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Presentado bajo seudónimo a concurso ' en 1950, con motivo del cincuentenario de Ariel, este trabajo fue premiado por un calificado tribunal. No obstante, el reconoci- miento obtenido y su condición de aporte fundamental, permaneció inédito durante las cinco décadas siguientes. Carlos Real de Azúa, erudito e incisivo estudioso de José Enrique Rodó, examina con rigor, inteligencia y perspicacia la resonancia que, a lo largo de su primer medio siglo, alcanzó el célebre libro de 1900, una de las obras uruguayas de mayor calado en el mundo de habla hispana. MEDIO SIGLO DEARIEL (SU SIGNIFICACIÓN Y TRASCENDENCIA LITERARIO-FILOSÓFICA) ,·u•A :<n:,·.,. __ m,...___- A RIEL, ,.,. JOSt: ROI><l. 1900. ACADEMIA NACIONAL DE LETRAS

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Page 1: Ariel, DEARIEL · 2015. 7. 18. · de la inteligencia sincrética de Herbert Spencer, todo lo que parecía una verdad valiosa del pasado o del presente. Sin embargo, bajo el prestigio

Presentado bajo seudónimo a concurso ' en 1950, con motivo del cincuentenario de

Ariel, este trabajo fue premiado por un calificado tribunal. No obstante, el reconoci­miento obtenido y su condición de aporte fundamental, permaneció inédito durante las cinco décadas siguientes.

Carlos Real de Azúa, erudito e incisivo estudioso de José Enrique Rodó, examina con rigor, inteligencia y perspicacia la resonancia que, a lo largo de su primer medio siglo, alcanzó el célebre libro de 1900, una de las obras uruguayas de mayor calado en el mundo de habla hispana.

MEDIO SIGLO DEARIEL

(SU SIGNIFICACIÓN Y TRASCENDENCIA LITERARIO-FILOSÓFICA)

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A RIEL, ,.,.

JOSt: li:SRll~n; ROI><l.

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1900.

ACADEMIA NACIONAL DE LETRAS

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Carlos Real de Azúa (Montevideo, 1916-1977).

Doctor en Derecho y Ciencias Sociales. Profesor de literatura en Enseñanza Secundaria y Preparatoria ( 193 7 -1966), de literatura iberoamericana y rioplatense (1954-1967) y estética literaria (1952-1976) en el Instituto de Profesores Artigas, de ciencia política en la Facultad de Ciencias Económicas y de Administra­ción (1967-1974). Investigador asociado del Instituto de Economía de la Universidad de la República (1969-1974) y del Centro de Información y Estudios del Uruguay (CIESU) (1975-1977). Profesor visitante en la Universidad de Columbia (Nueva York) (1975). Colaborador del semanario Marcha. Prologuista de la Biblioteca Artigas (Colección de Clásicos Uruguayos) y de la Biblioteca Ayacucho.

Obras publicadas: España de cerca y de lejos (1943), Ambiente espiritual del 900 (1950), Un siglo y medio de cultura uruguaya. Literatura (1958), Evasión y arrai~o de Borges y Neruda (con Angel Rama y Emir Rodríguez Monegal, 1960), El patriciado uruguayo (1961), Antología del ensayo uruguayo contemporáneo (2 vols., 1964), El impulso y su freno: tres décadas de batllismo y las raíces de la crisis uruguaya (1964), Viajeros y observado­res extranjeros del Uruguay. Juicios e impresiones (1889-1964) (1965), José Vasconcelos: la revolu­ción y sus bemoles ( 1966), La historia política: las ideas y las fuerzas (1967), De los orígenes al Novecientos (1968), Los clasicistas y los románticos (1968),

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Carlos Real de Azúa

Medio Siglo de A riel (Su significación y trascendencia literario-filosófica)

Academia Nacional de Letras 2001

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Esta publicación se realiza con el apoyo del Banco Hipotecario del Uruguay

NOTA DE EDICIÓN

Carlos Real de Azúa ( 1916-1977) se presentó, bajo el seudónimo Anteo, al concurso convocado por Enseñanza Secundaria, con motivo del cincuentenario deAriel, en 1950. A pesar de haber obtenido el primer premio, el trabajo per­maneció inédito hasta la fecha. Uno de los integrantes del tribunal, el crítico literario (que fue miembro de número de la Academia Nacional de Letras) José Pereira Rodríguez, cuyo archivo se custodia en el Departamento de Investiga­ciones de la Biblioteca Nacional, conservó el ejemplar mecanografiado que le había sido destinado para su juicio, el que ha servido como base a esta edición, medio siglo más tarde.

El autor, como lo explica en las páginas introductorias, tenía varios capítulos pendientes de desarrollo y, seguramente, habría qjustado otros si hubiera dado a conocer el trabajo, tal como fue concebido para el concurso. En su propio ar­chivo se custodian borradores, primeras versiones manuscritas y mecanografia­das del proyecto original.

Lo cierto es que Real de Azúa continuó su estudio sobre la obra de José Enrique Rodó por otras vías y en diversas circunstancias. Valiosas y variadas contribuciones fueron las que dio a publicidad, desde incisivas reseñas hasta ensayos de profundo calado y minuciosa información, a propósito de una obra y un escritor sobre los que mantuvo un interés sin claudicaciones durante años.

La nutrida nómina, con reelaboraciones y reediciones, incluye: "Rodó en sus papeles: a propósito de la exposición" (Escritura, No 3, Montevideo, mar­zo de 1948); "Rodó y Zorrilla de San Martín" (Tribuna católica, No 2, Monte­video, 1950); "José Enrique Rodó" (Almanaque del Banco de Seguros del Estado, Montevideo, 1952); "El inventor del arielismo" (Marcha, Montevideo, 20 de junio de 1953); Prólogo aMativos de Proteo (Montevideo, Biblioteca Artigas, Colección de Clásicos Uruguayos, 1953); "Rodó y su pensamiento" (Marcha, Montevideo, 7 de mayo de 1954 ); Prólogo a El Mirador de Próspe­ro (Montevideo, Biblioteca Artigas, Colección de Clásicos Uruguayos, 1965); "El problema de la valoración de Rodó" ( Cuademos de Marcha, N° 1, Monte-

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video, 1967); "Ariel, libro argentino" (La Nación, Buenos Aires, 18 y 25 de julio de 1971 ); Historia visible e historia esotérica: personajes y claves del debate latinoamericano, Montevideo, Arca/Calicanto, 1975; Prólogos aAriel y Motivos de Proteo (Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1976).

A propósito del centenario deAriel, la Academia Nacional de Letras con­sideró de sumo interés publicar el presente estudio, sin duda el más completo y matizado que se haya escrito sobre la repercusión crítica que alcanzó el célebre libro de 1900 en las cinco décadas siguientes a su primera edición.

El texto de Real de Azúa ha sido respetado en todo lo fundamental; se introdujeron unas pocas e imprescindibles correcciones y otros tantos comple­mentos indicados entre paréntesis rectos. En particular se revisó el sistema de notas solo en lo pertinente para una mejor comprensión.

W.P.

EXPLICACIÓN [del autor]

El autor de estas páginas intentó realizar un estudio casi exhaustivo de los significados y resonancias deAriel. En su afán de salir de las generalidades mediante la colación de fuentes y textos, el espacio concedido le ha resultado pequeño y es así como presenta un trabajo que sabe incompleto pero no frag­mentario.

Prefirió, dentro de las distintas etapas de la trascendencia ariélica, aquellas más lejanas y en las que el manejo de los materiales de estudio asume una difi­cultad mayor.

Las últimas carillas son menos que un sumario, de cuatro capítulos que no se han podido insertar y que se titulan: "Cambios fácticos y espirituales ( 1920-1940)", "El antiarielismo con especial mención y análisis de las posturas de Luis Alberto Sánchez ''El impacto ariélico entre las dos guerras" y ''El nuevo arielismo".

También se ha omitido un análisis temático y estilístico del libro, una revista de sus fuentes ideológicas y una indagación de su filosofía (naturaleza de "el ideal y los ideales") Eran temas en realidad extraños al objeto propuesto.

Falta el desarrollo del arielismo en la acción y el pensamiento de Rodó posteriores a 1900. Están ausentes algunos interesantes temas parciales: el de la situación ariélica en el Uruguay hacia fm de siglo; el de Rodó y el modernismo en los tiempos de Ariel; el de la resonancia española del libro y las complejas relaciones entreAriel y la generación del98; el de la actitud de Rodó ante la crítica de su obra; el de una posible generación arielista en el Uruguay y el de las influencias y discordias entre el pensamiento de Rodó y el de sus coetáneos Zorrilla de San Martín, Rey les y Vaz Ferreira.

Sabemos que esto no es una disculpa. Que por lo menos contribuya a una visión del plan general propuesto.

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ABREVIATURAS E INDICACIONES

La estricta limitación temporal, característica de esta clase de trabajos, no nos ha permitido que las citas de los textos de Rodó se hicieran sobre las edicio­nes originales, aunque el autor sabe bien que el carácter espurio de muchas de las posteriores, le impondrá esta ulterior corrección. También sabe que razones de comodidad del posible lector podrían disculparlo. Las ediciones usadas son, así, casi siempre las españolas de la tercera década del siglo. Sus detalles y abreviaturas son las siguientes:

1 -Ariel en la edición de Prometeo, de Valencia, s.f. Ab: Ar. 2- Los artículos de la primera época en El que vendrá, Barcelona, 1980.

Ab:ELQV. 3 -Motivos de Proteo en la edición Claudia García, Montevideo, 1935.

Ab:Mot. 4-Hombres de América (Rubén Daría, Montalvo, Bolívar) en la edición

de Barcelona de 1924. Ab: H de A. 5 -El mirador de Próspero en la edición de Barcelona, Cervantes, 1928.

Ab:Mir. 6-El Camino de Paros en la edición de Barcelona, 1928. Ab: Cam. 7 -Los ttltimos motivos de Proteo en su edición original de Montevideo y

1932. Ab: UMP. 8- El primer tomo de las Obras Completas, Montevideo, 1945. Ab:

O.C.I. 9 -El Epistolario de Rodó, publicado por [Hugo D.] Barbagelata en 1921,

en París, Ab: E pis t. La correspondencia y documentos consultados en el ''Archivo Rodó" del

Instituto de Investigaciones y Archivos Literarios se indican y se abrevia su ori­genconAR.

