bataille, georges"el azul del cielo"

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  • 8/9/2019 Bataille, Georges"El Azul Del Cielo"

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    El Azul del Cielo por Georges Batallie http://bibliocdd.6te.net

    El Azul del CieloGeorges Batallie

    Ediciones del Cagadero del Diablo

    Cagandose en los nuevos escusados del orden mundial!

    Ms libros gratis y nicos en la biblioteca El Cagadero del

    Diablohttp://bibliocdd.6te.net

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    Prefacio

    Sobre poco ms o menos, no hay hombre que no est pendiente de los relatos,de lasnovelas, que le revelan la verdad mltiple de la vida. Slo esos relatos, que aveces se leen en los trances, le enfrentan con el destino. Hemos, pues, de buscar

    apasionadamente lo que pueden ser losrelatos, cmo orientar el esfuerzo mediante elcual lanovela se renueva o, mejor an, se perpeta.El inters por tcnicas diferentes, que vengan a reparar la saciedad de formas

    conocidas, efectivamente llega a ocupar los espritus. Pero malamente puedoexplicarme -si es nuestro propsito saberlo que puede ser una novela- que, desde unprincipio, no se distinga y seale con claridad un fundamento. El relato que revela lasposibilidades de la vida no tiene forzosamente por qu suponer una llamada, sino queapela a un momento de rabia, que, de no darse, cegara al autor respecto a talesposibilidades excesivas. Yo estoy convencido: slo la prueba asfixiante, imposible,ofrece al autor el medio de alcanzar los lejanos horizontes que espera un lector has-tiado de los vecinos lmites impuestos por las convenciones.

    Cmo perder el tiempo con libros a los que, manifiestamente, su autor no se ha

    vistoobligado?Mi intencin ha sido la de formular este principio. Renuncio a justificarlo.Me limito a enunciar unos ttulos que puedan responder de mi afirmacin

    (algunos ttulos..., podra dar otros, pero el desorden da la medida de mi intencin):Wuthering Heights, El Proceso, En busca del tiempo perdido, El Rojo y el Negro,Eugnie de Franval, La Condena a muerte, Sarrazine, El idiota1. . .

    Ha sido mi intencin expresarme premiosamente.Mas no insino que un arranque de rabia o que las pruebas a que me somete el

    sufrimiento sean lo nico que confiere a los relatos su poder de revelacin. He aludidoa ello para terminar diciendo que, en el origen de las monstruosas anomalas deElAzul del Cielo, slo haba un tormento que me estaba destrozando. Tales anomalas

    integranEl Azul del Cielo. Mas tan lejos estoy de pensar que tal fundamento puedabastar para darle valor, que haba renunciado a publicar este libro, escrito en1935.Hoy, unos amigos a quienes haba conmovido la lectura del manuscrito me incitaron asu publicacin. He optado finalmente por remitirme a la bondad de su juicio. Perohaba llegado incluso hasta a olvidar su existencia.

    Desde1936, haba decidido no volver a pensar en l.Por lo dems, en el intern, la guerra de Espaa y la guerra mundial haban

    contribuido a que los incidentes histricos ligados a la trama de esta novela, cobraranun carcter insignificante: ante la propia tragedia, qu atencin puede prestarse a sussignos anunciadores?

    Tal razn armonizaba con la insatisfaccin y el malestar que el propio libro meinspira. Mas tales circunstancias se han vuelto hoy tan lejanas, que mi relato, escrito,por decirlo as, en pleno fuego del acontecimiento, se presenta en las mismascondiciones que otros, relegados, por eleccin expresa del autor, a un pasado insignifi-cante. Disto mucho, hoy, del estado de nimo del que este libro emanara; pero, endefinitiva, por no operar ya esta razn, que en su tiempo era decisiva, me remito aljuicio de mis amigos.

    1 Eugnie de Franval, del Marqus de Sade (en Los Crmenes del Amor); La Condena a muerte, deMaurice Blanchot; Sarrazine, novela de Balzac, relativamente poco conocida y sin embargo una de lascumbres de su obra.

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    Introduccin

    En un tugurio de barrio londinense, en un lugar heterclito de lo ms sucio, en elstano, Dirty estaba ebria. Lo estaba hasta el ltimo grado, yo estaba cerca de ella (mimano an llevaba un vendaje, consecuencia de la herida que me produjera un vaso

    roto). Aquel da, Dirty llevaba un suntuoso traje de noche (pero yo estaba mal afeitado,alborotado el pelo). Ella estiraba sus largas piernas, iniciando una violenta convulsin.El tugurio estaba abarrotado de hombres cuyos ojos se volvan muy siniestros.Aquellos ojos de hombres torvos recordaban puros apagados. Dirty estrechaba conambas manos sus muslos desnudos. Gema, mordisqueando una cortina mugrienta.Estaba tan borracha como hermosa: revolva unos ojos redondos y furibundos mirandofijamente la luz de gas.

    -Qu pasa? -grit.Al mismo tiempo, se sobresalt, como un can que disparase en una nube de

    polvo. Sus ojos, desorbitados como los de un espantapjaros, se anegaron delgrimas.

    -Troppmann! -volvi a gritar.

    Me miraba con unos ojos que se agrandaban ms y ms. Con sus largasmanos sucias acarici mi cabeza de herido. Mi frente estaba humedecida por la fiebre.Ella lloraba como se vomita, como en una loca splica. De tanto llorar, su cabello seempap de lgrimas.

    La escena que precedi a aquella orga repugnante -a continuacin de la cual,las ratas merodearan alrededor de dos cuerpos abandonados en el suelo-- fue detodo punto digna de Dostoevski...

    La embriaguez nos haba lanzado a la deriva, a la bsqueda de una respuestasiniestra a la ms siniestra de las obsesiones.

    Antes de que la bebida nos tocase hasta el lmite, habamos sabidoencontrarnos en una habitacin del Savoy. Dirty haba comentado que el ascensoristaera muy feo (a pesar de su bonito uniforme, habra pasado por un sepulturero).

    Me lo dijo riendo vagamente. Hablaba ya con dificultad, como habla una mujerborracha:

    -Sabes? -se detena a cada momento, estremecida por el hipo- yo era unacra... me acuerdo... vine aqu con mi madre... aqu... hace unos diez aos... debatener yo entonces doce aos... Mi madre era una gran vieja pasada, del estilo de lareina de Inglaterra... y resulta que, precisamente al salir del ascensor, elascensorista... se...

    -Cul?... se?-S. El mismo que hoy. No ajust bien la caja... la caja subi demasiado... ella se

    cay todo lo larga que era... hizo pluf... mi madre...

    Dirty estall de risa y, como una loca, era incapaz de parar:Buscando penosamente las palabras, le dije:-No te ras ms. Nunca llegars a acabar tu historia.Dej entonces de rerse y empez a gritar:-jAh! jAh! Me estoy volviendo idiota... voy... No, no, voy a acabar mi historia... mi

    madre no se mova... se le haban subido las faldas... sus grandes faldas... como unamuerta... ya no se mova... la cogieron para meterla en la cama... se puso a devolver...estaba requeteborracha... pero, un momento antes, no se poda ver... aquella mujer...pareca un dogo... daba miedo...

    Vergonzosamente, le dije a Dirty:-Me gustara derrumbarme como ella delante de ti...- Vomitaras? -me pregunt Dirty sin rerse. Me bes en la boca.

    -Tal vez.

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    Entr en el cuarto de bao. Estaba muy plido y sin razn alguna, me contempllargamente en un espejo: estaba desastrosamente despeinado, casi vulgar,abotargados los rasgos, ni siquiera desagradables, con el aire ftido de un hombre allevantarse de la cama.

    Dirty estaba sola en la habitacin, una habitacin amplia, iluminada por una grancantidad de lmparas en el techo. Se paseaba caminando en lnea recta, como si nofuera a detenerse nunca: pareca literalmente loca.

    Su escote rayaba la indecencia. Su pelo rubio tena, bajo las luces, un reflejoque me resultaba insoportable.

    No obstante, me inspiraba un sentimiento de pureza; haba en ella, inclusocuando se entregaba a sus peores excesos, tal candor que, a veces, yo hubieradeseado arrojarme a sus pies: lo tema. Vea que ya no poda ms. Estaba a punto decaerse. Se puso a respirar mal, a respirar como lo hace un animal: se ahogaba. Sumirada maligna, acorralada, me habra hecho perder la cabeza. Se detuvo: deba estarretorcindose las piernas debajo del vestido. Seguramente iba a delirar.

    Accion el timbre para llamar a la camarera.

    Unos instantes ms tarde entr una sirvienta bastante bonita, pelirroja, de tezlozana: pareci sofocada por un olor inslito en tan lujoso lugar: un olor de burdel debaja estofa. Dirty ya no poda mantenerse en pie como no fuera apoyndose en lapared: pareca sufrir horriblemente. Aquel mismo da, no s ya dnde, se haba ro-ciado con perfumes baratos, pero, en su increble estado, desprenda adems un olorcido de nalga y de sobaco que, mezclado con el de los perfumes, recordaba el hedorfarmacutico. Adems ola a whisky, eructaba una y otra vez...

    La joven inglesa estaba atnita.-Eh, usted, la necesito -le dijo Dirty-, pero antes vaya a buscar al ascensorista:

    tengo algo que decirle.

    La sirvienta desapareci y Dirty, vacilante esta vez, fue a sentarse en una silla. A

    duras penas consigui poner en el suelo, a su lado, una botella y un vaso. Sus ojos sevolvan ms pesados.

    Me busc con la mirada y yo ya no estaba all. Se asust. Llam con vozdesesperada:

    -Troppmann!Nadie contest.Se levant y estuvo varias veces a punto de caer. Alcanz la entrada del cuarto

    de bao: all me vio derrumbado en un asiento, lvido y desencajado; en miobcecacin, acababa de abrirme la herida de mi mano derecha: la sangre, queintentaba cortar con una toalla, goteaba rpidamente sobre el suelo. Dirty, frente a m,me observaba con ojos de animal. Me limpi la cara; con ello me manch de sangre lafrente y la nariz. La luz elctrica se haca cegadora. Era insoportable: aquella luz

    agotaba los ojos.

    Llamaron a la puerta y volvi a entrar la camarera, seguida por el ascensorista.Dirty se desplom sobre la silla. Al cabo de un tiempo que me pareci muy largo,

    sin ver nada y con la cabeza baja, pregunt al ascensorista:-Estaba usted aqu en 1924?El ascensorista repuso que s.-Quisiera preguntarle: aquella seorona de edad..., la que sali del ascensor y,

    cayndose, vomit por el suelo... Se acuerda usted?Dirty iba pronunciando sin ver nada, como si tuviera los labios muertos.Los dos sirvientes, horriblemente violentados, se lanzaban miradas oblicuas para

    inquirirse y observarse mutuamente.-Lo recuerdo, es verdad -admiti el ascensorista.

