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EDUARDO ACEVEDO DlAZ ISMAEL Prólogo de ROBERTO IBAl'<EZ MONTEVIDEO 1985

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  • EDUARDO ACEVEDO DlAZ

    ISMAEL

    Prlogo de

    ROBERTO IBAl'

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    ISMAEL

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  • MINJSfERIO DE EDUCAC!ON Y CULTURA

    BIBLIOTECA ARTIGAS

    Art 14 de la Ley de JO de agosto de 1950

    COMISION EDITORA

    Ora ADEL o\ RETA

    Mtmstra de Educac1on y Cultura

    ENRIQUE FIERRO

    Utrector de la Btbhoteca Nactonal

    H.S-\ MINETTI DE VIDAL Pf

  • EDUARDO ACEVEDO DlAZ

    ISMAEL

    Prlogo de

    ROBERTO IBAl'

  • PRLOGO

    ARTE Y DocTRINA

    Pocos escrttorcs hiS}l,lnO,tmtnc.wos po;;;een un,t VIrtud n.trr.tt!Va t.m .lutcnttc,l y Ltsdn.lme como Lt que ""borrad .lUror de h~[i\EL E'5.t \Utud, Je ud.cter reahsta, supone el mexrncable

  • E!lUARDO ACEVEDO DIAZ

    prescriptible excelencia. (Y es notable, adems,. que los sentidos de Acevedo pierdan poder si no los ex-cita la intUicin de lo prunario y de lo primitivo; y que el mismo sentimiento se entone y fortalezca en esa inrwcin). En otros trminos: Acevedo, que logra insuperable caltdad cuando cautela o delega el sen-tuniento en el hecho y en la imagen, concediendo principala a las sensaciones, se rinde -ocasional mente, por fortuna- a desafueros sentimentales en que la imagen y el hecho pierden seoro y eficien-Cia. Aunque deba ser enjuicado como un realista, co-rresponde anotar esa eventual servidumbre de nues-tro autor a un imperativo romntico. Claro que tal imperativo, si explica las vicisitudes de la creacin literaria, no la define, pues tiene carcter episdico y carece de latitud: slo priva en BRENDA y en MlNS, comprometiendo o malogrando Jos valores del con-junto; apenas aparece en SoLEDAD y en la tetralogfa histrica, esto es, en las obras mayores. De ese modo, cabra afirmar que es Acevedo Daz tanto ms grande cuanro menos romntico; asertO que no enuafia un alegato cootra el romanticismo, sino la incidental comprobacin de las posibles frustraciones que se operan cuando equivoca rumbos la aptitud.

    La sgunda servidumbre -metdica- slo 'on-cierne a la tetraloga pica, en la que asume forma de doctrina. Acevedo, segn se ver, no acude a la novela histrica nicamente J>Or motivos estticos. Y aunque sobre todo nos interesa como artista, debe consignarse el propsito de pedagogfa social anexado a su obra. Lo inspira el afn de ofrecer a ~ pstflfOI la imagen de nuestras ~dioJ nacionales (para decirlo con dos bordones muy suyos), a_ fin de que nuestro pueblo se identifique en su gnesis. y acierte

    {VIII)

  • ISMAEL

    a escoger y modelar su porvemr. Por eso nuestro autor cuenta y comema, reflea d pasado y Jo en JUKW., Im-poniendo al rchto puro remansos esPecubuvos que encterran una mterpretactn htsrri(a y soCiolgiCa de nuestros orgenes. Y tal mrerpretaon, de cua evolucomsra, es sea corroborante y substd~ana del reahsmo preflpdo. No es quiz woportuno com-pendiar ahora esa doctrina, apelando a los pwpms re-tornelos de ACEVEDO. ste hace del mstinto el deus ex machma de su epopeya ecuestre. i.o considera fuerza capttal, clave del hombre y de la hazaa Y en torno del msnnto antma a sus cnaturas. Ultosmcrasia.r o tem-peramentos pnm1t1vos (engendros o productos del mdtum y testimoniOS de una soczabzltdad cmbno-narta). cuyo ex,eso de energtas y cuya espontnea pastn de hbertad comodcn venturosamente con la tendencza zmcial al cambio, frente al rmperio del h bzto, haciendo posible la gesta emancipadora. No idealiza a tales crtaturas, en quienes reconoce el atri buto neganvo de la tatmona y a quienes sabe sus-ceptibles de reterszones o retornos a la barbane; pero las exhibe dotadas de grandeza. por el c1ego valor y la apcitud del sacriflc10. Y aftrma que el egoismo local (o el amor fanttco a la tzerra), encarnado en el cattdtllo preputente, ptomovt por obra del archi caudttlo la confederacin de los d1ver.)os pagos y el consciente alumbramtento de la patria. E~a es la doc-trina, 1 esclaree1da en ISMAEL y en las novelas res-

    < ') A. D difunde y reanuda estas 1deas -con el ndeo estilLmco resultante de las palabras que subrayo en d texto-en multitud de artculos penodsucos, en al::un hbro (como EL MITO DEL PLATA) y en las novelas de la tetraloga ISMAEL ( espcetalmenre en los captulo VII, XL VIII, XLIX, LV y

    [IX]

  • EDUARDO ACEVEDO DlAZ

    tantes del CJclo. Aunque esclarecida de dos modos. con el relato, que hubiera bastado para comunicar obli-cuamente los designios del autor; y con las drgre-smnes complementanas -posiuvistas por su lengUa y por sus prmCipws, como ya el resumen intentado Jo prueba- que unponen, segn diJe, a la extraor-dinaria virtud narrativa una servtdwnbre metdica. Era mevitable. Pero e~ preciso establecer que el so-ctlogo emprico y el documentado lustoriador ma-ruftesros en esas pgmas, aunque no igualan y laxan en cambio la admirable excelenCia del novelista, se integran en la figura yuxtapuesta de un calificado es-critor. Y no es superfluo aadir que la mtendn di-dctica entraada en aquella doctrina, la de "insrrwr almas y educar muchedumbres, aunque las muche-dumbres que se eduquen y las almas que se msrruyan no lleguen a ser las coetneas del escntor" (como el propiO novelista declara, conflnendo a su pedagoga vigencia psrwna) , 2 no entra en impacro con los derechos del arte. Porque la moral de Acevedo es la del realista: reside, no en la predica del' bien, pos-tizo indiSimulable, smo en el culto de la verdad, que fa la congruencia de la leccin y del testimonio.

    LVI); NATIVA (sobre todo en los captulos I, XI y XIV). GRITO DE GLORJA (ya con mayor parquedad y de paso, por ej. en algunas pgtnas de los captulos IV, V, XVHI y XXVIII) y LANzA Y SABLE (pttmer pr6loso, cap. XVI, etc.) Obsr~ vese que slo mencJooo los pasajes ms catactersucos

    (2) V. en "El Noaon.sl", .Montevideo, setiembre 29 de 1895, una pgina autocrttca de Acevedo: "La NoveUL Hl:S(rica" (pnmera de las Carltl.f d tm trilito y &migo {Enrique E . .lltva~ roJ.a,.. escrttor de La Plata], ll la que siguen --en inadvertido enlace-- ocras dos ---conoctdas- baJO el ttulo comn de "La doble evolucin").

    [XJ

  • ISMAEl.

    LA Novr:r" \ HisToRIC A

    ALcw-xlo Dt u:, que cnti.t r-or Lt h1srou.1 Ln Ll noveLt y on~ m 1 lo n,trr,Hivo h,tcu Ll L1bul1 pt:Lt en Ll~ obr,ts qw.. llcYan GlS'l,dmLntc comu Jnuk1 un nombre dl' rnuJLr ( f\Rr:-...n.\, 1f::);, Sou:D.-\D, 1 :~lJ t, y MINF.:-. 1907), in.,crs . .rmnt~..:, r(Jr Lt novcL1 se en-camin a b htston.l, p.tmendo LlC' Ll hbul.t pnr,t y conolundoLt con los ,gr.tndc-. acoocLum!cntos dr-1 p.1-sado naLionJl en [,1 tl.:'tr.logtl Lpc eqrcn,1 JS/\iAT:, IRSS. y que CC'Imph:t~n Nt\TIV,\, l~'JO, GRITO m~ GLORIA. 18!):::;, ), t.lrd.tnentl', L \N

  • EDUARDO ACEVEDO DIAZ

    fJcio laborioso o en las fras astucias arqueolgicas; por la adulteraun de los grandes hechos y el abor damiento falso o impotente de lo grandes personajes: al punto que parecera posible, de acuerdo con el juicio de Maereriinck, fijar este prmcipio: la histo--ricidad de una fJgura est en razn mversa con su viab1hdad novelesca o dramnca. (Recuerdo, empero, el Kurusov de Tolstoy) . Sentase, y sintese an, que si la historia y la novela coinciden en la relacin del pasado, divergen en la valoracin correspondiente, en los mtodos, en las fuerzas y en los fines, de tal modo que la novela o se rinde a la historia y p1erde su razn de ser, o la corrompe y entonces la historia est de ms.

    Tales 1mpugnacmnes al cabo estriban en un equvoco el de estimar una forma hteraria como es-tructura fija y autnoma; o el de enuiciar un gr>ero con olvido del generador.

    Desde luego, una cosa es la historia y otra la novela., Pero si como piensa Croce, la historia es la intUicin de lo realstico y la novela la intuicin de lo poS!ble, hay una gran :zona en que pu"4en enla zarse sin artificio ni violencia. (Ya deca otro critico que la novela histrica. se inic1a donde la historia acaba y que aqulla es la historia de los hombres que no tienen historia). Frente al pasado, el historiador repara o en uo,os pocos individuos concretos, o en los hechos abstraeros. El mmenso dominio que le es inac cesible no queda vhdamenre abwrto al novelista? La mulnrud incgnita, la vida que fu, las mgenes petdidas, todo Jo que no cabe en las cdulas de ar chivos y bibliotecas no es materia para la memoria creadora del arnsta o para su poder adivinatorio? Y quien imagma Jo posible, crendolo, recuerda y adJ. vina una forma de la verdad.

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  • lSM.A.EL

    Por ftn, v .1un ton moment.LneJ J.bstncoon del gt-ner,1dor, el icncro se s.tlv.t m~.:produbleme:me Lu.w-do se bmlta a dep.uar el LU,1dro de un.1 poca, pr-xim.t todavu, y :l de~t.::nvolvt.r un.1 .1CU'1 mugm lrt,t asimdando(,t discreumcnte .1 la verdad htstnc.:t y a los acontecimtencos cJpa.tles: cuando mancp en trmtno prcfercno.tl Ul.\tUr.ls mveru.td.ts y, unto a ellas, p~rson.qe~ verd,tJcros de entJtbd ."!.Cteson.L o hasta grJ.ndes person.qes rtalcs, C(:rlt'r.tm\~nte dlst:~.nctados. Y el gnero no slo se s,t}v,t, alc.mz.1 pleni~Ltd msuperable cu.mJo el gencr.tdor ~LlH"rt.t ;:1 O[' rnt.ts", y a u ronza,

    [ Xlll1

  • EDUARDO ACEVEDO DIAZ

    como un mstrumento de regeneracin sooal --cabe repenrlo-- a "instruir almas y educar muchedumbres". Arnbuye al gnero, en seguida, decisiva y extrema trascendencia: porgue puede contrl bmr como ningn otro a obtener "el derecho de penetrar con una lite-ratura propia en los dominios de la cultura y del arte" y porque los escritOres que lo culuvan se ponen al setvicJO de "la aspiractn nacional. . . con obras duraderas, desde que en ellas se retratan ftelmenre cuadros y episodios perdurablcs".4 Semejante criterio anndpa, aunque unilateralmente, el de Rod, y hasta en parte el de Unamuno, para qu1en Jo ms caracte-rstico de la produccin htspanoamerkana restda en la hreratura htsrrica.

    Acevedo D1a.z, entonces, no hace novela htst-rica, abstractamente, por simple curosidad ante el pa~ sado. N o deserta nunca su propio mbito espacia.!. Ni siquiera el de su siglo. Parece dedr: "Vengamos a Io de ayer'', sin congelarse en un arqueolgico an-teayer. As anima el pasado naoonal, v1brante an, y la imagen de la tierra salvaJe. As, desbordando lo llanamente costumbrista, funde lo heroico y lo na-tivo, acordes fundamentales de su obra.

    LA FILIACIN ESTTICA: BL REALISMO.

    Pero el gnero escogtdo se adscribe siempre, segn observa Acevedo Daz en el artculo glosado, a un movimiento estttco: " ... porque el carcter his-trico que puede revestir una novela no excluye en lo relativo a estudios de temperamentos y cosrumbres

    (J V. Ja citada profest6n de fe "La Novela H1St6rka".