El nombre completo de Rodó, aunque integre de obras, se abrevia JER. Los años se señalan con sus dos últimas cifras; los meses con el número de

su posición ordinal en el año.

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Se suprimen todas las indicaciones -v. gr. en el caso de únicas ediciones,

cuya omisión no pueda causar confusión. Las ciudades más mencionadas se abrevian así en las citas: Montevideo:

M; Buenos Aires: BA; Madrid: Ma; Santiago de Chile: SCH; México: Mex;

París: P. La actual Revista Nacional, dirigida por Raúl Montero Bustamante, se

abrevia: RN. La selección de escritos, realizada por [Hugo D.] Barbagelata y publicada

en París en 1920: Rodó y sus críticos, se abrevia Barb. El Homenaje a José Enrique Rodó publicado por el Centro Ariel en 1920

se abrevia CAR. El libro de fMedardo] Vitier, Del ensayo americano, México, 1945 se

abrevia Vitier, Ens. Balance y liquidación del900, de Luis Alberto Sánchez, consultado en su

edición de Santiago de Chile, 1941, se abrevia: Bal. El José Enrique Rodó de [Gonzalo] Zaldumbide (Madrid, 1919) se abre-

via:Zald.

LA SITUACIÓN ARIÉLICA

Hacia fines del siglo pasado, puede hablarse de una crisis universal, de una crisis racial o latina y de una crisis hispanoamericana. Su presentimiento perma­nece, como el de todos estos anuncios, en el ámbito de los mejores, de los más informados, de los más sensibles. No altera la victoriosa seguridad con que el mundo se prepara a echarse a andar por los caminos de un siglo nuevo, predes­tinado, al parecer, a universalizar una felicidad sin fin y sin conflictos.

También en América, en los más, la misma confianza, el mismo optimismo, idéntica euforia, que descuenta sobre el futuro algunos males inocultables e invencidos.

Es, utilizando la expresión de Valery, "l'heure de lajouissance et de la consommation generales" 0 ). La percepción de un creciente bienestar, favo­recido por el auge económico de la paz y por la inversión extranjera, readquiere su novedad y su frescura a cada nuevo descubrimiento, a cada sorprendente facilidad prestada a la vida.

Pero tampoco esto acalla en los menos: aisladas minorías, dispersas voces perdidas en el continente, la conciencia estremecida y creciente que ponen en juego, en entredicho, todo lo logrado.

Crisis universal. Los dogmas con que se despedía el siglo XIX eran las dos luminosas creencias de que cada mitad del siglo había legado a la contemporá­nea visión del mundo y de la vida, la Ciencia y la Democracia pero no cualquier Ciencia, cualquier Democracia. Se las profesaba apoyadas, y como autoriza­das, en un sistema filosófico, el Positivismo, que se había incorporado a través de la inteligencia sincrética de Herbert Spencer, todo lo que parecía una verdad valiosa del pasado o del presente.

Sin embargo, bajo el prestigio triunfal de esas, que, según Paul Bourget, eran las señas del mundo nuevo <2) con·ían las aguas de la disolución del sistema que las avalaba. Se apresuraba la larga agonía del positivismo ciencista, socava­do por una multitud de corrientes anárquicas y contradictorias. Algunos episo­dios, como el discurso de Ferdinand Brunetiere de 1896 en Besancon sobre el "renacimiento del idealismo" o sus pronósticos sobre "la faillite de la science",

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las posiciones de Eduardo Rod o de Bourget, habían llevado la inquietud de estos problemas a sectores muy alejados de la estricta filosofía especulativa, parecían concurrir a un mismo fin las reflexiones, muy generales, sobre las con­secuencias éticas del materialismo, la necesidad de fe y de creencia, el reencuentro del simbolismo con la vagarosa intimidad personal, los brotes del idealismo reformador en los sectores cristianos, socialistas y tolstoianos y la creciente con­vicción -nacida de los sabios- de que la ciencia experimental tenía límites y que (hubo que descubrirlo) no aseguraba automáticamente la felicidad humana.

Paul Bourget, escritor representativo de la época, resumió en Outremer, libro muy manejado por José Enrique Rodó, el sentido general de esta crisis: "Un maniement plus adroit de la nature, connue avec exactitude, voila le bienfait certain de la Science, mai si qu 'il est payé cher, s 'il est vrai que le nihilisme philosophique soit 1 'aboutissement dernier de ce gigante qu' effort d' enquete sans conclusion possible"<3l.

Es claro que la disolución del positivismo ciencista se había iniciado en el seno de la filosofía propiamente dicha. Desde puntos de partida fieles al sistema, Guyau, Boutroux, Renouvier y Bergson en Francia, Nietzche principalmente, en Alemania, lanzaban las nociones de "contingencia", de "vida", de "duración", de "intuición", que actuaron poderosamente en el curso de este proceso.

En el orden de las realidades, había sido el signo del siglo esa corriente de ascenso multitudinario que partió de la Revolución y aun del Renacimiento, y fue promovida después por el maquinismo, por la industria, por el triunfo de la clase media, por el estado constitucional y por una concepción democrática -verda­dera fe secularizada- apoyada en la razón científica, en la autonomía individual y en la naturaleza.

Hacia la segunda mitad del siglo, esa marea decimonónica imponía en todas partes la sed de bienestar, el sello de cierta chatura, el culto de la felicidad, el afán de lucro, un incontrastable materialismo utilitario y práctico como tono de la conducta, una sana, pero prosaica y fea, vulgaridad en todas las manifestaciones de la existencia, el predominio de lo cuantitativo sobre los cualitativo y de lo mediocre sobre lo ejemplar, la preeminencia de lo colectivo y multitudinario, y el triunfo lento, pero incontenible, de una igualdad concebida sobre todo como uniformidad progresiva de vida, conciencias y personas.

Todo este único y diverso fenómeno configuraba hacia fin de la centuria lo que se llamó "la desespiritualización", "la calibanización" y sobre todo "la muerte

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del ideal". En nuestros tiempos, José Ortega y Gasset que lo estudió con sin !!ti lar precisión, lo llamó, simple y definidoramente, "acceso de las masas a la

0

vida histórica" <4l.

Las delicadezas del pensamiento y del sentir, la gracia de la conducta, el goce desinteresado del arte, la poesía, la complacencia estética en el pasado, el ejercicio lujoso y ático de la inteligencia, la belleza y la urbanidad en el ámbito social, el impulso de lo desinteresado, el rango jerárquico de los mejores, inte­graban un núcleo de valores que se veían amenazados, y como sin cotización, en el tono antedicho de la vida.

Varias corrientes concurrieron en Europa a esta alarma, a esta protesta. Alejandro Arias ha señalado -referida a Rodó-la tendencia esteticista ale­

mana, de filiación helénica, clásico-romántica, que es en puridad anterior al fe­nómeno multitudinario <5l.

También había existido una rebeldía romántica contra todo esto. El Chatterbon, de Vigny, sucumbía ante la frialdad del cálculo, ante la implacable dureza burguesa. La protesta contra lo mesocrático, contra la jerarquía de los valores económicos, contra el imperio de lo feo y lo vulgar fue pastura difundida de posrománticos, parnasianos, simbolistas y decadentes. Merimeé, Balzac, Baudelaire, Flaubert, Huysmans, Pierre Louys, D' Annunzio, Barres, Osear Wilde y E~ a de Queiroz concurrieron a lo que casi se hizo un tópico.

Comte, Hegel, el idealismo alemán, Carlyle, las teorías de la selección natu­ral, reivindicaron, sobre todo, los fueros de la individualidad o de la selección contra la presión multitudinaria. El reclamo es el fondo de al o-unos te more~ finiseculares ante la democracia y su específico "sufragio univ~rsal". Le Bon profetizó la destrucción de toda aristocracia por la pasión igualitaria; Nietzche ?abía repudiado al ideal de bienestar de la mayoría, al ideal de felicidad y de Igualdad, para oponerles su intemperante consigna de la propia realización. B urkhardt insistía en que el afán de lucro y de poder extinguiría toda cultura y toda percepción estética. Y Taine, en su Filosofía del Arte, denunciaba como un mal moderno el anhelo de felicidad y bienestar<6l.

Mathew Arnold, Carlyle, Ruskin, William Morris, sobre la diversidad de sus personas y temperamentos, integran en Inglaterra otro significativo núcleo de esa denuncia compleja del industrialismo, la máquina, el dominio del número, el exceso individualista, la plutocracia, la obsesión económica y la fealdad urbana. De los Essays Y New from Nowhere de Morris, de Culture and anarchy

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de Amold, de Time and Tide y Fors Clavigera de Ruskin, de Past and Present y Latter Day Pamphlets de Carlyle, surge algo así como una unitaria afirmación de espiritualidad y belleza, de integridad humana y desinterés, que se prolonga en credo social ordenador basado en aristocracia y heroísmo, formas anticapitalistas de trabajo y producción y redención por lo estético de la vida colectiva. (Emilio Frugoni ha apuntado la posible influencia de Ruskin sobre Rodó m; Mathew Arnold ya sostenía, como el uruguayo, la conciliación de lo griego y lo cristiano).

En verdad, todas estas tendencias son puramente coincidentes con la medi­tación rodoniana o solo pudieron incidir casual o indirectamente en ella. En cam­bio, en la línea de sus fuentes francesas, el planteo del "tema calibánico" es amplio y muy rico.

Juan María Guyau condensó las tendencias del siglo bajo el rótulo de "americanismo", haciendo al final, sin embargo, algunas precisiones que muchas veces fueron olvidadas: "Se nos dice que el arte no puede acomodarse a este afán de lucro que hoy nos invade; el arte es lo contrario del 'americanismo' y el 'an1ericanismo' lo vencerá; la industria matará al arte. Esta oposición extremada que se establece entre las preocupaciones demasiado prosaicas de la vida y el desinterés del arte, contiene una parte de verdad ... El "americanismo", esa cien­cia adocenada, completamente industrial y mercantil, no es únicamente enemigo delmte, sino también de la verdadera ciencia: a pesar de la importancia crecien­te de las aplicaciones prácticas en la ciencia, las especulaciones teóricas y des­interesadas son siempre el primer motor". Y más adelante: "En cuanto a creer que el 'americanismo' provenga de una forma particular de gobierno o de una mm·cha general de la civilización, es cosa inadmisible; procede simplemente del carácter de los pueblos y se encuentra en todo tiempo en la historia" <SJ.