    (Aquel hombre de unos cuarenta aos tena cara de sepulturero canallesco, pero

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    aquella cara pareca haber estado inmersa en aceite, tal era su untuosidad.)-Un vaso de whisky? -pregunt Dirty.Nadie contest, ambos personajes permanecan en pie con deferencia,

    esperando lastimosamente.Dirty pidi su bolso. Sus movimientos eran' tan lentos que pas un largo minuto

    hasta que consigui introducir una mano hasta el fondo del bolso. Cuando hubohallado lo que buscaba, arroj un fajo de billetes al suelo, diciendo simplemente:

    -Reprtanselo...El sepulturero encontr algo que hacer. Recogi aquel paquete precioso y fue

    contando las libras en voz alta. Haba veinte. Entreg diez a la camarera.-Podemos retirarnos? -pregunt pasado un tiempo.-No, no, todava no, se lo ruego, sintense.Pareca estar ahogndose, la sangre se le suba a la cara. Los dos sirvientes

    haban permanecido en pie, observando una gran deferencia, pero se pusieronigualmente rojos y angustiados, en parte por la pasmosa magnitud de la propina y enparte por la propia situacin inverosmil e incomprensible.

    Dirty, muda, permaneca en la silla. Pas un largo instante: habran podido orse

    los corazones dentro de los cuerpos. Avanc hacia la puerta, manchado el rostro desangre, plido y enfermo, tena hipo, a punto de vomitar. Los criados aterrados vieroncmo corra un hilillo de agua por la silla y las piernas de su bella interlocutora: la orinaform un charco que se fue agrandando en la alfombra mientras que un ruido deentraas que se relajaban iba producindose pesadamente bajo el vestido de la joven,.revuelta, escarlata y contorsionada en su asiento como un puerco bajo un cuchillo...

    La camarera, asqueada y trmula, hubo de lavar a Dirty, que ahora parecatranquila y feliz. Se dejaba limpiar y enjabonar. El ascensorista ventil la habitacinhasta que el olor hubo desaparecido por completo.

    Acto seguido, me hizo un vendaje para cortar la sangre que manaba de miherida.

    Todo haba vuelto de nuevo al orden: la camarera estaba acabando de guardar

    ropa blanca. Dirty, ms bella que nunca, lavada y perfumada, segua bebiendo; setendi en la cama. Hizo sentarse al ascensorista. El se sent cerca de ella en unabutaca. En aquel momento, la embriaguez hizo que se abandonase como una criatura,como una nia pequea.

    Incluso cuando no deca nada, pareca abandonada.A veces, se rea sola.-Cunteme -dijo por ltimo al ascensorista-, en tantos aos como lleva en el

    Savoy, debe haber visto bastantes cosas horribles.-Oh, no han sido tantas -repuso, no sin terminar de apurar un whisky que pareci

    sacudirle y entonarle de nuevo--. Por lo general, aqu, los clientes son muy correctos.-Oh, correctos verdad? Es una forma de ser: como mi difunta madre que se

    parti la cara con el suelo delante de usted y le vomit en las mangas...

    Y Dirty se ech a rer de forma discordante, en el vaco, sin encontrar ecoalguno.

    Prosigui:-Y sabe por qu son todos tan correctos? Tienen pnico, comprende, les

    castaetean los dientes, por eso no se atreven a aparentar nada. Lo siento de esaforma porque yo tambin tengo pnico, claro que s, comprndalo, muchacho... hastade usted. Tengo un pnico mortal...

    -No desea la seora un vaso de agua? -inquiri tmidamente la camarera.-Mierda! -repuso brutalmente Dirty, sacndole la lengua-, a m lo que me ocurre

    es que estoy enferma, comprndanlo de una vez, y adems tengo algo en la cabeza,yo.

    Y luego:-Maldito lo que les importa, pero me pone enferma. Se enteran?

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    Con un gesto, suavemente, consegu interrumpirla.Le di a beber otro trago de whisky, al tiempo que le deca al ascensorista:-Reconozca que, si de usted dependiese, la estrangulara!-Tienes razn -chill Dirty-, mira esas patazas enormes, esas patas de gorila,

    son tan peludas como un par de cojones.-Pero -protest el ascensorista, aterrado, puesto en pie-, la seora sabe que

    estoy a su servicio.-Que no, idiota, puedes creerme, no necesito para nada tus cojones. Estoy

    mareada.Cloque en su eructo.La camarera se levant presurosa y trajo una palangana. Pareci la imagen

    misma del servilismo, perfectamente honrada. Yo estaba sentado inerte, demudado ybeba cada vez ms.

    -Y usted, chica decente -dijo Dirty, dirigindose en esta ocasin a la camarera-,se masturba . Y mira, las teteras en los escaparates para irse haciendo el ajuar; si yotuviera un culo como el suyo se lo andara enseando a todo el mundo, porque, si nose muere una de vergenza, un da descubre el agujero rascndose.

    Asustado de pronto, le dije a la camarera:-Echele unas gotas de agua por la cara..., no ve usted que se estacongestionando?

    La camarera, inmediatamente, se puso en movimiento. Coloc sobre la frente deDirty una toalla hmeda.

    Penosamente, Dirty lleg hasta la ventana. Vio a sus pies el Tmesis, y, alfondo, algunos de los edificios ms monstruosos de Londres, agrandados por laoscuridad. Vomit con rapidez al aire libre. Una vez aliviada me llam y yo le sujet lafrente al tiempo que contemplaba la inmunda cloaca del paisaje, el ro y los muelles.En los alrededores del hotel surgan insolente mente algunos edificios lujosos e ilu-minados.

    Yo casi lloraba al ver Londres, a fuerza de estar transido de angustia. Algunosrecuerdos de la infancia, como el de las nias que jugaban conmigo al diboloo apigeon vale, se asociaban, mientras respiraba el aire fresco, a la visin de las manosde gorila del ascensorista. Por otra parte, lo que estaba ocurriendo me pareci in-significante y vagamente cmico. Yo mismo estaba vaco. Apenas s podaimaginarme que llenaba aquel vaco gracias a nuevos horrores. Me senta impotente yenvilecido. En aquel estado de obcecacin e indiferencia, acompa a Dirty hasta lacalle. Dirty me arrastraba. Sin embargo, nunca habra podido imaginarme una criaturahumana que tuviese ms de despojo a la deriva.

    La angustia, que no daba al cuerpo ni un momento de reposo, constituye por lodems la nica explicacin de una maravillosa facilidad: conseguamos transmitirnoscualquier apetito a despecho de los compartimentos establecidos, tanto en la alcoba

    del Savoy como en el tugurio, o donde podamos.

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    Primera Parte

    Lo s.Morir en deshonrosas circunstancias.Hoy disfruto de ser objeto de horror, de asco, para el nico ser al que estoy

    unido.Lo que deseo: lo peor que le pueda sobrevenir a un hombre que se ra de ello.La cabeza vaca en la que yo estoy se ha vuelto tan medrosa, tan vida, que

    slo la muerte podra satisfacerla.

    Hace algunos das llegu -realmente y no en una pesadilla- a una ciudad que seasemejaba al decorado de una tragedia. Una noche -y si lo digo no es sino para poderrer an ms desdichadamente- no estuve solo, borracho, viendo cmo dos ancianospederastas bailaban dando vueltas, realmente, y no en un sueo. En medio de lanoche el Comendador entr en mi habitacin: por la tarde sola pasar ante su tumba,el orgullo me haba llevado a invitarle irnicamente. Su inesperada llegada mehorroriz.

    Ante l, temblaba. Ante l, era una ruina.Cerca de m yaca la segunda vctima: la repugnancia profunda de sus labios los

    haca semejantes a los labios de una muerta. Manaba de ellos una baba ms terribleque la sangre. A partir de aquel da me he visto condenadoa esta soledad querepudio, que ya no tengo nimo para soportar. Mas en un grito repetira la invitaciny,si hubiera de fiarme de una clera ciega, no habra de ser yo el que se fuese, sera elcadver del anciano.

    A partir de un sufrimiento innoble, de nuevo, la insolencia, que, a pesar de todo,persiste solapadamente, va aumentando, lentamente al principio, y luego, sbitamenteen una explosin, me ciegay me exalta en una felicidad que se afirma contra todarazn.

    Al momento, la dicha me embriaga, meemborracha.Lo grito, lo cantoa pleno pulmn.Enmi corazn idiota, la idiotez cantaa vozen grito.YO TRIUNFO!

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    Segunda ParteEl Mal Presagio

    1

    Durante el perodo de mi vida en que ms desgraciado fui, vi a menudo -porrazones difcilmente justificables y sin asomo de atraccin sexual- a una mujer queslo me atrajo por un aspecto absurdo: como si mi suerte exigiese que un ave de malagere-me acompaara en tal circunstancia. Cuando volv de Londres, en mayo,estaba perdido y me encontraba en un estado de sobreexcitacin casi patolgico, peroaquella muchacha era extraa, no se dio cuenta de nada. Me haba ido de Pars enjunio para reunirme con Dirty en Prm: ms tarde, Dirty, abrumada, me haba dejado.A mi vuelta yo era incapaz de sostener por mucho tiempo una actitud correcta. Vea alave de mal agero lo ms a menudo que poda. Pero de vez en cuando mesobrevenan crisis de exasperacin en su presencia.

    Ello le inquiet. Un da me pregunt lo que me ocurra: poco ms tarde me dijoque haba tenido la impresin de que me iba a volver loco de un momento a

    otro.Yo estaba irritado. Le contest:-Absolutamente nada.Ella insisti:-Comprendo que no tenga ganas de hablar: sin duda sera mucho mejor que me

    fuese ahora mismo. No est usted suficientemente tranquilo como para examinarproyectos... Pero mejor ser decrselo: llega a inquietarme... Qu va a hacer usted?

    La mir a los ojos sin el menor vestigio de una resolucin. Sin duda yo tena unaspecto extraviado, como si hubiese querido huir de una obsesin sin poder escaparde ella. Ella volvi la cabeza. Le dije:

    -Probablemente se imaginar que he bebido.-No, por qu? Suele ocurrirle?

    -Con frecuencia.-No lo saba --ella me consideraba un hombre serio, perfectamente serio incluso,

    y, para ella, la embriaguez era incompatible con otras exigencias-. Pero ocurre que...tiene aspecto de estar extenuado.

    -Sera mejor volver a nuestro proyecto.-Es evidente que est usted demasiado fatigado. Est sentado, y sin embargo da

    la impresin de que est a !\unto de caerse...-Es posible.-Qu le ocurre?-Me volver loco.-Pero, por qu?-Sufro.-Qu puedo hacer yo?-Nada.-No puede decirme lo que le pasa? -No creo.-Telegrafe a su mujer dicindole que vuelva. No est obligada a permanecer

    en Brighton, no?-No, adems me ha escrito. Ms vale que no venga.-Sabe acaso el estado en que se encuentra usted?-Sabe incluso que ella en nada podra cambiarlo.

    Aquella mujer se qued perpleja: debi pensar que yo era insoportable ypusilnime, pero que, de momento, su deber era ayudarme a salir de all. Por fin se

    decidi a decirme con un tono brusco:-No puedo dejarle as. Voy a acompaarle a su casa... o a casa de unosamigos... como desee...

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    Yo no contest. En aquel momento las cosas empezaban a oscurecerse en micabeza. Estaba harto.

    Me acompa hasta mi casa. No volv a pronunciar una sola palabra.

