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Escenas tomadas de un teatro imposible Floriano Martins Coleção de Areia

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Escenas tomadas de un teatro imposible

Floriano Martins

Coleção de Areia

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© Escenas tomadas de un teatro imposible, Floriano Martins | 2010 © Traducción | Marta Spagnuolo | 2009 © Portada y proyecto gráfico | Floriano Martins Foto do Autor: José Ángel Leyva Coleção de Areia – 01 Projeto Editorial Banda Hispânica Caixa Postal 52817 – Agência Aldeota Fortaleza Ceará 60150-970 Brasil

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Escenas tomadas de un teatro imposible

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Todo es posible, sólo yo imposible.

Carlos Drummond de Andrade

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1. El reflejo en el vestido elige el asombro con el que se hace notar. Por instantes piensa en quien se deja seducir, en miradas inestables que adoran a la envidia, en risas de agasajo. Hay una elegancia fuera de lo común en el ardid que concilia. Ondula como si promulgase la inquietud. Sin embargo a los ojos de quien lo ve, es todo menos un mecanismo planeado. A veces el reflejo cae dentro del cuerpo en que prefigura sus juegos sensuales. Y eriza enredos distintos en cada labio que se inclina a cotejarlos. El reflejo es un corte perfecto de un tratado de encantos imprevisibles. Avanza como un compañero del abismo. ¿Habrá humanidad suficiente para este baile de sombras? Si uno de nosotros se pusiera a rastrear en busca de un ángulo por donde deshilar el milagro de tal escena, es posible que algo cómico se produzca. Debe de haber alguien dentro de esa esfera enigmática que nos resume. Hay una orquesta en el tablado que cambia el ritmo de la música siempre que comenzamos a danzar. El reflejo se pone a reír, lo que lo vuelve aún más seductor. Y en seguida reímos todos, llevados por la conjetura de que aquellos cuerpos dentro del reflejo evocan la pantomima de un gran amor. Cuando las sombras ensangrentadas se desgarran de la escena, entrevemos las marionetas que corren de un lado a otro, como cascadas sin peso, temiendo que el destino se deshile por completo.

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El enredo entreteje las sospechas fatigadas. Podemos fingir de varias maneras lo que vimos. El reflejo sigue en su trabajo, despertando un asombro inusitado en cada uno de nosotros. Las escenas observan a los espectadores. Las luces no necesitan disfrazarse de fieras domadas. El reflejo vuelve a configurar sus meneos. Y por donde escaparon unos labios aturdidos con la excitación defraudada, nuevos hilitos de sombras rojizas esbozan cierta excitación en la platea. No había una música prevista para quien contrariase el programa. El silencio oprimió los sentidos. Por un segundo fuimos mundanos al punto de no saber quiénes somos. Fuimos de un horror sublime. El reflejo se tornó sangre derramada del vestido de donde pendían las imágenes de una fascinación incomparable. ¿Cómo recurrir a un artificio tan consciente de sus males? ¿El teatro entonces no es más que un mueble con pequeños brazos donde colgamos el reflejo de nuestras contradicciones más terribles? Y ahora se desencadena toda una onda de preguntas. El vestido no se desgasta por el exceso de sombras. Para algunos residentes, el infierno no es más que una ropa apretada. Tal vez alguien sepa la medida cierta de su abismo. Pero no se puede exigir esto del vestido. Menos aún de su reflejo en una percha.

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2. Al retirar la cómoda unos días retenidos cayeron por detrás como fulgores que fuesen reencontrados. Lámparas deformes deletreaban bosques por todas las ranuras de sus cuerpos desconocidos. Ramaje de objetos acariciados por el olvido. Por donde cae una imagen de nuestra angustia, los fuegos fatuos se constriñen. Dejamos escapar algunos secretos de la rivalidad entre esos monstruos que se confunden con lo eterno. A veces lo visible no es más que unos senos arbitrarios tallados en una madera podrida. Éste es el traje con que bendecimos el carbón orgulloso de la existencia. No vestimos sino una combinación de naufragios. Y el mobiliario se ríe de la manera como lo utilizamos para disfrazar la ineptitud para el abismo. Piezas inestables, que a cada instante requieren un reflejo distinto de su utilidad, ensayan efectos sonoros, simulaciones de tinieblas, hilan sombras que puedan proyectar al menos una interrogación presumible. Unos pocos objetos rezongan, no aceptando que la realidad se conforme con el entendimiento. Los muebles entonces comienzan a retirarse de las paredes. La casa entera entreabre sus labios para un nuevo sobresalto. Revisan las gavetas del tiempo. Ya no quieren soñar con nosotros. Rechazan el misterio que les impusimos. Por entre unos trapos inseguros de sueños y el baile desacompasado de fantasmas, las mismas fugas ensayadas. Estos son los primeros velos que el

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tiempo se lleva. Cuando me tocas, no pienso en lo que me puede estar pasando. Si tu piel descubre el fuego en contacto con la mía, no te amo más por esa comprensión. El mobiliario no festeja las llamas de la casa como si un nuevo cuadrante fuese instaurado en su visión del mundo. ¿No hay magia sin la conciencia de sus ingredientes? ¿Cuánto cuesta soñar contigo? Hago los cálculos entre suspiros, devaneos, vómitos, desarmonías, masturbaciones. Es fácil llevar un texto a recurrir a su equipo de incendio. Presumimos una salida de emergencia para todo, considerando la existencia de una caída conjunta. Los muebles ensayaron repetidas veces el mismo procedimiento. ¿Para el caso de quien desista de sí? Tratemos de prever las dislocaciones improbables del pasado. No caben argumentos en favor de la transparencia. Las películas a las que sometemos nuestro tráfico entre visible e invisible denuncian que somos infractores de la sustancialidad. Mis sentidos son tan confiables como los tuyos. Toda realidad se evapora en la medida en que es considerada.

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3. Un espejo camina por las calles, atormentado por imágenes que insisten en acusarlo de demasiada pasividad. Las sombras proyectadas sobre su angustia tejen un manto de lujuriosas figuras en trance. Nada comparte la metafísica frustrada de esa realidad deshecha en síncopes aparentes. El espejo sabe que recae sobre sí el desconcierto de estampas que fluctúan en el sentido pendiente de sus representaciones. ¿Cómo explicar ahora el tráfico intenso de inversiones? Vacila en su caminar. Los pasos comienzan a chorrear un torrente de bultos que se dispersan asustados. Saltan del resto del cuerpo emblemas, fotocopias, figuraciones agónicas. Incontables rostros salpican desde la mirada aturdida. A esta altura el poema no piensa sino en una manera de retirar de escena la ruinosa aparición del espejo en su escritura automática. ¿El escenario tendrá que ser rehecho en destrozos? El arte se evapora en aposentos vulgares rendido por una trascendencia que lo torna ausente de sí. El espejo ya no rehúsa la desigualdad de sus modelos. Las imágenes son inconstantes, es su naturaleza, confiesa cabizbajo sin retener aunque sea una imitación de lo que anduvo resonando. Delante de todos insiste en que no alarga escenas, que a la platea le encanta el cuadro real que el espejo configura. Y mientras lo asevera facsímiles se agitan como si garantizasen la permanencia de la realidad. Ya no mira a ninguna parte.

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Refleja un vacío aún más carente de sentido. Frente a todo, ¿cuál es la extensión de nuestra reacción elemental? Y ya de tal manera decaído en la conmoción de sombras descompuestas, el espejo se retrae, y toda forma se calla. La platea vocifera, inadaptada. Cualquiera que sea la manera con que el espejo pruebe su humanidad, jamás será aceptado si se niega a espejarla. La ilusión no tendría otra dieta más favorable a su gula.

