bordieu pierre en argelia. imagenes del desarraigo

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    CONSORCIO DEL CRCULO DE BELLAS ARTES

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    PIERRE BOURDIEU. EN ARGELIAImgenes del desarraigo

    Edicin deFranz Schultheis (Fondation Bourdieu, St. Gall, Suiza)

    y Christine Frisinghelli (Camera Austria, Graz, Austria)

    Este libro es el catlogo de la exposicinPierre Bourdieu. Imgenes de Argelia,

    celebrada en el Crculo de Bellas Artes de Madridentre el 13 de octubre de 2011 y el 15 de enero de 2012.

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    CRCULO DE BELLAS ARTESPresidenteJuan Miguel Hernndez Len

    DirectorJuan Barja

    SubdirectorJavier Lpez-Roberts

    Coordinadora generalLidija Sircelj

    Adjunto a direccinCsar Rendueles

    AGENCIA ESPAOLADE COOPERACIN INTERNACIONALPARA EL DESARROLLODirector de Relaciones Culturalesy CientficasCarlos Alberdi

    Jefe del Departamento de Cooperaciny Promocin CulturalMiguel Albero

    Esta publicacin forma parte de un proyectofinanciado por la Agencia Espaola de Co-operacin Internacional para el Desarrollo(AECID). El contenido de dicha publicacines responsabilidad exclusiva del Crculo deBellas Artes y no refleja necesariamente laopinin de la AECID.

    EXPOSICINComisariosChristine Frisinghelli

    Franz Schultheis

    rea de Artes Plsticas del CBALaura Manzano

    Silvia Martnez

    OrganizanCamera Austria

    Crculo de Bellas Artes

    AECID

    MontajeDepartamento Tcnico del CBA

    TransporteHS Art Service Austria

    SeguroBarta & Partner / nationale suisse

    CATLOGOrea de Edicin del CBAJordi Doce

    Elena Iglesias Serna

    Javier Abelln

    Fotomecnica e impresinPunto Verde

    TraduccinPilar Gonzlez Rodrguez

    Crculo de Bellas Artes, 2011Alcal, 42. 28014 Madridwww.circulobellasartes.com

    Camera AustriaKunsthaus GrazLendkai 1, A8020 Graz - Austria

    www.camera-austria.at

    textos: Jerme Bourdieu, Franz Schultheisy Christine Frisinghelli

    ISBN: 978-84-87619-96-0Depsito Legal: M-38114-2011

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    Pierre BourdieuEn Argelia

    IMGENESDELDESARRAIGO

    Edicin deFranz Schultheis (Fondation Bourdieu, St. Gall, Suiza)

    y Christine Frisinghelli (Camera Austria, Graz, Austria)

    Traduccin de Pilar Gonzlez Rodrguez

    Camera AustriaCrculo de Bellas Artes

    AECID

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    El gran socilogo francs Pierre Bourdieu (Denguin, 1930-Pars,2002) residi en Argelia a finales de los aos cincuenta, entre 1955 y1961, despus de haber estudiado filosofa en la cole Normale Sup-rieure de Pars y de haber ejercido como profesor en el Instituto deMoulins (Allier). Esta estancia de seis aos en Argelia fue determi-nante para su trabajo, pues all afin a pie de campo sus herramientasde anlisis y puso muchos de los fundamentos de su pensamiento.

    La exposicin Pierre Bourdieu. Imgenes de Argelia ilustra justamenteestapasin argelina de Bourdieu con ms de ciento cincuenta fotogra-fas de las muchas que tom el joven socilogo, movido por el deseo noslo de respaldar sus anotaciones sobre el terreno sino de captar elpulso vivo de una regin que atravesaba un periodo de conflictos ytransformaciones: el viaje hacia la independencia, la emigracin del

    campo a la ciudad y el consiguiente desarraigo de la vieja clase campe-sina, los cambios de costumbres, el abandono de tradiciones ancestra-les, el nuevo papel protagnico de la mujer en el entorno urbano

    El conjunto de imgenes retrata no slo el ecosistema social y etnogr-fico del pas africano, o las diversas formas de violencia que gener labsqueda de su independencia poltica, sino la construccin en la mi-rada del socilogo, la eleccin de los motivos, la composicin. Las ins-tantneas se acompaan de textos en los que se recorre cronolgica ytemticamente la permanencia de Bourdieu en la regin, evidenciandoel imponente rastro de esta etapa vital sobre su obra. Como explican

    los comisarios de la muestra, Christine Frisinghelli y Franz Schultheis,Bourdieu sita su obra fotogrfica en el contexto de su trabajo antro-polgico y sociolgico. [] La fotografa lo cautivaba porque expre-saba la mirada distante del investigador que registra pero que, sin em-

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    bargo, se mantiene consciente de lo que registra, con su capacidadpara fijar de inmediato y a una distancia familiar los detalles que, en elmomento de la percepcin, pasan desapercibidos o escapan a un exa-men ms profundo.

    Para el Crculo de Bellas Artes es un privilegio acoger esta muestra, quepermite no slo revisar una etapa decisiva en la biografa intelectual deuno de los grandes pensadores de la segunda mitad del pasado siglo,sino comprender el origen de muchas de las tensiones y conflictosque, cincuenta aos ms tarde, juegan un papel decisivo en la configu-racin socioeconmica de Argelia y, por extensin, de todo el Magreb.

    Juan Miguel Hernndez LenPresidente del Crculo de Bellas Artes

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    PIERRE BOURDIEU Y ARGELIADE LA AFINIDAD ELECTIVA

    A LA OBJETIVACIN COMPROMETIDA

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    FRANZ SCHULTHEIS

    La mirada de etnlogo comprensivo que he dirigido a Argelia pudedirigirla hacia m mismo, a las gentes de mi pas, hacia mis padres, alacento de mi padre, de mi madre, y recuperar todo ello sin drama, quees uno de los grandes problemas de todos los intelectuales desarraiga-dos, atrapados en la alternativa del populismo o, por el contrario, de lapropia vergenza ligada al racismo de clase. He puesto en gentes muysimilares a las de la Cabilia, gentes con las que pas la infancia, la mi-rada de obligada comprensin que define la disciplina etnolgica. Laprctica de la fotografa, primero en Argelia, despus en Barn, hacontribuido mucho, acompandola, a esta conversin de la miradaque supona creo que la palabra no es demasiado fuerte una verda-dera conversin. La fotografa es, en efecto, una manifestacin de ladistancia del observador que registra y que no olvida lo que registra (loque no siempre es fcil en las situaciones familiares, como el baile),

    pero supone tambin toda la proximidad del familiar, atento y sensiblea los detalles imperceptibles que la familiaridad le permite y le im-pulsa a captar e interpretar sobre el terreno (no se dice del que secomporta bien, cordialmente, que es atento?), a todo eso infinita-mente pequeo de la prctica que escapa a menudo al etnlogo msatento. Est ligada a la relacin que siempre he mantenido con mi ob-jeto, del que nunca he olvidado que se trataba de personas, sobre lasque yo pona una mirada que de buen grado, a no ser por temor al rid-culo, llamara afectuosa, y con frecuencia tierna1.

    Las fotografas tomadas por Pierre Bourdieu durante sus investiga-ciones etnolgicas y sociolgicas en Argelia, en el momento mismo de

    la guerra de liberacin, nos permiten compartir su mirada sobre el

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    1 Fragmento extrado de Pierre Bourdieu, Ein soziologisc her Selbstversuch, Frankfurt, Su-hrkamp, 2002.

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    mundo social desde otro ngulo. Guardadas durante cuarenta aos encajas de cartn, estas fotografas son testimonio de un viaje inicitico yuna conversin profunda que se hallan en el origen de una trayectoriacientfica e intelectual extraordinaria. En Argelia, agitada por una gue-rra anticolonial particularmente violenta y desgarrada por anacronis-mos y contradicciones sociales exacerbadas, se afirma, a finales de losaos cincuenta, la vocacin de Pierre Bourdieu por el trabajo de soci-logo. En este laboratorio social gigante, como l mismo lo llama, sesometer cada vez ms cientfica y metdicamente a una conversinradical, basada en un largo y lento trabajo en el sentido casi analticodel trmino, sobre el hbitus de filsofo que sus maestros de la coleNormale Suprieure de Pars haban tratado de inculcarle. Ante la si-tuacin de crisis y los peligros reales que encontr en sus aos argeli-nos, el rechazo profundo del punto de vista acadmico experimentadopor el joven Pierre Bourdieu y su ineptitud para ser filsofo encon-traron una solucin duradera en forma de una conversin de la miradasobre el mundo social.

    CONTEXTO DE URGENCIA DE UNA MIRADA SOCIOLGICA

    La experiencia argelina es en gran medida el origen del acercamientoterico y emprico del mundo social que Bourdieu desarrollar comoautodidacta en las condiciones de urgencia y de peligro que fcilmentepodemos imaginar. En este clima de violencia fsica y simblica, eljoven Pierre Bourdieu forja las armas conceptuales y los instrumentosmetodolgicos que le servirn all, y ms tarde en Francia, para cons-truir una teora completa y coherente del mundo social y para some-terla a prueba en terrenos de investigacin muy distintos. Sociedad enesencia rural, todava profundamente enraizada en sus tradiciones,segn las cuales la lgica del intercambio siempre estaba basada en

    gran medida en el honor y en una tica de hermanos (Weber), Ar-gelia pareca oponerse por completo al espritu utilitarista del homooeconomicus y a su racionalidad unidimensional (los negocios son losnegocios). Bajo el dominio colonial francs, la introduccin feroz de

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    principios econmicos extraos en el sentido ms amplio del trmino(destruccin rpida de una manera de produccin agraria y de losvnculos de solidaridad tradicionales que la acompaan, precariza-cin econmica y social, desarraigo geogrfico y cultural) haca de lasociedad argelina de entonces un campo de observacin sociolgicamuy rico para quien se atreva a formular preguntas del tipo: Qu su-cede en una sociedad cuando debe enfrentarse a nuevas formas econ-micas y sociales que contradicen todas las reglas de juego establecidasa lo largo de generaciones? Cmo limita el hbitus econmico tradi-cional el campo de los posibles agentes econmicos encerrados en sulgica y de qu manera pre-estructura lo que les resultar pensable oimpensable? Cules son las condiciones econmicas del acceso a laracionalidad econmica? Qu significan las palabras crdito oahorro en tal contexto?