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  • ISMAEL

    las afimdades forzosas con tal o cual escuela lite-raria .. "c.

    En BRENDA, su novela tntClaL ya se filtraban luces nuevas a travs de la fronda romnttca Preci-samente en los pasajes que dan valor al hbro.

    Desde ISMAEL se evtdenoa la convers1n al rea-hsmo, slo transgredtda, sm una abjuracin total, en la debilsima MINS.

    Acevedo Daz, en suma, es realista. Y quiso serlo. Sm mengua de restrvas y matices, porque todo autntico creador, st a~ume dJvts,l, no acepta ltbrea.

    A u o que hubo en el un romnttco menor ( menor en extensin y en mtenstn), hubo en el fundamen-talmente un realtsta.

    Desde luego el

  • EDUARDO ACEVEDO DIAZ

    necesariamente un concepto del cosmos, es decir, una rplica metafsica o positivista.

    Puede un escritor oscilar entre ambos trminos por asociacin o pugna de facultades dispares. Cabe an entonces determinar su naturaleza profunda por la facultad que acredita excelencia mayor.

    En Acevedo Daz la aptitud para expresar -no el sentimiento-- sino sus efusiones, suele ser romn-tica y ordinaria; extraordinaria en cambio, y propia de un poderoso realista, la que descubre al expresar la sensacin.

    Como realista debe definrsele. por la prevalencia marenal y cualJtatlva de aquella lt1ma aptitud y la solidaria complexin del estilo; por su rplica fllo-sfica, en seguida, que lo muestra afiliado al positivis-mo triunfante (posicin que ya insina en BRBNDA por labios de Zelmar, y luego explaya enrgtcamente en las novelas mximas, como ya se vi) ; por su propto credo esttico, adems.

    Tal credo suele asumir formas indirectas. As en el pasaje recin transcripto de ''La Novela Hist-rica", no en balde Acevedo Daz expresa, primero, que el gnero por l cultivado se vmcula necesaria-mente a una escuela literaria y anuncia, en consecuen-cia, que hablar del naturalismo; no en balde, cum-pliendo esa promesa, habla del naturalismo en "La doble evolucin",' inadvertido complemento de "La Novela Histrica". y se refiere a Rousseau ( proge-

    (0

    ) ''La doble evolucin" sali6 a luz en "El Na.ctonal", el 1 y 2 de octubre de 189:5 "El otro antepasado", el da 3. El ensayo .rt>sultante (sin "La Novela Hist6nca") fu .reproduado con el rtulo nico de "La doble evolun6n", en "V1da Mo-de.rna", Montevtdeo, noviembre de 1900. Y de esta revista

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  • ISMAEL

    nitor del romanndsmo, padre de la nostalgia me-tafsica) y a Dtderor (progenitOr del naturaltsmo, fundador responsable y austero de "los mtodos Clen-tiflcos" en lueratura), decidindose obviamente por la familia de es~rirus que el lumo representa; no en balde considera a Zola "el ms grande de los hombres de letras de nuestro tiempo" y exalta la teora y las obras del adm1rado escnror; 1 no en balde se declara a s m1smo (con relacion al romntico Ma garios Cervantes), exponente de "una escuela dis-tmta por su frmula, espintu y tendencias";~ no en balde en la cana que mve de prlogo a l segunda ed1cin de BRENDA 0 dice que ya entonces, al com-poner la novela primeriza y animar una herona "ves-nda de rules", hubtera podido ofrecer "en tnburo a las nuevas corrientes de ideas lueranas . . . . figuras de realidad palpitante con roda la crudeza de sus formas y el calor de sus Instintos ... "

    Bastara lo anocado para certtftcar la consciente filiacin literana del aucor. Y M se quiere un nuevo documento, lase, en una Implcita profesin de fe spenceriana, esta explcita y desconocida profesin

    pas con nuevo~ ttulos a una hbnda comp!l.tcin pstuma, CRNICAS, CONFERENCIAS Y DISCURSOS, Montev1Jeo, Claudto Garda y Ca., 19:l.o5, pgs 71-95.

    (' J V "Zol,t'', en "El Nauonal" del 1 r, Je octubre de 1902. Hay, en el artculo, tdeas, giros e imgene

  • EDUARDO ACEVEDO DIAZ

    de fe esttJCa "Soy realista, pero a mt modo, bueno o malo, corno entiendo el realsmo. la multiphcidad de faces y la produccin de fenmenos complejos dentro de los esfuerzos armnicos de la lucha por la vida". J.o

    Acevedo Daz se sinci6 realista -rtulo ms uni-versal y menos agresivo que na-::uralista-. Y con in-dependencia: ni ofuscado ante mtodos que cons-tituan una ilustre equivocacin, ni rendido al magis-terio inexorable de la llaga moral.

    la materia humana con que trabaja no es la que el naturalismo europeo manej. Aunque Acevedo, conforme a sus convicciones positivisws, hable de temperamentos, de sensualidades y de 1pstmtos, ms que de almas y de afectos supenores; aunque llegue incluso a tdent1fJCar con el orgamsmo el ser esplrJtual en alguna ocasin 11 y en ello cohoneste atimdades con los realistas, el suyo no es el rnundo envejecJdo y depravJJo, de tintes vespertinos, CIVthzadamente sr-dido y brutal, de los maestros europeos; es un mundo inocente y brbaro, de lumbres maaneras, habitado por criaturas elementales, si propensas a la reverstn, a la "taimona", a la crueldad, levantJ.das de su nfimo nivel por la vocaCin del sacrtfido y del herosmo Con ellas, Acevedo Daz, reacto a la simple nvela de costumbres, se situ en la histona; y con ellas, formas germinales de un pueblo, brb-.aras, repito, pero he-roicas. entr en la epopeya. Y cabe concluir, sin falsas

    (10 l V "Psaes literarios Tentand.l . "', otro olvtdado

    artculo de Acevedo Daz, en "El Stglo", .Montev.1deo, febrero 2~ de lB94.

    (llJ V prlogo de LANZA Y SABLE: "Concencraba [el gaucho} en el fondo de su organ.1smo un caudal enorme de odios y amores".

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  • ISMAEL

    n injusuficadas oposiciones, que el reahsmo del auror oriental resulta, acabadamente. un realumo p,co.

    Cuanto a los mtodos tericos de los grandes mo-delos, Acevedo Daz no exager m congel la ob-servaci6n con el artificio atesttguado por h notoria libreta de Taine; ni se empe en el experimento: definido por Claud10 Bernard como una observaan provocada y preceptuado por el gua del naturalismo, en la tentanva ilusona de reivtnd!car para el arte, que no lo admire ni lo necestta, un privilegio de la cienoa.

    Posey. eso s, la vtrcud de la observacin es-pontnea, calidad mdlSpensable del realista: obvia en la alianza de sentidos portentosamente dotados para la captacin del mensaje telnco y de una cau-dalosa memoria electtva, cuyos testunonios convoc y rehtzo al cabo la inabordable facultad creadora." Y aadi a ese don mtuitivo arra calidad, tambin de tipo realtsta: el gusto de la documentac1n y del an-hsis, parsunomosamente Ilustrado. As, en IsMAEL, cuando descnbe un paisa JC o una batalla ( s

  • EDUARDO ACEVEDO D!AZ

    electo o agente de su propio destino se le ve en tres revoluoones nacionales~ dos de ellas deosivas para la dererminactn de sus obras mayores, aguernrse y ex perimentar el carcter. Y el experimento vital o moral no es ilusorio: porque la realidad, no la Imaginacin, se encarga de d.lr al ensayo infalible respuesta. De ese modo, para componer su tetraloga nacional y convertirse en el revelador de nuestros orgenes he-roicos, de nuestra escena primtttva y de sus bravos pobladores, no se habilit en actttud contemplativa n1 con un sufndo memorndum en las manos, sino abra-zado en la accin y en el nesgo a la m1sma reahdad que deba evocar en sus novelas. Fu~ --dice Fran-cisco Espnola- "el nico verdadero artiSta a quien se le di el contemplar nuestro campo tal corno lo cruzaron las turbas emancipadoras . . . resultando la suya la postrer mirada sobre un mundo que llegaba a .;u fm" Adolescente apenas, haba stdo actor atro-jado en "la revoluCln de las lanzas" (1870): as CO noct, como lo declara en una carta a Palomeque, "los hbitOS, los usos, las tendencias y ] a Idtosmcrasta de nuestros coro patrJOtas en el seno m1smo Je o;u masa cruda, cida, spera y fuerte como zumo de hmn" n as( descubri en la Sterra de los Tambores a los l-t11Ilos gauchos, 14 id~nticos a los de 1811, 1825 y 1836; as, batindose, v.tvaqueando y recornendo a caballo la campaa, abarc la imagen fmal de una uerra que

    t'J) Carta tndita de Acevedo Daz al Dr. Alberto Palomeque, fechada en La Plata el 20 de agosro de 1889.

    ("' 1 V otro artculo olvidado de Acevcdl) Daz "Li-teratura uruguaya. BEBA Fragmentos de un u.oo meduo" (publicado con otro "Pasaes del pa1sae") en "El Nacional", 1 Q de enero de 1902. V, tamb1n, el fJtiogo de LANZA Y SABLE,

    [XX]

  • ISMAEL

    era an la mtsma de los aos de gloria y de las pri-meras dtscordias ctvdes: donde se marc.haba, como l mtsmo dtr, "stn tropezar con alambrados ni con ferrovas, ni con postes de telgrafo, ni con grandes establos de refmam1ento, ni con zonas agropecua-rias ... " 1 ;: y donde "las hierbas nacan altas a todos los rumbos", de tal modo que "el toro y el potro na-daban en la gramilla y el trbol" 1 ~ bis En esa guerra, la de Timoteo Aparicio, y en la Revolucin Tricolor (1875), en que mtervino JUnto al Coronel Arre ( rras un desembarque extraordmanamente ajustado al padrn hermco de 1825, tema de GRITO DE GLORIA), conoci tambtn la fiebre del clarn, las furias del entrevero bhco y ecuestre, los mltiples rostros de la muerte con sangre y el brbaro estram~ bote de carcheos y degellos. Comprubase, pues, que no pidi alas a la pura imaginaon para escribir la tetraloga patria o muchas de las pginas de SoLEDAD. Haba desertado las aulas universitarias y pusrose en contacto con un mundo cerril, a una edad en que el ser posee tOdava la intenssima aptitud de la apre~ hensin y del aprendizaje. Y con la trgica ehcacia que otorga la guerra a la educacin afectiva y sen-sorial de un alma adolescente, se le incorporaron a la memor1a y al pulso, gestas y gestos, paisajes y fi-guras, costumbres y palabras, todo un squito de vio-

    (11

    ) V. el cttado artculo sobre BEBA, de Reyles. (15 bla) Id, ibd. Agrega Acevedo Uaz que como "los

    pastos crecan hasta cubnr el v1entre del ganado mayor, ... un incendto era pavoroso". Aade que v16 ms de uno en la Sierra de los Tambores y que el gaucho ''combata el fuego arrastrando yeguas abtertas en canal con el fllo de la daga" Una chispa de esos tncendiO$ reales, v1va en su memona, stn duda origin el incendto admirablemente explayado en Jas pgitlllS de SoLBDAD.

    [XXI]

  • EDUARDO ACEVEDO DIAZ

    lentas revelaCJones Defmit1vamente, el escritor haba hallado su mundo. Pero no Jo tradunr smo mucho ms tarde. Cuando el deslumbramiento se haga luCi-dez. Con la perspectiva del recuerdo. En el paso del caos a la creacon. Y Acevedo Daz acredtto a la posd tre, con el e:..bertmentn tttal -se SI, Irreprochable y fecundo-- ~1 pnvllegio de una exp(;;rten~-la ptca. De ah1 que su reJ.lismo. saltando las bardas de la hte-ratura cosrumbnsta, en que pudo confm,ulo el mero ejerc1C10 de la observacin, sea, como d1je, un realismo epzco,

    LA TETRJ\LOGA NACIONAL.

    IsMAEL ( 1888), la segunda novela de Acevedo, inaugura la sene que completan NATIVA ( 1890), GRITO DE GLORIA ( 1893) y LANZA Y SABLE (1914).

    La tetraloga fu articulada y defmida como to-talidad desde el primer momento. No es mtil pro-barlo, ya que algunos criticas suponen tarda, vacilante o arbitraria la mtegracin del conjunto.