    2

    Por lo general la vea en un bar-restaurante, detrs de la Bolsa. Le haca comerconmigo. Difcilmente llegbamos a concluir una comida. Pasbamos el tiempo endiscusiones.

    Era una chica de veinticinco aos, fea y visiblemente sucia (las mujeres con lasque sola salir antes eran, por el contrario, elegantes y bellas). Su apellido, Lazare,responda mejor que su nombre a su aspecto macabro. Era extraa, bastante ridculaincluso. Resultaba difcil explicar el inters que yo senta por ella. Haba que suponeren m un desarreglo mental. Al menos as opinaban los amigos con los que me encon-traba en la Bolsa.

    Ella era, en aquel momento, el nico ser que me haca salir del abatimiento:apenas haba franqueado la entrada del bar-y su silueta destartalada y negra, en aquellugar consagrado a la suerte y a la fortuna, era como una estpida aparicin de ladesgracia- yo sola levantarme y conducida a mi mesa. Llevaba unas prendas negras,de psimo corte y llenas de manchas. Pareca no distinguir nada de cuanto se hallabafrente a ella, a menudo empujaba las mesas al pasar. Sin sombrero, sus cabelloscortos, tiesos y mal peinados le ponan como alas de cuervo a ambos lados de la cara,Tena una gran nariz de juda enjuta, de carne macilenta, que sala de aquellas alasbajo las gafas de acero.

    Sembraba el malestar: hablaba lentamente con la serenidad de un espritu alque todo le es ajeno: la enfermedad, la fatiga, la pobreza o la muerte no contaban paranada a sus ojos. Lo que de antemano supona en los dems era la ms tranquila

    indiferencia. Ejerca una fascinacin cierta, tanto por su lucidez como por supensamiento de alucinada. Yo le entregaba el dinero necesario para la impresin deuna minscula revista mensual a la que ella daba gran importancia. Desde suspginas defenda los principios de un comunismo harto diferente del comunismo oficialde Mosc. Lo ms frecuente era que yo pensase que estaba manifiestamente loca,que, por mi parte, era una broma malintencionada prestarme a su juego. Me imaginoque la vea por ser su agitacin algo tan descentrado, tan estril como mi propia vidaprivada, igualmente turbada al mismo tiempo. Lo que ms me interesaba era lamorbosa concupiscencia que le impulsaba a dar vida y sangre por la causa de losdesheredados. Y yo pensaba: sera una sangre pobre de virgen sucia.

    3

    Lazare me acompa. Entr en mi casa. Le ped que me permitiese leer unacarta de mi mujer que me esperaba all. Era una carta de ocho o diez pginas. Mimujer me deca que ya no poda ms. Se acusaba de haberme perdido cuando todohaba ocurrido por culpa ma.

    Aquella carta me trastorn. Intent no llorar, no lo consegu. Me fui a llorar soloen el retrete. No poda dejar de hacerlo y, al salir, sequ mis lgrimas que seguancorriendo.

    Le dije a Lazare, mostrndole mi pauelo empapado:-Es lamentable.-Ha recibido malas noticias de su mujer?

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    -No, no tenga cuidado, ahora estoy perdiendo la cabeza, pero no es por unarazn precisa.

    -Pero no se trata de nada malo?-Mi mujer me cuenta un sueo que ha tenido... .-Cmo un sueo?...-No tiene importancia. Puede leerlo si quiere. Slo que no lo comprender.Le pas una de las hojas de la carta de Edith, pensaba que Lazare, antes que

    comprenderla, se asombrara. Yo me deca: tal vez sea un megalmano, pero no hayms remedio que pasar por ello, Lazare, yo, o quien sea.

    El pasaje que di a leer a Lazare no tena nada que ver con lo que me habatrastornado en la carta.

    Esta noche -me escriba Edith- tuve un sueo que nunca se acababa, y que meha dejado un peso insoportable. Te lo cuento porque me da miedo guardado slo param.

    Nos encontrbamos los dos en compaa de varios amigos y alguien deca que,si salas, seras asesinado. Era porque habas publicado unos artculos polticos... Tus

    amigos pretendan que aquello no tena importancia. T no has dicho nada, pero tehas puesto muy rojo. No queras que te asesinasen de ninguna de las maneras, perotus amigos te han arrastrado y habis salido todos.

    Lleg entonces un hombre que vena para matarte. Para ello era preciso queencendiese una lmpara que llevaba en la mano. Yo caminaba a tu lado y el hombre,que deseaba hacerme comprender que te iba a asesinar, encendi la lmpara: lalmpara dispar una bala que me traspas.

    T estabas con una joven y, en aquel momento, comprend lo que queras y tedije: "Ya que te van a matar, al menos, mientras ests con vida, vete con esta joven auna habitacin y haz con ella lo que desees." T me has contestado: "Con muchogusto." Te has ido a la habitacin con la joven. Luego el hombre ha dicho que haballegado el momento. Ha vuelto a encender la lmpara. De ella parti una segunda bala

    que te estaba destinada, mas he .sentido que era yo quien la reciba y todo habaacabado para m. Me pas la mano por la garganta: estaba caliente y pegajosa desangre. Era horrible...

    Yo me haba sentado en un divn al Iado de Lazare mientras lea. Volva a llorarde nuevo intentando reprimirme. Lazare no comprenda que yo llorase por culpa delsueo. Le dije:

    -No puedo explicarle todo, slo que me he comportado como un cobarde contodos aquellos a quienes he amado. Mi mujer ha sido de una total abnegacin.Enloqueca por m mientras yo la estaba engaando. Comprende usted: cuando leoesa historia que ha soado, quisiera que me matasen ante la idea de todo lo que hehecho...

    Lazare me mir entonces como se mira algo que supera a todo cuanto unopoda esperar. Ella, que normalmente lo consideraba todo con ojos fijos y seguros, depronto pareci desfallecer: estaba como sumida en un estupor paralizante y no decani una palabra. La mir a la cara, pero las lgrimas saltaban de mis ojos a mi pesar.

    Era presa de un vrtigo que me arrastraba, me invada una pueril necesidad degemir:

    -Tendra que explicarle todo.Hablaba a travs de las lgrimas. Las lgrimas corran por mis mejillas y caan

    sobre mis labios. Expliqu a Lazare lo ms brutalmente que pude todas lasinmundicias que haba hecho en Londres con Dirty.

    Le dije que engaaba a mi mujer de todas las formas, incluso desde antes, quesenta tal pasin por Dirty que ya no soportaba nada cuando comprenda que la habaperdido.

    Le cont mi vida entera a aquella virgen. Relatada a una mujer como ella (que,

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    angustia, me sent acorralado --en trance de volverme medio loco- resultaba cmico ysiniestro al mismo tiempo, como si, posado sobre mi mueca, hubiese llevado uncuervo, un ave de mal agero, un devorador de despojos.

    Pens: por fin ha encontrado la razn idnea para despreciarme. Mir entoncesmis manos: estaban curtidas por el sol y limpias; mis prendas claras de veranoestaban en buen estado. Las manos de Dirty casi siempre eran deslumbradoras, conlas uas color de sangre fresca. Por qu haba de dejarme desconcertar por aquellacriatura fallida y cargada de desprecio por la suerte ajena? Sin duda, deba ser yo uncobarde, un calzonazos, pero en el punto en que me encontraba, poda admitido sinturbacin alguna.

    5

    Una vez hube respondido a la pregunta -tras una larga dilacin, como siestuviese atontado- ya slo deseaba aprovecharme de u'na presencia lo

    suficientemente difusa, para huir de una soledad insoportable. A pesar del aspectorepugnante que presentaba a mis ojos, Lazare apenas supona un vestigio deexistencia. Le dije:

    -Dirty es el nico ser en el mundo que alguna vez me haya forzado a laadmiracin...-(hasta cierto punto, yo menta: tal vez no fuese la nica, pero, en unsentido algo ms profundo, era cierto). Aad que me fascinaba que fuese muy rica; deesa forma poda escupir a la cara de los dems-. No me cabe duda: ella le habradespreciado a usted. No como yo...

    Intent sonrer, agotado de fatiga. Contra lo que yo esperaba, Lazare dej pasarmis frases sin bajar los ojos: se haba vuelto indiferente. Prosegu:

    -Ahora prefiero llegar hasta el final... Si lo desea le contar todo. En un momentodado, en Prm, llegu a imaginarme que era impotente con Dirty porque era

    necrfilo... .-Qu me dice?-No es ninguna insensatez.-No comprendo...-Usted sabe lo que significa necrfilo.-Por qu se burla usted de m?Yo me impacientaba.-No me burlo de usted.-Qu quiere decir con eso?-No gran cosa.

    Lazare apenas reaccionaba, como si se tratara de una chiquillada impertinente.

    Replic:-Lo ha probado?-No. Nunca he llegado hasta ese punto. Lo nico que ha llegado a pasarme: una

    noche que pas en un apartamento en el que acababa de morir una mujer de edad:estaba en la cama, como cualquier otra, entre dos cirios, con los brazos colocados a lolargo del cuerpo, pero sin que le hubiesen puesto las manos juntas. No haba nadie enla habitacin durante la noche. En aquel momento repar en ello.

    -Cmo?-Me despert hacia las tres de la madrugada. Se me ocurri la idea de ir a la

    habitacin donde se encontraba el cadver. Me qued aterrorizado, pero a pesar delos temblores que me acometieron, permanec ante aquel cadver. Por ltimo me quitel pijama.

    -Hasta dnde lleg?-No me mov, mi grado de turbacin era tal que estaba a punto de perder la

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    cabeza; ocurri de lejos, simplemente mirando.-Era una mujer an bella?-No. Perfectamente marchita.

    Yo pensaba que Lazare terminara por montar en clera, pero estaba tantranquila como un cura que escucha una confesin. Se limit a interrumpirme:

    -Y eso no puede explicar por qu era usted impotente?-S. O al menos, cuando estuve viviendo con Dirty, sola pensar en ello como

    explicacin. En cualquier caso he comprendido que las prostitutas tenan para m unatractivo anlogo al de los cadveres. As era la historia que le de un hombre que lastomaba con el cuerpo empolvado de blanco, imitando a una muerta entre dos cirios,pero la cuestin no era esa. Le habl a Dirty de lo que podamos hacer, y ella se pusomuy nerviosa conmigo...

    -Y por qu Dirty no haba de hacerse la muerta por amor a usted? Supongo queno se habra echado atrs por tan poca cosa.

    Mir a Lazare, francamente sorprendido al veda encarar el asunto: tena ganasde rer.

    -No se ech atrs. Adems es tan plida como una muerta. Particularmente, enPrm, estaba ms o menos enferma. Un da incluso me propuso llamar a un sacerdotecatlico: quera recibir la extremauncin fingiendo estar en la agona delante de m,pero la comedia me pareci intolerable. Evidentemente aquello era grotesco, perosobre todo aterrador. Ya no podamos ms. Una noche estaba desnuda sobre lacama, yo estaba de pie cerca de ella, igualmente desnudo. Quera excitarme y mehablaba de cadveres... sin resultado... Sentado en el borde de la cama me ech allorar. Le dije que era un pobre idiota: estaba hundido al borde de la cama. Se habaquedado lvida: la cubra un sudor- fro... Sus dientes se pusieron a castaetear. Latoqu, estaba fra. Tena los ojos en blanco. Era horrible veda as... Al punto me pusea temblar como si la fatalidad me hubiese agarrado por la mueca para retorcrmela,obligndome a gritar. Ya no lloraba de miedo que tena. Mi boca se haba quedado

    seca. Me puse algo de ropa. Quise tomarla en mis brazos y hablarle. Me rechazhorrorizada. Estaba verdaderamente enferma...