Enrique Federico Amiel, suizo-francés, dio a todas estas cuestiones, en las recmTidas páginas de su Diario íntimo, un desarrollo mucho más amplio, lúcido y elegíaco a la vez <9J.

Ernesto Renán pensaba, desde su "priere sur r Acropole" que "une pambeotie redoutable, una ligue de toutes les sottises, étend sur le monde un couvercle de plomb, sous lequel on etouffe ... " <IOJ con sus Dialogues philosophiques, con Cal iban, con L 'Eau de jouvence y con La Reforme Jntellectuelle et Mm·ale Renán actuó poderosan1ente -por la adhesión y por la réplica- sobre la concep­ción política que Rodó expuso enAriel. Su ideal de una aristocracia intelectual

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y científica, realizadora de una "Razón" de raíz hegeliana, gobernando -proféticamente para esta "era atómica"- al mundo por el terror, sus objeciones a la democracia, pertenecen propiamente al tema de "las fuentes de Ariel. Pero el fino análisis renaniano también enriqueció en Rodó, con una autoridad prestigiosa como ninguna otra, la conciencia de esos valores amenazados por el espíritu de insurgencia y materialismo de los tiempos nuevos. En Calibán sos­tiene Ariel que "la revolución es el realismo", que "todo lo que es ideal" no existe para el pueblo. Pero igual la lucha debe entablarse. La define otro personaje de la obra, Orlando: "Il s 'agit de defendre los droits de la vi e noble et de la beauté" 0 'l. Y en la grandiosa reconciliación que cierra L 'Eau de Jouvence, dice Próspero a Calibán: "Caliban, cesse de parler de la fatuité d 'Ariel; cette fa tui té e' est sa raison d'etre. Il faut qu 'il y ait des délicats" 02J.

Todos hubieran suscrito la afirmación de Próspero: es necesario que existan delicados.

No se limitó esta corriente a postular lujosos valores amenazados. La de­nuncia de las relaciones entre la presión multitudinaria, el materialismo, la pasión de la igualdad, la tendencia a destruir toda estructura intermedia entre el Estado y el individuo atomizado y lo que ellos llamaban -sobre todo después de Napoleón III- el "cesarismo político", resultaron proféticas en nuestro siglo. La meditación de Burkhardt, la defensa de Stuart Mili, del individuo contra la tiranía social, la lúcida segunda parte de La Démocratie enAmérique de Tocqueville, las afir­maciones de Amiel y su presentimiento de la "demagogía cesarina y materialista" vieron muy claro entre el optimismo de la época.

Al imperio de la Ciencia y al de la Democracia, sumaba Bourget el de la Raza 03l.

La noción racial había cobrado [actualidad] en la segunda mitad del siglo pasado. El romanticismo la había manejado ya, cargándola de misteriosos con­tenidos. Paneslavismo, pangermanismo, hegemonía sajona aglutinaron después sus fuerzas, por encima de las fronteras nacionales, definiendo algo de esas ame­nazadoras "místicas" que conoció nuestro siglo. El positivismo, el evolucionismo, la ciencia biológica habían dado su espaldarazo a la idea racial; el nacionalismo se identificaba a menudo con ella.

Y la concepción racial (tímidamente "racista" aún) había lanzado hacia 1890 el diagnóstico -o el fallo- de una decadencia irremediable de lo latino mediterrá­neo o hispánico -según fuera el lugar en que el vaticinio se emitiera. Esta deca-

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dencia aparecía, además, correlativa a la de la superioridad incontestable de lo sajón, de lo nórdico, de lo germano, que los profetas del racismo habían afirma­do. En realidad, en América, era un tema que resucitaba.

La época romántica lo había planteado y resuelto en términos similares 04l.

Hacia 1890 se le insufló prestigio desde fuera. Pocos años antes, Olegario Andrade había cantado enfáticamente el porve­

nir latino 0 5l. Entre tanto, Italia exportaba su ópera y ofrecía inmigración cauda­losa y buena. España parecía terminada, cuando callaron las voces elocuentes de su generación de 1868 y estaba aún confmada al tanteo y al cenáculo bullicio­so la del 98. El incontestable prestigio de Francia no ocultaba una escisión pro­funda en el sentido, otrora unívoco, de su cultura. El asunto Dreyfus lo estaba demostrando; la crítica de la ciencia y de la democracia ofrecía demasiadas armas, aunque ellas tardaran mucho tiempo en descargarse.

Por esos años (1897), apareció un libro llamado a tener resonancia tan intensa como breve. A quoi tient la superiorité des anglo-saxons, de Edmundo Desmolins, traducido en España en el año cilicial de 1899 con un prólogo aprobador y noventaochista del más tarde activo político D. Santiago Alba. Desmolins, discípulo de Le Play, realizaba en su libro un agotador paralelo entre Francia e Inglaterra: la vida provocada y la vida pública fallaban la terminante superioridad de la segunda. También marcó Desmolins el frecuente sesgo antiliberal que tendría después el tema: los grandes males franceses eran, para él, el socialismo, el parlamentarismo, el profesionalismo político, el estatismo, el verbalismo.

Hoy nos resulta un poco extraño este ingenuo, y a veces malicioso, oficio de elaborar rígidas caracterologías de nacionales y razas -ignorando paradisíacamente la mutabilidad histórica y los factores económicos y ambienta­les- para entablar después entre ellas, competencias casi deportivas. Otro libro, muy-expresivo de tal tendencia es Leyes psicológicas de la evolución de los pueblos de Gustavo Le Bon (1894). También allí se deduce de estas caracteri­zaciones de psicología colectiva toda la historia de la civilización y se afirma la decadencia e inferioridad latinas.

Contra esta tendencia, no faltaron, sin embargo, las voces que proclamaron su fe en el porvenir de los pueblos mediterráneos y latinos. Lo hizo, con gran resonancia, Gabriel Tarde. Y en 1900, en plena germinación arielista, sumó el uruguayo Víctor Arreguine, desde Buenos Aires, su posición coincidente. En

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En qué consiste la superioridad de los latinos sobre los anglosajones y des­pués de enumerar, típica y cuidadosamente, doce causas de ella, concluía: "La evolución de los angiosajones ha hecho un alto, nos parece, fijando su esfuerzo poco menos que exclusivo en la consecución de la riqueza. Semejante a un minero que da con un filón y se interna en la misma, sin preocuparse de otra cosa que de oro encontrado, pone en olvido lo demás ... 0 6l.

A la crisis universal y a la crisis latina, se suma la hispanoamericana, la con­tinental.

Un aspecto de esta última es el que puede llamarse la particularización del tema de la decadencia latina y la superioridad de lo nórdico. Decía Santiago Alba, en su prólogo a Desmolins, que "los vencedores de Cavit y de Santiago de Cuba, los que en un momento han destrozado nuestra escuadra y rendido nues­tro ejército, no han sido Dewey, Sampson ni Shafter. Lucha no de barcos contra barcos, ni de hombres contra hombres, sino de un mundo expiran te contra un mundo naciente, la vida y el progreso han triunfado por la fuerza misma de las cosas. La Escuela yanqui, racional, humana, floreciente, es la que ha vencido a la Escuela de España, primitiva, rutinaria y pobre" 07> pero aún se le dio a este tema de la decadencia, una última "vuelta de tuerca". La culpa irredimible de nuestros países era, junto a su ingrediente hispánico, su constitución indígena y su lastre mestizo. Lo afirmaban Desmolins y Le Bon. Este decía: "Todas las repúblicas sudamericanas han adoptado la constitución política de los Estados Unidos, y viven, por consiguiente, bajo leyes idénticas. Sin embargo, por el solo hecho de ser diferente la raza, y carecer de las cualidades fundamentales de la raza que puebla los Estados Unidos, todas esas repúblicas, sin una sola excepción, viven perpetuamente en la más sangrienta anarquía. Las causas de esto provienen todas de la constitución mental de una raza que no tiene energía, ni voluntad, ni moralidad ... " <18l.

Las severas, ignorantes y esquemáticas aseveraciones del sociólogo francés fueron replicadas en esos años por José Gil Fortoul 0 9>, Bunge y Rufino Blanco Fombona <20>.

Sin embargo, surgió toda una sociología pesimista de lo americano aunque Francisco García Calderón haya afirmado que, últimamente, no lo es <21 l. Esa sociología, apoyándose casi siempre en factores raciales o climáticos, rubricó, acongojada, el hecho de la decadencia. En el año preariélico -1899-, Francisco Bulnes, el mejicano porftrista, desarrolló su tesis de la decadencia por el mestizaje,

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en El porvenir de las naciones hispanoamericanas, y Zumeta, en su Conti­nente enfenno, publicado en Nueva York, consideraba la tesis de la influencia perniciosa del Trópico, aunque sin aceptarla plenamente (22

l.

- La corriente pesimista v cientificista no terminó hacia 1900. En libros poste-- J

riores a esa fecha, Rufino Blanco Fombona aceptó la idea del mestizaje como lastre y, en Os Sertoes, Euclides Da Cunha admitió el aplastamiento inevitable de las razas débiles por las fuertes (23l. Pero fue, sin duda, Nuestra América (24l

de Carlos Octavio Bunge la obra más representativa de esta escuela. Sobre la base de una sistematización positivista de los elementos que formaron al hombre americano, deduciendo de ellos rasgos psicológicos fijos: el negro dio el servilismo y la maleabilidad; el español la arrogancia, la ferocidad, la indolencia, el decoro; el indio, el fatalismo y la ferocidad, Bunge obtenía, por vía casualista y asociacionista, una imagen desalentadora del criollo: tristeza, pereza y arrogancia.

Una circunstancia y una potencia precisaron en Hispanoamérica el tema, vital y ardorosamente discutido, de la superioridad sajona y de la decadencia latina, hispánica, hispanoamericana.

La guerra de Cuba y la incontrastable expansión militar y política de los Estados Unidos suscitaron esa viva conciencia de un peligro inminente a la enti­dad material y racial de nuestros pueblos del Sur.