    El joven Pierre Bourdieu formula estas preguntas con una madurezterica asombrosa y traduce as las cuestiones filosficas que l sehaba planteado durante sus estudios en la ENS sobre temas de socio-loga empricamente verificables. Emplea su competencia filosfica enel anlisis de las interdependencias de estructuras econmicas y es-tructuras temporales; su inters por una fenomenologa de las estruc-

    turas afectivas, objeto de su proyecto de tesis doctoral, se concreta enel anlisis de las formas de sufrimiento resultantes de la confrontacinentre estructuras mentales y afectivas el hbitus de los agentes socia-les y las estructuras econmicas y sociales impuestas por la sociedadcolonial. Pierre Bourdieu ha subrayado en repetidas ocasiones el es-tado de efervescencia y de agitacin permanentes en que se encon-traba en estos aos de bsqueda.

    UN SOCILOGO DE CIRCUNSTANCIAS

    Al sentirse totalmente indefenso frente a tan inmenso laboratorio so-cial, en un estado de guerra permanente que haca de aquel territoriouna verdadera aventura, se zambull en el trabajo, experiment y uti-liz todas las tcnicas posibles de investigacin etnolgica y sociol-

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    gica. Desde la observacin participante a la entrevista a fondo, desde lareconstruccin de los sistemas de parentesco al anlisis del espaciodomstico, pasando por las visiones y divisiones cosmolgicas delmundo, desde la encuesta estadstica elaborada con sus amigos quetrabajan para el INSEE (Instituto Nacional de Estadstica y EstudiosEconmicos) a los estudios sobre los ingresos familiares, desde la ob-servacin de las formas de divisin del trabajo y de los tipos de domi-nacin masculina correspondientes hasta el anlisis de la lgica delintercambio de bienes, de la puesta a punto de bocetos topogrficos aluso sistemtico de la fotografa como medio de documentacin y detestimonio: todas las tcnicas de investigacin, todos los procedi-mientos metodolgicos se ponen en funcionamiento al servicio de untrabajo de campo infatigable. Sacaba la motivacin y la energa de dosfuentes complementarias. Decidido adversario del colonialismo fran-cs y de la opresin militar, Pierre Bourdieu inscriba sus investiga-ciones en un proceder radicalmente poltico y comprometido: queradar testimonio de todo lo que vea, comprender un mundo social des-nortado y sacudido por contradicciones y anacronismos. Frente a laviolencia insoportable de lo que contemplaba, el distanciamiento re-flexivo y una postura que ms tarde llamar la objetivacin partici-

    pante le permitan no caer en la desesperacin.A esta objetivacin comprometida corresponde su manera de recu-

    rrir al objetivo fotogrfico: materializar lo observado y memorizarlo.Pero estas imgenes de Argelia, tal como se ven hoy, han adquiridootra funcin porque pueden servir de espejo. Las sociedades contem-porneas se enfrentan a una implacable radicalizacin neoliberal delcapitalismo y de su lgica mercantil. Estas fotografas contribuyen, porlos pertinentes indicios sociolgicos que permiten ver, a una mejorcomprensin de los envites y los efectos de las transformaciones eco-nmicas y sociales que afectan a franjas de poblacin cada vez ms am-plias. Del mismo modo, estas franjas de poblacin afrontan un nuevo

    modo de funcionamiento econmico que exige una mano de obra muyflexible, mvil, sin historia y sin ataduras, incompatible con sus dis-posiciones cognitivas y ticas. El paralelismo entre el campesinodescampesinado de la Cabilia y el asalariado desalariado de las

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    sociedades capitalistas contemporneas se hace evidente: basta com-parar los testimonios presentados en la obra colectiva La Misre dumonde, dirigida por Pierre Bourdieu, con los testimonios reunidos enlas obras publicadas, hace ya cuatro dcadas, con los ttulos de Travailet travailleurs en Algrie et Le Dracinement. Debemos creer a PierreBourdieu cuando, hablando al final de su vida de sus investigacionesargelinas, destaca: Se trata de mi obra ms antigua y, al mismotiempo, de la ms moderna.

    En resumen, actualidad social y poltica de estas imgenes; actuali-dad que se ha vuelto posible gracias a la objetivacin sociolgica quepermita el uso militante de la fotografa. Por primera vez se recogenestas fotografas en un volumen, si exceptuamos las que se han utili-zado para ilustrar las obras precedentes de Pierre Bourdieu sobre Ar-gelia. Descubrimos en ellas esa mirada, la mirada sociolgica, que lesda unidad. Pero tambin una mirada poltica. Como subray PierreBourdieu en varias ocasiones durante nuestras conversaciones, lconceba sus fotografas como una forma de compromiso poltico y nosolo como un testimonio: ver para hacer ver, comprender para hacercomprender.

    IMGENES DE ARGELIA: UN LIBRO, UNA EXPOSICIN

    Para concluir la introduccin, parece til recordar brevemente lasetapas de la realizacin de este proyecto. En 1999, durante los prepa-rativos de la publicacin en lengua alemana del libroAlgrie 602, Pie-rre Bourdieu me habl de sus trabajos etnolgicos y sociolgicos enArgelia hacia finales de los aos cincuenta y de los cientos de fotogra-fas que haba tomado entonces. Finalmente, despus de una serie deentrevistas sobre aquella poca y sobre el papel clave de su experien-cia argelina en el nacimiento de su teora del mundo social, me mos-

    tr algunos centenares de ellas; las otras alrededor de mil segn su

    2 Pierre Bourdieu, Die zwei Gesichter der Arbeit, Universittsverlag Konstanz, Constanza,2000.

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    clculo se haban perdido en sus varias mudanzas. Al notar el graninters que le demostraba en mi intento de reconstruir esta experien-cia, me dio al fin su consentimiento para hacerlas pblicas en forma deexposicin y de libro, pese a las vacilaciones y reticencias que caba es-perar conociendo la modestia y la timidez de Pierre Bourdieu3. Hemoshallado en la revista internacional de fotografa Camera Austria un par-tenaire ideal. Camera Austria,en efecto,contaba con todos los triunfosen el campo del arte fotogrfico y ya haba publicado entrevistas conPierre Bourdieu. El autor deba representar el papel de una suerte deinformador etnogrfico comentando las fotografas en orden cronol-gico, geogrfico y temtico a un tiempo, y as estas sirven como soportede memoria para comenzar una empresa de historia oral. Aunque Pie-rre Bourdieu pudo participar en el proyecto hasta el otoo de 2001, pordesgracia nos vimos obligados a terminar el trabajo en su ausencia,tratando de permanecer lo ms cerca posible del sentido que l le dabay sin traicionarlo demasiado.

    Presentamos este trabajo al pblico en forma de libro y de exposi-cin en el Instituto del Mundo rabe el 23 de enero de 2003, un aodespus de su desaparicin, para rendirle homenaje y afirmar quesigue ms presente que nunca entre nosotros.

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    3 Queremos expresar nuestra sincera gratitud a las personas que han contribuido con sus

    competencias y su apoyo prctico a la realizacin de este proyecto en sus diferentes eta-pas. Gracias a Sallah Bouhedja, Andrea Buss-Notter, Pierre Carles, Christian Ghasarian,Marc-Olivier Gonseth, Jacques Hainard, Melk Imboden, Peter Scheiffele, Eva Schrey,

    Anna Schlosser, Thierry Wendling, Tassadit Yacine, Nicola Yazgi. Gracias tambin a RemiLenoir por su lectura crtica del manuscrito de este texto y sus pertinentes sugerencias.

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    FOTOGRAFAS DE ARGELIA

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    FRANZ SCHULTHEIS

    Entrevista a Pierre Bourdieu el 26 de junio de 2001en el Collge de France4

    Franz Schultheis: Cuando nos permiti usted acceder a las fotos quehaba tomado durante su estancia en Argelia y que haban perma-necido guardadas en cajas cuarenta aos, nos concedi al mismotiempo una entrevista sobre el uso de la fotografa en el marco de sustrabajos de campo etnogrficos y sus investigaciones sociolgicas

    sobre el terreno. Comencemos por una pregunta a ras de suelo. Qucmara utiliz para hacer estas fotografas de Argelia?

    Pierre Bourdieu: Se trataba de una cmara que haba comprado en Ale-mania. Era una Zeiss Ikoflex. Se me rompi en los aos setenta durantemi viaje a los Estados Unidos y lo sent mucho. Cuando tengo tiempo,recorro las tiendas de lance para ver si encuentro el mismo modelo yme han dicho varias veces que ya no existe. Las Zeiss Ikoflex estaban ala cabeza de la tcnica alemana de la poca. La compr all. Debi deser el primer ao que contaba con mi propio dinero (haba sido nom-brado profesor en el cincuenta y cinco); adems, creo que la pas decontrabando Tena una lente extraordinaria, por eso era tan cara,pero exista tambin el modelo Rolleiflex clsico con el visor en el

    cuerpo Para m era muy til porque en Argelia se daban situaciones

    4 Esta entrevista se public anteriormente (alemn/ingls) en Camera Austria, 75 (2001),Graz, acompaada de una introduccin de Franz Schultheis.

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    en las que era delicado hacer fotografas y yo poda fotografiar sin servisto. Por ejemplo, tambin tuve una Leica; yo contaba con amigos fo-tgrafos profesionales en Argelia a los que peda consejo, porque unode los problemas de Argelia es que la luz es muy blanca, muy brutal,muy fuerte y quema completamente la imagen, as es que me vi obli-gado a consultar. La mayora de mis amigos usaban la Leica, que erala cmara de los profesionales, pero que supona colocarse frente a lapersona fotografiada. A menudo eso no era posible, por ejemplo, si sefotografiaba a mujeres en un pas donde esto no est bien visto, etc-tera. En algunos casos ped autorizacin, por ejemplo en la regin deCollo o en la regin de Orlansville. Evidentemente all saqu muchasfotografas y la gente estaba muy contenta. De aquella zona, por ejem-plo, hay unas fotos sobre una circuncisin que son bastantes dramti-cas; las hice a peticin del padre de familia que me dijo: Ven a sacarfotos. Era un medio de introducirme y de ser bien acogido. Despusles envi las fotos.

    Las revel usted mismo?