    Vomit sobre el suelo. Hay que decir que habamos estado bebiendo durantetoda la velada... whisky.

    -Naturalmente -interrumpi Lazare.-Por qu naturalmente?Mir a Lazare con odio. Prosegu:-As fue como acab todo. A partir de aquella noche ya no soport que la tocase.-Le dej?-No inmediatamente. Incluso seguimos viviendo juntos algunos das. Ella me

    deca que no iba a amarme menos por lo ocurrido; al contrario, se senta unida a m,pero me tena horror, un horror insuperable.

    -En esas condiciones, no poda usted desear que aquello durase.-No poda desear nada, pero la mera idea de que me fuese a dejar, me haca

    perder la cabeza. Habamos llegado a una situacin tal, que con slo vernos en unahabitacin, el primero que llegase habra pensado que all haba un muerto. Ibamos yvenamos sin decir ni una palabra. De vez en cuando, en muy escasas ocasiones, nosmirbamos. Cmo podra haber durado?

    -Pero cmo se separaron?-Un da ella me dijo que tena que irse. No quera decir a dnde iba. Le ped que

    me permitiese acompaarla. Ella me contest: tal vez. Fuimos juntos hasta Viena. EnViena cogimos un coche hasta el hotel. Cuando se par el coche me dijo quearreglase lo de la habitacin y que la esperase en el hall:tena que pasar antes porCorreos. Yo busqu un mozo para las maletas y ella se qued en el coche. Se fue sindecir ni una palabra: yo tena la impresin de que haba perdido la cabeza. Hacatiempo que habamos convenido en ir a Viena y yo le haba entregado el pasaporte

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    para que pudiese recoger mi correspondencia. Adems, todo el dinero con que con-tbamos estaba en su bolso. Esper durante tres horas en el hall. Era por la tarde.Aquel da soplaba un viento violento con nubes bajas, pero no se poda ni respirar, talera el calor que haca. Resultaba evidente que ya no volvera y, en seguida, pens quela muerte se cerna sobre m.

    En aquella ocasin, Lazare, que me miraba fijamente, pareca afectada. Yohaba interrumpido mi narracin, fue ella misma, humanamente, la que me pidi que lecontase lo que ocurri. Prosegu:

    -Hice que me condujesen a la habitacin con dos camas en que se encontrabatodo su equipaje... Puedo decir que la muerte irrumpa ya en mi cabeza... no recuerdolo que hice en la habitacin... Hubo un momento en el que me dirig a la ventana y laabr: el viento produca un violento rumor y la tormenta se aproximaba. En la calle,justo enfrente de m, haba una banderola negra muy larga. Fcilmente poda tenerocho o diez metros de largo. El viento casi haba arrancado su asta: pareca aletear.No se caa: restallaba con el viento con gran estruendo a la altura del tejado: ondeabaadoptando formas atormentadas: como un ro de tinta que hubiese fluido de las nubes.

    El incidente pareca ajeno a mi historia, pero era para m como si una bolsa de tinta sehubiese abierto en mi cerebro y estaba seguro, aquel da, de que mi muerte estabaprxima: mir ms abajo, pero en el piso inferior haba un balcn. Me pas al cuello elcordn que serva para descorrer las cortinas. Pareca slido: me sub a una silla yanud la cuerda, luego quise cerciorarme. No saba si podra asirme a algo una vezhubiese tirado la silla de una patada. Pero desat la cuerda y me baj de la silla. Cainerte sobre la alfombra. Llor hasta no poder ms... Por ltimo me levant: recuerdohaber tenido la cabeza pesada. Al mismo tiempo me senta cargado de una absurdasangre fra y al borde de la locura. Me puse en pie so pretexto de mirar a la suerte caraa cara. Volv a la ventana; la banderola negra segua all, pero la lluvia caatorrencialmente; estaba oscuro, haba relmpagos y un gran fragor de truenos...

    Todo esto careca de inters para Lazare que me pregunt:-De dnde vena esa banderola negra?Senta el deseo de molestarla, tal vez por vergenza de haber estado hablando

    como un megalmano; riendo le dije:- Conoce la historia del mantel negro que cubre la mesa de la cena cuando

    llega don Juan?-Qu tiene que ver eso con su banderola?-Nada, salvo que el mantel era negro... La banderola ondeaba en seal de duelo

    por la muerte de Dollfuss.-Se encontraba usted en Viena en el momento del asesinato?-No, en Prm, pero llegu a Viena el da siguiente.-Debe de haberse conmovido mucho al estar all cuando sucedi.

    -No -aquella insensata, con toda su fealdad, me produca horror por laconstancia de sus preocupaciones-. Adems, incluso si todo aquello hubieseengendrado la guerra, no hubiese hecho con ello sino responder a lo que en aquelmomento tena yo en la cabeza.

    -Pero cmo habra podido la guerra responder a algo que usted tuviese en lacabeza? Se hubiese alegrado acaso de que estallara la guerra?

    -Por qu no?-Piensa que acaso una revolucin seguira a la guerra?-Hablo de la guerra y no de algo que la seguira.Acababa as de estremecerla ms brutalmente que con todo cuanto haba

    podido decirle.

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    Los pies maternos

    1

    Empec a ver a Lazare con menos frecuencia.Mi existencia haba adoptado un curso cada vez ms tortuoso. Beba copas aqu

    o all, caminaba sin meta precisa y, por ltimo, tomaba un taxi para volver a mi casa;entonces, en el fondo del taxi pensaba en Dirty perdida y sollozaba. Ya ni siquierasufra, ya no padeca la menor angustia, slo senta en mi cabeza una definitivaestupidez, como un infantilismo que nunca hubiera de acabar. Consideraba conasombro las mil extravagancias en las que haba podido soar -pensaba en la irona yen el valor de que haba hecho gala- cuando quera provocar a mi suerte: de todoaquello no me quedaba ms que la impresin de ser como una especie de idiota,posiblemente conmovedor, ridculo en cualquier caso.

    An pensaba en Lazare y, cada vez, me acometa como un sobrecogimiento:merced a mi fatiga haba tomado un significado anlogo al de la banderola negra que

    tanto me asustara en Viena. Despus de las palabras desagradables que tuvimossobre la guerra, no slo vea en tan siniestros presagios una amenaza que se cernasobre mi existencia, sino tambin una amenaza ms general, gravitando por encimadel mundo... Ciertamente no haba nada real que pudiera justificar una asociacinentre la probable guerra y Lazare que, por el contrario, pretenda sentir horror porcuanto se refiriese a la muerte: sin embargo, todo en ella, su entre cortada y so-namblica manera de andar, el tono de su voz, aquella facultad suya de proyectar a sualrededor una especie de silencio y su avidez de sacrificio, contribuan a la impresinque produca de haber pactado con la muerte. Yo senta que una existencia comoaquella no poda tener sentido ms que para unos hombres y un mundo igualmenteabocados a la desgracia. Un da se hizo como una luz en mi cabeza y al punto meresolv a deshacerme de las preocupaciones que comparta con ella. Aquella

    liquidacin inesperada tena la misma vertiente ridcula que el resto de mi vida.

    Al punto de tomar dicha decisin, presa de hilaridad, sal andando de mi casa.Llegu, tras una larga caminata, a la terraza del caf de Flore. Me sent a la mesa deuna gente apenas conocida. Tena la impresin de resultar inoportuno, pero no me iba.Los dems hablaban, con la mayor seriedad, de cada una de las cosas que habansucedido y de las que resultaba tilestar informado: todos ellos me parecan compartiruna precaria realidad y una idntica vaciedad de crneo. Les escuch durante unahora sin. proferir ms que algunas palabras. Me fui luego al bulevar de Montparnasse,a un restaurante a mano derecha de la estacin; una vez all, en la terraza, com lasmejores cosas que pude pedir y empec a beber vino tinto, demasiado. Al final de lacomida, era muy tarde, pero an lleg una pareja formada por una madre y su hijo. La

    madre no era mayor, antes bien esbelta y atractiva an, daba pruebas de una en-cantadora desenvoltura: aquello careca de inters pero, como estaba pensando enLazare, me pareci tanto ms agradable su vista cuanto que pareca rica. Su hijoestaba delante de ella, muy joven, prcticamente mudo, vestido con un suntuoso trajede franela gris. Ped caf y empec a fumar. Me qued desconcertado al or unviolento alarido de dolor, prolongado como un estertor: un gato acababa de arrojarse alcuello de otro, al pie del seto que bordeaba la terraza y precisamente debajo de lamesa de los dos comensales en que m_ estaba fijando. La joven madre, en pie,profiri un grito agudo: empalideci. Pronto repar en que se trataba de gatos y no deseres humanos, se ech a rer (no resultaba ridcula sino sencilla). El propietario y lascamareras acudieron a la terraza. Se rean explicando que se trataba de un gatoconocido por su agresividad para con los otros. Yo mismo me re con ellos.

    Luego me fui del restaurante, creyndome de buen humor, pero, tras caminar

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    por una calle desierta, sin saber adnde ir, empec a sollozar. No poda dejar desollozar: camin durante tanto tiempo que llegu muy lejos, a la calle donde vivo. Enaquel momento lloraba an. Delante de m, tres chicas jvenes y dos muchachosbulliciosos se rean a carcajadas: las chicas no eran guapas, pero, sin lugar a dudas,s que eran ligeras y estaban excitadas. Dej de llorar y les segu despacio hasta miportal: el tumulto me excit hasta tal punto que, en lugar de entrar en mi casa,desand deliberadamente el camino. Par un taxi e hice que me condujera al Tabarin.En el momento en que entr, haba en la pista gran cantidad de bailarinasprcticamente desnudas: bastantes de ellas eran bonitas y saludables. Haba hechoque me colocasen al borde de la pista (me haba negado a ocupar cualquier otralocalidad), pero la sala estaba completamente llena y el suelo, en el lugar que ocupabami asiento, estaba ms alto: resultaba as que la silla careca de base suficiente: tenala sensacin de que, de un momento a otro, poda perder el equilibrio y aterrizar enmedio de las chicas desnudas que estaban bailando. Estaba congestionado, hacamucho calor, tena que enjugar el sudor de mi cara con un pauelo que ya estabaempapado y me resultaba difcil desplazar mi vaso de alcohol desde la mesa a laboca. En tan ridcula situacin, mi existencia, en equilibrio inestable sobre una silla, se

    tornaba en la personificacin de la desgracia: por el contrario, las bailarinas sobre lapista inundada de luz eran la imagen de una felicidad inaccesible.