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4. Viscosa simetría de deleites en brazos innúmeros que saltan por el proscenio de un cuerpo a otro, labios líricos que se bañan en tintas desconcertantes, un discurso de gozos se esfuma en la labia frenética de piernas que apenas se tocan expanden toda conjunción posible. Irradiar a la deriva de tu beso en el mío en el otro en alguno más. Los surcos de la escena se rehacen. Somos animados por una utilería fanática: vestíbulos fantasistas, abanicos automáticos, peines facciosos, una pleamar de desiertos oblongos, greña de conceptos, gemidos que son un regazo entre dolores sordos. ¿Quién nos dice una palabra impura esta noche? ¿Quién teme a la propia piel? A veces el orden es el desperdicio. Un bullicio de ansiedad, tu pene pasa sobre mí y abro las salas para el descenso diverso de la ilusión. Pequeñas muertes con fondo falso, pantomimas labradas en partituras: un poema todo así, partiendo al medio la esperanza. Dame aquí tu pluma mojadita. Rodamos unos sobre otros, audaces en la confusión, bañados en muslos, codos, barbillas, estimulados por el anonimato. ¿Este labio es tuyo? ¿De quién la pelvis revoloteante? Esta pelusa barroca, ¿a quién pertenece? Hay un teatro del palabrerío, del cual toda la escena se resguarda, mi nombre, tu piel, la memoria del otro. Juerga de denuncias de lugares donde nunca estuve. Tú eres mi cuándo dónde. Avideces del momento en que nunca estás. Dame tu caída desenfrenada, el

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lenguaje apasionado por sí mismo, peculado de orgasmos. Busca una rodilla cualquiera, zigzagueante, una espalda experta en caídas, una vestal… No hay representación sin falla. Esto el poema nos enseña a cada instante, cuando lo leemos y le confiamos nuestra vida. Por detrás de tus muslos pasa un verbo, por detrás del script el sueño que nunca se aplica. Estar donde la propia caída se desvanece, cadáver exquisito a cada instante consultando manuales de a bordo. ¿El reverso es lo que de hecho se escribe?

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5. Fricciones entre cuatro paredes. Tu inmensidad desnuda al lado de los vasos momentáneamente olvidados, transparentes como la pintura aplicada de la realidad sobre nuestra piel esquiva. Gozos descascarados como quien se desembaraza de cierto moho de ideas que nos persiguen hasta este punto capital en que nos ahogamos en la más plena libertad. Después, abrir la llave esmaltada del paraíso y dejar que el agua consuma al menos una parte de la calentura que nos llevó a aquel hotel. Estar allí nos deleitaba, en medio de la insuficiencia de todo acto humano. Describías en tragos de un tinto seco los paisajes recorridos dentro de mí mientras la música arañaba la piel del tiempo y nos provocaba: – ¿cuál tiempo? – y aceptabas la provocación repetida como una travesura: ¿en qué parte del mundo estamos? – me arañabas la espalda en busca de la localización de nuestro desatino. Una extraña ciudad tallada en lo escarpado de una montaña que nos recibió con el batuque de un temporal. El campo clavado en la mirada del guía que nos llevó por laberintos solares cuyo recurso hambriento era darse un nuevo nombre a cada paso. La curva bien diseñada de tus caderas al escalar la aspiración de que todo retornase allí… Siempre tú, mi amor ya sin nombre, la última hambre de la tierra, ya no dar nombre a nada más, ¿me aceptas así? Lo sagrado no sabe de sí sin descarnarse. Hay un doble por detrás de la piel de todo amor. No necesariamente una réplica, un tratado de la

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desilusión o una latitud indescifrable. Un poco más de vino y jugabas conmigo: – Loco, sabes dónde va a terminar esto… – Mantén el agua caliente, tienes la llave. No hay realidad suficiente para el amor, reímos. Por más que excavemos en el deseo, él no se muestra, no es real, no cabe en un plato. El amor es representación de sí, cuya persuasión le es atributo fatal. No vive en parte alguna. No hay atlas que lo convenza de hospedarse en una coordenada, ni aun a la deriva. – Está fría el agua, bandida linda. – Muerde aquí. – Dame más vino. Sínglame. Aun así -¿el amor es sumersión?- poco [muy poco] se revela entre cuatro paredes que pueda ser aplicado a la pintura de la realidad. – No estamos, amor, en ninguna parte, no existe este hotel, menos todavía bañera y vino, no somos la detonación de ningún misterio, ni del más tonto, o el más infantil de los misterios. Aunque sea un segundo, tus piernas [ellas] amarradas a mi cuerpo, mientras sientes la locura más plena, y sola. El infinito no sueña consigo mismo. Todo el mundo parece tener una aversión natural a la representación como si fuera un hecho real. ¿Cuándo dejamos de ser lo que somos? ¿Cuándo dejamos de ser lo que aparentamos ser?

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6. Los pasos corren de un lado al otro del escenario a preparar las sombras para un próximo acto. Se confunden en la marcación y las cortinas se ponen a reír. Oigo tu cuerpo por toda la noche, inventariando los modos como nos despegaremos unos de los otros. La memoria postergada por el baile sibilante de la sangre arrebatando la belleza de las manos de los cordeles que prendían una víctima a otra. ¿Cómo seguir la ruta de sus huecos? ¿Cómo abrir cuevas en el alargamiento de tus caídas? ¿Qué hicieron del adiós que no daremos a todos nuestros vicios? Las voces iban llegando al ensayo. Las cortinas vigilaban las improvisaciones con una mirada hechizada. Las grietas se ponían inmóviles. Las sombras se engranaban en círculos, repeticiones que se vuelven pegajosas en medio de una sentencia: el texto no te salva. Pequeños fraudes de enumeración. Ruidos girando en sentidos confusos. Cuerpos entreverados con las sombras que representan. Mis dedos fueron deglutidos por tus senos como un metal que se licuara en nombre del deseo. Tu felicidad se disfraza de pez en el vestíbulo de mis sueños. Una misma llama viola nuestro tormento. ¿Dónde fueron a recoger esas frases? Las cortinas apenas disfrazan la duda de que ese abuso se desborde. El escenario todavía no se puso la ropa debida. Hay un exceso de sangre en relación con la porción de cuerpos de que pueden valerse los actos. Son bocados de dramas desencontrados. No se sabe si hubo crimen o fiesta.

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Los hábitos son capaces de todo. Mi cuerpo no sabe vivir sin tus participios. Es testimonio de todo cuanto me sangras. Las cortinas confabulan lo imaginario. Ríen porque saben que son fantoches que pueden ser retiradas de sí. Todo es mucho más fácil en el balcón de los hechizos. Unas sombras rasgadas, símbolos con aire fatal de enigmas insolubles, testimonios improbables. Todo en nuestra vida se repite de manera tan aburrida que nos cerramos a la intromisión de lo encantador. Los cordeles ataban a los fantoches en una combinación de elementos palpitantes en el encaje. La muerte aprisionada por sus razones de ser. Hasta el cuerpo roto de la escena todavía suspiraba. Había lugar para todo. Las heridas se habían viciado en recursos fáciles. Una orgía de fantoches, una matanza de títeres. Se hace cada vez más difícil abrir una brecha en la moral del hombre contemporáneo donde podamos afirmar sus limitaciones. Los pasos corren de un lado a otro del escenario a preparar las sombras para un próximo acto.