    Compr un equipo de revelado, pero no lo us hasta mucho ms tarde,

    aunque todos mis amigos fotgrafos me decan: un verdadero fotgrafoes el que revela l mismo, es en el revelado cuando se ve la calidad y sepuede trabajar, cuando se puede retocar. En aquella poca yo no podahacerlo, pero conoca un laboratorio en Argel donde poda pedir pocoms o menos lo que quera, encargaba planchas de contactos, imge-nes en pequeo, y despus peda trabajos ms elaborados tras discu-tirlo con el dueo. Como yo le llevaba muchas fotos, le interesaba y yole dejaba hacer pero, mal que bien, trataba de controlarlo.

    En cierto modo, cuando usted se fue, ya estaba interesado en la foto-grafa, le gustaba hacer fotos. Proyectaba servirse sistemticamente

    de la fotografa durante su estancia? Tena ese proyecto?

    S que yo le daba mucha importancia; haba comprado cuadernos dedibujo en los que pegaba los negativos y tambin tena cajas de zapatos

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    para clasificar las pelculas: haba comprado unos sobrecitos de celu-loide donde meta las fotos e indicaba en el sobre unos nmeros quecorrespondan al cuaderno en el que estaban los negativos. Me intere-saba mucho. Tena un problema: guardo todas las pelculas? Yo he te-nido tendencia a guardar mucho porque vea siempre dos funciones.

    Por una parte estaba la funcin documental: en algunos casos, yo hacalas fotografas para poder recordar, para poder describir despus, o fo-tografiaba objetos que no me poda llevar. En otros casos, era unaforma de mirar. Hay una sociologa espontnea de la pequea burgue-

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    sa (por ejemplo, el pequeo escritor pequeo burgus: en Francia,Daninos) que ridiculiza a los que se van a hacer turismo con la cmaracolgada al hombro y que terminan por no mirar los paisajes que foto-grafan. Siempre he pensado que se trata de racismo de clase. En todocaso, para m era una forma de intensificar la mirada, miraba mucho

    mejor y, a menudo, supona una entrada en materia. He acompaado alos fotgrafos en sus reportajes y he visto que nunca se dirigan a laspersonas que fotografiaban, prcticamente no saban nada de ellos.As pues, haba varios tipos de fotografas: una lmpara de boda que yo

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    fotografiaba para poder analizar despus cmo estaba hecha, o un mo-lino de grano, etc. En segundo lugar, fotografiaba cosas que me pare-can hermosas, me gustaba mucho ese pas, estaba en un estado de ex-trema exaltacin afectiva y haca fotos de cosas que me gustaban.Todava estoy viendo una fotografa donde apareca una nia con tren-

    zas y su hermanita al lado, se la podra considerar una virgen alemanadel siglo xv. O tambin otra foto que me gusta mucho de una nia pe-quea que recuerdo a la entrada de una zona de chabolas, mediraochenta centmetros y llevaba, aferrada al cuerpo, una hogaza de pan

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    que haba ido a buscar y que era casi tan grande como ella. Era muy so-bria, destacaba sobre una pared blanca.

    En qu momento comenz a hacer fotografas de forma sistemtica?Despus del servicio militar?

    S, eso es, en los aos sesenta. Se me ocurri fotografiar situacionesque me impresionaban mucho porque mezclaban realidades diso-nantes. Hay una de ellas que me gusta particularmente. Es una foto

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    que tom un da de mucho sol, en pleno verano, en Orlansville, unode los lugares ms calurosos de Argelia, donde haba un cartel queanunciaba una autoescuela con una carretera que serpenteaba entreabetos y, justo al lado, un anuncio de Frigidaire. Esta clase de mezclame diverta. Otra, que puse en la portada del libroAlgrie 605, tambin

    es, en mi opinin, muy tpica. Dos hombres con turbante, rabes a laantigua, estn sentados en el estribo de un coche (se ve mi coche, un

    5 Algrie 60. Structures conomiques et structures temporelles,Pars, Minuit, 1977.

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    Renault Dauphine, aparcado un poco ms lejos) hablando con muchaseriedad.

    La pregunta que surge cuando se miran estas fotos es la siguiente: seve que no son fotos tursticas, sino fotos dirigidas o montadas. Tie-nen una finalidad; usted deca que tomaba una fotografa para ob-

    jetivar, para crear una distancia o para situarse fuera del tiempo du-rante un momento. Por tanto es lgico pensar que existe una relacinintrnseca entre la manera de objetivar a travs de la mirada fotogr-

    fica y la aproximacin etnolgica que estaba usted construyendo, y

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    los dos ojos, el ojo del etnlogo, del antroplogo, y el ojo del fotgrafodeben tener una afinidad electiva.

    Tiene usted razn, sin duda. Haba en los dos casos esta clase de rela-cin, a la vez objetivante y afectuosa, a la vez distante y prxima, algo pa-

    recido a lo que se entiende por humor. Hay una serie de fotos que hiceen la regin de Collo en una situacin bastante dramtica, ya que yo es-taba en poder de gente que tena mi vida y la de los que estaban con-migo en sus manos, una serie de fotos donde la gente est bajo un gran

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    olivo, charlando y tomando caf. Hacer fotografas era una manera dedecirles: Ustedes me interesan, estoy con ustedes, escucho sus his-torias, voy a dar testimonio de lo que ustedes viven. Por ejemplo,hay una serie de fotos, nada estticas, que tom en un lugar que sellama Ain Aghbel y en otro que se llama Kerkera: los militares haban

    concentrado a la gente, que hasta entonces viva en ncleos dispersosen las montaas, en agrupaciones de casas sobre el modelo de un cas-trum romano y yo, contra la opinin de mis amigos, haba ido solo a lamontaa, a pie, hacia los pueblos destruidos, y all haba encontrado

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    casas a las cuales les haban quitado el techo para obligar a la gente amarcharse. No las haban quemado pero ya eran inhabitables y alldentro quedaban vasijas (se trataba de algo que haba comenzado a es-tudiar en otro pueblo, en Ain Aghbel: hay lugares donde todo lo quellamaramos el mobiliario era de tierra, fabricado, modelado por las

    mujeres) que llaman en Cabilia los aqufis, esas grandes vasijas parameter el grano, decoradas con dibujos, que representan a menudoserpientes, porque la serpiente es un smbolo de resurreccin. Portanto, yo estaba encantado de poder fotografiarlas, pese a lo angus-

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    tioso de la situacin, y esto es algo muy contradictorio. Pude fotogra-fiar aquellas casas y aquellos muebles inmviles gracias a que habadesaparecido el techo Se trataba de una situacin muy habitual enmi experiencia, que era bastante extraordinaria: me conmova muchoy era muy sensible al sufrimiento de toda esa gente, pero, al mismo

    tiempo, mantena tambin una distancia de observador que se mani-festaba en el hecho de hacer fotografas. He pensado en todo esto le-yendo a Germaine Tillan, etnloga que trabaj en los Aurs, otra re-gin de Argelia, y que en su libro Rave nsbrck explica que ella vea

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    morir a la gente sobre el terreno y haca una seal cada vez que habaun muerto. Cumpla con su trabajo de etnloga profesional y eso, dice,la ayudaba a mantenerse. Pensaba yo en eso y me deca que yo era untipo raro: estaba all, en ese pueblo donde hay un olivar, un lugardonde la gente, el mismo da de nuestra llegada no, no el primer

    da, fue el segundo da, el primero fue ms dramtico, no lo cuento,sera poner algo depathos heroico, as pues, el segundo da, la genteempez a decir: Yo tena esto, yo tena aquello, yo tena diez cabras,yo tena tres carneros, decan todos los bienes que haban perdido;

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    yo estaba con otros tres y tomaba nota de todo lo que poda. Registrabael desastre y, al mismo tiempo, con una especie de irresponsabilidadeso s que es de verdad la irresponsabilidad acadmica, me di cuentade ello retrospectivamente, pensaba estudiar todo aquello con lastcnicas de las que dispona y me repeta sin cesar: Pobre Bourdieu,

    con los pobres recursos con los que cuentas, no ests a la altura, ha-bra que saberlo todo, comprenderlo todo, el psicoanlisis, la econo-ma; hice tests de Rorschach; hice todo lo que pude tratando decomprender y, al mismo tiempo, tena la intencin de recoger los ri-

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    tuales, los ritos del primer da de primavera, por ejemplo. Aquellagente me cont historias, historias de ogros y de juegos a los cuales sepusieron a jugar: haban tomado aceitunas del olivo que tenan en-cima de ellos, aceitunas todava verdes, y empezaba el juego: uno ti-raba las aceitunas y deba recuperarlas con el dorso de la mano y,segn el nmero de aceitunas falladas, se ganaba tres o cuatro papiro-tazos. Bajo aquel olivo, pregunt a aquellos individuos que andabanentre los treinta y cincuenta aos, algunos de los cuales llevaban unfusil oculto bajo su chilaba, se pusieron a jugar (quien perda dos sellevaba una toba con dos dedos, quien tres, con tres dedos, etc.) y gol-peaban muy, muy fuerte, jugaban como los nios. Es tpico de mi re-lacin con ese pas. Era muy difcil hablar con justicia de todo eso: nose trataba en absoluto de campos de concentracin. Era dramtico,pero no como se deca. Yo observaba todo eso, que era realmente muycomplicado, muy por encima de mis recursos! Cuando me hablabana veces necesit dos o tres das seguidos para comprender nombresde lugares o de tribus complicados, cifras de las prdidas de ganado, debienes me quedaba absorto, ya que todo era bueno para registrarlo, yla fotografa, eso es lo que era, un modo de afrontar la conmocin deuna realidad abrumadora. En una poblacin muy cercana de all lla-

    mada Kerkera, un centro enorme que se extenda por una gran llanurapantanosa que la gente de la zona no cultivaba porque no tenan ara-dos ni yuntas lo bastante fuertes, haban instalado gente; era un n-cleo inmenso, dos mil, tres mil personas, esa especie de suburbiochabolista sin ciudad era trgico y all, precisamente, hice la cosa msenloquecida de mi vida: una encuesta de consumo a la manera delINSEE (una encuesta de consumo es muy pesada de hacer, se llega conun cuestionario y se pregunta: Qu compr usted ayer? velas,pan, zanahorias... se va enumerando y se va poniendo s o no, sevuelve a pasar dos das despus y ms tarde una tercera vez). Aunqueyo no estaba solo ramos tres o cuatro supona un trabajo enorme

    organizar y realizar una encuesta semejante en una situacin tan dif-cil; de esta encuesta no sali nada extraordinario, excepto que en estapoblacin, que tena un aspecto oprimido, homogeneizado, nivelado,reducido al ltimo grado de la miseria, encontramos una distribucin

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    normal, se daban todas las diferencias de una poblacin ordinaria,una dispersin normal.