    Es posible que Acevedo al poner mano en IsMAEL, a !mes de 1886 o comienzos de 1887, ya pensase desenvolver una serte histrica. Es seguro que antes de acabar esa novela (editada en mayo de 1888) ," ya haba decidido componer una tetraloga. Cabe documentarlo con sendos sueltos de dos dianos montev1deaoos, ''La Razn" y "la poca'', del 3 de

    V6 l Buenos Aues, Imprenta de "La Tribuna Nacional", lR88 El hbro sah a luz en mayo (la segunda ed1e1n -base de la que mt estud1o prologa- fu hecha en Montev1deo por Barreiro y Ramos en 1894) .

    [XXII]

  • ISMAEL

    enero y d 21 de abnl de 1888, respectivamente. En ambos, al annne1arse con el apoyo de informes d1rectos o mdirectos la pronta publicacin de un trabajo que no se menciona ( IsMAEL), son confundidas la novela y la sene planeada; pero en ambos se atnbuyen ( cer-ti!cando obvlaiilente el proyecto de una tetraloga) "cuatro volmenes" o "cuatro hbros" a la prxima obra. Y de esta se dice adems en el suelto de "La poca": "El lttrno y culnunante eptsodio de la obra es una bnllante descrtpCIn de la Defensa de Pay-sand". 17 En suma: ambos sueltisras coinciden en el nmero de las panes. Y ei segundo precisa -aun sin quererlo, en caso de que eqUivocara el episodio de 1838 con el de 1864, como lo sugerina una mays-cub- la meta del ciclo: asi LANZA Y SABLE la no-vela fmal, se dena con Ja capuulaCln de P.:tysand, cuando Lavalleja depone las armc1s ame h renuncia de Oribe a la Presidencia de la Repblica. " Puede conclmrse que ya estaban determmadas entonces la sene, las partes y hasta la naturaleza de las partes.

    La umdaU del conjunto, previstble en ese tem-prano planeo, fu an esclarecida expresamente por

    en l El Dr Anp;el Floro Costa, segun este suelto de "La Epoca" ( duno que habla dmg1do Acevedo Du del 1 r.> Je mavo al 1) de d1Clembre de 1887 , habla encar;ado a Blanes dos cuadto)S al leo --el de Artlga:. y el de Fray Jos Bemro Lamas- que dalnan Iupuarso:- en sendos capmlos de ISMAEL [el segundo y el tercero, adelantados -con otros-en el mismo diano un ao antes, el 1 Q y el .. de mayo de 1887}.

    t '"l Desde luego e~e episoJw ht5tn~.-o no se rraduce en la "bnll.mte descnpnn" prevtsta Lavallea es nombudo, pero no presentJ.Jo Y el pasae cobra. 1ntcrc~ por lo qu

  • EDUABIIO ACEVJlllO. DIAZ

    el autor, hacia 1891, ya demediada la tetraloga, al aseverar que es la suya "una serie con trabaz6\' l-gica entre s y solidaridad completa en los vnCulos histricos". 19

    En 1893, edita Acevedo la tercera parte. Slo al cabo de veintin aos, la complementaria, LANZA Y SABLE, que al principio pens intitular FRUTOS (por Fructuoso Rivera), rtulo que descubra el paso -fe-lizmente parcial- de la novela hisr6rica a la historia novelada. Y la anunci con ese rtulo dos veces: la ltima, en nmina incorporada a la traduccin ita-liana de MINS ( 1910), como "romanzo sr6rico, con-tinuazione di GRITO DE GLORIA". " As, de nuevo, subrayaba el enlace de los trminos que forman la serie.

    No defrauda el conjunto consumado la expec-tativa del autor. Acredita, en efecto, unidad y homo-geneidad.

    Las epopeyas resultantes se convierten en un ciclo nico: el de nuestros orgenes. Ante todo, Acevedo Daz ucslinda con estrictez los lmites extremos de su empresa: entre el Gr1to de Asenc1o (tras una cele-renda al Cabildo Abierto del Ocho) y el primer im-pacto de los bandos tradicionales, resuelto en la re-nuncia de Oribe a la Presidencia.- Esos treinta aJios

    (l11

    ) "La Novela Histr1ca". Este artculo, aunque sacado a luz en 1895, fu escrito a raz de un Juicio de Ennque E. Rtvarola sobre NATIVA (1890), cuando Acevedo Du no haba emprendido an o s6lo comenzaba la compostci6n de GRITO DB GLORIA ( 1893).

    (H) MINS Traduz1one italiana di Ennque Jos Rovira. Roma T1p .Agostiniana. 1910. (El anuncio anterior -"FRU TOS. Novela histrica"- figura en nmina similar agregada al texto pdnc1pe -Buenos Aires. Vicente Daroqw. 1907-de la misma MINs).

    [XXIV]

  • ISMAEL

    escasos, que apartan la insurreccin nac1onal de 1811 y la apertura del sma vil entre 1836 y 1838, cons-tttuyen para l --conforme a una palabra que le es grata- los wimordios de nuestra nacionalidad. Y sta, intuida e~ su gnesis, ocupa el centro de la obra. Porque, segn la certera anotan de Espnola, " el pueblo onental es el protagonista del clo. Y el propio Acevedo Daz, dando relieve a su des1gmo, d1ee en las primeras pgmas de la tetraloga que aS!stiremos al "alumbramimto difcd" de "una nacionalidad briosa e mdomable"." Y refleja ese "alumbramiento difol", en ISMAEL: con el advenimiento de Artigas y "los pruneros pasos. . . de una generacin heroica". Y la pasin temprana, la crisis del sueo artigUlSta, que enza de lanzas andariegas y de rebeldas expec-tantes las sol~ des del terruo, en NATIVA. Y el re-nacimiento incontenible, la sazn de aquel sueo, con la Cruzada portentosa, en GRITO DE GLORIA. Y la sbita peripecia civd, con las recin estrenadas luchas de banderas~ en LANZA Y SABLE.

    Hay as una simetra profunda, si no extrnseca. El clo pico se explaya desde "la primera genera-cin", como la llama bblicamente Acevedo Daz, hasta la generacin que clausura el perodo de los primordios, dando aciago, aunque superable destino a sus energas herokas. Entre ambos extremos (IsMAEL, LANZA Y SABLE). se enlazan y yuxtaponen, en cam-bto, NATIVA y GRITO DE GLORIA, que ilustran el

    (n) 1 V el p.rlogo a ISMAEL, Buenos A m~!>, ColecCIn Panamericana, 1945. A Espnola se debe la rein1Clada boga de A D. Su memorable estud1o consmuye un necesano punto de refereneta pa.ra cualquier trabajo sobre la obra , . evediana. Es sagaz VlSIn y rev1si6n magistral.

    (tt) ISMABL, VII.

    [XXV]

  • EDUARDO ACEVEDO DIAZ

    intermedio sombro del dominio luso-brasileo y su inmediata dilucidacin con la cru>:ada de los Treinta y Tres. Habra as dos vacos aparentes entre ISMAEL y NATIVA, por un lado; entre GRITO DE GLORIA y lANZA Y SABLE, por otro. Habra, incluso, una apa-rente desproporcin pues Acevedo Daz consagra una obra al perodo artiguisra, una, asunismo, al comienzo de las querellas dvdes, y, entre ambas, dos novelas al lustro dsplatino. La objecin posible carecera de valor. Como es lgiCo, Acevedo tena que elegir, en tre la multitud de hechos, los que pudteran entrar en su tetraloga. Y proceder, pues era artista y no cro-msta, con propnto representatito, no exhaus#1/0. Ya he de .insistir sobre el particular. Entre tanto, el con-somo de NATIVA y GRITO DE GLORIA, lejos de da-ar con vacos o desproporciones la unidad del con-junto, Jo fortalece: el autor, que evoc el "alumbr~ mrento dt/icd" de la nacionalidad en ISMAEL, ahora encara solidariamente en NATIVA y GRITO DE GLORIA, segn dtJe, la pastn y el renacimiento de esa m1sma nacionalidad: como formas de necesana confluencia artstica, para dar de una vez el haz y el contrahaz del proceso. Por aadtdura, completa en NATIVA la visin de la Patria VJeja y hasta hace del Hroe au-sente, el numen elemental de un pueblo irreductible en la derrota. (Recurdese, en la blica furia de Cua-r, qu nombre la enardece "Arapey! Aguapey, viejo Artigas' ..... ) . Y con GRITO DE GLORIA tlu-mma la. sazn del sueo artigmsta en el Rincn y en Sarand Pero hace ms. El ciclo de los pnmordios no ha llegado a su trmino. Para preparar el desen-lace previsto, Acevedo D1az genera un nuevo nexo, radicado en la acon. Con acierto prodig10so no slo por la excepcional calidad del episodio en si (el

    [XXVI)

  • ISMAEL

    duelo de Cuar y Ladislao Luna) ", smo por lo que la incidenoa aade en sus ntimas proyecctones a la continuidad del ctclo. Las ctrcunc;tancms reuntdas responden, en efecto, a una intencwn profunda. Es el da de Sarand. Luna y Cuar han luchado con el adversario comn y contribudo a la promocin de la patria. Concluye la batalla gloriosa. Y an el sol que Ja alumbrara no h.1 cado, cuando aqullo-;, contra~ pnestos por sus divergentes afeccione') a Rivera y Oribe, chocan entre si La moharra de Cuar clava a Luna en b tierra, derr.mandole bs enrr.:tJs El combate singular adqmere sigmficariv.t extensin como prdud1o de las conttendas fratnodas insinua-d,ls en el seno mismo de las luch.ts por la mdepen-dencta y convertidas en su posteridad mmedur a. D~ ah la composiCIn de LANZA Y SABLE novela que resulta, por consigmente, dispuesta y anunciadJ. en las posrnmeras de GRITO DE GLORIA.

    Aquella "tr.1b.1zn lg1ea" de la serie y aquella "sofidariJad compleu de los vmculos htstoncos'' que el prop10 escritor mvocaba, parecen, pues, urccusables. El culo entrar/a IIU rttmo, fliC pro e /fi(J abonar, de eJ-pdrtWZtt c11mplida y ohstada. Y el pcnodo de los jJrt-mordms se cierr.l, con la pnmer,1 y sangrienta dis-c.ordia bandenzJ., en vspera:-. de la Guerr.L Gnnde. Pero el cscntor. S! coron.1 la tetr.tloga alud1enclo

  • EDUAl!DO ACBVBDO DIAZ

    la energa heroica o exalta la virtud del marttrto o promueve la visin de un fururo sin mcula ". y an lo fan su docuina y su apostlico' denuedo: porque el amor y el culto de la verdad nunca en l :;e estorban o se niegan. Quiere, como dije, "instruir almas y educar muchedumbres", designio que ates-tigua la indemnidad de la esperanza. Y hace "el re-lato de Jos lustros sombros para que nazcan ante sus ejemplos aleccionadores los anhelos firmes a la vida de tolerancia, de paz, de justicia y de grandeza na-cional"", designio que acredita fe indedinabll' en el destino de un pueblo.

    De ah la unidad esttica, moral y doctrinaria del conjunto.

    Hay, adems, en la tetraloga, nexos menot'es. Acevedo les otorga consistencia mediante el empleo de un procedimiento halzaciano, la repeticin de cier-tos personajes en novelas distintas, a fin de conso-lidar subsidiariamente los vnculos mayores. siii ha~

    (31

    ) La energia heroica es t6nica de ISMAEL, NATIVA, GRITO DB GLORIA, y an, Sl enravtada, de LANzA Y SABLB. La aptitud del marttrio --esclarecida constantemente- es objeto de una dtgrestn afortunada en NATIVA (VIII), cuando .Acevedo, al celebrar la hermosura de la tierra omarrona, la encarna de nuevo en los humtldet, que la. salvan (frente a la abdicacin de los p,v,Jegudos [siC} ) , con sus amores pra~ fundos, "la gran v1rtud de la aluvez en la derrota'' y la inagotable capaadad de sacrifkto. La vtsi6n de un porvenir sm mcula culmina en un pasaJe de GRITO DB GLORlA (XVIII), aquel en que Ber6n narra a Oribe su sueo: el de una parda llbre y hmpttalana, prspera y feliz, donde ha.b.a de hallar el ctvtsmo con orgullo "sohdartdad nacional, leyes justas, historta glonosa, culto por los martires y por los hroes .. "

    (:lt) "Sin past6n y sin divisa", primer pr6logo de LANZA Y SABLE.