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7. El mundo se olvida dentro de ti como una revelación traviesa que se oculta. Es como un enigma que pendiese de los bosques de lo visible, apenas lo suficiente para que nadie se sintiera solo durante la caída. Todos tenemos derecho a las tinieblas, he ahí lo que leíamos en una carta mientras hacías resonar tu inocultable ausencia entre nosotros. Las cartas confiesan lo que hay de irreconocible en el deseo. A través de ellas no sabemos siquiera cómo regresar a lo desconocido. Nuestras lágrimas desterradas o fugitivas localizadas en vagones poblados de ansiedad. No hay mejor manera de adorar al olvido: desaparecer. Huir de la proeza de los refugios. Dejar atrás las noches decoradas por el extravío. Ocultarse de sí. Las cartas se disfrazan de embarques relámpagos y susurran caricias sombrías. A muchos de nosotros nos hacen creer que no son más que un instante de indiferencia. Yo sumerjo sin ceremonia mi fragilidad dentro de ti. Tu cuerpo me acepta como a un diluvio y deja escapar mis manos por sus escarpas criminales. Solamente él me atraviesa el infortunio de la semejanza y apenas identifica en los escombros una verdad que no se llame retratos de familia. Tu cuerpo no dice a los vestidos del silencio cómo zurcir el pasado y mucho menos expande las raíces hasta que se convierte en el ruido legítimo de la esperanza. Gime, transita, naufraga, viaja, muerde mis temblores, me arrastra de una lámpara a otra del abismo. He ahí por donde los subterfugios pierden el

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lacre y a través de ellos el tiempo sigue repasando sacrificios como si fueran rutas irrepetibles. He ahí la naturaleza humana: reproducirse. Sólo tu cuerpo se deshace de los cerrojos de la piedad. No hay lugar para nosotros donde el sosiego acampa con sus ojeras previsibles y el refrán de amores perdidos. Las cartas deletrean atavíos por toda la textura del viaje. La experiencia vive un romance secreto con la denuncia y juntas tejen la heráldica de la necesidad. ¿Cómo esperar que nos quedemos quietos lo suficiente para componer una escena? No pude dormir con el espejo de tus vestigios impalpables. La noche se fue satisfaciendo con la sospecha de abandono. La realidad del crimen se confunde con unos dolores mal vestidos. Tu cuerpo es ágil en la tormenta de mis placeres. Las cartas se fingen inmóviles mientras gozamos. Las imágenes poéticas se fueron. No sobró casi nada para garantizar la memoria de nuestro amor. ¿Decir que te busqué la vida entera? ¿Que de otra manera jamás te habría encontrado? ¿Alguien está grabando todo esto? Tu cuerpo duerme dentro del mío sin una última palabra. El mundo -ese escaparate del inconfundible sarcasmo- es más mañoso de lo que imaginamos. Jamás moriría por nosotros.

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8. La noche desfigurándose mientras, en silencio, Gabriela mondaba sus ojos hambrientos y mascaba triángulos veloces que se despedían de todos, una alegoría de nervios fuera de lugar, todo semejante a resplandores ahogados para quien no conociese el idioma de los sueños. Ella desdoblaba sus formas y la piel tan afectuosa entretenía las sombras convulsas diseñando interrogaciones por toda la noche. Roía los pequeños paisajes que no conseguían escapar de su hambre. La escritura indulgente de los sueños. Un osario de lámparas que apenas dejaba entrever el enredo de sus delicados pies, incompletos. Gabriela opacada por un clamor de vapores disfrazados de una lógica atrevida: no toque jamás sus labios o el juego entero recomienza. ¿Con qué provecho arrancar la vida a la propia vida? La noche desbaratada en naipes de vidrio con dos caras, baraja saqueada por maniquíes que a cada instante trampeaban. Yo traje tu amor al centro del laberinto. Allí lo derramé por el espinazo de los agotamientos. Una selva de rumores enamorándose de todo cuanto oliese a subterráneo. Gabriela enseñándome a desmoronar los colores indecisos de la noche. Improvisaciones ocultas bajo la lengua. Besos que cuestionan la legitimidad del amor. Evitamos los paisajes con cuerpos enterrados por la polvareda de las lágrimas. Nos sonreímos uno al otro antes que la transparencia mude de ropa. Es tan fácil deslustrar la lucidez. Sentarse a tomar un café mientras la carne cae. Tu piel tatuada de incestos del lenguaje. Temblores míticos modificados

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para atender a viejos planes de fuga. Gabriela poniendo la centrifugadora en el último punto, para triturar las estatuas del deseo. Muchos fragmentos no admiten la farsa. También los sueños son contagiosos. Hace mucho que no abrimos la puerta al fuego fértil de la memoria. No dormimos bien la última noche. No conquistamos los abismos más simples. Gabriela todavía me tenía entre los dientes, justamente sabiendo que anduve escapando de mí. Escapamos. Nos fuimos de allí. No había otra manera de ser. El desierto no sirve para entretener. Tanteamos una última imagen, juntos. Ella se reía mucho, diciendo que el amor lleva algún tiempo hasta deshacerse.

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9. Salimos a comprar relámpagos. La luz sollozando en sus rincones más imprevisibles. Dejamos los cuerpos arrastrándose por entre las nervaduras del escenario, la blancura de la piel desatando rutas en variaciones que revientan de sudor. Tu belleza insiste en retocar imágenes con el pico de los relámpagos. El trazo se desnuda si es hecho con punta abrasadora. Comienzas a garabatear una serie de caprichos. No recuerdo por dónde recortas el deseo, cómo perforas las noches falsas, las puertas sin reposo, huesos amantes de la desesperación… Tus ojos ya no salen de aquí, y absuelven cuerpos apenas entrados en el infierno, fantasmas espléndidos que aún no se dieron por muertos, una fantasía de dioses bañados de excitación. Descendemos al fondo de nuestras manos, donde ellas deletrean un fuego de tramas. La claridad estaba por ser presa de figuras laceradas. En vano buscamos los utensilios de esas estampas libertinas, curiosos por saber cómo ellas se pulen y renuevan y se deshacen. Esbozas todo un fondo de locura que irás rompiendo con el propio terror descifrado en los tipos excéntricos que enmiendas. Así reposas en mi cuerpo, mientras el escenario se encharca de alegorías que se arrastran por un basural de delicias. No me dejas caer de ti, y nos disfrazamos con los labios rozando el límite de todo. A veces voy solo a comprar más relámpagos. Al regresar te encuentro atizando la vileza de nuevos cuerpos apilados sobre la escena. No me llevas escrito a ninguna parte. Tus ojos apenas sospechan de mí. Yo casi diría que te amo, al verte así deshecha en amor,

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aceptada por una horda de sombras encarnizadas. Son tus aspectos, emblemas, figuraciones. Procuro estar con todos y los trato como criaturas humanas. Veo cómo recortas las terminaciones nerviosas de estatuas, intercalas vuelos en alas de cera o destacas un delito en abismos ingenuos. Tus personajes desconocen la distinción entre ternura y peligro. Practican un tumulto de escena, lugar del ojo devastado por la acumulación. Somos todos deshechos en el tablado. No nos queda una desilusión que nos dilacere en el camarín o camino a casa. Todos tus cuerpos se acumulan en igual ambiente, desnudado por la misma punta abrasadora con que me tocas el cuerpo mientras reposas dentro de mí. Todo está allí. Arruinado o no. Los trazos se mueven en el diseño, animación vertiginosa en un desorden de sospechas, montón de argumentos delirantes. Todas las figuras describen el mismo vértigo: un poco más de infierno en el rastreo de cada víctima. Tan dulce, te recuestas sobre mí. Salgo una vez más, siempre a comprar relámpagos.

