siyo decía verdad; los cuales, como confesaronque lo tenían, dijo: ««¿Qué es de aquellos veintedineros de oro que te dieron por cierto peso deplata por labrar que vendiste, en qué los gastas-te?" Respondí que los había dado para el cami-no a los embajadores que me enviaron de Jeru-salén. A esto replicaron Jonatás sus compañerosque no había sido bien hecho pagar su Jario, alos embajadores de¡ dinero público. Enojándoseel pueblo por ver su malicia tan clara, como yoentendiese que la cosa no estaba lejos de haberalguna revuelta, con voluntad de ensañar másaun contra ellos el pueblo, dije: "Si es mal hechoque diera salario a los embajadores del dinerodel pueblo, no me déis más enojos por ello, queyo pagaré de mi bolsa estos veinte dineros.”Entonces el pueblo tanto más se encendió,cuanto apareció más claro cuán contra razón

me aborrecían. Viendo Jesús que la cosa le su-cedía al contrario de lo que él esperaba, mandóque, quedando solo el Senado, toda la otra mu-chedumbre se fuese, porque el bullicio de lagente no daba lugar a que se hiciese la pesquisade tan gran negocio. Y contradiciendo el puebloque no me dejaría solo entre ellos, vino uno adecir secretamente a Jesús, que venía cerca Juancon gente de armas; entonces, no pudiendocallar más Jonatás, Dios, que por ventura pro-veía así por mi salud, porque de otra manerano me escapara del ímpetu con que venía Juan,dijo: "Dejadme, tiberienses, hacer pesquisa delos veinte dineros de oro, porque por ellos nomerece Josefo la muerte, sino porque anda ur-diendo hacerse tirano, y ha alcanzado princi-pado con engañar la muchedumbre ignorante."En diciendo esto, los que estaban para matarmeprocuraban poner las manos en mí, lo cual vistopor mis compañeros, desenvainar" Sus espadasy, trabajando por herirlos, los hicieron huir; yjuntamente el pueblo alcanzó piedras para herir

a Jonatás, librándome de la violencia de misenemigos.Yendo un poco adelante, como saliese a unacalle por donde venía Juan con un escuadrónde soldados, húbele miedo y dí la vuelta poruna calle angosta que iba a la mar; y de estamanera, entrando en una nao, me escabullí aTaricheas, faltando poco para que me mataranpor un peligro que no pensé por lo cual,haciendo luego llamar los principales de losgalileos, les conté cómo contra derecho y razónme hubieran muerto Jonatás y los de Tibería-des.Enojada con esta injuria, la muchedumbre delos galilleos me aconsejaba que no dudase dehacer guerra a mis enemigos, y que los dejaseir, que ellos quitarían del mundo a Juan, Jo-natás y sus compañeros; pero yo procurabaamansar su enojo, mandándoles esperar hastaque supiésemos qué traían nuestros embajado-res de la ciudad de Jerusalén; y decíales que noscumplía no hacer cosa alguna sin su consenti-

miento. Con estas palabras lo acabé con ellos.Como Juan tampoco entonces no salió con lasuya, volvióse a Giscala.A los pocos días, vueltos nuestros embajadores,nos hicieron saber que todos los de Jerusalénestaban muy enojados con Anano y con Simón,hijo de Gamaliel, porque, enviando embajado-res sin consentimiento del pueblo, habían pro-curado quitarme de la gobernación de Galilea,y decían que faltó muy poco para que el pueblopusiese fuego a sus casas. Trajeron tambiéncaritas, por las cuales los principales y cabezasde Jerusalén, por autoridad del pueblo, me con-firmaban en la gobernación, y mandaban a Jo-natás y a sus compañeros que luego se volvie-sen a sus casas. Cuando recibí estas cartas vinea la villa de Arbela, donde había mandado jun-tar los galileos, y allí mandé a los embajadoresque contasen cuánto habían sentido los de Jeru-salén la malicia do! Jonatás, y cómo por suacuerdo y decreto me habían confirmado lagobernación de aquella región, y habían man-

dado a Jonatás y a los suyos que saliesen deella, a los cuales envié luego aquella carta,mandando al mensajero que mirase lo que hac-ían.Ellos, cuando recibieron la carta, muy atemori-zados, hicieron llamar a Juan y a los senadoresde los tiberienses, y a los principales de Gabara,para pedirles consejo qué debían hacer. Lostiberienses eran de parecer que se estuviesen enla administración de la República, y no desam-parasen la ciudad que una vez se había fiado desu palabra, mayormente ahora que yo les quer-ía acometer, porque mintieron que yo les habíaamenazado con esto. Lo mismo daba por buenotambién Juan, añadiendo que debían enviar dosde los compañeros a Jerusalén, que me acusa-sen delante del pueblo de que no administrabaderechamente las cosas de Galilea, diciendoque de esto lo persuadirían fácilmente, lo uno,por su autoridad, lo otro, porque naturalmenteel vulgo es mudable. Pareció bien el consejo deJuan, y luego enviaron a Jonatás y a Anania a

Jerusalén, quedando los otros dos en Tibería-des, y acompañándolos, porque fuesen seguros,cien soldados de los suyos.Los tiberienses, habiendo reparado sus muroscon diligencia, mandaron a los moradores de laciudad que tomasen sus armas, e hicieron conJuan, que estaba entonces en Giscala, que lesenviase muchos soldados que les ayudasencontra mí, si por ventura fuese menester. Entre-tanto, caminando Jonatás con los suyos, cuandollegó a Darabitta, que es una villa cuyo sitioestá en el Campo Grande en los tunos términosde Galilea, a medianoche cayó en manos de unaescuadra de soldados míos, que estaban en ve-la, los cuales, mandándoles que dejasen las ar-mas, los tuvieron presos en el lugar donde yoles había mandado. Levi, capitán de aquellossoldados, me hizo saber todo lo que habla pa-sado. Así que, teniendo el negocio bien disimu-lado dos días, por mensajeros requerí a los tibe-rienses que dejasen las armas; pero ellos, pen-sando que ya Jonatás había llegado a Jerusalén,

no me respondieron otra cosa, sino palabrasafrentosas. No me espanté tanto que por esodejase de usar con ellos de una astucia, porqueme parecía cosa ¡licita comenzar guerra civil.Queriendo, pues, sacarlos engañados fuera delos muros, habiendo escogido diez mil solda-dos, los repartí en tres partes. Una parte deéstos puse secretamente junto a Dora, y otrosmil en una aldea, que también era montaña, acuatro estadios de Tiberíades, para que espera-sen hasta que se les díese señal de arremeter.Yo, saliendo de la ciudad, paréme en un lugarpúblico; viendo esto los tiberienses, vinieronluego corriendo a mí, diciéndome maldicionesmuy desabridas, y tomóles entonces tanta locu-ra, que llevando delante unas andas de muerto,aderezadas magníficamente, alrededor de ellasme lloraban por escarnio; pero yo, callando,gozaba de su poco saber.Y queriendo por asechanzas haber a Simón alas manos, y con él a Joazaro, roguéles que conlos amigos, y con los que por su seguridad los

acompañaban, saliesen un poco fuera la ciudad,porque quería hablarles y tratar paz con ellos, yde la gobernación de la provincia. Entonces,Simón, con poco saber y codicia de la ganancia,no rehusó venir, pero o, sospechando lo queera, se quedó. Cuando Simón vino acompañadode sus amigos y guardas de su persona, lo re-cibí con mucha humanidad, y díle las graciasporque tuvo por bien venir. Y paseándonos deahí a poco, apartándolo algo desviado de susamigos, como que le quería decir algo sin terce-ros, arrebatándolo por medio del cuerpo enalto, lo entregué a los míos, que lo llevasen a laaldea que más cerca estuviese; y haciendo señala mi gente, me fui con ellos a Tiberíades. Comode ambas partes se trabase una cruda batalla,animando a los míos que ya iban de vencida,les hice cobrar esfuerzo y encerré dentro de losmuros a los tiberienses, que por poco hubieranla victoria; y enviando luego por el lago otroescuadrón, mandéles que pusiesen fuego en laprimera casa que entrasen. Hecho esto, pen-

sando los tiberienses que la ciudad estaba to-mada por fuerza, dejadas las armas, me supli-caron con sus mujeres e hijos que los perdona-se, pues los tenía vencidos. Yo, movido por susruegos, refrené a los soldados de la furia quetraían, y habiendo tocado a recoger la gente,siendo ya tarde, me fui a comer; y llevandoconmigo a Simón, sentados a la mesa, lo conso-laba prometiendo volverle a enviar a Jerusalény darle lo necesario para el camino, y quien loacompañase por que fuese seguro.El día siguiente entré en Tiberíades con los diezmil soldados armados, y mandando llamar a laplaza los regidores y principales del pueblo,mandéles que me dijesen quiénes eran los auto-res de la rebelión; habiéndomelos mostrado, leseché prisiones, y les envié a Jotapata. Y soltan-do a Jonatás y sus compañeros, y aun dándolespara el camino, los entregué a quinientos sol-dados que los llevasen a Jerusalén. Después deesto, vinieron otra vez a mí los tiberienses apedirme perdón, y me prometieron que en ade-

lante suplirían con servicios lo que hasta enton-ces hablan faltado, rogándome que hiciese res-tituir a sus dueños las haciendas que habíansido tomadas. Mandé luego que se trajese todoallí delante, y como los soldados tardasen enhacerlo, viendo yo uno de ellos más ataviadoque solía, preguntéle que de dónde había habi-do aquella vestidura, confesándome él que lahabía ganado del despojo, lo hice azotar, yamenacé a todos que les daría más grave casti-go si no me trajesen lo que habían robado juntotodo el despojo, que era mucho, di a cada unode los ciudadanos lo que conocía ser suyo.En este lugar quiero reprender en pocas pala-bras a justo, escritor de esta historia, y a losotros, que prometiendo escribir alguna historia,menospreciando la verdad, no tienen ver-güenza, por amor o por odio, escribir mentirasa los que vinieron después; por cierto, en nin-guna cosa difieren de los que falsean escrituraspúblicas, sino que éstos se dañan más con queno los castigan por ello. Este, para que parecie-

se que gastaba bien su tiempo, púsose a escribirlas cosas que en esta guerra pasaron; y min-tiendo muchas cosas de mí, ni aun de su propiatierra dijo verdad. Por lo cual tengo necesidadde decir lo que hasta ahora he callado, paraargüir contra lo que de mi ha dicho falsamente.Y no hay por qué nadie se deba maravillarhaber dilatado tanto tiempo de hacer esto; por-que aunque cumple que el historiador digaverdad, pero bien puede dejar de hablar áspe-ramente contra los malos, no porque ellos me-rezcan este bien, sino por guardar la templanza.Volviendo, pues, así la plática, oh justo, el másgrave de los historiadores por tu testimonio,dime, ¿cómo yo y los galileos tuvimos la culpay causamos que tu tierra se rebelase contra elrey y también contra el imperio de los roma-nos? Pues que antes que por determinación dela ciudad de Jerusalén fuese yo a Galilea envia-do por capitán, tú, con tus tiberienses, echastemano a las armas, y por común consejo os atre-visteis también a molestar a la ciudad de Capo-

lis de los Sirios; porque tú pusiste fuego a susaldeas, y en aquel encuentro murió tu criado. Yno solamente digo yo estas cosas, sino tambiénen los comentarios del emperador Vespasianose cuentan, y que en Ptolemaida, los decapoli-tanos, con muchos clamores, pidieron al empe-rador que te castigase porque habías sido causade todas sus desventuras; y sin duda lo hicierasi el rey Agripa, a quien fuiste entregado paraque de ti hiciese justicia, no te perdonara porruegos de Berenice, su hermana; pero detúvotegran tiempo en la cárcel.Y aun las cosas que después hiciste en la Re-pública declaran bien lo demás de tu vida, ycorno fuiste causa de que los de tu ciudad serebelasen contra los romanos, lo cual pro-baremos de aquí a poco con argumentos y ra-zones muy claras. Ahora tengo también queacusar por tu causa a los otros tiberienses, ymostrar al lector que ni a los romanos ni al reyhabéis sido leales amigos. Las mayores ciuda-des de los galileos, oh justo, son Séforis y Tiber-

íades, que es tu tierra; mas los seforitas, quetienen su asiento en mitad de la región, y tienenalrededor de si muchas villas pequeñas, porquehabían determinado guardar a sus señores leal-tad, me echaron fuera a mi, y por edicto veda-ron que ninguno de los de su ciudad osase ser-vir a los judíos en la guerra, y para que de mítuviesen menos peligro, por engaños me saca-ron que cercase su ciudad de muros, y despuésque fueron acabados recibieron por su volun-tad la guarnición que les puso Cestio Galo, queentonces gobernaba la Siria, menospreciándo-me, porque mi potencia atemorizaba a las otrasgentes, los mismos que cuando el cerco sobreJerusalén y el templo común a toda nuestranación estaba en peligro, no enviaron socorropor que no pareciese que tornaban armas con-tra los romanos; pero tu tierra, oh justo, queestá junto al lago de Genezareth, a treinta esta-dios de Hippo, sesenta de Gadara y ciento vein-te de Escitópolis, villas del señorío del rey, y notiene vecindad con ninguna de las ciudades de

los judíos, si quisiera, fácilmente pudiera guar-dar lealtad a los romanos, porque así públicas,como particulares, teníais abundancia de ar-mas; y si yo entonces tuve la culpa, como tú,Justo, dices, ¿quién la tuvo después? Porque túsabes que antes que la ciudad de Jerusalén fue-se tomada, vine yo a poder de los romanos, y setomaron por fuerza Jotapata y otras muchasvillas muy fuertes, y fueron muertos muchos delos galileos en diversas batallas. Entonces, pues,deberíais vosotros, ya que estabais seguros demi, dejar las armas y llegaros al rey y a los ro-manos, pues decís que no tomasteis aquellaguerra por vuestra voluntad, sino por fuerza;mas vosotros esperasteis hasta que Vespasianollegase a vuestros muros con todas sus gentes,y entonces al fin, cuando no pudisteis más, de-jasteis las armas por miedo del peligro, y aun setomara por fuerza de armas vuestra ciudad, siel rey, dando vuestra necedad por disculpa, noos alcanzara perdón de Vespasiano.

No es, pues, la culpa mía, sino de vosotros, quetuvisteis los ánimos y voluntad de enemigos, yquisisteis la guerra. ¿Cómo no os acordáiscuántas veces alcancé de vosotros victoria y nomaté a ninguno? Y vosotros, teniendo entrevosotros discordias, no por favorecer al rey o alos romanos, sino por vuestra malicia, matasteisciento ochenta y cinco ciudadanos en el tiempoque los romanos me hacían guerra en Jotapata:¿por qué en el cerco de Jerusalén se hallaronpor cuenta dos mil tiberienses, que unos deellos murieron, y otros quedaron vivos en cau-tiverio?Dirás que tú no fuiste enemigo, porque enton-ces te acogiste al rey; digo que esto hiciste demiedo a mí; dices que soy mal hombre; lo erestú, a quien el rey Agripa perdonó la muerte,después de haberte condenado a ella Vespasia-no, y habiéndote soltado por muchos dinerosque le diste, otra vez y otra te echó en prisiones,y te desterró otras tantas veces, y llevándote yauna vez a hacer justicia de ti, por su orden te

mandó traer por ruegos de su hermana Bereni-ce. Y después, como te diese cargo de escribirsus cartas, te sorprendió muchas veces en trai-ción, y como halló que tampoco tratabas estocon lealtad, te mandó que no parecieses delantede él; pero no quiero entrar más adentro enesto.Por otra parte, maravíllome de tu desvergüenzaal afirmar que trataste tú esta historia mejorque cuantos la escribieron, no sabiendo aún loque en Galilea pasó, porque estabas tú en aque-lla sazón con el rey en Berito, ni tampoco supis-te lo del combate de Jotapata, ni pudiste sabercómo me hube yo cuando estuve cercado, por-que ninguno quedó vivo que te lo pudiese con-tar. Mas por ventura dirás que escribiste cum-plidamente lo que pasó en el cerco de Jerusalén;¿y cómo lo pudiste hacer, pues que tampoco tehallaste en aquella guerra, ni leíste los Comenta-rios de Vespasiano? Y deduzco que no los leíste,porque escribes lo contrario.

Y si confías haber tú escrito mejor que todos,¿por qué no sacaste a luz tu historia en vida deVespasiano y Tito, con cuyo favor y ayudaaquella guerra se hizo, y antes que murieseAgripa y sus parientes, varones muy sabios enlas letras griegas? Porque veinte años antes latenías escrita, y pudieran ser tus testigos losque la sabían: ahora que ellos son muertos, yves que no hay quien te saque la mentira a lacara, te atreviste a publicar tu libro; pero yo nolo hice así, ni tuve recelo de mis escritos, sino dimi obra a los mismos emperadores cuandoaquella guerra estaba aún reciente en los ojosde los hombres, porque tenía certeza que habíaescrito verdad en todo, de donde alcancé eltestimonio que esperaba, y aun comuniqué lue-go con otros muchos la historia, de los cualesalgunos se habían hallado en la guerra, como elrey Agripa y sus deudos y el mismo empera-dor.Tito tuvo tanta voluntad de que de solos aque-llos libros procurasen los hombres saber lo que

en aquellas cosas había pasado, que firmándo-los de su propia mano, mandó que se pusiesenen la librería pública, y el rey Agripa me escri-bió setenta y dos cartas, en que daba testimoniode la verdad de mi historia, de las cuales pongoaquí dos para que puedas tú de ellas saberlo:1ª El rey Agripa a su muy querido Josefo desea sa-lud. Leí tu libro de muy buena voluntad, en el cualme pareces haber escrito estas cosas con mayor dili-gencia que otro alguno, por lo cual enviarme has lodemás. Dios sea contigo, etc.2ª El rey Agrípa a Josefo su carísimo, desea salud.Por tus escritos me parece que no has menester queyo te avise de nada; pero cuando nos viéremos de mía ti, te avisaré de algunas cosas que no sabes, etc.De esta manera fue testigo él de la verdad demi historia cuando estuvo acabada, no por li-sonjear, porque no era honesto para él; ni tam-poco por hacer burla, como tú por venturadirás, porque fue muy ajeno a este vicio, sinosolamente para que por su testimonio tuviese ellector por encomendada la verdad de lo que yo

escribí. Baste esto para en lo que fue necesariodecir contra justo.Después que di orden en las cosas de los tibe-rienses, que andaban revueltas, hice juntar misamigos para consultar lo que se debía hacer conJuan, y pareció bien a todos que hiciese armartoda la gente de Galilea, y le hiciese guerra, y lecastigase como autor y causa del alboroto; peroyo no tuve este parecer por bueno, porque mivoluntad era dar fin a aquellos alborotos sinmuertes, por lo cual les mandé que pusiesentoda diligencia en saber los nombres de los queeran del bando de Juan. Lo cual hecho, y sabidoquiénes eran estos hombres, propuse un edictoen que daba mi palabra a todos los de aquelbando de recibirlos por amigos, con tal que nofavoreciesen más a Juan, y puse término deveinte días para si quisiesen mirar por lo que aellos y a sus cosas cumplía; en otro caso, si por-fiaban en querer tomar armas, amenazábalesque pondría fuego a sus casas y daría sushaciendas a saco; ellos, con gran miedo, oídas

estas cosas, desampararon a Juan y viniéronse ami sin armas cuatro mil por cuenta; quedaroncon él solos los de su ciudad, y mil quinientosde Tiro que tenía a sueldo, y él, como se hallóvencido con esto, estúvose en adelante encerra-do de miedo en su tierra.En este mismo tiempo los seforitas se atrevie-ron a ponerse en armas, confiando en la forta-leza de sus muros y porque me veían ocupadoen otras cosas; así que enviaron a Cestio Galo,que era entonces presidente de Siria, a rogarleque, o se metiese presto en la ciudad, o a lomenos enviase allá gente de guarnición. Galoles prometió que el vendría, pero no les señalóen qué tiempo. Yo, cuando lo supe, di con misgentes sobre ellos y tomé por armas la ciudadcon fuerte ánimo. Los galileos, viendo esta oca-sión entre manos, y pareciéndoles que era aho-ra tiempo de ejecutar a su placer los odios quecontra los seforitas tenían, parecía que habíande asolar hasta los cimientos, así la ciudad co-mo los ciudadanos, y como arremetiesen, pu-

sieron fuego en las casas vacías, porque la gen-te, de miedo, se había recogido a la fortaleza;pero saqueaban todo lo que hallaban, y ningu-na templanza tenían en robar las haciendas delos hombres de su linaje. Viendo esto, y dolién-dome mucho, les mandé que cesasen, y amo-neste que no era lícito tratar de aquella suerte alos que eran de su misma nación. Después queni con ruegos ni con amenazas los pude refre-nar, porque pesaba más la enemistad, mandé aciertos amigos, de quien más me fiaba, queechasen fama que por otra parte había entradoun grande ejército de los romanos; hice estopara que, atajando de esta manera el ímpetuque traían los galileos, guardase la ciudad delos seforitas, y sucedió bien este ardid, porque,espantados con tal nueva, dejada la presa, mi-raban por todas partes por dónde huirían, ma-yormente porque me veían a mí, que era el ca-pitán, hacer lo mismo, porque para confirmar elrumor, fingía yo que también temía; de esta

manera, con mi astucia, libré a los seforitascuando ninguna esperanza tenían.Y aun Tiberíades faltó muy poco que no fuesaqueada por esta causa que diré: ciertos sena-dores, los más principales, escribieron al reyrogándole que viniese y tomase la ciudad; res-pondió él que vendría a los pocos días, y dio aun su camarero, judío de linaje, llamado Cris-po, unas cartas para que las llevase a los tibe-rienses. Conociendo a éste lee galileos en elcamino, lo prendieron y me lo trajeron; luegoque se supo esto, la muchedumbre echó mano alas armas, y otro día después, acudiendo mu-chos de todas partes, vinieron a Asochim, don-de yo en aquella sazón había venido, dando vo-ces que eran traidores los de Tiberíades y alia-dos del rey, y pedíanme que los dejase ir allá,que ellos derribarían la ciudad por los cimien-tos, y sin esto aborrecían tanto a los tiberiensescomo a los de Séforis.Yo entretanto no sabía qué remedio tener paralibrar aquella ciudad de la ira de los Galileos,

porque no podía negar cómo ellos escribieronal rey que viniese, pues que la respuesta del reyestaba a la clara contra ellos: asi que, despuésque estuve pensando entre mí grande rato sinhablar, dije: “Yo también confieso que los tibe-rienses han pecado; no os quiero ir a la mano,porque no los metáis a saco; pero mirad quesemejantes cosas débense hacer con juicio, por-que no sólo los tiberienses son traidores contranuestra libertad, sino también muchos de losmás nobles de Galilea: hase de esperar hastaque halle por pesquisa quiénes son los culpa-dos, y entonces podréis tratarlos a todos comomerecen." Con esto que dije, persuadí a la mu-chedumbre, y luego se fueron apaciguados:después que eché en prisiones aquel mensajerodel rey, a los pocos días, fingiendo que teníanecesidad de hacer cierto camino, lo hice llamaren secreto, y le avisé que emborrachase al sol-dado que lo aguardaba, y que de esta manerahuyese al rey. Tiberíades, que ya otra vez había

llegado a peligro de perderse, la libré con miastucia.En el mismo tiempo Justo, hijo de Pisto, se fueal rey huyendo sin que yo lo supiese, y la causapor qué huyó fue esta: al principio, cuando selevantó la guerra de los judíos, los de Tibería-des habían determinado obedecer al rey, y nopor eso rebelarse contra los romanos, y Justoalcanzó de ellos que tomasen armas, porquetenía esperanza que, andando las cosas revuel-ta3, él se alzaría con su tierra; pero no logró loque deseaba, porque los galileos, con el odioque tenían a los tiberienses por lo que les hab-ían hecho pasar antes de la guerra, no queríanque justo tuviese la gobernación, y como meenviasen los de Jerusalén en su lugar, muchasveces me encendía tanto en ira, que poco faltópara que lo matara, no pudiendo sufrir la mal-vada condición de Justo. El. pues, temiendo quemi enojo al fin parase en quitarle la vida, fuéseal rey con esperanza que allí podía vivir más asu placer y más seguro.

Los seforitas, viéndose fuera del primer peligro,lo cual no pensaron, enviaron otra vez a CestioGalo a rogarle que viniese presto a tomar laciudad, o enviase alguna compañía de soldadosque se pusiesen contra los enemigos para queno le! corriesen los campos, y no pararon hastaque envió muchos de a caballo y de a pie, loscuales los recibieron de noche: después, porqueel ejército de los romanos había talado los cam-pos alrededor comarcanos, junté mi gente, yvine a Garísima, donde asentado mi real veinteestadios de Séforis, venida la noche, di sobrelos muros, y como subiesen con escalas sobreellos muchos soldados, hube en mi poder bue-na parte de la ciudad; mas a poco nos fue for-zado irnos por no saber la tierra, y dejamosmuertos de los romanos doce hombres de a piey dos de a caballo, y algunos pocos de los sefo-ritas, y de nosotros no murió más que vino;poco después trabamos batalla en un llano conlos de a caballo, y aunque nos defendimos granrato fuertemente, fuimos al fin desbaratados

porque me saltearon los romanos, y los míos,atemorizados con tal caso, volvieron las espal-das. En aquella pelea murió justo, uno de los demí guarda, que antes había sido de la guardadel rey; por el mismo tiempo habla venido elejército del rey, así de a caballo como de a Pie, ypor capitán Síla, capitán de la guarda del rey;éste, habiendo hecho fuerte su real a cinco es-tadios de Juliada, repartió por los caminos lasestancias de su gente en el camino de Caná y enel que va a Gamala, para quitar que les fuesenvituallas a los que moraban en aquellos lugares.Cuando yo oí esto, envié allá dos mil soldados,y a jeremías por capitán de ellos, los cuales,puesto su real cerca del río Jordán, un estadiode Juliada, no hicieron más que ciertas escara-muzas, hasta que yo fuí a ellos con tres mil sol-dados: el día siguiente puse primero una celadaen un valle cerca del real de los enemigos, ydespués los desafié a la batalla, habiendo man-dado a los míos que haciendo que huían, comofuesen los contrarios tras ellos, los llevasen al

lugar donde estaba la celada, lo cual fue asíhecho, porque Sila, pensando que los nuestroshuían cuanto podían, corrió en pos de elloshasta que tuvo a las espaldas la gente que esta-ba puesta en celada, lo cual puso mucho temoren su gente. Entonces yo, volviendo con muchapresteza, di en los del rey, e hicelos huir, y ga-nara aquel día una señalada victoria, si ciertamala dicha no tuviera envidia de lo que yo ten-la en pensamiento, porque llegando el caballoen que yo peleaba a un cenagal, cayó conmigoen él, de la cual caída se me molieron los artejosde la mano, y así me llevaron a la villa de Ce-farnoma; cuando los míos oyeron esto, dejaronel alcance de los enemigos, porque les dió mu-cha congoja me aconteciese algún mal. Hacien-do, pues, llevar médicos, y curada la mano,quedéme allí aquel día, porque también me diocalentura; de allí, por parecer de los médicos,me llevaron de noche a Taricheas.Cuando Sila y los del Rey lo supieron, tornarona cobrar ánimo, y porque habían oído que en la

guarda del real no se ponía mucha diligencia,poniendo de noche a del Jordán una compañíade a caballo en celada, en amaneciendo desafia-ron a los míos a que saliesen a pelear, los cualesno lo rehusaron, y salidos a un llano, como sa-lieron de la celada los de a caballo, y revolvie-ron los escuadrones de los míos, los hicieronhuir. Muertos sólo seis de los míos, dejaron lavictoria sin llevarla al cabo, porque oyendo quecierta gente de guerra había venido por el lagode Taricheas a Juliada, de miedo tocaron a quese recogiesen.No mucho después vino a Tiro Vespasiano,acompañado del rey Agripa, donde se levantógrande grita del pueblo contra el rey, diciendoque era enemigo suyo y de los romanos; porqueFilipo, capitán de su gente de guerra, habíavendido por traición el Palacio Real de Jeru-salén y la gente de guarnición de los romanosque en él estaba, y que esto se había hecho pormandado del mismo rey; pero Vespasiano des-pués de haber reprendido la desvergüenza de

los de Tiro, porque afrentaban a un rey y amigode los romanos, aconsejó al mismo rey que en-viase a Filipo a Roma a que diese cuenta de loque había pasado; mas Filipo no pareció delan-te de Nerón, porque como lo hallase en muygrande trabajo y en peligro de perderse por lasguerras civiles, volvióse al rey. Después queVespasiano llegó a Ptolemaida, los principalesde Decapolis con grandes clamores acusaban ajusto que había puesto rey para que pagase loque debía a sus súbditos, y el rey, sin que elemperador lo supiese, lo echó en prisiones,como ya dijimos antes. Entonces los de Sélorissalieron a recibir a Vespasiano, y lo saludaron,y él les dio gente de guarnición, y por capitánde ella a Plácido, con los cuales tuve que hacerhasta que el mismo, emperador vino a Galilea;de cuya venida, y cómo después de la primerabatalla que tuve junto a Tarichea, me recogí aJotapata, y allí al fin fui preso y llevado cautivodespués de largo combate, y cómo fui suelto, ylas cosas que hice mientras duró la guerra de

los judíos, todas las trato en los libros que deaquella guerra tengo escritos: ahora me parececontar ciertas cosas que en aquellos libros nodije, solamente las que tocan a mi vida.Tomada Jotapata, y venido yo a poder de losromanos, guardábanme con muy grande dili-gencia; pero hacíame buen tratamiento Vespa-siano, por cuyo mandamiento me casé con unadoncella también cautiva, natural de Cesárea;ésta no hizo mucho tiempo vida conmigo, masdespués de yo suelto, y andando yo en com-pañía del emperador, se fue a Alejandría; en-tonces me casé con otra mujer de Alejandría, yde allí me enviaron con Tito a Jerusalén, dondemuchas veces estuve en peligro de muerte,porque los judíos procuraban en gran maneracogerme para matarme, y por otra parte losromanos, cada vez que les acontecía algún des-barate, echábanlo a que yo les vendía, y nuncacesaban de dar voces al capitán que quitase delmundo a quien les hacía traición; pero Tito,como hombre que sabía las vueltas de la gue-

rra, disimulaba en silencio las importunas vo-ces de los soldados; después, cuando la ciudadfue tornada por fuerza de armas, muchas vecesme requirió que del saco de mi tierra tomasetodo lo que quisiese, que él me daba licencia;pero yo, ya que mi tierra era asolada, no tuveotro mayor consuelo en mis desventuras que elpedir las personas libres, las cuales, juntamentecon los libros sagrados, me concedió el empe-rador de buena voluntad.No mucho después, por mis ruegos me hizotambién merced de un mi hermano y cincuentaamigos, y aun entrando por su consentimientoen el templo, como hallase allí metida muche-dumbre grande de mujeres y muchachos, acuantos hallé que eran de mis amigos y familia-res, a todos los libré, que fueron casi ciento cin-cuenta, a los cuales dejé en su libertad sin queme diesen nada por su rescate.Después me envió Tito con Cereal y mil de acaballo a una aldea que se dice Tecoa, a mirar siel lugar era aparejado para que estuviese el

real, y vuelto de allí, como viese muchos de loscautivos puestos en cruces, y entre ellos cono-ciese tres que en otro tiempo fueron mis fami-liares, dolióme mucho, y Regándome a Tito,con lágrimas se lo dije, el cual mandó luego quelos quitasen de allí y los curasen con muy grandiligencia; dos de éstos murieron entre las ma-nos de los médicos, y el otro vivió.Después, concertadas las cosas de dea, creyen-do Tiatno que en una heredad que yo tenía cer-ca de Jerusalén me habín de hacer daño los sol-dados romanos que habían de quedar allí paraguarda de la religión, dióme otras posesionesen los campos, y cuando volvió a Roma, porhacerme honra me llevó en la nao que él iba, ycomo llegamos a la ciudad, hízome Vespasianomuchas mercedes, porque después de habermedado privilegio de ciudadano, me mandó mo-rar en las casas en que él, antes que fuese em-perador, había morado, y me dio rentas anua-les, y nunca dejó de hacerme mercedes mien-tras vivió, lo cual fue peligroso para mí por la

envidia de mi gente, porque un cierto judío, pornombre Jonatás, levantando un alboroto enCirene, y recogidos dos mil de los naturales, atodos les acarreó desastrado fin, y él, preso porel gobernador de aquella provincia, y enviadoal emperador, decía que yo le había servido conarmas y dineros para ello; pero no engañó aVespasiano con sus mentiras, mas siendo con-denado, pagó con pena de la cabeza.Después de esto, me buscaron envidiosos otrascalumnias, pero de todas me escapé por provi-dencia divina: demás de esto, me hizo mercedVespasiano en Judea de una heredad muygrande, en el cual tiempo dejé a mi mujer, por-que me aborrecieron sus malas costumbres,aunque había ya habido en ella tres hijos, de loscuales son ya muertos los dos, y sólo Hircanome queda vivo. Después de ésta, me casé conotra mujer de Creta, judía de linaje, nacida depadres de los más nobles de su tierra y de muybuenas costumbres, como hallé haciendo vidacon ella; de ésta me nacieron dos hijos, justo, el

mayor, y después de él Simónides, por sobre-nombre Agripa: esto es lo que me aconteció conlos de mi casa; desde aquí me tuvieron buenavoluntad todos los emperadores, porque des-pués que Vespasiano murió, Tito, su sucesor,me tuvo siempre en la misma honra que supadre, y nunca jamás dio crédito a ningunasacusaciones contra mi; Domiciano, que sucediódespués de éste, me hizo muy mayores honras,porque castigó con muerte a ciertos judíos queme acusaban, y mandó castigar a un eunuco,mi esclavo, ayo de mi hijo, porque me andabacalumniando, y concedióme franqueza de lasposesiones que tengo en Judea, lo cual tuve yopor la mayor honra de cuantas me hizo, y Do-micia, mujer del emperador, nunca cesó dehacerme bien. Estas son las cosas que me pasa-ron en toda mi vida, por las cuales puede juz-gar quien quisiere mis costumbres; ofreciéndo-te, buen Epafrodito, todo el contexto de las an-tigüedades, acabo con esto aquí de escribir.***

IEn el cual se trata de la destrucción de Jeru-salén hecha por Antíoco.

Estando discordes entre sí los príncipes de losjudíos en el tiempo que Antíoco, llamado Epi-fanes, contendía con Ptolomeo el Sexto sobre elImperio de Siria, que tanto codiciaba, cuya dis-cordia era sobre el señorío, porque cada cual deellos, siendo honrado y poderoso, tenía porcosa grave sufrir sujeción de sus semejantes;Onías, uno de los pontífices, prevaleciendo so-bre los otros, echó de la ciudad a los hijos deTobías. Estos entonces vinieron a Antíoco, su-plicándole muy humildes armase ejército con-tra Judea, que ellos lo guiarían. Y por estar elrey de sí muy deseoso de este negocio, fácil-mente consintió con lo que ellos suplicaban. Demanera que con mucha gente de guerra salió aseguir la empresa; y después de haber comba-tido la ciudad con gran fuerza, la tomó, y matómuchedumbre de los amigos de Ptolomeo; y

dando licencia a los suyos para saquear la ciu-dad, él mismo robó todo el templo, y prohibiópor tiempo de tres años y seis meses la conti-nuación de la religión cotidiana.El pontífice Onías se fue huyendo a Ptolomeo, yalcanzando de él un solar en la región heliopo-litana, fundó allí un pueblo muy semejante alde Jerusalén, y edificó un templo. De las cualescosas, con más oportunidad haremos mencióna su tiempo.Pero no se contentó Antíoco con haber tornadola ciudad sin que tal confiase, ni con haberladestruido, ni con tantas muertes; antes, desen-frenado en sus vicios, acordándose de lo quehabía sufrido en el cerco de Jerusalén, comenzóa constreñir a los judíos, que desechada la cos-tumbre de la patria, no circuncidasen sus niños,y que sacrificasen puercos sobre el ara: a lascuales cosas todos contradecían y los que semostraban buenos en defender esta causa, eranpor ellos muertos. Hecho capitán Bachides de laguarnición de la ciudad, por Antíoco, obede-

ciendo a todo lo que le había mandado, segúnsu natural crueldad, toda maldad excedió azo-tando uno a uno a todos los varones dignos dehonra, representándoles cada día y poniéndolesdelante de los ojos la presa de la ciudad en tan-ta manera, que por la crueldad de los dañosque recibían fueron todos movidos a vengarse.Finalmente, Matatías, hijo de Asamoneo, unode los sacerdotes del lugar nombrado Modin,con la gente de su casa (porque tenía cincohijos) se puso en armas y mató a Bachides, ytemiendo a la gente que estaba en guarnición,huyóse hacia los montes. Pero descendió congran esperanza, habiéndosele juntado muchosdel pueblo, y peleando, venció los capitanes deAntíoco, y los echó de todos los términos deJudea.Hecho señor, y el más poderoso, con el próspe-ro suceso, con voluntad de todos los suyos,porque los había librado de los extranjeros,murió, dejando por príncipe y señor a Judas,que era su hijo mayor.

Este, pensando que Antíoco no había de sufriraquello, juntó ejército de gente suya natural, yfue el primero que hizo amistad con los roma-nos, e hizo recoger con gran pérdida a AntíocoEpifanes, el cual otra vez se entraba por Judea.Y siendo aún nueva y reciente esta victoria,vino contra la guarnición de Jerusalén, porqueno la había aún echado ni muerto; y habiendopeleado con ellos, los forzó a bajar de la partealta de la ciudad, que se llama Sagrada, a labaja; y habiéndose apoderado del templo, lim-pió todo aquel lugar, cercólo de muro, y pusovasos para el servicio y culto divinos, los cualesprocuró que se hiciesen nuevos, como que losque solían estarantes estuviesen ya profanados;edificó otra ara y dio comienzo a su religión.Apenas había cobrado la ciudad el rito y cere-monias suyas sagradas, cuando Antíoco murió.Quedó por heredero de su reino, y aun del odiocontra los judíos, su hijo, llamado también Ant-íoco. Por lo cual, juntando cincuenta mil hom-bres de a pie y casi cinco mil de a caballo y

ochenta elefantes, vínose a los montes de Judea,acometiendo por diversas partes, y tomó unlugar llamado Betsura.Salióle al encuentro Judas con su gente en unlugar llamado Betzacharia, cuya entrada eradifícil; y antes que los escuadrones se trabasen,su hermano Eleazar, habiendo visto un elefantemayor que los otros, el cual traía una gran torremuy adornada de oro, pensando que venía allíAntíoco, salió corriendo de entre los suyos, yrompiendo por medio de sus enemigos, llegó alelefante, pero no pudo alcanzar aquel que pen-saba él ser el rey, porque venía muy alto, e hirióla bestia en el vientre; derribóla sobre él mismo,y murió hecho pedazos, sin hacer otra cosa sinoque, habiendo emprendido y cometido unacosa digna de gran nombre, tuvo en más la glo-ria que su propia vida. Pero el que regía el ele-fante era un hombre privado y particular: yaunque en aquel caso se hallara Antíoco, no leaprovechara a Eleazar su atrevimiento, sino

haber tenido en poco la muerte por la esperan-za de una hazaña tan memorable.Esto fue a su hermano manifiesta señal y decla-ración de los sucesos de toda la guerra, porquepelearon los judíos mucho tiempo y muy vale-rosamente; pero fueron finalmente vencidospor los del rey, siéndoles fortuna muy próspe-ra, y excediéndolos también en el número ymuchedumbre: y muertos muchos de los jud-íos, Judas, con los demás, huyó a la comarcallamada Gnofnítica. Partiendo Antíoco de allípara Jerusalén, y habiéndose detenido algunosdías, retiróse por la falta de los mantenimien-tos, dejando de guarnición la gente que le pare-ció que bastaba, y llevóse los demás a alojar ypasar el invierno en Siria.Cuando el rey partió, no reposó Judas; antes,animado con los muchos que de su gente se lellegaban, y juntando aquellos que le habíansobrado de la guerra pasada, fue a pelear conlos capitanes de Antíoco en un lugar llamadoAdasa; y haciéndose conocer en la batalla ma-

tando a muchos de sus enemigos, fue muerto.Dentro de pocos dias fue también muerto suhermano Juan, preso por asechanzas de aque-llos que eran parciales de Antíoco y le favore-cian.***

Capítulo IIDe los príncipes que sucedieron desde Jonatáshasta Aristóbulo.Habiéndole sucedido su hermano Jonatás, ri-giéndose más proveída y cuerdamente en todolo que pertenecía a sus naturales, trabajandopor fortificar su potencia con la amistad de losromanos, ganó también amistad con el hijo deAntíoco; pero no le aprovecharon todas estascosas para excusar el peligro. Porque Trifón,tirano, tutor del hijo de Antíoco, acechándole ytrabajando por quitarlo de todas aquellas amis-tades, prendió engañosamente a Jonatás,habiendo venido a Ptolemaida con poca gentepara hablar con Antíoco, y deteniéndole muyatado, levantó su ejército contra Judea. Siendoechado de allá y vencido por Simón, hermanode Jonatás, muy airado por esto, mató a Jo-natás.Ocupándose Sinión en regir valerosamentetodas las cosas, tomó a Zara, a Jope y a Jamnia.

Y venciendo las guarniciones, derribó y pusopor el suelo a Acarón, y socorrió a Antíoco con-tra Trifón, el cual estaba en el cerco de Dora,antes que fuese contra los medos.Pero no pudo con esto hartar la codicia del rey,aunque le hubiese también ayudado a matar aTrifón. Porque no mucho después Antíoco en-vió un capitán de los suyos, Cendebeo, pornombre, con ejército, para que destruyese aJudea y pusiese en servidumbre y cautivase aSimón. Pero éste, que administraba las cosas dela guerra, aunque era viejo, con ardor de man-cebo, envió delante a sus hijos con los más va-lientes y esforzados; y él, acompañado con par-te del pueblo, acometió por el otro lado; y te-niendo puestas muchas espías y celadas pormuchos lugares de los montes, los venció entoda parte. Alcanzando una victoria muy exce-lente y muy nombrada, fue hecho y declaradopontífice, y libertó los judíos de la sujeción ysenorío de los de Macedonia, en la cual habíanestado doscientos setenta años. Este, finalmen-

te, murió en un convite, preso por asechanzasde Ptolorneo, su yerno, el cual puso en guardasa su mujer y a dos hijos suyos, y envió ciertoshombres de los suyos para que matasen a Juantercero, que por otro nombre fue llamado Hir-cano.Entendiendo lo que se trataba y cuanto se de-terminaba, el mozo vino con gran prisa a laciudad confiado en mucha parte del pueblo,acordándose de la virtud y memoria de su pa-dre, y porque también la maldad de Ptolomeoera aborrecida de todos. Ptolomeo quiso por laotra puerta entrar en la ciudad, pero fue echadopor todo el pueblo, el cual antes había ya reci-bido a mejor tiempo a Hircano. Y luego partióde allí a un castillo llamado Dagón, que estabade la otra parte de Jericunta.Habiendo, pues, Hircano alcanzado la honra ydignidad de pontífice, la cual solía poseer supadre después de haber hecho sacrificios aDios, salió con diligencia contra Ptolemeo, porsocorrer a su madre y a sus propios hermanos;

y combatiendo el castillo, era vencedor de todo,y vencíalo a él justamente el dolor solo. PorquePtolomeo, cuando era apretado, sacaba la ma-dre de Hircano y sus hermanos en la parte másalta del muro, porque pudiesen ser vistos portodos, y los azotaba, amenazando que losecharía de allí abajo si en la misma hora no seretiraba. Este caso movía a Hircano a miseri-cordia y temor, más que a ira ni saña. Pero sumadre, no desanimada por las llagas y muerteque le amenazaba, ni amedrentada tampoco,alzando las manos rogaba a su hijo que, movi-do por las injurias que ella padecía, no perdo-nase al impío Ptolomeo, porque ella tenía enmás la muerte con que Ptolomeo le amenazaba,y la preciaba mucho más que no la vida e in-mortalidad, con tal que él pagase la pena quedebía por la impía crueldad que habla hechocontra su casa, contra toda razón y derecho.Viendo Juan a su madre tan pertinaz en esto, yobedeciendo a lo que ella le rogaba, una vez eramovido a combatirlo, y otra perdía el ánimo,

viendo los azotes que padecía; y como la romp-ían en partes, sentía mucho este dolor. Alar-gando en esto muchos días el cerco, vino el añode la fiesta, la cual suelen los judíos celebrarmuy solemnemente cada siete anos, por ejem-plo del séptimo día, cesando en toda obra; yalcanzando con esto Ptolemeo reposo de sucerco, habiendo muerto a los hermanos de Juany a la madre, huyó a Zenán, llamado Cotilaspor sobrenombre, tirano de Filadelfia.Enojado Antíoco por las cosas que había sufri-do de Simón, juntó ejército y vino contra Judea;y llegándose a Jerusalén, cercó a Hircano. Este,habiendo abierto el sepulcro de David, quehabla sido el más rico de todos los reyes, y sa-cado de allí más de tres mil talentos en dinero,persuadió a Antioco, después de haberle dadotrescientos talentos, que dejase el cerco, y fue elprimer judío que tuvo gente extranjera a sueldodentro de la ciudad a costa suya. Y alcanzadotiempo para vengarse, dándoselo Antíoco ocu-pado en la guerra de los medos, luego se le-

vantó contra las ciudades vecinas de Siria, pen-sando que no habría gente que las defendiese,lo cual fue así. Tomó a Medaba y a Samea conlos lugares de allí cercanos; a Sichima y Garizo,y demás de éstos, también a la gente de los chu-teos, que vivían en los lugares comarcanos deallí, cerca de aquel templo que había sido edifi-cado a semejanza del de Jerusalén. Tomó otrasmuchas ciudades de Idumea, y a Doreón y Ma-rifa. Después pasando hasta Samaria, dondeestá ahora fundada por el rey Herodes la ciu-dad de Sebaste, encerróla por todas partes ehizo capitanes de la gente que quedaba en elcerco a sus dos hijos Aristóbulo y Antígono.Los cuales, no faltando en algo, los que estabandentro de la ciudad vinieron en tan grandehambre, que eran forzados a comer la carne quenunca habían acostumbrado. Llamaron, pues,para esto que les ayudase a Antíoco, llamadopor sobrenombre Espondio, el cual, mostrándo-se obedecerles con voluntad muy pronto, fuevencido por Aristóbulo y por Antígono y huyó

hasta Escitópolis, persiguiéndole siempre losdos hermanos dichos, los cuales, volviéndosedespués a Samaria, encierran otra vez la mu-chedumbre de gente dentro del muro, y ganan-do la ciudad la destruyeron y desolaron,llevándose presos todos los que allí dentro mo-raban. Sucediéndoles las cosas de esta maneraprósperamente, no permitían ni consentían queaquella alegría se resfriase; antes, pasando de-lante con el ejército hasta Escitópolis, la toma-ron y partiéronse todos los campos y tierrasque estaban dentro de Carmelo.***

IIDe los príncipes que sucedieron desde Jonatáshasta Aristóbulo.Habiéndole sucedido su hermano Jonatás, ri-giéndose más proveída y cuerdamente en todolo que pertenecía a sus naturales, trabajandopor fortificar su potencia con la amistad de losromanos, ganó también amistad con el hijo deAntíoco; pero no le aprovecharon todas estascosas para excusar el peligro. Porque Trifón,tirano, tutor del hijo de Antíoco, acechándole ytrabajando por quitarlo de todas aquellas amis-tades, prendió engañosamente a Jonatás,habiendo venido a Ptolemaida con poca gentepara hablar con Antíoco, y deteniéndole muyatado, levantó su ejército contra Judea. Siendoechado de allá y vencido por Simón, hermanode Jonatás, muy airado por esto, mató a Jo-natás.Ocupándose Sinión en regir valerosamentetodas las cosas, tomó a Zara, a Jope y a Jamnia.Y venciendo las guarniciones, derribó y puso

por el suelo a Acarón, y socorrió a Antíoco con-tra Trifón, el cual estaba en el cerco de Dora,antes que fuese contra los medos.Pero no pudo con esto hartar la codicia del rey,aunque le hubiese también ayudado a matar aTrifón. Porque no mucho después Antíoco en-vió un capitán de los suyos, Cendebeo, pornombre, con ejército, para que destruyese aJudea y pusiese en servidumbre y cautivase aSimón. Pero éste, que administraba las cosas dela guerra, aunque era viejo, con ardor de man-cebo, envió delante a sus hijos con los más va-lientes y esforzados; y él, acompañado con par-te del pueblo, acometió por el otro lado; y te-niendo puestas muchas espías y celadas pormuchos lugares de los montes, los venció entoda parte. Alcanzando una victoria muy exce-lente y muy nombrada, fue hecho y declaradopontífice, y libertó los judíos de la sujeción ysenorío de los de Macedonia, en la cual habíanestado doscientos setenta años. Este, finalmen-te, murió en un convite, preso por asechanzas

de Ptolorneo, su yerno, el cual puso en guardasa su mujer y a dos hijos suyos, y envió ciertoshombres de los suyos para que matasen a Juantercero, que por otro nombre fue llamado Hir-cano.Entendiendo lo que se trataba y cuanto se de-terminaba, el mozo vino con gran prisa a laciudad confiado en mucha parte del pueblo,acordándose de la virtud y memoria de su pa-dre, y porque también la maldad de Ptolomeoera aborrecida de todos. Ptolomeo quiso por laotra puerta entrar en la ciudad, pero fue echadopor todo el pueblo, el cual antes había ya reci-bido a mejor tiempo a Hircano. Y luego partióde allí a un castillo llamado Dagón, que estabade la otra parte de Jericunta.Habiendo, pues, Hircano alcanzado la honra ydignidad de pontífice, la cual solía poseer supadre después de haber hecho sacrificios aDios, salió con diligencia contra Ptolemeo, porsocorrer a su madre y a sus propios hermanos;y combatiendo el castillo, era vencedor de todo,

y vencíalo a él justamente el dolor solo. PorquePtolomeo, cuando era apretado, sacaba la ma-dre de Hircano y sus hermanos en la parte másalta del muro, porque pudiesen ser vistos portodos, y los azotaba, amenazando que losecharía de allí abajo si en la misma hora no seretiraba. Este caso movía a Hircano a miseri-cordia y temor, más que a ira ni saña. Pero sumadre, no desanimada por las llagas y muerteque le amenazaba, ni amedrentada tampoco,alzando las manos rogaba a su hijo que, movi-do por las injurias que ella padecía, no perdo-nase al impío Ptolomeo, porque ella tenía enmás la muerte con que Ptolomeo le amenazaba,y la preciaba mucho más que no la vida e in-mortalidad, con tal que él pagase la pena quedebía por la impía crueldad que habla hechocontra su casa, contra toda razón y derecho.Viendo Juan a su madre tan pertinaz en esto, yobedeciendo a lo que ella le rogaba, una vez eramovido a combatirlo, y otra perdía el ánimo,viendo los azotes que padecía; y como la romp-

ían en partes, sentía mucho este dolor. Alar-gando en esto muchos días el cerco, vino el añode la fiesta, la cual suelen los judíos celebrarmuy solemnemente cada siete anos, por ejem-plo del séptimo día, cesando en toda obra; yalcanzando con esto Ptolemeo reposo de sucerco, habiendo muerto a los hermanos de Juany a la madre, huyó a Zenán, llamado Cotilaspor sobrenombre, tirano de Filadelfia.Enojado Antíoco por las cosas que había sufri-do de Simón, juntó ejército y vino contra Judea;y llegándose a Jerusalén, cercó a Hircano. Este,habiendo abierto el sepulcro de David, quehabla sido el más rico de todos los reyes, y sa-cado de allí más de tres mil talentos en dinero,persuadió a Antioco, después de haberle dadotrescientos talentos, que dejase el cerco, y fue elprimer judío que tuvo gente extranjera a sueldodentro de la ciudad a costa suya. Y alcanzadotiempo para vengarse, dándoselo Antíoco ocu-pado en la guerra de los medos, luego se le-vantó contra las ciudades vecinas de Siria, pen-

sando que no habría gente que las defendiese,lo cual fue así. Tomó a Medaba y a Samea conlos lugares de allí cercanos; a Sichima y Garizo,y demás de éstos, también a la gente de los chu-teos, que vivían en los lugares comarcanos deallí, cerca de aquel templo que había sido edifi-cado a semejanza del de Jerusalén. Tomó otrasmuchas ciudades de Idumea, y a Doreón y Ma-rifa. Después pasando hasta Samaria, dondeestá ahora fundada por el rey Herodes la ciu-dad de Sebaste, encerróla por todas partes ehizo capitanes de la gente que quedaba en elcerco a sus dos hijos Aristóbulo y Antígono.Los cuales, no faltando en algo, los que estabandentro de la ciudad vinieron en tan grandehambre, que eran forzados a comer la carne quenunca habían acostumbrado. Llamaron, pues,para esto que les ayudase a Antíoco, llamadopor sobrenombre Espondio, el cual, mostrándo-se obedecerles con voluntad muy pronto, fuevencido por Aristóbulo y por Antígono y huyóhasta Escitópolis, persiguiéndole siempre los

dos hermanos dichos, los cuales, volviéndosedespués a Samaria, encierran otra vez la mu-chedumbre de gente dentro del muro, y ganan-do la ciudad la destruyeron y desolaron,llevándose presos todos los que allí dentro mo-raban. Sucediéndoles las cosas de esta maneraprósperamente, no permitían ni consentían queaquella alegría se resfriase; antes, pasando de-lante con el ejército hasta Escitópolis, la toma-ron y partiéronse todos los campos y tierrasque estaban dentro de Carmelo.***

IIIQue trata de los hechos de Aristóbulo, Antí-gano, Judas, Eseo, Alejandro, Teodoro y De-metrio.La envidia de las hazañas y sucesos prósperosde Juan y de sus hijos movió a los gentiles adiscordia y sedición, y juntándose muchos con-tra ellos no reposaron hasta que todos fueronvencidos en guerra pública. Viviendo, pues,todo el otro tiempo Juan muy prósperamente yhabiendo administrado y regiao muy bien todoel gobierno de las cosas por espacio de treinta ytres años, dejando cinco hijos, murió. Varónciertamente bienaventurado, el cual no habíadado ocasión alguna por la cual alguno se pu-diese quejar de la fortuna. Tenía tres cosasprincipalmente él solo, porque era príncipe delos judíos, pontífice, y además de esto profeta,con quien Dios hablaba de tal manera, quenunca ignoraba algo de lo que había de aconte-cer.

También supo y profetizó cómo sus dos hijosmayores no habían de quedar señores de suscosas, los cuales qué fin hayan tenido en la vi-da, pienso que no será cosa indigna de contarloni de oírlo, y cuán lejos hayan estado de laprosperidad y dicha de su padre. PorqueAristóbulo, que era el hijo mayor, luego que supadre fue muerto, transfiriendo su señorío enreino, fue el primero que se puso corona de reycuatrocientos ochenta y un años y tres mesesdespués que el pueblo de los judíos había veni-do en la posesión de aquellas tierras libradas dela servidumbre y cautividad de Babilonia.Honraba a su hermano Antígono, que era en lasucesión segundo, porque mostraba amarlo conigual honra, pero puso a los otros hermanos encárcel muy atados y con guardas; encarcelótambién a su madre por haberle resistido enalgo en el señorío, porque Juan la había dejadopor señora de todo el gobierno, y fue tan cruelcon ella, que teniéndola atada y en cárcel, ladejó morir de hambre. Pagó todos estos hechos

y maldades con la muerte de su hermano Antí-gono, a quien él amaba mucho y a quien habíahecho partícipe en su remo, porque también lomató con acusaciones falsas que le fingieron losrevolvedores del reino. Al principio Aristóbulono creía lo que le decían, porque tenía en mu-cho a su hermano, y también porque pensabaser lo más de lo que le decían falso y fingidopor la envidia que le tenían. Pero siendo Antí-gono vuelto de la guerra con muy buen nombreen los días de las fiestas que ellos, según cos-tumbre de la patria, celebraban a Dios puestoslos tabernáculos, sucedió en el mismo tiempoque Aristóbulo cayó enfermo, y Antígono, al finde las fiestas y solemnidades, acompañado dehombres armados vino con gran deseo a haceroración al templo, y subió más honrado de loque subiera por honra de su hermano; y enton-ces, viniendo acusadores llenos de toda maldaddelante del rey, alegaban y reprendían la pom-pa de las armas, y la arrogancia y la soberbia deAntígono, como mayor de lo que convenía,

diciendo haber venido allí con multitud de gen-te de armas para matarlo: porque pudiendo élser rey, claro estaba que no se había de conten-tar con la honra que su hermano procuraba queel reino le hiciese.Creyó poco a poco estas cosas Aristóbulo, aun-que forzado, y por no demostrar sospecha dealguna cosa, queriendo guardarse de lo que leera incierto, y proveerse mirándolo todo,mandó pasar la gente de su guarda a un lugarobscuro y corno sótano; y él que estaba enfer-mo en el castillo llamado antes Baro, el cualdespués fue llamado Antoma, mandóles que siviniese desarmado, no le hiciesen algo, y si An-tigono viniese con armas, lo matasen. Ademásde esto, envió gente que avisasen a Antígono yle mandase venir sin armas.Para todas estas cosas la reina tomó consejoastuto con los que estaban en asechanza y encelada: porque persuadió a los que el rey en-viaba, que callasen lo que el rey les habla man-dado, y que dijesen a Antígono que su hermano

había oído cómo se habla hecho muy lindasarmas y lindo aparejo de guerra en Galilea, lascuales no había podido ver particularmente asu voluntad, impedido con su enfermedad, yque ahora lo querría con toda voluntad ver ar-mado, principalmente sabiendo que habla departir e irse a otra parte.Oídas estas cosas, Antígono, no pudiendo pen-sar mal, por el amor y afición que le tenía suhermano, venía aprisa armado con todas susarmas por mostrarse. Pero cuando llegó a unpaso obscuro, que se llamaba la torre de Es-tratón, fue muerto por los de la guarda: y diocierto y manifiesto documento, que toda bene-volencia y derecho de naturaleza es vencidocon las acriminaciones y envidias calumniosas;y que ninguna buena afición vale tanto quepueda perpetuamente resistir y refrenar la en-vidia.En esto también, ¿quién no se maravillará deJudas? Era Eseo de linaje, el cual nunca erró enprofetizar ni jamás mintió. Pasando Antígono

por el templo, luego que lo vió Judas, dijo envoz alta a los conocidos que allí estaban, por-que tenía muchos discípulos y hombres quevenían a pedirle consejo: "Ahora me es a míbueno morir, pues la verdad murió, quedandoyo en vida, y se ha hallado alguna cosa falsa enlo que yo tenía profetizado, pues vive esteAntígono, el cual debía ser hoy muerto. Teníaya, por suerte, señalado lugar para su muerteen la torre de Estratón, que está a seiscientosestadios lejos de aquí: son ya cuatro horas deldía, y el tiempo pasa, y con él mi adivinanza."Cuando el viejo hubo hablado esto, púsose apensar entre sí muchas cosas con mucho cuida-do y con la cara muy triste. Luego, poco des-pués, vino nueva como Antígono había sidomuerto en un sótano, llamado por el mismonombre que solía ser la marítima Cesárea, latorre de Estratón, y esto fue lo que engañó alprofeta.En la misma hora, con el pesar de tan granmaldad, se le aumentó la enfermedad a Aristó-

bulo, y estando siempre con el pensamiento deaquel hecho muy solícito, con el ánimo per-turbado se corrompía, hasta tanto que por laamargura del dolor, rotas en partes sus entra-ñas, echaba toda la sangre por la boca. La cualtomó uno de los que le servían, y por pro-videncia y voluntad de Dios, sin que el criadotal supiese, echó la sangre del matador sobrelas manchas que había dejado con la suya Antí-gono en aquel lugar donde fue muerto. Perolevantándose un gran llanto y aullido de losque habían visto esto, como que el muchachohubiese adrede echado la sangre en aquel lu-gar, vino a noticia del rey el clamor, y requirióque le contasen la causa; y como no hubiesealguno que la osase contar, más se encendía élen deseo de saberla. Al fin, haciendo él fuerza yamenazándoles, contáronle la verdad de todolo que pasaba; y él, hinchiendo sus ojos delágrimas, y gimiendo en su corazón tanto cuan-to le era posible, dijo esto: "No era, por cierto,cosa para esperar que hubiese Dios de ignorar

mis maldades muy grandes, siéndole todo ma-nifiesto pues luego me persigue la justicia envenganza de la muerte de mi hermano. ¡Ohmalvado cuerpo! ¿Hasta cuándo detendrás elánima condenada por la muerte de mi madre yde mi hermano? ¿Cuánto tiempo les sacrificarémi propia sangre? Tómenlo todo junto y no seburle ni escarnezca la fortuna lo bajo de misentrañas.` Dicho esto, luego murió, habiendoreinado sólo un año.Su mujer entonces sacó de la cárcel al hermanoAlejandro, e hízolo rey, el cual era mayor en laedad, y aun parecía también ser más modesto.Pero alcanzando éste el reino, y viéndose pode-roso, mató a su otro hermano, por verlo ambi-cioso de reinar, y tenía consigo al otro priva-damente, habiéndole quitado todas sus cosas.Hizo guerra con Ptolomeo Látiro, el cual le hab-ía tomado a Asoco, y mató muchos de susenemigos; pero Ptolomeo fue el vencedor. Des-pués que él fue echado por su madre Cleopatra,vínose a Egipto, y Alejandro tomó por fuerza a

Gadara y el castillo de Amatón, que es el mayorde todos los que hay de la otra parte del Jordán,adonde estaban, según se tenla por cierto, losbienes y joyas de Teodoro, hijo de Zenón. Massobreviniendo presto Teodoro, cobra lo que erasuyo: llévase el carruaje del rey, y mata casidiez mil judíos.Alejandro, cobrando después de esta matanzafuerzas, entró por las partes cercanas de la mar,las cuales llamaremos maritimas: tomó a Rafia,a Gaza y a Antedón, la cual después fue llama-da por el rey Herodes Agripia.Domados y sujetos todos éstos, un día de fiestael pueblo de los judíos se levantó contra él.Porque muchas veces se revuelven los pueblospor los convites y comidas; y no le parecía quepodía apaciguar y deshacer aquellas asechan-zas, si los Pisidas y Cilicos, pagándolos él, no leayudaban: no hacía caso de tener los sirios asueldo por la discordia que tienen natural-mente con los judíos. Y habiendo muerto másde ocho mil de la multitud que se había rebela-

do, hizo guerra contra Arabia. Vencidos allí losgalaaditas y moabitas, los hizo tributarios, yvolvióse para Amatón.Y estando Teodoro amedrentado por ver quetan prósperamente le sucedían las cosas, de-rribó de raíz un castillo que halló sin gente; ypeleando después con Oboda, rey de Arabia, elcual había ocupado un lugar oportuno y cómo-do para el en año en la región de Galaad, presocon las asechanzas que le habían hecho, perdiótodo su ejército, forzado a recogerse a un vallemuy alto, y fue desmenuzado por la multitudde los camellos.Librándose él de aquí y viniendo a Jerusalén,inflamó la gente, que antiguamente le era muyenemiga, a mover novedades con la gran ma-tanza que le había sido hecha. Con esto tambiénse alzó a mayores, y mató en muchas batallasno menos de cincuenta mil judíos dentro deseis años; pero no se holgaba con estas victo-rias, porque se gastaban y consumían en ellastodas las fuerzas de su reino. Por lo cual, de-

jando las armas y la guerra, trabajaba con bue-nas palabras en volver en amistad con aquellosque tenía sujetos.Tenían ellos tan aborrecida la inconstancia yvariedad que éste tenía en sus costumbres, quepreguntando él qué manera tendría para apaci-guarlos, respondieron que con su muerte; por-que aun no sabían si muerto le perdonarían,por tantas maldades como había cometido jun-to con esto tomaron el socorro de Demetrio,llamado Acero, el cual, con esperanza de ganary de haber mayor premio, fácilmente les obede-ció y consintió, y viniendo con ejército, juntósepara ayudar a los judíos cerca de Sichima. Perorecibiólos Alejandro con mil de a caballo y conseis mil soldados de sueldo, teniendo tambiénconsigo cerca de diez mil judíos que le erantodos muy amigos: siendo los de la parte con-traria tres mil de a caballo y cuarenta mil de apie.Antes que se juntasen ambos ejércitos, por me-dio de los mensajeros y trompetas los reyes

trabajaban cada uno por si en retirar la gente eluno del otro. Demetrio pensaba que la gente desueldo de Alejandro le faltaría; y Alejandroesperaba que los judíos que seguían a Demetriose le habían de rebelar y seguirlo a él. Pero co-mo los judíos tuviesen muy firme su juramento,y los griegos su fe y promesa, comenzaron aacercarse y pelear todos.Venció en esta batalla Demetrio, aunque la gen-te de Alejandro hubiese hecho muchas cosasfuerte y animosamente. El suceso de ella dióparte a entrambos sin que juntamente en-trambos lo esperasen. Porque los que habíanllamado a Demetrio no quisieron seguirlo, aun-que vencedor; antes, seis mil de los judíos sepasaron a Alejandro, que había huido hacia losmontes, por tener misericordia de él, viendoque se le había mudado tanto la fortuna. Nopudo sufrir falta tan 'importante Demetrio; an-tes, pensando que Alejandro, recogidas y jun-tadas ya sus fuerzas, sería bastante para esperarla batalla, porque toda la gente se le pasaba,

retiróse luego de allí; pero la demás gente, porhabérseles ido y apartado aquella parte del so-corro y ejército, no perdió su ira y enemistad;antes peleaba en continuas guerras con Alejan-dro, hasta tanto que, muerta gran parte deellos, los hizo recoger en la ciudad de Bemese-lis; y habiéndola después tomado, llevóse loscautivos a Jerusalén.La ira inmoderada de éste, por ser desenfrena-da, hizo que su crueldad llegase a términos detoda impiedad; porque en medio de la ciudadahorcó ochocientos de los cautivos, y mató lasmujeres de ellos e hijos, delante de sus propiasmadres, y él lo estaba mirando bebiendo y hol-gando junto con sus concubinas y mancebas.Tomó todo el pueblo tan gran temor de veresto, que aun los que a entrambas partes esta-ban aficionados, luego la siguiente noche salie-ron huyendo, corno desterrados, de toda Judea,cuyo destierro tuvo fin con la muerte de Ale-jandro. Habiendo, pues, buscado el reposo delreino con tales hechos, cesaron sus armas.

***

IVDe la guerra de Alejandro con Antíoco y Are-ta, y de Alejandro e Hircano.

Otra vez le fue principio de revueltaAntíoco, llamado también Dionisio, hermanode Demetrio, pero el postrero de aquellos quetenían a Seleuco por principio y autor de sulinaje. Porque temiendo a éste, el cual habíaechado y vencido a los árabes en la guerra, hizoun foso muy grande alrededor de Antipátridaen todo el espacio que hay allí cercano a losmontes, y entre las riberas de Jope; y delantedel foso edificó un muro muy alto y unas torresde madera, para defender la entrada; pero nopudo detener con todo esto a Antíoco. Porquequemadas las torres, y habiendo henchido losfosos, pasó con su ejército; y menospreciando lavenganza, de la cual debía usar con aquel quele había prohibido la entrada, luego siguió laempresa contra los árabes.El rey de éstos apartáse a parte más cómodapara su gente; Pero luego volvió a la pelea con

hasta número de diez mil hombres, y acometióla gente de Antíoco sin darle tiempo para pen-sar en ello ni aparejarse. Y trabada una valerosabatalla, mientras Antíoco estaba salvo, su ejérci-to permanecía resistiendo, aunque los árabesp9co a poco lo despedazasen y acabasen. Perodespués que éste fue muerto, porque soco-rriendo a los vencidos no temía los peligros,todos huyeron, muriendo la mayor parte deellos peleando y huyendo. Los demás, habien-do venido a parar al lugar de Caná, todos mu-rieron de hambre, excepto muy pocos. De aquílos damascenos, enojados con Ptolomeo, hijo deMineo, júntanse con Areto, y hácenlo rey deSiria Celes: el cual, habiendo hecho guerra conJudea, después de haber vencido en la batalla aAlejandro, hizo partido con él y retiróse.Alejandro, tomada Pela, fuese otra vez paraGerasa, deseoso de las riquezas de Teodoro; yhabiendo cercado con tres cercos a los que laquerían defender, ganó el lugar. Tomó tambiéna Gaulana y a Seleucia, y sojuzgó aquella que se

llama la Farange de Antíoco. Además de lodicho, habiendo también tomado el fuerte casti-llo de Gamala, y preso al capitán de él, Deme-trio, revuelto en muchos crímenes y culpas,vuélvese a Judea, acabados tres años en la gue-rra, y fue recibido por los suyos con grandealegría por el próspero suceso de sus cosas.Pero sucedióle, estando en reposo y acabada laguerra, el principio de su dolencia; y porque lefatigaba la cuartana, pensó que echaría de síaquella calentura si se volvía otra vez a poneren los negocios y ocupaba en ellos su ánimo;dióse a la guerra y trabajos militares, Sin tenercuenta con el tiempo: y fatigando su cuerpomás de lo que podía sufrir, en medio de lasrevueltas murió después de treinta y siete añosque reinaba, dejando el reino a Alejandra, sumujer, pensando que los judíos obedecerían acuanto ella mandase; porque siendo muy de-semejante a él en la crueldad, resistiendo a todamaldad, enteramente había ganado la voluntadde todo el pueblo. Y no le engañó la esperanza,

porque por ser tenida por mujer muy pía, al-canzó el reino y principado. Porque sabía muybien la costumbre que los de su patria tenían, yaborrecía desde el principio al que quebrantabalas leyes sagradas.Como ésta tuviese dos hijos habidos de Alejan-dro, al mayor, llamado Hircano, parte por serprimogénito, lo declaró por pontífice, y partetambién porque era más reposado, sin que pu-diese tenerse esperanza que sería molesto aalguno, lo hizo rey; y el menor, llamado Aristó-bulo, quiso más que viviese privadamente,porque mostraba ser más bullicioso y levanta-do.Juntóse con la señoría de esta mujer una partede los judíos que era la de los fariseos, los cua-les honraban y acataban más la religión, al pa-recer, que todos los demás, y declaraban másagudamente las leyes, y por esta causa los teníaen más Alejandra, sirviendo a la religión divinasupersticiosamente. Estos, disimulando con lasimple mujer, eran tenidos ya como procurado-

res de ella, mudando a sus voluntades, quitan-do y poniendo, encarcelando y librando a cuan-tos les parecía, de tal manera, que parecían serya ellos los reyes, según gozaban de los prove-chos reales: y Alejandra había de pagar las ex-pensas y gastos, y sufrir todos los trabajos. Peroésta tenía un maravilloso regimiento en saberregir y administrar las cosas mas altas y másimportantes; y puesta toda en acrecentar sugente, hizo dos ejércitos, con no pocos socorrosque hubo, por su sueldo, con los cuales no sólofortificó el estado de su gente, pero se hizo aúnde temer al poder de los extranjeros. Y comomandase a todos, ella sola obedecía a los farise-os de su buena voluntad.Mataron finalmente a Diógenes, varón muyseñalado que había sido muy amigo de Alejan-dro, trayendo por causa de su muerte queaquellos ochocientos, de los cuales hemos ha-blado arriba, fueron puestos en cruz por el reya instancia de éste; y trabajaban por inducir ypersuadir a Alejandra que matase a todos los

demás, por cuya autoridad y consejo se habíamovido contra ellos Alejandro. Estando ella tanpuesta en obedecer con demasiada supersticióna estos fariseos, a los cuales no quería contrade-cir en algo, mataban a quien querían, hasta quetodos los mejores que estaban en peligro sevinieron huyendo a Aristóbulo; y éste persua-dió a su madre que los perdonase por la digni-dad que tenían, y a los que pensaba ser daño-sos, los echase de la ciudad. Alcanzando éstoslicencia, esparciéronse por toda la tierra.Alejandra envió ejército a Damasco, porquePtolomeo tenía en grande y muy continuoaprieto la ciudad, la cual ella tomó sin hacercosa alguna memorable. Solicitó con pactos ydones al rey de Armenia, Tigrano, que cercabaa Cleopatra, habiendo juntado su gente conPtolomeo. Pero él se había retirado ya muchoantes por el levantamiento y discordia que hab-ía entre los suyos, después de haberse Lúculoentrado por Armenia.

Estando en esto, enfermó Alejandra; y su hijo elmenor, Aristóbulo, con todos sus criados, quesolían ser muchos y muy fieles, por estar en laflor de su edad, se apoderó de todos los casti-llos; y con el dinero que en ellos halló, hizo gen-te de sueldo, y levantóse por rey. Por esto lamadre de Hircano, con misericordia de las que-jas que el pueblo a ella echaba, encerró la mujerde Aristóbulo en un castillo que está edificadocerca del templo a la parte de Septentrión:llamábase éste, como antes dijimos, Baro, ydespués lo llamaron Antonia, siendo Antonioemperador, así como del nombre de Augusto yde Agripa, fueron llamadas las otras ciudadesSebaste y Agripia.Pero antes murió Alejandra que tomase ven-ganza en Aristóbulo de las injurias a su herma-no Hircano, al cual había trabajado por echardel reino, adonde había ella reinado nueveaños. Quedó por heredero de todo Hircano, aquien ella, siendo aún viva, había encomenda-do todo el reino. Pero teníale gran ventaja en

esfuerzo y autoridad Aristóbulo, y habiendopeleado entrambos cerca de Jericó por quiénsería señor de todo, muchos, dejando a Hirca-no, se pasaron a Aristóbulo. De donde huyendoHircano, Regó al castillo llamado Antonia,adonde se recogió; y alcanzando allí rehenespara aseguranza de su salud y vida, porque(según arriba hemos contado) aquí estaban conguardas los hijos y mujer de Aristóbulo. Antesque le aconteciese algo que fuese peor, volvióen concordia y amistad con tal ley, que quedaseel reino por Aristóbulo, y que él lo dejase, con-tentándose, como hermano del rey, con otrashonras. Reconciliados y hechos de esta maneraamigos dentro del templo, habiendo el unoabrazado al otro delante de todo el pueblo queallí estaba, truecan las cosas, y Aristóbulo tornaposesión de la casa real, e Hircano de la casa deAristóbulo.***

Capítulo IIIQue trata de los hechos de Aristóbulo, Antí-gano, Judas, Eseo, Alejandro, Teodoro y De-metrio.La envidia de las hazañas y sucesos prósperosde Juan y de sus hijos movió a los gentiles adiscordia y sedición, y juntándose muchos con-tra ellos no reposaron hasta que todos fueronvencidos en guerra pública. Viviendo, pues,todo el otro tiempo Juan muy prósperamente yhabiendo administrado y regiao muy bien todoel gobierno de las cosas por espacio de treinta ytres años, dejando cinco hijos, murió. Varónciertamente bienaventurado, el cual no habíadado ocasión alguna por la cual alguno se pu-diese quejar de la fortuna. Tenía tres cosasprincipalmente él solo, porque era príncipe delos judíos, pontífice, y además de esto profeta,con quien Dios hablaba de tal manera, quenunca ignoraba algo de lo que había de aconte-cer.

También supo y profetizó cómo sus dos hijosmayores no habían de quedar señores de suscosas, los cuales qué fin hayan tenido en la vi-da, pienso que no será cosa indigna de contarloni de oírlo, y cuán lejos hayan estado de laprosperidad y dicha de su padre. PorqueAristóbulo, que era el hijo mayor, luego que supadre fue muerto, transfiriendo su señorío enreino, fue el primero que se puso corona de reycuatrocientos ochenta y un años y tres mesesdespués que el pueblo de los judíos había veni-do en la posesión de aquellas tierras libradas dela servidumbre y cautividad de Babilonia.Honraba a su hermano Antígono, que era en lasucesión segundo, porque mostraba amarlo conigual honra, pero puso a los otros hermanos encárcel muy atados y con guardas; encarcelótambién a su madre por haberle resistido enalgo en el señorío, porque Juan la había dejadopor señora de todo el gobierno, y fue tan cruelcon ella, que teniéndola atada y en cárcel, ladejó morir de hambre. Pagó todos estos hechos

y maldades con la muerte de su hermano Antí-gono, a quien él amaba mucho y a quien habíahecho partícipe en su remo, porque también lomató con acusaciones falsas que le fingieron losrevolvedores del reino. Al principio Aristóbulono creía lo que le decían, porque tenía en mu-cho a su hermano, y también porque pensabaser lo más de lo que le decían falso y fingidopor la envidia que le tenían. Pero siendo Antí-gono vuelto de la guerra con muy buen nombreen los días de las fiestas que ellos, según cos-tumbre de la patria, celebraban a Dios puestoslos tabernáculos, sucedió en el mismo tiempoque Aristóbulo cayó enfermo, y Antígono, al finde las fiestas y solemnidades, acompañado dehombres armados vino con gran deseo a haceroración al templo, y subió más honrado de loque subiera por honra de su hermano; y enton-ces, viniendo acusadores llenos de toda maldaddelante del rey, alegaban y reprendían la pom-pa de las armas, y la arrogancia y la soberbia deAntígono, como mayor de lo que convenía,

diciendo haber venido allí con multitud de gen-te de armas para matarlo: porque pudiendo élser rey, claro estaba que no se había de conten-tar con la honra que su hermano procuraba queel reino le hiciese.Creyó poco a poco estas cosas Aristóbulo, aun-que forzado, y por no demostrar sospecha dealguna cosa, queriendo guardarse de lo que leera incierto, y proveerse mirándolo todo,mandó pasar la gente de su guarda a un lugarobscuro y corno sótano; y él que estaba enfer-mo en el castillo llamado antes Baro, el cualdespués fue llamado Antoma, mandóles que siviniese desarmado, no le hiciesen algo, y si An-tigono viniese con armas, lo matasen. Ademásde esto, envió gente que avisasen a Antígono yle mandase venir sin armas.Para todas estas cosas la reina tomó consejoastuto con los que estaban en asechanza y encelada: porque persuadió a los que el rey en-viaba, que callasen lo que el rey les habla man-dado, y que dijesen a Antígono que su hermano

había oído cómo se habla hecho muy lindasarmas y lindo aparejo de guerra en Galilea, lascuales no había podido ver particularmente asu voluntad, impedido con su enfermedad, yque ahora lo querría con toda voluntad ver ar-mado, principalmente sabiendo que habla departir e irse a otra parte.Oídas estas cosas, Antígono, no pudiendo pen-sar mal, por el amor y afición que le tenía suhermano, venía aprisa armado con todas susarmas por mostrarse. Pero cuando llegó a unpaso obscuro, que se llamaba la torre de Es-tratón, fue muerto por los de la guarda: y diocierto y manifiesto documento, que toda bene-volencia y derecho de naturaleza es vencidocon las acriminaciones y envidias calumniosas;y que ninguna buena afición vale tanto quepueda perpetuamente resistir y refrenar la en-vidia.En esto también, ¿quién no se maravillará deJudas? Era Eseo de linaje, el cual nunca erró enprofetizar ni jamás mintió. Pasando Antígono

por el templo, luego que lo vió Judas, dijo envoz alta a los conocidos que allí estaban, por-que tenía muchos discípulos y hombres quevenían a pedirle consejo: "Ahora me es a míbueno morir, pues la verdad murió, quedandoyo en vida, y se ha hallado alguna cosa falsa enlo que yo tenía profetizado, pues vive esteAntígono, el cual debía ser hoy muerto. Teníaya, por suerte, señalado lugar para su muerteen la torre de Estratón, que está a seiscientosestadios lejos de aquí: son ya cuatro horas deldía, y el tiempo pasa, y con él mi adivinanza."Cuando el viejo hubo hablado esto, púsose apensar entre sí muchas cosas con mucho cuida-do y con la cara muy triste. Luego, poco des-pués, vino nueva como Antígono había sidomuerto en un sótano, llamado por el mismonombre que solía ser la marítima Cesárea, latorre de Estratón, y esto fue lo que engañó alprofeta.En la misma hora, con el pesar de tan granmaldad, se le aumentó la enfermedad a Aristó-

bulo, y estando siempre con el pensamiento deaquel hecho muy solícito, con el ánimo per-turbado se corrompía, hasta tanto que por laamargura del dolor, rotas en partes sus entra-ñas, echaba toda la sangre por la boca. La cualtomó uno de los que le servían, y por pro-videncia y voluntad de Dios, sin que el criadotal supiese, echó la sangre del matador sobrelas manchas que había dejado con la suya Antí-gono en aquel lugar donde fue muerto. Perolevantándose un gran llanto y aullido de losque habían visto esto, como que el muchachohubiese adrede echado la sangre en aquel lu-gar, vino a noticia del rey el clamor, y requirióque le contasen la causa; y como no hubiesealguno que la osase contar, más se encendía élen deseo de saberla. Al fin, haciendo él fuerza yamenazándoles, contáronle la verdad de todolo que pasaba; y él, hinchiendo sus ojos delágrimas, y gimiendo en su corazón tanto cuan-to le era posible, dijo esto: "No era, por cierto,cosa para esperar que hubiese Dios de ignorar

mis maldades muy grandes, siéndole todo ma-nifiesto pues luego me persigue la justicia envenganza de la muerte de mi hermano. ¡Ohmalvado cuerpo! ¿Hasta cuándo detendrás elánima condenada por la muerte de mi madre yde mi hermano? ¿Cuánto tiempo les sacrificarémi propia sangre? Tómenlo todo junto y no seburle ni escarnezca la fortuna lo bajo de misentrañas.` Dicho esto, luego murió, habiendoreinado sólo un año.Su mujer entonces sacó de la cárcel al hermanoAlejandro, e hízolo rey, el cual era mayor en laedad, y aun parecía también ser más modesto.Pero alcanzando éste el reino, y viéndose pode-roso, mató a su otro hermano, por verlo ambi-cioso de reinar, y tenía consigo al otro priva-damente, habiéndole quitado todas sus cosas.Hizo guerra con Ptolomeo Látiro, el cual le hab-ía tomado a Asoco, y mató muchos de susenemigos; pero Ptolomeo fue el vencedor. Des-pués que él fue echado por su madre Cleopatra,vínose a Egipto, y Alejandro tomó por fuerza a

Gadara y el castillo de Amatón, que es el mayorde todos los que hay de la otra parte del Jordán,adonde estaban, según se tenla por cierto, losbienes y joyas de Teodoro, hijo de Zenón. Massobreviniendo presto Teodoro, cobra lo que erasuyo: llévase el carruaje del rey, y mata casidiez mil judíos.Alejandro, cobrando después de esta matanzafuerzas, entró por las partes cercanas de la mar,las cuales llamaremos maritimas: tomó a Rafia,a Gaza y a Antedón, la cual después fue llama-da por el rey Herodes Agripia.Domados y sujetos todos éstos, un día de fiestael pueblo de los judíos se levantó contra él.Porque muchas veces se revuelven los pueblospor los convites y comidas; y no le parecía quepodía apaciguar y deshacer aquellas asechan-zas, si los Pisidas y Cilicos, pagándolos él, no leayudaban: no hacía caso de tener los sirios asueldo por la discordia que tienen natural-mente con los judíos. Y habiendo muerto másde ocho mil de la multitud que se había rebela-

do, hizo guerra contra Arabia. Vencidos allí losgalaaditas y moabitas, los hizo tributarios, yvolvióse para Amatón.Y estando Teodoro amedrentado por ver quetan prósperamente le sucedían las cosas, de-rribó de raíz un castillo que halló sin gente; ypeleando después con Oboda, rey de Arabia, elcual había ocupado un lugar oportuno y cómo-do para el en año en la región de Galaad, presocon las asechanzas que le habían hecho, perdiótodo su ejército, forzado a recogerse a un vallemuy alto, y fue desmenuzado por la multitudde los camellos.Librándose él de aquí y viniendo a Jerusalén,inflamó la gente, que antiguamente le era muyenemiga, a mover novedades con la gran ma-tanza que le había sido hecha. Con esto tambiénse alzó a mayores, y mató en muchas batallasno menos de cincuenta mil judíos dentro deseis años; pero no se holgaba con estas victo-rias, porque se gastaban y consumían en ellastodas las fuerzas de su reino. Por lo cual, de-

jando las armas y la guerra, trabajaba con bue-nas palabras en volver en amistad con aquellosque tenía sujetos.Tenían ellos tan aborrecida la inconstancia yvariedad que éste tenía en sus costumbres, quepreguntando él qué manera tendría para apaci-guarlos, respondieron que con su muerte; por-que aun no sabían si muerto le perdonarían,por tantas maldades como había cometido jun-to con esto tomaron el socorro de Demetrio,llamado Acero, el cual, con esperanza de ganary de haber mayor premio, fácilmente les obede-ció y consintió, y viniendo con ejército, juntósepara ayudar a los judíos cerca de Sichima. Perorecibiólos Alejandro con mil de a caballo y conseis mil soldados de sueldo, teniendo tambiénconsigo cerca de diez mil judíos que le erantodos muy amigos: siendo los de la parte con-traria tres mil de a caballo y cuarenta mil de apie.Antes que se juntasen ambos ejércitos, por me-dio de los mensajeros y trompetas los reyes

trabajaban cada uno por si en retirar la gente eluno del otro. Demetrio pensaba que la gente desueldo de Alejandro le faltaría; y Alejandroesperaba que los judíos que seguían a Demetriose le habían de rebelar y seguirlo a él. Pero co-mo los judíos tuviesen muy firme su juramento,y los griegos su fe y promesa, comenzaron aacercarse y pelear todos.Venció en esta batalla Demetrio, aunque la gen-te de Alejandro hubiese hecho muchas cosasfuerte y animosamente. El suceso de ella dióparte a entrambos sin que juntamente en-trambos lo esperasen. Porque los que habíanllamado a Demetrio no quisieron seguirlo, aun-que vencedor; antes, seis mil de los judíos sepasaron a Alejandro, que había huido hacia losmontes, por tener misericordia de él, viendoque se le había mudado tanto la fortuna. Nopudo sufrir falta tan 'importante Demetrio; an-tes, pensando que Alejandro, recogidas y jun-tadas ya sus fuerzas, sería bastante para esperarla batalla, porque toda la gente se le pasaba,

retiróse luego de allí; pero la demás gente, porhabérseles ido y apartado aquella parte del so-corro y ejército, no perdió su ira y enemistad;antes peleaba en continuas guerras con Alejan-dro, hasta tanto que, muerta gran parte deellos, los hizo recoger en la ciudad de Bemese-lis; y habiéndola después tomado, llevóse loscautivos a Jerusalén.La ira inmoderada de éste, por ser desenfrena-da, hizo que su crueldad llegase a términos detoda impiedad; porque en medio de la ciudadahorcó ochocientos de los cautivos, y mató lasmujeres de ellos e hijos, delante de sus propiasmadres, y él lo estaba mirando bebiendo y hol-gando junto con sus concubinas y mancebas.Tomó todo el pueblo tan gran temor de veresto, que aun los que a entrambas partes esta-ban aficionados, luego la siguiente noche salie-ron huyendo, corno desterrados, de toda Judea,cuyo destierro tuvo fin con la muerte de Ale-jandro. Habiendo, pues, buscado el reposo delreino con tales hechos, cesaron sus armas.

***

Capítulo IVDe la guerra de Alejandro con Antíoco y Are-ta, y de Alejandro e Hircano.Otra vez le fue principio de revuelta Antíoco,llamado también Dionisio, hermano de Deme-trio, pero el postrero de aquellos que tenían aSeleuco por principio y autor de su linaje. Por-que temiendo a éste, el cual había echado yvencido a los árabes en la guerra, hizo un fosomuy grande alrededor de Antipátrida en todoel espacio que hay allí cercano a los montes, yentre las riberas de Jope; y delante del foso edi-ficó un muro muy alto y unas torres de madera,para defender la entrada; pero no pudo detenercon todo esto a Antíoco. Porque quemadas lastorres, y habiendo henchido los fosos, pasó consu ejército; y menospreciando la venganza, dela cual debía usar con aquel que le había prohi-bido la entrada, luego siguió la empresa contralos árabes.

El rey de éstos apartáse a parte más cómodapara su gente; Pero luego volvió a la pelea conhasta número de diez mil hombres, y acometióla gente de Antíoco sin darle tiempo para pen-sar en ello ni aparejarse. Y trabada una valerosabatalla, mientras Antíoco estaba salvo, su ejérci-to permanecía resistiendo, aunque los árabesp9co a poco lo despedazasen y acabasen. Perodespués que éste fue muerto, porque soco-rriendo a los vencidos no temía los peligros,todos huyeron, muriendo la mayor parte deellos peleando y huyendo. Los demás, habien-do venido a parar al lugar de Caná, todos mu-rieron de hambre, excepto muy pocos. De aquílos damascenos, enojados con Ptolomeo, hijo deMineo, júntanse con Areto, y hácenlo rey deSiria Celes: el cual, habiendo hecho guerra conJudea, después de haber vencido en la batalla aAlejandro, hizo partido con él y retiróse.Alejandro, tomada Pela, fuese otra vez paraGerasa, deseoso de las riquezas de Teodoro; yhabiendo cercado con tres cercos a los que la

querían defender, ganó el lugar. Tomó tambiéna Gaulana y a Seleucia, y sojuzgó aquella que sellama la Farange de Antíoco. Además de lodicho, habiendo también tomado el fuerte casti-llo de Gamala, y preso al capitán de él, Deme-trio, revuelto en muchos crímenes y culpas,vuélvese a Judea, acabados tres años en la gue-rra, y fue recibido por los suyos con grandealegría por el próspero suceso de sus cosas.Pero sucedióle, estando en reposo y acabada laguerra, el principio de su dolencia; y porque lefatigaba la cuartana, pensó que echaría de síaquella calentura si se volvía otra vez a poneren los negocios y ocupaba en ellos su ánimo;dióse a la guerra y trabajos militares, Sin tenercuenta con el tiempo: y fatigando su cuerpomás de lo que podía sufrir, en medio de lasrevueltas murió después de treinta y siete añosque reinaba, dejando el reino a Alejandra, sumujer, pensando que los judíos obedecerían acuanto ella mandase; porque siendo muy de-semejante a él en la crueldad, resistiendo a toda

maldad, enteramente había ganado la voluntadde todo el pueblo. Y no le engañó la esperanza,porque por ser tenida por mujer muy pía, al-canzó el reino y principado. Porque sabía muybien la costumbre que los de su patria tenían, yaborrecía desde el principio al que quebrantabalas leyes sagradas.Como ésta tuviese dos hijos habidos de Alejan-dro, al mayor, llamado Hircano, parte por serprimogénito, lo declaró por pontífice, y partetambién porque era más reposado, sin que pu-diese tenerse esperanza que sería molesto aalguno, lo hizo rey; y el menor, llamado Aristó-bulo, quiso más que viviese privadamente,porque mostraba ser más bullicioso y levanta-do.Juntóse con la señoría de esta mujer una partede los judíos que era la de los fariseos, los cua-les honraban y acataban más la religión, al pa-recer, que todos los demás, y declaraban másagudamente las leyes, y por esta causa los teníaen más Alejandra, sirviendo a la religión divina

supersticiosamente. Estos, disimulando con lasimple mujer, eran tenidos ya como procurado-res de ella, mudando a sus voluntades, quitan-do y poniendo, encarcelando y librando a cuan-tos les parecía, de tal manera, que parecían serya ellos los reyes, según gozaban de los prove-chos reales: y Alejandra había de pagar las ex-pensas y gastos, y sufrir todos los trabajos. Peroésta tenía un maravilloso regimiento en saberregir y administrar las cosas mas altas y másimportantes; y puesta toda en acrecentar sugente, hizo dos ejércitos, con no pocos socorrosque hubo, por su sueldo, con los cuales no sólofortificó el estado de su gente, pero se hizo aúnde temer al poder de los extranjeros. Y comomandase a todos, ella sola obedecía a los farise-os de su buena voluntad.Mataron finalmente a Diógenes, varón muyseñalado que había sido muy amigo de Alejan-dro, trayendo por causa de su muerte queaquellos ochocientos, de los cuales hemos ha-blado arriba, fueron puestos en cruz por el rey

a instancia de éste; y trabajaban por inducir ypersuadir a Alejandra que matase a todos losdemás, por cuya autoridad y consejo se habíamovido contra ellos Alejandro. Estando ella tanpuesta en obedecer con demasiada supersticióna estos fariseos, a los cuales no quería contrade-cir en algo, mataban a quien querían, hasta quetodos los mejores que estaban en peligro sevinieron huyendo a Aristóbulo; y éste persua-dió a su madre que los perdonase por la digni-dad que tenían, y a los que pensaba ser daño-sos, los echase de la ciudad. Alcanzando éstoslicencia, esparciéronse por toda la tierra.Alejandra envió ejército a Damasco, porquePtolomeo tenía en grande y muy continuoaprieto la ciudad, la cual ella tomó sin hacercosa alguna memorable. Solicitó con pactos ydones al rey de Armenia, Tigrano, que cercabaa Cleopatra, habiendo juntado su gente conPtolomeo. Pero él se había retirado ya muchoantes por el levantamiento y discordia que hab-

ía entre los suyos, después de haberse Lúculoentrado por Armenia.Estando en esto, enfermó Alejandra; y su hijo elmenor, Aristóbulo, con todos sus criados, quesolían ser muchos y muy fieles, por estar en laflor de su edad, se apoderó de todos los casti-llos; y con el dinero que en ellos halló, hizo gen-te de sueldo, y levantóse por rey. Por esto lamadre de Hircano, con misericordia de las que-jas que el pueblo a ella echaba, encerró la mujerde Aristóbulo en un castillo que está edificadocerca del templo a la parte de Septentrión:llamábase éste, como antes dijimos, Baro, ydespués lo llamaron Antonia, siendo Antonioemperador, así como del nombre de Augusto yde Agripa, fueron llamadas las otras ciudadesSebaste y Agripia.Pero antes murió Alejandra que tomase ven-ganza en Aristóbulo de las injurias a su herma-no Hircano, al cual había trabajado por echardel reino, adonde había ella reinado nueveaños. Quedó por heredero de todo Hircano, a

quien ella, siendo aún viva, había encomenda-do todo el reino. Pero teníale gran ventaja enesfuerzo y autoridad Aristóbulo, y habiendopeleado entrambos cerca de Jericó por quiénsería señor de todo, muchos, dejando a Hirca-no, se pasaron a Aristóbulo. De donde huyendoHircano, Regó al castillo llamado Antonia,adonde se recogió; y alcanzando allí rehenespara aseguranza de su salud y vida, porque(según arriba hemos contado) aquí estaban conguardas los hijos y mujer de Aristóbulo. Antesque le aconteciese algo que fuese peor, volvióen concordia y amistad con tal ley, que quedaseel reino por Aristóbulo, y que él lo dejase, con-tentándose, como hermano del rey, con otrashonras. Reconciliados y hechos de esta maneraamigos dentro del templo, habiendo el unoabrazado al otro delante de todo el pueblo queallí estaba, truecan las cosas, y Aristóbulo tornaposesión de la casa real, e Hircano de la casa deAristóbulo.***

Capítulo VDe la guerra que tuvo Hircano con los árabes,

y cómo fué tomada la ciudad de Jerusalén.

Creció a todos sus enemigos el miedo por verque mandaba y que había alcanzado el señoríotan contra la esperanza que tenían, aunqueprincipalmente a Antipatro, mal acogido porAristóbulo y muy aborrecido. Era éste de linajeIdumeo, principal entre toda su gente, tanto ennobleza como en riqueza. Este, pues, amones-taba y trabajaba por inducir a Hircano que re-curriere a Areta, rey de los árabes, y con suayuda cobrase el reino: por otra parte trabajabaen persuadir a Areta que recibiese en su reino aHircano y se lo llevase consigo, menoscabandoy diciendo mal de las costumbres de Aristóbu-lo, loando y levantando mucho a Hircano, yjunto con esto amonestaba que a él convenía,presidiendo a un reino tan esclarecido, dar lamano a los que estaban oprimidos por maldad

e injusticia; y que Hircano padecía la injuria, elcual había perdido el reino que por derecho desucesión le pertenecía.Instruidos, pues, y apercibidos entrambos deesta manera, una noche salió de la ciudad jun-tamente con Hircano, y libróse por la gran dili-gencia que puso en correr, acogiéndose a unlugar que se llama Petra, adonde tiene su asien-to el rey de Arabia. Y después que entregó enmanos del rey Areta a Hircano, acabó con élcon muchas palabras y muchos dones, que so-corriese a Hircano para hacerle recobrar su re-ino. Eran los árabes cincuenta mil hombres de apie y de a caballo, a los cuales no pudo resistirAristóbulo; antes, vencido en el primer encuen-tro, fué forzado a huir hacia Jerusalén; y fueraciertamente preso, si el capitán de los romanosEscauro no so reviniera e hiciera levantar elcerco que tenía, porque éste había sido enviadode Pompeyo Magno, que entonces tenía guerracon Tigrano, de Armenia a Siria; pero cuandollegó a Damasco, halló que la ciudad era nue-

vamente tomada por Metelo y Lolio. Habiendo,pues, apartado y echado a aquellos de allí, ysabiendo lo que se hacía en Judea, determinócorrer a á como a negocio de ganancia y prove-cho.En la hora que hubo entrado dentro de los,términos de Judea, viénenle embajadores de losjudíos por los dos hermanos, rogándole en-trambos, cada uno por sí, que viniese antes ensu ayuda que no en la del otro. Bao corrompidopor trescientos talentos que Aristóbulo le envió,menospreció la justicia, porque después dehaber recibido este dinero, Escauro envió em-bajadores a Hircano y a los árabes, trayéndolesdelante y amenazando con el nombre de losromanos y de Pompeyo si no deshacían el cercode la villa. Por lo cual amedrentado Areta, salióde Judea, y recogiose a Filadelfia; y Escauro,volvió a Darnasoa. Aristóbulo, pues no lo veíapreso, no pensó que le bastaba, pero recogiendotodo el ejército que tenía, trabajaba en perseguirde todas maneras a los enemigos, y trabando

batalla cerca de un lugar que se llama Papirona,mató de ellos más de seis mil hombres, entrelos cuales fué uno Céfalo, hermano de Antipa-tro.Hircano, y Antipatro, privados ya del socorrode los árabes, pusieron sus esperanzas en loscontrarios; y como hubiese llegado Pompeyo aDamasco, después de haber entrado en Siria,recurrieron a él, y dándole muchos dones, co-mienzan a contarle todas aquellas cosas queantes habían también dicho a Areta, rogándolemucho que, venciendo la fuerza y violencia deAristóbulo, restituyese el reino a Hircano, aquien era debido, tanto por edad, como porbondad de costumbres; pero Aristóbulo no sedurmió en esto, confiado en Escauro por el di-nero que la había dado. Había venido tan orna-do y vestido tan realmente como le había sidoposible, y enojado después por la sujeción, ypensando que no era cosa digna que un reytuviese tanta cuenta con el provecho, volvíasede Diospoli.

Enojado por esto Pompeyo, viene contraAristóbulo persuadiéndoselo Hircano y suscompañeros, con el ejército romano, y armadotambién del socorro de los de Siria. Y habiendopasado por Pela y por Escitópolis, llegó a Core-as, adonde comienza el señorío de los judíos ylos términos de sus tierras, entrando en los lu-gares mediterráneos. Entendiendo que Aristó-bulo se habla recogido a Alejandrio, que es uncastillo magnificamente edificado en un altomonte, envió gente que lo hiciese salir y des-cender de allí. Pero él tenía determinado, puesera la contienda por el reino, querer antes po-ner en peligro su vida, que sujetarse al imperioy mando de otro; veía que el pueblo estabamuy amedrentado y que sus amigos le aconse-jaban que pensase en el poder y fuerza de losromanos, la cual no había de poder sufrir. Porlo cual, obedeciendo al consejo de todos éstos,viénese delante de Pompeyo, a quien, comohubiesen hecho entender cuán justamente rein-

aba, mandóle que se volviese al castillo; y sa-liendo otra vez desafiado por su hermano,habiendo primero tratado con él de su derecho,volvióse al castillo sin que Pompeyo se loprohibiese. Estaba con esperanza temor y veniacon intención de suplicar a Pompeyo que redejase hacer toda cosa y volviese al monte, porque no pareciese derogar y afrentar la real dig-nidad. Pero porque Pompeyo le mandaba salirde los castillos y aconsejaban a los presidentesy capitanes de ellos que se saliesen, a los cualesél habla mandado que no obedeciesen sin verprimero cartas de su mano propia escritas, hizolo que mandaba.

Vino a Jerusalén muy indignado, y pensabaventilar aquello con Pompeyo por las armas.Pero éste no tuvo por cosa buena ni de consejodarle tiempo para que se aparejase para la gue-rra, antes luego comienza a perseguirlo, porquecon mucha alegría había sabido la muerte deMitrídates, estando ya cerca de Jericó, adonde

la tierra es muy fértil y hay muchas palmas ymucho bálsamo; de cuyo árbol o tronco, corta-do con unas piedras muy agudas, se destilanunas gotas como lágrimas, las cuales ellos reco-gen. Habiéndose, pues, detenido allí toda unanoche, luego a la mañana veníase con gran pri-sa a Jerusalén. Espantado Aristóbulo con estanueva, y con el ímpetu de éste, sálele al encuen-tro, suplicando y prometiendo mucho dineroque él y la ciudad se le rendirían; y con estoamansó la saña e Pompeyo. Pero nada de loque había prometido cumplió; porque siendoenviado Gabinio, para cobrar el dinero prome-tido, los compañeros de Aristóbulo no quisie-ron ni aun recibirle en la ciudad.

Movido con estas cosas Pompeyo, prende aAristóbulo, y mándalo poner en guardas, ypartiendo para la ciudad, descubría y mirabapor qué parte tenía mejor y más fácil entrada,porque no veía de qué manera pudiese comba-tir los muros, que estaban muy fuertes, y un

foso alrededor del muro muy espantable, yestaba allí muy cerca el templo cercado y ro-deado de tan segura defensa, que aunque to-masen la ciudad, todavía tenían allí los enemi-gos muy seguro lugar para recogerse. Estando,pues, él mucho tiempo dudando y pensandosobre esto, levantóse una sedición y revueltadentro de la ciudad; los compañeros y amigosde Aristóbulo decían y eran de parecer que sehiciese guerra, y que se debla trabajar por librara su rey; pero los que eran de la parcialidad deHircano, decían que debían abrir las puertas ydar entrada a Pompeyo. Y el miedo de los otroshacia mayor el número de éstos, pensando yteniendo delante el valor y constancia de losromanos.

Vencida, pues, al fin la parte de Aristóbulo,fuése huyendo al templo, y derribando unpuente, por el cual el templo se juntaba con laciudad, todos se aparejaban para resistirle ysufrir en ello cuanto posible les fuese. Y como

los otros que quedaban hubiesen recibido a losromanos dentro de la ciudad, y les hubiesenentregado la casa y palacio red, para haber es-tas cosas Pompeyo, envió uno de sus capitanesllamado Pisón, con muchos soldados; y puestospor guarnición dentro de la ciudad, no pudien-do persuadir la paz a los que se habían recogi-do dentro del templo, aparejaba todo cuantopodía y hallaba alrededor de allí, para comba-tirlos; pues Hircano y sus amigos estaban muyfirmes y muy prontos para seguir el acuerdo, yaconsejar lo necesario, y obedecer a cuanto lesfuese mandado. El estaba a la parte septentrio-nal hinchiendo el foso aquel tan hondo de todocuanto los soldados le podían traer, siendo estaobra de si muy difícil por la gran hondura delfoso, y también porque los judíos trabajabanpor la parte alta en resistirles de toda manera, yquedara el trabajo imperfecto y sin acabar, siPompeyo no tuviera gran cuenta con los díasque suelen guardar por sus fiestas los judíos,que por su religión tienen mandado guardar el

séptimo día, sin hacer algo; en los cualesmandó que, pues los soldados de dentro nosalían a defenderlo, los suyos no peleasen, an-tes con gran diligencia hinchiesen el foso. Por-que los judíos no tienen licencia de hacer 21goen las fiestas, sino sólo defender su cuerpo sialgo les acontecía.

Henchido, pues, el foso, y puestas sus máqui-nas, las cuales había traído de Tiro, y hechassus torres encima de sus montecillos, comenza-ron a combatir los muros. Los de arriba fácil-mente los echaban con muchas piedras, aunquemucho tiempo resistiesen las torres, excelentesen grandeza y gentileza, y sufriesen la fuerzade los que contra ellos peleaban. Pero cansadosentonces los romanos, Pompeyo maravillábasepor ver el trabajo grande que los judíos sufríancon gran tolerancia, y principalmente porqueestando entre armas, no dejaban perder puntoni cosa alguna de lo que tocaba a sus ceremo-nias, antes, ni más ni menos que si tuvieran

muy sosegada paz, celebraban cada día los sa-crificios y ofrendas, y honraban a Dios con unamuy gran diligencia. Ni aun en el mismo mo-mento que los mataban cerca del ara, dejabande hacer todo aquello que legítimamente eranobligados para cumplir con su religión. Tresmeses después que tenía puesto el cerco, sinhaber casi derribado ni una torre, dieron elasalto, y el primero que osó subir por el murofué Fausto Cornelio, hijo de Sila, y después doscenturiones con él, Furio y Fabio, con sus es-cuadras; y habiendo rodeado por todas partesel templo, mataron a cuantos se retiraban a otraparte, y a los que en algo resistían. Adonde,aunque muchos de los sacerdotes viesen venircon las espadas sacadas los enemigos contraellos, no por eso dejaban de entender las cosasdivinas y tocantes al servicio de Dios, tan sinmiedo corno antes solían, y en el servicio Mtemplo y sacrificios los mataban, teniendo enmás la religión que su salud. Los naturales yamigos de la otra parte mataban muchos de

éstos; muchos se despeñaban, otro se echaban alos enemigos como furiosos, encendidos todoslos que estaban por el muro en gran ira y de-sesperación. Murieron, finalmente, en esto docemil judíos y muy pocos romanos, aunque hubomuchos heridos.Pareció cosa grave y de mayor pérdida a losjudíos, descubrir aquel secreto santo e inviola-do, no visto antes por ninguno, a todos los ex-tranjeros. Entrando, pues, Pompeyo, juntamen-te con sus caballeros, dentro del templo, dondeno era licito entrar, excepto al pontífice, vio ymiró los candeleros que allí habla encendidos, ylas mesas, en las cuales acostumbraban celebrarsus sacrificios y quemar sus inciensos; vio tam-bién la multitud de perfumes y olores que ten-ían, y el dinero consagrado, que era la suma dedos mil talentos. Pero no tocó ni esto ni otracosa alguna de las riquezas del Sagrario; antesel siguiente día, después de la matanza, mandólimpiar el templo a los sacristanes, Y que cele-brasen sus solemnidades sagradas. Entonces les

declaró por pontífice a Hircano, por haberseregido y mostrado con él en todo, y principal-mente en el tiempo del cerco, muy valeroso, ypor haber atraído a sí gran muchedumbre devillanos, de los que seguían la parte de Aristó-bulo, con lo cual ganó la amistad de todo elpueblo, más por benevolencia y mansedumbre,según conviene a cualquier buen emperador,que por temor ni amenazas.Fué preso entre los cautivos el suegro deAristóbulo, que le era también tío, hermano desu padre, y descabezó a todos los que supo quehabían sido principalmente causa de aquellaguerra. Dio muchos dones a Fausto y a todoslos demás que se hablan portado valerosamenteen la presa; puso tributo a Jerusalén, mandóque las ciudades que había tomado a los judíosen Celefiria obedeciesen al presidente romano ogobernador que entonces era, y encerrólos de-ntro de sus mismos términos solamente. Re-novó, también por amor de un liberto suyo,llamado Demetrio, Gadarense, a Gadara, la cual

hablan derribado los judíos. Libró del imperiode aquellos las ciudades mediterráneas, que nohabían derribado, por ser allí alcanzados y pre-venidos antes, Hipón, Escitópolís, Pela, Sama-ria, Marisa y Azoto, Iania y Aretusa, y con ellaslas marítimas también, Gaza, Jope, Dora, yaquella adonde estaba la torre de Estratón,aunque después fueron edificados aqui en estaciudad. muy lindos edificios por el rey Herodesy fué llamada Cesárea. Y habiéndolas vueltotodas a sus naturales ciudadanos, juntólas conla provincia de Siria.Y dejando la administración de Siria, de Judeay de todo lo demás, hasta los términos de Egip-to y el rió, Eufrates, con dos legiones o compañ-ías de gente, a Escauro, él se volvió con granprisa a Roma por Cilicia, llevándose cautivo aAristóbulo con toda su familia. Habla dos hijasy otros tantos hijos, de los cuales el uno, llama-do Alejandro, se le huyó en el camino, y el me-nor, que era Antígono, fué llevado a Roma consus hermanas.

***

Capítulo VIDe la guerra que Alejandro tuvo con Hircano

y Aristóbulo.

Habiendo entretanto Escauro entrado en Ara-bia, no podía llegar a la que ahora se llama Pe-trea, por la dificultad y aspereza del camino,pero talaba y destruía cuanto habla alrededor,aunque estaba afligido con muchos males enestas tierras; el ejército padecía gran hambre, aquien Hircano proveía de todo lo necesario, pormedio de Antipatro, para su mantenimiento; alcual Escauro envió por embajador, como muyfamiliar y amigo de Areta, para que dejase laguerra e hiciesen conciertos de paz. De estamanera, en fin, persuadieron al árabe que diesetrescientos talentos, y Escauro entonces retrajode Arabia su ejército. Pero Alejandro, hijo deAristóbulo, aquel que habla huido de Pompe-yo, habiendo juntado mucha gente en estetiempo, en a hacia Hircano muy enojado, y des-

truía y robaba a Judea, pensando que presto lapodía ganar y vencerlo a él, porque confiabaque el muro de Jerusalén, que habla sido derri-bado por Pompeyo, estaría ya renovado si Ga-binio, sucesor de Escauro, el cual había sidoenviado a Siria, no se mostrara muy fuerte yvaleroso en lo demás, pero principalmente con-tra Alejandro con su ejército. Por lo cual, te-miendo aquél la fuerza de este Gabinio, traba-jaba en acrecentar el número de su gente, hastatanto que legaron a número de diez mil de a piey mil quinientos caballos, y fortalecía los luga-res y las villas que le parecían ser buenos pararesistir a la fuerza, como Alejandrio, Hircanio yMacherunta, que están cerca de los montes deArabia.Gabinio, pues, habiendo enviado delante aMarco Antonio con parte de su ejército, él loseguía con todo lo demás. Los compañeros es-cogidos de Antipatro y la otra multitud de losjudíos cuyos príncipes eran Malico y Pitolao,habiendo juntado sus fuerzas con Marco Anto-

nio, salieron al encuentro a Alejandro; pero noestaba muy lejos ni muy atrás de éste Gabiniocon toda su gente. Viendo Alejandro que nopodía resistir ni sufrir tanta multitud de enemi-gos, huyó. Siendo llegado ya cerca de Jerusalén,fué forzado a pelear; y habiendo perdido seismil hombres de los suyos, tres mil presos y tresmil derribados, salváse con los demás.Pero cuando Gabinio llegó al castillo de Ale-jandrio, habiendo sabido que muchos habíandesamparado el ejército, prometiendo a todosgeneral perdón, trabajaba de llegarlos a él yjuntarlos consigo antes que darles batalla; perocomo ellos no humillasen su pensamiento, niquisiesen conceder lo que Gabinio quería, matóa muchos y encerró a los demás en el castillo.En esta guerra, el capitán Marco Antonio hizomuchas cosas de nombre, y aunque siempre yen todas partes se había mostrado varón muyfuerte y valeroso, ahora últimamente venciótodo nombre y dio de sí mucho mayor ejemploque hasta el presente había dado. Dejando Ga-

binio gente para combatir el castillo, él se vino atodas las otras ciudades, confirmando las queno habían sido atacadas, reparando y le-vantando de nuevo las que habían sido derri-badas. Finalmente, por mandamiento de éste,se comenzó a habitar en Escitópolis, en Sama-ria, en Antedón, en Apolonia, en Janinia, enRafia, en Marisa, en Dora, en Gadara, en Azoto,y en otras muchas, con gran alegría de los ciu-dadanos, porque de todas partes venían porhabitar en ellas. Ordenadas estas cosas de estamanera, volviéndose a Alejandrio, apretabamucho más el cerco. Por la cual cosa Alejandro,muy espantado, le envió embajadores, descon-fiando ya de todo y rogando que le perdonase,y él le entregaría sin alguna falta los castillosque le obedecían, los cuales eran el de Hircano,y el otro el de Macherunta; también le dió ydejó en su poder Alejandrio. Gabinio lo derribótodo de raíz por consejo de la madre de Alejan-dro, por que no fuesen ocasión de otra guerra, ode recogimiento para ella. Estaba ella con Ga-

binio por ablandarlo con sus regalos, temiendoalgún peligro a su marido y a los demás quehabían sido llevados cautivos a Roma.Pasadas todas estas cosas, habiendo Gabiniollevado a Jerusalén a Hircano y habiéndole en-comendado el cargo del templo, puso por pre-sidentes de toda la otra República a los másprincipales de los judíos. Dividió en cinco par-tes, como Congregaciones, toda la gente de losjudíos; la una de éstas puso en Jerusalén, la otraen Doris, la tercera que estuviese en la parte deAmatunta, la cuarta en Jericó, y la quinta fuédada a Séfora, ciudad de Galilea.Los judíos entonces, librados del imperio y se-ñorío de uno, eran regidos por sus príncipescon gran contentamiento; pero no mucho des-pués acaeció que, habiéndose librado de RomaAristóbulo, les fué principio de discordias yrevueltas; el cual, juntando mucha gente de losjudíos, parte por ser deseosa de mutaciones ynovedades, parte también por el amor que an-tiguamente le solían tener, tomó primero a Ale-

jandrio, y trabajaba en cercarlo de muro. Des-pués, sabido cómo Gabinio enviaba contra éltres capitanes, Sisena, Antonio y Sevilio, vínosea Macherunt ; y dejando la gente vulgar y queno era de guerra, la cual antes le era carga queayuda, salió, trayendo consigo, de gente muyen orden y bien armada, no más de ocho mil,entre los cuales venía también Pitolao, Regidorde la segunda Congregación que hemos dicho,habiendo huido de Jerusalén con número demil hombres.Los romanos los seguían, y dada la batalla,Aristóbulo detuvo los suyos peleando muyfuertemente algún tiempo, hasta tanto que fue-ron vencidos por la fuerza y poder grande delos romanos, adonde murieron cinco mil hom-bres, y dos mil se recogieron a una gran cueva,y los otros mil rompieron por medio de los ro-manos y cerráronse en Macherunta.Habiendo, pues, llegado allí a prima noche osobretarde el rey, y puesto su campo en aquellugar que estaba destruido, confiaba que haría

treguas, y durando éstas, juntarla otra vez gen-te y fortalecería muy bien el castillo. Perohabiendo sostenido la fuerza de los romanospor espacio de dos días más de lo que le eraposible, a la postre fué tomado y llevado delan-te de Gabinio, atado junto con Antígono, suhijo, el cual habla estado en la cárcel con él, yde allí fué llevado a orna. Pero el Senado lomandó poner en la cárcel, y pasólos hijos de éste a Judea, porque Gabinio habíaescrito que los había prometido a la mujer deAristóbulo, por haberle entregado los castillos.Habiéndose después Gabinio aparejado parahacer guerra Con los partos, fuéle impedimentoPtolomeo; el cual, habiendo vuelto del Eufrates,venia a Egipto sirviéndose de Hircano y deAntipatro, como de amigos para todo cuanto suejército tenía necesidad; porque Antipatro leayudó con dineros, armas, mantenimientos ycon gente de erra. Y guardando los judíos loscaminos que están hacia la vía de Pelusio, per-suadió que enviasen allá a Gabinio; pero con la

partida de Gabinio la otra parte de Siria se re-volvió; y Alejandro, hijo de Aristóbulo, movióotra vez los judíos a que se rebelasen; y juntan-do gran muchedumbre de ellos, mataba y des-pedazaba cuantos romanos hallaba por aque-llas tierras. Gabinio, temiéndose de esto, por-que ya había vuelto de Egipto, y viendo revuel-ta que se aparejaba, envió delante a Antipatro,y persuadió a algunos de los que estaban re-vueltos que se concordasen con ellos e hiciesenamigos.Habían quedado con Alejandro treinta milhombres, por lo cual estaba, y de sí lo era éltambién, muy pronto para guerra. Salió final-mente al campo y viniéronle los judíos a en-cuentro; y peleando cerca del monte Tabor,murieron diez mil de ellos, y los que quedaronsalváronse huyendo por di versas partes.Vuelto Gabinio a Jerusalén, porque esto quisoAntipatro apaciguó Y compuso su República;después, partiendo de aquí venció en batalla alos nabateos, y dejó ir escondidamente a Mitri-

dates y a Orsanes, que habían huido de los par-tos, persuadiendo a los soldados que se habíanescapado.En este medio fuéle dado por sucesor Craso, elcual tomó la parte de Siria. Este, para el gastode la guerra de los partos, tomó todo el restantedel tesoro del templo que estaba en Jerusalén,que eran aquellos dos mil talentos, los cualesPompeyo no había querido tocar. Después, pa-sando el Eufrates él y todo su ejército, perecie-ron; de lo cual ahora no se hablará, por no seréste su tiempo ni oportunidad.Después de Craso, Casio siendo recibido enaquella provincia, detuvo y refrenó los partosque se entraban por Siria, Y con el favor de ésteque venía a prisa grande para Judea; y pren-diendo a los tariceos, puso en servidumbre ycautiverio tres mil de ellos. Mató también aPitolao, persudiéndoselo Antipatro, porquerecogía todos los revolvedores y parciales deAristóbulo.

Tuvo éste por mujer una noble de Arabia lla-mada Cipria, de la cual hubo cuatro hijos, Fase-lo y Herodes, que fué rey, Josefo Forera, y unahija llamada Salomé. Y como procurase ganarla amistad de cuantos sabía que eran podero-sos, recibiendo a todos con mucha familiaridad,mostrándose con todos huésped y buen amigo,principalmente juntó consigo al rey de Arabiapor casamiento y parentesco; y encomendandoa su bondad y fe sus hijos, él se los envió, por-que había determinado y tomado a cargo dehacer guerra contra Aristóbulo.Casio, habiendo compelido y forzado a Alejan-dro que se reposase, volvióse hacia el Eufratespor impedir que los partos pasasen, de los cua-les en otro lugar después trataremos.***

Capítulo VIIDe la muerte de Aristóbulo, y de la guerra deAntipatro contra Mitrídates.