La admiración de la experiencia nacional estadounidense había sido la tóni­ca general del pensamiento hispanoamericano hasta pocos años antes. Resulta ocioso exponer lo que la generación romántica y la realista, promotoras de nues­tras naciones, reconocieron en la realidad norteamericana. Se menciona casi siempre la posición de Sarmiento y de Juan Bautista Alberdi. La opinión, empe­ro, era general. En todos los acentos se admiraron su cultura, su educación, su paz, su trabajo. Y su disciplina, no reñida con un amplio individualismo y una cabal libertad política y espiritual. Y estas, no divorciadas de una aptitud para sellar con un potente espíritu común heterogéneas aportaciones humanas. Y tam­bién su iniciativa, su riqueza, su fecundo utilitarismo. Pi di ose una gran corriente de sangre sajona para redimir la América Hispana e indígena; se hizo consigna: la "sajonización de América". Se explicó, lo hizo Sarmiento, por estrictos facto­res raciales el progreso de un pueblo y el retraso de los otros. Fue la que ha llamado Carlos Pereyra "la hora de la autodenigración hispanoamericana y de imitación de los Estados Unidos (2S). Una hora que duró mucho: el romanticismo, el realismo y el positivismo.

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No había modificado esa actitud el incontenible movimiento expansivo que significó la formación de la propia nación norteamericana, desde 1803 hasta 1848, por adquisiciones o conquistas de manos de Francia, de España y de México. Tampoco las variadas consignas imperialistas, ni las políticas de Polk, de Buchanan, de Seward y de Fish, la habían conmovido.

Pero hacia la penúltima década del siglo, comenzaron, ciertas declaraciones estadounidenses, a despertar entre nosotros sentimientos que evolucionaron rá­pidamente desde la sorpresa hasta el temor y la indignación. El presidente Heyes expuso, en su mensaje del8 de marzo de 1880, la doctrina del "destino mani­fiesto" de un control defensivo y protector de buena parte de Centro América; en 1895, Grover Cleveland y su secretario de Estado Olney aseveraron que los Estados Unidos "eran prácticamente soberanos del continente y Teodoro Roosvelt declaraba que la conquista del Oeste y del Sur era solo una etapa en la marcha hacia la posesión del hemisferio. Hacia 1888 se lanzó la palabra "panamericanismo", vinculándola a la primera conferencia internacional ameri­cana, realizada en Washington al año siguiente, bajo el patrocinio de Blaine y que tuvo un definido carácter tutelar y económico, que despertó protestas como ladeMartí.

Todo mostraba, hacia 1898, que los Estados Unidos "se hallaban en un momento critico de su historia, en una hora de exaltación y plenitud" (26l.

Entonces, ya no se trató de una penetración cultural o de una irradiación de prestigio bien ganado. Se sintió pendiente de un hilo la libertad tan laboriosa­mente conquistada, la entidad soberana de nuestros países.

La guerra de Cuba, con la victoria norteamericana sobre España, fue, para muchos, el despertar de estas inquietudes. Se vio, es cierto, en la liberación cuba­na, la última llega colonial-la última realmente sentida- que se cerraba sobre el flanco americano. Pero, por otra parte, no solo la intensa beligerancia patriótica de las poderosas colonias españolas de estos países dio a la nación trasatlántica el calor de una ferviente adhesión. Muchos hombres, al margen de toda ideología política o de todo reflejo independentista o nacionalista, vieron en la lucha un cho­que de la raza propia con un poder hostil e indetenible mJ. Algo más que un simple sentimiento antiyanqui, una como reacción filial que se despertara, es lo que se encuentra en los diarios de la época, en los que algunos hombres públicos se defendían como de un baldón, de ser antiespañoles (28l. Roque Sáenz Peña adujo en Buenos Aires copiosa argumentación juddica para apoyar la actitud española.

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Paul Groussac, nacido en Francia y de cultura básicamente francesa, repre­sentó mejor que nadie en el Río de la Plata la ardiente beligerancia filohispánica. Se ha mencionado, creemos que en dos ocasiones: una por Juan Carlos Gómez Haedo <29> y otra por Álvaro Armando Vasseur <30> su posible influencia sobre el A riel rodoniano. El primero la ha rechazado, alegando la diferencia de tono entre el discurso uruguayo y Del Plata al Niágara, libro de viajes de Groussac. El secrundo ha destacado sus contactos esteticistas e intelectualistas. Falta alegar

b

otro texto. En el acto españolista realizado en el teatro de la Victoria, de Buenos Aires, el2 de mayo de 1898, Groussac afirmaba que la actitud norteamericana era "una empresa de mentira y traición que ha necesitado ocultar bajo una más­cara de independencia sus designios inconfesables ... una agresión bárbara, es­camio de todo derecho y de toda justicia" <31 >. Y difundía enseguida esta etiología de los Estados Unidos que es indudablemente una de las fuentes directas de Ariel, ya que su coincidencia es casi plena, con la visión rodoniana de los Estados Unidos, y hasta la palabra "calibanesco" se encuentra en ella: "He aquí, ahora que ... el umbral del siglo XX ... mira erguirse un enemigo más formidable y temible que las hordas bárbaras, a cuyo empuje sucumbió la civilización antigua. Es el yankismo democrático, ateo de todo ideal, que invade el mundo. En menos de cien años -pues tenían muy otro carácter las colonias de Nueva Inglaterra­ha nacido y desarrolladose entre sus dos océanos, desde el círculo polar hasta el trópico, un monstruoso organismo colectivo: pueblo de aluvión, crecido artificialmente y a toda prisa con los derrames de otros pueblos, sin darse tiem­po para la asimilación, y cuyo rasgo saliente y característico no es otro que el apuntado: la ausencia absoluta de todo ideal. Aquello no es una nación, aunque ostente las formas exteriores de las naciones, ni se parece a pueblo alguno de estructura compacta y homogénea, divergiendo más y más del inglés, de quien solo desciende el núcleo del Este, que está hoy diluido en la masa adventicia. Agrupamiento fortuito y colosal, lo repito, establecido en un semi continente de fabulosas riquezas naturales, sin raíces históricas, sin tradiciones, sin resistencias in temas ni obstáculos exteriores, se ha desenvuelto desmedidamente con la ple­na exuberancia de los organismos elementales. Y los admiradores adocenados le han admirado por su grandeza material, solo nacida de las circunstancias, o por su concepción del gobiemo libre, que ha heredado de la madre patria, y solo ha modificado para malearlo. Aquel núcleo primitivo de la N u e va Inglaterra preponderó hasta mediados de este siglo, bastando para mantener ilesos en

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apariencia, si bien ya desmedrados, todos los órganos indispensables de la sociabilidad; así han podido los Estados Unidos aparecer a la distancia con simulacro de pensamiento propio, cuando solo reflejaban el pensamiento euro­peo en las producciones de sus más ilustres medianías. Pero, desde la guerra de Secesión y la brutal invasión del Oeste, se ha desprendido libremente el espíritu yanqui del cuerpo informe y "calibanesco"; y el ciego mundo ha contemplado con inquietud y terror a la novísima civilización que pretende suplantar a la nues­tra, declarada caduca. Esta civilización, embrionaria e incompleta en su deformi­dad, quiere sustituir la razón con la fuerza, la aspiración generosa con la satisfac­ción egoísta, la calidad con la cantidad ... Confunde el progreso histórico con el desarrollo material, cree que la democracia consiste en la igualdad de todos por la común vulgaridad ... eliminando de su seno las aristocracias de la moralidad y del talento"<32>.

Fragmentos de este discurso se reprodujeron en diarios de Montevideo. Hemos visto uno, en La Razón del6 de mayo de 1898.

No es muy exacto decir~ como lo hace Frugoni, que la guerra de Cuba suscitó un movimiento de adhesión apasionada a todo lo sajón m>. Más bien fue animad­versión lo que despertó. Cierto es que posiblemente contribuyó a que muchos, tal vez la mayoría, sintiesen en el prestigio de la fuerza triunfante "la boga de las ten­dencias practicistas y utilitarias"<34l; en las minorías pensantes de Hispanoamérica, la repercusión del hecho fue muy distinta. Mientras el98 en España veía subir a la escena una generación que, por boca de sus mejores, proclamó que la raíz de la desgracia estaba en las propias culpas y, rompiendo violentamente con el orgullo nacional y militar y el paladeo de las pasadas glorias, se recogía en sí misma con el "noli foras ire" agustiniano de Ganivet, en América, más ausente a las realidades cotidianas de lo español, se veía también en lo de Cuba y Filipinas una rota del "genio de la raza", pero, para persistir en él y sostenerlo, ileso, sobre las contin­gencias del fracaso. Así terminaba Rodó su ensayo sobre Daría: "El poeta viaja ahora, rumbo a España. Encontrará un gran silencio y un dolorido estupor, no interrumpidos ni aun por la noche de una alegría, ni aun por el rumor de las hojas sobre el surco, en la soledad donde aquella madre de vencidos caballeros sobre­lleva -menos como la Hécuba de Eurípides que como la Dolorosa del Ticiano-la austera sombra de su dolor inmerecido<35>.

La obra de Eduardo Prado,A ilusao americana, publicada en 1895, pero difundida después de 1900, encarecía ese peligro y esa desconfianza que hemos

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señalado <36l y que ya había anunciado Tocqueville <37l, y aun Hegel osJ. En 1899 lo proclamaban los ya citados Zumeta y Bulnes, el primero desde Nueva York y el segundo desde México. Desde Córdoba argentina, Antonio Rodríguez del Busto con Peligros americanos. Crítica de 'Ciencia política' completó hacia el sur esta vertical de inquietud.

El tono de esta literatura -en rigor panfletaria-no es fatalista, sino estentóreo, alarmado. Zumeta pedía -gran remedio- "establecer sociedades de tiro en cada parroquia". Y terminaba: "De los pueblos débiles de la tierra, los únicos que faltan por sojuzgar son las repúblicas hispanoamericanas <39

l.

Ha referido Víctor Pérez Petit el nacimiento de A riel en el ámbito de estas pasiones y estas alarmas <40l.

La expansión norteamericana parecía el más inmediato peligro. Faltó, en general, la conciencia de que la cuestión calaba mucho más profundamente y de que ese enfrentamiento de los pueblos neolatinos americanos con las fuerzas que intentaban sojuzgarlas (europeas, en primera fila, en aquel fin de siglo) era una simple expresión del contacto histórico entre naciones de espíritu precapitalista y en etapa y formas semi coloniales, con el imperialismo capitalista, industrial y exportador, apoyado en la fuerza militar estatal (que tan magistralmente estudia­ría el inglés Hobson en su libro de 1902Imperialism. An Essay). Solo lenta­mente y con resistencias, nuestros países neolatinos se ajustarían a esas fuerzas y a la concepción del mundo que les respondía y promovía (individualismo, ética protestante y burguesa, racionalismo, empirismo) <41 l.