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10. Nuestros fantoches se aman. Rearman el escenario que les dedicamos. Diseñan nuevas salas en el subterráneo. Apagan todos los puntos de fuga. La mirada de él la socorre con la más dulce furia: mi ángel, el hombre ya no nos controla. Y entre besos ni siquiera desconfían que éste sea el ardid de toda creación. Abrir los ojos mudos al despuntar la realidad y en ellos derramar la sangre de nuevas expectativas. Perderse en el laberinto de formas inconexas de las llaves licuadas. La memoria renueva su estoque de despojos. Hasta donde me acuerdo, nuestros fantoches se aman. Abordan los espejos interminables de sus virtudes. Desactivan los sistemas de angustia y de venganza. Y se despiden desconociendo los vestigios de todo cuanto dejan atrás. Pero saben en qué se prolonga la mentira más bella. Rever la mecánica de las escenas para que nada sea seguro en toda la jornada. Convertir lo imponderable en el más altivo de los farsantes. Con indisimulable excitación, alguien deducirá en la platea: nuestros fantoches se aman. Y para tanto habrá contribuido el acto en que los dos acarician las costuras deshechas de los cuerpos después de la unión eléctrica de sus hilos. Un collar de rugidos y vértigos entrelazados. Luces insistentes en el estómago de las lámparas quemadas. La creación es una hipótesis incompleta. Los personajes se mixturan poniendo en duda los argumentos de la farsa. Siluetas desmontan el escenario. El lenguaje

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fuma sus puros impresionantes y apresura el paso cuando las contradicciones se agitan en las calles. Por donde transito mi ojo perfora una nueva geometría sin salida. Se presume que la representación confunda los turnos de ensayo. Un absurdo despojado de sus audacias, un épico desmemoriado, un experimental marcado y regido por apuntadores. No hay pantomima más espléndida que la vanidad. Un nuevo proscenio para cada ilusión. ¿Qué pasa después? El orgullo se ensancha, la infamia no piensa dos veces, las virtudes no se reconocen. Ésta es la casa que construimos para todos y donde nos extrañamos de que los fantoches se amen. Los dioses, en el esplendor de los subterfugios, se ríen tanto, desgraciados, que casi no hallamos pretexto para degollarlos. Reímos con ellos, evasivos. Y si nos sentamos a producir algo, seguro que no dudaríamos en trampear al lenguaje. Nunca se sabe por qué insistimos tanto en representar la propia vida. Somos sólo la mitad de algo. No importa cómo un fantoche se desnuda delante de otro, cómo se pone a reír a cada hilo de sí que deshilacha. No importa cómo una representación nos asombra ante su entrega, cómo se vuelve innumerable a cada escama extraviada. No importa cómo nos creemos tan reales al punto de que no entramos en escena sin maquillaje. Rigurosamente no importa nada. Algo en la creación salió mal y ya no nos importa nada. El teatro está abierto: mismos días, iguales sesiones programadas hace tiempo. Alguna que otra vez un visitante se arriesga a mirar para los lados a la salida. Este gesto minúsculo no sabe del todo si busca aniquilar el entendimiento del otro o unirse a él.

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CAE EL TELÓN Ellos se fueron. Aquí sólo los escombros de sus obras. Personas pasan por ellas y no se perturban. Recuerdan las palabras de Blake sobre la tarea de abrir los mundos eternos. Frente a mí este museo en llamas. En la caja negra las instrucciones sobre cómo proceder durante la caída. Microfilmes de las visiones de los antiguos sabios. Única luz posible en el interior del paisaje dilacerado. Ellos ya no están aquí. Las formas futuras de todas las cosas derivan del impulso de recoger los escombros de sus obras. Unas no absorben a las otras. Personas alrededor. Palabras queman por dentro. Casi una llave. Reconciliación con el caos en el curso interrumpido de las labores humanas. Las máscaras se guardan la terrible verdad sobre nuestras vidas. Las contradicciones son disfraces de aquello a que no nos atrevemos sino en sigilo. Noche en mí que el infierno atraviesa, desciende la corriente sombría y en ella recomienza – he ahí lo que me diría un emisario de San Juan de la Cruz. Criaturas gravitando en la órbita de sus ansias. Mis versos, un reconocimiento de demonios que hablan por mí. La verdad es siempre teatral. Raskolnikov y Willy Loman jamás se conocieron. Ambos descendieron al infierno. Allí recomenzaran nuestras vidas. Por detrás de sus máscaras la gente estuvo a punto de salvarse. Lágrimas atizan el fuego del pasado. Los elementos allí preservados exigen el cuidado de un dios que

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todo lo ve. Los que encontraron su ley se fueron. Árboles no son hombres. Fantasmas escorados con un mensaje cuyo significado ya nadie descifra. La lectura de un libro abre los portones del infierno que llevamos en nuestras entrañas. Las furiosas revueltas de nuestra miserable condición. ¿Cuántas veces ante el espejo sombrío del pasado nos preguntamos qué somos? Frente al Retablo de los eremitas aflicción mayor nos castiga. ¿En qué serpiente de marfil nos transformamos? También Hieronymus creó con fuego los destinos de su alma. Ningún hombre es capaz de hacerse algún bien a sí mismo. Las víctimas siniestras de la esperanza aguardan todas en la otra orilla del espejo ser reconocidas un día por su abominable apego a la vida. Antonio Francisco Lisboa masticó sus propias manos en una cena implacable. Por todo el mundo personas levantan con sus propios cuerpos un laberinto vacío. Máscaras en agonía. Ópera voraz de nuestra siembra de huesos por la tierra. Leda sollozando al reunir las minúsculas criaturas de piedra que antes bailaban en sus visiones. La experiencia es una falla en la espalda de nuestro tiempo. Mansamente el hombre posa la mano en su propio fin. Aquel que ama las letras devela el argumento de las tinieblas con serenidad. Asevera una sentencia árabe que el hombre se disimula atrás de su lengua. Moisés no encontró sino en Aarón las palabras con que transmitir a su pueblo las aspiraciones de una unión total con Dios. Schöemberg murió sin concluir Moses und Aron. ¿Qué luz tan severa suprime el paisaje a nuestra vuelta? ¿Qué dibuk penetra en nuestra alma afligida y con un escándalo la arrebata? El definitivo

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río que fluye en los tejidos del lenguaje conduce al hombre a un abismo sin fin. Aquel que ama las letras supera la obsesión de revelarlas. Las innumerables formas del asombro reciben la poesía en sus límites hechos de nada. Luz y sombra. Residuo de las destrucciones que sostienen el mundo. Inacabable sinfonía, la muerte nos recuerda cuánto la vida nos devora en nombre del amor y la oscura sombra del deseo. ¿Qué voz escucho diciéndose destino cuando mueren los padres? ¿Quién la diosa audaz que silba por los corredores de la Biblioteca? La que rehace con fuego y lágrimas las diezmadas rutas de una alegoría surgida en el seno de la madre. Cenizas… Cenizas… La tierra… Goya penetró en los abismos ruidosos de su sordera, donde residían alucinadas sus pinturas negras. A los ojos de Dios la rectitud es insoportable. La Biblioteca está en llamas. Ellos se fueron, por encima del fuego. Lo que queda al final es lo indecible. Cuerpo en reposo. Como en los versos de Lezama Lima, aquí estamos hablando de los vencimientos de la muerte universal y la calidad tranquila de la luz. Lejos de las palabras, ¿quién nos reconocerá? Criaturas deformes pegando fuego al cuerpo de la historia. Cuerpos escritos en la noche. Fragmentos de un mismo dios que no se conocerá a sí mismo muy bien. Ellos ya no están aquí. El supliciado adiós al mundo de Violetta Valéry. Las veredas terribles de la muerte por donde Trakl se fuera. Una pequeña multitud de rostros se identifica con el vacío. Fuego… Fuego… Luces…

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Cenas apanhadas de um teatro impossível

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Tudo é possível, só eu impossível.