    [XXVIII)

  • ISMAEL

    blar de los personajes histricos presentes en ms de una obra (Rivera, Lavalleja, Oribe; Olivera), cabe establecer que uno de ISMAEL, el protagonista, reaparece en las dos partes mmediatas del ciclo: y orro de NATIVA, Cuar, en GRITO DE GLORIA y LANZA Y SABLE. Pero lo ms llamativo de ese tra-siego de caracteres, se verifica en las dos obras in-termedias: catorce personajes de NATIVA, nada me-nos, pasan a GRITO DE GLORIA 27 Lo justifica la especial contigidad de esas partes, ya explicada.

    El mtodo tiene sus peligros: pues a veces los caracteres se contradicen o desubstancian. Choca, }:Xlt ejemplo, el brusco paso de Pedro de Souza, capaz de nobleza en NATIVA, a oblicuo malandrn en GRITO DE GLORIA; o las flaquezas que en esta misma no-vela descubre Ladlslao Luna, imprevisibles si se re-cuerda la viril integndad que lo califica en la novela anterior. Por su parte, Ismael, aunque no signifique en la obra a que da nombre una psicologa profun-damente organizada sino una admirable energa mo-triz, se apaga y desvanece en las novelas inmediatas. En cambio, el charra Cuat, que surge en las tres partes finales, siempre resulta la figura masculina ms recia y original de la serie. Con todo, cuando se le halla por tercera vez en LANZA Y SABLE, produce la impresin de, que es menos spero y montaraz: como si justificara el mote de mestizo que le han puesto en el pago del Clinudo y que el propio autor revalida; o como si el autor quisiera ~mover a su cria-

    (2') Ismael, Cuar, Luis Mara Ber6n -el protago-nista-, el negro Esteban, Ladtslao Luna, Pedro de Souza, D. Luciano Robledo, su htJa Natalia, Guadalupe, D. Oeto, Nereo, Caldern, D. Carlos Bern y su esposa

    [XXIX]

  • EDUARDO ACEVEDO DIAZ

    tura ~n el tiempo sin menoscabo de la debida conse-cuenCia.

    Emre los personajes que sirven de secundario enlace a las partes del ciclo se encuentra Abe! Mon-tes. Con l intenta consumar Acevedo Daz, en LANZA Y SABLE, una v10lenra relacin, aruficialmente re~ troactiva: el hosco, pero gallardo amante de Paula, sera el cnolhto "berrendo en negro" parido JUntO a un arroyo por Smforosa, Ja heroica virago de IsMAEL. En el mismo plano, tambin en LANZA Y SABLE, detona menos, pero sorprende an, el reconoc.nJento de Camilo Serrano como htjo de Cuar y de Jacinta, la vivandera de GRITO DE GLORIA 2 "~.

    ARTE E HISTORIA. TRANSFIGURACIN

    EPICA DE LA REALIDAD.

    El ciclo pico deba ilummar la gestaon de una nacionalidad y refleJarla, necesanamente, en el tipo original y pnm~two que la promoviera y ex-presara.

    Y surge el gaucho. "Ante la luz de la h!Stona", no a travs de un yerto enfoque coc;tumbnsta "que no hara resaltar los perftles enrgtcos de la sociabi lidad, faltando el teatro de la lucha verdadera" 2g. Con "sus instintos, sus desnudeces. sus herosmos, sus crueldades".~o Reconocido as1 en sus limitaciones, pero

    (..., > En LANZA Y SABLE, abundan los casos de hj os namrales tardamente tdenuflcados Ya habl de Abel y Ca mtlo. Corresponde hablar an de Paula y de Ubaldo, que resultan a la postre htos del infatigable Rrvera

    (:11) "La Novela Htstnca", art. at. (W) Idem

    [XXX]

  • ISMAEL

    glorificado en su grandeza ("HiStricamente, el gau-cho guerrero resulta siempre un SUJeto extraordma-rio") . " Como "ser proreiforme", ya exringuido ("Ha mucho que dej de verse, de oirse, de palparse", y en las campaas queda apenas su sOinbra) .az Como personaje prunigemo y caracterstico, al cabo, que exige necesaria, aunque distinta sw .. esin: pues fu vencido por el tiempo y las mmigractones pacificas sin que todavia "se sepa rul ser el derivado o tipo nacional guc haya de reemplazarle".33

    Esa criatura brbara y esplndtda es entonces, l como encarnacin primeriza de la nacionalidad, la

    'Imagen humana que seorea en las dit 1ersas partes de la tetralogla. Vivificada en send"' fbulas, S! apa rece como multitud, alcanza rostro. forma e indvi-dualidad en vanas figuras memorables; y culmma en la accin heroica, JUnto a los personajes histncos que reconoda como conducrores o caudillos.

    Nora de pedal constante en la docrnna de Ace-vedo, es la mencin del exceso de energas como pri-vilegio mayor de su criatura cimarrona. Y en efecto. Clave del gaucho y lujo natural de su organismo, era la fuerza. Una fuerza elemental y exuberante, que sirve d~ canon al perodo de los primord~ y lo configura histricamente: desahogada con gloria en la gesta de la independencia, revuelta --o vuelta sobre s-en las luchas de banderas. Una fuerza que es, por afia didura, tenor venturoso de la propia creacin aceve-

    (81

    ) "Sin pa~in y sin divts~". pr61 clt. (

    8) Idem.

    () EL MITO DEL PLATA, segunda edinn, Buenos Aires, 1917, pg. 133 ( Acevedo replTe al hablar epiSdica-meore del gaucho en esa obra, 1deas y aun palabras anti-cipadas: en el arado prlogo de LANZA Y 'iABLE).

    (XXXI)

  • EDUARDO ACEVEDO DIAZ

    diana, porque halla esclarecida respuesta en la misma fuerza del autor (como perdido, cuando maneja fi-guras civdes y se substrae a la tnica sugestin de la tierra) . De donde se induce que es la fuerza, como intuicin histrica y artstica, el rasgo fundamental de la obra acevediana. Y que en ella el tenor de la energa heroica prevalece, deter.Dllnando, ahor~ como canon esttico, la promocin electiva de hechos y personajes.

    As se acuerdan el arte y la historia. Y, en la tetraloga, hechos y personajes son siempre histri-cos, aun los imaginauos, en su verdad esencial: esa que ahonda la extensin de la realidad verific;able, enriqueciendo lo que fu con lo que pudo ser. El arre es entonces variacin y transfiguracin de la histo-ria: variacin, porque la hisroria positiva no es pre-cisamente lo que fu, sino su conocimiento restrin-gido y su espectro documental. O transfiguracin, por-que el ane concede otra existencia, definitiva y' cul-minante, a las figuras, circunstancias y gestOS del pa-sado lustrico.

    En la epopeya o en la novela grande, el arte, si es variacin de la hisroria, ni la defrauda ni la imita. El artista encara sus remas -hechos y personajes-- con propsito representativo, no exhaustivo, escogiendo la materia, esro es, limitndola como cantidad clli.po-nible; pero magnificndola asimismo por denrro, esto es,. dilatando lo que fu con el squito de sus formas perdidas, intuitivamente reemplazal>les. Incluso lo que fu (o mejor, conforme a la antedicha salvedad, Jo documentado o sabido), sin mengua de su jerarqua, queda a la zaga de lo que pudo ser, o debi6 ser 1 no se sabe, es decir, de lo que la historia, fatalmente, no alcanza y es para el arre objeto posible de adivinatoria

    [:l!XXII]

  • ISMAEL

    resurreccwn. Pues el arte no hallara espacio frtil en Jo demasiado preciso (como lo observaba Mae-terlinck a propsito de Jos grandes personajes reales). Por eso, Ia novela histrica. si no degenera en his-toria novelada, se adeca profunda, selectiva y con-vencionalmente a la historia, sin ofenderla n1 ren-drsele. Hasra transftgurarla, cuando el arusta posee, como intrprete de un pueblo, el d1fcx! arbltno de la grandeza.

    Acevedo Daz observa esa conducta ejemplar-mente. Asegurando la viabilidad esttica del gnero, stta en el primer plano de sus nov-elas a la multitud annima -ms que en flestas y rra jines, en andanzas y batallas--- y a los hroes oscuros que el arte puede suscitar segn el magisterio de la naturaleza y la su-gestin de la historia. Y ubica en segundo trmino a los grandes personajes reales, sln renunciar jams a ellos, pero distancindolos premedttadamente o acer-cndolos con roques intensos y relampaguean tes. ( Ri-vera es la relativa excepctn, casugada con un rela-tivo fracaso, en LANZA Y SABLE: la mca obra del ciclo que resulta despareja, sin mengua de sobresa-lientes virtudes, porque decae algunas veces en his-tona novelada). De ese modo, entre taJes personajes, evoca al mayor. No lo aborda: para fiar reverencial~ mente, a la. grandeza del prcer, la indispensable pers-pecttva. a4 Pero tampoco renuncia a su magntica pre-sencia, que le permite desenlazar la obra con un rasgo

    (") Hay una sorda profesin de fe --que ilustra la concepcin aceved1ana del gnero- has!a en el ttulo que inaugura la tetraloga, el nico que consiste en un nombre propiO. Ese-nombre no es el de Artigas, que surge no obstante en la obta como gua supremo, stno el de un gaucho descono-cido, "arquetipo sennllo y agre~te de la primera generactn".

    [XXXIII)

  • EDUARDO ACEVEDO DIAZ

    de epopyica .nagnimd. As, cuando las tropas espa olas abaren armas y estandartes, b accin de ISMAEL ;e suspende: bajo el sol de Las Ptedras, con una im-pastble mirada del Heroe, que fl)a sus OJOS "de ver-dosos reflejos'' en el aquietado campo de batalla. " Cuanto a los grandes acontecunientos, Aceved.o pare-cera asumir otra conducta. no aleJa, acerca la rea-lidad histnca. Evoca as hechos famosos de nuestro pasado naCional el siuo de San Jos. el combate de Las Piedras. ],\ protocruzada de Ohvera, la Cruzada de los Tremta v Trt::s, la Batalla de Sarand, el encuen-tro de Palmar Pero evoca esos hechos decttvamente p""1a sens1bilt:t..tt el proceso formativo de un pueblo. Y aunque lo.., respeta, abonando un lcido y cons-tante ngor,::. lo hace con el idioma y la potestad del arnsta (si se excepta el relato de Palmar, re-suelto eu un fracaso esta vez sin manees). N o se lt-mtt.l pues, a lo conocido. Y al entrar en la perdida ..:ona de la mu..:hc::dumbre desencadenada, inaccestble stempre para el mvesngador, s1empre recuperable para el poeta o el aedo, con pulso de gtgante amma el conjunto, o adt(.a a la historia solos unaginanos. Re-

    t"~l ISMAEL, LlV (Los dos captulos que stguen son una Jngutda cxcrecencta de la fbul.i)

    l"~l Aceved0 Daz mas de una vez puntualiza el rigor de sus descnpetones htst6ncas. En "Epocas mthtares del Plata'', segunda edtctn, Buenos Atres-BarceJona, 1911, escnbe- "En .una dt:" nuestras nhras, ISMAEL, hemos Jesctipto la acctn de Las Ptedus en todos sus detalle~. lun arreglo a daros de procedencia urcprochable" (pg. 7J). Y luego: ''En otra de nuestras obc;,, GRITO DE GLORIA, connnuann de NA-TIVA r, romane-:~ histortcos) , hemos descnpto en todas sus mctden

  • ISMAEL

    curdese, en el ;itio de San Jos, la agona de Sin-fora, que se desploma sobre el herido Camero, ce-gado e inmvil, y le comunica la humedad caliente y el spero olor de su sangre, empapndolo, y los estremecmenros de su cuerpo ya designado por la muerre; y la nusma siruacin del cambujo, que siente cmo se le muere encmus la compaera salvaje, por l no reconocida an, y que con an'5ia paralela asiste a la dilucidacin del choque entre lo suyos y los espaoles: choque expuesto con ongmalis1mo alarde, pues Acevedo Daz, adoptando la perspectiva del per-sonaje cado, momentneamente sin ojos, se reduce a dar la imagen auditzva de la brega (pero coa tal plenitud, pese al manejo de un solo medio sensorJal, que asi el lector conoce, desde la conciencia de Ca-mero, la victoria de los independientes). n Recur-dese, adems, en Las Piedras, la carrera de Ismael, que arrastra, convirundose en rfaga ecuestre y co-ronando el ntmo epopyico de la lucha, f"l cuerpo de Almagro sobre los despojos del combate; o ea Sa-rand el arrojo homrico de Cuar y Esteban, o las postrimeras de Jacinta ("aquella especie de leona" que "ola a junquillo y a aroma silvestre"), cuando defiende y escuda el cuerpo nerte de Luis Mara Bern, hasta morir, atreviendo un beso nico dentro de la batalla, " Tales soles imaginarios, y los mis-mos coros reales vitalizados con mltiple y dificil grandeza, dan color y calor a. la historia, sin desauto-rizarla, Y an la transfiguran picamente, Como en la relacin de los hechos capitales, en la de los me-nores, el novelista corrobora poderes, sin repetirse

    (IT) ISMAEL, XL (

    81) ISMAEL, LIV, GRITO DB GLORIA, XXXI

    [XXXV]

  • -

    EDUARDO ACEVEDO DIAZ

    nunca. Y crea eligiendo, con esrupenda virtud repre-sentativa. De ah que por el doble imperativo del arte, sea la nacionalidad, en su primera y brava ~parienCla, el ncleo de la serie: y que los hechos, con el concurso de la imaginacin y la memona, valgan a la postre como smbolos en que se define el ca-rcter de un pueblo.