    Una de las bailarinas era ms esbelta y ms bella que las dems: apareca conuna sonrisa de diosa, vestida con un traje de noche que le confera un airemajestuoso. Al final de la danza se quedaba completamente desnuda, pero, en aquelmomento, era de una delicadeza y elegancia casi increbles: la luminosidad malva delos proyectores converta su largo cuerpo nacarado en una maravilla de palidezespectral. Yo contemplaba su trasero desnudo con el embeleso de un nio: como si,en toda mi vida, no hubiese visto nada tan puro, tan poco real, tal era su belleza. En lasegunda ocasin en que se produjo el juego del vestido desabrochado, ste me cortel aliento hasta tal punto que me as a la silla, vaco. Me fui de la sala. Vagu de un

    caf a una calle, de una calle a un autobs nocturno; sin intencin de hacerlo, me bajdel autobs y entr en el Sphynx. Dese sucesivamente a todas las muchachas queen aquella sala se ofrecan a quien acuda; no tena la intencin de subir a unahabitacin: una luz irreal no dejaba de desorientarme. Tras ello fui al Dome y cada vezestaba ms y ms hundido. Com una salchicha asada y beb champn dulce. Erareconfortante, pero bastante malo. A aquella hora tarda, en aquel lugar envilecedor,quedaba poca gente, hombres moralmente burdos, mujeres mayores y feas. Entrluego en un bar en el que una mujer vulgar, ligeramente agraciada, estaba sentada enun taburete cuchicheando con el barman en tono ronco. Par un taxi y, esta vez, hiceque me condujese a mi casa. Eran ms de las cuatro de la maana, pero, en lugar deacostarme y dormir, me puse a escribir un informe a mquina con todas las puertasabiertas.

    Mi suegra, instalada en mi casa por hacerme un favor (se ocupaba de la casadurante la ausencia de mi mujer), se despert. Me llam desde la cama y grit a travsde su puerta en direccin a la otra punta del piso:

    -Henri... Edith ha telefoneado desde Brighton a las once; ha de saber que hasentido mucho no encontrarle.

    Efectivamente, yo llevaba en el bolsillo, desde el da anterior, una carta de Edith.En ella me deca que telefoneara esa noche despus de las diez y yo deba ser uncobarde para haberlo olvidado de esa forma. Incluso me haba vuelto a ir despus dehaber llegado hasta el portal. No poda imaginarme nada ms odioso. Mi mujer, dequien me haba olvidado vergonzosamente, me telefoneaba desde Inglaterra, inquieta;durante ese tiempo, olvidndola, iba arrastrando mi hundimiento embrutecido porlugares detestables. Todo era falso, incluso mi sufrimiento. Volv a llorar cuanto pude:mis sollozos no tenan ni pies ni cabeza.

    El vaco continuaba. Un idiota que se alcoholiza y llora, eso era en lo que

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    grotescamente me estaba convirtiendo. Para escapar al sentimiento de no ser sino unolvidado desecho, el nico remedio era beber un trago tras otro. Tena la esperanza deacabar con mi salud, tal vez incluso con una vida que careca de razn de ser. Imaginque el alcohol me matara, pero no tena una idea exacta. Quiz siguiese bebiendo yentonces morira, o bien dejara de beber... De momento, todo careca de importancia.

    2

    Sal medianamente borracho de un taxi delante de Francis. Sin decir ni unapalabra, fui a sentarme a una mesa, al Iado de algunos amigos que haba venido aver. La compaa me convena, la compaa me alejaba de la megalomana. No era elnico que haba bebido. Fuimos a cenar a un restaurante de taxistas: slo haba tresmujeres. En seguida la mesa qued cubierta con gran cantidad de botellas de vinotinto vacas o medio vacas.

    Mi vecina se llamaba Xnie. Hacia el final de la comida me dijo que acababa de

    volver del campo y que, en la casa donde haba pasado la noche, haba visto en elretrete un orinal lleno de un lquido blancuzco en medio del cual se estaba ahogandouna mosca: se refera a ello so pretexto de que yo estaba comiendo un coeur el lacremey de que el color de la leche le daba asco. Ella coma embutido y se beba todoel vino tinto que yo le iba sirviendo. Engulla los trozos de morcilla como una moza degranja, pero era pura afectacin. No era ms que una muchacha ociosa yexcesivamente rica. Vi delante de su plato una revista vanguardista de portada verdeque llevaba con ella. La abr y encontr una frase en la que un cura de pueblo extraadel estircol un corazn en el extremo de una horca. Yo estaba cada vez msborracho y la imagen de la mosca ahogada en un orinal se asociaba con el rostro deXnie. Xnie estaba plida, tena en el cuello desagradables mechones de pelo, patasde mosca. Sus guantes de piel blanca estaban inmaculados, encima del mantel de

    papel, al lado de las migas de pan y de las manchas de vino tinto. La mesa enterahablaba a voces. Escond un tenedor en mi mano derecha, alargu suavemente esamano sobre el muslo de Xnie.

    Por entonces yo tena una convulsiva voz de borracho, pero era en parte unacomedia. Le dije:

    -Tienes el corazn fresco...De pronto me ech a rer. Acababa de ocurrrseme (como si ello pudiera tener

    algo de cmico): un corazn a la crema... Empezaba a sentir ganas de vomitar.Al parecer, ella estaba deprimida, pero me contest sin mal humor, conciliadora:-Probablemente le decepcione, pero es cierto: an no he bebido mucho y no es

    mi intencin mentirle para que se divierta.

    -Entonces... -dije.Hund brutalmente, a travs del vestido, los dientes del tenedor en el muslo. Ella

    grit y, en el desordenado ademn que hizo para escapar de m, tir dos vasos de vinotinto. Apart su silla y hubo de levantarse el vestido para ver la herida. La ropa interiorera bonita, la desnudez de los muslos fue de mi agrado; uno de los dientes, msafilado, haba atravesado la piel y corra la sangre, pero se trataba de una herida insig-nificante. Yo me abalanc: no tuvo tiempo de impedirme que pegase ambos labios almuslo y bebiese la pequea cantidad de sangre que acababa de hacer brotar. Losotros miraban un poco sorprendidos, con una risa un poco envarada... Pero vieron queXnie, con toda su palidez, lloraba con moderacin. Estaba ms bebida de lo que ellahaba supuesto: sigui llorando, pero sobre mi brazo. Entonces llen su cado vaso devino tinto y le hice beber.

    Pag uno de nosotros; luego se dividi el total, pero yo exig pagar por Xnie

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    (como si se tratara de tomar posesin de ella); se habl de ir al Fred Payne. Todo elmundo se amonton en dos coches. El calor que haca en la pequea sala eraasfixiante; bail una vez con Xnie y luego con mujeres que nunca haba visto. Me ibaa tomar el aire a la puerta, arrastrando a uno o a otro -una vez incluso fue Xnie- abeber whiskies en las tascas vecinas. De vez en cuando volva a la sala; por ltimo,me instal, adosado a la pared, delante de la puerta. Estaba ebrio. Miraba a lostransentes. No s por qu, uno de mis amigos se haba quitado el cinturn y lo tenaen la mano. Se lo ped. Lo dobl y me dediqu a blandido ante las mujeres, como sime dispusiera a golpeadas. Estaba oscuro, ya no vea nada y haba dejado decomprender; si las mujeres pasaban con hombres afectaban no ver nada. Llegarondos jvenes y una de ellas, ante aquel cinturn alzado como una amenaza me plantcara, insultndome, escupindome su desprecio a la cara: era verdaderamente bonita,rubia, duro y estilizado el rostro. Me volvi la espalda con desprecio y franque elumbral de Fred Payne. Yo la segu por entre los bebedores aglomerados alrededor delbar.

    -Por qu se enfada conmigo? -le dije, al tiempo que le mostraba el cinturn-slo quera bromear. Tmese algo conmigo -ahora rea, mirndome de hito en hito.

    -Bueno -me dijo.Como si no quisiera ser menos que aquel individuo borracho que le mostraba estpidamente un cinturn, aadi:-Tenga.Tena en la mano una mujer desnuda de cera blanda; la parte baja de la mueca

    estaba rodeada con un papel; con dedicacin consegua imprimir al busto unmovimiento sutil: no se poda ver nada ms indecente. Era, seguramente, alemana,muy descolorida, con un aire altivo y provocador: bail con ella y le cont no s ya qutonteras. Sin razn aparente, se detuvo en medio de una pieza, adopt un aire gravey me mir fijamente. Estaba cargada de insolencia.

    -Mire -me dijo.Y se levant el vestido por encima de las medias: la pierna, las floridas ligas, las

    medias, la ropa interior, todo era lujoso; con su dedo sealaba la carne desnuda.Sigui bailando conmigo y me di cuenta de que haba seguido llevando en la manoaquella msera mueca de cera: tales baratijas se suelen vender a la entrada de losmusic-halls mientras el vendedor canturrea una retahla de frmulas, tales como: for-midable al tacto... La cera estaba suave: tena toda la flexibilidad y la frescura de lacarne verdadera. La blandi una vez ms tras dejarme y, al tiempo que bailaba solauna rumba delante del pianista negro, le imprima una incitante ondulacin, anloga ala de su danza: el negro la acompaaba al piano rindose a carcajadas; bailaba bien yla gente en corro alrededor de ella, se haba puesto a dar palmadas. Entonces sac lamueca del cucurucho de papel y la arroj sobre el piano con grandes risas: el objetocay sobre la madera del piano con un nfimo ruido de cuerpo que se desploma;efectivamente, se haban desplomado sus piernas, pero sus pies estaban cortados.

    Las pequeas pantorrillas rosadas y mutiladas, las piernas abiertas, eran irritantes,pero atractivas al mismo tiempo. Encontr un cuchillo en una mesa y cort unarebanada de pantorrilla rosada. Mi compaera provisional se apoder del trozo y me lometi en la boca: tena un horrible sabor a vela amarga. Lo escup sobre el suelo,asqueado. No estaba totalmente ebrio; repar en lo que poda ocurrir si segua.aaquella muchacha a una habitacin de hotel (me quedaba muy poco dinero, saldra,sin duda, con los bolsillos vacos y aun tendra que dejarme insultar, abrumar dedesprecio).

    La muchacha me vio hablar con Xnie y con otros; pensara, sin duda, quetendra que quedarme con ellos y que no me podra acostar con ella: bruscamente medijo adis y desapareci. Poco despus, mis amigos se fueron de Fred Payne y yo lossegu: fuimos a beber y comer a Graff. Yo me quedaba en mi sitio sin decir nada, sinpensar en nada, empezaba a ponerme malo. Fui al lavabo con el pretexto de que tenalas manos sucias y estaba despeinado. No s lo que hice: poco ms tarde, dormitaba

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    a medias cuando o llamar Troppmann. Estaba con los pantalones bajados, sentadoen la taza. Me abroch el pantaln, sal y el amigo que me haba llamado me dijo quehaba desaparecido durante tres cuartos de hora. Fui a sentarme a la mesa de losdems, pero, poco despus, me sugirieron que volviese a los servicios: estaba muyplido. Volv, pas bastante tiempo vomitando. Luego, todo el mundo se puso a decirque haba que irse (eran las cuatro ya). Me llevaron a casa en el spiderde un coche.

    Al da siguiente (era domingo), an me senta enfermo y el da se me pas en unodioso letargo, como si no quedasen ya otros recursos susceptibles de ser utilizadospara seguir viviendo: me vest hacia las tres con la idea de ir a ver a ciertas personas eintent, infructuosamente, parecerme a un hombre en estado normal. Volv temprano aacostarme: tena fiebre y m_ dola el interior de l'a nariz como suele ocurrir trasprolongados vmitos; adems, la ropa se me haba empapado de lluvia y haba cogidofro.