Carlos Drummond de Andrade

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1. O reflexo dentro do vestido escolhe o espanto com que fazer-se notar. Por instantes pensa em quem se deixa seduzir, em olhares instáveis que cultuam a inveja, em risos de aconchego. Há uma elegância incomum no ardil que concilia. Ondula como se promulgasse a inquietude. Porém aos olhos de quem o vê, é tudo menos um mecanismo planejado. Por vezes o reflexo cai dentro do corpo em que prefigura seus jogos sensuais. E eriça enredos distintos em cada lábio que se incline a cotejá-los. O reflexo é um corte perfeito de um tratado de encantos imprevisíveis. Progride como um comparsa do abismo. Haverá humanidade suficiente para este bailado de sombras? Se um de nós se puser a rastejar em busca de um ângulo por onde desfiar o milagre de tal cena, é possível que algo cômico se produza. Deve haver alguém dentro dessa esfera enigmática que nos resume. Há uma orquestra no palco que muda o ritmo da música sempre que começamos a dançar. O reflexo se põe a rir, o que o torna ainda mais sedutor. E em seguida rimos todos, levados pela conjetura de que aqueles corpos dentro do reflexo evocam a pantomima de um grande amor. Quando as sombras ensangüentadas se desgarram da cena, entrevemos as marionetes que correm de um lado para outro, como cascatas desaprumadas, temendo que o destino se desfie por completo. O enredo entretece as suspeitas fatigadas. Podemos fingir de várias maneiras acerca do que vimos. O reflexo segue em seu trabalho, despertando um espanto inusitado em cada um de nós. As cenas observam os espectadores.

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As luzes não necessitam disfarçar-se em feras domadas. O reflexo torna a configurar seus meneios. E por onde escaparam uns lábios aturdidos com a excitação defraudada, novos filetes de sombras rubras esboçam certa excitação na platéia. Não havia uma música prevista para quem contrariasse o programa. O silêncio oprimiu os sentidos. Por um segundo fomos mundanos a ponto de não sabermos quem somos. Fomos de um horror sublime. O reflexo tornou-se sangue entornado do vestido de onde pendiam as imagens de um fascínio incomparável. Como recorrer a um artifício tão ciente de seus males? O teatro então não passa de um móvel com pequenos braços onde pendemos o reflexo de nossas contradições mais terríveis? E agora desencadear toda uma onda de perguntas. O vestido não se desgasta pelo excesso de sombras. Para alguns residentes, o inferno não passa de uma roupa apertada. Talvez alguém saiba o número certo de seu abismo. Mas não se pode cobrar isto do vestido. Menos ainda de seu reflexo em um cabide.

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2. Ao afastar a cômoda uns dias retidos caíram por trás como fulgores que fossem reencontrados. Lâmpadas disformes soletravam bosques por todas as ranhuras de seus corpos desconhecidos. Ramagem de objetos acariciados pelo esquecimento. Por onde cai uma imagem de nossa angústia, os fogos-fátuos se constrangem. Deixamos escapar alguns segredos da rivalidade entre esses monstros que se confundem com o eterno. Por vezes o visível não passa de seios arbitrários entalhados em uma madeira apodrecida. Este é o traje com que abençoamos o carvão orgulhoso da existência. Não vestimos senão uma combinação de naufrágios. E a mobília se ri da maneira como a utilizamos para disfarçar a inaptidão para o abismo. Peças instáveis, que a todo instante requerem um reflexo distinto de sua utilidade, ensaiam efeitos sonoros, dissimulações de trevas, afiam sombras que possam projetar ao menos uma interrogação presumível. Uns poucos objetos resmungam, não aceitando que a realidade se conforme com o entendimento. Os móveis então começam a afastar-se das paredes. A casa inteira entreabre seus lábios para um novo sobressalto. Vasculham as gavetas do tempo. Não querem mais sonhar conosco. Rejeitam o mistério que impusemos a cada um deles. Por entre uns trapos inseguros de sonhos e o bailado descompassado de fantasmas, as mesmas fugas ensaiadas. Estes são os primeiros véus que o tempo leva para dentro de si. Quando me tocas, não penso no que pode estar se passando comigo. Se a tua pele descobre o fogo no contato com a minha,

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não te amo mais por esta compreensão. A mobília não festeja as chamas na casa como se um novo quadrante fosse instaurado em sua visão de mundo. Não há magia sem a consciência de seus ingredientes? Quanto custa sonhar contigo? Faço os apontamentos em suspiros, devaneios, vômitos, desarmonias, masturbações. É fácil levar um texto a recorrer a seu equipamento de incêndio. Presumimos uma saída de emergência para tudo, considerando a existência de uma queda unida. Os móveis ensaiaram repetidas vezes o mesmo procedimento. Para o caso de quem desistir de si? Tratemos de prever os deslocamentos improváveis do passado. Não cabem argumentos em favor da transparência. As películas a que submetemos nosso tráfico entre visível e invisível denunciam que somos infratores da substancialidade. Os meus sentidos são tão confiáveis quanto os teus. Toda realidade se evapora na medida em que é considerada.

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3. Um espelho caminha por entre as ruas, atormentado por imagens que insistem em acusá-lo de demasiada passividade. As sombras projetadas sobre sua angústia tricotam um manto de luxuriosas figuras em transe. Nada comparte a metafísica frustrada dessa realidade desfeita em síncopes aparentes. O espelho sabe que recai sobre si o embaraço de estampas que flutuam no sentido suspenso de suas representações. Como explicar agora o tráfico intenso de inversões? Hesita em seu caminhar. Os passos começam a jorrar uma torrente de vultos que se dispersam assustados. Saltam do restante do corpo emblemas, fotocópias, figurações agônicas. Incontáveis rostos salpicam do olhar aturdido. A esta altura o poema não pensa senão em uma maneira de retirar de cena a ruinosa aparição do espelho em sua escritura automática. O palco terá que ser refeito em destroços? A arte evapora-se em aposentos vulgares rendida por uma transcendência que a torna ausente de si. O espelho já não recusa a desigualdade de seus modelos. As imagens são inconstantes, é da natureza delas, confessa cabisbaixo sem reter uma imitação que seja do que andara ressoando. Diante de todos insiste que não alonga cenas, que a platéia se encanta pelo quadro real que o espelho configura. E enquanto depõe fac-símiles se agitam como se garantissem a permanência da realidade. Já não olha para parte alguma. Reflete um vazio ainda mais carente de sentido. Diante de tudo, qual a extensão de nossa reação elementar? E já de tal maneira decaído no abalo de sombras decompostas, o espelho se retrai, e

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toda forma se cala. A platéia vocifera, desambientada. Qualquer que seja a maneira com que o espelho prove sua humanidade, jamais será aceito se recusar espelhá-la. A ilusão não teria outra dieta mais favorável à sua gula.