Mientras tanto -eran los tiempos de Teodoro Roosevelt, del kaiserismo y de Cecil Rhodes-los mejores se militaban a sentirse entre los dientes de una rueda, de los que solo un trastorno histórico imprevisible podría liberarlos. Úni­camente Zumeta, entre los hombres del900, vio con cierta claridad el fenómeno imperialista <-l2l.

Estas amenazas, en verdad no encontraban una América Latina en baja. Vivíase la época que Pedro Henríquez Ureña ha llamado de "prosperidad y renovación" <43l. La misma penetración capitalista remozó nuestras sociedades y promovió su desarrollo y bienestar. En tanto el vellón, la carne y el metal salían de sus puertas, el viejo boato hispánico de unos pocos se cambiaba en la holgadura de muchos más. Consolidábanse política y territorialrnente las naciones, y empezábase a vivir un clima respirable de regularidad y garantía en muchos paí­ses, aunque los dictadores fuera.Tlla realidad casi general.

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Era la edad de Cipriano Castro, de Manuel Estrada Cabrera, de Tomás Regalado, de Juan Isidoro Jiménez. El primero gobernó tiránicamente aVene­zuela de 1899 a 1908, para ser sucedido al año siguiente de Juan Vicente Gómez. El guatemalteco se entronizó por un asesinato en 1898 y duró hasta 1920. El tercero y el cuarto, dominicano y salvadoreño respectivamente, habían trepado al mando en 1899; Regalado duró hasta 1903.

Más complejos eran Eloy Alfaro,jacobino, liberal y revolucionario del Ecua­dor, primera figura de su país desde 1895, y José Santos Zelaya, gobernante. desde 1894 y víctima, en 1909, de las influencias extranjeras.

Colombia vivía esos años -de 1899 a 1903- un nuevo episodio de su ex­terna pugna de liberales y conservadores. Cuba estaba ocupada por los Estados Unidos y bajo jurisdicción militar, desde el primero de enero de 1899. Cuestas era presidente del Uruguay, a la espera de nuevas revoluciones.

Sólo el Brasil, iniciando triunfalmente su segunda década de experiencia republicana, bajo el gobierno de Manuel de Campos Salles, la Argentina, con Julio Roca y en manos de aquella oligarquía criolla y liberal heredera de "la Organización", y Chile, presidido por Federico Errázuriz, robusteciendo su só­lida textura nacional, al margen de la agitación cortés de su parlamentarismo, parecían mostrar algo así como una aptitud hispanoamericana para el gobierno representativo y liberal.

Pero en 1900 fue, sobre todo, la época de Porfirio Díaz, el dictador perpe­tuo mejicano. Su régimen era el arquetipo de una forma de gobierno que se vanagloriaba de alentar el progreso material y de asegurar a los países la paz y el orden desconocidos, después de años de querellas estériles. Claro que este paternalismo continuista aseguraba tales condiciones de vida social mediante la supresión de todo espontáneo gesto político y de toda acción de partidos; su prosperidad era la entrega del patrimonio nacional al imperialismo extranjero y la ignorancia y la miseria de la clase campesina. Era "la dictadura positivista".

Había encontrado en esta doctrina filosófica la cohonestación de su política y la había convertido en dogma nacional. Gabino Barreda y Justo Sierra habían sido los artífices de esa obra.

Vasconcelos, en Ulises Criollo, Alfonso Reyes, en Pasado Inmediato, Pedro Henríquez Ureña en La Influencia de la Revolución en la vida intelec­tual de México y Leopoldo Zea en sus trabajos expositivos han destacado esa colusión político-filosófica.

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En todo el continente, en realidad, el positivismo había cumplido una tarea que desbordaba la simple renovación filosófica y el estímulo vigoroso de la cien­cia; el último cuarto del siglo lo vio asumir las funciones de ideología organizado­ra de lo americano, en lo político, en lo social y en lo educacional.

Había sido también el positivismo la línea medular de la mentalidad de una constelación de hombres ilustres, que realizaron su destino educador en la se­gunda mitad del siglo pasado. Suelen mencionarse siempre los nombres de En­rique José Varona, de Eugenio María de Hostos, de Justo Sierra, de Manuel González Prada, de José Martí, de Cecilia Acosta, de N abuco, de Ruy Barbosa; y aun los anteriores -muy teñidos de romanticismo- de Lastarria, Alberdi, Sar­miento, Montalvo, Juan Carlos Gómez y Bilbao. La ideología de la mayor parte de ellos: antiespañola, frecuentemente anticlerical, autoctonista y beligerante, liberal y progresista, era muy distinta a la después dominante del "arielismo". Algunos, como Sierra, González Prada y Varona, estaban en plena actividad hacia 1900 y prolongaron en nuestro siglo su acción. Lo cierto es que no asu­mían una personalidad colectiva vigente y novedosa; eran hombres maduros y dispersos. Clemente Pereda ha subrayado que Rodó no conoció los muy valio­sos [trabajos] de Hostos y Justo Sierra c44l; destaquemos nosotros que si se dirigió admirativamente a Varona en oportunidad de A riel, la respuesta de este fue extraña y desenfocada: hablaban en realidad distintos lenguajes C45J.

La vigencia estrictamente filosófica del positivismo duró poco. Hacia fines del siglo pasado e inicios del presente, distintos nombres americanos: Vaz Ferrerira, Deustua, Korn, Caso, Vasconcelos, Farías Brito secundaron con su labor las influencias, que directamente desde Europa, lo ponían en entredicho.

En puridad, y lo veríamos de ceñirnos estrictamente a la circunstancia uru­guaya, el positivismo sucumbió a los fuegos cruzados de las nuevas corrientes y de la protesta, un poco elegíaca, pero todavía vigorosa, del viejo romanticismo idealista. Y por otra parte, aunque lo anterior sea la verdad esquemática, no debe escamotearse que el positivismo subsiste después del900, como lo hace en el núcleo de educadores y psiquiatras argentinos, aunque ya antes -v. gr. Vaz Ferreira en la cátedra montevideana- hubiese recibido algunos golpes decisivos.

Mientras la ideología oficial americana se veía así conmovida -por uno de esos desajustes en el tiempo que impone el tránsito de las ideas del ámbito especulativo al social (si permanecemos en el plano de una causalidad intelec­tual, sin creer que sea el único)- el espíritu de esa filosofía, su apego al hecho, a

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lo inmediato, a la utilidad más concreta, se extendió anchamente por el continen­te, configurando lo que Sarmiento y otros llamaron "la edad cartaginesa", "la época fenicia".

"El positivismo implanta así un racionalismo limitado y vulgar, una nueva metafísica que concede a las fórmulas de la ciencia una verdad absoluta; exalta en la vida el egoísmo, los intereses prácticos, la persecución encarnizada de la riqueza. Para los espíritus simplificadores de América, esta filosofía no es una disciplina del conocimiento y la acción: limita el esfuerzo del hombre a la con­quista de lo útil C46l.

Rodó caracterizó brevemente, en "Rumbos nuevos", las líneas generales de este fenómeno: "Comenzaba en estas sociedades el impulso de engrandecimien­to material y económico, y como sugestión de él, la pasión de bienestar y rique­za, con su cortejo de frivolidad sensual y de cinismo epicúreo; la avidez de oro, que, llevando primero a la forzada aceleración del riLrno del trabajo, concluía en el disgusto del trabajo, como harto lento prometedor, y lo subsistuía por la auda­cia de la especulación aventurera ... " C47l.

Reiteraría Rodó estos rasgos de la época, en "El nuevo Ariel" (1914); ya había aludido antes a "la ola turbia y plebeya que clamoreaba los triunfos de nuestro período cartaginés" C48l.

Paul Groussac, contemporáneamente a Rodó; en años posteriores Jesús Castellanos desde Cuba, Alfonso Reyes, desde Méjico, Roberto Giusti y Raúl Montero Bustamante en el Río de la Plata, corroboraron el diagnóstico C-l9J.

El nuevo acento de la vida americana era -o parecía- plebeyo. Las corrien­tes anteriormente anotadas del pensamiento universal proporcionaban a algunos observadores cultos una clave que la casi universalidad de las dictaduras no denunciaba de falsedad. Podían distinguir entre el plano de la sociedad y el plano del gobierno.

Y junto a lo plebeyo, lo cosmopolita. Hasta entonces Hispanoamérica había conservado un estilo de vida: el criollo. Era muy receptivo a las influencias cultu­rales y a las costumbres europeas, pero no por ello menos firme. Significaba una formalidad social digna y frecuentemente valiosa; estaba sostenido por las viejas cepas ciudadanas y por el caudal de población campesina.

Hacia fines de siglo, la ola inmigratoria, protagonizada entonces por los italianos, pareció hacer desvanecer rápidamente el viejo sello de regiones ente­ras del hemisferio. Santa Fe y San Pablo se presentaron en América como ejem-

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plos de tal fenómeno. En esta "edad aluvial", empleando la expresión de José Luis Romero, el recién llegado -con su lógico frenesí de logro, con su pasión por el triunfo rápido, segregado de unas tradiciones nacionales, imperfectamente asimiladas- renueva el clima de la vida pública y económica. Se vio en él al principal promotor de ese utilitarismo y de esa impaciencia especuladora que desató crisis como la del90 en el Uruguay y en la Argentina -y cuyo ambiente recogió una obra testimonialmente valiosa: La Bolsa, de Julián Martel csoJ.

Rodó habló en 1895 del "cosmopolitismo enervador que impone su nota a la fisonomía de estos tiempos C5IJ.

Rasgo común de la crisis históricas es el de ser intuidas con sensible discor­dancia de tiempos en los distintos quehaceres y sectores de la vida humana. En un momento dado es en las ciencias en que tal noción de problematicidad, de revisión y desorden se insinúa o hace viva conciencia. En otros momentos se siente esa genérica conmoción en la política, en la literatura, en la filosofía, en la sociedad.

Esa seguridad de fines de la pasada centuria comenzó a verse trastocada desigual y fragmentariamente en variadas actividades. El fenómeno no se detuvo entonces y se fue repitiendo con altibajos, hasta que la primera guerra y posgue­rra mundiales llevaron al alma de los hombres la estremecedora vivencia de habitar a la vez en un alba y en un crepúsculo de la historia.