Habiéndose César apoderado de Roma y detodas las cosas, después de haber huido el Se-nado y Pompeyo de la otra parte del mar Jonio,librando de la cárcel a Aristóbulo, enviólo condiligencia con dos compañías a Siria, pensandoque fácilmente podría sujetar a ella y a los luga-res vecinos de Judea; pero la esperanza deCésar y la alegría de Aristóbulo fué anticipadacon la envidia. Porque muerto con ponzoña porlos amigos de Pompeyo, estuvo sin sepulturaen su misma patria algún tiempo, y guardabanel cuerpo del muerto embalsamado con miel,hasta tanto que Antonio proveyó que fuesesepultado por los judíos en los sepulcros reales.Fué también muerto su hijo Alejandro, y man-dado descabezar por Escipión en Antioquía,según letras de Pompeyo, habiéndose primero

examinado su causa públicamente sobre todolo que había cometido contra los romanos.Ptolomeo, hijo de Mineo, que tenía asiento enCalcidia, bajo del monte Líbano, prendiendo asus propios hermanos, envió a su hijo Filipión aAscalona que los detuviese e hiciese recoger; yél, sacando a Antígono del poder de la mujer deAristóbulo, y a sus hermanas también, lleválasa su padre. Y enamorándose de la menor deellas, cásase con ella; por lo cual fué despuésmuerto por su padre. Porque Ptolomeo, des-pués de muerto el hijo, tomó por mujer a Ale-jandra; y por causa de este parentesco y afini-dad, miraba por sus hermanos con mayor cui-dado.Muerto Pompeyo, Antipatro se pasó a la amis-tad de César; y porque Mitrídates Pergamenoestaba detenido con el ejército que llevaba aEgipto, en Ascalona, prohibido que no pasase aPelusio, no sólo movió a los árabes, aunquefuese él extranjero y huésped en aquellas tie-rras, a que le ayudasen, sino también compelió

a los judíos que le socorriesen con cerca de tresmil hombres, todos muy bien armados. Moviótambién en socorro y ayuda suya los poderososde Siria, y a Ptolomeo, que habitaba en el mon-te Líbano, y a Jamblico, y al otro Ptolomeo; ypor causa de ellos, las ciudades de aquella re-gión emprendieron y comenzaron la guerra conánimo pronto todos, y muy alegre. Confiado yade esta manera Mitrídates por verse poderosocon la gente y ejército de Antipatro, vínose aPelusio; y siéndole prohibido el pasaje, pusocerco a la villa, y Antipatro se mostró mucho eneste cerco. Porque habiendo roto el muro deaquella parte que a él cabía, fué el primero quedió asalto a la ciudad con los suyos, y así fuétomado Pelusio; pero los judíos de Egipto,aquellos que habitaban en las tierras que sellaman Onías, no los dejaban pasar más ade-lante. Antipatro, no sólo persuadió a los suyosque no los estorbasen ni impidiesen, sino queles diesen lo necesario para mantenimiento. Dedonde sucedió que los menfitas no fuesen com-

batidos; antes, voluntariamente se entregaron aMitrídates; y habiendo éste proseguido adelan-te su camino por las tierras de Delta, peleó conlos otros egipcios en un lugar que se llama Cas-tra de los judíos, el cual libró Antipatro por suparte, que era la derecha, de todo mal. Yendoalrededor del rio con buen orden, vencía el es-cuadrón que estaba a la parte izquierda fácil-mente, y arremetiendo contra aquellos que ibanpersiguiendo a Mitrídates, mató a muchos deellos y persiguió tanto a los que quedaban yhuían' que vino a ganar el campo y tiendas delos enemigos, habiendo perdido no más deochenta de los suyos. Pero Mitrídates, huyendo,perdió de los suyos ochocientos; y saliendo élde la batalla salvo sin que tal se confiase, vinodelante de César como testigo, sin envidia delas cosas hechas por Antipatro. Por lo cual élmovió a Antipatro entonces, con esperanza yloores grandes, a que menospreciase todo peli-gro por su causa; y así fué hallado en todo co-mo hombre de guerra muy esforzado y valero-

so, porque habiendo sufrido muchas heridas,tenía por todo el cuerpo las señales en proban-za de su virtud.Después, cuando habiendo apaciguado las co-sas de Egipto se volvió a Siria, hízolo ciudada-no de Roma, dejándole gozar de todas las liber-tades, honrándole en todas las cosas, y mos-trándole en todo mucha amistad; hizo que losotros se esforzasen mucho en imitarlo, como ahombre muy digno; y por causa y favor suyoconfirmó el pontificado a Hircano.

Capítulo VIIIDe cómo fué acusado Antipatro, delante deCésar, del pontificado de Hircano, y cómoHerodes movió guerra.

En el mismo tiempo, Antígono, hijo de Aristó-bulo, habiendo venido a César, fué causa queAntipatro ganase gran honra y mayor opiniónde la que él pensaba alcanzar. Porque habién-dose de quejar de la muerte de su padre, muer-to con ponzoña por la enemistad de Pompeyo,según lo que se podía juzgar, y debiendo acusara Escipión de la crueldad que había usado con-tra su hermano, sin mezclar alguna señal de suenvidia con casos tan miserables, acusaba aHircano y a Antipatro, porque lo echaban injus-tamente de su propio lugar y patria, y hacíanmuchas injurias a su gente, y que no habíanayudado ni socorrido a César estando en Egip-to, por amistad, sino por temor de la discordiaantigua, y por ser perdonados por haber favo-

recido a Pompeyo. A estas cosas, Antipatro,quitados sus vestidos, mostraba las muchasllagas y heridas que había recibido, y dijo noserle necesario mostrar con palabras el amor yla fidelidad que había guardado con César,pues tenía por manifiesto testigo su cuerpo, queclaramente lo mostraba, y que antes se maravi-llaba él mucho del grande atrevimiento deAntígono, que siendo enemigo de los romanose hijo de otro enemigo huido de su poder, de-seando perturbar las cosas, no menos que habíahecho su padre con sediciosas revueltas, osaseparecer y acusar a otros delante del príncipe delos romanos e intentase de alcanzar algún bien,debiéndose contentar con ver que lo dejabancon vida. Por ue ahora no deseaba bienes, porestar pobre, sino para judíos aquellos que se loshubiesen dado.Cuando César hubo oído estas cosas, juzgó pormás digno del pontificado a Hircano; pero dejódespués escoger a Amtipatro la dignidad quequisiese. Este, dejándolo todo en poder de

aquel que se lo entregaba, fué declarado procu-rador de toda Judea, y además de esto impetróque le dejasen renovar y edificar otra vez losmuros de su patria, que habían sido derribados.Estas honras mandó César que fuesen pintadasen tablas de metal, y puestas en el Capitolio,por dejar a Antipatro y a sus descendientesmemoria de su virtud.Habiendo, pues, acompañado a César desdeSiria, Antipatro se volvió a Judea, y lo primeroque hizo fué edificar otra vez los muros quehabían sido derribados por Pompeyo, visitán-dolo todo por que no se levantasen algunasrevueltas en todas aquellas regiones; amones-tando una vez con consejo, otras amenazando,persuadiendo a todos que si creían y eran con-formes con Hircano, vivirían en reposo, des-cansados. y con abundancia de toda cosa, go-zando cada uno de su bien y estado y de la pazcomún de toda la República; pero si se movíancon la vana esperanza de aquellos que porhacerse ricos estaban deseando y aun buscando

novedades y revueltas, entonces no lo habíande tener a él corno procurador del reino, sinocorno a señor de todo; que Hircano seria enton-ces tirano en vez de rey, y habían de tener aCésar y a todos los romanos por capitales ene-migos, los cuales les solían ser a todos muybuenos amigos y regidores, porque no habíande sufrir que se perdiese y menospreciase lapotencia de éste, al cual ellos habían elegidopor rey.Pero aunque decía esto, todavía él por sí, vien-do que Hircano era algo más negligente que serequería, ni para tanto cuanto el reino teníanecesidad, regía el Estado de toda la provincia,y lo tenía muy ordenado. Hizo capitán de lossoldados el hijo suyo mayor, llamado Faselo, enJerusalén y en todo su territorio, y a Herodes,que era menor» y demasiado mozo, enviólo porcapitán de Galilea, que tuviese el mismo cargoque el otro; y siendo por su naturaleza muyesforzado, halló presto materia y ocasión paramostrar y ejercitar la grandeza de su ánimo,

porque habiendo preso al príncipe de los la-drones y salteadores, Ezequías, al cual hallórobando con mucha gente en las tierras cerca-nas a Siria, lo mató y a muchos otros ladronesque lo seguían. Fué esta cosa tan acepta y con-tentó tanto a los sirios, que iba Herodes can-tando y divulgando por boca de todos en losbarrios y lugares, como que él les hubiese resti-tuido y vuelto la paz y sus posesiones. Por lagloria, pues, de esta obra fué conocido por Sex-to César, pariente muy cercano del gran Césarque estaba entonces en la administración detoda Siria.Faselo trabajaba por vencer con honesta con-tienda la virtuosa inclinación y el nombre quesu hermano había ganado, acrecentando elamor que todos los de Jerusalén le tenían, yposeyendo esta ciudad, no hacía algo ni comet-ía cosa con la cual afrentase alguno con sober-bia del poderoso cargo que tenía. Por esto eraAntipatro obedecido y honrado con honras derey, reconociéndolo todos como a señor, aun-

que no por esto dejó de ser tan fiel y amigo aHircano como antes lo era.Pero no es posible que estando uno en toda suprosperidad carezca de envidia, porque a Hir-cano le pesaba ver la honra y gloria de los man-cebos, y principalmente las cosas hechas porHerodes, viéndose fatigar con tantos mensaje-ros y embajadores que levantaban y ensalzabansus hechos; pero muchos envidiosos, que sue-len ser enojosos y aun perjudiciales a los reyes,a los cuales dañaban la bondad de Antipatro yde sus hijos, lo movían e instigaban, diciendoque había dejado todas las cosas a Antipatro y asus hijos, contentándose solamente con un pe-queño lugar para pasar su vida particularmentecon tener sólo el nombre de rey, de balde y sinprovecho alguno, y que hasta cuándo había dedurar tal error de dejar alzar contra sí los otrospor reyes; de manera que no se curaban ya deser procuradores, sino que se querían mostrarseñores, prescindiendo de él, porque sin man-darlo él y sin escribírselo, había Herodes muer-

to tanta muchedumbre contra la ley de los jud-íos, y que si Herodes no era ya rey, sino hom-bre particular, debla venir a ser juzgado poraquello, y por dar cuenta al rey y a las leyes desu patria, las cuales no permiten ni sufren quealguno muera sin causa y sin ser condenado.Con estas cosas poco a poco encendían a Hir-cano, y a la postre, manifestando y descubrien-do su ira, mando llamar a Herodes, que viniesea defender su causa, y él, por mandárselo supadre, y con la confianza que las cosas que hab-ía hecho le daban, dejando gente de guarniciónen Galilea, vino a ver al rey. Venía acompañadocon alguna gente esforzada y muy en orden,por no parecer que derogaba a Hircano si traíamuchos, o por no parecer desautorizado, y darlugar a la envidia de éstos, si venía solo. PeroSexto César, temiendo aconteciese algo al man-cebo, y que sus enemigos, hallándolo, le hicie-sen algún daño, envió mensajeros a Hircanoque manifiestamente le denunciasen que librasea Herodes del crimen y culpa que le ponían y

levantaban de homicida o matador. Hircano,que de sí lo amaba y deseaba esto mucho, ab-solviólo y dióle libertad.El entonces, pensando que había salido biencontra la voluntad del rey, vínose a Damasco,adonde estaba Sexto, con ánimo de no obede-cerle si otra vez fuese llamado. Los revolve-dores y malos hombres trabajaban por revolverotra vez y mover a Hircano contra Herodes,diciendo que Herodes se había ido muy airado,por darse prisa para armarse contra él. Pensan-do Hircano ser esto así verdad, no sabía quéhacer, porque vela ser su enemigo más podero-so. Y como fuese Herodes publicado por ca-pitán en toda Siria y Samaria por Sexto César, yno sólo fuese tenido por el favor que la gente lehacia por muy esforzado, pero aun también porsus propias fuerzas, vino a temerle en gran ma-nera, pensando que luegoen la misma horahabía de mover su gente y traer el ejército con-tra él. Y no lo engañó el pensamiento, porqueHerodes, con la ira de cómo lo habían acusado,

traía gran número de gente consigo a Jerusalénpara quitar el reino a Hircano. Y lo hubiera cier-tamente hecho así, si saliéndole al encuentro supadre y su hermano, no detuvieran su fuerza eímpetu, rogando que se vengase con amenazar-los y con haberse enojado e indignado contraellos; que perdonase al rey, por cuyo favor hab-ía alcanzado el poder que tenía, que si porhaber sido llamado y haber comparecido enjuicio se enojaba y tomaba indignación, quehiciese gracias por haber sido librado, y no sa-tisficiese sólo a la parte que le había enojado ycausado desplacer; pero también que no fueseingrato a la otra, que le había librado salvamen-te. Que si pensaba deberse tener cuenta con lossucesos de las guerras, considerase cuán inicuacosa es la malicia, y no se confiase del todovencedor, habiendo de pelear con un rey muyallegado en amistad, y a quien él con razóndebía mucho, pues no se había mostrado jamáscon él cruel ni poderoso, sino que por consejode malos hombres, y que mal le querían, había

mostrado y tentado contra él una sola sombrade injusticia. Herodes fué contento y obedeció alo que le dijeron, pensando que bastaba para loque él confiaba, en haber mostrado a toda sunación su poder y fuerzas.Estando en estas cosas levantóse una discordiay revuelta entre los romanos estando cerca deApamia; porque Cecilio Baso, por favor dePompeyo, había muerto con engaños a SextoCésar, y se había apoderado de la gente de gue-rra que Sexto tenía. Los otros capitanes deCésar perseguían con todo su poder a Baso, porvengar su muerte. A los cuales Antipatro consus hijos socorrió, por ser muy amigo de en-trambos; es a saber: del César muerto y del otroque vivía; y durando esta guerra, vino Marcode Italia, sucesor de Sexto, de quien anteshablamos.***

Capítulo IXDe las discordias y diferencias de los romanosdespués de la muerte de César, y de las ase-chanzas y engaños de Malico.

En el mismo tiempo se levantó gran guerraentre los romanos por engaños de Casio y deBruto, muerto César después de haber tenidoaquel principado tres años y siete meses. Mo-vido, pues, muy gran levantamiento por lamuerte de éste, y estando los principales hom-bres muy discordes entre sí, cada uno se movíapor su propia esperanza a lo que veían y pen-saban ser lo mejor y más cómodo. Así vino Ca-sio a Siria por ocupar y tomar bajo sí los solda-dos que estaban en el cerco de Apamia, dondehizo amigos a Marco y a toda la gente que esta-ba en discordia con Baso, y libró del cerco laciudad. Llevándose el ejército, ponía pecho alas ciudades que por allí habla, sin tener medi-da en lo que pedía. Habiendo, pues, mandado a

los judíos que ellos también le diesen setecien-tos talentos, temiendo Antipatro sus amenazas,dió cargo de llevar aquel dinero a sus hijos yamigos, principalmente a un amigo suyo lla-mado Malico; tanto le apretaba la necesidad.Herodes, por su parte, trajo de Galilea cien ta-lentos, con los cuales ganó el favor de Casio,por lo cual era contado por uno de los amigossuyos mayores. Pero reprendiendo a los demásporque tardaban, enojábase con las ciudades, yhabiendo destruido por esta causa a Gophna yAmahunta y otras dos ciudades, las más pe-queñas y que menos valían, venía como paramatar a Malico, por haber sido más flojo y másremiso en buscar y pedir el dinero, de lo que éltenía necesidad. Pero Antipatro socorrió a lanecesidad de éste y de las otras ciudades,amansando a Casio con cien talentos que leenvió.Después de la partida de Casio, no se acordóMalico de los beneficios que Antipatro le habíahecho, antes buscaba peligros y ocasiones mu-

chas para echar a perder a Antipatro, al cualsolía él llamar defensor y protector suyo, traba-jando por romper el freno de su maldad y qui-tar del mundo a aquel que le impedía que eje-cutase sus malos deseos. De esta manera Antí-patro, temiéndose de su fuerza, de su poder yde su mafia, pasó el río Jordán, para allegarejército con el cual se pudiese vengar de lasinjurias. Descubierto Malico, venció con sudesvergüenza a los hijos de Antipatro, tomán-doles descuidados, porque importunó a Faselo,que estaba por capitán en Jerusalén, y a Hero-des, que tenía cargo de las armas, con muchasexcusas y sacramentos que lo reconciliasen conAntipatro por intercesión y medio de ellosmismos. Y vencido otra vez nuevamente Marcopor los ruegos de Antipatro, estando por ca-pitán de la gente de guerra en Siria, fué perdo-nado Malico, habiendo Marco determinadomatarlo, por haber trabajado en revolver lascosas e innovar el estado que tenían.

Guerreando el mancebo César y Antonio conBruto y con Casio, Marco y Casio, que habíanjuntado un ejército en Siria, ¡por haberlos ayu-dado mucho Herodes en tiempo que teníannecesidad, hácenlo7 procurador de toda Siria,dándole parte de la gente de a caballo y de apie, y Casio le prometió que, si la guerra seacababa, pondría también en su regimientotodo el reino de Judea.Pero después aconteció que la esperanza y for-taleza del hijo fuese causa de la muerte a supadre Antipatro. Porque Malico, por miedo deéstos, habiendo sobornado y corrompido a uncriado de los del rey, dándole mucho dinero lepersuadió que le diese ponzoña junto con loque había de beber. Y la muerte de éste despuésdel convite fué premio y paga de la gran injus-ticia de Malico, habiendo sido varón esforzadoy muy idóneo para el gobierno de las cosas, elcual había cobrado y conservado el reino paraHircano.

Viendo Malico enojado y levantado al pueblopor la sospecha que tenía de haber muerto conponzoña al rey, trabajaba en aplacarlo con ne-gar el hecho, y buscaba gente de armas parapoder estar más seguro y más fuerte; porque nopensaba que Herodes había de cesar ni repo-sarse, sin venir con grande ejército, por vengarla muerte de su padre. Pero por consejo de suhermano Faselo, el cual decía que no le debíanperseguir públicamente por no revolver el pue-blo, y también porque Malico hacía diligenciaspara excusarse, recibiendo con la paciencia quemejor pudo la excusa y dándole libre de todasospecha, celebró honradísimamente las exe-quias al enterramiento de su padre.Vuelto después a Samaria, apaciguó la ciudad,que se habla revuelto y casi levantado, y paralas fiestas volvíase a Jerusalén, habiendo prime-ro enviado gente de armas, y acompañado deella también; Hircano le prohibió llegar, per-suadiéndolo Malico por el miedo que tenía queentrase con gente extranjera entre los ciudada-

nos que celebraban casta y santamente su fiesta.Pero Herodes, menospreciando el mandamien-to y aun a quien se lo mandaba también, entró-se de noche. Presentándose Malico delante,lloraba la muerte de Antipatro. Herodes, por elcontrario, padeciendo dentro de su ánima aqueldolor, disimulaba el engaño como mejor podía.Pero quejóse por cartas de la muerte de su pa-dre con Casio, a quien era Malico por esta causamuy aborrecido. Respondióle finalmente, nosólo que se vengase de la muerte de su padre,sino también mandó secretamente a todos lostribunos y gobernadores que tenía bajo de sumando, que ayudasen a Herodes en aquellacausa que tan justa era. Y porque después detomada Laodicea venían a Herodes los princi-pales con dones y con coronas, él tenía deter-minado este tiempo para la venganza. Malicopensaba que había esto de ser en Tiro, por locual determinó sacar a su hijo, que estaba entrelos tirios por rehenes, y huir él a Judea. Y porestar desesperado de su salud, pensaba cosas

grandes y más importantes; porque confió quehabía de revolver la gente de los judíos contralos romanos, estando Casio ocupado en la gue-rra contra Antonio, y que echando a Hircanoalcanzaría fácilmente el reino. Por lo que sushados tenían determinado, se burlaba de suesperanza vana; porque sospechando Herodesfácilmente lo que había determinado éste en suánimo y de cuanto trataba, llamó a él y a Hirca-no que viniesen a cenar con él, y luego envíauno de los criados con pretexto de que fuese aaparejar el convite; pero mandóle que fuese aavisar a los tribunos y gobernadores, que lesaliesen como espías. Ellos entonces, acordán-dose de lo que Casio les había mandado, sálen-le al encuentro, todos armados, a la ribera cer-cana de la ciudad, y rodeando a Malico, diéron-le tantas heridas, que lo mataron.Espantóse Hircano y perdió el ánimo en oíresto; pero recobrándose algún poco y volvien-do apenas en su sentido, preguntaba a Herodesque quién había muerto a Malico, y respondió

uno de los tribunos que el mandamiento deCasio. "Ciertamente, dijo, Casio me guarda a míy a mi reino salvo, pues él mató a aquel quebuscaba la muerte a entrambos"; pero no sesabe si lo dijo de ánimo y de su corazón, o por-que el temor que tenía le hacía aprobar elhecho. Y de esta manera tomó Herodes ven-ganza de Malico.***

Capítulo XCómo fué Herodes acusado y cómo se vengó de

la acusación.

Después que Casio salió de Siria, otra vez selevantó revuelta en Jerusalén, habiendo Félixvenido con ejército contra Faselo y contraHerodes, queriendo, con la pena de su herma-no, vengar la muerte de Malico. Sucedió porcaso que Herodes vivía en este tiempo en Da-masco, con el capitán de los romanos Fabio; ydeseando que Fabio le pudiese socorrer, en-fermó de grave dolencia. En este medio, Faselo,sin ayuda de alguno, venció también a Félix einjuriaba a Hircano llamándolo ingrato, dicien-do que había hecho las partes de Félix y habíapermitido que su hermano ocupase y se hicieseseñor de los castillos de Malico, porque ya ten-ían muchos de ellos, y el más fuerte y más se-guro, que era el de Masada.

Pero no le pudo aprovechar algo contra la fuer-za de Herodes, el cual, después que convaleció,tomó todos los demás y dejóle ir de Masada,por rogárselo mucho y por mostrarsemuyhumilde; Y echó a Marión, tirano de los tirios,de Gali lea, el cual poseía tres castillos, y per-donó la vida a todos los tirios que había preso,y aun a algunos dió muchos dones y libertadpara que se fuesen; ganando con esto la bene-volencia y amistad de la ciudad, él por su parte,y haciendo aborrecer el tirano a los otros.Este Marión había ganado la tiranía por Casio,que había puesto por capitanes en Siria muchostiranos; pero por la enemistad de Herodes tra-íase consigo a Antígono, hijo de Aristóbulo, y aPtolomeo, por causa de Fabio, el cual era com-pañero de Antígono, corrompido por dineropara ayudar a poner en efecto lique tenía co-menzado. Ptolorneo servía y proveía con todolo necesario a su yerno Antígono.Habiéndose armado contra éstos Herodes ydádoles la batalla cerca de los términos de Ju-

dea, hubo la victoria; y habiendo hecho huir aAntígono, vuélvese a Jerusalén y fué muy ama-do de todos por haber tan prósperamente aca-bado todo aquello, en tanta manera, que aque-llos que antes le eran enemigos y le menospre-ciaban, entonces se ofrecieron muy amigos a él,por la deuda y parentesco con Hircano. Porqueeste Herodes había ya mucho tiempo antes to-mado por mujer una de las naturales de allí ynoble, la cual se llamaba Doris, y había habidoen ella un hijo llamado Antipatro. Y entoncesestaba casado con la hija de Alejandro, hijo deAristóbulo, y llamábase Mariamina, nieta deHircano, hija de su hija, y por esto era muyamiga y familiar con el rey.Pero cuando Casio fué muerto en los camposFilípicos, César se pasó a Italia y Antonio se fuéa Asia. Habiendo las otras ciudades enviadoembajadores a Antonio a Bitinia, vinieron tam-bién los principales de los judíos a acusar a Fa-selo y a Herodes; porque poseyendo ellos todolo que había, y haciéndose señores de todos,

solamente dejaban a Hircano con el nombrehonrado. A lo cual respondió Herodes muyaparejado, y con mucho dinero supo aplacar detal manera a Antonio, que después no podíasufrir una palabra de sus enemigos, y así sehubieron entonces de partir. Pero como otravez hubiesen ido a Antonio, que estaba en Das-nes, ciudad

113cerca de Antioquía, enamorado ya de Cleo-patra, cien varones de los más principales, ele-gidos por los judíos más excelentes en elocuen-cia y dignidad, propusieron su acusación con-tra los dos hermanos, a los cuales respondíaMesala como defensor de aquella causa, estan-do presente Hircano por la afinidad y deudo.Oídas, pues, ambas partes, Antonio preguntabaa Hircano cuáles fuesen los mejores para regirlas cosas de aquellas regiones. Habiendo ésteseñalado a Herodes y sus hermanos más que atodos los otros, y muy lleno de placer porquesu padre les había sido muy buen huésped, y

recibido por Antipatro muy humanamente enel tiempo que vino a Judea con Gabinio, él loshizo y declaró a entrambos por tetrarcas,dejándoles el cargo y procuración de toda Ju-dea. Tomando esto a mal los embajadores,prendió quince de ellos y púsoles en la cárcel, alos cuales casi también mató. A los otros todosechó con injurias, por lo cual se levantó mayorruido en Jerusalén.Por esta causa otra vez enviaron mil embajado-res a Tiro, a donde estaba entonces Antonioaparejado para venir contra Jerusalén, y estan-do ellos gritando a voces muy altas, el principalde los tirios vínose contra ellos, alcanzandolicencia para matar a cuantos prendiese, peromandado por mandamiento especial que tuvie-se cuidado de confirmar el poder de aquellosque habían sido hechos tetrarcas por consenti-miento y aprobación de Antonio; antes quetodo esto pasase, Herodes fué hasta la orilla dela mar, juntamente con Hircano, y amonestába-los con muchas razones, que no le fuesen a él

causa de la muerte y de guerra a su patria ytierra, estando en contenciones y revueltas tansin consideración. Pero indignándose ellos más,cuanta más razón les daban, Antonio enviógente muy en orden y muy bien armada, y ma-taron a muchos de ellos e hirieron a muchos, eHircano tuvo por bien de hacer curar los heri-dos y dar a los muertos sepultura. Con todo, nopor esto los que habían huido reposaban; por-que perturbando y revolviendo la ciudad, mov-ían e incitaban a Antonio para que matase tam-bién a todos los que tenía presos.***

Capítulo XI De la guerra de los partos contra los judíos, yde la huída de Herodes y de su fortuna.

Estando Barzafarnes, sátrapa de los partos,apoderado hacía dos años de Siria, con Pacoro,hijo del rey Lisanias, sucesor de su padre Pto-lorneo, hijo de Mineo, persuadió al sátrapa,después de haberle prometido mil talentos yquinientas mujeres, que pusiese a Antigonodentro del reino y que sacase a Hircano de laposesión que tenía. Movido, pues, por este Pa-coro hizo su camino por los lugares que estánhacia la mar, y mandó que Barzafarnes fuesepor la tierra adentro. Pero la gente marítima delos tirios echó a Pacoro, habiéndolo recibido losptolemaidos y los sidonios. El mandó a uncriado que servía la copa al rey y tenía su mis-mo nombre, dándole parte de su caballería, quefuera a Judea por saber lo que determinaban losenemigos, porque cuando fuese necesario pu-

diese socorrer a Antígono. Robando éstos aCarmelo y destruyéndolo, muchos judíos sevenían a Antígono muy aparejados para hacer-les guerra y echarlos de allí. El, entonces, envió-los que tomasen el lugar llamado Drimos. Tra-bando allí la batalla, y habiendo echado yhecho huir los enemigos, venían aprisa a Jeru-salén, y habiéndose aumentado mucho elnúmero de la gente, llegaron hasta el palacio.Pero saliéndoles al encuentro Hircano y Faselo,pelearon valerosamente en medio de la plaza, ysiendo forzados a huir, los de la parte de Hero-des les hicieron recoger en el templo, y pusosesenta varones en las casas que había por allícerca, que los guardasen; pero el pueblo losquemó a todos, por estar airado contra los doshermanos. Herodes, enojado por la muerte deéstos, salió contra el pueblo, mató a muchos, ypersiguiéndose cada día unos a otros con ase-chanzas continuas, sucedían todos los-días mu-chas muertes. Llegada después la fiesta queellos llamaban Pentecostés, toda la ciudad es-

tuvo llena de gente popular, y la mayor partede ella muy armada. Faselo, en este tiempo,guardaba los muros, y Herodes, con poca gen-te, el Palacio Real; acometiendo un día a losenemigos súbitamente en un barrio de la ciu-dad, mató muchos de ellos e hizo huir a losdemás, cerrando parte de ellos en la ciudad,otros en el templo y otros en el postrer cerco omuro.En este medio Antígono suplicó que recibiesena Pacoro, que venía para tratar de la paz.Habiendo impetrado esto de Faselo, recibió alparto dentro de su ciudad y hospedaje con qui-nientos caballeros, el cual venía con nombre ypretexto de querer apaciguar la gente que esta-ba revuelta, pero, a la verdad, su venida no erasino por ayudar a Antígono. Movió finalmentee incitó a Faselo engañosamente a que enviasenun embajador a Barzafarnes para tratar la paz,aunque Herodes era en esto muy contrario ytrabajaba en disuadirlo, diciendo que matase aaquel que le había de ser traidor, y amonestan-

do que no confiase en sus engaños, porque desu natural los bárbaros no guardan ni precian lafe ni lo que prometen. Salió también, por darmenos sospecha, Pacoro con Hircano, y dejan-do con Herodes algunos caballeros, los cualesse llaman eleuteros, él, con los demás, seguía aFaselo.Cuando llegaron a Galilea, hallaron los natura-les de allí muy revueltos y muy armados, yhablaron con el sátrapa, que sabía encubrir har-to astutamente, y con todo cumplimiento ymuestras de amistad, los engaños que trataba.Después de haberles finalmente dado muchosdones, púsoles muchas espías y asechanzaspara la vuelta. Llegados ellos ya a un lugarmarítimo llamado Ecdipon, entendieron el en-gaño; porque allí supieron lo de los mil talentosque le habían sido prometidos, y lo de las qui-nientas mujeres que Antígono habla ofrecido alos partos, entre las cuales estaban contadasmuchas de las de ellos; que los bárbaros busca-ban siempre asechanzas para matarlos, y que

antes fueran presos, a no ser porque tardaronalgo más de lo que convenía, y por prender enJerusalén a Herodes, antes que proveído sa-biendo aquello, se pudiese guardar.No eran ya estas cosas burlas ni palabras, por-que veía que las guardas no estaban muy lejos.y con todo, Faselo no permitió que desampara-sen a Hircano, aunque Ofilio te amonestasemuchas veces que huyese, a quien Sararnala,hombre riquísimo entre los de Siria, había di-cho cómo le estaban puestas asechanzas y teníaarmada la traición. Pero él quiso más venir ahablar con el sátrapa y decirle las injurias quemerecía en la cara, por haberle armado aquellastraiciones y asechanzas; y principalmente por-que se mostraba ser tal por causa de] dinero,estando él aparejado para dar más por su saludy vida, que no le había Antígono prometido porhaber el reino. Respondiendo el parto, y satisfa-ciendo a todo esto engañosamente, echandocon juramento de sí toda sospecha, vínose haciaPacoro, y luego Faselo e Hircano fueron presos

por aquellos partos que habían allí quedadomandados para aquel negocio, maldiciendo yblasfemando de él como de hombre pérfido yperjuro.El copero de quien hemos arriba hablado, tra-bajaba en prender a Herodes, siendo enviadovara esto sólo, y tentaba de engañarlo, hacién-dolo salir fuera del muro, según le habíanmandado. Herodes, que solía tener mala sospe-cha de los bárbaros, no dudando que las cartasque descubrían aquella traición y asechanzashubiesen venido a manos de los enemigos, noquería salir, aunque Pacoro, fingiendo, Dre-tendía que tenía harto idónea y razonable cau-sa, diciendo que debía salir al encuentro a losque le traían cartas, porque no habían sido pre-sos por los enemigos, ni se trataba en ellas algode la traición y asechanzas, antes sólo lo quehabía hecho Faselo venía escrito en ellas. Peroya hacía tiempo que Herodes sabía por otroscómo su hermano Faselo estaba preso, y la hijade Hircano, Mariamma, mujer prudentísima, le

rogaba y suplicaba en gran manera que no sa-liese ni se fiase ya en lo que manifiestamentemostraban que querían los bárbaros.Estando Pacoro tratando con los suyos de quémanera pudiese secretamente armar la traicióny asechanzas, porque no era posible que unvarón tan sabio fuese salteado así a las descu-biertas, una noche Herodes, con los más allega-dos y más amigos, vínose a Idumea sin que losenemigos lo supiesen. Sabiendo esto los partos,comiénzalo a perseguir, y él había mandado asu madre y hermanos, y a su esposa con sumadre y al hermano menor, que se adelantasenpor el camino adelante, y él, con consejo muyremirado, daba en los bárbaros; y habiendomuerto muchos de ellos en las peleas, veníase arecoger aprisa al castillo llamado Masada, y allíexperimentó que eran más graves de sufrir,huyendo, los judíos, que no los partos. Los cua-les, aunque le fueron siempre molestos y muyenojosos, todavía también pelearon a sesentaestadios de la ciudad algún tiempo.

Saliendo Herodes con la victoria, habiendomuerto a muchos, honró aquel lugar con unlindo palacio que mandó edificar allí, y unatorre muy fortalecida en memoria de sus noblesy prósperos hechos, poniéndole nombre de supropio nombre, llamándola Herodión.Y como iba entonces huyendo así iba recogien-do gente y ganando la amistad de muchos.Después que hubo llegado a Tresa, ciudad deIdumea, salióle al encuentro su hermano Josefo,y persuadióle que dejase parte de la gente quetraía, porque Masada no podría recoger tantamuchedumbre; llegaban bien a más de nuevemil hombres. Tomando Herodes el consejo desu hermano, dió licencia a los que menos lepodían ayudar en la necesidad, que se fuesenpor Idumea, proveyéndoles de lo necesario, ydetuvo con él los más amigos, y de esta manerafué recibido dentro del castillo.Después, dejando allí ochocientos hombres deguarnición para defender las mujeres, y hartomantenimiento aunque los enemigos lo cerca-

sen, él pasó a Petra, ciudad de Arabia; pero lospartos, volviendo a dar saco a Jerusalén, entrá-banse por las casas de los que huían, y en elPalacio Real, perdonando solamente a las ri-quezas y bienes de Hircano, que eran más detrescientos talentos, y hallaron mucho menosde lo que todos de los otros esperaban, porqueHerodes, temiéndose mucho antes de la infide-lidad de los bárbaros, había pasado todo cuantotenía entre sus riquezas que fuese precioso, ytodos sus compañeros y amigos hablan hecholo mismo.Después de haber ya los partos gozado del sa-queo, revolvieron toda la tierra y moviéronla adiscordias y guerras; destruyeron también laciudad.de Marisa, y no se contentaron conhacer a Antígono rey, sino que le entregaron aFaselo y a Hircano para que los azotase. Estequitó las orejas a Hircano con sus propios dien-tes a bocados, porque si en algún tiempo selibraba, sucediendo las cosas de otra manera,no pudiese ser pontífice; porque conviene que

los que celebran las cosas sagradas, sean todosmuy enteros de sus miembros. Pero con la vir-tud de Faselo fué prevenido Antígono, el cual,como no tuviese armas ni las manos sueltas,porque estaba atado, quebróse con una piedraque tenía allí cerca la cabeza y murió; probandode esta manera cómo era verdadero hermanode Herodes, y cómo Hircano había degenerado;murió varonilmente, alcanzando digna muertede los hechos que había antes animosamentehecho. Dícese también otra cosa, que cobró susentido después de aquella llaga, pero queAntígono envió un médico como porque locurase, y le llenó la llaga de muy malas ponzo-ñas, y de esta manera lo mató. Sea lo que fuere,todavía el principio de este hecho fué muy no-table. Y dícese más: que antes que le saliese elalma del cuerpo, sabiendo por una mujercillaque Herodes había escapado libre, dijo: «Ahorapartiré con buen ánimo, pues dejo quien mevengará de mis enemigos", y de esta maneraFaselo murió.

Los partos, aunque no alcanzaron las mujeres,que eran las cosas que más deseaban, poniendogran reposo, y apaciguando las cosas en Jeru-salén con Antígono, lleváronse preso con ellos aHircano a Parthia.Pensando Herodes que su hermano vivía aún,venía muy obstinado a Arabia, por donde to-mar dineros del rey con los cuales solos teníaesperanzas de libertar a su hermano de la ava-ricia grande de los bárbaros. Porque pensabaque si el árabe no se acordaba de la amistad desu padre, y se quería mostrar más avaro y esca-so de lo que a un ánimo liberal y franco con-venía, él le pediría aquella suma de dinero,prestada por lo menos, para dar por el rescatede su hermano, dejándole por prendas al hijo,el cual él después libertaría; porque tenía con-sigo un hijo de su hermano, de edad de sieteaños, y había determinado ya dar trescientostalentos, poniendo por rogadores a los tirios.Pero la fortuna y desdicha se habían adelanta-do antes al amor y afición buena del hermano,

y siendo ya muerto Faselo, por demás era elamor que Herodes mostraba. Aun en los árabesno halló salva ni entera la amistad que tenerpensaba, porque Malico, rey de ellos, enviandoantes embajadores que se lo hiciesen saber, lemandaba que luego saliese de sus términos,fingiendo que los partos le habían enviado em-bajadores que mandase salir a Herodes de todaArabia; y la causa cierta de esto fué porquehabía determinado negar la deuda que debía aAntipatro, sin volverle ni satisfacer en algo asus hijos por tantos beneficios como de él habíarecibido, teniendo en aquel tiempo tanta nece-sidad de consuelo. Tenía hombres que le per-suadían esta desvergüenza, los cuales queríanhacer que negase lo que era obligado a dar An-tipatro, y estaban cerca de él los más poderososde toda Arabia. Por esto Herodes, al hallar quelos árabes le eran enemigos por esta causa porla cual él pensaba que le serían muy amigos.,respondió a los mensajeros aquello que su do-lor le permitió. Volvióse hacia Egipto, y en la

noche primera, estando tomando la compañíade los que había dejado, apartóse en un temploque estaba en el campo. Al otro día, habiendollegado a Rinocolura, fuéle contada la muertede su hermano, recibiendo tan gran pesar, yhaciendo tan gran llanto cuanto había ya per-dido el cuidado de verlo; mas proseguía iu ca-mino adelante.Pero tarde se arrepintió de su hecho el árabe,aunque envió harto presto gente que volviese allamar a aquel a quien él había antes echadocon afrenta. Había ya en este tiempo Herodesllegado a Pelusio, e impidiéndole allí el paso losque eran atalayas de aquel negocio, vínose a losregidores, los cuales, por la fama que de él ten-ían, y reverenciando su dignidad, acompañá-ronlo hasta Alejandría. Entrado que hubo en laciudad, fué magníficamente recibido por Cleo-patra, pensando que seria capitán de su gentepara hacer aquello que ella pretendía y deter-minaba. Pero menospreciando los ruegos que lareina le hacía, no temió la asperidad del invier-

no, ni los peligros de la mar pudieron estorbar-le que navegase luego para Roma. Peligrandocerca de Panfilia, echó la mayor parte de la car-ga que llevaba, y apenas llegó salvo a Rodio,que estaba muy fatigada entonces con la guerrade Casio. Recibido aquí por sus amigos Ptolo-meo y Safinio, aunque padeciese gran falta dedinero, mandó hacer allí una gran galeaza, yllevado con ella él y sus amigos a Brundusio(hoy Brindis), y partiendo de allí luego paraRoma, fuése primeramente a ver con Antonio,por causa de la antigua amistad y familiaridadde su padre; y cuéntale la pérdida suya, y lasmuertes de todos los suyos, y cómo habiendodejado a todos cuantos amaba en un castillo, ymuy rodeados de enemigos, se había venido aél muy humilde, en medio del invierno, nave-gando.Teniendo compasión y misericordia Antonio dela miseria de Herodes, y acordándose de laamistad que había tenido con Antipatro, movi-do también por la virtud del que le estaba pre-

sente, determinó entonces hacerle rey de Judea,al cual antes había hecho tetrarca o procurador.No se movía Antonio a hacer esto más poramor de Herodes que por aborrecimientogrande a Antígono. Porque pensaba y teníamuy por cierto que éste era sedicioso, y muygran enemigo de los romanos. Tenía, por otraparte, a César más aparejado, que entendía enrehacer el ejército de Antipatro, por lo quehabla sufrido con su padre estando en Egipto, ypor el hospedaje y amistad que en toda cosahabía hallado en él, teniendo también, ademásde todo lo dicho, cuenta con la virtud y esfuer-zo de Herodes. Convocó al Senado, donde de-lante de todos Mesala, y después de éste Atra-tino, contaron los merecimientos que su padrehabía alcanzado del pueblo romano, estandoHerodes presente, y la fe y lealtad guardadapor el mismo Herodes, y esto para mostrar queAntígono les era enemigo, y que no hacía pocotiempo que había mostrado con éste diferen-cias; sino que, despreciando al pueblo romano,

con la ayuda y consejo de los partos, había pro-curado alzarse con el reino. Movido todo elSenado con estas cosas, como Antonio, hacien-do guerra también con los partos, dijese quesería cosa muy útil y muy provechosa que le-vantasen por rey a Herodes, todos en ello con-sintieron. Y acabado el consejo y consulta sobreesto, Antonio y César salían, llevando en medioa Herodes. Los cónsules y los otros magistradosy oficios romanos iban delante, por hacer sussacrificios y poner lo que el Senado había deter-minado en el Capitolio, y el primer día del rei-nado de Herodes todos cenaron con Antonio.***

Capítulo XIIDe la guerra de Herodes, en el tiempo que volv-

ía de Roma a Jerusalén, contra los ladrones.

En el mismo tiempo Antígono cercaba a los queestaban encerrados en Masada; éstos teníantodo mantenimiento en abundancia, y faltába-les el agua, por lo cual determinaba Josefo huirde allí a los árabes con doscientos amigos yfamiliares, habiendo oído y entendido que aMalico le pesaba por lo que había cometidocontra Herodes; y hubiera sin duda desampa-rado el castillo, si la tarde de la misma nocheque había determinado salir, no lloviera y so-brevinieran muy grandes aguas. Porque, pues,los pozos estaban ya llenos, no tenían razón dehuir por falta de agua; pudo esto tanto, que yaosaban salir de grado a pelear con la gente deAntígono, y mataban a muchos, a unos enpública pelea, y a otros con asechanzas, pero nosiempre les acontecían ni sucedían las cosas

según ellos confiaban, porque algunas veces sevolvían descalabrados.Estando en esto, fué enviado un capitán de losromanos, llamado por nombre Ventidio, congente que detuviese a lospartos que no entrasenen Siria, y vino siguiéndolos hasta Judea, di-ciendo que iba a socorrer a Joseío y a los quecon él estaban cercados; pero a la verdad, noera su venida sino por quitar el dinero a Antí-gono. Habiéndose, pues, detenido cerca de Je-rusalén, y recogido el dinero que pudo y quiso,se fué con la mayor parte del ejército. Dejó aSilón con algunos, por que no se conociese suhurto si se iba con toda la gente. Pero confiadoAntígono en que los partos le hablan de ayu-dar, otra vez trabajaba en aplacar a Silón,dándole esperanza, para que no moviese algu-na revuelta o desasosiego.Llegado ya Herodes por la mar a Ptolemaidadesde Italia, habiendo juntado no poco númerode gente extranjera, y de la suya, venía congran prisa por Galilea contra Antígono, confia-

do en el socorro y ayuda de Ventidio y de Silón,a los cuales Gelia, enviado por Antonio, per-suadió que acompañasen y pusiesen a Herodesdentro del reino. Ventidio apaciguaba todas lasrevueltas que habían sucedido en aquellas ciu-dades por los partos, y Antígono había co-rrompido con dinero a Silón dentro de Judea.Pero no tenía Herodes necesidad de su socorroni de ayuda, porque de día en día, cuanto másandaba, tanto más se le acrecentaba el ejército,en tanta manera, que toda Galilea, exceptuandomuy pocos, se vino a juntar con él, y él teníadeterminado venir primero a lo más necesario,que era Masada, por librar del cerco a sus pa-rientes y amigos; pero Jope le fué gran impe-dimento, porque antes que los enemigos seapoderasen de ella, determinó ocuparla, a finque no tuviesen allí recogimiento mientras élpasase a Jerusalén. Silón junta sus escuadronesy toda la gente, contentándose mucho conhaber ocasión de resistir, porque los judíos leapretaban y perseguían. Pero Herodes los hizo

huir a todos espantados, con haber corrido unpequeño escuadrón, y sacó de peligro a Silón,que mal sabía resistir y defenderse.Después de tomada Jope, iba muy aprisa porlibrar a su gente, que estaba en Masada, jun-tando consigo muchos de los naturales: unospor la amistad que habían tenido con su padre,otros por la gloria y buen nombre que hablaalcanzado, otros por corresponder a lo que erandebidamente a uno y otro obligados; pero losmás por la esperanza, sabiendo que ciertamenteera rey. Había, pues, ya buscado las compañíasde soldados más fuertes y esforzados, masAntígono le era gran impedimento en su cami-no, ocupándole todos los lugares oportunos conasechanzas, con las cuales no dañaba, o en muypoco, a sus enemigos.Librados de Masada los parientes y prendas deHerode6 y todas sus cosas, partió del castillohacia Jerusalén, juntándose con la gente deSilón y con muchos otros de la ciudad, ame-drentados por ver su gran poder y su fuerza.

Asentando entonces su campo hacia la parteoccidental de la ciudad, las guardas de aquellaparte trabajaban en resistirle con muchas saetasy dardos que tiraban; algunos otros corrían acuadrillas, y acometían a la gente que estaba enla vanguardia. Pero Herodes mandó primerodeclarar a pregón de trompeta, alrededor de losmuros, cómo había venido por bien y salud dela ciudad, y que de ninguno, por más que lehubiese sido enemigo, había de tomar vengan-za; antes había de perdonar aún a los que lehabían movido mayor discordia y le habíanofendido más. Como, por otra parte, los quefavorecían a Antígono se opusiesen a esto conclamores y hablas, de tal manera que ni pudie-sen oír los pregones, ni hubiese alguno quepudiese mudar su voluntad, viendo Herodesque no había remedio, mandó a su gente quederribase a los que defendían los muros, y ellosluego con sus saetas los hiciesen huir a todos. Yentonces fue descubierta la corrupción y enga-ño de Silón. Porque sobornados muchos solda-

dos para que diesen grita que les faltaba lo ne-cesario, y pidiesen dinero para proveer de man-tenimientos, movía e incitaba el ejército a quepidiese licencia para recogerse en lugares opor-tunos para pasar el invierno, porque cerca de laciudad había unos desiertos proveídos ya mu-cho antes por Antígono, y aun él mismo traba-jaba por retirarse. Herodes, no sólo a los capi-tanes que seguían a Silón, sino también a lossoldados, viniendo adonde veía que había mu-chedumbre de ellos, rogaba a todos que no lefaltasen, ni le quisieren desamparar, pues sab-ían que César y Antonio le habían puesto enaquello, y ellos por su autoridad lo habían traí-do, prometiendo sacarlos en un día de todanecesidad. Después de haber impetrado esto deellos, sálese a correr por los campos, y diólestanta abundancia de mantenimientos y de todaprovisión, que venció y deshizo todas las acu-saciones de Silón, y proveyendo que de allíadelante no les pudiese faltar algo, escribía alos moradores de Samaria, porque esta ciudad

se había entregado y encomendado a su fe yamistad, que trajesen hacia la Hiericunta todaprovisión de vino, aceite y ganado.Al saber esto Antígono, luego envió gente queprohibiese sacar el trigo y provisiones para susenemigos, y que matase a cuantos hallase porlos campos. Obedeciendo, pues, a este manda-miento, habíase ya juntado gran escuadrón degente muy armada sobre Hiericunta. Estabanapartados unos de otros en aquellos montes,acechando con gran diligencia si verían algunosque trajesen alguna provisión de la que teníantanta necesidad. Pero en esto no estaba Hero-des ocioso, antes acompañado con diez escua-drones o compañías de gentes, cinco de roma-nos Y cinco de los judíos, entre los cuales habíatrescientos mezclados de los que recibían suel-do, y con algunos caballos, llegó a Hiericunta, yhalló que estaba la ciudad vacía y sin quienhabitase en ella, y que quinientos, con sus mu-jeres y familia, se habían subido a lo alto de susmontes; prendiólos a éstos y después los libró;

pero los romanos echáronse a la ciudad y sa-queáronla, hallando las casas muy llenas detodo género de riqueza, y el rey, habiendo de-jado allí gente de guarnición, volvióse y diólicencia a los soldados romanos que se pudie-sen recoger a pasar el invierno en aquellas ciu-dades que se le habían dado, es a saber, enIdumea, Galilea y en Samaria. Antígono tam-bién alcanzó, por haber sido corrompido Silón,que los lidenses tomasen parte del ejército ensu favor. Estando, pues, los romanos sin algúncuidado de las armas, abundaban de toda cosa'sin que les faltase algo. Pero Herodes no repo-saba ni se estaba descuidado, antes fortaleció aIdumea con dos mil hombres de a pie y cuatro-cientos caballos, enviando a ellos a su hermanoJosefo, por que no tuviesen ocasión de moveralguna novedad o revuelta con Antígono. El,pasando su madre y todos sus parientes y ami-gos, los cuales había librado de Masada, a Sa-maria, y puesta allí muy seguramente, partióluego para destruir lo restante de GaIdea, y

acabar de echar todas las guarniciones y com-pañías de Antígono. Y habiendo llegado a Séfo-ris, aunque con grandes nieves, tomó fácilmen-te la ciudad, puesta en huída la gente de guar-da antes que él llegase y su ejército. Porquevenía, con el invierno y tempestades, algo fati-gado y habiendo allí gran abundancia de man-tenimientos y provisiones, determinó ir contralos ladrones que estaban en las cuevas que porallí había, los cuales hacían no menos daño alos que moraban en aquellas partes, que si su-frieran entre ellos muy gran matanza y guerras.Enviando delante tres compañías de a pie y unade a caballo al lugar llamado Arbela, en cuaren-ta días, con lo demás del ejército él fué conellos. Pero los enemigos no temieron su venida,antes muy en orden le salieron al encuentro,confiados en la destreza de hombres de guerray en la soberbia y ferocidad que acostumbran atener los ladrones. Dándose después la batalla,los de la mano derecha de los enemigos hicie-ron huir a los de la mano izquierda de Herodes.

Saliendo él entonces por la mano derecha, yrodeándolos a todos muy presto, les socorrió ehizo detener a los suyos que huían, y dando deesta manera en ellos, refrenaba el ímpetu yfuerza de sus enemigos, hasta tanto que los dela vanguardia faltaron con la gran fuerza de lagente de Herodes; pero todavía lo6 perseguíapeleando siempre hasta el Jordán, y muerta lamayor parte de ellos, los que quedaban se sal-varon pasando el río. De esta manera fué libra-da del miedo que tenía Galilea, y porque sehabían recogido algunos y quedado en las cue-vas, se hubieron de detener algún tiempo.Herodes, lo primero que hacía era repartir elfruto que se ganaba con trabajo entre todos lossoldados; daba a cada uno ciento cincuentadracmas de plata, y a los capitanes enviábalesmucha mayor suma para pasar el invierno. Es-cribió a su hermano menor, Ferora, que miraseen el mercado cómo se vendían las cosas y cer-case con muro el castillo de Alejandro, lo cualtodo fué por él hecho. En este tiempo, Antonio

estaba en Atenas, y Ventidio envió a llamar aSilón y a Herodes para la guerra contra los par-tos; mandóles por sus cartas que dejasen apaci-guadas las cosas de Judea y de todo aquel reinoantes que de allí saliesen. Pero Herodes, dejan-do ir de grado a Silón a verse con Ventidio,hizo marchar su ejército contra los ladrones queestaban en aquellas cuevas. Estaban estas cue-vas y retraimientos en las alturas y hendidurasde los montes, muy dificultosas de hallar, conmuy difícil y muy angosta entrada; tenían tam-bién una pefia que de la vista de ella y delante-ra, llegaba hasta lo más hondo de la cueva, yvenía a dar encima de aquellos valles; eran pa-sos tan dificultosos, que el rey estaba muchasveces en gran duda de lo que se debía hacer. Ala postre quiso servirse de un instrumento har-to peligroso, porque todos los más valientesfueron puestos abajo a las puertas de las cue-vas, y de esta manera los mataban a ellos y atodas sus familias, metiéndoles fuego si lesquerían resistir. Y como Herodes quisiese librar

algunos, mandólos llamar con son de trompe-tas, pero no hubo alguno que se presentase degrado; antes, cuantos él había preso, todos, o lamayor parte, quisieron mejor morir que quedarcautivos. Allí también fué muerto un viejo, pa-dre de siete hijos, el cual mató a los mozos jun-to con su madre, porque le rogaban los dejasesalir a los conciertos prometidos, de esta mane-ra: mandólos salir cada uno por sí, y él estaba ala puerta, y como salía cada uno de los hijos, lomataba. Viendo esto Herodes de la otra cuevaadonde estaba, moríase de dolor y tendía lasmanos, rogándole que perdonase a sus hijos.Pero éste, no haciendo cuenta de lo que Hero-des le decía, con no menos crueldad acabó loque había comenzado, y además de esto re-prendía e injuriaba a Herodes por haber tenidoel ánimo tan humilde. Después de haber éstemuerto a sus hijos, mató a su mujer, y despe-fiando los que había muerto, él mismo última-mente se despeñó. Habiendo Herodes, muertoya, y quitado todos aquellos peligros que en

aquellas cuevas había, dejando la parte de suejército que pensó bastar para prohibir toda re-belión en aquellas tierras, y por capitán de ellaa Ptolomeo, volviáse a Samaria con tres milhombres muy bien armados y seiscientos caba-llos para ir contra Antígono.Viendo ocasión los que solían revolver a Gali-lea, con la partida de Herodes, acometiendo aPtolorneo, sin que él tal temiese ni pensase, lemataron. Talaban y destruían todos los campos,recogiéndose a las lagunas y lugares muy secre-tos. Sabiendo esto Herodes, socorrió con tiem-po y los castigó, matando gran muchedumbrede ellos. Librados ya todos aquellos castillos delcerco que tenían, por causa de esta mutación yrevueltas, pidió a las ciudades que le ayudasencon cien talentos.Echados ya los partos y muerto Pacoro, Venti-dio, amonestado por letras de Antonio, socorrióa Herodes con mil caballos y dos legiones desoldados; Antígono envió cartas y embajadoresa Machera ca . tan de esta gente, que le viniese

a ayudar, quejándose mucho de las injurias ysinrazón que Herodes les hacía, prometiendodarle dinero. Pero éste, no pen and que debíadejar aquellos a los cuales era enviado, princi-palmente dándole más Herodes, no quiso con-sentir en su traición, aunque fingiendo amistad,vino por saber el consejo y determinaciones deAntígono, contra el consejo de Herodes, que selo disuadía. Entendiendo Antígono lo que Ma-chera había determinado, y lo que trataba,cerróle la ciudad, y echábalo de los muros, co-mo a enemigo suyo, hasta tanto que el mismoMachera se afrentó de lo que había comenzado,y partió para Amatón, donde estaba Herodes. Yenojado porque la cosa no le había sucedidosegún él confiaba, venía matando a cuantosjudíos hallaba, sin perdonar ni aun a los deHerodes, antes los trataba corno a los mismosde Antígono. Sintiéndose por esto Herodes,quiso tornar venganza de Machera como de supropio enemigo; pero detuvo y disimuló su ira,,determinando de venir a verse con Antonio,

por acusar la maldad e injusticia de Machera.Este, pensando en su delito, vino al alcance delrey, e impetró de él su amistad con muchosruegos.Pero no mudó Herodes su parecer en lo de su¡da, antes proseguía su camino por verse conAntonio. Y como oyese que estaba con todassus fuerzas peleando por ganar a Samosata,ciudad muy fuerte cerca del Eufrates, dábasemayor prisa por llegar allá, viendo que era ésteel tiempo y la oportunidad para mostrar suvirtud y valor, para acrecentar el amor y amis-tad de Antonio para con él. Así, en la hora quellegó, luego dió fin al cerco, matando a muchosde aquellos bárbaros, y tomando gran parte delsaqueo y de las cosas que habían allí robado delos enemigos, de tal manera, que Antonio, aun-que antes tenla en mucho y se maravillaba porsu esfuerzo, fué entonces nuevamente muyconfirmado en su opinión, aumentando muchola esperanza de sus honras y de su reino. Ant-

íoco fué con esto forzado a entregar y rendir aSamosata.

Capítulo XIIIDe la muerte de Josefo; del cerco de Jerusalén

puesto Por Herodes, y de la muerte de Antígo-no.Estando ocupados en esto, las cosas de Hero-

des en Judea sucedieron muy mal. Porque hab-ía dejado a Josefo, su hermano, por procuradorgeneral de todo, y habíale mandado que nomoviese algo contra Antígono antes que él vol-viese, porque no tenía por firme la amistad ysocorro de Machera, según lo que antes habíaen sus faltas experimentado. Pero Josefo, vien-do que su hermano estaba ya lejos de allí, olvi-dado de lo que le había tanto encomendado,vínose para Hiericunta con cinco compañíasque había enviado Machera con él, para que altiempo y sazón de las mieses robase todo eltrigo. Y tomando en medio de los enemigos poraquellos lugares montañosos y ásperos, él tam-bién murió, alcanzando en aquella batallanombre y gloria de varón muy fuerte y muy

esforzado, y perecieron con él todos los solda-dos romanos. Las compañías que se habíanrecogido en Siria, eran todas de bisoños, y notenían algún soldado viejo entre ellas que pu-diese socorrer a los que no eran ejercitados enla guerra.No se contentó Antígono con esta victoria; an-tes recibió tan grande ira, que tornando elcuerpo muerto de Josefo, lo azotó y le cortó lacabeza, aunque el hermano Feroras le diese porredimirlo cincuenta talentos.Sucedió después de la victoria de Antígono enGalilea, que las que favorecían más a la partede éste, sacando los mayores amigos y favore-cedores de Herodes, los ahogaban en una lagu-na; mudábanse también con muchas novedadeslas cosas en Idumea, estando Machera reno-vando los muros de un castillo llamado Gita, yHerodes no sabía algo de todo cuanto pasaba;porque habiendo Antonio preso a los de Sa-mosata, y hecho capitán de Siria a Sosio,mandóle que ayudase con su ejército a Herodes

contra Antígono, y él fuese a Egipto. Así Sosio,habiendo enviado delante dos compañías aJudea, de las cuales Herodes se sirviese, veníaél después poco a poco siguiendo con toda laotra gente. Y estando Herodes cerca de la ciu-dad de Dafnis, en Antioquía, soñó que su her-mano había sido muerto; y como se levantaseturbado de la cama, los mensajeros de la muer-te del hermano entraron por su casa. Por locual, quejándose un poco con la grandeza deldolor, dejando la mayor parte de su llanto paraotro tiempo, veníase con mayor prisa de lo quesus fuerzas podían, contra los enemigos, ycuando llegó a monte Libano tomó consigoochocientos hombres de los que vivían poraquellos montes; y juntando con ellos unacompañía de romanos, una mañana, sin que talpensasen, llegó a Galilea y desbarató a los ene-migos que halló en aquel lugar, y trabajabamuy continuamente por tomar combatiendoaquel castillo donde sus enemigos estaban. Pe-ro antes que lo ganase, forzado por la aspereza

del invierno, hubo de apartarse y recogerse conlos suyos al primer barrio o lugar.Pocos días después, acrecentado el número desu gente con otra compañía más, la cual habíaenviado Antonio, movió a tan gran espanto alos enemigos, que les hizo una noche desampa-rar el castillo muy amedrentados. Pasaba, pues,ya por Hiericunta, con gran prisa por podersevengar muy presto de los matadores de suhermano, donde también le aconteció un casomaravilloso y casi monstruoso; mas librándosede él contra lo que él confiaba, alcanzó y vino acreer que Dios le amaba; porque como muchoshombres de honra hubiesen cenado con élaquella noche, después que acabado el convitetodos se fueron, seguidamente el cenáculoaquel, donde habían cenado, se asoló.Tomando esto por señal común y buen agüero,tanto para los peligros que esperaba pasar,cuanto para los sucesos prósperos en lo quetocaba a la guerra que determinaba hacer, lue-go a la mañana hace marchar su gente, y des-

cendiendo cerca de seis mil hombres de losenemigos por aquellos montes, acometía losprimeros escuadrones. No osaban ellos trabarni asir con los romanos; pero de lejos con pie-dras y saetas los herían y maltrataban: aquí fuétambién herido Herodes en un costado con unasaeta.Y deseando Antígono mostrarse, no sólo másvaliente con el esfuerzo de los suyos, sino tam-bién aun mayor en el número, envió a uno desus domésticos, llamado Papo, con un es-cuadrón de gente a Samaria, a los cuales Ma-chera había de ser el premio de la victoria.Habiendo, pues, Herodes corrido la tierra delos enemigos, tomó cinco lugares y mató dosmil vecinos y habitadores de ellos; y habiendoquemado todas las casas, volvió a su ejército,que iba hacia el barrio o lugar llamado Caná.Acrecentábasele cada día el ejército con la mu-chedumbre de judíos que se le juntaban, loscuales salían de Hiericunta y de las otras partesde toda aquella región, moviéndose unos por

aborrecer a Antígono, y otros por los hechosmemorables y gloriosos de Herodes. Habíamuchos otros que sin razón ni causa, sólo porser amigos de novedades y de mudar señores,se juntaban con él.Apresurándose Herodes por venir a las manoscon la gente de Papo, sin temer la muchedum-bre de los enemigos y la fuerza que mostraban,salía muy animosamente por la otra parte a labatalla; pero trabándose los escuadrones, vinie-ron a detenerse algún poco todos. PeleandoHerodes con mayor peligro, acordándose de lamuerte de su hermano, sólo por vengarse de losque lo habían muerto, fácilmente venció a lagente contraria. Viniendo después sobre losotros nuevos que estaban aún enteros, hízoloshuir a todos, y era muy grande la carnicería ymuerte que se hacían. Siendo los otros forzadosa recogerse al lugar de donde habían salido,Herodes era el que más los perseguía; y persi-guiéndolos, mataba a muchos. A la postre,echándose por entre los enemigos que iban de

huída, entró en el lugar, y hallando todas lascasas llenas de gente muy armada y los tejadoscon hombres que trabajaban por defenderse, alos que de fuera hallaba los vencía fácilmente, ybuscando en las casas, sacaba los que se habíanescondido, y a otros mataba derribándolos: deesta manera murieron muchos. Pero si algunosse iban huyendo, la gente que estaba armadalos recibía matándolos a todos; vino a morirtanta multitud de hombres, que los mismosvencedores no podían salir de entre los cuerposmuertos. Tanto asustó esta matanza a los ene-migos, que viendo a tantos muertos de dentro,los que quedaban con vida quisieron huir, yHerodes, confiado en estos sucesos, luego vi-niera a Jerusalén si no fuera detenido por laaspereza grande del invierno; porque éste leimpidió que pudiese perfectamente gozar de suvictoria, y fué causa que Antígono no quedaradel todo desbaratado, vencido y muerto, estan-do ya con pensamiento de dejar la ciudad. Ycomo venía la noche, Herodes dejó ir a sus

amigos, por dar algún poco de descanso a suscuerpos, que estaban muy trabajados y muycalurosos de las armas, y fué a lavarse según lacostumbre que tenían los soldados, siguiéndoleun muchacho solo. Antes de llegar al bañovínole uno de los enemigos al encuentro muyarmado, y luego otro y otro, y muchos. Estoshabían huido, todos armados, de su escuadrónal baño; pero amedrentados al ver al rey, y es-condiéndose todos temblando, dejáronle estan-do él desarmado, buscando aprisa por dóndelibrarse. Como no hubiese quién los pudieraprender, contentándose Herodes con no haberrecibido daño alguno de ellos, todos huyeron.Al siguiente día mandó degollar a Papo, ca-pitán de la gente de Antígono, y envió su cabe-za a Ferora, su hermano, capitán del ejército,por venganza de la muerte de su hermano,porque Papo era el que había muerto a Josefo.Pasado después el rigor del invierno, volvióse aJerusalén y cercó los muros con su gente, por-que ya era el tercer año que él era declarado

por rey en Roma, y puso la mayor fuerza suyahacia la parte del templo por donde pensabatener más fácilmente entrada, y Pompeyo habíatomado antes la ciudad. Dividido, pues, en par-tes su ejército, y dado a cada parte en qué seejercitase, mandó levantar tres montezuelos,sobre los cuales edificó tres torres; y dejandolos más diligentes de sus amigos por que tuvie-sen cargo de dar prisa en acabar aquello, él fuéa Samaria por tomar la mujer con la cual sehabía desposado, que era la hija de Aristóbulo,hijo de Alejandro, para celebrar sus bodasmientras estaban en el cerco, menospreciandoya a sus enemigos. Hecho esto, vuélvese luegoa Jerusalén con mucha más gente, y juntáse conél Sosio con gran número de caballos y de in-fantería, el cual, enviando delante su gente portierra, se fué por Fenicia.Juntándose después todo el ejército, que seríanonce legiones de gente a pie y seis mil caballos,sin el socorro de los siros, que no eran pocos,pusieron el campo cerca del muro, a la parte

septentrional, confiándose Herodes en la de-terminación del Senado, por la cual había sidodeclarado por rey, y Sosio en Antonio, que lehabía enviado con aquella gente que viniese enayuda de Herodes.Los judíos de dentro de la ciudad estaban eneste tiempo muy perturbados, porque la genteque era para menos vínose cerca del templo, ycomo furiosos todos, parecía que divinamenteadivinaban o profetizaban muchas cosas de lostiempos: los que eran algo más atrevidos, jun-tados en partes, iban robando por toda la ciu-dad, y principalmente en los lugares que porallí había cerca, robando lo que les era necesa-rio para mantenerse, sin dejar mantenimientoni para los hombres ni para los caballos. Ypuestos los más esforzados contra los que loscercaban, estorbaban e impedían la obra deaquellos montezuelos, y no les faltaba jamásalgún nuevo impedimento contra la fuerza einstrumentos de los que los cercaban. Aunqueno se mostraban en algo más diestros que en las

minas que les hacían, el rey pensó cierta cosacon la cual sus soldados prohibiesen los hurtosy robos que los judíos les hacían, y para impe-dir sus correrías, hizo que fuesen proveídos demantenimientos traídos de partes muy lejanas.Aunque los que resistían y peleaban vencían atodo esfuerzo, todavía eran vencidos con ladestreza de los romanos; mas no dejaban depelear con éstos descubiertamente aunque vie-sen la muerte muy cierta. Pero saliendo ya losromanos de improviso por las minas que hab-ían hecho, antes que se derribase algo de losmuros, guarnecían la otra parte y no faltaban nicon sus manos ni con sus máquinas e instru-mentos en algo, porque habían determinadoresistirles en todo lo que posible les fuese.Estando, pues, de esta manera, sufrieron el cer-co de tantos millares de hombres por espaciode cinco meses, hasta tanto que algunos de losescogidos por Herodes, osando pasar por elmuro, dieron en la ciudad, y luego los centu-riones de Sosio los siguieron. Primero, pues,

tomaron de esta manera todo lo que más cercaestaba del templo, y entrando ya todo el ejérci-to, hacíase gran matanza en todas partes, puesestaban enojados los romanos por haberse de-tenido tanto tiempo en el cerco; y el escuadrónde Herodes, siendo todo de judíos, estaba muydispuesto a que ninguno de los enemigos esca-pase con la vida, y mataban a muchos al reco-gerse por los barrios más estrechos de la ciu-dad, y a otros forzados a esconderse en las ca-sas; y también aunque huyesen al templo, sinmisericordia ni de viejos ni de mujeres, erantodos universalmente muertos. Aunque el reyenvíase a todas partes y rogase que los perdo-nasen, no por eso había alguno que se refrenaseo detuviese en ello, antes como furiosos perse-guían a toda edad y sexo.Antígono bajó de su casa también sin pensar enla fortuna que en el tiempo pasado había tenidoni aun en la del presente, y echóse a los pies deSosio; pero éste, sin tener compasión, por causade tan grata mudanza en las cosas, burlóse sin

vergüenza de él, y por escarnio lo llamó comomujer, Antígona, pero no lo dejó como a tal singuardas: y así lo guardaban a éste muy atado.Habiendo, pues, Herodes vencido los enemi-gos, proveía en hacer detener la gente de soco-rro, porque todos los extranjeros tenían muygran deseo de ver el templo y las cosas santasque ellos tanto guardaban. Por esta causa losdetenía a unos con amenazas, a otros con rue-gos y a otros con castigo, pensando que le seríamás amarga y cruel la victoria que si fuera ven-cido, si por su culpa se viese aquello que no eralícito ni razonable que fuese visto.También prohibió el saqueo en la ciudad, di-ciendo con enojo muchas cosas a Sosio, si va-ciando los hombres y los bienes de la ciudad,los romanos lo dejaban rey de las paredes solas,juzgando por cosa vil y muy apocada el impe-rio de todo el universo, si con muertes y estragode tantas vidas y hombres y ciudadanos se hab-ía de alcanzar. Pero respondiendo él que eracosa muy justa que los soldados, por los traba-

jos que habían tenido en el cerco, robasen ysaqueasen la ciudad, prometió entonces Hero-des que él satisfaría a todos con sus propiosbienes. Y redimiendo de esta manera lo quequedaba en la tierra, satisfizo a todo lo que hab-ía prometido, porque dió muchos dones a lossoldados, según el merecimiento de cada uno, ya los capitanes, y remuneró como rey muy re-almente a Sosio, de tal modo, que ningunoquedó descontento.Después de esto Sosio volvió de Jerusalén,habiendo ofrecido a Dios una corona de oro, yllevándose consigo para presentarlo a Antonio,muy atado, a Antígono, que confiando vana-mente cada día que había. de alcanzar la vida,fué dignamente descabezado.El rey Herodes entonces, dividiendo la gente dela ciudad, trataba muy honradamente a los quefavorecían su bando, por hacerlos amigos, ymataba a los que favorecían a Antígono.Faltándole el dinero, envió a Antonio y a suscompañeros tantas cuantas joyas y ornamentos

tenía; pero con esto no pudo redimirse ni li-brarse del todo que no sufriese algo, porque yaestaba Antonio corrompido con los amores deCleopatra, y se había dado a la avaricia en todacosa. Cleopatra, después que hubo perseguidotoda su generación y parientes de tal maneraque ya casi no le quedaba alguno, pasó la ra-biosa saña que tenía contra los extranjeros, yacusando a los principales de Siria, persuadía aAntonio que los matase, para que de esta ma-nera alcanzase y viniese seguramente a gozarde cuanto poseían. Después que hubo exten-dido su avaricia hasta los judíos y árabes, trata-ba escondidamente que matasen a los reyes deambos reinos, es a saber, a Herodes y a Malico,y aunque de palabra se lo concediese Antonio,tuvo por cosa muy injusta matar reyes tangrandes y tan buenos hombres; pero no los tu-vo ya más por amigos, antes les quitó muchaparte de sus señoríos y de las tierras que pose-ían, y dióle aquella parte de Hiericunta adondese cría el bálsamo, y todas las ciudades que

están dentro del río Eleutero, exceptuando so-lamente a Tiro y a Sidón. Hecha señora de todoesto, vino hasta el río Eufrates siguiendo a An-tonio, que hacía guerra con los partos, y vínosepor Apamia y por Damasco a Judea.Aunque hubiese Herodes con grandes dones ypresentes aplacado el ánimo de ésta, muy ano-jada contra él, todavía alcanzó de ella que learrendase la parte que de su tierra y posesionesle había quitado, por doscientos talentos cadaaño; y aplacándola con toda amistad y blandu-ra de palabras, acompañóla hasta Pelusío. An-tes que pasase mucho tiempo, Antonio volvióde los partos, y traía por presente y don a Cleo-patra a Artabazano, hijo de Tigrano, el cual lepresentó con todo el dinero y saqueo que habíahecho.***

Capítulo XIV De las asechanzas de Cleopatra contra Hero-des, y de la guerra de Herodes contra los ára-bes, y un muy grande temblor de la tierra queentonces aconteció.

Movida la guerra acciaca, Herodes estaba apa-rejado para ir con Antonio, librado ya de todaslas revueltas de Judea y habido a Hircano, elcual lugar poseía la hermana de Antígono; perofué muy astutamente detenido, por que no lecupiese parte de los peligros de Antonio. Comodijimos arriba, acechando Cleopatra a quitar lavida a los reyes, persuadió a Antonio que diesecargo a Herodes de la guerra contra los árabes,para que, si los venciese, fuese hecha señora detoda Arabia, y si era vencido, le viniese el se-ñorío de toda Judea, y de esta manera castigaríaun poderoso con el otro.Pero el consejo de ésta sucedió prósperamentea Herodes, porque primero con su ejército y

caballería, que era muy grande, vino contra lossiros, y enviándolo cerca de Diospoli, por másvaronil y esforzadamente que le resistiesen, losvenció. Vencidos éstos, luego los árabes movie-ron gran revuelta, y juntándose un ejército casiinfinito, fué a Canatam, lugar de Siria, poraguardar a los judíos. Como Herodes los qui-siese acometer aquí, trabajaba de hacer su gue-rra muy atentadamente y con consejo, y man-daba que hiciesen muro por delante de todo suejército y de sus guarniciones. Pero la muche-dumbre del ejército no le quiso obedecer, antesconfiada en la victoria pasada, acometió a losárabes, y a la primer corrida venciéndolos,hiciéronlos volver atrás; pero siguiéndolos pasógran peligro Herodes por los que le estabanpuestos en asechanzas por Antonio, que siem-pre le fué, entre todos los capitanes de Cleopa-tra, muy enemigo. Porque aliviados los árabesy rehechos por la corrida y ayuda de éstos,vuelven a la batalla; y juntos los escuadronesentre unos lugares llenos de piedras y peñascos

muy apartados de buen camino, hicieron huirla gente de Herodes, habiendo muerto a Mu-chos de ellos: los que se salvaron recógenseluego a un lugar llamado Ormiza, adonde tam-bién fueron todos tomados por los árabes contodo el bagaje y cuanto tenían.No estaba muy lejos Herodes después de estedaño con la gente que traía de socorro, peromás tarde de lo que la necesidad requería. Lacausa de esta pérdid a fué no haber los capita-nes querido dar fe ni crédito a lo que Herodesles había mandado, pues se habían queridoechar sin más miramiento ni consideración,porque y si se dieran prisa en dar la batalla, notuviera Antonio tiempo para hacer sus ase-chanzas: pero todavía otra vez se vengó de losárabes entrándose muchas veces y corriéndoleslas tierras, Y muchas veces se desquitó de laderrota sufrida. Persiguiendo a los enemigos lesucedió por voluntad de Dios otra desdicha alos siete años de su reinado, y en tiempo quehervía la guerra acciaca, porque al principio de

la primavera hubo un temblor de tierra, con elcual murió infinito ganado y perecieron treintamil hombres7 quedando salvo y entero todo suejército porque estaba en el campo. Los árabesse ensoberbecieron mucho con aquella nueva,la cual siempre se suele acrecentar algo más delo que es yendo de boca en , boca; movidos conella, pensando que toda Judea estaría, sin quealguno quedase, destruida y asolada, con espe-ranza de poseer la tierra, juntan su ejército yviénense contra ella matando primero a los.embajadores que los judíos les enviaban. Hero-des en este tiempo, viendo la mayor parte de sugente amedrentada con la venida de los enemi-gos, tanto por ¡as grandes adversidades y des-dichas que les habían acontecido, cuanto porhaber sido muchas y muy continuas, esforzába-los a resistir y dábales ánimo con estas pala-bras-"No parece razonable cosa que por lo que alpresente habéis viste, que ha sucedido estéistan amedrentados: porque no me maravillo que

os espante la llaga que por voluntad e ira deDios contra nosotros ha acontecido; pero tengopor cosa de afrenta y cobardía que penséis tan-to en ella teniendo los enemigos tan cerca,habiendo antes de trabajar en deshacerlos yecharlos de vuestras tierras: porque tan lejosestoy yo de temer los enemigos después de estetan gran temblor de tierra, que pienso habersido como regalo para ellos para después casti-garlos; porque sabed que no vienen tan confia-dos en sus armas y esfuerzo corno en nuestrasdesdichas y muertes. La esperanza, pues, queno está fundada y sustentada en sus propiasfuerzas, sino en las adversidades de su contra-rio, sabed que es muy engañosa. No tenemoslos hombres seguridad de prosperidad algunani de adversidad, antes veréis que la fortuna sevuelve ligeramente a todas partes, lo cual pod-éis comprobar con vuestros propios ejemplos.Fuimos en la guerra pasada vencedores; luegofuimos también vencidos por los enemigos, yahora, según se puede y es lícito pensar, serán

ellos vencidos viniendo con pensamiento de servencedores: porque el que demasiado se confíano suele estar proveído, y el miedo es el maes-tro y el que enseña a proveerse. A mí, pues, loque vosotros teméis tanto me da muy gran con-fianza, porque cuando fuisteis más feroces yatrevídos de lo que fuera conveniente y necesa-rio, saliendo contra mi voluntad a pelear, An-tonio tuvo tiempo y ocasión para sus asechan-zas y para hacer lo que hizo; ahora vuestra tar-danza, que casi mostráis rehusar la pelea, yvuestros ánimos entristecidos, según veo, meprometen victoria muy ciertamente. Pero con-viene antes de la batalla estar animados y contal pensamiento, y estando en ella, mostrar suvirtud ejercitándola y manifestar a los enemi-gos llenos de maldad que ni mal alguno de losque humanamente suelen acontecer a los hom-bres, ni la ira del cielo, es causa que los judíosmuestren en sus cosas algo menos de fortalezay esfuerzo, entretanto que les dura esta vida.¿Sufriera alguno que los árabes sean. señores

de sus cosas, a los cuales en otro tiempo se lospodía llevar por cautivos? No os espante enalgo el miedo de las cosas sin ánima y sin sen-tido, ni penséis que este temblor de tierra seaseñal de alguna matanza o muertes que se de-ban esperar, porque naturales vicios son tam-bién de los elementos, y no pueden hacer algúndaño sino en lo que de ellos es. Porque debéistodos pensar y saber que viniendo alguna señalde pestilencia o hambre, o de algún temblor detierra, mientras el daño tarda, entonces se debealgo temer; pero cuando ya han hecho su curso,viénense a acabar y consumir ellas mismas en sípor ser tan grandes. ¿Qué cosa hay en que nospueda hacer mayor daño a nosotros ahora estaguerra, aunque seamos vencidos, que ha sido elque habemos recibido por el temblor de la tie-rra? Antes, en verdad, ha acontecido a nuestrosenemigos, en señal de su destrucción, una cosala más horrenda M mundo por voluntad propiade ellos, sin entender otro en ella, en habermuerto cruelmente a nuestros embajadores

contra toda ley de hombres, y han sacrificado aDios por el suceso de la guerra la vida de ellos.Porque no podrán huir la lumbre divina ni lavenganza de la mano invencible de Dios: antesluego pagarán lo que han cometido, si levanta-dos nosotros con ánimo por nuestra patria, nosanimáremos para tomar venganza de la paz yconciertos rotos por ellos. Así, pues, haced to-dos vuestro camino a ellos, no corno que quer-áis pelear por vuestras mujeres ni por vuestroshijos ni por vuestra propia patria, pero porvengar la muerte de vuestros propios embaja-dores. Ellos mismos regirán mejor y guiaránnuestro ejército, que nosotros que estamos en lavida; obedeciéndome vosotros, pondréme yopor todos en peligro: y sabed ciertamente queno podrán sufrir ni sostener vuestras fuerzas, sino os dañare la osadía atrevida y temeraria."Habiendo amonestado con tales palabras a sussoldados, viéndoles muy alegres y muy conten-tos, celebró a Dios luego sus sacrificios, y des-pués pasó el río Jordán con todo su ejército. Y

puesto su campo en Filadelfia, no muy lejos delos enemigos, hizo muestra que quería tomarun castillo que estaba en medio: movía la bata-lla de lejos deseando juntarse muy presto, por-que los enemigos habían enviado gente queocupase el castillo. Pero los del rey fácilmentelos vencieron y alcanzaron el collado; y él, sa-cando cada día su gente muy en orden a la ba-talla, provocaba a los árabes y los desafiaba.Mas como ninguno osase salir porque estabanamedrentados y más que todos pasmado ytemblando como medio muerto el capitán An-tonio, acometiendo el valle donde estaban, He-rodes los desbarató; y forzados de esta maneraa salir de la batalla, mezclándose una gente conotra, los de a caballo con los de a pie, salierontodos; y si los enemigos eran muchos más, elesfuerzo y alegría era mucho menor, aunquepor estar todos sin esperanza de haber victoria,eran muy atrevidos. Entretanto que trabajaronpor resistir, no fué grande la matanza que sehizo; pero al volver las espaldas fueron muchos

muertos, unos por los judíos que los perse-guían, otros pisados por ellos mismos huyendo:murieron finalmente en la huida cinco mil, losdemás fueron forzados a recogerse dentro delvalle; pero luego Herodes, tomándolos en me-dio, los cercó, y aunque la muerte no les estabamuy lejos por fuerza de las armas de Herodes,todavía sintieron mucho la falta del agua. Co-mo el rey menospreciase muy soberbiamentelos embajadores que le ofrecían, porque fuesenlibrados, cincuenta talentos, haciéndoles mayorfuerza ardiendo con la gran sed, salían a mana-das y dábanse a los judíos de tal manera, quedentro de cinco días fueron presos cuatro milde ellos; pero el sexto día, desesperando ya dela salud y vida, salieron los que quedaban apelear. Trabándose la batalla con ellos, los deHerodes mataron otra vez siete mil; y habién-dose vengado de Arabia con llaga tan grande,muerta la mayor parte de la gente y vencida yala fuerza de ella, pudo tanto, que todos los deaquella tierra lo deseaban por señor

Capítulo XVCómo Herodes fué proclamado Por rey de to-

da Judea.

No le faltó luego otro nuevo cuidado, por causade la amistad con Antonio, después de la victo-ria que César hubo en Accio; pero tenía mayortemor que debla, porque César no tenía porvencido a Antonio, entretanto que Herodesquedase con él vivo. Por lo cual el rey quisoprevenir a los peligros; y pasando a Rodo,adonde en este tiempo estaba César, vino a ver-se con él sin corona, vestido como un hombreparticular, pero con pompa y compañía real, ysin disimular la verdad, díjole delante estaspalabras: «Sepas, oh César, que siendo yohecho rey por Antonio, confieso que he sido reyprovechoso para Antonio; ni quiero encubrirteahora cuán importuno enemigo me hallaras conél, si la guerra de los árabes no me detuviera.Pero, en fin, yo le he socorrido según han sido

mis fuerzas, con gente y con trigo, ni en su des-dicha recibida en Accio lo desamparé, porquese lo debía. Y aunque no fué en mi socorro tangrande cuanto entonces yo quisiera, todavía ledi un buen consejo, diciéndole que la muerte deCleopatra sola bastaba para corregir sus adver-sidades; y prometíle que si la mataba, yo le so-correría con dinero y con muros para defender-se, y con ejército; y prometíme yo mismo porcompañero para unir toda mi fuerza contra ti.Pero por cierto los amores de Cleopatra lehicieron sordo a mis consejos, y Dios también,el cual te ha concedido a ti la victoria. Vencidosoy, pues, yo juntamente con Antonio, y portanto, me he quitado la corona de la cabeza contoda la fortuna y prosperidad de mi reino. Hevenido ahora a ofrecerme delante de tu presen-cia, confiando de alcanzar por tu virtud la vida,dándome prisa por que fuese examinada laamistad que con alguno he tenido."A esto respondió César: «Antes ahora tente porsalvo, y séate confirmado el reino; que por cier-

to mereces muy debidamente regir a muchos,pues trabajas en mostrar y defender la amistadtan fielmente. Y experiméntame con tal queseas fiel siendo más próspero, porque yo conci-bo grande esperanza en ver tu ánimo preclaro ymuy magnánimo. Pero bien hizo Antonio endar más crédito a Cleopatra que a tus consejos,porque por su locura te hemos ganado a ti; y alo que puedo juzgar, tú comenzaste a hacerleprimero beneficios, según Ventidio me escribe,pues le socorriste con socorro bastante contralos que le perseguían. Por tanto, ahora, por midecreto y determinación quiero que seas con-firmado en el reino: y quiero yo también hacer-te ahora algún bien, por que no tengas ocasiónde desear a Antonio." Habiendo tan benigna-mente amonestado César al rey que no dudasealgo en su amistad, le puso la corona real y con-firmóle el perdón de todo lo que había hasta allípasado, en el cual puso muchas cosas en loorde Herodes. Este, habiendo dado algunos do-nes y presentes a César, rogábale que mandase

librar a Alejandro, que era uno de los amigosde Antonio. Pero estando César muy airado, nolo quiso hacer, diciendo que aquel por quien élrogaba había hecho muchas cosas muy gravescontra él, y por esto no quiso hacer lo queHerodes le suplicaba.Después, yendo César a Egipto por Siria, Hero-des lo recibió con toda la riqueza del reino; ymirando entonces muy bien todo su ejército,vínose primero a Ptolemaida, y allí le dió unacena muy magnífica con todos sus amigos, yrepartió también con su ejército la comida muyabundantemente. Proveyó también que, pasan-do por caminos muy secos hacia Pelusio y paralos que de allá volviesen, no faltase agua, nipadeció el ejército necesidad de cosa alguna.Por tantos merecimientos, no sólo César, perotodo su ejército también, tuvieron en poco elreino que le había sido dado; y por tanto, cuan-do vino a Egipto, muerto ya Antonio y Cleopa-tra, no sólo le acrecentó todas las honras queantes le había dado, pero también le añadió a

su reino parte de aquello que Cleopatra le habíaantes quitado. Dióle también a Gadara, Hipón.y Samaria; y de las ciudades marítimas a Gaza,Antedón, Jope y el Pirgo o Torre de Estratón.Dióle demás de todo esto cuatrocientos galospara su guarda, los cuales tenía antes Cleopa-tra; y ninguna cosa incitaba tanto el ánimo yliberalidad de César a hacerle beneficios, cuan-to era por verlo tan animoso y magnánimo.Además de lo que primero le había dado, le diódespués también toda la región llamada Tracóny Batanea, que le está muy cerca, y Auranitis,todas por la misma causa.Zenodoro entonces, que tenía en su gobierno lacasa y hacienda de Lisania, no cesaba, desde laregión aquella llamada Tracón, de enviar la-drones a los damascenos para que los robasen.Ellos, viendo esto, acudieron a Varrón, el cualera entonces regidor de Siria, y le rogaron quehiciese saber a César las miserias que sufrían.Sabidas por César estas cosas, en la misma horale envió a decir que tuviese cuidado en procu-

rar matar aquellos ladrones: y así Varrón vinocon mucha gente a todos los lugares de los cua-les sospechaba, limpió toda la tierra de aquellosladrones, y quitóla del regimiento de Zenodoro:César la dió a Herodes, por que no se hicieseotra vez recogimiento y cueva de ladrones con-tra Damasco: y además de todo esto hizolotambién procurador de toda Siria. Volviéndosedespués el décimo año a su provincia, mandó atodos los procuradores que había puesto, queninguno osase determinar algo sin hacérselosaber y darle de todo razón.Aun después de muerto Zenodoro, César le diótoda aquella parte de tierra que está entreTracón y Galilea: y lo que Herodes tenla en másque todo esto, era ver que, después de Agripa,era el más amado de César; y después de César,el más amado de Agripa. Levantado, pues, deesta manera al más alto grado de prosperidad yhecho más aniMoro, la mayor parte de su tra-bajo y providencia lo puso en las cosas de lareligión.

***

Capítulo XVI De la ciudades y edificios renovados y nueva-mente edificados por Herodes, y de la magnifi-cencia Y liberalidad que usaba con las gentesextranjeras, y de toda m prosperidad.

A los quince años de su reino renovó el temploe hizo cercar de muro muy fuerte doblado es-pacio de tierra alrededor del templo, de lo queantes solía tener, con gastos muy grandes y conmagnificencia muy singular, de la cual dabanseñal los claustros grandes que hizo labrar, y elcastillo que mandó edificar junto con ellas haciala parte de Septentrión: aquéllas las levantó élde principio y de sus fundamentos, y renovó elcastillo con grandes gastos, como asiento deaquella ciudad y de todo el reino, y púsole pornombre Antonia, por honra de Antonio. Yhabiendo también edificado para sí un palacioreal en la parte más alta de la ciudad, edificó enél dos aposentos de mucha grandeza y gentile-

za, y a ambos puso los nombres de sus amigos,llamando el uno Cesáreo y el otro Agripio. Pormemoria de ellos, no sólo escribió y mandópintar estos nombres en los techos, sino tam-bién mostró en todas las otras ciudades su granliberalidad: porque en la región de Samaria,habiendo cerrado de muro una ciudad muyhermosa que tenía más de veinte estadios decerco, llamóla Sebaste y llevó allá seis mil veci-nos, y dióles tierras muy fértiles, adonde edi-ficó también un templo muy grande entreaquellos edificios, y cerca de él una plaza detres estadios y medio, lo cual todo dedicó aCésar, y concedió a los vecinos de esta ciudadleyes muy favorables.Habiéndole dado César por estas cosas la pose-sión de otra tierra. edificóle otro templo cercade la fuente del río Jordán, todo de mármolmuy blanco y muy reluciente, en un lugar quese llamó Panio, adonde la sumidad y altura deun monte levantado muy alto, descubre unacueva muy umbrosa por causa de un valle que

le está al lado, y de unos peñas muy altas serecoge el agua que de allí mana, la cual es tanta,que no tiene ni se puede tomar ni hallar hondoen ella. Por la parte de fuera de la raíz de lacueva nacen unas fuentes, las cuales, segúnalgunos piensan, son el Drincipio y manantialdel río Jordán; pero después, al fin, mostrare-mos lo que se debe creer como muy verdadero.Además de las casas y palacios reales que habíaen Hiericunta entre el castillo de Cipro y lasprimeras, edificó otras mejores que fuesen máscómodas para los que viniesen, y púsoles losnombres arriba dichos de sus amigos. No habíalugar en todo el reino que fuese bueno, el cualno honrase con el nombre de César. Después dehaber llenado todo el reino de Judea de tem-plos, quiso ensanchar también su honra en laprovincia, y en muchas ciudades edificó tem-plos, los cuales llamó Cesáreos.Y como entre las ciudades que estaban hacia lamar hubiese visto una muy antigua y muy vie-ja, que se llamaba la Torre o Pirgo de Estratón,

y que, según era el lugar, podía emplear en ellasu magnificencia, habiéndola reparado toda depiedra blanca y muy luciente, edificó en ella unpalacio muy lindo, y mostró en él la grandezaque naturalmente su ánimo tenía. Porque entreDoras y Jope, en medio de los cuales esta ciu-dad está edificada, no hay parte alguna en todaaquella mar adonde se pudiese tomar puerto,de tal manera, que cuantos pasaban de Feniciaa Egipto eran forzados a correr a aquella marcon gran miedo del viento africano, cuya fuer-za, por moderada que sea, levanta tan grandesondas, que al retraerse es necesario que la marse revuelva algún espacio de tiempo. Pero ven-ciendo el rey con liberalidad y gastos muygrandes a la naturaleza, hizo allí un puerto ma-yor que el de Pireo, y más adentro hizo lugarapto y muy grande, adonde se pudiesen reco-ger todas las naves que viniesen. Aunque ellugar le era manifiestamente contrario, quiso éltodavía contender con él de tal manera, que lafirmeza de sus edificios no pudiese ser quebra-

da por los ímpetus de la mar, ni por el poder dela fortuna: y era la gentileza de ellos tanta, queparecía no haber sido jamás contraria la dificul-tad del lugar a la obra y ornamento; porquehabiendo medido el espacio conveniente, segúndijimos arriba, echó veinte varas en el hondomuchas piedras, de las cuales había muchasque tenían cincuenta pies de largo, nueve dealto y diez de ancho, y aun hubo algunas quefueron mayores. Habiendo levantado este lu-gar, que solía ser antes cubierto con las ondas,ensanchó doscientos pies el muro, de los cualesquiso que fuesen los ciento para resistir a lasbravas ondas que venían y echarlas, por lo cualtambién se llamaron con nombre que lo signifi-case, Procimia. Los otros ciento tienen el muroque rodea y ciñe el puerto, puestas grandestorres entre ellos, de las cuales, la mayor y lamás gentil llamaron Drusio, por el nombre delsobrino de César.Había también edificadas muchas bóvedas ylugares para recoger todo lo que se trajese al

puerto, y cerca de ellos una como lonja de pie-dra muy ancha, para pasear, y adonde se recib-ían las naos que salían: la entrada de esta parteestaba hacia el Septentrión, porque, según elasiento de aquel lugar, era el más prósperoviento el de Boreas. A la puerta había tres esta-tuas, las cuales, por ambas partes, afirmabansobre unas columnas, y éstas sustentaban unatorre a la entrada a mano izquierda: a la dere-cha dos piedras de extraña grandeza y altura,más altas aun que la torre que estaba en el otrolado edificada. Las casas que estaban juntas conel puerto, de piedra muy blanca y muy clara,con igual medida de los espacios, llegaban has-ta el puerto. En el collado que está antes de laentrada del puerto edificó un templo a Césarmuy grande y muy hermoso, y puso en él unaestatua de César no menor que es la de Júpiteren Olimpia, a cuyo ejemplo y manera fuéhecha, igual a la que está en Roma, y a la deJuno que está en Argos. Dedicó la ciudad a todaaquella provincia, y el puerto a las mercaderías

que viniesen, y a César la honra del que lo edi-ficó, por lo cual quiso que la ciudad se llamaseCesárea.Todas las otras obras y edificios, la plaza, elteatro, el anfiteatro, hizo que fuesen dignas delnombre que les ponía; y habiendo ordenadounos juegos y luchas que se hiciesen cada cincoaños, púsoles también el nombre de César.Fué el primero que en la Olimpíada centésimanonagésima segunda propuso grandes pre-mios, para que no sólo los vencedores, sinotambién sus descendientes segundos y terceros,pudiesen gozar de la libertad y riqueza real.Habiendo también renovado la ciudad de An-tedón, llamóla Agripia, y por su sobrado amorescribió también el nombre de su amigo en lapuerta que hizo en el templo.No ha habido, cierto, quien tanto amase a suspadres, porque adonde estaba el monumento ysepultura de su padre, en la parte mejor de to-do el reino, fundó allí una ciudad muy rica conla ribera y arboleda que tenía cerca, la cual

llamó, en memoria de su padre, Antipatria. Ycercó de muro un castillo que está sobre Hieri-cunta en un lugar por sí muy fuerte, pero engentileza el principal, y por honra de su madrelo llamó Cipre. Edificó también a su hermanoFaselo una torre en Jerusalén, la cual llamó Fa-selida, cuya liberalidad en la grandeza y cercodespués se declarará. Puso también el nombrede Faselo a otra ciudad que está después deHiericunta hacia el Norte.Habiéndose, pues, acordado de la gloria y hon-ra de sus parientes y amigos, no quiso olvidarsede sí mismo, antes quiso que un castillo queestá delante de un monte, por el costado deArabia, muy fuerte y muy guarnecido, se lla-mase Herodio, según su nombre. Y un edificioque estaba sesenta estadios de Jerusalén, a ma-nera de una teta, poniéndole su mismo nombre,mandó que fuese renovado más magnífica-mente, porque rodeó la altura de éste con unastorres redondas, Y en el circuito mandó edificarlas casas reales, gastando mucho tesoro en

ellas, y haciendo que no sólo tuviesen extrañagentileza por de dentro, pero que demostrasentambién la riqueza por defuera, las techumbresy paredes y todo lo más que verse podía. Dis-puso también que fuese abundante de agua, lacual hizo venir con muchos gastos, y mandóedificar de mármol muy claro doscientas gra-das por donde viniese, porque todo aquel edifi-cio era como collado hecho con artificio y demuy gran altura. Edificó a los pies a raíz de estecollado, otros edificios muy grandes y muysuntuosos, para que fuesen recogimiento a mu-chos amigos y a las cargas y caballos; de talmanera estaba esto, que, según era la abundan-cia de todas las cosas, parecía más ser una ciu-dad que un castillo, y en el cerco y vista pordefuera, mostraba muy claramente que era unpalacio real. Edificados ya tantos y tan extrañosedificios, mostró también su liberalidad y lagrandeza de su ánimo en muchas ciudades, lascuales no le eran propias, porque en Trípodi, enDamasco y en Ptolomeida edificó baños públi-

cos; cercó de muro la ciudad de Biblio; hizocátedras, lonjas, plazas y templos en Bitro y enTiro; también en Sidonia y en Damasco edificóteatros. Hizo también aparejo y lugar para lle-var agua a los laodicenses, que están hacia laparte de la mar, y en Ascalona hizo lagunasmuy hermosas y muy hondas, muchos baños,muchos patios muy labrados, con adnárablegrandeza y obra, cerrados todos de columnas;en varios hizo puerto; dió campos a muchasciudades que estaban cerca de su reino y le eranmuy amigas. Para los baños hizo rentas públi-cas y perpetuólas, como en Cois, por que nopudiere faltar jamás por sus beneficios. Pro-veyó de trigo a cuantos tenían necesidad. Diómuchos dineros a los rodios para armar susflotas y reparó a Pitio, que había sido abrasada,todo con su gasto.¿Para qué me alargaré en contar su liberalidadcon los licios y samios? ¿Quién contará los do-nes que dió en toda Jonia, dando a cada unosegún lo que deseaba? Los atenienses, los lace-

demonios, los nicopolitanos y el Pérgamo deMisia, ¿no está todo esto lleno de los dones deHerodes? ¿Por ventura, no adornó la plaza delos antioquenses de Siria, y la allanó por veinteestadios de largo, toda de mármol muy exce-lente, para que por allí pasasen y se escurriesenlas aguas y lluvias del cielo, porque antes esta-ba muy llena de cieno y de mucha suciedad?Pero alguno dirá que estas cosas fueron propiasde aquellos pueblos a los cuales fueron dadas;pues lo que hizo por los elidenses no parece sercomún al pueblo de Acaya solamente, sino atodo el universo, por el cual se esparce la gloriade los juegos y luchas olímpicas. Porque viendoque esto faltaba por pobreza, y por no haberquien gastase en ello, y que sólo faltaba lo ue seesperaba de la Grecia antigua, lo cual no eracosa bastante, no sólo quiso aquellos cinco añosser él el capitán, cuando hubo de pasar por allípara ir a Roma, sino que ordenó rentas perpe-tuas, para que mientras de él hubiese memoria,

no dejase jamás el oficio ni el nombre de buencapitán.Cosa sería para ¡amas acabar, ponerse a contarlos tributos y deudas que perdonó y no quisocobrar, quitando toda la sujeción a los faselitasy balneotas, y a muchos otros lugares cerca deCilicia, los cuales estaban obligados a muchospechos, aunque el miedo que tuvo tenía lasriendas a la grandeza de su ánimo, por no mo-ver las gentes a que le envidiasen y le moviesenrevueltas, como a hombre que quería levantarsemás de lo que debía, si hacía y procuraba ma-yor bien a las ciudades que a los regidores deellas.Aprovechábase de su cuerpo en todo cuantoconvenía para su ánimo, y siendo como eragran cazador, se había hecho tan diestro encabalgar, que alcanzaba en un caballo todocuanto quería. Un día, finalmente, le aconteciómatar cuarenta fieras (aquella región tiene mu-chos puercos monteses, pero muchos más cier-vos y cebras o asnos salvajes). Era tan fuerte de

sí, que ninguno le podía sufrir, con lo cual es-pantaba a muchos, aun ejercitándolos, pare-ciendo a todos muy excelente tirador de dardosy de saetas. Y además de la virtud de su ánimogrande y fuerza de su cuerpo, fuéle tambiénfortuna muy próspera, porque muy raramenteen las cosas de la guerra le sucedió contra suvoluntad; y si alguna vez le aconteció algunadesdicha, fué, no por causa suya, sino por trai-ción de algunos o por atrevimiento y poca con-sideración de sus soldados.***

Capítulo XVIIDe la discordia de Herodes con sus hijos Ale-jandro y Aristóbulo.

Las tristezas y fatigas domésticas tuvieron en-vidia de la dicha y prosperidad pública deHerodes, y sus adversarios comenzaron por sumujer, a la cual él mucho amaba. Porque des-pués que alcanzó las honras y poder de rey,dejando la mujer que había antes tomado, natu-ral de Jerusalén, y por nombre llamada Doris,juntóse con Mariamma, hija de Alejandro, hijode Aristóbulo, por lo cual vino en discordia sucasa principalmente, aunque antes también,pero más claramente después de su venida deRoma. Porque por causa de los hijos que habíahabido de Marianuna, echó de la ciudad a suhijo Antipatro, habido de Doris, dándole licen-cia de entrar en ella solamente los días de fiesta.Después, por sospechar del abuelo de su mujer,Hircano, que había vuelto ya de los partos, lo

mató. Habíaselo llevado preso Barzafarnesdespués que ocupó la Siria. Por haber tenidomisericordia de él, lo habían librado los gentilesque vivían de la otra parte del río Eufrates. Y silos hubiera él creído cuando le decían que nopasase a tierras de Herodes, no fuera muerto;pero atrájole el deseo del matrimonio de Hero-des con su nieta, porque confiándose en él, ycon mayor deseo de ver a su propia patria, vi-no. Movióse Herodes a esto, no porque Hircanodesease ni procurase haber el reino, sino porsaber y conocer ciertamente que le era debidopor ley y por razón.De cinco que tuvo Herodes de Marianuna, treseran hijos y las otras dos hijas. Habiendo muer-to el menor de éstos en los estudios en Roma,los otros dos, por la nobleza de la madre, yporque habían nacido siendo él ya rey, criába-los también muy realmente y con gran fausto.Ayudábales a éstos el grande amor que teníacon Mariamina, el cual, acrecentándose cadadía, encendía a Herodes en tanta manera, que

no podía sentir alge de lo que le dolía, por cau-sa de aquella a quien tanto amaba.Tan grande era el odio y aborrecimiento deMariamina para Herodes, cuanto el amor queHerodes tenía a Mariamina. Teniendo, pues,causas probables de la enemistad por las cosasque había visto, y confianza en el amor, solíalecada día zaherir lo que había hecho con suabuelo Hircano y con su hermano Aristóbulo,porque ni a éste perdonaba, aunque era mu-chacho, al cual, después de haberle dado lahonra pontifical a los diecisiete años de suedad, lo mató, porque como él, vistiéndose conlas vestiduras sagradas para aquel oficio, sellegó al altar un día de gran fiesta; todo el pue-blo entonces lloró, y enviándolo a Hiericuntaaquella noche, fué ahogado por los galos, segúnHerodes había mandado, en una laguna. Todasestas cosas le decía Mariamina a Herodes porinjuria, y deshonraba a su hermana y a su ma-dre con palabras muy pesadas y muy des-honestas, aunque él a todo esto callaba por el

grande amor que tenía. Pero las mujeres esta-ban muy ensañadas contra Mariamma; y paramover a Herodes contra ella, la acusaban deadulterio. Además de muchas otras cosas quela levantaban aparentes y como verdaderas,acusábanla también que había enviado a Egiptoun retrato suyo a Antonio; y así, por el desor-denado deseo y lujuria suya, había procuradomostrarse en ausencia a un hombre que estabaloco por las mujeres, y que las podía forzar.Esto perturbó a Herodes no menos que si lecayera un rayo del cielo encima, y principal-mente porque estaba encendido en celos por elgrande amor que la tenía, y pensando por otraparte en la crueldad de Cleopatra, por cuyacausa habían sido muertos el rey Lisanias yMalico el árabe, no tenía ya cuenta con perder asu mujer, sino con el peligro que podía aconte-cer si él perdía la vida.Habiendo, pues, de partir de allí para Roma,encomendó su mujer a Josefo, marido de suhermana Salomé, al cual tenía por fiel; y según

era el deudo, teníalo por amigo, mandándolesecretamente que la matase si Antonio le mata-ba a él. Pero Josefo, no por malicia, mas dese-ando mostrar a la mujer la voluntad y amor desu marido, el cual no podía sufrir ser apartadode ella, aunque fuese muerto, descubrióle todolo que Herodes le había secretamente enco-mendado. Siendo después vuelto ya Herodes, yhablando y jurando de su amor y voluntad,como nunca había tenido amores con otra mu-jer en el mundo, respondió ella: "Muy compro-bado está tu amor conmigo, con el mandamien-to que hiciste a Josefo, cuando de aquí partiste,ordenándole que me matase." Habiendo Hero-des oído estas cosas, las cuales él pensaba queestaban secretas entre él y Josefo, desatinaba; ypensando que Josefo no pudo descubrirle loque entre ellos había pasado, sino juntándosedeshonestamente con ella, recibió de esto grandolor, que casi enloquecía; levantándose de lacama comenzóse a pasear por el palacio; y to-

mando ocasión entonces su hermana Salornépara acusar a Josefo, confirmóle la sospecha.Furioso Herodes con el grande amor y celosque tenía, mandó que a entrambos los matasena la hora, y después que fué esta locura hecha,le pesaba y se arrepentía por ella; pero pasadoel enojo, encendíase poco a poco en amor. Y eratanta la fuerza de este amor y deseo que de ellatenía, que no pensaba que estaba muerta; antes,con la tristeza grande que tenía, le hablaba ensu cámara como si allí estuviera con él viva;hasta tanto que con el tiempo, sabiendo sumuerte y enterramiento, igualó bien sus llantosy su tristeza con el grande amor que siendoviva le tenía.Sus hijos, tomando la muerte de la madre porpropia, pensando muy bien en la maldad tangrande y tan cruel, teníaD a su propio padrecomo enemigo; y esto fué cuando estaban enRoma estudiando, y después de volver a Judea,mucho más; porque como crecían y se les au-

mentaba la edad, así también la afición y amormatemal tomaba fuerzas.Llegados ya a tiempo de casarse, el uno tomópor mujer a la hija de su tía Salorné que habíaacusado la madre de entrambos, y el otro la hijade Arquelao, rey de Capadocia. De aquí al-canzó el odio la libertad que quería; y de la con-fianza que en ello tenían, tomaron ocasión losmalsines hablando más claramente con el rey ydiciéndole cómo ambos hijos le acechaban pormatarlo; y que el uno daba gente a su hermanopara que vengase la muerte de la madre, y elotro, es a saber, el yerno de Arquelao, confiadoen su suegro, se aparejaba para huir y acusarlodelante del César.Lleno, pues, Herodes de estas acusaciones, trajoa su hijo Antipatro para que fuese en su ayudacontra sus hijos, el cual era también hijo suyode Doris, y comenzó adelantándole y teniéndo-le en más en todo cuanto emprendía, que a to-dos los otros; los cuales, no teniendo por cosadigna sufrir esta mutación tan grande, y viendo

que se adelantaba el hermano nacido de tanbaja madre, no podían refrenar su enojo elloscon su nobleza, antes en todo cuanto podíantrabajaban por ofenderle y mostrar su ira e in-dignación. Menospreciábalos Herodes cada díamás, y Antipatro por causa de ellos era muyfavorecido, porque sabía lisonjear astutamentea su padre, y decíale muchas cosas contra sushermanos; algunas veces él mismo, otras poníaamigos suyos que dijesen otras cosas, hastatanto que sus hermanos perdieron toda la espe-ranza que del refino tenían, porque en el testa-mento estaba también declarado por sucesor.Fué finalmente enviado a César como rey, ycon aparato y compañía real servido de todo loque a rey pertenecía, excepto que no llevabacorona. Y con el tiempo pudo hacer que su ma-dre se juntase con Herodes y viniese a la cáma-ra donde Mariamma solía dormir; y usando dedos géneros de armas contra sus hermanos, delas cuales las unas eran lisonjas y las otras eraninvenciones y calumnias nuevas, pudo con

Herodes tanto, que le hacía pensar cómo mata-se a sus hijos; por lo cual acusó delante deCésar a Alejandro, al cual se había llevado conél a Roma, de que le había dado ponzoña; peroalcanzando licencia para defenderse Alejandro,aunque el juez era muy imprudente, era toda-via más prudente que no Herodes y Antipatro;calló con vergüenza los delitos del padre, ydisculpóse muy elegantemente de lo que lehabían levantado; y después que hubo mostra-do ser también sin culpa su hermano, dió que-jas de la malicia e injurias de Antipatro,ayudándole para ello, además de su inocencia,la grande elocuencia que tenía, porque tenlagran vehemencia en el hablar, dando por fin desu habla que de buena voluntad el padre losmataría si pudiese; acusóle de este crimen ehizo llorar a todos los que estaban presentes;pero pudo tanto con César, que fueron todaslas acusaciones menospreciadas, e hízolos atodos muy amigos de Herodes.

Fué la amistad hecha con tal ley, que los man-cebos hubiesen de ser en todo muy obedientesal padre, y que el padre pudiese hacer herederodel reino a quien quisiese. Habiéndose despuésvuelto de Roma el rey, aunque parecía haberperdonado y excusado de las culpas a sus hijos,no estaba libre de toda sospecha; porque Anti-patro proseguía su enemistad, aunque por ver-güenza de César, que los había hecho amigos,no osaba claramente manifestarla.Y como navegando pasase por Cilicia y llegasea Eleusa recibiólo allí con mucha amistad Ar-quelao, haciéndole muchas gracias por haberdefendido la causa de su yerno con muchaalegría y amistad, Porque había escrito a Romaa todos sus amigos que favoreciesen la causa deAlejandro; y así lo acompañó hasta Zefirio,haciéndole un presente de treinta talentos.Después que hubo llegado a Jerusalén, Herodesconvocó todo el pueblo; estando delante tam-bién sus tres hijos, dió a todos razón de su par-tida; hizo muchas gracias primero a Dios, mu-

chas a César porque había quitado toda la dis-cordia que en su casa había y entre los suyos; ylo que era principal y de tener en más que no elreino, porque había puesto amistad entre sushijos, la cual dijo que él trabajaría en juntarlamas estrechamente, "porque César me ha hechoseñor de todo y juez de los que me han de su-ceder. Yo, pues, ahora, delante de todos, lehago con todo mi provecho muchas gracias porello, y dejo por reyes a mis tres hijos; y de esteparecer y sentencia mía quiero y ruego a Diosque el primero sea el comprobador, y vosotrostodos después. Al uno manda la edad que seaalzado por rey después de mí, y a los otros lanobleza, aunque su grandeza basta para muchomás. Pues tened reverencia a lo que César osmanda y el padre os ordena, honrándolos atodos igualmente y con la honra que todos me-recen, porque no puede darse tanta alegría enobedecer a uno, cuanto pesar le dará el que lomenospreciare. Yo señalaré los parientes quehan de estar con cada uno, y los amigos tam-

bién, por que puedan conservarlos en concor-dia y unanimidad, entendiendo y sabiendocomo cosa muy cierta, que toda la discordia ycontienda que en las repúblicas suelen nacer,proceden de los amigos, consejeros y domésti-cos; y si éstos fueren buenos, suelen conservarel amor y benevolencia. Una cosa ruego, y esque no sólo éstos, sino los principales de miejército, tengan al presente esperanza en mísolo, porque no doy a mis hijos el reino aunqueles dé la honra de él, y que se gocen con placercomo que ellos lo rigiesen; el peso de las cosasy el cuidado de todo, a mi toca, y yo lo he deproveer todo, aunque querría verme libre deello. Considere cada uno de vosotros mi edad yla orden con que yo vivo, y juntamente la pie-dad y religión que tengo; porque no soy tanviejo que se deba tan presto desesperar de mí,ni estoy tan acostumbrado a placeres ni a delei-tes, los cuales suelen acabar más presto de loque acabarían las vidas de los mancebos, hemostenido tanta observancia y honra a Dios eterno,

que creemos haber de vivir mucho tiempo ymuy largos años. Y si alguno, por menospreciomío, quisiere complacer a mis hijos, ese me lopagará por él y por ellos; porque yo no quierodejar de honrar a los que he engendrado, por-que les tenga envidia, sino por saber que estascosas suelen hacer más atrevidos a los mance-bos y ensoberbecerlos. Si pensaren, pues, losque los siguen y se dan a ellos, que los que fue-ren buenos tienen aparejado el galardón y pre-mio en mi poder, y los malos han de hallar enaquellos mismos a quienes favorecen castigo desus maldades, todos por cierto serán conformesconmigo, es a saber, con mis hijos; porque aellos conviene que yo reine, y a ellos les serámuy gran provecho tenerme a mí por amigo, yfinalmente por padre con gran concordia."Y vosotros, mis buenos y amados hijos, poneddelante de vosotros primero a Dios, que es po-deroso, para mandar a todo fiero animal; dadlela honra que debéis: después de El, a César, quenos ha recibido con todo favor y nos ha en él

conservado y a mí terceramente, que os ruegolo que me es muy lícito mandaros, que perma-nezcáis siempre como verdaderos hermanos ymuy concordes. De ahora en adelante yo osquiero dar vestidos y honras reales; quiero que,como tales, todos os obedezcan, y ruego a Diosque conserve mi juicio, si vosotros quedáis con-cordes."Acabado su razonamiento, saludólos a todos, ydespidió al pueblo: unos se iban deseando quefuese así, según había Herodes dicho; y los quedeseaban revueltas y mutaciones en los Esta-dos, fingían no haber oído algo.

Pero no faltó contienda a los hermanos; antes,sospechando algo peor, apartáronse unos deotros, porque Alejandro y Aristóbulo no sufríanbien ver que su hermano Antipatro fuese con-firmado en el reino; y Antipatro se enojabaporque sus hermanos fuesen tenidos por se-gundos; mas éste, según la variedad de suscostumbres, sabia callar los secretos y encubrir

el odio que les tenía muy secretamente. Ellos,por verse de noble sangre, osaban decir cuantoles parecía. Habla también muchos que lesmovían e incitaban, otros muchos había que seles mostraban muy amigos por saber la volun-tad de ellos. De tal manera pasaba esto, quecuanto se trataba delante de Alejandro, luego ala hora estaba delante de Antipatro; y lo mis-mo, añadiéndole siempre algo, luego tambiénHerodes lo sabía; y por más que el mancebodijese algo, sin pensarlo, luego le era atribuídoa culpa, y trocábanle las palabras en gravesofensas; y cuando se alargaba en hablar en algo,luego le levantaban, por poco que fuese lo quedecía, alguna cosa muy mayor.Antipatro sobornaba siempre algunos que loindujesen a hablar, porque sus mentiras tuvie-sen alguna buena ocasión y mejor entrada; y deesta manera, habiendo divulgado muchas cosasfalsamente, bastase para dar crédito a todas,hallar que una fuese verdadera. Pero los ami-gos de este mancebo, o eran de su natural muy

callados, o con dádivas los hacían callar porqueno descubriesen alguna cosa, ni errasen en algosi descubrían algún secreto a la malicia de An-tipatro. Habían corrompido los amigos de Ale-jandro a unos con dineros, a otros con halagos ybuenas palabras, tentando toda cosa y ganandola voluntad de tal manera, que los que contra élhablasen o hiciesen algo, fuesen tenidos porladrones secretos y por traidores. Rigiéndosecon gran consejo y astucia en todo, trabajabapor venir delante de Herodes y dar sus acu-saciones muy astutamente; y haciendo la per-sona y partes de su hermano, servíase de otrosmalsines sobornados para el mismo negocio. Sise decía algo contra Alejandro, con disi-mulación de quererlo favorecer, volvía por él;luego lo sabía astutamente urdir y traer a talpunto, que movía y ensañaba al rey contra Ale-jandro; y mostrando al padre cómo su hijo Ale-jandro le buscaba la muerte con asechanzas, nohabía cosa que tanto lo hiciese creer, ni que

tanta fe diese a sus engaños, como era ver queAntipatro, trabajaba en defenderlo.Movido con estas cosas Herodes, cuanto menosamaba a los otros, tanto más se le acrecentabala voluntad con Antipatro. El pueblo tambiénse inclinó a la misma parte, los unos de grado ylos otros por ser forzados a ello, como fueronPtolomeo, el mejor de sus amigos, los hermanosde¡ rey y toda su generación y parientes. Por-que todos estaban puestos en Antipatro, y todoparecía pender de su voluntad; y lo peor y másamargo para la destrucción de Alejandro, era lamadre de Antipatro, por cuyo consejo se trata-ba entonces todo.Era ésta peor que madrastra, y aborrecíales másque si fueran entenados aquellos que eran hijosde la que antes había sido reina. Pero aunque laesperanza era mayor para mover a todos queobedeciesen a Antipatro, todavía los consejosde Herodes, que era rey, apartaban los corazo-nes y voluntades de todos que no se aficionasena los mancebos, porque había mandado a los

más cercanos y más amigos que ninguno fuesecon Aristóbulo ni con su hermano, y que nin-guno les descubriese su ánimo. No sólo se tem-ían de hacer esto los amigos y domésticos su-yos, pero aun también los extraños que de fueravivían; porque no había César concedido tantopoder a ningún rey, que le fuese lícito sacar detodas las ciudades, aunque no le fuesen sujetas,a todos cuantos mereciesen castigo o huyesende él.Los mancebos no sabían algo de todo aquelloque les habían levantado, y por esta causa losprendían menos proveídos. Ninguno era acu-sado ni reprendido por su padre públicamente;pero templando su ira, hacía que poco a pocotodos lo entendiesen, y también ellos se movíanmás ásperamente con el dolor y pena de aque-llas cosas que les levantaban.De la misma manera movió a su tío Feroras y asu tía Salomé contra ellos Antipatro, hablandocon ellos muchas veces muy familiarmente,como con su mujer propia, por levantarlos con-

tra sus hermanos. Acrecentaba esta enemistadGlafira, mujer de Alejandro, levantando muchosu nobleza, y diciendo que ella era señora detodo aquel reino Y de cuanto en él había, y quedescendía, por parte de padre, de Temeno, y,por parte de madre, de Darío, hijo de Histaspe,menospreciaba mucho la bajeza M linaje de lahermana y mujeres de Herodes, las cuales élhabía tomado y escogido por la gentileza quetenían, y no por la nobleza.Arriba dijimos ya que Herodes había tenidomuchas mujeres, porque a los judíos les eracosa lícita, según costumbres de su tierra, tenermuchas, también porque el rey se pudiese de-leitar con muchas. Por las injurias y soberbia deGlafira, era aborrecido Alejandro de todos, yAristóbulo hizo su enemiga a Salomé, aunquele fuese suegra, por las malas palabras de Glafi-ra, porque muchas veces le solía echar en lacara la bajeza del linaje a la mujer; despuéstambién porque él había tomado una mujerprivada y plebeya, y su hermano Alejandro una

de sangre real. La hija de Salomé contaba todoesto a su madre derramando muchas lágrimas.Añadía también, que el mismo Alejandro yAristóbulo la habían amenazado que si alcan-zaban el reino, habían de poner las madres delos otros hermanos con las criadas, a tejer en untelar con las mozas; y a ellos por escribanos delas aldeas y lugares, burlándose de ellos porqueestudiaban.Movida Salomé con estas cosas, no pudiendorefrenar su ira, descubrióselo todo a Herodes, yparecía harto bastante para hablar contra suyerno.Además de estas cosas, divulgóse también otranueva acusación, la cual movió mucho al rey.Había oído que Alejandro y Aristóbulo rogabany suplicaban muchas veces a su madre, y llora-ban gimiendo su desdicha, y a veces la malde-cían, porque dividiendo el rey los vestidos deMariamma con las otras mujeres, le amenaza-ban que presto las harían venir de luto por losvestidos reales y deleites que entonces tenían.