    3

    Me hund en un sueo enfermizo. Durante toda la noche fueron sucedindosepesadillas o sueos penosos que acabaron de agotarme. Me despert ms enfermoque nunca. An poda recordar lo que acababa de soar: me encontraba en unaantesala, delante de una cama de baldaqun y columnas, una especie de carroza f-nebre sin ruedas: aquella cama, o aquel coche de muerto, estaba rodeado por ciertonmero de hombres y mujeres, los mismos, al parecer, que fueran mi compaa de lanoche anterior. El gran saln era seguramente un escenario de teatro, aquelloshombres y mujeres eran actores, los directores escnicos, tal vez, de un espectculotan extraordinario que su sola espera me produca angustia... En cuanto a m, estabaapartado y cobijado al mismo tiempo, en una especie de pasillo desnudo ydestartalado, situado, respecto a la salita de la cama, como lo estn las butacas de

    platea de los espectadores respecto a las tablas. La atraccin esperada deba ser tur-badora y cargada de un humor exagerado: esperbamos la aparicin de un cadverautntico. En ese momento repar en un fretro dispuesto en medio de la cama debaldaqun: la parte superior del fretro desapareca en un silencioso desplazamiento,como un teln de teatro o como la tapa de un juego de ajedrez, pero lo que aparecino era horrible. El cadver era un objeto de forma difcil de explicar, una cera rosceade brillante frescura; aquella cera recordaba la mueca de pies mutilados de la chicarubia, nada ms atractivo; aquello responda al sarcstico estado de nimo,silenciosamente embelesado, de los asistentes; acababa de ser gastada una bromacruel y divertida, cuya vctima era an desconocida. Poco despus, el objeto rosa,inquietante e incitante a la vez, fue agrandndose hasta cobrar proporcionesconsiderables: tom el aspecto de un cadver gigante esculpido en alabastro blanco

    veteado de rosa o de ocre amarillo. La cabeza de aquel cadver era un inmensocrneo de yegua; su cuerpo, una espina de pescado o una enorme mandbula inferiormedio desdentada, estirada en lnea recta; sus piernas prolongaban aquella espinadorsal en el mismo sentido que las de un hombre; no tenan pies, eran los trozoslargos y nudosos de las patas de un caballo. El conjunto, hilarante y repulsivo, tena elaspecto de una estatua de mrmol griega, el crneo estaba cubierto con un cascomilitar plantado en la punta de la misma forma que un sombrero de paja en la cabezade un caballo. Yo, por mi parte, no saba si tena que sumirme en la angustia o rerme,y se me hizo cada vez ms claro que, si me rea, aquella estatua, aquella especie decadver, era una broma flagrante. Pero, si llegaba a temblar, ella se abalanzara sobrem para hacerme pedazos. No pude darme cuenta de nada: el cadver tendido seconvirti en una Minerva, vestida, acorazada, erguida y desafiante bajo su casco:aquella Minerva era de mrmol, pero se agitaba como una loca. Continuaba en tonoviolento aquella broma que me maravillaba, que, no obstante, me dejaba anonadado.

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    corriese por la barba sin decir una sola palabra...

    Lazare estaba irritada por lo imprevisto de mi llegada, pero ste no era el casodel padrastro: una vez hechas las presentaciones (durante las cuales l permaneciinmvil, sin expresin), sentado apenas en una butaca desvencijada, se puso a hablar:

    -Seor, me interesa ponerle al corriente de una discusin que, lo confieso, mesita en un abismo de perplejidad...

    Con su comedida voz de ausente, Lazare intent detenerle:-Pero, no cree usted, querido padre, que tal discusin no tiene solucin, y que...

    no vale la pena cansar a Troppmann? Tiene todo el aspecto de estar agotado.Yo segua con la cabeza baja, fijos los ojos en el suelo, a mis pies. Dije:-No importa. Explqueme por lo menos de qu se trata, eso no obliga... -hablaba

    casi en voz baja, sin conviccin.-Ea -repuso el seor Melou-, mi hijastra acaba de exponerme el resultado de las

    arduas meditaciones que la han absorbido literalmente desde hace algunos meses.Por lo dems, no me parece que la dificultad estribe en los muy hbiles y, a mimodesto entender, convincentes argumentos que utiliza con vistas a delimitar el ca-

    llejn sin salida en el que los acontecimientos que se producen ante nuestros ojosprecipitan a la historia...La aflautada vocecilla se modulaba con una elegancia excesiva. Yo ni siquiera

    escuchaba: ya saba lo que iba a decir. Me senta abrumado por su barba, por elaspecto sucio de su piel, por sus labios, del color de las tripas, que tan bien articulabanmientras sus grandes manos se elevaban con objeto de acentuar las frases.Comprend que coincida con Lazare en admitir el derrumbe de las esperanzassocialistas. Pens: pues estn listos, los dos pjaros stos, derrumbadas las es-peranzas socialistas... me encuentro muy enfermo. . .

    El seor Melou prosegua, enunciando con su voz profesoral el angustiosodilema que se le planteaba al mundo intelectual en aquella poca deplorable (segnl, para todo depositario de la inteligencia era una verdadera desgracia el tener que

    vivir hoy precisamente). Articul, arrugando la frente con esfuerzo:-Acaso hemos de enterrarnos en silencio? O, por el contrario, hemos de

    acordar nuestro apoyo a las ltimas resistencias de los obreros abocndonos as auna muerte implacable y estril?

    Durante algunos instantes permaneci en silencio, fijando la mirada en la puntade su mano alzada.

    -Louise --concluy-- se inclina por la solucin heroica. Yo no s, seor, culpueda ser su opinin personal sobre las posibilidades asignadas al movimiento deemancipacin obrera. Permtame, pues, que plantee el problema... de formaprovisional... -una vez pronunciadas estas palabras me mir con una ligera sonrisa; sedetuvo un buen rato, daba la misma impresin que un sastre que, para juzgar mejor el

    efecto, se echa un poco para atrs- en el vaco, s, ah es' donde precisamenteconviene decido tom una de sus manos dentro de la otra y, muy despacio, se lasfrot--, en el vaco... Como si nos encontrramos ante los datos de un problemaarbitrario. Siempre nos es lcito imaginar, con independencia de un dato real, unrectngulo ABCD... Pasemos, si gusta, a enunciar en el presente caso: sea la claseobrera irremisiblemente destinada a perecer...

    Yo escuchaba aquello: la clase obrera destinada a perecer... Yo flotaba en unavaguedad excesiva. Ni siquiera pensaba en levantarme, en irme dando un portazo.Miraba a Lazare y me senta anonadado. Lazare estaba sentada en otra butaca, conaire resignado y, sin embargo, atento, adelantada la cabeza, apoyado el mentn en lamano, el codo en 'la rodilla. Ella no era menos srdida y s ms siniestra que supadrastro. No se movi y le interrumpi:

    -Sin duda, quiere usted decir destinada a sucumbir polticamente...El desmesurado fantoche prorrumpi en carcajadas. Cloqueaba. Concedi de

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    tristemente, los alz:-As estn las cosas, somos como un campesino que labrara su tierra para la

    tormenta que se avecina. Paseara, sin duda, por sus campos con la cabeza baja...Sabra que el pedrisco era inevitable...........................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................

    -Entonces... cuando el momento se acerca... se coloca delante de su cosecha y,como yo mismo ahora -sin transicin, el absurdo, el ridculo personaje se volvisublime, de pronto su voz aflautada, su voz suave tena algo helador- elevar en vanosus brazos al cielo... esperando que el rayo le aniquile... a l y a sus brazos.

    Una vez pronunciadas estas palabras dej caer sus propios brazos. Se habaconvertido en la imagen perfecta de una desesperacin infinita.

    Lo comprend. Si no me iba volvera a llorar: yo mismo, como por contagio, tuveun gesto de desaliento, me fui, diciendo casi en voz baja:

    -Hasta la vista, Lazare.Luego, en mi voz se filtr una simpata imposible:

    -Hasta la vista, seor.

    Llova a cntaros, yo no tena ni sombrero ni abrigo. Me figur que el camino nosera largo. Anduve durante cerca de una hora, incapaz de detenerme, aterido portoda el agua que haba empapado mi pelo y mi ropa.

    5

    Al da siguiente, aquella escapada a una realidad demente haba huido ya de mimemoria. Me despert sobrecogido. Estaba sobrecogido por el miedo que acababa de

    sentir en sueos, me senta perdido, arda de fiebre... No toqu siquiera el desayunoque mi suegra dej en la cabecera. Persistan mis deseos de vomitar. Puede decirseque no haban cesado desde la antevspera. Mand comprar una botella de champnmalo. Beb un vaso helado: unos minutos ms tarde me levant para ir a vomitar. Trasel vmito volv a la cama, senta un leve alivio, pero la nusea no tard en reaparecer.Era presa de temblores y de castaeteos de dientes: evidentemente estaba enfermo,sufra de mala manera. Volv a hundirme en una especie de somnolencia atroz: todaslas cosas empezaron como a descolgarse, eran cosas oscuras, repulsivas, in,..formes, que hubiera sido necesario de todo punto volver a fijar; no haba modo algunode hacerlo. Mi existencia se deshilachaba como una materia putrefacta... Vino elmdico, me examin de los pies a la cabeza. Por ltimo decidi volver con otro; de suforma de hablar deduje que tal vez fuera a morir (sufra de forma atroz, notaba en m

    algo bloqueado y senta una violenta necesidad de que me fuera concedida unatregua: as que no tena las mismas ansias de morir que los otros das). Tena unagripe complicada con algunos sntomas pulmonares bastante graves:inconscientemente me haba expuesto al fro la vspera, bajo la lluvia. Pas tres dasen un estado horrible. Con excepcin de mi suegra, de la doncella y de los mdicos,no vi a nadie. Al cuarto da estaba peor, no haba bajado la fiebre. Sin saber queestaba enfermo, Xnie me telefone: le dije que no sala de la habitacin y que podavenir a verme. Lleg un cuarto de hora ms tarde. Era ms sencilla de lo que me lahaba imaginado: era incluso muy sencilla. Despus de los fantasmas entrevistos enla rue de Turenne, me pareca humana. Mand traer una botella de vino blanco,explicndole a duras penas que me complacera mucho verla beber vino -dado migusto por ella y por el vino- yo no poda beber ms que caldo de legumbres o zumo denaranja. Ella no tuvo reparo alguno en beber el vino. Le dije que la noche en queestaba ebrio haba bebido porque me senta muy desgraciado.

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    Ya se haba dado cuenta, me deca.-Beba usted como si hubiese querido morir. Lo ms rpido posible. Bien hubiera

    deseado... pero no me gusta impedir que se beba, y adems, yo tambin hababebido.

    Su parloteo me agotaba. Sin embargo, me oblig a salir un poco de lapostracin. Me asombraba que la pobre muchacha hubiera comprendido tan bien,pero, en lo concerniente a m, nada poda hacer, incluso admitiendo que, ms tarde,escapase a la enfermedad. Tom su mano, la atraje hacia m y la pas lentamente pormi mejilla para que le picase la barba spera que me haba crecido durante los ltimoscuatro das.