    Propio del arte es lo representativo, no lo ex-haustivo, si se me permite repetirlo an. Cmcuenta das de la guerra de Troya, abstrados de una dcada, bas-taron para reflejar una cultura y para que un pueblo reconociera sus dioses y sus hroes. Porque es prerro-gativa. cardinal de la epopeya, como surge de la ex-gesis hegeliana, valer como Bblta o Saga de una co-lectividad, y condensar en hechos partiCulares la vida ntegra de una nacin y de una poca.

    Acevedo, segn sus fuerzas, que no supera quiz ningn narrador hispanoamericano, acierta a ofrecer el cuadro completo de una nacin en la hora de su Gnesis, y aun la imagen impar de la tierra, en indi-soluble comunicacin con sus criaturas. Y es tal su eficacia representativa que si hubiera escrito sola-mente ISMAEL tendramos ya en esa novela el poe-ma nacional que necesitbamos. Pero cumpli, con aliento indeclinable~ todo un ciclo. Y con tanta gran-deza comumca lo grande, con verbo tan crecido opera la transfiguracin pica de la realidad, que corres-ponde, pese a la servidumbre impuesta por la in-quietud aposrhca a.l poder narrativo, definirlo como un aedo: acaso el nico que hayamos escuchado en Amrica.

    [XXXVI]

  • ISMAEL

    FASES EPOPYICAS DE ISMAEL.

    No es raro que Acevedo, fuerte y consaente de su fuerza, ejemphfrque la crudeza naturalista. Pero conforme a un padrn clstco pues --como se ha visto- siendo otro su mundo, nunca incide en la un-placable reproducon de llagas y perversiones, n1 tampoco en la representaon a rajatabla de las anc-dotas sexuales.

    Ambiro de su obra repito es la tierra nativa en el perodo de los orgenes. un mundo mocente y br-baro. Y Acevedo Diaz, aunque por su doctrina socio-lgtca se liga apasionadamente al porvenir,311 no orient su arce por frta determmacin mental hacia el pasado. haba amor y secreta nostalgta en ese a~om3.talgla y su tnqU1etud son por el porvemr que hay que crear para un pueblo que debe conocerse en su cecno si quaere adelantarse sm desvos". V. el c1cado prlogo a IsMAEL,

    [XXXVII]

  • EDUARDO ACEVEDO DlAZ

    Entonces lo aststen o autorizan -ya habl de un p.:tdron cL't'Slco-- nombres que pronuncio con miedo, pues suenan como demasiado universales y en consecuencia prescmdibles: Homero, Dante, Shakes-peare. Acevrdo Daz, sin cultivar reminiscencias, de ellos recoge sugesnones y estmulos. Slo estmulos y sugesnones. De Hornero, sobre todo.

    S1endo "muy joven" se absorbi en la ILADA 'COn una suerte de furor y de embnaguez. hasta hacer una "cosecha de entusiasmos y de encelam1entos va-roniles". 40 Nadie quiz ley nunca al poeta con ardor semejante. Y esa extraordinana lectura de la adoles-cenC,l, en vsperas de "la revolucin de las lanzas" a que e orn en seguida Acevedo -menos distante de la ,guerra de Troya pese a los tres mtl aos trans-currtdos que nuestras conflagraciones modernas de aquelb .:1ucrra gaucha- le templ la 1magmaon decisivamente. Para l, educando activo, no dtscpulo l1terarto del poeta, ste fu, ms que un modeio, un modelador.

    Por eso nuestro novehsta debe a Homero no slo el aliento de ctertas imgenes o la propem~in a con-figurar vanamente las hertdas "por donde sale ms pronto el alma", sino, ante todo, el concepto del rea-lismo esenctal: la conoencia de que la realidad, anr-quica o montona, debe ser reorganizada por el arre, pues, conforme a un verso contemporneo que podra ser diVIsa del realista idedigno, "tambin la verdad se Jnventa".

    \.0

    1 V en "Renadm1ento", N" 10, Bt1enos Aires, mayo de 1911, una pgina autob10grhca de A D, perteneoente a un hhro inedtto e mconcluso ("D;;.s de Roma") y titulada ''Primeras emooones''

    (XXXVIII}

  • ISMAEL

    Un solo aspecto homrico, el ms crudo, puede ilustrarlo. En la ILADA el bron._ de un guerrero ;e-ala en el cuerpo de otro el sit1o de la muerte. Pero rara vez sufren dos hroes en el mismo episodio un fin igual. Cada uno suele recibir su propia muerte: sa, la homrica, nica y mltiple, si 1dnttca siempre como cesaCIn de la luz y compulsivo destierro del alma, casi siempre distinta en su plstico y ternble advenimiento. El bronce atraviesa la frente a Equew polo; a Democoonte las stenes~ los odos a Muho; un ojo a Ihoneo, salic:ndo por la nuca; la nuca a Pedeo, cortndole la lengua hasta asomarle entre ~os d\rntet:t mordedores; la nariz a Pndaro; la boca :3 brtmdl~te; a Tstor la mejilla; el crneo a Hip6too, derramh1 dale el cerebro. O cercena a Doln la cabeza que habla an al rocar el polvo; a L1come la cabeza as!-mismo: que le cae a un lado, sostemda por !a piel; a Deucali6n la cabeza toda va, arrojada con el casco a lo lejos. O entra en el corazn de Aictoo, que le comunica sus palpitaciones. O traspasa el pecho a Si-mosio, brotndole por la espalda; y a Odio la es-palda, brotndole por el pecho; y a Asteropeo el vientre, esparcindole las entraas. A qu seguir? Cada regin del cuerpo, accesible a la muerte, es im-placablemente explotada por el aedo: quijada, gar-ganta, clavcula, hombro, tetilla, ombligo, ingle, h-gado, ijar, nalga, cadera. . . Hay en esos cuadros, es-pantosa verdad. Pero a la vez se transparenta, en el sangriento inventario, inventiva inagot:tble. Y se ad-vierte en las continuas variaciones de un tema nico, la reorganizacin esttica de la realidad: corregtda en su monotona; acatada en sus leyes profundas. "Tam-bin la verdad se inventa". Cabe repetido. Y es -h que invoco en estas pginas-- esa especie Je verdad

    [XXXIX)

  • EDUARDO ACEVEDO DIAZ

    superior, que incluyendo el testimonio de la memoria electiva dea espacio librrimo al trmite imaginativo y a la virtud creadora.

    Sin forzar correspondencias riesgosas y al mar-gen de fortuitas verificaciones, no es infundado sos-tener que la crudeza de Acevedo Daz es de linaje homr1co.

    Recurdese el final de Sinfora, la indecible vi-rago de ISMAEL (ya glosado en pginas anteriores) : "Un proyectil de bala le habla entrado por el seno de-recho rompindole una vrrebra dorsal a su salida; y en el extremo de su mamaria inflada y fecunda asomaban algnnas gotas de jugo lechoso casi mez-cladas con el cuajarn sanguinolento", Hay tremenda precisin en la estampa. Y al par, en el contraste vi-sual de leche y sangre, el designio profundo de dar a la amazona silvestre, si vida de soldado, muerte de mujer, eligiendo el henchido seno como sttio de l._a herida, con una alusin, que es sobreafiadido titulo he-roico, a su calida4 de reciente parturienta. "1 (Y es impresionante aslm.ismo, en ese pasaje, la herida de Camero, a quien ciega un hachazo en las cejas: " ... col-gbale la piel sobre Jos ojos, como un velo de carne negra").

    Otras escenas confirman a un anista inexorable y poderoso.

    El degello del dragn espaliol, junto a los mon-tes del Ro Negro, es de un crudelisimo verismo. Esta vez, Acevedo ms parece recordar que imaginar: la trquea que salta del pescuezo "como un resorte els-tico", el chorro de sangre caliente que mana de la ca-rtida "entre ronquidos de fuelle", las convulsiooes

    (41

    ) ISMAEL, XL.

    [XL]

  • ISMAEl.

    del soldado, el zangoloteo de la cabeza prendida (as la de Liconte) "por slo la nuca al tronco como la espiga que cuelga por una arista de su tallo"; el em-paarse de "los ojos enormemente abiertos", la tOrce~ dura de la boca, en una ltima contraccin que fija "en la comtsura una mueca de mscara", el postrer encoguniento y la postura de brazos y piernas, rodo est representado con una ternble y exhaustiva pun-rualidad. "

    La muerte de Fehsa, que configura una tonalidad de Jo horrible absolutamente d1versa, permite adm!-rar, en los dos momentos capitales del ep1sodio, otros estupendos atnbutos del arte acevediano. El primer atnbuto (que puede valorarse tambin en el relato del duelo entre Luna y Cuar) consiste en inventar y ofre-cer lo simultneo med1ante lo suceJwo, su!,citando una ilusin de aridad incomparable. As, ya espantado el pangar de Felisa ante la violenta irrupcin del ma-yordomo, la muerte elige presa con el trgiCo enlace mmediato de dos hechos smcrnicos Jorge lanza las boleadoras, y, al mismo tiempo, el caballo desp1de a la JOVen que ree1be entonces en la cabezd una de las piedras dirig1das a su desmandada montura. El se-gundo ambuto se manifiesta en el hallazgo de com-binaoones inaud1tas, orgamzadas con tanta potencia como originahdad. As, tras la muerte de Felisa, es blido rasante en el pa1sa je una masa triforme en que se confunden el caballo desbocado, el mastm pren-dido a sus encuentros y el cadver sujeto de un pie al estribo y arrastrado por decl1ves y cuestas. 413

    Al narrar y descnbu el castigo de Almagro, el

    {'11

    ) ISMAEL, XXIV (0

    ) Id., XL V.

    [XLI]

  • EDUARDO ACEVEDO DIAZ

    arte de Acevedo Daz alcanza, de otro modo, triple y paralela excelencia: en la slnteJis que el hecho co-rona, en el modo escogido y en la fguraczn resultan te. La sntesis aludida se consuma -segn dije--por la ardua y feliz coincidencia de ia fbula y de la historia, es decir, por la adec.uacin de lo verosmil a lo verdadero, de lo posible a lo real. de la mtriga imaginarla a un gran acontectmiento deJ pasado hew roiCO: el autor representa el combate de Las Piedras; reproduce la lid famosa "con arreglo a datos de pro-cedencia ureprochable", u e inserta en la zona mde-fmida de lo multitudinario, inaccesible al historiador, un solo nOvelesco, armnica y venturosamente adap--tado al ritmo coral de la batalla. en IsMAEL encar-na la briosa inspiracin del gaucho patriota; y hace visible a Jorge Almagro por su arrojo y su calidad de caudillo, al presentarlo, dentro de las fdas con traria

  • ISMAEL

    pleni "Ud de su. condcnda, detalle que impone atroces relieves al ... astigo. Y la figuracin del eptsodio, im-placable 1!n su crudeza, abona magistral eficacia. Nun-ca el autor, acaso, trasm1t16 ms intensamente la sensacin del vrogo. Aunque con la paradJica mo-rosidad aneja al gran estilo narrativo, pues organiza el movimiento mediante puntualizaoones minucio-sas que determinan, solidarizndose, aquella arreba-tadora impres1n. De esa manera, Acevedo Daz, que es un maestro, segn se vi, para dar con lo sucestvo lo simultneo, ahora, dentro de lo puramente suce-sivo, logra dar con lo moroso lo vertiginoso. Como rfaga e

  • EDUARDO ACEVEDO D!AZ

    espantosamente "en la falda de la loma, lo tnsmo que una peonza elstica lanzada de la cresfa por un brazo poderoso". Truena el can hi.pano por ltima vez, y el zaino de V elarde flaquea: en esa pausa mnima Blandengue, el mastn habiruado en los rodeos a colaborar en la rendicin de alguna "res rebelde", salta y muerde en la garganta al mayor-domo, que se haba arrodillado con angustia. El ji-nete reanuda su violento galope, mientras la batalla roca a su trmtno con el triunfo de Artigas. Pero an sigue aqul, en su carrera lgubre~ comunicando muerte a su enemigo. Hasta dirimir el movitmento desencadenado en sbita lenrltud: "El cuerpo de Al-magro sacudido en infernal agona, machucado al fin en las piedras del terreno, hecho una bola sangrienra pas rodando sobre los de.poos del combate, y al llegar a la lnea no era ya ms que un montn re-pugnante de carne y huesos. Enwnces el gaucho se desmont sm apuro"!~

    Pauta de esa pica crudeza, impresionante an, pese a que no se trata ya de la descruccin sino del advenimiento de la vida, es otro cuadro memorable: Sinfora, que combate encinta y como sargenw del escuadrn de Balta, cuando acampan las fuerzas tras diez leguas hechas a trOte firme, dir1ge la cabalga-dura hacia unos rboles. A Camero que le pregunta: "-Ande vas juyendo, Sinfora?", responde la hem-bra. formidable: "-Mi apura er guachito, sarnoso!". Y sembrando el camtno de objetos, apremiada por los dolores del parro, llega hasta el arroyo. Sola se arroja del caballo. Sola se dispone a panr, sacudiendo los brazos bao su cabellera greosa y afirmando los

    (ti) ISMAEL, LIII y UV.