Con esto, aunque Herodes temiese algo viendoel ánimo constante de los mancebos, no quisodesesperar de la corrección de ellos; antes losllamó a todos, porque él había de partir paraRoma, y habiéndoles, como rey, hecho algunasamenazas, aconsejóles, amonestando como pa-dre, muchas cosas, y rogóles que se amasencomo hermanos, prometiendo perdón de locometido hasta entonces, si de allí adelante secorregían y se enmendaban. Ellos decían queeran acusaciones falsas y fingidas, que por lasobras podía conocer cuán poca ocasión y causatuviese para darles culpa, y que él no debíacreer tan ligeramente, antes debía cerrar susoídos y no dar entrada a los que decían mal deellos, porque no faltarían jamás malsines, mien-tras tuviesen cabida en su presencia. Habiendoamansado la ira del padre con semejantes pala-bras, dejando el miedo que por la presente cau-sa tenían, comenzaron a entristecerse y llorarpor lo que esperaban que había de ser. Enten-dieron que Salomé estaba enojada con ellos, y el

tío Feroras. Ambos eran personas graves y muyfieras, pero más Feroras, el cual era compañerodel rey en todas las cosas que al rey no perte-necían, sino sólo en la corona; y era hombre decien talentos de renta propia, y tomaba todoslos frutos de las tierras que había de esa otraparte del Jordán, las cuales le bahía dado gra-ciosamente su hermano, y Herodes había al-canzado de César que pudiese ser tetrarca oprocurador, y lo habla honrado dándole enmatrimonio la hermana de su propia mujer,después de cuya muerte le había prometido lamayor de sus hijas, y le había dado por dotetrescientos talentos. Pero Feroras había des-echado el matrimonio real porque tenía amorescon una criada, por lo cual Herodes, enojado,dió su hija en casamiento al hijo de su hermano,aquel que fué después muerto por los partos.Después, no mucho, perdonando Herodes elerror de Feroras, volvieron en amistad; y tenía-se de éste una vieja opinión, que en vida de lareina había querido matar a Herodes con pon-

zoña. Pero en este tiempo todos los malsinestenían cabida, de manera que, aunque Herodesquisiese estar en amistad con su hermano, to-davía, por dar algún crédito a las cosas quehabía oído, no lo osaba hacer, antes estaba ame-drentado. Haciendo, pues, examen de muchos,de los cuales se tenla entonces sospecha, vinie-ron también al fin a los amigos de Feroras, loscuales no confesaron algo manifiestamente,pero solamente dijeron que había pensado huircon la amiga a los partos, y que Aristóbulo,marido de Salomé, a quien el rey se la habíadado por mujer después de muerto el primeropor causa del adulterio, era partícipe en esta¡da, y que él la sabía. No quedó libre Salomé deacusación, porque su hermano Feroras la acu-saba que había prometido casarse con Sileo,procurador de Oboda, rey de Arabia, el cual eramuy enemigo de Herodes; y siendo vencida enesto y en cuanto más la acusaba Feroras, al-canzó perdón, y el rey perdonó y libró de todas

las acusaciones a Feroras, con las cuales hubíasido acusado.Todas estas revueltas y tempestades se pasarona casa de Alejandro, y todo colgó y vino a caersobre su cabeza. Tenía el rey tres eunucos mu-cho más amados que todos los otros, sin quehubiese alguno que lo ignorase; uno tenía acargo de servirle de copa, otro de poner la cena,y el tercero de la cama, y éste solía dormir conél. A éstos había Alejandro sobornado congrandes dones, y habíales ganado la voluntad.Después que el rey supo todo esto, dióles tor-mento y confesaron la verdad de todo lo quepasaba, y mostraron claramente, por cuyo so-borno y ruegos hablan sido movidos, cómo loshabía engañado Alejandro, diciendo que nodebían tener esperanza alguna en Herodes,vicio malo, aunque él sabía teñirse los cabellospor que los que le viesen pensasen y lo tuviesenpor mancebo, y que a él debían honrar, puesque a pesar y a fuerza de Herodes había de sersucesor en el reino, y habla de dar castigo a sus

enemigos, y hacer bienaventurados y muy di-chosos a sus amigos, y entre todos más a ellostres. Dijeron también que todos los poderososde Judea obedecían secretamente a Alejandro, ylos capitanes de la gente de guerra y los prínci-pes de todas las órdenes. Amedrentóse Hero-des tanto de estas cosas, que no osaba manifes-tar públicamente lo que éstos habían confesado;pero poniendo hombres que de día y de nochetuviesen cargo de mirar en ello, trabajaba deescudriñar de esta manera todo cuanto se decíay cuanto se trataba, y luego daba la muerte acuantos le causaban alguna sospecha.De esta manera, en fin, fué lleno su reino detoda maldad y alevosía; porque cada uno fingíasegún el odio y enemistad que tenía, y muchosusaban mal de la ira del rey, el cual deseaba lamuerte a todos sus alevoso3. Todas las menti-ras eran presto creídas, y el castigo era máspresto hecho que las acusaciones publicadas. Yal que poco antes había acusado, no faltabaquien luego le acusase, y era castigado junto

con aquel a quien antes él había acusado, por-que la menor pena que se daba en los negociosque tocaban al rey, era la muerte; vino a ser tancruel, que no miraba más humanamente a losque no eran acusados, antes con los amigos semostraba no menos airado que con los enemi-gos. Desterró de esta manera a muchos, y a losque no llegaba ni podía llegar su poder, a éstosllegaban sus injurias.Añadióse después a todos estos malos, Antipa-tro con muchos de sus parientes y allegados, yno dejó género alguno de acusación, del cual nofuesen sus hermanos acusados. Tomó tantomiedo el rey con la bellaqueria de éste y con lasmentiras de lo sacusadores y malsines, que leparecía que veía delante de sí a Alejandro comocon una espada desnuda venir contra él, por locual también lo mandó prender a la hora, ymandó dar tormento a todos sus amigos. Mu-chos morían pacientemente callando, sin deciralgo de cuanto sabían; otros, los que no podíansufrir los dolores, mentían diciendo que él hab-

ía entendido en poner asechanzas para matar asu padre, y que contaba muy bien su tiempopara que, habiéndolo muerto cazando, huyesenpresto a Roma. Y aunque estas cosas no fuesenni verdaderas ni a verdad semejantes, porqueforzados por los tormentos las fingían pronta-mente sin pensar más en ellas, todavía el rey lascreía con buen ánimo, tomándolo para consola-ción y respuesta de lo que le podían decir, y dehaber puesto en cárceles a su hijo injustamente.Pero no pensando Alejandro que había de po-der acabar de hacer que su padre perdiese lasospecha que de él tenía, determinó confesarcuanto le habían levantado; y habiendo puestotodas sus acusaciones en cuatro libros, confesóser verdad que había acechado por dar muertea su padre, escribiendo cómo no era él solo enaquello, sino que tenía muchos compañeros, delos cuales los principales eran Feroras y Salo-mé, y que ésta una vez se había juntado con él,forzándolo una noche contra su voluntad. Ten-ía, pues, ya Herodes estos libros o informacio-

nes en sus manos, en los cuales había muchascosas y muy graves contra los principales delreino, cuando Arquelao vino a buen tiempo aJudea temiendo sucediese a su yerno y a su hijaalgún peligro, a los cuales socorrió con muybuen consejo, y deshizo las amenazas del rey,amansando su ira muy artificiosamente. Porqueen la hora que él entró a ver al rey, dijo gritan-do a voces altas: "¿Dónde está aquel yerno míomalvado, o dónde podré yo ver ahora la cabezadel que quería matar a su padre?, al cual yomismo con mis propias manos romperé en par-tes, y daré mi hija a buen marido; porque aun-que no es partícipe de tal consejo, todavía estáensuciada por haber sido mujer de tan malvarón. Maravíllome mucho de tu paciencia,Herodes, cuya vida y cuyo peligro aquí se trata,que viva aún Alejandro, porque yo venía contan gran prisa de Capadocia, pensando quehabría ya mucho tiempo que fuera él castigadoy sentenciado por su culpa, para tratar contigode mi hija, la cual le había dado a él por mujer,

teniendo a ti sólo respeto y considerando tureal dignidad. Pero ahora debemos tomar con-sejo sobre entrambos, aunque tú te muestrasdemasiado serle padre, y muestras menos forta-leza en castigar al hijo que te ha querido matar.Troquemos, pues, yo y tú las manos, y el unotome venganza del otro: castiga tú a mi hija, yyo castigaré a tu hijo."De esta manera, aunque Herodes estaba muyindignado, todavía fué engañado. Presentóleque leyese los libros que Alejandro le habíaenviado; y deteniéndose en pensar sobre cadacapítulo, determinaban ambos juntos sobre ello.Tomando ocasión con aquello de ejecutar loque traía Arquelao pensado, pasó poco a pocola causa a los demás que en la acusación esta-ban escritos, y también contra Feroras; y viendoque el rey daba crédito a cuanto él decía, dijo:"Aquí se debe ahora considerar que el pobremozo no sea acusado con asechanzas de tantosmalos, o si por ventura las ha él armado contrati; porque no hay causa para pensar del mance-

bo tan grande maldad como sea así, que él go-zase ahora del reino, y esperase también la su-cesión haber de ser en él muy ciertamente, si yapor ventura no tuvo algunos que lo han movi-do a ello y le han persuadido tal cosa, los cualesle han pervertido y aconsejado; y como suedad, por ser poca, es mudable, hanle hechoescoger la peor parte; y de tales hombres nosólo suelen ser los mancebos engañados, sinoaun también los viejos y las casas grandes y degran nombre, los señoríos y reinos suelen serpor tales hombres revuelto¡ y destruídos."Consentía Herodes en cuanto le decía, y poco apoco iba perdiendo y amansando su ira contraAlejandro, enojándose contra Feroras, porqueen él se fundaban aquellos cuatro libros o acu-saciones que había Herodes recibido de Ale-jandro.Cuando aquél entendió que el rey estaba tanenojado contra él, y que prevalecía con el rey laamistad de Arquelao, buscó salvarse y darsecobro desvergonzadamente, pues veía que

honestamente no le era posible; y dejando aAlejandro, acudió a Arquelao: éste díjole queno veía ocasión para salvarse de tantas acusa-ciones como él estaba envuelto, con las cualesmanifiestamente era convencido a confesarhaber querido con tantas asechanzas engañar alrey, y que él era causa de tantos males y traba-jos como al presente el mancebo tenía, si ya noquería, dejando todas sus astucias y su pertina-cia en negarlo, confesar todo aquello de lo cualera acusado, y pedir perdón de su hermanoprincipalmente, pues sabía que él lo amaba, yque, si esto hacía, él le ayudaría de todas lasmaneras que le fuesen posibles.Obedeció Feroras a Arquelao en todo, y tor-nando unos vestidos negros, vino llorando pormostrarse más miserable y moverlo a mayorcompasión, y echóse a los pies de Herodes pi-diendo perdón, el cual alcanzó confesándosepor malo y muy lleno de toda maldad. porquetodo cuanto le acusaba él lo había hecho, y quela causa de ello había sido falta de entendi-

miento y locura, la cual tenía por los amores desu mujer. Después que Feroras se hubo acusadoy fué testigo contra si, entonces tomó la manoArquelao por excusarlo, y amansaba la ira deHerodes, usando en excusarlo de propiosejemplos; porque él mismo había sufrido de suhez ano peores cosas y más graves. y que habíatenido en más el derecho natural que la ven-ganza. Porque en los reinos acontece lo quevernos en los cuerpos grandes, que con el gravepeso siempre se suele hinchar alguna parte, lacual no conviene que sea cortada, pero que seapoco a poco con mucho miramiento curada.

Habiendo hablado Arquelao y dichomuchas cosas de esta manera, puso amistadentre Herodes y Feroras, y él todavía mostrabagran ira contra Alejandro, y decía que se habíade llevar a su hija consigo. Pudo esto tanto conHerodes, que le movió a rogar él mismo por lavida de su propio hijo y que le dejase su hija; yArquelao mostraba hacerlo esto muy contra suvoluntad, porque no la hubiera él dejado a nin-

guno del reino, si no fuera a Alejandro, puesconvenía mirar mucho en que quedase salvo elderecho del parentesco y deudo entre ellos,habiéndole dado a él el rey su hijo si no deshac-ía el matrimonio, lo que no era ya posible, por-que tenían ya hijos y el mancebo amaba muchoa su mujer, la cual, si se la dejaba, sería causaque todo lo cometido hasta allí fue-se olvidado;y si se iba, seria causa para desesperar de todo,y el atrevimiento se suele castigar con distraerloen cuidados y amor de su casa.Fué, en fin, contento, y acabó cuanto quiso;volvió en gracia y amistad con el mancebo, yreconciliólo, también en la amistad de su padre;pero díjole que sin duda lo debía enviar a Ro-ma, para que hablase con César, porque él lehabía dado razón de todo lo que pasaba con suscartas.Acabado, pues, ya todo lo que Arquelao habíadeterminado, y hecho todo a su voluntad,habiendo con su consejo librado a su yerno, ypuestos todos en muy gran concordia, vivían,

comían y conversaban todos juntamente. Peroal tiempo de su partida, Herodes le dió setentatalentos y una silla y dosel real con mucha per-lería labrado; dióle también muchos eunucos yuna concubina llamada por nombre Panichis, ydió muchos dones a todos sus amigos, a cadauno según el merecimiento. Los parientes tam-bién del rey, todos dieron muchos dones a Ar-quelao, y él y los principales señores acom-pañáronlo hasta Antioquía.No mucho después vino un otro a Judea muchomás poderoso que los consejeros de Arquelao,el cual no sólo hizo que la amistad de Alejandrocon Herodes fuese quebrantada, sino tambiénfué causa de la muerte del mancebo. Era étsiede linaje lacón, y llamábase Euricles; estabacorrompido con deseo de reinar, por amorgrande que tenía del dinero y por avaricia, por-que ya la Casa Real no podía sufrir sus gastos ysuperfluidades. Habiendo éste dado y presen-tado muchos dones a Herodes, como cebo paracazar lo que tanto deseaba, habiéndoselos

Herodes vuelto todos muy multiplicados, nopreciaba la liberalidad sin engaño alguno, sinola mezclaba y la alcanzaba con la sangre real.Salteó, pues, éste al rey con lisonjas muchas ycon muchas astucias. Entendiendo la condiciónde Herodes muy a su placer, obedecíale, tantoen palabras cuanto en las obras, en todo, por locual vino a ganar con el rey muy grande amis-tad; porque el rey y todos los principales quecon él estaban, preciaban y tenían en gran esti-ma al ciudadano de Esparta. Pero cuando él vióla flaqueza de la Casa Real y las enemistades delos hermanos, y conoció también qué tal ánimotuviese el padre con cada uno de los hijos, po-saba en casa de Antipatro y engañaba a Alejan-dro con amistad muy fingida, fingiendo que enotro tiempo había sido muy anúgo de Arquelaoy muy compañeros; y así también se entró poresta parte algo más presto, porque luego fuémuy encomendado a Aristóbulo por su herma-no Alejandro. Y habiendo experimentado a

todos, tomaba a unos de una manera y a otroscebaba con otra.Así, primero quiso recibir sueldo de Antipatroy vender a Alejandro; reprendía a Antipatro,porque siendo el mayor de sus hermanos, me-nospreciase a tantos como andaban acechandopor quitarle la esperanza que tenía; reprendíapor otra parte a Alejandro, porque, siendo hijode una reina y marido de otra, sufriese que unhijo de una mujer privada y de poco, sucedieseen el reino, mayormente teniendo tan grandeocasión con Arquelao, que parecía mostrarletodo favor y persuadirle lo que para él era me-jor y más conveniente. Esto lo creía fácilmenteel mancebo, por ver que le hablaba de la amis-tad de Arquelao. Por lo cual, no temiendo algoAlejandro, quejábase con él de Antipatro, ycontábase las causas que a ello le movían, y queno era de maravillar que Herodes les privasedel reino, pues había muerto a la madre deellos.

Fingiendo Euricles con esto que se dolía y teníacompasión de ellos, movió e incitó a Aristóbuloa que dijese lo mismo, y habiéndolos forzado aquejarse de su padre, vínose a Antipatro, ycontóselo todo, haciéndole saber las quejas desus hermanos. Fingiendo más aun, que sushermanos le habían buscado asechanzas pormatarle, y que estaban muy aparejados paraquitarle la vida siempre que pudiesen.Habiéndole dado por estas cosas Antipatromucho dinero, loábalo delante de su padre.Vino finalmente a comprar la muerte de sushermanos Alejandro y Aristóbulo, haciendo élmismo las partes de acusador; y llegando de-lante de Herodes, díjole que confesaba deberlela vida por beneficios que le había hecho, enpago de los cuales estaba muy pronto por per-derla; que Alejandro había poco antes pensadomatarlo y se lo había a él prometido con jura-mento, mas había sido impedido poner porobra tan gran maldad por causa de la compañ-ía; que Alejandro decía que Herodes no lo hacía

bien con él, que hubiese venido a reinar en unreino extraño, y después de matar a su madre,les hubiese quitado el debido ser de principes,y con esto aun no contento, había hecho here-dero un hombre bajo y sin nobleza, y quería dara Antipatro, hijo no legítimo, el reino a ellosdebido por sus antepasados y primeros abue-los; que, por tanto, quería él venir para vengarlas almas de Hircano y de Mariamma; porqueno convenía recibir de tal padre la sucesión delreino sin darle la muerte, y que cada día eramovido a hacerlo por muchas ocasiones que ledaba, pues no tenía licencia de hablar algo sinser engañado y acusado; porque si se trataba dela nobleza de los otros, era él injuriado sinrazón, diciendo el padre por burla que sóloAlejandro era noble y generoso, a quien su pa-dre le es afrenta por falta de nobleza, y que si,yendo a caza, callaba, ofendía, y si hablaba algoen sus loores, le decían luego que era engaña-dor; que en todo hallaba cruel a su padre, elcual a Antipatro sólo regalaba, por lo cual no

quería dejar de morir si no le sucedían sus ase-chanzas y engaños como querían, y que si lomataba, el primer socorro que había de tenersería el de Arquelao, su suegro, a quien fácil-mente podía acudir, y después a César, quehasta este tiempo ignoraba las costumbres deHerodes; que no le había ahora de favorecercomo antes había hecho, temiendo la presenciade su padre, y que no sólo había de hablar desus culpas, pero que primero había de contarlas desdichas de la gente, y había de divulgarque los hacía pechar y pagar tributos hasta lamuerte; que después había de decir en qué pla-ceres y en qué hechos se gastaban los dinerosque con tantas vidas de hombres y derramandotanta sangre se han alcanzado; qué hombres ycuáles han con ellos enriquecido; qué haya sidola causa de la aflicción de la ciudad, y que enesto había de llorar y lamentar la muerte de suabuelo y de su madre, descubriendo todas lasmaldades del rey, para que los que las supiesen

no pudiesen juzgar ni tenerlo por matador desu padre.Habiendo Euricles dicho todas estas cosas con-tra Alejandro falsamente, loaba mucho a Anti-patro, diciendo y afirmando que él era sólo elque amaba a su padre y el que impedía que lasasechanzas puestas no alcanzasen su fin.Habiendo el rey oído esto, no teniendo sosega-do su corazón aun de la sospecha pasada, nipasado aún el dolor, fué con ésta de nuevo engran manera perturbado.Alcanzando Antipatro esta ocasión, movióotros acusadores que acusasen a sus hermanos ydijesen que los habían visto tratar secretamentecon Jucundo y con Tiranio, principales hombresde la caballería del rey en otro tiempo, y quepor algunas ofensas hechas ahora, eran des-echados de su orden.Movido, pues, y muy enojado Herodes conesto, mandólos luego poner a tormento; peroellos solamente confesaron que no sabían algoen todo aquello de lo cual les habían acusado.

Fué presentada en este tiempo una carta escritacomo de Alejandro al capitán del castillo deAlejandría, en la cual le rogaba que se recogiesecon su hermano Aristóbulo en el castillo, si ma-taban al padre, y los dejase servir tanto de ar-mas como de todo lo demás que necesidad tu-viesen. Respondió a esto Alejandro que eramaldad y mentira muy grande de Diofanto, elcual era notario y escribano del rey, hombremuy atrevido, astuto y muy diestro en imitar ycontrahacer la letra de cuantas manos quisiese.Este, a la postre, habiendo escrito muchas cosasfalsamente, murió por esta causa. Habiendodespués atormentado al capitán del castillo,que arriba dijimos, no pudo Herodes entenderni alcanzar de éste algo conforme a las acusa-ciones; pero aunque ninguna certidumbre sepudiese alcanzar de todo cuanto pedía, todavíamandó que sus hijos fuesen muy bien guarda-dos, y dió a Euricles, que era la pestilencia desu casa y el autor de aquella maldad, cincuenta

talentos, diciendo que le debía mucho y que erael que le había dado la salud y la vida.Antes que la cosa se divulgase más, vínose Eu-ricles corriendo a Arquelao, y dióle a entendercómo había reconciliado a Herodes con Alejan-dro, por lo cual recibió también aquí muchodinero. Pasando luego de aquí a Acaya, usó delas mismas maldades y traiciones, pensandoalcanzar más de lo mal ganado, pero a la postretodo lo perdió; porque fué acusado delante deCésar de que había revuelto toda Acaya y ro-bado las ciudades, por lo cual le desterraron, yde esta manera le persiguieron ¡as penas quehabía hecho padecer a Aristóbulo y Alejandro.Digna cosa me parece hacer comparación deCoo Evarato con este Esparciata, del cualhemos hasta aquí tratado; porque siendo a u'muy amigo de Alejandro, y habiendo venido enel el mismo tiempo que estaba Eurieles allí,pidiéndole el rey que le dijese si sabía algo entodas aquellas cosas de las cuales eran los man-cebos acusados, respondió y juró que nunca tal

había oído. Pero no aprovechó esto a los desdi-chados con Herodes, quien solamente dabaoído a los acusadores y maldicientes, y juzgabapor muy amigo suyo el que creyese lo mismoque él creía, y se moviese con las mismas cosas.Incitaba y movía también Salomé su crueldadcontra los hijos, porque Aristóbulo, por ponerlaen peligro y en revueltas, había enviado a decira ésta, que era su tía y suegra, que se proveyesey mirase por sí; que el rey la quería matar porhaberle otra vez hecho enojo y acechado; por-que deseando casarse con el árabe Sileo, el cualsabía ella que era enemigo de Herodes, le des-cubría secretamente los enemigos del rey. Estofué lo postrero y lo mayor, con lo cual fueronlos mancebos atormentados, ni más ni menosque si fueran arrebatados por un torbellino.Luego Salomé vino al rey y descubrióle lo queAristóbulo le aconsejaba. No pudiendo sufrir elrey esto, antes encendióse con muy gran ira,mandó atarlos cada uno por SÍ, y ponerlos

apartados el uno del otro, que fuesen muy bienguardados.Después mandó a Volumnio, maestro y capitánde la gente de guerra, y a un amigo suyo muyprivado, llamado Olimpo, con todas las acusa-ciones que partiesen para donde César estaba, yllegado que hubieron a Roma, presentaron lasletras del rey.A César le pesó mucho por los mancebos, perono tuvo bien quitar el derecho y poder que elpadre tiene en los hijos y escribiále que fuese élde aquella causa justo juez como señor de sulibre albedrío; pero que sería mejor si se queja-ba de ellos y proponía su causa delante de to-dos sus parientes cercanos y regidores, queján-dose de lo que contra él habían cometido, y quesi los hallaba culpados dignamente en aquellode lo cual eran acusados, en la hora misma loshiciese morir; pero si hallaba que solamentehabían pensado huir, que se contentase conpena y castigo mesurado.

Herodes obedeció a lo que César le había escri-to, y habiendo llegado a Berito, adonde César lemandaba, juntó su consejo. Fueron presidentesaquellos a los cuales César había escrito; Satur-nino y Pedanio fueron legados o embajadores,y con ellos el procurador Volumnio y los ami-gos y allegados del rey. También fué con ellosSalomé y Feroras. Después de éstos, los princi-pales de Siria, excepto el rey Arquelao, porqueHerodes, o tenía por sospechoso, por ser suegrode Alejandro.Pero fue muy cuerdo en no sacar a sus hijos aljuicio, porque sabía que si los vieran, fácilmentese movieran a misericordia todos los que hab-ían de juzgarlos, y que si alcanzaban licenciapara responder, Alejandro sólo bastaba paradeshacer todas las acusaciones y cuanto les eralevantado. Estaban, pues, guardados en un lu-gar llamado Platane, el cual era de los sidonios.Comenzando, pues, el rey sus acusaciones,hablaba como si los tuviera delante, y propon-íales las asechanzas que le habían buscado, algo

temeroso, porque las pruebas para esto falta-ban; pero decía muchas malas palabras, mu-chas injurias y afrentas, y muchas cosas quehabían hecho contra él, y mostraba á los juecescómo eran cosas aquellas más graves que lamuerte. Al fin, como ninguno le contradijese,comenzóse a quejar de sí mismo, diciendo quealcanzaba una victoria muy amarga, pero rogó-les a todos que cada uno dijese su parecer con-tra sus hijos. El primero fué Saturnino, que dijomerecer los mancebos pena, pero no la muerte:porque no es cosa lícita, ni le era permitido,teniendo allí presentes tres hijos, condenar amuerte los hijos de otro. Lo mismo pareció alotro legado, y a éstos siguieron algunos de losotros. Volumnio fué el primero que pronuncióla sentencia triste, los demás luego tras él, unospor envidia, otros por enemistad, y ningunodijo que los hijos debían ser sentenciados, porenojo ni por indignación.Estaba entonces toda Judea y toda Siria suspen-sa, aguardando el fin de esta tragedia, pero

ninguno pensaba que Herodes había de ser tancruel que matase sus propios hijos.Herodes trajo consigo a sus hijos a Tiro, y deallí los llevó luego, poniéndose en una nao has-ta Cesárea, y comenzó a pensar a qué género demuerte los sentenciaría. Estando en esto, habíaun soldado viejo M rey, llamado por nombreTirón, el cual tenía un hijo muy amigo y aliadocon Alejandro; amaba él también mucho a estosmancebos, y con grande enojo rodeaba la ciu-dad, y gritaba con la voz muy alta, que la justi-cia era Pisada y que iba por bajo los pies, laverdad habla perecido, naturaleza estaba con-fusa, la vida de los hombres estaba ya muy lle-na de maldades, y más todo aquello que podíadecir con enojo, menospreciando su vida. Des-pués osando parecer delante del rey, dijo estaspalabras: «Paréceme ser el más desdichado delmundo, pues das fe contra tus propios y ama-dos hijos a los malos hombres del mundo; por-que Feroras y Salomé tienen crédito contigo entodo cuanto contra tus hijos dicen, los cuales tú

mismo has muchas veces juzgado por muydignos de la muerte. ¿Y no ves que no entien-den ni tratan otra cosa, sino que, hecho huérfa-no de tus justos herederos, quedes con soloAntipatro, deseando alzarse con el reino yprender al rey? Y piensa si será aborrecido detodos los soldados Antipatro por la muerte desus hermanos. Ninguno hay que no tenga grancompasión de estos mancebos, y sepas que mu-chos príncipes están por ello muy enojados, ytrabajan ya en mostrarte el enojo que por ellotienen." Diciendo estas cosas, nombraba por susnombres todos aquellos a los cuales pesaba porello y parecía cosa muy indigna y muy injusta.Entonces un barbero del rey, llamado por nom-bre Trifón, no sé por qué locura movido, saliódelante de Herodes mostrándose en medio detodos, y dijo: «A mí me persuadió este Tirónque cuando te afeitase, te degollase con mi na-vaja, y me prometía que si lo hiciese, Alejandrome daría muy grandes dones." HabiendoHerodes oído estas cosas, mandó prender a

Tirón, a su hijo y al barbero, y mandóles dartormento. Como Tirón y su hijo negasen, y elbarbero no dijese ya algo, mandó atormentarmás reciamente a Tirón; y el hijo, movido portener gran lástima y piedad de su padre, pro-metió al rey descubrirle la verdad de todocuanto pasaba, si mandaba perdonar a su padrey que cesasen los tormentos. Habiéndolo hechoHerodes, después de mandado librar de ello,dijo el hijo que su padre había tenido voluntadde matarle, movido para ello por Alejandro.Bien conocían muchos que esto era fingido porel hijo, por librar a su padre de la pena y tor-mentos, aunque otros lo tenían por gran ver-dad. Pero Herodes, acusando a los príncipes desus soldados y a Tirón, movió al pueblo contraellos, de tal manera, que todos y el barberotambién murieron a palos y a pedradas, y en-viando sus hijos ambos a Sebaste, ciudad nomuy lejos de Cesárea, mandólos ahogar, ypuesta diligencia en este negocio, mandólostraer al castillo Alejandro, después de muertos,

para que fuesen sepultados con Alejandro,abuelo de ellos de parte de la madre. Este, pues,fué el fin de la vida de Alejandro y Aristóbulo.***

Capítulo XVIIIDe la conjuración de Antipatro contra su pa-dre.

Como Antipatro tuviese ya muy cierta espe-ranza del reino sin contradicción alguna, fuémuy aborrecido por todo el pueblo, sabiendotodos que él había buscado asechanzas a sushermanos por hacerlos morir, y no estaba éltambién sin temor muy grande, viendo que loshijos de los hermanos muertos crecían. Habíados hijos de Alejandro nacidos de Glafira; eluno se llamaba Tigranes, y el otro Alejandro.Había también de Arístóbulo y de Berenice, hijade Salomé, tres, el uno llamado Herodes, el otroAgripa, y el otro Aristóbulo, y dos hijas tam-bién que tuvo, la una llamada Herodia, y la otraMariamma. Herodes había dejado a Glafira quese fuese con todo su dote a Capadocia despuésde haber muerto a Alejandro, y dio la mujer deAristóbulo, Berenice, a un tío de Antipatro por

mujer; porque Antipatro inventó este casamien-to por reconciliarle y trabar amistad con Sa-lorné, que antes solía estar muy enojada contraél.También andaba por tomar amistad con Fero-ras, dándole muchos dones y haciéndole mu-chos servicios; lo mismo hacía con todos losque sabía que eran amigos de César, enviandoa Roma mucho dinero. Había dado muchosdones a Saturnino, con todos los otros que es-taban en Siria; y cuanto él más daba, tanto másera aborrecido por todos, porque parecía no dartanta riqueza por parecer liberal, cuanto porgastar todo esto por causa del gran miedo quetenla. De aquí procedía que no aprovechaba enla voluntad de aquellos que recibían sus dones,antes le eran mayores enemigos que aquellosque no hablan recibido de él algo.Mostrábase cada día más liberal en repartir lascosas y en hacer grandes dádivas, viendo cuán,contra la esperanza que él tenía, Herodes mos-traba cuidado de los niños huérfanos, y entend-

ía, por la lástima que le veía tener de los hijos,cuánto le pesase por los muertos. Y habiendoun día juntado todos sus deudos cercanos yamigos, estando delante los niños huérfanos,hinchó sus ojos de lágrimas, y llorando dijo:"Una desventura muy triste me ha quitado lospadres de éstos; pero la naturaleza y la miseri-cordia que unos a otros debemos, me enco-mienda a mí los mozos. Quiero, pues, experi-mentar y probarme que, pues he sido padredesdichado y muy desventurado, sea para éstosbien proveído abuelo, y dejarles he los amigomíos mayores para que después de yo muertolos puedan regir. Para esto, pues, prometo, ohFeroras, tu hija al hijo mayor de Alejandro pormujer, por que le seas curador y pariente, y a tuhijo, olí Antipatro, la hija de Aristóbulo, porquede esta manera serás padre de la huérfana. A suhermana tomará mi Herodes, descendido de miabuelo de parte de madre, que fué pontífice. Yde estas cosas esta es mi voluntad, y esto dejoordenado, a lo cual ninguno de los que me

aman contradiga ni repugne. Y ruego a Dios,por bien de mi reino y de mis nietos, que losjunte como yo tengo señalado en casamientos, yque pueda ver a estos hijos mejormente, y lo-grar de ellos con mejores ojos que no he hechode sus padres."Después de haber hablado estas palabras, lloróalgún poco e hizo que se diesen las manos de-rechas los muchachos, y saludando a cada unode los demás que allí estaban, despidió todo elconsejo y ajuntamiento. Luego Antipatro seapartó, y no hubo alguno de los mozuelos queignorase cuánto pesar hubiese recibido Antipa-tro por aquello; porque pensaba que su padre lehabía quitado parte de su honra, y que en todohabía peligro, si los hijos de Alejandro, ademásde tener a su abuelo Arquelao, tenían tambiénal tetrarca Feroras por curador y ayuda.Pensaba también y veía cuán aborrecido era detodo el pueblo, por ver que había quitado lavida a los padres de aquellos muchachos: conesto todo el pueblo se movía a gran compasión.

Veía cuán amados eran los muchachos de to-dos, y cuán gran memoria quedaba a todos losjudíos de los que por su maldad habían sidomuertos. Por tanto, determinó en todas mane-ras desbaratar aquellos desposorios y ajunta-mientos. Temió comenzar por su padre, viendoque estaba muy vigilante y con gran cuidado encuanto se hacia; pero atrevióse a venir públi-camente muy humilde, y pedirle en su pre-sencia que no lo privase de la honra, que pen-saba y juzgaba ser él digno, y no le dejase elsólo nombre de rey, dejando a los otros el se-ñorío; y no podía él alcanzar el señorío del re-ino, si aun además del abuelo Arquelao, erajuntado por su suegro con los hijos de Alejan-dro, Feroras; y rogaba muy ahincadamente ycon gran instancia que, por ser muchos los de lageneración real, mudase aquellos casamientos.El rey tuvo nueve mujeres: de siete tenía hijos;de Doris, a Antipatro; de la hija del Pontífice,llamada Mariamma, tenía a Herodes, y de Mal-taca de Samaria, a Antipatro y Arquelao; y una

hija llamada Olimpíada que había sido mujerde su hermano Josefo; y de Cleopatra, naturalde Jerusalén, a Herodes y a Filipo y a Faselo; dePalada tenía también otras hijas más, Rojana ySalomé, la una de Fedra, y la otra habida deElpide; y dos mujeres sin hijos, la una era susobrina, y la otra hija de su hermano: hubotambién de Marianima dos hijas, hermanas deAlejandro y de Aristóbulo.Como hubiese, pues, tanta abundancia de hijose hijas, deseaba Antipatro que se hiciesen otroscasamientos, y que se juntasen de otra manera.Entendiendo el rey el ánimo de Antipatro y loque tenía en el pensamiento contra los mu-chachos, hubo muy gran enojo, y fué muy aira-do, porque pensando en la muerte que habíahecho padecer a sus hijos, temía que ellos enalgún tiempo quisiesen pagarse de las acu-saciones que Antipatro había hecho contra suspadres; pero quísolo encubrir, mostrándoseenojado con Antipatro, y diciéndole malas pa-labras.

Después, movido y persuadido Herodes con laslisonjas y buenas palabras de Antipatro, mudólo que antes había ordenado. Dió primeramentea Antipatro por mujer la hija de Aristóbulo, ysu hijo a la hija de Feroras. De aquí se puedesacar muy fácilmente cuánto pudieron las li-sonjas de Antipatro, no habiendo podido Sa-lomé antes alcanzar lo mismo en la misma cau-sa, porque aunque ésta le era hermana y mu-ches veces se lo había suplicado, poniendo pormedio a Julia, mujer de César, no había queridopermitir que se casase con Sileo el árabe, antesdijo que la tendría muy enemiga si no dejabatal pensamiento y deseo. Después la dió forza-da y contra su voluntad por mujer a Alejo,amigo suyo; y de dos hijas suyas dió la una alhijo de Alejandro, y la otra al tío de Antipatro;y de las hijas de Mariamma, la una tenía el hijode su hermana, Antipatro, y la otra Faselo, hijode su hermano. Cortada, pues, la esperanza desus pupilos, y juntados los parientes a placer yprovecho de Antipatro, tenía ya muy cierta

confianza; y juntándola con su maldad, no hab-ía quién lo pudiese sufrir, porque no pudiendoquitar el odio y aborrecimiento que cada uno tetenía, ásegurábase con el miedo que se hacíatener, obedeciéndole también Feroras como apropio rey.Movían también nuevos ruidos y revueltas lasmujeres en palacio, porque la mujer de Feroras,con su madre y hermana y con la madre deAntipatro, hacían todas éstas muchas cosasatrevidamente y más de lo que acostumbraban,osando también injuriar con muchos de nues-tros a dos hijas del rey, por lo cual era princi-palmente tenida en poco por Antipatro. Corno,pues, fuesen muy enojosas y muy aborrecidasestas mujeres, había otras que le obedecían entodo y seguían su voluntad: sola era Salomé laque trabajaba de ponerlas en discordia, y decíaal rey que no se venían a juntar allí por su bien.Sabiendo las mujeres cómo eran acusadas porello y que Herodes había recibido enojo,guardáronse de allí adelante de juntarse mani-

fiestamente, y no se mostraban tan familiaresunas con otras como antes; fingían delante delrey que estaban discordes, y andaba de tal ma-nera este negocio que delante de todos no deja-ba de ofender Antipatro a Feroras; pero en se-creto se juntaban y se habían grandes convite ytenían sus consejos de noche. Por ver esto tansecreto, se confirmó mucho la sospecha, sa-biéndolo todo Salomé y contándoselo a Hero-des. Y anojado por esto en gran manera, prin-cipalmente contra la mujer de Feroras, porque aésta acusaba Salomé más que a las otras, y jun-tando todos sus amigos y parientes en consejo,dióles en la cara con las afrentas que habíahecho a sus hijas, además de muchas otras co-sas que dijo, y que había dado dádivas y mu-chos dones a los fariseos, por que se levantasencontra él; y habiendo dado ponzoñas a su her-mano, y hechizos, lo había puesto en grandeenemistad con él Después, ya a la postre, tor-nando su habla a Feroras, preguntóle que aquien quería él más, a su hermano o a mujer,

respondiéndole Feroras que primero careceríade la vida que de su mujer. Estando incierto delo que debía hacer púsose a hablar con Antipa-tro, y mandóle que no tuviese que hacer conFeroras ni con su mujer, ni con algo que a ellostocase. Obedecíale públicamente a lo que mos-traba; mas secretamente, de noche estábase conellos; y temiendo que Salomé lo hallase, hizocon los amigos que tenía en Italia que hubiesede partir para Roma, enviando ellos cartas deesto, en las cuales también mandó escribir quepoco tiempo después partiese tras él Antipatro,porque convenía que hablase con César. Por locual Herodes, luego en la hora, lo envió muy enorden y muy proveído de todo lo necesario,dándole mucho dinero. Y dióle también quellevase consigo su testamento en el cual Antipa-tro estaba constituido rey, y heredero del reino,por sucesor de Antipatro, Herodes, nacido deMariamma, hija del Pontífice.El árabe Sileo también vino a Roma menospre-ciando el mandamiento de César, por averiguar

con Antipatro todo aquello que antes habíatratado con Nicolao.Tenía éste con Areta, su rey, una grave con-tienda, cuyos amigos él habla muerto; y a Soe-mo, en la ciudad llamada Petra, el cual erahombre muy poderoso; y habiendo dado dine-ro a Fabato, procurador de César, teníale porque lo favoreciese; pero dando Herodes mayorcantidad de dineros a Fabato, lo desvió de Si-leo, y por vía de éste pedía lo que César man-daba. Como aquél le hubiese dado muy poco ocasi nada, acusaba a Fabato delante de Césardiciendo que era dispensador, no de lo que a élconvenía, pero de lo que fuese en provecho deHerodes. Movido a saña Fabato con estas cosas,siendo tenido aún por muy honrado por Hero-des, manifestó los secretos de Sileo, y descu-brióselos al rey diciendo que Sileo había co-rrompido con dinero a Corinto, su guarda, yque convenía mucho mirar por sí y tomar a éstepreso. No dudó Herodes en hacerlo, porqueeste Corinto, aunque hubiese sido criado siem-

pre en la Corte del rey, todavía era árabe de sunatural. Poco después mandó no a éste solo,sino prendió también con él a otros dos árabes,el uno llamado Filarco, y el otro grande amigode Sileo. Puesta la causa de éstos en juicio, con-fesaron que habían acabado con Corinto,dándole mucha cantidad de dineros, que mata-se a Herodes; disputada también esta causa porSaturnino, regidor entonces de Siria, fueronenviados a Roma.***

Capítulo XIXDe la ponzoña que quisieron dar a Herodes, y

cómo fué hallada.

Herodes en este tiempo apretaba mucho a Fe-roras que dejase a su mujer, y no podía hallarmanera para castigarla, teniendo muchas cau-sas para ello; hasta tanto que, enojado en granmanera contra ella y contra el hermano, losechó a entrambos. Habiendo recibido Ferorasesta injuria y sufriéndola con buen ánimo,vínose a su tetrarquía, jurando que sólo lamuerte de Herodes había de ser fin de su des-tierro, y que no le había de ver más mientrasviviese. Por esto no quiso venir a ver a su her-mano, aunque fuese muy rogado, estando en-fermo, queriéndole aconsejar algunas cosas, porpensar ya que su muerte era llegada; pero con-valeció, sin que de ello se tuviese esperanza.Cayendo Feroras en enfermedad, mostró Hero-des con él su paciencia; porque vínole a ver y

quiso que fuese muy bien curado; pero no pu-do vencer ni resistir a la dolencia, con la cualdentro de pocos días murió. Y aunque Herodesamó a éste hasta el postrer día de su vida, to-davía fué divulgado que él había muerto conponzoña. Trajeron su cuerpo a Jerusalén, con elcual la gente hizo gran llanto e hizo que fuesemuy noblemente sepultado; y así este matadorde Alejandro y Aristóbulo feneció su vida.Pasóse la pena y castigo de esta maldad en An-tipatro, autor de ella, tomando principio en lamuerte de Feroras: porque como algunos desus libertos se hubiesen presentado muy tristesal rey, decían que su hermano Feroras habíasido muerto con ponzoña, porque su mujer lehabía dado cierta cosa a comer, después de lacual luego había caído enfermo; que dos díasantes había venido de Arabia una mujer hechi-cera, llamada por su madre y su hermana, paraque diese a Feroras un hechizo amatorio, y queen lugar de aquél le había dado ponzoñoso, porconsejo de Sileo, como muy conocida suya.

Estando el rey muy sospechoso por estas cosas,mandó prender algunas de las libertas y ator-mentarlas; y una de ellas, impaciente por elgran dolor, dijo con alta voz: "Dios, Regidor delcielo y de la tierra, tome venganza en la madrede Antipatro, que es causa de todas estas co-sas." Pero sabido por principio esto, trabajabapor alcanzar la verdad y descubrir todo el ne-gocio. Descubriále la mujer la amistad de lamadre de Antipatro con Feroras y con sus mu-jeres, y los secretos ayuntamientos que hacían;y que Feroras y Antipatro, viniendo de hablarcon él, acostumbraban estarse toda la nochebebiendo juntamente ellos solos, echando todoslos criados y criadas fuera. Una de las libertaspresas descubrió todo esto: y siendo atormen-tadas todas las otras, mostróse cómo unas conotras enteramente concordaban, por la cualcosa adrede habla Antipatro puesto diligenciaen venirse a Roma, y Feroras de la otra partedel río: porque muchas veces habían ellos di-cho, que después de la muerte de Alejandro y

Aristóbulo, había Herodes de pasar a hacerjusticia de ellos y de sus mujeres; pues era im-posible que quien no había perdonado ni deja-do de matar a Mariamma y a sus hijos, pudieseperdonar a la sangre de los otros, y que, portanto, era mucho mejor huir y apartarse muylejos de bestia tan fiera.Muchas veces había dicho Antipatro a su ma-dre, quejándose de que él estaba ya viejo yblanco, y su padre de día en día se volvía másmancebo, que por ventura moriría primero quecomenzase a reinar, o que si moría despuéspoco tiempo le podía durar el gozo de suceder-le por rey. Además, que as cabezas de aquellahidra se levantaban ya, es a saber: los hijos deAlejandro y de Aristóbulo, y que por causatambién de su padre, había perdido él la espe-ranza de tener hijos que fuesen algo, pues nohabía querido dejar la sucesión del reino, sinoal hijo de Mariamma. Que en esto ciertamenteél no atinaba, antes era muy gran locura, por locual no se debía creer su testamento; y que él

trabajarla que no quedase raza de toda su gene-ración. Y como fuese mayor el odio que teníacontra sus hijos, que tuvieron jamás cuantospadres fueron, tenía aún mayor odio, y muchomás aborrecía a sus hermanos propios. Queahora postreramente le había dado cien talen-tos, por que no hablase con Feroras: y comoFeroras dijese: "¿Qué daño le hacemos noso-tros?" Antipatro habla respondido: "Pluguiese aDios que nos lo quitase todo, y nos dejase a lomenos vivir."' Pero no era posible que algunohuyese de las manos de bestia tan mortífera ytan Ponzoñosa, con la cual aun los muy amigosno podían vivir. Ahora, pues, nos habemosjuntado aquí secretamente, licito nos será y po-sible mostrarnos a todos si somos hombres y sitenemos espíritu y manos.Estas cosas manifestaron y descubrieron aque-llas criadas estando en el tormento, y que Fero-ras habla determinado huir con ellas a Petra.Por lo que dijeron de los cien talentos, Herodeslas creyó: porque a solo Antipatro había él

hablado de ellos. La primera en quien mostróHerodes su furor y saña, fué la madre de Anti-patro; y desnudándola de todos cuantos orna-mentos le había dado, comprados con muchotesoro, la echó de sí y abandonóla. Amansán-dose después de su ira, consolaba las mujeresde Feroras de los tormentos que habían padeci-do; pero tenía siempre gran temor y estábasemuy amedrentado: movíase fácilmente contoda sospecha, y daba tormento a muchos queestaban sin culpa alguna, por miedo de dejarentre ellos alguno de los que estaban culpados.Después vuelve su enojo contra el samaritanoAntipatro, el cual era procurador de Antipatro;y por los tormentos que le dio, descubrió queAntipatro se habla hecho traer de Egipto, paramatarlo, cierto veneno y ponzoña muy pesti-lencial por medio de un amigo de Antifilo; yque Theudion, tío de Antipatro, lo habla recibi-do y dado a Feroras, a quien Antipatro habíaencomendado y dado cargo de matar a Hero-des, entretanto que él estaba fuera de allí, por

evitar toda sospecha, y que Feroras había dadola ponzoña a su mujer para que la guardase.Mandando el rey llevarla delante de sí, mandó-le que trajese lo que le había sido encomenda-do. Ella entonces, saliendo como para traeraquello que le había sido pedido, dejóse caerdel techo abajo por excusar todas las pruebas ylibrarse de todos los tormentos. Pero la provi-dencia de Dios, según fácilmente se puede juz-gar, quiso, por que Antipatro lo pagase todo,salvarla, y hacer que cayendo no diese de cabe-za, pero de lado solamente, con lo cual se libróde la muerte.Traída delante del rey cuando había ya cobradosalud, porque aquel caso la había turbado mu-cho, preguntándola por qué se había así echa-do, prometiéndola el rey que la perdonaría si lecontaba toda la verdad del negocio y que sipreciaba más decirle falsedades, había de qui-tarle la vida y despedazar su cuerpo con tor-mentos, sin dejar algo para la sepultura, callóella un poco, y después dijo: "¿Para qué guardo

yo los secretos, siendo muerto Feroras yhabiendo de servir a Antipatro que nos haechado a perder a todos? Oye, rey, lo que ¡quie-ro decirte, y quiero que Dios me sea testigo delo que diré, el que no es posible sea engañado.Estando sentada cabe de Feroras a la hora de sumuerte, llamóme en secreto que me llegase a él,y díjome: «Sepas, mujer, que me he engañadoen gran manera con el amor de mi hermano,porque he aborrecido un hombre que tanto meamaba y había pensado » matarle, doliéndose éltanto de mí, aunque no soy aun muerto y te-niendo tan gran dolor; pero yo me llevo elpremio de tan grande crueldad como he usadocon él: tráeme presto la ponzoña que tú guar-das, aquella que Antipatro nos dejó, y derráma-la delante de mi, por que no lleve mi concienciaensuciada de tal maldad, la cual tome de mívenganza en los infiernos." Hice lo que memandaba; trájesela y eché gran parte de ella enel fuego delante de él mismo; guardéme algo de

ella, para casos que suelen acontecer y por te-mor que tenía de ti."Habiendo puesto fin a sus palabras, mostró unabujeta adonde lo tenía reservado: y el rey en-tonces pasó aquella contienda a la madre yhermano de Antifilo. Estos confesaban tambiénque Antifilo había traído aquella bujeta consigode Egipto, y que habla habido aquella ponzoñade un hermano suyo, que era médico en Ale-jandría.Las almas de Alejandro y de Aristóbulo busca-ban todo el reino por descubrir las cosas queestaban muy encubiertas, y hacían venir a pro-bar su causa a los que de ellos estaban muyapartados y eran más ajenos, de toda sospecha.Pensó, finalmente, que también sabía su parteen estos consejos y tratos la hija del PontíficeRamada Marianima: porque esto fué des-cubierto después que sus hermanos fueronatormentados. Y el rey castigó el atrevimientode la madre con la pena que dió al hijo, quitan-

do de su testamento a su hijo Herodes, el cualhabía quedado por heredero del reino.***

Capítulo XX De cómo fueron halladas y vengadas las trai-ciones y maldades de Antipatro contra Hero-des.

No hubo tampoco de faltar en la prueba deestas cosas, por resolución y fe de todo lo pro-bado contra Antipatro, Batilo, su liberto, el cualtrajo consigo otra ponzoña, es a saber, venenode serpientes muy ponzoñosas, para que si elprimero no aprovechase, pudiese Feroras y sumujer armarse con este otro. Este mismo,además del atrevimiento que había emprendi-do contra su padre, tenía como obra consi-guiente a su empresa las cartas compuestas porAntipatro con sus hermanos.Estaban en este tiempo en Roma estudiandoArquelao y Filipo, mozuelos ya de grande áni-mo y nietos del rey, deseando Antipatro quitar-les de allí, porque le estorbaban la esperanzaque tenía, fingió ciertas cartas contra ellos él

mismo, en nombre de los amigos que vivían enRoma, y habiendo corrompido algunos de ellos,les persuadió a escribir que estos mozos decíanmucho mal de su abuelo y se quejaban públi-camente de la muerte de sus padres Alejandroy Aristóbulo, y sentían mucho que Herodes tanpresto los llamase, porque había mandado yaque se volviesen, por lo cual Antipatro teníagran pesar. Antes que partiesen, estando Anti-patro aun en Judea, enviaba mucho dinero aRoma por que escribiesen tales cartas: y vi-niendo a su padre por evitar toda sospecha,fingía razones para excusarlos, diciendo quealgunas cosas se habían escrito falsamente, y lasotras se les debían perdonar como a mozos,porque eran liviandades de mancebos.En este mismo tiempo trabajaba por encubrirlas señales y apariencia que manifiestamente semostraban, de los gastos que hacía en dar tantodinero a los que tales cartas escribían: traía muyricos vestidos, muchos atavíos muy galanos;compraba muchos vasos de oro y de plata para

su vajilla, porque con estos gastos disimulase yencubriese los dones que había dado a los falsa-rios de aquellas cartas. Hallóse que había gas-tados en estas cosas doscientos talentos, y lacausa y ocasión de todo esto había sido Sileo.Pero todos los males estaban cubiertos con elmayor; y aunque los tormentos que habían da-do a tantos gritasen y publicasen cómo habíaquerido matar a su padre, y las cartas mostra-ban claramente que habla hecho matar a sushermanos, no hubo algunos de cuantos veníande Judea que le avisase, ni le hiciese saber enqué estado estaban las cosas de su casa, aunqueen probar esta maldad y en su vuelta de Roma,habían pasado siete meses, tan aborrecido erapor todos; y acaso los que tenían voluntad dedescubrirlo, se lo callaban por instigación de lasalmas de los hermanos muertos.Envió cartas de Roma que luego vendría,haciendo saber con cuánta honra le había Césardado licencia para que se volviese; pero dese-ando el rey tener en sus manos a este ace-

chador, temiendo que se guardase si por ventu-ra lo sabía, él también fingió gran amor y bene-volencia en sus cartas, escribiéndole muchascosas; y la que principalmente le encargaba, eraque trabajase en que su vuelta fuese muy pre-sto: porque si daba prisa en su venida, podríaapaciguar la riña que tenía con su madre, lacual sabía bien Antipatro que había sido des-echada.Había recibido, estando en Trento, una carta enla cual le hacían saber la muerte de Feroras, yhabía llorado mucho por él y esto parecía bien aalgunos que se doliese del tío, hermano de supadre; pero, según lo que se podía entender, lacausa de aquel dolor era porque sus asechanzasy tratos no le habían sucedido a su voluntad; yno lloraba tanto la muerte de Feroras por serietío, como por ser hombre que había entendidoen aquellos maleficios, y era bueno para hacerotros tales.Estaba también amedrentado por las cosas quehabía hecho, temiendo fuese hallado o sabido

por ventura lo que había tratado de la ponzoña.Y como estando en Cilicia le fuese dada aquellacarta de su padre, de la cual hemos habladoarriba, apresuraba con gran prisa su camino;pero después que hubo llegado a Celenderis,vínole cierto pensamiento d su madre, adivi-nando su alma ya por sí misma todo lo que dverdad pasaba. Los amigos más allegados ymás prudentes le aconsejaban que no se juntasecon su padre antes de saber ciertamente la cau-sa por la cual había sido echada su madre por-que temían que se añadiese algo más a los pe-cados de si madre. Los menos prudentes y másdeseosos de ver a su tierra que de mirar y con-siderar el provecho de Antipatro, aconsejábanleque se diese prisa, por no dar ocasión de sospe-char alzo viendo que se tardaba, y por que losmalsines no tuviesen lugar para calumniarlo.Que si hasta allí se había hecho o movido algo,era por estar él ausente, porque en su presenciano había alguno que tal osara hacer; y que pa-recía cosa muy fea carecer de bien cierto por

sospecha incierta, y no presentarse a su padre,y recibir el reino de sus manos, el cual pendíade él solo.Siguió este parecer Antipatro, y la fortuna loechó a Sebaste, puerto de Cesárea, donde vióseen mucha soledad, porque todos huían de él yninguno osaba llegársele. Porque aunque siem-pre fué igualmente aborrecido, sólo entoncestenían libertad para mostrarle la voluntad y elodio.Muchos no osaban venir delante U rey por elmiedo que tenían, y todas las ciudades estabanya llenas de la venida de Antipatro y de suscosas. Sólo Antipatro ignoraba lo que se tratabade él.No había sido hombre más noblemente acom-pañado hasta allí, que él en su partida pira Ro-ma, ni menos bien recibido a su vuelta. Sabien-do él las muertes que habían pasado en los desu casa, encubríalas astutamente; y muerto caside temor dentro el corazón, mostraba a todosgran contentamiento en la cara. No tenla espe-

ranza de poder huir, ni podía salir de tantosmales de que cercado estaba. No había hombreque le dijese algo de cierto de todo cuanto en sucasa se trataba, porque el rey lo había prohibidobajo muy gran pena. Así, estaba una vez conesperanza muy alegre, haciendo creer que no sehabía hallado algo, y que si por dicha se habíaalgo descubierto, con su atrevida desvergüenzalo excusaría, y con sus engaños, los cuales leeran como instrumentos para alcanzar salud.Armados, pues, con ellos, vínose al palacio conalgunos amigos, los cuales fueron echados conafrenta de la puerta primera.Quiso la fortuna que Varrón, regidor de Siria,estuviera allí dentro; y entrando a ver a su pa-dre, con atrevimiento grande, muy osado,llegábase cerca como por saludarlo. EchándoleHerodes, inclinando su cabeza a una parte unpoco, dijo en voz alta: "Cosa es ésta de hombreque quiere matar a su padre, quererme ahoraabrazar estando acusado de tantos maleficios ymaldades. Perezcas, mal hombre impío, y no

me toques antes de mostrarte sin culpa y excu-sarte de tantas maldades como eres acusado.Yo te daré juicio y por juez a Varrón, el cual sehalló aquí a buen tiempo. Vete, pues, de aquípresto, y piensa cómo te excusarás para maña-na; porque según tus maldades y astucias,pésame darte tanto tiempo."Amedrentado mucho Antipatro con estas cosas,no pudiendo responderle palabra, volvió elrostro y fuése. Como su madre y mujer le vinie-sen delante, contáronle todas las pruebas quehabía hechas contra él: y él, volviendo entoncesen sí, pensaba de qué manera se defendería.Al otro día, juntando el rey consejo de todossus amigos y allegados, llamó también los ami-gos de Antipatro; y estando él sentado junto aVarrón, mandó traer todas las pruebas y testi-gos contra Antipatro, entre los cuales habíatambién unos que estaban ya presos de muchotiempo, esclavos de la madre de Antipatro, loscuales habían traído de ésta ciertas cartas alhijo, escritas de esta manera:

"Porque tu padre entiende todas aquellas cosas,guárdate de venirte cerca, si no hubieres soco-rro de César."Traídas, pues, estas cosas y muchas otras, entróAntipatro, y arrodillándose a los pies de supadre, dijo: «Suplícote, padre mío, no quierasjuzgar de mí algo antes de dar oído y escucharprimero mi satisfacción enteramente; porque sitú quieres, yo mostraré y probaré mi disculpa."Entonces, mandándole con alta voz que callase,habló con Varrón lo siguiente:"Ciertamente sé que tú, Varrón, y cualquierotro juez juzgará a Antipatro por digno de lamuerte. Terno mucho que tú mismo aborrezcasmucho mi fortuna, y me tengas por digno detoda desdicha, porque he engendrado taleshijos: pues por esta causa has de tener mayorcompasión de mí por haber sido tan misericor-dioso contra tan malos hombres: porque siendoaún aquellos dos primeros muy mozos, yo leshabía hecho donación de mi reino: y habiéndo-les hecho criar en Roma, habíalos puesto en

gran amistad con César; pero aquellos que hab-ía puesto para que imitasen a otros reyes, los hehallado enemigos de mi salud y de mi vida,cuyas muertes han aprovechado mucho a Anti-patro: a éste buscaba seguridad, principalmentepor haber de serme sucesor en el reino y por sermancebo. Pero esta bestia, habiendo experi-mentado en mí más paciencia de la que debíayo mostrarle, quiso echar en mí su hartura; yparecíale vivir yo más de lo que le convenía, nopudiendo sufrir mi vejez, por lo cual no quisoser hecho rey sin que primero matase a su pa-dre. Muy bien entiendo de qué manera vino apensar esto, porque le saqué ¿el puesto dondeestaba, menospreciando y echando los hijos queme habían nacido de la reina, y le había decla-rado por Vicario mío en mi reino, y después demí por rey. Confiésote, pues, a ti, Varrón, enesto, el error grande que tenía asentado en mientendimiento. Yo he movido estos hijos contramí, pues por hacer favor a Antipatro, les cortétodas las esperanzas. ¿Qué me debían los otros,

que no me debiese éste mucho más? Habiéndo-le concedido casi todo mi poder y mando, aunviviendo yo dejándole por heredero de todo mireino, y además de haberle dado renta ordena-da de cincuenta talentos cada año, cada día lehacía todos sus gastos con mis dineros, yhabiéndose de ir para Roma, ahora le di tres-cientos talentos; y encomendélo a él sólo, comoguarda de su padre, a César. ¡Oh! ¿Qué hicie-ron aquellos que fuese tan gran maldad, comolas de Antipatro? ¿Qué indicios o pruebas tuveyo de aquellos, así corno tengo de las cosas deéste? Y aun de éste puedo probar que ha osadohacer algo el matador de su padre y perversoparricida, para que tú, Varrón, te guardes, puesaun piensa encubrir la verdad con sus engaños.Mira que yo conozco bien esta bestia, y veo yade lejos que ha de defenderse con razones se-mejantes a verdad, y que te ha de mover consus lágrimas. Este es el que en otro tiempo mesolía amonestar que me guardase de Alejandroentretanto que vivía, y que no fiase mi cuerpo

de todos; éste es el que solía entrarse hasta micámara, y mirar que alguno no me tuviesepuestas asechanzas: éste era el que me guarda-ba mientras yo dormía: éste me aseguraba: ésteme consolaba en el llanto y dolor de los muer-tos: éste era el juez de la voluntad de los her-manos que quedaban en vida: éste era mi de-fensa y mi guarda. Cuando me acuerdo, y meviene al pensamiento, Varrón, su astucia, ycómo disimulaba cada cosa, apenas puedo cre-er que estoy en la vida y me maravillo muchode qué manera he podido quitar y huir unhombre que tantas asechanzas me ha puestopor matarme. Pero pues mi desdicha levanta yrevuelve mi propia sangre contra mí, y los másallegados me son siempre contrarios y muyenemigos, lloraré mi mala dicha y geniiré misoledad conmigo mismo. Pero ninguno quetuviere ser de mi sangre me escapará, aunquehaya de pasar la venganza por toda mi genera-ción."

Diciendo estas cosas, hubo que cortar su hablay callar por el gran dolor que le confundía; peromandó a uno de sus amigos, llamado Nicolao,declarar todas las pruebas que se habían halla-do contra Antipatro. Estando en esto, levantóAntipatro la cabeza, y quedando arrodilladodelante de su padre, dijo con alta voz: "Tú, pa-dre mío, has defendido mi causa, porque, ¿dequé manera había yo de buscarte asechanzaspara darte la muerte, diciendo tú mismo quesiempre te he guardado y defendido? Y si elamor y la piedad mía para ti, mi padre, dicesque ha sido fingida y cautelosa, ¿cómo he sidoen todas las cosas tan astuto, y en esta sola tansimple y sin sentido, que no entendiese que silos hombres no alcanzaban tan gran maldad, nopodía serle escondida al juez celestial, el cualestá en todo lugar, y de allá arriba lo ve y miratodo? Por ventura, ¿ignoraba yo lo que mishermanos debían hacer, de los cuales Dios hatomado venganza manifiestamente, porquepensaban mal contra ti? ¿Pues qué cosa ha ha-

bido por la cual hubiese de ofenderme tu sa-lud? ¿La esperanza de reinar? No, porque ya yoreinaba. ¿La sospecha de ser aborrecido? Me-nos, porque antes era muy amado. Por ventura,¿algún miedo que yo tuviese de ti? Antes porguardarte, los otros huyen de mí, y me temían.Por ventura, ¿fué causa la pobreza? Muchomenos, porque, ¿quién hubo que tanto despen-diese, y quién más a su voluntad?"Si yo fuera el más perdido hombre del mundo,y tuviese, no ánimo de hombre, sino de bestia ymuy cruel, debía ciertamente ser vencido conlos beneficios tantos y tan grandes que de ti herecibido como de padre verdadero, habiéndo-me, según tú has dicho' puesto en tu gracia ytenido en más que a todos los otros hijos,habiéndome declarado en vida tuya por rey, ycon muchos otros bienes muy grandes que mehas concedido, has hecho que todos me tuvie-sen envidia. ¡Oh, desdichado yo y amarga par-tida y peregrinaje mío! ¡Cuánto tiempo y cuán-to lugar he dado a mis enemigos para ejecutar

su mala voluntad y envidia contra rní! Pero,padre mío, por ti y por tus cosas me había yaido, por que no menospreciase Sileo tu vejezhonrada; Roma es testigo del amor y piedadmía de verdadero hijo, y el príncipe y señor deluniverso, César, el cual me llamaba muchasveces amador de mi padre"Toma, padre, estas cartas suyas. Estas son másverdaderas que no las acusaciones fingidascontra mí; con ellas me defiendo. Estos son ar-gumentos y señal muy cierta de mi amor y afi-ción de hijo. Acuérdate cuán forzado y cuán ami pesar haya partido de aquí, sabiendo clara-mente las enemistades que muchos tienencon-migo. Tú, oh padre, me has echado a per-der imprudentemente y sin pensarlo. Tú hassido causa que diese yo tiempo y ocasión a to-das las acusaciones contra mí; pero quiero venira las señales que de ello tengo; todos me venaquí presente, sin haber sufrido ni en la tierrani en la mar algo que sea digno de un hijo quequiere matar a su padre; pero no me excuses

aún ni me ames por esto, porque yo sé que soydelante de Dios y delante de ti, mi padre, con-denado. Y corno tal te ruego que no des fe a loque los otros han confesado en sus tormentos;venga el fuego contra mí, abráseme las entrañasy desháganlas a pedazos los instrumentos quesuelen dar pena; no perdones a cuerpo tan ma-lo, porque si yo soy matador de mi padre, nodebo escapar sin gran pena y sin gran tormen-to."Diciendo con gritos y voces altas lo presente,derramando muchas lágrimas y dando gemi-dos, movió a todos, y a Varrón también, a mise-ricordia; sólo Herodes, con la gran ira que ten-ía, no lloraba, estando tan bien visto en la ver-dad de aquel negocio y en las pruebas.Nicolao dijo allí muchas cosas, por mandadodel rey, de las astucias y maldades de Antipa-tro, con las cuales quitó la esperanza de tenerde él misericordia, y comenzó una grave acusa-ción, imputándole todos los maleficios y mal-dades que se habían hecho en el reino, pero

principalmente las muertes de sus hermanos,las cuales mostraba haber acontecido por ca-lumnias de él, y que, no contento con ellas, aunacechaba a los que vivían, como que le hubie-sen de quitar la herencia y sucesión en el reino.Porque aquel que da ponzoña a su padre, mu-cho más fácilmente y con menos miedo la daríaa sus hermanos. Viniendo después a probar laverdad de la ponzoña, mostraba las confesionespor su orden, aumentando también la maldadde Feroras, como que Antipatro le hubierahecho matador de su hermano; y habiendo co-rrompido los mayores amigos del rey, habíahenchido de maldad toda la Casa Real.Habiendo dicho, pues, estas y muchas cosastales, y habiéndolas todas probado, acabó.Mandó Varrón a Antipatro que respondiese, alcual no :respondió ni dijo otra cosa sino "Dioses testigo de mi inocencia y disculpa". Y estan-do echado en tierra, humilde y callado, pidióVarrón la ponzoña, y dióla a beber a uno de loscondenados a morir; y siendo en la misma hora

muerto, habiendo hablado algo en secreto conHerodes,- escribió todo lo que se había tratadoen el Consejo, y al otro día después se partió deallí. Pero el rey, con todo esto, dejando a Anti-patro muy auen recaudo, envió embajadores aCésar, haciéndole saber lo que se había tratadode su muerte.También era acusado Antipatro de que habíaacechado a Salomé Por matarla. Había venidoun criado o esclavo de Antifilo, de Roma, concartas de una cierta criada de Julia, llamadaAcmes, con las cuales le hacía saber al rey cómoentre las cartas de Julia se hablan hallado cier-tas cartas de Salomé, escritas por mostrarle labuena voluntad que le tenía. En las cartas deSalomé había muchas cosas dichas malamentecontra el rey, y muy grandes acusaciones; perotodo esto era fingido por Antipatro, el cual,habiendo dado mucho dinero a Acmes, la habíapersuadido que las escribiese y enviase a Hero-des, porque la carta escrita por esta mujercillalo manifestó, cuyas palabras eran éstas: "Yo he

escrito a tu padre, según tu voluntad, y le heenviado otras cartas, con las cuales ciertamentesé que el rey no te podrá perdonar si las viere yle fueren leídas. Harás muy bien si después dehecho todo, te tienes a lo prometido y te acor-dares de ello." Hallada esta carta y todo lo quefué fingido contra Salomé, vínole al rey el pen-samiento de que fuese por ventura muerto Ale-jandro por falsas informaciones y cartas fingi-das; y fatigábase pensando que casi hubieramuerto a su hermana por causa de Antipatro.No quiso, pues, esperar más ni tardar en tomarvenganza y castigo de todo en Antipatro; perosucedióle una dolencia muy grave, la cual fuécausa de no poder poner por obra ni ejecutar loque había determinado.Envió, con todo, letras a César, haciéndole sa-ber lo de la criada Acrnes, y de lo que habíanlevantado a Salomé; y por esto mudó su testa-mento, quitando el nombre de Antipatro. Hizoheredero del reino a Antipa, después de Arque-lao y de Filipo, hijos mayores, porque también

a éstos habla acechado Antipatro y acusadofalsamente. Envió a César, además de muchosotros dones y presentes, mil talentos, y a susamigos libertos, mujer e hijos, casi cincuenta;dió a todos los otros muchos dineros y muchastierras y posesiones; honró a su hermana Sa-lomé con dones también muy ricos, y -corrigiólo que hemos dicho en su testamento.

Capítulo XXI Del águila de oro y de la muerte de Antipatro yHerodes.

Acrecentábasele la enfermedad cada día, fa-tigándole mucho su vejez y tristeza que teníasiendo ya de setenta años; tenía su ánimo tanafligido por la muerte de sus hijos, que cuandoestaba sano no podía recibir placer alguno. Perover en vida a Antipatro, le doblaba su enferme-dad, a quien quería dar la muerte muy de pen-sado en recobrando la salud.Además de todas estas desdichas, no faltó tam-poco cierto ruido que se levantó entre el pue-blo. Había dos sofistas en la ciudad que fingíanser sabios, a los cuales parecía que ellos sabíantodas las leyes, muy perfectamente, de la pa-tria, por lo cual eran de todos muy alabados ymuy honrados. El uno era judas, hijo de Sefo-reo, y el otro era Matías, hijo de Margalo. Segu-íalos la mayor parte de la juventud mientras

declaraban las leyes, y poco a poco cada díajuntaban ejército de los más mozos; habiendoéstos oído que el rey estaba muy al cabo, partepor su tristeza y parte por su enfermedad, ha-blaban con sus amigos y conocidos, diciendoque ya era venido el tiempo para que Dios fue-se vengado, y las obras que se habían hechocontra las leyes de la patria, fuesen destruidas;porque no era lícito, antes era cosa muy abomi-nable, tener en el templo imágenes ni figuras deanimales, cualesquiera que fuesen.Decían esto, por que encima de la puerta mayordel templo había puesta un águila de oro. Yaquellos sofistas amonestaban entonces a todosque la quitasen, diciendo que sería cosa muygentil que, aunque se pudiese de allí seguiralgún peligro, mos trasen su esfuerzo enquerer morir por las leyes de su patria; porquelos que por esto perdían la vida, llevaban suánima inmortal, y la fama quedaba siempre, sipor buenas cosas era ganada; pero que los queno tenían esta fortaleza en su ánimo, amaban su

alma neciamente, y preciaban más de morir pordolencia que usar de virtud.Estando ellos en estas cosas, hubo fama entretodos que el rey se moría; Con esta nueva to-maron mayor ánimo todos los mozos, y pusie-ron en efecto su empresa más osadamente; yluego, después de mediodía, estando multitudde gente en el templo, deslizándose por unasmaromas, cortaron con hachas el águila de oroque estaba en aquel techo. Sabido esto por elcapitán del rey, vino aprisa, acompañado demucha gente; prendió casi cuarenta mancebos,y presentóselos al rey, los cuales, siendo inter-rogados primero si ellos habían sido los des-tructores del águila, confesaron que si; pre-guntáronles más, que quién se lo había manda-do. Dijeron que las leyes de su patria. Pregun-tados después por qué causa estaban tan con-tentos estando tan cercanos de la muerte, res-pondieron que porque después de ella teníanesperanza de que habían de gozar de muchosbienes.

Movido el rey con estas cosas, pudo más su iraque su enfermedad, por lo cual salió a hablar-les; y después de haberles dicho muchas cosascomo sacrilegos, y que con excusa de guardarla ley de la patria habían tentado de hacer otrascosas, Juzgólos por dignos de muerte comohombres impíos. El pueblo, cuando vió esto,temiendo que se derramase aquella pena entremuchos más, suplicaba que tomase castigo enlos que hablan persuadido tal mal, y en los quehabían preso en la obra, y que mandase perdo-nar a todos los demás; alcanzando al fin estodel rey, mandó que los sofistas y los que habíansido hallados en la obra, fuesen quemados vi-vos, y los otros que fueron presos también conaquellos, fueron dados a los verdugos, para queejecutasen en ellos sentencia y los hiciesen cuar-tos.. Estaba Herodes atormentado con muchos do-lores, tenía calentura muy grande, y una co-mezón muy importuna por todo su cuerpo, ymuy intolerable. Atormentábanle dolores del

cuello muy continuos; los pies se le hincharoncomo entre cuero y carne; hinchósele tambiénel vientre, y pudríase su miembro viril con mu-chos gusanos; tenía gran pena con un alientotras otro; fatigábanle mucho tantos suspiros yun encogimiento de todos sus miembros; y losque consideraban esto según Dios, decían queera venganza de los sofistas; y aunque él se veíatrabajado con tantos tormentos y enfermedadescomo tenía, todavía deseaba aún la vida y pen-saba cobrar salud pensando remedios; quisopasarse de la otra parte del Jordán y que le ba-ñasen en las aguas calientes, las cuales entranen aquel lago fértil de betún, llamado Asfalte,dulces para beber. Echado allí su cuerpo, el cualquerían los médicos que fuese consolado y un-tado con aceite, se paró de tal manera, que torc-ía sus ojos como si muerto estuviera; y pertur-bados los que tenían cargo de curarle allí, pare-ció que con los clamores que movían, él losmiró.

Desconfiando ya de su salud, mandó dar a sussoldados cincuenta dracmas, y mandó repartirmucho dinero entre los regidores y amigos quetenía; y como volviendo hubiese llegado a Hie-ricunta corrompida su sangre, parecía casi ame-nazar él a la muerte. Entonces pensó una cosamuy mala y muy nefanda, porque mandandojuntar los nobles de todos los lugares y ciuda-des de Judea en un lugar llamado Hipódromo,mandólos cerrar allí. Después, llamando a suhermana Salomé y al marido de ésta, Alejo,dijo: "Muy bien sé que los judíos han de cele-brar fiestas y regocijos por mi muerte, peropodré ser llorado por otra ocasión, y alcanzargran honra en mi sepultura, si hiciereis lo queyo os mandare; matad todos estos varones quehe hecho poner en guarda, en la hora que yofuere muerto, porque toda Judea y todas lascasas me hayan de llorar a pesar y a mal gradode ellas."Habiendo mandado estas cosas, luego al mismotiempo se tuvieron cartas de Roma, de los em-

bajadores que había enviado, los cuales le hac-ían saber cómo Acmes, criada de Julia, habíasido por mandamiento de César degollada, yque Antipatro venía condenado a muerte.También le permitía César que si quisiese másdesterrarlo que darle muerte, lo hiciese muyfrancamente.Húbose con esta embajada alegrado y recreadoalgún poco Herodes; pero vencido otra vez porlos grandes dolores que padecía, porque la faltade comer y la tos grande le atormentaba entanta manera que él mismo trabajó de adelan-tarse a la muerte antes de su tiempo, y pidióuna manzana y un cuchillo también, porque asíla acostumbraba de comer; después, mirandobien no hubiese alrededor alguno que le pudie-se ser impedimento, alzó la mano como si élmismo se quisiese matar, pero corriéndole alencuentro Archiabo, su sobrino, y habiéndoletenido la mano, levantóse muy gran llanto ygritos de dolor en el palacio, como si el rey fue-ra muerto.

Oyéndolo Antipatro, tomó confianza, y muyalegre con esto, rogaba a sus guardas que ledesatasen y dejasen ir, y prometíales muchodinero, a lo cual no sólo no quiso el principal deellos consentir, y lo hizo luego saber al rey.El rey entonces, levantando una voz más altade lo que con su enfermedad podía, envió lue-go gente para que matasen a Antipatro, y des-pués de muerto lo mandó sepultar en Hircanio.Corrigió otra vez su testamento y dejó por su-cesor suyo a Arquelao, hijo mayor, hermano deAntipa, e hizo a Antipa tetrarca o procuradordel reino.Pasados después cinco días de la muerte delhijo, murió Herodes, habiendo reinado treinta ycuatro años después que mató a Antígono, ytreinta y siete después que fué declarado reypor los romanos. En todo lo demás le fué fortu-na muy próspera, tanto como a cualquier otro;porque un reino que había alcanzado por sudiligencia, siendo antes un hombre bajo y

habiéndolo conservado tanto tiempo, lo dejódespués a sus hijos.Pero fué muy desdichado en las cosas de sucasa y muy infeliz. Salomé, juntamente con sumarido, antes que supiese el ejército la muertedel rey, había salido para dar libertad a los pre-sos que Herodes mandó matar, diciendo que élhabía mudado de parecer y mandado que cadauno se fuese a su casa. Después que éstos fue-ron ya libres y se hubieron partido, fuéles des-cubierta la muerte de Herodes a todos los sol-dados.Mandados después juntar en el Anfiteatro enHiericunta, Ptolomeo, guarda del sello del rey,con el cual solía sellar las cosas del reino, co-menzó a loar al rey y consolar a toda aquellamuchedumbre de gente. Leyóles públicamentela carta que Herodes le había dejado, en la cualrogaba a todos ahincadamente que recibiesencon buen ánimo a su sucesor; y después dehaberles leído sus cartas, mostróles claramentesu testamento, en el cual habla dejado por

heredero de Trachón y de aquellas regiones deallí cercanas, procurador a Antipa, y por rey aArquelao; y le había mandado llevar su sello aCésar, y una información de todo lo que habíaadministrado en el remo, porque quiso queCésar confirmase todo cuanto él había ordena-do, como señor de todo; pero que lo demásfuese cumplido y guardado según voluntad desutestamento.Leído el testamento, levantaron todos grandesvoces, dando el parabién a Arquelao, y ellos yel pueblo todo, discurriendo por todas partes,rogaban a Dios que les diese paz, y ellos de suparte también la prometían. De aquí partieron aponer diligencia en la sepultura del rey; ce-lebróla Arquelao tan honradamente como le fuéposible; mostró toda su pompa en honrar elenterramiento, y toda su riqueza; porque hab-íanlo puesto en una cama de oro toda labradacon perlas y piedras preciosas; el estrado guar-necido de púrpura; el cuerpo venía tambiénvestido de púrpura o grana; traía una corona en

la cabeza, un cetro real en la mano derecha;alrededor de la cama estaban los hijos y losparientes; después todos los de su guarda; unescuadrón de gente de Tracia, de alemanes yfrancos, todos armados y en orden de guerra,iban delante; todos los otros soldados seguían asus capitanes después muy convenientemente.Quinientos esclavos y libertos traían olores; yasí fué llevado el cuerpo camino de doscientosestadios al castillo llamado Herodión, y allí fuésepultado, según él mismo había mandado.Este fué el fin de la vida y hechos del rey Hero-des.Las Guerras de los JudíosFlavio JosefoLibro Segundo

Capítulo IDe los sucesos de Herodes, y de la venganza delÁguila de oro que robaron.

Principio fué de nuevas discordias y revueltasen el pueblo, la partida de Arquelao para Ro-ma; porque después de haberse detenido sietedías en el luto y llantos acostumbrados, abun-dando las comidas en la pompa a todo el pue-blo (costumbre que puso a muchos judíos enpobreza, porque tenían por impío al que no lohacía); salió al templo vestido de una vestidurablanca, y recibido aquí con mucho favor y conmucha pompa él también, asentado en un altotribunal, debajo de un dosel de oro, recibió alpueblo muy humanamente; hizo a todos mu-chas gracias, por el cuidado que de la sepulturade su padre habían tenido, y por la honra quele habían hecho a él ya como a rey de ellos; pe-ro dijo que no quería servirse, ni del nombretampoco, hasta que César lo confirmase como aheredero, pues había sido dejado por señor detodo en el testamento de su padre. Y que portanto, queriéndole los soldados coronar, estan-do en Hiericunta, no lo había él querido permi-tir ni consentir en ello, antes resistiólo a la vo-

luntad de todos ellos. Pero prometió, tanto alpueblo como a los soldados, satisfacerles por laalegría y voluntad que le habían mostrado, si elque era señor del Imperio le confirmaba en sureino; y que no había de trabajar en otra cosa,sino en hacer que no conociesen la falta de supadre, mostrándose mejor con todos en cuantoposible le fuese. Holgándose con estas palabrasel pueblo, luego le comenzaron a tentar pidién-dole grandes dones; unos le pedían que dismi-nuyese los tributos; otros que quitase algunosdel todo; otros pedían con gran instancia quelos librase de las guardas. Concedíalo todo Ar-quelao, por ganar el favor del pueblo.Después de hechos sus sacrificios, hizo grandesconvites a todos sus amigos. Pero después decomer, habiéndose juntado muchos de los quedeseaban revueltas y novedades, pasado elllanto y luto común por el rey, comenzando alamentar su propia causa, lloraban la desdichade aquellos que Herodes había condenado porcausa del águila de oro que estaba en el templo.

No era este dolor secreto, antes las quejas eranmuy claras; sentíase el llanto por toda la ciu-dad, por aquellos hombres que decían sermuertos por las leyes de la patria y por la honrade su templo. Y que debían pagar las muertesde éstos aquellos que habían recibido por ellodineros de Herodes; y lo primero que debíanhacer, era echar aquel que él había dejado porPontífice, y escoger otro que fuese mejor y máspío, y que se debía desear más limpio y máspuro.Aunque Arquelao, era movido a castigar estasrevueltas, deteníale la prisa que ponía en supartida, porque temía que si se hacía enemigode su pueblo, tendría que no ir o detenerse porello. Por tanto, trabajaba más con buenas pala-bras y con consejo apaciguar su pueblo, que porfuerza; y enviando al Maestro de Campo, lesrogaba que se apaciguasen. En llegando éste altemplo, los que levantaban y eran autores deaquellas revueltas, antes que él hablase hicié-ronlo volver atrás a pedradas; y enviando des-

pués a otros muchos por apaciguarlos, respon-dieron a todos muy sañosamente; y si fueramayor el número, bien mostraban entre ellosque hicieran algo.Llegando ya el día de Pascuas, día de muchaabundancia y gran multitud de cosas para sa-crificar, venía muchedumbre de gente de todoslos lugares cercanos, al templo, a donde estabanlos que lloraban a los Sofistas, buscando oca-sión y manera para mover algún escándalo.Temiendo de esto Arquelao, antes que todo elpueblo se corrompiese con aquella opinión,envió un tribuno con gente que prendiese a losque movían la revuelta. Contra éstos se remo-vió todo el vulgo del pueblo que allí estaba:mataron muchos a pedradas, y salvóse el tribu-no con gran pena, aunque muy herido. Ellosluego se volvieron a celebrar sus sacrificioscomo si no se hubiera hecho mal alguno.Pero ya le parecía a Arquelao que aquella mu-chedumbre de gente no se refrenaría sin ma-tanza y gran estrago; por esta causa envió todo

el ejército contra ellos; y entrando la gente de apie por la ciudad toda junta, y los de a caballopor el campo, y acometiendo a la gente queestaba ocupada en los sacrificios, mataron cercade tres mil hombres, e hicieron huir todos losotros por los montes de allí cercanos; y muchospregoneros tras de Arquelao, amonestaron atodos que se recogiesen a sus casas. De estamanera, dejando atrás la festividad del día,todos se fueron; y él descendió a la mar conPopla, Ptolomeo y Nicolao, sus amigos, dejan-do a Filipo por procurador del reino y curadorde las cosas de su casa.Salió también, juntamente con sus hijos, Saloméy los hijos del hermano del rey, y el yerno, conmuestras de querer ayudar a Arquelao a quealcanzase y poseyese lo que en herencia le hab-ía sido dejado; pero a la verdad no se habíanmovido sino por acusar lo que se había hechoen el templo contra las leyes.Vínoles en este mismo tiempo al encuentro,estando en Cesárea, Sabino, procurador de Si-

ria, el cual venía a Judea por guardar el dinerode Herodes; a quien Varrón prohibió que pasa-se adelante, movido a esto por ruegos de Ar-quelao y por intercesión de Ptolomeo. EntoncesSabino, por hacer placer a Varrón, no puso dili-gencia en venir a los castillos, ni quiso cerrar aArquelao los tesoros y dinero de su padre; peroprometiendo no hacer algo hasta que César losupiese, deteníase en Cesárea.Después que uno de los que le impedían se fuéa Antioquía, el otro, es a saber, Arquelao, na-vegó para Roma. Yendo Sabino a Jerusalén,entró en el Palacio Real, y llamando a los capi-tanes de la guarda y mayordomos, trabajabapor tomarles cuenta del dinero y entrar en po-sesión de todos los castillos; pero los guardasno se habían olvidado de lo que Archelao leshabía encomendado, antes estaban todos muyvigilantes en guardarlo todo, diciendo que máslo guardaban por causa de César que por la deArquelao.

Antipas, en este mismo tiempo, también con-tendía por alcanzar el reino, queriendo defen-der que el testamento que había hecho Herodesantes del postrero era el más firme y más ver-dadero, en el cual estaba él declarado por suce-sor del reino, y que Salomé y muchos otros pa-rientes que navegaban con Arquelao, habíanprometido ayudarle en ello.Llevaba consigo a su madre y al hermano deNicolao, Ptolorneo, el cual le parecía ser hom-bre importante, según lo que le había vistohacer con Herodes, porque le había sido el me-jor y más amado amigo de todos. Confiábasetambién mucho en Ireneo, orador excelente ymuy eficaz en su hablar, lo cual fué por él teni-do en tanto, que no quiso escuchar ni obedecera ninguno de tantos como le decían y aconseja-ban que no contendiese con Arquelao, que eramayor de edad y dejado heredero por voluntaddel último testamento.Vinieron a él de Roma todos aquellos cercanosparientes y amigos que tenlan odio con Arque-

lao y lo tenían muy aboTrecido, y principal-mente todos los que deseaban verse libres yfuera de toda sujeción, y ser regidos por losgobernadores romanos; o si no podian alcanzaresto, querían a lo menos haber rey a Antipas.Ayudábale a Antipas en esta causa mucho Sa-bino, el cual había acusado por cartas escritas aCésar, a Arquelao, y había loado mucho a An-tipas. De esta manera Salomé y los demás queeran de su parecer, diéronle a César las acusa-ciones muy por orden, y el anillo y sello delrey, y el regimiento y administración del reino,fué presentado a CésÍr por Ptolomeo. Entoncespensando muy bien en lo que cada una de laspartes alegaba, entendiendo la grandeza delreino y la mucha renta que daba, viendo la fa-milia de Herodes tan grande, y leyendo las car-tas que Varrón y Sabino le habían escrito, llamóa todos los principales de Roma, juntólos enconsejo, cuyo presidente quiso que fuese enton-ces Cayo, nacido de Agripa y de Cayo, e hijo

suyo adoptivo, y dió licencia a las partes paraque cada una alegase su derecho.

Antipatro, hijo de Salomé, que era orador de lacausa contra Arquelao, propuso la acusación,fingiendo que Arquelao quería mostrar quetrataba de la contienda del reino solamente conpalabras; porque a la verdad, ya venía habíamuchos días que había sido hecho rey, y ahorapor tratar maldades delante de César y cavila-ciones, no habiendo antes querido aguardar sujuicio; y que él determinase quién quería quefuese el sucesor de Herodes. Porque despuésque éste fué muerto, habiendo sobornado aalgunos para que lo coronasen, asentado comorey en el estrado y debajo el dosel real, había,en parte, mudado la orden de la milicia y gentede guerra, y parte también había quitado de lasrentas; y además de todo esto él había con-sentido, como Rey, todo cuanto el pueblo ped-ía: librado a muchos culpados de culpas muy

graves, que estaban puestos en la cárcel pormandado de su padre; y hecho todo esto, veníaahora fingiendo que pedía a su señor el reino,habiéndose ya antes alzado con todo, por mos-trar que César era señor, no de las cosas, sinode sólo el nombre.Acusábale también de que había fingido el lutoy llantos tan grandes por su padre, haciendo dedía muestras y vistas de dolor y gran tristeza, ybebiendo de noche como en bodas, en banque-tes y convites. Decía, finalmente, que el pueblose había movido y revuelto por estos tan gran-des escándalos suyos. Confirmaba toda su acu-sación con aquella multitud de hombres quedijimos haber sido muertos alrededor del tem-plo; porque éstos, habiendo venido para cele-brar, según su costumbre, la fiesta, fueronmuertos y degollados estando todos ocupadosen sus sacrificios; y que habían sido tantas lasmuertes dentro del templo, cuantas jamás vie-ron acaecer en alguna otra guerra por genteextranjera, por grande y por cruel que hubiese

sido. Sabiendo también Herodes la crueldad deéste mucho antes, no le pareció jamás digno dedarle esperanza de su reino, sino cuando yaestaba loco, con el ánimo más enfermo que elcuerpo, ignorando también a quién hicieseheredero y sucesor en su segundo testamento;principalmente no pudiendo acusar en algo alque había dejado en el primer testamenu porsucesor suyo, estando con toda sanidad, así delcuerpo como del ánimo.Pero para que cualquiera piense y crea habersido a que postrer juicio de ánimo doliente ymuy enfermo, él mismo había echado y des-heredado de la real dignidad a Arquelao por-que había cometido y hecho muchas cosas con-tra ella. Porque, ¿qué tal podían esperar quesería, si César la dejaba y concedía la dignidadreal, aquel que antes de concedérsela habíahecho tan gran matanza? Habiendo Antipatrodicho muchas cosas tales, y habiendo mostradopor testigos a muchos de los parientes que es-

taban presentes en todo cuanto lo había acusa-do, acabó.Levantáse entonces Nicolao, procurador y abo-gado de Arquelao, y antes de hablar de cosaalguna, mostró cuán necesaria fué la matanzaque habla sido hecha en el templo; porque lasmuertes de aquellos por los cuales era Arque-lao acusado eran necesarias, no sólo al reposo ypaz del reino, sino también a la del juez deaquella causa; es a saber, de César: porque to-dos le eran enemigos, y supo mostrar cómotodos los que lo acusaban de otras faltas, le eranenemigos muy grandes y muy contrarios. Poresta causa pedía que fuese tenido por firme elsegundo testamento de Herodes, porque habíadejado en poder de César la libertad de hacersucesor suyo y rey a quien quisiese, porque unoque sabía tanto, que no osaba mandar algo con-tra el emperador en lo que él mismo podía,antes lo dejaba a él por juez de todo, no podíahaber errado en hacer juicio y elegir heredero, ycon corazón y entendimiento muy bueno había

a escogido aquel que quería que lo fuese, puesque no habla ignorado quién tuviese poderpara hacerlo y ordenarlo, y lo había dejado to-do en su poder y mando.Pero como declarado todo cuanto tenía quedecir, hubiese acabado sus razones Nicolao,salió en medio de todos Arquelao, y llegóse alos pies de César con diligencia. Mandóle Césarlevantar; mostró a todos que era digno de su-ceder a su padre en el reino, y determinada-mente no juzgó por entonces algo. Pero el mis-mo día, habiendo despedido todos los del Con-sejo, él mismo pensaba solo entre sí lo que deb-ía hacer: si por ventura conviniese hacer algunode los que estaban señalados en el testamentosucesor del reino, o si lo partiría todo en aque-lla familia; porque eran tantos, que tenían cier-tamente necesidad de socorro.***

Capítulo IIDe la batalla y muertes que hubo en Jerusalénentre los judíos y sabinianos.

Antes que César determinase algo de lo queconvenía que fuese hecho, murió de enferme-dad la madre de Arquelao, Malthace. Y fuerontraídas muchas cartas de Siria, que decían cómolos judíos se habían alborotado: por lo cualVarrón, pensando haber de ser así después dela partida y navegación de Arquelao a Roma,vínose a Jerusalén por estorbar e impedir a losautores del alboroto y escándalo. Y pareciéndo-le que el pueblo no se sosegaría, de las tres le-giones de gente que habla traído consigo desdeSiria, dejó una en la ciudad y volvióse luego aAntioquía.Pero como después llegase Sabino a Jerusalén,dió a los judíos ocasión de mover cosas nuevas,haciendo una vez fuerza a la gente de guardapor que le entregasen y rindiesen las fuerzas y

castillos, y otra pidiendo inicuamente los dine-ros del rey.No sólo confiaba éste en los soldados queVarrón había dejado allí, sino también en lamultitud de criados que tenía, los cuales esta-ban todos armados como ministros de su avari-cia. Un día, que era el quincuagésimo despuésde la fiesta, el cual llamaban los judíos Pente-costés, siete semanas después de la Pascua, quedel número de los días ha alcanzado tal nom-bre, juntóse el pueblo, no por la solemnidad dela fiesta, pero por el enojo e indignación quetenía. Vínose a juntar gran muchedumbre degente de Galilea, Idumea, Hiericunta, y de lasregiones y lugares que están de la otra parte delJordán, con todos los naturales de la ciudad;hicieron tres escuadrones y asentaron en tresdiversas partes sus campos: la una, en la parteseptentrional del templo; la otra, hacia el Me-diodía, cerca de la carrera de los caballos, y latercera hacia la parte occidental, no lejos del

palacio real: y rodeando de esta manera a losRomanos, los tenían cercados por todas partes.Espantado Sabino por ver tanta muchedumbrey el ánimo y atrevimiento grande, hacía mu-chos ruegos a Varrón, con muchos mensajerosque le enviaba, que le socorriese muy presto,porque si tardaba se perdería toda la gente quetenía; y él recogióse en la más alta y más hondatorre de todo el castillo, la cual se llamaba Fase-lo, que era el nombre del hermano aquel deHerodes que los partos mataron. De allí dabaseñal a la gente que acometiesen a los enemigosporque con el gran temor que tenía, no osabaparecer ni aun delante de aquellos que teníabajo de su potestad y mandamiento.Pero obedeciendo los soldados a lo que Sabinomandaba, corren al templo y traban una granpelea con los judíos; y como ninguno los ayu-dase ni les diese consejo, eran vencidos, no sa-biendo las cosas de la guerra, por aquellos quelas sabían y estaban diestros en ella. Pero, ocu-pando muchos de los judíos los portales y en-

tradas angostas, tirándoles muchas saetas dealli arriba, muchos con esto caían, y no podíanvengarse fácilmente de los que de lo alto lestiraban, ni podían sufrirlos cuando se llegabana pelear con ellos. Afligidos por unos y porotros, ponen fuego a los portales, maravillosospor la grandeza, obra y ornamento; y eran pre-sos muchos en aquel medio, o quemados enmedio de las llamas, o saltando entre los ene-migos, eran por ellos muertos: otros volvíanatrás y se dejaban caer por el muro abajo, yalgunos, desconfiando de poder alcanzar salud,adelantaban sus muertes al peligro del fuego, yellos mismos se mataban. Los que salían de losmuros y venían contra los romanos, espantadosy amedrentados con gran miedo, eran vencidosfácilmente y sin algún trabajo, hasta tanto que,muertos todos o desparramados con gran te-mor, dejado el tesoro de Dios por los que lodefendían, pusieron los soldados las manos enél y robaron de él cuarenta talentos, y los queno fueron robados, se los llevó Sabino.

Pero fué tan grande la pérdida de los judíos, asíde hombres como de riquezas, que se moviógran muchedumbre de ellos a venir contra losromanos; y habiendo cercado el palacio real,amenazábanles con la muerte si no salían deallí presto, dando licencia a Sabino, con toda sugente, para salirse. Ayudábanles muchos de losdel rey que se habían juntado con ellos; pero laparte más belicosa y ejercitada en la guerraeran tres mil sebastenos, cuyos capitanes eranRufo y Grato, el uno de la gente de a pie, y elRufo de la gente de a caballo; los cuales ambossolos, con la fuerza de sus cuerpos y con laprudencia que tenían, dieran mucho que hacera los romanos, aunque no tuvieran gente quefavoreciera sus partes.Dábanse, pues, prisa, y apretaban el cerco losjudíos, y con esto juntamente tentaban de de-rribar los muros, daban gritos a Sabino que sefuese y no les quisiese prohibir de alcanzar,después de tanto tiempo, la libertad que tantohabían deseado; pero no les osaba Sabino dar

crédito, aunque deseaba mucho salvarse, por-que sospechaba que la blandura y buenas pala-bras de los judíos eran por engañarle; y espe-rando cada hora el socorro de Varrón, sufría elpeligro del cerco.Había muchos ruidos y revueltas en este mis-mo tiempo por Judea, y muchos, con la ocasióndel tiempo, codiciaban el reino; porque enIdumea estaban dos mil soldados de los viejos,que habían seguido la guerra con Herodes, ymuy armados, contendían con los del rey, a loscuales trabajaba de resistir Achiabo, primo delrey, desde aquellos lugares, adonde estaba muybien fortalecido y proveido, rehusando salircon ellos a pelear al campo. En Séfora, ciudadde Galilea, estaba Judas, hijo de Ezequías,príncipe de los ladrones, preso algún tiempopor He el rey, el cual había entonces destruídotodas aquellas regiones; juntando muchedum-bre de gente, rompiendo los que aguardaban elganado del rey, y armando todos los que pudo

haber en su compañía, venía contra los quedeseaban alzarse con el reino.De la otra parte del río estaba uno de los cria-dos del rey, llamado Simón, el cual, confiandoen su gentileza y fuerzas, se puso una coronaen la cabeza, y con los ladrones que él habíajuntado, quemó el palacio de Hiericunta y mu-chos otros edificios que había muy galanos porallí, discurriendo por todas partes, y ganó enquemar tado esto fácilmente gran tesoro. Hu-biera éste quemado ciertamente todos los edifi-cios y casas gentiles que había por allí, si Grato,capitán de la gente de a pie del rey, no se dieraprisa y diligencia en resistirle, sacando deThracon los arqueros y la gente de guerra delos sebastenos. Murieron muchos de la gente dea pie; pero supo dar recaudo en haber a Simóny atajarle los pasos, aunque él iba huyendo porlos recuestos y alturas de un valle; al fin conuna saeta le derribó.Fueron quemados todos los aposentos y casasreales que estaban cerca del Jordán; y en Bet-

harantes se levantaron algunos otros, venidosde la otra parte del río; porque hubo un pastorllamado Athrongeo, que confiaba alcanzar elreino, dándole alas para esto su fuerza y la con-fianza que en su ánimo grande tenía, el cualmenospreciaba la muerte y también en los áni-mos valerosos, si tal nombre merecen, de cua-tro hermanos que tenía, y su esfuerzo, de loscuales servía como de cuatro capitanes y sátra-pas, dando a cada uno su escuadrón y compañ-ía de gente armada; y él, como rey, entendía ytenía cargo de negocios más importantes. En-tonces él también se coronó. No estuvo despuéspoco tiempo con sus hermanos destruyendotodas aquellas tierras, sin que alguno de losjudíos le pudiese huir de cuantos sabía él que lepodían dar algo; y mataba también a todos losromanos que podía haber y a la gente del rey.Osaron también cercar un escuadrón de roma-nos, el cual hallaron cerca de Amathunta, quellevaba trigo y armas a los soldados. Mataronaquí al centurión Ario y a cuarenta hombres

más de los más esforzados; y puestos todos losotros en el mismo peligro, libráronse con elsocorro de Grato, que les víno encima con lossebastenos.Hechas muchas cosas de esta manera, tantocontra los naturales como contra los extranje-ros, pasando algún tiempo, fueron presos tresde éstos; al mayor de edad prendió Arquelao, ylos dos después del mayor, vinieron en manosde Grato y de ptolomeo; porque al cuarto per-donó Arquelao haciendo pactos con él; pero enfin todos alcanzaron fin de esta manera; y en-tonces con guerra de ladrones ardía toda Judea.***

Capítulo IIIDe lo que Varrón hizo con los judíos quemandó ahorcar.Después que Varrón hubo recibido las cartas

de Sabino v de los otros príncipes, temiendopeligrase toda la gente, dábase prisa por soco-rrerles. Por esta causa vino hacia Ptolemaidacon las otras dos legiones que tenía, y cuatroescuadras de gente de a caballo; adonde mandóque se juntasen todos los socorros de los reyesy de la gente principal. Tomó también ademásde éstos, mil quinientos hombres de armas delos beritos.Cuando hubo llegado a Ptolemaida el rey delos árabes Areta con mucha gente de a pie ymucha de a caballo, envió luego parte de suejército a Galilea, que estaba cerca de Ptole-maida, poniendo por capitán de ella el hijo desu amigo Galbo; el cual hizo presto huir todosaquellos contra los cuales había ido; y tomando

la ciudad de Séforis, quemóla y cautivó a todoslos ciudadanos de allí.Habiendo, pues, Varrón alcanzado el mando yapoderádose de toda Samaria, no quiso hacerdaño en toda la ciudad, porque halló no haberella movido algo en todas aquellas revueltas.Puso su campo en un lugar llamado Arún, elcual solía poseer Ptolomeo, y había sido sa-queado por los árabes por el enojo que teníancontra los amigos de Herodes. De allí partiópara el otro lugar llamado Saso' el cual era muyseguro, y saquearon todo el lugar y todo lo queallí hallaron: todo estaba lleno de fuego y desangre, y no había ninguno que refrenase niimpidiese los robos grandes que los árabes hac-ían.Fué también quemada la ciudad de Amaus, pormandato de Varrón, enojado por la muerte deArio y de los otros, y fueron dispersados losciudadanos, huyendo de allí. De aquí partiópara Jerusalén con todo su ejército; y con sóloverlo venir, los judíos todos huyeron, unos de-

jando el campo y sus cosas, otros se escondíanpor los campos para salvarse; pero los que es-taban dentro de la ciudad, recibiéronlo y echa-ban la culpa de aquella revuelta y levantamien-to a los otros, diciendo que ellos no sabían algoen todo lo que había sucedido; sino qu~ porcausa de la fiesta les había sido fuerza y necesa-rio recibir tanta muchedumbre dentro de laciudad, y que ellos habían sido con los romanoscercados; mas no se hablan ciertamente levan-tado con los que huyeron.Habíanle salido antes al encuentro Josefo,prímo de Arquelao y Rufo con Grato, los cualestraían el ejército del rey. Venían los soldadossebastenos y los romanos vestidos a su maneraacostumbrada; porque Sabino se había salidohacia la mar, por temor de presentarse delantede Varrón. Este, dividiendo su ejército en par-tes, envióles a todos por los campos a buscarlos autores de aquel motín y revuelta levanta-da; y presentándole muchos de ellos, a los queeran menos culpados, mandábalos guardar;

pero de los que era manifiesta su deuda y sesabía claramente el daño que habían hecho,ahorcó casi dos mil. Habiéndole dicho que cerca los árabes que seretirasen armados, mandó luego a los árabesque se retirasen a sus casas, porque no servíanen la guerra como hombres que hombres a suscasas, porque no peleaban por ayudarles, sinopor su codicia, viendo también que destruían ytalaban los campos muy contra su voluntad.Después acompañado de sus escuadrones, fuéen alcance de los enemigos; pero ellos, por con-sejo de Achiabo, se entregaron a Varrón antesque fuesen presos por fuerza, y perdonando alvulgo y muchedumbre, envió los capitanes aCésar para que fuesen examinados. Cuandoperdonó a todos los otros, castigó algunos pa-rientes del rey, entre los cuales había muchosmuy allegados de Herodes, por haberse arma-do contra su reyAsí Varrón, habiendo apaciguado las cosas enJerusalén, y dejado allí aquella legión o com-

pañía de gente que solla estar antes en guardade la ciudad, volvióse a Antioquía.***

Capítulo IVDe las acusaciones contra Arquelao, y de ladivisión. de todo el reino hecha por César.

Luego los judíos levantaron a Arquelao otronuevo pleito en Roma, aquellos que habíansalido, permitiéndolo Varrón, por embajadoresantes de la revuelta y escándalo, por pedir lalibertad que su gente solía tener. Habían venidocincuenta hombres, y estaban en favor de ellosmás de ocho mil judíos, los cuales vivían enRoma.Por esto juntando César consejo de los más no-bles romanos, y más amigos dentro del templode Apolo Palatino, el cual era edificio privadosuyo adornado muy ricamente, vino la mu-chedumbre de los judíos con todos sus embaja-dores a presentarse a César, y Arquelao tam-bién por otra parte con todos sus amigos; habíade cada parte muchos amigos de sus propiosparientes muy secretamente, porque unos

rehusaban de estar con Arquelao, por el odio yenvidia que le tenían, y tenían por vergüenza yfealdad verse delante de César con los acusado-res.Entre éstos estaba también Filipo, hermano deArquelao, enviado con buena voluntad porVarrón, movido a ello por dos causas: la una,por que socorriese a Arquelao, y la otra, porquesi le placía a César dividir el reino que Herodeshabía tenido entre todos sus parientes, se pu-diese él llevar algo por su parte.Mandó César que declarasen primero en quéhabía Herodes pecado contra sus leyes; res-pondieron todos a una voz, que habían sufridono rey, pero el mayor tirano que se hubiesehasta aquellos tiempos visto; y quejábanse, queademás de haber muerto gran muchedumbrede ellos, los que quedaban en vida habían su-frido tales cosas de él, que se tuvieran todos pormás bienaventurados, si fueran muertos. Por-que no sólo él había despedazado los cuerposde sus súbditos, con varios y diversos tormen-

tor, sino aun despoblando las ciudades de susvecinos y gente propia suya, las había dado agente extraña y puéstolos a ellos en sujeción deella; haber dado la sangre de los judíos a pue-blos extranjeros, en vez de la dicha y prosperi-dad que antiguamente todos tener solían, porlas leyes de su patria, llenó Coda su nación detanta pobreza y tantas maldades, que cierta-mente habían sufrido más muertes y matanzasde Herodes en pocos años, que sufrieron suspadres antepasados jamás en todo el tiempodespués de la cautividad de Babilonia, en tiem-po que reinaba Jerjes. Pero que habían aprendi-do tanta paciencia y modestia por casos tanmiserables y por tan contraria fortuna, que ten-ían por bien empleada de propia voluntad laservidumbre amarga, a la cual estaban sujetos;pues habían levantado sin tardanza por rey aArquelao, hijo de tan gran tirano, después demuerto el padre; y llorado juntamente con lamuerte de Herodes, y celebrado sus sacrificiospor su sucesor. Arquelao, como temiendo no

parecer su hijo verdadero, había comenzado sureino can muerte de tres mil ciudadanos, ymostrando que merecía ser príncipe de todos,había hecho sacrificios de tantos hombres, lle-nando en un día de fiesta el templo de tantoscuerpos muertos. Los que quedaban, pues, hab-ían hecho muy bien después de tantas adversi-dades y desdichas, en considerar daños tangrandes y desear por ley de guerra padecer; porlo cual humildemente todos rogaban a los ro-manos que tuviesen por bien haber misericor-dia de to que de Judea sobraba salvo, y no die-sen lo que de toda esta nación quedaba en vida,a hombres que tan cruelmente los trataban, sinoque juntasen con los fines y términos de Sirialos de Judea, y determinasen jueces romanosque los rigiesen y amonestasen. De esta maneraexperimentarían que los judíos, que ahora lesparecían deseosos de guerra y revolvedores,saben obedecer a los buenos regidores. Con talsuplicación acabaron su acusación los judíos.

Levantándose entonces Nicolao contra ellos,deshizo primero todas las acusaciones que hab-ían hecho contra sus reyes; y después comenzóa reprender y acusar la nación judaica, diciendoque muy dificultosamente podía ser gobernada,y que de natural les venía no querer obedecer asus reyes; acusaba también a los deudos deArquelao, que se habían pasado a favorecer alos acusadores suyos.Oídas ambas partes, despidió César el ayunta-miento, y pocos días después dió a Arquelao lamitad del reino con nombre de tetrarquía, pro-metiéndole hacerlo rey si hacía obras que lomereciesen. Dividió la parte que quedaba endos tetrarquías o principados, y diólas a losotros dos hijos de Herodes: el uno a Filipo, y elotro a Antipas, el que había tenido contiendacon Arquelao sobre la sucesión del reino.Habíanle caído a éste por su pane las regionesque están de la otra parte del río, y Galilea; delas cuales tierras cobraba cada año doscientostalentos. A Filipo le fué dada Batanea, Trachón,

Auranitis y algunas partes de Ia casa de Zenón,cerca de Jamnia, cuya renta subía cada año acien talentos. El principado de Arquelao, com-prendía a Samaria, Idumea y a Judea; pero hab-íales sido quitada la cuarta pane de los tributosque solían pagar, porque él no se había rebela-do ni levantado con los otros. Fuéronle entre-gadas las ciudades que había de regir, y eran latome de Estratón, Sebaste, Jope y Jerusalén; lasotras, es a saber: Gaza, Gadara a Hipón, fueronquitadas por César del mando del reino, y jun-tadas con el de Siria. Tenía Arquelao de rentacuarenta talentos.Quiso también César que fuese Salomé señorade Jamnia, de Azoto y de Faselides, además detodo to que le había sido dejado en el testamen-to del rey. Dióle también un palacio en Ascalo-na, y valíale todo to que tenía sesenta talentos;pero quiso que su casa estuviese sujeta a Ar-quelao.Habiendo, pues, dado a cada uno de los otrosparientes de Herodes, conforme a to que halla-

ba en su testamento escrito, dió aún, ademásdel testamento, a dos hijas suyas doncellas qui-nientos mil dineros, y casólas con los hijos deFeroras. Y divididos y partidos de esta maneratodos los bienes que había Herodes dejado,repartió también entre todos aquéllos mil talen-tos que le habían sido a él dejados, exceptuan-do algunas cocas de muy poco precio, que élquiso retener para sí por memoria y honra deldifunto.***

Capítulo VDel mancebo que fingió falsamente ser Alejan-dro, y cómo fué preso.

En este tiempo un mancebo judío de nación,criado en un lugar de los sidonios con un liber-to de los romanos, fingiendo que era él Alejan-dro, aquel que Herodes había muerto, porque ala verdad le era muy semejante, vínose a Romacon pensamiento de engañarlos. Tenía porcompañero a un otro judío de su tierra, el cualsabía muy bien todo to que en el reino habíapasado. Instruído por éste, y hecho sabedor detodo, afirmaba que por misericordia de aque-llos que habían venido a matar a él y a Aristó-bulo, los habían librado de la muerte, poniendootros cuerpos semejantes a los suyos.Había ya engañado con estas palabras a mu-chos judíos de los que vivían en Creta, y recibi-do a11í harto magnífica y liberalmente, y pa-sando a Melo, donde juntó mayores tesoros,

había también movido a muchos de sus hués-pedes, con gran semejanza de verdad, que na-vegasen con él a Roma. A1 fin, llegado a Dice-archia, habiendo recibido a11í muchos donesde los judíos, acompañábanle los amigos deHerodes, no menos que si fuera rey.Era éste tan semejante en la cara a Alejandro,que los que habían visto y conocido al muerto,juraban y tenían que era el mismo. Con esto,todos los judíos de Roma salían por verlo, yjuntábase gran multitud de gente en las callespor donde había de pasar. Habían muchos sidotan locos, que to llevaban en una silla y le hac-ían acatamiento con sus propios gastos y dis-pensas, como si fuera realmente rey.Pero conociendo César muy bien la cara deAlejandro, porque había sido antes acusado ytraído delante de él por su padre Herodes,aunque antes de juntarse con él había conocidoel engaño de la semejanza que tenía con elmuerto, pensó todavía dejarle holgar algún ratocon su esperanza, y envió a un hombre llamado

Celado, que conocía muy bien a Alejandro, aque trajese el mancebo delante de él.En la hora que lo vió, conoció luego la diferen-cia del uno al otro, y principalmente cuandovió que era su cuerpo tan rústico y su maneratan servil, entendió la burla y ficción muy cla-ramente. Pero fué muy movido y enojado conel atrevimiento de sus palabras, porque a losque le preguntaban de Aristóbulo, respondióque estaba vivo y salvo, pero que no había que-rido venir adrede y con consejo, porque estabaen Chipre guardándose de todas las asechanzasque le podían hater, porque estando ellos dosapartados, menos podían ser presos que si es-tuviesen juntos. Apartólo de todos los que allíestaban, y díjole que César le salvaría la vida sile descubría y manifestaba quién había sido elautor de tan gran maldad y engaño. Prome-tiéndolo hacer, fué llevado delante de César;señalóle el judío, y díjole cómo se había mala-mente y con engaño servido de la semejanzapor haber ganancia y allegar dineros, afirmán-

dole que había recibido de las ciudades no me-nus Bones, antes muchos más que si fuera elmismo Alejandro. Rióse con esto César, y pusoal falso Alejandro, por tener cuerpo para ello,en sus galeras por remador, y mandó matar alque tal había persuadido; juzgando que eraharto castigo de la locura de los de Melo, per-der los gastos que habían hecho con este man-cebo.***

Capítulo VIDel destierro de Arquelao.Recibida la tierra que a Arquelao tocaba,

acordándose de la discordia pasada, no quisomostrarse cruel con los judios, sino también contodos los de Samaria; y nueve años despuésque le fué dado aquel principado y mando,enviando embajadores ambas partes a Césarpara acusarlo, fué desterrado en una ciudad deGalia, llamada Viena, y su patrimonio lo con-fiscó el César.Dícese que antes que fuese llevado delante deCésar había visto un sueño de esta manera.Habla soñado que los bueyes comían nueveespigas, las mayores y mas llenas; y llamandodespués sus adivinos y algunos de los caldeos,habíales preguntado que le dijesen su parecerde aquel sueño. Corno eran hombres diversos,así también las declaraciones eran diversas.Uno, llamado Simón y esenio de linaje, dijo quelas espigas denotaban años, y los bueyes las

mudanzas grandes de las cosas, porque arandoellos los campos, volvían toda la tierra y la tro-caban, y que había de reinar él tantos añoscuantas eran las espigas que había soñado; yque después de haber visto y experimentadomuchas mutaciones en todas sus cosas, habíade morir.Cinco días después de haber oído estas cosas,fué Arquelao llamado a juicio y a defender sucausa. También pareciáme cosa digna de hacersaber y contar aquí, el sueño de su mujer Glafi-ra, hija de Arquelao, rey de Capadocia, la cualfué mujer primero de Alejandro, hermano deeste de quien hablamos, e hijo M rey Herodes,por quien fué muerto, como hemos contado.Casada después con Iuba, rey de Lybia, ymuerto éste, habiéndose vuelto a su tierra, quedando viuda en la casa de su padre, cuando lavió Arquelao, príncipe de aquella tierra, tomólatan gran amor, que luego quiso casarse con ella,desechando a su mujer Mariamma. Esta, pues,poco después que volvió de Judea, le pareció

que vió en sueños a Alejandro delante de si,que le decía esta palabras: "Bastábate el matri-monio del rey de Lybia; pero tú, no contentaaun con él, vuelves otra vez a mis tierras, codi-ciosa de tener tercer marido; y lo que me es másgrave, juntástete con mi hermano en matrimo-nio; pues yo te prometo que no disimularé lainjuria que en ello me haces, y, a pesar tuyo, yote recobraré." Y declarado este sueño, apenasvivió después dos días más.***

Capítulo VIIDel galileo Simón y de las tres sectas que huboentre los judíos. Reducidos los límites de Arquelao a una pro-vincia de los romanos, fué enviado un caballeroromano, llamado Coponio, por procurador deella, dándole César poder para ello.Estando éste en el gobierno, hubo un galileo,llamado por nombre Simón, el cual fué acusadode que se habla rebelado, reprendiendo a susnaturales que sufrían pagar tributo a- los ro-manos, y que sufrían por señor, excepto a Dios,los hombres mortales.Era éste cierto sofista por sí y de propia secta,desemejante y contraria a todas las otras.Había entre los judíos tres géneros de filosofía:el uno seguían los fariseos, el otro los saduceos,y el tercero, que todos piensan ser el más apro-bado, era el de los esenios, judíos naturales,pero muy unidos con amor y amistad, y los quemás de todos huían todo ocio y deleite torpe, y

mostrando ser continentes y no sujetarse a lacodicia, tenían esto por muy gran. virtud. Estosaborrecen los casamientos, y tienen por parien-tes propios los hijos extraños que les son dadospara doctrinarlos; muéstranles e instrúyenloscon sus costumbres, no porque sean ellos deparecer deberse quitar o acabar la sucesión ygeneración humana, pero porque piensan de-berse todos guardar de la intemperancia y luju-ria, creyendo que no hay mujer que guarde la fecon su marido castamente, según debe. Suelentambién menospreciar las riquezas, y tienenpor muy loada la comunicación de los bienes,uno con otro; no se halla que uno sea más ricoque otro; tienen por ley que quien quisiere se-guir la disciplina de esta secta, ha de poner to-dos sus bienes en común para servicio de todos;porque de esta manera ni la pobreza se mostra-se, ni la riqueza ensoberbeciese; pero mezcladotodo junto, corno hacienda de hermanos, fuesetodo un común patrimonio. Tienen por cosa deafrenta el aceite, y si alguno fuere untado con él

contra su voluntad, luego con otras cosas hacelimpiar su cuerpo, porque tienen lo feo porhermoso, salvo que sus vestidos estén siempremuy limpios; tienen procuradores ciertos paratodas sus cosas en común y juntos. No tienenuna ciudad cierta adonde se recojan; pero encada una viven muchos, y viniendo algunos delos maestros de la secta, ofrécenle todo cuantotienen, como si le fuese cosa propia; vénse conellos, aunque nunca los hayan visto, como muyamigos y muy acostumbrados; por esto, en susperegrinaciones no se arman sino por causa delos ladrones, y no llévan consigo cosa alguna;en cada ciudad tienen cierto procurador delmismo colegio, el cual está encargado de recibirtodos los huéspedes que vienen, y éste tienecuidado de guardar los vestidos y proveer lo demás necesario a su uso. Los muchachos queestán aún debajo de sus maestros, no tienentodos más de una manera de vestir, y el calzares a todos semejante; no mudan jamás vestidoni zapatos, hasta que los primeros sean o rotos

o consumidos con el uso del traer y servicio; nocompran entre ellos algo ni lo venden, dandocada uno lo que tiene al que está necesitado;comunícanse cuanto tienen de tal manera, quecada uno toma lo que le falta, aunque sin daruno por otro y sin este trueque, tienen todos li-bertad de tomar de cada uno que les parecieseaquello que les es necesario.. Tienen mucha religión y reverencia, a Diosprincipalmente; no hablan antes que el sol salgaalgo que sea profano; antes le suelen celebrarciertos sacrificios y oraciones, como rogándoleque salga; después los procuradores dejan ir acada uno a entender en sus cosas, y despuésque ha entendido cada uno en su arte comodebe, júntanse todos, y cubiertos con unas toa-llas blancas de lino, lávanse con agua fría suscuerpos; hecho esto, recógense todos en ciertoslugares adonde no puede entrar hombre deotra secta. Limpiados, pues, y purificados deesta manera, entran en su cenáculo, no de otramanera que si entrasen en un santo templo, y

asentados con orden y con silencio, póneles acada uno el pan delante, y el cocinero una es-cudilla con su taje, y luego el sacerdote bendicela comida, porque no feos es lícito comer boca-do sin hacer primero oración a Dios; despuésde haber comido hacen sus gracias, porque enel principio y en el fin de la comida dan graciasy alabanzas a Dios, como que de El todo proce-de, y es el que les da mantenimiento; despuésdejando aquellas vestiduras casi como sagra-das, vuelven a sus ejercicios hasta la noche,recogiéndose entonces en sus casas, cenan, yjunto con ellos los huéspedes también, si algu-nos hallaren.No suele haber aquí entre ellos ni clamor, nigritos, ni ruido alguno; porque aun en el hablarguardan orden grande, dando los unos lugar alos otros, y el silencio que guardan parece a losque están fuera de allí, una cosa muy secreta ymuy venerable; la causa de esto es la gran tem-planza que guardan en el comer y beber, por-que ninguno llega a más de aquello que sabe

serle necesario; pero aunque no hacen algo, entodo cuanto hacen, sin consentimiento El pro-curador o maestro de todos, todavía son libresen dos cosas, y son éstas: ayudar al que tiene deellos necesidad, y tener compasión de los afli-gidos porque permitido es a cada uno socorrera los que fueren de ello dignos, según su volun-tad, y dar a los pobres mantenimiento.Solamente les está prohibido dar algo a susparientes y deudos, sin pedir licencia a sus cu-radores; saben moderar muy bien y templar suira, desechar toda indignación, guardar su fe,obedecer a la paz, guardar y cumplir cuantodicen, como si con juramento estuviesen obli-gados; son muy recatados en el jurar, porquepiensan que es cosa de perjuros, porque tienenpor mentiroso aquel a quien no se puede darcrédito sin que llame a Dios por testigo. Hacengran estudio de las escrituras de los antiguos,sacando de ellas principalmente aquello queconviene para sus almas y cuerpos, y por tanto,suelen alcanzar la virtud de muchas hierbas,

plantas, raíces y piedras, saben la fuerza y po-der de todas, y esto escudriñan con gran dili-gencia.A los que desean entrar en esta secta no losreciben luego en sus ayuntamientos, pero dan-les de fuera un año entero de comer y beber,con el mismo orden que si con ellos estuviesenjuntamente, dándoles también una túnica, unavestidura blanca y una azadilla; después quecon el tiempo han dado señal de su virtud ycontinencia, recíbenlos con ellos y participan desus aguas y lavatonios, por causa de recibir conellos la castidad que deben guardar, pero no losjuntan a comer con ellos; porque después quehan mostrado su continencia, experimentan suscostumbres por espacio de dos años más, y pa-reciendo digno, es recibido entonces en la com-pañía. Antes que comiencen a comer de lasmismas comidas de ellos, hacen grandes jura-mentos y votos de honrar a Dios, y después,que con los hombres guardarán toda justicia yno dañarán de voluntad ni de su grado a algu-

no, ni aunque se lo manden; y que han de abo-rrecer a todos los malos y que trabajarán conlos que siguen la justicia de guardar verdad contodos y principalmente con los príncipes; por-que sin voluntad de Dios, ninguno puede llegara ser rey ni príncipe. Y si aconteciere que élvenga a ser presidente de todos, jura y prometeque no se ensoberbecerá, ni usará mal de supoder para hacer afrenta a los suyos; pero queni se vestirá de otra diferente manera que vantodos, no más rico ni más pomposo, y quesiempre amará la verdad con propósito-e inten-ción de convencer a los mentirosos; tambiénpromete guardar sus manos limpias de todohurto, y su ánima pura y limpia de provechosinjustos; y que no encubrirá a los que tiene porcompañeros, que le siguen, algún misterio; yque no publicará algo de los a la gente profana,aunque alguno le quiera forzar amenazándolecon la muerte. Añaden también que no orde-narán reglas nuevas, ni cosa alguna más deaquellas que ellos han recibido. Huirán todo

latrocinio y hurto; conservarán los libros de susleyes y honrarán los nombres de los ángeles.Con estos juramentos prueban y experimentana los que reciben en sus compañías, y fortalé-cenlos con ellos; a los que hallan en pecadoséchanlos de la compañía, y el que es condenadomuchas veces, lo hacen morir de muerte mise-rable; los que están obligados a estos juramen-tos y ordenanzas no pueden recibir de algúnotro comer ni beber, y cuando son echados,comen como bestias las hierbas crudas de talmanera, que s les adelgazan tanto sus miem-bros con e1 hambre, que vienen finalmente amorir; por lo cual, teniendo muchas veces com-pasión de muchos, los recibieron ya estando enlo último de si vida, creyendo y juzgando quebastaba la pena recibida por la delitos y peca-dos cometidos, pues los habían llevado a lamuerte.Son muy diligentes en el juzgar, y muy justos;entienden en los juicios que hacen no menos decien hombres juntos, y lo que determinan se

guarda y observa muy firmemente; después deDios, tienen en gran honra a Moisés, fundadorde sus leyes, de tal manera, que si alguno hablamal contra él, es condenado a la muerte.Obedecer a los viejos y a los demás que algoordenan o mandan, tiénenlo por cosa muyaprobada; si diez están juntos no hay algunoque hable a pesar de los otros; guárdanse déescupir en medio o a la parte diestra, y honranla fiesta del sábado más particularmente y conmás diligencia que todos los otros judíos; puesno sólo aparejan un día antes por no encenderfuego el día de fiesta, ni aun osan mudar unvaso de una parte en otro, ni purgan sus vien-tres, aunque tengan necesidad de hacerlo.Los otros días cavan en tierra un pie de hondocon aquella azadilla que dijimos arriba que seda a los novicios, y por no hacer injuria al res-plandor divino, hacen sus secretos allí cubier-tos, y después vuelven a ponerle encima la tie-rra que sacaron antes, y aun esto lo suelenhacer en lugares muy secretos; y siendo esta

purgación natural, todavía tienen por cosa muysolemne limpiarse de esta manera; distínguenseunos de otros, según el tiempo de la abstinenciaque han tenido y guardado, en cuatro órdenes,y los más nuevos son tenidos en menos que losque les preceden, tanto, que si tocan alguno deellos, se lavan y limpian, no menos que sihubiesen tocado algún extranjero; viven muchotiempo, de tal manera, que hay muchos quellegan hasta cien años, por comer siempre or-denados comeres y muy sencillos, y segúnpienso, por la gran templanza que guardan.Menosprecian también las adversidades, y ven-cen los tormentos con la constancia, paciencia yconsejo; y morir con honra júzganlo por mejorque vivir.La guerra que tuvieron éstos con los romanos,mostró el gran ánimo que en todas las cosastenían, porque aunque sus miembros eran des-pedazados por el fuego y diversos tormentos,no pudieron hacer que hablasen algo contra elerror de la ley, ni que comiesen alguna cosa

vedada, y aun no rogaron a los que los ator-mentaban, ni lloraron siendo atormentados;antes riendo en sus pasiones y penas grandes, yburlándose de los que se lo mandaban dar,perdían la vida con alegría grande muy cons-tante y firmemente, teniendo por cierto que nola perdían, pues la hablan de cobrar otra vez.