    Le dije riendo:-Imposible besar a un hombre tan mal afeitado.Atrajo mi mano y la bes largamente. Me sorprendi. No supe qu decir. Intent

    explicarIe entre risas -hablaba muy bajo, como los que estn muy enfermos: me dolala garganta:

    -Por qu me besas la mano? Lo sabes de sobra. En el fondo soy innoble.

    Hubiera llorado ante la idea de que ella no poda hacer nada. Yo tampoco podasuperar nada.Ella, sencillamente, me respondi:-Lo s. Todo el mundo sabe que lleva usted una vida sexual anormal. Yo, lo que

    he pensado es que, sobre todo, deba ser usted muy desgraciado. Yo soy muy tonta,muy risuea. Slo tengo bobadas en la cabeza, pero desde que le conozco y he odohablar de sus costumbres, he empezado a pensar que las gentes que tienencostumbres innobles... como usted... probablemente sea que sufren.

    La mir largamente. Ella lo haca tambin sin decir nada. Vio que, a mi pesar, laslgrimas me saltaban de los ojos. No era muy bella, pero s conmovedora y sencilla:nunca hubiera pensado que fuese tan verdaderamente sencilla. Le dije que la quera

    mucho, que para m todo se volva irreal: tal vez no fuese innoble --en definitiva-, peros era un hombre perdido. Mejor sera que entonces muriese como deseaba. Estabatan agotado por la fiebre, y por un horror profundo, que apenas poda explicarle nada;por lo dems, yo mismo tampoco comprenda nada...

    Entonces me dijo, con una brusquedad casi demente:-No quiero que se muera. Yo le cuidar. Me hubiera gustado tanto ayudarle a

    vivir.Intent hacerla atender a razones:-No. T no puedes hacer nada por m, nadie puede ya...Se lo dije con tal sinceridad, con tan evidente desesperanza, que ambos

    permanecimos silenciosos. Ella misma no se atrevi ya a decir nada. En aquelmomento, su presencia me resultaba desagradable.

    Tras aquel largo silencio una idea comenz a agitarme interiormente, una ideaestpida, cargada de odio, como si, de pronto, de ella dependiera mi vida, o, quiz, ala sazn, algo ms que la vida. Entonces, consumido por la fiebre, le dije con unaexasperacin enloquecida:

    -Escchame, Xnie -comenc a perorar y, sin razn alguna, estaba fuera de m-te has mezclado con la agitacin literaria, has debido leer a Sade, has debidoencontrar a Sade formidable, como los dems. Los que admiran a Sade son unosestafadores -me oyes?- unos estafadores...

    Ella me miraba en silencio, no se atreva a decir nada. Prosegu.-Me excito, estoy rabioso, agotado, las frases se me escapan... Pero, por qu

    han hecho eso con Sade?Grit, casi:-Haban comido ellos mierda, s o no?

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    Era tan loca mi rabia, de pronto, que pude incorporarme y, con mi voz rota, medesgait entre toses:

    -Los hombres son ayudas de cmara... Si hay uno que tiene aspecto, de seor,hay muchos ms que revientan de vanidad... pero... aquellos a los que nada doblegaestn en las crceles o bajo tierra... y la crcel o la muerte para unos... significa laesclavitud para todos los dems...

    Xnie apoy suavemente su mano sobre mi frente:-Henri, te lo suplico -se converta entonces, inclinada sobre m, en una especie

    de hada doliente y la inslita pasin de su voz, casi baja, me quemaba- deja dehablar... ests demasiado febril an para hablar...

    Extraamente, mi mrbida excitacin dej paso a un relajamiento: el sonidoextrao de su voz que me embargaba me haba colmado de un torpor casi dichoso.Mir a Xnie durante bastante tiempo, sin decir nada, sonriendo: vi que llevaba unvestido de seda azul marino con un cuello blanco, medias claras y zapatos blancos; sucuerpo era esbelto y pareca bonito bajo aquel vestido; su rostro era fresco debajo delos cabellos negros y bien peinados. Senta estar enfermo.

    Le dije sin hipocresa:-Me gustas mucho hoy. Te encuentro guapa, Xnie. Cuando me has llamadoHenri, hablndome de t, me ha parecido excelente.

    Ella pareci feliz, loca de alegra y sin embargo, loca de inquietud. En suturbacin se puso de rodillas cerca de mi cama y me bes en la frente; yo introduje mimano entre sus piernas por debajo de la falda... No me senta menos agotado, pero yano sufra. Llamaron a la puerta y la vieja sirvienta entr sin esperar respuesta: Xniese puso en pie lo ms de prisa que pudo. Fingi mirar un cuadro, tena el aspecto deuna loca, de una idiota, incluso. La sirvienta tambin pareci una idiota: traa eltermmetro y una taza de caldo. Yo me senta deprimido por la estupidez de la vieja,sumido de nuevo en la postracin. Durante el instante anterior, los muslos desnudosde Xnie eran un frescor en mi mano; ahora todo vacilaba. Hasta mi memoria vacilaba:

    la realidad estaba rota en pedazos. Nada me quedaba salvo la fiebre, en m la fiebreconsuma la vida. Yo mismo introduje el termmetro, sin tener el valor de pedirle aXnie que se volviese. La vieja se. haba ido. Estpidamente Xnie me vio hurgardebajo de las mantas, hasta el momento en que el termmetro entr. Yo creo que ladesdichada tuvo ganas de rer al mirarme, pero las ganas de rer acabaron detorturada. Adopt un aire de desconcierto: permaneca frente a m, de pie,descompuesta, despeinada, completamente roja; la turbacin sexual tambin se leaen su rostro.

    Me haba subido la fiebre desde el da anterior. Me daba igual. Sonrea, pero,visiblemente, mi sonrisa era malvola. Era tan penoso incluso de ver, que la otra,cerca de m, ya no saba qu cara poner. A su vez, acudi mi suegra para saber qu

    fiebre tena: le cont sin responder que Xnie, a la que conoca desde haca tiempo,se quedara all para cuidar de m. Poda acostarse en la habitacin de Edith si as lodeseaba. Lo dije con asco y al punto me puse de nuevo a sonrer malignamente,mirando a las dos mujeres.

    Mi suegra me odiaba por todo l dao que haba hecho a su hija; por aadidura,sola sufrir considerablemente siempre que se faltaba a las formas. Pregunt:

    -No quiere que telegrafe a Edith dicindole que venga?Yo respond, con la voz enronquecida, desde lo alto de toda la indiferencia de un

    hombre que domina tanto ms la situacin cuanto peor est:-No. No quiero. Xnie puede dormir ah si lo desea.Xnie, en pie, casi temblaba. Apret fuertemente su labio inferior entre los

    dientes para no llorar. Mi suegra estaba ridcula. Tena cara de circunstancias. Susojos perdidos se agitaban de indignacin y ello armonizaba muy poco con su apticaforma de caminar. Por ltimo, Xnie balbuce que iba a buscar sus cosas: se fue de la

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    habitacin sin decir una palabra, sin dirigirme siquiera una mirada, pero comprend quetrataba de reprimir sus sollozos.

    Le dije riendo a mi suegra:-Que se vaya al diablo si quiere.

    Mi suegra se precipit a acompaar a Xnie a la puerta. Yo no saba si Xnie mehabra odo o no.

    Yo era el detritus que todos pisoteaban y a mi propia maldad vena a sumarse lade la suerte. Haba atrado la desgracia sobre mi cabeza y all reventaba; estaba solo,era cobarde. Haba prohibido que se avisase a Edith. Al punto sent abrirse en m unnegro agujero, comprendiendo perfectamente que nunca ms podra apretada contrami pecho. Llamaba a mis nios con toda la ternura de la que era capaz: no vendran.Mi suegra y la vieja ama estaban all, cerca de m: ciertamente tenan toda la pinta, launa y la otra, de lavar un cadver, y atarle la boca para impedir su cmica apertura.Estaba cada vez ms irritable; mi suegra me puso una inyeccin de aceitealcanforado, pero la aguja estaba vieja y aquella inyeccin me hizo mucho dao: noera nada, pero tampoco haba nada que yo pudiese esperar aparte de aquellos

    infames pequeos horrores. Luego, todo se ira, incluso el dolor, y el dolor eraentonces en m lo que an quedaba de una vida tumultuosa... Yo presenta algo vaco,algo negro, algo hostil, gigantesco..., pero ya no era yo... Llegaron los mdicos, no salde la postracin. Podan escuchar o palpar lo que quisiesen. Slo me restaba soportarel sufrimiento, el asco, la abyeccin, soportar hasta mucho ms lejos de cuanto podaesperar. No dijeron prcticamente nada; ni siquiera trataron de arrancarme palabrasbaldas. Al da siguiente por la maana, volveran, pero yo tena que disponer lonecesario. Deba telegrafiar a mi mujer. No me encontraba ya en situacin denegarme.

    6

    El sol entraba en mi habitacin, iluminaba directamente la colcha rojo vivo de micama, abierta la ventana de par en par. Aquella maana, una actriz de operetacantaba en su casa, con las ventanas abiertas, a plena voz. Reconoc, a pesar de lapostracin en que me hallaba, el aria de Offenbach de La Vie parisienne. Las frasesmusicales rodaban y estallaban de felicidad en su joven garganta. Era:

    Vous souvient-il ma belleD'un homme qui s' appelleJean-Stanislas, baron de Frascata?2

    En el estado en que me encontraba, crea estar oyendo la irnica respuesta a uninterrogante que se precipitaba en mi cabeza, abocada a la catstrofe. La bellademente (alguna vez la haba visto, la haba incluso deseado) segua con su canto,aparentemente sublevada por una viva exultacin:

    En la saison derniere,Quelqu'un, sur ma priere,Dans un gran bal a vous me prsenta!le vous aimai, moi, cela va sans dire!M'aimates-vous? je n'en crus jamais rien3

    2Recuerda usted, hermosa ma, / A un hombre que se llama / Jean-Stanislas, barn de Prascata? (N.

    del T.)

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    Al escribirlo hoy, una punzante alegra me ha subido la sangre a la cabeza, tanloca que a m tambin me gustara cantar.

    Aquel da, Xnie, que en la desesperacin en que mi actitud la haba sumido,haba resuelto venir a pasar al menos la noche a mi lado, iba a entrar de un momentoa otro en aquella habitacin inundada de sol. Yo oa el ruido de agua que ella haca enel cuarto de bao. La joven tal vez no haba comprendido mis ltimas palabras. No meimportaba en absoluto. La prefera a mi suegra -al menos, poda, por un instante, dis-traerme a su costa... Me paraliz la idea de que tal vez hubiera de pedirle el orinal: meimportaba un bledo producirle asco, pero mi situacin me avergonzaba; vermereducido a hacer aquello en mi cama gracias a los buenos oficios de una mujeratractiva, y el hedor, desfalleca (en aquel momento, la muerte llegaba a asquearmehasta el pavor; y, sin embargo, tendra que haberme apetecido). La noche anteriorXnie haba vuelto con una maleta, yo haba hecho una mueca, haba gruido sindespegar los dientes. Haba fingido estar extenuado hasta el punto de no poderarticular ni una sola palabra. En mi exasperacin haba terminado incluso por con-testarle, poniendo en mis gestos menos cuidado. Ella no lo haba notado. De un

    momento a otro iba a entrar: se figuraba que para salvarme se necesitaban loscuidados de una enamorada! Cuando llam a la puerta, yo haba conseguido sentarme(me pareca que, al menos provisionalmente, ya no estaba tan mal). Respond:Adelante! con una voz casi normal, incluso con una voz casi solemne, como siestuviese interpretando un papel.