    Al escucharle, se tiene la impresin de que usted no ha seguido unproyecto concreto, de que usted quera picotear un poco por todas

    partes y hacer toda la sociologa en poco tiempo.

    S, pero cmo poda actuar de otra manera? Qu poda hacer antealgo como aquello, ante una realidad tan apremiante, tan angustiosa?

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    Por supuesto, exista el peligro de dejarme arrastrar y de hacer unacrnica alucinada donde contara todo. Ese fue uno de los grandeserrores que comet, no llevaba un diario, tena retazos de notas confu-sas. Era duro, hay que decirlo; no haba tiempo, era agotador.

    Una pregunta concreta: si usted no llevaba diario, estoy casi segurode que, al ver las fotos, usted consigue recolocarlo todo de forma bas-tante rpida y fiable, y puede decir con seguridad, viendo a determi-nada nia sentada en el suelo: Esto era all. No es cierto? Por

    tanto, son soportes de la memoria muy...

    S, claro, puedo decir: Eso era en Orlansville, eso era en Cheraia...

    Por tanto, son muy importantes esos sopor tes de la memoria, y ha-bra que ver si en un segundo momento

    Habra requerido pero yo no tena la fuerza necesaria, trabajaba, eraalgo inimaginable, desde las seis de la maana hasta las tres de la ma-drugada; Sayad era el nico que resista, los otros estbamos reventa-dos, era muy, muy duro.

    Volvamos una vez ms a la cuestin de la mirada, lo afectivo est enel centro mismo, y despus est la brecha, que para usted tiene muchaimportancia; la brecha que atraviesa un mundo en vas de desapari-cin en sus formas conocidas y habituales, y un mundo nuevo que seimpone muy rpidamente. Esto es, la no-contemporaneidad de losobjetos. En el libro Travail et travailleurs en Algrie6, parece que loque estructura la mirada sociolgica es el desfase entre estructurastemporales y estructuras econmicas; por tanto, se puede decir que seencuentra el mismo leitmotiven las fotos, en la mirada fotogrficadirigida hacia ese mundo social

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    6 Travail et travailleurs en Algrie (con A. Darbel et al.), Pars, Minuit, 1964.

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    En la cubierta de Travail et travailleurs en Algrie puse una foto que, enmi opinin, es muy caracterstica: son unos obreros agrcolas en la lla-nura de la Mitidia, cerca de Argel. Trabajan en cadena, sulfatan y estnunidos por una manguera que los ata a una mquina donde se trans-porta el sulfato, avanzan en lneas de cinco, seis, quiz ms. Aqu po-demos ver claramente la situacin de estas gentes y, al mismo tiempo,

    la industrializacin del trabajo agrcola en las grandes granjas colo-niales, que estaban muy avanzadas con respecto a la agricultura fran-cesa. Yo haba mantenido breves entrevistas con aquellos hombresque, puesto que ganaban un salario de miseria como obreros agrcolas,

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    cultivaban a menudo un pequeo terreno propio, en los lmites mis-mos de las grandes propiedades coloniales.

    Lo que usted dice sobre la forma de concebir y de hacer esas fotogra-fas plantea la cuestin de cmo aprehenderlas y presentarlas demanera adecuada. Hay que crear una relacin con la investigacinetnolgica y con los libros que hablan de sus inicios donde ustedanaliza el objeto que se encuentra tambin en las fotos; parece evi-dente que hay que crear un lazo entre los dos, pero vacilamos porque,a primera vista, existe una manera ms espontnea y ms simplista,quiz, que buscar en los textos descripciones de situaciones, explica-ciones, que hacen reflexionar sobre lo que se ve en las fotos.

    Es normal vincular el contenido de mis investigaciones a mis fotos.Por ejemplo, una de las cosas que ms me interesaba por entonces eralo que yo llamaba la economa de la miseria o la economa de lossuburbios. Por lo general (y no solo con la mirada racista, sino sim-plemente con la mirada ingenua), se vea el suburbio como sucio, feo,desordenado, incoherente, etc., cuando lo cierto es que se trata de unlugar de vida muy compleja, de una verdadera economa que tiene su

    lgica y en la que se desarrolla mucho ingenio, y que ofrece a muchaspersonas los medios mnimos de supervivencia y, sobre todo, razonespara vivir socialmente, es decir, para escapar al deshonor que repre-senta para un hombre que se precie el hecho de no hacer nada, de nocontribuir en nada a la existencia de su familia. Hice muchas fotossobre esto, sobre todo de los buhoneros, de los vendedores ambulan-tes, y la verdad es que estaba verdaderamente pasmado por el desplie-gue de ingenio y de energa que representaban aquellas construccionesinslitas que recordaban un escaparate o una tienda, o el muestrariode objetos heterclitos sobre el suelo (eso me interesaba tambin es-tticamente, porque es muy barroco), por los boticarios a los que inte-

    rrogaba, que vendan todos los recursos de la magia tradicional cuyosnombres registraba, afrodisacos, etc. Haba tambin carniceros muypintorescos (esos tres grandes postes de madera agavillados, de losque cuelgan trozos de carne), tema tpico para el fotgrafo que est a la

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    caza de lo pintoresco, de lo extico. Yo siempre tena presentes algunashiptesis sobre la organizacin del espacio: hay un plano de la pobla-cin con una estructura, una estructura de la casa; igualmente, habaobservado que la estructura de la distribucin de las tumbas en los ce-menterios reproducagrosso modo la organizacin de la poblacin por

    clanes: encontrara la misma estructura en los mercados? Esto merecuerda una foto que tom en un cementerio: sobre una tumba an-nima, una lata de estofado llena de agua. Al sptimo da despus de lamuerte, hay que poner el agua para sujetar el alma femenina; ahora

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    bien, en ese caso, se trataba de una lata de estofado que haba conte-nido un producto tab, el cerdo

    Al volver a Francia, empez muy pronto investigaciones sobre la foto-grafa7. Cmo surgi la idea? Se la sugiri alguien del exterior?

    No me acuerdo bien y no quiero decir tonteras. S que esto estuvo re-lacionado con un centro de investigaciones que Raymond Aron aca-baba de crear y cuya secretara general me haba confiado; yo no estabamuy seguro de m y pens que tena que ingenirmelas para conseguirdinero por m mismo. De este modo, si haca tonteras no sera dema-siado grave As que firm un contrato con Kodak. La fotografa eraun tema que me interesaba. Estaba convencido de que, evidentemente,la nica prctica con dimensin artstica accesible a todos era la foto-grafa, y que el nico bien cultural universalmente consumido eratambin la fotografa. Por aquella va, pues, podra elaborar una teoraesttica general. Era, a la vez, muy modesto y muy ambicioso. Suele de-cirse que las fotos populares son horribles, etc., y yo quera compren-der, en primer lugar, por qu era as y tratar de explicar, por ejemplo,la frontalidad de esas imgenes, el hecho de que en ellas se muestren

    relaciones entre las personas, un montn de cosas que hablan de lanecesidad y que, al mismo tiempo, tenan un efecto de rehabilitacin.Y luego comenc el anlisis de una coleccin de fotos, la de Jeannot, miamigo de la infancia: las mir una a una, me empap de ellas, creo queencontr muchas cosas en aquella caja de zapatos.

    Pero cuando estaba usted en Argelia haciendo fotografas, ya co-ment que haba observado a los fotgrafos profesionales y dijo: Yono hubiera hecho esa foto o la habra hecho de otra manera, yotras veces: la habra hecho como ellos. Se ve ya una preocupa-cin por el uso de la fotografa y, por tanto, es como un principio, un

    punto de partida para la reflexin

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    7 Un art moyen. Essai sur les usages sociaux de la photographie (con L. Boltanski), Pars, Mi-nuit, 1965.

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    Es verdad. Si bien los fotgrafos profesionales hacan a veces fotos queme hubiera gustado hacer, incluso de las cosas ms raras, fotografia-ban tambin muchas cosas que yo no hubiera fotografiado, que eransimplemente pintorescas. Pienso que no les resultaba fcil fotogra-fiar, salvo por accidente, una visin no convencional de esa sociedad,sin otro modelo que la categora de lo pintoresco: tejedores en su ofi-cio, mujeres volviendo de la fuente. Entre mis fotos ms tpicas re-cuerdo la de una mujer con velo montada en una motocicleta que, sinduda, tambin habran podido hacer ellos. Ese es el aspecto msfcil de lo que yo trataba de captar. Tengo una ancdota que explicamuy bien mi experiencia de ese pas (un pas extrao, donde experi-mentaba sin cesar un sentimiento trgico estaba muy ansioso, so-aba por las noches y donde, sin embargo, vea constantementecosas divertidas, que me hacan rer o sonrer), una historia que ex-presa muy bien esta experiencia doble, contradictoria o ambigua, quesiempre me ha costado mucho explicar o hacer comprender aqu, enFrancia, o incluso en Argelia, a ciudadanos argelinos de origen bur-gus; pienso en una joven estudiante, originaria de una gran familiade Kouloughlis, que participaba en nuestras encuestas en el medio ur-bano (me ha escrito hace poco) y que no poda evitar un sentimiento

    de temor mezclado con el de horror frente a gentes que a m me im-pactaban mucho, hasta en las estrategias algo ridculas o lamentablescon que trataban de escenificar o destacar su miseria y su desgracia.(Por esa razn me gustaba mucho la mirada de hombres comoMouloud Ferraoun, cuando me contaba sus embrollos con los padresde alumnos, o de Abdelmalek Sayad, que diriga a la gente con la quenos cruzbamos una mirada a menudo divertida y un poco tierna a lavez.) Vuelvo a mi historia: un da que yo sala de un parking, una mujercon velo, joven, viendo que yo dudaba en adelantarla con mi coche, sevolvi hacia m y, bajo su velo, me dice: Entonces qu, tesoro, vas aaplastarme?.