Tienen una opinión por muy verdadera,que los cuerpos son corruptibles y la materia deellos no se perpetúa; pero las quedan siempreinmortales, y siendo de un aire muy sutil, sonpuestas dentro de los cuerpos corno en cárceles,retenidas con halagos naturales; pero cuandoson libradas de estos nudos y cárceles, libradascomo de servidumbre muy grande y muy lar-ga, luego reciben alegría y se levantan a lo alto;y que las buenas, conformándose en esto con lasentencia de los griegos, viven a la otra partedel mar Océano, adonde tienen su gozo y sudescanso, porque aquella región no está fatiga-da con calores, ni con aguas, ni con fríos, ni connieves, pero muy fresca con el viento occidental

que sale del océano, y ventando muy suave-mente está muy deleitable. Las malas ánimastienen otro lugar lejos de allí, muy tempestuosoy muy frío, Heno de gemidos y dolores, adondeson atormentadas con pena sin fin.Paréceme a mi que con el mismo sentido losgriegos han apartado a todos aquellos que lla-man héroes y semidioses en unas islas de bien-aventurados, y a los malos les han dado unlugar allí en el centro de la tierra, llamado in-fierno, adonde fuesen los impíos atormentados;aquí fingieron algunos que son atormentadoslos sísifos, los tántalos, los ixiones y los tirios,teniendo, por cierto al principio que las almasson inmortales, y de aquí el cuidado que tienende seguir la virtud y menospreciar los vicios;porque los buenos, conservando esta vida, se-hacen mejores, por la esperanza que tienen delos bienes eterno después de esta vida, y losmalos son detenidos, porque aunque estandoen la vida han estado como escondidos, serándespués de la muerte atormentados eternamen-

te. Esta, pues, es la filosofía de los esenios, lacual, cierto, tiene un halago, si una vez se co-mienza a gustar, muy inevitable. Hay entreellos algunos que dicen saber las cosas por ve-nir, por sus libros sagrados y por muchas santi-ficaciones Y muy conformes con los dichos delos profetas desde su primer tiempo; y muypocas veces acontece que lo que ellos predicende lo que ha de suceder, no sea así como ellosseñalan.Hay también otro colegio de esenios, los cualestienen el comer, costumbres y leyes semejantesa las dichas, pero difiere en la opinión del ma-trimonio; y dicen que la mayor parte de la vidadel hombre es por la sucesión, y que los queaquello dicen la cortan, porque si todos fuesende este parecer, luego el género humano faltar-ía; pero todavía tienen ellos sus ajustamientostan moderados, que gastan tres años en expe-rimentar a sus mujeres, y si en sus purgacionesles parecen idóneas y aptas para parir, tóman-las entonces y cásanse con ellas.

Ninguno de ellos se llega a su mujer si estápreñada, para demostrar que las bodas y ajun-tamientos de marido y mujer no son por delei-te, sino por el acrecentamiento y multiplicaciónde los hombres; las mujeres, cuando se lavan,tienen sus túnicas o camisas de la manera delos hombres y éstas son las costumbres de esteayuntamiento.Los fariseos son de las dos órdenes arriba pri-meramente dichas, los cuales tienen más ciertavigilancia y conocimiento de la ley; éstos suelenatribuir cuanto se hace a Dios y a la fortuna, yque hacer bien o mal, dicen estar en manos delhombre pero que en todo les puede ayudar lafortuna. Dicen también que todas las ánimasson incorruptibles; pero que pasan a los cuer-pos de otros solamente las buenas, y las malasson atormentadas con suplicios y tormentosque nunca fenecen ni se acaban.La segunda orden es la de los saduceos, quitandel todo la fortuna, y dicen que Dios ni hacealgúp mal ni tampoco lo ve; dicen también que

les es propuesto el bien y el mal, y que cadauno toma y escoge lo que quiere, según su vo-luntad; niegan generalmente las honras y penasde las ánimas, y no les dan ni gloria ni tormen-to.Los fariseos ámanse entre sí unos a otros, de-séanse bien, y júntanse con amor; pero los sa-duceos difieren y desconforman entre sí concostumbres muy fieras, no ven con buenos ojosa los extranjeros, antes son muy inhumanospara con ellos.Estas cosas son las que hallé para decir de lassectas de los judíos; volveré ahora a lo comen-zado.***

Capítulo VIIIDel regimiento de Piloto y de su gobierno.

Reducido el reino de Arquelao en orden deprovincia, los otros, es a saber, Filipo y Hero-des, llamado por sobrenombre Antipas, reglansus tetrarquias; por Salomé, muriendo, dejó ensu testamento a Julia, mujer de Augusto, la par-te que había tenido en su regimiento, y lospalmares en Faselide. Viniendo después a seremperador Tiberio, hijo de Julia, después de lamuerte de Augusto, que fué emperador cin-cuenta y siete años, seis meses y dos días, que-dando en sus tetrarquías Herodes y Filipo.Este, cerca de las fuentes en donde nace el ríoJordán, hizo y fundó una ciudad en Paneade, lacual llamó Cesárea, y otra en Gaulantide la Ba-ja, la cual quiso llamar Juliada, y Herodesfundó en Galilea otra que llamó Tiberíada, y enPerea otra, por nombre Julia.

Siendo enviado Pilato por Tiberio a Judea, yhabiendo tomado en su regimiento aquella re-gión, una noche muy callada trajo las estatuasde César y las metió dentro de Jerusalén; y estotres días después fué causa de gran revuelta enJerusalén entre los judíos; porque los que estovieron fueron movidos con gran espanto y ma-ravilla, como que ya sus leyes fueran con aquelhecho profanadas; porque no, tenían por cosalícita poner en la ciudad estatuas o imágenes dealguno, y con las quejas y grita de los ciudada-nos de Jerusalén, Hegáronse también muchosde los lugares vecinos, y viniendo luego a Cesá-rea por hablar a Pilato, suplicábanle con grandeafición que quitase aquellas imágenes de Jeru-salén, y que les guardase y defendiese el dere-cho de su patria.No queriendo Pilato hacer lo que le suplicaban,echáronse por tierra cerca de su casa, y estuvie-ron allí sin moverse cinco días y cinco nochescontinuas. Después, viniendo Pilato a su tribu-nal, convocó con gran deseo toda la muche-

dumbre de los judíos delante de él, como siquisiese darles respuesta, y tan presto comofueron delante, hecha la señal, luego hubo mul-titud de soldados, porque así estaba ya ordena-do, que los cercaron muy armados, y rodeáron-los con tres escuadrones de gente. Espantáronsemucho los judíos viendo aquella novedad, quedespedazaría a todos si no recibían las imáge-nes y estatuas de César, y señaló a los soldadosque sacasen de la vaina sus espadas.Los judíos, viendo esto, como si lo trajeran asíconcertado, échanse súbitamente a tierra y apa-rejaron sus gargantas para recibir los golpes,gritando que más querían morir todos quepermitir, siendo vivos, que fuese la ley que ten-ían violada y profanada. Entonces Pilato, ma-ravillándose de ver la religión grande de éstos,mandó luego quitar las estatuas de Jerusalén.Después movió otra revuelta. Tienen los judíosun tesoro sagrado, al cual llaman Corbonan, ymandólo gastar en traer el agua, la cual hizoque viniese de trescientos estadios lejos; por

esto, pues, el vulgo y todo el pueblo echabaquejas, de tal manera, que viniendo a JerusalénPilato, y saliendo a su tribunal, lo cercaron losjudíos; pero él habíase ya para ello proveído,porque había puesto soldados armados entre elpueblo, cubiertos con vestidos y disimulados;mandóles que no los hiriesen con las espadas,pero que les diesen de palos si se movían a al-go. Ordenadas, pues, de esta manera las cosas,dio señal del tribunal, a donde estaba, y heríande esta manera a los judíos, de los cuales mu-rieron muchos por las heridas grandes que allírecibieron, y muchos otros perecieron pisadospor huir miserablemente.Viendo entonces el pueblo la muchedumbre delos muertos, atónito mucho por ello, callóse; ypor esto Agripa, hijo de Aristóbulo, a quienHerodes mandó matar, y el que acusó a Hero-des el tetrarca, vínose a Tiberio; pero no que-riendo recibir éste sus acusaciones, residiendoen Roma, hacíase conocer y trabajaba por ganarlas amistades de todos los poderosos; era muy

servidor y amaba en gran manera a Cayo, hijode Germánico, siendo aún privado y hombreparticular. Y estando un día en un solemnebanquete con él convidado, al fin de la comidalevantó ambas manos al cielo, y comenzó a ro-gar a Dios manifiestamente que le pudiese verseñor de todo, después de la muerte de Tiberio;p . ero como uno de sus familiares amigoshubiese hecho saber esto a Tiberio, mandó lue-go poner en cárcel a Agripa, el cual fue deteni-do allí por espacio de seis meses con grandísi-mo trabajo, hasta la muerte de Tiberio.Muerto éste después de haber reinado vein-tidós años, seis meses y tres días, sucediéndoleCayo César, libró de la cárcel a Agripa, y diólela tetrarquía de Filipo, porque éste era ya muer-to, y llamólo rey. Habiendo después llegadoAgripa al reino, movió por envidia la codiciadel tetrarca Herodes. Movíalo en gran manera aesperanzas de alcanzar el reino, Herodia, sumujer, reprendiendo su negligencia, y diciendoque por no haber querido navegar a verse con

César, carecía de mayor poder que tenía; por-que corno había hecho a Agripa rey, de hombreque era particular, ¿cómo dudaban en confiarque á él, que era tetrarca, no le concediese lamisma honra? Movido Herodes con estas cosas,vinose a Cayo, y reprendido de muy avaro,huyóse a España, porque le había seguido suacusador Agripa, a quien el César le dió la te-trarquía que Herodes poseía.Y peregrinando de esta manera Herodes enEspaña, su mujer también se fué con él.***

Capítulo IXDe la soberbia grande de Cayo y de Petronio,su presidente en Judea.

Súpose tan gran mal servir de la fortuna CayoCésar y usar de la prosperidad, que quería serllamado Dios, y se tenía por tal. Dió la muerte amuchos nobles de su patria, y extendió sucrueldad impía aun hasta Judea. Envió a Petro-nio con ejército y gente a Jerusalén, mand'ndoleque pusiese sus estatuas en el templo, y que silos judíos no las querían recibir, que matase alos que lo repugnasen, y tomase presos a todoslos demás. Esto, cierto, movía y enojaba a Dios.Petronio, pues, con tres legiones y gran ayudaque había tomado en Siria, venlase aprisa aJudea. Muchos judíos no creían que fuese ver-dad lo que oían decir de la guerra, y los que locreían' no podían resistirle ni pensar en ello; yasí les vino un súbito temor a todos general-

mente, porque el ejército habla llegado ya aPtolemaida.Está dicha ciudad edificada en un gran territo-rio y llanura en la ribera de Galilea; rodéanlalos montes por la parte de Oriente, y duranhasta sesenta estadios de largo algún pocoapartados; pero todos son del señorío de Gali-lea; por la parte del Mediodía tiene la montañallamada Carmelo, y alárgase la ciudad a cientoveinte estadios; por la parte septentrional tieneotro monte muy alto, el cual llaman, los que lohabitan, Escala de los Tirios, y éste está a espa-cio de cien estadios. A dos estadios de esta ciu-dad corre un río que llaman Beleo, pequeño, ycerca de allí está el sepulcro de Memnón, elcual tiene casi cien codos, y es muy digno deser visto y tenido en mucho. Es a la vista comoun valle redondo, y sale de allí mucha arena devidrio, y aunque carguen de ella muchas naos,que llegan allí todas juntas, luego en la hora semuestra otra vez lleno; porque los vientosmuestran poner diligencia en traer de aquellos

recuestos altos que por allí hay, esta arenacomún con la otra, y como aquel lugar es mine-ro de metal fácilmente la muda presto en vi-drio. Aun me parece más maravilloso que lasarenas convertidas ya en vidrio, si fueren echa-das por los lados de este lugar, se conviertenotra vez en arena común. Esta, pues, es la natu-raleza y calidad de esta tierra.Habiéndose juntado los judíos, sus hijos y mu-jeres, en Ptolemaida, suplicaban a Petronio,primero por las leyes de la patria, y despuéspor el estado y reposo de todos ellos. Movidoéste al ver tantos como se lo rogaban, dejó suejército y las estatuas que traía en Ptolemaida; ypasando a Galilea, convocó en Tiberíada todo elpueblo de los judíos y toda la gente noble, ycomenzóles a declarar la fuerza del ejército ypoder romanos, y las amenazas de César, aña-diendo también cuánta injuria y desplacer lecausaba la súplica que los judíos le hacían, puestodas las gentes que, obedeciendo, reconocíanal pueblo romano, tenían en sus ciudades, entre

los otros dioses, las imágenes también del em-perador; que solamente los judíos no lo queríanconsentir, y que esto era ya apartarse del man-do del Imperio, aun con injuria de su presiden-te.Alegaban, por el contrario, los judíos la cos-tumbre de su patria y las leyes, mostrando noserles lícito tener no de hombres sólo, pero ni laimagen de Dios en su templo, y no sólo en eltemplo, pero ni tampoco en sus casas ni en lu-gar alguno, por más profano que sea, en todasu región.Entendiendo Petronio esta razón, respondió:"Pues sabed que yo he de cumplir lo que miseñor me ha mandado, y si no le obedezco, seréagradable a vosotros, y justamente mereceré sercastigado. Haraos fuerza, no Petronio, peroaquel que me ha enviado, porque a mí me con-viene hacer lo que me ha sido mandado, tam-bién como a vosotros obedecerme y cumplircon lo que yo digo."

Contradijo todo el pueblo a esto, diciendo quemás querían padecer todo peligro y daño, queno sufrir que les fuesen quebrantadas o rotassus leyes.Habiendo puesto silencio en la grita que tenían,Petronio les dijo: «¿Estáis, pues, aparejadospara pelear y hacer guerra al César?"Respondieron los judío que ellos cada día ofrec-ían a Dios sacrificios por la vida de César y detodo el pueblo romano; pero si pensaba deberseponer las imágenes en el templo, primero debíahacer sacrificio de todos los judíos, porque ellosy sus mujeres e hijos se ofrecían para ello a quelos matasen.Maravillóse otra vez Petronio viendo esto, Ytúvoles compasión, viendo la gran religión deestos hombres, y viendo tantos tan prontos pa-ra recibir la muerte; y fuéronse todos sin haceralgo.Después comenzó a tomar por sí a cada uno delos más principales y persuadirles de aquello;hablaba también públicamente al pueblo, amo-

nestándolo unas veces con muchos consejos, yotras también los amenazaba, ensalzando lavirtud y poder de los romanos y la indignaciónde César, y entre estas cosas declarábales cuánnecesario le fuese cumplir lo que le habla sidomandado. Viendo que no querían consentirellos en algo de todo cuanto les decía, y que lafertilidad de aquella región se perdería, porqueera el tiempo aquel de sembrar, y había estadotodo el pueblo casi ocioso cincuenta días en laciudad, a la postre convocólos y díjoles quequería emprender una cosa peligrosa para élmismo, porque dijo: "0 amansaré a Césarayudándome Dios, y salvarme he con vosotros,o si se moviere él a venganza con enojo, per-deré la vida por tanta muchedumbre y por tangran pueblo."Despidiendo con esto a todo el pueblo, el cualhacía muchos ruegos y sacrificios por Petronio,retiró su ejército de Ptolemaida a Antioquía; yde allí envió luego embajadores a César, que lecontasen e hiciesen saber con qué aparejo y

orden hubiese venido contra Judea, y lo quetoda la gente le había suplicado, y que si de-terminaba negarles lo que pedían, debía saberque los hombres y las tierras todas se perder-ían; porque ellos guardaban en esto la ley de supatria, y con gran ánimo contradecían a todomandamiento nuevo. Respondió Cayo a estascartas muy enojado, amenazando con la muertea Petronio, porque había sido negligente enejecutar su mandamiento. Pero aconteció quelos mensajeros que llevaban las cartas fuerondetenidos tres meses en el camino por las gran-des continuas tempestades, y otros llegaronmás prósperamente y la nueva de la muerte deCésar, porque antes de veintisiete con cartas deello Petronio, las cuales te hacían saber el fin dela vida de César, primero que viniesen aquellosque traían las cartas de las amenazas.***

Capítulo XDel imperio de Claudio, del reino de Agripa yde su muerte.Muerto Cayo por maldad y traición, después

de haber imperado tres años y seis meses, fuéhecho, por el ejército que estaba en Roma, em-perador Claudio. Todo el Senado, por relaciónde los cónsules de aquel año, Septimio, Satur-nino y Pomponio Segundo, mandó que las trescompañías que estaban en la ciudad tuviesencargo de guardarla, y juntáronse todos los se-nadores en el Capitolio, y por la crueldad deCayo determinaban hacer la guerra a Claudio,porque querían que el imperio fuese regido porlos principales, y que fuesen elegidos, comoantes, los mejores para que fuesen emperado-res.En este medio vino Agripa, y como fuese lla-mado por el Senado, que se juntase en Consejo,y por el César, que le ayudase en su ejército,por servirse de él en lo que sucediese y le fuese

necesario, viendo Agripa que Claudio con supoder era ya César, juntáse con él; el César loenvió luego por embajador al Senado, por quemostrase su determinación y propósito, di-ciendo que lo habían elegido los soldados con-tra su voluntad, y lo habían llevado consigo, yque fuera cosa injusta dejar la afición que todosle tenían y desecharla, porque si no la recibiera,no se tenía por seguro, diciendo que le bastaráesto para moverle envidia, haber sido llamadopara reinar, y no haberlo querido aceptar, y queestaba aparejado para administrar el imperio,no como tirano, mas como benigno y clementepríncipe, porque bastante le era a él la honradel nombre, y que dejando todo lo demás alparecer de todos, si él de su natural no era mo-desto, tenía ejemplo para serlo y para refrenarsu poder, viendo la muerte de Cayo.Como Agripa hubiese dicho todas estas cosas,respondióle el Senado, casi confiando en suejército y en sus consejos, que no querían veniren servidumbre de su grado. Y recibida la res-

puesta de los senadores, volvióles a enviar otravez a Agripa, diciendo que no podía él enten-der por qué los había de engañar y había debuscar daño para los que le habían encumbradotanto y le habían hecho Emperador; y que for-zado había de mover guerra contra ellos y con-tra su voluntad, con los cuales no quisiera élpelear en alguna manera del mundo, y que portanto debían escoger un lugar fuera de la ciu-dad, en el cual peleasen, porque no era lícitoensuciar su patria con sangre de los ciudada-nos, por causa de la obstinación de ellos.Dijo Agripa esta embajada al Senado. Estandoen esto, uno de aquellos soldados que estabancon los senadores, desenvainó su espada, ydijo: "Compañeros, ¿por qué causa queremosser matadores y salir contra nuestros propiosparientes que siguen a Claudio, teniendo prin-cipalmente emperador, a quien no podemosdar culpa en alguna manera, y a quien debemosantes recibir disculpándonos, que no con ar-mas?"

Diciendo estas cosas, salióse por medio del Se-nado, siguiéndole todos los otros soldados.Desamparados los senadores por causa de estehombre, comenzaron a temer; y viendo que noles era cosa cómoda ni segura contradecir, si-guiendo a los soldados, presentáronse a César.Saliéndoles al encuentro con las espadas des-envainadas los que ambiciosamente lisonjeabanal emperador y a su fortuna, y mataran a cincoen la salida, antes que César pudiese saber elímpetu de los soldados, si Agripa, corriendo,no le denunciara el peligro grande que había,diciendo que, si no refrenaba el atrevimiento desu gente, que mostraba furor contra la sangre yla vida de los ciudadanos, perdería aquellosque daban lustre al imperio, y sería emperadorde la soledad.Oyendo esto Claudio, detuvo a los soldados yrecibió en sus tiendas a todos los senadores; yhaciendo a todos gran honra, salió de allí e hizoa Dios sus sacrificios, según tienen por costum-bre hacer sus ruegos. Luego también hizo do-

nación a Agripa de todo el reino de su padre,añadiéndole más todo aquello que Augustohabla dado antes a Herodes, es a saber: la re-gión Traconitide y de Auranitide, y además deesto otro reino que solían llamar Lisania.Hizo que con pregón fuese publicada esta do-nación, y mandó a los senadores que la pusie-sen en el Capitolio escrita en tablas de cobre.Dió también muchos dones al hermano deAgripa, Herodes, el cual era yerno del mismoAgripa, casado con Berenice, reina de Calcidia.Veníale a Agripa de lo que le había sido dadomayor renta de lo que se podía pensar, aunqueno la gastaba en cosas inútiles y desaprovecha-das; pero comenzó a hacer un muro en Jeru-salén, que si se pudiera acabar, fuera bastantepara deshacer el cerco de los romanos cuandocercaban la ciudad; pero antes que esta obra seacabase, él murió en Cesárea, después de haberreinado tres años, y antes había sido tetrarcaotros tres. Dejó tres hijas, nacidas de su mujerCipride, Berenice, Marianima y Drusila, y un

hijo de la misma mujer, llamado Agripa. Comofuese éste muy pequeño, Claudio hizo pro-vmcia todo aquel reino, enviando allá por pro-curador de todo a Cestio Festo, y después deéste, Tiberio Alejandro, los cuales, no trocandoalgo de las costumbres que los judíos tenían,tuvieron muy pacíficas todas aquellas tierras.Murió después Herodes, que reinaba en Calci-dia, dejando dos hijos de su mujer Berenice,hija de su hermano: el uno llamado Berenicia-no, y el otro Hircano; y de la primera mujer,Mariamma, dejó a Aristóbulo.El otro hermano suyo, llamado Aristóbulo, mu-rió también privadamente, dejando una hijallamada Jopata. Estos eran, pues, los hijos,según dijimos, de Aristóbulo, que fué hijo deHerodes. Alejandiro y Aristóbulo eran hijos deHerodes y de Mariamma, a los cuales su padremismo hizo matar.Los descendientes de Alejandro reinaron enArmenia la Mayor.***

Capítulo XIDe muchas y varias revueltas que se levantaronen Judea y en Samaria.Después de la muerte de Herodes, que reinó en

Calcidia, Claudio puso en el reino del tío aAgripa, hijo de Agripa. Tomó el cargo de la otraprovincia, después de Alejandro, Cumano, de-bajo del cual comenzaron a nacer nuevos albo-rotos, y vinieron nuevos daños a todos los jud-íos; porque, juntándose el pueblo en Jerusalénpara celebrar la fiesta de la Pascua, estando unacompañía de gente romana en los claustros deltemplo, como era costumbre haber guarda degente de armas los días festivos, porque lospueblos que allí se juntaban no moviesen algu-na novedad, un soldado, desatacándose,mostró a todos los judíos que allí estaban, lasvergüenzas de atrás, echando una voz no dife-rente de la obra que hacía. Por este hecho co-menzóse todo aquel pueblo a quejarse en tantamanera, que se presentaron todos a Cumano

pidiendo a voces que fuese castigado y senten-ciado aquel soldado.Los mancebos, poco considerados, y natural-mente aparejados para mover revueltas, co-menzaron a revolverse y a echar los soldados apedradas. Temiendo entonces Cumano se le-vantase todo el pueblo contra él, llamó muchagente de armas, poniéndola en los claustros deltemplo. Hubieron gran temor todos los judíos,y dejando el templo, comenzaron a recogersetodos y a huir de allí; pasaron al salir tan gran-de aprieto al pasar por la gente armada, quemurieron pisados con la prisa del salir más dediez mil hombres, y fué la fiesta de muchaslágrir.nas para todos, y por cada casa se oíanlos llantos.Además de esto hubo también otro ruido, elcual movieron los ladrones; porque cerca deBethoron, en el público camino, un criado deCésar traía el aparato de una casa y cierta ropacon él; y saliéndole ladrones en el camino, se larobaron toda. Enviando después Cumano en

pesquisa de ellos, mandó que le trajesen presos,y muy atados, los de aquellos lugares cercanos,acusándolos de que no habían preso a los la-drones. Por esta ocasión, hallando un soldadoen una aldea de aquellas los libros sagrados dela ley, los rompió y quemó.Viendo esto los judíos, parecióles que les hab-ían destruido y quemado toda su religión;juntáronse de todas partes y vinieron juntoscon una voz movidos por su superstición, comocasi a armas delante de Cumano, a Cesárea,rogándole no dejase sin castigo un hombre quetan gran maldad e injuria había hecho a todo elpueblo. Al ver esto Cumano, conociendo queno se había de sosegar toda aquella multitud degente si no quedaba satisfecha con el castigo Mhombre, condenó al soldado y mandólo llevarpúblicamente a ejecutar su sentencia; y de estamanera, amansados ya los judíos, se fueron.Levantóse otra revuelta nuevamente entre losgalileos y samaritanos, porque en un lugar lla-mado Geman, que está en el gran campo de

Samaria, viniendo un galileo y un judío por very gozar de la festividad, fué aquél muerto. Poreste hecho se juntaron gran parte de los de Ga-lilea para pelear con los samaritanos. La genteprincipal y más noble de éstos vinieron a Cu-mano, suplicándole que bajase a Galilea antesque sucediese peor destrucción vengase lamuerte del galileo, matando a los culpados enella. Pero teniendo en más Cumano lo que teníaentonces entre manos que todas estas súplicas yruegos, despidió a los que se lo rogaban, sinacabar ni hacer algo en ello.Sabida esta muerte en Jerusalén, movióse todoel pueblo; y dejando la solemnidad del día y dela fiesta, vino la gente popular contra Samaria,sin capitán y sin querer obedecer a príncipealguno de los suyos, que trabajaban por dete-nerlos.Los principales de aquellos latrocinios y detodas aquellas revueltas eran un Eleazar, hijode Dineo, y Alejandro, los cuales, corriendo porlos campos cercanos o vecinos a la región Acra-

batana, hicieron gran matanza; Y matando así ahombres, como mujeres y niños, sin perdonaraedad alguna, quemaron también todos los lu-gares.Oyendo Cumano estas cosas, trajo consigo unacompañía de gente de a caballo, la cual se llamade los Sebastenos, por socorrer a los que erandestruídos; y así prendió muchos de aquellosque habían seguido a Eleazar, y mató muchosmás. A toda la otra gente que había venido pordestruir y talar los campos de Samaria, salié-ronles al encuentro los principales de Jerusalén,y cubiertos sus cuerpos con ásperos cilicios ycon sus cabezas llenas de ceniza, rogábanleshumildemente que dejasen lo que habían co-menzado, no moviesen, por vengarse de lossamaritanos, a que los romanos destruyesen aJerusalén, y tuviesen compasión y misericordiade su patria y de su templo, de sus hijos y mu-jeres propias, sin que quisiesen ponerlo todo enpeligro y hacer que por venganza de un galileotodos pereciesen. Conformándose con esto los

judíos, dejaron lo que tenían comenzado, y vol-viéronse. Muchos habla en este mismo tiempoque se juntaban para robar, como suele común-mente acaecer que el atrevimiento crece estan-do las cosas muy reposadas, los cuales no deja-ban región alguna sin robo y rapiña; y el quemás atrevido era, éste se mostraba más tambiénen hacer fuerza.Entonces, viniendo los principales de Samaria aTiro, delante de Numidio Quadrato, procura-dor de toda Siria, pidiendo justicia y venganzade los que les habían robado todas las tierras,vinieron también prontamente allí los más no-bles de todos los judíos; y Jonatás, hijo de Ana-no, príncipe de los sacerdotes, alegaba contra loque les habían objetado, que los samaritanoshabían sido principio de toda aquella revuelta,pues ellos mataron al hombre con toda ley; pe-ro que la causa de las otras adversidades quedespués habían sucedido, fué Cumano, en nohaber querido tomar venganza ni dar castigo alos autores de aquella muerte.

Difirió Quadrato la causa de ambas partes, di-ciendo que cuando él viniese a todas aquellasregiones, lo examinaría todo; y pasando de allía Cesárea, ahorcó a todos los que Cumanohabla preso. Llegando, pues, a Lida, oyó otravez las quejas de los samaritanos; y trayendodelante de sí dieciocho judíos que sabía habersido causa y participantes en la revuelta,mandóles cortar la cabeza. Envió dos príncipesde los sacerdotes, Jonatás y Ananías, y al hijode éste, Anano, y algunos otros nobles de losjudíos, a César, y envió también parte de lanobleza de Samaria, y mandó al tribuno Celeroy a Cumano que navegasen para Roma, a darcuenta a Claudio de todo lo que había pasado,y darle razón de cuanto había hecho.Sosegadas ya y puestas en paz todas estas co-sas, veníase de Lida a Jerusalén; y hallando queel pueblo celebraba la fiesta de la Pascua sinruido y sin perturbación alguna, volvióse a An-tioquía.

Oídas ambas partes en Roma por César, y vistolo que Cumano alegaba y lo que los samarita-nos, estaba allí también Agripa defendiendocon gran instancia la causa de los judíos; por-que Cumano tenía consigo y en su favor granparte de la gente principal. Dió sentencia contralos samaritanos, y mandó matar tres de los másnobles de todos ellos; y desterró a Cumano, ydió a los judíos, para que lo llevasen a Jeru-salén, el tribuno Celero; y que arrastrándolopor la ciudad, delante de todos lo sentenciasen.Envió, después de ya pasadas estas cosas, aFélix, hermano de Palante, a los judíos, porprocurador de toda la provincia y región deellos, de Galilea y de Samaria.Levantó también a Agripa más de lo que sersolía en Calcidia, dándole también aquella par-te que solía ser administrada por Félix. Eranéstas las regiones de Trachón, Batanca y Gaula-nitis; dióle también el reino de Lisania y la te-trarquía que Varrón había tenido en regimien-to; y él murió, habiendo sido emperador tres

aflos, ocho meses y treinta días, dejando porsucesor a Nerón, a quien había elegido paraque fuese emperador por consejos y persuasio-nes de Agripina, su mujer, teniendo hijo legíti-mo llamado Británico, nacido de su primeramujer, Mesalina, y una hija llamada Octavia, lacual había dado en casamiento a Nerón, ente-nado suyo. También tuvo de su mujer Agripinauna hija llamada Antonia.Dejaré de contar ahora al presente, por saberque seria importuno, de qué manera Nerón,levantado en los bienes de la fortuna y prospe-ridad, supo tan mal servirse de todo; y cómomató a su hermano, a su madre y a su mujer,convirtiendo después su crueldad contra todos,viniendo a la postre a enloquecer y hacer cosasde hombre indiscreto y sin cordura.***

Capítulo XIIDe las revueltas que acontecieron en Judea entiempo de Félix.Trataré solamente aquí lo que Nerón hizo con-

tra los judíos. Puso por rey de Armenia aAristóbulo, hijo de Herodes. Ensanchó el reinode Agripa con cuatro ciudades y más los cam-pos a ellas pertenecientes en la región Perca,Avila, Juliada, Galilea, Tarichea y Tiberiada.Toda la otra parte de Judea la dejó debajo delregimiento de Félix.Este prendió al príncipe de los ladrones Elea-zar, el cual había robado todas aquellas tierraspor espacio de veinte años, y prendió muchosotros con él y enviólos presos a Roma. Prendiótambién innumerable muchedumbre de ladro-nes y encubridores de hurtos, los cuales todosahorcó. Y limpiadas aquellas tierras de estabasura de hombres, levantábase luego otrogénero de ladrones dentro de Jerusalén: éstos sellamaban matadores o sicarios, porque en el

medio de la ciudad, y a mediodía, solían hacermatanzas de unos y otros. Mezclábanse, princi-palmente los días de las fiestas, entre el pueblo,trayendo encubiertas sus armas o puñales, ycon ellos mataban a sus enemigos; y mezclán-dose entre los otros, ellos se quejaban tambiénde aquella maldad, y con este engaño quedá-banse, sin que de ellos se pudiese sospecharalgo, muriendo los otros.Fué muerto por éstos Jonatás, pontífice, yademás de éste mataban cada día a muchosotros, y era mayor el miedo que los ciudadanostenían, que no el daño que recibían; porquetodos aguardaban la muerte cada hora, no me-nos que si estuvieran en una campal batalla.Miraban de lejos todos los que se llegaban, y nopodían ni aun fiarse de sus mismos amigos,viendo que con tantas sospechas y miramien-tos, y poniendo tanta guarda en ello, no se pod-ían guardar de la muerte; antes, con todo esto,era muertos: tanta era la locura, atrevimiento yarte o astucia en esconderse.

Otro ayuntamiento hubo de malos hombresque no mataban, pero con consejos pestíferos ymuy malos corrompieron el próspero estado yfelicidad de toda la ciudad, no menos quehicieron aquellos matadores y ladrones. Porqueaquellos hombres, engañadores del pueblo,pretendiendo con sombra y nombre de religiónhacer muchas novedades, hicieron que enlo-queciese todo el vulgo y gente popular, porquese salian a los desiertos y soledades, prome-tiéndoles y haciéndoles creer que Dios les mos-traba allí señales de la libertad que habían detener.Envió contra éstos Félix, pareciéndole que eranseñales manifiestas de traición y rebelión, gentede a caballo y de a pie, todos muy armados,matando gran muchedumbre de judíos.Pero mayor daño causó a todos los judíos unhombre egipcio, falso profeta: porque, viniendoa la provincia de ellos, siendo mago, queríaseponer nombre de profeta, y juntó con él casitreinta mil hombres, engañándolos con vanida-

des, y trayéndolos consigo de la soledad adon-de estaban, al monte que se llama de las Olivas,trabajaba por venir de allí a Jerusalén, y echarla guarnición de los romanos, y hacerse señorde todo el pueblo.Habíase juntado para poner por obra esta mal-dad mucha gente de guarda; pero viendo estoFélix, proveyó en ello; y saliéndoles con la gen-te romana muy armada y en orden, y ayudán-dole toda la otra muchedumbre de judíos, diólela batalla. Huyó salvo el egipcio con algunos; ypresos los otros, muchos fueron puestos en lacárcel, y los demás se volvieron a sus tierras.Apaciguado ya este alboroto, no faltó otra llagay postema, corno suele acontecer en el cuerpoque está enfermo. juntándose algunos magos yladrones, ponían en gran trabajo y aflicción amuchos, proclamando la libertad y amena-zando a los que quisiesen obedecer a los roma-nos, por apartar aquellos que sufrían servi-dumbre voluntaria, aunque no quisiesen.

Esparcidos, pues, por todas aquellas tierras,robaban las casas de todos los principales; yademás de esto los mataban cruelmente: poníanfuego a los lugares, de tal manera, que todaJudea estaba ya casi desesperada por causa deéstos. Crecía cada día más esta gente y desaso-siego.Por Cesárea se levantó también otro ruido entrelos judíos y siros que por allí vivían. Los judíospedían que la ciudad tomase el nombre de ellosy les fuese propia, pues judío la había fundado;es a saber, el rey Herodes: los siros que les con-trariaban, confesaban bien haber sido el funda-dor de ella judío; pero querían decir que la ciu-dad había sido de gentiles y lo debía ser, por-que si el fundador quisiera que fuera de losjudíos, no hubiera dejado hacer allí imágenes,ni estatuas, ni templos; y por estas causas esta-ban ambos pueblos en discordia.Pasaba tan adelante esta contienda, que veníantodos a las armas, y cada día había gente deambas partes que por ello peleaba. Los padres y

hombres más vicios de los judíos trabajabanpor detenerlos y refrenarlos, pero no podían; ya los griegos también les parecía cosa muy malamostrarse ser para menos que eran los judíos:éstos les eran superiores, tanto en las fuerzasdel cuerpo como en las riquezas que tenían.Pero los griegos tenían mayor socorro de lossoldados Y gente romana, porque casi toda lagente romana que estaba en Siria se les habíajuntado, y estaban aparejados como apa-rentados para ayudar todos a los siros; pero loscapitanes y regidores de los soldados trabaja-ban en apaciguar aquella revuelta; y prendien-do a los capitanes, movedores de ella, azotabande ellos algunos, y tenían presos y en cárcel amuchos otros. El castigo de los que prendían noera parte para poner temor ni paz entre losotros; antes, viendo esto, se movían más a ven-ganza y a revolverlo todo. Entonces Félixmandó con pregón, so pena de la vida, que losque eran contumaces y porfiaban en ello, salie-sen de la ciudad; y habiendo muchos que no le

quisieron obedecer, envió sus soldados que losmatasen, y robáronles también sus bienes.Estando aún esta revuelta en pie, envió la gentemás noble de ambas partes por embajadores aNerón, para que en su presencia se disputase lacausa y se averiguase lo que de derecho con-venía.Después de Félix sucedió Festo en el gobierno;y persiguiendo a todos los que revolvían aque-llas tierras, prendió muchos ladrones, y matógran parte de ellos.***

Capítulo XIIIDe Albino y Floro, presidentes de Judea. Pero su sucesor Albino no se hubo tan bien ensu regimiento ni en el gobierno de las cosas,porque no había maldad alguna de la cual no sesirviese; no sólo hacia muy grandes hurtos enlas causas civiles que trataba de cada uno, ro-bandoles los bienes; y no sólo hacia agravio atodo el pueblo con los grandes tributos quecargaba a todos; pero también libraba de lacárcel los ladrones que los regidores de las ciu-dades habían preso; y tomando gran dinero delos parientes de ellos, libraba también aquellosque los presidentes y gobernadores pasadoshabían puesto m la cárcel, dejando preso comoa muy culpado sólo aquel que no le daba algo.Creció también el atrevimiento de aquellos quedeseaban en este mismo tiempo novedades, yrevolverlo todo en Jerusalén. Los que eran entreéstos más ricos y poderosos, presentando mu-chos dones a Albino, hacían que no se enojase

con ellos; y la parte del pueblo, que no se hol-gaba con el reposo general, juntábase con losamigos y parciales de Albino. Cada uno, pues,de estos malos, armado con escuadrón y com-pañía de su misma gente, se mostraba entreellos como príncipe de los ladrones y comotirano, y servíase de la gente de guarda suyapara robar a los de mediano estado; y por tanto,aquellos cuyas casas eran destruidas, mansa-mente callaban; y los que eran libres de estosdaños, con el miedo grande que tenían de queles fuese hecho a ellos otro tanto, mostrábansemuy amigos y comedidos, sabiendo por otraparte cuán dignos eran de muy gran castigo.Perdido habían todos la esperanza de versejamás libres. Había muchos señores y parecíaque ya echaban simiente en este tiempo, de lacual naciese la cautividad que les había de na-cer y acontecer.Siendo tal Albino y de tales costumbres, el quele sucedió, Gesio Floro, fué tal, que comparadocon Albino parecía haber éste sido muy bueno:

porque Albino había hecho mucho daño y mu-chos engaños, pero secretamente; y Gesio mos-traba su maldad con todos y ejercitábala glo-riándose con ella; y regiase no como regidor nigobernador de una provincia, sino como en-viado por verdugo y por dar castigo y pena,condenando a todos sin dejar de usar de todolatrocinio y rapiña, y sin dejar de hacer todomal y aflicción.Contra los pobres y gente miserables usaba detoda crueldad, y en cometer fealdades y mal-dades diversas no tenia vergüenza: porque nohubo alguno que tanto encubriese ni engañasecon sus engaños la verdad, ni que supiese conmentiras y ficciones dañar tan astutamente.Parecióle que seria cosa de poco, dañar a cadauno particularmente, y con ello hacerse rico;pero desnudaba y robaba todas las ciudadesgeneralmente, dando a todos licencia para ro-bar en su región, con tal que de lo que robasenle hiciesen todos parte. Este, finalmente, fuécausa de que toda la región de Judea se despo-

blase de tal mánera, que muchos, dejando elasiento de su patria, se pasaban a vivir a pro-vincias extrañas. Y hasta que Cestio Galo fueregidor en la provincia de Siria no hubo algunode los judíos que osase enviar embajadores con-tra Floro.Y como, llegando la fiesta de la Pascua, se vi-niese a Jerusalén, salióle al encuentro la mu-chedumbre de la gente, que sería bien trescien-tos mil hombres, suplicándole que socorriese atanta destrucción y ruina de la gente, y dabantodos voces que echase de la provincia unaponzoña tan pestilencial corno era Floro; yoyendo las voces que todo el pueblo daba, está-base sentado junto a Galo; y no sólo no se mov-ía de alguna manera, sino aun se burlaba deellos y se reía de oír ¡os clamores que todosechaban.Amansando algún tanto el ímpetu y furor delpueblo, Cestio les dijo que él haría que Floro deallí adelante les fuese más amigo, y volvióse aAntioquia. Acompaflóle Floro hasta Cesárea,

burlándose con mil mentiras, y fingiendo congran diligencia guerra contra los judíos, y ame-nazábales con ella porque sabia bastar aquellapara encubrir sus maldades: porque si los deja-ba en paz, tenía por cierto que le acusarían de-lante de César; pero si les procuraba revueltas,con mayor mal se libraría de la envidia, y conmayor daño cubriría los pecados suyos y faltasmenores. De esta manera cada día acrecentabalas destrucciones y daños, por hacer que la gen-te se rebelase contra el Imperio romano.En este mismo tiempo alcanzaron victoria de-lante de Nerón, y ganaron el pleito los de Cesá-rea contra los judíos, y trajeron letras firmadasen testimonio de ello: y con estas cosas la gue-rra de los judíos tomaba principio a los doceaños del imperio de Nerón, y a los diecisiete delreino de Agripa, en el mes de mayo.***

Capítulo XIVDe la crueldad que Floro ejecutaba contra losde Cesárea y Jerusalén.

No se sabe haber habido causas bastantes niidóneas para mover tantos y tan grandes malescorno se levantaron, por lo que arriba hemosdicho. Los judíos que vivían y habitaban enCesárea, tenían su sinagoga cerca de un lugar,cuyo señor era Un gentil natural de Casárea; ymuchas veces habían trabajado por quitarle laseñoría que tenía sobre él y todo su derecho,ofreciendo de darle mucho más que la cosavalía. Pero el señor del lugar no se contentó condespreciar los ruegos que le hacían por aquello;antes, por hacerles pesar y causarles mayordolor, edificó en el mismo lugar muchas ta-bernas, dejándoles muy estrecho camino y muyangosto lugar para pasar. Al principio algunosde los más mancebos trabajaban por resistirle yvedar la edificación. Y como Floro, los refrenase

para que no lo vedasen, no teniendo los noblesde los judíos que lo hiciesen, corrompieron aFloro con ocho talentos que le dieron por quevedase la edificación. Prometió éste hacer todolo que le pedían, teniendo ojo solamente a co-brar lo que le habían prometido.Recibido el dinero, salióse luego de Cesárea yfuése a Sebaste, dando licencia y permitiendoque revolviesen el pueblo, ni más ni menos quesi hubiera vendido a la gente principal de losjudíos, lugar para que peleasen. Luego al día si-guiente, que era un sábado, fiesta de los judíos,juntándose el pueblo en la sinagoga, un hombrede Cesárea, sedicioso y amigo de revueltas,puso delante del lugar por donde todos habíande entrar, un vaso de Samo, y allí sacrificabanlas aves. Este hecho encendió a los judíos y losmovió a mucha ira, porque decían haber sidosu ley injuriada y quebrantada por aquéllos, yque el lugar había sido ensuciado feamente. Laparte de los judíos más moderada y más cons-tante determinaba quejarse delante de los jue-

ces otra vez nuevamente por esta injuria; perola juventud y cuantos judíos había, mancebos yamigos también de revueltas, viendo esto, semovían a contiendas.Los revolvedores de Cesárea estaban tambiénaparejados para pelear, porque adrede habíanenviado aquel hombre que hiciese allí aquellossacrificios; y de esta manera, concurriendo am-bas partes, fácilmente se trabaron a la pelea.Pero sobreviniendo allí Jucundo, capitán de lacaballería, el cual había para vedarles que pe-leasen, mandó quitar luego el vaso que habíasido puesto por el cesariano, y trabajaba porapaciguar el ruido.Siendo vencido éste por la fuerza de los cesa-rianos, los judíos luego arrebatando los librosde la ley, apartáronse hacia Narbata.Es ésta una región de ellos, lejos de Cesáreasesenta estadios, y doce de los principales conJuan, se vinieron a Sebaste delante de Floro,quejándose de lo que había acontecido, y rogá-banle que los ayudase haciéndole acordar de

los diez talexitos que le habían dado, aunquecon arte y disimulación; mas él los mandóprender, acusándolos que por qué causa habíanosado sacar las leyes de Cesárea. Por esto seindignaban mucho los de Jerusalén, pero refre-naban aún su ira como mejor les era posible.Floro, como que no entendiese en otra cosa sinoen moverlos e incitarlos a guerra, envió al teso-ro sagrado hombres que sacasen diecisiete ta-lentos, fingiendo que los gastos que César hacíarequerían todo aquel dinero. Visto esto, el pue-,blo quedó muy confuso, y corriendo todos altemplo, con grandes voces apellidaban todos aCésar, suplicándole que los librase de la tiraníade Floro. Algunos había entre éstos que busca-ban revueltas mayores, maldecían a Floro, ydecían de él muchas injurias; y tomando unacanasta iban por la ciudad pidiendo limosnapara él, como si estuviera con la mayor miseriay pobreza del mundo.

Pero con todas estas cosas no hizo mutaciónalguna en sus codicias, antes fué mucho másmovido a robarlos.Como finalmente debiera, viniendo a Cesárea amatar el fuego de la guerra que se levantaba, yquitar toda la causa de revueltas, por lo cualhabía antes recibido paga y lo había prometido,dejando todo esto, vínose con ejército de a pie yde a caballo para servirse de él en todo lo quequería, y para poner miedo y amenazas gran-des en la ciudad.Queriendo amansar su ira, el pueblo salió alencuentro a todos los soldados con los favoresacostumbrados, y para hacer las honras a Floroque antes solían hacer a todos; pero él, envian-do delante un capitán llamado Capitón, concincuenta hombres de a caballo, les mandó quese volviesen; y que habiendo dicho antes tantomal de él, no quería que se burlasen, haciéndolehonras falsas y fingidas. Porque convenla, sieran valerosos hombres y varones constantes yde ánimo firme, afrentarlo ahora también en su

presencia, y mostrar el deseo y voluntad quetienen de la libertad, no sólo con palabras, perotambién con las armas.Espantado el pueblo con estas palabras, yechándose los soldados que habían venido conCapitón, por medio, los judíos se dispersaron,huyendo antes de saludar a Floro y antes dehacer algo con los soldados de todo lo que sesolla hacer. Recogiéndose, pues, cada uno en sucasa, pasaron sin dormir toda aquella noche.Floro se aposentó en el Palacio Real, y luego elotro día después, saliendo en tribunal contraellos, asentóse, más alto de lo que solía; yjuntándose los principales de los sacerdotes ytoda la nobleza de la ciudad, vinieron todosdelante del tribunal. Mandóles Floro que luegole diesen todos aquellos que hablan dicho malde él, amenazándoles que tornaría en ellos ven-ganza si no le presentaban y hacían saber quié-nes eran.Respondieron los judíos que su pueblo no hab-ía hablado mal de él; y que si alguno había

errado en el hablar, suplicábanle que lo perdo-nase, porque en tanta muchedumbre de genteno era de maravillar que se hallasen algunosmalos y sin cordura, mozos y de poca pruden-cia, y que les era imposible señalar los que enaquello hablan pecado, viendo que a todos ge-neralmente pesaba, y se mostraban aparejadospara negarlo con el temor que todos tenían.Pero dijeron que si él buscaba el reposo de lagente, y si quería guardar y conservar la ciudadbajo del Imperio romano, debía antes darperdón a tan pocos que lo habían ofendido,teniendo mayor cuenta con tantos corno esta-ban sin culpa, que no perturbar y poner en re-vuelta tantos buenos como había, por dar casti-go a muy pocos malos.Respondió él a esto muy indignado y airado,mandando a sus soldados que robasen el mer-cado o plaza adonde las cosas se vendían, queera esto en la parte más alta de la ciudad, y quematasen a cuantos les viniesen al encuentro.Ellos entonces, con la codicia grande que tenían

y con la licencia y mandamiento que su señorles había dado, robaron, no sólo el lugar que lesera mandado, pero aun saltando por todas lascasas de los ciudadanos, matábanlos a todos; yhuyendo todos por las estrechuras de las calles,mataban los que podían hallar, sin que hubieseningún término ni fin en lo que robaban.Prendiendo también a muchos de los nobles,llevábanlos a Floro, a los cuales, después dehaberlos mandado cruelmente azotar, mandá-balos ahorcar. Mataron aquel día, entre mujeresy niños con los demás, porque no perdonaronaún a los niños de teta, seiscientos treinta.Hacía más grave esta destrucción la novedadque los romanos usaban: porque osó Floro loque hombre ninguno antes había hecho, azotarlos nobles y caballeros en su mismo Tribunal, ydespués los ahorcó; y aunque éstos eran de sunatural judíos, todavía la honra y dignidad deellos era romana.***

Capítulo XVDe otra matanza y destrucción hecha en Jeru-salén.En este mismo tiempo el rey Agripa había pa-

sado a Alejandría, por visitar, como huésped, aAlejandro, enviado por Nerón por procuradory regidor de todo Egipto. Pero su hermana Be-renice, que estaba entonces en Jerusalén, viendola maldad que los soldados usaban con los jud-íos, recibió por ello gran pena y gran tristeza; yenviando muchas veces los capitanes de sucaballería, y algunas otras las guardas de supropia persona, suplicaba a Floro que cesase ydejase de hacer tan grandes matanzas.No teniendo cuenta Floro, con la muchedumbrede los muertos, y no haciendo caso de cuanto lareina le rogaba, ni de su nobleza, y teniendosólo ojo a su ganancia, que se acrecentaba conlos robos que hacían, menosprecióla; y sus sol-dados también osaron atreverse contra la reina:porque no sólo mataban a los que le venían al

encuentro, pero a ella misma, si no se recogieraen su palacio, la hubieran muerto.Allí pasó toda la noche sin dormir, puesta muyen orden su guarda, temiéndose le diesen asal-to los soldados. Había ella venido por haceroración a Dios y cumplir sus votos a Jerusalén:porque todos los que caen en enfermedad, o enotras necesidades, tienen por costumbre estartreinta días en oración antes de hacer algúnsacrificio, y abstinencia de beber vino, y raersela cabeza. Cumpliendo, pues, esta costumbre lareina Berenice, vino con los pies descalzos de-lante M tribunal de Floro, por suplicarle lo queantes había hecho; y además de que no le hizoalguna honra, estuvo en peligro de perder lavida. Pasaron estas cosas a los dieciséis días delmes de mayo.Juntándose después, otro día, gran muche-dumbre de gente en la plaza que arriba dijimos,quejábase a grandes voces por los que hablansido muertos, y principalmente de Floro. Te-miéndose la gente principal de esto, y los pontí-

fices rompiendo sus vestiduras y tomando acada uno particularmente, pedíanles que nohablasen tales palabras, por las cuales habíansufrido ya tantos males y daños, rogando a to-dos que no quisiesen mover a Floro a mayorindignación. Apaciguóse el pueblo de esta ma-nera, tanto por reverencia de los que los roga-ban, cuanto por la esperanza que tenían queFloro no volvería otra vez su crueldad contraellos.Pesaba mucho a Floro ver el pueblo apacigua-do, y deseando otra vez moverlos en revuelta,mandó que viniesen delante de él los pontíficesy toda la nobleza, y les dijo que para hacer queno tuviesen ya más revueltas y novedades, so-lamente veía un remedio, y era que saliese elpueblo a recibir los soldados que venían deCesárea, que eran hasta dos capitanías o com-pañías de gente; y habiéndose juntado el pue-blo para esto, mandó a los centuriones o capi-tanes de ellos, que no saludasen a los judíoscuando les saliesen al encuentro, y que si sin-

tiendo esto hablaban algo atrevidamente, die-sen todos en ellos.Juntando, pues, el pueblo en el templo, lospontífices rogaban a todos que saliesen a recibira los romanos y que hiciesen su salutación a lascompañías que venían, antes que les sucediesealgún mayor daño. Los escandalosos y genteamiga de revueltas no querían obedecer a estosruegos y amonestaciones; y todos los demás,por el gran dolor que tenían de ver tantasmuertes como habían malamente cometido,tampoco les querían obedecer, antes se junta-ban con los que estaban aparejados para revol-verlos. Entonces, viendo esto los sacerdotes ylevitas, sacaron todos los ornamentos del tem-plo y todos los vasos sagrados: salieron tam-bién todos los músicos, cantores y órganos, yechábanse delante del pueblo, rogándoles enca-recidamente que concediesen aquello porguardar la honra del templo y por no movercon injurias a que los romanos les robasen eltemplo y las cosas sagradas.

Era cosa de ver los príncipes de los sacerdotescon las cabezas llenas de ceniza, y rotas las ves-tiduras de sus pechos, mostrarlos desnudos,moviendo a todos los nobles, nombrando acada uno por su nombre; y otra vez a todo elpueblo juntamente, rogando que no quisiesen,por un pecado pequeño, entregar su patria agentes que tanto deseaban robarlos y darlessaco; porque, ¿qué provecho podían sacar lossoldados de que los judíos los saludasen, o quécorrección podían dar a todo lo que había acon-tecido, si al presente no se refrenaban y deten-ían su fuerza?Mas si, al contrario, recibían solemnemente alos soldados que venían, quitaban a Floro todaocasion de batalla y de revueltas, y ellos salva-ban su patria; y además de esto, excusaban ver-se en peligro que no experimentasen y sufrie-sen algo que les fuese peor. Decían más: que sitanta muchedumbre se juntaba con tan pocosrevolvedores, debía ser esto más para darles

consejo de paz, que no de mayor revuelta yescándalo.Doblegando con estas amonestaciones y conse-jos la muchedumbre, amansaron también a losrevolvedores, a unos con amenazas, a otros consu autoridad y reverencia; y salieron ellos pri-mero, siguiéndoles después todo el pueblo alencuentro y a recibir los soldados que venían.Acercándose unos a otros, los judíos los saluda-ron; y no respondiendo algo los soldados, losjudíos revolvedores comenzaron a decir a vocesque todo aquello se hacía por consejo de Floro.Oyendo esto los soldados, prendiéronlos y co-menzaron a apalearlos; y persiguiendo a losque huían, matábanlos bajo los pies de los caba-llos. En esta persecución morían muchos heri-dos por los romanos, y muchos más bajo lospies, cuando caían huyendo: y en las puertas sehizo muy grave daño, adonde muchos se aho-garon; deseando los unos pasar primero que losotros, deteníanse mucho más, y la muerte delos que caían era muy difícil y penosa, porque

morían ahogados y pisados de todos, y ningu-no podía quedar conocido Por sus parientes,para que después pudiese ser sepultado. Hac-íanles también fuerza los soldados sin algunatemplanza, matando a cuantos podían haber; ypor la calle o entrada llamada Bezetha, oprim-ían la muchedumbre de la gente por apoderar-se de la torre Antonia y del templo.Alcanzándolos Floro, sacó del palacio la genteque con él estaba y trabajaba por pasarse a latorre. Pero fué burlada su fuerza, porque en-sañándose el pueblo contra ellos, subíanse porlas techumbres de las casas, y de lo alto, a pe-dradas, mataban a los romanos; y siendo ven-cidos por la muchedumbre de saetas que deallá arriba les tiraban, ni pudiendo defendersede la muchedumbre que procuraba pasar poraquellas entradas muy estrechas, recogiéronseal otro ejército que estaba en el palacio.Pero temiendo los revolvedores que sobrevi-niendo Floro les entrase en el templo y tomaseposesión de él, subiéronse al templo por la torre

Antonia y cortaron y derribaron los portalespor donde se juntaba el templo con la torre, porrefrenar, ya desesperados, la grande avaricia deFloro: porque teniendo codicia y gran deseo delos tesoros sagrados, no trabajase de pasar porla torre Antonia por sólo haberlos.Viendo cortados y derribados los medios quehabía para ello, perdió el ímpetu que traía yquísose reposar, y convocando todos los prin-cipales de los sacerdotes y toda la Corte dijoque él se salía de la ciudad; pero que dejaba enella guarnición de gente, tanta cuanta ellosmismos quisiesen. Respondiendo ellos a estoque ninguna novedad habría ni menoe se le-vantaría algo si solamente dejaba una compañ-ía, con tal que no fuese aquella que poco anteshabla peleado y tenidc revuelta con los ciuda-danos, porque el pueblo estaba enojado y muysentido de lo que de ellos habían todos sufrido;y mudándoles la compañía según le rogaban,volvióse a Cesárea con todo el otro ejército.***

Capítulo XVIDe lo que hizo el tribuno Policiano, y del razo-namiento que Agripa hizo a los judíos, acon-sejándoles que obedeciesen a los romanos.Inventando otro consejo nuevo para moverlos

a guerra, acusólos delante de Cestio, diciendocómo se habían querido rebelar; y mintiendodesvergonzadamente, dijo haber sido ellos lacausa de todo lo que habían padecido.No callaron los príncipes de Jerusalén lo quehabía pasado; antes ellos, juntamente con Bere-nice, vinieron a contar y hacer saber a Cestiotodo cuanto Floro había hecho en la ciudadinjusta e inicuamente. Tomando él las cartas deambas partes, aconsejábase con sus príncipessobre lo que le convenía hacer: algunos eran deparecer que Cestio debía venir con su ejército aJudea a vengarse y castigar la rebelión, si habíapasado como se contaba, o asegurar más a losjudíos y vecinos naturales de aquel reino; peroa él le pareció y agradó más enviar delante a

uno de los principales de los suyos, que le pu-diese traer certidumbre de los negocios y conse-jos de los judíos. Para esto envió un tribunollamado Policiano, el cual, viniendo a encon-trarse cerca de Pamnia con Agripa, que volvíade Alejandría, descubrióle a dónde iba, y tam-bién la causa por qué era enviado.Habían trabajado Por hallarse con ellos lospontífices de los judíos y toda la nobleza y gen-te de su corte, haciendo su acatarniento, porrenovar los oficios reales. Después que lohubieron recibido con la honra y benignidadque les fué posibles quejáronse de las injuriasque les habían sido hechas, con tantas lágrimascuantas pudieron, y contáronle la crueldad quehabía Floro usado con ellos. Aunque la repren-dió Agripa, todavía convirtió sus quejas contralos judíos, de quienes él tenía muy gran compa-sión y piedad, con intención de enfrenarlos yapaciguarlos, porque haciéndoles entender queno habían padecido alguna injuria, perdiesen lavoluntad y deseo que tenían de venganza.

Viendo esto todos los buenos y los que por con-servar sus bienes y posesiones deseaban la pazy reposo común, entendían claramente que lareprensión del rey estaba llena de toda clemen-cia. El pueblo de Jerusalén salió sesenta esta-dios, que son cerca de siete millas, afuera, porrecibir a Agripa y a Policiano y hacer en ello sudeber; pero las mujeres lamentaban con gran-des llantos las muertes de sus maridos; y comolas oyese todo el otro pueblo, comenzó tambiéna llorar, suplicando a Agripa que tuviese mise-ricordia y compasión en aconsejar a toda aque-lla gente; decían también a voces a Policianoque entrase dentro de la ciudad, y que viese loque Floro había hecho. Así le mostraron todo elmercado despoblado de gente, destruídas lascasas; y después, por medio de Agripa, persua-dieron a Policiano que él con un solo criadorodease toda la ciudad hasta Siloa, hasta queconociese y viese claramente con sus ojos, quelos judíos obedecían a todos los otros romanos,

y que sólo a Floro contradecían, por la grancrueldad que contra ellos había usado.Habiendo, pues, él rodeado la ciudad y tenien-do harto manifiesta señal y experiencia de lamansedumbre del pueblo, subió al templo,adonde quiso que la muchedumbre del pueblofuese llamada, y loando muy largamente lafidelidad de ellos para con los romanos,habiendo hecho muchas amones taciones paraque todos trabajasen en conservar la paz, adoróa Dios y sus cosas santas; pero no pasó del lu-gar que la religión de los judíos le permitía, yacabado todo esto volviáse a Cestio.El pueblo de los judíos, convirtiendo sus llantosal rey y a los pontífices, suplicaba que se envia-sen embajadores a Nerón sobre las cosas queFloro había hecho, por que no diesen ocasiónde sospechar haber querido ellos hacer algunatraición, si por ventura callaban tan gran ma-tanza como habla sido hecha; y parecíales queciertamente mostraran haber sido Floro la cau-sa y el comienzo de todo lo hecho; y érale mani-

fiesto ciertamente que el pueblo no se reposara,si alguno quisiera impedir o prohibirles que noenviasen esta embajada. Pareciale a Agripa que movería envidia contrasí, si él ordenaba embajadores que fuesen aacusar delante de César a Floro; y por otra par-te vela no serle cosa conveniente menospreciara los judíos, que estaban ya movidos para hacerguerra; por tanto, convocó el pueblo en un an-cho portal, y poniendo en lo alto a su hermanaBerenice en la casa de los Asamoneos, porquevenia ésta a dar encima de aquel portal, contrala parte más alta de la ciudad, porque el templose juntaba con este portal con un puente quehabía en medio, Hízoles este razonamiento:«No me hubiera atrevido a parecer delante devosotros, y mucho menos aconsejaros lo nece-sario, si viera que estabais todos prontos y convoluntad de hacer guerra a los romanos, y quela parte mayor y mejor de todo el pueblo, nodesease guardar y conservar la paz, porque debalde y superfluo pienso yo que es tratar delan-

te del pueblo de las cosas provechosas, cuandola intención, el ánimo y el consentimiento detodos es aparejado e inclinado a seguir la peorparte; pero porque la edad hace algunos de losque estáis presentes ignorantes y sin experien-cia de los males de la guerra, a otros la espe-ranza mal considerada de la libertad, algunosse inflaman y encienden con la avaricia, pen-sando que cuando todo esté confuso, con larevuelta y confusión se han de aprovechar yenriquecer, me pareció cosa muy necesariamostraros a todos juntamente lo que me pareceseros conveniente y provechoso, a fin de quelos que con tal error están, se corrijan y desen-gañen, y por consejos malos de pocos, no pe-rezcan también los buenos; por tanto, ruego nome sea alguno impedimento ni estorbo en loque diré, aunque no oiga lo que su avariciapide y desea, y los que están movidos con áni-mo de rebelarse, sin que haya esperanza depoder ser revocados a otro parecer, muy bienpodrán permanecer, después de mi habla y

consejo, en su determinación y voluntad; perosi todos juntamente no me conceden licencia ysilencio para hablar, serán causa que no mepuedan oír aquellos que tanto lo desean."Sabido tengo haber muchos que encarecen lasinjurias recibidas por los gobernadores de lasprovincias, y levantan trágicamente con looresla libertad. Antes que yo me ponga a mirar ydescubriros quiénes seáis y cuáles vosotros, yquiénes aquellos contra los cuales presumís deemprender guerra, quiero hacer una divisiónde las causas que vosotros pensáis estar muyjuntas, porque si pretendéis vengaros de losque os han injuriado, ¿qué necesidad hay deensalzar con tan grandes loores la libertad? Y sios parece que el estar sujetos es cosa indignaque se sufra, de balde juzgo que es quejaros delos regidores, porque por muy moderados quesean con vosotros, no será por esto menos torpey feo estar en servidumbre. Pues consideradahora cada cosa particularmente, y conocedcuán pequeña causa y ocasión tengáis para

moveros a guerra. Considerad primero loserrores y faltas de los regidores: debéis saberque los poderosos han de ser honrados y notentados con riñas e injurias; mas si queréispesar tantos pecados tan pequeños, movéisciertamente contra vosotros aquellos a quienesinjuriáis, de tal manera, que los que antes secre-ta y escondidamente y con vergüenza os daña-ban, son después movidos a robaros y dañarospública y seguramente."No hay cosa que tanto detenga y reprima lasaflicciones, corno es la paciencia y quietud deaquellos a los cuales es hecho el daño, y tantoavergüence y ponga en confusión a los que deél suelen ser causa; pues poned por caso que losenviados por regidores a las provincias sonmuy molestos y muy enojosos; no por eso deb-éis echar la culpa a los romanos, y decir queellos os injurian, ni a César tampoco, contraquien queréis ahora mover guerra. No debéiscreer que por su mandato sea malo alguno delos que os envía por gobernadores, ni pueden

ver los que están en Occidente lo que se hace enOriente, ni aun tampoco allá se puede oír nisaber fácilmente lo que por acá se trata; y asíseria una cosa muy importuna moverse conpequeña causa contra tan grandes señores,pues ellos no saben las cosas de que nos queja-mos."De los daños que nos han sido hechos, fácil-mente tendremos enmienda y corrección, por-que no tendrá siempre este Floro la administra-ción de esta provincia, antes es cosa creíble quelos que le sucederán serán más modestos y me-jor regidos; mas la guerra, si una vez es comen-zada, no es tan fácil dejarla ni tampoco soste-nerla. Los que son tan sedientos de la libertad,debieran primero trabajar y proveer en guar-darla y conservarla, porque la novedad de ver-se en servidumbre suele ser muy importuna ymolesta, y por no venir a ella parece ser justacosa emprender la guerra; pero aquel que yauna vez está sujetado y después falta, más pa-rece, cierto, esclavo rebelde y contumaz, que no

amador de libertad. Por esto se debió hacertodo lo posible por que no fueran recibidos losromanos, cuando Pompeyo comenzó a entraren este reino y provincia."Nuestros antepasados y sus reyes, siendo endineros, cuerpos y ánimos, mucho más podero-sos y valerosos que vosotros, no pudieron resis-tir a una pequeña parte del poder y fuerza delos romanos; y vosotros, que habéis recibidoesta obediencia y sujeción, casi como herencia,y sois en todas las cosas menores y para menosque fueron los que primero les obedecieron,¿pensáis poder resistir contra todo el imperioromano?'Tos atenienses, que por la libertad de la gentegriega dieron en otro tiempo fuego a su propiapatria, y persiguieron muy gloriosamente, cercade Salamina la pequeña, a Jerjes, rey soberbísi-mo, huyendo con una nao, el cual por las tie-rras navegaba, y caminaba por los mares, cuyaflota y armada a gran pena cabía en la anchurade la mar, y tenía un ejército mayor que toda

Europa; los atenienses, que resistieron a tantasriquezas de Asia, ahora sirven a los romanos yles son sujetos, y aquella real ciudad de Greciaes ahora administrada por regidores romanos.Los lacedemonios también, después de tantasvictorias habidas en Termópila y Platea, y des-pués de haber Agesilao descubierto y señorea-do toda el Asia, honran y reconocen a los ro-manos por señores. Los macedonios, que aunles parece tener delante a Filipo y a Alejandro,prometiéndoles el imperio de todo el mundo,sufren la gran mudanza de las cosas y adoranahora aquéllos, a los cuales la fortuna se pasó ytanto favorece."Otras muchas gentes hay que, siendo muchomayores y confiadas en mayor fuerza para con-servar su libertad, las vemos todavía ahora re-conocer y se sujetan en todo a los romanos; ¿yvosotros solos os afrentáis y no queréis estarsujetos a los romanos, cuya potencia veis cuán-to domina? ¿En qué ejércitos o en qué armas osconfiáis? ¿A dónde tenéis la flota y armada que

pueda discurrir por el mar de los romanos? ¿Adónde están los tesoros que puedan bastar paratan grandes gastos? ¿Por ventura pensáis quemovéis guerras contra los árabes o egipcios?¿No consideráis la potencia del imperio roma-no? ¿No miráis para cuán poco basta vuestrafuerza? ¿No sabéis que muchas veces vuestrospropios vecinos os han vencido y preso envuestra ciudad?"Mas la virtud y poder invencible de los roma-nos pasa por todo el mundo, y aun algo máshan buscado de lo contenido en este mundo,porque no les basta a la parte del Oriente tenertodo el Eufrates, ni a la de Septentrión el Istro oDanubio, ni les faltan por escudriñar los desier-tos de Libia hacia el Mediodía, ni Gades al Oc-cidente; mas aun además del océano buscaronotro mundo y vinieron hasta las Bretañas, quees Inglaterra, tierras antes no descubiertas niconocidas, y allá pasaron su ejército. Pues qué,¿sois vosotros más ricos que los galos, másfuertes que los germanos y más prudentes y

sabios que los griegos? ¿Sois por ventura másque todos los del mundo? ¿Pues qué confianzaos levanta contra los romanos?»Responderá alguno, diciendo que servir escosa muy molesta y enojosa. ¿Cuánto más mo-lesto será esto a los griegos, que parecían tenerventaja en nobleza a todos los del universo y ypoco ha que eran señores de una provincia tangrande y tan ancha, que ahora obedecen y estánsujetos a seis varas que se suelen traer delantede los cónsules romanos? A otras tantas obede-cen los macedonios, los cuales, por cierto másjustamente que vosotros, podrían defender sulibertad. ¿Pues qué diremos de quinientas ciu-dades que hay en el Asia? ¿Por ventura no obe-decen todas a un gobernador sin gente algunade guarnición, y están sujetos todos a una varadel cónsul romano? ¿Pues para qué me alargaréen contar y hacer mención de los heniochos, delos colchos y de los que viven en el monte Tau-ro? Y los bosforanos, las naciones que habitanen la costa del mar del Ponto y las gentes meó-

ticas, las cuales en otro tiempo ningún señorconocían aunque fuese natural, y ahora estánsujetos a tres mil soldados, y cuarenta galerasguardan pacifica la mar que no solía ser antesnavegable. Pues, cuán grande y cuán poderosaera Bitinia y Capadocia, y la gente de Panfilia,la de Lidia y la de Cilicia. ¿Cuántas cosas podr-ían todas hacer por su libertad? Ahora las ve-mos que pagan sus tributos todas, sin que fuer-za de armas les obligue a ello.»Pues ¿y los de Tracia? Estos poseen una pro-vincia que apenas se puede andar la anchura encinco días, y en siete lo que tiene de largo; tierramás áspera y fuerte que la vuestra, la cual de-tiene los que allá pasan con el hielo tan grande;ahora obedecen a los romanos con dos milhombres que hay allá de guarnición. Despuésde éstos, los de Dalmacia y los ¡líricos, que vi-ven junto al Istro, también están sujetos consolas dos compañías de soldados que están allá,con las cuales se defienden de los de Dacia:pues los mismos de Dalmacia, que trabajaron

tanto por guardar y conservar su libertad sien-do muchas veces presos, se rebelaron una vezcon muy gran furia, y ahora viven reposados ensujeción de una legión de romanos.»Pero sí algunos había que tuviesen causas yrazones para moverse a defender su libertad,eran los galos, por estar naturalmente proveí-dos de tantos amparos y defensas, porque porla parte del Oriente tienen los Alpes, por la deSeptentrión tienen el rio Rhin, por la del Me-diodía los montes Pirineos, y por la parte occi-dental el ancho Océano; pero con toda esta de-fensa, y siendo tan populosa, que tiene trescien-tas quince naciones diversas en si, y siendo tanabundosa de fuentes que casi la riegan toda, locual es gran felicidad doméstica, todavía estánsujetos a los romanos y les pagan pechos, ytienen puesta toda su dicha y prosperidad en lade los romanos, no por flojedad de ánimos nipor falta de nobleza de linaje, pues han peleadoy hecho guerra por la libertad más de ochentaaños; pero maravillados de la fuerza de esta

gente y de la fortuna y prosperidad de los ro-manos, los han temido, porque con ella hanmuchas veces alcanzado mucho más que nocon las guerras, y. finalmente, están sujetos amil doscientos soldados, teniendo casi mayornúmero de ciudades.»Ni a los iberos pudo bastar el oro que les naceen los ni las guerras que hacían por su libertad,ni les en tan apartada de Roma por tierra y pormar, como eran los lusitanos y belicosos cánta-bros, ni la vecindad del mar Océano, que aun alos que moran cerca de él es terrible y espanto-so con sus bramidos; los romanos pusieron atodos en su sujeción, alargando las armas yextendiendo su poder más allá de las columnasde Hércules: pasaron cual nubes por las alturasde los Piríneos, los cuales sujetaron a su impe-rio. Y de esta manera a gente tan belicosa y tanapartada, según arriba dijimos, les basta ahorauna legión para tenerlos domados.»¿Quién de vosotros no ha oído hablar de lamuchedumbre de los germanos? La fortaleza y

grandor de sus cuerpos, según pienso, todos lahabéis visto muchas veces, porque los romanoslos tienen en todas partes cautivos, los cualesposeen unas regiones tan espaciosas y grandes,y tienen mayores ánimos que los cuerpos, y notemen la muerte, y son más vehementes en laira e indignación que las bestias fieras; todavíatienen ahora el Rhin por término, y son doma-dos por ocho legiones de romanos; y los queestán presos y sirven como esclavos, y toda laotra gente pone su salud en la huida y no en lasarmas. Considerad, pues, también ahora losmuros de los britanos, vosotros que tanto con-fiáis en los de Jerusalén. Aquéllos están rodea-dos con el océano, y su tierra es casi tan grandecomo la nuestra; y los romanos con sus navega-ciones los han sujetado, y cuatro legiones degente romana guardan y tienen en paz una islade tanta grandeza.»Pero ¿qué necesidad hay de más palabras,pues vemos que los partos, gente tan belicosa yque mandaba antes a tantos pueblos, abundo-

sos de tantas riquezas, envían ahora rehenes alos romanos, y vemos que toda la principal no-bleza del oriente sirve ahora en Italia con nom-bre y muestras de paz?»Pues que todos los que viven debajo del cielotemen y honran las armas de los romanos,¿queréis vosotros solos hacerles guerra? ¿Noconsideraréis el fin que han tenido los cartagi-neses, los cuales, glori5ndose con aquel granAníbal, y descendiendo ellos de la generación ycepa de los de Fenicia, fueron todos vencidos yderribados por Escipión?»Ni los cireneos descendiendo de Lacedemón;ni los marmaridas, cuyo poder se ensanchabahasta aquellos desiertos solos y secos; ni losterribles y valerosos sirtas, los nasamones ymauros, ni la muchedumbre del pueblo deNumidia impidieron ni estorbaron el poder yvirtud de los romanos.»Mas la tercera parte del mundo, en la cual haytantas naciones que no se podrían ligeramentecontar, rque desde el mar Atlántico y las co-

lumnas de Hércules hasta el mar Bermejo, endiversos lugares hay infinito número de etio-pes, todavía la tomaron toda por armas; yademás del trigo y provisión que cada año env-ían a los romanos, pagan también otro tributo,y sirven de voluntad con otros gastos al impe-rio: no tienen por cosa de afrenta hacer cuantola es mandado, como vosotros, y no hay contodos ellos más de una legión romana. »Pero ¿qué necesidad hay de tomar ejemplostan de lejos para declarar la potencia de los ro-manos? Podéisla ver y conocer claramente conejemplo de Egipto vecina vuestra, porquealargándose esta tierra hasta la Etiopía y hastala fértil y feliz Arabia, y siendo también cercanaa la India, pues confina con ella, teniendo sete-cientos cincuenta millones de gentes, sin elpueblo de Alejandría, paga muy de voluntadsus tributos, la cantidad de los cuales fácilmen-te se puede estimar por el número de la gente;y no se afrentan ni se tienen por indignos deestar sujetos al imperio romano, aunque sea

incitada a rebelión de Alejandría, abundosa degentes y riquezas, y no menor en grandeza,porque tiene de largo treinta estadios, y de an-cho no menos de diez; paga mes que pagáisvosotros cada año, y además del dinero proveede pan a los romanos por espacio de cuatromeses. Está fortalecida por todas partes, o dedesierto nunca andado, o de mar adonde no sepuede tomar puerto, o de rios y lagunas; masninguna cosa de éstas fué tan fuerte como afortuna de los romanos, porque dos legionesque quedan en la ciudad refrenan a Egipto y atoda la nobleza de Macedonia.»¿Pues a quiénes tomaréis por compañerospara la guerra? Todos los que viven en el mun-do habitable son romanos, o a ellos sujetos, sino es que alguno de vosotros extienda sus es-peranzas más allá del Eufrates, y piense que lagente de los adiabenos, por ser de su parentes-co, le ha de venir a ayudar. Mas éstos noquerrán por una cosa sin razón envolverse enuna guerra tan grande; y aunque quisiesen

hacer cosa tan afrentosa, no se lo consentiríanlos partos, porque cuidan de guardar la amis-tad que tienen con los romanos, y pensarán serrota la confederación si alguno de los que estánsujetos a su imperio y mando intentaba guerracontra los romanos. Pues no hay otra ayuda nisocorro sino el de Dios; mas a éste también letienen los romanos, porque sin ayuda particu-lar suya, imposible sería que -imperio tal y tangrande permaneciese y se conservase."Considerad también cuán difícil cosa será en laguerra guardar bien vuestra religión, a quetanta afición tenéis, aunque tuvieseis guerracon hombres de mucho menos poder que voso-tros, y que traspasándola ofendéis a Dios, pen-sando que por ella os ha de ayudar; porque siqueréis, según la costumbre, guardar los sába-dos sin daros a alguna obra, seréis fácilmentepresos. Así lo han experimentado vuestros an-tepasados cuando Pompeyo trabajó por pelearprincipalmente en estos días, en los cuales losque eran acometidos estaban en reposo. Y si en

la guerra quebrantáis la ley de vuestra patria,no sé por qué peleáis por lo que resta. Vuestrointento ahora no es más que hacer que no seanquebrantadas las leyes de vuestra patria. ¿Dequé manera, pues, osaréis llamar e invocar aDios que os ayude, si violáis de vuestra volun-tad la honra que todos le debéis tan debida-mente? Todos los que emprenden hacer guerrao confían en el socorro y ayuda de Dios, o en elpoder y fuerzas humanas, cuando ambas cosaspara acabar les faltan, los que quieren pelear,sin duda van a caer en manifiesto cautiveriopor su propia voluntad. ¿Pues quién os vedaráque no despedacéis vuestros propios hijos ymujeres con vuestras propias manos, y que nodeis fuego y abraséis a vuestra patria tan que-rida y tan amada?.»Lo menos que ganaréis, si ponéis por obra tallocura, será la afrenta y daño que suele sucedera los vencidos. Más vale, ¡oh amados amigosmíos! y es mejor guardarse de la tempestad queestá por venir, entretanto ¡que la nao está en el

puerto, que no temblar cuando ya estáis en tra-bajo en medio de la tempestad; porque los quecaen en males sin pensarlos y sin proveersepara ello, parecen dignos algún tanto que deellos se tenga lástima y compasión; pero los quese echan en peligros manifiestos, dignos son detoda reprensión e injuria. Si ya no piensa porventura alguno de vosotros que los romanos seatarán a pactos y condiciones peleando, o quese moderarán saliendo vencedores, y que, pordar ejemplo a todas las naciones, no pondránfuego en esta ciudad sagrada, y darán muerte atoda la generación de los judíos; que quedaréisvivos después de esta guerra, no tendréis algúnlugar adonde recogeros: teniendo ya los roma-nos a todas las naciones y gentes sujetas a suimperio, o teniendo todas las demás miedomuy grande de quedarles sujetas.»Y no estaréis vosotros solos en peligro, mastambién todos los judíos que viven en las otrasciudades, porque no hay pueblo en todo el uni-verso adonde no haya algunos de vuestra gen-

te; los cuales todos, sin duda, si vosotros osrebelarais, por muerte muy cruel serán acaba-dos; y por consejos malos de muy pocos hom-bres, serán bañadas todas las ciudades con san-gre de los judíos. Los que tal hicieren, quedaránexcusados, por ser a ello por vuestra falta for-zados; y aunque dejaran de ejecutar tal cosa,poneos a considerar cuan impía cosa sea moverguerra contra gente tan benigna. »Tened, pues, compasión y misericordia; si nola tuviereis de vuestros hijos y mujeres, a lomenos de esta ciudad que se llama la madre delas ciudades de vuestra región. Conservad losmuros sagrados y los santos lugares, y guardadpara vosotros el templo y Santa sanctorum,porque venciendo los romanos, no dejarán deponer mano en todo esto, pues que no les hasido agradecido lo que la primera vez les hanconservado.»Yo protesto a todas cuantas cosas tenéis santasy sagradas, y a todos los ángeles de Dios y a lacomún patria de todos, que no os he dejado de

aconsejar todo lo que me pareció seros conve-niente. Si vosotros determinarais lo que es justoy razonable, tendréis paz y amistad conmigo;pero si estáis pertinaces en vuestra saña y de-termináis pasar adelante, sin mí os pondréis atodo peligro.»Habiendo acabado su razonamiento delante desu propia hermana, que cerca de él estaba, co-menzó a llorar, y con sus lágrimas quebrantó yvenció gran parte del ímpetu que tenían, y da-ban voces diciendo que ellos no movían guerracontra los romanos, sino solamente contra Flo-ro, por lo que de él habían padecido.Respondióles el rey Agripa: "Las obras son talescomo si peleaseis contra los romanos; pues nohabéis pagado el tributo que debéis a César, yhabéis puesto fuego a los portales de la torreAntonia. Cubriréis la causa y sospecha de vues-tra rebelión, si los volvéis a rehacer, y si os daisprisa de pagar los tributos, porque esta fortale-za no es de Floro, ni tampoco daréis a él losdineros."

Siguió el pueblo estos consejos y viniendo altemplo con el rey y con su hermana Berenice,comenzaron luego a edificar aquellos portales.Y los príncipes y decuriones distribuyéronsepor toda la región, y trabajaban en recoger yJuntar el tributo; y así juntaron en breve tiempocuarenta talentos, porque- tanto restaban deber.De esta manera quitó e impidió Agripa la gue-rra que se aparejaba, y después trabajaba porpersuadirles que obedeciesen a Floro hasta tan-to que César proveyese de otro gobernador.Encendióse tanto la ira del pueblo contra el reypor esto, que no pudiendo dejar de decirle mu-chas injurias, echáronlo luego de la ciudad, yatreviéronse también algunos de los revolvedo-res y amigos de contiendas a tirarle piedras,viendo el rey el ímpetu tan grande de aquellagente y que era imposible apaciguarlos,quejándose de la injuria que le había sidohecha, envió los príncipes y poderosos de losjudíos a Floro, en Cesárea, para que él escogiese

de todos ellos quienes quisiese que recogiesenel tributo, y él partióse para su reino.***

Capítulo XVIIEn el cual se trata cómo comenzaron los judíosa rebelarse contra los romanos.En este mismo tiempo, juntándose algunos de

los que revolvían el pueblo y movían la guerra,entraron con fuerza y secretamente en una for-taleza que se llamaba Masada, y mataron a to-dos los romanos que hallaron dentro, y pusie-ron otra guarda de su gente.En el templo de Jerusalén había un hombre,llamado por nombre Eleazar, hijo del pontíficeAnanías, mancebo muy atrevido, capitán enaquel tiempo de los soldados, que persuadió alos que servían en los sacrificios que no recibie-sen algún don y ofrenda de hombre nacido queno fuese judío. Esto era ya principio y materiapara la guerra de los romanos, porque desecha-ron el sacrificio al César que se solía ofrecer porel pueblo romano. Y aunque rogaban los pontí-fices y la otra gente noble que allí estaba que nodejasen aquella buena costumbre que tenían de

rogar por los reyes, no quisieron los judíos con-sentir en ello, confiándose mucho en la muche-dumbre del pueblo.Acrecentábales la voluntad que tenían, ver lafuerza de los que deseaban revueltas y nove-dades; y tenían también muy gran cuenta conEleazar, que era en este mismo tiempo príncipe,como hemos dicho.Juntáronse, pues, todos los poderosos con lospontífices y con los más nobles de los fariseos; yviendo los grandes males que se recrecían parala ciudad, determinaron experimentar los áni-mos de los escandalosos y revolvedores; y jun-tada la muchedumbre del pueblo delante de lapuerta que llaman de Cobre (estaba ésta en laparte interior del templo, hacia el Oriente),quejáronse mucho de la materia y loca rebelión,y que movían tan gran guerra contra su patria.Reprendían también la sinrazón que a ella lesmovía, diciendo que sus antepasados ordena-ron su templo con muchos dones y presentesde gentiles, y recibieron dones de los pueblos

extranjeros; y que no sólo no hablan prohibidolos sacrificios de alguno, porque esto fuera cosamuy impía, mas aun los pusieron por ornamen-to y honra del templo, a donde se pudiesen very conservar hasta el tiempo presente, y queahora los que querían incitar y mover las armasromanas y hacer guerra contra ellas, les orde-naban nueva religión; y harían que con peligrosu ciudad fuera tenida por impía si prohibíanque ningún extranjero que no fuese judío pu-diese sacrificar en ella, ni permitían llegar ahacer oración.Y si esta ley se hubiese de guardar contra unapersona privada, podríamos acusar ciertamentede inhumanos; pero con esto los romanos sonmenospreciados y afrentados, y César es tenidoy juzgado por hombre prófano.Por tanto, es de temer que los que desechan lossacrificios que se hacen por los romanos, seanprohibidos después de sacrificar por sí mismos;y que sea sacada esta ciudad del lugar y princi-pado que ahora tiene, si no mudaren su pro-

pósito y sacrificaren luego, antes que la fama detan grande atrevimiento se divulgue en presen-cia de aquellos a quienes la injuria ha sidohecha.Diciendo estas cosas, poníanles delante los quemás y mejor sabían las costumbres de sus pa-dres antiguos, y a los sacerdotes, porque todoscontasen de qué manera y cómo hablan recibi-do sus antepasados los sacrificios y dones degentes extranjeras.Mas ninguno de aquellos que deseaban las re-vueltas y la guerra, quería escuchar ni entenderlo que se decía, ni los ministros del altar veníanallí, dando ya casi materia para la guerra.Viendo, pues, toda la nobleza que estaba ya elpueblo tan levantado y tan movido para la gue-rra, que no podía ya ser en alguna minera consu autoridad refrenado, y que ellos habían depadecer el peligro de las armas romanas prime-ro que el pueblo, trabajaban todo lo posible endisminuir las causas que para ello tenían; y así,enviaron a Floro otros embajadores, de los cua-

les era el principal Simón, hijo de Ananías, yenviaron otros a Agripa; de éstos eran principa-les Saulo, Antipas y Costobano, todos parientesmuy cercanos del rey.Rogaban a entrambos muy humildemente querecogiesen sus ejércitos, viniesen contra la ciu-dad de Jerusalén, y apaciguasen la revuelta,quitando aquellos escándalos tan grandes quese movían, antes que el mal se hiciese insufriblee irremediable. A Floro fué esto corno buenanueva; y queriendo encender más la guerra, nodió respuesta a los embajadores. Mas Agrípa,mirando igualmente por la una y otra parte, asaber los judíos que se rebelaban, y los roma-nos, contra quienes la guerra se movía, que-riendo conservar los judíos debajo del imperioy potencia romana, y queriendo conservar paralo judíos el templo y la patria, sabiendo muybien que no le convenía a él esta revuelta, envióen ayuda del pueblo tres mil de a caballo de losauranitas, bataneos y traconitas, dándoles por

capitán a Darío, y por general a Filipo, hijo deJachino.Con la venida de éstos, todos los principalescon los sacerdotes y todos los otros que desea-ban y procuraban la paz, pusiéronse en la partemás alta de la ciudad, porque la baja y el tem-plo estaban en poder de los sediciosos. Usabanambas partes de dardos y de hondas, tirandosin cesar; tirábanse muchas saetas continua-mente; algunas veces salían algunos con ase-chanzas y escaramuzaban de muy cerca.Los revolvedores eran más atrevidos; pero losdel rey eran mucho más ejecitados en las cosasde la guerra: tenían éstos muy determinado deganar el templo y echar de él aquellos que tantolo profanaban. Los sediciosos y revolvedoresque estaban de la parte de Eleazar, pretendían,además de lo que ya poseían, ganar la parte altade la ciudad y combatirla. Duró la matanza deambas partes, muy grave, siete días, sin quealguna de ellas perdiese su lugar: Viniendodespués aquella festividad que se llama Xilol-

fonia, en la cual tienen de costumbre todos tra-er y juntar gran cantidad de leña en el templo,por que no falte jamás la materia para el fuego,el cual conviene que siempre esté ardiendo sinapagarse, no quisieron recibir a sus contrariosen aquella honra y culto, antes los desecharoncon gran afrenta, y por medio del pueblo queno estaba armado entraron con ímpetu; muchosde aquellos matadores o sicarios, que así lla-man a los ladrones que llevan en los senos lospuñales escondidos, aunque hallaban gran re-sistencia, no dejaron de proseguir lo que habíancomenzado; y los del rey fueron vencidos por lamuchedumbre Y su osadía, y se retrajeron a laparte más alta de la ciudad, la cual acometieronluego los rebeldes, y pusieron fuego a la casadel pontífice Ananías, y en el palacio de Agripay de Berenice.Después de esto dieron también fuego a lasarcas a donde estaban todas las escrituras delos deudores y acreedores, por que no quedasealgo por donde se pudiesen saber las deudas,

por atraer así la muchedumbre de los deudores,y para dar libre poder y facultad a los pobresde levantarse contra los ricos; y huyendo losguardas de las escrituras públicas, echaron fue-go a las casas, y quemado lo principal y másfuerte de la ciudad, comenzaron a perseguir asus enemigos.Salváronse algunos de los nobles y pontífices,escondiéndose en los albañares y lugares su-cios; y algunos, con los del rey, recogiéronse enlo alto del palacio, cerrando con diligencia ycubriendo muy bien las puertas. Entre éstosestaban también el pontífice Ananías y su her-mano Ecequías, y los que dijimos haber sidoenviados a Agripa por embajadores. Contentosentonces con la victoria y con lo que habíanquemado y destruído, cesaron.Otro día después, que eran a los quince deagosto, dieron asalto a la fortaleza Antonia, yhabiéndola tenido cercada por espacio de dosdías, la tomaron y mataron a cuantos habíadentro, y después pusieron fuego a todo. De

aquí pasaron luego al palacio, a donde se hab-ían recogido los soldados del rey, y partiendosu campo en cuatro partes, trabajaban en echara tierra los muros. De los que dentro estaban,ninguno osaba salir a resistirles por la muche-dumbre de los enemigos; mas repartiéndosepor las fuerzas y torreones, mataban de allí asus enemigos y derribaban de esta manera mu-chos de aquellos ladrones.No cesaban de pelear ni de día ni de noche,porque pensaban los revoltosos constreñir a losque estaban en aquel fuerte a desesperación porfalta de mantenimiento, y los del rey creían quelos enemigos no hablan de sufrir tanto trabajo.En este medio había un hombre llamado Ma-nahemo, hijo de aquel Judas Galileo, sofistamuy astuto, que antes, siendo Cirenio goberna-dor, había injuriado y echado en el rostro a losjudíos que, después de Dios, eran sujetos a losromanos. Tomandodo consigo algunos de losnobles, caminó a Masada, a dónde estaban to-das las armas del rey Herodes, y quebrando las

puertas, armó con gran diligencia la gente delpueblo y algunos ladrones con ellos, y volviósecon todos, como con gente de su guarda, a Je-rusalén. Haciéndose principal de la revuelta,aparejaba a cercarla y tomarla. Y como teníafalta cavar los muros por los dardos que dearriba los enemigos le echaban, comenzó a ca-var de muy lejos un minero hasta llegar debajode una torre, y pusieron leños muy fuertes quela sostuviesen, y después, poniéndoles fuego,salieron. Quemados los leños, luego la torrecayó; mas luego se vió otro muro edificado pordentro; porque los del rey, sabiendo antes ysintiendo bien lo que los enemigos hacían, ytambién, por ventura, por el temblar de la tie-rra, edificaron con diligencia :otro muro. Conesto, los que los combatían y pensaban haber deser presto vencedores, con ver el muro nuevoquedaron muy espantados y aflojados. Pero losdel rey enviaban a suplicar a Manahemo y a losotros príncipes de aquella revuelta que los de-jasen salir de allí.

Habiendo acordado y consentido Manahemoesto solamente a los del rey y a los de su reli-gión, partieron luego. A los romanos, porquequedaron solos, faltó el ánimo, porque no ten-ían igual fuerza para tanta muchedumbre degente, y rogarles que los dejasen salir, teníanlopor cosa de afrenta, y aun no lo tenían por se-guro, aunque les fuese concedido. Dejando,pues, el lugar de abajo que se llama Estratope-don, como que era fácil de tomar, recogiéronsea las torres del palacio, de las cuales la una sellamaba Hípicos, la otra Faselo, y la tercera Ma-riarnma.La gente que estaba con Manahemo dió luegoen aquellos lugares, de los cuales los soldadoshabían huido; pasando a cuchillo a cuantoshallaban y robando todo el otro aparejo quehallaron, quemaron todo el Estratopedon. Todoesto fué hecho a los seis del mes de septiembre.***

Capítulo XVIIIIDe la muerte del Pontífice Ananías, de la deManahemo y de los soldados romanos. El día siguiente fué preso el pontífice Ananías,que estaba escondido en los albañales de la casadel rey con su hermano, y ambos fueron muer-tos por los ladrones; y cercando las torres condiligencia los sediciosos, trabajaban para queningún soldado pudiese salir de sus manos.Ensoberbecióse Manahemo con ver destruidasaquellas plazas fuertes y con la muerte delpontífice, de tal manera y con tanta crueldad,que pensando no tener ya en el mundo hombreque se le igualase, era insufrible tirano. Le-vantáronse entonces dos compañeros de Elea-zar y hablaron entre sí de que a los que se hab-ían rebelado contra los romanos por guardar sulibertad, no convenía darla a un hombre priva-do y sufrirlo por señor, el cual, aunque no leshacía fuerza, era más bajo que ellos, y si eramenester que uno fuese el superior de todos,

que a cualquier otro convenía más que a Mana-hemo. Habiendo acordado esto, arremeten con-tra él en el templo, a donde habla venido conmuy gran fausto por hacer su oración, vestidocomo rey, acompañado de todos sus parcialesmuy armados. Y corno los que estaban conEleazar se volvían contra él, arrebató todo elotro pueblo piedras y apedrearon al sofista,pensando que, después de muerto, se apaci-guaría toda aquella revuelta. Trabajaban enresistirles algún tanto los de su guarda, perocuando vieron venir contra sí tan gran muche-dumbre de gente, cada uno huyó por dondepudo. Así, mataban a cuantos podían hallar, ybuscaban también a cuantos se escondían; al-gunos huyeron a Masada, con los cuales fuéEleazar, hijo de Jayro, muy cercano de Ma-nahemo en linaje, el cual también después fuétirano en Masada. Habiendo Manahemo huidohacia un lugar que se llama Ophias, escondióseallí secretamente; prendiéronlo y sacáronlo alugar público, y con muchos géneros de tor-

mento lo mataron. Mataron también toda lagente principal de m parte y que vivía con él, yal principal favorecedor de su tiranía, llamadopor nombre Absalomón.Ayudó en esto, como arriba dije, el pueblo, cre-yendo que había de ser aquello para correcciónde aquellas revueltas. Pero éstos no mataron aManahemo por refrenar con su muerte la gue-rra, antes por tener mayor licencia y facultadpara ella. Y cuanto más el pueblo les rogase quedejasen de hacer fuerza a los soldados, tantomás se hacían en ello más pertinaces, hasta queno pudiendo ya resistirles más, Metelio, capitánde los romanos, y los demás, enviaron a supli-car a Eleazar que les dejase solamente sus vidasy que les tomase las armas y todo lo que tenían,pues de voluntad lo querían entregar.Aceptando el concierto, volviéronles a enviarluego, a la hora, a Gorión, hijo de Nicodemus, ya Ananías Saduceo, y a Judas, hijo de Jonatás,para que les diesen las manos y jurasen que loharían. Hechas estas cosas, salió Metelio con

sus soldados, y mientras los romanos tuvieronlas armas, ninguno hubo de los malos y revol-vedores que moviese contra ellos algún engaño;pero después que dejaron sus espadas y escu-dos, y todas las armas, según hablan prometi-do, y se iban sin más pensar en algo, los de laguarda de Eleazar arremetieron contra ellos ymataban a cuantos prendían sin que les resis-tiesen ni suplicasen por sus vidas, dando gritossolamente que a dónde estaban los juramentosy palabras que les habían hecho y prometido.Fueron, pues, éstos muertos cruelmente, excep-to Metelio, al cual solo perdonaron y. dejaronen vida por muchos ruegos que hizo, prome-tiendo que se circuncidarla y viviría como jud-ío.Poco fué el daño que los romanos recibieron,porque de los ejércitos grandes que había, po-cos fueron los muertos; Pero parecía ser estoprincipio de la cautividad de los judíos. Viendoser ya grandes las causas de la guerra, y que laciudad estaba ya llena de grandes maldades,

que no podía tardar la venganza divina, aun-que no temieran la de los romanos, llorabantodos públicamente, y la ciudad estaba muytriste y acongojada. Los que querían la paz yreposo de todos estaban perturbados y muyamedrentados, pensando que habían de pagarjustos por pecadores; porque habían sidohechas y cometidas aquellas muertes en día desábado, en el cual día, por su religión, suelencesar todos, no sólo de lo que no les es licito,pero de las obras también buenas y santas.***

Capítulo XIXDel estrago y matanza grande de los judíos,hecho en Cesárea y en toda Siria.Al mismo día y a la misma hora los de Cesárea

mataron, como por cierta divina providencia, acuantos judíos allí vivían, de manera que mu-rieron en un mismo tiempo más de veinte milhombres y quedó vacía de todos los judíos laciudad de Cesárea; porque aun aquellos quehablan huido, fueron presos por Floro, y todosmuertos en la plaza donde suelen esgrimir.Después de esta matanza la gente se volvió másfiera, y esparciéndose los judíos, destruyeronmuchos lugares y muchas ciudades, de las cua-les fueron Filadelfia, Gebonitis, Gerasa,, Pela yEscitépolis. Entráronse después por Gadara yFilipón destruyendo los unos y quemando losotros: pasaron por Cedasa de los Tirios, porPtolemaida y por Gaba y veníanse derechor, aCesárea.

No pudo resistirles ni Sebaste ni Ascalón; perohabiendo destruido y quemado todas éstas,derribaron también a Gaza y la ciudad de Ant-hedón.Hacíanse grandes robos en los fines y términosde estas ciudades, tanto en los lugares y aldeascomo en los campos, y se hacía matanza en losvarones que se tomaban presos.No hicieron menor daño en los judíos los siros,pues tomaron presos los que moraban en lasciudades, y los mataban: y esto no sólo por laira y odio antiguo que contra ellos tenían, perotambién por evitar y guardarse del peligro queparecía estar ya muy cerca. Estaba, pues, todaSiria muy revuelta, y cada ciudad dividida enparcialidades; la salud de entrambas era traba-jar en adelantarse y anticiparse en dar la muer-te a la parte contraria: los días se gastaban enderramar sangre de hombres, y el temor hacíalas noches muy molestas; porque aunque echa-ban a los judíos, todavía eran forzados a tenersospecha de otra mucha gente que judaizaba; y

por parecerles esto dudoso, no les parecía cor-dura matarlos tan temerariamente y sin razón.Por otra parte, viéndolos tan mezclados en sureligión, eran forzados a temerles como si fueragente extraña.La avaricia movía a muchos, que antes eranmodestos, a dar muerte a sus contrarios; y auna aquellos que antes se habían mostrado muyamigos, porque robaban toda la hacienda de losmuertos; y como vencedores, traspasaron elrobo de los que habían muerto en otras casas.Tenían por más valeroso aquel que más robaba,como que más gente matara y venciera con susfuerzas y virtud.Era lástima de ver todas las ciudades llenas decuerpos muertos, sin que fuesen sepultados;ver derribados los cuerpos de los hombres, asíviejos como mancebos, niños y muchas mujerestambién, con los cuerpos y vergüenzas todasdescubiertas. Estaba toda la provincia llena demuchas adversidades y destrucciones, y temían

mayores males y daños que hasta ahora habíanpasado.Hasta aquí pelearon los judíos con los extranje-ros; mas queriendo saltear los fines de Escitó-polis, vinieron a ganar por enemigos los judíosque allí había; porque conjurando con los deEscitópolis, y teniendo en más la utilidad yprovecho común que la amistad y deudo quecon los judíos tenían, Juntamente con los esci-topolistas, peleaban contra ellos. Mas la codiciaque éstos tenían de la guerra los hizo sospecho-sos. Por tanto, temiendo los escitopolistas quese alzasen una noche con la ciudad, y despuésse excusasen delante de los ciudadanos congrande calamidad suya, mandáronles que siquerían tener fidelidad y unanimidad entre sí ymostrar la fe con los extranjeros, que pasasenellos y todas sus casas al bosque de su ídolo, yhaciendo esto, sin tener sospecha, estuvieronlos escitopolistas dos días en paz y en reposo.La tercera noche acometen los espías, a los unosdesproveídos y a los otros durmiendo, y mata-

ron de pronto a todos cuantos había, los cualeseran en número de trece mil, y después diéron-les saqueo y robaron todos cuantos bienes ten-ían.Cosa es también digna de contar la muerte deSimón; éste, pues, hijo de cierto Saulo, varónnoble, muy señalado por la fortaleza de sucuerpo y osadía de su ánimo; pero sirvióse deentrambas cosas muy a daño de su propia ynatural gente, pues mataba cada día muchosjudíos que moraban cerca de Escitópolís, y mu-chas veces había derribado escuadrones ente-ros: así que él solo era el poder de todo un ejer-cito.Pero pagó las muertes de tantos ciudadanoscon digna pena; porque como los escitopolistas,rodeados de los judíos, matasen por aquel bos-que sagrado a muchos de ellos, Simún estabaallí con las armas en las manos, y no hacía fuer-za contra alguno de los enemigos, porque veíaclaramente que no podía él aprovechar algocontra tantos, antes dijo miserablemente con

alta voz: "Merced digna recibo de mis me-recimientos, oh escitopolistas, por haber mos-trado a vosotros tanta benignidad con la muer-te de tantos ciudadanos míos; dignamente noses infiel la gente extraña, siendo nosotros tanimpíos y malos para nuestros ciudadanos.Muero yo aquí corno impío y profano con mispropias manos, porque no conviene ser muertopor manos de enemigos. Morir de esta manerame será pena digna de mi maldad, y honraconveniente a mi virtud, hacer que ninguno demis enemigos se pueda honrar, ni haber gloriade mi muerte, ni triunfe ni ensoberbezca, porverme en tierra derribado."Diciendo estas cosas miró a toda su familia conlos ojos furiosos y llenos de lástima y compa-sión: tenía mujer, tenía hijos, y tenía padres yparientes muy viejos. Tomando, pues, prime-ramente a su padre por los cabellos, y echándo-se de pies sobre él, le pasó con su espada; des-pués mató a su madre, no contra su voluntad, ydespués de éstos quitó la vida a sus hijos y mu-

jer, tomando cada uno de éstos de voluntad laMuerte, por no caer en manos de sus enemigos.Habiendo ya muerto a todos los suyos, estandoaún encima de los muertos, levantó su mano,así que todos lo pudiesen ver y saber, y pasó laespada por sus propias entrañas, siendo unmancebo ciertamente digno de que se tuviesede él gran lástima por la fuerza de su cuerpo yfirmeza de su ánimo; pero por haber sido fielcon la gente extranjera, hubo digna muerte yfin de su vida.***

Capítulo XXDe otra muy gran matanza de los judíos.Sabida la matanza y estrago hecho en Escitópo-

lis, todas las otras ciudades se levantaban con-tra los judíos que moraban con ellos, y los deAscalón mataron dos mil quinientos de ellos, ylos de Ptolemaida otros dos mil.Los tirios también prendieron muchos y tam-bién mataron a muchos; pero fueron más lospresos y puestos en cárceles. Los hipenos y ga-darenses mataron a los atrevidos, y los teme-rosos guardaron con diligencia.Todas las otras ciudades, según era el temor oel odio y aborrecimiento que contra los judíostenían, así también se habían con ellos. Sólo losde Antioquía, Sidonia y los apameños no daña-ron a los que con ellos vivían, ni mataron niencarcelaron a judío alguno, menospreciando,por ventura, cuanto podían hacer, porque noeran tantos que les pudiesen mover revueltaalguna, aunque a mí me parece que lo dejaron

de hacer movidos más de compasión y delástima, viendo que no entendían en algún le-vantamiento ni revuelta.Los gerasenos tampoco hicieron algún mal acuantos quisieron quedar allí con ellos, antesacompañaron. hasta sus términos a todos losque quisieron salirse de sus tierras: levantóseen el reino de Agripa otra destrucción contralos judíos, porque él mismo fué a Antioquíapara hablar con Cestio Galo, dejando la admi-nistración del reino a uno de sus amigos, lla-mado Varrón, pariente del rey Sohemo.Vinieron de la región atanea setenta varones,los más nobles y más sabios de toda aquellatierra, por pedirles socorro; por que si se levan-taba algo también entre ellos, tuviesen guarda ygente que los defendiese, y para que con ellapudiesen apaciguar toda revuelta.Enviando Varrón alguna gente de guerra delrey delante, mató a todos en el camino. Estamaldad hizo él sin consejo de Agripa, y movidopor su gran avaricia, no dejó de hacer tan impía

cosa contra su propia gente; mas corrompió yechó a perder todo el reino, no dejando de eje-cutar lo mismo, después que tal hubo comen-zado contra los judíos; hasta que inquiriendo yhaciendo Agripa pesquisa de todo, no osó cas-tigarlo por ser deudo tan cercano del rey So-hemo; pero quítóle la procuración de todo elreino.Los sediciosos y amigos de revueltas, tomandola fortaleza que se llama Cipro, cercana a losfines y raya de Hiericunta, mataron a los queallí estaban de guardia y destruyeron toda lafortaleza y munición que allí había.La muchedumbre de los judíos que estaba enMacherunta, en este mismo tiempo persuadía alos romanos que allí había de guarnición, quedejasen el castillo y lo entregasen a ellos; y te-miendo ser forzados a hacer lo que entonces lesrogaban, prometieron partir, y tomando la pa-labra de ellos, entregáronles la fortaleza, la cualcomenzaron a poner en buena guarda los ma-cheruntios.

***

Capítulo XXICómo los judíos que vivían en Alejandría fue-ron muertos.

En Alejandría siempre había discordia y revuel-ta entre los naturales y los judíos. Desde aqueltiempo que Alejandro dió a los valientes y es-forzados judíos libertad de vivir en Alejandría,por haberle valerosamente ayudado en la gue-rra que tuvo contra los egipcios, concediólestodas las libertades que tenían los mismos gen-tiles de Alejandría; conservaban la misma hon-ra con los sucesores de Alejandro, y aun leshabían diputado cierta parte de la ciudad, paraque allí viviesen y pudiesen tener más limpiaconversación entre sí, apartados de la comuni-cación de los gentiles, y concediéronles quetambién pudieran llamarse macedonios.Después, viniendo Egipto a la sujeción de losromanos, ni el primer César, ni otro alguno delos que le sucedieron, quitaron a los judíos lo

que Alejandro les había concedido. Estos casicada día peleaban con los griegos; y como losjueces castigaban a muchos de ambas partes,acrecentábase la discordia y riña entre ellos, ycomo también en las otras partes estaba todorevuelto.Se encendió más el alboroto porque, habiendohecho los de Alejandría ayuntamiento paradeterminar embajadores que fuesen a Nerónsobre ciertos negocios, muchos judíos vinieronal anfiteatro mezclados entre los griegos. Sien-do vistos por sus contrarios, comenzaron a darluego voces de que los judíos les eran enemigosy venían por espías. Además de esto pusieronlas manos en ellos, y todos fueron por la huídadispersados, excepto tres, que arrebataban co-mo si los hubieran de quemar vivos. Por estoquisieron todos los judíos socorrerles, y comen-zaron a tirar piedras contra los griegos, y des-pués arrebataron manojos de leña en fuego, yvinieron con ímpetu al anfiteatro, amenazandoponer fuego a todo y quemarlos allí vivos; y

ejecutaran ciertamente lo que amenazaban, siAlejandro Tiberio, gobernador de la ciudad, norefrenara la ira grande que tenían.No comenzó éste a amansarlos al principio conarmas ni con fuerza; sino poniendo a los másnobles de los judíos por media, amonestábalesque no moviesen contra de los soldados roma-nos. Mas los sediciosos burlábanse del benignoruego, y aun a veces injuriaban a Tiberio: vien-do, pues, éste que ya no se podían apaciguarsin gran calamidad aquellos revolvedores, hizoque dos legiones de los romanos viniesen con-tra ellos, las cuales estaban en la ciudad, y conellas cinco mil soldados que por acaso habíanvenido de Libia para destrucción de los judíos;y mandó que no sólo los matasen, mas quedespués de muertos los robasen todos y pusie-sen fuego a sus casas. Obedeciendo ellos, co-rrieron contra los judíos en un lugar que sellama Delta, porque allí estaban los judíos todosjuntos, y ejecutaban valerosamente lo que leshabía sido mandado; pero no fué este hecho sin

victoria muy sangrienta, porque los judíos sehablan juntado y puesto delante a los que esta-ban mejor armados, y así resistiéronles algúntiempo; mas siendo una vez forzados a huir,fueron todos muertos. No murieron todos deuna manera, porque los unos fueron alcanza-dos en las calles y en los campos, y los otroscerrados en sus casas y con ellas quemadosvivos, robando primero lo que dentro hallaban,sin que los moviese ni refrenase la honra quedebían guardar con la vejez de muchos, ni lamisericordia a los niños; antes mataban igual-mente a todos.Abundaba de sangre todo aquel lugar, porquefueron hallados cincuenta mil cuerpos muertos,y no quedara rastro de ellos, si no se pusieran arogar y perdón. Alejandro Tiberio, teniendo deellos compasión, mandó a los romanos que sefuesen: y los soldados, acostumbrados a obede-cer sus mandamientos, luego cesaron; mas lagente y pueblo común de Alejandría apenaspodían contenerse en lo que hablan comenzan-

do, por el gran odio que a los judíos tenían, yaun penas se podían apartar de los muertos.Este, pues, fué el caso de Alejandría.***

Capítulo XXIIDel estraga y muertes que Cestio mandó hacerde los judíos.Pareció a Cestio que no era tiempo de estarquedo, pues que los judíos eran en todas partesaborrecidos y desechados; y así, trayendo con-sigo la legión duodécima toda entera de Antio-quía, y más de dos mil de gente de a pie esco-gida de las otras, y cuatro escuadras de gentede a caballo, además de ésta el socorro de losreyes, es a saber, de Amtloco dos mil caballos ytres mil de a pie, y todos su flecheros; de Agri-pa otros tantos de a pie y mil caballos; y si-guiendo Sohemo, salió de Ptolemaída acompa-ñado con cuatro mil, de los cuales la terceraparte era de gente de a caballo, y los demáseran flecheros. Muchos de las ciudades se jun-taron de socorro, no tan diestros como los sol-dados, mas lo que la faltaba en el saber, suplíancon presteza y odio que tenían contra los jud-íos. Agripa también venia con Cestio como ca-

pitán, para dar consejo, así en todo lo que eranecesario, como por donde habían de caminar.Cestio, sacada consigo una parte del ejército,fué contra la más fuerte ciudad de Galilea, lla-mada Zabulón de los Varones, la cual aparta aPtolemaida de los fines y términos de los jud-íos: y hallándola desamparada de todos susciudadanos, porque la muchedumbre se habíahuido a los montes, pero llena de todas las co-sas y riquezas, concedió a sus soldados que lasrobasen, y mandó quemar la villa toda, aunquese maravilló de ver su gentileza, porque hablacasas edificadas de la misma manera que enSidonia, Tiro y Berito.Después discurrió por todo el territorio, y robóy destruyó todo cuanto halló en el camino; yquemados todos los lugares que alrededor hab-ía, volvióse a Ptolemaida.Estando aún los siros ocupados en el saqueo, yprincipalmente los beritios, cobrando algúnánimo y esperanza los judíos, porque ya sabían

que había partido Cestio, dieron presto en losque habían quedado, y mataron casi dos mil.Partiendo Cestio de Ptolemaida, vínose a Cesá-rea, y envió delante parte de su ejército a Jope,con tal mandamiento que guardasen la villa sila pudiesen ganar, y que si los ciudadanos deallí sentían lo que querían hacer, esperasen has-ta que él y la otra gente de guerra llegase. Par-tiendo, pues, los unos por mar, y los otros portierra, tomaron por ambas partes fácilmente aJope, de tal manera, que los que allí vivían, aunno podían ni tenían lugar ni ocasión para huir,cuanto menos para aparejarse a la pelea.Arremetiendo la gente contra los judíos, matá-ronlos a todos con sus familias; y habiendo ro-bado la ciudad, diéronle fuego. El número delos muertos llegó a ocho mil cuatrocientos.De la misma manera envió muchos de a caballoal señorío de Narlatene, que está cerca de losconfines de Samaria, los cuales tomaron partede las fronteras, y mataron gran muchedumbre

de los naturales, y robando cuanto tenían, die-ron también fuego a todos los lugares.***

Capítulo XXIIIDe la guerra de Cestio contra Jerusalén.