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4. Viscosa simetria de deleites em braços inúmeros que saltam pelo proscênio de um corpo a outro, lábios líricos que se banham em tintas desconcertantes, um arrazoado de gozos se esfuma na lábia frenética de pernas que mal se tocam expandem toda conjunção possível. Irradiar a deriva de teu beijo no meu no outro em mais algum. Os sulcos da cena se refazem. Somos animados por utensílios fanáticos: vestíbulos fantasistas, leques automáticos, pentes facciosos, uma preamar de desertos oblongos, grenha de conceitos, gemidos que são um regaço entre dores surdas. Quem nos diz uma palavra impura esta noite? Quem teme a própria pele? Por vezes a ordem é o desperdício. Um bulício de ansiedade, teu pênis passa sobre mim e abro as salas para a descida variada da ilusão. Pequenas mortes com fundo falso, pantomimas lavradas em partituras: um poema todo assim, quebrando ao meio a esperança. Dá-me aqui a tua pluma molhadinha. Damos volta uns por sobre outros, afoitos no embaraço, banhados em coxas cotovelos queixos, agitados pelo anonimato. Este lábio é teu? De quem a pelve esvoaçante? Esta penugem barroca, a quem pertence? Há um teatro do palavreado, do qual toda cena se resguarda, meu nome, tua pele, a memória do outro. Carraspana de denúncias de lugares onde nunca estive. Tu és meu quando onde. Sofreguidões do momento em que nunca estás. Dá-me a tua queda desenfreada, a linguagem enrabichada por si mesma, peculato de orgasmos. Procura um joelho ziguezagueante qualquer, um dorso experiente em quedas, uma

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vestal… Não há representação sem falha. Isto o poema nos ensina a todo instante, quando o lemos e a ele confiamos nossa vida. Por trás de tuas coxas passa um verbo, por trás do script o sonho que nunca se aplica. Estar onde a própria queda se esvai, cadáver esquisito a todo instante consultando manuais de bordo. O reverso é o que de fato se escreve?

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5. Fricções entre quatro paredes. Tua imensidão nua ao lado dos copos momentaneamente esquecidos, transparentes como a pintura aplicada da realidade sobre a nossa pele esquiva. Gozos descascados como quem se desembaraça de certo mofo de idéias que nos perseguem até este ponto capital em que nos afogamos na mais plena liberdade. Depois abrir a chave esmaltada do paraíso e deixar a água consumir ao menos uma parte do tesão que nos levou àquele hotel. Estar ali nos deleitava, em meio à insuficiência de todo ato humano. Descrevias em goles de um tinto seco as paisagens percorridas dentro de mim enquanto a música arranhava a pele do tempo e nos provocava: – qual tempo? – e aceitavas a provocação ecoada como uma travessura: em que parte do mundo estamos? – me arranhavas as costas à procura da localização de nosso desatino. Uma estranha cidade entalhada na escarpa de uma montanha que nos recebeu com o batuque de um temporal. O sertão encravado no olhar do guia que nos levou por labirintos solares cujo recurso famigerado era dar a si um novo nome a cada passo. A curva bem desenhada de tuas ancas ao escalar a aspiração de que tudo retornasse ali… Sempre tu, meu amor já sem nome, a última fome da terra, não dar nome a mais nada, me aceitas assim? O sagrado não sabe de si sem que se descarne. Há um duplo por trás da pele de todo amor. Não necessariamente uma réplica, um tratado da desilusão ou uma latitude indecifrável. Um pouco mais de vinho e brincavas comigo: – Louco, sabes onde isto vai dar… – Mantém

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a água quente, tens a chave. Não há realidade suficiente para o amor, rimos. Por mais que escavemos o desejo, ele não se mostra, não é real, não cabe em um prato. O amor é representação de si, cuja persuasão lhe é atributo fatal. Não mora em parte alguma. Não há atlas que o convença a hospedar-se em uma coordenada, mesmo em deriva. – Está fria a água, bandida linda. – Morde aqui. – Dá-me mais vinho. – Singra-me. Mesmo assim – o amor é submersão? – pouco [muito pouco] se revela entre quatro paredes que possa ser aplicado à pintura da realidade. – Não estamos, amor, em parte alguma, não há este hotel, menos ainda banheira e vinho, não somos a detonação de mistério algum, por mais tolo, o mais infantil dos mistérios. Um segundo que seja, tuas pernas [elas] atracadas ao meu corpo, enquanto te sentes a doidice mais plena, e só. O infinito não sonha consigo mesmo. Tudo no mundo parece ter uma aversão natural à representação como sendo o fato real. Quando deixamos de ser o que somos? Quando deixamos de ser o que aparentamos ser?

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6. Os passos correm de um lado para outro do cenário a preparar as sombras para um próximo ato. Confundem-se na marcação e as cortinas se põem a rir. Ouço teu corpo por toda noite, a inventariar os modos com que nos desfizemos uns dos outros. A memória postergada pelo bailado sibilante do sangue arrebatando a beleza das mãos dos barbantes que prendiam uma vítima à outra. Como seguir a rota de seus desvãos? Como abrir covas no alongamento de tuas quedas? O que fizeram do adeus que não demos a todos os nossos vícios? As vozes iam chegando para o ensaio. As cortinas vigiavam os improvisos com um olhar enfeitiçado. As falhas se punham imóveis. As sombras se engrenavam em círculos, repetições que se tornam pegajosas em meio a uma sentença: o texto não te salva. Pequenas fraudes de enumeração. Ruídos girando em sentidos confusos. Corpos embaralhados com as sombras que representam. Meus dedos foram deglutidos por teus seios como um metal que se liquefizesse em nome do desejo. Tua felicidade se disfarça em peixe no vestíbulo de meus sonhos. Uma mesma chama viola nosso tormento. Onde foram recolher essas frases? As cortinas mal disfarçam a dúvida de que esse abuso transborde. O cenário ainda não pôs a roupa devida. Há um excesso de sangue em relação ao quinhão de corpos de que podem se valer os atos. São bocados de dramas desencontrados. Não se sabe se houve crime ou festa. Os hábitos são capazes de tudo. Meu corpo não sabe viver sem teus particípios. Não devo socorro ao encaixe de tua pele em meu desejo. És testemunha de

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tudo quanto me sangras. As cortinas confabulam o imaginário. Riem porque sabem que são fantoches que podem ser retirados de si. Tudo é muito fácil no balcão dos feitiços. Umas sombras rasgadas, símbolos com ar fatal de enigmas insolúveis, testemunhas improváveis. Tudo em nossa vida se repete de maneira tão maçante que nos fechamos para a intromissão do encantador. Os barbantes amarravam os fantoches em uma combinação de elementos palpitantes no encaixe. A morte aprisionada por suas razões de ser. Mesmo o corpo quebrado da cena ainda suspirava. Havia lugar para tudo. As feridas se viciaram em recursos fáceis. Uma orgia de fantoches, uma matança de títeres. Está cada vez mais difícil abrir uma brecha na moral do homem contemporâneo onde possamos afirmar suas limitações. Os passos correm de um lado para outro do cenário a preparar as sombras para um próximo ato.