    Ver, lo que cuenta me recuerda, al menos un poco, unas palabras deGnther Grass, que probablemente recordar usted tambin. Dijo:La sociologa es demasiado seria!. No es verdad! En absoluto, lo

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    que l no ha comprendido, es que no era posible que entrara la risa enLa miseria del mundo.

    El desarraigo, que aparece mucho en La miser ia del mundo, no dejamucho espacio para el lado gracioso. Y adems, si buscara un modelo

    literario para expresar experiencias tan terribles, hasta en sus aspectosms divertidos, pensara ms bien en Arno Schmidt. Con frecuencialamento no haber llevado un diario. Estaba muy atento a mi deberde investigador y de testigo, y pona lo mejor de m, con los medios que

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    tena, para transmitir experiencias extraordinarias y universales, lasde todos los xodos y de todas las guerras de liberacin. Adems, a mno me bastaba con dar testimonio, a la manera de un buen reportero;quera extraer la lgica y los efectos transhistricos de esos grandesdesplazamientos forzados de poblacin. Por otra parte, hay un montnde cosas que a uno ni se le pasa por la imaginacin contar a causa de lacensura de la circunspeccin acadmica. Y es muy probable que lo quele estoy contando ahora no hubiera podido decrselo hace treinta aos,o quiz se lo habra dicho pero no me habra atrevido a hacerlo comoen este momento.

    Ahora puede permitrselo, de todas formas, la obra est ah, puederevisarla para mostrar el rostro oculto.

    De hecho, la preocupacin por ser serio, cientfico, me ha llevado a re-primir la dimensin literaria: he censurado muchas cosas. Creo quedurante todo el primer perodo del Centro de Sociologa Europea, sinque llegara a ser una consigna, se nos persuada tcitamente a censurartodo lo que fuera filosofa y literatura. Haba que respetar las reglas t-citas del grupo. Y aquello pareca impdico, narcisista, complaciente.

    Ahora lamento con frecuencia no haber conservado restos utilizablesde esta experiencia. Es verdad que he vivido desde entonces muchascosas que me han separado de mis contemporneos intelectuales. Heenvejecido mucho ms rpido S, es verdad, algn da debera pro-bar a decir delante de un magnetofn lo que me viene a la mente mi-rando las fotos

    Una pregunta personal para terminar: qu papel cree que desem-pea su experiencia argelina en el contexto del autosocioanlisis queacaba usted de esbozar en su ltimo curso en el Collge?

    Yvette Delsaut escribi un texto al respecto donde deca muy acertada-mente que Argelia es lo que me ha permitido aceptarme a m mismo. Lamirada de etnlogo comprensivo que he dirigido a Argelia pude diri-girla hacia m mismo, a las gentes de mi pas, hacia mis padres, al

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    acento de mi padre, de mi madre, y recuperar todo ello sin drama, quees uno de los grandes problemas de todos los intelectuales desarraiga-dos, atrapados en la alternativa del populismo o, por el contrario, de lapropia vergenza ligada al racismo de clase. He puesto en gentes muysimilares a las de la Cabilia, gentes con las que pas la infancia, la mi-rada de obligada comprensin que define la disciplina etnolgica. Laprctica de la fotografa, primero en Argelia, despus en Barn, ha con-tribuido mucho, acompandola, a esta conversin de la mirada quesupona creo que la palabra no es demasiado fuerte una verdaderaconversin. La fotografa es, en efecto, una manifestacin de la distan-

    cia del observador que registra y que no olvida lo que registra (lo que nosiempre es fcil en las situaciones familiares, como el baile), pero su-pone tambin toda la proximidad del familiar, atento y sensible a losdetalles imperceptibles que la familiaridad le permite y le impulsa a

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    captar e interpretar sobre el terreno (no se dice del que se comportabien, cordialmente, que es atento?), a todo eso infinitamente pe-queo de la prctica que escapa a menudo al etnlogo ms atento. Estligada a la relacin que siempre he mantenido con mi objeto, del quenunca he olvidado que se trataba de personas sobre las que yo ponauna mirada que de buen grado, a no ser por temor al ridculo, llamaraafectuosa, y con frecuencia tierna.

    Por esta razn, nunca he dejado de hacer entrevistas y observacio-nes directas (siempre he comenzado de este modo cada una de misinvestigaciones, cualquiera que fuera el tema), rompiendo as con lasrutinas del socilogo burocrtico (que, para m, encarnan Lazarsfeld yel Bureau de Columbia, que aplicaban el taylorismo a la investigacin)que no accede a las encuestas ms que a travs de encuestadores in-terpuestos y que, a diferencia del etnlogo ms pusilnime, no tieneocasin de ver a las personas encuestadas, ni su entorno inmediato.Las fotos que se pueden volver a ver con tranquilidad, como las graba-ciones que se pueden volver a escuchar (sin hablar del vdeo), permi-ten descubrir los detalles inadvertidos en el primer visionado y queno se pueden observar detenidamente, por discrecin, durante la en-cuesta (pienso, por ejemplo, en los interiores del obrero metalrgico

    de Longwy o de su vecino argelino durante la encuesta de La miseriadel mundo).

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    GUERRA Y MUTACIN SOCIAL EN ARGELIA

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    Las consecuencias sociolgicas de la guerra corresponden a dos rde-nes muy diferentes que conviene no confundir: por una parte, las mu-taciones sociolgicas determinadas por el solo hecho de que existe laguerra; por otra parte, las transformaciones y las convulsiones origi-nadas por la evolucin misma de la guerra, por los choques culturalesque provoca y por las medidas de orden poltico o militar que se tomanpara hacer frente a la situacin de guerra.

    Consideremos, por lo pronto, el primer tipo de transformaciones.En efecto, la sola existencia de la guerra ha originado una transforma-cin radical de la situacin, es decir, del terreno sociolgico en el cualse realizan los comportamientos, al mismo tiempo que una mutacinde la actitud de los individuos incluidos en esa situacin con respecto ala situacin misma. Desde el punto de vista sociolgico, ese es, sinduda, el acontecimiento ms importante que se ha producido en Arge-

    lia durante los ltimos ciento treinta aos. Todo sucede como si estasociedad, que, ms o menos conscientemente, haba decido detenersey cerrarse en s misma, que opona mil murallas invisibles e inexpug-nables a cualquier intrusin novedosa, se hubiera abierto bruscamentey se hubiera puesto de nuevo en marcha por sorpresa. Cmo inter-pretar esta especie de mutacin brusca y global, de la que dan testimo-nio mil rasgos?

    La guerra constituye el primer cuestionamiento radical del sistemacolonial y, lo que es ms importante, el primer cuestionamiento queno es, como en el pasado, simblico y, en cierto modo, mgico, sino realy prctico. Se ha visto que muchos rasgos culturales, tales como el

    apego a ciertos usos indumentarios (por ejemplo, el velo o el tur-bante), a cierto tipo de conductas, de creencias, de valores, podan pa-recer una manera de expresar simblicamente, es decir, a travs de loscomportamientos implcitamente investidos de la funcin de signos, el

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    rechazo a incorporarse a la civilizacin occidental, identificada con elorden colonial, la voluntad de permanecer en s mismos, de afirmar ladiferencia radical e irreductible, de negar la negacin de s mismos, dedefender una personalidad amenazada y acosada. En una situacin co-lonial, toda renuncia a los rasgos culturales dotados de valor simblicohubiera significado, objetivamente, la renuncia a s mismos y el vasa-llaje aceptado a la otra civilizacin.

    Quiz el hecho sociolgico esencial sea que la guerra por s solaconstituye un lenguaje, que le da al pueblo una voz y una voz que diceno. Adems, entre los miembros de la casta dominada y los miembrosde la casta dominante se interpone siempre otra presencia que Ray-mond Aron ha denominado en algn sitio el tercer hombre. A par-tir de ese momento, se rompe el encanto de la conversacin; la rela-cin entre el dominante y el dominado ya no puede ejercerse en supureza esencial. La lgica de la humillacin y del desprecio se quiebra.

    Desde el momento en que la negacin radical se instala en el cora-zn mismo del sistema, real, concreta, temible, capaz de llenar depreocupacin a la gran Francia, capaz de determinar la inquietud y laangustia de los europeos hasta entonces seguros e inquebrantables,capaz de provocar crisis ministeriales, debates en las Naciones Uni-

    das, programas, conferencias y discursos, visitas de ministros y deobservadores extranjeros, desde el momento en que el mundo enterose ve forzado a reconocer la existencia de esta negacin, todas las ne-gaciones mgicas y los rechazos simblicos pierden gran parte de sufuncin y de su significado.

    Cada argelino puede tambin reconocerse y reconocer los prsta-mos profundos que ha tomado de la civilizacin occidental, puede in-cluso confesar y confesarse, como me deca sonriendo uno de ellos, queest integrado; puede proclamar, sin caer en la contradiccin, que seadhiere a los valores de la civilizacin occidental e incluso a su estilo devida; puede incluso negar, sin negarse, una parte de su propia herencia

    cultural. La negacin persiste, permanente e inalterable. El tradicio-nalismo colonial revesta, en esencia, una funcin simblica: repre-sentaba, objetivamente, el papel de un lenguaje de rechazo. Dado quela negacin existe en las cosas mismas, negacin que constituye la

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    suma de todos los rechazos individuales, la novedad aportada por Oc-cidente puede ser admitida sin que la aceptacin exprese servidumbre.

    Las renuncias ms manifiestas, y tambin las ms espectaculares,son tal vez las que afectan a las tradiciones revestidas de un valor esen-cialmente simblico, tales como llevar el velo o el turbante. A la fun-cin tradicional del velo, en efecto, se ha aadido, como en sobreim-presin, una funcin nueva en relacin con el contexto colonial. Sinllevar muy lejos el anlisis, se ve, en efecto, que el velo constituye antetodo una defensa de la intimidad y una proteccin contra la intrusin.Y los europeos siempre lo han percibido vagamente como tal. La mujerargelina que lleva velo crea una situacin de no-reciprocidad; como unjugador desleal, ve sin ser vista, sin dejarse ver. Y se trata de toda lasociedad dominada la que, a travs del velo, rechaza la reciprocidad,que ve, que mira, que penetra, sin dejarse ver, mirar, penetrar. Se oyea menudo en boca de los europeos indignadas peroratas contra estaclase de deslealtad, ese rechazo a jugar el juego que hace que los argeli-nos tengan acceso a la intimidad de los europeos mientras que impi-den todo acceso a su propia intimidad. As pues, puede considerarse elvelo como el smbolo del encerramiento en s mismos. Sin embargo,en los ltimos aos, se observa en las esposas e hijas jvenes una ten-

    dencia muy marcada al abandono del velo, con un descenso y una re-gresin de la tendencia en torno al 13 de mayo [1958] llevar velo ad-quira entonces su sentido de negacin simblica, y su abandono podaser entonces interpretado, objetivamente, como signo de obedienciay, actualmente, la tendencia al abandono es muy clara y se puede ob-servar incluso en el campo.