Envió también a Galilea a Cesennio, Galo porcapitán de la legión duodécima, y diále tantacopia de soldados, cuanta pensaba que le bas-taría para combatir y vencer toda aquella gente.Recibiólo con gran favor la ciudad más fuertede Galilea, llamada Séforis; y siguiendo lasotras ciudades el prudente consejo de ésta, es-taban muy reposadas y sin ruido, y los que sedaban a sedición y a latrocinios, recogiéronseen un monte que está en el medio de Galilea, defrente a Séforis, y llámase Asamón.Galo movió su ejército contra ellos; mas mien-tras ellos eran los más altos, fácilmente resistíany derribaban a los soldados romanos que sub-ían, matando más de doscientos; mas cuandovieron que ya por un rodeo eran llegados a lasalturas del monte, concediéronles la victoria,porque estand9 desarmados no podían pelear,

y si quisieran huir no podían dejar de dar enmanos de la gente de a caballo, de tal manera,que muy pocos se salvaron, escondidos enaquellos ásperos lugares, y fueron muertos másde dos mil.Viendo Galo que ninguna novedad buscabanen Galilea, volvió con su ejército a Cesárea.Vuelto Cestio, fuese a Antipátrida con toda sugente. Y sabiendo que muchedumbre de losjudíos se había juntado y recogido en la torreque llamaban de Afeco, envió gente delanteque pelease con ellos. Pero antes de llegar aesto' los judíos, por miedo, desaparecieron; yentrando los soldados por los reales de los jud-íos, que ya estaban desolados, quemáronlostodos y muchos lugares con ellos que por allíhabía.Partiendo Cestio de Antipátrida a Lida, halló laciudad sola, sin hombres, porque todos se hab-ían ido a Jerusalén por la fiesta de las Esceno-pegias, y matando cincuenta hombres que aunhalló allí y quemando la ciudad, pasaba adelan-

te. Pasando por Bethoron, puso su ejército enun lugar que se llama Gabaón, a cincuenta es-tadios de Jerusalén.Viendo los judíos que ya la guerra se acercaba ala ciudad, dejando la solemnidad de sus fiestas,se dieron todos a las armas, y confiados en sumuchedumbre, saltaban a pelear sin orden, Congritos y clamores, sin tener cuenta con los sietedías de feria, porque era en sábado, que suelenellos guardar muy religiosamente. El mismofuror que les había apartado del oficio divinoacostumbrado, les hizo también vencedores enlo de la pelea, porque vinieron con tanto ímpe-tu a acometer a los romanos, que los desbarata-ron, y haciendo camino por medio de ellos,derribaban a cuantos topaban. Y si los de a ca-ballo rodeando por detrás, y los soldados queaun no eran cansados no socorrieran a la partede los soldados que no habían aún perdido sulugar ni habían sido rotos, peligrara ciertamen-te todo el ejército y gente de Cestio.

Fueron aquí muertos quinientos quince solda-dos romanos, de los cuales eran los cuatrocien-tos de la gente de a pie, y los demás todos erande los de a caballo, y sólo veintidós judíos. Losmás fuertes se mostraron aquí los parientes deMonobazo, rey de Adiabeno, que eran Mono-bazo y Cenedeo, y después de éstos PeraitaNigro y Sila Babilonio, aquel que se había pa-sado a los judíos, y huido del rey Agripa, dequien solía ganar sueldo.Como los judíos fuesen rechazados, retirábansea la ciudad, y Giora, hijo de Simón, acometió alos romanos que iban a Bethoron, lastimó amuchos de la retaguardia, tomó muchos carros,y con la ropa los trajo consigo a la ciudad.Deteniéndose, pues, en los campos tres díasCestio, ocuparon los judíos los lugares altos, yguardaban con gran diligencia el pasaje, y eracierto que no estuvieran quedos si los romanoscomenzaran a partir y hacer su camino.***

Capítulo XXIVDe cómo Cestío puso cerco a Jerusalén, y delestrago que en su ejército hicieron los judíos.Viendo Agripa que la muchedumbre infinita delos enemigos tenía tomados los montes en de-rredor y que los romanos no estaban seguros depeligro, quiso tentar con palabras a los judíos,pensando que o le obedecerían todos para dejarla guerra, o si algunos en esto contradijesen, éllos haría llamar y les diría que se apartasen deaquel propósito. Así que de sus compañerosenvió allá a Borceo y a Febo, que sabía ser deeflos muy conocidos, para que les ofreciesen laamistad de Cestio por pleitesía, y cierto perdónque de los pecados les otorgarían los romanos,si dejadas las armas quisiesen acuerde con él.Mas los escandalosos, por miedo de que la mu-chedumbre, con esperanza de la seguridad, sepasaría a Agripa, determinaron matar a losembajadores, y mataron a Febo antes quehablase Palabra; Borceo huyó herido, y los es-

candalosos, hiriendo con palos y con piedras,compelieron a los populares que tenían aquestahazaña por muy indigna, que se metiesen en laciudad.Cestio, hallado tiempo oportuno para vencerlesa causa de la arriesgada discordia entre elloslevantada, trajo contra los judíos todo el ejérci-to, y metidos en huída, fué tras ellos hasta Jeru-salén.Puesto su real en el lugar que llaman Scopo,lejos de la ciudad siete estadios, que son menosde una milla, por espacio de tres días no hizocosa alguna contra la ciudad, esperando quepor ventura los de dentro en algo aflojasen, yen tanto envió no pequeña cantidad de guerre-ros militares a recoger trigo por las aldeas dealrededor de la ciudad.El cuarto día, que era a treinta días del mes deoctubre, metió el ejército, puesto en orden, de-ntro de la ciudad. El pueblo era guardado porlos escandalosos, y ellos, atemorizados de ladestreza de los romanos, partieron de los luga-

res de fuera de la ciudad, y recogiéronse a laparte de dentro y al templo.Cestio, pasado del lugar que llaman Bezetha,puso fuego a Cenópolis y al mercado que sellama de las Materias. Después, venido a laparte más alta de la ciudad, aposentóse cercadel palacio del rey, y si entonces él quisieraentrar dentro de los muros de la ciudad, po-seyérala del todo y diera fin a la guerra; masTirannio, que era general, y Prisco y muchosotros capitanes de la gente de a caballo, co-rrompidos por dineros que les dió Floro, estor-baron la empresa de Cestio e hicieron que losjudíos fuesen Henos de males intolerables y depérdidas que les acontecieron.Entretanto, muchos de los más nobles del pue-blo, y Anano, hijo de Jonatás, llamaban a Ces-tio, casi como ganosos de abrirle las puertas, yél, como lleno de ira, y porque no les daba asazcrédito ni pensaba que los debiese creer, túvo-los en menosprecio, hasta que se hubo de des-cubrir la traición, y los sediciosos compelieron a

huir a Anano con los otros de su parcialidad, ymeterse en las casas, lanzándoles piedras desdeel muro. Repartidos ellos por las torres, pelea-ban contra los que tentaban el muro, pues porcinco días los romanos de todas partes pelea-ban, y todo en balde.Al sexto día, Cestio, con muchos flecheros,arremetió al templo por la parte septentrional,y los judíos resistían desde el portal, de maneraque presto arredraron a los romanos que sellegaban al muro, los cuales, rechazados por lamuchedumbre de los tiros, a la postre partieronde allí. Los romanos que iban delanteros, cu-biertos con sus escudos, se llegaban al muro, ylos que seguían por semejante orden, se junta-ban con los otros; entretejiéronse, hecha unacobertura llamada testudine, o escudo de tortu-ga, de manera que las saetas que daban encimaeran baldías; así que los guerreros romanoscavaban el muro sin recibir daño, y quisieronponer fuego a las puertas del templo, porque yalos escandalosos tenían gran temor, y muchos

echaban a huir de la ciudad como si luego sehubiera de tomar.De esto se alegraba más el pueblo, porquecuanto más partían de ella los muy malos, tantomayor licencia tenían los del pueblo para abrirlas puertas y recibir a Cestio como a varón dequien hablan recibido beneficios; y de hecho, sipoco más quisiera perseverar en el cerco, toma-ra luego la ciudad; mas yo creo que Dios, queno favorece a los malos, y las cosas santas suyasestorbaron aquel día que la guerra feneciese.Así, pues, Cestio, sin saber los ánimos del pue-blo, ni la desesperación de los cercados, hizoretraer su gente, y sin alguna esperanza, muydesacordada e injustamente, sin algún consejopartió. Su huída, no esperada, dió aliento a laconfanza de los ladrones, tanto que salieron aperseguir la retaguardia de los romanos deellos mataron algunos, así de los de a caballocomo ¡e Tos de a pie.Entonces Cestio se aposentó en el real que anteshabía guarnecido en Scopo; y al día siguiente,

mientras más tardaba, más provocó a los ene-migos, los cuales, alcanzando los postrirneros,mataban muchos, porque el camino era de am-bas partes cercado de vallas, y tirábanles saetasdesde ellos, y los postreros no osaban volverhacia los que daban en sus espaldas, pensandoque infinita muchedumbre seguía tras ellos.Tampoco bastaban a resistir a la fuerza de losque por los lados les aquejaban y les herían,porque eran pesados con las armas por noromper la orden, y porque veían también quelos judíos eran ligeros y que fácilmente podíancorrer, donde procedía que sufrían muchosmales sin que ellos pudiesen dañar a los ene-migos. Así que por todo el camino los hosti-gaban, y rota la orden M caminar, eran derri-bados, hasta tanto que, muriendo muchos, en-tre los cuales fué Prisco, capitán de la sexta le-gión, Longino, capitán de mil hombres, y Emi-lio jocundo, capitán de un escuadrón, penosa-mente llegaron a Gabaón, donde primero pu-sieron el real después que perdieron mucha

munición. Allí se detuvo Cestio tres días, nosabiendo lo que debía hacer, porque al tercerdía veían mayor número de enemigos, y conoc-ía que la tardanza le sería dañosa, pues todoslos lugares en derredor estaban llenos de judíosy vendrían muchos más enemigos si allí se de-tuviese; así, para huir más presto mandó a lagente que dejasen todas las cosas que les pudie-sen embarazar. Y mataron entonces los mulos,los asnos y otras bestias de carga, salvo las quellevaban las saetas y los pertrechos, porqueestas tales cosas guardábanlas como cosas quehabían menester, mayormente temiendo que silos judíos las tomasen, las aprovecharían contraellos.El ejército iba delante hacia Bethoron, y los jud-íos en los lugares más anchos menos los aque-jaban; mas cuando pasaban apretados por luga-res estrechos o en alguna pasada, vedábanles elpaso y otros echaban en los fosos a los postre-ros. Derramándose toda aquella muchedumbrepor las alturas del camino, cubrían de saetas a

la hueste, adonde la gente de a pie dudabacómo se podían socorrer los unos a los otros; yla gente de a caballo estaba en mayor peligro,porque no podían ordenadamente caminarunos tras otros, pues las muchas saetas y lassubidas enhiestas les estorbaban poder ir contra¡os enemigos. Las peñas y los valles todos esta-ban tomados por ballesteros, adonde perecíantodos los que por allí se apartaban del camino,y ningún lugar había para huir o defenderse.As! que, con incertidumbre de lo que debiesenhacer, se volvían a llorar y a los aullidos que losdesesperados suelen dar.Al son de aquello correspondía la exhortaciónde los judíos, que se alegraban, dando grita conmuy grande crueldad, y pereciera todo el ejérci-to de Cestio, si la noche no sobreviniera, con lacual los romanos se acogieron a Bethoron, y losjudíos los cercaron por todos los lugares dealrededor por impedirles el paso. Allí, desespe-rado de poder seguir el camino público, pensa-ba Cestio, en la huída, e hizo subir en lo alto de

las techumbres cuatrocientos guerreros milita-res de los más escogidos y más fuertes, ymandóles dar voces, según la costumbre de losque son de guarda que velan en los reales, porque los judíos pensasen que la gente quedabaalli toda; él con todos los otros paso a paso sefueron de allí hasta treinta estadios, que sonpoco menos de cuatro millas, y a la mañana,cuando los judíos vieron que los otros se fuerony ellos quedaban engañados, arremetieron con-tra los cuatrocientos, de quienes hablan recibi-do el engaño, y sin tardanza los mataron conmuchedumbre de saetas, y luego se dieron pri-sa de seguir a Cestio; mas él, habiendo camina-do buen trecho, huyó en el día con mayor dili-gencia, de tal manera, que los guerreros milita-res, hostigados del miedo, dejaron todos lospertrechos y máquinas, y los mandrones y mu-chos otros instrumentos de guerra, de los cua-les, después de tornados, se aprovecharon losjudíos contra los que los hablan dejado, y vinie-

ron hasta Antipátrida en alcance de los roma-nos.Al ver que nos los pudieron alcanzar, tornarondesde allí, llevaron consigo los pertrechos, des-pojaron los muertos y recogieron el robo quehabía quedado, y con cantares, alabando aDios, volvieron a su metrópoli y ciudad conpérdida de pocos de los suyos. De los romanosfueron muertos cinco mil trescientos de a pie ynovecientos ochenta de a caballo.Acaecieron estas cosas en el octavo día del mesde noviembre, en el doceno año del principadode Nerón.***

Capítulo XXVDe la crueldad que los damascenos usaron con-tra los judíos, y de la diligencia de Josefo, au-tor de esta historia, hecha en Galilea.Después de las desdichas de Cestio, muchosnobles de los judíos salían poco a poco de laciudad, no menos que de una nao que está en

manifiesto peligro de perderse. Así que Costo-baro y Saulo, su hermano, juntamente con Fili-po, hijo de Jachimo, que era general del ejércitodel rey Agripa, huyendo de allí, vinieron a Ces-tio; Antipas, que había sido cercado en el Pala-cio Real juntamente con ellos, no quiso huir, yla manera cómo fué muerto por los sediciososmostraremos en otro lugar.Cestio envió a Nerón, que estaba en Acaya, aSaulo y a otros que con él vinieron, para que ledeclarasen la necesidad que padecían e imputa-sen a Floro la causa de aquella guerra. Confiabaque lo había de revolver e indignar contra Flo-ro, y que de esta manera -se aseguraría del pe-ligro en que estaba.Sabiendo los damascenos la matanza que losjudíos habían hecho de tantos romanos, deter-minaron, y aun trabajaron, por quitar la vida acuantos judíos vivían con ellos, y teniéndolostodos recogidos en unos baños públicos, por-que ya sospechaban esto, pensaban que acabar-ían fácilmente lo que determinaban hacer; pero

temían y tenían vergüenza de sus mujeres, por-que todas, excepto muy pocas, judaizaban yestaban todas muy enseñadas en esta religión, yasí tuvieron gran cuidado en cubrirles lo quetrataban, Y en una hora sin miedo degollarondiez mil judíos que cogieron en un lugar estre-cho y sin armas.Habiendo vuelto ya a Jerusalén los que hicieronhuir a Cestio, trabajaban en traer a su bando atodos los que sabían ser amigos de los romanos,a unos por fuerza y a otros por halagos, y des-pués, juntándose en el templo, determinabanescoger muchos capitanes para la guerra.Fué, pues, declarado Josefo, hijo de Gorión y elpontífice Anano, para que mandasen todo loque se había de hacer en la ciudad, y princi-palmente que tuviesen cargo de edificar el mu-ro en la ciudad.Aunque Eleazar, hijo de Simón, tenía gran par-te del robo os romanos y del dinero que habíaquitado a Cestio y gran cantidad de los públi-cos tesoros, no quisieron con todo esto darle

cargo u oficio alguno, porque veían que se le-vantaba ya como soberbio y tirano, y que a susamigos y a los que les seguían trataba como sifueran criados. Mas Eleazar poco a poco al-canzó, así por codicia del dinero, como por as-tucia, que en todas las cosas el pueblo le obede-ciese.Pidieron otros capitanes ser enviados a Idumea;así fueron Jesús, hijo de Safa, uno de los pontí-fices, y Eleazar, hijo del pontífice nuevo. Man-daron a Nigro, que regía entonces toda Idumea,cuyo linaje traía origen de una región que estáde la otra parte del Jordán, por lo que se llama-ba Peraytes, que odebeciese a todo cuanto loscapitanes mandasen, y también pensaron queno convenía olvidarse de todas las otras regio-nes. Así enviaron a Josefo, hijo de Simón, a Je-ricó, y de la otra parte del río a Manasés, y aTamna a Juan Eseo, para que rigiesen y admi-nistrasen estas toparquías o provincias. A éstehabían también dado la administración de Li-da, Jope y Amaus. Las partes Gnopliníticas y

Aciabatenas fueron dadas a Juan, hijo de Anan-ías, para que las rigiese, y Josefo, hijo de Matías,fué por gobernador de las dos Galileas. En laadministración de éste estaba también Gamala,que era la más fuerte ciudad de todas cuantasallí había.Cada uno, pues, de éstos, regla su parte y ad-ministraba lo mejor que le era posible; y Josefo,viniéndose a Galilea, lo primero que hizo fuéganar la voluntad de los naturales, sabiendoque con ella se podían acabar muchas cosas,aunque errase en lo demás. Considerando des-pués que tendría grande amístad con la gentepoderosa si le daba parte en su administración,y también con todo el pueblo si daba los oficiosque convenían a los naturales y gentes de latierra, eligió setenta varones de los más ancia-nos y más prudentes, e hízolos regidores detoda Galilea.Envió también siete hombres a cada ciudad,que tuviesen cargo de juzgar los pleitos de pocaimportancia, porque las causas graves y que

tocaban a la vida, mandólas reservar para sí ypara aquellos setenta ancianos; y puestas lasleyes que habían de guardar entre sí las ciuda-des, proveyó también cómo pudiesen estar se-guras de lo de fuera; por tanto, sabiendo quelos romanos ciertamente habían de venir a Gali-lea, mandó cercar de muros las ciudades quemás oportunas y cómodas para defenderse leparecieron: fueron de ellas Jotapata, Bersabea,Salamina, Perecho, Jafa, Sigofa y un monte quese llama Itaburio, y a Tarichea y Tiberíada; for-taleció también las cuevas que hay cerca el lagode Genesareth, en la Galílea que llamaban Infe-rior. En la Galilea que llamaban Superiormandó fortalecer a Petra, que se llama Acha-broro, a Sefa, Jamnita y a Mero. En la regiónGaulanitide, Seleucia, Sogana y Garnala, ypermitió a los seforitas que ellos mismos seedificasen muros, porque sabía que tenían po-der y riqueza para ello, y por ver también queestaban más prontos para la guerra, aun sin sermandados. Juan, hijo de Levia, también cercó

por sí de muro a Giscala por mandado de Jose-fo; todos los otros caítillos eran visitados porJosefo, mandando juntamente lo que convenía,y ayudándoles para ello.Hizo un ejército de la gente de Galilea de másde cien mil hombres; y juntándoles en uno,proveyóles de armas viejas, que de todas parteshacía recoger. Y pensando después que la vir-tud de los romanos era tan invencible, por obe-decer siempre a sus regidores y capitanes, y porejercitarse tanto en el uso de las armas, dejóatrás esto postrero por la necesidad que le apre-taba; pero por lo que tocaba al obedecer, pen-saba poderlo alcanzar por la muchedumbre delos capitanes y regidores; y así dividió su ejérci-to en la manera que suelen hacer los romanos, ehizo muchos príncipes y capitanes de su gente;y habiendo ordenado diversas maneras y géne-ros de guerreros, sujetó unos a cabos, otros acenturiones y otros a tribunos; y después di' atodos sus regidores que tuviesen cargo y cui-dado de la administración de las cosas más

importantes. Enseñábales las disciplinas de lasseñales y las provocaciones para acometer, y lasrevocaciones para recogerse según el son detrompetas. También cómo convenía rodear losescuadrones y regirse en el principio, y de quémanera los más fuertes debían socorrer a losmenos y que más necesidad tuviesen, y partir elpeligro con los que ya estuviesen cansados depelear; y enseñábales también todo cuanto con-venía para la fortaleza del ánimo y toleranciade los trabajos.Trabajaba principalmente en mostrarles lascosas de la guerra, mentándoles de continuo ladisciplina militar de los romanos, y que habíande pelear y hacer guerra con hombres que hab-ían sujetado casi a todo el- universo con susfuerzas y ánimo. Añadió también de qué mane-ra habían de obedecer estando en la guerra a ély a cuantos les mandase, y que quería luegoexperimentar si dejarían los pecados y malda-des acostumbrados, es a saber, los hurtos, latro-cinios y rapiñas que solían hacer, y que no

hiciesen engaño a los gentiles ni pensasenhaberles de ser a ellos ganancia dañar a susamigos o muy conocidos que con ellos viviesen;porque aquellas guerras suelen ser regidas yadministradas bien, cuyos soldados se preciande tener buena la conciencia; y a los que eranmalos, no sólo nos les habían de faltar los hom-bres por enemigos, mas aun Dios les había decastigar.De esta manera perseveraba en amonestarlesmuchas cosas.Estaba ya la gente que había de servir para laguerra presta, porque tenía hechos sesenta milhombres de a pie, y doscientos cincuenta de acaballo; y además de éstos tenía también cuatromil quinientos hombres de gente extranjera queganaban su sueldo, en los cuales principalmen-te confiaba, y seiscientos hombres de armas desu guarda, muy escogidos de entre todos. Lasciudades mantenían toda esta gente fácilmente,excepto la que tenía sueldo; porque cada unade las ciudades que hemos arriba dicho, envia-

ba la mitad de su gente a la guerra, y guardabala otra mitad para que tuviese cargo de prove-erles del mantenimiento que fuese necesario; yde esta manera la una parte estaba en armas, yla otra en sus obras; y la parte que estaba enarmas, defendía y amparaba la otra que les tra-ía la provisión y mantenimientos.***

Capítulo XXVIDe los peligros que pasó Josefo, y cómo se libróde ellos, y de la malicia y maldades de JuanGiscaleo.Estando Josefo en la administración de Galilea,según arriba hemos dicho, levantósele un trai-dor, nacido en Giscala, hijo de Levia, llamadopor nombre Juan, hombre muy astuto y llenode engaños, y el más señalado de todos enmaldades, el cual antes habla padecido pobre-za, que le había sido algún tiempo estorbo desu maldad que tenía encerrada. Era mentiroso ymuy astuto para hacer que a sus mentiras sediese crédito; hombre que tenía por gran virtudengañar al mundo, y con los que más amigos leeran se servía de sus maldades; gran fingidorde amistades y codiciador de las muertes, porla esperanza de ganar y hacerse rico, habiendodeseado siempre las cosas muy inmoderada-mente, y había sustentado su esperanza hastaallí con maldades algo menores. Era ladrón

muy grande por costumbre; trabajaba en sersolo, mas halló compañía para sus atrevimien-tos, al principio algo menor, después fué cre-ciendo con el tiempo. Tenía gran diligencia enno tomar consigo alguno que fuese descuidado,cobarde ni perezoso; antes escogía hombresmuy dispuestos, de grande ánimo y muy ejerci-tados en las cosas de la guerra; hizo tanto, quejuntó cuatrocientos hombres, de los cuales erala mayor parte de los tirios, y de aquellos luga-res vecinos.Este, pues, iba robando y destruyendo todaGalilea, y hacía gran daño a muchos con elmiedo de la guerra deteniéndolos suspensos.La pobreza y falta de dinero lo retardaba y de-tenía que no pusiese por obra sus deseos, loscuales eran mucho mayores de lo que él de sípodía; deseaba ser capitán y regir gente, mas nopodía; y corno viese que Josefo se holgaba enverle con tanta industria, persuadiále que ledejase el cargo de hacer el muro a su patria, y

con esto ganó mucho y allegó gran dinero de lagente rica.Ordenando después un engaño muy grande,porque dió a entender a todos los judíos queestaban en Siria que se guardasen de tocar elaceite que no estuviese hecho por los suyos,pidió que pudiesen enviar de él a todos los lu-gares vecinos de allí; y por un dinero de lostirios, que hace cuatro de los áticos, comprabacuatro redomas y vendíalo doblado; y siendoGalilea muy fértil y abundante de aceite, y enaquel tiempo principalmente había gran abun-dancia, enviando mucho de él a las partes yciudades que carecían y tenían necesidad, juntógran cantidad de dinero, del cual no muchodespués se sirvió contra aquel que le había con-cedido poder de ganarlo. Pensando luego quesi sacaba a Josefo, sería sin duda él regidor detoda Galilea, mandó a los ladrones, cuyo ca-pitán era, que robasen toda la tierra, a fin deque, levantándose muchas novedades en estasregiones, pudiese o matar con sus traiciones al

regidor de Galilea, si quería socorrer a alguno,o si dejaba y permitía que fuesen robados, pu-diese con esta ocasión acusarlo delante de losnaturales.Mucho antes había ya esparcido un rumor yfama, diciendo que Josefo quería entregar lascosas de Galilea a los romanos, y juntaba deesta manera muchas cosas por dar ruina a Jose-fo y destruirlo totalmente.Como, pues, en este tiempo algunos vecinos dellugar de los dabaritas estuviesen en el grancampo de guardia, acometieron a Ptolomeo,procurador de Agripa y Berenice, y le quitaroncuanto consigo traía, entre lo cual había mu-chos vasos de plata y seiscientos de oro; y co-mo, no pudiesen guardar tan gran robo, secre-tamente trajéronlo todo a Josefo, que estabaentonces en Tarichea.Sabida p« Josefo, la fuerza que había sido hechaa los M rey, reprendióla y mandó que las cosasque habían sido robadas fuesen puestas en po-der de alguno de los poderosos de aquella ciu-

dad, mostrándose muy pronto para enviarlas asu dueño y señor; lo cual produjo a Josefo, granpeligro, porque. viendo los que habían hechoaquel robo que no tenían parte alguna en todo,tomáronlo a mal; -y viendo también que Josefohabía determinado, volver a los reyes lo, queellos habían rabajado, iban por todos los luga-res de noche, y daban también a entender atodos que Josefo, era traidor, e hinchieron coneste mismo ruido todas las ciudades vecinas, detal manera, que luego al otro día fueron cienmil hombres armados juntos contra Josefo.Llegando después toda aquella muchedumbrede gente a Tarichea, y juntándose allí, echabantodos grandes voces muy airados contra Josefo;unos decían que debía ser echado, y otros quedebía ser quemado como traidor; los más eranmovidos e incitados a ello por Juan y por Jesús,hijo de Safa, que regía entonces el magistrado ygobierno de Tiberiada. Con esto huyeron todoslos amigos de Josefo, y toda la gente que teníade guarda se dispersó, por temor de tanta mu-

chedumbre como se había juntado, exceptosolos cuatro hombres que con él quedaron. Es-tando Josefo durmiendo al tiempo que poníanfuego en su casa, se levantó; y aconsejándoleslos cuatro que habían quedado con él quehuyese, no *se movió por la soledad en queestaba, ni por la muchedumbre de gente quecontra él venía, antes se vino prestamentedel-ante de todos con las vestiduras todas ras-gadas, la cabeza llena de polvo, vueltas las ma-nos atrás y con una espada colgada del cuello.Viendo estas cosas sus amigos, y los de Tarí-chea principalmente, se movieron a piedad;pero el pueblo, que era algo más rústico y gro-sero, y los más vecinos y cercanos de allí, que letenían por más molesto, mandábanle sacar eldinero público, diciéndole muchas injurias, yque querían que confesase su traición, porquesegún él venía vestido, pensaban que nada ne-garía de lo que les había nacido tan gran sospe-cha, pensando todos haber dicho aquello poralcanzar perdón y moverlos a misericordia.

Esta humildad fortalecía su determinación yconsejo; y poniéndose delante de ellos, engañóde esta manera a los que contra él venían muyenojados; y para moverlos a discordia entre sí,les prometió decirles todo lo que en verdadpasaba. Concediéndole después licencia parahablar, dijo:"Ni yo pensaba enviar a Agripa estos dineros,ni hacer de ellos ganancia propia para mí, por-que no manda Dios que tenga yo por amigo alque es a vosotros enemigo, o que yo haga ga-nancia alguna con lo que a todos generalmentedañase. Pero porque veía que vuestra ciudad,oh taricheos, tenía gran necesidad de ser abas-tecida, y que no tenlais dinero para edificar losmuros, y temía también al pueblo tiberiense ylas otras ciudades que estaban todas con gransed de este dinero, había determinado retenerlocon mucho tiento poco a poco para cercar vues-tra ciudad de muros. Si no os parece bien lo queyo tengo determinado, me contentaré con sa-carlo y darlo para que sea robado por todos;

mas si yo he hecho bien y sabiamente, por cier-to vosotros queréis forzar y dar trabajo a unhombre que os tiene muy obligados a todos."Los taricheos oyeron con buen ánimo todo estode Josefo, mas los tiberienses, con los otros,tornándolo a mal, amenazaban a los otros; y asíambas partes, dejando a Josefo, reñían entre sí.Viendo Josefo que habla algunos que defendíansu parte, confiándose en ellos, porque los tari-cheos eran casi cuarenta mil hombres, hablabacon mayor libertad a todos; y habiéndose que-jado muy largamente de la temeridad y locuradel pueblo, dijo que Tarichea debla ser fortale-cida con aquel dinero, y que él tenía cuidadoque las otras ciudades estuviesen también se-guras; que no les faltarían dineros si queríanestar concordes con los que los hablan de pro-veer, y no moverse contra el que los había debuscar. Así, pues, se volvía toda la otra genteque habla sido engañada, con enojo; dos mil delos que tenían armas vinieron contra él, y

habiéndose él recogido e. una casa, amenazá-banle mucho.Otra vez usó Josefo de cierto engaño contraéstos, porque subiéndose a una cámara alta,habiendo puesto gran silencio señalando con sumano, dijo que no sabia qué era lo que le ped-ían, porque no podía entender tantas vocesjuntas, y que se contentaba con hacer todo loque quisiesen y mandasen' si enviaban algunosque hablasen allí dentro con él reposadamente.Oídas estas cosas, luego la nobleza y los regido-res entraron. Viéndolos Josefo, retrájolos consi-go en lo más adentro y secreto de la casa, y ce-rrando las puertas, mandóles dar tantos azotes,hasta que los desollaron todos hasta las entra-ñas. Estaba en este medio, alrededor de la casa,el pueblo, pensando por qué se tardaba tantoen hacer sus conciertos, cuando Josefo, abrien-do presto las puertas, dejó ir los que habla me-tido en su casa todos muy ensangrentados;amedrentáronse tanto todos los que estaban

amenazando y aparejados para hacerle fuerza,que, echando las armas, dieron a huir luego.Con estas cosas crecía más y más la envidia deJuan, y trabajaba en hacer otras asechanzas ytraiciones a Josefo, por lo cual fingió que estabamuy enfermo, y suplicó con una carta que' porconvalecer, le fuese licito usar de las aguas ca-lientes y baños de Tiberíada. Corno Josefo notuviese aún sospecha de éste, escribió a los re-gidores de la ciudad que diesen a Juan de vo-luntad todo lo necesario, y que le hiciesen buenhospedaje cuando allí llegase. Habiéndose ésteservido dos días de los baños a su placer, de-terminó después hacer y poner por obra lo quele había movido a venir; y engañando a losunos con palabras, y dando a los otros muchodinero, les persuadió que dejasen a Josefo.Sabiendo estas cosas Silas, capitán de la guar-dia puesto por Josefo, con diligencia le hizosaber todas las traiciones que contra él se trata-ban y hacían; y recibiendo cartas de ello Josefo,partió la misma noche y llegó a la mañana si-

guiente a Tiberíada. Salióle todo el pueblo alencuentro, y Juan, aunque sospechaba que ven-ía contra él, quiso enviarle uno de sus conoci-dos, fingiendo que estaba en la cama enfermo,que le dijese que por la enfermedad se deteníasin venir a verle, obedeciendo a lo que debía yera obligado. Estando en el camino los tiberien-ses juntados por Josefo para contarles lo quehabla sido escrito, Juan envió gente de armaspara que lo matasen. Como éstos llegasen a él,y algo lejos los viese desenvainar las espadas,dió voces el pueblo; oyéndolas Josefo, y viendolas espiadas ya cerca de su garganta, saltó dellugar donde estaba, hablando con el pueblohasta la ribera, que tenía seis codos de alto, yentrándose él y dos de los suyos en un barcopequeño que había por dicha llegado allí, semetió dentro del mar; pero sus soldados arre-bataron sus armas y quisieron dar en los traido-res.Temiendo Josefo que moviendo guerra civilentre ellos, por la maldad de pocos se destruye-

se la ciudad, envió un mensajero a los suyosque les dijese tuviesen solamente cuenta conguardar sus vidas, y no hiciesen fuerza ni ma-tasen alguno de los que tenían la culpa de todoaquello. Obedeciendo su gente a lo que man-daba, todos se sosegaron, y los que vivían alre-dedor delas ciudades por los campos, oídas lasasechanzas que habían sido hechas contra Jose-fo, y sabiendo quién era el autor y maestro deellas, viniéronse todos contra Juan.Súpose éste guardar antes que venir en tal con-tienda, huyendo a Giscala, que era su tierranatural.Los galileos en este tiempo venían a Josefo detodas las ciudades, y juntáronse muchos milla-res de gentes de armas, que todos decían venircontra Juan, traidor común de todos, y contra laciudad que le había recibido y recogido dentro,por poner fuego a él y a ella. RespiondiólesJosefo que recibía y loaba la pronta voluntad ybenevolencia, pero que debían refrenar algúntanto el ímpetu y fuerza con que venían, dese-

ando vencer a sus enemigos más con prudenciaque con muerte. Y nombrando sus propiosnombres a los de cada ciudad que con Juan serabían rebelado, porque cada pueblo mostrabacon alegría los suyos, mandó publicar conpregón que todos cuantos se hallasen en com-pañía de Juan después de cinco días, habían deser sus casas, bienes y familias, quemados, ysus patrimonios robados. Con esto atrajo a sítres mil hombres que Juan traía consigo, loscuales, huyendo, dejaron sus armas y se arrodi-llaron a sus pies.Juan se salvó con los demás, que serían casi milde los que de Siria habían huído, y determinóotra vez ponerse en asechanzas y hacer solapa-das traiciones, pues las hechas hasta allí habíansido públicas; y enviando a Jerusalén mensaje-ros secretamente, acusaba a Josefo de que habíajuntado grande ejército, y que si no daban dili-gencia en socorrer al tirano, determinaba venircontra Jerusalén. Pero sabiendo lo que pasaba

de verdad, el pueblo menospreció esta embaja-da.Algunos de los poderosos y regidores, por en-vidia y rencor que tenían, enviaron secretamen-te dineros a Juan, que armase gente y juntaseejército a sueldo, para que pudiese con elloshacer guerra a Josefo; y determinaron entre síhacer que Josefo dejase la administración de lagente de guerra que tenía. Aun no pensabanque todo esto les bastaba, y por tanto enviarondos mil quinientos hombres muy bien armados'y cuatro hombres nobles; el uno era Joazaro,hijo del letrado excelentísimo, los otros AnaníasSaduceo, Simón y Judas, hijos de Jonatás, hom-bres todos elocuentes, para que, por consejos deellos, apartasen la voluntad que todos tenían aJosefo; y si él venía de grado a sometérseles,que le permitiesen dar razón de lo hecho, y siera pertinaz y determinaba quedar, que lo tu-viesen por enemigo, y como a tal le persiguie-sen.

Los amigos de Josefo le hicieron saber que ven-ía gente contra él, mas no le dijeron para qué nipor qué causa; porque el consejo de sus enemi-gos fué muy secreto, de lo cual sucedió que, nopudiendo guardarse ni proveer antes con ello,cuatro ciudades se pasaron luego a los enemi-gos, las cuales fueron Séforis, Gamala, Giscala yTiberia. Mas luego las tornó a cobrar sin algunafuerza y Sin armas, y prendiendo aquellos cua-tro capitanes, que eran los más valientes, así enlas armas como en sus consejos, tornó a enviar-los a Jerusalén, a los cuales el pueblo, muy eno-jado, hubiera muerto tanto a ellos como a losque los enviaban, si en huir no pusieran dili-gencia.

Capítulo XVIICómo Josefo cobró a Tiberia y Séfora.El temor que Juan a Josefo tenía, le hacía estarrecogido dentro de los muros de Giscala. Pocosdías después se torné a rebelar Tiberia, porquelos naturales llamaron a Agripa; y como éste noviniese el día que estaba entre ellos determina-do, y eran allí venidos algunos caballeros ro-manos, retiráronse a la otra parte contra Josefo.Sabido esto por Josefo en Tarichea, el cual,pues, había enviado sus soldados por trigo ymantenimientos, no osaba salir solo contra losque se rebelaban, ni podía, por otra parte, de-tenerse, temiendo que entre tanto que él se tar-dase, no se alzase la gente del rey con la ciudad;porque veía que ese otro día no le era posiblehacer algo por ser sábado, determiné tomar porengaño aquellos que le habían faltado.Mandó cerrar las puertas de los taricheos, porque no osase ni pudiese alguno descubrirles loque determinaba; y juntando todas las barcas

que halló en aquel lago, las cuales llegaron anúmero de doscientas treinta, y en cada unacuatro marineros, vínose con tiempo y buenasazón a Tiberia; y estando aun tan lejos de ellaque no pudiese ser visto fácilmente, dejando lasbarcas vacías en la mar, llegóse él, llevandoconsigo cuatro compañeros desarmados, hom-bres de su guarda, tan cerca, que pudiese servisto por todos. Como los enemigos lo viesendesde el muro adonde estaban, echándole mal-diciones, espantados y con temor, pensandoque todas aquellas barcas estaban llenas degente de armas, echaron presto las armas; ypuestas las manos, rogábanle todos que losperdonase.Después que Josefo los castigó, reprendiendo yamenazándolos, cuanto a lo primero, porquehabiendo comenzado guerra contra el puebloromano, consumían y deshacían sus fuerzascon disensiones entre sí y discordias intestinas,y con esto cumplían la voluntad y deseo de losenemigos, y también porque se daban prisa y

trabajaban en quitar la vida a uno que no bus-caba otro sino asegurarles y buscarles reposo; yno se avergonzaban de cerrarle la ciudad,habiendo él hecho el muro para defensa deellos. Pero en fin, prometióles aceptar la discul-pa, si había algunos que la satisficiesen; y quedándole tales medios que fuesen convincentes,él afirmaría la amistad con la ciudad.Por esto vinieron a él diez hombres, los másnobles de Tiberíada, y mandándoles entrar enuna navecillia de pescadores, apartándolos le-jos, mandó que viniesen otros cincuenta sena-dores, que eran los hombres más nobles quehabía, como que le fuese necesario tomar tam-bién la palabra y fe de todos éstos. Y pensandoluego después otros nuevos achaques, haciasalir más y más gente bajo de aquella promesaque les había hecho, mandando a los maestresde los taricheos que se volviesen a buen tiempocon las barcas llenas de gente, y que pusiesenen la cárcel a cuantos consigo llevasen, hastatanto que tuvo presa toda la corte, que era hasta

seiscientos hombres, y más de dos mil hombres,gente baja y popular; y llevólos todos consigo aTarichea. Dando voces el pueblo que ciertohombre llamado Clito era autor de toda aquelladiscordia y rebelión, y que debía hartarse su iracon la pena y castigo de éste sólo, rogándoselotodos.Josefo a ninguno quería matar; pero mandósalir a uno de su guarda, llamado Levia, quecortase las manos a Clito. Y como éste no osasehacerlo, díjole, movido de temor, que él solo nose atrevería contra tanta gente; y corno Clitoviese que Josefo, en la barca a donde estaba, seenojaba y quería salir solo por castigarlo, rogá-bale que por lo menos le quisiese hacer mercedde dejarle una mano. Concediéndole esto Jose-fo, con tal que el mismo Clito se la cortase, des-envainó la espada con su mano derecha, y secortó la mano izquierda, por el gran miedo quede Josefo tenía. De manera que Josefo, con bar-cas Yacías y con solos siete hombres, tomó todoaquel pueblo, y ganó otra vez la amistad de

Tiberíada. Poco después dio saco a Giscala, quese había rebelado con los seforitas, y volviótodo el robo a la gente del pueblo. Lo mismohizo también con los seforitas y tiberienses;porque habiendo preso a éstos, quiso corregir-los con dejar que les robaran, y reconciliarse sugracia y amistad con volverles lo que les habíaquitado.

Capítulo XXVIIIDe qué manera se aparejaron y pusieron enorden los de Jerusalén para la guerra, y de latíranía de Simón Giora.Hasta ahora duraron las disensiones y discor-dias en Galilea entre los ciudadanos y naturalesde allí; y después de apaciguados todos, pon-íanse en orden contra los romanos.En Jerusalén trabajaba el pontífice Anano, y lagente poderosa, enemiga de los romanos, enrenovar los muros; hacíanse dentro de la ciu-dad muchos instrumentos de guerra, muchassaetas y otras armas; y los mancebos eran muydiligentes en hacer lo que les mandaban. Estabatoda la ciudad llena de ruido, y los que busca-ban y querían la paz, tenían gran tristeza; ymuchos que consideraban las grandes muertesque había de haber, no podían dejar de llorar,pareciéndoles que todo era muy dañoso, y quese habían de destruir. Los que deseaban la gue-rra y la encendían, fingían a cada hora cuanto

les parecía; y ya se mostraba la ciudad en esta-do de ser destruída antes que los romanos vi-niesen.Anano trabajó en dejar todo aquel aparejo quese hacía para la guerra, y en apaciguar los zelo-tes, que eran los que lo revolvían, procurandode hacerles mudar de su locura en bien; pero dequé manera fué éste vencido y qué fin alcanzó,después lo contaremos.En la toparquía y región Acrabatena, un hijo deGiora, llamado Simón, habiendo juntado consi-go muchos de los que amaban y procurabannovedades y revueltas, comenzó a robar yhacer hurtos, y no sólo se entraba por fuerza enlas casas de gente rica y poderosa, sino adernásde robarlos, los azotaba muy cruelmente, y co-menzaba ya a hacerse públicamente tirano.Habiendo Anano enviado los soldados de suscapitanes, huyó a juntarse a los ladrones queestaban en Masada con los que consigo ya ten-ía; y estando allí retraído hasta tanto que fueronmuertos Anano y los otros enemigos suyos,

destruía y talaba con sus compañeros toda laIdumea en canta manera, que los magistrados yregidores de esta gente, por la muchedumbrede las muertes y robos continuos que hacían,determinaron guardar las calles y lugares consoldados y gente de guarnición.En esto, pues, estaban al presente tiempo lascosas de los judíos.***

Las Guerras de los JudíosFlavio Josefo

Libro Tercero

Capítulo IDe la vida del capitán Vespasiano, y de dosbatallas de los judíos.

Cuando Nerón supo no haber sucedido las co-sas en Judea prósperamente, quedó muy ame-drentado, pero guardólo en secreto porque eraasí necesario, y fingiéndose airado delante detodos voluntariamente, se indignaba, diciendoque había todo aquello sucedido, más por lanegligencia de sus capitanes, que por la virtudy valor de los enemigos; pero pensaba serlemuy conveniente menospreciar lo acontecido,teniendo respeto al peso del gran imperio queregía; y por parecer que tenía mayor ánimo delo que las adversidades requerían, aunque elcuidado que tenía mostraba claramente quéturbados tuviese sus pensamientos, y cuán tris-te estuviese en pensar a quién pudiese segura-

mente encomendar el cargo de todo el Oriente,que tan revuelto estaba, el cual tomase vengan-za de los judíos, que se rebelaban, y prendiesetodas las otras regiones s naciones cercanas aéstas, que con el mismo mal estaban ya co-rrompidas.Halló, pues, para estas necesidades a Vespasia-no con ánimo no menor que las cosas requer-ían, el cual emprendiese una guerra tan impor-tante, porque era varón ejercitado en ella desdesus primeros años hasta la vejez, y porque hab-ía ya dado señal de su virtud manifiesta al pue-blo romano, apaciguando el Occidente, queestaba muy revuelto por los germanos, y habíasujetado con armas toda la Bretaña, que nuncafué combatida por los romanos hasta entonces,por lo cual fué causa de que Claudio, su padre,triunfase sin poner trabajo en alcanzarlo,Teniendo Nerón su confianza en esto, y riendotambién que Vespasiano era hombre de madu-ra edad y diestro en las cosas de la guerra, yque sus hijos eran penda y rehenes de la fideli-

dad que le había de guardar, de tal manera, quela edad floreciente de los hijos le daban manospara su trabajo, porque Dios aun no había or-denado el estado de la república, enviólo a re-gir los ejércitos que estaban en Siria, animándo-le con blandas palabras y ofrecimientos, segúnel tiempo requería.Luego él, desde Acaya, adonde estaba conNerón, envió a su hijo Tito a Alejandría parasacar de allí la quinta y la décima legión de lagente; y pasando él al Helesponto, vínose portierra a Siria y allí juntó toda la fuerza romana,y tomo socorro grande de los reyes vecinos ycomarcanos.Los judíos, ensoberbecidos con la victoria quede Cestio hubieron, no podían reposarse nirefrenarse; pero moviéndolos, según parecía, lafortuna, determinaban aún hacer guerra. Por locual juntaron la más gente de guerra que pu-dieron, y vinieron a Ascalona, que es una ciu-dad antigua, edificada a setecientos veinte es-tadios de Jerusalén, enemiga siempre de ellos,

lo cual fué parte que pareciese algo más cercaque todas las otras para dar en ella el primercombate.Tenían tres varones por capitanes de esta em-presa, muy esforzados en las armas y muyprudentes; el uno era Peralta Nigro, el otro SilaBabilonia, y el tercero Juan Eseno.Estaba Ascalona rodeada de un muro muyfuerte, mas tenía dentro muy poca guarnición,porque solamente había una compañía de gentede a pie y otra de a caballo, cuyo capitán eraAntonio. Habiendo, pues, ellos, con la ira quellevaban, hecho este camino con mucha dili-gencia, llegaron tan presto y tan en orden comosi vinieran de alguna otra parte muy cerca.Antonio, no sabiendo el ímpetu y la fuerza quetraían, había ya salido con su caballería; y sintemor de la muchedumbre ni del atrevimientoy audacia grande con que venían, resistió vale-rosamente a los primeros encuentros de losenemigos; y llegándose a combatir el muro, loshizo retirar.

Los judíos, pues, ignorantes en las cosas de laguerra en comparación de la destreza de aqué-llos, la gente de a pie con la de a caballo, y lossin orden con los muy bien ordenados, y losmal armados con los bien proveídos, confián-dose más en el enojo e indignación que teníanque en el consejo y provisión buena, peleabancon los que estaban bien acostumbrados, y nohacían algo sin consejo ni mandamiento de sucapitán; y así fácilmente fueron rotos; porqueen la hora que los escuadrones primeros fuerondesbaratados por la gente de a caballo de An-tonio, todos los otros huyeron; y siendo forza-dos a huir hacia el muro, ellos mismos se eranenemigos; hasta tanto que, vencidos todos porla gente de a caballo, fueron esparcidos portodo el campo, el cual era muy ancho y muycómodo para la gente de a caballo.Esto ayudó mucho a los romanos para la ma-tanza y estrago grande que hicieron en los jud-íos; porque turbábamos y desordenábanloscomo iban huyendo, y mataban a cuantos al-

canzaban; los otros, viéndose todos rodeadosde enemigos, por cualquier parte que se volv-ían eran muertos con saetas y dardos.Parecía a los judíos que estaban solos y sincompañía alguna, aunque era grande la com-pañía que tenían; tan desesperados estaban dealcanzar salud o remedio. Los romanos, aunqueeran pocos, con haberles sucedido todo próspe-ramente, pensaban ser demasiados.Queriendo, pues, los judíos vencer el caso ad-verso que les había acontecido, avergonzándo-se de huir tan presto, confiaban que la fortunase mudaría, y no fatigándose los romanos enproseguir la victoria, alargaron la pelea casi portodo el día, hasta tanto llegaron los judíos, queaquí murieron a número de diez mil; y dos ca-pitanes, Juan y Sila; los demás, quedando lamayor parte herida y maltratada, huyeron conNigro, quien sólo quedó vivo de los capitanes,a un lugar de Idumea que se llama Salís. Algu-nos de los romanos fueron también heridos enesta batalla.

Pero no se aplacaron los ánimos de los judíoscon tan gran matanza, antes los incitó el dolorque tenían a mayor atrevimiento; y menospre-ciando tantos muertos como veían delante desus pies, movíanse a otra matanza, acordándo-se de los sucesos prósperos que antes les habíanacaecido. Por lo cual, pasando algún tiempo eneste medio, aunque no tanto cuanto fuera nece-sario para que los que estaban heridos pudie-sen convalecer, juntando todas las fuerzas quepudieron y mucho mayor número de gente queantes vinieron, volvían a Ascalona algo másenojados que la primera vez, acompañándolossiempre, además de la poca destreza y otrasfaltas que en las cosas de la guerra tenían, lamisma mala fortuna.Porque habiéndoles puesto Antonio asechanzaspor donde habían de pasar, cayendo de impro-viso en sus manos y rodeado de los de a caba-llo, antes que los judíos pudiesen ordenarsepara pelear, mataron más de ocho mil de ellas;los otros todos huyeron, y con ellos el capitán

Nigro, mostrando bien la grandeza de su ánimoen muchas cosas que huyendo hizo, recogiendoa todos, porque ya los enemigos estaban muycerca, en un castillo muy fuerte y muy segurode un lugar que se llama Bezedel.Viendo Antonio que la torre o castillo era inex-pugnable, por no perder allí mucho tiempo encercarlo, y por no dejar vivo al capitán más va-leroso de todos sus enemigos, pusieron granfuego al muro, y quemando la torre los roma-nos, se volvieron con gran alegría, pensandoque Nigro sería también quemado; pero éste sesupo guardar y librarse de este peligro, pasan-do de la torre a una gran cueva del castillo; ytres días después, buscándolo allí sus compañe-ros para sepultarlo, pareció, por lo cual los jud-íos recibieron placer muy grande, como por uncapitán guardado por providencia divina paralas cosas que habían de suceder después.Vespasiano, llegado su ejército a Antioquía, quees la principal ciudad y cabeza de todo Siria, ytiene sin duda el tercer lugar entre todas cuan-

tas están sujetas al Imperio de los romanos,tanto en su grandeza como en ser fértil y abun-dante de toda cosa, halló allí al rey Agripa quelo aguardaba con su ejército, y así vino a Pto-lemaida.En esta ciudad le salieron al encuentro los sefo-ritas, ciudadanos de un lugar de Galilea, soloséstos, pacíficos por el cuidado que de su propiasalud tenían, y por saber también las fuerzas delos romanos; y antes que Vespasiano viniese, sehabían juntado con Cestio Galo, y con todaamistad habían tomado socorro de su gente yguarnición, los cuales, recibiendo entonces muybenignamente al capitán enviado por el empe-rador, le prometieron ayudarle contra sus pro-pios naturales.Dióles por guarnición Vespasiano tanta gentede a pie y de a caballo, cuanta entendió serlesnecesaria para defenderse de toda fuerza queles quisieren hacer, si los judíos, por ventura,querían innovar algo; porque parecióle que noera pequeño peligro, si Séforis, que era la ma-

yor ciudad de Galilea, les fuese quitada, porqueestaba asentada en un lugar muy seguro, y hab-ía de ser para guarda y socorro de toda la gen-te.***

Capítulo IIEn el cual se describen Galilea, Samaria y Ju-dea.

Dos Galileas hay: la una se llama Superior, y laotra Inferior, rodeadas entrambas por los reinosde Fenicia y de Siria. Por la parte del occidente,las aparta de los fines y términos de su territo-rio, Ptolemais y el monte de Carmelo, que solíaser de los galileos, y está ahora sujeto a los ti-rios, con el cual está junta Gabaa, ciudad que sellama de los Caballeros, porque fueron envia-dos caballeros por el rey Herodes que la po-blasen. Hacia el Mediodía confina con los sa-maritas, y los de Escitópolis hasta el río Jordán;y al oriente tiene Hipena y Gadana, y acaba enlos gaulanitas, que son también fines y térmi-nos del reino de Agripa. Lo largo de ella se lle-ga por el septentrión hasta los términos de Tiroy por todas aquellas tierras.

Galilea la Inferior tiene de largo desde Tibería-da hasta Zabulón,que tiene vecindad con Pto-lemaida en la parte marítima; de ancho se ex-tiende, desde el lugar llamado Xaloth, que estáen el campo grande, hasta Bersabe, de adondecomienza la anchura de la Superior Galilea,hasta el lugar llamado Baca, que aparta la tierrade los tirios.Lo largo de ella se extiende desde un lugar cer-cano al Jordán, que se llama Thela, hasta Me-roth. Y siendo entrambas tan grandes y rodea-das de tantas gentes extranjeras, siempre resis-tieron a todas las guerras y peligros; porquepor su naturaleza son los galileos gente de gue-rra, y en todo tiempo suelen ser muchos, ynunca mostraron miedo ni faltaron jamás hom-bres. Son muy buenas y muy fértiles, llenas detodo género de árboles, en tanta manera, quemueven con su fertilidad a la labranza a los quede ello no tienen ni voluntad ni costumbre. Poresta causa no hay lugar en todas ellas sin quesea labrado por los que esté ociosa.

Hay también muchas ciudades; y por la fertili-dad y hartura grande de esta tierra, están todoslos lugares muy poblados, en tanto que el me-nor lugar de todos pasa de quince mil vecinos;y aunque pueden decir que es la menor de to-das las regiones que están de la otra parte delrío, pueden también decir que es la más fuertey más abastecida de toda cosa, porque todo ellase ara y se ejercita; es toda muy fértil de frutos,y aquella que está del otro lado de la ribera,aunque sea mucho mayor, es por la mayor par-te muy áspera, desierta e inhábil para frutosque dan mantenimiento.La blandura y naturaleza de Perea es muyfértil; tiene los campos muy llenos de árboles yfrutos, y principalmente de olivas, viñas y pal-mas. Es regada abundantemente por arroyosque descienden por los montañas, y con fuentesvivas que de continuo manan agua muy clara ymuy limpia, cuando los arroyos, por el grancalor del estío, no dan el agua que es necesaria.Tiene ésta de largo de Macherunta hasta Pela, y

de allí habitan, ni hay parte alguna de tierraque ancho desde Filadelfia hasta el Jordán; y laPela, que hemos dicho, tiene hacia el septen-trión, y por la parte occidental, el Jordán; alMediodía tiene la región de los moabitas, y aloriente tiene la Arabia, Silbonitida, Filadelfia, yciérrase con los gerasos.La región y tierras de Samaria están entre Judeay Galilea, porque comenzando de un lugar queestá en un llano, el cual se llama Guinea, vienea acabar en la toparquía y señorío Acrabateno;pero no es tierra ésta diferente en su naturalezade Judea, porque ambas regiones son muymontañosas y tienen muy grandes camposdespoblados, y son para arar muy buenos, muyblandos y están también llenos de árboles.Son muy abundantes de manzanas, tanto de lassilvestres como de las domésticas, porque de sunatural estas tierras son secas; pero sobreviéne-les el agua del cielo, de la cual tienen siempremucha, y con ella se hacen las aguas muy dul-ces, y dan de sí muy gran copia y abundancia

de heno y hierbas, con lo cual ellas, más quealgunas otras tierras, tienen siempre el ganadomuy lleno y abundante de leche. La mayor se-ñal de la continua fertilidad y abundancia deestas tierras es ver que todas están llenas degente.Confina con ellas el lugar llamado Annath, quetambién se suele llamar Borceos, el cual es lími-te de Judea por la parte de septentrión.Por la de Mediodía, si tomares lo largo, tienepor término un lugar que está en los fines deArabia, el cual por nombre se llama Jordán; laanchura se extiende del río Jordán hasta Jope.En medio de éstas está Jerusalén, por lo cualalgunos, con razón, la llamaron el ombligo deestas regiones, queriendo decir el medio. Nocarece Judea de los deleites del mar, porque seentiende por las partes marítimas hasta Ptole-maida; está dividida en once partes, ciudadesprincipales, de las cuales la principal y la real esJerusalén; ésta sobrepuja a todas las otras, nimás ni menos que la cabeza a los otros miem-

bros; entre las demás están repartidos los regi-mientos o toparquías. La segunda es Gosna, yluego después Acrabata; siguen Thamna, Lida,Amaus, Pela, Idumea, Engada, Herodio y Je-ricó. Después Jamnia y Jope gobiernan y man-dan a las comarcanas. Además de éstas, Gamili-tica también, Gaulanitis, Bathanea y Trachoni-tis, que son parte del reino de Agripa.La misma tierra, comenzando del monte Líbanoy fuentes del Jordán, se extiende de ancho hastala laguna que está cerca de Tiberíada, y tiene delargo desde un lugar que se llama Arfas, hastaJuliada, y habitan en estas tierras judíos y gen-tes de Siria, todos mezclados.***

Capítulo IIIDel socorro que fué enviado a los se foritas, yde la disciplina y usanza de los romanos en lascosas de la guerra.

Contado hemos arriba, lo más brevemente quenos ha sido posible, el sitio y cerco de Judea. Elsocorro que Vespasiano había enviado a losseforitas, que era mil caballos y seis mil infan-tes, asentó su campo en un gran llano que allíhabía, siendo regidor y capitán Plácido, tribu-no, y le dividió en dos partes. La infantería es-taba dentro de la ciudad por guardarla, y laotra gente de a caballo estaba en el campo; perosaliendo muchas veces de ambas partes a corrertodos aquellos lugares cercanos de allí, hacíangran daño a Josefo y a sus compañeros, aunqueellos se estaban reposados; robaban además deesto las ciudades por defuera, y resistían a lafuerza y empresa de los ciudadanos, si algunavez salían con confianza a correr alguna tierra.

Quiso, con todo, Josefo venir contra la ciudad,pensando y aun confiando que la podría tomar,aunque él le había hecho un muro antes que serebelase contra los galileos, que ciertamente erainexpugnable, no a ellos solos, pero aun tam-bién a los romanos. En esto su esperanza fuéburlada, no pudiendo traer a lo que quería nipersuadir a los seforitas aquello, y movió másla guerra en Judea, indignándose los romanoscon enojo, por ver las asechanzas que les arma-ban, por lo cual ni de día ni de noche dejabande destruir y talar todas 'las tierras, robandotodo cuanto hallaban, y matando a los que eranexperimentados en las cosas de la guerra y va-lientes; prendían a los que no lo eran, y tenía-mos en servidumbre.Toda Galilea estaba llena de fuego y de sangre,sin que hubiese alguno exceptuado de esta des-trucción y mortandad; los que huían solamentetenían esperanza de salvarse en las ciudades,las cuales Josefo había antes cercado de muybuenos muros.

Enviado Tito de Acaya, en Alejandría, más pre-sto de lo que por el invierno se esperaba, tomóa su cargo los soldados por los cuales habíavenido; y habiendo así con diligencia prosegui-do su camino, vínose temprano a Ptolemaida.Hallando allí a su padre con las dos legionesque consigo tenía, que eran por cierto las mejo-res y más nobles, es a saber, la quinta y ladécima, juntó con ellas también la décimaquin-ta que consigo Tito trajo. Después de éstas se-guían dieciocho compañías, con las cuales sejuntaron otras cinco que estaban en Cesárea, unescuadrón de caballos y cinco de gente de acaballo de Siria. Cada una de las diez compañ-ías tenía mil hombres de a pie, y cada una delas otras trece, seiscientos hombres de a pie, yciento veinte de a caballo.Juntóse también harto grande socorro con losque los reyes comarcanos enviaron, porqueAntíoco, Agripa y Sohemo enviaron dos milhombres de a pie y mil flecheros de a caballo.Envióle también Malco, rey de Arabia, además

de cinco mil infantes, mil caballos, cuya mayorparte eran también flecheros, de manera que,contando junto todo este ejército, llegó casi asesenta mil hombres entre los de a pie y los de acaballo, además de otros muchos que seguían elcampo, los cuales, por estar ya muy experimen-tados en las cosas de la guerra, no diferían de lagente de guerra, porque en tiempo de paz hab-ían estado en los ejercicios de sus señores yexperimentando con ellos los peligros de laguerra, y si no era por sus señores, no podíanser vencidos por algún otro, tanto en sus fuer-zas, como en la destreza y maña en las cosas dela guerra.En esto, por cierto, pensará alguno ser digna demuy gran admiración la providencia de losromanos, que se saben servir de los que les sonsujetos en las necesidades de la guerra, ademásde todas las otras cosas en que se suelen servirde ellos; y los que consideran la otra disciplinay arte que tienen en las cosas de la guerra, co-nocerán claramente haber ellos alcanzado tan

grande imperio, no por bien ni prosperidad dela fortuna, sino por propia virtud y esfuerzo. No comienzan a ejercitar primeramente lasarmas en la guerra, y no sólo hacen cuando leses necesario sus ejercicios de guerra, antes, es-tando muy en paz, jamás dejan de ejercitarse enlas armas, ni más ni menos que si les fuesennaturales, ni quieren tener algún tiempo tre-guas con ellas, pues ni aun con el tiempo tienencuenta, y sus pruebas en los ejercicios de laguerra no son desemejantes a la verdadera pe-lea, porque cada día todos los soldados salenarmados a ejercitarse, como si saliesen a la bata-lla, y de aquí es que sufren tan animosamentetoda guerra.No se desbaratan menospreciando el orden quedeben guardar; no los espanta el miedo, ni losconsume el cansancio, por lo cual siempre lessigue la victoria, y siempre vencen a los que nohallan tan ejercitados ni tan diestros como ellos;ni errará el que dijere sus pruebas y ejerciciosde armas ser batallas sin sangre; al contrario,

sus verdaderas batallas son pruebas y ejercicioscon derramamiento de sangre.No pueden ser vencidos por súbita arremetidade enemigos, antes en cualquier tierra que en-tran no comienzan la guerra antes de poner enorden y asentar muy diestramente su campo, elcual no fortifican con alguna cosa ligera, o enalgún lugar que no sea muy cómodo, ni ordé-nanlo sin mucha cordura; mas si la tierra esdesigual, primero allánanla toda y señálanlacon cuatro cantones, y suelen siempre hacercuatro partes el ejército, rodeándose los unoscon los otros. Sigue siempre al ejército granmuchedumbre de herreros y copia grande deinstrumentos para las armas, según la necesi-dad y uso que de ellos requieren.La parte del campo que está por de dentro, estádividida por sus tiendas y alojamientos, y elcerco por defuera está como un muro; ordenantambién con igual distancia sus trincheras: en elespacio que hay entre una y otra, suelen echarabundancia de máquinas, instrumentos y ba-

llestas, con las cuales tiran las piedras, de talmanera, que no les falte jamás todo género dearmas; y edifican cuatro puertas altas, y tanbuenas para recogerse y entrar así ellos comotodos sus jumentos y caballos, a fin que si fuerenecesario puedan recogerse y tengan todos lu-gar de dentro. Las calles por dentro apartan losreales con igual espacio y lugar; en medio detodo asientan las tiendas de los regidores, y allíponen también un como templo, de tal manera,que cierto parece una ciudad edificada y alzadade presto; tienen también su mercado adondelas cosas se venden, y los oficiales todos tienensu recogimiento. Los regidores y capitanes delos soldados tienen lugar para dar sus senten-cias, adonde se suele juzgar si sucede algo quetenga necesidad de ello, y si algo acontece du-doso.Este cerco, y todo lo que dentro de él se contie-ne, es tan presto puesto en orden con la dili-gencia y destreza de los oficiales, que no sepuede pensar; y cuando la necesidad lo requie-

re, sóbenlo cercar de foso por todo el rededor,haciéndolo cuatro brazas de hondo y otras tan-tas de ancho; y rodeados todos de armas, están-se en sus alojamientos y tiendas gentilmentereposados, y de tienda en tienda se trata todocuanto hacen con gran silencio y provisión,comunicándose unos a otros aquello que falta,si por ventura carecen de leña, o de agua o tri-go.No tienen libertad de comer ni cenar cuandoquieren; todos se acuestan a una misma hora;las horas de guarda hócenlas saber con son detrompeta, y no se hace jamás algo sin que sesepa por pregón y mandamiento público.En las mañanas los soldados van a dar los bue-nos días a sus centuriones, y éstos danlos a lostribunos, con los cuales se juntan, y vienen a loscapitanes con toda la otra gente, y así se presen-tan todos al general y maestro de todo el cam-po. Este, entonces, da a cada uno de los capita-nes y a todos los otros la señal que quiere,según el cargo que cada uno tiene, para que

ellos y cada uno por sí la haga saber a los queestán en su regimiento.Con estas cosas, cuando están en el campo y enla pelea, fácilmente son llevados adonde loscapitanes quieren, y arremeten todos juntamen-te, y también todos juntamente se recogen.Cuando han de salir del campo, dan de elloseñal con una trompeta, y ninguno se detiene nise está ocioso; antes, al señalarles la hora, des-hacen y recogen sus tiendas, y ordénanlo todopara partir. Luego, la trompeta les vuelve a se-ñalar que estén aparejados, y ellos, cargandotodo el bagaje que tienen, están esperando laseñal, no menos que si hubiesen de dar la bata-lla; suelen quemar todo cuanto dejan, porqueno les es difícil volverlo hacer cuando les esnecesario, y también por que los enemigos nose puedan servir ni aprovechar de ello; a la ter-cera vez que la trompeta toca es señal de partir,y se dan gran prisa, porque ninguno quede nipierda su orden y lugar.

Está una trompeta a la mano derecha del ca-pitán, y pregunta a todos en su lengua tres ve-ces, con la voz muy alta, si están aparejadospara marchar; ellos suelen responder con mu-cha alegría y esfuerzo otras tres veces, y decirque sí, aun se suelen adelantar algunas veces endecirlo primero que les sea preguntado, y le-vantan a las voces con gran ánimo que da cadauno y esfuerzo, el brazo derecho. Despuéshacen poco a poco su camino, marchan conorden y con la honra que a cada uno conviene;no menos que si estuviesen en la batalla, vancon las mismas armas; la gente de a pie llevasus coseletes y cascos, y una espada en cadalado: la de la mano izquierda es mucho máslarga, porque la de la mano derecha no sueleser mayor de un palmo, que es lo que ahorallamamos puñal o daga.La guarda del general suele ser de la gente muyescogida de a pie, y llevan escudos y lanzas; laotra gente toda lleva dardos y paveses largos;traen también una sierra, una canastilla con un

destral y muchas otras cosas, y en ella llevantambién de comer para tres días, de suerte quehay poca diferencia entre ellos y un jumentocargado.Los de a caballo tienen a la mano derecha unaespada más larga, y en la mano un palo y unbroquel atravesado al lado del caballo; en laaljaba suelen llevar tres dardillos o flechas lar-gas, o pocas más, con los hierros algo anchos,poco diferentes en la grandeza de los dardos:llevan también unos capacetes y coseletes se-mejantes a los de a pie, y los de la guarda delgeneral no suelen ir en algo diferentes de losotros; va delante siempre aquel a quien le vienepor suerte.Tales, pues, son las maneras que los romanosguardan en sus caminos y en asentar un campo,y tal es la variedad que guardan en las armas:no hacen algo sin determinar y tomar consejoprimero sobre ello en las cosas de la guerra, y loque determinan es conforme a lo que hacen, ylo que hacen conforme a lo que han determina-

do; y antes de poner en efecto algo, primero loproponen en consejo: por esto suelen, o errar enmuy pocas cosas, o si por ventura les acontecealgún yerro, es fácil cosa enmendarlo.Las cosas que suceden con consejo, suélenlastener, por contrarias y adversas que les sean,por mucho mejores que los sucesos y aconteci-mientos de la fortuna, por próspera y favorableque sea, por no mostrarse tener en más los bie-nes y esperanzas de la fortuna, que los de suconsejo; pero las cosas que son antes de ejecu-tarlas bien pensadas, aunque no sucedanprósperamente, las tienen por muy buenas,guardándose y proveyéndose que otra vez noles acontezca lo mismo, porque los bienes quepor fortuna acaecen, no suele ser causa ni autorde ellos aquel a quien acontecen, y de lo queocurre por desdicha, consuélanse con pensar alo menos no haberles acontecido por falta deconsejo y miramiento. Con el ejercicio quehacen de las armas, no sólo se ejercitan las fuer-zas del cuerpo, sino también fortalecen sus

ánimos: del temor que tienen les nace mayordiligencia, porque tienen leyes, las cuales quie-ren la muerte y condenación, no sólo de los quegrandemente faltan, pero aun también por pe-queña falta que tengan, incurren en pena demuerte.Los capitantes suelen ser más justicieros que lasmismas leyes, y dando galardón a los que lomerecen, hacen que no parezcan crueles encastigar a los que cometen faltas, ni en corregir-los.Suelen ser todos tan obedientes a sus regidores,que en la paz les suele ser muy gran honra, y enla guerra o batalla todo el ejército no parecemás de un cuerpo: con tanto orden están juntostodos los escuadrones, con tanta presteza semueven, tan atentos están a escuchar lo que lesserá mandado, tan abiertos tienen los ojos enmirar las señales que les serán hechas, tanprontas tienen las manos en las obras, por locual suelen ser todos muy valerosos en dañar a

sus enemigos, y son muy pocos dañados porellos.Los que pelean no saben jamás la muchedum-bre ni el número de los enemigos, ni lo que loscapitanes determinan entre sí, ni las dificulta-des de las tierras; pero ni aun quieren sujetarsea la fortuna, aunque piensen serles más ciertapor esta parte la victoria. Pues ¿qué maravillaes, si éstos, cuyos hechos siempre están funda-dos con consejo, y cuyo ejército sabe ejecutartan bien lo que los capitanes han determinado,han ensanchado y alargado su imperio desde elEufrates al Oriente, y del Océano al Occidente,y desde las regiones fértiles de Africa, hacia elMediodía, hasta las del Danubio y Rhin por elSeptentrión, de los cuales se podría muy biendecir que es mucho menos lo que poseen, de loque los que lo poseen merecen?He querido tratar todo esto, no por loar a losromanos, sino por consolación de los vencidos,y para espantar a los que desean novedades yrevueltas; porque podrá ser aproveche, por

ventura, a los que desean bien ejercitarse enestas artes buenas, saber la manera y ejerciciosde los romanos en las armas; pero ahora vuelvoa lo que había antes dejado.***

Capítulo IVCómo Plácido vino contra Jotapata.

Deteníase en este tiempo, en Ptolemaida, Ves-pasiano y su lijo Tito, ordenando su ejército;pero Plácido ya había entrado por Galilea,donde mató muy gran muchedumbre de losque prendía, y fué ésta de la gente de Galilea,ignorante en las cosas de la guerra y falta deánimo; y viendo que los de guerra se recogíanen las ciudades fuertes que Josefo había.abastecido, pasó su fuerza contra Jotapata, queera la más fuerte y más segura ciudad de todas,pensando tomarla fácilmente con acometerla desúbito, y que con esto alcanzaría ,gran nombrey gloria de todos los regidores, y haría caminomás fácil para acabar lo demás cómodamente ypresto, pensando que tomada la principal ymás fuerte ciudad, las otras todas se rendiríanfácilmente.

Pero mucho le engañó su opinión, porque losde Jotapata, sabiendo su fuerza y cómo vería yacerca de la ciudad, recibiéronlo, y saliendo acombatir con él muchos muy bien armados ymuy alegres, porque peleaban por la saludpropia de ellos, de sus mueres, hijos y de supatria, hiciéronlos huir, hirieron a muchos, ma-tando sólo siete hombres, porque no retirándo-se de la pelea sin orden, y rodeados por todaspartes, habían sido ligeramente heridos; te-niéndose los judíos por más seguros en pelearde lejos, que juntarse a las manos estando losunos armados y los otros no.Cayeron en esta pelea tres judíos; quedaronalgunos pocos más heridos: Plácido, pues,echado de la ciudad, huyó.***

Capítulo VCómo Vespasiano vino contra las ciudades deGalilea.

Teniendo Vespasiano deseo y determinación devenir contra Galilea, partió de Ptolemaida conlas jornadas ordenadas a su gente, según tienenpor costumbre los romanos. Mandó que la gen-te de socorro, que venía algo menos armadaque la otra, y todos los ballesteros, se adelanta-sen por refrenar y detener a los enemigos quesalían a correr, y para que mirasen muy bienlos lugares buenos y cómodos para poner susasechanzas y celadas.Seguíalos luego parte de la gente de a pie ro-mana y parte de la caballería; luego sucedíandiez hombres de cada compañía, los cuales tra-ían sus armas y la medida que habían de tomarpara asentar su campo; seguían después los queallanan las calles, los malos pasos y asperidadesde los caminos, cortan las selvas cuando les

impiden, por que no se canse el ejército con ladificultad del camino; después vienen sus car-gas y las de los regidores que a él están sujetos,y por guarda de éstos ordenó con ellos muchosde a caballo. Después de todo esto venía él;traía consigo la gente más escogida, así de a piecomo de a caballo, y además acompañábaletambién el escuadrón de su gente: de cadacompañía tenía escogidos para su servicio cien-to veinte caballeros; tras éstos venían los quetraían los otros instrumentos para combatir lasciudades, las máquinas y cosas necesarias paraello; luego seguían los regidores y los tribunosseñalados a cada compañía, rodeados de sol-dados muy escogidos. Venía también la bande-ra del Águila, y con ella juntas otras muchas, lacual manda a todas las otras porque es reina detodas las aves, y es la más esforzada; piensanen verla que es una señal y buen agüero de lavictoria y de su potencia contra cuantos salen apelear.

Seguían a las sagradas imágenes de las bande-ras ciertos tañedores de cornetas, y después elescuadrón dé soldados, de seis en seis, y veníacon ellos un capitán o centurión, el cual procu-raba hacer que se guardase el orden y discipli-na militar; los criados de cada compañía esta-ban todos con la gente de a pie, y traían los mu-los y cargas de la gente; en el escuadrón postre-ro, donde venían los que ganaban sueldo, veníatambién mucha gente de a pie armada y muchade a caballo.Habiendo pasado su camino Vespasiano, llegóa los términos de Galilea, y habiendo puestoallí su campo, aunque tenía toda su gente muypronta para la guerra, todavía la detenía, ymostraba a los enemigos por amedrentarlos, ytambién por darles tiempo para rendirse, siantes de darles asalto o la batalla alguno se qui-siese pasar a su parte; pero con todo esto élhacía su muro para defenderse: así, sola la vistadel capitán fué causa de que muchos de los que

se habían rebelado huyeran, y todos general-mente fueron muy amedrentados.Los compañeros de Josefo, que habían puestosu campo cerca de Séforis, cuando entendieronque la guerra se acercaba y que ya los romanosestaban para dar contra ellos, no sólo huyeronantes de llegar a tal, pero aun antes de ver a losenemigos. Quedó solo Josefo con muy pocos,mas él, viendo que no tenía gente para esperara los enemigos, que eran tantos, y que a losjudíos les había faltado el ánimo, y que si con-fiaba en aquéllos, los más se habían de pasar alos enemigos, determinó entonces dejar deltodo la guerra y apartarse muy lejos de todopeligro; y llevando consigo los que con él que-daron, retiróse a Tiberíada.***

Capítulo VICómo fué combatida Gadara.

Habiendo acometido Vespasiano la ciudad delos gadarenses, al primer asalto la tomó, porqueestaba vacía de toda la gente de guerra.Pasando luego de aquí más adentro, mató atodos, y aun hasta a los muchachos, sin quetuviesen los romanos compasión ni misericor-dia de alguno, acordándose de las muertes quehabían sido cometidas contra Cestio, y tambiénpor el odio y aborrecimiento grande que contralos judíos tenían; y dió fuego no sólo a la ciu-dad, pero también quemó todos los lugares quealrededor había, y los lugarejos que estabancasi desolados, tomando toda la gente que enellos hallaba.Josefo llenó de miedo la ciudad que había de-seado para defenderse; porque los tiberiensesno creían que había de huir jamás, sino perdi-das todas las esperanzas de poder salvarse, yen esto no les engañaba la opinión de lo queJosefo quisiera. Veía éste en qué habían de pa-rar las cosas de los judíos, y que sólo tenían uncamino para salvarse y alcanzar salud, el cual

era mudar su propósito y voluntad; él, por suparte, aunque confiase en que los romanos nolo habían de matar, todavía quisiera muchasveces más morir que vivir y tener prosperidadentre aquéllos, con afrenta del cargo que le hab-ía sido encomendado, y haciendo traición a supropia patria, contra los cuales había sido antesenviado.Por tanto, determinó escribir a los principalesde Jerusalén, y hacerles saber fielmente en quéestado estuviesen las cosas, porque levantandodemasiado las fuerzas de los enemigos, no lotuviesen por temeroso, o disminuyéndolas algomás de lo que a la verdad eran, no los moviesea soberbia y ferocidad, sin darles lugar de arre-pentirse de lo hecho hasta allí, y que si les plac-ía el concierto, luego se lo hiciesen saber, y sideterminaban que prosiguiese la guerra, le en-viasen ejército bastante para resistir a los roma-nos. Escritas estas cartas, enviólas con diligen-cia a Jerusalén.***

Capítulo VIIDel cerco de Jotapata.

Deseoso Vespasiano de destruir a Jotapata, porhaber entendido que gran parte de los enemi-gos se habían allí recogido, y por saber que erael más fuerte recogimiento de Galilea, enviódelante la infantería y caballería, por que alla-nasen el camino, que era montañoso, muyáspero con las peñas, difícil a la gente de a pie,e imposible a la de a caballo. Estos, pues, encuatro días tuvieron acabado lo que les habíasido mandado, e hicieron muy ancho caminopor donde el ejército pasase: al quinto día, queera a 21 de mayo, primero vino Josefo de Tiber-íada a Jotapata, y esforzó a todos los judíos, quetenían perdido el ánimo.Habiendo un hombre de allá huido, y contadoesto a Vespasiano, y movido a que se diesemuy gran prisa en venir contra aquella ciudad,porque le había de ser muy fácil cosa tomar

toda Judea, si tomaba aquella ciudad y cautiva-ba a Josefo. Sabiendo esta nueva, como cosamuy buena y muy próspera, Vespasiano pensóque por divina providencia había sucedido queel que más prudente parecía de todos los ene-migos se pasase de grado a su parte; envió lue-go a Plácido con mil de a caballo, y juntamentecon él al capitán principal Ebucio, varón nomenos prudente que esforzado, mandó hacerun foso alrededor de la ciudad, porque Josefo,que allí estaba, no pudiese escaparse escondi-damente.Luego al otro día Vespasiano fue con ellos,acompañado con todo el ejército, y después demediodía llegó a Jotapata, y puso su campo a laparte de Septentrión en una montañuela a sieteestadios de la ciudad. Trabajaba mucho en quesus enemigos lo pudiesen ver, por que viéndolose amedrentasen, y sucedió así; porque en lahora que lo vieron, con el gran miedo no huboalguno que osase salir fuera de los muros. Noquisieron los romanos acometer luego la ciu-

dad, porque venían cansados del camino; poresta causa, habiéndola cercado a doble cerco,pusieron también de fuera el escuadrón de lagente de a caballo, procurando con diligenciaque no tuviesen los judíos lugar para huir niescaparse.Pero esto hizo a los judíos más atrevidos, y losesforzó más verse sin esperanzas de poder li-brarse; que en la guerra no hay cosa alguna quetanto esfuerce como es la necesidad y fuerza.Luego, al siguiente día, acometieron el muro: alprincipio, estando los judíos en su lugar, resist-ían a los romanos, que tenían el campo delantede los muros; después cuando Vespasianopermitió, poniendo toda la gente de su campoque les pudiesen tirar, y haciendo él con la gen-te de pie la fuerza que podía, por aquella partedel montecillo por la cual era cosa más fácilcombatir el muro, entonces Josefo con todo elotro pueblo, temiendo tomasen la ciudad, salie-ron contra los romanos; y echándose todos jun-tos contra ellos, hiciéronlos recoger lejos de los

muros, haciendo muchas hazañas, no menoscon sus fuerzas que con su audacia y atrevi-miento.Pero no padecían menos de los enemigos, quelos enemigos de ellos: porque cuando los judíosse encendían por tener perdidas las esperanzasde poderse salvar y librar, tanto más los roma-nos se encendían de vergüenza; y éstos estabanarmados de saber y destreza en las cosas de laguerra; aquéllos teniendo por capitán la iragrande, armábales la ferocidad. Habiendo, fi-nalmente, peleado todo el día, la noche los se-paró; halláronse muchos romanos heridos ytrece de ellos muertos; fueron también heridosseiscientos judíos, y muertos diecisiete.Al día siguiente, viniendo los romanos a dar enellos, saliéronles al encuentro los judíos, y resis-tiéronles más fuertemente, tomando esperanzanueva por ver que el día antes les habían resis-tido sin que tal confiasen; pero también expe-rimentaron más fuertes esta vez a los romanos;porque la vergüenza que tenían, les había mo-

vido y encendido la ira y la saña, pensando quesi no vencían presto habían de ser vencidos. Nocesaron, pues, los romanos de combatirlos cin-co días seguidos. Los de Jotapata también hac-ían sus corridas, y principalmente hacían fuerzaen combatir los muros. Los judíos no temían lasfuerzas de los enemigos, ni los romanos se fati-gaban con la dificultad que tenían en tomar laciudad. Jotapata casi toda era fundada sobre rocas ypeñas muy grandes: tiene por todas las partesvalles muy grandes, y más altos de lo que esposible alcanzar con la vista; pero por una solaparte, que es hacia el Septentrión, tiene entradaadonde está edificada en una ladera de unmonte que viene allí a acabarse; y esta parte lahabía cerrado Josefo con el muro que habíahecho a la ciudad, por que no tuviesen losenemigos entrada por las alturas de aquellaparte. Y cubierta con los otros montes que estánalrededor, no puede ser vista ni descubierta

antes de llegar a ella; ésta, pues, era la fuerza deJotapata.Pensando Vespasiano que había también depelear con las dificultades de aquella tierra, ycon la audacia y atrevimiento de los judíos,determinó cercarla muy de hecho; y llamandolos regidores de su ejército, tomó consejo sobreello. Y como hubiese mandado hacer un monteen la parte por donde se podía fácilmente en-trar, envió todo su ejército que trajese recadopara ello; y cortando los montes que estabancerca de la ciudad, juntando gran copia de le-ños y piedras, puso amparos para evitar lassaetas y dardos que les echasen por todos losfosos: cubiertos con ellos hacían poco a poco sumonte, sin que les dañasen en algo, o en muypoco, los dardos y saetas que les tiraban de losmuros. Los otros les traían tierra de los montesque deshacían sin impedírselo alguno; y de estamanera divididos todos en tres partes, ningunoestaba ocioso.

Los judíos trabajaban en echarles piedras muygrandes encima de aquellas mantas o amparosque habían puesto, y echábanles también dar-dos y muchas saetas, los cuales aunque no pa-sasen a los que estaban por dentro, hacían to-davía gran ruido, y eran gran impedimento alos que estaban debajo trabajando.Entonces Vespasiano hizo poner alrededor lasmáquinas e ingenios que tenía para combatir-los, los cuales llegaban a número de ciento se-senta, y mandó tirar contra los que estaban en-cima del muro: corrían muchas lanzas y tirabanmuy grandes piedras con aquellos ingenios ymáquinas; procuraban tirar todo género dearmas dañosas, mucho fuego, muchas saetas ydardos, con lo cual hicieron que no sólo no lle-gasen al muro los judíos, pero que se retrajesenhasta donde las saetas y los otros ingenios nollegaban. El escuadrón de los árabes, los quetiraban saetas y con hondas, y todas las má-quinas que tenían puestas, hacían cada una suoficio.

No dejaban, con todo, los judíos de defendersey desviar la fuerza de los romanos; pues salíancomo por unas minas, como suelen los ladro-nes, y destruían las mantas de los que obraban;y destruidas, heríamos muy gravemente. Por locual, habiéndose los romanos recogido, deshac-ían lo que sus enemigos habían hecho, y echa-ban fuego a todas cuantas fuerzas los romanoshabían trabajado por hacer, hasta tanto que, en-tendiendo Vespasiano proceder aquel daño porcausa de haber mal repartido las obras, y haberdejado entre unos y otros para que los judíossaliesen, juntó las mantas; y de esta manera,teniendo sus fuerzas juntas, fueron desbarata-das las salidas y corridas de los enemigos.Levantado ya el monte tanto casi como los to-rreones y fuertes, tuvo Josefo por cosa indignano hacer algo contra esto en defensa y amparode la ciudad, por lo cual mandó llamar oficialesy que alzasen el muro. Y respondiendo éstosque no podían edificar por causa de tantas sae-tas y dardos como les tiraban, pensó hacerles

este amparo: puso en tierra unos palos altos, ymandó extender por ellos cueros de buey fres-cos, que pudiesen recibir los golpes de las pie-dras que aquellas máquinas echaban y diesenen vacío las otras armas, y el fuego pudiesematarse con el agua. Puestas, pues, estas cosasen orden delante de los que alzaban el muro,trabajando los días y las noches, alzaron el mu-ro veinte codos más, y edificaron muchas torresen él muy fuertes.Cuando los romanos, que pensaban tener yaganada la ciudad, vieron esto, recibieron porello muy gran pesar, espantados mucho por verla diligencia que Josefo había hecho en fortale-cerse, y por ver a los que dentro estaban tanobstinados.***

Capítulo VIIIDel cerco de los de Jotapata por Vespasiano, yde la diligencia de Josefo, y de lo que los judíoshacían contra los romanos.

Movíase con mayor enojo Vespasiano, por verel astuto consejo y el atrevimiento grande desus enemigos, porque recibida ya alguna espe-ranza de haberse fortalecido, osaban salir con-tra los romanos a correrles el campo; salíancada día compañías a pelear; hacíanse mil en-gaños, mil latrocinios y rapiñas de todo lo quese ofrecía; y quemaban lo que no podían haber,hasta tanto que Vespasiano, haciendo que lossoldados no peleasen, se quiso poner a cercar laciudad por tomarla por hambre: porque pensa-ba que, forzados por pobreza y hambre, se hab-ían de rendir, o si querían ser pertinaces y por-fiados, que habían todos de perecer de hambre;y que sería mucho más fácil tomarlos y comba-tirlos, si los dejaba reposar un poco, haciendo

que ellos mismos enflaqueciesen y se disminu-yese la fuerza de ellos con el hambre. Mandóponer guarda en todas las partes por dondesalían y podían salir.Estaban de dentro muy bien proveídos, así detrigo como de toda otra cosa, excepto de sal: lafalta de agua los fatigaba mucho, porque notenían de dentro la ciudad alguna fuente, con-tentos los que dentro vivían del agua del cielo;en el verano suele llover en aquellas partesmuy poco; daba esto alos cercados mucha ma-yor pena que todo lo otro, ver que les era yaquitado lo que ellos habían pensado para de-fenderse y matar la sed: parecíales que les fal-taba ya toda el agua, y por ello estaban todoscon tristeza.Viendo Josefo que la ciudad abundaba de todaslas otras cosas, y viendo los hombres animososy esforzados por alargar el cerco de los roma-nos más de lo que éstos pensaban, determinódarles el agua para beber con medida. Cuandolos judíos vieron que les era dada de esta mane-

ra el agua, parecíales esto cosa más grave queno era la falta misma de ella, y movíales mayordeseo y sed, por ver que no tenían libertad debeber cuando querían, y no trabajaban ya enalgo más que si estuvieran muertos con la sedgrande que padecían.Estando, pues, de esta manera, no podían dejarde saberlo los romanos, porque por el colladoque estaba en aquella parte los veían venir conmedida, y aun mataban a muchos.No mucho después, consumida ya y acabadatoda el agua de los pozos, Vespasiano pensabaque por la necesidad había de rendirse y entre-garse la ciudad; pero por quitarle estas espe-ranzas y pensamientos, mandó Josefo que col-gasen por los muros mucha ropa mojada, tanto,que e1 agua corriese de ella. Los romanos,cuando vieron esto, tuvieron gran tristeza ytemor, por entender que en cosa que no apro-vechaba gastaban tanta agua, pensando ellosque para mantenerse tenían muy gran necesi-dad y falta de ella.

Determinó al fin el mismo Vespasiano,desesperando de poder tomar por hambre nipor sed la ciudad, llevarlo por fuerza y batirles:los judíos también deseaban esto mucho, por-que creían que ni ellos ni la ciudad se podíasalvar, y antes deseaban morir peleando y en laguerra, que morir de hambre o de sed. InventóJosefo otra cosa para proveer su ciudad por unvalle muy apartado del camino, y por tantomenos visto por los enemigos. Enviando, pues,cartas a los judíos que quería, los ; males mora-ban fuera de la ciudad hacia el Occidente, recib-ía de ellos todo lo que le era necesario y faltabaa todos a un lugar y tomar el agua cada uno allíllegaban los tiros de las ballestas y en la ciudad;mandábalos venir por las noches, cubiertas susespaldas con unos pellejos, por que si algunoslos veían y descubrían, pensasen que eran ca-nes o perros; y esto se hizo de esta manera, has-ta tanto que las guardas que estaban de nochepor centinelas, lo pudieron descubrir y cerraronel valle.

Viendo entonces Josefo que no podía ya defen-der mucho tiempo la ciudad, y desesperado dealcanzar salud si quería porfiar en defenderse,trataba con la gente principal de huir todos;pero llegó esto a oídos del pueblo, y todos acu-dieron a él suplicándole no los desamparase,pues en él sólo confiaban, porque no veían otrasalud ni amparo para la ciudad, sino su presen-cia, como que todos habían de pelear con áni-mo pronto y valeroso por su causa, viéndolopresente; que si eran presos, les consolaría verlecon ellos, y que le convenía no huir de los ene-migos, ni desamparar a sus amigos, ni saltarcomo de una nao que estaba en medio de latempestad, habiendo venido a ella con próspe-ro tiempo; porque de esta manera echaría másal fondo y en destrucción la ciudad, sin queosase ya alguno de ellos repugnar ni hacerfuerza contra los enemigos, si él, en quien todosconfiaban, partía.Josefo, encubriendo que quería él librarse, de-cíales que por provecho de ellos quería salir,

porque no había de hacer algo con quedar de-ntro de la ciudad, ni aprovecharles mucho aun-que se defendiesen; y que había de morir si erapreso con ellos; mas si podía librarse y salir delcerco, podíales traer grande ayuda y socorro,porque juntaría los vecinos de Galilea y traería-los contra los romanos, con lo cual los haríarecoger y alzar el cerco que tenían puesto; yquedando, no veía qué provecho les causaba, sino era incitar más y mover a los romanos a queestuviesen firme en el cerco, viendo que teníanen mucho prenderle a él, y si entendían quehabía huido, aflojaría ciertamente y perderíagran parte del ánimo que contra ellos tenían.No pudo con estas palabras Josefo vencer elpueblo; antes los movió a que más lo guarda-sen; venían los mozos, los viejos, los niños ymujeres, y echábanse llorando a los pies de Jo-sefo, y teníanlo abrazándose con él, suplicándo-le con muchas lágrimas y gemidos que quedasey quisiese ser compañero y parte de la dicha odesdicha de todos: no porque, según pienso,

tuviesen envidia de su salud y vida, sino por laesperanza que en él todos tenían, confiandoque no les había de acontecer algún mal que-dando Josefo con ellos.Viendo él que si de grado consentía con ellosera rogado, y si quería salirse, había de ser de-tenido y guardado por fuerza, aunque muchohabía mudado su parecer, movido a misericor-dia por ver tantas lágrimas como derramabanpor él, determinó quedar, armado con la deses-peración que toda la ciudad tenía, y diciendoque era aquel el tiempo para comenzar a pelearcuando no había esperanza alguna de salud:viendo que era linda cosa perder la vida poralcanzar loor y honra para sus descendientes,muriendo al hacer alguna hazaña fuerte y vale-rosa, determinó ponerse en ello.Saliendo, pues, con la más gente de guerra quepudo, echando las guardas, corría hasta elcampo de los romanos, y una vez les quitabalas pieles que tenían puestas en sus guar-niciones y defensas, debajo de las cuales los

romanos estaban; otra vez ponía fuego en cuan-to ellos trabajaban, y el día siguiente y aun eltercero no cesaba de pelear siempre, sin mos-trar alguna manera de cansancio.Pero viendo Vespasiano maltratados a los ro-manos con estas corridas que sus enemigoshacían, porque tenían vergüenza de huir y nopodían perseguirlos, aunque huyesen, por elpeso de las armas, y los judíos cuando hacíanalgo luego se recogían a la ciudad antes de pa-decer daño, mandó a su gente que se recogiesey no se trabase a pelear con hombres que tantodeseaban la muerte, porque no hay cosa másfuerte que los hombres desesperados; y la fuer-za que traían se disminuiría si no tenía en quienpelear, no menos que la llama del fuego nohallando materia. Además de esto, tambiénporque convenía que los romanos hubiesen lavictoria más salvamente, porque peleaban, nopor necesidad como aquéllos, pero por engran-decer su señorío.

Por la parte que estaban los flecheros de Arabiay la gente de Siria, y con las piedras que con susmáquinas echaban muchas veces, hacía grandaño a los judíos, y los hacía recoger, porqueusaban de todos sus ingenios de armas y detodas las máquinas que tenían. Los judíos,viendo el daño que con esto recibían, recogían-se, pero de lejos hacían daño a los romanos,tanto cuanto podían alcanzarlos, sin tener cuen-ta con sus vidas ni con sus almas: peleaban decada parte valerosamente, y socorrían a los quetenían necesidad y estaban en aprieto.***

Capítulo IXCómo Vespasiano combatió a Jotapata: de losingenios y otros instrumentos de guerra quepara ello tenía.

Pareciendo, pues, a Vespasiano, por lo que pa-saba del tiempo y muchas salidas de los enemi-gos, que él mismo era el cercado; llegando yasus bastiones a la altura de los muro . deter-minó servirse entonces de aquel ingenio quellamaban el ariete. Este ariete era un maderogrueso como un mástil de nao; el un cabo estáguarnecido con un hierro muy grande y muyfuerte, hecho a manera de un carnero, de dondele vino el nombre. Cuelga de unas cuerdas fuer-tes, con las cuales está atado por media con dosgrandes vigas, de las cuales cuelga come unabalanza de peso, y muchos hombres juntos porla parte de atrás, lo echan con fuerza hacia de-lante; y con la cabeza de carnero, que es de hie-rro, da can gran fuerza en los muros, y no hay

fuerza tan fuerte, ni muro, ni torre que no seafinalmente con él derribada, aunque a los pri-meros golpes resista. Quiso el capitán rom4nuvenir a esto, por el deseo yprisa grande queponía en tomar la ciudad, pareciéndole que leera dañoso estar en el cerco tanto tiempo, noreposándose los judíos en algo.Tiraban, pues, los romanos sus ballestas, y to-das las otras cosas que para pelear tenían, porherir más fácilmente a los que quisiesen resis-tirles desde el muro: los ballesteros y los quetiraban piedras no estaban lejos de allí, por locual, no pudiendo ni osando alguno subir almuro, allegaban ellos el ariete; cercáronlo depieles, tanto por que no lo destruyesen, cuantopor defenderse los que lo movían. Al primerímpetu rompieron el muro, y levantóse de de-ntro tan gran ruido y grita, como si ya fuesenpresos.Viendo Josefo que daban continuamente en unmismo lugar, y que no podían dejar de derribartodo el muro, pensó algo con que impidiese y

estorbase la fuerza de aquel ingenio que tantodaño hacía: mandó llenar unas sacas grandesde paja, y ponerlas delante de la parte adondedaba el ímpetu y fuerza del ariete, para que, ono acertasen los golpes, o cuando acertasen, nohiciesen mal ni daño alguno con la flojedad dela paja. Esta cosa detuvo mucho a los romanos,porque donde aquellos que estaban y poníamosdelante en la parte adonde él había de dar; y deesta manera no podían hacer alguna señalen elmuro con su ingenio, ni con sus golpes; hastatanto que los romanos inventaron también otracosa contra esto; porque aparejaron unos paloslargos, y ataron en ellos unas hoces para cortarlas cuerdas en las cuales estaban atadas aque-llas sacas. Como, pues, hecho esto, los golpesque el ariete daba aprovechasen, y el muro queestaba nuevamente edificado fuese derribado,Josefo y sus compañeros acudieron al fuego,que era el remedio postrero que tenían, y que-maron todo lo que pudieron, poniendo fuegopor tren partes en lo que se podía quemar, y

quemaron con él las máquinas y reparos de losromanos; deshiciéronles los montes que teníanhechos: no podían impedir esto los romanos singran daño suyo, espantándose mucho y aunamedrentándose al ver el grande atrevimientode los judíos; las llamas quiera que asentasensu máquina o ariete, encima del muro, muda-ban allá los sacos y fuego, por otra parte, lesestorbaba y era gran impedimento, el cual, co-mo llegó a las cuerdas, que estaban secas, y atoda la otra materia, que era betún, pez y pie-dra azufre, todo lo quemaba y hacía volar porel aire. De esta manera lo que los romanos hab-ían trabajado con tanto trabajo e industria, fuétodo en espacio de una hora destruido.Un varón judío hubo aquí, digno de loor ymemoria; hijo fué de Sameo, y llamábase Elea-zar, el cual era natural de Saab, lugar de Gali-lea: éste, pues, levantó una piedra muy grandemuy en alto, y dejóla caer con tanta fuerza en-cima de la cabeza del ariete, que rompió la ca-beza de aquella máquina; y saltando en medio

de sus enemigos, la sacó de entre ellos, y sinmiedo alguno se la trajo consigo al muro. Sa-liendo después para dar señal que peleasen asus enemigos, desnudo en carnes, fué pasadocon cinco saetas, y sin tener miramiento a losgolpes ni a las heridas que tenía, subióse enci-ma de los muros, en parte que pudiese ser vistopor todos, y estúvose allí un rato con grandeatrevimiento; y forzado con el gran dolor desus llagas, cayó con el ariete.Además de éste fueron también muy valerososdos hermanos, Netira y Filipo, galileos ambos,de un lugar llamado Roma, los cuales, saltandoen medio de los soldados de la décima legión,entraron por ellos con tan gran ímpetu y contanta fuerza, que rompieron el escuadrón de losromanos e hicieron huir a todos aquellos contralos cuales habían ido.Demás de esto Josefo y todos los otros pusieronfuego a todas las máquinas e ingenios, y a todaslas obras de la quinta legión, y de la décima,que había huido. Los otros que después de

éstos siguieron, echaron a perder y destruyeronsus ingenios y fortalezas que tenían los roma-nos hechas. Llegando la noche, los romanosvolvieron a poner su ariete en aquella parte delmuro que había sido poco antes roto; y aquíuno de los que defendían el muro hirió con unasaeta a Vespasiano en el pie; pero fué pequeñala herida, porque la fuerza que traía le faltó convenir de tan lejos. Perturbó mucho a los roma-nos esto, porque los que cerca estaban, espan-tados al ver la sangre, divulgáronlo, hicieroncorrer la fama por todo el tenían, como si fuerala luz a los enemigos, ejército, y muchos deja-ban el lugar que tenían en el cerco, y corrían aver al capitán Vespasiano: fué Tito el primeroque a él vino, temiendo por la vida de su padre.De aquí sucedió que el amor que tenían a sucapitán y el temor del hijo, desbarató el ejércitoy lo confundió todo; pero el padre libró fácil-mente al hijo del temor grande que tenía, y pu-so en orden su ejército; pues venciendo el dolorque la llaga o herida le daba, y deseando que

todos los que por su causa habían temido, loviesen, movió más cruel guerra contra los jud-íos; porque cada uno parecía querer ser el ven-gador de la injuria que había sido hecha a sucapitán, e incitando con gritos y amonestacio-nes unos a otros, venían todos contra el muro.Josefo y su gente, aunque muchos de ellos eranderribados con las muchas saetas que tiraban, ycon las otras armas, no por esto se espantabanni se movían del muro; antes les resistían con.fuego, armas y con muchas piedras, y princi-palmente a los que movían el ariete, aunqueestaban cubiertos con aquellos cueros que arri-ba dijimos. Pero ya no aprovechaban algo, omuy poco, porque morían sin cuenta puestosdelante de sus enemigos, a los cuales ellos, porel contrario, no podían ver, porque estaba tanclaro con el fuego que al mediodía, y dabanseñal cierta con adonde habían de acertar sustiros; y no pudiendo ver de lejos las máquinasque contra sí tenían puestas, no podían guar-darse de las armas de los romanos. Así eran

heridos con las saetas y dardos que tiraban, ymuchos derribados. Las piedras grandes queechaban con sus máquinas, aseguraban a losromanos, porque no había judío que osase pa-rarse delante: derribaban también las torres, yno había hombres tan bien armados ni tan for-talecidos, que no fuesen derribados todos.Podrá cualquiera entender la fuerza de estamáquina llamada ,ariete por nombre, por loque aquella noche se hizo. Uno de los que esta-ban junto a Josefo perdió la vida de una pedra-da en la cabeza, quitándosela de los hombros yechándola a tres estadios lejos de allí, como si lahubieran echado con una honda; otra dió en elvientre de una mujer preñada, y echó el infanteque tenía dentro medio estadio lejos; tanta fuéla fuerza de esta máquina; pues aun era mayorla fuerza de la gente romana, la muchedumbrede saetas y tiros que tiraban, que no la de lasmáquinas. Derribando, pues, tantos por losmuros, hacían gran ruido y levantaban muygrandes gritos las mujeres que dentro estaban;

y por de fuera se oían también llantos y gemi-dos de los que morían, y estaba todo el cercodel muro adonde peleaban lleno de sangre, ypodían ya subir al muro por encima de loscuerpos que había muertos. A las voces resona-ban los montes de tal manera, que aumentabanel temor de todos, sin que faltase algo en todaaquella noche, que dejara de dar espanto muygrande a los ojos y oídos de los hombres.Muchos, peleando valerosamente, murieronpor defender su ciudad: muchos fueron heri-dos; y con todo esto apenas pudieron hacerseñal con los golpes de sus máquinas en el mu-ro hasta la mañana. Entonces ellos, con loscuerpos muertos y sus armas guarnecieronaquella parte del muro que había sido derriba-da, antes que los romanos pusiesen sus puentespara entrar por allí en la ciudad.***

Capítulo XDe otro combate que los romanos dieron a losde Jotapata.

Venida la mañana, llegábase ya Vespasiano atomar la ciudad con todo su ejército, despuésde haber descansado algún tanto del trabajoque habían pasado aquella noche. Y deseandoechar a los que defendían el muro por la parteque de él había derribado, ordenó la gente másfuerte de a caballo de tres en tres, dejados atráslos caballos, haciendo que cercasen aquella par-te que habían derribado, por todas partes, paraque, comenzando a poner los puentes, entrasenellos primero; y luego ordenó tras ellos la gentede a pie más esforzada y fuerte: extendió todala otra caballería que tenía por el cerco del mu-ro, en aquellos lugares montañosos, para queno pudiese alguno huir de la matanza pública.Puso después, para que los siguiesen, los fle-cheros, mandando a todos que estuviesen conlas saetas aparejadas, y los que tiraban con

honda también, y puso a éstos cerca de lasmáquinas e ingenios que para combatir tenía.Mandó llegar muchas escalas a los muros, paraque acudiendo los judíos a defender éstos, des-amparasen la parte que estaba derribada, y losdemás fuesen forzados a recogerse con la fuer-za de la' gente que entrase.Entendiendo este consejo Josefo, puso por laparte del muro que estaba entera, los más viejosy más cansados del trabajo, como casi segurosde no ser dañados; pero en la parte que estabaderribada, puso la gente más esforzada y pode-rosa, y eligió de todos principalmente a seisvarones, entre los cuales se puso él mismo en laparte más peligrosa, y mandóles que se tapasenlas orejas, porque no fuesen amedrentados conla vocería y gritos de los escuadrones, se arma-sen con fuertes escudos contra los tiros de lassaetas, y se fuesen recogiendo atrás hasta tantoque a los enemigos les faltasen las saetas; y quesi los romanos querían ponerles puentes, lessaliesen al encuentro para impedirlo, persua-

diéndoles a resistir a los enemigos con susmismos instrumentos de ellos, diciendo a todosque habían de pelear, no como por conservar lapatria, pero como por cobrarla y sacarla de ma-nos de los enemigos: díjoles también que deb-ían ponerse delante de los ojos, ver matar losviejos, padres, hijos y mujeres, y ser todos pre-sos por los enemigos; y habían de mostrar susfuerzas contra la fuerza de los enemigos, y con-tra las muertes hechas en los suyos; y de estamanera proveyó a entrambas partes.El vulgo y gente del pueblo de la ciudad, losque no eran para las armas, las mujeres y mu-chachos, cuando vieron la ciudad cercada contres escuadrones, sin ver alguno de los que es-taban de guardia mudado de su lugar, y vieronlos enemigos con los espadas desenvainadas,que hacían gran fuerza en aquella parte delmuro que estaba derribada, cuando vierontambién todos los montes que estaban cercarelucir con la gente armada, y a un árabe condiligencia proveer de saetas a todos los balles-

teros, dieron todos muy grandes gritos, no me-nores que si fuera tomada la ciudad, de tal ma-nera, que parecía estar ya todo el mal con ellosno cerca, pero dentro. Cuando Josefo sintióesto, encerró todas las mujeres dentro de lascasas amenazándolas mucho, y mandándolascallar: porque siendo oídas por los suyos, no semoviesen a misericordia, y faltasen a lo que larazón les obligaba con los grandes clamores ygritos que todos daban, y él se pasó a la partedel muro que por suerte le cupo: no quiso ocu-parse en resistir y rechazar a los que trabajabanen poner las escalas a los muros; tenía sólocuenta de la muchedumbre de saetas que lestiraban.Entonces comenzaron a tañer todas las trompe-tas de todas las legiones y escuadrones delcampo: comienzan también a dar gran gritatodos, y haciendo señal para dar el asalto a lavilla, comenzaron a disparar las ballestas de talmanera por ambas partes, que obscurecían laluz; tantas echaban.

Acordábanse los compañeros de Josefo de loque él les había aconsejado: y con los oídos ta-pados por no oír los clamores grandes que to-dos daban, y armados muy bien contra los gol-pes y heridas de las saetas, al llegar las máqui-nas que los romanos acercaban para hacer suspuentes, saltáronles ellos delante, y antes quelos enemigos pusiesen los pies en ellas, ocupá-ronlas los judíos, y trabajando los romanos porsubir, eran fácilmente echados con sus armas:mostraron estos judíos gran fuerza, así en susbrazos como fortaleza en sus ánimos, con mu-chas hazañas que hicieron, y trabajaban en noparecer menos valerosos en tan gran necesidady aprieto como ellos estaban, que eran fuertes yesforzados sus enemigos, no estando en algúnpeligro, y no podían ser antes apartados de losromanos, que, o muriesen o los matasen a to-dos.Peleaban, pues, continuamente los judíos, sintener otra gente que pudiesen poner en su lu-gar, como hacían los romanos, que siempre

quitaban la gente cansada y ponían luego otra;y a los que la fuerza de los judíos derribaba,luego les sucedían otros en su lugar, los cuales,esforzándose unos a otros, juntábanse todos, ycubiertos por encima con unos escudos algolargos, hízose como un montón de ellos; y ha-ciéndose todo el escuadrón un cuerpo, veníancontra los judíos, y ya casi ponían los pies en elmuro. Entonces, viéndose tan apretado Josefo,puso consejo y trabajó en remediar aquella ne-cesidad tan grande: dióse prisa en inventar al-gunas máquinas, desesperando ya de la vida:mandó tomar mucho aceite hirviendo, y echar-lo por encima de todos los soldados, aunqueestaban defendidos contra el aceite con los du-ros escudos con que tenían sus cuerpos muybien armados. Muchos de los judíos, que teníangran abundancia de aceite y muy aparejado,hicieron presto lo que Josefo mandaba, y echa-ron encima de los romanos las calderas delaceite hirviendo. Esto arredró y dispersó todoel escuadrón de los romanos, y con muy cruel

dolor los echó del muro. Porque pasaba el acei-te desde la cabeza por todo el cuerpo, yquemábales las carnes no menos que si fueranllamas de fuego: porque de su natural se calen-taba fácilmente y se enfriaba tarde, según lagordura que de sí tiene. No podían huir el fue-go, porque tenían las armas y cascos muy apre-tados, y saltando unas veces y otras encorván-dose con el dolor que sentían, caían del puente.No podían, además de lo dicho, recogerse se-guramente a los suyos que peleaban, porquelos judíos, persiguiendo, los maltrataban.Pero no faltó virtud ni esfuerzo a los romanosen sus adversidades, ni tampoco faltó pruden-cia a los judíos: porque aunque parecían y mos-traban sufrir muy gran dolor los romanos conel aceite que les echaban encima, todavía mo-víanse con furor contra los que lo echaban,corrían contra los que les iban delante, comoque aquellos detuviesen sus fuerzas.Los judíos los engañaron con otro engaño quede nuevo hicieron, porque cubrieron los tabla-

dos de los puentes de heno griego muy cocido,y queriendo subir los enemigos, deslizabanresbalando, de manera que no había alguno, nide los que venían de nuevo, ni de los que quer-ían huir, que no cayese: unos morían pisadosdebajo de los pies encima de las mismas tablasde los puentes, y muchos eran derribados yechados encima de los montes que los romanoshabían hecho; y los que allí caían eran heridospor los judíos, los cuales, viéndose ya libres dela batalla por huir los romanos y caer de lospuentes, fácilmente les podían tirar y herirloscon sus armas.Viendo el capitán Vespasiano que su gente pa-decía mucho mal en este asalto, mandóles reco-gerse a la tarde, de los cuales fueron no pocoslos muertos, pero muchos más los heridos ymaltratados.De los vecinos de Jotapata fueron seis muertosy más de trescientos los heridos. Esta fué, pues,la pelea que tuvieron el 20 de junio.

Consoló a todo el ejército Vespasiano, excusan-do lo que había acontecido; y viendo la iragrande y furor que todos tenían, conociendotambién que buscaban más pelear que no repo-sarse, levantó sus montes más de lo que ya es-taban, y mandó alzar también tres torres, cadauna de cincuenta pies, cubiertas de hierro portodas partes, por que estuviesen firmes, y fue-sen de esta manera defendidas del fuego, ypúsolas encima de los montes que había levan-tado, llenas de flecheros y ballesteros, y de to-das las otras armas que ellos solían tirar. Como,pues, no pudiesen ser vistos los que dentro deellas estaban, por ser tan altas y tan bien cubier-tas estas torres, herían fácilmente y muy a susalvo a los que veían a estar encima de los mu-ros con sus saetas.No pudiendo los judíos guardarse, ni aun verfácilmente por dónde les venían tantas saetas; yno pudiendo vengarse de los que no podíanver, ni descubrir la altura de ellas, les hacía daren vano todo cuanto ellos les tiraban y la guar-

nición que tenían de hierro las defendía y re-sistía del fuego que les ponían, por lo cualhubieron de desamparar la defensa del muro; yvinieron a pelear contra los que trabajaban porentrar dentro de la ciudad.De esta manera trabajaban por resistir los deJotapata, aunque muchos morían cada día sinque hiciesen algún daño a sus enemigos; por-que no podían combatir sin peligro muy gran-de.***

Capítulo XICómo Trajano y Tito ganaron combatiendo aJafa, y la matanza que allí hicieron. En estos mismos días fué llamado Vespasianoa combatir una ciudad muy cerca de Jotapata,la cual se llamaba Jafa por nombre, porque tra-bajaba en innovar las cosas, y principalmentepor haber oído que los de Jotapata resistían, sinque de ellos tal confiase, se ensoberbecían ylevantaban. Envió allá a Trajano, capitán de lalegión décima, dándolo dos mil hombres de apie y mil de a caballo. Hallando éste muy fuertela ciudad, y viendo que era muy difícil tomarla,porque además de ser naturalmente fuerte,estaba cerrada con doble muro, y que los queen ella habitaban habían salido muy en ordencontra él, dióles batalla; y resistiéndole al prin-cipio un poco, a la postre volvieron las espaldasy huyeron. Persiguiéndolos los romanos, entra-ron tras ellos en el cerco del primer muro; peroviéndolos venir más adelante, los ciudadanos

les cerraron las puertas del otro, temiendo quecon ellos entrasen también los enemigos. Y porcierto Dios daba tantas muertes de los galileos alos romanos de su grado, el cual dió a los ene-migos todo aquel pueblo echado fuera de losmuros de su propia ciudad, para que todospereciesen: porque muchos, echándose juntos alas puertas y dando voces a los que las guarda-ban que les abriesen, mientras estaban rogandoque les abriesen, los romanos los mataban, te-niéndoles ellos cerrado el un muro, y el otro losmismos ciudadanos que dentro estaban, por locual tomados entre el un muro y el otro por lasmismas armas de sus amigos, unos a otros semataban; pero muchos más caían por las armasde los romanos, sin que tuviesen esperanza devengar tantas muertes en algún tiempo; porqueademás del miedo y temor de los enemigos, leshabía hecho perder el ánimo a todos ver la trai-ción que los mismos naturales les hacían. Fi-nalmente, morían maldiciendo, no a los roma-nos, sino a los judíos, hasta que todos murie-

ron, y fué el número de los muertos hasta docemil judíos: por lo cual, pensando Trajano que laciudad estaba vacía de gente de guerra, y queaunque hubiese dentro algunos no habían deosar hacer algo contra él, con el gran temor quele tenían, quiso guardar la conquista de la ciu-dad para el mismo capitán y emperador Vespa-siano.Así le envió embajadores que le rogasen quisie-se enviarle a su hijo Tito, para que diese fin a lavictoria que él había alcanzado. Pensó Vespa-siano que había aún algún trabajo, y por estoenvióle su hijo con gente, que fueron mil hom-bres de a pie y quinientos caballos. Llegando,pues, a buen tiempo a la ciudad, ordenó suejército de esta manera. Puso a la mano iz-quierda a Trajano, yél púsose a la mano dere-cha en el cerco. Allegando, pues, los soldadoslas escalas a los muros, habiéndoles resistidoalgún tanto por arriba los galileos, luego des-ampararon el muro; y saltando Tito y toda sugente con diligencia dentro, tomaron fácilmente

la ciudad, y aquí se trabó con los que dentroestaban juntados una fiera batalla, echándoseunas veces por las estrechuras de las calles losmás esforzados y valerosos soldados, otras ve-ces echando las mujeres por los tejados las ar-mas que hallar podían. De esta manera alarga-ron la pelea hasta las seis horas de la tarde; pe-ro derribada ya toda la gente de guerra quehabía, todo el otro pueblo que estaba por lascalles y dentro de las casas, mancebos y viejos,todos los pasaban por las espadas y eran muer-tos.De los hombres no quedó alguno con vida, ex-cepto los niños y las mujeres que fueron cauti-vadas: el número de los que en esto murieron,así dentro de la ciudad como entre los muros, alprimer combate llegó a quince mil hombres, yfueron los cautivos dos mil ciento treinta.Toda esta matanza fué hecha en Galilea, a losveinticinco días del mes de junio.

Capítulo XII

Cómo Cercalo venció a los de Samaria.

Pero tampoco quedaron los samaritas sin serdestruídos, porque juntados éstos en el montellamado Garizis, el cual tienen ellos por muysanto, estaban esperando lo que había de ser:este ayuntamiento bien pretendía y aun ame-nazaba guerra a los romanos, sin quererse co-rregir, por los males y daños que sus vecinoshabían recibido; antes sin considerar las pocasfuerzas que tenían, espantados porque todo lessucedía tan prósperamente a los romanos, to-davía estaban con voluntad pronta para pelearcon ellos.Holgábase Vespasiano con excusar estas re-vueltas y ganarlos antes que experimentasenlos judíos sus fuerzas; porque aunque toda laregión de Samaria era muy fuerte y abastecidade todo, temíase más de la muchedumbre quese había juntado, y temía también algún levan-tamiento.

Por esta causa envió a Cercalo, tribuno y go-bernador de la legión quinta, con seiscientoscaballos y tres mil infantes. Cuando éste llegó,no tuvo por cosa cuerda ni- segura llegarse almonte y pelear con los enemigos, viendo queera tan grande el número de ellos. Pero los sol-dados pusieron su campo a las raíces del mon-te, e impedíanles descendiesen.Aconteció que no teniendo los samaritas agua,los aquejaba gran sed, porque era en medio delverano, y el pueblo no se había provisto de lascosas necesarias; y fué tan grande, que huboalgunos que de ella murieron: había muchosque querían más ser puestos en servidumbre ycautivados, que no morir: éstos se pasabanhúyendo a los romanos, por los cuales supoCercalo cómo los que arriba quedaban teníanánimo de resistirle, sin estar aún con tantosmales vencidos y quebrantados: subió al monte,y puesto su campo alrededor de sus enemigos,al principio quísose concertar con ellos y tomar-los con paz: rogábales que preciasen y tuviesen

en más la vida y salud propia que no sus muer-tes: asegurábales también la vida y bienes sidejaban las armas; pero viendo que no podíapersuadirles aquello, dió en ellos y matólos atodos.Fueron los muertos once mil seiscientos; la ma-tanza fué hecha a veintisiete días del mes dejunio: con estas muertes y destrucciones fueronlos samaritas vencidos.***

Capítulo XIIIDe la destrucción de Jotapata.

Permaneciendo los de Jotapata y sufriendo lasadversidades contra toda esperanza, pasadoscuarenta y siete días, los montes que los roma-nos hacían fueron más altos que los muros de laciudad.Este mismo día vino uno huyendo a Vespasia-no, el cual le contó la poca gente y menos fuer-za que dentro había, y cómo fatigados y con-sumidos ya con las vigilias y batallas que hab-ían tenido, no podían resistirles más; pero quepodían todavía ser presos todos con cierto en-gaño, si querían ejecutarlo; porque a la últimavigilia de guarda, cuando a ellos les parecíatener algún reposo de sus males, los que estánde guarda se vienen a dormir, y decía que éstaera la hora en que debía dar el asalto.Vespasiano, que sabía cuán fieles son los judíosentre sí, y cuán en poco tenían todos sus tor-

mentos, sospechaba del huido, porque pocoantes, siendo preso uno de Jotapata, había su-frido con gran esfuerzo todo género de tormen-tos; y no queriendo decir a los enemigos lo quese hacía dentro, por más que el fuego y las lla-nas le forzasen, burlándose de la muerte, fuéahorcado. Pero las conjeturas que de ello teníandaban crédito a lo que el traidor decía, y hacíancreer que por ventura decía verdad. No te-miendo que le sucediese algo de sus engaños,mandó que le fuese aquel hombre muy bienguardado, y ordenaba su ejército para dar asal-to a la ciudad. A la hora, pues, que le fué dicha,llegábase con silencio a los muros: iba primero,delante de todos, Tito con un tribuno llamadoDomicio Sabino, con compañía de algunos po-cos de la quincena legión, y matando a los queestaban de guarda, entraron en la ciudad; si-guióles luego Sexto Cercalo, tribuno, y Plácidocon toda su gente.Ganada la torre, estando los enemigos en me-dio de la ciudad, siendo ya venido el día, los

mismos que estaban presos no sentían aún al-go, ni sabían su destrucción; tan trabajados ytan dormidos estaban; y si alguno se desperta-ra, la niebla grande que acaso entonces hacía, lequitara la vista hasta tanto que todo el ejércitoestuvo dentro, despertándolos solamente elpeligro y daño grande en el cual estaban, noviendo sus muertes hasta que estaban en ellas.Acordándose los romanos de todo lo que hab-ían sufrido en aquel cerco, no tenían cuidado nide perdonar a alguno ni de usar de misericor-dia; antes, haciendo bajar y salir de la torre alpueblo por aquellos recuestos, los mataban atodos, en partes a donde la dificultad y asperi-dad del lugar negaban la ocasión de defendersea cuantos eran, por muy esforzados que fuesen,porque apretados por las estrechuras de lascalles, y cayendo por aquellos altos y bajos quehabía, eran despedazados y muertos todos.Esto, pues, movió a que muchos de los princi-pales que estaban cerca de Josefo se matasen,por librarse ellos mismos de toda sujeción, con

sus propias manos: porque viendo que no pod-ían matar alguno de los romanos, por no veniren las manos de éstos, prevenían ellos y ade-lantábanse en darse la muerte, y así, juntándoseal cabo de la ciudad, ellos mismos se mataron.Los que primero estaban de guarda y entendie-ron ser ya la ciudad tomada, recogiéndosehuyendo en una torre que estaba hacia el Sep-tentrión, resistiéronles algún tanto; pero rodea-dos después por los muchos enemigos, rend-íanse y fue tarde, pues hubieron de padecermuerte por los enemigos, que a todos los mata-ron.Pudieran honrarse los romanos de haber toma-do aquella ciudad sin derramar sangre y haberpuesto fin al cerco, si un centurión de ellos nofuera a traición muerto, el cual se llamaba An-tonio, porque uno de aquellos que se habíanrecogido a las cuevas (eran éstos muchos) ro-gaba a Antonio que le diese la mano para quepudiese subir seguramente, prometiéndole sufe de guardarlo y defenderlo. Como, pues, éste,

sin más mirar ni proveerse, lo creyese y le diesela mano, el otro lo hirió con la lanza en la ingle,y lo derribó y mató.Aquel día gastaron los romanos en matar todoslos judíos que públicamente se hallaban; losdías siguientes buscaban y escudriñaban losrincones, las cuevas y lugares escondidos, yusaron de su crueldad contra cuantos hallaban,sin tener respeto a la edad, excepto solamentelos niños y mujeres. Fueron aquí cautivados mildoscientos, y llegaron a número de cuarentamil los que murieron estando la ciudad cercaday en el asalto.Mandó Vespasiano derribar la ciudad y que-mar todos los castillos: de tal manera, pues, fuévencida la fuerte ciudad de Jotapata a los treceaños del imperio de Nerón, a las calendas dejulio, que es el primer día del mes.***

Capítulo XIVDe qué manera se libró Josefo de la muerte.