En los años finiseculares se vio reforzado este presentimiento de crisis por ese hábito mental que es el "pensar por siglos", el concebirlos como una aventu­ra multigeneracional con planteo, nudo y desenlance.

U na especie de "milenarismo", un "centenarismo", combate entonces con la convicción racional. Decía Rodó en 1901, el primero de enero, en El Siglo (y junto a un párrafo que insertó nueve años después en Motivos de Proteo): "La línea que separa dos siglos no es más que un límite convencional trazado sobre el tiempo, sin correspondencia con ninguna realidad natural... Pero la ley indes­tructible de nuestra organización mental, que nos convierte en dóciles tributarios de la ilusión y eternos "sujetos" de la imagen, transforma para casi todos noso­tros la línea inerte, ficticia, apenas traducible en un número, en majestuoso pór­tico por donde pasamos a una vida nueva, como si abandonáramos a los pasado toda una etapa ... "

El25 de junio de 1896, el mismo José Enrique Rodó había publicado en la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales el ensay~ El que ven-

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drá. Sentía en él, como un aroma lejano y peligroso, esa crisis histórica, y la sentía desde el campo de su actividad vocacional primera y por entonces profe­sional: el de la literatura.

En un plano universal, se expresó enE! que vendrá la revisión inminente y necesaria de los valores ideológicos y vitales cuyo panorama queremos mostrar. Tensión, duda, indecisión, extravío y esperanza del alma juvenil se insertaban a la vez precisa y poéticamente en aquel crepúsculo de una edad y un estilo. Conia junto a esa sensación crítica una conmovida espera de voz y de llamado, una lacerada angustia de evidente tono y origen nietzcheanos. Como lo señala Arturo Ardao en un magnífico trabajo inédito, en este ensayo -que parece que Rodó repudió posteriormente <52L se expresa, en forma insuperada en América, la insa­tisfacción del positivismo y la nostalgia idealista. (Si bien Rodó ya se había referido alusivamente a ellas en algunos artículos de la Revista Nacionazcs3J). "El que vendrá" es un testimonio insuperable de la actitud que algún ensayista ha configu­rado como una de las cuatro posibles de cada generación: la inseguridad crítica CS4J.

Dos rasgos que serán permanentes en la mentalidad de Rodó y en las crisis contemporáneas se daban en las páginas de El que vendrá. Son los de la crisis, y su noción, por exuberancia de elementos, por la necesidad del tenerlo todo en cuenta, por la imposibilidad del descartar, del despreciar. Fácticamente se expli­ca por la resistencia de cada valor, interés, posición o doctrina a ser sacrifica­dos; nacionalmente, por un eclecticismo inteligente, lúcido, generoso.

Desde una perspectiva exclusivamente americana se ha supuesto inauténtica la actitud rodoniana; su primera angustia ha parecido demasiado literaria. Juan Zonilla de San Martín, en una curiosa e ilustrativa carta agradeciéndole "El que vendrá", contrastaba, con algo de burla y un poco de afectuosa suficiencia, el extravío moderno y la sólida confianza de sentirse instalado en una ortodoxia y en un clásico patrimonio<55l.

En realidad, tampoco ese temblor y esa incertidumbre subsistieron en Rodó. Su inclinación -casi diríamos su "habitus" en el sentido aristotélico-era la de la salud, la afirmación y el equilibro. Y la obra entera del escritor, desde los años de A riel hasta los del Mirador de Próspero, es el unitario esfuerzo hacia una coherente postulación de valores personales y colectivos que dieran un sentido a la vida y al pensar.

Sin embargo, no desapareció del todo, bajo esa luz, la primera y tenebrosa indecisión: el remover de la guerra, el desajuste con el medio, la madurez otoñal

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de sus creencias, la postrera experiencia de Europa, renovaron al fin, casi como simétricamente, la fértil indefinición de los ensayos iniciales.

Mientras tanto, Ariel fue, como lo señala en agudo estudio Nazareth Perdomo <56

), la liberación de esa crisis, de ese vértigo, la superación optimista de un desconcierto, ía madurez temprana y asentada.

Dice Goldberg que enAriel, "el que vendrá", yallegó<57).

Este análisis, no demasiado minucioso del ambiente en que nació y creció la idea arielina, abre vía, ventajosamente, al examen de "las fuentes", reduciéndole a la mención de las influencias más directas y literales. Tiene mayor importancia precisar el diálogo -agonístico casi siempre-entre la obra y el medio intelectual e histórico del que, libremente, surge. Lecturas y autores, más que dar su zumo de citas o fichas, acendran percepciones y observaciones, clarifican la intuición de un escritor.

Y en el caso de Ariel este examen es doblemente necesario. Porque el libro no se apoya en una tradición, como otros. Se sostiene en un clima de cultura, en una situación: la situación ariélica.

NOTAS

( 1) Ant. de la Nouv. P1vse Fran{:aise. P. 1926, p. 52. (2) Outremer part. s/a, p. III. (3) Ídem, p. 7. (4) Ortega: Rebelión de las masas. (5) Arias: Tiempo y palabra. M. 1946, p. 39 y ss. (6)t.l,p.l03-104Ma.1922. (7) RN n. 97, p. 31.

(8)Los problemas de la estética contemporánea. Ma 1902, p. 146-147. (9) Anotaciones de 6-9-51,4-12-63, 17-1-65,20-3-65,25-10-70, 12-6-71, 16-2-74 26-6-80 y 27-6-80. ,

(10) Souvenirs d'enfance ... P. 1930, p. 64. (11) prames plzilosoplziques, Calman-Levy s/a, p. 79. (12) Idem, p. 244. (13) Outremer, p. 6.

(14) Zea: Dos etapas del pensamiento en Hispanoamérica.

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(15) Obras poéticas. BA. Atlántida, 1938, p. 73-91. (16) O. C. p. 113.

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(17) Le Bon: Leyes psicológicas ... Ma. 12, p. 140 y en B. Fombona: Evolución política y social de Hispanoamérica, p. 139-140. (18) En qué consiste la superioridad ... Ma. 1899, p. XXXI. (19)El hombre y la historia, Caracas, 1941, p 34 a 37. (20) Blanco: o. cit., p. 111, 114. (21) La creación de un continente, p. 108 a 110. (22) O. nom., p. 13, 14, 15. (23)Los sertones. BA. Claridad, 1942 p. 13. (24) Ba, 1903. (25) C. Pereyra: Breve hist. de América. SCH, p. 487-493. (26) Ramiro Guerra y Sánchez: La expansión territorial de los Estados Unidos, Habana, 1935,p. 367. (27) José Verissimo: Homes e causas estrangeiras, Rio, 1902, p. 394-409; Zumeta: El conti­nente enfermo, Nueva York, 1899. (28) Carta de Rufino T. Domínguez en La Razón, 1898. (29) Prólogo aAriel, M. Colombino, p. 36-37. (30)MaestrosCantores. Ma., 1936,p.ll7-119. (31) El viaje Intelectual. Ma. 1904, p. 89. (32) Íd. p. 100 y 101. (33)Frugoni, RN, n°97, p. 35-36. (34) id. p. 35. (35) H de A, p. 164. (36) La ilusión yanqui. Biblioteca Andrés Bello. Prólogo de R.B. Fombona. (37) citado por Joao Pinto Da Silva: Vultos de meu caminlw. Porto Alegre, 1926, p. 12. (38)Zea:Dosetapas ... p.15. (39) Zumeta, O. c., p. 21 y 24. (40)enRodó M.1937,p.151-154. ( 41) ver trabajos de Tawney, Lasky, Max Weber, Sombart, T. De Athaydde y A. Fanfani. ( 42) O. c., p. 4-5. (43) Historia de la cultura en la América hispánica, p. 129. (44)Rodo 's main sources. P. Rico 1949, p. 199. (45) en Nosotros, 2, 1925, p. 252. ( 46) F. García Calderón: Les democraties latines de l'Amerique. P. 1912, p. 255. (47) "Rumbos Nuevos", 1910 en Mir. P.p. 45. (48) Obras comp. deJeriM. 1945, p. 249 (1897). ( 49) Groussac en Enrique Loncan: Une gloirefranco-argentine. Pa. 38 p. 21 - 22; Castella­nos en Barb. p. 99-101; Alfonso Reyes: Pasado Inmediato. Mex. 1941, p. 23; Giusti: Siglos, escuelas, autores. BA. 1946, p. 356; Montero: RN n. 104, p 195. (50) C. Quijano en "La crisis del 90" Revista de Economía. (51)Mir.P.18.

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(52) J.C. Gómez Haedo: La crítica y el ensayo. p. 37. (53)0.C.deRodóM.1945,p. 12,41-42. (54) Laín Entralgo: Las generaciones en la historia. (55) RN n. 49 p. !34 y SS.

(56) RN n. 88 p. 74 y SS.

(57) Literatura Hispanoamericana. Ma. !922, p. 222.

TONO Y PERSPECTIVA DE ARIEL

Una obra literaria del tipo deAriel, un libro de ideas, comprende algo más que un repertorio de pensamientos y una forma estilística verbal, rica o pobre, opaca o deslumbrante. Importa, expresa o elípticamente, pero siempre, "una comunicación", una preparación de estados psicológicos en el lector que posibi­liten la aprehensión más fértil, la incitación más plena. Puede despreciarse esta creación de un clima afectivo y mental en trabajos de exposición objetiva, im­personal, en libros que confíen al nudo prestigioso de su verdad la tarea de su influencia. Distinto es el caso de ese género complejo: "literatura de ideas", que Ariel expresa ejemplarmente, distinto al del "discurso" en que también este libro se filia.

La "literatura de ideas" implica, por esencia, una mptura de esa impersona­lidad, de esa objetividad de la exposición ideológica; el discurso es la más acendrada forma comunicativa, como ya anotaban los tratadistas del género con sus clasificaciones de los que buscaban suscitar la convicción serena, o el entu­siasmo, o la ira, o la piedad.

TambiénAriel tiene un "tono", y acento, especialísimos, que despertaron, tanto o más que sus ideas, el entusiasmo y la unánime aprobación de su época.