    Al veda aad, en voz menos alta, con el tragicmico tono de la decepcin:-No, no es la muerte... slo la pobre Xnie...

    La encantadora muchacha mir entonces a su supuesto amante con los ojoscomo platos. Sin saber qu hacer, cay de rodillas ante mi cama...

    Protest suavemente:-Por qu eres tan cruel? Me hubiera gustado tanto ayudarte a sanar.

    -Pues a m me gustara -le repuse con una amabilidad convencional-, que, demomento, me ayudases sencillamente a afeitarme.

    -Tal vez te fatigues. No puedes quedarte as?-No. Un muerto mal afeitado no es presentable.-Por qu quieres hacerme dao? T no vas a morir, no. No puedes morir...-Imagnate lo mal que lo paso mientras tanto.. .Si cada cual lo pensase antes... Pero cuando est muerto, Xni, podrs

    besarme como quieras, ya no sufrir ms, ya no ser odioso. Ser tuyo por entero...-Henri! Me haces un dao tan atroz que ya no s cul de nosotros dos es el que

    est enfermo... Sabes, no sers t el que muera, estoy segura, ser yo, me has metidola muerte en la cabeza, como si nunca ms fuese a salir de all.

    Pas un poco de tiempo. Yo me iba quedando vagamente ausente.-Tenas razn. Estoy demasiado agotado para poderme afeitar solo, aunque me

    ayuden. Habr que telefonear al barbero. No tienes que enfadarte, Xnie, cuando digoque podrs besarme... Es como si me hablase a m mismo. Sabes que siento unaviciosa aficin por los cadveres...

    Xnie se haba quedado de rodillas, todava a un paso de mi lecho, con airedesamparado y as era como me vea sonrer.

    Por fin, baj la cabeza y me pregunt en vozbbaja: .-Qu quieres decir? Te lo suplico, ahora debes decrmelo todo, porque tengo

    miedo, mucho miedo...

    3En la ltima temporada / Alguien, a ruego mo, / En un gran baile, a usted me present! / Yo la amaba,

    no hace falta decido! / Me amaba usted? Nunca lo hubiera credo. (N. del T.)

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    Yo me rea. Iba a contarle lo mismo que a Lazare. Pero aquel da era msextrao. De pronto, pens en mi sueo: en un destello, surga cuanto haba amado alo largo de mi vida, como un cementerio de tumbas blancas bajo una luminosidadlunar, bajo una luminosidad espectral; en el fondo, aquel cementerio no era ms queun burdel; el mrmol funerario estaba vivo, en algunos sitios era peludo...

    Mir a Xnie. Pens con terror infantil: maternal!Xnie daba visibles muestrasde sufrimiento. Dijo:

    -Habla... Ahora... Habla... Tengo miedo, me estoy volviendo loca...Quera hablar y no poda. Me esforc:-Entonces sera necesario que te contase toda mi vida.-No, habla..., dime sencillamente algo... pero no me mires ms sin decir nada...-Cuando muri mi madre...(Ya no tena fuerza para hablar. Bruscamente lo recordaba: a Lazare haba

    temido decirle mi madre; en mi vergenza, le haba dicho: una mujer de edad.)-Tu madre?.. Habla...-Haba muerto aquel da. Dorm en su casa con Edith.-Tu mujer?

    -Mi mujer. Llor interminablemente, a gritos. Yo... Por la noche, estaba acostadoal Iado de Edith, que dorma...Una vez ms me faltaban las fuerzas para hablar. Me compadeca a m mismo,

    si hubiera podido me habra tirado al suelo, habra chillado, habra gritado pidiendosocorro, sobre la almohada tena tan poco aliento como un moribundo... primero se lohaba contado a Dirty, luego a Lazare... a Xnie, habra tenido que implorarcompasin, habra tenido que arrojarme a sus pies... No poda hacerlo, pero la despre-ciaba con todo mi corazn. De forma estpida ella segua gimiendo y suspirando.

    -Habla... Ten compasin de m... Hblame...-...Estaba descalzo, andaba por el pasillo temblando... Estaba tembloroso de

    miedo y de excitacin delante del cadver, en el paroxismo... Estaba en trance... Mequit el pijama... Me... Ya sabes...

    Tan enfermo como estaba, sonrea. Con los nervios destrozados, ante m, Xniebajaba la cabeza. Apenas se movi..., y convulsivamente, pasaron unos segundosinacabables; por fin, cedi, se dej caer y su cuerpo inerte se extendi por el suelo.

    Yo deliraba y pensaba: es odiosa, se acerca el momento, llegar hasta el final.Me deslic penosamente hasta el borde de la cama. Tuve que realizar un largoesfuerzo. Saqu un brazo, cog el borde de su falda y se la sub. Ella profiri un gritoterrible, pero sin moverse: se estremeci. Emita un estertor, la mejilla sobre laalfombra, abierta la boca.

    Yo estaba enloquecido. Le dije:-Ests aqu para hacer de mi muerte algo ms sucio. Ahora desndate: ser

    como si reventase en un burdel.Xnie se irgui, apoyndose en las manos; recuper su voz ardiente y grave:

    -Si sigues con esta comedia -me dijo- ya sabes cmo acabar.Se levant y, lentamente, fue a sentarse sobre el alfizar de la ventana: me

    miraba, sin temblar.-Ya lo ves, voy a dejarme caer... hacia atrs.Y comenz, efectivamente, el movimiento que, de llegar a su fin, la habra

    proyectado al vaco. .Por muy odioso que yo pueda ser, aquel movimiento me hizo dao y sum el

    vrtigo a todo lo que ya se iba hundiendo en mi interior. Me ergu. Me senta oprimido;le dije:

    -Vuelve. Bien lo sabes. Si no te amase, nunca habra sido tan cruel. Tal vez hayaquerido sufrir un poco ms.

    Ella se baj sin prisa. Pareca ausente, marchitado el rostro por el cansancio..

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    Yo pens: voy a contarle la historia de Krakatoa. Por entonces haba una fuga enmi cabeza, todo lo que pensaba hua de m. Quera decir una cosa y, de inmediato, yanada tena que decir... La vieja criada entr llevando en una bandeja el desayuno deXnie. Lo deposit sobre un pequeo velador. Al mismo tiempo me traa un vasogrande de zumo de naranja, pero yo tena las encas y la lengua hinchadas, tena msmiedo que ganas de beber. Xnie se sirvi la leche y el caf. Yo tena el vaso en lamano, queriendo beber, no poda decidirme. Ella vio que me impacientaba. Tena unvaso en la mano y no beba. Era un absurdo evidente. Xnie, al vedo, quiso al puntoayudarme. Se precipit, pero lo hizo con tanta torpeza que, al levantarse, tir elvelador y la bandeja: todo se vino abajo con un estruendo de vajilla que se rompe. Sien aquel momento la pobre muchacha hubiese sido capaz de la menor reaccin, podahaber saltado fcilmente por la ventana. Su presencia a mi cabecera se volva msabsurda a cada momento que pasaba. Ella senta que tal presencia era injustificable.Se inclin, recogi los trozos dispersos y los dispuso sobre la bandeja: de aquellaforma poda disimular su rostro y yo no vea (pero adivinaba) la angustia que ladescompona. Por ltimo, enjug la alfombra, inundada de caf con leche, utilizandopara ello una toalla. Yo le dije que llamase a la criada, que le traera otro desayuno.

    Ella no contest, no levant la cabeza. Yo vea que ella no poda pedirle nada a lacriada, pero no poda quedarse sin tomar nada.

    Le dije:-Abre el armario. Vers una caja de hojalata en la que debe haber pastas. Debe

    haber una botella de champn casi llena. Estar caliente, pero si quieres...Ella abri el armario y, dndome la espalda, empez a comer pastas; luego,

    como tena sed, \ se sirvi un vaso de champn, bebindoselo rpidamente; volvi acomer algo a toda prisa y se sirvi un segundo vaso, luego cerr el armario. Acab deorden arlo todo. Estaba despavorida, sin saber ya qu hacer.' Haba que ponerme unainyeccin de aceite alcanforado; se lo dije. Fue a hacer los preparativos al cuarto debao y a pedir lo necesario en la cocina. Unos minutos ms tarde volvi con una

    jeringuilla llena. Dificultosamente consegu apoyarme sobre el vientre y tras haberbajado el pantaln de mi pijama le ofrec una nalga. No saba lo que haba que hacer,me dijo.

    -Entonces -le dije-, me vas a hacer dao. Tal vez fuera mejor decrselo a misuegra...

    Sin esperar ms, clav resueltamente la aguja. Era imposible hacerlo mejor. Lapresencia de aquella mujer que me haba hundido la aguja en la nalga me ibadesconcertando cada vez ms. Consegu darme la vuelta, no sin dolor. No senta elmenor pudor; me ayud a subirme el pantaln. Yo deseaba que siguiese bebiendo. Mesenta menos mal. Hara mejor -le dije- si coga del armario la botella y un vaso, los po-na a su lado y beba.

    Ella se limit a decirme:

    -Como quieras.

    Yo pens: si sigue, si bebe, le dir acustatey se acostar, lame la mesay lalamer... Iba a tener una muerte bonita. No haba nada que me fuera odioso:profundamente odioso.

    Le pregunt a Xnie:-Conoces una cancin que empieza por: He soado con una flor?-S. Por qu?-Deseara que me la cantases. Te envidio por poder tragar incluso champn

    malo. Bebe un poco ms. Hay que acabar la botella.-Cmo quieras.Y bebi a largos tragos.Prosegu:-Por qu no habras de cantar?

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  • 8/9/2019 Bataille, Georges"El Azul Del Cielo"

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    -Por qu He soado con una flor?...-Porque...-Entonces. Eso u otra cosa...-Vas a cantar, verdad? Mira, te beso la mano. Eres muy buena.

    Ella cant, resignada. Estaba de pie, las manos vacas, tena los ojos fijos en laalfombra:

    J'ai rv d'une fleurQui ne mourrait jamais.J'ai rv d'un amourQui durerait toujours4

    Su voz grave se elevaba con mucha pasin y entrecortaba las ltimas palabras,para acabar, con angustiosa languidez:

    Pourquoi faut-il, hlas, que sur la Terre

    Le bonheur et les fleurs soient toujours phmeres?

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    ................................................................................................................................Tambin le dije:-Podras hacer algo por m.-Har lo que quieras.-Hubiese sido bello que hubieras cantado desnuda delante de m.-Cantado desnuda?-Vas a beber un poco ms. Cerrars la puerta con llave. Te har sitio cerca de

    m, en la cama. Ahora, desndate. .-Pero es una insensatez.-Me lo ha