Hacían diligencia los romanos en buscar a Jose-fo por estar muy enojados contra él, y por pare-cer digna cosa a Vespasiano, porque siendo éstepreso, la mayor parte de la guerra era acabada;trabajaban en buscarle entre los muertos y entrelos que se habían escondido, pero él en aquelladestrucción de la ciudad, sirvióse de lo que lafortuna le ayudó; huyóse del medio de susenemigos y escondióse saltando en un hondopozo, que está junto con una grande selva porun lado, a donde no lo pudiesen ver por másque trabajasen en buscarlo, y aquí halló cuaren-ta varones de los más señalados escondidos,con aparejo de las cosas necesarias para hartosdías. Pero habiéndolo todo rodeado los enemi-gos, estábase de día muy escondido, y saliendocuando la noche llegaba, estaba aguardandotiempo cómodo para huir. Y como por su causa

todas las partes estuviesen muy bien guardadasy no hubiese ni aun esperanzas de engañarlos,descendióse otra vez a 1a cueva y estúvose allíescondido dos días enteros. A1 tercer día,prendiendo una mujer que con ellos había es-tado, lo descubrió.Luego Vespasiano envió dos tribunos con dili-gencia: el uno fue Paulino, y el otro Galicano,los cuales prometiesen paz a Josefo, y le per-suadiesen que viniese a Vespasiano, a los cua-les no quiso él creer ni obedecer por mucho quese lo rogaron, y le prometieron dejarle sinhacerle daño alguno. Temíase el mucho máspor lo que veía ser razón, que aquel más pade-ciese que más había errado y cometido, que nose confiaba en la clemencia y mansedumbrenatural de los que le rogaban, y pensaba queiban tras él por castigarle y darle la muerte,hasta tanto que Vespasiano envió el tercer tri-buno, llamado Nicanor, amigo de Josefo, y quesolía tener con él antes mucha familiaridad.Este, pues, le hizo saber cuán mansos eran los

romanos contra los que habían vencido y so-juzgado, diciéndole cómo era Josefo más bus-cado por su admirable virtud y esfuerzo, queaborrecido, y tenía el Emperador voluntad node hacerlo matar, porque esto fácilmente lopodía hacer sin que se rindiese, si quería; peroque quería guardar la vida a un varón esforza-do y valeroso. Añadía más: que si Vespasianoquería hacerle alguna traición, no había de en-viarle para ello a un amigo, es a saber, una cosabuena, para poner por obra y ejecutar otra ma-la, dando a la buena amistad nombre de que-brantamiento de fe y traición; mas ni aun élmismo le había de obedecer por dar lugar queengañase un amigo suyo.Habiendo dicho esto Nicanor, Josefo aun du-daba, por lo cual enojados los soldados queríanponer fuego a la cueva, pero deteníalos el ca-pitán, que preciaba mucho prender vivo a Jose-fo. Dándole tanta prisa Nicanor, en la hora queJosefo supo lo que los enemigos le amenazaban,acordáronsele los sueños que había de noche

soñado, en los cuales le había Dios hecho saberlas muertes que habían de padecer los judíos, ylo que había de acontecer a los príncipes roma-nos. Era también muy hábil en declarar un sue-ño, y sabía acertar lo que Dios dudosamenteproponía, porque sabía muy bien los libros delos profetas, porque también era sacerdote, hijode padres sacerdotes. Así, pues, aquella hora,como hombre alumbrado por Dios, tomandolas imaginaciones espantables que se le habíanrepresentado, comienza a hacer oraciones aDios secretamente diciendo: "Pues te pareció ati, criador de todas las cosas, echar a tierra ydeshacer el estado y cosas de los judíos, pasán-dose la fortuna del todo y por todo a los roma-nos, y has elegido a mí para que diga lo que hade acontecer, yo me sujeto de voluntad propia alos romanos, y quiero vivir y póngote, Señor,por testigo, que quiero parecer delante de ellos,no como traidor, sino como ministro tuyo."Dichas estas palabras, concedió a lo que Nica-nor le pedía; pero los judíos, que habían huido

junto con Josefo, cuando supieron cómo Josefohabía consentido con los que le rogaban, dabantodos alrededor grandes gritos, y lloraban engran manera las leyes de sus patrias. "¿A dóndeestán las promesas, dijeron todús, que Dioshace a los judíos, prometiendo dar eterna vidaa los que despreciaren sus muertes? ¿Ahora, Jo-sefo, tienes deseo de vivir, y quieres gozar de laluz del mundo puesto en servidumbre y cauti-verio? ¿Cómo te has olvidado tan presto de timismo? ¿A cuántos persuadiste la muerte porconservar la libertad? Falsa semejanza y apa-riencia de fortaleza tenías, por cierto, y pruden-cia era la tuya muy falsa, si confías o esperasalcanzar salud entre aquellos con quienes haspeleado de tal manera; o por ventura, aunqueesto sea verdad y sea muy cierto, ¿deseas queellos te den la vida? Pero aunque la fortuna yprosperidad de los romanos te haga olvidar deti mismo, aquí estamos nosotros que te dare-mos manos y cuchillo con que pierdas la vidapor la honra y gloria de tu patria. Tú, si murie-

res de tu voluntad, morirás como capitán vale-roso de los judíos, y si forzado, morirás comotraidor."Apenas hubieron hablado estas cosas, cuandodesenvainando todos sus espadas, hicieronmuestras de quererlo matar si obedecía a losromanos. Temiendo, pues, el ímpetu y furor deéstos Josefo, y pensando que sería traidor a loque Dios le había mandado, si no lo denuncia-ba, viéndose tan cercano de la muerte, comenzóa traerles argumentos filosóficos para quitarlestal del pensamiento. "¿Por qué causa, dijo, ohcompañeros, deseamos tanto cada uno su pro-pia muerte? ¿O por qué ponemos discordiaentre dos cosas tan aliadas, como son el cuerpoy el alma? ¿Dirá, por ventura, alguno de voso-tros, que me haya yo mudado o que no seaaquel que antes ser solía? Mas los romanos sa-ben esto. ¿Es linda cosa morir en la guerra? Sí,mas por ley de guerra, es a saber, morir pele-ando por manos de aquel que fuere vencedor;por tanto, si yo pido misericordia a los romanos

y les ruego que me perdonen, confieso que soydigno de darme yo mismo con mi propia espa-da la muerte; mas si ellos tienen por cosa muyjusta y digna perdonar a su enemigo, cuántomás justamente debemos nosotros perdonarnoslos unos a los otros. Locura es por cierto, y muygrande, cometer nosotros mismos contra noso-tros aquello por lo cual estamos con ellos dis-cordes, es a saber, quitarnos nosotros mismos lavida, la cual ellos querían quitarnos. Morir porla libertad, no niego yo que no sea cosa muy dehombre, pero peleando, y en las manos deaquellos que trabajan por quitárnosla; ahoratodos vemos que la guerra y batalla ya pasó, yellos no nos quieren matar. Por hombre teme-roso y cobarde tengo yo al que no quiere morircuando conviene, y tengo también por hombresin cordura al que quiere morir cuando no le esnecesario. Además de esto, ¿qué causa hay paratemer de venir delante de los romanos? ¿Porventura el temor de la muerte? Pues lo que te-nemos miedo nos den los enemigos y no du-

damos de ello, ¿por qué no lo buscaremos noso-tros mismos? Dirá alguno que por temor- devenir en servidumbre, muy libres estamos aho-ra ciertamente. Diréis que es cosa de varónanimoso y fuerte matarse; antes digo yo sercosa de hombre muy cobarde, según lo que yoalcanzo: por mal diestro y por muy temerosotengo yo al gobernador de la nao, que temién-dose de alguna gran tempestad, antes de verseen ella echa la nao al hondo."También matarse hombre a sí mismo, ya sabéisque es cosa muy ajena de la naturaleza de todoslos animales, además de ser maldad muy gran-de contra Dios, creador nuestro; ningún animalhay que se dé él mismo la muerte, o que quieramorir por su voluntad. La ley natural de todoses desear la vida; por tanto, tenemos por ene-migos a los que nos la quieren quitar, y perse-guimos con mucha pena a los que tal nos vanacechando. ¿No tenéis por cierto que Dios seenoja mucho cuando ve que el hombre menos-precia su casa y edificio? De su mano tenemos

el ser y la vida; debemos, pues, también dejaren su mano quitárnosla y darnos la muerte.Todos, según la parte inferior que es nuestrocuerpo, somos mortales y de materia caduca ycorruptible; pero el alma, que es la parte supe-rior, es siempre inmortal, y una partecilla divi-na puesta y encerrada en nuestros cuerpos.Quienquiera, pues, que maltratare o quitare loque ha sido encomendado al hombre, luego estenido por malo y por quebrantador de la fe.Pues si alguno quiere echar de su cuerpo lo quele ha sido encomendado por Dios, ¿pensará,por ventura, que aquel a quien se hace la ofensalo ha de ignorar o serle escondido?" Por justa cosa se tiene castigar un esclavocuando huye, aunque huya de un señor que esmalo; pues huyendo nosotros de Dios, y de tanbuen Dios, ¿no seremos tenidos por muy malosy por muy impíos? ¿Por dicha ignoráis queaquellos que acaban su vida naturalmente ypagan la deuda que a Dios deben, cuando aquela quien es debido quiere ser pagado, alcanzan

perpetuo loor, y tanto su casa como toda sufamilia gozan y permanecen? Las almas limpiasque puramente invocan al Señor, alcanzan unlugar en el cielo muy santo; y después de mu-chos tiempos, andando los siglos, volverán atomar sus cuerpos. Pero aquellos cuyas manosse levantaron contra sí mismos, los tales alcan-zan un lugar de tinieblas infernales, y Dios,padre común de todos, toma venganza de ellaspor toda la generación; por tanto, es cosa lacual Dios aborrece mucho, y la prohíbe el muysabio fundador de nuestras leyes." Si acaso algunos se mataren, determinado estáentre nosotros que no sean sepultados hastaque las tinieblas y noche vengan, siéndonoslícito enterrar aún a nuestros enemigos; y entreotros, les mandan cortar las manos derechas alos que de esta manera mueren, por habersecontra ellas mismas levantado, pensando no sermenos ajena la mano derecha que tal comete,de todo el cuerpo, que es el alma del propiocuerpo. Cosa es, pues, linda, compañeros míos,

juzgar bien de este negocio, y no añadir,además de las muertes de los hombres, ofensacontra Dios nuestro criador con tanta impie-dad." Si queremos ser salvos y sin daño, seámoslo;porque no será mengua vivir entre aquellos aquienes hemos dado a conocer nuestra virtudcon tantas obras. Y si nos place morir, cosa serámuy honrosa para todos morir en las manos deaquellos que nos prendieren. No me pasaré amis enemigos, por ser yo traidor a mí mismo,porque mucho más loco y sin seso sería, queson los que de grado se pasan a sus enemigos,porque estos tales hácenlo por guardar sus vi-das, y yo haríalo por ganar mi propia muerte.Es verdad que busco y deseo que los romanosme quiten la vida; y si ellos me mataren,habiéndome asegurado la vida, y después dehabernos dado las manos por amistad, morirémuy aparejado y esforzadamente, llevándomepor victoria y consolación mía la traición y per-fidia que conmigo usaron."

Muchas cosas tales decía Josefo, por apartarlesde delante a sus compañeros la voluntad quede matarse tenían; pero teniendo ellos ya cerra-dos los oídos a todo con la desesperación quehabían tomado, determinados muchos a darse así mismos la muerte, movíanse a ello y reprend-íanse, corriendo los unos a los otros con lasespadas como cobardes; acometíanse unos aotros como hombres que se habían sin duda dematar.Llamando Josefo al uno por su nombre, al otromirando como capitán severo y grave, a otrotomando por la mano, a otro trabajando en ro-garle y persuadirle, turbado su entendimiento,como en tal necesidad acontece, detenía lasarmas de todos que no le diesen la muerte, node otra manera que suele una fiera rodeadavolverse contra aquel que a ella más se allega,por hacerle daño. Las manos de aquellos quepensaban deberse guardar reverencia al ca-pitán, en aquel postrer trance eran debilitadas,y caíanseles las espadas de ellas, y llegándose

muchos para sacudirle, venían a dejar de gradolas armas.Con tanta desesperación, no faltó a Josefo buenconsejo; antes, confiado en la divina mano yprovidencia de Dios, puso su vida en peligro."Pues estáis, dijo, determinados a mata-os, aca-bemos ya, echemos suertes quién matará aquién, y aquel a quien cayere, que muera por elque le sigue, y pasará de esta manera por todosla misma sentencia, porque no conviene queuno se mate a sí mismo, y sería cosa muy injus-ta que, muertos todos los otros, quede algunoen vida, pesándole de matarse." Parecióles quedecía verdad, y pusiéronlo por obra; según lasuerte a cada uno caía, así recibía la muerte delotro que le sucedía, como que, en fin, habíaluego de morir también con ellos su capitán;porque parecíales más dulce cosa morir con sucapitán Josefo, que vivir. Vino a quedar él y unotro, no sé si por fortuna o por divina pro-videncia, y proveyendo que no se pudiese que-jar de su suerte, o que si quedaba libre no

hubiese de ser muerto por manos de un gentil,dióle la palabra y concertóse con él que entram-bos quedasen vivos.Librado, pues, de esta manera de la guerra delos romanos y de la de los suyos, llevábalo Ni-canor a Vespasiano. Salíanle todos los romanosal encuentro por solo verle, y como saliese tantamuchedumbre de gente, llevábanlo en granaprieto, y había muy gran ruido entre todos.Unos se gozaban por verle preso; otros le ame-nazaban; otros se querían llegar y verle de máscerca; los que estaban lejos daban grandes vo-ces, diciendo que debían matar al enemigo; losque estaban cerca, teniendo cuenta con lo queJosefo había hecho, maravillábanse de ver tangran mudanza. De los regidores, ninguno huboque viéndolo no se amansase, por más que an-tes estuviesen contra él airados.Tito, además de todos los otros, se maravillabay movía a misericordia por ver el gran ánimoque en tantas adversidades había tenido, y porverlo también ya de mucha edad, acordándose

de lo que antes había hecho en las guerras, yqué tal se mostraba a quien lo veía en manos desus enemigos puesto; demás de esto, veníaletambién al pensamiento el gran poder de lafortuna y cuán mudables sean los sucesos delas guerras. Pensaba también que no había en elmundo cosa alguna sujeta al hombre que fuesefirme y estable, antes todo corruptible y muda-ble. Con esto movió a muchos que tuviesencompasión de él, y la mayor parte de su vida ysalud fué Tito ciertamente delante de su 'padre;pero Vespasiano mandó que fuese muy bienguardado, como que querían enviarlo a César.Oyendo esto Josefo, díjole que quería hablaralgo a él solo.Haciendo, pues, apartar de cerca de todos atodos, excepto Tito y otros dos amigos; dijo:"Tú no piensas, Vespasiano, tener cautivo aJosefo; sepas, pues, que te soy embajador en-viado por Dios, y por tal vengo de cosas muchomayores y más altas, porque de otra maneramuy bien sabía yo lo que la ley de los judíos

manda, y de qué manera conviene que un ca-pitán de un ejército muera. ¿Envíasme a Nerón?¿Por qué causa? ¿Cómo que haya de haber otroentre los sucesores de Nerón, sino tú solo? Túeres Vespasiano, César y Emperador, y este hijotuyo, Tito; guárdame, pues, tú muy atado, por-que hágote saber que eres, oh César, señor node mí solo, pero también de la tierra y de la mary de todos los hombres. Conviene que sea yoguardado para mayor castigo si miento en loque digo o si lo finjo súbitamente por vermeapretado y en peligro."Cuando hubo dicho esto, Vespasiano luego nole quiso creer, y pensaba que Josefo fingía aque-llo por librarse; pero poco a poco se movía adarle crédito, por ver que Dios lo levantaba yamucho había al imperio, mostrándole con mu-chas señales haber de ser suyo el cetro y el Im-perio, y había hallado ser verdad lo que Josefohabía dicho en todas las otras cosas.Decía uno de los amigos que allí estaban enaquel secreto, que se maravillaba mucho de qué

manera, si no era burla lo que decía, o por quécausa no había avisado a los de Jotapata de lasmuertes y destrucción que les estaba aparejada,y cómo no se había él provisto por no ser cauti-vo, adivinándolo antes. Respondió Josefo quedícholes había que después de cuarenta y sietedías habían de ser muertos y destruidos, y queél había de quedar vivo, cautivo en poder deellos.Hizo diligencia Vespasiano por saber esto delos que estaban cautivos, y sabiendo ser verdadlo que decía, tuvo también por cosa creíble loque de él había dicho; pero no por eso mandóque librasen a Josefo, antes lo tenía muy bienguardado, no dejando con todo de hacerle todobuen tratamiento y darle vestidos y otros donesmuy benignamente, ayudando Tito mucho porque fuese honrado.A los cuatro días del mes de julio, habiéndosevuelto Vespasiano a Ptolemaidá, partió luegopor los lugares hacia el mar, y vino a parar aCesárea, que es la mayor ciudad de Judea, cuya

gente es la mayor parte de ella griegos. Recibie-ron, pues, los naturales de allí con voluntadbuena y con mucha amistad a él y a su ejército;parte, porque querían bien a los romanos, ymucho más por el odio grande y aborre-cimiento que tenían a aquellos que habían sidomuertos, por lo cual había muchos que rogabany pedían a grandes voces que diesen la muerteal capitán de ellos, Josefo.Satisfizo a esta petición y demanda Vespasianocallando, por ver que le pedía el pueblo unacosa mal considerada; dejó dos legiones queinvernasen en Cesárea, por ser bueno el alo-jamiento;' y envió a Escitópolis la décima y laquinta, por no dar trabajo a los de Cesárea contodo su ejército. No era menos recogida estaciudad en el invierno, que caliente en el verano,por estar en llano y cerca de la mar.***Capítulo XVCómo Jope fué tomada otra vez y destruida.

Estando en este estado las cosas, juntóse muchagente de los que habían huído de las ciudadesdestruídas, y de los que habían también huídode los romanos, por discordias y sediciones;renovaron a Jope, destruída antes por Cestio, ypusieron allí dentro de su asiento. Por estarapretados en aquella tierra que había sido antestan destruida, determinaron entrar por la mar;y haciendo naos y galeras de corsarios, pasabana Siria, Fenicia y a Egipto, y hacían allí grandeslatrocinios; de tal manera iba esto, que no habíaya quien osase salir contra ellos, ni aun navegarpor la mar de aquellas partes.Pero sabiendo Vespasiano lo que habían éstosdeterminado hacer, envió gente de a caballo yde a pie, y entraron de noche en la ciudad, lacual estaba sin guarda alguna.Sintiendo esto los que dentro vivían, espanta-dos con temor grande, recogiéronse huyendo alas naos, por no hacer fuerza a los romanos; yestuviéronse dentro de ellas toda la noche maradentro un tiro de saeta. Mas como de su natu-

ral no tuviese puerto Jope, porque viene a daren una áspera orilla, corvada algún tanto porambas partes, y extendiéndose a lo ancho, semueve gran tempestad en este mar, adondetambién se muestran aún las señales de las ca-denas de Andrómeda, por fe de la fábula anti-gua, y el viento Aquilonal llamado Nordeste daen aquella marina y levanta las ondas, dandoen las peñas que allí hay muy altas, y la soledades causa de que el lugar sea menos seguro.Estando los jopenos ondeando en aquel mar, ala mañana algo más fuertemente, por sobreve-nir a estas horas un viento que llaman los quepor allá navegan Melamborea, dieron las unascon las otras, y otras en aquellos peñascos quepor allí había; y entrándose otras por fuerza,contra el viento, mar adentro, porque temían laorilla, que estaba llena de peñas y piedras, ytemían también a los enemigos que allí estaban;levantadas en alta mar se hundían y no teníanlugar para huir, ni esperanza de salud si que-daban, siendo echados de una parte por violen-

cia de los vientos, y de la ciudad por la fuerzade los romanos.Oíanse muchos gemidos de los que estabandentro las naos, que se encontraban unas conotras; y oíase también el ruido que quebrándo-se hacían. Muerta, pues, parte de ellos en lasondas del mar de Jope, y otros ocupados ensalvarse, morían; algunos se mataban con susespadas adelantándose en darse la muerte, te-niendo por mejor aquélla que no morir ahoga-dos; y muchos, levantados con la braveza de lasondas, daban en aquellos peñascos; iba esto detal manera, que la mar estaba llena de sangre, ytodas las orillas de la mar estaban también lle-nas de cuerpos muertos; porque los romanosayudaban en ello y quitaban la vida a cuantosllegaban a las orillas; halláronse echados cuatromil doscientos cuerpos muertos.Tomando, pues, sin guerra y sin resistenciaalguna los romanos aquella ciudad, la derriba-ron toda, y de esta manera en breve tiempo fué

presa y destruida dos veces la ciudad de Jopepor los romanos.Dejó allí Vespasiano, por que no viniesen otravez ladrones y corsarios a recogerse, gente de acaballo con alguna de a pie en un fuerte, paraque la gente de a pie estuviese allí sin moversey defendiese el fuerte; y los de a caballo busca-sen todas aquellas tierras de Jope, y quemasentodos los lugares y aldeas que por allí hallasen.Obedecióle la caballería, y corriendo, todos losdías talaban y destruían todas aquellas tierras.Cuando los de Jerusalén supieron el caso ad-verso que había acontecido a los de Jotapata, alprincipio ninguno lo creía, por ser la desdichatan grande como habían oído; y también por nover alguno que se hubiese hallado en ella, nihubiese visto lo que entonces se decía, porqueno había quedado alguno que pudiese ser em-bajador de lo que había sucedido; pero la famasola divulgaba la gran destrucción que habíasido hecha, la cual suele ser mensajera diligentede las cosas tristes y adversas. Mostrábase ya la

verdad entre todos los lugares allí vecinos y entodas las ciudades cercanas, y era. ya entre to-dos más cierto que dudoso.Añadíanse a lo hecho y sucedido muchas cosas,ni hechas jamás, ni sucedidas; y decíase queJosefo había sido muerto en la destrucción de laciudad, por lo cual hubo grandes llantos dentrode Jerusalén. Cada casa lloraba su pérdida; pe-ro el llanto por el capitán era común a todos:unos lloraban a sus huéspedes, otros a susdeudos, otros a sus amigos, algunos otros a sushermanos, y todos en general a Josefo; en tantamanera, que duraron los llantos treinta díascontinuamente, uno tras otro, y para cantar suslamentaciones pagaban gran dinero a los tañe-dores.Pero sabiéndose la verdad con el tiempo, y sa-biendo cómo pasaba en verdad lo de Jotapata, yque lo divulgado de la muerte de Josefo eramentira, hallándose claramente que vivía yestaba con los romanos, y cómo éstos le hacíanmayor honra de la que a un cautivo debían,

tomaron tanta ira contra él, cuanta era la volun-tad y benevolencia que le tuvieron antes, pen-sando que era muerto. Unos lo llamaban co-barde, y otros lo llamaban traidor; la ciudadtoda estaba muy indignada contra él, y decíanlemuchas injurias. Con estas adversidades semovían voluntariamente, y eran más encendi-dos con ver tan grandes llagas, y la ofensa quesuele dar ocasión a los prudentes de guardarse,por no sufrir otro tanto, los movía y era comoaguijón para mayor ruina y destrucción, co-menzando nuevos males al terminar otros. Portanto, era mayor la saña que contra los romanostomaban, como que juntamente se hubiesen devengar de ellos, y principalmente de Josefo;éstas, pues, eran las revueltas que había en Je-rusalén.***

Capítulo XVICómo se rindió Tiberíada.

Movido Vespasiano con deseo de ver el reinode Agripa, porque el mismo rey le convidaba ymostraba querer recibir al regidor, capitán delos romanos, con todas las riquezas que posi-bles le fuesen y en su casa tenía, y apaciguar allílo que demás quedaba del reino, hizo marcharsu ejército de donde lo había dejado, que era deCesárea, junto al mar, y pasó a la otra Cesáreaque dicen de Filipo; y habiendo rehecho y re-frescado su ejército por espacio de veinte días,él mismo quiso hacer gracias a Dios por lo quehasta allí le había sucedido, y darse a banquetesy convites.Pero después que entendió cómo Tiberíadaandaba tras innovar el estado de las cosas, ysabiendo que Tarichea se había rebelado, am-bas ciudades eran sujetas al reino de Agripa,determinando de quitar la vida a cuantos jud-

íos hallase y destruirlos, pensó que sería cosaoportuna y buena mover contra ellos su campo,por satisfacer a la buena acogida que Agripa lehabía hecho, entregando las ciudades en susmanos y poder.Para hacer esto envió a su hijo a Cesárea, quepasase la gente que allí estaba a Escitópolis:ésta es una ciudad la mayor de las diez, y veci-na de Tiberíada. Cuando él aquí llegó, aguar-daba en esta ciudad a su hijo; y pasando des-pués con tres legiones de gente más adelante,asentó su campo treinta estadios de Tiberíada,en un muy buen lugar, y que podía ser muybien visto por los que son amigos de noveda-des, el cual se llama Enabro; de aquí envió sucapitán Valeriano con cincuenta caballeros, porque hablase pacíficamente a los de la ciudad yles mostrase toda amistad.Había ya antes oído que el pueblo no pedíasino paz; mas era forzado y estaba en discordiapor algunos que los revolvían con guerras ydiscordias. Cuando Valeriano llegó al muro,

saltó del caballo y mandó a sus compañerosque hiciesen lo mismo, por no mostrar ni dar aentender que había venido por moverles a laguerra. Antes que hablase una sola palabra, losamigos de sediciones y revueltas corrieronhacia él, siendo por cierto más poderosos, tra-yendo por capitán uno llamado jesús, hijo deTobías, príncipe y capitán de los ladrones.No osó Valeriano pelear con ellos por no traerpara ello licencia de su capitán, aunque fuesemuy cierto que había de ser vencedor, viendoser peligroso el pelear, siendo pocos y sus ene-migos muchos, y estando los enemigos muyarmados, y los suyos no; espantado tambiénmucho por el atrevimiento de los judíos, reco-gióse a pie como estaba, y otros cinco con él,dejando todos sus caballos, los cuales trajoJesús y sus compañeros con alegría grande,como que fueran presos en batalla, y no portraición, dentro de la ciudad.Temiendo por esto los más viejos y más princi-pales de la ciudad y de todo el pueblo, vinieron

corriendo al campo de los romanos, y juntoscon el rey llegaron humildes de rodillas a Ves-pasiano, suplicándole no los despreciase nipensase haber consentido toda la ciudad en lalocura que algunos pocos habían cometido,sino que perdonase y quisiese amistad con elpueblo que había sido siempre amigo de losromanos y procurado su amistad, y que quisie-sen más vengarse de los que eran causa deaquel levantamiento, que los habían detenido,mucho tiempo había, a todos para que no vi-niesen a tratar amistad y concierto con ellos.Consintió Vespasiano con lo que éstos le roga-ban, aunque por haberle sido robados los caba-llos, estaba contra toda la ciudad muy enojado;y veía también que Agripa temblaba por causade esta ciudad; prometiendo, pues, a éstos nohacer daño alguno a todo el pueblo. Jesús y suscompañeros no se tuvieron por seguros que-dando en Tiberíada, antes determinaron ir aTarichea. Al día siguiente, Vespasiano enviócon gente de a caballo a Trajano a la torre y

fuerte, por saber del pueblo si querían todospaz; y sabiendo cómo el pueblo era del mismoparecer que aquellos que por él habían rogado,traía su ejército a la ciudad.Abriéronle todas las puertas y saliéronle al en-cuentro con grandes alegrías y señales de bien-venido, llamándole todos autor de la salud yvida de ellos, reconociendo las mercedes que enello les hacía. Y como los soldados se hubiesende detener, por ser estrecha la entrada, muchotiempo, mandó derribar una parte del murohacia la parte del Mediodía, y de esta maneraensanchó la entrada, y por causa del rey, y porhacerle favor, mandó a su gente, so pena degran pena, que no robasen ni injuriasen al pue-blo, y por causa de él mismo no quiso derribarlos muros, porque prometía hacer que los ciu-dadanos de esta villa serían de allí en adelantemuy concordes con todos, y así reparó de otrasmaneras la ciudad, que había sido muy afligidacon infinitos males.***

Capítulo XVIIDe cómo fué cercada Tarichea.

Partiendo de Tiberíada Vespasiano, puso sucampo entre esta ciudad y Tarichea, y fortale-ciólo con un muro que mandó hacer con dili-gencia, viendo que se había de detener en estaguerra, porque veía que todo el pueblo quebuscaba revueltas se recogía en esta ciudad,confiando en su fuerza y en su guarnición, y enun lago que se llama, entre los naturales de allí,Genasar.La ciudad tiene el mismo asiento de Tiberíada,a la falda (le un monte; y por la parte que no lacercaba aquel lago de Genasar, Josefo la habíacercado de un muro muy fuerte, pero menorque era el de Tiberíada, y habíala provisto alprincipio que se comenzaron a rebelar, de mu-cho dinero y de todo lo necesario para defen-derse, y habían las sobras también aprovechadoa Tarichea. Tenían muchas barcas aparejadas en

ellago, para que, si eran vencidos por tierra, sepudiesen recoger en ellas y salvarse; y tambiénestaban provistas de armas, para que, si fuesenecesario, pudiesen pelear en el agua. Estandolos romanos ocupados en asentar y guarnecersu campo, Jesús y sus compañeros, sin conside-rar la muchedumbre de enemigos, ni las fuer-zas y uso de sus armas, vinieron contra ellos, yen la primer arremetida desbarataron los queedificaban el muro, y derribaron alguna partede lo que estaba edificado; pero viendo que lagente de armas que dentro estaba se comenza-ba a juntar antes de sufrir y padecer algún malo daño, recogiéronse a los suyos, y persiguién-doles los romanos, les fué forzado recogerse asus barcas o navíos dentro del agua. Y recogi-dos hacia dentro del lago, tanto que no pudie-sen ser heridos con sus saetas, echaron áncoras,y juntando muchas naos entre sí, no menos quesuelen hacer los escuadrones, peleaban con susenemigos.

Sabiendo Vespasiano cómo gran parte de ellosse había juntado en un llano cerca de la ciudad,envió allá a su hijo con seiscientos caballos es-cogidos; hallando éste infinito número de ene-migos, envió luego a la hora mensajeros a supadre para hacerle saber que tenía necesidad demás gente y de mayor socorro. Y antes que ésteviniese, viendo muchos de sus caballeros muyalegres y muy animosos, y viendo que algunosestaban amedrentados por ver tan gran mu-chedumbre de judíos junta, púsose en un lugardel cual pudiese ser oído por todos, y dijo:"Romanos, por cosa tengo muy buena amones-taros al principio de mi habla que os queráisacordar de vuestra virtud y linaje, y sepáisquiénes sois, y quiénes son aquellos con loscuales hemos de pelear; ningún enemigo nues-tro ha podido escapar de nuestras manos entodo el universo. Los judíos, a fin de que deellos digamos también algo, hasta ahora hansido siempre vencidos, v jamás se han cansado;conviene, pues que siéndoles a ellos la fortuna

v sucesos tan contrarios, pelean todavía tanconstantemente y esforzadamente, que noso-tros peleemos y trabajemos con mayor per-severancia, siéndonos la fortuna en todo muypróspera. Mucho -me huelgo por ver y conocerclaramente la alegría grande que todos tenéis,pero témome que alguno de vosotros tengatemor por ver tanta muchedumbre de enemi-gos; piense, pues, cada uno de vosotros otravez quién ha de pelear y con quién, y por quélos judíos, aunque sean harto atrevidos y me-nosprecien la muerte, sabemos todos que songente sin arden y poco experimentados en lascosas de la guerra, y merecen más nombre depueblo desordenado que de ejército; pues devuestro orden, saber y destreza en las cosas dela guerra, ¿qué necesidad hay que yo me alar-gue ahora en hablar de ello? Por esta causa nosejercitamos ciertamente en el tiempo de paznosotros solos en las armas, por no tener cuentaen la guerra del número de nuestros enemigos.Porque, ¿qué provecho, o qué bien nos viene de

ejercitar siempre la milicia y las armas, si sali-mos con igual número de gente que los que noestán en esto ejercitados? Antes pensad quesalimos armados con gente de a pie, y seguroscon consejo y regimiento de capitán entendido,contra hombres sin regidor y sin regimiento; yque estas virtudes engrandecen nuestro núme-ro, y los vicios dichos quitan gran parte y granfuerza del número de los enemigos. Sabedtambién que en la guerra no vence la sola mu-chedumbre de los hombres, sino la fortaleza,aunque sea de pocos, porque éstos se puedenordenar fácilmente y ayudarse unos a otros; losgrandes ejércitos, más daño reciben de sí mis-mos que de sus propios enemigos. Los judíos semueven por audacia, por ferocidad y desespe-ración o crueldad de sus propios entendimien-tos y dureza de corazón; estas cosas, cuandotodo es muy próspero, suelen aprovechar algo;pero por poco que sea esto ofendido, y por po-ca resistencia que sienta luego, está todo muymarchitado y muerto; a nosotros nos rige la

virtud, la voluntad conforme a razón, y muyobediente la fortaleza, y esto suele florecercuando la fortuna es próspera, y no suele serquebrantado por la adversa y contraria. Nos-otros tenemos mayor causa de pelear que losjudíos, porque si ellos sufren por su libertad ypatria tantos peligros, ¿qué tenemos nosotrosmás excelente o de más estima que la ínclitafama y nombre? ¿Y que después de haber al-canzado el imperio de todo el orbe, no parez-camos tener por enemigos y contrarios a losjudíos solamente? Considerada además de todoesto dicho, que no tenemos miedo de sufrircosa que sea intolerable, porque tenemos mu-chos que nos ayudarán, y están muy cerca denosotros. Podemos alzarnos con la victoria, yconviene adelantarse antes que venga la ayuday socorro que esperamos de mi padre, a fin quesea nuestra mayor virtud, y no tenga su efectomás compañeros en quienes repartirse; piensoyo que vosotros hacéis de mí y de mi padre unmismo juicio, y que si él es digno de nombre y

de gloria por las cosas hechas hasta aquí glorio-samente, sabed que yo le soy hijo y vosotrossois soldados míos; él tiene costumbre de ven-cer, ¿y yo Podré llegarme a él vencido? ¿De quémanera, pues, vosotros no os avergonzaréis enno vencer, viendo a vuestro capitán ponerse enmedio de los enemigos, y correr delante a todopeligro? Creed que yo mismo buscaré el peli-gro, y romperé primero con los enemigos. Nin-guno de vosotros se aparte de mí, teniendo pormuy cierto que mi fuerza será guiada y susten-tada con la ayuda y socorro de Dios, y tenedpor muy cierto que haremos mucho más mez-clados con nuestros enemigos, que si peleáse-mos de lejos."Habiendo Tito tratado esto con su gente, lossoldados recibieron alegría casi divina, y pesá-bales mucho que Trajano viniese con cuatro-cientos de a caballo antes de darles la ba-talla,'como si la victoria se disminuyese con lacompañía que venía.

Envió también Vespasiano a Antonio Silón condos mil flecheros, para que, ocupada la monta-ña que estaba delante de la ciudad, echasen deallí los que quisiesen defender los muros, ycercaron a sus enemigos como les fué manda-do, los cuales estaban procurando socorrer asus fuerzas.Partió primero de todos con su caballo corrien-do contra los enemigos, Tito; siguiéronle luegolos que con él estaban, con tan gran grita, tandesparramados como era necesario para tomara los enemigos en medio, y esto fué causa deque pareciesen muchos más.Los judíos, aunque espantados con la arremeti-da de los romanos y con la manera que teníande pelear, todavía resintieron al principio algúnpoco; heridos con lanzas, y desordenados conla fuerza de los caballos, fueron desbaratados, ymatando a muchos de ellos entre los pies de loscaballos, huyeron a la ciudad según cada-unomás podía.

Tito perseguía a unos que huían, a otros mata-ba de pasada, y corriéndoles delante a muchos,dábales por delante, y mataba a muchos,echando los unos sobre los otros, y saltándolesdelante, cuando todos se recogían a los muros,los echaba al campo, hasta tanto que, cargandotanta muchedumbre tuvieron lugar para reco-gerse; e intervino allí gran discordia entre to-dos, porque a los naturales les pesaba en granmanera la guerra hecha del principio, parte porcausa de sus bienes, y parte también por causade la ciudad, y principalmente viendo que noles había sucedido bien, sino malamente, y queel pueblo de los extranjeros y advenedizos, queeran muchos, hacían fuerza en ello; y así habíaentre todos clamores, como que ya tomasenrudos armas y se aparejasen para pelear.Tito, que no estaba lejos de los muros, cuandoles oyó comenzó a gritar: "Este es el tiempo,compañeros míos, ¿por qué nos detenemos?Recibid la victoria que Dios os envía, dando envuestras manos los judíos: ¿no oís los grandes

gritos? Discordes están los que han escapadode nuestras manos. La ciudad es nuestra si nosdamos prisa; pero es necesario tener Viranánimo juntamente con ser diligentes, porquedebéis saber no poderse hacer cosa señalada, enla cual no haya peligro; y no sólo debemos tra-bajar por prevenirlos y adelantarnos antes quelos enemigos se concordes, los cuales, viéndoseen necesidad, no podrán dejar de concordartodos y venir en amistad; mas también debe-mos procurar dar en ellos antes que nuestrosocorro venga, para que además de la victoria,en la cual vencemos tan pocos a tan gran mu-chedumbre, podamos también gozar solos de laciudad."Dicho esto, sube en su caballo, y corre hasta lalaguna, éntrase por allí dentro de la ciudadsiguiéndole toda la otra gente suya.La osadía grande que tuvo puso miedo en losque estaban por guardas del muro, de tal ma-nera, que no hubo alguno que pudiese pelear niimpedir que entrase.

Jesús y sus compañeros, dejando la defensa dela ciudad, huyeron a los campos, y otros corrie-ron a recogerse a la laguna; daban en las manosde sus enemigos que les salían por delante;unos eran muertos, queriendo subir en sus na-ves, y otros trabajando por alcanzarlas nadan-do.Mataban también los romanos dentro de la ciu-dad mucha gente de los advenedizos que nohabían huido, antes trabajaban por resistirles, ylos de allí naturales morían sin pelear, porquelas esperanzas de concertarse y saber que nohabían sido aconsejados en aquella guerra, losdetenía sin que peleasen, hasta tanto que Tito,muertos los que resistían, teniendo compasióny misericordia de los naturales, hizo cesar lamatanza; los que habían huido al lago, cuandovieron que era tomada la ciudad, alejáronsemucho de los enemigos. .Tito envió caballeros por embajadores que con-tasen a su padre todo lo que había hecho.Cuando el padre lo supo, proveyó de lo que era

necesario, alegre en gran manera por la virtudque de su hijo había entendido, y por la gran-deza de aquella hazaña, porque le parecíahaberle quitado gran parte de la guerra.Mandó luego rodear de gente de guarda la ciu-dad, por que ninguno pudiese huir escondida-mente y librarse de la muerte; y luego, es otrodía, habiendo bajado a la laguna, mandó hacernaves para perseguir los que habían huido, lascuales, con la materia que tenían abundante, yoficiales muchos y diestros, fueron prestohechas y puestas en orden.***

Capítulo XVIIIDe la laguna de Genasar, y las fuentes delJordán.

Esta laguna se llama Genasar, tomando elnombre de la tierra que contiene; tiene de an-cho cuarenta estadios, y ciento de largo; el aguaes dulce y buena de beber, porque con ser grue-

sa la de la laguna, ésta es algo más delgada delo que en las otras suele ser. Viene a hacer orillaarenosa por todas partes, suele ser muy limpiay muy templada para beber; es más delgadaque las aguas del río o de las fuentes, y estásiempre más fría de lo que la anchura de la la-guna permite. En las noches que hace gran ca-lor dejan entrar el agua, y de esta manera serefrescan, lo cual tienen por costumbre, y losuelen así hacer los que son de allí naturales.Hay aquí muchas maneras de peces, diferentesde los peces de otras partes, tanto en sabor co-mo en su género, y pártese por medio con el ríoJordán.Parece ser del Jordán la fuente Panio, pero a laverdad viene por debajo de tierra de aquel lu-gar que se llama Fiala, y éste está por aquellaparte que suben a Traconitida, a ciento veinteestadios lejos de Cesárea, hacia la mano dere-cha, no muy apartado del camino. Y de la re-dondez se llama el lago de Fiala, por ser redon-do como una rueda; detiénese siempre dentro

de sí el agua, de tal manera, que ni falta, ni enalgún tiempo crece; y como antes no se supieseser esto el principio del río Jordán, Filipo, te-trarca que solía ser, o procurador de Traconiti-da, lo descubrió, porque echando éste muchapaja en Fiala, la vino a hallar después en Panio,de donde pensaban antes que manaba y nacíaeste río.Panio, de su natural solía ser muy linda fuente,y fué embellecida con las riquezas y poder deAgripa.Comenzando, pues, en esta cueva el río Jordán,pasa por medio de las lagunas de Semechonitis,y de aquí ciento veinte estadios más adelante,después de la villa llamada Juliada, pasa por elmedio del lago Genasar, de donde viene a saliral lago de Asfalte por muchos desiertos y sole-dades; alárgase la tierra con el mismo nombredel lago Genasar, muy lindo y admirable, tantode su natural, como por su gentileza. Ningúnárbol deja de crecer con la fertilidad que de sída, y los labradores la tenían muy llena de to-

das suertes de plantas y árboles, y la templanzadel cielo es muy cómoda para diversidad de ár-boles: las nueces, que es fruta que desea muchoel frío, aquí abundan y florecen; las palmastambién, que requieren calor y verano; lashigueras y olivos que quieren el tiempo másblando; de manera que dirá alguno haber mos-trado aquí la Naturaleza su magnificencia yfertilidad, haciendo fuerza en que convenganentre sí, y concorden las cosas que de sí sonmuy repugnantes y discordes, favoreciendo a latierra en la contrariedad de los tiempos del añocon particular favor.No sólo produce diversas pomas o manzanasen mayor diversidad que es posible pensar,sino aun también las conserva que parezcan seren su propio tiempo siempre; hállanse en estatierra uvas los diez meses del año, y muchoshigos y pasas, y todos los otros frutos durantodo el año; porque además de la serenidad delviento, que es muy manso, riégase también conuna fuente muy abundante, la cual llaman los

naturales de allí Capernao. Piensan algunosque es alguna vena del Nilo, porque produce yengendra peces semejantes a las corvinas deAlejandría: esta región se alarga treinta estadiospor la parte que se llama Laguna, y se ensanchaveinte, cuya naturaleza es la que hemos dicho.***

Capítulo XIXDe la destrucción de Tarichea.

Acabados los barcos y puestos en orden, Ves-pasiano puso dentro la gente que le pareciónecesaria, y juntamente con ella él mismo tam-bién partió en persecución de los que por lalaguna habían huido. Estos, ni podían salir atierra salvamente, siéndoles todo contrario, nipodían pelear en el agua con igual condición,porque sus barcas eran pequeñas, y lo que es-taba aparejado para los corsarios era muy débilcontra los barcos que los romanos habían

hecho, y habiendo poca gente en cada una, tem-ían llegarse a los romanos, que eran muchos yestaban muy juntos. Pero andándoles alrede-dor, y algunas otras acercándose algo más, delejos tiraban muchas piedras los romanos, yheríamos a las veces de cerca; más daño reci-bían de ambas maneras ellos mismos, porquecon las piedras que ellos tiraban no hacían otracosa sino sólo gran ruido, estando los romanoscontra quien ellos tiraban, muy bien armados;los que algo se acercaban, luego eran heridoscon sus saetas, y los que osaban llegar más cer-ca, antes que ellos dañasen ni hiciesen algo,eran heridos y derribados, y eran echados alfondo con sus mismas barcas: muchos de losque tentaban herir a los romanos, a los cualespodían alcanzar éstos con sus dardos, derriba-ban con sus armas a los unos en sus mismasbarcas, a otros prendían con ellas, cogiéndolesen medio con sus barcos.Los que caían en el agua, y levantaban la cabe-za, o eran muertos con saetas, o eran presos y

puestos dentro de los barcos, y si desesperadostentaban librarse nadando, quitábanles las ca-bezas, o cortábanles las manos, y de esta mane-ra morían muchos de ellos, hasta tanto que,siendo forzados a huir, los que quedaron envida llegaron a tierra, dejando rodeados susnavichuelos de los enemigos. De los que seechaban en el agua, muchos hubo muertos conlas saetas y dardos de los romanos, y muchossaliendo a tierra fueron también muertos; asíque estaba toda aquella laguna llena de sangrey de cuerpos muertos, porque ninguno se es-capó con la vida.Pasados algunos días, se levantó en estas tierrasun hedor muy malo, y una vista muy cruel ymuy amarga de ver: estaban las orillas llenas debarcas quebradas, de hombres ahogados y decuerpos hinchados. Calentándose después ypudriéndose los muertos, corrompían todaaquella región, en tanta manera, que no sóloparecía este caso miserable a los judíos solos,

pero también los que lo habían hecho lo abo-rrecían y les era muy dañoso.Este fué, pues, el suceso y fin de la guerra navalhecha por los taricheos. Murieron, entre éstos ylos que fueron muertos antes en la ciudad, seismil quinientos.Acabada esta pelea, Vespasiano quiso pareceren el tribunal de Tarichea, y apartaba los ex-tranjeros de los naturales de la ciudad, porqueaquéllos parecían haber sido causa de aquellaguerra, y tomaba consejo de los regidores ycapitanes suyos, si debía perdonarles; respon-diéndole que si los libraba le podrían hacerdaño, y que dejándolos vivos no reposarían,por ser hombres sin patria y sin lugar cierto, yestaban prontos todos, y eran bastantes parahacer guerra contra cualesquiera que huyesen yse recogiesen. Vespasiano bien conocía queeran indignos de quedar con vida, y veía bienque se habían de levantar y revolver contra losmismos que les diesen la vida; todavía estabadudando cómo los mataría; porque si los ma-

taba allí mismo, sospechábase que los naturalesno sufrían que fuesen muertos aquellos que lespedían perdón y suplicaban por la vida, yavergonzábase de hacer fuerza a los que se hab-ían rendido por medio de su fe y promesa; perovencíanlo sus amigos, diciendo ser toda cosalícita contra los judíos, y que lo que era másútil, debía ser tenido también en más que lo queera honesto, cuando no podían hacerse entram-bas cosas.Concedióles, pues, licencia para salir por elcamino de Tiberíada solamente, y creyendoellos fácilmente aquello que tanto deseaban, seiban acompañados, sin temer algo contra sí, nisus riquezas; los romanos ocuparon todo elcamino para que ninguno pudiese salir ni esca-parse, y encerrados en la ciudad, luego Vespa-siano fué con ellos, y púsolos todos en un lugarpúblico, y mandó matar los viejos y los que nopodían pelear, que eran hasta mil doscientos, yenvió a Isthmon, donde Nerón entonces estaba,seis mil hombres, los más mancebos y más es-

cogidos; vendiendo toda la otra muchedumbre,que eran treinta mil cuatrocientos, además deotros muchos que había dado a Agripa; porquepermitió a los que eran de su reino hacer lo quequisiese Agripa, y el rey también los vendió.Todo el pueblo era de los de Trachonitide, Gau-lanitida, hípenos y muchos gadaritas sedicio-sos, revolvedores y gente huidiza, hombres queno pueden ver la paz, antes todo lo hacen yconvierten en guerra: éstos fueron presos a 8 deseptiembre.***

Las Guerras de los JudíosFlavio JosefoLibro Cuarto

Capítulo IDe cómo fueron cercados los gamalenses.

Todos los galileos que, después de destruidaJotapata, se levantaron contra los romanos,después de vencidos los taricheos se volvían ajuntar con ellos; y tenían ya tomados los roma-nos todas las ciudades y castillos, excepto aGiscala, y aquellos que habían ocupado el mon-te Itaburio.Habíase con éstos rebelado la ciudad de Gama-la, fundada más allá de la laguna, y que perte-nece a los términos y señorío de Agripa, y conésta también Sogana y Seleucia. Entrambas

eran de las tierras de Gaulanitida: Sogana estáde la parte alta que se llama Gaulana, y en labaja inferior Gamala. Seleucia está junto a lalaguna llamada Semechonita, que tiene treintaestadios, que son casi cuatro millas, de ancho, ycuarenta estadios de largo, y tiene sus lagunasque se extienden hasta Dafne. Esta región sueleser muy deleitable; principalmente tiene fuen-tes que sustentan al Jordán que llaman Menor,y lo llevan por debajo del templo Aureo deJúpiter, hasta dar en el Mayor.Agripa, cuando estas tierras se comenzaron arebelar, juntó en su amistad a Sagana y a Seleu-cia. Gamala estaba soberbia sin querer obede-cerle, confiándose en la dificultad y aspereza delas tierras, aun más que Jotapata. Tiene unaáspera bajada de un alto monte levantada enmedio algún tanto; y a donde se levanta, allí sealarga no menos hacia abajo que por las es-paldas, a manera de lomo de un camello, de locual alcanzó el nombre que tiene; pero los natu-rales no pueden retener la significación expresa

del vocablo en la pronunciación. Por los lados ypor la parte de delante, pártese en ciertos vallesmuy dificultosos e imposibles para caminar porellos, y por la parte que pende del monte esalgún poco menos difícil. Pero los naturales queallí vivían la habían hecho muy dificultosa eimposible, con un foso atravesado y muy hon-do. Había muchas casas edificadas y muy jun-tas por aquellas cuestas, y parecía que venía atierra toda la ciudad dentro de sí, hacia la partedel Mediodía. El collado que está hacia la parteaustral, es tan alto, que sirve a la ciudad comode torre o fuerte sin muro; y la peña que estámás alta, tiene ojo a defender el valle. Habíauna fuente dentro, en la cual venía a acabar laciudad. Aunque fuese esta ciudad naturalmen-te tan fuerte que no se pudiese tomar, todavíaJosefo la fortaleció más cuando la cercaba demuro, haciéndola muy buen foso y minándola.Los naturales de aquí confiábanse más, porsaber que era el lugar más fuerte que los deJotapata; pero había mucha menos gente y me-

nos ejercitada; y confiados en la aspereza dellugar, pensaban ser muchos más que eran losenemigos, porque la ciudad también estaballena de gente que se recogía allí, por saber quela ciudad era muy fuerte. Y habiendo enviadoantes Agripa gente que la cercase, le resistieronsiete meses continuos.Partiendo Vespasiano de Amaunta, a dondehabía asentado su campo por tomar a Tiberíada(quien quisiese declarar lo que este nombresignifica, sepa que Amaus quiere decir aguascalientes: porque aquí hay una fuente tal, muybuena para sanar enfermos y lisiados), llegó aGamala y no podía cercar toda la ciudad porestar edificada de la manera que hemos arribadicho; pero puso su guarda y ordenó su gentecomo mejor fué posible, ocupó el monte queestaba en la parte alta, y puesto allí su campo,según acostumbraba, al fin trabajaron en alzarsus montezuelos.Por la parte del Oriente, en un lugar que dabaencima de la ciudad, muy alto, había una torre,

a donde estaba la quincena legión y la quinta,quo trabajaban en dar contra el medio de laciudad; la décima hizo diligencia en rellenar losfosos y valles.Estando en esto, el rey Agripa llegóse a los mu-ros procurando hablar con los que defendían laciudad, por hacer que se rindiesen; uno de losque tiraban con hondas le sacudió con una pie-dra en el codo: por esto sus amigos le detuvie-ron.Los romanos fueron movidos a poner cerco a lavilla; parte por la ira que tenían contra ellos porcausa del rey, y parte también por tener miedo,pensando que los judíos no dejarían de usartoda crueldad contra los enemigos y extranje-ros; pues contra su mismo natural, que es per-suadir lo que les convenía y les era de prove-cho, se habían mostrado tan fieros y tan crueles.Levantados con diligencia los montes, y con lacontinuación que en ellos pusieron, fueron aca-bados presto, y ponían ya en ellos sus máqui-nas.

Chares y Josefo eran los principales de la ciu-dad y ordenaron la gente de armas, aunqueestaban todos muy amedrentados, y aunquepensaban no poder defenderse mucho tiempo,por ver que les faltaba el agua y muchas otrascosas necesarias; pero en fin, animándolos atodos, los sacaron al muro. Resistieron algúnpoco a los golpes de las máquinas; pero heridoscon la muchedumbre de saetas y dardos que lestiraban, hubieron de recogerse dentro de laciudad. Habiendo, pues, los romanos dado elasalto a la ciudad por tres partes, derribaron elmuro con sus ingenios; y por las partes queestaba derribado entraron todos con gran furiade armas; y tañendo las trompetas, dando tam-bién ellos grandes voces, peleaban con los de laciudad. A los primeros encuentros estuvieronlos de la ciudad firmes, y resistieron, impidien-do a los romanos que pasasen más adelante.Pero vencidos par la fuerza y muchedumbreque cargaba, huyeron todos a las partes altas dela ciudad, volviendo después a dar sobre sus

enemigos; y echándolos por allí abajo, los ma-taban sin poderse librar, por ser el lugar muydifícil y muy estrecho. Como, pues, los roma-nos no pudiesen resistir a los que los herían delo alto, ni se pudiesen librar por alguna parte,con el aprieto en que los enemigos los poníanen aquella cuesta, recogíanse en las casas de suspropios enemigos, las que estaban en lo llanode la ciudad; y como cargase en ellas tanta gen-te, daban con todo en tierra, por no poder sos-tener el peso; y una que caía, derribaba muchasde las que debajo estaban, y éstas muchas otras.Esto fué causa que muchos romanos perecie-sen, porque estando inciertos y sin saber lo quehiciesen, aunque veían caer los techos y pare-des sobre sí, no por eso dejaban de recogerseallí; creo que más por morir por cualquier otracosa, que por manos de los judíos; de esta ma-nera muchos morían. Muchos de los que huíaneran lisiados en sus miembros, y muchos mor-ían ahogados en el polvo. Pero todo esto pensa-ron los naturales de Gamala que sucedía en

provecho de ellos; y menospreciando el dañoque por esta parte les venía, peleaban con ma-yor esfuerzo y hacían mayor fuerza, y hacíanrecoger en sus propias casas a los enemigos; ylos que caían por las estrechuras de las calles,eran muertos con las saetas y dardos que de loalto por encima les tiraban. La destrucción delas casas derribadas les daba abundancia depiedras, y los enemigos muertos abundancia dearmas, porque quitábanles las armas y dabancon ellas a los demás que estaban medio muer-tos. Muchos, cayendo los techos de las casas,morían echándose de allí abajo ellos mismos, yqueriendo volver atrás, no podían fácilmente.Porque no sabiendo las calles y con el gran pol-vo que se levantaba, unos daban en otros sinconocerse ellos mismos, y quedaban rendidos ymuertos; pero hallando con gran pena puertapara salir, alejáronse de la ciudad.Vespasiano, que siempre estuvo con los suyosen todos los trabajos, sintió gran dolor en verque la ciudad caía sobre sus soldados; y no te-

niendo su vida en algo, antes menospreciandola muerte con ánimo esforzado, halló lugar es-condidamente para ganar la parte alta de laciudad, y fué dejado casi solo con muy pocagente en medio de aquellos peligros.No estaba con él su hijo Tito entonces, el cualhabía sido antes enviado a Muciano, en Siria.Volver las espaldas y huir no lo tenía por cosasegura ni honesta, acordándose de las cosasque desde su juventud había hecho; y teniendomemoria de su virtud, pareció que divinamentejuntó su gente y las armas que pudo; y descen-diendo de lo alto con su compañía, resistía yhacía guerra a sus enemigos, sin temer la mu-chedumbre que de ellos había, ni sus armas,hasta tanto que los enemigos, viendo la obsti-nación que en su ánimo tenía contra ellos, pen-saron que divinamente la tenía, y aflojaron sufuerza; por lo cual, peleando ellos ya algo me-nos, y más flacamente de lo que habían acos-tumbrado, poco a poco Vespasiano se recogía;

pero con tal miramiento, que no les mostró lasespaldas hasta que se vió fuera de los muros.Mucha gente de los romanos murieron en esteasalto y pelea: fué entre ellos uno, el goberna-dor Ebucio, varón ciertamente muy conocido yde gran esfuerzo, no sólo en esta pelea, peroprobado por muy valeroso en muchas otrasantes, y que había hecho mucho mal a los jud-íos. Estuvo también escondido en esta pelea uncenturión o capitán de cien hombres, llamadopor nombre Galo, con diez soldados, dentro deuna casa; y como los que allí dentro vivían ce-nasen una noche y tratasen entre sí del consejoque el pueblo de los judíos había tenido contralos romanos, y él los oyese, siendo él siro y losque con él estaban también, en la misma nochedió en ellos, y matándolos a todos, libróse salvocon todos los suyos, y vínose a los romanos.Viendo Vespasiano el dolor y tristeza que suejército tenía por los casos adversos y tan con-trarios que le habían acontecido, y por ver queno le habían acontecido tantas muertes en gue-

rra alguna como en ésta, y viéndolos aún másafrentados y con vergüenza por haber dejado asu capitán en el campo y peligros solo, pensóque los debía consolar sin decir algo de sí, porno parecer que daba culpa y se quejaba de al-guno. Díjoles: que convenía sufrir valerosamen-te y con esfuerzo las adversidades comunes,acordándose de lo que naturalmente sueleacontecer cada día en las guerras; cómo sinsangre es imposible haber alguna victoria, yque no había dado la fortuna todo lo que tenía,antes si hasta allí había sido contraria, ser podíaque volviese atrás y se mudase en próspera; yque habiendo muerto entonces tantos millaresde judíos, no era maravilla que pidiese la fortu-na enemiga el diezmo de los nuestros o la parteque se le debía. Y como es de hombres sober-bios y arrogantes ensoberbecerse con la de-masiada prosperidad, así no menos es cosa dehombres de poco amedrentarse en las adversi-dades. "Porque, dijo, fácil y ligeramente se mu-dan estas cosas ahora en lo uno y luego en lo

otro, y aquel es tenido por varón esforzado, quetiene ánimo valeroso en las cosas que no le su-ceden prósperamente; y queda con su mismoesfuerzo para corregir con consejo las desdichasy adversidades que le habrán acontecido. Aun-que estas cosas no nos han sucedido ahora anosotros por nuestra flojedad, ni por la virtud yesfuerzo de nuestros enemigos, porque la difi-cultad del lugar les ha concedido a ellos buensuceso y a nosotros malo. En esta cosa bien veoclaramente que podría cualquiera reprender laosadía vuestra como temeraria, porque habién-dose recogido los enemigos a lo alto, debíaistodos vosotros refrenaros entonces, y no pone-ros en peligro que había en perseguirles hastaarriba: antes, pues, habíais tomado la parte bajade la ciudad, debíais trabajar en hacer salir a losenemigos que se habían recogido, a que pelea-sen en lugar que fuese más cómodo y más se-guro para todos vosotros. No tuvisteis cuentacon mirar cuán fuera de consejo fuere esto, porprisa demasiada que pusisteis en proseguir

vuestra victoria: el ímpetu y fuerza sin consejoen la guerra, no es de los romanos, ni suelenhacer ellos algo de tal manera; antes nadahacemos que no sea con gran orden y destreza;a los bárbaros conviene aquello y a los judíos,por cuya causa hemos ganado lo que de ellostenemos. Conviene, pues, que recurramos anuestra virtud, y enojarnos más con la adversi-dad y ofensa que indignamente la fortuna nosha hecho, que entristecérnos por ella. Cada unoprocure en buscar con su esfuerzo el descanso,porque de esta manera nos vengaremos de losque hemos perdido, en aquellos por quieneshan sido muertos. De mi parte os prometo queharé no menos que me habéis visto hacer hastaahora; antes peleando vosotros, y haciendo loque debéis, yo me pondré siempre el primero yseré el postrero que de la pelea partirá."Con estas palabras esforzó Vespasiano su ejér-cito.Los gamalenses, por otra parte, con el sucesopróspero que habían tenido, cobraron mayor

ánimo, por haber sido sin razón grande, yhaberles sucedido todo tan próspera y magnífi-camente. Poco después, pensando que habíanya perdido todas las esperanzas de trabar amis-tad con los romanos y de hacer algún concierto,y viendo que no les era posible salvarse, porqueya les faltaba el mantenimiento, tenían granpesar y dolor por ello, y habían perdido partedel buen ánimo que antes tenían. Con todo, nodejaban de hacer lo que posible les era en de-fenderse, guardando tan bien las partes delmuro muy fuerte que había sido derribado,como las que estaban enteras.Los romanos estaban haciendo sus montes, yprocuraban otra vez darles el asalto, por lo cualhabía muchos de los de dentro la ciudad queprocuraban salirse por los valles y fosos apar-tados, adonde no había alguno de guarda, yhuían también por los albañales: los que que-daban allí por miedo que fuesen presos, eranconsumidos por pobreza y por falta de mante-nimiento, porque solamente eran proveídos los

que podían pelear. Todavía, con todas estasadversidades, permanecían.***

Biblioteca de la Historia CristianaLas Guerras de los JudíosFlavio JosefoLibro Cuarto

Capítulo IICómo Plácido ganó el monte Itaburio.

Con el cuidado que Vespasiano tenía del cerco,no dejó de proveer en lo demás contra aquellosque habían ocupado el monte Itaburio, el cualestá entre la ciudad de Escitópolis y un grancampo; levántase treinta estadíos en alto por laparte de Septentrión: no es posible llegar a él enlo alto; extiéndese lo llano hasta veinte estadíos,y estaba todo cercado de muro. Este cerco tangrande mandó hacer Josefo dentro de cuarentadías, dándole materia y aparejo necesario paraello los lugares que abajo estaban, porque arri-ba no tenían otra agua sino la que del cielo ven-ía. Habiéndose, pues, juntado aquí gran núme-

ro de judíos, Vespasiano envié allá a Plácidocon seiscientos caballos.Este no podía hallar manera para tomar estemonte: a muchos aconsejaba que se concerta-sen, y prometiéndoles perdón, los amonestabaque quisiesen la paz. Ellos también descendíande él, pero con asechanzas y para hacerle daño;porque Plácido les hablaba mansamente y contoda amistad, por moverles a que descendiesena lo bajo y allí tomarlos a su voluntad; y ellos,mostrando quererle obedecer y complacerle enlo que quería, llegábanse a él por tomarlo des-cuidado. Pero el saber y astucia de Plácido pu-do más y venció, porque comenzando la pelealos judíos, hizo como que huyese; y moviendocon esto a los judíos que le persiguiesen hastallegar al campo grande, vuelve contra ellos to-dos los de a caballo, y haciendo huir muchos,mató también algunos, y detuvo a la otra mu-chedumbre para que no subiese. Por esto losotros, dejando el monte Itaburio, recogíansehacia Jerusalén. Los naturales de allí tomaron la

palabra de Plácido, y por haberles faltado elagua, rindiéronse y entregáronle también elmonte.***

Capítulo IICómo Plácido ganó el monte Itaburio.

Con el cuidado que Vespasiano tenía del cerco,no dejó de proveer en lo demás contra aquellosque habían ocupado el monte Itaburio, el cualestá entre la ciudad de Escitópolis y un grancampo; levántase treinta estadíos en alto por laparte de Septentrión: no es posible llegar a él enlo alto; extiéndese lo llano hasta veinte estadíos,y estaba todo cercado de muro. Este cerco tangrande mandó hacer Josefo dentro de cuarentadías, dándole materia y aparejo necesario paraello los lugares que abajo estaban, porque arri-ba no tenían otra agua sino la que del cielo ven-ía. Habiéndose, pues, juntado aquí gran núme-ro de judíos, Vespasiano envié allá a Plácidocon seiscientos caballos.Este no podía hallar manera para tomar estemonte: a muchos aconsejaba que se concerta-sen, y prometiéndoles perdón, los amonestaba

que quisiesen la paz. Ellos también descendíande él, pero con asechanzas y para hacerle daño;porque Plácido les hablaba mansamente y contoda amistad, por moverles a que descendiesena lo bajo y allí tomarlos a su voluntad; y ellos,mostrando quererle obedecer y complacerle enlo que quería, llegábanse a él por tomarlo des-cuidado. Pero el saber y astucia de Plácido pu-do más y venció, porque comenzando la pelealos judíos, hizo como que huyese; y moviendocon esto a los judíos que le persiguiesen hastallegar al campo grande, vuelve contra ellos to-dos los de a caballo, y haciendo huir muchos,mató también algunos, y detuvo a la otra mu-chedumbre para que no subiese. Por esto losotros, dejando el monte Itaburio, recogíansehacia Jerusalén. Los naturales de allí tomaron lapalabra de Plácido, y por haberles faltado elagua, rindiéronse y entregáronle también elmonte.***

Capítulo IIIDe la destrucción de Gamala.

Los más atrevidos de Gamala se habían espar-cido huyendo y estaban muy escondidos; y losque no eran para pelear, se morían de hambre.Los que peleaban sostenían el cerco, hasta tantoque a los veintidós de octubre aconteció quetres soldados de la décimaquinta legión, por lamañana se hallaron con una torre más alta quetodas las otras que en la parte de ellos había, yescondidamente la minaron, sin que los queestaban en ella de guarda lo sintiesen, ni cuan-do venían ni cuando entendían en la obra, por-que era noche. Estos mismos soldados,guardándose mucho de hacer ruido, saltaronde presto, quitando cinco piedras que habíamuy grandes, y súbitamente la torre cayó congran ruido, y fueron derribados los que deguarda estaban juntamente con ella. Espanta-dos los que en las otras partes estaban, y turba-

dos con esto, huyeron, y los romanos mataron amuchos de los que osaban salir de dentro, entrelos cuales Josefo, que estaba encima de la partedel muro derribado, fué muerto por un soldadoque lo hirió con una saeta.Los que dentro de la ciudad estaban, amedren-tados con el estruendo grande, tenían gran te-mor y corrían por todas partes, no menos que silos enemigos hubieran ya ganado la ciudad.Entonces murió Chares, que estaba enfermo enla cama, ayudándole a morir el gran temor quetenía. Pero los romanos, acordándose muy biende las muertes pasadas, no entraron en la ciu-dad hasta los veintitrés días del susodicho mes.Tito, que allí estaba, indignado por la llaga quelos romanos habían recibido estando él ausente,entró diligentísimamente en la ciudad con dos-cientos caballos, los más escogidos, además dela gente de a pie; y habiendo entrado, cuandolos que de guarda estaban lo sintieron, veníancon grandes clamores a las armas por resistir-les. Sabiendo los de dentro cómo los romanos

habían entrado, los unos se recogían a la torrearrebatando sus hijos y mujeres con gritos yclamores grandes que daban; otros salían alencuentro a Tito, y eran allí todos muertos; ylos que no podían recogerse a la torre, no sa-biendo qué hacer de sí mismos, daban en laguarnición de los romanos, y en todas partes seoían los gemidos de gente que moría: la sangreque corría por aquellos lugares, que estabanaltos y recostados, llenaba toda la ciudad.Vespasiano pasó todo su ejército contra los quese habían recogido a la torre: era lo alto deaquella torre muy peñascoso y muy alto, y es-taba muy lleno de rocas alrededor, que parecíaestar para dar en tierra. De aquí los judíos tra-bajaban, parte con saetas y dardos, y parte conpiedras, por echar a los romanos, que contraellos venían con fuerza, sin que los pudiesen aellos alcanzar ni hacer daño alguno las saetas yarmas de los romanos, por estar en un lugarmuy alto. Pero levantóse un viento por la vo-luntad de Dios, para muerte y destrucción de

éstos, el cual llevaba las saetas y dardos de losromanos contra ellos, y echaba las de ellos detal manera, que no dañaban a los romanos: nipodían estar en las alturas de las peñas, tanmovible estaba todo con la violencia y fuerzadel viento; ni podían tampoco ver cuando susenemigos llegaban. Saltando, pues, los romanosallí arriba, rodeáronlos a todos, y tomaban aunos antes que se valiesen, y a otros rindiéndo-se: pero con todos mostraban su ira y crueldad,acordándose de la gente que habían perdido enel primer asalto. Muchos, rodeados por todaspartes y cercados, desesperando de alcanzarsalud, se dejaban caer en el valle que estabadebajo de la torre muy hondo.Aconteció también que los romanos eran másmansos contra ellos que no ellos mismos entresí, porque los muertos con armas fueron cuatromil, y los que se echaron desesperados de loalto abajo llegaron a número de cinto mil: y noescapó alguno, excepto dos solas mujeres, lascuales eran hermanas, hijas de Filipo, hijo de

Joachimo, varón señalado, el cual había sidocapitán del ejército de Agripa. Éstas escaparon,por haberse escondido al tiempo de la matanza,de las manos de los romanos, porque no per-donaron ni aun a los niños que mamaban, delos cuales fueron echados muchos de la torreabajo.De esta manera, pues, fué destruida Gamala alos veintitrés del mes de octubre, la cual se co-menzó a rebelar a los veintiuno de septiembre.***

Capítulo IVCómo Tito tomó a Giscala.

Sólo quedaba por tomar un lugarejo de Galileallamado Giscala. El pueblo pedía la paz, porquela mayor parte de él eran labradores y teníansiempre sus esperanzas en los frutos; pero esta-ban corrompidos con un gran escuadrón deladrones que se había mezclado entre ellos, y

algunos de los principales ciudadanos se pica-ban de lo mismo.Movíales que se rebelasen un hijo de Levias,llamado por nombre Juan, hombre engañador,hombre de costumbres muy mudables y muyvarias, aparejado para esperar lo que no teníarazón ni moderamiento; hombre para hacercuanto le venía a la cabeza, y sabido por todosque, por hacerse poderoso, movía la guerra.La compañía de los sediciosos y amigos demaldades obedecía a éste, y hacían todo lo queéste mandaba, y por causa de éste todo aquelpueblo, que cierto hubiera enviado a los roma-nos embajadores para rendirse con toda paz,estaba esperando en parte la pelea con ellos.Vespasiano envió contra éstos a su hijo Tito conmil de a caballo; la décima legión a Escitópolis,y él se volvió a Cesárea con las otras dos, pen-sando que convenía dar algún tiempo a estagente para que descansase y se rehiciese con laabundancia que en las ciudades hallase, te-niendo por cierto que convenía dejarles espacio

para que se diesen algún buen rato, para tomaránimo para las batallas que esperaba tener vdar, porque sabían no quedar poco trabajo aunen conquistar a Jerusalén, que era ciudad Real,más fuerte y más abastecida que todas las deJudea.Veía que los que huir podían, se recogían allí; yademás de esto, la fuerza que de sí tenía yguarnición y los muros fuertes, hacían estarmuy solícito a Vespasiano, pensando en lafuerza y atrevimiento de los judíos, y que eraciudad inexpugnable también, aun sin la fuerzade los muros; por tanto, sabía convenirle tenermucho cuidado en que fuesen sus soldadosantes muy puestos en orden y muy bien pro-veídos, no menos que suelen hacer los luchado-res antes que salgan a la pelea.Parecíale a Tito cosa difícil tomar por asalto laciudad de Giscala, porque cabalgando se habíallegado allá; pero sabiendo que si la tomaba porfuerza, los soldados matarían todo el pueblo,estaba ya harto de ver muertes, teniendo com-

pasión de este pueblo que había de morir sinperdonar a alguno entre los malos que allí hab-ía, y sin que alguno fuese de ellos exceptuado.Quería, pues, probar de tomar esta .ciudad poramistad y concierto antes que por fuerza.Estando los muros llenos de hombres, de loscuales era la mayor parte de los perdidos y re-volvedores, les dijo que se maravillaba muchocon qué consejo confiados, tomadas ya todaslas tres ciudades, determinaban ellos solos que-rer probar también las armas y fuerzas de losromanos, viendo muchas otras ciudades másfortalecidas y más proveidas de toda cosa, de-rribadas todas; y que aquellos que habían creí-do a los romanos y se habían confiado en la feque les prometían, estaban salvos. La misma,pues, dijo estaba aparejado para darles con to-da amistad, sin que se enojasen por la soberbiaque le habían mostrado, por pensar y saber quese debía perdonar aquello por la esperanza dela libertad; pero no si alguno perseveraba enquerer alcanzar lo que le era imposible. Y que si

no querían obedecer a estas palabras de tantaclemencia y benignidad, ni creer sus promesas,experimentarían las crueles armas romanas; yluego conocerían que sus muros eran cosa dejuego y de burla para las máquinas romanas, enlos cuales ellos tanto se confiaban, mostrándoseentre los galileos ellos solos arrogantes y sober-bios cautivos. Dicho esto, no fué lícito a algunode los del pueblo responder, pero ni aun subiral muro, porque todo lo habían ocupado losladrones: había guardas puestos a las puertas,por que ninguno pudiese salir a concierto, nirecibir alguno de los caballeros dentro de laciudad.Respondió Juan, que él recibía el pacto y lo da-ba por hecho; y que o él los persuadiría a todos,o que les mostraría serles necesario pelear, sirehusaban condescender con lo que les diría.Pero dijo que convenía no tratarse algo aqueldía por la ley de los judíos, porque como teníanpor cosa nefanda y contra ley pelear aquel día,así también pensaban no serles lícito hacer con-

ciertos de paz: porque los romanos sabían cómoel séptimo día solía ser a todos los judíos muygran fiesta; que si la quebrantaban, cometíangran pecado, no menos ellos que aquellos porcuya causa era quebrantada, y el mismo Titotambién; que no debía temerse por la tardanzade una noche, ni pensar que lo había hecho porque la gente huyese, siéndole principalmentelícito tener miramiento y guardas sobre ello,estando él reposado; que él ganaba mucho enno menospreciar en algo las costumbres de lapatria; y que a él convenía, pues ofrecía tan devoluntad la paz a los que no la esperaban, guar-dar también la ley a los cercados.Con estas palabras trabajaba Juan por engañara Tito, no tan cuidadoso de que se guardase elséptimo día, que era la fiesta, como por procu-rar su salud. Temíase que tomada la ciudadfuese dejado solo, habiendo él puesto toda laesperanza de su vida en la noche y en huir;pero cierto por voluntad de Dios, que deseabala vida de Juan para la destrucción de Jeru-

salén: no sólo creyó y admitió Tito lo que pedíade las treguas por todo aquel día, mas aun qui-so asentar su campo en la parte alta de la ciu-dad, cerca de Cidesa, que es un lugar de losTirios mediterráneos, y muy fuerte y muy abo-rrecido siempre por los galileos.Como, pues, venida la noche viese Juan que losromanos no tenían algunas guardas cerca de laciudad, no dejando perder esta ocasión, tomósu camino huyendo a Jerusalén; y con él no sóloaquella gente de armas que tenía consigo, peroaun muchos de los más viejos con todas susfamilias. Hasta veinte estadios bien le parecía aél que le seguirían las mujeres y niños, y toda laotra gente que consigo llevaba, aunque erahombre que tenía miedo de ser cautivo y de nosalvarse; y pasando más adelante, dejaba sugente, y levantábanse aquí llantos muy tristesde los que atrás quedaban; porque cuanto máslejos cada uno estaba de los suyos, tanto máscerca les parecía estar de los enemigos. Pensan-do que estaban ya muy cerca los que habían de

prenderles, mostrábanse ciertamente rnuyamedrentados; y con el ruido que ellos hacíancorriendo, volvíanse muchas veces a miraratrás; como si aquellos de los cuales,ellos huían,les estuviesen ya encima: y así huyendo, caíanmuchos y había pelea entre ellos mismos sobrequién más huiría, pisándose unos a otros. Lasmuertes de !as mujeres y niños era cosa muymiserable. Si alguna voz daban ellas, era rogaralgunas a sus maridos, y otras a sus parientes,que las esperasen; pero más podía la exhorta-ción de Juan, que gritaba a voces que se salva-sen y huyesen allá todos; porque si los romanoslos prendían, además de cautivar los que que-dasen, los habían también de matar.Todos los que huyeron se esparcieron según lesfué posible, y según era la fuerza de cada uno.Venida la mañana, Tito estaba ya junto a losmuros, por causa de aquel concierto que arribadijimos, y abriéndole el pueblo las puertas, sa-lieron todos con sus mujeres como a hombreque les había hecho gran bien y había librado

de guardas la ciudad, con voces muy altas; yhaciéndole saber cómo Juan había huido, roga-ban a Tito que a ellos les perdonase, y diesecastigo a los revolvedores de la ciudad que allíquedaban. Por satisfacer a lo que el pueblo lerogaba, envió parte de su caballería al alcancede Juan; no pudiendo alcanzarle, porque antesque éstos llegasen él ya se había recogido de-ntro de Jerusalén; pero todavía mataron dos milde los que huían, y tomaron pocas menos detres mil mujeres y niños, y trajéronselas consi-go.Pesaba mucho a Tito, y sentía en gran manerano haber luego dado el castigo a Juan, segúnmerecía; y aunque estaba muy airado, por versus esperanzas burladas, pensó que le vengabala muchedumbre de gente que había sidomuerta y los que habían sido traídos cautivos:así entró con gran furor dentro de la ciudad, ymandando a los soldados rompiesen parte delos muros, con amenazas castigaba a los revol-vedores de la ciudad, antes que con darles la

muerte, porque creía que muchos habían defingir acusaciones sin culpa ni causa, por elodio que entre sí muchos se tenían; y tenía pormejor dejar sin castigo al culpado, que matar alque no tenía culpa.Pensaba también que el culpado sería en ade-lante más honesto y remirado en sus cosas, opor miedo que fuese castigado, o por avergon-zarse de lo que hasta allí había cometido; perola pena que se daba a los que sin causa morían,no podía ser pagada de alguna manera, ni co-rregida. Puso guarnición a la ciudad, que tuvie-se cargo de castigar a los que estudiaban enlevantar novedades, y para confirmar en supropósito a los que querían la paz, pues loshabía de dejar allí.De esta manera, pues, fué tomada y destruidatoda Galilea, después de haber dado tanto tra-bajo a los romanos.***

Capitulo VEn el cual se comienza a contar el principia dela destrucción de Jerusalén.

Derramado estaba todo el pueblo de Jerusaléncon la venida de Juan; y mucha gente, junta concada uno de los que habían huido, preguntabantodos cómo les había ido por fuera, y qué ma-tanza había sido hecha. Apenas podían ellostodos resollar, de lo cual se podía harto clara-mente entender la necesidad que habían pade-cido; pero aun en sus males estaban soberbios,y decían que no los había forzado la fuerza delos romanos, antes habían venido de voluntadpropia, por poder pelear con ellos de lugar quefuese más seguro: porque cosa era de hombresmal considerados, inútiles y desproveídos deconsejo, ponerse en peligro por unos lugares ociudades pequeñas, conviniendo tomar las ar-mas con esfuerzo por la ciudad principal yguardarlas para esto; y descubriendo la des-

trucción de los de Giscala, descubrieron tam-bién haber sido huida la partida honesta quedecían ellos de Giscala.Oyendo lo que aquelpueblo cautivo había sufrido y padecido tris-temente, estaban todos muy perturbados; pen-saban ser esto gran argumento para creer ladestrucción de ellos mismos. No se avergonza-ba Juan por causa de aquellos que había dejadohuyendo; antes, yendo por todas partes, incita-ba a todos a la guerra, trayéndoles delante laflaqueza de los enemigos, y levantando laspropias fuerzas, y con esta cavilación y engañoengañaban a los simples que no sabían algo enlas cosas de la guerra, diciendo que aunque losromanos volasen, no podrían jamás entrar de-ntro de los muros, por haber sufrido tanto dañoen tomar las ciudades y villas de Galilea, y quetodos los ingenios y máquinas que tenían deguerra, estaban ya gastados en derribar los mu-ros.Con estas palabras corrompía gran parte de losmancebos; pero ninguno había de los viejos ni

de los prudentes que no llorase ya la ciudadcomo perdida, juzgando bien lo que había desuceder. De esta manera, pues, estaba todo elpueblo confuso: la compañía de los labradoresy gente rústica, vecina de Jerusalén, antes de larevuelta y sedición que en Jerusalén se levantó,comenzó a discordar y a mover riñas entre sí.Tito había venido de Giscala a Cesárea, y Ves-pasiano, partiendo para Jamnia y Azoto, tomóentrambas ciudades, y poniendo guarnición enellas, volvíase, trayendo consigo gran parte deaquellos que se habían juntado con él por amis-tad y concierto. Todas las ciudades estabanrevueltas con guerra que entre sí tenían, y lashoras que los romanos aflojaban contra ellas sufuerza, ellos mismos se mataban los unos a losotros, teniendo grande y cruel contienda entresí los que deseaban la paz y los que amaban laguerra y la procuraban; y esta discordia en-cendíase luego dentro de las casas, y despuéslos más amigos del pueblo estaban discordes, ycada uno se juntaba con su parcialidad y con

los que querían defender: así estaba todo elpueblo dividido en ayuntamientos, y se rebe-laban.Había, pues, grandes disensiones entre todos:los que deseaban revueltas y las armas, eranmás mancebos y más atrevidos que los viejos yque aquellos que procuraban la paz. Los natu-rales, pues, comenzaron a robar e iban hacien-do latrocinios a manadas por toda aquella tierrade tal manera, que en lo que toca a la crueldade injusticia no diferían de los romanos; y losque eran en esto destruidos, mucho más desea-ban la muerte por manos de los romanos, por-que les parecía ser mucho menos que lo que desus naturales sufrían. Los que estaban de guar-nición en la misma ciudad, parte por no fatigar-se, y parte también por tener esta nación muyaborrecida, no ayudaban en algo, o en muypoco, a los que eran maltratados; hasta que,juntándose las compañías de aquellos robos ylos príncipes de latrocinios tan grandes, y

haciendo todos juntos un encuadrón, entraronpor fuerza en Jerusalén.Esta ciudad no era regida por alguno particu-larmente: acogía, según la costumbre de la pa-tria, a todos los que quisiesen morar en ella.Pensaban los naturales, viendo entrar tantagente, que todos venían, por la benevolencia yamor que les tenían, a ayudarlos. Esto castigódespués a la ciudad, y le fué muy gran trabajo,sin discordia ni disensión alguna, por haberacogido gente inútil y sin provecho, la cual secomió los mantenimientos que hubieran basta-do para los hombres de guerra; y con ellos,además de la guerra, ganó hambre, mayor sedi-ción v revuelta; y algunos otros ladrones queentraron también por aquellos lugarejos y cam-pos, juntándose con los que dentro hallaban,que eran más crueles, no dejaban de cometertoda maldad por cruel y por grande que fuese.No se contentaba el atrevimiento de éstos conrobar y desnudar los hombres; pero aun sealargaban a matar, no escondidamente ni de

noche, ni a gente particular o cualquiera, antesa los más nobles. Primero prendieron a Antipa,varón del linaje real, y ciudadano tan poderoso,que le habían sido encomendados los tesorospúblicos. Después de éste, a cierto Lenia, varónmuy señalado, y a Sofa, hijo de Raguel, ambosde familia real, y más todos los que parecían sermás nobles que los otros.Estaba el pueblo en gran manera may amedren-tado, y cada uno procuraba su salud, no menosque si la ciudad fuera ya tomada por los ene-migos. Estos, con todo, no se contentaron contener aquella gente en la cárcel y muy cerrada,ni pensaban serles cosa segura tener cerradosvarones tan poderosos, porque veían que mu-chos hombres entraban y salían en las casas deéstos y que eran muy visitados, por lo cualfácilmente podían ser vengados; y por otra par-te, por ventura el pueblo se levantaría, movidopor maldad tan grande.Enviaron, pues, con determinación de matarles,a cierto Juan, hombre de la compañía de ellos,

muy pronto para dar muerte a todos, el cual enla lengua de la patria se llamaba hijo de Dorca-des; y juntándose con él otros diez muy bienarmados, le siguieron hasta la cárcel, y matarona cuantos hallaron. Dieron por excusa de mal-dad tan grande, que habían concertado entre-gar la ciudad a los romanos; y que habíanmuerto a los que eran traidores contra la liber-tad de todos, honrándose y gloriándose con suatrevimiento, como si hubiesen guardado ydefendido la ciudad.Vino el pueblo a sujetarse tanto y a tanto ame-drentarse, y vinieron éstos a tanto ensoberbe-cerse, que estaba en mano de ellos la eleccióndel pontífice. Dejando, pues, las familias dequienes eran los pontífices sucesores criados yelegidos, hacían nuevos, que ni eran nobles, nieran tampoco conocidos, por tener compañerosde sus maldades: por que los que habían alcan-zado mayores honras y dignidades de lo quemerecían necesariamente, obedeciesen a losmismos que se les habían dado; y con palabras

y ficciones engañaban a los que podían prohi-birles, cometiendo de esta manera cualquiermaldad, hasta que, hartos ya de perseguir a loshombres, quisieron injuriar a Dios, y comenza-ron a entrar con sus pies sucios y dañados en ellugar que les era prohibido.Levantado el pueblo contra ellos, por autoridadde Anano, el mayor de los pontífices en eltiempo, es a saber, el primero y el más sabio, yel que por ventura conservara la ciudad, si pu-diera huir o librarse de los que tanto le acecha-ban, del templo y de la casa de Dios hicieroncastillo y fuerte para defenderse contra el pue-blo, y así les era éste como habitación y casaadonde se recogían aquellos tiranos.Mezclábase con estos males tan grandes otroengaño que movía mayor dolor que todo lohecho. Quisieron tentar el miedo que el pueblotenía y probar sus fuerzas; y para hacer esto,trabajaron en elegir pontífices por suertes,cuando, según arriba dijimos, era esta dignidadpor sucesión y linaje. Para este engaño echaban

por argumento la antigua costumbre, diciendoque antiguamente se solía dar por suertes estadignidad; pero a la verdad, era solamente des-truir la ley más firme y más recibida, por causade aquellos que se tomaban licencia para poderseñalar los magistrados y dar aquellos oficios aquien querían.Juntándose, pues, una de las tribus consagra-das, la cual se llama Eniachin, echaban suerteen quién sería pontífice: cayó por caso la suerteen un hombre, por cuyo medio mostraron to-dos la maldad grande que en el corazón tenían;llamábase Fanie, era hijo de Samuel, natural deun lugar llamado Afthago, el cual no solamenteno era del linaje de los pontífices, pero que niaun sabía qué cosa fuese ser pontífice: tan rústi-co y grosero era. Haciéndolo, pues, venir a pe-sar suyo de sus campos, hiciéronle representarotra cosa de lo que solía, no menos que suelehacerse en las farsas: y así, vistiéndolo con lasvestiduras de pontífice, presto trabajaron en

mostrarle lo que debía hacer, y pensaban queera cosa de burlas y juego tan gran maldad.Todos los otros sacerdotes miraban de lejos; yviendo que se burlaban de la ley, apenas pod-ían detener las lágrimas y gemían entre sí to-dos, por ver que la honra de sus sacerdocios ysagradas cosas fuese tan escarnecida y burlada.No pudo sufrir el pueblo tan grande atrevi-miento, antes todos procuraban desechar y qui-tarse de encima tan gran tiranía: porque los quese mostraban tener alguna excelencia más quelos otros, Gorión, hijo de Josefo, y Simeón, hijode Gamaliel, tomando a cada uno particular-mente, y tomándolos a todos juntos, les amo-nestaban con muchos consejos y razonamientosque les hacían, que tomasen ya venganza deaquellos que les quitaban la libertad, y que sediesen prisa por echar hombres tan malos delsanto lugar, y trabajasen para limpiarlo. Lospontífices que estaban entre ellos muy abona-dos, Gamala, hijo de Jesús, y Anano, hijo deAnano, movían el pueblo en sus ayuntamientos

contra los zelotes, reprendiendo la flojedad quetodos mostraban. Este nombre habían tomadoestos revolvedores de la ciudad, como querien-do decirse celosos de la libertad y profesionesbuenas, y no hombres más malos que la mismamaldad.Juntado ya todo el pueblo para oír el razona-miento, estaban todos muy enojados viendo eltemplo y las cosas sagradas ocupadas, las rapi-ñas, hurtos y muertes que se hacían; pero no seveían aún bastantes para tomar venganza, portener a los zelotes, y era así a la verdad, pormuy inexpugnables.Estando en medio de ellos Anano, y mirandomuchas veces sus leyes, dijo con los ojos llenosde lágrimas: "Más razón sería que yo murieseantes de ver cosas tan malas y nefandas en lacasa de Dios, y antes que ver los lugares santosy secretos, tan frecuentados por pies de hom-bres malos; pero aun vivo yo vestido con vesti-dura sacerdotal, tengo y poseo el nombre yoficio de los nombres santos y venerables; aun

me detiene el amor de mi vida, sin que sufrapor mi vejez la muerte que me sería gloriosa.Sólo, pues, yo iré y daré mi ánima, ofreciéndolaa Dios como en soledad. ¿Qué cumple vivirentre un pueblo que no siente su propio daño,ni el estrago que se le hace; y entre hombres delos cuales no hay alguno que ose prohibir tan-tos males como al presente padecemos? Sufrísser desnudados, y siendo azotados cerráisvuestras bocas, y no hay alguno que llore ni déalgún gemido por los que han sido muertos.¡Oh señoría muy amarga! ¿Qué me he de quejarde los tiranos? ¿Por ventura no han sido levan-tados y criados con vuestro propio poder? ¿Porventura no habéis vosotros acrecentado elnúmero de ellos, pues siendo en tiempo que lospodíais corregir y menospreciar, por ser ellospocos, los quisisteis sufrir? ¿Y habéis vuelto lasarmas de ellos contra vosotros, cuando conven-ía quebrantarles las fuerzas al principio, cuan-do injuriaban a vuestros propios parientes ycercanos? Menospreciando vosotros a los cul-

pados, los habéis movido e incitado a robar, noteniendo cuenta con las casas que ellos destru-ían. Prendían a los principales, llevábanlos pre-sos delante de vuestros ojos, y ninguno lesayudaba. Pues vosotros los entregasteis, elloslos encarcelaron, no quiero decir quiénes fue-ron ni cuáles; pero digo que, viéndolos sin seracusados y sin ser condenados, estando en lacárcel, ninguno les ayudó. ¿Pues qué otra cosafaltaba sino sólo verlos degollar y despedazarpúblicamente? También hemos visto que, sien-do sacados como del rebaño de los otros losprincipales para ser sacrificados y muertos,ninguno dió una sola voz, pero ni aun alzó lamano. ¿Sufriréis, pues,, sufriréis vosotros serlas cosas sagradas pisadas y puestas debajo delos pies? Y habiendo permitido que hombrestan malos se atreviesen a toda maldad, ¿osavergonzáis ahora de verlos tan altos y tan aca-tados? Ciertamente, ahora algo más adelantepasaría el atrevimiento de ellos, si veían algoque poder destruir. Tienen ellos ahora la parte

más fuerte de la ciudad y más proveída de todacosa, solíase llamar templo; pero a la verdadahora no es sino una torre fuerte o un castillo.Viendo, pues, tan gran tiranía levantada y ar-mada contra vosotros, y viendo sobre las cabe-zas ya los enemigos, ¿qué cosa pensáis, o quédetermináis hacer? ¿Aguardáis por ventura alos romanos que os ayuden a librar vuestrascosas? Así van, pues, las cosas de nuestra ciu-dad, y hemos llegado ya a tan mal punto, quenos convenga que nuestros enemigos se com-padezcan de nosotros. ¿No os levantaréis, pues,oh miserables, y vistas y consideradas vuestrasllagas, porque las fieras bestias esto hacen, noiréis a tomar venganza de los que os han hechotanto daño? ¿No se acordará cada uno de lasmuertes que le han sido hechas, y poniéndosedelante de los ojos lo que cada uno ha sufrido,no será parte para moveros a procurar nuestravenganza?"Creo ciertamente, si no me engaño, que pere-ció entre vosotros la cosa que debe ser más

amada y más deseada por ser la más natural; esa saber, la libertad: somos ahora amigos de ser-vidumbre, y nos hemos acostumbrado a estarsujetos a señores. Ellos, pues, han sufrido mu-chas guerras y muy grandes por sólo vivir ensu libertad, por no someterse a la sujeción ymando de los egipcios ni de los medos, y porno hacer lo que éstos les mandaban. Mas ¿quénecesidad hay que me alargue en hablar denuestros antepasados? Esta misma guerra quetenemos ahora con los romanos, no quiero decirsi nos es cómoda y provechosa, ni si nos es da-ñosa; ¿qué otra causa la mueve sino sola la li-bertad? Pues no pudiendo sufrir que sean seño-res de nosotros los que lo son de todo el mun-do, ¿hemos de sufrir la tiranía de nuestra pro-pia gente? Los que obedecen a señores extra-ños, culpan a la fortuna, por cuya injuria hansido vencidos; pero dejar señorear los malosentre los propios naturales, es cosa muy abati-da, y es cosa de hombres que desean estar enservidumbre.

"Pues hemos hecho mención de los romanos,no quiero encubriros lo que estando hablandocon vosotros se ha hecho, y me ha turbadoalgún poco; porque aunque seamos presos poréstos (guárdenos Dios de ello), no podemosexperimentar lo más crueles que han sido con-tra nosotros nuestros naturales. ¿De qué mane-ra queréis que no llore, viendo en el templodones de los romanos, y viendo robos de losnaturales que nos han robado la nobleza de estaciudad, que era la mayor de todas, y más rica, yver despedazados y muertos tales varones, alos cuales los romanos mismos, aunque salieranvencedores, les obedecían?"Los romanos no osaron jamás pasar los límites,ni entrar en los lugares nuestros secretos, noosaron violar nuestras costumbres, antes delejos se amedrentaban sólo en mirar nuestrossantuarios, y algunos de nuestros naturales,nacidos entre nosotros, criados con nuestrasleyes y costumbres y con el mismo nombre dejudíos, se pasean por medio de los lugares san-

tos, que a ellos les son prohibidos, con las ma-nos calientes aun de las muertes de sus mismosnaturales. ¿Quién, pues, temerá la guerra de losextranjeros, si considerase la de los mismosciudadanos naturales? Mucho más justamentese han con nosotros nuestras enemigos: porquesi debemos acomodar los vocablos propiamentesegún son las cosas, por ventura se hallará quelos romanos han sido conservadores de nues-tras leyes, y los enemigos de ellas son los nues-tros naturales; pero cierta cosa es que no sepuede pensar castigo tan grande, cuanto mere-cen las maldades de éstos."Lo mismo sé que tenéis persuadido vosotros,sin que yo de ello hablase, y que estáis todosmovidos contra ellos por las cosas que de elloshabéis sufrido: y puede ser que los más teméisla grande audacia y fuerza de éstos, parte porser muchos, y parte también por verlos en ellugar alto; pero como estas cosas han sucedidopor negligencia vuestra, así también más sevaldrán de ella, si nos detenemos y no trabaja-

mos de resistirles. El número les crece cada díamás, porque no hay bellaco que no busque susemejante; levántales también mayor atrevi-miento ver que no les han hecho hasta ahoraningún impedimento ni resistencia, y servirsehan cierto del lugar que tienen con toda provi-sión y aparejo, si no proveemos y si les dejáre-mos tiempo para ello."Si comenzamos a resistirles e ir contra ellos,cierto humillaránse, porque sus propias con-ciencias, y pensar la maldad grande que hacen,les hará perder lo que por causa de tener el lu-gar más alto han ganado. Podrá también serque la Divina Majestad de Dios, viéndose me-nospreciada por ellos, convertirá contra ellosmismos las armas que contra nosotros tienen, ycon sus mismos dardos y saetas, ellos seránmuertos: para que sean vencidos, basta que nosvean, aunque también es cosa muy digna que sihay algún peligro, muramos por defender lascosas nuestras sagradas, y si no por nuestraspropias mujeres e hijos, aventuremos nuestras

vidas a lo menos por Dios y por sus cosas: ser-viré yo en ello con mi parecer y con mis fuer-zas, y no os faltará consejo ni cosa alguna paraprovisión y guarda vuestra, y no veréis que yome excuse de algún trabajo."Con estas cosas levantaba y amonestaba Ananoal pueblo contra los que arriba dijimos zelotes,no porque no supiese ser casi imposible vencer-los por el gran número y muchedumbre que sehabía juntado, sino por ver la juventud y perti-nacia de sus ánimos, y mucho más por saber loque cometían, porque no confiaban alcanzarperdón jamás de los pecados hasta entoncescometidos; pero todavía quería antes sufrircualquier cosa, que dejar a su república en tantanecesidad y aprieto. El pueblo lo esforzaba con-tra aquéllos, y daba prisa en querer venir contralos que Anano había rogado, y todos estabanmuy prontos para sufrir todo peligro; pero es-tando Anano ocupado en apartar y escoger losmás aptos e idóneos para la guerra, sabiendolos zelotes lo que éste determinaba, porque

tenían ya espías puestos, que todo se lo hacíansaber, vinieron contra el pontífice, unas vecesescondidamente, y otras en compañía, todosjuntos salieron contra él, y no perdonaban acuantos podían encontrar.En seguida juntó Anano el pueblo, cuyo núme-ro era mayor, pero en las armas no eran meno-res los zelotes, y la alegría suplía por cada partelo que le faltaba: los ciudadanos habían tomadomayor ira con las armas, y los que habían salidodel templo tenían mayor audacia y más grandeatrevimiento que cuantos había, porque pensa-ban no poder vivir en la ciudad si no quitabanla vida a cuantos zelotes había; y éstos, por otraparte, pensaban que si no eran vencedores nopodían dejar de recibir todo castigo de manosdel pueblo.Trabóse, pues, entre éstos la pelea, obedeciendotodos a la ira y movimiento de sus ánimos co-mo a capitán; al principio comenzaron a tirarpiedras algo lejos delante del templo, los unoscontra los otros, y si algunos huían, los vence-

dores entonces con sus espadas los perseguían,y como los heridos de ambas partes fuesen mu-chos, las muertes eran también muchas. Los delpueblo, cuando caían, eran llevados a sus casaspor su gente; pero cualquiera de los zelotes quefuese herido, subíase al templo y mojaba la tie-rra y el suelo consagrado con su sangre, de talmanera, que podría bien decir alguno habersido la religión violada con sola la sangre deéstos; los ladrones podían siempre más en suscorridas, pero los del pueblo, tomando gran iracontra ellos, y acrecentándoseles más el núme-ro, reprendiendo a los perezosos y cobardes, ya los que los seguían, forzábanles a pelear sindejarles lugar ni ocasión para recogerse, y deesta manera movieron a todos a que, peleasen.Ibanse recogiendo en este tiempo, no pudiendolos enemigos sufrir ya la fuerza, hacia el tem-plo; pero Anano, con sus compañeros, dió enellos, de lo cual sucedió, que aquéllos se ame-drentaron que estaban por el cerco de fuera,por lo cual, recogidos huyendo dentro el muro

interior, cerraron oportunamente las puertas.No estaba contento Anano, ni le parecía bienhacer fuerza alguna contra las puertas del tem-plo sagrado, estando también los enemigos porencima tirando muchas saetas, y pensaba sercosa ilícita y muy nefasta, aunque ciertamentefuese vencedor, hacer que su pueblo entrasedentro sin proveerse según costumbre. De todaaquella gente que con él tenía, escogió seis milhombres muy bien armados, y púsolos queguardasen las puertas y entradas de las calles;puso otros que después les sucediesen en laguarda; pero los principales escogieron muchosde los más honestos y más hombres de bien, yéstos buscaron gente pobre para ponerla enguarnición, dándole sueldo. Sobrevino entreéstos Juan, el que dijimos arriba haber huido deGiscala, el cual los echó a perder a todos y loshizo morir; porque éste, lleno de engaños, y conel deseo que tenía tan grande de mandar y serseñor de todos, estaba acechando ya muchohabía al bien común. Fingiendo éste que era del

mismo parecer del pueblo, juntábase con Ana-no, tanto en el tomar consejo entre día con lagente principal, como de noche, entretanto quedaba vista por todas las guarniciones. Este hac-ía saber a los zelotes todos los secretos de Ana-no, y cuanto el pueblo determinaba, en la hora,por causa y medio de éste, los enemigos lo sab-ían. Lisonjeaba en gran manera a Anano y atodos los principales del pueblo, procurando novenir ni caer en alguna sospecha; pero estahonra al contrario se entendía, porque por lavariedad de sus lisonjas sospechaban de él mu-cho, y también por ver que se metía en todo,aunque no lo llamasen, era tenido por traidor ydescubridor de los secretos que entre sí trata-ban.Veía Anano claramente que todos sus consejosy cuanto se trataba entre él y los suyos era sa-bido por los enemigos, y lo que Juan hacía dabaclaramente testimonio de sus traiciones; mas noera cosa fácil echarlo de entre ellos, ni aun eraposible, porque podía mucho su malicia y mal-

dad; y además de esto, no le faltaba favor demuchos nobles que entraban en los consejos.Parecióles, pues, por tanto, pedirle y hacer ju-ramento por confirmación de su amistad y be-nevolencia; no dudando él en hacerlo, juró quesería muy fiel y guardaría toda lealtad con elpueblo, y que no descubriría a los enemigoshechos ni consejos algunos de los que entreellos se tratasen, y que juntamente con su con-sejo, con su fuerza y vida, trabajaría en echar yresistir a los rebeldes. Creyéndolo, pues, Ananoy sus compañeros, después de su juramento re-cibíanlo en todos sus consejos, y luego enviá-ronlo ellos mismos por embajador a los zelotes,porque tenían gran cuidado que por culpa pro-pia de ellos no se ensuciase el templo con lasangre, ni se contaminase, si alguno de los jud-íos perecía allí dentro.Éste, como que no hubiera hecho aquel jura-mento sino por los zelotes, entrando a hablar-les, púsose en medio de ellos y dijo que muchasveces había estado por causa de ellos en gran

peligro, por que no ignorasen lo que secreta-mente trataban entre sí Anano y sus compañe-ros; y que ahora se había de poner en un trabajomuy grande, juntamente con ellos, si presto noera divinamente socorrido; porque Anano ven-ía con gran prisa, y había persuadido al puebloque enviase embajadores a Vespasiano que sediese prisa en venir a tomar la ciudad; que parael día siguiente estaba concertado cierto alarde;que entrando con ocasión de hacer lo que a sureligión debían, habían de pelear por fuerzacon todos, y que él no sabía ni alcanzaba hastacuándo habían de sufrir el cerco, o cuándo nide qué manera habían de pelear con aquellamuchedumbre, siendo ellos tan pocos. Añadíaademás de esto, que él había sido enviado, co-mo por divina providencia, con la embajada dequererse pasar como amigos, porque Ananoquería con esta esperanza cebarlos y súbita-mente acometerlos, sin que tal pensasen; y quepor tanto convenía, si alguno determinaba de-berse guardar la vida, o rendirse a los que los

cercaban, o pedir algún socorro por defuera; yque ios que tenían esperanza, si acaso eran ven-cidos, de ser perdonados, él los tenía por olvi-dados de su atrevimiento si pensaban tambiénhaber de hallar toda amistad con aquellos con-tra quienes habían hecho y cometido tantascosas; porque el arrepentimiento, por grandeque sea, siempre suele ser aborrecido en aque-llos principalmente de quien se ha recibido da-ño alguno, y la ira se encrudecía en los que hab-ían sido enojados, con la licencia y poder quealcanzaban contra ellos. Díjoles también que losparientes y deudos de los que ellos mismoshabían muerto, les estaban ya encima, y todo elpueblo muy airado por ver sus leyes quebran-tadas, entre los cuales, aunque hubiese algunosque los recibiesen con amistad y misericordia,todavía había de poder más la ira y furor de lamayor parte. Estas cosas, pues, trataba Juan,contrarias de las a que había sido enviado,amedrentando a todos los que allí dentro esta-ban, y no osaba mostrarles ni descubrirles la

ayuda y socorro de los defuera que les habíaseñalado, diciéndolo por los idumeos, y paramover los príncipes y capitantes de los zelotes,particularmente argüía a Anano, y decía queera muy cruel, mostrando y confirmando cuan-tas amenazas les hacía.***

Capítulo VIDe la venida de los idumeos en socorro de losde Jerusalén, y de lo que hicieran.

Estaba allí Eleazar, hijo de Simón, el cual,además de muchos otros, era hombre de muybuen consejo y sabía muy bien ejecutar lo quedeterminaba, y Zacarías, hijo de Anficalo, am-bos del linaje de los sacerdotes. Habiende sabi-do éstos, además de lo que comúnmente sedecía, lo que particularmente habían amenaza-do, y que por hacerse Anano poderoso él y suparte, habían llamado a los romanos que lossocorriesen, porque entre las mentiras de Juanésta era una, dudaban mucho lo que mejormen-te harían, apretados con el tiempo que teníantan corto. Veían el pueblo no menos prontopara pelear con ellos que ellos mismos, y queles había sido quitada la libertad de llamar oenviar por algún socorro, con la diligencia que

los enemigos habían hecho en poner en elloguardas; todavía quisieron llamar a los idume-os que los ayudasen, y escribiéndoles una brevecarta, diciendo la mayor parte de lo que quer-ían a los mensajeros de palabra, hiciéronlessaber cómo Anano quería entregar la Metrópo-li, que era la ciudad principal, a los romanos, yque ellos estaban encerrados en el templo porhaber discordado con ellos, por defender lalibertad, y que no confiaban vivir mucho tiem-po, según lo poco que Anano les prometía; porlo cual decían que si no les socorrían presto,todos se entregarían en manos de Anano y delos enemigos, y la ciudad también sería prestoentregada a los romanos.Para llevar esta embajada escogieron dos varo-nes esforzados, muy elocuentes en el hablar,bastantes para persuadir toda cosa que quisie-sen y lo que más provechoso era en negociossemejantes, muy diligentes en hacer su camino.Tenían ellos por cierto que los idumeos les hab-ían de obedecer y ayudarles luego, sabiendo

que era gente muy amiga de revueltas y fiera, ysabiendo también que se alegraban con todamutación; que por pocos ruegos que les hicie-sen estaban prontos para la guerra, y que ven-ían tan de voluntad a ella, como a ver algunafiesta muy solemne.Dijeron a sus mensajeros que se fuesen muydiligentes, y ellos estaban por ello con todaalegría: ambos se llamaban Ananías.Venido habían ya delante los regidores deIdumea, los cuales, viendo la carta y lo que porlos embajadores les demandaban, comenzarontodos como furiosos a convocar la gente, a ar-marse y pregonar la guerra; apenas fué dicho,la gente estuvo junta, y todos tomaron armaspor defender la Metrópoli; es a saber, la ciudadprincipal de Judea y su libertad. Habiéndose,pues, juntado casi veinte mil hombres, con cua-tro capitanes, llegaron a Jerusalén. Fueron éstosJuan y Diego, hijos de Sosa, Simón de Gathla yFinea, hijo de Clusoth.

No supo Anano ni sus guardas la partida deestos embajadores; pero bien supieron el ímpe-tu de los judíos; porque entendiéndolo antes,cerróles las puertas y puso guardas a los muros;pero no los pareció pelear con éstos, sino per-suadirles con palabras la paz y la concordiageneral. Estando, pues, Jesús en una torre con-traria, el cual era el pontífice más antiguo detodos, excepto Anano, dijo:"Entre muchas revueltas que esta ciudad hatenido, de cosa ninguna nos debemos maravi-llar de la fortuna, tanto como de ésta, que es verque aun a los malos ayuda lo que no confían."Vosotros habéis venido para ayuda y socorrode los hombres más perdidos del mundo, con-tra nosotros, con tanta alegría, cuanta os convi-niera venir contra los más bárbaros del univer-so, aunque toda la república os llamara; y siviese ciertamente que vuestra venida era seme-jante al ánimo que tienen los que os han rogadoque vinieseis, no dudaría en decir que era vues-tra fuerza e ímpetu loco y sin razón.

"Porque yo os hago saber que no hay cosa en elmundo que tanto conserve la concordia entrelos hombres, como es la semejanza en las cos-tumbres. Ahora, pues, éstas, si queremos mirara cada uno por sí, hallaremos que son dignosde mil muertes; porque después que han usadode su muy sobrado atrevimiento en todos loslugares y ciudades, comiendo con su demasia-da lujuria sus patrimonios, y siendo la más civilgente del pueblo, más rústica y más apocada, sehan entrado escondidamente en la ciudad sa-grada como ladrones, y han ensuciado el suelosagrado con maldades muchas y muy grandes;y los veréis fácilmente beodos de vino entre lascosas que tenemos por sagradas, y consumenlos despojos de los muertos con la codicia insa-ciable de sus vientres. Pues la muchedumbre devuestra gente, y tantas armas, no vienen de otramanera que viniera si por dicha la ciudad yconsejo os pidiera socorro contra los extranje-ros; que podrá, pues, decir alguno: Qué es estosino injurias grandes de la fortuna?, viendo que

os juntáis por favorecer a gente tan dañada, ypara ello juntáis las armas todas de vuestranación."Mucho ha que no puedo hallar cuál haya sidola causa por la cual os habéis movido tan derebato: porque bien creo no ha podido ser pe-queña, pues habéis todos tomado armas paravenir contra el pueblo, que os ha sido siempremuy amigo, en favor de tales ladrones. Puesqué, ¿habéis oído, por ventura, algo de los ro-manos, o de alguna traición? Algunos de losvuestros lo decían ahora, y se enojaban poco ha,diciendo que habían venido por librar la ciu-dad; nos hemos maravillado ciertamente,además de muchas otras cosas, por saber tangran maldad; porque contra los hombres quenaturalmente aman la libertad y están apareja-dos a pelear con los extranjeros enemigos, pordefenderla, no os podíais levantar vosotros contanta fiereza, si no os hubieran mentido muyfalsamente, y dicho que la queríamos entregar alos romanos; pero debéis considerar vosotros

quiénes son nuestros acusadores, y sacar laverdad no de las mentiras de éstos, sino juzgar-la por el estado de las cosas de todos en común."¿Por qué razón o causa nos habíamos de en-tregar ahora a los romanos, pues desde el prin-cipio podíamos o no rebelarnos contra ellos, oya que nos habíamos rebelado, presto podía-mos tornar en amistad, antes que permitir quetoda esta comarca fuese destruída? Porqueaunque quisiésemos, ya no nos es posible pa-sarnos a ellos, habiéndose ellos ensoberbecidocon haber sujetado y destruído a toda Galilea, ytambién porque más feo nos sería que la muer-te, querer amansarlos ahora que se acercan."Yo, cuanto a lo que a mí me toca, en más tengoy mucho más querría la paz que la muerte; perohabiéndose ya una vez puesto en la guerra,después de dada ya la batalla, mucho más pre-cio morir gloriosamente, que vivir cautivo enmiseria."Pero dicen que nosotros hemos enviado, comoprincipales entre todo el pueblo secretamente

alguno, a los romanos, o que también fué hechopor consentimiento común de todo el pueblo.Dígannos, pues: ¿qué amigos hemos enviado,qué criados han sido ministros de la traiciónque nos levantan? ¿Por ventura prendieronellos alguno, o yendo, o viniendo, o han al-canzado algunas cartas nuestras? ¿Cómo, pues,nos podíamos esconder de tantos ciudadanostratando con ellos siempre y todas las horas deldía? Siendo concierto de pocos, y aun estandoesos cerrados en el templo, porque no pudiesensalir a lo público de la ciudad, ¿cómo pudieronsaber lo que fuera de la ciudad secretamente setrataba? ¿Por ventura hanlo sabido ahora,cuando han de ser castigados por sus atrevi-mientos?"Entretanto que estuvieron sin temor, no pen-saban que alguno de nosotros fuese traidor. Siechan la culpa de esto al pueblo, consejo se tu-vo público sobre ello; todos fueron presentes eneste ayuntamiento, por lo cual más manifiestacorriera la fama como mensajero presto. ¿Pues

qué necesidad había de enviar embajadorespara ello, teniendo determinado ciertamenteentregarnos a ellos? Digan quién fué señaladopara tal embajada. Pero excusas son éstas de losque malamente han de perecer, y de los quetrabajan por excusarse de la pena que les estámuy cerca. Y si estaba ya ordenado, por acaso,que hubiésemos de entregar la ciudad, tambiénpienso que lo hicieran los mismos que nos acu-san, a cuyo atrevimiento no le falta sino el malde traición solamente."Conviene, pues que vosotros ya estáis junta-dos con las armas, ayudéis a vuestra ciudadprincipal, lo cual es cosa muy justa, y trabajéisen echar por tierra, juntamente con nosotros, aestos tiranos, que han quebrantado todos nues-tros derechos; y menospreciando las leyes, hanquerido sujetarlas a sus pies con la fiereza desus armas: prendieron a los varones nobles, sinser acusados, de miedo de la ciudad, y pusié-ronlos en cárceles muy injustamente; y des-pués, sin doblarse ni perder su fuerza con los

ruegos y consejos que les daban, los mandaronmatar."Lícito os será a vosotros, entrando en esta ciu-dad no como hombres de guerra, ver señal deesto que digo claramente, y ver las casas deso-ladas y destruidas con los robos: las mujeres delos muertos, parientes y familia, todos llenos deluto; oiréis los gemidos y llantos que hay portoda la ciudad, porque no hay alguno que nohaya sufrido algo de la persecución de estosimpíos y perversos. Los cuales se han atrevidoa tanta locura, que han mostrado el atrevimien-to de ladrones, no sólo en los lugares y ciuda-des extranjeras, sino en ésta, que es la principaly cabeza de toda Judea y de toda nuestra gente;pero aun también lo que de la ciudad mismarobaban, lo pasaban al templo: éste habían es-cogido para recogerse; aquí se confiscaba lo quede nosotros y contra nosotros malamente gana-ban; y el lugar venerable a todo el universo,honrado por todos cuantos extranjeros de losfines del mundo venían sólo por verlo, es ahora

pisado y destruído por los malos que entre no-sotros mismos son nacidos."Gózanse en vernos, ya desesperados, cómo unpueblo se levanta contra el otro, y una ciudadcontra otra, y en ver que los extranjeros tienencabida y entrada tan fácil en sus propias cosas,debiendo vosotros, según dije que sería lo me-jor y más conveniente a todos, dar muerte, connosotros juntamente, a los que tanto daño cau-san, y tomar venganza de tan gran engaño, quese han atrevido a pedir y tomar socorro de vo-sotros, a los cuales debían todos temer comovengadores de tan gran maldad."Si pensáis, por ventura, que los ruegos de taleshombres deben ser tenidos en mucho y reve-renciados, lícito os es entrar en la ciudad conhábito de amigos y parientes, dejando las ar-mas a una parte, y ser jueces de nuestras dis-cordias, como medios entre los enemigos y no-sotros, aunque debéis pensar el provecho quepodrán traer, pues han de hablar delante devosotros de pecados y culpas tan manifiestos y

tan grandes, los que no han querido permitirque los que no eran acusados hablasen unapalabra. Alcancen ahora esta gracia con vuestravenida."Si no queréis enojaros con nosotros, ni ser denuestra parte, queda, pues, que seáis lo tercero:es a saber, que dejando entrambas partes, noayudéis a nuestra matanza, ni quedéis con losque acechan a la salud de la ciudad; porqueaunque pensáis que alguno de nosotros hahablado con los romanos, licencia tenéis demirar todo el camino, y defender entoncesvuestra ciudad, cuando algo tal hallarais de loque hemos sido acúsados, y tomar venganza delos que nos han calumniado, hallando no serasí. No os amenazan los enemigos teniendovuestros asientos cerca de la ciudad."Si nada de esto os agrada ni os parece razona-ble, no os maravilléis que os hayan cerrado laspuertas, entretanto que estuviereis con las ar-mas."