    Esta transformacin global de la actitud aparece tambin en otrosterrenos. Los miembros de la casta dominada consideraban, con razno sin ella, que algunas instituciones eran solidarias de la situacin co-lonial y se reciban, de hecho, con mil reticencias. Por ejemplo, la en-seanza y la medicina. La relacin entre el enfermo y el mdico, entre

    el alumno y el maestro, se ejerca en el marco de la situacin colonial ytomaba de ella su sentido. Las prescripciones del mdico y las ense-anzas del maestro o del monitor podan interpretarse intuitivamente(sin que los fundamentos de este sentimiento afloraran necesaria-

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    mente a la conciencia) como esfuerzos para imponer las normas deuna civilizacin extranjera.

    Desde hace algunos aos, las resistencias y las reticencias han dadopaso a una extraordinaria sed de instruccin que la vuelta a las aulas hapermitido observar y que aparece tambin en otros mil signos8. Pese alimportante esfuerzo que se ha realizado para aumentar las aulas y losmaestros, el nmero de nios que no han encontrado plaza en las es-cuelas sigue siendo, ya lo sabemos, considerable. Y todos los docentes,sobre todo en las ciudades, han sufrido el asalto y el acoso de padresque exigan la inscripcin de sus hijos. La instruccin de las nias, quehasta fecha reciente ha provocado las resistencias ms fuertes, generaactualmente un gran inters, tanto como la instruccin de los varones.

    Pero lo que quiz constituye el hecho esencial es que lo que hastaentonces era sentido como una obligacin impuesta o como una con-cesin, se reclama ahora como un deber. Todo esto se pone de mani-fiesto a travs del comportamiento de los padres que solicitan la ins-cripcin de sus hijos en las escuelas o tambin de esas mujeres que sepresentan, todas las maanas, en la puerta de los centros sociales. Laactitud del mendigo que pide humildemente una limosna ha sido sus-tituida por una disposicin de espritu reivindicativo y firme que lleva

    a reclamar como algo debido los cuidados y los servicios.La actitud de devota sumisin estaba confusamente ligada a una ac-

    titud de renuncia causada por el sentimiento, confesado o inconfe-sado, de que el europeo era inimitable e inigualable, de hecho y de de-recho. Los miembros de la casta dominada pudieron admitir a veces, sino en sus conciencias y en sus voluntades, al menos en sus actitudes,que las diferencias de estatus traducan diferencias de naturaleza. Noes natural, cuando el orden social es tal que, para el individuo de la

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    8 Un sondeo efectuado en una biblioteca de los alrededores de Argel ha mostrado que losadultos leen mucho y que leen, sobre todo, obras de alto contenido literario. La lectura

    de los peridicos franceses (Le Monde, en particular), motivada al principio por el deseo deinformacin poltica, ha contribuido mucho a desarrollar esta sed de instruccin, cuyaclave podra encontrarse, quizs, en estas palabras de un nio argelino recogidas porRobert Davezis (Le Front, d. de Minuit): Si Argelia es libre y yo no puedo leer, nosirve de nada.

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    casta dominada, la experiencia de la relacin con el superior, sea el pa-trn, el mdico, el maestro de escuela o el polica, se superpone y seconfunde con la experiencia de la relacin con el europeo9? Por consi-guiente, el argelino tiende a representar el personaje de rabe-para-el-francs. El que va a solicitar un empleo a un francs sabe que es ne-cesario expresarse de una cierta manera, que tiene que ser puntual,que debe asegurar un cierto rendimiento, y as sucesivamente. El eu-ropeo no capta de l ms que esa mscara y ese papel. Con frecuencia,esta actitud resulta tan torpe y forzada que el argelino lleva su perso-naje como un traje mal cortado y, por esa misma preocupacin de serirreprochable y conforme a lo que se espera de l, es acusado de fingi-miento o de falsedad. Un ejemplo bastar para ilustrar este anlisis: enuna casa francesa, el hijo de la empleada de hogar argelina fue recibidoun da como invitado; durante toda la comida, la madre se comportcomo empleada domstica, silenciosa, activa, solcita. En el momentodel caf, se la invit a sentarse entre los anfitriones. De pronto, ellacambi totalmente de actitud, como un actor entre bastidores. Se mos-tr llena de dignidad y de distincin; particip en la conversacin;todo en ella se transform, hasta su manera de sentarse en la silla, deerguir la cabeza o de sonrer.

    La actitud de proteccin abusiva, que conduce a desposeer a una so-ciedad de la preocupacin y de la responsabilidad de su propio des-tino, tiende a desarrollar en ella una actitud de renuncia resignada, derepliegue sobre s misma y de indiferencia con respecto a su propiodestino. Tambin la poltica asistencial paternalista tiene como efecto,en el mejor de los casos, colocar a quienes son su objeto en la posicinde nios irresponsables e inconscientes, ajenos a toda inquietud refe-rida a su propia suerte y, al tiempo, indiferentes, o, si se prefiere, in-gratos, en relacin con aquellos que tanto hacen por ellos.

    Adems, la guerra ha cambiado muchas cosas. Ha proporcionado aese pueblo, mantenido a raya durante mucho tiempo, la ocasin de

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    9 Tambin se da a la recproca. Muchos europeos de Argelia me han contado cunto seasombraron, durante su primer viaje a Francia, al ver a franceses trabajando como peo-nes o barrenderos, o viviendo en tugurios como rabes.

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    aparecer y de mostrarse como adulto, consciente y responsable; le hapermitido tambin la experiencia de la disciplina libremente asu-mida, en resumen, de la autonoma. Se sabe, por ejemplo, que los re-pudios eran muy frecuentes en Argelia y, segn un folleto oficial, enese terreno sera conveniente la intervencin con una medida de au-toridad, porque no parece que los musulmanes estn, al menos porahora, muy dispuestos a renunciar a ese privilegio 10. Pues bien, habastado que el Ejrcito de Liberacin Nacional promulgara normasprecisas, en diversas regiones de Argelia, para que se haya observadouna clara regresin del nmero de repudios. En otros terrenos, la au-tonoma del Ejrcito de Liberacin le ha permitido realizar en unosdas lo que no se haba conseguido en ciento treinta aos de accincivilizadora. Se cuenta que, en muchos lugares, procesos que searrastraban durante aos con cierta complacencia por ambas partespudieron resolverse en pocos minutos gracias al arbitraje de los com-batientes del FLN. La experiencia de una disciplina libremente acep-tada e impuesta por argelinos para argelinos, en nombre del interscomn, ha hecho caer muchas otras resistencias consideradas por logeneral como insalvables.

    Sin embargo el hecho es muy importante, la mayora de las disci-

    plinas impuestas de este modo tenan contenidos idnticos a las que laadministracin francesa se haba esforzado siempre por hacer respe-tar. El FLN recauda los impuestos, controla el estado civil, en ocasionesabre escuelas, etc. Del mismo modo, las tcnicas introducidas son pro-piamente occidentales, ya sean tcnicas mdicas, sanitarias, jurdicas oadministrativas. As, al hacerse cargo de las instituciones y tcnicasque, en la conciencia popular, aparecan como indisociables del sis-tema colonial y que, por esta razn, suscitaban actitudes ambivalentes,el FLN, imponiendo consignas y directivas anlogas en su contenido yen su formulacin a las que hubiera podido decretar la administracinfrancesa, parece haber roto el lazo intuitivamente sentido que una

    esas instituciones y esas tcnicas al sistema de dominio colonial. Solopor ese hecho, todas ellas se vieron afectadas por un cambio de signo.

    10 La Femme musulmane, Argel, 1958.

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    Debido al cambio de contexto, la relacin entre los miembros de lacasta dominante y los miembros de la casta dominada tambin se mo-dific. La guerra desvel a todos y cada uno que la situacin de domi-nante puede ser cuestionada y, con ella, la situacin de dominado. Conel inicio de la guerra, la descolonizacin ya ha comenzado.

    La guerra, en primer lugar, era como una aventura por captulosque cada argelino viva da a da en el horizonte de su pueblo. Poco apoco, gracias al intercambio de informaciones y a la confrontacin deexperiencias, todos se enteran de que en diferentes lugares se produ-cen los mismos acontecimientos. El sentimiento de estar comprome-tido en una aventura comn, de asumir una suerte comn, de com-partir las mismas preocupaciones, de enfrentarse a los mismosadversarios, ha determinado una ampliacin del espacio social; el pue-blo replegado en s mismo, microcosmos cerrado en el que viva elcampesino, se ha abierto; el sentimiento de solidaridad se ha exten-dido hasta las fronteras de Argelia. Esta solidaridad vivamente sen-tida se expresa en mil conductas: han desaparecido prcticamente losusureros, bien porque hayan sido objeto de sanciones muy populares,bien porque, en nombre de ese sentimiento nuevo, se concedan prs-tamos sin inters; reclamar una deuda contrada antes de 1954 se

    considera poco honorable: cuando surge una disputa basta, en la ma-yora de los casos, con interponer un mediador, invocando la solida-ridad de todos los argelinos, para que cese el conflicto. La fraternidadse interpretaba anteriormente como el hecho de pertenecer, de formareal o ficticia, a la misma unidad social (ms o menos amplia) o bien ala misma religin. Hoy en da, el trmino fraternidad tiende a con-vertirse en sinnimo de solidaridad nacional y pierde toda nota tnicao religiosa.