Rasgo esencial del libro es su tono magistral, el elevado estilo de la prédica, la profusión del estímulo y del consejo. Hay un maestro que adoctrina y discípu­los que reciben, si no pasivamente, atenta, ávida, respetuosamente, la palabra de lucidez y de sabiduría. Ese tono magistral-que implica esa madurez señalada por tantos, porque si no todo daría en el ridículo- se acendra a menudo hasta lo apostólico, cobra calidades de unión misteriosa, alturas y dulzuras que el esce­nario humano de una clase, aun de una clase epilogal, no suele presenciar. Domi­na en esa admonición un como "misticismo laico" 0 J, un tono religioso de medido fervor, de tensa elocuencia, persuasivo, majestuoso, elevado. Algunos han deta­llado metódicamente los dones de este raro magisterio m, otro, los cuatro verbos que lo cifran <JJ y la calificación más inmediata de Ariel destacó este rasgo. "Sermón laico" <4l, "brevario laico" <5l, "prédica laica" <6J lo llamaron críticos y glosadores.

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Surgen de lo anterior ciertos rasgos corolarios, que también han sido repe­tidamente expuestos. El primero es su significación de libro pedagógico, de libro educador; su fe en la reforma humana, en la palingenesia individual por la efica­cia y la virtud de las ideas, en la maleabildad del espíritu, sobre todo cuando ese espíritu es espíritu joven.

El segundo es el de una autoridad y un dogmatismo <?J que resultan en verdad, firmeza y hondura de la convicción razonada, que no se cierran a la afirmación nueva y a las tonalidades cambiantes de días futuros, pero que reclaman, por lo pronto, y como provisionalmente, la audiencia atenta y esa adhesión vitalizadora a que toda idea, consciente de su salud, se cree con derecho.

Se marcó por algunos la tranquilidad de esa prédicaAriel advertía sobre males tangibles y americanos. Lo hacía con un sereno reposo, exento de alarmismos, de estridentes convocatorias a la acción inmediata. Su contraste es manifiesto con las obras procedentes de su filiación temática. Zumeta, Rodríguez del Busto, Eduardo Prado habían cultivado esa alarma, esa estridencia <8l.

Esa tranquilidad es -si no exclusivamente- un resultado de la elevación arielista. Las ideas y las realidades están contempladas desde una altura de pu­reza, a la que el platónico amor de lo bueno, de lo verdadero y de lo bello confiere una inexhausta capacidad de residencia.

Otro valor de ese tono es el de la sencillez, el de la humildad. Referido a Ariel, no es fácil de comprenderlo en nuestros días y debe explicarse también por oposición a la literatura anterior y contemporánea de lo americano: Bunge, García Calderón, Da Cunha, Bulnes. A riel rehúye la explicación aparatosa de ese cientificismo tan frecuente en estas obras, tan sobreagregado a veces, tan puesto para avalar "a posteriori", caprichos o intuiciones. Y según Pedro Henríquez Ureña, esta sencillez deAriel es su mejor originalidad <9l.

También entusiasmaron su ponderación, su equilibrio, su inalterable mesura, su ecuanimidad, que fue actitud de justicia ante las verdades parciales y las tesis contrapuestas; ecléctico deslinde de la salud o falsedad de cada una, de sus ventajas o de sus valores.

Vinculada a esa ecuanimidad señalábase su hondo acento de dulzura y be­nevolencia, su cordialidad, su suave bondad, su ademán generoso, su gracia efusiva. Diríase que, enfrentado con los males, los errores y los peligros, no fue nunca el suyo el gesto ceñudo de la denuncia, de la amenaza o de la admonición

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severa, [sino] que buscó -magistralmente- el ancho movimiento de simpatía y atracción cordial que evitase choques, angustias y desgarramientos.

También la sinceridad entrañable fue destacada en el tono deAriel, (así como] la intangible pureza y devoción fervorosas que se veían moviendo su mensaje, el leal convencimiento de su palabra, el desdén por la paradoja y todo relumbrón dialéctico.

Naturalmente que esta sinceridad no asumía en Rodó el tono personal y desgarrado de pensamientos coetáneos y posteriores; como el de un Unamuno,

por ejemplo. Su inclinación por los modos intelectuales y armoniosos lo conducía a un

tomar altura, a un expresar distante en el que nada hay, empero, que no se sepa hondamente creído y sentido.

Lo anterior nos lleva a mentar su serenidad, su calma, su placidez reposada. Han sido los rasgos más controvertidos, malentendidos, y aun repudiados del tono deAriel y de todo Rodó. Muchos vieron en ellas frialdad, lo que suscitó, tempranamente, algunas réplicas justas <IDJ.

Era sin duda esa serenidad una característica personal de Rodó; enAriel resultaba también un fruto de su optimismo y tiene ese carácter voluntario, forza­do, aun heroico, del que custodia un bien que sabe flaco, débil, amenazado. Así ha podido decir Alfonso Reyes que guardó su "serenidad provinciana" para reconstruir en días mejores "las armonías perdidas" 01 J.

También por lo reflexivo y difícil participa de esa categoría apolínea que limita los blancos del apetecer humano a un aquí y a un ahora sin asomarse al espanto de los "espacios infinitos". Tal vez, como lenitivo de muchas angustias, fue hondamente apreciada por los primeros rodonianos.

En lo que se ha llamado su seriedad, corrían el grave acento que el joven pensador ponía en la exposición de su mensaje, la total proscripción de toda sonrisa frívola y condescendiente, la firme virilidad majestuosa de la palabra. Es lo que ha señalado certeramente Eugenio D'Ors cuando llamó a la prosa de Rodó "prosa togada" ozJ y resulta la mejor vía introductoria para estudiar las relaciones de Rodó con el modernismo.

Como su serenidad, ha sido mal comprendido el optimismo deAriel. Dice Ventura García Calderón que a Elíseo Reclus le irritaba ese optimismo OJJ. A riel denunció males tremendos de nuestra civilización y nuestro continente, hincando su análisis en fenómenos que se han ido agravando sin cesar con los años y

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parecen lejos de toda atenuación. Sin embargo, la palabra rodoniana final ante ellos es de superación y de victoria. El utilitarismo será vencido, y el especialismo también, y la nordomanía pasará. N o es que en sus páginas no haya esa insa­tisfacción del presente que han señalado algunos comentaristas <I

4l, y un sentido revolucionario de ideas que indudablemente las prestigiaba (sin que, aceptablemente, pueda ser llamado "un revolucionario", como lo hizo Ruperto Pérez Martínez) <Isl. Pero esa actitud de "optimismo paradójico" en este linaje de preocupaciones americanas era nueva. Dominaba esa literatura sociológica de tono agorero, fatalista o alarmado que tiene por esos años muy concordantes expresiones. Zumeta, Bulnes, Bunge y Arguedas mentaban causas inexorables del atraso, la anarquía y la desorganización de nuestro continente. Pueblo En­fermo y Continente Enfemzo buscaban ser algo más que títulos sugestivos y valían por una definición. (Aunque en la obra de Zumeta se expida al cabo una fe muy viva en la voluntad heroica vencedora de la necesidad).

En cambio, Rodó dibujaba enAriel el sueño de una América redimida por la belleza y la cultura, transfigurada por la mejor tradición humana.

Lastmria, Bilbao, Sarmiento, Alberti, Vigil, González Prada habían hundido también el escalpelo en nuestros males y habían señalado caminos. El "patriotis­mo continental" de Rodó, anterior en años aArie[<16

l, proclamó en 1900 esta empresa, como la única capaz de alzar esa gran bandera de esperanza que -en sugestiva comparación con un pasaje de LaiTa- suscitaría el entusiasmo, la fe y el afán <m.

Dice Max Henríquez Ureña, comparando la obra y Nuestra América de Bunge, que Rodó brindaba remedios donde los otros no hacían más que señalar males 08l. En la primera resonancia de la obra, Enrique González Martínez apun­tó en carta a Rodó, la novedad de ese optimismo<19l. Lo hicieron más tarde Ventura García Calderón <20l y Alfonso Reyes <21l. Jesús Castellanos incluyó su estudio sobre Rodó en un volumen titulado "Los Optimistas" <22l. El prospecto brillante de un futuro posible confirió a la obra ciertas tonalidades que influyeron hondamente en su época. "Apóstol de la Esperanza" lo llamó Remos <23l; ya había insistido en este rasgo Juan Valera <24l. Su fe, su confianza, su entusiasmo ejercieron un efecto balsámico, y a veces estimulante, durante muchos años.

Ya hemos señalado la índole voluntaria, y a veces trabajosa, del optimismo ariélico. No tiene nada de beata creencia en una felicidad futura inexorable, de visión rosada del mundo. Antonio Gómez Res trepo sorprendió bajo él, "notas

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de melancolía" <25>; la exégesis posterior ha hablado de un "optimismo agonístico" (Ibáñez), de un "optimismo trágico" (C. Benvenuto ).

J acques Maritain expresó la validez de una actitud semejante en circunstan­cias mucho más dramáticas que las rodonianas: en tales coyunturas "1 'esperance n' est pas seulement plus raisonnable que tout parti-pris absolu ... elle est aussi una force et une arme spirituelle, un agent dynarnique de transformation effective et de victoire ... "<26l.

El mismo Rodó ratificó en declaraciones y correspondencias de la época este carácter optimista de su A riel. En carta a Alcides Arguedas, sostuvo que eran pasajeros trastornos de la infancia lo que otros, agoreros o nihilistas, consi­deraban taras patológicas incurables <27l.

Pero esto ya pertenece en realidad a la etapa apostólica del "arielismo". Todo mensaje de ideas implica un tono. También significa una perspectiva. Rodó no podía menos que encontrarse "en" esa perspectiva, casi diríamos,

"con" ella. Estaba integrada por dos entidades de muy diferente naturaleza. U na es la de las ideas; la otra, la comunidad americana, radicación y destino de esas ideas, de esos ideales.

Respecto a las primeras, la mención lo suficientemente pormenorizada de sus fuentes y de su situación histórica nos debió haber mostrado que es muy poco lo que "inventa" Rodó en su análisis, en su mensaje. Allí estaban, al alcance de su mano, los materiales de A riel. La cuestión de su ori crinalidad ideolócrica

o o ' solo tímida o ignorantemente insinuada, puede ser fallada, sumariamente, en contra.

Esas ideas, que están en su dintorno, Rodó las tomó en el estado de elabo­ración en que se encontraban. Un crítico chileno, Eduardo Lamas, destacó certeramente hacia 1900 que el autor de A riel no "sutiliza, no inventa", que "toma las cuestiones en el estado en que las halla" <28l.