Estas cosas estaba hablando Jesús. La muche-dumbre de los idumeos no advertían todo esto,ardiendo con la ira, por no haberles sido lícitoentrar como querían; y los capitanes entre sí seenojaban por lo que tocaba a dejar las armas,pensando y teniéndose por no menos que cau-tivos si, por mandarlo algunos de ellos, las de-jaban.Uno de los capitanes, llamado Simón, hijo deCathla, cuando apenas estaban los suyos apa-ciaguados, poniéndose en un lugar adonde lopudiesen fácilmente oír los pontífices, dijo:"No me maravillo yo ya que los defensores dela libertad fuesen cercados y encerrados en eltemplo, habiendo cerrado la puerta que solíaser común antes a toda aquella gente, y estabanpor ventura aparejados para recibir a los roma-nos con fiesta, y hablaban con los idumeos porlas torres y por los muros, y les mandabanechar las armas que por la libertad han tomado;y no encomendando ni fiando de sus parientesy cercanos la guarda de la ciudad, quieren que

sean jueces de sus discordias, y acusando a losotros de que han muerto a los ciudadanos sinculpa, afrentan y condenan con deshonra a to-da la nación; y habéis ahora, finalmente, cerra-do la ciudad a nuestros domésticos y amigos,que solía siempre estar abierta a todos los ex-tranjeros por la religión. Gran prisa nos dába-mos, ciertamente, en venir contra vosotros, ypor hacer guerra contra los gentiles, habiéndo-nos dado prisa en ser aquí muy presto, por de-fender y guardar vuestra libertad. Yo piensoque los que cercáis os han dañado de la mismamanera; y que vosotros ahora buscáis y andáiscogiendo sospechas semejantes contra ellos.Además de esto, tenéis presos dentro a los quedefienden muestra ciudad, y tenéisla cerrada atodos los que os son muy adeudados en sangrey linaje, y decís que sufrís gran tiranía,mandándonos obedecer a mandamientos detanta afrenta, y echáis a los otros el nombresiendo vosotros mismos los tiranos. ¿Quién,pues, sufrirá vuestro hablar tan engañoso,

viendo la contradicción y repugnancia de lascosas? Porque echando vosotros de la ciudad alos idumeos, pues también nos prohibís lascosas sagradas que tenemos en nuestras tierrasacostumbradas, alguno podrá reprender bue-namente a los que están presos y detenidos enel templo: porque habiendo osado castigar a lostraidores, que vosotros, por ser compañeros devuestra maldad, llamáis varones nobles, no hancomenzado el castigo por vosotros y por nohaber cortado los miembros principales de estagran traición."Pero sea así, que ellos hayan sido algo másflojos de lo que el caso requería, nosotros, quesomos idumeos, guardaremos la morada deDios y pelearemos por el bien común de la pa-tria, teniendo también cuenta en los que pordefuera osaren armarnos algunas asechanzas,tomando de todos venganza como de enemigosnuestros. Quedaremos aquí armados en guarday defensa de los muros hasta que, o los roma-nos, teniendo cuenta con vosotros, os den la

libertad que pedís, o hasta tanto que vosotrosmismos mudéis de parecer recobrando el cui-dado que debéis tener por vuestra libertad."***

Capítulo VIIDe la matanza de los judíos hecha por los idu-meos. Dichas estas cosas, los idumeos todos con vozalta asintieron en ello, y Jesús se fué triste vien-do que los idumeos no podían venir ni consen-tir en cosa alguna moderada y de razón, yviendo también que la ciudad estaba combatidapor dos partes y por dos diversas gentes. Lasoberbia y ánimo levantado de los idumeos nopodía reposarse, no pudiendo sufrir la injuriaque les había sido hecha en haberles prohibidola entrada de la ciudad: y temiéndose que lafuerza de aquellos zelotes era muy firme y eramuy grande, pesábales ya de haber venido,pues vieron no tener algo que pudiese ayudar-les; pero la vergüenza que tenían de volversesin haber hecho cosa alguna, vencía su pesar.Puestos, pues, sus alojamientos allí mismo cer-ca del muro, determinaron quedar.

Sucedió que aquella noche hizo muy gran frío,levantáronse vientos muy bravos, y vino gran-de agua, muchos rayos y horribles truenos:sintieron que la tierra temblaba, por lo cualtodos estaban ya muy ciertos que por destruc-ción de los hombres el estado del mundo seconfundía, porque aquellas señales no manifes-taban haber de ser algo que poco importase.Los idumeos y los de la ciudad conformaban enesto, pensando que Dios estaba enojado contraaquéllos por haber venido para hacer la guerra,y que no podían escapar si determinaban pele-ar contra la ciudad. Anano y sus compañeros,por otra parte, pensaban haber ya sin batallavencido, y creían que Dios quería hacer la gue-rra por ellos. Ciertamente declaraban mal loque había de ser, y atribuían lo que ellos habíande padecer, a los enemigos.Estaban los idumeos repartidos y rehaciendoselo mejor que podían a camaradas y ayunta-mientos, y habiendo puesto sus escudos encimade sus cabezas, no eran tan enojados por el

agua. Los zelotes temían más el peligro y sefatigaban más por ellos que no por sí mismos: yasí determinaban juntos buscarles algunamáquina si la pudiesen hallar, con la cual lospudiesen amparar y socorrer. A los que máscon la juventud ardían, parecíales acometer porfuerza de armas a las guardas, y haciendo fuer-za contra la ciudad, abrir públicamente laspuertas a los que venían de socorro: porquepensaban que la mayor parte de las guardasestaba sin armas, y eran hombres no ejercitadosen la guerra, y que, por tanto, serían fácilmentedesbaratados: además de esto, los ciudadanosdificultosamente se podían juntar, porque cadauno se estaba recogido a causa del frío y tem-pestad grande que hacía; y aunque intervinieseen ello algún peligro, querían más sufrir todacosa, que menospreciar el provecho de tantagente, y permitir que feamente pereciesen.Los que eran más prudentes y asesados, traba-jaban en persuadirles que no les hiciesen fuer-za, porque no acrecentaban el número de las

guardas por causa de ellos solamente; pero ve-ían también que guardaban con mayor diligen-cia el muro, y que Anano no faltaba en por quelos idumeos no entrasen; algún lugar, antestodas las horas del día estaba con las guardas yse recataba mucho, lo cual había sido verdadtodas las otras noches; pero aquélla se habíareposado, no por pereza ni negligencia suya,sino por morir él y las guardas también todas,según estaba en su hado ordenado: porque pa-sada ya gran parte de la noche, con el gran fríoque hacía, estando las guardas ordenadas ensus puertas, se durmieron.Vínoles un consejo a los zelotes que con loscierres que estaban consagrados para el serviciodel templo, cerrasen las puertas: para estehecho tuvieron en favor, por que no fuesenoídos, el ruido grande de los vientos, los mu-chos truenos que había, y saliendo del templo,vinieron secretamente al muro, y abrieron lapuerta que estaba a la parte donde los idumeosestaban.

Al principio sospecharon éstos que era algúnardid que Anano les armaba: pusieron contiempo todos mano a sus armas, como pararesistirles; pero después que fueron conocidos,entraron poco a poco. Si quisieran ejecutar ymostrar su fuerza contra la ciudad, no habíaquien les prohibiese que matasen todo el pue-blo: tan grande era la ira que todos traían con-sigo. Dábanse los zelotes al principio gran prisaen librarse de las guardas: rogábanles también,pues les habían recibido dentro, que no los me-nospreciasen estando cercados de tantos males,pues no habían venido sino por favorecerles, yque se guardasen de causarles mayor peligro ymás amarga pérdida: porque presas una vez lasguardas, más fácilmente podrían combatir laciudad; pero si por ventura los movían, no po-drían impedir que, en sintiéndolos, se juntaseny quisiesen prohibirles la subida.Pareció bien esto mismo a los idumeos, y asívenían ya subiendo por medio de la ciudad altemplo, estando suspensos los zelotes aguar-

dando la venida de ellos. Habiendo finalmenteentrado, osaron salir del recogimiento del tem-plo también ellos, y mezclándose con los idu-meos, vinieron contra las guardas. Muertosalgunos de los que hallaron durmiendo, des-pertóse toda la muchedumbre con los gritos yclamores de los que velaban; y tomando armaspara resistirles, dábanse prisa no sin gran mie-do y espanto.Sospecharon primero que los zelotes queríanhacer algo: confiaban vencerlos, con ser muchosmás ellos en número; pero viendo los otros quede fuera entraban, que los idumeos habíantambién entrado, la mayor parte de ellos, de-jando las armas y perdiendo el ánimo, comenzóa querellarse: pocos de los mancebos, muy bienarmados y muy en orden, oponiéndose .a losidumeos, defendían algún tanto al pueblo, queestaba con muy poco ánimo: otros hacían sabera todos la destrucción de la ciudad, pero nin-guno osaba socorrerles ni ayudarles, sabiendoque los idumeos habían entrado: respondían

ellos también, con llantos grandes, ser ya pordemás todo socorro: levantábanse grandes gri-tos de las mujeres, siempre que veían en peligroalguno de los que estaban de guarda.Por otra parte, los zelotes doblaban los clamo-res de los idumeos; y la tempestad grande quehacía era causa que las voces de todos parecie-sen más horribles y espantosas. Los idumeos aninguno perdonaron, porque de su natural sonéstos muy crueles en dar la muerte, y éralesmuy enojoso aquel frío y tempestad, y teníanpor enemigos a los que los habían hecho pade-cer fuera de la ciudad tanto tiempo, enojándoseno menos con los que les rogaban, que con losotros que les resistían. Muchos, poniéndolesdelante que eran sus parientes, y rogándolesque tuviesen reverencia al templo común detodos, eran muertos. No tenían lugar para huirni tenían alguna esperanza de salvarse; y nohabiendo tenido espacio para apartarse ni parairse, morían más con la fuerza de juntarse unos

con otros que con las de los enemigos, aunquelos matadores jamás se amansaban.Estando, pues, inciertos y sin saber qué hicie-sen, echábanse dentro de la ciudad, causándoseellos mismos, según mi parecer, más cruelesmuertes, porque huían, hasta tanto que todo elcerco del templo por defuera estuvo lleno desangre. Cuando llegó el día, halláronse ochomil quinientos hombres muertos.No se hartó con esto la ira de los idumeos, an-tes volvieron sus manos y sus fuerzas contra laciudad, y robaban todas las casas; y al que aca-so hallaban, luego lo mataban. Pensaban serpor demás las muertes de todo el pueblo, por locual hacían diligencia en buscar a los pontífices:en esto se ocupaba la mayor parte; y en la horaque los hallaban, luego eran despedazados: yponiéndose de pies encima de los cuerpos deestos muertos, burlábanse y escarnecían ahorala amistad y amor de Anano para el pueblo, yluego lo que Jesús les había dicho desde el mu-ro.

Llegaron a mostrar su impía crueldad, hastaecharlos sin sepultar, teniendo principalmentetanto cuidado los judíos de la sepultura, queaun los que por malhechores son ajusticiados,suelen ser sepultados cuando el sol es puesto: yno pienso que crraría, ciertamente, si decíahaber sido principio de la destrucción de laciudad la muerte de Anano; y que aquel díafueron destruídos los muros, y pereció el públi-co bien de los judíos, cuando vieron delante desus ojos al pontífice y regidor de la salud detodos en medio de la ciudad degollado.Además de la dignidad que éste tenía, era porsí varón muy justo y digno de loor; y demás dela nobleza, dignidad y honra suya, era varónque se holgaba mucho en mostrarse igual contodos, por bajos que fuesen. Era gran favorece-dor de la libertad, y deseaba mucho ver a supueblo señor. Tenía siempre en más el prove-cho y utilidad común, que el propio y particu-lar; y trabajaba principalmente en ganar la pazy conservarla. Sabía que los romanos no podían

ser vencidos; y consideraba que si los judíos nosabían vivir pacíficamente, ciertamente habíande perecer del todo: y para que brevementeconcluya, vivieran si Anano viniera a rendírse-les y pasarse a los romanos.Era maravilloso en tratar una cosa, y más ma-ravilloso en persuadir al pueblo todo lo quequería. Tenía ya vencidos a los que lo impedíany querían la guerra, por lo cual creo que bajo detal capitán gran trabajo dieran a los romanos, ymucho más tiempo les hicieran gastar.Estaba con él Jesús, no mejor que Anano, si conél se comparaba; pero mayor que todos losotros, y pensaría ciertamente que Dios quisoquitar la vida a estos dos defensores que tantoamaban a su ciudad, queriendo que, como su-cia y contaminada, pereciese con fuego, y conincendio grande fuesen limpiadas las cosassantas y sagradas de ella.Vieras, pues, en tierra, desnudos, echados a losperros y a las fieras, los que poco antes estabanvestidos con las vestiduras sagradas, autores de

la religión célebre por todo el universo, los cua-les solían ser honrados y muy acatados porcuantos extranjeros en la ciudad entraban.Pienso que gimió la virtud por estos varones,doliéndose lastimada por haber tenido entonceslos vicios tanta fuerza.***

Las Guerras de los JudíosFlavio JosefoLibro Quinto

Capítulo IDe otro estrago hecho en Jerusalén, y cómo losidumeos se volvieron, y de la crueldad de loszelotes.

Anano, pues, y Jesús, tal fin hubieron, comohemos arriba contado. Después de éstos, así loszelotes como los idumeos echábanse todos con-tra el pueblo, y mataban a todos cuantos halla-ban; no menos que si fueran manadas de suciosanimales, eran muertos doquiera que fuesenhallados; prendían a todos los mancebos nobles

que podían haber, y poníamos en la cárcel muybien atados, confiando ganar la amistad de al-gunos de ellos, difiriendo la muerte; pero conestas cosas ninguno se movía, antes todos de-seaban la muerte por no levantarse contra supropia y común patria de todos: fueron todosazotados muy cruelísimamente antes de darlesla muerte: fueron con las llagas y con los tor-mentos todos abiertos, y no pudiendo ya soste-ner mayor pena los cuerpos de éstos, eran a lapostre degollados.Los que de día prendían, de noche los encarce-laban, y• sacándoles de allí, si acaso acontecíaque algunos muriesen, luego los echaban, porque los otros que quedaban atados tuviesenlugar.Estaba todo el pueblo tan amedrentado, y contanto temor, que no había alguno que osasellorar públicamente, ni sepultar el cuerpo pormás cercano que le fuese: los encarcelados tam-bién lloraban secretamente, y por que algunode los que los guardaban no' los oyesen, gem-

ían entre sí, y secretamente se entendían, por-que luego en la hora eran castigados y muertoslos que lloraban, de la misma manera que fue-ron aquellos por los cuales ellos derramabansus lágrimas.De noche cubrían con algún poco de tierra losmuertos que podían; y algunas que eran másosados, atrevíanse a ello alguna vez de día: deesta manera murieron doce mil hombres de losnobles.Estando ya éstos hartos de matar por sus pro-pias manos sentenciábamos sin vergüenza, co-mo por juicio y justicia. Habiendo, pues, asídeterminado matar a uno de aquellos varonesnobles, llamado Zacarías, hijo de Baruch, por-que enojábanse de verlo tan enemigo de losmalos y amigo de los buenos, y que además deesto era rico, y no sólo confiaban robarle susbienes, pero pensaban que quitarían la vida aun varón harto poderoso para derribarlos aellos, convocaron setenta varones del pueblo,los más honestos de todos, a manera de jueces,

aunque no tenían tal poder, y fué delante deellos acusado Zacarías por descubridor de suscosas a los romanos, y decían haber enviado,por hacerles traición, a Vespasiano; pero nihabía argumento para creer tal, ni aun tampocopara probar tal cosa, aunque ellos dijeron habersido enviado y tratado esto, y querían que fuesecreído y tenido por muy cierto.Viendo Zacarías que no tenía esperanza de al-canzar salud de alguna manera, fué traído conengaños, no a ser juzgado, sino a ser puesto enla cárcel, y con estar desconfiado de alcanzarsalud ni tener más vida, tuvo mayor libertadpara hablar, y comenzando, burlóse de todaslas acusaciones, como fingidas y no verdaderas,deshizo todo aquello de lo cual era acusado, yconvirtiendo después su habla contra sus acu-sadores, prosiguió con orden contando todaslas maldades de ellos, y daba muchas quejaspor haber sido las cosas tan perturbadas y re-vueltas. Ensañados los zelotes, apenas se pod-ían contener ni dejar de hacer fuerza con sus

armas, deseando que los engaños y cavilacionesque habían hecho quedasen y alcanzasen lo quepretendían, y además de esto querían experi-mentar si en tiempo peligroso los jueces teníancuenta con la justicia. Así, pues, todos los seten-ta jueves juzgaron en favor de él, y quisieronmás morir por él, que no que se les pudieseachacar después que había sido muerto porcausa de ellos.Librado que fué éste, luego las voces y clamo-res de las zelotes se levantaron; enojábanse to-dos con los jueces porque no habían entendidoa qué causa les había sido dado tal poder.Acometiendo dos de los más atrevidos a Zacar-ías, matáronlo en medio del templo, y burlán-dose de él dijeron: "Ahora tienes mejor senten-cia de nosotros, y estás mejor y más ciertamentelibrado." Y luego sacándolo del templo, lo echa-ron en el valle. Volvieron después su furor con-tra los jueces, hiriéndolos con sus espadas:echáronlos del templo, dejando de matarlos,por que echados, y esparcidos por toda la ciu-

dad, fuesen mensajeros a todos de la servi-dumbre general en que habían venido.Ya les pesaba ciertamente a los idumeos habervenido y no les contentaba lo que había sidahecho. Estando todos juntos, uno de los zelotessecretamente les descubrió todo el consejo quehabían malamente tenido aquellos que los hab-ían llamado; dijo que habían tomado las armascontra ellos, como porque los pontífices queríanentregar a los romanos la ciudad, pero que nin-guna señal habían hallado de esta traición, nihabían descubierto algo por lo cual lo hubiesende creer: y que aquellos que fingían quererladefender de esto, debían ser ya desde el princi-pio prohibidos de ello como tiranos y revolve-dores; pero pues habían entrado en la compañ-ía de las muertes que entre ellos se habían co-metido, debían trabajar en dar fin a tantas cul-pas y delitos tan graves, y no ayudar a hombresque no iban sino tras destruir la costumbre delos Padres antiguos; porque aunque sintiesenellos mucho haberles cerrado las puertas y

haberles prohibido el entrar en la ciudad, yahabían sido castigados los que de ello habíansido causa: muerto era ya Anano, y casi muertoy consumido todo el pueblo en una noche.Bien sabía que había muchos que se arrepent-ían de estas cosas, mas debían mirar la grancrueldad de aquellos que los habían llamado ensu socorro, que aun no tenían vergüenza deaquellos por los cuales habían sido librados, nide cometer tantas maldades delante de losmismos que habían venido para ayudarles, yatribuirlas a los idumeos, porque no las prohib-ían ni se apartaban de ellos.Debían, pues, siéndoles ya manifiesto habersido maldad grande lo que de traición habíaninventado, y pues estaban sin algún temor delos romanos, porque el poder que se había jun-tado y fortalecido contra la ciudad era inex-pugnable, volverse todos ellos a sus casas, yguardándose de la compañía de los malos, des-hacer la culpa de tan grandes maldades, de las

cuales ellos habían sido parte, no de grado,antes muy engañados.Persuadido fué esto a los idumeos: así, liberta-ron primero a los que estaban presos, que erancasi dos mil hombres del pueblo, y dejandoluego la ciudad. vinieron a Simón, de quiendespués hablaremos, y de allí fuéronse a suscasas, dejando a Jerusalén. A entrambas partespareció haber sido sin pensar en ella la partidade éstos, porque el pueblo, que no sabía de quéles había de pesar, rehízose y recreóse algúntanto con la esperanza, como ya libre de losenemigos, y acrecentóse la maldad y atrevi-miento de los zelotes, como que no les habíafaltado todo socorro, antes habían sido libradosde aquellos por cuya vergüenza y empachodejaban de cometer muchas maldades: así,pues, ya no había ley alguna, ni templanza encometer todo engaño y toda maldad, sirviéndo-se de consejo poco y muy arrebatado de todo;antes era hecho cuanto querían, que pensado.Señalábanse más en dar muerte a los varones

más ilustres, consumían toda la nobleza de laciudad con gran envidia, por miedo de la vir-tud, teniendo por seguridad única y muy gran-de quitar la vida a todos los principales: así fuémuerto Gorión con otros muchos, hombre muyprincipal en dignidad y linaje, y hombre que seholgaba en ver al pueblo más poderoso, hom-bre de gran espíritu y entendimiento, amadorde la libertad más que cuantos judíos había; yasí, entre las otras virtudes suyas, la libertadprincipalmente lo echó a perder.No pudo tampoco huir de las manos de éstosPirayta Nigro, varón muy conocido en las gue-rras hechas con los romanos; era llevado éstepor medio de la ciudad muchas veces, gritandoy mostrando las llagas que le habían sidohechas; llegando ya fuera de las puertas, des-confiando de su salud y vida, suplicaba que,por lo menos, después de muerto lo sepultasen:al principio dijéronle que ni aun la tierra que éltanto deseaba le sería concedida, y luego des-pués lo mataron; pero estando ya cerca de la

muerte, suplicó a Dios que los romanos lo ven-gasen de ella, y maldíjoles con hambre, y ade-más de la guerra, con pestilencia, y más de todoesto, con discordia y enemistad entre ellosmismos los unos contra los otros; y todo locumplió Dios con estos impíos, haciendo lo quefué muy justo, que primero unos se levantasencontra los otros, y con la discordia entre sí, ex-perimentasen sus atrevidas fuerzas.La muerte de Nigro les quitó el miedo que ten-ían de ser oprimidos: ninguna parte había delpueblo a la cual no le fuese buscada la muerte:unos eran muertos por haber resistido y con-tradicho a los otros ciudadanos, y para los queno habían ofendido en algo, no les faltaban suscausas en tiempo de paz: a los que no se ofrec-ían a ellos libremente y de voluntad propia,pensaban que los menospreciaban; los que lesobedecían eran tenidos por traidores; una era, ymuy semejante, la pena, así de los graves deli-tos, como de los que poco importaban, la cualera la muerte, y no se escaparon de esto sino los

que o eran muy bajos, o tenían muy pocos bie-nes.***

Capítulo IIDe la discordia que había entre los de Jeru-salén.

Todos los romanos tenían el ánimo en la ciu-dad, juzgando que la discordia de los enemigosera ganancia para ellos, y por tanto, incitaban aVespasiano, que tenía el poder y regimiento detodo, diciendo que por providencia divina losenemigos tenían entre sí la discordia; pero quebreve y fácilmente se podían mudar de aquelestado, y luego habían de volver en concordialos judíos, o por estar cansados de los dañosque de ellos mismos recibían, o por arrepentir-se.Respondió a éstos Vespasiano, que ignorabanciertamente en gran manera lo que hacer con-venía, deseando más mostrar como en teatro loque con sus armas y esfuerzo podían con peli-gro, que pensar entre sí lo que más convenientefuese, más útil y más provechoso: porque si

luego daban asalto a la ciudad, ellos mismoshabían de ser causa que los enemigos se con-cordasen y aviniesen, y levantarían las fuerzasde ellos contra sí mismos, las cuales aun esta-ban en su vigor y fortaleza; pero si se aguarda-ban, tendrían menos enemigos y menos resis-tencia cuando por discordia interna de ellosmismos fuesen consumidos. Dios, ciertamente,ordena mejor las cosas que vosotros, pues quer-ía entregar los judíos a los romanos, sin que enello tuviésemos trabajo, y quería dar a nuestroejército la victoria sin algún peligro, y que portanto, pues los enemigos con sus propias ma-nos se mataban con tan gran daño, es a saber,tan revueltos, debémoslos nosotros mirar ydejarlos en tal peligro, antes que pelear conhombres que desean la muerte, y que están conla rabia de sus corazones enloquecidos.Si alguno pensare que la gloria de la victoria sedisminuye y es menoscabada por no haber ba-talla, debe saber que es mucho mejor acabarcómodamente lo que se determina, que ponerlo

en esperanza de las armas y en fin incierto;porque no son de menos loor dignos los quecon prudencia, consejo y moderación dan fin aun negocio, que son aquellos que con hechos desu mano lo acaban: y él pensaba que entretantoque los enemigos se disminuían, tenían los paraesforzarse y rehacerse de sus trabajos.Este tiempo también, además de lo dicho, noera conveniente para lograr con sazón la honrade la victoria, porque los judíos no se ocupabanen edificar muros ni hacer armas, ni en juntarsocorros, de lo cual pudiese proceder daño, sise detenían, antes estaban en guerra ellos entresí mismos, y cada día se empeoraba su estadomucho más que los romanos mismos podrían,ni bastarían a hacer después de entrados: portanto, pues, los que consideraren nuestro bien ynuestra seguridad, dirán que los debemos dejarque se consuman ellos mismos, y los que tuvie-ren cuenta con la gloria de nuestros hechos,hallarán no deber poner nosotros las manosentre los que padecen por sí mismos, porque

fácilmente y con razón se diría después, que lacausa de nuestra victoria había sido estar losenemigos en discordia, y no nuestro esfuerzo.Diciendo estas cosas Vespasiano, los regidoresy capitanes consentían, y eran del mismo pare-cer, y luego se conoció cuán provechoso fué suconsejo y determinación, porque cada día mu-chos se pasaban a su parte, huyendo de lacrueldad de los zelotes; pero era muy difícilhuir de éstos, porque todas las salidas y lugarespor donde se podían salvar, estaban con mu-chas guardas; y si alguno, por cualquiera causaque fuese, era allí preso, en seguida lo mataban,diciendo que quería pasarse a los enemigos;mas quien les daba dineros, éste se libraba, ysólo era tenido por traidor aquel que no lo da-ba. Así, pues, salvando sus vidas los ricos conel dinero, los pobres solamente eran los muer-tos: juntaban por todas las calles los muertos,que eran muchos, y muchos de los que queríanhuir a los romanos, no osaban, y deseaban másmorir en su ciudad, porque parecíales algo me-

jor morir en su patria, por la esperanza que deser sepultados tenían.Habíanse encrudecido estos zelotes en tantamanera, que ni a los que dentro, ni a los quepor los caminos mataban, permitían sepulturani que fuesen enterrados, antes parecía que,además de querer quebrantar las leyes de supatria, querían también romper todo derechonatural, y ensuciar las cosas sagradas con suinjusticia contra los hombres; de tal manerasufrían que los muertos se pudriesen delante delos ojos de todos.Los que osaban sepultar los cuerpos muertosde los suyos, caían en el mismo peligro queaquellos que huían, y así luego tenía necesidadde sepultura aquel que osaba sepultar a otro.Para decir lo que conviene brevemente, ningu-na calidad del entendimiento estaba más per-dida entre éstos, que era la caridad y la miseri-cordia, y con estas cosas los malos más se in-dignaban, viendo la misericordia que los vivos

tenían con los muertos, y pasaban la ira que alos muertos tenían, con los que quedaban vivos.Estando los que quedaban en vida tan ame-drentados, parecían los muertos haber alcanza-do más reposo que los vivos, y más bienaven-turanza; y los que estaban presos, considerandolos tormentos que padecían, tenían por muchomás dichosos aquellos que eran muertos y es-taban sin sepultura, que a ellos mismos: que-brantaban todo derecho de hombres, reíanse deDios y de sus cosas; burlábanse de los profetasy de cuanto habían profetizado, no menos quesi fueran respuestas fabulosas. Habiendo, pues,ya menospreciado todas las leyes y ordenanzasque tenían hechas por sus antepasados en lascosas pertenecientes a la virtud, comprobaroncon la experiencia lo que mucho antes habíasido profetizado de Jerusalén: iba entre ellosaquella antigua profecía de que la ciudad habíade ser presa, y que sus leyes santas y las cosassagradas, habían de ser quemadas por ley deguerra, haciendo revuelta y sedición entre ellos,

habiendo ellos mismos primero ensuciado yviolado el templo con sus propias manos. Deestas cosas se quisieron mostrar ministros yejecutores los zelotes, como hombres que enello no dudaban.***

Capítulo IIIDel estrago de los gadarenses, y cómo se rindie-ron.

Pretendiendo Juan hacerse tirano, teníase porafrentado en no ser tenido en más que los otros,y juntándose con los peores que podía hallar,trabajaba en apartarse de aquellos con los cua-les estaba. Hacíase conocer y sentir en no obe-decer a los pareceres y determinación de losotros y en mandar más soberbiamente lo quequería.Juntábanse con él algunos por miedo, otros degrado, porque era hombre maravilloso en en-gañar y persuadir lo que quería; muchos porver que les era más seguridad seguirlo y hacerque la causa de las culpas cometidas se atribu-yese a uno y no a todos: también, porque erahombre muy esforzado y de buen consejo, teníamuchos de su guarda, aunque muchos de laotra parte contraria lo habían ya dejado por

tenerle envidia, pensando ser cosa grave suje-tarse a uno que poco antes era igual con ellos:tenían por cierto que, si una vez él tomabafuerzas, sería muy difícil derribarle, y temíanque, por haberle ellos resistido al principio, notomase ocasión fácilmente contra ellos paradarles la muerte: por tanto, pues, cada uno pre-ciaba más sufrir cualquiera cosa en la guerra,que, entregándose de voluntad, perecer comoesclavo. En esto, pues, se levantaron las parcia-lidades y revueltas, y Juan reinaba en la partecontraria y discordante con la otra: tenían éstostodas sus cosas muy en orden y muy fuertescon sus guardas, y así nada se hacía, o cierta-mente poco, cuando alguna vez acontecía tra-barse en alguna pelea o escaramuza: tonnaronprincipalmente contienda contra el pueblo, ytodos trabajaban por quién más robaría. Estan-do, pues, la ciudad muy trabajada con estas trescosas, guerra, señorío y revueltas o sediciones,parecióle al pueblo el menor mal de todos estostres, comparados entre sí, el de la guerra; por lo

cual, dejando los asientos de su patria natural,huían a los extranjeros, y por beneficio de losromanos alcanzaban salud, la cual no hallabanentre los mismos suyos naturales.El cuarto mal que padecían, y que se movió pordestrucción de esta gente, fué que cerca de Je-rusalén había un fuerte castillo, hecho para po-ner en él las riquezas necesarias para la guerra,edificado por los reyes antiguos para defenderen él sus vidas y curar sus cuerpos: llamábasepor nombre Masada; había sido éste ocupadopor aquellos matadores, porque deteníanse yrecogíanse allí con temor de robar cosas quefuesen más importantes. Viendo éstos que elejército de los romanos estaba ocioso, y que losjudíos habían salido de Jerusalén, por temor devenir en servidumbre y por la discordia queentre ellos tenían, atreviéronse a peores cosas ya mayores maldades.El día de la fiesta de la Pascua, que era fiestasolemnemente celebrada por los judíos en me-moria de la libertad y salida de la servidumbre

de Egipto, engañados una noche, los contrariosdieron asalto a un fuerte de Engada, de dondeecharon peleando a todos los judíos esparcidos,antes que pudiesen valerse ni tomar armas;pero de los que no pudieron huir o se cansaronhuyendo, entre muchachos y mujeres, mataronmás de setecientos, y dando después saco a lascasas, robaron los frutos que estaban ya madu-ros y lleváronselos a Masada, y éstos andabanrodando todos los lugarejos que estaban alre-dedor del castillo y destruyendo toda aquellaregión; llegándose cada día muchedumbre deaquellos hombres perdidos, moviéronse tam-bién a robar todos los lugares y partes de Judeaque estaban aún sin revueltas: y como sueleacontecer que cuando es fatigado el principalmiembro del cuerpo con algún dolor, es necesa-rio que todos los otros miembros lo sientan y seconduelan, así también por la revuelta de laciudad, y por la discordia que tenían, hallaronocasión y licencia los ladrones malos y perver-sos que de fuera estaban. Habiendo, pues, cada

uno por sí dado saco a su propio lugar, huíansedespués a la soledad o al desierto; conjurándo-se a compañías y juntándose unos con otroseran menos que ejército, pero muchos más queuna compañía de ladrones; acometían y entrá-banse por todos los lugares y templos que hab-ía: seguíase de aquí, como ser suele en las gue-rras, que eran muchas veces maltratados poraquellos que ellos mismos acometían, peroproveíanse ellos antes de la venganza, huyendoluego después que habían robado, y de estamanera ninguna parte había de Judea, la cual,juntamente con Jerusalén, ciudad excelentísi-ma, no pereciese.Dieron nuevas de esto a Vespasiano los que sehuían y se pasaban a él como mejor podían;porque aunque los revolvedores y amotinadosguardaban todos los pasos, y cuando alguno sellegaba a ellos luego a la hora lo mataban, em-pero había siempre algunos que huían y se pa-saban a los romanos secretamente, y amonesta-ban al capitán romano que socorriese a la ciu-

dad y conservase lo que del pueblo quedaba,porque muchos habían sido muertos por haberdeseado bien a los romanos, y muchos habíaaún vivos en peligro por la misma causa.Teniendo compasión Vespasiano, y misericor-dia de la destrucción de éstos, llegóse más cer-ca, como para poner cerco :a Jerusalén, aunquea la verdad no venía sino por librarlos del cercode aquellos malos, con esperanza principal desujetarlos, sin dejar por defuera algún impedi-mento que pudiese obstarle e impedirle el cer-co.Como, pues, ya hubiese llegado a Gadara, ciu-dad principal y la más fuerte de la región de laotra parte del río, a cuatro días del mes de mar-zo entró en ella: la gente principal de esta ciu-dad había ya enviado a Vespasiano embajado-res, haciéndole saber cómo estaban prestos pararendirse, y esta no menos por deseo de tenerpaz, que por guardar sus bienes y patrimonios.Había muchos ricos en Gadara, y los enemigosno sabían algo de la embajada que ellos habían

enviado a los romanos, sino que conociéronlopor ver que Vespasiano llegaba a la ciudad:desconfiaban de poder guardar la ciudad, porser en número menor que los enemigos quedentro de ella había, y por otra parte veían quelos romanos ya no estaban lejos. Si determina-ban huir, teníanlo por deshonra irse sin dar cas-tigo, y sin derramar sangre por los daños quehabían recibido: por esta causa prendieron aDoleso; era éste, en su dignidad y nobleza,príncipe de la ciudad, y aun había sido autor dedarse a los romanos, y luego lo mataron; y conla ira demasiada que tenían, habiendo azotadoa éste después de muerto, saliéronse de la ciu-dad.Llegándose ya después algo más cerca el ejérci-to de los romanos, con voces y alegría grandesrecibió todo el pueblo a Vespasiano dentro dela ciudad, y tomáronle la mano y su fe por se-ñal que serían libres de todo daño, y así envióparte de la gente que tenía de a pie y de a caba-llo contra los que huían: los muros habían sido

destruídos antes que los romanos llegasen, paradar fe y crédito de que deseaban la paz, si, aun-que quisiesen hacer guerra, mostraban serlesimposible. Vespasiano, enviando a Plácido conquinientos caballos y tres mil infantes contralos que de Gadara habían huído, volvíase contoda la otra gente a Cesárea.Los que huían, viendo los que venían detrás aperseguirles, antes de caer en manos de ellos,recogiéronse en un lugar que se llamaba Bet-henabro; y hallando allí muchos mancebos,armaron a unos de grado y a otros por fuerza, ysalieron locamente contra Plácido y contra lagente que con él venía. Al principio, cuando losromanos los vieron, hicieron como que huíanalgún poco, y esto fué por hacer retirar a losenemigos de los muros; pero después, cercán-dolos en un lugar oportuno, heríanlos con susarmas bravamente. Los judíos que huían eransalteados por la gente de a caballo romana; ylos que se trababan a pelear, eran muertos ydespedazados por la gente de a pie, sin que

pudiesen mostrar ya más atrevimiento; porquequisieron acometer a los romanos, estandoéstos juntos y muy en orden, rodeados con susarmas no menos que de un muro muy fuerte,de tal manera, que las armas y saetas que con-tra ellos echaban, no hallaban entrada ni cabidaalguna; además de esto, no eran bastantes pararomper el escuadrón, y eran muy heridos conlas saetas y armas de los romanos; y con todo seechaban ellos, muriendo como crueles bestias,unos por las armas de los romanos, y otros es-parcidos y derramados por la gente de a caba-llo, porque Plácido hacía gran diligencia encerrarles la vuelta al lugar, por lo cual corríamuchas veces hacia aquella parte; y haciendovolver a los que iban hiriendo, aprovechábasetambién contra ellos de saetas y dardos: matabacon ellos a los que más cerca estaban, y poníatan gran miedo a los que huían, que los hacíavolver, hasta tanto que, escapándose los quepudieron ser más fuertes, recogiéronse al muro.

Las guardas de él no sabían lo que debíanhacer. No podían sufrir que por causa de lossuyos fuesen los gadarenses echados, y si losrecibían, veían que habían de morir juntamentecon ellos, lo cual también sucedió como pensa-ban: porque siendo forzados a recogerse al mu-ro, saltaron contra ellos los caballos romanos;cerrando las puertas antes.Plácido allegó su gente, y estuvo combatiendoel muro hasta la tarde, hasta tanto que lo ganó,y con él también ganó el lugar. Aquí era enton-ces muerto el ignorante y desarmado vulgo;pero huían los que más fuertes eran: las casaseran robadas por los soldados, y el lugar fuétodo quemado.Los que se libraron huyendo de allí, movieron aque toda aquella región huyese; y levantabanmás de lo que era su propia destrucción, di-ciendo que todo el ejército de los romanos ven-ía: llenáronlo todo de temor y todo lo amedren-taron, y juntándose gran número de ellos,huyeron a Jericó; esta ciudad les daba alguna

esperanza de salud, por saber que era fuerte ymuy bien poblada.Plácido determinó seguirlos con su gente, con-fiado en el suceso próspero que había tenido,matando siempre a cuantos hallaba, hasta quellegó al Jordán. Y hallando toda la muchedum-bre que huía juntada y detenida por el gran ím-petu y fuerza del río, que venía tan grande ytan lleno con las aguas de las lluvias, no siendoposible pasar el vado, allí juntos los acometió.Fueron, pues, forzados a pelear, porque nopodían huir, v extendidos por lo largo de laribera recibían las armas de los de a caballo, porlas cuales muchos cayeron en el río heridos; losque por sus manos de ellos fueron muertos, lle-garon a número de trece mil; otros, no pudien-do sostener tanta fuerza, echáronse ellos mis-mos de grado en el río Jordán; este número erainfinito: fueron también presos dos mil doscien-tos hombres, con gran robo de ovejas, asnos, ca-mellos y bueyes.

Esta llaga que los judíos recibieron, aunque eraigual con todas las pasadas, pareció todavíamayor en sí de lo que era, no sólo por haberllenado toda aquella región, de la cual habíanhuído, de cuerpos muertos, pero aun tambiénporque el Jordán no podía hacer su camino: tanlleno estaba de hombres muertos.La laguna de Asfalte estaba también llena deellos, los cuales después fueron esparcidos pormuchas riberas.Habiéndole sucedido a Plácido todo próspera-mente, determinó ir a los lugares cercanos deallí y fuertes; y tomando a Juliada, Avila y Be-semoth, que estaban hacia la laguna de Asfalte,puso en cada uno de ellos los que le parecieronidóneos de los que a él se habían pasado. Po-niendo después su gente en navíos, sujetó a losque se habían recogido al lago.Toda aquella región se rindió a los romanos dela otra parte del río, y todo fué hasta Macherun-ta sujetado.***

Capítulo IVDe ciertos lugares que fueron tomados, y ladescripción de la ciudad de Hierichunta.

Estando aquí las cosas en este estado, súposecierta revuelta que en la Galia había, y cómo eljuez o regidor, juntamente con los principalesnaturales de allí, se habían rebelado contraNerón, de los cuales en otro lugar hemos condiligencia más largamente escrito.Movieron, con todo, a Vespasiano, sabidas es-tas cosas, a darse prisa en acabar aquella gue-rra, viendo que ya no habían de faltar guerrasciviles y peligros a todo el imperio romano,pensando que, pacificadas las partes de Orien-te, Italia estaría más segura y tendría menosque temer. Pero prohibiéndole el invierno eje-cutar su propósito y determinación, ponía sugente por guarnición en los lugares y fuertesque había por allí sujetado; y poniendo ciertosregidores en las ciudades, a los cuales llamaban

decuriones, trabajaba en restaurar muchas co-sas de las que habían sido destruídas.Vínose primero, acompañado de toda la gentecon que había venido a Cesárea, a Antipátrida;y habiendo puesto orden en esta ciudad, dete-niéndose en ella dos días, el tercero veníasepara Lida y Jamnia, destruyendo y quemandotoda la región que estaba alrededor de la señor-ía de Thamna. Y habiéndose dado estas dosciudades y sujetado a su fuerza, ordenó genteque quedase allí para habitarlas; él vínose aAmaunta, y ocupando la salida para la Metró-poli, que era Jerusalén, cercó de muro su cam-po; y dejando allí la quinta legión, partió contoda la otra gente hacia la tierra de Betleptón, ydespués de haber dado fuego y quemado todala región vecina y cercana de Idumea, guarne-ció todos los castillos y proveyó los que estabanen buen lugar. Habiendo tomado dos lugaresque estaban en medio de Idumea (era el unoBegabro, y el otro Cafartofo), mató allí más dediez mil hombres, y prendió casi mil; y sacando

toda la otra gente que había, puso en ellos granparte de sus soldados, los cuales iban destru-yendo todos aquellos lugares y talando todasaquellas montañas.Volvióse después él, con lo que le quedaba desu ejército, a Jamnia, y de aquí vino, por Sama-ritidá y por Nápoles, la cual llamaban los natu-rales de allí Maborta, a los dos días del mes dejunio, a Hierichunta, adonde uno de los regido-res, llamado por nombre Trajano, juntó con elejército de Vespasiano todos los soldados quepudo allegar por la otra parte del Jordán,habiendo ya vencido a cuantos allí estaban.El pueblo de Hierichunta, antes que los roma-nos viniesen, se había recogido a una regiónmontañosa que estaba frente a Jerusalén, y fue-ron muertos muchos que allí quedaron: hallódesolada la ciudad, la cual está en un llano fun-dada. Levántase junto a ella una montaña alta,aunque estéril, y es muy larga: llega desde laparte de Septentrión hasta los campos de Es-citópolis; y por la parte del Mediodía hasta So-

doma, y extiéndese por los términos del lago deAsfalte: es todo muy áspero, y por no produciralgún fruto, no se habita.Hay cerca de este monte otro alrededor delJordán; comienza desde Julia hasta el Septen-trión, y alárgase por el Mediodía hasta Sacra,que aparta la ciudad de Arabia, llamada Petrea,de estos términos.Está en esta parte aquel monte que se llamaFérreo: extiéndese hasta la tierra de Mohab.Hay una región entre estos dos montes que sellama el campo grande; éste se ensancha desdeel lugar llamado Gennabara, hasta la laguna delAsfalte: tiene de largo doscientos treinta, y deancho ciento veinte estadios, y pártelo elJordán.Hay allí dos lagos grandes, el de Asfalte y el deTiberia, y entrambos son contrarios de su natu-raleza: el uno es salado y estéril, y el de Tiberia,vulgarmente, y por lo más, es muy dulce y muyfértil; en tiempo de verano aquel llano se en-ciende con el ardor del sol, y gástase cuanto

ocupa con el mal aire que allí reina: sécanseletodas las cosas que tiene alrededor de él, excep-to el Jordán; de donde procede que las palmasque están en aquella ribera, florecen más y me-jor, y las que están de allí lejos, mucho menos.Hay cerca de Jericó una fuente muy grande ymuy abundante para regar todos aquellos cam-pos: nace cerca de la ciudad vieja que jesús, hijode Nava, capitán del pueblo de los judíos, habíaprimero ganado en la tierra de los cananeos.Dícese de esta fuente, que no sólo solía co-rromper los frutos de la tierra y árboles, peroaun dañaba a las mujeres preñadas, y lo co-rrompía todo con enfermedades y pestilencia;pero después perdió este furor, y había sidohecha muy saludable y muy fértil por el profetaEliseo, amigo y sucesor de Elías: porquehabiéndole los de Jericó hecho buena acogida, yhabiendo hallado en ellos toda amistad, satisfi-zo y pagólo a ellos y a toda su región con unagracia que les hizo, y fué que, partiendo para lafuente, tomó un vaso lleno de sal, y echólo en el

agua. Después, levantando sus manos al cielo yechando algunos alientos suyos en la fuente,rogaba que se amansase y que mostrase susaguas más dulces, convirtiendo la amargura endulzura y fertilidad grande, y hacía oración aDios que templase con mejor viento las aguas vaires de aquella tierra, y concediese que losvecinos de allí pudiesen gozar de la fertilidadde sus frutos, y dejasen sucesión de sus genera-ciones e hijos, y que no pudiese dañarles nifaltarles el agua, que suele ser el sustento de loshijos, entretanto que ellos fuesen buenos y jus-tos. Con estos ruegos, habiendo hecho muchasmás cosas que sabía hacer por sus manos,mudó las aguas de la fuente; y las que les solíanser antes causa de esterilidad y orfandad gran-de, les eran en este tiempo causa de abundanciaen frutos, en sus hijos y generaciones.Es, pues, ahora su regadío tan fértil y de tantafuerza, que en tocar la tierra solamente se hacemás fértil que quedando mucho encima de latierra, de tal manera, que los que gastan mucho

de esta agua, ésos tienen menos provecho; y losque menos de ella gastan, éstos tienen muchomás. Regía esta fuente muchas más tierras quetodas las otras; pasa setenta estadios de largo yveinte de ancho. Cría por allí huertos comoparaísos, muchos y muy abundantes, prin-cipalmente de palmas diversas, no menos en elsabor que que son más fértiles, cuyo fruto,puesto en prensa, da de sí mucha miel no peorque la otra, aunque da también mucha mielesta región; y es muy fértil en bálsamo, que esel fruto mejor y más precioso que allí nace.Produce también mucha alheña y mirabolano,de manera que quien dijere ser esta parte detierra muy mirada y amada por Dios, no errará,en la cual lo bueno y lo que es tan caro y tanpreciado, nace tan fértil y abundantemente;pero ni aun en todos los otros frutos que pro-duce hay región alguna en todo el universo quese pueda comparar con ésta: en tan gran mane-ra multiplica y acrecienta lo que en ella sesiembra. La causa de esto, según yo creo, es la

fuerza fértil del agua y el calor del aire, querecrea todo cuanto allí nace: aprieta esta aguatodas las raíces de, los árboles: dales fuerza enel verano, en el cual dificultosamente, con elgran calor y ardor del sol, puede producir algola tierra. Si sacan de esta agua antes que nazcael sol, con el viento que corre se enfría, y tomacontraria naturaleza de la del aire: en el invier-no se calienta, y se hace en el nombre, de lascuales hay algunas muy buena para regar loque está bajo de la tierra: es el cielo de esta re-gión tan templado, que cuando en otras partesde Judea nieva, los naturales de aquí van vesti-dos de lino: está lejos de Jerusalén ciento cin-cuenta estadios, y a sesenta estadios del Jordán:el camino hacia Jerusalén es desierto y pe-ñascoso; hacia el Jordán y la laguna del Asfalte,aunque es tierra más baja, todavía no es menosestéril y menos cultivada que la otra. Pero bastalo dicho de la fertilidad de Jericó.

Capítulo VDe la laguna del Asfalte.

Digna cosa pienso será, que sea contada y de-clarada la naturaleza de la laguna Asfalte. Estaes salada y muy estéril, y las cosas que de sí sonmuy pesadas, echadas en este lago se hacenmuy ligeras, y salen sobre el agua, y apenas hayquien se pueda ahondar ni ahogar en lo hondode ella.Vespasiano, que había venido allí por verla,mandó que fuesen echados en ella hombres queno supiesen nadar, con entrambas manos ata-das a las espaldas; e hízolos echar de alto quecayesen en la laguna, y sucedió que todos vol-vieron, como por fuerza del aire, a parecer en-cima del agua. Múdase también el color de estaagua maravillosamente tres veces cada día, yresplandece de diversos colores con los rayosdel sol: echa de sí como terrones de pez en mu-chas partes, los cuales van nadando por encima

del agua tan grandes como toros sin cabezas, opor lo menos muy semejantes.Los que conocen y saben de esta laguna, vienena coger lo que haber pueden de la pez, y llévan-selo a las naos; pero aunque cuando la toman yponen en ellas está entonces más amiga y másblanda, después no pueden romperla, antes pa-rece que tiene atado el navío, hasta tanto quecon la orina y purgación de la mujer se despe-ga.No es sólo provechosa para las naos, sino tam-bién se pone de ella en muchas cosas para curasy medicinas del cuerpo humano: tiene este lagoquinientos ochenta estadios de largo, y extién-dese hasta Zoara, ciudad de Arabia, y tiene deancho ciento cincuenta estadios.Vecina es de este lago la tierra de Sodoma, fértilen otro tiempo, tanto en sus frutos como en lariqueza; ahora toda está quemada, y tiénese porcierto haber sucedido, y haber sido destruidapor la impiedad e injusticia grande de los queallí habitaban, con rayos y con fuego del cielo,

pues aun hoy hay señales y reliquias de estefuego enviado por Dios, y puédense ver aún lasseñales de los cinco lugares o ciudades; y losfrutos que nacen en aquellas cenizas son de loscolores de ellas, no menos aparentes que si fue-sen muy buenos para comer.; pero en las ma-nos del que los toma se resuelven en ceniza yen humo: por lo que parece ahora en la tierrade Sodoma, se cree fácilmente ser así lo que fuéy pasó en ella.***

Capítulo VIDe la destrucción de Gerasa, y juntamente de lamuerte de Nerón, Galba y Othón.

Deseando Vespasiano cercar por todas parteslos moradores de Jerusalén, levantó unos casti-llos en Jericó y en Adida, puso en ambas partesguarnición de gente romana y de la que le hab-ía venido en socorro. Envió también a Gerasa aLucio Annio, dándole parte de su caballería ymucha infantería: éste, en el primer combateque dió a la villa, la tomó y mató mil mancebosque estaban en guarda, que no pudieron sal-varse: llevó cautivas todas las familias, y per-mitió que sus soldados diesen saco a toda laciudad; y habiendo después puesto fuego atodas las casas, dió contra los lugares que habíapar allí cerca.Huían los que eran poderosos: los que no loeran, eran muertos; y todo cuanto podían haber

era puesto a fuego y destruídos todos los luga-res por la fuerza de la guerra, así las montañas,como los que estaban por lo llano: los que viv-ían en Jerusalén no podían salir de allí, porquelos que deseaban huir eran detenidos por loszelotes; y los que eran enemigos de los roma-nos, estaban rodeados y cercados por el ejército.Habiendo, pues, Vespasiano vuelto a Cesárea, yaparejándose para ir con todo su ejército contraJerusalén, fuéle contada la muerte de Nerón, elcual había muerto después de trece años y ochodías de su imperio. Dejo de contar con cuántasdeshonestidades afeó el imperio, con aquellosbellacos Ninfidio y Tigilino, dejando la repúbli-ca romana a hombres muy indignos de ella: ycómo, preso por asechanzas de sus mismoscriados y libertos, desamparado de toda laayuda de los senadores, huyó con cuatro cria-dos suyos de los más fieles a un burgo, adondese mató él mismo; cómo fueron después demucho tiempo muertos aquellos que le acom-pañaron, y cómo se acabó la guerra de la Galia,

también cómo vino de España Sergio Galba,elegido por emperador, y cómo fué muerto enmedio de la plaza, reprendido por los soldadoscomo hombre mujeril, afeminado y para poco,y fué declarado Othón por emperador, y cómotrajo su gente contra el ejército de Vitelio.No me alargo en contar todas las revueltas queVitelio causó, ni la batalla que se dió cerca delCapitolio: menos cómo Antonio, Primo y Mu-ciano mataron a Vitelio y apaciguaron los ejér-citos de los germanos: todo esto paso por silen-cio, confiado que muchos, así griegos comoromanos, se han ocupado en dar de ello largacuenta; pero por la orden y continuación deltiempo, por seguir la historia y por no cortarlaen parte alguna, he tocado lo principal suma-riamente.Vespasiano, pues, alargaba y difería la guerracon los de Jerusalén, esperando a quién elegir-ían por emperador después de Nerón: masdespués que supo que Galba imperaba, no hac-ía cuenta de nada, antes tenía muy determina-

do no fatigarse ni trabajar en algo sin que eldicho Galba le escribiese primero sobre las co-sas de la guerra. Todavía le enrió a su hijo Titopara darle el parabién, y que supiese lo quemandaba que hiciese de la guerra que con losjudíos tenía comenzada.Por esta misma causa navegó Agripa a versecon Galba, y pasando a Acáya con sus naos enel invierno, aconteció que Galba fué muertodespués de siete meses y otros tantos días queera emperador.Sucedióle Othón en el imperio, y gobernó larepública tres meses.No se espantó con todas estas mutacionesAgripa, antes prosiguió su camino a Roma.Tito pasó de Acaya a Siria casi movido por vo-luntad de Dios, y de allí vínose a Cesárea a supadre muy oportunamente y muy a tiempo.Estando, pues, suspensos de todo, ondeando elimperio y señorío romano, sin saber en quién sesostendría, menospreciaban y no tenían tantacuenta con la guerra de los judíos; y teniendo

miedo sucediese algo a su patria, temían aco-meter y emprender guerra contra los extranje-ros.***

Capítulo VIDe Simón Geraseno, príncipe de la nueva con-juración.

En este medio se levantó otra guerra dentro deJerusalén.Había un hombre llamado Simón, hijo de Gio-ra, natural de Jerasa, mancebo en edad y menosviejo que Juan en sus astucias, el cual hacía mu-cho tiempo que se había apoderado de la ciu-dad; mas era mucho más esforzado y atrevidoque Juan. Por lo cual, después que fué echadode la gobernación acrabatena principal por elpontífice Anano, juntóse con los ladrones quese habían alzado en Masada. Al principio tenía-se de éste gran sospecha, y le mandaron pasaral castillo que estaba más bajo con las mujeres

que había consigo traído, y ellos estábanse en elmás alto: otras veces, por ser tan conformes ytan parientes en las costumbres, parecía serhombre muy fiel, porque él era capitán de losque salían a robar: robaba y destruía todo aquelterritorio de Masada juntamente con los otros,sin tener temor de ellos, esforzándolos paracosas mayores.Era muy deseoso de señorear y codiciaba hacergrandes cosas; pero al saber la muerte de Ana-no, salióse hacia las montañas, y prometiendocon voz de pregón a sus esclavos la libertad ygran premio a los que eran libres, juntó consigocuantos bellacos había en todas aquellas partes,y habiendo alcanzado ya bastante ejército, ibarobando todos aquellos lugares que por losmontes había. Y juntándosele siempre muchosen compañía, osaba bajar a los lugares que es-taban por bajo; iba ya de tal manera, que lasciudades temían de él ciertamente: muchos delos más poderosos estaban amedrentados porver su fuerza y cuán prósperamente le sucedían

las cosas, y no era ya ejército de esclavos y la-drones solamente, sino aun muchos de los pue-blos le obedecían no menos que a rey.Corrían toda la tierra acrabatena, y toda laIdumea Mayor. Tenía un lugar llamado Naínpor nombre, cercado de muro como castillo,para su guarda. En el valle que llaman de Faránensanchó muchas cuevas, además de muchasotras que halló aparejadas y muy en orden, delas cuales se servía de lugar para guardar loque robaba: ponía allí todos los frutos que hur-taba, y había muchas compañías que allí se re-cogían; no dudándose que daría que hacer a losde Jerusalén con su gente y aparejo.Por esto, temiendo los zelotes algunas asechan-zas, y deseando cortar el hilo al que veían subirdemasiado contra ellos, salieron muchos arma-dos. Vínoles delante Simón, y trabando peleaentre ellos, mató muchos, e hizo que se retira-sen todos los demás a la ciudad; pero no osócercarlos por no confiar tanto en sus fuerzas, yasí trabajó en sujetar primero a Idumea.

Venía con veinte mil hombres en orden de gue-rra contra ella: los principales idumeos juntaronde aquellos campos y lugares casi veinticincomil hombres, de los que eran más aptos para laguerra; y dejando muchos más que guardasensus casas y haciendas, por causa de aquellossalteadores que estaban en Masada, vinieron aesperar a Simón en los términos de Idumea,adonde rompieron ambas partes; y peleandotodo el día, fuése después sin vencer y sin servencido.El fué a un lugar llamado Naín, y los idumeosse volvieron a sus tierras.No mucho después venía Simón con ejércitomayor contra ellos, y puesto su campo en unlugar que se llama Thecue, envió a los que es-taban en guarda del castillo Herodión (el cualestaba cerca) un compañero suyo llamado Elea-zar, para persuadirles que le entregasen el casti-llo: tomáronlo las guardas, no sabiendo aún lacausa de su venida, aunque después que leshubo hablado y dicho que se rindiesen, desen-

vainaron contra él y persiguiéronlo, hasta tantoque, no hallando lugar ni manera para huir, seechó del muro en el foso, y de esta manera lue-go murió.Temiendo los idumeos las fuerzas de Simón,parecióles, antes de salir a la batalla, probar ydescubrir la gente que el enemigo traía; ofreció-se para hacer esto prontamente Diego, uno delos regidores, pensando hacerles traición. Partiendo, pues, de Oluro, porque en este lu-gar estaba el ejército de los idumeos recogido,vínose a Simón, y concertóse primero con él deentregarle su propia patria; y tomándole la pa-labra y la fe, que sería siempre muy su amigo,prometiéndole lo mismo de toda la Idumea.Habiéndole Simón por estos conciertos dado ungran banquete con grande amistad, animadocon grandes promesas, en la hora que volvió alos suyos, fingía con maldad que el ejército deSimón era mucho mayor; y habiendo despuésamedrentado a los capitanes y regidores, y atoda la otra gente popular, trabajaba en per-

suadirles que recibiesen a Simón y le dejasen elseñorío y mando sobre todos, sin pelear sobreello.Tratando estas cosas, enviaba también mensaje-ros que hiciesen que Simón saliese hacia ellos,prometiendo derribar y vencer a los idumeos,lo cual también ejecutó: porque llegándose ya elejército, saltó luego en su caballo, y huyó contodos los compañeros que en aquella maldadestaban corrompidos.Amedrentóse con esto todo el pueblo, y antesque viniesen a pelear, rompieron el orden conque venían, y volvióse cada uno a su casa.De esta manera, pues, entró Simón sin que talpensase, en Idumea, sin derramamiento algunode sangre; y acometiendo el primer fuerte, queera Hebrón, lo tomó improvisadamente; y allíhizo gran saqueo y robó muchos frutos.Los naturales de aquí dicen que Hebrón no sóloes más antiguo que todos los lugares y villas deIdumea, más aún también que Menfis, en Egip-to, y se cuentan dos mil trescientos años des-

pués de su edificación: y cuentan que fué habi-tación de Abraham, padre de los judíos, des-pués que dejó los asientos de Mesopotamia, yque sus descendientes pasaron de aquí a Egip-to, cuyos monumentos y antigüedades aun pa-recen en la misma ciudad, hechos de mármolmuy hermoso.A seis estadios de este lugar está aquel grandeárbol Terebintho, y dícese que dura hasta aho-ra, criado desde el principio del mundo.De aquí pasó Simón por toda la Idumea, ro-bando no solamente las ciudades y lugaresadonde entraba, pero aun talando y destruyen-do las tierras; porque además de la gente dearmas que lo seguía, iban con él cuarenta milhombres, y por ser tantos no tenían bastanteprovisión de las cosas necesarias.Añadíase la crueldad de Simón a todas estasnecesidades, y además de ésta, su ira, con lacual causó mayor destrucción a toda Idumea. Ycomo suele parecer el campo sin hojas despuésque la langosta ha pasado por él, así también

por donde quiera que el ejército de Simón pasa-se, cuanto atrás dejaba, todo quedaba desierto ydestruido: quemaba lo uno, destruía y derriba-ba lo otro, y poniendo bajo de los pies cuantodentro de la ciudad o en los campos había na-cido; caminando por la tierra labrada, la Hacíanmás dura que si fuera la más estéril del mundo;de manera que por donde ellos pasaban yadonde echaban la mano, no quedaba señalpara conocer haber sido algo en otro tiempo.Todas estas cosas movieron a los zelotes a queotra vez se revolviesen; pero temieron salir apelear con ellos, y descubiertamente hacerlesguerra: mas poniendo asechanzas y espías porlos caminos, hurtaron la mujer de Simón, y mu-chos más de aquellos que le obedecían y esta-ban en su servicio, v luego se vinieron a su ciu-dad no con menor alegría que si hubieran presoa Simón, confiando que luego el dicho Simóndejaría las armas, y vendría a suplicarles por sumujer.

Por haberse llevado los enemigos a su mujer,no se amansó Simón, antes, mucho más airado,al llegar a los muros de Jerusalén, como unafiera herida y embravecida por no poder cogera aquellos que la han herido, así mostraba sufuria y su locura contra cuantos hallaba: yhabiendo unos salido fuera de los puertas portraer hierbas, sarmientos y otras hortalizas,tanto los viejos como los mozos, a todos losazotaba hasta la muerte; de tal manera, quesolamente parecía no quedarle otra cosa, segúnera la ira e indignación de su ánimo, sino comery hartarse de los cuerpos de los muertos: a mu-chos cortaba las manos, y dejábalos volver a laciudad, haciendo con esto que sus enemigos seamedrentasen y le tuviesen gran miedo, y tam-bién por excusar tantos daños y librar al pueblode ellos.Mandábales que dijesen cómo Simón jurabapor el Dios regidor de todas las cosas, que si nole volvían muy presto su mujer derribaría elmuro de la ciudad, y daría el mismo castigo a

cuantos dentro estaban, sin perdonar a viejo nimozo de cualquiera edad que fuese; y los queno merecían pena, pagarían también la culpacon los pecadores; hasta tanto que hizo conestos mandamientos que se amedrentasen, nosólo el pueblo, pero aun también con él los ze-lotes, y le enviaron a su mujer, con lo cual élablandó su ira, su fuerza un poco, y cesó en lamatanza grande que hacía.***

Capítulo VIIIEn el cual se cuenta el fin de Galba, Othón,Vitelio y lo que Vespasiano hacía.

No sólo había revueltas en Judea en este mismotiempo, pero aun toda Italia estaba en discordiay guerras civiles: porque después que Galba fuémuerto en medio de la plaza, Othón fué elegidopor emperador, y éste guerreaba con Vitelio, elcual quería levantarse con el imperio, porque lagente germana lo había ya escogido y nombra-do por emperador. Y habiendo dado la batallaen Brebiaco, ciudad de Italia, a Valente y Ceci-na, capitanes de Vitelio, el primer día fuéOthón vencedor; pero luego el siguiente los deVitelio. Después de muchos muertos y de haberentendido que la parte contraria había alcanza-do victoria, Othón mismo se mató estando enBrixelo, imperando dos años y tres meses.Sucedió que la gente de Othón se juntó con loscapitanes de Vitelio, y Vitelio ya venía a Roma,

cuando a los cinco días de junio, Vespasiano,partiendo de Cesárea, vino contra las tierras deJudea que no había aún sujetado; así subió pri-mero a las montañas, y sujetó dos señorías: launa era la Gosnitica, y la otra la Acrabatena;luego después a Bethel y a Efrem, que eran dosfuertes: y poniendo en ellos su gente de. guar-nición, veníase ya hacia Jerusalén.A muchos que hallaba en el camino mataba, y amuchos otros prendía.Uno de sus capitanes, llamado Cercalo, conparte de la caballería y parte de la infantería,destruía la Idumea que se dice superior, y diófuego al castillo Cafetra, el cual tomó de cami-no, y combatía con su gente el otro que se llamaCafaris, harto fuerte por estar cercado de unfuerte muro; y pensando que se detendría allíalgún tiempo, los de la ciudad abriéronle laspuertas, y humildes se entregaron.Sujetados éstos, Cercalo partió para Chebrón,otra ciudad muy antigua, fundada, como dije,en las partes montañosas, no muy lejos de Jeru-

salén; y entrando por fuerza, mató a cuantosdentro hallar pudo, así mozos, como niños yviejos; y quemó después la ciudad.Habiéndolo, pues, ya ganado todo, excepto elcastillo llamado Herodio, Masada y Macherun-ta, que estaban entonces por ios ladrones y sal-teadores, ya no tenían los romanos otra cosasobre los ojos sino a Jerusalén, la cual ciudadsolamente faltaba por ganar.***

Capítulo IXDe los hechos de Simón contra los zelotes.

Habiendo Simón recibido de los zelotes su mu-jer, púsose en camino para seguir lo que deIdumea le quedaba: afligidos, pues, por todaspartes, hizo que muchos huyesen a Jerusalén, yél también aparejaba su camino para allá.Cercando, pues, los muros, si hallaba que algu-no de los trabajadores, viniendo del campo, sellegaba al pueblo, luego lo mataba. Más cruelera Simón con el pueblo que hallaba por defue-ra, que los romanos; y los zelotes por de dentroeran mucho más crueles que Simón y que losromanos, porque los galileos los incitaban ymovían con nuevas invenciones y con hechosmuy atrevidos. Ellos habían levantado y hechopoderoso a Juan, y Juan, por agradecerles loque habían hecho por él, permitíales hacercuanto querían.

Los hurtos, la codicia, y la inquisición que hac-ían en las casas de los ricos, eran insaciables entodo. Mataban los hombres y deshonraban lasmujeres por juego y pasatiempo; y comiendo lasangre y bienes de la gente sin temor y sinalgún miedo, después de haberse hartado, ar-diendo de lujuria y deseo desordenado de lasmujeres, vestidos con hábito de mujeres, arrea-dos los cabellos y lavados con ungüentos, her-moseábanse los ojos por agradar con su formay gentileza: imitaban no sólo la manera de lasmujeres en el vestir, pero aun también la des-vergüenza de ellas, y con fealdad y suciedaddemasiada, hacían ayuntamientos contra todaley y derecho: estaban como en un lugar des-honesto y público, y profanaban la ciudad conmaldades y hechos muy sucios y sin vergüen-za.Todavía, aunque parecían mujeres en la cara,eran muy prontos para hacer matanzas y darmuerte a muchos: y perdiendo sus fuerzas conlas cosas que hacían, todavía saliendo a pelear,

luego estaban inuy hábiles; y sacando las espa-das debajo de los vestidos que de diversos colo-res traían, mataban a cuantos acaso les veníanal encuentro.Los que huían de Juan, daban en manos máscrueles, es a saber, de Simón, y de esta manerael que huía del tirano de dentro, daba en poderdel otro que cerca estaba, y era luego muerto.Estaba cerrado por todas partes el paso a losque quisiesen huir y recogerse a los romanos.Los idumeos que estaban entre las compañíasde Juan, discordaban; y apartándose de losotros, armáronse contra el tirano, no menos porenvidia de verlo tan poderoso, que por odio dever su gran crueldad; y peleando con la otraparte, mataron muchos de los zelotes, e hicie-ron recoger todo lo restante de la gente al Pala-cio Real que había Grapta edificado; ésta erauna parienta de Izata, rey de los adiabenos.Entrando, pues, en él por fuerza los idumeos,hicieron que los zelotes se recogiesen en eltemplo, después de lo cual robaban el dinero

que Juan allí tenía, porque él solía vivir en elpalacio, y había puesto y dejado allí los despo-jos del tirano.Estando en estas cosas los zelotes, que andabanesparcidos por la ciudad, juntáronse con aque-llos que habían huido al templo, y Juan deter-minaba hacerlos salir contra el pueblo y contralos idumeos. No se había de temer tanto lafuerza de éstos, cuanto el atrevimiento de quesaliesen de noche calladamente del templo, ydesesperándose ellos mismos, pusiesen fuego ala ciudad. Por esto, juntos con los pontífices,buscaban manera para guardarse de esto; peroDios mudó aún en peor el parecer de esta gen-te, que pensaba alcanzar remedio con cosa aunpeor que la muerte; porque determinaron echara Juan, recibir a Simón, y dar lugar al otro tira-no, y aun suplicárselo con ruegos. Pusieron estadeterminación en efecto, y enviaron al pontíficeMatías que rogase a Simón, a quien antes hab-ían muchas veces temido, que viniese y entrase;lo mismo también, juntamente con éstos, roga-

ban a aquellos que habían huido de Jerusalénpor temor de los zelotes, con deseo cada uno derecobrar su casa y hacienda.Prometiéndoles él hacerse señor de todo dema-siado soberbiamente, entró como por librar laciudad de tantos agravios, gritándole todosdelante como a hombre que les traía la salud; yal estar dentro con su gente, luego pensó enalzarse con todo, y tenía por no menos enemi-gos aquellos que lo habían llamado, que a losotros contra quienes había venido.Siéndole prohibido a Juan salir del templo conla muchedumbre de los zelotes que consigotraía, habiendo perdido cuanto tenía en la ciu-dad, porque Simón con sus compañeros lo hab-ía robado, desesperaba ya de alcanzar salud.Acometió Simón el templo, ayudándole el pue-blo: aquéllos trabajaban en resistirles por losportales y torres que había, y muchos de la par-te de Simón eran derribados, y muchos se re-cogían heridos, porque los zelotes hacia la ma-no derecha eran más poderosos, y allí no pod-

ían ser heridos. Y aunque de sí el lugar les fa-vorecía, habían también hecho cuatro grandestorres, por poder tirar de allí sus armas contralos enemigos: una a la parte oriental, otra haciael septentrión, la tercera encima del portal: en laotra ladera, hacia la parte baja de la ciudad,estaba la cuarta sobre el aposento de los sacer-dotes, adonde, según tenían costumbre, solíaun sacerdote ponerse al mediodía como en unpúlpito, y hacer saber, significándolo con sonde trompeta, cuándo era el sábado de cada se-mana, y luego a la noche, cuándo se acababa; yhacían saber al pueblo cuáles eran los días detrabajo y cuáles los de fiesta.Ordenaron por estas torres muchas ballestas eingenios para echar grandes piedras, y pusie-ron también muchos ballesteros y hombreshábiles en tirar de la honda.Con estas cosas, algo con menos ánimo se mov-ía Simón a hacerles fuerza, como muchos de lossuyos aflojasen; pero confiando que tenía ma-yor ejército, llegábase más cerca, porque las

saetas e ingenios que tiraban, como alcanzabana muchos, así también los mataban.***

Capítulo XDe cómo Vespasiano fué elegido emperador.

No faltaron males a los romanos en este mismotiempo, porque Vitelio había venido de Ger-mania con ejército y muchedumbre de otra gen-te; y como no pudiesen caber en el lugar y alo-jamiento que les había sido señalado, servíasede toda la ciudad como de tal, y llenó todas lascasas de gente de armas. Como éstos viesen lasriquezas de los romanos, cosa muy nueva de-lante de ellos, espantados al ver tanto oro ytanta plata, apenas podían refrenar su codicia,de tal manera, que ya se daban a robar y mata-ban a los que trabajabn en defenderse e im-pedírselo. Ls cosas, pues, de Italia, en tal estadoestaban. Habiendo ya Vespasiano destruido todo cuan-to cerca de Jerusalén había, volvíase haciaCesárea, y entendió las revueltas de los roma-nos, y que Vitelio era el príncipe de ellas. Con

esto recibió gran enojo, no porque no supiesetambién sufrir el imperio de otro como imperarél mismo, pero por tener por señor muy indig-no aquel que se había alzado con el imperio. Nopodía, pues, sufrir este dolor con el tormentoque le daba, ni podía tampoco entender ni darrazón en otras guerras, viendo que su patria eradestruida. Pero cuanto la ira lo movía a tomar venganzade esto, tanto también se detenía por ver cuánlejos estaba, y que la fortuna podía innovarmucho las cosas antes que él llegase a Italia,principalmente siendo invierno. Por esto traba-jaba en refrenar algo más su ira. Los capitanes,juntamente con los soldados, trataban ya públi-camente de aquellas mutaciones tan grandes, ydaban gritos, muy indignados y con enojo, porsaber que había alojado gente de guerra dentrode Roma, diciendo que estaba holgazana yperdían la reputación y nombre que de hom-bres de guerra tenían, pudiendo dar el imperioa quien quisiesen, y elegir emperadores, con la

esperanza que de su propia ganancia tenían.Que ellos, que estaban envejecidos con las ar-mas, después de tantos trabajos, a otros dabanel poder, teniendo entre ellos varón que másdignamente merecía el imperio; y que si deja-ban perder esta ocasión, ¿cuándo podrían me-jor, con más justa y razonable causa, hacerlegracias y pagarle según su amistad y benevo-lencia requería? Y que tanto era más justo que fuese elegido poremperador Vespasiano y no Vitelio, cuantoeran más dignos, y para ellos mismos, que noaquellos que lo habían declarado y elegido;porque no habían ellos sufrido menos guerrasque aquellos que habían venido de Germania;ni eran para menos en las cosas de las armasellos, que aquellos que sacaba de Germanía eltirano. Y que en elegir a Vespasiano no habríaduda ni revuelta alguna, porque ni el Senado niel pueblo romano habrían de querer más lascodicias y deshonestidades de Vitelio, que labondad y vergüenza de Vespasiano; ni por un

emperador bueno, un cruel tirano; ni habríande desear por príncipe al hijo y desechar al pa-dre; porque gran seguridad y defensa es de lapaz la verdadera bondad en el emperador. Por tanto, si el imperio se debía dar a quienfuese viejo, sabio y experimentado, ya tenían aVespasiano; y si a quien fuese mancebo y esfor-zado, con ellos estaba Tito; que de la edad deentrambos podían elegir lo que más fuese con-veniente, y que no sólo mostrarían ellos haberde valer el emperador que ellos habían decla-rado, teniendo tres legiones y más ayuda detantos reyes; pero aun también todo el Orientey parte de la Europa que no temían a Vitelio.Además de esto tenían en defensa de Vespasia-no, en Italia, un hermano suyo y un otro hijo, eluno de los cuales confiaban que había de juntarconsigo la mayor parte de los mancebos y ju-ventud romana, y el otro era regidor de la ciu-dad, que es parte muy principal en la eleccióndel emperador. Y si finalmente ellos cesasen,por ventura el Senado romano les declararía un

tal príncipe a quien no tuviesen por bastante nisuficiente los soldados. Estas cosas se hablaban al principio en secreto;y después, animando los unos a los otros, pro-clamaron por emperador a Vespasiano, y rogá-banle que defendiese el imperio, que en tangran peligro estaba. Éste había tenido en otrotiempo cuidado de todo; pero, en fin, ahora noquería imperar, teniéndose por sus hechos pormuy digno de ello; preciaba más tener segurasu vida, que ponerse en peligro por ensalzar yengrandecer su fortuna. Cuanto más él rehusaba, tanto más los capita-nes lo importunaban y los soldados le amena-zaban, rodeándolo y poniéndolo en medio desus armas, que lo matarían si no quería vivir yrecibir la honra que sus hechos merecían: mas,en fin, aunque lo rehusó mucho tiempo, hubode recibir el imperio, no pudiendo excusarse nihacer otra cosa con aquellos que lo habían de-clarado por emperador.***

Capítulo XIDe la descripción de Egipto y de Faro.

Determinó dar primero razón a las cosas deAlejandría, aunque Muciano y todos los otroscapitanes, regidores y todo el ejército, le dabangrita y movían que los llevase contra los ene-migos; y sabía que la mayor parte del imperioera Egipto, por causa del mucho trigo que allíse cogía; y si una vez lo podía ganar y apode-rarse de él, confiaba derribar a Vitelio por fuer-za, si aun perseveraba en su porfía de quererser emperador; porque el pueblo, muriéndosede hambre, no había de poderlo sufrir.Deseaba también juntar con su gente dos legio-nes que estaban en Alejandría. Pensaba queaquellas tierras le servirían para defendersecontra toda adversidad, si algo sucedía de mal;porque es ésta una tierra muy difícil de entrar,porque no tiene puerto por la mar; tiene tam-bién por la parte occidental la Libia seca, y por

el Mediodía tiene un límite que aparta a Sienede Etiopía; no es parte esta navegable, por cau-sa de los grandes sumideros del río Nilo.Tiene por el oriente el mar Bermejo, el cual seensancha hasta la ciudad de Copton; tiene porla parte septentrional otra defensa y fuerte, quees la tierra hasta Siria y el golfo que llaman deEgipto, sin algún puerto. De esta manera, pues,está Egipto seguro por todas partes. Alárgaseentre Pelusio y Siene por dos mil estadios; y dePintina hasta Pelusio hay navegación de tresmil seiscientos estadios; por el Nilo se subehasta una ciudad que se llama Elefantina, connaos; porque los sumideros, como arriba diji-mos, prohiben el camino más adelante.El puerto también de Alejandría, por muchapaz que haya, siempre suele ser muy difícil deentrar en él, porque su entrada es muy angosta;y con las rocas que tiene escondidas en sí, apár-tase de su camino derecho: por la parte iz-quierda se le hacen como unos brazos; a la par-te diestra tiene la isla de Faro, adonde hay una

gran torre que alumbra a los navegantes portrescientos estadios, para que de muy lejos sepuedan guardar y proveerse en la necesidadque tienen para llegar y recoger sus naos. Alre-dedor de esta isla hay muros hechos con obragrande y maravillosa, en los cuales bate la mar;y rompiendo en ellos las olas, hácese más difi-cultosa la entrada y tanto más peligrosa; peroya cuando están dentro del puerto, están muyseguros: es grande más de treinta estadios, yllegan allí cuantas cosas faltan a esta tierra, ysale también de lo que ella tiene por todo elmundo.Por esto, pues, no sin causa deseaba ganar Ves-pasiano las cosas de Alejandría, para confirmartodo el imperio. Queriendo poner esto en efec-to, envió cartas a Tiberio Alejandro, el cual reg-ía estas partes y a todo Egipto, mostrándole enellas la alegría de su gente; y que habiendo élrecibido, por serle tan necesario, el imperio,quería que le ayudase, y se quería servir de sudiligencia.

En la hora que Alejandro leyó la epístola deVespasiano, con ánimo muy pronto tomó eljuramento a sus legiones y a todo el pueblo;obedeciéronle todos con pronta voluntad, co-nociendo la virtud y valor de Vespasiano, de loque antes había hecho y administrado. Éste,pues, con el poder que le fué concedido, apare-jaba lo que era necesario para la venida delemperador, y todo lo que el imperio requería.

Capítulo XIICómo el emperador Vespasiano dió libertad aJosefo.

Sabido, antes de lo que es posible pensar, queVespasiano era elegido por emperador en elOriente, luego la fama se divulgó en todas par-tes. Todas las ciudades hacían fiestas y celebra-ban sacrificios por la alegría de tal embajada.Las legiones y gente que había en Mesia y enPanonia, que poco antes se habían levantado

por saber el atrevimiento y audacia de Vitelio,prometieron servir a Vespasiano con mayoralegría y gozo.Habiendo después Vespasiano vuelto de Cesá-rea y llegado a Berito, recibió allí muchos em-bajadores que le venían delante, de Siria y deotras muchas provincias, presentándole cadauno por sí las coronas, y dándole el parabiénmuy solemnemente.Presentóse también Muciano, regidor de Egip-to, denunciándole la gcneral alegría y conten-tamiento de todos aquellos pueblos, y hacién-dole saber el juramento que había hecho hacer,y cómo todos lo habían recibido por príncipe yseñor. Sucedíale a Vespasiano su fortuna entodas partes conforme a sus deseos; y viendo lamayor parte de las cosas inclinadas a su parte,comenzó a pensar que no había recibido la ad-ministración del imperio sin providencia deDios, y que su justa suerte lo había traído yhecho llegar a ser el príncipe mayor del univer-so. Acordándose de muchas señales y otras

cosas, porque muchas cosas le habían aconteci-do que le mostraban manifiestamente haber deser emperador, acordóse también de lo queJosefo le había dicho, viviendo aún Nerón,dándole el hombre de emperador; maravillába-se de este varón, que aun estaba en la cárcel ocon guardas, por lo cual, llamando a Mucianocon sus amigos y regidores contóles cuán vale-roso había sido Josefo, y cuánto trabajo habíasufrido en vencer a los de Jotapata por su cau-sa; después también les dijo cómo le había pro-fetizado estas honras, las cuales él pensaba quepor temor eran fingidas; mas el tiempo habíamostrado la verdad de ellas, y descubierto quehabían sido hechas divinamente, confirmándo-las y aprobándolas aquello que sucedido había.Dijo entonces que era cosa deshonesta hacerque aquel que primero había sido buen agüerode su imperio, ministro y embajador de la vozde Dios, fuese detenido cautivo en adversa ycontraria fortuna, y así llamó a Josefo y mandó-lo librar.

Viendo los regidores la gracia y favor que habíahecho a un extranjero, confiaban también parasí cosas maravillosas y excelentes.Tito, que estaba con su padre en este mismotiempo, dijo: "Justo es por cierto, padre mío,que además de libertar a Josefo de la cárcel, sele vuelva la honra que le ha sido quitada; por-que será como si no hubiera sido cautivo jamás,si le quebrantamos las cadenas; y no quitándo-selas solamente, porque con aquello le librare-mos de la infamia, haciendo que sea como si nofuera encarcelado: esto se suele hacer a los queson injustamente encarcelados." Plugo lo mis-mo a Vespasiano; e interviniendo uno con unhacha de armas, quebrantó sus cadenas: así fuéJosefo puesto en libertad por lo que había antesdicho a Vespasiano, y fuéle de esta maneravuelta su fama como por premio, y era ya teni-do por hombre digno de crédito en cuanto dije-se de las cosas que habían de acontecer.

Capítulo XIII

De las costumbres de Vitelio y de su muerte.

Habiendo dado respuesta Vespasiano a todoslos embajadores, y ordenado regidores paraadministrar aquellas tierras, según cada unomerecía, vínose a Antioquía; y pensando adónde iría primero, parecióle mejor entenderen las cosas de Roma, que en el camino quehabía determinado para Alejandría, porqueAlejandría estaba sosegada, y las cosas de Ro-ma estaban por Vitelio perturbadas y en revuel-ta; envió, pues, a Italia a Muciano con muchagente de a pie y de a caballo; pero temiendoéste ponerse en la mar por ser en el invierno,llevó su ejército por Capadocia y Frigia; en estemedio, Antonio tomó la tercera legión de lagente, que estaba en Mesia, porque esta provin-cia tenía él en su regimiento, y determinabavenir a hacer guerra con Vitelio; cuando Viteliolo supo, envió luego a Cecina con gran ejércitopara que le resistiese.

Partiendo, pues, éste de Roma, luego alcanzó aAntonio cerca de Cremona, por aquella parteque ahora es de la Italia, viendo allí el orden ymuchedumbre de enemigos, no osaba darlebatalla, y pensando que volverse le sería cosapeligrosa, trataba de hacer traición; por lo cual,llamando a sus capitanes y a los tribunos de sugente, persuadíales que se pasasen a Antonio,menguando las cosas de Vitelio, y levantandoel poder de Vespasiano, diciendo que el unotenía solamente el nombre de emperador, y elotro tenía la virtud y fuerza para serlo; que pa-ra ellos sería mucho mejor hacer de grado loque era necesario, y sabiendo que habían de servencidos por la mucha gente, era cosa bien mi-rada excusar de voluntad todo peligro; porqueVespasiano mismo era muy bastante y podero-so, sin toda aquella fuerza, para tomar ven-ganza de todos los otros; y que Vitelio no osaríaparecer en su presencia con cuanto podía, aun-que tomase en compañía a ellos todos.

Habiéndoles dicho muchas cosas tales a estepropósito, persuadióles lo que quiso, y así sepasó con toda su gente a las partes de Antonio;la misma noche todos sus soldados se arre-pintieron por temor de ser vencidos por aquelque los había enviado, y amedrentados conesto, sacaron sus espadas, y quisieron matar aCecina, y ciertamente lo hicieran, si no fueraporque los tribunos se mezclaron entre ellos, ymuy rogados, en fin, no lo hicieron, pero ten-íanlo muy atado para enviarlo a Vitelio que locastigase como traidor.Habiendo oído estas cosas Antonio, luego hizoque su gente marchase, e hízoles venir con to-das sus armas contra aquellos que se rebelaban:ordenados ellos para dar la batalla, resistieronpoco a poco, pero luego fueron echados dellugar donde estaban, y huyeron a Cremona. Lacompañía primera de la gente de a caballo lesatajó el camino, y cerrándolos delante de laciudad, mataron la mayor parte de ellos, v aco-metiendo todos los otros, permitió a sus solda-

dos que saqueasen la ciudad, en la cual murie-ron muchos mercaderes extranjeros, y muchostambién de los naturales, y todo el ejército deVitelio, que eran más de treinta mil doscientoshombres; también perdió Antonio Primo cuatromil quinientos hombres de la gente que habíasacado de Mesia, y librando a Cecina, enviólopor embajador a Vespasiano, el cual, habiendollegado, fué muy bien venido y muy loado, yreparó la deshonra i, afrenta que tenía de trai-dor, con honras que él no esperaba.Cuando Sabino, que estaba en Roma, entendióque Antonio ya llegaba, cobró esperanza, ytomando las compañías de la gente de guarda,apoderóse una noche del Capitolio. Venida lamañana, muchos de los nobles se juntaron conél, y Domiciano, hijo de su hermano, fué granparte para haber esta victoria. Pero no se cura-ba Vitelio de Primo, antes enojado con aquellosque con Sabino le habían faltado, sediento conla crueldad que de su natural tenía de la sangrede los nobles, envió contra el Capitolio la gente

que había traído consigo. Aquí fueron hechasmuchas cosas esforzadamente, tanto por aque-llos que habían venido, cuanto por los otrosque tenían ya el templo; pero los germanossiendo muchos más, ganaron el collado, y Do-miciano, con muchos varones muy señaladosde los romanos, pudo huir divinamente, y sal-varse: toda la otra muchedumbre que allí halla-ron, fué muerta y despedazada: también, sien-do Sabino llevado delante de Vitelio, fué muer-to, y los soldados, dado saco al templo, pu-siéronle fuego, y todo lo quemaron: el otro díallegó con su ejército Antonio, y fué recibido porlos soldados y gente de Vitelio, y trabando en-tre ellos por tres maneras batalla dentro de laciudad, perecieron todos.Viendo esto Vitelio, salió de su palacio beodo, ycomo suele acontecer en los que de tal maneraviven, y tan pródigamente se quieren hartar,fué llevado por fuerza por medio de todo elpueblo, afrentado y deshonrado por todo géne-ro de afrentas y deshonras, y degollado en me-

dio de la ciudad, habiendo gozado del imperioocho meses y cinco días, el cual, si más tiempopudiera vivir, o si alcanzara más larga vida, nopudiera bastar a sus pródigos gastos todo elImperio. Y fué aquí el número de los otros quemurieron más de cincuenta mil.Pasaron estas cosas a los tres días del mes deoctubre; el día siguiente, Muciano entró en laciudad con su ejército, y deteniendo los solda-dos de Antonio de la matanza que hacían, por-que aun andaba escudriñando los mesones, ymataban los soldados de Vitelio con otra mu-cha gente del pueblo que había con él consenti-do, adelantándose con la ira a la diligencia queen examinar debían hacer esto, mandó venirallí a Domiciano, y diólo por regidor al pueblohasta que su padre viniese. Librado, pues, ya elpueblo de todo temor, publicaba por empera-dor a Vespasiano, y juntamente se alegraban yregocijaban todos, celebrando fiestas por serconfirmado en el imperio, y ser Vitelio derriba-do y muerto.

***

Capítulo XIVCómo Vespasiano envió a su hijo Tito paraacabar la guerra con los judíos.

Cuando Vespasiano llegó a Alejandría, fuélecontado todo lo que en Roma había sido hecho,y tuvo allí embajadores de casi todo el univer-so, dándole el parabién del imperio. Siendo estaciudad la mayor después de Roma, parecíamuy pequeña, según era la muchedumbre degente que había venido.Confirmado, pues, ya por emperador en todo eluniverso, y conservadas las cosas del puebloromano contra la esperanza que de ello tenían,determinó Vespasiano dar fin a la guerra deJudea.Pasado, pues, el invierno, él se aparejaba a par-tir para Roma, y determinaba poner asiento yconcordia en las cosas de Alejandría. Así, pues,envió su hijo Tito a que diese fin a la guerra delos judíos, y tomase a Jerusalén: el cual se vino

por tierra hasta Nicopolis, ciudad lejos de Ale-jandría veinte estadios de camino, y allí puso sugente en naos muy grandes, y vínose hastaThurno navegando por el Nilo, y dejando lastierras de Mendesio: saliendo a tierra, detúvoseen la ciudad de Tanin: de aquí partiendo, hizoestancia en otra ciudad llamada Heraclea, yvino a hacer la tercera a Pelusio.Dió tiempo a su gente de dos días para descan-sar y rehacerse: al tercer día salió de los fines ytérminos de Pelusio, y pasando una jornada porlos desiertos y soledades, puso su campo cercadel templo de Júpiter Casio, y luego al día si-guiente en Ostracine, que es también esta tierramuy falta de agua, por lo cual los que de allíson naturales se sirven de otra que hacen traer:de aquí se reposó en Rhinocolura, y saliendo deallí, vino a hacer su cuarta estancia o jornada aRafia, que es la ciudad primera que por aquellaparte ocurre de Siria. La quinta jornada llegó sugente a reposar a Gaza, y luego de allí a Asca-lona, de aquí a Jamnia, y luego a Jope, y de Jope

llegó a Cesárea, determinando juntar consigotoda la otra gente de guerra.***

Las Guerras de los JudíosFlavio JosefoLibro Sexto

Capítulo I

De los tres bandos en que estaba dividida Jeru-salén, y de los finales que por ello se hacían.

Habiendo Tito pasado la soledad de Egiptohasta Siria, y llegado a Cesárea, venía determi-nado de ordenar allí su ejército; pero estando élaun con su padre Vespasiano, a quien Dios po-co antes había concedido el imperio, ordenandosus cosas, aconteció que la revuelta y levanta-miento que había en Jerusalén se partió en tresparcialidades, de tal manera, que los unos ven-ían contra los otros; lo cual alguno dirá ser lomejor entre los malos, y ser hecho justamente.Arriba hemos declarado con diligencia de don-de nació el principio de los zelotes y el señoríoque sobre el pueblo tenían, lo cual era causaprincipal de la destrucción de la ciudad, tam-bién dijimos por quienes fué acrecentado: yciertamente no erraría el que dijese haber naci-do aquí una revuelta y levantamiento de otro,no menos que suele una fiera rabiosa mostrarsu crueldad contra sus mismas entrañas, no

hallando de fuera algo en que asir: así Eleazar,hijo de Simón, el cual desde el principio habíaapartado en el templo los zelotes, fingiendo quese enojaba por las cosas que Juan cada día atre-vidamente cometía, no dejando él por su partede causar v buscar a muchos la muerte, y nosufriendo, a la verdad, estar él sujeto al tiranoque después de él se había levantado con eldeseo de ser señor de todo, y con la codicia desu propio poder, faltó de los otros, habiendotomado en su compañía a Judas, hijo de Chel-cia, y a Simón, hijo de Ezron, ambos muy pode-rosos, además de los cuales también estaba conél Ezequías, hijo de Chobaro, varón noble: acada uno de éstos seguían muchos de los zelo-tes, y más principales, y habiéndose apoderadode la parte del templo de dentro, pusieron en-cima de las puertas sagradas sus armas, y ten-ían confianza que no les había de faltar lo nece-sario, porque tenían abundancia de todas lascosas sagradas, los que no tenían por impío ycontra toda religión cometer todo flagicio y

maldad; pero temiendo, por verse pocos, losmás se estaban ociosos en sus lugares y sinhacer algo.Cuanto Juan era más poderoso en la muche-dumbre de gente que tenía, tanto era el lugaradonde estaba peor, y los enemigos lo vencían,porque teniendo éstos el lugar más alto, nopodía acometer algo sin gran miedo, ni podíaretirarse ni cesar con la ira grande que tenía; ypadeciendo mucho mayor daño que no causabani hacía él a la parte de Eleazar, todavía se esta-ba firme, y no aflojaba en algo, porque habíamuchas arremetidas y escaramuzas, echábansemuchos dardos, de manera que el templo esta-ba lleno de hombres muertos.El hijo de Giora, llamado Simón, a quien elpueblo había llamado y hecho entrar dentro dela ciudad como tirano, viéndose ya todos des-esperados, por la esperanza que en su socorroquedaba, teniendo la parte alta de la ciudad, yaun buena parte también de la baja, acometía aJuan y a su gente más animosamente, como

combatido por la parte de arriba, y estaba suje-to a las manos de aquéllos, no menos que esta-ban ellos a los de arriba, que estaban en lo másalto; y de esta manera acontecía que Juan pa-decía dos guerras, y que dañaba y era dañado;y en cuanto era vencido por tener más ruin lu-gar, en esto mismo tanto más daño hacía, pues-to en más alto lugar que Simón, defendiéndosede todas las acometidas que por abajo le hacíanmuy fácilmente y sin trabajo con su gente, yespantaba con sus máquinas a los que por arri-ba del templo le tiraban. Servíase de ballesterosy de lanzas también no pocas, y máquinas depiedras, con las cuales no sólo tomaba vengan-za de los que peleaban, pero aun mataban tam-bién a muchos de los que estaban ocupados encelebrar las cosas sagradas.Y aunque no dejaban de acometer como rabio-sos toda maldad, por impía que fuese, todavíarecibían pacíficamente a los que venían a sacri-ficar, remirando con diligencia, con sospecha ycomo guardas, todos los naturales y los hués-

pedes y extranjeros que alcanzaban licencia deellos para entrar: cuando después querían salir,los acababan y consumían con sus levantamien-tos y sediciones ordinarias. Las saetas y dardosque tiraban, con la fuerza de las máquinas eingenios que tenían, llegaban hasta el templo yhasta el altar, y daban en los que estaban allícelebrando sus sacrificios; y muchos que habíanvenido de las últimas partes del mundo congran diligencia por ver el lugar santísimo, fue-ron muertos estando delante del altar y de lossacrificios: y llenáronlo de su sangre, como de-biese ser muy adorado por todos los griegos ylos bárbaros.Con los naturales que había muertos, habíatambién muchos extranjeros mezclados, y conlos sacerdotes, muchos también de la genteprofana; y lo que solía ser antes lugar divino,era hecho con la sangre que de los muertos hab-ía, estanque de diversos cuerpos muertos. ¡Ohciudad desdichada y miserable! ¿Qué sufristede los romanos para comparar con esto? los

cuales entraron por limpiarte de tus cubiertasmaldades con fuego y con llamas. No era yatemplo ni lugar donde Dios habitase, ni podíastampoco permanecer siendo hecha sepulcro desus domésticos y naturales, habiendo hecho tutemplo sepultura para la guerra civil de tuspropios ciudadanos: bien podrás volver otravez nuevamente a tu estado; podrás, ciertamen-te, si primero procuras aplacar la ira de Diosque te destruye; pero la ley del historiadormanda que calle el dolor, pues no es tiempoéste de llorar el daño de los míos, sino de con-tar la cosa como pasa: por tamo, pues, prose-guiré mi historia refiriendo todas las otras mal-dades que en estas revueltas y sediciones secometían. Repartidos, como dije, en tres bandosestos traidores, Eleazar y sus compañeros, queguardaban las cosas sagradas y ofrendas, ven-ían beodos contra Juan: los que seguían la par-cialidad de éste, robando al pueblo, levantá-banse contra Simón, que tenía en su ayuda todala ciudad contra todos los que eran contrarios.

Si algunas veces venían entrambas partes con-tra Juan, poníales delante sus compañeros; ysaliendo de la ciudad, con lo que tiraban de losportales y del templo, con sus máquinas e in-genios que para ello tenían, se vengaba.Y cuando los que por arriba lo podían apretarno le dañaban, porque muchas veces, de cansa-dos y beodos, no hacían algo, entrábase por lagente de Simón más libremente con muchos delos suyos. Y siempre, cuanto ganaba en la ciu-dad, haciendo huir a sus enemigos, y las casasllenas de trigo, poníalas fuego, con todas lasotras cosas que hallaba destinadas para el ser-vicio: y volviéndose después, seguíalo Simón yhacía lo mismo, quemando y gastándolo todo;parecía que aparejaban todos camino y dabanplaza a los romanos, destruyendo todo cuantoestaba preparado y proveído contra el cerco deéstos y cortando todas las fuerzas que contraellos tenían aparejadas.Aconteció, pues, a la postre, que todo lo quehabía alrededor del templo fué quemado, y fué

hecha la ciudad plaza o campo para pelear losmismos naturales y ciudadanos de ella; y fuéquemado casi todo el trigo, que pudiera haberbastado para muchos años a los cercados: fue-ron finalmente vencidos y presos por hambre,lo que no fueran, si ellos mismos no se lo causa-ran y hubieran buscado.El pueblo estaba dividido en partes, no menosque si fuera un cuerpo grande, siendo combati-da la ciudad, parte por los bellacos y traidoresque entre ellos había, y parte también por losvecinos y gente que cerca moraban.Los viejos y las mujeres espantadas y atónitascon tantos males como dentro padecían, hacíansolemnes votos por la victoria de los romanos,y deseaban la guerra de los de fuera, por verselibres del daño que en sus casas de sus natura-les recibían. Estaban con gran miedo y con te-rrible espanto, y no tenían ya tiempo para to-mar consejo sobre lo que debían hacer, pormudar el parecer y voluntad, ni tenían espe-ranza de algún concierto, ni de poder huir de

alguna manera: porque todo lo tenían muyguardado; y estando discordes aquellos prínci-pes de los ladrones, a cuantos hallaban quetenían paz con los romanos, o entendían que sequerían pasar a ellos, los mataban, no menosque si fueran enemigos de todos; pero todoséstos estaban muy concordes en matar a cuan-tos buenos y dignos de la vida había. La grita yvoces de los que peleaban eran continuas de díay de noche; mas eran más amargas las quejas ymás tristeza causaban los que lloraban por elmiedo grande que tenían: daban por causa detantos llantos y lamentaciones, las continuasdestrucciones que padecían; pero el temorgrande detenía el llanto y los gritos que todosdaban, y enmudeciendo con el dolor, eran afli-gidos y atormentados con gemidos calladosdentro de su corazón.No respetaban ya los vivos a sus naturales ydomésticos, ni se ponía diligencia en sepultar alos muertos: la causa de estas cosas era la de-sesperación que cada uno de sí y de sus cosas

tenía. Los que no estaban con los revolvedoresy sediciosos, habían ya perdido todo el ánimo yesfuerzo, como si ya les fuese imposible dejarde morir.Los sediciosos y revolvedores de la ciudad,allegados los cuerpos muertos en uno, pisándo-los peleaban; y tomando mayor atrevimientopor ver tantos muertos y todos debajo de suspies, mostraban mayor crueldad: pensandosiempre algo contra sí que fuese dañoso, yhaciendo todo cuanto les parecía sin algunamisericordia ni piedad, no dejaron de ejecutartoda crueldad y muerte; en tanta manera, queaun de las cosas que estaban consagradas altemplo, Juan abusaba y se servía de ellas parahacer máquinas e ingenios para la guerra. Por-que queriendo los pontífices y pueblo antigua-mente fortalecer el templo y alzarlo veinte co-dos más de lo que ya estaba, el rey Agripa trajodel monte Líbano la materia y aparejo para ellocon grandes gastos; es a saber, la madera, dignade ver por ser tan grande y tan derecha como se

requería para tal obra; pero cesando la obra porhaber intervenido la guerra, Juan cortó lo que lepareció que le bastaba, y edificó de ello torres, ypúsolas contra los que peleaban contra él, porlo alto del templo, fuera del muro hacia la parteoccidental, adonde solamente las podían asen-tar, porque las otras partes estaban ocupadas ala larga con las gradas.Habiendo, pues, éste hecho estas máquinasimpíamente, confió que había de vencer y suje-tar a sus enemigos con ellas; pero Dios mostróhaber sido su trabajo en balde y perdido; y an-tes de poner en ellas algo, trajo a los romanosque lo echasen a perder, porque después queTito hubo juntado y recogido parte de su ejérci-to consigo, escribió a toda la otra gente quellegase a Jerusalén, y él partió para Cesárea.Había tres legiones, las cuales, debajo del regi-miento de su padre Vespasiano, habían ya des-truido y arruinado a Judea; y la duodécima,cuyos sucesos antiguamente con Cestio, capitánde ella, había probado en las peleas; la cual,

aunque por esto más se señalaba en esfuerzo,también acordándose de lo que antes habíapadecido, venía con mejor ánimo y más esfor-zadamente contra ellos. Mandó que la quintalegión le saliese al encuentro por Amaunta, yque la décima subiese por Hierichunta; y él contodas las otras salió, trayendo en compañía deellas socorros de reyes mayores que antes, ycon ellos también le acompañaban muchos delos de Siria por el mismo efecto.De esta manera se hizo cumplimiento, y se lle-naron las cuatro legiones de los que con Titovinieron, por aquellos que Vespasiano habíaescogido para enviar a Italia. Dos mil hombresescogidos del ejército de Alejandría, y tres milde la gente del Eufrates, seguían a Tito, y conellos venía también su grande amigo TiberioAlejandro, varón muy prudente, el cual habíatenido antes la administración y regimiento deEgipto; y fué juzgado por digno que rigiese ygobernase el ejército, por la grande amistad quecon Vespasiano había tenido el primero en el

tiempo que su imperio comenzaba, y se juntócon muy entera fe, siéndole aún la fortuna ysuceso muy incierto: y así éste mismo era elprincipal hombre de consejo en las cosas de laguerra, por la mucha edad, saber y experienciaque de ellas tenía.***

Capítulo IIDel peligro en que Tito se vió queriendo poner cercoa Jerusalén.

Entrando ya Tito en la tierra de los enemigos,iba delante de él toda la gente que para su ayu-da había tenido de los reyes: luego después losgastadores, que allanaban el camino y tomabanlugar para asentar el campo; después seguía elbagaje, y luego la gente de armas. Venía traséstos Tito con gente de su guarda de la másescogida, y su alférez; después de ellos seguíanlos caballeros; éstos iban delante de sus má-quinas e ingenios que de guerra traían; luego,

cerca de esta gente escogida, seguían los tribu-nos y los capitanes con sus compañías; después,alrededor del Aguila, que era como principalbandera, venían muchas otras: iban delante deéstas sus trompetas, y luego seguían los escua-drones de los más viejos soldados, por su or-den, muy concertados.Venía el vulgo de los criados detrás de cadalegión de gente, y delante de ellos venía todo elbagaje; postreros iban los que ganaban sueldo,y por guardas de éstos los sargentos v cabos deescuadras.Haciendo, pues, según tienen los romanos porcostumbre, muy en orden su camino, vino porSamaria a Gofna, la cual había sido antes gana-da por su padre, y estaba aún en este tiempocon gente de guarnición. Habiéndose detenidoallí una noche, luego a la mañana partió; y des-pués de haber caminado todo el día, acabada sujornada, puso su campo en una parte que lla-man los judíos en lengua hebrea Acantho-naulona, terca del lugar llamado por nombre

Gbath Saúl, que quiere decir el valle de Saúl,lejos de Jerusalén casi treinta estadios.Partió de aquí con seiscientos caballeros esco-gidos y de los más principales, por dar vista ala ciudad y descubrir la fortaleza que tenía, ysaber lo que los judíos en sus ánimos determi-naban; si por ventura, viendo su presencia, serendirían de miedo antes que peleasen.Habían oído lo que, a la verdad, pasaba: quetodo el pueblo, muy afligido y trabajado porcausa de los ladrones y sediciosos, deseaba mu-cho la paz; pero no osaba hacer algo, ni aunmoverse, por verse menos poderoso que eranlos enemigos y revolvedores. Entretanto quefué cabalgando a dar vista por los muros, nin-guno pareció delante de las puertas; masapartándose al camino de la torre Psefinon, yponiendo allí su escuadrón de gente de a caba-llo, salióle al encuentro infinito número de jud-íos por la parte que se llama las torres de lasmujeres, y saliendo por la parte que está defrente del monumento de Helena, rompen con

la gente de a caballo, y prohibieron a los unosque se juntasen con los otros que estaban apar-tados, y atajaron a Tito con algunos pocos más.No podía éste pasar más adelante, porque deallí hasta el muro había grandes fosos, habíamuchas huertas y muchas albarradas de pie-dras; y recogerse a los suyos que estaban en lamontaña juntados, érale imposible por causa delos enemigos que estaban en medio. La mayorparte de la gente no sabía el peligro en que Tito,capitán de ellos, estaba; sino que pensando quevolvía también con ellos, todos huían.Viendo que toda la esperanza de la salud gene-ral dependía de su esfuerzo y fortaleza, vuelveriendas a su caballo, y exhortando a voces a lossuyos que lo siguiesen, échase por medio de losenemigos, trabajando en pasar por fuerza a lossuyos que de la otra parte estaban. De esto sóloy de lo que en este tiempo sucedió, se puedecolegir fácilmente tener Dios cuidado de lossucesos de las guerras y de los peligros de loscapitanes y emperadores; porque habiendo

tirado tantos dardos y saetas contra Tito, noestando armado ni a punto de guerra, porque,como dije, no había venido para pelear, sinopara descubrir la fuerza de sus enemigos, conninguno fué herido, antes parecía que todosvolaban por el aire, como si no fuesen tiradospara herirle; y echando lejos de sí con su espa-da los que a él se llegaban por los lados, y de-rribando muchos delante, corría con su caballopisando los que caían. Había grandes alaridosque los judíos daban, por ver el ánimo y auda-cia del Capitán; amonestaban los unos a losotros que le acometiesen; otros, llegándosehacia ellos Tito, se partían aprisa, huyendo dedonde quiera que él llegaba. Habíanse juntadocon él algunos que se quisieron poner en elmismo peligro, por ser echados, parte por lasespaldas y parte por los lados, y no tenía másque una esperanza de alcanzar salud cada uno,que era abrir el camino juntamente con Tito,antes que morir en manos de aquéllos pisado uoprimido. Así fueron de los más porfiados y

pertinaces, uno herido, él y su caballo, y otroderribado y muerto, y su caballo fué tomadopor los enemigos.Tito se salvó con todos los demás y se vino a sucampo. Habiendo visto los judíos que en laprimera escaramuza o combate habían sidovencedores, levantaron sus ánimos en-soberbecidos con la esperanza mal considerada;y aquel breve acaecimiento y de poca impor-tancia, les ganó para después atrevimiento ybuena esperanza, pero poco duradera.***

Capítulo IIIDe las escaramuzas y salidas de los judíos con-tra los romanos, mientras éstos asentaban sucampo.

Después que Tito hubo tomado la legión queestaba en Amaunta en su compañía, en unanoche, partiendo luego por la mañana de allí,llegó a Escopon, de adonde ya se descubría laciudad y la grandeza del templo claramentepor la parte que propiamente se llama Escopos,por ser lugar más bajo, el cual toca la ciudadpor la parte septentrional, lejos de ella a sieteestadios; y habiendo puesto allí legiones juntas,mandó que la quinta asentase su campo tresestadios más atrás, y parecióle que no pasasenlos soldados más adelante por causa del can-sancio que traían del camino, para que pudie-sen hacer sin algún temor su muro.Comenzado el edificio, vino la décima legiónpor Hierichunta, lugar ganado antes por Ves-

pasiano, en el cual había también dejado partede la gente que tenía por guarnición de aquellatierra. Habíales sido a éstos mandado que pu-siesen a seis estadios de Jerusalén su campo, enaquella parte donde está el monte llamadoEleón, delante de la ciudad por la parte delOriente, y se aparta de ella con un hondo vallellamado Cedrón.La disensión y revuelta que los de dentro de laciudad tenían, fué apaciguada y refrenada porla gran guerra que vieron sobrevenirles pordefuera; y mirando aquellos alborotadores conespanto el campo y asiento de los romanos, losque estaban divididas entre parcialidades sejuntaron e hicieron muy amigos: trataban entresí y requerían la causa por qué se detenían oqué miraban, sufriendo que tres campos o tresmuros se hiciesen para destrucción y ruina desus vidas; y que viendo ya la guerra tan encen-dida, se estuviesen ellos mirando 1o que hac-ían, como quien mira algunas buenas obrasútiles y provechosas para ellos, con los muros

cerrados, dejadas las armas y aun cogidas lasmanos.Dió voces aquí uno, y dijo: "Ciertamente noso-tros somos fuertes y esforzados contra nosotrosmismos: la ciudad se rendirá para bien y pro-vecho de los romanos, sin algún derra-mamiento de sangre, y esto todo por nuestrasrevueltas y sediciones."Con estas palabras juntaban a unos y a otros, ylos encendían en furor, por lo cual tomandocada uno sus armas, dieron todos en la décimalegión; y entrando por el valle con ímpetu,acometen a los romanos con grandes clamores,los cuales estaban edificando su muro. Estando,pues, éstos muy puestos en el edificio y ocupa-dos en ello, teniendo los más dejadas las armaspor esta causa, fueron algo más de lo que pen-saban desbaratados, porque no creían que sehabían de atrever los judíos a tal cosa, por mu-cho que hacer quisiesen, pensando que con lasrevueltas y sediciones que dentro tenían, estar-ían muy distraídos; de manera que dejando

todos la obra que entre manos tenían, unos sefueron con gran diligencia, y muchos otros quedeterminaban de tomar armas, antes que lasalcanzasen y viniesen contra los enemigos, eranmal heridos.El número de los judíos se acrecentaba siempre,confiados en la victoria, porque a los que pri-mero habían acometido huyeron; y aun siendopocos, parecía a ellos mismos, y aun a los ene-migos también, ser muchos, por serles la fortu-na entonces próspera y favorable.Los romanos, avezados a pelear con gran ordeny diestros en hacer la guerra con honra y saber,viéndose tan perturbados, estaban con miedo, ylos que eran acometidos, volvían las espaldasciertamente; pero si alguna vez les volvían elrostro, queriendo resistirles, cercados por losque los perseguían, detenían a los judíos y her-ían a los que menos con el gran ímpetu seguardaban. Creciendo el número y la persecu-ción, fueron los romanos desbaratados en granmanera, hasta ser echados de sus reales y pa-

recía estar toda esta legión entonces en granpeligro, si habiendo llegado la nueva de estesuceso a Tito, luego no les socorriera y lesmandara volver, reprendiendo con muchaspalabras la cobardía y poco ánimo de su gente;y si metiéndose él mismo entre los judíos con lagente que consigo tenía muy escogida, no ma-tara muchos, hiriera muchos más, e hiciera quetodos los otros huyesen y se recogiesen congran rebato en el valle que allí había. En bajar yrecogerse en este valle padecieron los judíosgran daño; pero, en fin, pasando a la parte con-traria de la que los romanos estaban, volvíanotra vez y peleaban con los romanos, estandoaquel valle en medio: de esta manera, pues,duró la pelea hasta mediodía.Poco después, habiendo Tito puesto los que conél estaban allí por guarnición y guarda, y otragente de sus compañías contra los que salían aescaramuzar con ellos, envió toda la otra genteal monte para que acabasen de edificar en lomás alto el muro comenzado. Parecía esto a los

judíos que los rdmanos huían de ellos: y comola centinela y descubridor que habían puesto enel muro les hiciese señal moviendo su ropa,soltó con gran ímpetu mucha gente que parecíaciertamente ser bestias sin freno y muy crueles.Ninguno pudo, en fin, resistir ni sostener lafuerza e ímpetu grande que traían, antes en lamisma hora se derramaron y huyeron al montecomo si fueran con alguna máquina grandemuy heridos. En medio de aquella subida fuédejado Tito con algunos pocos; y aconsejándolemucho los amigos que por tener reverencia yacatamiento a su Capitán y Emperador, habíanpermanecido con él y menospreciado todos lospeligros, que guardase su vida, pues los judíoslo perseguían tanto; y que por haber victoria deellos no ouisiese ponerse él en peligro, cuyavida era de tener en mucho más que la de todoslos judíos, y que tuviese antes miramiento yconsideración de su fortuna y dignidad, porqueno usaba él de oficio de soldado, sino era señorno menos de toda aquella guerra que de todo el

universo, y que en tan importante huida no sequisiese él detener, en quien cargaba y en cuyavida estaba todo el universo, Tito, fingiendoque no oía estas cosas, resistía a los que contraél venían; e hiriéndolos por delante, trabajandoellos en hacerle fuerza, eran por él muertos; ypersiguiéndolos por lo bajo de aquel valle,echaba y turbaba toda aquella muchedumbre.Espantados los judíos, parte por ver sus fuerzastan grandes, y parte también por verlo tanconstante, ni aun entonces con todo esto huye-ron a la ciudad; pero' apartándose de él porcada lado, comenzaron a perseguir otra vez losque huían, y entrando por un lado de ellos,refrenaban su ímpetu.Estando en lo que tenemos contado, aquellosque fortalecían el campo que estaba en la partealta, viendo que los de abajo huían, fueron muyturbados y muy amedrentados: esparcióse todoaquel escuadrón, sospechando y teniendo pormuy cierto que no podrían sostener el ímpetu yfuerza de los enemigos, y que Tito había sido

forzado de huir, porque quedando él, nunca losotros huyeran ni lo desampararan.Rodeados, pues, por todas partes de temor muygrande, el uno se iba por una parte y el otro porotra, hasta tanto que algunos vieron al Empe-rador en medio del campo; y temiéndose mu-cho, le hicieron saber a grandes voces el peligroen que toda su legión estaba.Vueltos de vergüenza otra vez a su orden,avergonzándose aún más por haber dejado a suCapitán y Emperador que por haber huido,peleaban con todas sus fuerzas contra los jud-íos; y habiéndolos echado una vez, reforzabanen ello y echábanlos por los bajos de aquel va-lle.Peleaban todavía los judíos recogiéndose pocoa poco, y como los romanos fuesen más pode-rosos y vencedores, por estar en mejor y másalto lugar, juntáronse todos en el valle.Estaba Tito contra los que le cupieron, en unlugar alto, y mandó que la legión de gente vol-viese a acabar la obra y fábrica del muro; y

quedando él con los que de antes tenía, resistíaa los enemigos y aun los maltrataba.Así, pues, si conviene que escriba la verdad sinadulación alguna y sin hacer por envidia per-juicio, Tito libró dos veces toda la legión depeligro, y de esta manera dió facultad y poder asu gente para fortalecer su campo y acabar laobra que habían comenzado.***

Capítulo IVDe una pelea o revuelta que los judíos tuvieranentre sí el día de la fiesta del pan cenceño.

Habiendo aflojado algún poco la fuerza y gue-rra que por de fuera se hacía, luego se levantóotra adentro de la ciudad. Y llegando ya el díade los panes cenceños, que era el catorcená delmes de abril, porque en este tiempo piensantodos los judíos que fueron librados de Egipto,Eleazar, con sus compañeros y parcialidad,quiso abrir la puerta; deseaba que algunos del

pueblo entrasen, los cuales querían adorar en eltemplo. Juan quiso cubrir sus engaños y ase-chanzas bajo nombre y cubierta del día de lafiesta, y mandó que viniesen algunos de lossuyos, de los que menos fuesen conocidos, conlas armas escondidas bajo sus vestidos, gentemala y muy impura, para ocupar y alzarse conel templo; éstos, después que hubieron entrado,echando sus vestidos, parecieron presto muyarmados.Había con esto gran muchedumbre de gente ygran ruido junto al templo: el pueblo, que esta-ba muy ajeno de toda sedición y revuelta, pen-saba que eran puestas asechanzas a todos ellos;pero los zelotes pensaban ser solamente pues-tas por ellos.Estos, dejada la guarda de las puertas, y salien-do algunos otros de los fuertes que tenían antesde trabarse y venir a la pelea, se recogieron enlos albañales del templo. Los del pueblo, lle-gando hasta el altar, y por cerca del templo,eran derribados y pisados, siendo con palos y

con otras armas heridos. Los enemigos de losmuertos por odio y enemistad particular, mata-ban a sus compañeros mismos, no menos que sifueran de otra parcialidad; y cualquiera queantes de ahora hallase alguno de los que ibanacechando, era luego llevado a morir como sifuera alguno de los zelotes.Pero los que con sobrada crueldad afligían yatormentaban a los que no merecían pena al-guna, concedieron treguas a los malhechores; yhabiendo salido de los albañales, adonde sehabían escondido, dejáronlos ir, y teniendoellos ya el templo y todas las cosas que dentrode él había, peleaban contra Simón con mayoratrevimiento y confianza.De esta manera fué partida la gente en dos par-tes, y de las tres parcialidades fueron hechasdos.Por otra parte, Tito, deseando mudar su campode Escopon en parte que estuviese más cerca dela ciudad, puso gente de a pie y de a caballopor guarda de todas las salidas de los enemi-

gos, y mandó que toda la otra gente de su ejér-cito se ocupase en allanar el camino que habíadesde allí hasta la ciudad.Destruidas, pues, todas las albarradas de pie-dras y otros impedimentos, los cuales habíanpuesto defensa y guarda a sus huertos y cam-pos, y cortada toda aquella selva, aunque eramuy provechosa, que les estaba de frente, lle-naron todos los fosos y valles que había; y cor-tadas las mayores y más eminentes piedras consus instrumentos, hicieron todo aquel caminodesde Escopon, adonde entonces estaban, hastael monumento de Herodes muy llano, y todo elcerco del estaño que de las serpientes fué lla-mado Betara antiguamente.***

Biblioteca de la Historia CristianaLas Guerras de los JudíosFlavio JosefoLibro Sexto

Capítulo VDel engaño que los judíos hicieron a los solda-dos romanos

En estos mismos días los judíos engañaron alos soldados romanos de esta manera. Los másatrevidos de aquellos revolvedores y sediciososque había, salieron fuera de las torres que lla-maban de las mujeres, fingiendo que los quedeseaban la paz los hacían salir; y por temer elímpetu grande y la fuerza de los romanos, está-banse con ellos; y el uno se escondía como re-celándose del otro.Otros, puestos con orden por los muros, y fin-giendo que tenían la voz del pueblo, daban al-tas voces demandando la paz, y pidiendo con-cierto y amistad con los romanos, con-

vidándolos y prometiendo abrirles las puertas.Dando aquí estas voces, echaban también con-tra los suyos propios muchas piedras como porecharlos de las puertas, y fingían que queríanabrir por fuerza las puertas y darles entrada, yrogar a los ciudadanos de la ciudad que losrecibiesen.Esta astucia y engaño no la entendían los ro-manos, antes creían ser así muy ciertamente,por lo cual determinaban comenzar su obra,como si ya éstos estuviesen en sus manos paracastigarlos, y confiasen que los otros les hab-ían de abrir y dar entrada dentro de la ciudad.Sospechábase con todo Tito de ver que tan vo-luntariamente los convidaban y movían a ello,porque no lo veía fundado en razón, pues dosdías antes les movió a concierto con Josefo, yno había conocido en ellos algo que fuese ra-zonable y justo, por lo cual mandó que su gentequedase en su lugar, y que ninguno se moviese.Había ya algunos aparejados para efectuaresta obra; y arrebatadas las armas, habíancomenzado a correr a las huertas. Los que se

mostraban haber sido echados, al principiodábanles lugar, recogiéndose poco a poco. Des-pués, cuando ya se llegaban a las torres de lapuerta, corren contra ellos, tomándolos en me-dio, y dan en ellos por las espaldas; los queestaban en el muro, tiraban contra ellos mu-chedumbre de piedras y dardos y otras armasdañosas, de tal manera, que mataban muchos yherían muchos más, porque no les era posiblehuir del muro: otros hacíanles fuerzas por lasespaldas, y además de esto la vergüenza de verque los regidores y capitanes principales hab-ían pecado en esto, y el miedo juntamente lespersuadía que permaneciesen en el delito. Porlo cual estando mucho tiempo peleando, y ha-biendo recibido gran daño, aunque no habíanhecho menos en sus enemigos, al fin vinieron ahacer huir aquellos que los habían cercado;pero al recogerse, los judíos los perseguían consus armas y dardos hasta el monumento de He-lena. Y después, maldiciendo con soberbia a lafortuna, vituperaban a los romanos por haber-los engañado; y levantando en el alto sus escu-

dos, hacían gestos y alegrías, y saltaban; y conplacer daban grandes voces.Los capitanes, y Tito, general de todos, repren-dieron a su gente por aquel error cometido, conestas palabras: "Los judíos que son regidossólo por la desesperación, hacen todas las co-sas muy de pensado y con mucha prudencia,armando los engaños y asechanzas que pueden,favoreciéndoles en ello la fortuna, sólo porqueson obedientes y fieles los unos a los otros: ylos romanos, a los cuales les sirve la fortunapor el uso y disciplina militar, y por la cos-tumbre buena que tienen en obedecer a sus capi-tanes y regidores, pecan ahora en lo contrario,y son vencidos por no poder refrenar sus ma-nos; y lo que es de todo lo peor, estando presen-te vuestro Emperador y Capitán, peleáis sinhombre que os rija ni gobierne."Ciertamente, dijo, mucho se dolerán y aungemirán las leyes de la guerra y de la milicia;mucho se dolerá mi padre cuando supiere estedesbarate y esta llaga que nos ha sido hecha.Este, porque habiendo envejecido en la guerra,

nunca le ha acontecido tal error; y las leyes,porque teniendo costumbre de tomar venganzamuy grande, y dar la muerte a los que traspa-san la ordenanza puesta, vean ahora todo unejército haber faltado."Ahora podrán entender todos los que con so-berbia y arrogancia han cometido esto, queentre los romanos es tenido por gran infamiaaun el vencer sin licencia y permiso de su ca-pitán."Estas cosas dijo Tito, muy enojado, a los regi-dores, sabiendo bien el castigo que había deusar con ellos, pues todos lo merecían. Perdie-ron éstos el ánimo todos como hombres quejustamente merecían la muerte. Las legionesque estaban asentadas y derramadas por todoel campo, rogaban a Tito que perdonase a loscompañeros, y suplicaban que tuviese cuentacon la obediencia general de todos, por lo cualolvidase el error particular y de pocos, porqueel pecado que habían cometido entonces, traba-jaban de enmendarlo y corregirlo con la virtud

y esfuerzo que en lo que quedaba por hacermostrarían.Con los ruegos y con el provecho que en estovió Tito, luego fué aplacado y vuelto muy man-so: porque pensaba que el castigo que uno me-recía, debíase ejecutar; pero el yerro general y atodos común, debía también ser perdonado.Recogióse, pues, e hízose amigo de los solda-dos, amonestándoles y dando muchos consejos,que se remirasen todos en hacer sus cosas muyprudentemente, y él púsose a pensar de qué ma-nera podría tomar venganza de aquel engaño ytraición que los judíos habían hecho a su gente.Habiendo igualado el camino que había desdeel lugar adonde tenía el campo hasta los murosde la ciudad, en cuatro días, deseando pasartodo su bagaje y gente seguramente y sin algúnpeligro, ordenó los más esforzados y más vale-rosos de sus soldados, por la parte septentrio-nal al Occidente, delante del muro, de siete ensiete por sus hileras: los de a pie estaban en ladelantera: y después, ordenada la caballería en

tres escuadrones luego detrás, puso en mediolos ballesteros y flecheros.Estando con esta defensa tan grande muy segu-ros y sin temor que los corriesen los enemigos,pasaron todo el bagaje de las tres legiones, ytoda la otra gente, sin algún temor.Tito, estando no más de dos estadios lejos delmuro de la ciudad, puso su campo en un lugarhacia la parte que está delante de la torre quese llama Psefinos, a la cual llega el cerco delmuro por la parte aquilonal, y vuelve corriendohacia el Occidente. La otra parte del ejércitopuesta hacia aquella torre que se llama Hípico,cércase de muro lejos también de la ciudad ados estadios de camino; pero la legión décimasiempre quedaba en el monte Eleón, adondeantes estaba.