    As pues, la guerra, por su sola existencia y por la concienciacinque ha provocado, fue suficiente para determinar una verdadera muta-cin sociolgica. A este fenmeno global se aaden las perturbaciones

    y las conmociones que son las consecuencias directas e inmediatas deldesarrollo de la guerra, entre las que podemos sealar, por orden deimportancia, los fenmenos de migracin interior, voluntaria o for-zosa, la inseguridad generalizada, las medidas tomadas por la adminis-

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    tracin y el ejrcito, en fin, una considerable intensificacin del con-tagio cultural.

    El pueblo argelino vive hoy en da una verdadera dispora. Los des-plazamientos de la poblacin, forzados o voluntarios, han adquiridoproporciones gigantescas. Segn las estimaciones, el nmero de per-sonas desplazadas oscila entre el milln y el milln y medio; probable-mente esta ltima cifra se halle ms prxima a la realidad. Se puedeadmitir, sin temor a equivocarnos, que un argelino de cada cuatro vivefuera de su residencia habitual. Los fenmenos de migracin internason, en realidad, muy complejos y adoptan formas muy diversas. Losreagrupamientos constituyen solo uno de sus aspectos. Con frecuen-cia, por ejemplo, los pueblos, abandonados por sus habitantes emigra-dos a la ciudad, son ocupados por gentes que llegan de regiones menostranquilas o ms miserables11, sobre todo en la Gran Cabilia y en Pe-quea Cabilia.

    La migracin interna tambin adquiere la forma de xodo hacia lasciudades, que a ojos de los campesinos constituyen un refugio contrala miseria y la inseguridad. Esto es el paraso se oye a menudo enArgel. Se est a salvo de la tormenta. Quienes trabajan en Franciatrasladan a menudo a su familia a una ciudad, a casa de un hermano o

    un pariente, cuando no pueden llevarla a Francia. A veces se tomanunos das de permiso y van ellos mismos a buscarla. Los suburbioscrecen sin cesar. Los antiguos habitantes de Casbah que han podidorealojarse en otra parte para huir de los controles y de las persecucio-nes son reemplazados por la multitud de campesinos que se amontonaen condiciones inverosmiles.

    Por lo dems, es notoria la situacin miserable de la mayora de laspoblaciones reagrupadas. Numerosos centros de reagrupamiento noson ms que, por emplear una expresin de un estudio oficial, hoga-res de miseria o, si se prefiere,suburbios rurales. Segn este estudio,parece, en efecto, que la tercera parte de los reagrupamientos son via-

    bles; en este caso, los reagrupados tienen acceso a sus propias tierras o

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    11 Se establecen acuerdos entre los refugiados y los antiguos habitantes del pueblo en loque concierne, por ejemplo, al reparto de las cosechas.

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    bien disponen de tierras en concesin; no existe el problema de lasubsistencia y el hbitat es adecuado. En los otros dos tercios, s seplantea el problema de la subsistencia, y se plantea de modo muy graveen los reagrupamientos (un tercio) llevados a cabo para responder anecesidades operativas y que estn destinados a desaparecer encuanto la seguridad se restablezca. El simple hecho del cambio de re-sidencia sea en forma de reagrupamiento, de marcha a la ciudad o aFrancia determina una mutacin global de la actitud respecto delmundo; el hecho de vivir en un entorno nuevo implica una ruptura conla tradicin; ruptura que, en la mayor parte de los casos, se consumapor la imposibilidad, sentida como provisional o como definitiva, devolver a la residencia habitual. Podemos verlo mediante el anlisis de uncaso: se trata de una mujer de unos sesenta aos que vive en la ciudaddesde los catorce aos, y que siempre haba mantenido estrechas rela-ciones con su pueblo de origen (Pequea Cabilia), donde todos losaos pasaba algunos meses. En 1955, el viaje a su pueblo se vuelve im-posible. Esta ruptura definitiva de los vnculos con el medio familiar ytradicional, una ruptura que sus cincuenta aos de residencia en laciudad no haban podido consumar del todo, ocasiona un cambio glo-bal de su actitud respecto del mundo y, en particular, respecto a las

    tcnicas occidentales. Antes se contentaba con hacer las duras faenasdomsticas, excluyendo los trabajos de tcnica europea; ahora se hapuesto a planchar y a tricotar. Antes, jams habra probado un platoque no conociera. No oa la radio y nada le interesaban los aconteci-mientos polticos. En pocas palabras, es como si la toma de concienciade la ruptura (ms que la ruptura en s) hubiera despertado en ella lanecesidad de tener que adaptarse a un mundo nuevo al que, hasta en-tonces, haba podido permanecer ajena.

    El hombre comunitario da paso al hombre gregario, desarraigado,arrancado de las unidades orgnicas y espirituales en las cuales y por lascuales exista, desgajado de su grupo y de su tierra, colocado a menudo

    en una situacin material tal que ni siquiera sera capaz de recordar elantiguo ideal de honor y de dignidad. La guerra y sus secuelas, los re-agrupamientos de poblaciones y el xodo rural no hacen ms que preci-pitar y reforzar el movimiento de desagregacin cultural que el contacto

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    de civilizaciones y la situacin colonial haban desencadenado. Msan, este movimiento se extiende ahora a un terreno que se haba man-tenido relativamente al margen porque haba permanecido en parte alabrigo de las empresas de colonizacin y porque las pequeas comuni-dades rurales, replegadas sobre s mismas en la fidelidad obstinada a supasado y a su tradicin, haban podido salvaguardar los rasgos esencia-les de una civilizacin de la que ya no se podr hablar ms que en pa-sado. Una nebulosa de pequeas comunidades, muy estructuradas, dapaso a una polvareda de individuos sin ataduras ni races.

    Los antiguos valores de honor se desmoronan en contacto con lascrueldades y las atrocidades de la guerra. Un viejo cabilio deca: Noes un hombre quien, cuando todo esto acabe, pueda decir, yo soy unhombre. La imagen ideal de s mismo y los valores que se le asocianse someten a la prueba ms cruel. Hay violaciones y raptos de mujeres;situaciones en las que se interroga, zarandea y abofetea al marido enpresencia de las mujeres. Me contaban que, en una ciudad de Gran Ca-bilia, los militares acompaan a las mujeres a la fuente, que se en-cuentra a las afueras del pueblo, para protegerlas. A la vuelta, algunasde ellas van a tomar caf con ellos o los invitan: El joven soldado va ala casa. El viejo, defensor del honor, que ha recibido del exilado el en-

    cargo de velar por su mujer o su hija, sabe que no puede decir nada.Sufre y se calla en su rincn. Un da, el militar lleva comida. l toma suparte y se calla. Est acabado.

    Como una mquina infernal, la guerra hace tabla rasa de las reali-dades sociolgicas, machaca, tritura y desperdiga las comunidadestradicionales: pueblo, clan o familia. Miles de hombres adultos sonmaquis, estn en los campos de internamiento, en prisin, o refugia-dos en Tnez y en Marruecos; otros se han ido a las ciudades de Argeliao de Francia, dejando a su familia en el pueblo o en centros de reagru-pamiento, otros estn en el ejrcito francs; y otros estn muertos odesaparecidos. Son familias dispersas y desgarradas. Regiones ente-

    ras, en Cabilia por ejemplo, se han quedado sin hombres. En una cl-nica que llevan unas religiosas cerca de Chabel eI-Ameur, no hay par-tos desde hace varios meses. En efecto, se asiste a una mutacin de larelacin entre el hombre y la mujer. Muchas mujeres, y no solamente

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    las viudas, se ven cargadas de responsabilidades y tareas que hasta en-tonces correspondan al marido. Muy a menudo, es la mujer la quedebe asegurar la subsistencia de la familia, aunque pueda recibir laayuda de un hermano o de un to. El espacio en que se desarrollaba suvida, hasta entonces muy reducido, se extiende. Se mueve en la ciudadeuropea, entra en los grandes almacenes, toma el tren para ir a visitara su marido o a un hermano, hace gestiones, resuelve las formalidadesadministrativas. Desde su universo cerrado y secreto irrumpe en elespacio abierto, antes en manos de los hombres. Comprometida en laguerra, directa o indirectamente, como actor o como vctima, asumeun nuevo papel arrastrada por la fuerza de las cosas. La argelina, ca-sada o soltera, ha adquirido en los ltimos aos una autonoma muchomayor. La quiebra del bloque familiar lleva a cada miembro del grupoa tomar conciencia de su personalidad y, al mismo tiempo, de sus res-ponsabilidades. Las jvenes de las ciudades escapan a los controlestradicionales y a la presin de la opinin, fundamento esencial delorden de las comunidades rurales. Por otra parte, la ausencia del padrelas deja enteramente a su propio arbitrio. Muchas jvenes, sobre todoen las ciudades, estn hoy en la misma situacin que aquella que loscabilios llaman el hijo de la viuda (cuando todava tienen padre),

    esto es, sin pasado, sin tradiciones, sin ideales, abandonados a s mis-mos. La autoridad del padre, aunque muy viva an, se encuentra confrecuencia alterada. Ya no se la considera como el fundamento detodos los valores y la que ordena todas las cosas. La mayora de jvenesse incorpora a un nuevo sistema de valores en nombre del cual secuestionan las tradiciones.

    Esto es as sobre todo entre los jvenes de quince a veinte aos: for-mados en la guerra, con el radicalismo propio del adolescente, con lamirada en el futuro e ignorndolo todo de un pasado en el que los msancianos hicieran lo que hicieran estn enraizados, a estos jveneslos anima a menudo un espritu de revuelta y un negativismo que los

    separan muchas veces de sus hermanos mayores. Y el cisma psicol-gico entre las generaciones se agrava muchas veces por la separacinde hecho. El mantenimiento de la tradicin supona el contacto conti-nuo de las generaciones sucesivas y el respeto reverencial hacia los an-

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    cianos. En las comunidades rurales, la influencia de los ancianos seprolongaba ms all incluso de la infancia; el adulto continuaba some-tindose a la autoridad de su padre tanto tiempo como viviera a su lado.Con la dispersin de la familia, es la continuidad misma de la tradicinla que se encuentra comprometida.