    {XLIV}

  • ISMAEL

    dedos a un tronco de arrayn. Sola, creyendo posible un trhnfo de la voluntad, se esfuerza en regir el alumbramiento como para negar la servidumbre im-puesta a su sexo por la naturaleza, a la que trtbuta un grito, sin embargo, mco y breve. Sola da a luz "un criollito heN'endo en negro". Sola ahuyenta con un escupitajo al cuervo merodeador y cubre al nifio "con un jirn de poncho o bayeta" y se duerme y despierta a un toque de clarn. Sola purif1ea a su h.tjo, sin miramtentos, en el arroyo, y se baa ella misma. Sola. Y an oyq desde su soledad, otro roque, el de marcha. y se incorpora y amenaza con deses~ perada impotencia, hasta caer "en su lecho de tr~ boles y gramillas". La escena es de una grandeza lgubre y desnuda." Y la figura de Sinfora alcanza relieve universal. Es un carcter. As, aunque alum~ bre varones, la indmim virago no est hecha para amamantarlos. Dejando a su hqo en manos de otra mujer, acudir en seguida al llamamiento de la gue-rra. Hasta apagar su cuerpo en el combate .

    Aunque el noble Alberto Palomeque afirmase, con impresionada exageracin, que todo es muerte y sangre en la obra de Acevedo Daz, el realismo de ste se explaya con ms ancha frecuencia: ya en nueva.r fa.res epopyica.r donde el horror no se aparea a la grandeza; ya en vivaces y coloreados intermedios costumbristas, ya en zona.r bonanc1bles de humor y de gracia. Y an cabra considerar complementarla-

    (") ISMAEL, XXXV y XXXVI.

    [XLV)

  • EDUARDO ACEVEDO DIAZ

    mente la conducta del novelista frente a la ''lu:tu-ralez,,

    Cabe Ilustrar las nuevas fares epopyicas con episodios enteros o con rasgos mintmos, pero ma-gistrales.

    Abrase IsMAEL. Concluida la fiesta de Capilla Nueva, cuya descripcin aswne un ricmo brillante y gozo,o, modula Acevedo con incomparable maes-tra el contraste inmediato. Y es el trnsito de la fiesta a la gesta, en el alba de Asencio. Pafte la hueste fraternal y rotosa, formada de negros y blan-cos, tapes y cambujos, ms provista de bros que de armas. El autor confiere. entonces a esa columna he~ roica y miserable -~la primera caballera oriental-pica lejania. mostrndola derde los ojos de las mu-eres que alzan sus manos y saludan hasta que "el conjunto de andrajos y de desechos. . . entre torbe-llmos de pol'Vo e wponente alarido'' se hunde er. el honzonte."1

    Habl de rasgos mnimos, esclarecedores tam bin de esas otras frases epopyicas

    Lavalleja, cuya presentann es la ms notable quiz en la obra de Acevedo, pOrque ei retrato sur ge espontneamente de la accin y de la palabra del personaje, no de una previa pausa digres1va a cargo del autor, se arroja a caballo sobre el enemtgo en el combate de la sierra. Abate a varios realistas. Y al ver que los otros retroceden asustados, lanza "una carcaJada homrica" y "bajando con el sable su bra-zo dt;!snudo cubierto de sangre y polvo", asi se lo pasa "por la frente sudorosa, dejando en ella ro-1ZO surco".48

    (41

    ) ISMAEL, XXVIII (fll) ISMAEL XXXVIII.

    [XLVI]

  • ISMAEL

    Habl de vivaces y colorettdos intermedws cos-tumbristas, al encarar OtroS aspectos del realismo ace-ved~.ano. Ese realismo se confina en lo Dativo: en la lustoria y las costumbres de nuestta tierra. Ace-vedo Daz lo declara, si con lcida amplitud, con franqueza: "Siempre be amado lo nativo y anhelara que nacivo fuese por su ndole y sus propensiones, todo lo que las jvenes inteligencias nacionales pro-du jesen. Pero esto no obsta a que yo crea admirables los argumentos, las escenas, los dramas aenos al m-dium, con tal que en ellos haya arte y colorido".48 (bts)

    Y a se vi cmo entra en la historia y en la epo-peya. No concibe, empero, sm la historia, el cos-rwnbnsmo, desde que ste "no hara resaltar los per-files enrgicos de la shtlidad, faltando el teatro de la lucha verdadera",'(! Se interna, pues, en el pa-sado heroico y procura evocar tambin desde all la vida del gaucho en los momentos de labor, ocio y jolgorio.

    El gaucho (segn las palabras que consagra Acevedo Diaz a Ismael, "arquetipo sencillo y agreste de la primera generacin") aunque "errante e ind(}o lente, por inclmacin y por hbuo, tena cierto ca-rio al trabajo rudo que pone a prueba el msculo y nutre el organismo con JUgo salvaJe".50 Y si mir siempre Oe leJOS "el rejn de Moiss", como observa el propio Acevedo en una crtica, descoll "en la sim-plicidad prstina del pastoreo a lo Nemrod"."

    La p~.nrSalizacin es opormna. El gaucho acep-taba el trabaJo que no lo fijara. que no coerciera su

    (~ bis) V "Pasaes hteranos 'fentanda . ", art ot (uJ V nota :29 (W ISMAEL, X (u) V. el c1tado artculo sobre BEBA, novela de Reyles.

    [XLVII]

  • EDUARDO ACEVEDO DIAZ

    "pasin por la vida libre"; y que satisftciese de paso, dado su natural bravto, la gozosa vocacin del nesgo. Por eso no fu agricultor paciente, sino jinete frvido, en pugna con las montaraces ganaderas. Por eso en l vida y honra se cifraban en el culto de la fuerza, la desrrez~ y el valor. Por eso una pifia o una flojera (as las de Almagro o las de Basilio y Serapto en IsMAEL, 52 suponan desdoro; y se equilibraban o con la bergsoniana correccin de la risa o con la burla agresiva y desafiante.

    No s qu hbito bace al monje. Pero al gaucho lo haca su propio indumento: el chirip y "las horas de piel de potro, de puma, de yaguaret" (o "las ojotas de cuero vacuno, en muchos casos"), amn de las nazarenas o "trinadoras de enorme rodajas" }13 Y ese mdumento gritaba el arte o el oficio del que lo luca y aun las circunstancias en que su poseedor se probaba para obtenerlo.

    Su habla era breve, directa y sentenciosa: pues el gaucho, si desOOrdaba energas en el esfuerro fsico, las concentraba en el decir. Como si el desierto fuera sunultneamenre para l estimulo de accin y texto de gravedades taciturnas. Y como si la parquedad en la palabra fuera tributo inseparable de la hombra. Conversaba poco, "se rea de su homnimo hablador", y aunque .. todo lo simplificaba para expresar de una vez sin rodeos su pensamiento. . . conserv en buena parte el vocablo castellano puro . . . y hasta formul sentencias en su lenguaje original que no desmerecen de las llamadas clsicas ... " As lo exhibe Acevedo Daz ~n un prlogo. ~ As, a travs de sus no~

    (!l) Captulos XIV, XV y XXVI (!ti) V. nota 51. (MJ "Sm pasin y sm div1sa", prl at

    [XLVIII]

  • ISMAEL

    velas, en que la jerga de aquel "ser proteiforme" en cuenrra reflejo memorable. Recurdese un episodio de IsMAEL." Llega Velarde al potril del monte. Con el of1co de Viera para Benavides, la vspera de Asen do. Tras una escaramuza con la partida del preboste (en que cay prisionero Aldama) y un frentiCO ga Jope de leguas, con el enemigo atrs. Riesgos, peri pecias, dilatados silencios autorizaran ahora desahogos y relaciones. Sin embargo, al compaero que lo recibe e interroga, en pocas palabras le da noticia de cmo lo salv el alazn y se miJturar9n los melicianos en el caadn. Su interlocutor celebra: "- Bten aiga la zanja amiga!". E Ismael glosa: "Me acorri. El alazn gan campo, tieso como venao". An es ms escueto el d1logo con Benavdes, que ste principia: "-Qu ju de Aldama? -En la trampa -Y la partida/ -Junto al monte". Trece palabras para comenzar. No muchas ms para concluir. Slo dice el caudillo: "-Si habr rezao Al dama el credo cimair6n?". Slo responde Ismael: "Lo rra1ban con guardia, de ftjo para hacerle descubnr la guarida; pero antes lo enchzpan. Este oficio me entneg Perico el Bailarn". Eso es todo. Y advirtase que el dilogo, amn de ejemplificar los caracteres, hasta el del propio Aldama en la con-fi,mza de Ismael, sirve an para sumtnistrar elementos y antecedentes de la intriga, hasta entonces callados.

    Tal, el extraordinario personaje que aparece en las novelas de Aceveclo Daz. Y no slo como gue-rrero. Repasar ahora algunos intermedios cosntm-bristas.

    El cuadro del aparte, en IsMAEL, 56 es la corro-

    ("l Cap. IX. ( Capltulos XIV XVI.

    [XLIX]

  • EDUARDO ACllVEDO DIAZ

    boraon culminante de la spera y recia pastoral na-tiva. Se halla delineado con multiple perspemva sen-sorial: "El sol dilua su fuego en la atmsfera ha-ciendo sofocante el amb1ente, y el polvo levantado por los cascos de los caballos, encegueda a los jine-teS " "El tropel de los caballos, en sus frecuentes galopes, los roncos bramidos y las voces enrgicas de los jmetes, llevaban sus ecos a gran dtStancia en los campos ... " " ... La noviHada se revolva en grueSd espiral de astas en perpetuo roce, resoplando azorada y oprimida dentro del crculo impuesto por hombres y perros". Sobrevienen algunas plsticas y dramticas combinaciones ya es un mastQ- prendtdo con sus fuertes colmillos a la nariz de un toro contumaz; ya "un solo cuerpo informe de ocho pies y dos cabezas" que improvisan "caballo y novillo, castigados por la espuela y el rebenque, sudorosos", desLendiendo "a las parejas de la meseta ... " Y el autor, escribe o describe, an indistintamente, pero preparando el pa-saje a la proeza indtv1duai: " ... los ms esforzados jinetes [ante la disparada de un vacuno] se rusputaban en gil carrera poner el lazo de trenza en la corna menra, o a rodeabrazo paralizar los miembros de la res con un tiro de boleadoras". Ast en la faena, que no es ya amarga unposic1n de los d10ses, smo codi-ciado concurso de bizarra varonil, all donde Almagro se humilla en un primer fracaso, triunfa Ismael, que hace arrancar a su montura "con marcial estrtdor de estribos". Y tercia, con la fascinacin del caudillo, un gaucho gtgamesco, de OJOS celestes, "que haca en-sayar corvetas a su caballo", Fernando Torgus. En la tensin de los nimos, propia de la vuil labor, dis-pone directamente Acevedo Daz el chma psicolgiCo de la violencia. Pero adems, con ese intenso tema

    [L}

  • ISMAEL

    de la soctabilidad prtminva estencamenre vivificada en la ancdota individual, persigue dos efectos obli-cuos. Uno inmediato: dar al cuadro histrica latitud, lo que obtiene haciendo confluir y estallar, por pri-mera vez dentro de la novela, en el duelo de Torgus y Hermosa, las cleras latentes de tupamaros y godos. Otro mediato: conceder relieve caliente y eficaz a la representacin del aparte en el rodeo, para fijar en esa imagen incruenta un ensayo espontneo de las cercanas guerras gauchas. De ah que en la descrip-cin de la batalla de Las Piedras, hable el autor dos veces de la semejanza entre la brega y el aparte."