Capítulo VIDe la descripción notable de la ciudad y templode Jerusalén.

Estaba cercada la ciudad de Jerusalén de tresmuros, excepto aquellas partes por las cualesera ceñida de valles hondísimos, porque poréstas solamente tenía un muro. Estaba edifica-da sobre dos grandes collados, de frente el unodel otro, pero apartados por un valle que habíaen medio, en el cual había muchas casas. El unode estos collados, en el cual la parte de la ciu-dad más alta está asentada, es mucho más altoy más derecho a la largo; y por ser tan fuerte,era llamado antiguamente el castillo de David:éste fué padre de Salomón, el que primero edi-ficó el templo, y nosotros lo llamamos el mer-cado alto.El otro, que se llama Acra, sostiene la partemás baja de la ciudad, y está como en cuestapor todas partes. Había otro collado tercerocontra éste, más bajo naturalmente que el deAcra, y dividido por otro valle muy ancho; perodespués que los Afamaneos reinaban, llenaronel valle, por juntar con el templo la ciudad; ycortando de la parte alta del Acra, hiciéronla

más baja por que de ella pudiesen también verel templo, levantado más alto y más eminente.El valle que se llama Tiroplón, por donde diji-mos que el collado alto se divide y aparta delde abajo, llega hasta Siloa: éste es el nombre deaquella dulce fuente y muy abundante.Par afuera estaban aquellos dos collados ceñi-dos con valles y fosos muy hondos, y no podíallegarse a ellos por alguna parte, prohibiéndololas rocas y peñas grandes que allí había. Elmuro más antiguo de los tres no podía ser to-mado sino ion gran dificultad, por causa de losvalles y por el collado, que estaba muy alto, enel cual estaba fundado; y también por ser ésteel mejor lugar, era fundado mejor y más fuerte-mente con los grandes gastos que David y Sa-lomón y otros muchos reyes en esta obra hicie-ron.Comenzando, pues, aquí en esta parte de latorre que se llama por nombre Hipicon, y lle-gando hasta aquella llamada Xixto, y juntán-dose después con la torre, venía a acabar en elportal del templo, que está al Occidente. Por la

otra parte se alarga desde allí hasta el Occi-dente, por aquel que es llamado Betison, des-cendiendo a la puerta que llamaban de los Ese-nos; y torciendo hacia el Mediodía por encimade la fuente Siloa, y volviendo de allí al Orien-te, por donde está el estaño dicho de Salomón,tocando el lugar que llaman Ofian, júntase conla puerta oriental del templo.El segundo muro tenía principio desde la puer-ta que llamaban Geneth, la cual era del muroprimero; y rodeando solamente la parte septen-trional, subía hasta la torre Antonia. La torrede Hípicos daba principio al muro tercero, dedonde, cercando por la parte aquilonal, venía ala torre Psefina, contra el monumento de Hele-na, que fué Reina de los Adiabenos, y madre delrey Izata, y por las cuevas del Rey extendió alo largo: torcía su camino de la torre que estáen aquel cabo, contra el sepulcro que dicen deFulon; y juntado con el cerco viejo de la ciudad,venia a dar en e1 valle que llaman de Cedrón.Con este muro había cercado Agripa aquellaparte de la ciudad que él había añadido, como

estuviese antes abierta y sin cerco alguno, por-que con la muchedumbre de gente que tenía, sesalía poco a poco fuera de los muros, y se habíaalargado por la parte septentrional del templocercana al collado y a la ciudad. También esta-ba poblado de gente el cuarto collado, que sellama Bezeta; tiene éste su asiento delante latorre Antonia, pero apartado con fosos muyhondos hechos adrede, porque si se juntasen latorre y fuerte de Antonia con los fundamentos opies del collado, no fuese más expugnable, ymenos alta, por lo cual la hondura del fosohacía más altas aquellas torres.Fué llamada la parte que añadieron a la ciu-dad, con vocablo natural, Bezeta, que quieredecir la nueva ciudad: y deseando que fuesenaquellas partes habitadas, el padre de este rey,llamado también Agripa, había comenzado, se-gún dijimos, el muro, y temiendo que el empe-rador Claudio, viendo la magnificencia y forta-leza del edificio, sospechase querer innovaralgo, o poner alguna discordia, cesó, y no quisoque su edificio pasase adelante, habiendo hecho

solamente los fundamentos; porque ciertamenteno fuera posible ganar esta ciudad si éste aca-bara los muros que había comenzado.Estaban unas piedras como entretejidas, deveinte codos de largo y diez de ancho, las cua-les no podían ser cavadas ni rotas con hierro,ni movidas con todas las máquinas del mundo,y con éstas se ensanchaba el muro, pues de altociertamente más tuvieran, si la magnificenciade aquel que había comenzado y emprendido elmuro no fuera forzado a cesar en su obra, y lefuera prohibido pasar adelante.Otra vez fué edificado este muro por voluntady deseo de los judíos, y creció veinte codos másque ser solía; tenía a cada dos codos unas comograndes tetas, y sus torreones a cada tres, ytoda la altura de él era de veinticinco codos;las torres estaban más levantadas y más altasque el muro, veinte codos, y otros veinte másanchas; era el edificio de éstas cuadrado, muyllenas y muy fuertes, no mente que el mismomuro; el edificio y gentileza de estas piedras noera menor que las del templo; en lo más alta de

todas estas torres, que estaban veinte codasmás levantadas, había unas cámaras y salas ocenáculos, había aljibes que recibían en sí elagua del cielo y la lluvia; la subida de ellastodas como en caracol, pero era muy ancha encada una; el tercer muro tenía de estas talestorres noventa; el espacio de una a otra era dedoscientos codos; el muro que estaba en mediotenía catorce, y el muro antiguo estaba dividi-do en sesenta: tenía la ciudad toda de cercotreinta y tres estadios.Como fuese, pues, cosa maravillosa el tercermuro, levantábase en un cantón hacia Occiden-te y Septentrión una torre llamada Psefina porla parte que Tito había asentado su campo;porque estando encima de ésta, que estaba le-vantada más de setenta codos en alto, nacidoel sol, se descubría Arabia y la mar, y hasta losúltimús fines de las tierras de las hebreos. Es-taba edificada con ocho esquinas; contra éstahabía una otra llamada Hípicos, y luego cercaotras dos, las cuales el rey Herodes había edifi-cado en el muro antiguo, y eran más excelentes,

tanto en gentileza cuanto en grandeza v forta-leza, que cuantas hay en el universo: porqueademás de la natural liberalidad del rey poramor y afición que a la ciudad tenía, quisohacer esta obra señalada, y remirarse mucho enella, poniéndoles a las tres los nombres de losamigos y personas que más amaba; la unanombró con el nombre de su hermano, la otrade un amigo suyo, y la tercera dedicó a su mu-jer; a ésta por causa, como dice, que fué muertapor el grande amor, y a ellos por ser muertos enlas guerras, después de haber peleado valero-samente.La torre llamada Hípicos, que tenía el nombrede su amigo, tenía cuatro esquinas; cada unatenía veinticinco codos en ancho, y otros tan-tos en largo, y también tenía cada una treintaen alto, muy fuertes y muy macizas todas: en-cima de lo más orden, había un lluvia, y encimade fuerte, adonde están juntas las piedras conpozo hondo de veinte codos para recoger la deéste había como una casa con dos techos vein-ticinco codos en alto, partida en diversas par-

tes, y en lo alto tenían a cada dos codos susllenos como tetas, y los torreones o defensas acada tres, de manera que venía a ser toda laaltura de ochenta y cinco codos.La segunda torre, que había llamado Faselon,del nombre de su hermano, era muy igual enancho, y largo de cuarenta codos; levantábaseotros cuarenta redonda como una pelota, yfirme: en la parte de arriba había una comogalería levantada diez codas más alta, edifica-da con pilares y rodeada de sus defensas; enmedio de esta galería había otra torre muy al-ta, en la cual había muy ricos aposentos y ba-ños, por que no pareciese faltarle algo de lo queal Estado Real convenía: tenía la parte altaadornada con sus llenos y defensas, era toda laaltura de ésta de casi noventa codos. Parecía alverla muy semejante a la torre de Faro, quemuestra lumbre a los que navegan por Ale-jandría, pero su cerco era mayor y más ancho, yésta era entonces recogimiento para la tiraníade Simón.

La tercera torre, llamada Mariamnes, porqueéste era el nombre de la reina, tenía de alto ymacizo hasta veinte codos, de ancho otrosveinte, y los aposentos y recogimientos de éstaeran más magníficos y más adornados, porquepensó el rey que esto le era propio a él, y dignode su majestad que la torre que tenía el nombrede su mujer fuese más linda de ver que no lasque retenían el nombre de los amigos, no menosque eran las de ellos más fuertes que ésta, lacual tenía el nombre de una mujer, y cuya altu-ra en todo era hasta cincuenta y cinco codos.Aunque estas tres torres eran de tanta grande-za, parecían aún mucho mayores por el lugaradonde estaban fundadas, porque el muro an-tiguo adonde estaban era edificado en un lugaralto, y el collado estaba también treinta codosmás alto, y siendo las torres edificadas sobreéste, estaban muy levantadas. Fué también ma-ravillosa la grandeza de las piedras, porque noeran piedras de las que comúnmente edifica-mos, ni que los hombres las pudiesen traer,

pero eran cortadas de mármol muy blanco yreluciente, cada una de veinte codos de largo,diez de ancho y cinco de alto, y con tales habíansido edificadas; estaban tan bien juntas unascon otras, que cada torre de éstas no parecíamás de una piedra, y estaban tan bien labradasy edificadas por aquellos oficiales, con susmuestras y sus esquinas, que no se parecía porninguna parte alguna juntura.Estando éstas edificadas en la parte septen-trional, juntábase con ellas por de dentro elpalacio del rey, mucho más hermoso de lo quees posible declarar con palabras; porque no eraposible exceder esta obra, ni en magnificenciani edificio, en cosa alguna; estaba toda cercadade muro muy fuerte levantado en alto treintacodos, y también rodeada de torres muy lindasy muy adornadas, en igual distancia edifica-das, con sus apartamientos, que pudiesen reci-bir dentro muchos hombres y cien camas: lavariedad de los mármoles que había en ella eramaravillosa de ver, porque había puesto y re-cogido allí muchos que en pocas partes se

hallan, los cuales hermoseaban el edificio, lasalturas y cumbres, con la altura de las vigas,ornamentos y gentileza grande, dignos de ad-miración. La multitud de recogimientos, y lasdiversas maneras que había de edificios llenosde toda alhaja y de todo lo necesario, de lo cualera la mayor parte de oro y de plata, teníatambién muchas galerías hechas en círculo unacon otra, y en cada una sus columnas, y losespacios que estaban abiertos al aire, muy bienvariados, con selvas y mucha verdura: teníaunas correderas y lugares de paseo muy largos,ceñidos de otras fuentes hechas con mucho arti-ficio, y cisternas con muchas figuras de metal,por las cuales se vertía el agua, y muchas torresllenas de palomares alrededor de las aguas.Pero no es posible contar ni declarar la lindezade este palacio, y da, cierto, gran pena acordar-se deello para contar cuántas cosas destruyó elfuego de los ladrones, porque no fueron estascosas quemadas por los romanos, sino por losnaturales revolvedores y amigos de toda trai-ción, según hemos contado arriba en el princi-

pio de la disensión y discordia de esta gente: yde la torre Antonia que comenzó el fuego, pasótambién por el Palacio Real, y llevóse los te-chos de las tres torres.El templo, pues, como dije, estaba edificadosobre un collado muy fuerte: al principio ape-nas bastaba para el templo, ni para la plaza, elllano que había en lo más alto del collado, elcual era como recuesto; pero como el rey Sa-lomón, que había edificado el templo, hubiesecercado la parte de hacia el Oriente de muro,edificó allí un claustro junto con el collado, yquedaba por las otras partes desnudo, hastaque, siglos después, añadiendo el pueblo algo ala montaña, fué igualada con el collado, yhecho más ancho; y roto también el muro de laparte septentrional, tomaron tanto espaciocuanto después mostraba el templo haber com-prendido.Cercado, pues, el collado de tres muros, vino aser la obra mayor y más importante de lo quese esperaba: en lo cual se gastaron, por cierto,muchos años y todo el tesoro sagrado recogido

de muchos dones que habían enviado de todaslas partes del universo para ofrecer a Dios, tan-to en lo que se había edificado en el cerco alto,cuanto en el bajo. De estas partes, la que eramás baja estaba fortalecida y ensanchada detrescientos codos, y aun en algunos lugaresmás; pero la hondura de los fundamentos nopodía verse toda, porque por igualar las callesestrechas de la ciudad, estaban todos los vallesmuy llenos: las piedras eran de cuarenta codoscada una, porque la abundancia del dinero y laliberalidad del pueblo se esforzaba a hacer másde lo que a mí al presente me es posible expli-car; y lo que no pensaban poder jamás acabar,parecía que con el tiempo y continua diligenciase ponía por obra y acababa.La obra que estaba edificada era ciertamentedigna de tales y tan grandes fundamentos: losportales estaban dobles de dos en dos; carga-ban sobre columnas de veinticinco codos cadauna de alto, y todas cortadas de mármol blan-co: era la cubierta de lazos de cedro muy exce-lente, cuya natural magnificencia, por ser de

madera muy lisa, y juntar tan lindamente, eracosa mucho de ver, y de mucha estima a los quelo miraban; por afuera ninguna pintura tenían,ni obra de pintor alguno ni entallador: erananchas de treinta codos, y el cerco de todo, conel de la torre Antonia, era de seis estadios.Estaba todo el espacio del patio muy variado,enlosado de todo género y diversidad de pie-dras muy gentiles: por la parte que se iba a lasegunda parte del templo estaba rodeado debarandas altas de tres codos, cuya labor delei-taba a cuantos las miraban, adonde había unascolumnas puestas en iguales espacios, que mos-traban la ley de la castidad, las unas con letrasgriegas, y las otras con latinas, que decían nodeber ningún extranjero entrar, ni ser admitidoen el lugar sagrado; porque esta parte del tem-plo se llamaba el templo santo, y subíase a élpor catorce gradas; el primero era en lo altocuadrado y cercado de otro muro que tenía pa-ra sí propio, cuya altura, aunque por defuerapasaba de cuarenta codos, estaba cubierta conlas gradas que tenía: la de dentro tenía veinti-

cinco codos, porque edificada por gradas enlugar más alto, no se podía ver toda la parte dedentro, cubierta algún tanto con el collado:había después de estas catorce gradas un espa-cio hasta el muro, llano y de trescientos codos;y de aquí salían otras cinco gradas, y veníase alas puertas por unas escaleras, ocho de la parteseptentrional y de Mediodía, cuatro de cadaparte, y dos por la parte del Oriente; porque fuénecesario que las mujeres tuviesen lugar propioapartado con muro, por causa de la religión,que lo mandaba, y parecía que era necesariohubiese otra puerta de frente. De frente de laprimera había una puerta apartada de las otrasregiones, puesta al Mediodía, y otra a la parteseptentrional, por las cuales se podía entraradonde las mujeres estaban, porque por otraparte entrar a ellas era prohibido: no les eralícito pasar su puerta por el muro; era abiertoeste lugar tanto a las mujeres naturales, cuantoa las extranjeras que venían por ver la religiónque guardaban.

La parte que respondía al Occidente ningunapuerta tenía; pero había allí edificado un murocontinuo y fuerte: entre las puertas había mu-chos portales dentro del muro, edificados casienfrente del lugar a donde estaba recogido eltesoro, sosteniéndolos unas columnas muy al-tas y muy galanas; eran también muy sencillas,y no diferían en algo de las que estaban abajo,sino en sola la grandeza. Estaban unas de estaspuertas guarnecidas y cubiertas todas de oro yplata, y no menos los postigos de ellas y losumbrales; pero la una que está fuera del temploestaba guarnecida de cobre de Corinto, la cualtenía gran ventaja, y era de tener en más que nolas de oro ni las de plata; cada una tenía dospuertas de treinta codos de alto y quince deancho; después de haber entrado a donde seensanchaban algo más, tenían a cada treintacodos de entrambas partes unas sillas magnífi-cas a manera de torres, hechas largas y anchas,y levantadas en alto más de veinte codos: sos-tenían a cada una de éstas dos columnas dedoce codos de grueso: las otras puertas todas

eran iguales; pero la que estaba sobre la Corin-tia, por la parte que las mujeres entraban, abr-íase por la parte de Oriente; la puerta del tem-plo era sin duda mayor, porque era de cincuen-ta codos de alto, y tenía las puertas de cua-renta, y mucho más magníficamente adorna-das, porque tenía más oro y más plata, lo cualhabía Alejandro, padre de Tiberio, puesto yrepartido en las nueve puertas.Las quince gradas del muro que apartaban lasmujeres, venían a dar a la puerta principal, yeran cinco gradas menores que las que llevabanel camino a las otras puertas: estaba el templo,es a saber, el templo sacrosanto, en medio, ysubían a él por doce gradas; la altura y anchurapor de frente era de cien codos, y por la parte dedetrás era de cuarenta codos más angosto, por-que las fronteras y entradas se alargaban comodos hombros, veinte codos por cada parte: laprimera puerta tenía setenta codos de alto yveinticinco codos de ancho, y ésta no teníapuertas, con lo cual se significaba estar el cielomuy abierto para todos, y claro por todas par-

tes: todas las delanteras estaban cubiertas deoro; la primera entrada estaba por defuera todamuy reluciente, y todo lo que dentro del templose ofrecía muy lleno de oro a los que lo mira-ban; y como la parte de dentro estuviese parti-da, y hecha de tablas, la primera entrada semostraba con una altura muy seguida levanta-da noventa codos, y tenía de largo cuarenta, yde ancho veinte. La puerta que de dentro habíaestaba toda dorada, según dije, y alrededor deella había una pared muy dorada; tenía en loalto de ella unos pámpanos de oro, de los cua-les colgaban unos racimos grandes como esta-tura de un hombre, y porque con el tablado sedividía, parecía ser el templo más bajo que elque estaba defuera: tenía las puertas de oroaltas de cincuenta y cinco codos y dieciséis deancho; tenía más de una cortina de la mismalargura, es a saber, el velo que llamaban deBabilonia, variado y tejido de colores; es a sa-ber, cárdeno y como leonado, de grana y decarmesí muy excelente, hecho y labrado conobra maravillosa, y que había mucho que ver

en la mezcla de los colores, porque parecía allíuna imagen y- semejanza de todo el universo:con la grana parecía que se representaba el fue-go, con el leonado la tierra, con el cárdeno elaire, y con el color carmesí se representaba elmar, parte de esto por los colores ser tales; peroel carmesí y el como leonado, porque la tierralo produce y nace de ella, ~~ de la mar el car-mesí. Estaba pintado allí todo el orden y mo-vimiento de los cielos, excepto los signos.Los que entraban venían a dar en otra partemás baja, cuya altura tenía bien sesenta codos,de largo otros tantos, s- la anchura veinte, di-vididos otra vez en cuarenta; la primera parteestaba apartada cuarenta codos, y tenía trescosas muy maravillosas y dignas de ser portodos muy alabadas: un candelero, una mesa yun incensario: había en este candelero sietecandelas, que significaban los siete planetas; enla mesa había puestos doce panes, que signifi-caban el curso de los signos y de todo el año. Elincensario con trece olores diferentes, con loscuales se llenaba, traídos de mares extraños y

tierras inhabitables, significaba que todo era deDios, y a Dios todo servía. La parte del templomás adentro era de veinte codos; apartábase dela de fuera con otro semejante velo, y en éstano había algo: ninguno la podía ver ni llegar aella, porque era muy inviolada, y ésta era laque llamaban Santa Santorum: por los ladosdel templo más bajos había muchos reparti-mientos y galerías hechas a tres, y a cada ladohabía entrada para recogerse en ellas: la partedel templo superior no tenía los mismos apar-tamientos, por donde era más estrecha, y decuarenta codos más alta, y no tan ancha ni detanto cerco como la inferior.Toda la altura tenía cien codos, y por bajo notenía más de cuarenta: lo que por defuera semostraba estaba de tal manera, que no habíaojos ni ánimo que lo viesen y considerasen, queno se maravillasen mucho. Estaba toda cu-bierta con unas planchas de oro muy pesadas;relucía después de salido el sol con un resplan-dor como de fuego, de tal manera, que los ojosde los que lo miraban no podían sostener la

vista, no menos que mirando los rayos que elsol suele echar: a los extranjeros que venían delejos solía parecer una montaña blanca de nie-ve, porque adonde el templo no estaba dorado,era muy blanco: había en la techumbre y alturaunas púas muy agudas de oro, por que no pu-diesen sentarse aves allí y ensuciarlo, y el largode algunas piedras que allí había era de cuaren-ta y cinco codos, la altura de cinco, y la anchu-ra de seis; el altar que estaba delante del tem-plo tenía de alto quince codos, de ancho y delargo tenía por cada parte cuarenta, y siendocuadrado se levantaba como con ciertas esqui-nas a manera de cuernos, y la parte por dondese subía aquí, hacia el Mediodía se levantabapoco a poco, y había sido edificada toda sinhierro, ni jamás hierro lo había tocado.Estaba el templo y este dicho altar rodeado conun cerco muy agradable de piedra muy gentilque salía levantada hasta un codo, y apartabala gente del pueblo de los sacerdotes: los gono-rreicos, que son aquellos que no pueden detenersu simiente, y los leprosos eran echados de to-

da la ciudad, y a las mujeres también que ten-ían flujo de sangre les estaba cerrada, y les eraprohibido el entrar, y aun las mujeres limpiasde todo esto no podían, ni les era lícito llegaral lugar arriba dicho.Los varones que no eran del todo castos nopodían llegarse a esta parte de dentro, y los quelo eran, aunque muy puros, no podían llegar alos sacerdotes. Los que descendían del linajesacerdotal, y no usaban el oficio por ser ciegos,podían estar dentro de aquel lugar adonde es-taban los que eran de todo mal y enfermedadlibres y sanos, y alcanzaban eso por vía dellinaje del cual descendían: vestían vestidospopulares y semejantes a los del pueblo, porquelas vestiduras sacerdotales solamente eranlícitas a los sacerdotes que celebraban los sa-crificios: los que se llegaban al templo y al al-tar habían de ser sacerdotes sin algún vicio,vestidos con una vestidura de color como leo-nado, y principalmente aquellos que eran en elbeber más templados, y que más se absteníandel vino, y eran más sobrios y recatados por el

miedo grande que por su religión tenían, porqueno pecasen en algo, ni faltasen celebrando sussacrificios: subía con ellos el pontífice, aunqueno siempre, pero cada siete días y el día de lascalendas, que es el primero de cada mes, y sialgunas veces celebraba todo el pueblo la fiestade la patria, que solía venir cada año, solíasacrificar ceñido con un velo y cubierto con élhasta la cintura y hasta los muslos, y teníadebajo un camisón de lino que le llegaba hastalos pies, y encima una vestidura de colorcárdeno, redonda, de la cual colgaban comounos rapacejos o cintas: en un nudo colgabauna campanilla de oro, y en otro una granada,entendiendo por la campanilla los truenos, ypor la granada los relámpagos. El vestido deencima los pechos estaba ceñido con unashazalejas o toajas variadas de cinco colores, esa saber, de oro, de carmesí, de grana, de cárdenoy de aquel color como leonado, de los cualesdijimos ser tejido el velo del templo; y tenía uncomo sayo variado con los mismos colores, enel cual había más oro; y el hábito y manera era

semejante a un jubón ancho con dos hebillas deoro, que se venían a atar a manera de serpien-tes, y estaban engastadas entre ellas piedrasgrandes y muy preciosas, en las cuales estabanescritos los nombres de las doce tribus de Isra-el: de la otra parte colgaban otras doce piedraspartidas en cuatro partes, en cada una tres, yeran sardio, topacio, esmeralda, carbunco, jas-pe, zafir, achates, amatista, lincurio, cornerina,beril y crisólito; y en cada una de ellas habíaescrito su nombre; cubríale la cabeza una mitrao tiara con una corona hecha de jacinto; y alre-dedor de ella había otra corona de oro, la cualtraía las letras sagradas, que son las cuatroletras vocales.No solía ir siempre vestido con esta mismavestidura, sino con otra que era también rica,mas no tanto, y vestíase de aquélla cuandoentraba en el Sagrario: solía aquí entrar unavez y no más en todo un año, y este día queentraba solía ayunar todo el pueblo; pero otravez hablaremos de la ciudad, del templo, de las

costumbres y leyes con mayor diligencia, por-que no nos queda poco aun que declarar.Estaba la torre Antonia edificada en una es-quina o canto de las puertas de la parte prime-ra del templo, que estaba al Occidente y al Sep-tentrión: fundada y edificada sobre una peñaalta de cincuenta codos, y cortada por todaspartes, lo cual fué obra del rey Herodes, en lacual mostró la magnificencia y alteza de suingenio en gran manera. Estaba esta piedracubierta a lo primero de una corteza algo lige-ra, como una hoja de metal, por dar honra a laobra, por que pudiesen fácilmente caer los queintentasen subir o bajar: había delante de latorre, además de lo dicho, por todo su cerco, unmuro de tres codos en alto; el espacio de la to-rre Antonia en alto dentro del muro, se alzabahasta cuarenta codos; por dentro tenía anchuray manera de un palacio, repartido en todo géne-ro y manera de cámaras y apartamientos paraposar en ellos; tenía sus salas, sus baños ycámaras muy buenas y muy cómodas para unfuerte, de tal manera, que en cuanto tocaba al

uso necesario, parecía una pequeña ciudad, y enla magnificencia de ella parecía un palaciomuy alindado; pero estaba muy a manera detorre edificada; y por los otros cantones rodea-da con otras cuatro torres, las cuales eran to-das de cincuenta codos de altas: la que estabahacia la parte de Mediodía y del Oriente selevantaba setenta codos de alto, de tal manera,que de ella se descubría y podía ver todo eltemplo; y por donde se juntaba con las galerías,tenía por ambas partes ciertas descendenciaspor las cuales entraban y salían las guardas,porque siempre había en ella soldados roma-nos, y estas guardas eran puestas allí con ar-mas porque mirasen con diligencia que el pue-blo no innovase algo de los días de las fiestas.Estaba el templo dentro de la ciudad como unatorre y fuerte, y para guarda del templo estabala torre Antonia: en esta parte había tambiénguardas, y en la parte alta de la ciudad, el Pa-lacio Real de Herodes, el cual era como un cas-tillo: el collado llamado Bezeta, según arribadije, estaba apartado de la torre Antonia, el

cual, como fuese el más alto de todos, estabatambién junto con la parte nueva de la ciudad,y era el único opuesto al templo por la parteseptentrional; pero deseando escribir de la ciu-dad y de los muros de ella otra vez en otra par-te más largamente, bastará lo dicho por ahora.***

Capítulo VIIEn el cual se cuenta cómo los judíos rehusaronrendirse a los romanos, y cómo los acometie-ron.

La gente más de guerra y más esforzada estabacon Simón, y eran hasta diez mil hombres, sinlos idumeos: estos diez mil tenían cincuentacapitanes, a todos los cuales mandaba y eraSimón superior. Los idumeos tenían diez capi-tanes de su misma gente, y eran hasta cincomil: mostrábanse principales entre éstos, Die-go, hijo de Sosa, y Simón, el hijo de Cathla.Juan, que se había apoderado del templo, teníaseis mil hombres armados; y éstos eran regidos

por veinte capitanes, y habíanse también en-tonces juntado con él dos mil cuatrocientos delos zelotes, dejadas aparte las discordias quetenían, con los capitanes que antes solían tenerEleazar y Simón, hijo de Atino.Estando, pues, estos puestos en guerras y dis-cordias, como dijimos, por dominar el pueblo, alos que no hacían lo mismo que ellos, ambasparcialidades los robaban. Simón tenía toda laparte alta de la ciudad y el muro mayor hastaCedrón, y tenía también del antiguo muro todala parte de Siloa hasta el Oriente, y todo lo quebaja hasta el palacio de Monobazo: éste era unrey y señor extraño de gente Diabena, el quehabitaba de la otra parte del Eufrates. Teníatambién en su sujeción el monte de Acra, que esla parte de la ciudad inferior, hasta el palaciode Elena, la que fué madre de Monobazo.Estaba Juan apoderado del templo, y de algunaparte de allí alrededor, tenía también a Ophlay el valle que se llama Cedrón; y puesto fuego atodos los lugares que había en medio, hicieronplaza en medio con sus armas y guerras que

entre sí tenían: porque no cesaba la sedición yrevuelta dentro de la ciudad, aunque veían elcampo de los romanos estar muy cerca de losmuros. A1 primer asalto e ímpetu que los ro-manos quisieron hacer, ellos se reposaron algúnpoco; mas luego volvieron a su antigua enfer-medad, y dividiéndose en partes otra vez, cadauno por sí peleaba, haciendo todo lo que losromanos, que los tenían cercados, deseaban.Porque no mostraron tanto rigor ni usaron losromanos de tanta crueldad con ellos, cuantaellos mismos unos contra otros ejecutaban, niexperimentó en su daño algo de nuevo de losromanos la ciudad: porque padeció ciertamentemás graves casos antes de ser destruida, y losque la ganaron hicieron algo más y de másnombre, porque juzgo haber sido destruidas porlas sediciones y revueltas que dentro había, lascuales fueron combatidas y deshechas por losromanos; y eran mucho más fuertes, cierto, quelos muros, de lo cual se puede harto claramenteconocer que la adversidad y destrucción se debeatribuir a ellos y la justicia a los romanos, de

donde se entenderá claramente que el tiempomostró y pagó a cada uno según lo que merecía.Pero pasando estas cosas de dentro, Tito ibamirando el cerco y rondando toda la ciudad consus principales caballeros, por descubrir porqué parte le vendría mejor dar el asalto y com-batir el muro. Estando, pues, en gran duda, porver que no podía pasar por aquella parte pordonde los valles estaban; y por el otro lado elprimer muro parecía más fuerte que eran lasmáquinas que Tito tenía, parecióle bien acome-terlo por el sepulcro de Juan, pontífice: porqueesta parte sola era más baja, y era la primera yno estaba junto con el segundo muro, nohabiendo tenido cuenta con guarnecerla; porquecomo era la nueva ciudad, no era tan frecuen-tada.De esta manera, pues, tenían por aquí más fácilentrada en el tercer muro, por el cual pensabapoder tomar la parte superior y más alta de laciudad, y por la torre Antonia el templo.Mirañdo Tito estas cosas con diligencia, fuéherido en el hombro izquierdo con una saeta

uno de sus amigos, llamado por nombre Nica-nor; hombre hábil y elocuente, habiéndose lle-gado juntamente con Josefo, por persuadirles lapaz a los que estaban en los muros. Por lo cualconoció el emperador lo que ellos trabajaban,viendo que aun no perdonaron a los que losamonestaban y buscaban su salud, y determinóde cercarlos de hecho. Dió juntamente licenciaa sus soldados que diesen saco a los arrabalesque la ciudad tenía; y juntando para ello elaparejo, mandó edificar un montezuelo. Par-tiendo su ejército en tres partes, para acabaraquella obra, puso los tiradores y flecheros enmedio; delante de éstos, en la vanguardia, pusomuchos ballesteros, y todas las otras máquinase ingenios de guerra, con los cuales pudiese de-fender su gente de los enemigos, si por venturasalían a estorbarles a los muros e impedirlosmientras estaban ocupados en poner en ordensus obras.Habiendo, pues, cortado todos los árboles,mostráronse descubiertos todos los arrabales,y traídos aquéllos para acabar sus obras, esta-

ba todo el ejército de los romanos muy con-tento y muy puesto en acabarlas.Los judíos no eran menos diligentes en estemismo tiempo. El pueblo, que estaba puestoentre tales ladrones y matadores, tenía grandeesperanza que había algún tiempo de alcanzaralgún poco de sosiego estando aquéllos entre-tenidos contra los enemigos, y confiando quehabían de alcanzar tiempo que pudiesen pedirvenganza de tanto daño como les era hecho porsus mismos naturales, si los romanos salíancon la victoria.Juan, con todo, estábase quedo sin moverse,temiendo a Simón, aunque su gente quería salircontra los enemigos extranjeros; pero con todo,Simón no reposaba, porque estaba muy cerca delos enemigos, antes con sus dardos en orden porlos muros (los cuales había poco antes quitadoa los romanos) y aquellos que habían sidotambién tomados en la torre Antonia, les hacíaguerra. No era provechoso a muchos usar deéstos, porque siendo mal diestros en tirarlos,antes se dañaban a sí mismos, y pocos había

que, habiéndolo aprendido de los enemigos quehabían huido, no se lastimasen. Mas con pie-dras y con saetas daban encima de los que tra-bajaban en hacer el monte; y saliendo tambiénpor algunas callejas, peleaban con ellos. Cubr-íanse los que entendían en la obra como conunas mantas puestas contra el valle, y teníantodas las legiones unas máquinas y obras parasu defensa muy maravillosas: los ballesteros dela décima legión eran principalmente mayores,y de mayor vehemencia y fuerza los ingeniostambién, con que echaban las piedras, con lascuales eran derribados, no sólo los que osabansalir al encuentro, pero aun también aquellosque estaban sobre el muro, porque cada piedrapesaba un talento largamente, y tiraban máslejos y más largo de un estadio de camino, y elgolpe que con estos ingenios y máquinas daban,era insufrible, no sólo a los primeros en quienesdaban, sino aun alguna vez también era intole-rable a los postreros.Guardábanse los judíos de las piedras, porqueeran claras y blancas; y no sólo se conocían con

el ruido o sonido que hacían, sino aun tambiénse veían con el color que tenían. Los que esta-ban, pues, de guarda y por centinelas en lastorres, les avisaban cuando echaban sus golpescon las máquinas que para ello tenían; y cuan-do movían o echaban el hierro, gritaban en len-gua de la patria ciertas palabras, diciendo: "Elhijo viene"; y de esta manera sabían antes con-tra cuáles aquellas armas viniesen, y así seguardaban de ellos; y de esto sucedía que,guardándose ellos, caían las piedras sin prove-cho y sin hacer algo.Por tanto, pensaron los romanos hacer las pie-dras con tintas negras; y echadas de esta mane-ra, no daban tan en vano como solían antes, yderribaban a muchos juntamente; pero por másmaltratados que los judíos aquí eran, no poreso daban más licencia ni libertad a los roma-nos que edificasen sus fuertes, antes les prohib-ían toda obra y todo atrevimiento, no menos denoche que de día.Acabadas, en fin, las obras que los romanoshacían, habiendo echado el plomo y la cuerda,

midieron el espacio v distancia que había dedonde ellos estaban hasta el muro, porque nopodía esto hacerse de otra manera, por la resis-tencia que por arriba les hacían. Y habiendohallado unos que llamaremos arietes, iguales,llegáronlos en parte cómoda; y ordenadas susmáquinas según quiso, mandó Tito que com-batiesen por tres partes el muro, por que nopudiesen impedirle ni causar algún estorbo asus arietes. Era tan grande el ruido que se sent-ía con esto por toda la ciudad, que levantarongrandes voces todos los ciudadanos, y los sedi-ciosos y revolvedores fueron muy amedrenta-dos. Y porque pensaban que este peligro habíade ser a todos común, determinaban todos yaresistirlo juntamente, aunque los que eran dis-cordes y enemigos gritaban entre sí que cuantohacían era en provecho de los romanos, y queya que Dios no les quiera conceder perpetuaconcordia, por lo menos al presente tiempo lesconvenía a todos concordar y hacer general-mente resistencia a los romanos.

Envió también Simón un trompeta, y dió licen-cia y facultad a los que quisiesen para salir deltemplo y venir al muro: lo mismo hizo Juan,aunque éste menos se fiaba. Olvidando ellossus enemistades y discordias, júntanse enuno;.y repartidos por el muro, echaban muchofuego contra las máquinas de los romanos ycontra los que movían aquellos ingenios quelos romanos tenían hechos, y tirábanles sincesar.Saliendo también los más atrevidos a mana-das, deshacían las cubiertas de las máquinas eingenios de los enemigos; y poniéndose contraellas, hacían mucho con el gran atrevimientoque tenían; pero poco con saber y destreza.Estaba siempre Tito ocupado en ayudar a losque por él trabajaban; y habiendo ordenado lagente de a caballo cerca de aquellas máquinas eingenios que había puesto, y sus flecheros, de-fendía y combatía a los que echaban el fuego, yhacía recoger de las torres a los que tiraban,dando espacio y tiempo a los que tenían pues-tos sus ingenios y máquinas, para que les hicie-

sen daño y efectuasen su intento: con todo estono podían derribar el muro, sino que el ingeniode la quinta legión movió algún tanto la unaesquina de la torre; y el muro permanecía siem-pre muy entero, porque no sintió luego su peli-gro, como hizo la torre, que era mucho másalta; y aunque ella cayese, no podía hacer dañoalguno al muro.Reposándose ya algún tanto, y dejando de salircontra los romanos, tuvieron ojo a que estabanatentos y distraídos en sus obras y en su cam-po, porque pensaban que los judíos se habíanido por el trabajo y miedo que tenían: salierontodos secretamente por la puerta adonde estála torre de Hípico, y echaron fuego a todas lasobras que los romanos habían hecho. Salíanarmados contra los romanos, hasta llegarse alos fuertes que tenían éstos hechos delante desu campo; pero fueron movidos para mal de losjudíos, tanto los que allí estaban cerca, comolos de más lejos. La disciplina y uso de las ar-mas que los romanos tenían, vencía el atrevi-miento y audacia de los judíos; y habiendo

hecho huir los primeros que hallaron, hacíanfuerza contra los otros que se recogían. Trabóseuna fiera pelea cerca de las máquinas e inge-nios de los romanos, procurando los judíosponerles fuego en sus ingenios y máquinas, re-sistiendo y trabajando los romanos por defen-derlos, y así se levantaban las voces hasta elcielo de ambas partes; y muchos de los que es-taban en la vanguardia y delantera, murieron.El atrevimiento de los judíos era mayor, por locual eran superiores, y había ya tomado el fue-go en las obras de los romanos; y fuera cierta-mente todo abrasado, si los más escogidos deAlejandría no hubieran resistido, peleando mu-chos de ellos más esforzadamente que lo que deellos se esperaba; porque ciertamente se ade-lantaron en esta guerra a los más valerosos,hasta tanto que, el capitán y emperador Tito,acompañado con los más esforzados caballerosde los suyos, dio en los enemigos, y él por suparte mató doce hombres de la parte contrariaque le vinieron delante; y por temor de la ma-tanza que se hacía en los judíos, forzados todos

a huir, hízolos recoger dentro de la ciudad, y deesta manera libró sus máquinas e ingenios delfuego.Aconteció que en esta pelea fué preso un judíovivo, y mandó Tito crucificarlo delante del mu-ro, por ver si por ventura los otros que dentroestaban, espantados con esto se rendirían.Después de haber partido de aquí el capitán delos idumeos, llamado Juan, estando hablandodelante de los muros con un soldado conocido,fué herido en el pecho por un árabe con unasaeta, y luego en la misma hora murió, y dejópor cierto gran dolor y llanto a los judíos, ymucha tristeza a los revolvedores, porque erahombre pronto en sus manos, y esforzado ymuy sabio.***

Capítulo VIIIDe cómo cayó la una torre, y cómo los romanosganaron los dos muros.

Y luego la noche siguiente se levantó grandealteración y alboroto entre los romanos, por-que habiendo mandadoTito que se hiciesen trestorres de cincuenta codos de alto, para quepuestas éstas encima de cada una de las mon-tañas que habían hecho, pudiesen mejor y másfácilmente derribar y hacer huir los enemigos,la una de ellas cayó una noche muy serena, sinhacerle fuerza alguna, y fué tan grande el ruidoy estruendo que hizo, que amedrentó todo elejército.Sospechando que los judíos trabajaban porhacerles algo, tomaron luego las armas, y conesto se revolvieron las legiones y se alborota-ron; y como ninguno pudiese decir algo de loque había acontecido, echando muchas quejas,unos pensaban una cosa y otros pensaban otra;de esta manera temíanse todos de sí mismos

sin ver enemigos, y los unos pedían a los otrosalguna señal, como si los judíos ya' les tuvie-sen ganado el campo.Mostraban estar todos espantados no menosque de alguna visión, hasta tanto que Tito,habiendo sabido lo que pasaba, mandó quefuese descubierto y manifestado a todos lo queera, y cuando fué sabido se reposaron.Sufrían los judíos toda fuerza cuanta les hac-ían, valerosamente; pero fueron maltratadosdesde las torres, porque desde allí los heríancon las máquinas menores y más ligeras, lostiradores, flecheros y los ingenios que echabanlas piedras. Y no pudiendo ellos igualar la altu-ra de estas torres, ni teniendo esperanza de po-derlas destruir, pues no les era posible derribar-las por su gran peso, ni poner fuego en ellas porcausa de que estaban cubiertas de hierro, huíanmás lejos que un tiro de saeta, y no podían aúnguardarse de los golpes de aquellos ingeniosque los romanos tenían puestos; los cuales,perseverando en su obra e hiriendo siempre,ganaban y aprovechaban algo poco a poco.

Rompiendo ya de esta manera el muro estabaaquel grande ingenio de los romanos, los judíosNicona, porque todo lo vencía, ya cansados depelear y trasnochar por la parte que el cualllamaban aunque estaban , estando de guardalejos de la andad, quisieron también con másnegligencia o por tener mal consejo, pensandotener un muro demasiado, pues les quedabanotros dos, y esos muy fuertes, dejar el primero;y así muchos, cansados, se alejaron y retraje-ron al segundo muro.Como los romanos hubiesen subido por la partedel muro que había sido con aquella granmáquina derribada, abiertas las puertas, reci-bieron dentro a todo el ejército. Y habiendoganado de esta manera este muro a los dos demayo, derribaron gran parte de él y la parte dela ciudad que estaba al Septentrión, la cualhabía ya antes Cestio destruido.Habiendo Tito advertido adónde estaba el fuer-te de los asirios, pasó su gente, tomando todaaquella tierra que había entre Cedrón; y apar-

tado más de un tiro de saeta del segundo muro,comenzó luego a combatirlo. Aquíjudíos valerosamente, repartiendo entre lossuyos peleaban de la torre Antonia, tentrionaldel templo y hasta el monumento de Alejandro.La gente de Simón había cerrado desde aquelmonumento adonde Juan llegaba, hasta lapuerta por donde entraba el agua en la torre deHipico.Muchas veces salían de las puertas y peleabande más cerca; y siendo forzados a recogersedentro de sus muros, al pelear eran vencidospor la disciplina militar y ejercicio que los ro-manos tenían, en la cual eran los judíos muypoco ejercitados; pero en pelear desde el muro,eran vencidos los romanos; porque éstos venc-ían con la próspera fortuna que tenían y con laciencia en las cosas de la guerra, y los judíos sesustentaban y defendían con el atrevimiento,regido por el miedo grande, por ser muy fuertesen sufrir adversidades.Tenían aún éstos esperanza de salud, no menosque los romanos de alcanzar la victoria; ningu-

nos por su parte se cansaban: eran muchas lasacometidas y combates que daban al muro ylas corridas que se hacían de ambas partes ca-da día; peleábase de todas maneras, esparcien-do las peleas que en amaneciendo se comenza-ban; la noche les era a todos más pesada que eldía, porque no dormían, temiendo los , judíosque el muro sería ciertamente luego ganado, ylos romanos, por otra parte, temían que lesacometiesen y entrasen por campo. Estando,pues, toda la noche en guarda muy armados,luego al amanecer se mostraban aparejadospara pelear.Los judíos contendían quién primero y quiénmás prontamente se ofreciese a los peligros,porque de esta manera alcanzasen favor de suscapitanes: movíalos principalmente la reveren-cia y miedo que tenían a Simón; y de esta ma-nera todos los que le estaban sujetos, lo acata-ban tanto, que estaban prontos para matarseellos mismos si él lo mandase.La costumbre que los romanos tenían de ven-cerles, persuadía y levantaba su virtud, porque

no eran acostumbrados a ser vencidos, y porlas muchas guerras y por el continuo ejerciciode las armas y grandeza del Imperio, y lo prin-cipal por ver a su capitán y emperador estarsiempre presente: porque acobardarse en pre-sencia de su emperador y aun ayudándoles él,teníanlo por maldad muy grande, y estaba co-mo testigo presente de aquel que bien pelease,para dar a la virtud el debido premio: habíatambién provecho en esto, que por lo menoshacía manifiesto al príncipe cuán valiente yesforzado varón fuese: por esto muchos se es-forzaron más, y se mostraron prontos parahacer más de lo que sus fuerzas les bastaban.Estos mismos días, finalmente, habiéndoseordenado delante del muro un escuadrón de losmás esforzados judíos y hombres de guerra,tirando muchas saetas y dardos de ambas par-tes, adelantóse uno del escuadrón de la gente dea caballo, llamado Longino, y echóse por mediodel escuadrón de los judíos; y haciendo caminopor medio, mató dos de ellos los más esforza-dos: al uno, que le reencontró, dió en la cara, y

sacando la misma saeta, dió con ella 'al otro,que se iba retirando, y luego saltó por entre losenemigos y se vino a los suyos. Este, pues, porsu virtud era muy señalado; pero hubo muchosque hicieron lo mismo.No teniendo los judíos cuenta con el daño querecibían, solamente tenían ojo a hacer daño alos romanos, y despreciaban mucho la muerte,con tal que muriesen matando alguno de susenemigos. Tito, con todo, no tenía menos cuen-ta con la salud de los soldados, que con la vic-toria que esperaba alcanzar, diciendo que elímpetu y fuerza temeraria y sin consejo, no erafuerza, sino desesperación; y que solamente eravirtud trabajar en pelear prudentemente y concordura, sin recibir daño, y que en esto se mos-traba el ánimo del varón esforzado.***

Capítulo IXDe cómo un judío llamado Castor se burlaba delos romanos.

Así, mandó sentar en la parte septentrionalaquel ingenio llamado ariete, delante de la to-rre, adonde un judío astuto y engañador, lla-mado Castor, se había escondido con otros diezsoldados, después de huidos todos los otros porel gran miedo que de las saetas tenían. Habien-do éstos estado algún tiempo durmiendo arma-dos, oyendo cómo combatían la torre, ellos selevantaban; y Castor, extendiendo sus manos,pedía el socorro y ayuda de Tito muy humilde,suplicando con voz de gran compasión que losperdonase.Creyendo esto simplemente Tito, pensando yaque los judíos se arrepentían de la guerra, y queles pesaba por ella, mandó que sus ingenieros ymáquinas cesasen, y que no tirase su gente a losque le suplicaban, y permitió a Castor que dije-se lo que quería.Respondiendo él que quería salir a hacer con-cierto con él, dijo Tito que se lo tenía a bien yse holgaría mucho que todos fuesen del mismoparecer, porque él estaba muy pronto para te-

ner paz con todos los de la ciudad. Pero comode aquellos compañeros de Castor, los cincofingiesen que eran del mismo parecer, los otroscinco comenzaron a gritar que no habían desujetarse jamás a los romanos, entretanto quepudiesen morir con su libertad. Estando, pues,ellos dudando sobre esto, cesaba en este tiempola fuerza y combate que les daban.Mientras en esto se detenían, enviaba Castor aSimón algunos mensajeros, por los cuales ledecía que proveyese mientras podía y mirase enlo que le era necesario; porque por un poco detiempo él se burlaría de Tito, capitán de losromanos: y mostrábase también persuadir yaconsejar a los suyos que contradecían estomismo, entretanto que trataba aquello conSimón. Y no pudiendo sufrir lo que les decía,pusieron sus espadas contra sus corazas, y sa-cudiéndose con ellas, dejáronse caer comomuertos.Maravillóse Tito y sus compañeros cuando losvieron tan pertinaces, no pudiendo ver, a laverdad, del lugar donde estaban, por ser más

bajo, lo que pasaba: maravillábase de ver sugrande atrevimiento y osadía, y tenía tambiéncompasión de ver la ruina y destrucción que seles aparejaba.En este medio tiró uno una saeta e hirió a Cas-tor en una nalga; y sacándose él mismo de laherida la saeta, mostróla al emperador,quejándose que sufría cosa indigna y muy in-justa. Reprendió Tito al que la había tirado, yenvió a Josefo, que estaba con él, que diese lasmanos a Castor y lo recibiese en su amistad;pero éste respondió que no lo haría, porque nopensaban algún bien en todo cuanto pedían ycon humildad suplicaban, y detuvo los amigosque quisieron ir.Diciendo uno de los que se habían huido, lla-mado Eneas por nombre, que iría a verse con él,moviéndolo a ello Castor, y diciéndole que tra-jese algo en que llevar la plata que tenía, corrióéste con las manos abiertas, con mucha aficióny codicia: así como llegó dejóle caer encimauna piedra muy grande; pero no pudo herirlo,

porque él se guardó, e hirió un otro soldado queallí también estaba.Teniendo, pues, Tito conocido ya el engaño,conoció también claramente que la misericor-dia y amistad daña en la guerra, y que la cruel-dad es menos engañada con la astucia, por locual, airado por el engaño, mandaba con mayordiligencia usar de su ingenio contra la torre.Cuando Castor y sus compañeros vieron que latorre andaba ya con tantos golpes de caída,pusiéronla fuego; y echándose por medio de lasllamas en las minas que le misma torre tenía,alcanzaron otra vez nombre de hombres muyanimosos entre los romanos, porque se hubie-ran echado en el fuego.Tomó, pues, por esta parte Tito el muro, cincodías después de tomado el primero, y haciendohuir de allí a todos los judíos, entró dentro conmil hombres de los mejores que tenía junto a síen las armas, adonde estaba la nueva ciudad, vaquellos que vendían la lana y los paños, y losherreros; aquí también estaba el mercado de losvestidos, e íbase de aquí al muro por unas sen-

das y calles muy angostas. Ciertamente que siél hubiera destruido la mayor parte del muro, ohubiera arruinado lo que había tomado hastaallí, según ley y usanza de la guerra, no creoque hiciera con su victoria daño alguno; peroahora, confiando que alcanzaría de los judíosque se entregasen, dilató su partida, pudiendopartirse fácilmente; y esto, porque no pensabaque aquellos a los cuales él daba buen consejo,le habían de armar asechanzas.***

Capítulo XDe cómo los romanos ganaron por dos veces elsegundo muro.

Ganado, pues, el segundo muro, y entrado quehubo Tito dentro, no consintió que su gentematase alguno de los que prendían, ni que que-masen las casas; antes daba tanta libertad alos revolvedores y sediciosos de la ciudad parapelear si quisiesen, cuanto prometía volver atodos sus bienes y- posesiones si se rendían;porque muchos suplicaban que les guardase laciudad, y que en la ciudad guardase y- prohi-biese que fuese destruido el Templo.Estaba ya de antes el pueblo muy conforme conlo que él aconsejaba; pero la juventud y gentedeseosa de guerra, tenían por cosa muy apoca-da la humanidad de Tito, y pensaban que porcobardía y poco ánimo, viendo que no podíaalcanzar ni ganar lo que les quedaba de la ciu-dad, les proponía todas aquellas condiciones.Por lo cual denunciaron a todo el pueblo la

muerte, si había alguno que osase hablar ohacer mención de rendirse a los romanos, o detratar paz con ellos; a los que habían entrado,resistían unos por las estrecharas de las calles;otros desde sus casas, y otros que habían sub-ido por el muro, comenzaban a pelear; con lascuales cosas fueron los que estaban de guardamuy turbados, y echáronse por el muro abajo; ydejando las torres en cuya guarda estaban, re-cogiéronse entre su gente.Oíanse los clamores de los soldados que esta-ban dentro de la ciudad cercados de enemigos:los que estaban fuera cerrados en sus aloja-mientos y tiendas, por el miedo que tenían, ycreciendo el número de los judíos, prevalecien-do también por saber mejor que los romanoslas calles y todos aquellos caminos, muchosromanos eran muertos y despedazados; y cuan-to más ellos por el aprieto y necesidad en queestaban resistían, tanto más eran echados. Nopodían huir por la estrechara del muro muchosjuntos, y fueran muertos todos los que habíanpasado, si Tito no les socorriera: porque ha-

biendo ordenado por los cabos de las calles susflecheros, y estando él allá donde estaba el ma-yor número de judíos, echaba los enemigos conmuchas saetas y dardos que les tiraban. Estabatambién allí con él Domicio Sabino, varón muybueno y probado por tal en esta guerra, y per-severó allí echándolos con sus saetas y armashasta tanto que todos los soldados pudieronlibrarse.Habiendo, pues, ganado de esta manera a losromanos el segundo muro, que hubieron de re-cogerse por fuerza al primero, crecióles el áni-mo y orgullo a los que dentro de la ciudad es-taban, y mucho más a los que eran hombres deguerra; y con las cosas prósperas que les suced-ían, estaban como locos y sin sentido, porquepensaban que, pues no les había sucedido bien ala primera, no habían de osar llegarse más a laciudad; y que no podían ellos ser vencidos, sisalían a pelear, porque Dios era contrario a losromanos y a sus empresas, por ser tan maloscomo eran; y veían, por otra parte, no ser mu-cho mayor la fuerza que quedaba entre los ro-

manos, que era aquella que había sido rotapoco antes; ni el hambre tampoco, la cual pocoa poco entraba; pero no se acordaban de ella,porque aun se sustentaban con el mal públicodel pueblo, bebiendo la sangre de toda la ciu-dad.Mucho tiempo había ya que todos los buenospadecían pobreza y necesidad, y muchos sehabían ya consumido de hambre, y por falta demantenimientos. Los revolvedores y sediciososparece que se consolaban de los males que pa-decían con la muerte y destrucción universaldel pueblo, deseando que aquéllos solamente sesalvasen, que no aprovecharan la paz ni la con-cordia, y los que quisiesen vivir en su libertad apesar de los romanos.Holgábanse que la muchedumbre que en esto lesera contraria, fuese consumida poco a poco, nomenos que una carga muy pesada e importuna,y ésta era la buena afición que con sus propiosnaturales tenían.La gente que había de armas allí, prohibió a losromanos entrar en la ciudad aunque otra vez lo

procuraban; y haciendo reparo de las partesderribadas del muro para su defensa, sos-tuvieron tres días peleando siempre valerosa-mente.El cuarto día no pudieron sufrir a Tito, que losacometió con mayor fuerza, antes forzados serecogieron otra vez adonde antes habían halla-do reparo; pero habiendo en este medio ganadoTito el muro, derribó toda la parte que estabaal septentrión, y puso sus guarniciones por lade Mediodía, en las torres y fuertes que había.***

Capítulo XIDe los montes que Tito mandó levantar contrael tercer muro. De la larga oración que Josefohizo a los de la ciudad por que se rindiesen, ydel hambre que los de dentro, estando cercados,padecieron.Pensaba ya Tito de qué manera podría combatirel tercer muro, y parecíale haber durado pocotiempo su cerco en lo que había ganado, por locual determinó dar tiempo a sus enemigos paraque tomasen consejo entre sí, y ver si aflojaríala pertinacia de ellos viendo ya ganado el se-gundo muro, o por lo menos por el miedogrande del hambre. Porque era imposible quelo que robaban bastase ya para más, y por estoél se estaba a su placer muy ocioso. Venido eldía, cuando convenía repartir los mantenimien-tos entre los soldados, puestos los enemigos enun lugar que se mostraba a todos, mandó quelos capitanes ordenasen su gente y pagasen atodos. Salieron entonces muy en orden con sus

armas descubiertas; los caballeros traían suscaballos muy adornados, y todos aquellos arra-bales relucían con el oro y con la plata desdemuy lejos.No había espectáculo ni vista por la cual lossoldados más se alegrasen, ni había cosa que alos enemigos fuese tan espantable.Estaban los muros antiguos y toda la parte sep-tentrional llena de gente que los miraba; tam-bién estaban las casas llenas de gente que mira-ba lo mismo, y no había parte alguna ni rincónen toda la ciudad que no estuviese lleno e hir-viendo de gente, aunque los más atrevidos hab-ían sido con esta vista amedrentados, viendo lagentileza de las armas y el orden tan excelentede los soldados. Y pudiera ser que con esta vis-ta mudaran aquellos sediciosos y revolvedoresde su parecer, si no desesperaran de poder al-canzar perdón de los romanos, de tantos y tangrandes daños y maldades como habían come-tido contra el pueblo; teniendo, pues, por muycierto que si dejaban de proseguir su fuerza

adelante, no les había de faltar el castigo de lamuerte, tuvieron por mejor proseguir la guerray morir antes peleando.Prevalecía también lo que Dios tenía determi-nado, es a saber, que muriesen tanto los sinculpa e inocentes como los muy culpados, yque fuese la ciudad toda con todos los revolve-dores destruida.Duró, pues, el repartir de los mantenimientosentre los de nada legión cuatro días; venido quefué el quinto, habiendo entendido Tito que losjudíos no tenían pensamientos de coneor,darcon él ni hacer paz, repartido su ejército en dospartes, comenzó a levantar montes contra latorre Antonia, cerca del monumento de Juan,pensando que por aquí podía tomar la partealta de la ciudad, y que tomada la torre Anto-nia, después tomaría el templo, porque si no loganaba, era imposible tener seguramente laciudad. Por está causa en cada una de estas dospartes levantaba dos montes, cada legión elsuyo.

Los que trabajaban cerca del monumento dichoeran combatidos por los judíos y compañerosde Simón, que les hacían gran estorbo y daño; ylos que trabajaban cerca de la torre Antoniaeran desbaratados por los compañeros de Juany por muchos de los zelotes, no sólo por la ven-taja que en el lugar, por ser más alto, tenían,sino también porque habían ya aprendido eluso de las máquinas e ingenios de guerra de losromanos, con el uso y la experiencia cotidiana:tenían trescientos ballesteros y cuarenta tiros depiedras, con los cuales impedían a los romanos,y les hacían mucho estorbo por que no acaba-sen sus edificios y fuerte.Sabiendo Tito que la fortuna le había de serpróspera, y que la ciudad había de ser destrui-da y perecer todos, hacía juntamente dos cosas:la una era dar diligencia y prisa grande en elcerco, y la otra era no cesar de aconsejar a losjudíos que se redujesen a la paz y obedienciaromana; y representándoles sus hechos junta-mente con su consejo, y entendiendo que mu-

chas veces suele ser más fuerte y más poderosacon los hombres el habla y tratamiento, tantoles rogaba que mirasen por su salud entregán-dole la ciudad, la cual era ya casi toda tomada,cuanto también les alegaba a Josefo, el cual leshablaría en lengua de la patria, confiando quepor consejo y amonestación de un hombre na-tural, dejarían de pasar más adelante en su per-tinacia.Yendo, pues, Josefo por todo el cerco del muro,lejos cuanto un tiro de ballesta, por donde pen-saba que sería oído más fácilmente, rogábalesmucho que se guardasen ellos y todo el pueblo,que no fuesen causa de la destrucción del tem-plo y de la patria, y que no quisiesen mostrarsemás duros en esto y más pertinaces que eranlos mismos enemigos extranjeros; porque losromanos tenían reverencia a las cosas sagradasde los templos de aquellos con quienes no ten-ían una ley común, y que cuanto a esto, todosrefrenaban sus manos grandemente; y queellos, es a saber, los judíos, estaban muy dados

a echarse a perder de grado y a buscar la muer-te, pudiéndose guardar de ella. Pero que mira-sen ya a los muros más fuertes derribados atierra, y que solamente los que menos eranquedaban.Díjoles que conociesen no poder sostener niresistir a la fuerza de los romanos, y que no eracosa nueva ni por experimentar de los judíosestar sujetos a los romanos. Porque aunque eslinda cosa pelear por la libertad, esto se debehacer en el principio; porque el que ha estadouna vez sujeto y ha obedecido al Imperio mu-cho tiempo, si por ventura quería salir de estacarga y rehusar este yugo, no se mostraba cier-tamente amador de la libertad, sino deseoso demorir malamente. Y que se debían afrentar deestar sujetos y tener por señores a los que fue-sen de menor estado y condición que ellos, y noa los romanos, a cuyo poder estaba todo sujeto.Porque, ¿qué cosa hay tan fuerte que se hayalibrado de los romanos o no la hayan ellos suje-tado a su imperio, sino lo que, o por el calor o

por el frío, es intolerable y nunca habitado?Antes la fortuna de todas partes se les ha pasa-do, y el Dios que regía en todas las naciones elImperio, ahora, si lo miráis, hallaréis que estáen Italia.Pues esta es ley general, a la cual están sujetaslas bestias y fieros animales, que el más pode-roso esté sujeto a aquel que es menos, y la vic-toria está siempre con aquellos con quienes estátambién la mayor fuerza de las armas. Por tan-to, vuestros padres y antepasados, aunque eranmuy más esforzados y animosos que ellos ymejor proveídos de toda cosa, no resistieron alos romanos; antes les estuvieron siempre suje-tos, a los cuales nunca sirvieran ni hubieransufrido, si no fuera por saber que Dios les favo-recía. ¿Pues en qué os confiáis ahora vosotros,siendo ya tomada la mayor parte de la ciudad?¿Y aunque los muros estuviesen todos enteros,siendo los ciudadanos casi todos muertos?Muy bien saben los romanos el hambre que laciudad padece, y cómo el pueblo es ahora con-

sumido, y que de aquí a poco han de pereceraun los más esforzados: porque aunque losromanos cesen y dejen el cerco, y aunque nohagan fuerza con sus armas, ni a vosotros ni ala ciudad, todavía tenéis, oh judíos, de dentroguerra inexpugnable; la cual cada hora crece, siya por ventura no tomáis también contra elhambre las armas, y podéis vencer la mala for-tuna y desdicha vuestra.Añadía también a lo dicho, cuánto mejor era,antes de la destrucción intolerable, mudar deparecer y seguir el consejo más saludable, en-tretanto que les era lícito y posible; porque losromanos no se enojaban de lo hecho hasta elpresente, sino eran pertinaces en lo que habíancomenzado; naturálmente son hombres queaman la paz, la mansedumbre, y prefieren a laira lo que es más provechoso. Esto pensabanque era haber la ciudad no vacía de hombres nila provincia desierta; y que, por tanto, quería elemperador Tito tener paz con ellos; porque sipor fuerza y por asalto toma la ciudad, no hab-

ía de perdonar a alguno, ni permitir que queda-se hombre vivo, por ver principalmente queviendo tantas destrucciones, no le habían que-rido obedecer, rogándoles él mismo.El muro tercero será presto ganado, de lo cualdan fe los dos que habían ya alcanzado; ycuando no pudiesen ganarles sus defensas, elhambre que habían de padecer pelearía por losromanos.Muchos que estaban en el muro vituperaban vdecían muchas injurias a Josefo, que tan buenosconsejos les daba: algunos también le tirabansus dardos y saetas. Viendo él que con mostrar-les claramente las desdichas y destruccionesque padecían, y las que se les esperaban, nopodía doblarlos, púsose a contarles historiashechas entre gentiles y batallas ganadas por losromanos; dijo gritando:"¡ Oh malaventurados de vosotros, olvidadosde los que están prontos para ayudaros, gue-rreáis con vuestras armas y vuestras manos conlos romanos! ¿Pues qué gente hemos jamás

vencido nosotros de esta manera? ¿Qué tiempoha habido en el cual no defendiese Dios, crea-dor de todas las cosas, a los judíos si eran mo-lestados? ¿No cobraréis, pues, sentido? ¿Nomiraréis de a dónde salís a pelear, y que hacéisinjuria a tan grande ayuda como en todo ten-éis? ¿No se os acuerdan las divinas obras devuestros padres, y cuántas guerras nos excusóeste santo lugar, a donde ahora estáis? Lashazañas grandes y maravillosas que Dios hahecho con nosotros, sabed que me amedrentode contarlas; pero oíd todavía, para que co-nozcáis que resistís, no sólo a los romanos, sinoa Dios también con ellos."i\7echias, rey de los egipcios, llamado por otronombre Faraón, vino con ejército infinito yhurtónos la reina Sara, madre de nuestro linaje.¿Qué hizo, pues, su marido Abraham, bisabue-lo nuestro entonces? Pues ciertamente que teníatrescientos dieciocho capitanes, de los cualescada uno tenía infinita gente que le obedecía.¿Por ventura quiso más reposarse y no hacer

algo sin Dios? Sino levantando sus manos pu-ras y limpias de pecado, escogió para su miliciauna ayuda invencible. El segundo día después,¿no le fué enviada su mujer a casa, sin padecercorrupción? El egipcio huyó temblando, yamedrentado con suecos venidos en las noches,después de haber adorado este mismo lugarque vosotros habéis ensangrentado con lamuerte de vuestros propios naturales, despuésde haber dado y ofrecido muchos dones altemplo v ;i los judíos, por ver que eran tan ami-gos de Dios."Diré algo de cómo el Egipto; y cómo estandoallí armas, si estaban sujetos a asiento de losnuestros pasó a pudiesen hacer conocer con susreyes extraños o a tiranos, no quisieron moveralgo, antes todo lo dejaron en las manos deDios. ¿Quién no sabe haber sido llenado todoEgipto de serpientes de todo género y manera,y con toda dolencia corrompido? ¿Quién nosabe cómo les vino a faltar el Nilo, y las diezplagas que recibieron, por las cuales salieron

nuestros padres y antepasados sin derramarsangre con gran ayuda, guiándolos Dios comoa sacerdotes suyos? ¿Por ventura Palestina y elídolo de Dagón no gimieron el Arca del Señor,que los asirios nos habían quitado, y no ellossolos, pero aun también todos los que con ellosfueron? Y corrompidas todas las partes secretasy escondidas de sus cuerpos, y comidas susentrañas con cuanto ellos comían, nos la volvie-ron con son de trompetas y tambores con susmanos propias, y muy culpadas, trabajando poralcanzar perdón con humildes súplicas v ora-ciones a Dios."Dios era, cierto, el que todo esto administrabay regía por nuestros padres; porque dejadas lasarmas y dejada la tuerza aparte, se sujetaron asu poder y mandamiento."El rey de los asirios, llamado Senacherib, comohubiese puesto cerco a esta ciudad con toda elAsia, que consigo traía, por ventura perdió éstelo que pretendía, por impedírselo las manos delos hombres? ¿No estaban todos en oración, de-

jadas las armas, y mató el Ángel de Dios en unanoche un ejército infinito? ¿Y luego al otro día,recordado el rey asirio, halló ciento ochenta ycinco mil hombres muertos, y así huía con losque quedaron de los judíos, que estaban des-armados y nos los perseguían?"Sabéis también la servidumbre y cautiverioque en Babilonia padecimos, adonde estuvodesterrado todo el pueblo sesenta años; y nocobró su libertad antes que Dios la diese por lasmanos de Ciro, el cual también los amó y diólicencia que saliesen de servidumbre; y losacompañó de tal manera, que volvieron en suestado y reconocieron a Dios, sirviéndolo segúntenía de costumbre."Quiero, pues, concluir brevemente: ningunacosa hicieron los nuestros señalada, ni de me-moria, con las armas, ni dejaron tampoco dealcanzar cuanto pidieron con ruegos y con ora-ciones, dejándolo todo a Dios: vencían los jue-ces nuestros como querían, estándose en casa, ypeleando, jamás alcanzaron lo que deseaban;

porque habiendo el rey de Babilonia puestocerco a la ciudad, quiso el rey Sedechías pelearcon él contra el consejo y predicación de jerem-ías, por lo cual fué preso, y la ciudad toda y eltemplo fueron destruidos. Pues mirad cuántoera más justo y moderado aquel rey, que lo sonvuestros capitanes, y cuánto era más pacíficoaquel pueblo, que sois todos vosotros."Finalmente, dando voces Jeremías, y diciendoque el Señor estaba enojado contra todos porlos pecados grandes que habían cometido, yque había de ser tomada la ciudad si no la en-tregaban ellos mismos, fueron de esta maneraellos y la ciudad salvos."Pero vosotros, callando ahora lo que dentro seha hecho, pues no puedo bastante contra vues-tra maldad, andáisme buscando a mí que traba-jo en persuadiros lo que os es tan saludable, yairados queréisme matar con vuestras armas,porque os amonesto que os acordéis de vues-tros pecados, y no sufrís que se digan las mal-dades que cometéis cada día todos.

"Lo mismo aconteció también entonces conAntíoco, llamado Epifanes, el cual cercaba laciudad; y saliendo contra él nuestros mayores yantepasados con las armas, habiendo ofendidoa Dios de muchas maneras, todos fueron muer-tos peleando; y fué saqueada por los enemigosla ciudad, destruido y desolado el templo santodel todo, por espacio de tres años y seis meses."¿Qué necesidad hay ya de más palabras?¿Quién ha movido a los romanos a venir contralos judíos? ¿No os parece que ha sido la impie-dad de los naturales de Judea? ¿De dónde nosvino el principio de toda nuestra servidumbre ycautiverio? ¿No sucedió por la discordia denuestros antepasados, cuando la riña y divisiónentre Aristóbulo e Hircano movió a Pompeyo aque entrase en la ciudad, y sujetó Dios los jud-íos a los romanos como indignos de la libertad?Estando, finalmente, tres meses cercados, aun-que no habían cometido algo semejante de loque vosotros contra las leyes y contra el templo

inviolado, y aunque tenían mayor poder yfuerzas que vosotros, todavía se rindieron."¿No sabemos el fin que hubo Antígono, el hijode Aristóbulo? Rigiendo éste todo el reino, otravez Dios perseguía a todo el pueblo por suspecados; y Herodes, hijo de Antipatro, trajo elejército de Sosio y el romano, con el cual cerca-do por espacio de seis meses, vinieron a serpresos y pagaron dignamente lo que por susculpas merecían, y fue saqueada por los enemi-gos la ciudad: de esta manera jamás las armasfueron concedidas a los nuestros; pues cierta-mente, combatida la ciudad, no puede faltardestrucción."Por tanto, según yo pienso, conviene que losque poseen ahora este santo lugar, dejen el jui-cio de todo lo que se ha de hacer a Dios, y en-tonces menospreciarán el poder y fuerzashumanas, cuando estuvieren conformes con loque Dios quiere. Vosotros, ¿qué habéis hechode todo cuanto bien dejó ordenado el que nosfundó la ley? ¿O qué habéis dejado sin hacer de

todo cuanto aborreció y maldijo? ¡Cuánto hasido mayor vuestra impía maldad, que la deaquellos que luego perecieron! Porque tenién-doos por apocados de cometer secretamentemaldades y pecados, es a saber, hurtar, engañary adulterar, contendéis ahora en quién harámayores robos y quién mejor matará, y habéispensado nuevas vías y maneras de hacer male-ficios. Habéis hecho que el templo sea acogi-miento de todos los tales, y ha sido ahora porlos mismos naturales malamente ensuciado ellugar que los romanos de muy lejos adoraban,reverenciando nuestras leyes más que sus cos-tumbres. Pues, veamos: ¿esperáis que aquél osha de ayudar, contra quien habéis sido todostan impíos? Muy justos sois, por cierto; con lasmanos limpias y puras de pecado, ¿venís hu-mildemente a rogarle que os ayude?"Con tales palabras y otras suplicó nuestro reya Dios contra los asirios, cuando fué derribadoen una noche y muerto tan grande ejército; se-mejantes cosas no cometen los romanos ahora

como hacían los asirios, para que confiéis quehabéis de ser así vengados; porque aquél,habiendo recibido mucho dinero de nuestrorey, por que no viniese contra la ciudad, me-nospreció y quebrantó su juramento y vino aponer fuego al templo; pero los romanos nopiden otro, sino el tributo que les era por voso-tros debido, el cual vuestros padres les paga-ban. Y si esto hiciereis, ni destruirán la ciudadni tocarán a vuestro templo, y concederán quetengáis vuestras familias y gentes libres y todasvuestras posesiones y bienes, consintiendo quevuestras leyes permanezcan salvas e invioladas."Locura es, pues, por cierto, confiar que Dios seha de mostrar tal para los que son justos y nopiden sino lo que es muy conforme a razón,cual se mostró en tiempo pasado a los que eraninjustos, sabiendo que suele vengarse prestocuando es necesario y conveniente. Rompió,finalmente, el campo de los asirios la primeranoche que llegó delante de la ciudad. Si porventura librase a toda vuestra generación, y

juzgase que los romanos eran dignos del supli-cio y pena, luego mostrará su ira con obras ma-nifiestas contra ellos, como hizo contra los .asirios, y en el mismo tiempo pagara Pompeyola fuerza que hacía, pagárala también Sosio,que después vino; Vespasiano, que destruyóGalilea; finalmente, no osaría Tito llegarse aho-ra a la ciudad; pero ni el gran Pompeyo, ni So-sio, recibieron daño alguno, y hubieron en-trambos de la ciudad gran victoria; pues Ves-pasiano con la guerra que con nosotros hizo,alcanzó a ser emperador."Las fuentes, que a nosotros se nos habían se-cado, ahora nacen y manan mejor y más abun-dantes a Tito; sabéis que, antes de su venida, lafuente de Siloa y todas las otras que están fuerade la ciudad, se habían secado en tanta manera,que se compraba el agua para todo, y ahora sontan abundantes para nuestros enemigos, que nosólo bastan para ellos y para todas sus cosas,pero aun también para regar los huertos.

"De esta maravilla ya antes se tuvo experienciaen la destrucción de la ciudad cuando vino elrey de Babilonia, de quien antes hemos habla-do, el cual destruyó la ciudad después dehaberla tomado, y quemó el templo; aunque,según yo pienso, no había cometido nuestragente entonces lo que hemos nosotros osadoimpía y malamente."Quiero, pues, finalmente, decir que, dejandoaparte los Santos, Dios mismo apartó los ojosde esta ciudad y los puso en éstos, con los cua-les ahora vosotros guerreáis. ¿Por ventura huiráel buen varón de una casa adonde se cometenmaldades, y aborrecerá la familia que las come-te, y pensáis que Dios querrá estar junto contantas maldades vuestras, sabiendo todo losecreto y entendiendo todo cuanto se calla?Pero, ¿qué cosa se calla entre vosotros? ¿Quécosa se cubre? ¿Qué hay de todo cuanto hacéis,lo cual no entiendan los enemigos? Ningunoignora vuestras maldades, y cada día contend-éis entre vosotros mismos por quién será peor;

trabajáis en mostrar vuestra maldad y descu-brirla a todos, no menos que si fuese algunavirtud; solamente os queda un camino parasalvaron y libraron si quisiereis, y Dios se sueleamansar y aplacar cuando está enojado, si veque los que lo enojaron lo confiesan y se arre-pienten por lo hecho."Dejad las armas y echadlas a una parte; aver-gonzaos de vuestra patria, que está ya todadestruida; volved vuestros ojos y mirad condiligencia cuál y cuán grande gentileza des-truís, qué ciudad, qué templo y dones o presen-tes de gentes, cuántas y cuán diversas. ¿Quiéntrae el fuego y las llamas contra todas estas co-sas? ¿O quién hay ya que no desee que todoquede salvo y muy entero? ¿Qué cosa hay másdigna ni más excelente o que más merezca noser dañada ni destruida? ; Oh, endurecida gen-te y más sin sentido que lo son las piedras! Sino veis claramente ser así lo que os digo, teneda lo menos compasión y lástima de vuestra gen-te y familias. Vivan los hijos delante de los pa-

dres, vivan los padres y vivan las mujeres, loscuales han de ser todos, antes de mucho, o ven-cidos y muertos en la guerra, o consumidos porel hambre; bien sé que están juntamente convosotros mi madre y mi mujer en el mismo pe-ligro, y mi familia, harto noble, y mi casa, quesolía ser en otro tiempo de gran nombre.Habrá, creo, alguno que pensará persuadirosde que digo estas cosas por salvar a los míos;matadlos a todos, tomad por premio y paga devuestra salud mi sangre, y yo me ofrezco pron-to y aparejado para morir, si después de mimuerte advertís y consideráis lo que os he di-cho."Diciendo Josefo estas cosas llorando y dandovoces, los malos y revolvedores de la ciudad nopor eso se movieron, ni juzgaron serles cosasegura hacer alguna mudanza; el pueblo fuémovido a huir lo más lejos que podía; por locual, unos vendiendo sus posesiones como me-jor podían, y otros las cosas que mucha ama-ban; otros tragaban el oro por que no los halla-

sen con él los ladrones y los robasen, y después,en llegando'a los romanos, echábanlo del cuer-po y compraban con él lo que les era necesario.Tito dejaba ir a muchos de ellos por los camposadonde quisiesen, y esto movía a huir a muchosmás, por ver que estaban libres de los dañosque dentro padecían, y también libres de todaservidumbre entre los romanos.Juan y Simón, con su gente, trabajaban en ce-rrar no menos la salida de éstos que la entradade los romanos, y el que daba señal de ello, porligera que fuese, era luego por ello muerto: losricos morían no menos por huir que por que-dar, pues eran muertos por una misma causa,es a saber, por robarles el patrimonio no menosque si quisieran huir.Crecía con el hambre la desesperación de losrevolvedores y sediciosos, y cada día se acre-centaban mucho estos dos males: en lo públicono había trigo alguno, pero entrábanse porfuerza en las casas y todo lo buscaban y escu-driñaban; si hallaban algo, azotaban a los que lo

negaban, y si no hallaban cosa alguna, tambiénlos atormentaban, como si lo tuviesen encerra-do y escondido más secretamente. Por argu-mento y señal que tenían algo escondido, eraver los cuerpos de los miserables, pensandoque no faltaba qué comer a los que no faltabanlas fuerzas: los enfermos eran acabados de ma-tar, y parecía cosa razonable matar a los queluego habían de morir de hambre; muchos delos más ricos daban secretamente todos susbienes por una medida de trigo, y los que no loeran tanto, los trocaban por una medida deorden o de cebada; y así, encerrados dentro dela más secreta parte de sus casas, comían es-condidamente el trigo podrido; otros amasabanel pan, según mejor la necesidad y el miedo lespermitía; en ninguna parte se ponía la mesa,antes sacaban del fuego las viandas, y mal co-cidas las tomaban y se las comían.Era esta vida muy miserable, y espectáculomuy digno de lágrimas, teniendo demasiadolos más poderosos, y los flacos se quejaban de

tan gran injuria y daño, porque el hambre ma-taba y estragaba más gente que los enemigos;no hay cosa que tanto dañe al hombre, ni loeche a perder, como la vergüenza, porque loque es digno de reverencia, en tiempos dehambre se menosprecia; de esta manera quita-ban lo que comían, de la boca, las mujeres a losmaridos, los hijos a los padres, y lo que peor ymás miserable parecía, era ver las madres qui-tar de la boca de sus hijuelos la comida, y mu-riéndose de hambre los hijos entre sus brazos,no por eso lo dejaban de hacer, ni de tomarlesla sangre con que habían de vivir, pues no fal-taba luego quien sabía los que comían talescosas y se las hurtaban; porque si veían cerradaalguna casa, luego con este indicio pensabanque comían los que estaban dentro, y rompien-do en la misma hora las puertas, se entraban ycasi les sacaban los bocados medio mascadosde la boca, ahogándolos por ellos.Los viejos eran heridos si querían defender es-to; las mujeres eran despedazadas porque es-

condían lo que tenían en las manos; no habíamisericordia, ni del viejo, por cano que fuese, nidel niño, por niño que era; sino apartaban a losniños que estaban colgados del bocado de lamadre, y echábamos a tierra, y si alguno se lesadelantaba, y se comía lo que ellos habían derobar, eran contra éste no menos crueles que sihubieran sido por él muy dañados.Pensaban nuevas maneras de tormentos, porsólo hallar y descubrir mantenimiento parasustentarse: unas veces atormentaban las partessecretas y vergonzosas de los hombres, otraspasaban por las partes de detrás unas varasmuy agudas, y uno padeció cosas espantablesde oír, por no confesar que tenía escondido unpan, y por que mostrase un puñado de harinaque tenía. Aquellos crueles atormentadores notenían hambre, porque no pareciera cosa tancruel ni mala si lo hicieran por necesidad; peroprosiguiendo su locura desenfrenadamente, yaparejando mantenimiento y provisión paraseis días, y saliendo con esto al encuentro a los

que de noche se habían escapado de las guar-das de los romanos por buscar algunas hierbasy cosas agrestes, cuando pensaban haberse yalibrado de los enemigos, daban en ellos, yrobábanles cuanto traían, y rogándoles muchoque les diesen algo para ellos, por cl nombre deDios, de lo que habían traído y alcanzado contanto peligro, no lo querían hacer, y aun lesparecía recibir merced si después de haberlesquitado todo lo que tenían, no los mataban.Estas cosas, pues, sufrían los del pueblo deaquellos que todo lo revolvían; los más honra-dos y más ricos eran llevados delante de lostiranos, y los unos eran muertos por ser acu-sados falsamente de asechanzas, y los otrosdiciendo y levantándoles que querían entregarla ciudad a los romanos. Salía el mismo acusa-dor, sobornado a ello muchas veces, a probarcon acusaciones falsas que habían querido huir;y- cuando Simón había robado a alguno, luegolo enviaba a Juan, y• a quien éste desnudaba delo que tenía, enviábalo de igual modo a Simón;

y de esta manera se hacían fiesta los unos a losotros con la sangre de los del pueblo, y repart-íanse entre ellos los cuerpos muertos de losmiserables y desdichados.No faltaba entre estos dos disensión grande porquién sería el señor de todo; consentían sola-mente y concordaban ambos en solas sus mal-dades. Era tenido por muy mal hombre el quetodo se lo guardaba y tomaba para sí, sin darde ello parte al otro del mal que hacía, y el queno la tomaba, porque carecía de parte de lacrueldad, como que se doliese del mal y dañohecho a algún bueno.No podré contar particularmente las maldadesde todos éstos, y para decir de lo mucho quequerría lo menos que podré, no pienso quehubo ciudad en algún tiempo en todo el mundoque tal sufriese, ni creo que hubo nación en elmundo tan feroz y tan bastante para toda mal-dad y bellaquería: maldecían también, final-mente, a los mismos judíos, por parecer menosimpíos y menos malos contra los extranjeros;

pero confesaron todavía lo que eran, es a saber,siervos, esclavos y gente bastarda, sin honra ysin nobleza; no judíos naturales, sino genera-ción mala y muy perversa.Ellos mismos, en fin, destruyeron la ciudad, yfueron causa de que los romanos hubiesen estatriste victoria, y asolaron ellos mismos la ciu-dad, y trajerón el fuego al templo, que no vinie-ra tan presto, casi con sus propias manos.Habiendo, pues, éstos visto arder la parte altade la ciudad, ni se dolieron, ni por ellos les saliólágrima, hallándose entre los romanos quienpor ello se dolía y le pesaba de tal destrucción;pero estas cosas dejémoslas ahora para cuandotratemos de otras a donde vendrán mejor.***

Capítulo XIIEn el cual se trata de los judíos que fueron cru-cificados, y de los montes que fueron tambiénquemados.

Aprovechábanle mucho a Tito los montes le-vantados, aunque sus soldados eran maltrata-dos desde los muros, y enviando ;arte de sucaballería, mandó que se pusiesen de guarda yen asechanzas por aquellos valles contra aque-llos que salían a tomar la provisión y manteni-mientos.Venían entre éstos algunos de la gente de peleade los ludios, por no bastarles ya lo que roba-ban; pero la mayor parte era de la gente máspobre y popular, los cuales no osaban huir a losromanos por miedo de los suyos, porque noveían la manera para huir escondidamente, sinque los que buscaban las revueltas y sedicioneslos sintiesen con sus hijos y mujeres, temiendodejarlos en poder de ladrones tales, para quefuesen por causa de ellos degollados.Dábales atrevimiento para salir la gran hambreque padecían, y no faltaba sino que los que es-taban escondidos en guarda de ellos saliesen, yfuesen todos presos; los que aquí eran presos

habían de resistir necesariamente por miedodel castigo, porque parecían rendirse tarde; deesta manera, pues, azotados cruelmente des-pués de haber peleado, y atormentados de mu-chas maneras antes de morir, eran finalmentecolgados en una cruz delante del muro.No dejaba de parecer esta destrucción muymiserable al mismo emperador Tito, prendien-do cada día sus quinientos, y aun muchas vecesmás; pero no tenía por cosa segura dejar libresa los que prendía; y por otra parte, guardartanta muchedumbre de judíos, parecíale reque-rir más gente para hacer esto. No quiso, contodo, prohibirlo, por pensar que viendo los dela ciudad esto, aflojarían y doblarían en ternezasus unimos, poniéndose delante que habían depadecer aún peormente si no se rendían.Los soldados romanos ahorcaban a los judíosde diversas maneras; con ira y con odio, hacían-les muchas injurias: habían ya tomado tantagente, que faltaba lugar donde poner las horas,

y aun faltaban también horcas para colgar atantos como había.Pero estuvieron los revolvedores de Jerusaléntan lejos de moverse, ni doblarse con esta talmatanza de los suyos, que aun fué lo hechopara efecto contrario, es a saber, para espantar alos que quedaban: porque sacaban al muro losamigos de aquellos que habían huido, y los delpueblo que estaban más inclinados a la paz, ymostrábanles desde allí lo que padecían de losromanos los que a ellos huían: y los que esta-ban presos, no decían que eran cautivos, peromuy siervos y muy despreciados. Con esto es-pantaban todo el otro pueblo que había.Esto fué causa de que muchos de los que quer-ían pasarse a los romanos, se detuvieron, hastatanto que entendieron la verdad de lo que era.Hubo algunos que luego huyeron, acon-hortados de todo, no menos que si hubierandeseado morir: porque padecer la muerte pormanos de los enemigos parecía que les era re-poso, antes que perecer de hambre.

A muchos de los cautivos mandó Tito que lesfuesen cortadas las manos, y enviólos a Juan y aSimón, por que no pareciesen haber huido, niaun osasen pensar tal de ellos, amonestándolosque quisiesen ya cesar y romper su pertinacia, yno forzarlo a que destruyese la ciudad; peroque ya ahora, estando en el fin y extremo tiem-po, quisiesen ganar sus almas, trocando la vo-luntad, y conservasen tan gran patria y ciudadcomo perderían, y el templo, cuyo ni par, niigual, había en todo el universo.No dejaba con esto de hacer diligencia en mirarpor su gente, rodeando los montes hechos paracombatir la ciudad; y animando a los que traba-jaban, dábales gran prisa, como quien había deponer presto en efecto las palabras que decía.Los que estaban en el muro, maldecían a Tito ya su padre: decían con voces muchas injurias, yque preciaban mucho más la muerte que veniren servidumbre de ellos. Confiando, pues, quehabían de hacer mucho mal a los romanos, noteniendo cuenta consigo mismos, ni con su pa-

tria, aunque Tito les decía que habían todos deperecer, porque era mejor que el templo queda-se sin alguno de ellos, aunque sabían que Dioslo había de guardar; mas pensando ellos que leshabía de ayudar también, no tenían en algo nipreciaban todas sus amenazas, pues no habíande tener el efecto que pensaban, porque el finde todo lo que había de suceder estaba en lasmanos de Dios. Eso gritaban los judíos,mezclándolo con muchas injurias y denuestosque decían.Estando en esto, vino Antíoco Epifanes conmucha gente de armas que trajo consigo, y conmuchos de su guarda, los cuales eran macedo-nios, todos iguales en edad, muy mancebos,enseñados y hábiles en las cosas de las armas,de la misma manera que suelen ser los de Ma-cedonia, de donde también retenían el nombre,y muchos había que no se podían igualar con lavirtud y fuerzas de esta gente: porque de todoslos reyes que obedecían y reconocían el Imperiode los romanos, el más principal y más feliz fué

el de los Comajenos, antes que la fortuna se lesmudase. Mostró también éste en su vejez, queninguno, por viejo que sea, antes de la muertese puede llamar bienaventurado; pero estandoallí en su presencia su propio hijo, decía que semaravillaba por qué causa no osaban los roma-nos llegarse a los muros. Este, de su natural eramuy hombre de guerra, y muy pronto parapelear, y de tan grandes fuerzas, que era dema-siado atrevido y audaz. Y como oyendo estoTito se riese disimuladamente, y dijese que hab-ía de ser este trabajo común entre todos, An-tíoco luego arremetió con su gente de la mismamanera que estaba, con todos sus macedonios.El, con sus fuerzas y destreza, guardábase muybien de todos los tiros de los judíos, tirándolesmuchas saetas; pero todos los mancebos fueronderribados y muertos, excepto muy pocos; por-que por vergüenza de lo que habían prometido,habían peleado más tiempo de lo que convenía;y al fin, los más se hubieron de recoger muyheridos, pensando y teniendo por muy cierto

que queriendo vencer los maceáonios, era nece-saria la próspera Alejandro.Comenzados aquellos montes que levantabanlos romanos a los doce del mes de mayo, ape-nas fueron acabados a los veintinueve del mis-mo mes, habiendo trabajado todos los diez ysiete días, porque fueron levantados cuatromuy grandes: el uno en aquella parte adondeestá la torre Antonia, el cual había levantado laquinta legión, de frente de aquel medio estan-que que llamaban Estruthio; el otro la legiónduodécima, a veinte codos del susodicho. Ladécima legión, que era la mejor, había edificadosu obra en la parte septentrional, adonde está elestanque llamado Amigdalón. Estaba edificadoe1 de la legión décimaquinta a treinta codoslejos, cerca del monumento del Pontífice.Llegando, pues, ya sus montes e cogemos, Juanminó por bajo hasta llegar a los montes de losromanos, que estaban en la parte de la torreAntonia: puso unos maderos gruesos, que sos-tuviesen la obra, y dentro mucha leña untada

de pez y betún; lo cual hecho, dióle fuego, porlo cual, quemados los fundamentos que la sos-tenían, se hundió la mina muy repentinamente,y los montes cayeron con gran sonido de lacoma; levantóse un humo grande con el polvohacia arriba, porque lo que había caído teníacerrado el fuego, y consumida la materia que locerraba y cubría, la llama comenzó a parecer ydescubrirse más claramente.Viendo los romanos aquello, sobrevenido tande repente, espantáronse mucho y tenían granpesar por lo que los judíos habían hecho, por locual, pensando que ya habían vencido, enfrió-seles con este caso la esperanza y parecíales quesería cosa sin provecho resistir al fuego, puesaunque lo apagasen del todo, había de aprove-charles poco, pues estaban ya destruidos losmontes e ingenios que habían hecho.Dos días después, Simón, con sus compañeros,acomete a los otros, porque por esta parte hab-ían comenzado a combatir y derribar el murolos romanos con los ingenios suyos, llamados

arietes o vaivenes; y un hombre llamado Tep-heo, natural de Garsa, ciudad de Galilea, y Me-gasaro, criado de la rema Mariamma, y conéstos un adiabeno, hijo de Nabateo, llamadopor caso Agiras, que quiere decir cojo, arreba-tando fuego en sus manos, fueron corriendo aponerlo en las máquinas de Tito. No huboquien se mostrase más valiente que estos sol-dados, más atrevido para toda cosa, ni tampocomás espantoso: porque así arremetieron comosi fueran a verse con amigos suyos, y no se de-tuvieron, como que fuesen contra enemigos;antes entrando con ímpetu y con fuerza pormedio de todos los enemigos, dieron fuego alas máquinas que Tito había mandado hacer:echados con muchos dardos y saetas, con lasespadas no los pudieron derribar, ni hacer vol-ver atrás antes de haber puesto fuego a todo loque pretendían quemar.Levantada la llama en alto, salían los romanosde sus tiendas para socorrer al fuego; y los jud-íos, desde el muro adonde estaban, se lo im-

pedían, y trabábanse a pelear con los que ven-ían a defender que no entrase en todo el fuego,no perdonando en algo al trabajo y peligro desus cuerpos: trabajaban los romanos en sacarsus ingenios que llamamos arietes, de en mediodel fuego, viendo que la cosa con que estabancubiertos ya se quemaba; y los judíos, por elcontrario, mostraban sus fuerzas en retenerlos,sin tener miedo ni al fuego ni a las armas; yaunque alcanzasen con sus manos el hierroardiente, no por eso lo dejaban, ni perdieron losarietes. De aquí pasó el fuego a los montes, yantes eran quemados y hechos todos fuego, quepudiesen socorrerles ni defenderles. De estamanera, pues, rodeados de fuego los romanos yde llamas, pensando no poder ya defender susobras, desesperados se recogieron a su campo ytiendas.Los judíos, viendo esto, más los perseguían:acrecentábaseles mucho cada hora el ejército,viniéndoles gran ayuda de los de la ciudad.Confiados en la victoria que les sucedía, des-

cuidábanse algo más de lo que debían; y sa-liendo hasta los fuertes del campo de los roma-nos peleaban allí con los que estaban de guar-dia. Había guardas diversas de gente de armas,repartidas por sus horas sucesivamente: lasleyes que los romanos tenían en esto, eran muyseveras y muy exactamente guardadas, de talmanera, que quienquiera que se moviese de sulugar, por cualquiera causa que fuese, eramuerto: por lo cual, preciando y teniendo éstosen más morir gloriosamente y con buen nom-bre, que haber de morir así como así por haberhuido, estuvieron muy firmes, y por verlos entrabajo y en tan gran necesidad, muchos de losque huían volvieron; y ordenando sus balleste-ros por el muro, impedían que la gente quevenía de la ciudad sin armas algunas para de-fenderse y guardar sus vidas y cuerpos, osasellegar.Peleaban los judíos con todos los que les veníandelante, y echándose a las lanzas de los enemi-gos, heríamos con sus mismos cuerpos; pero no

vencían éstos más por sus hechos, que por laesperanza que tenían: por otra parte, los roma-nos les daban lugar, más por ver el atrevimien-to grande de los judíos, que por el daño que leshacían.Había ya venido Tito de Antonia, adonde habíaido por ver en qué lugar fuese mejor levantarlos otros montes: y hubo de reprender grave-mente a sus soldados, por ver que, teniendo losmuros de los enemigos en su poder sin peligro,eran dañados en los suyos propios, y por ganarlo ajeno perdiesen lo que era de ellos, y dejandosalir de su poder a los judíos como de la cárcel,para que salidos les hiciesen daño y les quebra-sen las cabezas, haciéndoles padecer lo quepadecerían si estaban cercados.Tito, pues, con gente muy escogida cercó a losenemigos por un lado; y como éstos fuesenheridos por delante, estaban muy firmes todav-ía, peleando contra los romanos; y trabada lagente y la pelea, el polvo que levantaban quita-ba la vista de los ojos; y eran tan grandes los

clamores, que no había quién se oyese, ni pod-ían conocer quién era de los suyos, ni quién delos contrarios, quién amigo, ni quién enemigo.Perseverando los judíos, no tanto por confiarmucho en sus fuerzas, cuanto por estar ya deltodo desesperados, también los romanos seesforzaron, y tomaron gran ánimo por la ver-güenza de las armas y de su honra de ellos ygloria, y por estar su capitán y emperador pre-sente en el mismo peligro. Por lo cual osaríapensar que pelearan hasta el fin con la feroci-dad de ánimos que tenían, y que acabaran yconsumieran entonces toda la muchedumbrede los judíos que había salido, si éstos no serecogieran presto a la ciudad, huyendo el peli-gro de la batalla.Todavía, aunque esto les había sucedido bien,estaban muy tristes los romanos por ver susmáquinas y cuanto habían hecho en tantotiempo, y con tanto trabajo, destruidas tan pre-sto y tan prontamente, y aun había muchos

que, viéndolo, desesperaban de poder tomar laciudad en algún tiempo.***

Capítulo XIIIDel micro que los romanos levantaron en elcerco de Jerusalén en espacio de tres días.

Estaba Tito deliberando y tomando parecer desus capitanes sobre lo que se debía hacer: a losmás viejos y más ejercitados, parecíales que contoda la gente combatiesen el muro; porqueaunque los judíos habían peleado con algunaparte del ejército, a todo ¡unto no lo podríansostener ni sufrir, con tal que les cubriesen desaetas. Los más prudenyes persuadíanle quelevantase otra vez sus montes y fuertes. Otrosdecían que podían combatirlos y asentar sucampo sin hacer esto, teniendo solamente cuen-ta y miramiento con que no saliesen, aconse-jando mucho que se hiciese gran diligencia enprocurar que en ninguna manera pudiesen serproveídos de mantenimientos, dejándolos pe-recer a todos de hambre: porque no conveníatrabarse a pelear con los enemigos, cuya perti-

nacia era invencible, los cuales no deseabansino morir peleando o aun matarse ellos mis-mos sin hierro, lo cual es más cruel y más des-enfrenada codicia.No le parecía cosa honesta a Tito estarse sinhacer algo, teniendo tan grande ejército consi-go; y por otra parte, parecíale también ser tra-bajo perdido pelear con gente que no podía ellamisma dejar de perderse muy presto. Tenía pormuy trabajoso edificar otra vez sus fuertes ymontes, por la falta de aparejos para ello, y pormucho más difícil impedir que los judíos pu-diesen salir de la ciudad: porque no podía cer-carla con su ejército par la grandeza y lugaresásperos y difíciles que en algunas partes de sucerro había, ni podía proveer que no saliesen acorrer; porque ya que él les quisiese cerrar elcamino hecho, los judíos hallarían siempreotras vías secretas, tanto por la necesidad quede ello tenían, cuanto también por saber muybien la tierra: pues si hacían algo secretamente,sería para más alargarles el cerco; y era cosa

digna de temer que por detenerse mucho tiem-po se disminuyese la gloria de la victoria. Todoera posible hacerlo; pero antes de alcanzar estahonra, convenía hacer su diligencia: y para po-ner ésta en efecto y usar en todo de buen conse-jo y prudencia, conoció que debía cercar demuro la ciudad. Porque de esta manera estaríacerrado el paso y todas las partes, porque losjudíos no saliesen; y que entonces, viéndose detodas maneras desesperados, habían, o de en-tregarles la ciudad, o vencidos por la granhambre que padecerían, serían presos muy pre-sto y muy fácilmente: porque de otra maneraera imposible que ellos reposasen.De levantar los montes también dijo que seacordaría, pero no antes que los enemigos quelo prohibiesen fuesen menos. Y si alguno leparecía obra demasiada y muy difícil, debíaconsiderar que no convenía a los romanos de-tenerse en cosa tan poca; antes les era propioponer trabajo en cosas importantes, pues sintrabajo no es posible hacer cosa grande.

Habiendo con tales palabras aconsejado y ani-mado a sus capitanes, mandó que cada unoordenase y dispusiese su gente en la obra.Tomáronla los soldados maravillosamente muya pechos; y repartiendo entre sí el cerco, no sólocontendían entre sí los mismos regidores porquién más diligentemente trabajaba, pero auntambién las órdenes y compañías de la gente.Estaban repartidos de tal manera, que el quemandaba a diez hombres tenía cuenta con satis-facer y contentar a su cabo de escuadra; éste alcaporal; el caporal a los capitanes de mil hom-bres, éstos a los coroneles y general de campo,de los cuales venía después a Tito, el cual cadadía iba mirando a todos y reconociendo la obraque hacían. Comenzado el muro del campo delos asirios adonde él había puesto su campo,trájolo hasta la nueva villa baja, y luego deaquí, volviendo por Cedrón al monte Eleón;tomó el monte de las olivas por la parte delmediodía, hasta la piedra que llamaban Periste-reonos, y por el collado que le está cerca, enci-

ma del valle de Siloa; y volviendo de aquí eledificio a la parte occidental, descendió al vallede la fuente; y de aquí entrando por el monu-mento del pontífice Anano, rodeando el monteadonde había puesto su campo Pompeyo, vol-viendo hacia el Septentrión, de donde, alargán-dose por el lugar llamado Erebinthónico, cerródespués de éste el monumento de Herodes, porel Oriente, y juntólo con su campo hasta dondehabía comenzado. Era el cerco del muro unestadio menos grande de cuarenta: edificó pordefuera, cerca de él, trece castillos, los cualestenían cerco de diez estadios.Fué edificada toda esta obra en tres días; ysiendo cosa que parecía requerir muchos me-ses, apenas era creíble que hubiese sido posibleacabarse tan presto. Cercada, pues, ya la ciudadcon el muro, y puesta gente de guarnición enlos castillos, él mismo hacía la primera guardade la noche; la segunda hacía Alejandro; la ter-cera cupo a los capitanes de las legiones. Teníantambién las horas de guarda ordenadas por

fuertes, e iban toda la noche guardando y mi-rando muy diligentemente todo el cerco de loscastillos.***

Capítulo XIVDel hambre que los de Jerusalén padecían, y decómo fue el segundo monte levantado.

Fuéles quitada a los judíos la licencia y facultadque tenían de salir, y con esto perdieron la es-peranza de alcanzar salud ni poder salvarse: elhambre había ya entrado en todas las casasgeneralmente y en todas las familias. Estabanlas casas llenas de mujeres muertas de hambre,y de niños, y las estrechuras de las calles esta-ban también llenas de hombres viejos muertos:los mozos y mancebos andaban sin color, casicomo muertos, por los mercados y plazas; ycuando sucedía que alguno muriese, todosquedaban muy amedrentados, pues no podíansepultar los muertos por el gran trabajo: y

aquellos en quien aun alguna fuerza quedaba,avergonzábanse y no podían hacerlo, parte porver tanta muchedumbre, y parte también por-que no sabían el fin que ellos mismos habían dealcanzar.Morían, finalmente, muchos encima de los quesepultaban; muchos huían a sepultarse vivosantes de que llegase el fin de sus días, y no seoían en tan grandes males llantos ni gemidos,porque la grande hambre que padecían no dabalugar para ello. Los que morían postreros mira-ban a los muertos primeros con los ojos muysecos y sin virtud para poder echar una lágri-ma, y con las bocas y vientres corrompidos.Estaba la ciudad con gran silencio, toda llena detinieblas de la muerte, y aun los ladrones cau-saban mayor amargura y llanto que todo lootro. Vaciaban las casas, que no eran entoncesotro que sepulcros de muertos, y desnudabanlos muertos; y quitándoles las ropas y cobertu-ras de encima, salíanse riendo y burlando. Pro-baban en ellos las puntas de sus espadas, y por

probar o experimentar sus armas, pasaban conellas a algunos que aun tenían vida. Cuandoalguno les rogaba que le ayudasen o que acaba-sen de matarlo, por librarse del peligro delhambre, era menospreciado muy sober-biamente.Los que morían volvían sus ojos hacia el tem-plo, pesándoles y sintiendo mucho que dejabanvivos a los revolvedores solamente.Estos, al principio, con gastos públicos teníancuidado de hacer sepultar los muertos, no pu-diendo sufrir el hedor grande; pero no bastan-do después a ello, por ser tantos, no hacían sinoecharlos por el muro en los valles y fosos.Como Tito, que andaba rodeando la ciudad, losviese tan llenos de cuerpos muertos, y la co-rrupción que de ellos salía por estar podridos,condolióse mucho y gimió, y extendiendo lasmanos altas a Dios, decía con alta voz que noera él causa de tanto daño: de esta manera,pues, estaba toda la ciudad.

Viendo los romanos que ninguno de aquellosrevolvedores osaba salir, porque ya la tristeza yhambre también les tocaba, pasaban sus díascon placer, teniendo abundancia de trigo y detodo mantenimiento, el cual traían de Siria y detodas las otras provincias vecinas y cercanas deallí. Muchos de los que estaban cerca de losmuros, mostrándoles la gran abundancia quetenían de pan y mantenimientos, encendíanmás con esto el hambre de ellos. Con estas des-trucciones y daños no se movieron aquellosrevolvedores y sediciosos que dentro de la ciu-dad estaban, y sintiéndolo mucho Tito y te-niendo compasión de todo el pueblo que vivoquedaba, dábase prisa por librar a lo menos losque quedaban. Por lo cual comenzaba otra veza levantar sus montes, aunque dificultosamentepodía alcanzar el aparejo y materia, a los menosla que era para ellos necesaria, porque en levan-tar los primeros habían ya gastado todas lasselvas vecinas de la ciudad; pero los soldadosproveían todavía a ello, lo cual traían de noven-

ta estadios de allí lejos, y levantaban sus mon-tes por cuatro partes delante de la torre Anto-nia, mayores que habían sido los primeros.Iba Tito rodeando la obra, animando su gente;y dándoles prisa a todos, mostraba claramentea los ladronea que ya estaban en sus manos.Pero ellos habían ya perdido todo su arrepen-timiento, y servíanse de sí mismos como decosas extrañas y ajenas, o como si no tuvieranambas cosas juntas, es a saber, sus almas y suscuerpos; porque ni ellos tenían en sus almasseñal alguna ni afición de mansedumbre, nisentían en sus cuerpos el gran dolor que losatormentaba; antes despedazaban como perroslos muertos y encarcelaban a los enfermos quese quejaban.***

Capítulo XVDe la matanza que fué hecha en los judíos de fuera ydentro d e Jerusalén.

Simón, en fin, mató a Matías, el que le habíaentregado la ciudad, después de haberle hechopadecer muchos tormentos. Era éste hijo deBoetho, el más fiel y más amado por el pueblode todos los pontífices. Este, siendo el pueblomaltratado por los zelotes, con los cuales sehabía ya juntado Juan, había persuadido a to-dos que tomasen en su ayuda a Simón, sinhacer con él pacto ni concierto alguno, y sintemer algún mal.Habiendo éste entrado, después de haber so-juzgado a su mando casi toda la ciudad, decíaque Matías era enemigo no menos que todoslos otros: habiendo éste con su consejo favo-recido a Simón, decía que lo hacía por simple-za; y así, sacándolo en público, y acusándolo,diciendo que consentía con los romanos, con-

denó a muerte a él y a tres hijos suyos, sin dar-les tiempo para excusar ni defender su causa; elcuarto había antes huido a Tito. Y como le ro-gase que lo matase a él primero que a sus hijos,pidiendo esto por merced de la que le habíahecho en recibirlo dentro de la ciudad, poracrecentar más su dolor, lo mandó matar post-rero.Así fué muerto sobre sus hijos, los cuales fue-ron muertos en su presencia, y fué sacado de-lante de los romanos: porque así lo había man-dado hacer Simón a Anano, hijo de Bamado,que era el más cruel de todos los de su guarda,diciendo con mentira, que los viniesen a ayudaraquellos a quienes Matías quería ayudar; y quefuesen los cuerpos sepultados.Después de esto mandó matar al pontífice lla-mado Ananías, hijo de Masbalo, varón noble,escribano de la Corte y valeroso, el cual des-cendía de Amaunta; y con estos otros quincelos de más nombre de todo el pueblo.

Guardaban muy encerrado al padre de Josefo; yenviando un pregonero, publicaron que ningu-no de los que vivían en la ciudad hablase ni sejuntase con él, so pena de ser tenido por trai-dor: y a los que veían quejarse por esto, antesde venir en pleito los mataban. Viendo esto unhombre llamado judas, hijo de judas, que erauno del número de los adelantados de Simón,el cual estaba en guarda de la torre que le hab-ían encomendado, movido, por ventura, delástima y misericordia de los que cruelmenteperecían, pero principalmente por proveerse ély salvarse, convocando diez de los suyos losmás principales, les dijo:"¿Hasta cuándo hemos de sufrir nosotros tantosmales, o qué esperanza tenemos de salvarnos,guardando la fe, y guardando lealtad con tanmal hombre? Ya veis que nos combate el ham-bre; los romanos están casi dentro, Simón senos muestra justamente infiel con lo que mere-cemos; veis el miedo que tenemos si quedamoscon él, y la certidumbre también de la amistad

de los romanos. Ea, pues, ahora rindamos elmuro, y guardemos de esta manera nuestrasvidas, y juntamente con ellas la ciudad: no poreso sufrirá Simón algo peor de lo que merece, sidesesperando fuese más presto muerto."Habiendo los otros diez conformado con éste,luego en la mañana, por que no se descubriesealgo de lo tratado, dejó ir todos los que consigotenía por diversas partes, y quedando él en latorre, llamaba con voz alta a los romanos: éstoslos menospreciaban; los unos con soberbia, losotros no lo creían; otros se afrentaban, comoque presto hubiesen de tomar la ciudad sintrabajo alguno.Como en este medio llegase Tito al muro congente de armas, entendió Simón antes el nego-cio, y vino a ocupar luego la torre, y mirándololos romanos, mató a todos los que estaban dedentro, y echó los cuerpos de los muertos por elmuro abajo: andando por allí Josefo, porque nodejaba de irles rogando, hiriéronlo en la cabezacon una piedra, y atónito y sin sentido cayó.

Viendo los judíos que había caído, luego dili-gentes corrieron por cogerle, y fuera, por cierto,preso y llevado dentro de la ciudad, si no fueraporque Tito envió presto gente que lo guardasey defendiese: peleando, pues, ellos con los ro-manos, fué sacado de allí en medio Josefo, sinsentir algo o muy poco lo que se hacía, y lossediciosos x revolvedores dieron muchas vocescon alegría, como que fuera muerto aquel aquien todos matar deseaban: esparcióse estanueva y rumor por la ciudad, y todo el otropueblo, ciertamente, con ella se dolió mucho,pensando que a la verdad había sido muertoaquel por cuyo medio pensaban ellos escapar.La madre de Josefo, que estaba en la cárcel,habiendo oído que su hijo era muerto, dijo a losguardas, que era gente de Jotapata, que ella sinduda lo creía, y que ya no podía gozar de élvivo: dijo también llorando secretamente, a suscriadas, que éste en el fruto de su parto habíatenido, que no le era lícito sepultar a su hijo, dequien esperaba ella ser sepultada; pero no fué

mucho tiempo engañada ni acongojada con lamentira, ni aquellos ladrones de la ciudad conello se convirtieron, porque luego curada laherida de Josefo, cobró el sentido y sanidad, ysaliendo a ellos, gritaba que antes de muchosería vengado de la herida que ellos le habíanhecho.Aconsejaba otra vez al pueblo que se rindiese, yviéndolo el pueblo, tomó nueva esperanza, ylos revolvedores y amotinados también se es-pantaron mucho por la misma causa: los quehabían huido saltaban, los unos por los muros,por serla necesario; otros tomaban en sus ma-nos piedras, y fingiendo que iban a pelear, sesalían, y venían a los romanos; pues más gravey más adversa fortuna les seducía entonces, quela que de dentro de la ciudad habían endureci-damente sufrido; la hartura que en poder de losromanos hallaban les causaba más presto lamuerte, que no el hambre que dentro de la ciu-dad habían sufrido: venían hinchados y llenosde cierta acuosidad entre el cuero y la carne por

causa del hambre que habían padecido, y lle-nando los cuerpos que habían antes tenido tanvacíos de viandas, reventaban. Algunos de losmás discretos templaban sus deseos en el co-mer, y avezaban poco a poco sus cuerpos a loque estaban tan desacostumbrados; pero aunéstos que de esta manera se guardaban, fueronllagados de otra llaga.Entre los de Siria fué hallado uno que sacabadinero y oro de su cuerpo, porque, según antesdijimos, se lo tragaban de miedo que los amoti-nados y resolvedores lo robasen, mirando ybuscándolo todo, y hubo dentro de la ciudadgran número de tesoros, y solían comprar en-tonces por doce dineros lo que antes compra-ban por veinticinco. Descubierto esto por uno,levantóse un ruido y fama de ello por todo elcampo, diciendo que los que huían venían lle-nos de oro: sabido por los árabes y sirios quehabía, amenazábanles que les habían de abrirlos vientres; no pienso, pe. cierto, que tuvieronmatanza más cruel los judíos entre todas cuan-

tas padecieron, como ésta; porque en una nocheabrieron las entrañas a dos mil hombres.Sabiendo Tito tal injusticia como se habíahecho, casi quisiera mandar a su gente de acaballo que alancease a todos los que tal habíancometido, si no fuera por ver la muchedumbregrande que tenía culpa en lo hecho y habían deser castigados muchos más que habían sido losmuertos; mas convocando los capitanes de lagente romana, y de la que por ayuda le era da-da de reyes extranjeros, porque también habíanentendido en esto algunos de los soldados ro-manos, decía a todos muy airado: "Si algunosde mis soldados cometieran tal por alguna ga-nancia incierta, se avergonzarán de habersearmado y valido de sus armas por ganar oro yplata; pues los árabes y sirios, en guerra quepor otros hacen, cometen cosas con demasiadalicencia, y atribuyen la crueldad en el matar, yel odio contra los judíos, a los romanos." Dijotambién que sabía haber algunos de sus solda-dos que tenían parte en esta matanza, a los cua-

les amenazó de hacer matar si alguno de ellosfuese otra vez hallado en semejante caso y atre-vimiento; mandó a sus legiones que hiciesendiligencia en saber quiénes habían entendidoen este caso, y que se los trajesen delante; pero,en fin, la avaricia todo suplicio menosprecia, ylos hombres que de sí son crueles, todos sonmuy deseosos de ganar, y no hay adversidad nidaño tan grande, que se pueda comparar con laavaricia y deseo de tener más, porque todas lasotras tienen término, y con el miedo se refre-nan.Dios omnipotente, que tenía ya condenado aeste pueblo, habíales hecho que todos los cami-nos que para salvarse tenían, les fuesen conver-tidos en destrucción grande; y si alguno se huíaa ellos, antes que los romanos le viesen, lo des-pedazaban, y secretamente ejecutaban lo que elemperador les había a todos prohibido, y asísacaban un provecho muy, ilícito y nefando delas entrañas de otro: pero el oro en pocos erahallado, aunque con la esperanza eran los más

de ellos consumidos y muertos. Este caso, pues,hizo que muchos de los que huían se volviesen.***

Capítulo XVIDel sacrilegio que se hacía en el templo, delnúmero de muertos en la ciudad, y de la granhambre que dentro padecían.

No habiendo ya qué robar en el pueblo, Juan sepuso a hacer sacrilegios y dar saco al templo, yhurtó muchas cosas de las que habían presen-tado, y muchos vasos de los necesarios para elservicio y honra divina, muchas copas, tazas ymesas, y aun tampoco dejó de tomar aquellosjarros que Augusto César, emperador, habíapresentado.Los emperadores romanos habían siempre hon-rado mucho el templo, y habían presentadomuchos ornamentos, y entonces un naturaljudío los destruía y sacaba: decía a sus com-

pañeros, sin miedo alguno, que debían usarmal de las cosas sagradas, y que los que gue-rrean por la honra de Dios y por la del templo,debían ser alimentados y mantenidos con lasriquezas que él tenía, y que, por tanto, les eracosa muy lícita derramar el aceite que los sa-cerdotes para sus sacrificios guardaban y con-servaban, tomar el vino sagrado; por lo cual lorepartió entre toda su gente, v ellos se untabanv bebían de él sin algún acatamiento.No dejaré de decir lo que el dolor me fuerzaque no calle. Pienso que si los romanos se detu-vieran algún tiempo, y tardaran de venir contraesa gente tan mala, o que la tierra se .abriera ytragara la ciudad, o pereciera por diluvio, o quehabía de padecer y ser abrasada con el fuego deSodoma, porque muy peor y más impía era estagente, que aquella que lo había padecido; mu-rió finalmente todo el pueblo, y pereció por lapertinacia y desesperación de éstos.

¿Qué necesidad hay ahora de contar particu-larmente las muertes que dentro se hicieron?Manneo, hijo de Lázaro, habiéndose pasado aTito, dijo que por una puerta la cual le habíapido a él encomendada en guarda, habían sa-cado de la ciudad ciento quince mil ochocientosochenta hombres muertos; desde el día que fuépuesto el cerco a la ciudad, es a saber, desde loscatorce de abril, hasta el primero de julio. Estenúmero es ciertamente muy grande, y no esta-ba él siempre en la puerta; pero repartiendo ypagando a los que sacaban los muertos, había-los de contar por fuerza, porque los otros quemorían eran sepultados por sus parientes yallegados; la sepultura que les era dada, eraecharlos fuera de la ciudad.Además de esto, los nobles que habían huido,decían que era el número de todos los pobresque habían sido muertos, de más de seiscientosmil, y que el número de los otros no era posibledecirlo; pero no pudiendo bastar a sacar losmuertos pobres, habían sido los cuerpos reco-

gidos en casas muy grandes. Añadían que lamedida del trigo había sido vendida por untalento.Cuando fué la ciudad cercada de muro, nosiéndoles ya licito ni posible coger ni aun lashierbas, fueron algunos necesitados y forzadosa escudriñar los albañales, y se apacentabancon el estiércol antiguo de los bueyes, y el es-tiércol cogido, cosa indigna de ver, les era man-tenimiento.Oyendo los romanos estas cosas, fueron movi-dos a misericordia grande y compasión; perolos bellacos revolvedores v sediciosos, por verlono se arrepentían, antes sufrían que tal necesi-dad llegase hasta este punto: su ventura y suer-te los había cegado, y la destrucción, que yaestaba muy cerca, la iban a sufrir ellos y la ciu-dad.