    De este modo, junto a otras influencias tales como la de la educacinque refuerza la presin de los jvenes y su deseo de emancipacin, o ladel contagio cultural que tiende a oponer el estilo de vida y el sistemade valores de las diferentes generaciones, la guerra ha convulsionado elsistema de relaciones que se estableca entre los miembros de la fami-lia argelina. La familia desgarrada est a punto de convertirse en fa-milia disgregada si no encuentra un nuevo equilibrio. Que los efectosde la guerra hayan podido afectar de forma tan profunda a la sociedadargelina en su corazn mismo, demuestra hasta qu punto es radical yferoz el cuestionamiento provocado por la guerra.

    Estamos en el siglo xiv... Siglo del fin del mundo donde todo loque era regla se convierte en excepcin, y todo lo que estaba prohibido,permitido. Los hijos ya no respetan a los padres, la mujer va al mer-cado, y as sucesivamente. La conciencia popular expresa as la expe-riencia de un universo transformado donde todo va al revs: ve en el

    desorden y el caos que la rodean el mundo del fin, anunciador del findel mundo. Y en Argelia se asiste al fin del mundo. Pero el fin de esemundo se vive tambin como el anuncio de un mundo nuevo.

    La sociedad argelina sufre una sacudida radical. No hay campo quequede al margen. Los pilares del orden tradicional han sido removidoso abatidos por la situacin colonial y la guerra. La burguesa urbanaest disgregada; los valores que encarnaba han sido arrastrados por lairrupcin de las ideologas nuevas. Los grandes feudos, frecuente-mente comprometidos por el apoyo que proporcionaban a la adminis-tracin colonial y, por tanto, asociados a juicio del pueblo al sistema deopresin, han perdido a menudo su potencia material y su autoridad

    espiritual. La masa rural, que opona un conservadurismo obstinado alas innovaciones propuestas por Occidente, se ve inmersa en el torbe-llino de la violencia que hace tabla rasa del pasado. El Islam mismo,por haber sido utilizado, ms o menos conscientemente, como una

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    ideologa revolucionaria, va cambiando poco a poco de significacin yde funcin. En resumen, la guerra, por su naturaleza, su duracin y suamplitud, determin una revolucin radical. Se puede augurar que, re-cuperada la paz, se descubrir una Argelia muy diferente de la Argeliaen la que haba comenzado la guerra, una Argelia profundamente re-volucionaria porque estaba profundamente revolucionada.

    Hacer un anlisis sociolgico de las consecuencias de la guerra noconsiste solo en constatar las ruinas e inventariar los escombros. Enefecto, la mutacin radical que hoy tiene lugar en Argelia no presentasolamente aspectos negativos. La leccin de los hechos proporciona loselementos de una poltica capaz de modificar para bien esta catastrficaexperiencia de ciruga social. Parece que contrariamente a lo que siem-pre se haba afirmado todo es posible en Argelia, siempre que esasmasas que la situacin colonial y la guerra hacen surgir destruyendo losconjuntos comunitarios en los que estaban arraigadas puedan, contotal libertad y con plena responsabilidad, asumir su propio destino. Talvez entonces el conglomerado de tomos desorientados y zarandeadosdar paso a un nuevo tipo de unidad social basada no ya en la adhesinorgnica a los valores proporcionados por la tradicin secular, sino en laparticipacin activa, creadora y deliberada en una obra comn.

    tudes mditerranennes, 1960, p. 25-37

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    HBITUS Y HBITAT

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    Lo esencial es, en efecto, agrupar a ese pueblo que est por todas partes yque no es de ninguna parte; lo esencial es hacerlo aprehensible. Cuandolo tengamos, podremos hacer muchas cosas que hoy nos resultan impo-

    sibles y que nos permitirn, quiz, apropiarnos de su espritu despus dehabernos apropiado de su cuerpo.

    Capitn Charles Richard,tude sur linsurrection du Dabra (1845-1846)

    Soy lorens, me gustan las lneas rectas. La gente aqu est reida con lalnea recta.

    Lugarteniente de Kerkera, 1960.

    Le Dracinement, p. 19

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    La guerra y la represin han terminado lo que la poltica colonial y lageneralizacin de los intercambios monetarios haban iniciado. Lasregiones ms afectadas por esta descampesinizacin son las que hastaese momento haban permanecido relativamente al margen, porque sehaban mantenido al abrigo de las empresas de colonizacin; en efecto,son las pequeas comunidades rurales de las regiones montaosas lasque, encerradas en s mismas con una obstinada fidelidad a sus tradi-ciones, haban podido salvaguardar los rasgos esenciales de una cul-tura de la que ya no se podr hablar ms que en pasado. As sucede enel caso de las Cabilias, del Aurs y de los Nemencha, de los Bibans, delHodna, del Atlas Mitidjia, de las montaas del Titteri, del Ouarsenis,donde la cultura tradicional se haba mantenido relativamente inalte-rada pese a los secuestros tras las insurrecciones, pese a la creacin deunidades administrativas nuevas y de muchas otras medidas; pese, enfin, a las transformaciones determinadas por el simple contagio cultu-ral. En 1960, las zonas montaosas donde el Ejrcito de LiberacinNacional se haba implantado ms rpida e intensamente, ms inclusoque en las zonas fronterizas, se haban vaciado casi por completo desus habitantes, reagrupados en las llanuras al pie de la montaa o tras-ladados a la ciudad.

    Todo ocurre como si esta guerra hubiera proporcionado la ocasinde llevar hasta el fin la intencin latente de la poltica colonial, inten-cin profundamente contradictoria: desintegrar o integrar, desinte-grar para integrar o integrar para desintegrar, estos son los polosopuestos entre los que ha oscilado siempre la poltica colonial, sin quela eleccin se haya aplicado de forma clara y sistemtica, de tal formaque unas intenciones contradictorias podan animar a unos responsa-bles diferentes al mismo tiempo, o al mismo responsable en tiemposdiferentes. La voluntad de destruir las estructuras de la sociedad arge-lina ha podido, en efecto, inspirarse en ideologas opuestas: una, do-minada por la consideracin exclusiva del inters del colonizador y por

    preocupaciones de estrategia, de tctica o de proselitismo, se ha ex-presado a menudo con cinismo; la otra, asimilacionista o integracio-nista, solo es generosa en apariencia.

    Le Dracinement, p. 23

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    Al imponer una organizacin idntica del hbitat de forma sistemticaincluso en las regiones de ms difcil acceso (por tanto, las ms favora-bles a una conducta de guerra revolucionaria), la operacin de reagru-pamiento ha actuado en el sentido de la homogeneizacin de la socie-dad argelina. Sin embargo, las transformaciones del orden econmicoy social dependen tanto de las caractersticas ecolgicas, econmicas,sociales y culturales de las sociedades perturbadas como de la forma yde la intensidad de la accin perturbadora. Para comprender plena-mente el sentido y el alcance de esta accin, hay que saber tambin quelas diferencias que se deban a la etnia y a las tradiciones culturales sehan redoblado en el curso de la historia colonial.

    Del mismo modo que el colonizador romano, los oficiales encarga-dos de organizar las nuevas colectividades comienzan por disciplinar alespacio como si, por medio de l, esperasen disciplinar a los hombres.Todo se implanta bajo el signo de la uniformidad y del alineamiento:

    construidas segn normas impuestas en emplazamientos impuestos,las casas se disponen en lnea recta a lo largo de anchas calles que dibu-jan el plano de un castrum romano o de un pueblo de colonizacin. Enel centro, la plaza con la trada caracterstica de los pueblos franceses:escuela, ayuntamiento, monumento a los muertos. Y es fcil pensar quesi el tiempo y los medios no hubieran faltado, los oficiales SAS (Seccio-nes Administrativas Especializadas), enamorados de la geometra,tambin habran sometido el territorio a los principios de la centuria.

    Le Dracinement, p. 29 y 26

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    Los aspectos constantes y los desvos de la poltica colonial no tienennada de sorprendente: una situacin que permanece idntica producelos mismos mtodos, excluidas algunas diferencias superficiales, conun siglo de intervalo. La poltica de reagrupamiento, respuesta patol-gica a la crisis mortal del sistema colonial, saca a la luz la intencin pa-tolgica que anidaba en el sistema colonial.

    Los campesinos arrancados de su residencia habitual fueron ence-rrados en centros desmesurados cuyo emplazamiento se haba elegidoa menudo por razones puramente militares; sabemos de la miseria ma-terial y moral que conocieron los habitantes de esos reagrupamientosprimitivos, tales como los de Tamalous, Oum-Toub o Bessombourg enla regin de Collo. Nada menos concertado ni menos metdico que esasacciones. En vano trataramos de encontrar un orden en el torbellinode desplazamientos anrquicos determinados por la accin represiva.

    Los reagrupados se encontraban sometidos a una relacin dedependencia absoluta de las SAS. Adems, a causa de la presin de unasituacin que el propio ejrcito haba creado, este tuvo que asumir laresponsabilidad de encargarse de gente que hasta entonces slo pre-tenda neutralizar y controlar; se comenz entonces a aflojar y adesagrupar. As pues, parece que, tardamente, el reagrupamiento

    deja de ser la consecuencia pura y simple de la evacuacin para con-vertirse en el objeto directo de las preocupaciones e, incluso, progre-sivamente, el centro de una poltica sistemtica. A pesar de la prohibi-cin, decretada a comienzos de 1959, de desplazar a las poblacionessin la autorizacin de las autoridades civiles, los reagrupamientos semultiplican: en 1960, el nmero de argelinos reagrupados ascenda a2.157.000, la cuarta parte de la poblacin total. Si, adems de los re-agrupamientos, se tiene en cuenta el xodo a las ciudades, se puedecalcular en tres millones al menos es decir, la mitad de la poblacinrural el nmero de individuos que, en 1960, se encontraban fuera desu residencia habitual. Este desplazamiento de la poblacin est entre

    los ms brutales que ha conocido la historia.

    Le Dracinement, p. 27, 12 y 13

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    Nunca habra llegado a estudiar las tradiciones rituales si la intencinmisma de rehabilitacin, que me haba llevado a excluir inicial-mente el ritual del universo de los objetos legtimos y a sospechar de

    todos los trabajos que lo incluan, no me hubiera empujado, desde1958, a tratar de sacar este ritual del falso afn primitivista y a vencer,hasta en sus ltimos recovecos, el desprecio racista que, por la ver-genza de s que llega a imponer a sus propias vctimas, contribuye aprohibirle el conocimiento y el reconocimiento de su propia tradicin.En efecto, por grande que fuese el efecto de licitacin y de incitacin