    En cambio, tono pico y perspectiva coral hay en la descripcin de la fiesta brindada por Pedro Jos Viera -Perico el Bailarn- en Capilla Nueva, la vs-pera de Asencio, 511 a la vuelta de un aparte (cuya re-presentacin elude Aceved.o Diaz p-ua no tnslStir con un tema tratado y a en la misma obra) . La alegra de la reunin no recibe tirones sino alientos de la em-presa que debe desencadenarse con el alba y que es aludida apenas una vez (cuando Viera, an empinado en sus zancos de bailarn, grica con voz de trueno: "-A danzar agora, aparc.eros! ... A manham dan-zaremos melhor!", y responde a sus palabras un cla-moreo "en el que se funden juramentos y alaridos"). El episodio perm1te, como pocos, intuir en un hecho smgular, con virtuc\ extensiva y sin capuulac.iones ge-nricas, la lrnagen de un pueblo en el limen de su histona. Acevedo Daz sienta la originahdad de ese pueblo, patentizada en sus pmtorescas costwnbres (as, en el pericn, signo ya y "faz risuea. . . de un

    (n) ISMAEL, LIJI y LIV () IslllABL, XXV- XXVII.

    [ Ll]

  • EDUARDO ACEVEDO DIAZ

    espritu nacional incipiente") y flagrante en un con-cepro del honor y de la vida, si de color propio, no lejano de la clsica aret homrica. Y escribe entonces Iluminando y complerando elementos ya referidos: "La fuerza brural, desde luego, la destreza, la asrucia, la habelid para taer, para bailar, cantar, pelear y ven-cer eran [en los gauchos] cualidades y cond1c1ones so-bresalientes" (que con "el ejemplo y la magia de las costumbres varoniles" culminaban en el caudillo) . El desarrollo del relato es simple y memorable: preludian la f1esta gwtarreos y trovas, taba y truco, en tanto Viera dinge el asado al pie del omb y se doran en la cocina los pasteles y se pica tabaco y circulan el mate cimarrn y la caa; llega el momento de yantar, con un vibrante soliloquio de Viera, que distrxbuye a sus gauchos trozos de asado y alegres pullas; el propio V 1era, concludo el banquete, pide los zancos para bailar el nauvo pericn; y las parejas, luego, trenzn~ dose, dan color y fervor a la zambra. El arte del gran novelista revalida uno de sus privllegios ms notables, ya subrayado por Espnola: el de mover conjunros o multitudes en, pacficas reumones o en entreveros cruentos. DIJe que es fundamental caracterstica mo-triZ del esulo narrativo, en Acevedo Daz, el uso de encadenadas pluralidades para ofrecer con eficacia realista una perspectiva coral. En la fiesra de Capilla Nueva, pese a lo nwneroso del concurso, apenas son indiv1dualizados seis o siete personaes, lo que coho-nesta la privanza de aquella perspectiva. Y se pasa, en rpidas e inaparentes mutaciones, del grupo a los mdiVIduos y de los individuos al grupo, al amparo de una imprescriptible objetividad y --cabe reiterarlo--con un ritmo brillante y gozoso. Vase el uso de las pluralidades motrices en la descripcin del yanrar:

    [UI]

  • ISMAEL

    "Movlanse rodas las mandlbulas con fruicin; chorrea-ban sabroso jugo los dedos; los cuchillos con los filos para arnba pasaban el bocado a los labws antes de dar el ltimo tajo; las botas de caa circulaban de mano en mano para rociar las gargantas; lab galletas duras y el pan bazo que las mozas y Macara echaroa en el pasto, se zabulllan en las lagunillas de grasa caliente que al despegar la carne se formaban en el cuero, y crujlan luego bajo los caninos blancos y lus-trosos". O en la descripcin del balle: "Roces, con-quilleos, visajes? amoricones, posturas provocativas, volteos de domadores, quiebros de moJiganga, riSas y fraseas dommando el tatdo de las gwtarras ... " El dilogo, por fin, sumario y sabroso, bosqueja algunos caracteres (admirablemente, el de Penco), y basta ilustra, ya como rasgos de la psiCologa colectiva, la zurnbana cordialidad de los gauchos y su espontnea propensin a la metfora: cuando Vtera eJecuta el pe-ricn, los zancos del bailarn, en el- comentario vivaz de los paisanos, son "patas de araa" o "patas de en-vltdo", "langosta", "canillas de cigri.ea", "garrn de avestruz".

    EL HUMOR Y LA GRACIA.

    En esas evocaciones nativas, haz y contrahaz de la epopeya, se manifiesta an, por lo universal de la aptitud literaria, la gracia como categora de un humor sin oblicuidad, servido asurusmo por una lengua y una tcnica rigurosamente realistas. ya alternativa, ya simultneamente, en dilogos, caracteres y situaciones.

    La historia del viejo paisano Ramn, vecino de los matreros, que hace la vista gorda -y un guio

    [ Llll)

  • EDUARDO ACEVEDO DIAZ

    al monte- frente a un celador herido o extraviado, pero que se compadece de una yegua enredada entre zarzas o espinas y "por proJunid" la socorre. es un prodigio de gracia." Y hay gracia, y verdad, en el car.cter del personaje, gaucho "comadrero e inofen-sivo", en sus palabras, que la erga hace ms sabrosas: en la materia del relato (el capricho de dos yagua-rets que ehgen como nido de amor el rancho del v1eo); en las situaciones y en el desenlace. Notable es, sobre roda, el quid pro quo de nuestro paisano que, recin llegado de Montevideo, con su flamante som-brero de panza de burro, oye de pronto, desde el man-carrn, entrar a las fieras en el rancho v las confunde con matreros. Entonces, ante el fragor de los muebles

    1511 \ ISMAEL, XXIII. - A. D., antes de introducu a Ismael y Aldama, fng1t1vos, en los montes del Hum, efecta una larga d1gresin sobre los matreros, que agil1ta con dos relatos mde-pendlentes, uno lgubre, la leyenda del cabo profanador de atades, y otro risueo, la htstona del pauano Ramn Con ambos relaws se propone parthcar aspectos contranos de aquella gente montaraz au, con el segundo, que "at lao gueno --como dtce Ramn- en la mesma entraa ftera".

    Stempre el tema lo atraJO Adolescente aA como sol dado de ngel Mumz, se mtern6 en los montes del Rlo Negro y hall motivo, ame la tumb~ de un matrero, para escnbtr una pgma cndtda, pero stgmficanva "Un sepulcro en los bos ques" (V. La RepbJua, Montevideo, unto 25 de 1872). Conoo pues, dtrectameme, el escenano pnnetpal y las meneas de aquellos hombres ctmarrones. Y esa expeneneta "sur place", luego ennquenda, se trasluce en las obras maestras

    Dtgrestvamente, habla el autor, de:" talrs suetos, en tres captulos de ISMAEL (XXI, XXII v XXIJI) y en dos de NATIVA (en el IV, de paso, y con o~mplttud en el XIV) . Cuanto a sus personaes, Ismael y Aldama v1ven ttmpomlmeme. wmo ma-treros, tgual que Lus Mara Bern, Cuar y Esteban. Matrero cabal, pero noble, es Ladtslao Luna

    [UV]

  • ISMAEL

    que parecen pelearse, multiplica recomendaciones: y pide a gritos, pero humilde y jovial, que "no ruempan el almario y la consola vieja" ni "regelvan el cofre de abajo e la cama, que no ai que escapularios de a Simona y un crodfijo de guampa que ju de la di- junta . ....

    L\. VISIN REALISTA DEL PAISAJE.

    Vase, ahora, la conducta del autor frente al p:usaje. La solvencia y la privanza de los me-dios sensoriales con que Jo articula, acreditan a un realista. Pues a diferencia del romntico, que chspensa la imagen de las cosas a cravs de su des-bordado sentimiento, Acevedo Daz cautela el senn-mienro detrs de las imgenes. Su paisaje es siempre el nativo: el de su memoria, el de su experiencia, el de su amor imprescriptible. Pero le basta represen-tarlo con objetividad: sabiendo que la imgen fide-dign.unente suscitada participa de la virrud atribuible al objeto y es, ella misma, comunicante evidencia de amor.

    Nadie ha proferido, como l, la t'kncia y la apariencia del terruo. Si en su obra tiene el hombre carcter, y carcter el tiempo del hombre, tambin tiene carq,er la naturaleza modulada: fauna, flora, paisaje. Y el pahaje se anima con todas las secuen-cias del cielo Y. del aire, de la luz y la sombra, de la tierra y el agua, de la soiedad y el silencio. Y se ma-nifiesta siempre con sus elementos defmidos: o an-nimos o geogrcamente determinados. Aunque el arte no adm1te ni debe admitir otro padrn que el de la calidad, sancionada la de Acevedo Daz, cabe

    [LV]

  • EDUARDO ACEVEOO DIAZ

    establecer que- su am.ercanismo o nacionalismo tel-rico es ttulo concurrente, no determiru-nte, de la ad-miracin que le debemos (y que no le negarn, cuan-do se le conozca, en ms exigentes lattrudes).

    Die que en la obra de Acevedo hay una intuicin realista del paisae. O en otros trmmos, una inter-pretacz6n sensorial de la naturaleza.

    El novelista convoca las apariencias con tenaces y despiertos sentidos. Y promueve con excepcional segundad las respectivas imgenes.

    PAISAJE RECNDITO Y PAISAJE ABIERTO.

    El paisaje recfJdno -una de sus revelacmnes Ji. teranas- siempre supone la existenaa de una pr-cada y de un potriJ, necesariamente apareados. Porque la picada, obra de matreros o de toros, es sendero se--creto o laberinto montaraz que conduce a un oculto potrd. No sin ntlffio deleite, Acevedo Daz multiplica en sus obras vas y retiros de esa especie. Recurdese el "tnel de arborescencia" donde Ismael se introduce, en los montes del Ro Negro, haandosele hnmo a la gente del preboste." O el refugio, de difcil acceso, donde Paula y Marga, las 11ichas del remanso, entregan al agna inqwetos desnudos virginales." O el paraje sombro, velado por un acurut, donde Pablo da a su madre area sepultura suspendiendo el extrao f retro en las horquetas de dos guayabos." O los sitios silvestres. donde se amparan Bern y sus compaeros,

    (110 J ISMAEL, VIII y IX.

    (tl) LANZA Y SABLE, V. (~' l SOLEDAD, 111.

    [LVI]

  • ISMAEL

    en Nico Prez y en Santa Luca, mientras madura el llamamiento cie la guerra. 68

    Cabe demorar la mirada en alguna de esas des-cripciones para adverttr, en nuevos aspectos, la dis~ posicin realista y sensorial del paisaje recndito.

    El refetido paso de Ismael por la picada secreta de los matreros, donde burla a los soldados del Rey, es pausa morosa con que se equilibra de sbito el vrtigo de la fuga. Aparecen rboles y gusaneras y pjaros y anjmales. Pero no surgen en vis1n esttica. el paisaje recndito se mueve con el jinete, que ahora gua sin, prisa. Tampoco surgen en arbitraria sucesin de formas. Las apariencias, pticas 'y auditivas sobre todo, sin meros virtuosismos, se adecan estrictamente a la circunstancia novelada, regidas por sta desde lo hondo de! relato. Por lo pronto, Acevedo escogi para la descripcin de la picada secreta, horas contrarias y contiguas (la ltima de la tarde y la primera de la noche) , a fin de graduar e integrar la revelacin de aquellos lngares recoletos, carendolos de una vez en sus fascinaciOnes opuestaS. Imgenes visuales y auditivas se asocian al principio: "El fugitivo apart las ramas con cuidado, y su alazn. . . entr6se ... quebrando los gajos tiernos con el pecho y haciendo crujir bajo sus cascos los viejos troncos esparcidos . .. Refrenle su dueo con vigor; y desde ese instante comenz a avanzar paso a paso caracoleando en pro-longada serpemal ... " A la mencin del sendero y de sus accidentes~ sigue una serie vivaz de imgenes visuales, asimtsmo escoltadas por una serie -1gual~ mente vivaz- de imgenes sonoras. en la "salvaje pompa y virgen soledad" del bosque indgena, rbo-

    () NATIVA, XIV, IV y XVII.