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7. O mundo se esquece dentro de ti como uma revelação traquina que se oculta. És como um enigma que pendesse dos bosques do visível, apenas o suficiente para que ninguém se sentisse só durante a queda. Todos temos direito às trevas, eis o que líamos em uma carta enquanto ecoavas tua indisfarçável ausência entre nós. As cartas confessam o que há de irreconhecível no desejo. Através delas não sabemos sequer como regressar ao desconhecido. Nossas lágrimas desterradas ou fugidias localizadas em vagões povoados de ansiedade. Não há melhor maneira de cultuar o esquecimento: desaparecer. Fugir da proeza dos refúgios. Deixar para trás as noites decoradas pelo extravio. Sumir de si. As cartas se disfarçam de embarques relâmpagos e sussurram carícias sombrias. A muitos de nós fazem crer que não passam de um instante de indiferença. Eu mergulho sem cerimônia a minha fragilidade dentro de ti. Teu corpo me aceita como um dilúvio e deixa escapar minhas mãos por suas escarpas criminosas. Apenas ele me atravessa o infortúnio da semelhança e identifica nos escombros uma verdade que não se chame retratos de família. Teu corpo não diz aos vestidos do silêncio como cerzir o passado e muito menos expande as raízes até que se torne o ruído legítimo da esperança. Geme, trafega, naufraga, viaja, morde os meus tremores, arrasta-me de uma lâmpada a outra do abismo. Eis por onde os subterfúgios perdem o lacre e através deles o tempo segue a repassar sacrifícios como se fossem rotas

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irrepetíveis. Eis a natureza humana: reproduzir-se. Apenas teu corpo se desfaz dos ferrolhos da piedade. Já não sei enlouquecer sem tua mão escavando meu desejo. Talismã surpreendente que aceita o inferno da insônia. Não há lugar para nós onde o sossego acampa com suas olheiras previsíveis e o refrão de amores perdidos. As cartas soletram atavios por toda a textura da viagem. A experiência vive um romance secreto com a denúncia e juntas tecem a heráldica da necessidade. Como esperar que fiquemos quietos o suficiente para compor uma cena? Não pude dormir com o espelho de teus vestígios impalpáveis. A noite foi se satisfazendo com a suspeita de abandono. A realidade do crime confunde-se com umas dores mal vestidas. Teu corpo é ágil na tormenta de meus prazeres. As cartas se fingem de imóveis enquanto gozamos. As imagens poéticas se foram. Não sobrou quase nada para garantir a memória de nosso amor. Dizer que te busquei a vida inteira? Que de outra maneira jamais te encontraria? Alguém está gravando tudo isto? Teu corpo dorme dentro do meu sem uma última palavra. O mundo – essa vitrina do inconfundível sarcasmo – é mais manhoso do que imaginamos. Jamais morreria por nós.

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8. A noite desfigurando-se enquanto, em silêncio, Gabriela descascava seus olhos famintos e mascava triângulos velozes que se despediam de todos, uma alegoria de nervos fora de lugar, tudo em semelhança com resplendores afogados para quem não conhecesse o idioma dos sonhos. Ela desdobrava suas formas e a pele tão afetuosa entretinha as sombras convulsas a desenharem interrogações por toda a noite. Ela roia as pequenas paisagens que não conseguiam escapar de sua fome. A escrita indulgente dos sonhos. Um ossuário de lâmpadas que mal deixavam entrever o enredo de seus delicados pés, incompletos. Gabriela embaçada por um clamor de vapores disfarçados em uma lógica atrevida: não toque jamais em seus lábios ou o jogo inteiro recomeça. Com que bom proveito arrancar da vida a própria vida? A noite desbaratada em naipes de vidro com duas faces, baralho saqueado por manequins que a todo instante blefavam. Eu trouxe o teu amor para o centro do labirinto. Ali o derramei pelo espinhaço dos esgotos. Uma selva de rumores a enamorar-se de tudo quanto cheirasse a subterrâneo. Gabriela me ensinando a desmoronar as cores indecisas da noite. Improvisos ocultos sob a língua. Beijos questionando a legitimidade do amor. Evitamos as paisagens com corpos soterrados pela poeira das lágrimas. Sorrimos um para o outro antes que a transparência mude de roupa. É tão fácil deslustrar a lucidez. Sentar para um café enquanto a carne cai. A tua pele tatuada de incestos da linguagem. Tremores míticos modificados para

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atender a velhos planos de fuga. Gabriela pondo a centrífuga no último ponto, ao triturar as estátuas do desejo. Muitos fragmentos não admitem a farsa. Também os sonhos são contagiantes. Há muito não abrimos a porta para o fogo fértil da memória. Não dormimos bem na última noite. Não conquistamos os abismos mais simples. Gabriela ainda me tinha entre dentes, mesmo sabendo que andei a escapar de mim. Escapamos. Fomos dali. Não havia outra maneira de ser. O deserto não está para entreter. Tateamos uma última imagem, juntos. Ela ria muito, dizendo que o amor leva algum tempo até se desfazer.

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9. Saímos para comprar relâmpagos. A luz soluçando em seus recantos mais imprevisíveis. Deixamos os corpos se arrastando por entre as nervuras do cenário, a brancura da pele desatando rotas em variações rebentadas de suor. Tua beleza insiste em retocar imagens com o bico dos relâmpagos. O traço se desnuda se é feito com ponta abrasadora. Começas a rabiscar uma série de caprichos. Não recordo por onde recortas o desejo, como perfuras as noites falsas, as portas sem repouso, ossos amantes do desespero… Teus olhos não saem mais daqui, e relevam corpos mal entrados do inferno, fantasmas esplêndidos que ainda não se deram por mortos, uma fantasia de deuses banhados de excitação. Descemos ao fundo de nossas mãos, onde elas soletram um fogo de tramas. A claridade era para estar tomada de figuras laceradas. Em vão procuramos os utensílios dessas estampas devassas, curiosos por saber como elas se lapidam e renovam e se desfazem. Esboças todo um fundo de loucura que irás romper com o próprio terror decifrado nos tipos excêntricos que emendas. Assim repousas em meu corpo, enquanto o cenário se encharca de alegorias a rastejar por um monturo de delícias. Não me deixas cair de ti, e nos disfarçamos com os lábios roçando o limite de tudo. Por vezes vou sozinho comprar mais relâmpagos. De regresso te encontro atiçando a vileza de novos corpos empilhados sobre a cena. Não me levas escrito para parte alguma. Teus olhos mal suspeitam de mim. Eu quase diria que te amo, ao te ver assim desfeita em amor, aceita por uma horda de sombras

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encarniçadas. São teus aspectos, emblemas, figurações. Procuro estar com todos e os trato como criaturas humanas. Vejo como recortas as terminações nervosas de estátuas, intervalas vôos em asas de cera ou salientas um delito em abismos ingênuos. Teus personagens desconhecem a distinção entre ternura e perigo. Praticam um tumulto de cena, lugar do olho devastado pelo acúmulo. Somos todos desfeitos em palco. Não nos resta uma desilusão que nos dilacere no camarim ou a caminho de casa. Todos os teus corpos se acumulam em igual ambiente, despido pela mesma ponta abrasadora com que me tocas o corpo enquanto repousas dentro de mim. Tudo está ali, arruinado ou não. Os traços se movimentam no desenho, animação vertiginosa em uma desordem de suspeitas, amontoado de argumentos delirantes. As figuras todas elas descrevem a mesma vertigem: um pouco mais de inferno no rastejo de cada vítima. Tão doce, recostas sobre mim. Saio uma vez mais, sempre para comprar relâmpagos.