    [LVII]

  • EDUARDO ACEVEDO DIAZ

    les, enredaderas, plantas selvticas, se oprimen y des-filan en duecras apariciones o se embozan en un juego metafrico (a veces de linaje culto y extemporneo), hasta fingir columnata.~, capiteles, volutas y cimbo-rtos, 6 ' o legiones, o nidada revuelta de serpientes, m1entras caen los oros ltimos del sol, en chorros es-casos o en leve "lluvia de aristas luminosas" que ornan las altas gusaneras piramidales. Y si Ismael siente sobre su cabeza "el aleteo de la torcaz o del tordo" y ve cmo cruzan y se esconden en la hierba la perdiz y el lagarto multicolor, con lo cual a las imgenes pticas se juntan otra vez (siempre en la perspectiva dmrna), las imgenes sonoras, estas concluyen por prevalecer: el jinete oye el canto del zorzal, del jil-guero, del tordo y la calandria, el znmbido de los colibres, el parloteo de los loros, las frases del car-denal, el arrullo de las palomas. La noche, en tanto, se le insina en las "montonas queas" del acurut y la coruja que reclaman su turno tenebroso. Sltese el momento en que el jinete, ya despreocupado, comparte con su alazn "un hilo de agua fresca" y caza una mulita, y- la ahre con su daga, sonriendo a "un lejano rumor de caballera". Y comprubase cmo la noche, definitivmente, le llega por el odo. E! novelista, con orden inverso al que antecede, ahora adelanta las jmgenes sonoras a las visuales. Ismael oye la "ronca querella del pnma concolor", encelado, el grufiido del carpincho que deserta las aguas, el del coat

    (114

    ) Estas reminJscencias culeas, luego morigeradas, ape-nas detonan. Habra que obetar. en Cflmbio, la intil y eqUJ-vocada remembranza de la "smarrna va", la comparae~n de las palmas con "quJt.asoles del or1ente" y la dPI rala, si exacto "erizo vegetal", madecuado dragon que guarda ''el secreto de ] floresta". (V. ISMAEL, VIII)

    [LVIII J

  • ISMAEL

    entre los cascos de su cabalgadura, y la fuga aro-rada del hurn y el lagarto. En seguida, sobrevienen las lnmas ungenes visuales, drcunscriptas a un bri~ !lo en lo obscuro: si claros momentneos (el paisaje se mueve con el jinete) permiten al gaucho divisar "el manso fulgor de las estrellas"', "nuevas y lbregas techumbres" le descubren "infinitas fosforencias. ojos luminosos entre las ramas, eJrcitos desordenados de lampridos" que se esparcen "en todo d largo del sendero, cubriendo el ambiente de fantsticos res~ plandores". Un "eco sonoro" y un aura fresca, halago del tacto, anuncian la vecindad del rio, en cuya mar-gen opuesta hay otro monte, donde se retuerce una nueva picada que desemboca en el deseado potrero o potril.

    El reparo a que llega Ismael es el primer po-tril de los varios que Acevedo Diaz describe: "sitio descubierto tapiZado de csped, en el que o6lo se al-zaban los so11thraJ de toro. . . y apacentaban varios caballos . .. ", "pequea pradera" escondida, "asilo se-creto . . . fresco y frtil, circunvalado de acacias; hi-guerones, plumerillas y laureles blancos, a que daba nego un brazo pequeo del ro, y en donde ofrecanse al alcance de la mano . . . los agrestes frutos del guayabo, el araz y el pitanga, y lquenes sabrosos, hongos blancos y morados en los troncos del que-bracho o del caneln fornido"."

    El de la picada es paisaje recndito. Paisae y pa-saje. Se mueve con el jinete o por el jmete, en virtud de su extrao carcter vial y de su angosta perspec~ tiva. El del potnl es ya pauaja mmvil. Paisaje y pa-

    (G~) ISMAEL, VIII y IX

    [LIX]

  • EDUARDO ACEVEDO DIAZ

    raje. Centro enstnusmado para el aparente reposo contem.planvo.

    El pazsae abierto --o a cielo descub1erto- es modulado con idntica eficaaa realista, pero Siempre asunismo en virtud de la accin nove]esca, sin lapsos o colapsos marginales y autnomos Por su propia inmensidad, no es paisaje movido, smo inmvil, aun-que movtente escenario grandtoso por donde el hom-bre pasa como st la distancia m.Jsma gobernara su andar, esumulando o el aprem10 o el gusto de apu-rarla y vencerla. Recurdense Jas agrestes soledades en que galopa el fugltlvo Ismael ( despues de abatir precanamente a Jorge Almagro en la estancia del Santa Luca), acompaado de Aldama. Acevedo, que anima grupos humanos conforme a la expuesta ca-racterstica motriz de su estilo -mediante el uso de vivsimas pluralidades encadenadas-, revalida el pro-cedtmiento ante el paisaje. As en la descrtpCtn de la pteada secreta; as, en la del abierto .panorama que cursan con el da los dos aparceros: "Mar ondulante de enormes pastizales, cuchzllas enhiestas, faldas abrup-tas, caadones fangosos orlados de espesas maciegas o arroyos de nbazos sombros". Toques sueltos inte-gran el conumo. Y ei tiempo -con dos parntesis de obhgado reposo-- es la medida del espac10 que los jmetes cor...,.tnan abatiendo, tras una tensa galo-pada nocturna Acevedo Daz SI alude apenas a la maana cuando habla de "un vaho hmedo y azu-lado en constante evaporacin"-, nombra el sueo del medioda, que la chicharra preside agudamente, y la cada del crepsculo sobre los montes del Ro Negro.66

    (") ISMAEL, XX.

    [LX)

  • ISMAEL

    La modulacin del pas aje abierto, en las hondas soledades relricas, origina mltiples descripciones, que marginar todava. Una de ellas, sobre todo, que tiene como centro el este primitivo, impresiona por su ori-ginal intensidad: aquella en que el paisaje y el hom-bre parecen nacer juntos, como si la naturaleza ofre-ciera a su heroica criatura, con mayestticas perspec-tivas, cuadro singular para la hazaa.

    LA VISIN PICA DEL PAISAJE.

    En la novela de Acevedo, la naturaleza y el hombre comparten el primer plano en relacin indtso-luble. Se explica as que la descripcin alcance en el conJunto presencia tan vasta, aun subordinada a la accin, y que en la accin participen intensivamente, junro a los personajes, los animales y las cosas.

    El hombre acevediano -lograda verSIn de un tipo histrico-- posee el atributo de la gtandeza: por su carcter y por el quehacer en que lo sublima. Es fiero, arrojado, altivo y pujante. Acta en una poca que es, por l, nuestra poca heroica. Y determina o impulsa, con la sola potestad del instinto. el "alum-bramiento difcil" de "una nacionalidad briosa e in~ domable".

    Paralelamente, la naturaleza acevediana -lo-grada versin de la tierra nativa en la hora de su Gnesis- posee tambin aquel atriburo. Aunque pro-funda y salvaje, no es ni colosal ni feroz. Pero le dan magnificencia la soledad y el misterio.B'r Conoce va-

    (81 J No en balde con estas palabras, apltcadtn 11- la tierrtJ

    casi en forma simblica, termina SOLEDAD, novela geocntrica.

    (LXI]

  • EDUARDO ACEVEDO DIAZ

    riantes, desde luego, como su propia criatura Impo-nente de suyo en algunos de sus aspectos, el de la sie-rra y el Olano, abunda en formas de aparienoa apa-ctble aunque rara vez sonnente por Ja huraa propia del desierto. Que eso es la tierra natlva en la hora de su gnes1s: el desierto, segn lOnstante palabra del autor. Y misterio, soledad y soledades son la clave de esa grandeza, la del paisaje, sumada a la dd hombre.

    La criatura agresre es inseparable de su propio escenarJO: as se comprende que lo narratiVO y lo des-crjpuvo se enlacen con tanta procbg.:tldad en la obra de Acevedo. Y si el escenario es bravo, brava y he-roica es la cnatura que lo cursa: tambin se comprende as que la ~tsin realista del parsajc en el propw Ace-vedo, sea a menudo visin ptca, pues la grandeza del hombre se refleja en las cosas y las cosas aaden al hombre color y prestigio. Y es obvio entonces que st la visin piCa del paisaJe se funda, necesJ..riamente, en el concurso de lo descriptivo y lo narrativo, este conc.urso se smgulariza y ennoblece en aquella visin.66

    En toda la tetraloga acevedna, la visin pica de la naturaleza mcluye o supone al menos cuatro for-mas tpuas, segn el rgimen ocasionalmente discern~ ble en las relanones del hombre y del paisaJe. Primera orma tpica: un patsaje de tranquila o de suave apaw nencia, pero profundo a fuer de solitario, al q'ue el hombre comunica epicidad (as en muchos episodios de ISMAEL, NATIVA y aun de LANZA Y SABLE). Se-gunda forma tipica: un paisaje unponente que comw

    ("l La VI

  • ISMAEL

    cicle con la grJndeza del hombre y an concurre a manifestarla ( asi, en el estupendo captulo de ISMAEL, que nene como fondo las sierras). Tercera forma t-P'ca -vanante de la segunda-: un p

  • EDUARDO ACEVFDO DlAZ

    bhGl con el parto de Sinfora. a~ida a un gu.l.yabo, (.;:fitre l.-t. ht(:;rl,as ,tlta.s, junto al arroyo elemental ntt

    Por Im, esclareoendo la segunda forma rpu.a de Lr vistn ep1ea, el arte de Accvedo aOOna mcom-par..tble y .tsombro'5a ongmahdad en otra dLs..::npctn de ISMAEL, ya mvocada 70 aquellJ. en que el paiSaJe ,1btetto -un patsae serrano-- 11arece nacer entre vagos y "',olubles temblores prtmero, y tnrgkamente al fm. Jd seno de la mebla. Tales pigmas suponen, con wdo, m.is que una descnpc1un, una ru'el.cin, un m:1gLO y gradual desentraamtento del patsae, y, al par, del humbre mtsmo como nactdo con el pai-saje y como por la plenitud del patsae autortzado, \OlidarJJ. e inmediatarnent(:, p.ua Ja sbita moon de su-s bros her01cos. Acevedo Dbz oper.t as1, en actuud de r~velLtdor, una dificilsima e musitadJ. c.onfluencm de lo descriptivo y de lo narunvo hasta mcorporar ct pai~ajc a la accin, o la accin al paisaje. E

  • ISMAEL

    hieren al suelo del todo, hay Wl cmruenw fantasmal de paisaje, al ras de la tierra, cuando Tacuab, ten-dido sobre el vientre, distingue en una loma, "troncos de arbustos y cascos de caballos" escalonados. Es la primera perspectiva. Luego una bnsa del este mtro-duce en la cortina de vapores "como un vrtigo de torbellinos y volutas". Y por un momento se divisa en el valie otra caballera, la hispana, mientras en la Joma, durante un mstante, asimismo, ahora por encima, surgen, fanrasmagncos, los gallardetes de las lanzas patriotas -no el arma m los jmetes que la empuan- ''como portaguiones de un escuadrn a-reo'', Es la segunda perspectiva. Inmedtatamente, el velo. menos denso, torna a elevarse, y deJa ver en la falda del monte colas y ancas de caballos, hasta en-volver de nuevo "cuerpos y moharra.s". Es la tercera perspectiva. Y la mebla, por ltimo, ya convertida "en tul transparente", se remonta y esfuma. Cobran as repentina plenitud el paisaje, y con el paisaje. "la masa de hombres y caballeras", inmviles (en el valle, los godos, en la falda del morro, los patriot.1S ) : como inmenso y mltiple monumento ecuestre que una mano colosal descubriera de pronto. Suenan dos toques de darin. Y se pasa bruscamente, del reposo expectante y del silencio, al npetu y al fragor del combate. Slo un mae>tro pudo preparar y obtener un cuadro tan nuevo y tan mesperado, tan rico en gradaciones y degradaciones de volmenes y densida-des, tan noble en el trnsito de la suspensin al arre-bato, de la fiJeZa estatuaria al desencadenamiento de la potencia hero1ca.

    ROBERTO !BEZ.

    [LXV]

  • CRITERIO DE LA ED\CION

    Dn~ eJ.nones de ISMAEL en hhro se hiotron en vtda del autor l1 rrunera en Ruenos Aires, !mp Lt Tnbuna Nanonal. 1 ~S.S y la ~egunda en M0ntev1deo,