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10. Nossos fantoches se amam. Remontam o cenário que lhes dedicamos. Desenham novas salas no subterrâneo. Apagam todos os pontos de fuga. O olhar dele a acode com a mais doce fúria: meu anjo, o homem não mais nos controla. E entre beijos sequer desconfiam ser este o ardil de toda criação. Abrir os olhos mudos ao despontar a realidade e neles derramar o sangue de novas expectativas. Perder-se no labirinto de formas desconexas das chaves liquefeitas. A memória renova seu estoque de despojos. Até onde me recordo, nossos fantoches se amam. Abordam os espelhos intermináveis de suas virtudes. Desativam os sistemas de angústia e vingança. E se despem desconhecendo os vestígios de tudo quanto deixam para trás. Mal sabem em que se prolonga a mentira mais bela. Rever a mecânica das cenas para que nada seja seguro em toda a jornada. Tornar o imponderável o mais altivo dos farsantes. Com indisfarçável excitação, alguém deduzirá na platéia: nossos fantoches se amam. E para tanto haverá contribuído o ato em que os dois acariciam as costuras desfeitas dos corpos após a união elétrica de seus fios. Um colar de urros e vertigens entrelaçadas. Luzes insistentes no estômago das lâmpadas queimadas. A criação é uma hipótese incompleta. Os personagens se entreolham pondo em dúvida os argumentos da farsa. Silhuetas desmontam o cenário. A linguagem fuma seus finos impressionantes e apressa o passo quando as contradições se agitam entre ruas. Por onde trafego meu olho fura uma nova geometria sem saída. Presume-se que a

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representação confunda os turnos de ensaio. Um absurdo desfeito de suas audácias, um épico desmemoriado, um experimental sinalizado e regido por pontos. Não há pantomima mais esplêndida que a vaidade. Um novo proscênio para cada ilusão. O que passa depois? O orgulho se dilata, a infâmia não pensa duas vezes, as virtudes não se reconhecem. Esta é a casa que construímos para todos e onde estranhamos que os fantoches se amem. Os deuses, no esplendor dos subterfúgios, riem tanto, desgraçados, que mal vemos pretexto para degolá-los. Rimos com eles, evasivos. E se nos sentamos para produzir algo, decerto não hesitaríamos em trapacear a linguagem. Nunca se sabe por que insistimos tanto em representar a própria vida. Somos apenas a metade de algo. Não importa como um fantoche se despe diante do outro, como se põe a rir a cada fio de si que desfia. Não importa como uma representação nos assombra diante de sua entrega, como se torna inumerável a cada escama extraviada. Não importa como nos julgamos tão reais ao ponto de não entrarmos em cena sem maquiagem. Rigorosamente não importa nada. Algo na criação deu errado e já não nos importamos com nada. O teatro está aberto: mesmos dias, iguais sessões programadas há tempo. Vez que outra um visitante arrisca olhar para os lados na saída. Este gesto miúdo não sabe ao todo se busca aniquilar o entendimento do outro ou juntar-se a ele.

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CAI O PANO Eles se foram. Aqui apenas os escombros de suas obras. Pessoas passam por elas e não se perturbam. Lembram as palavras de Blake sobre a tarefa de abrir os mundos eternos. Diante de mim este museu em chamas. Na caixa preta as instruções de como proceder durante a queda. Microfilmes das visões dos antigos sábios. Única luz possível no interior da paisagem dilacerada. Eles não estão mais aqui. As formas futuras de todas as coisas derivam do impulso de recolher os escombros de suas obras. Umas não absorvem outras. Pessoas ao redor. Palavras queimam por dentro. Quase uma chave. Reconciliação com o caos no curso interrompido das tarefas humanas. As máscaras guardam em si a terrível verdade sobre nossas vidas. As contradições são disfarces do que não ousamos senão em sigilo. Noite em mim que o inferno atravessa, desce a corrente sombria e nela recomeça – eis o que me diria um emissário de San Juan de la Cruz. Criaturas gravitando na órbita de seus anseios. Meus versos, um reconhecimento de demônios que falam por mim. A verdade é sempre teatral. Raskolnikov e Willy Loman jamais se conheceram. Ambos desceram ao inferno. Ali recomeçaram nossas vidas. Por trás de suas máscaras as pessoas estiveram a ponto de salvar-se. Lágrimas ateiam fogo ao passado. Os elementos ali preservados exigem o cuidado de um deus que a tudo observa. Os que encontraram sua lei se foram.

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Árvores não são homens. Fantasmas adernados com uma mensagem cujo significado já ninguém decifra. A leitura de um livro abre os portões do inferno que conduzimos em nossas entranhas. As furiosas revoltas de nossa miserável condição. Quantas vezes ante o espelho sombrio do passado nos indagamos o que somos? Ante o Retábulo dos eremitas aflição maior nos castiga. Em que serpente de marfim nos transformamos? Também Hieronymus criara com fogo os destinos de sua alma. Homem algum é capaz de fazer algum bem a si mesmo. As vítimas sinistras da esperança aguardam todas na outra margem do espelho um dia serem reconhecidas por seu abominável apego à vida. Antonio Francisco Lisboa mastigara suas próprias mãos em uma ceia implacável. Pessoas pelo mundo erguem com seus corpos um labirinto vazio. Máscaras em agonia. Ópera voraz de nossa semeadura de ossos pela terra. Leda soluçando ao reunir as minúsculas criaturas de pedra que antes bailavam em suas visões. A experiência é uma falha no dorso do tempo. Mansamente o homem pousa a mão em seu próprio fim. Aquele que ama as letras desvela o argumento das trevas com serenidade. Assevera uma sentença árabe que o homem se dissimula atrás de sua língua. Moisés não encontrara senão em Aarão as palavras com que transmitir ao seu povo as aspirações de uma união total com Deus. Schöemberg morrera sem concluir Moses und Aron. Que luz tão severa suprime a paisagem à nossa volta? Que dibuk penetra em nossa afligida alma e com um escândalo a arrebata? O definitivo rio que flui nos tecidos da linguagem

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conduz o homem a um abismo sem fim. Aquele que ama as letras supera a obsessão de revelá-las. As inumeráveis formas do espanto recebem a poesia em seus limites feitos de nada. Luz e sombra. Resíduo das destruições que soerguem o mundo. Inacabável sinfonia, lembra-nos a morte o quanto a vida nos devora em nome do amor e a obscura sombra do desejo. Que voz escuto dizendo-se destino quando morrem os pais? Quem a deusa audaz que sibila pelos corredores da Biblioteca? A que refaz com fogo e lágrimas as dizimadas rotas de uma alegoria surgida no seio da mãe. Cinzas… Cinzas… A terra… Goya penetrara nos abismos ruidosos de sua surdez, onde residiam alucinadas suas pinturas negras. Aos olhos de Deus a retidão é insuportável. A Biblioteca está em chamas. Eles se foram, além do nível do fogo. O que resta ao final é o indizível. Corpo em repouso. Como nos versos de Lezama Lima, aqui estamos falando dos vencimientos de la muerte universal y la calidad tranquila de la luz. Longe das palavras, quem nos reconhecerá? Criaturas disformes ateando fogo ao corpo da história. Corpos escritos na noite. Fragmentos de um mesmo deus que não se conhecera a si mesmo muito bem. Eles não estão mais aqui. O supliciado adeus ao mundo de Violetta Valéry. As veredas terríveis da morte por onde Trakl se fora. Uma pequena multidão de rostos se identifica ao vazio. Fogo… Fogo… Luzes…

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FLORIANO MARTINS (Brasil, 1957). Poeta, editor, ensaísta, tradutor. Coordenador geral da coleção Ponte Velha e do Projeto Editorial Banda Hispânica. Estudioso do surrealismo, sendo autor de livros sobre o tema, incluindo a única antologia existente que abrange a produção poética do surrealismo em todo o continente americano (Monte Ávila Editores, Venezuela, 2007). Professor convidado da Universidade de Cincinatti (Ohio, Estados Unidos). Curador da Bienal Internacional do Livro do Ceará (2008).

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