Sin embargo, los temas y la problemática de "Ariel" registran un manejo de esas ideas que ni es primario. Rodó realiza con ellas un trabajo de ordenación, una tarea anflónica, que es esfuerzo de composición literaria y es lógica "teoría", en la que un tema va naciendo natural y casi inevitablemente del anterior. Lo que Moneva y Puyolllamaba "teorema espiritualista" <29l, traduce un vigilante, un exquisito sentido del orden.

Esta disposición no borra, empero, el carácter originario yuxtapuesto que tenían los temas y reflexiones ariélicos. Rodó lo ha soldado y unido todo con su arte mejor; no se suscita, sin embargo, la impresión de que el libro haya nacido

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de una meditación central que se diversifica y prolonga, que concluye hasta una fi aura completa y exhaustiva. Parece haber sido otro el tipo de pensamiento ro

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doniano en A riel. Sobre una inquietud central y sobre una afirmación muy afincada de valores, el autor va desarrollando meditaciones y postulados autó­nomos, que se concitan, en posterior tarea, en un orden armonioso Y sólido.

Ese modo de ordenación ideológica fue, en el Rodó ariélico, la conciliación y la integración. La actitud tenía sus raíces en su temperamento intelectual, re­ceptivo, prudente, casi tímido en sus exclusiones, fá~il a la sin:patía Y era ~ruto natural de una época al mismo tiempo segura y completa, dualista, contradicto­ria. (También guardaba contactos -no se ha destacado- con una tradición ideo­lógica rioplatense que Rodó apreció muy altamente: el pensamiento conciliador de Esteban Echeven·ía y de su grupo de la "Asociación de Mayo").

Rodó buscó conciliar el ocio contemplativo y la acción externa, la jerarquía y la igualdad, la democracia y la aristocracia, la elegancia griega y la fraternidad cristiana, el idealismo y el positivismo, lo íntimo y lo social.

Esta tendencia conciliatoria, ese movimiento natural hacia un sincretismo, ya mostrado en La Novela Nueva, este armonismo, como se le había llamado a cierta corriente filosófica española, implica, sin duda, una posición de eclecticismo filosófico, apreciada de di-versas maneras, desde la calificación de "crítico" y "estético" dada por Massera <30l, hasta la de "literario" debida al fiel Max Henríquez Ureña<3 1l. Como consciente de todo valor, como ciego a su trágica polaridad, no se sintió Rodó con fuerzas para la exclusión decisiva e hiló la tela delicada de todas sus alianzas. En todas las conciliaciones nótase un equilibrio que resulta inexorablemente impreciso e inestable, puesto que implica suponer la recíproca tolerancia de inspiraciones históricas cargadas muchas veces de un dinamismo hostil y conclusivo. Una frase caracteriza el procedimiento conciliatorio, ingenuo e intrépido a la vez, de Rodó. "Baste insistir" dice en la parte de Ariel en que postula la superación del antagonismo entre aristocracia y democraciai~alitario; "baste insistir", sostiene <32l, en el ideal esbozado e integrador. Consciente de todas las excelencias, participó Rodó del recelo vazferreiriano de las "falsas oposiciones", aunque quedase a veces -y al fin- en una proclamación doble y paralela. Menos vivido, en puridad, que el autor de Lógica Viva, no atendió a ~u manera a esos "conflictos de ideales" (33) insolubles, pero al cabo creadores. La crítica posterior del antiarielismo insistió mucho en el hecho de que es dife­rente conciliar fórmulas y conciliar realidades. Los fenómenos de oposición pue-

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den mostrar su falsedad en el orden de los conceptos y exhibir una desoladora verdad en el de las posturas vitales, en el de las creencias y las pasiones defini­das, que tienen una rafz temperamental e histórica que se resiste a injertos y transacciones.

Y junto al carácter prospectivo y normativo de las conciliaciones rodonianas, destaquemos el estatismo, el sello definitivo de la postulación ariélica. La reali­dad se ve en Ariel curable y redimible; los ideales, aunque se sostenga pruden­temente su devenir, se ven como incontestables y seguros. Fue también una diferencia sentida muy agudamente en épocas más inestables.

Rodó manejó así, ordenó y armonizó ideas y sugestiones. No quiso preverlo todo, decirlo todo, criticarlo todo. No se había propuesto uno de esos programas más o menos universales e imprecisos, un manual de vida, un catecismo completo. Rodó no aspiró a nada de eso, sino solo a señalar algunas zonas neurálgicas del mal moderno y americano, algunas previsiones ineludibles de su remedio. Si no habló de las dictaduras, del indio, del Estado o del destino humano, fue por ello U unto a otra fundamental razón que enseguida veremos). Anotemos así, entre tan­to, este rasgo ineludible de su "parcialidad". Sin reprochárselo. Si se encomia que haya escrito el "evangelio de la juventud de América", no debía habérsele objeta­do que no haya escrito "Génesis", sus "Proverbios" o su "Apocalipsis".

Esta parcialidad y esta inclinación conciliadora han dado lugar a que se hablara de "la vaguedad" de Ariel. Lo han hecho críticos tan medidos como José Veríssimo <34l, Gustavo Gallinal <35l y Pedro Henríquez Ureña <36l. "Lauxar" manifestó, con cierta ambigüedad, que Rodó esperaba que todo lo que él no dijera, otros lo expusieran <37l.

Es en cambio observable su cuidado en evitar remisiones, en hacer explí­cito y completo todo desarrollo. Aludió en ocasiones a la ideología renaniana. El mismo "Lauxar" la ha destacado como complemento de su exposición, sosteniendo que Rodó sólo expresa sus ideas cuando estas divergen de las de Renán <38l. Se trata en realidad de puntos ajenos a su intención y fines. Cuando expuso algo fundamental para su mensaje no descansó nunca Rodó, certeramente, en la convicción de que las fuentes y libros que le eran habitua­les lo fuesen para los demás. Solo unos pocos, -en realidad- podrían encon­trar levemente pleonásticas algunas partes de la exposición: la mención de las virtudes y defectos de los Estados Unidos, por ejemplo, que estaba ya sufi­cientemente abonada por Tocqueville y por Bourget.

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Pero no solo las ideas están presentes en Ariel y actúan en la perspectiva de Rodó. América, su telón de fondo y objeto del mensaje, se halla en una relación con el autor, cuya incomprensión ha dado lugar a los más negadores equívocos que la obra sufrió,

Tratemos de comprenderlo, aunque, explicado, quepa la discordia de con­vicciones o de oportunidad frente a la postura rodoniana. Por lo pronto, una cierta lejanía del objeto. Havelock Ellis dice que Rodó "never directly brings South America on the scene" 09l, suficiente como para poder adquirir esa pers­pectiva continental que prestigió la difusión americana de su mensaje. Ello impli­ca, naturalmente, una desaparición de la particularidad de cada país, de todo detalle americano, un evanescente alejamiento de la específica situación humana en que el escritor se encontraba. No se presenta así en Ariellarealidad ameri­cana, ni la realidad rioplatense ni la realidad uruguaya. Sin embargo, no han faltado los que destacaron en el libro un valor testimonial <40l cuya falta otros muchos -los más- han lamentado.

Gustavo Gallinal ha precisado, muy felizmente, esta peculiar lejanía de Ariel: "Suponed un hombre curioso que quisiera conocer la América de 1900 y leyese Ariel. ¿Qué imagen de ella hallará en A riel, libro escrito para adoctrinar a la juventud de América? Una imagen fugaz y muy borrosa, como vista desde una lejanía. No hay en Ariel una pintura directa de la democracia en América. Nin­guna interpretación original y profunda de los fenómenos sociales característicos de los pueblos americanos ... El presente emerge como una isla entre una doble lontananza infinita .... el pasado embellecido por el recuerdo y el porvenir ideali­zado por la esperanza" <41 l.

Sin duda que los males de utilitarismo y el aplebeyarniento, la invasión cosmo­polita, la incertidumbre juvenil y sobre la imitación de lo norteamericano tienen una clara inferencia continental y aun rioplatense: el espíritu fenicio y el aluvión inmigratorio descaracterizador presentaba en nuestros países una gravedad inminente y mayor que en las naciones indo hispanas del Pacífico o del centro de América.

Lo anterior quiere decir que si Rodó se aleja de su objeto no se desplaza en realidad hacia otra, desde su originaria radicación, desde su fidelísimo aquí. Ri­cardo Rojas caracterizó muy agudamente esta ampliación concéntrica de su vi­sión <42l.

Vitier ha concebido que ciertas realidades ausentes de Ariel, v. gr. el indio, no son realidades uruguayas ni rioplatenses, aunque recuerda que Rodó

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tuvo presente a toda América en su mensaje <43 l. (Cabría observar que esta debilidad de A riel reside en que fue profecía de América lanzada desde un país demasiado periférico, demasiado alejado de lo telúrico y más auténtico del continente.)

Pero no solo el objeto América se encuentra alejado. Impórtale al autor más el futuro que el presente americano. Al futuro supone infundirle penetrante poesía, como rectificando lo que dice en cierto lugar de su obra sobr~ el pasado como inspiración estética mejor y preferible <44J.

Si no es una América "sub especie e te mis" la que ve, como se ha sostenido bastante últimamente <45

J (lo favorecerían su estatismo ideológico, su inclinación figurativa, su innegable linaje platónico; lo resistirían los visibles elementos de localización cronológica, su no abandonado evolucionismo historicista), acepta­mos que el continente, distante ya en el espacio, se aleja también en el tiempo, con cierto ucronismo, con cierta libertad de lo estrictamente temporal.

Se apunta hacia un futuro no determinable, pero fundamentalmente al alcan­ce de la tarea de las generaciones. (Vitier ha señalado el carácter "impaciente" que asume a veces la palabra "del sereno Rodó") <46J.

Se destaca, por ejemplo, que Rodó no se refirió a los dictadores al aludir en Arie l al régimen político, cuando las dictaduras eran una realidad continental mucho más incontestable que esas jerarquías selectas y amenazadas que, en verdad, no existían en casi ninguna parte. Rodó no menciona, así, a Estrada Cabrera, ni a Díaz, ni a Cipriano Castro, terribles presencias americanas del 900. Reprochárselo es no entender esta perspectiva fu turista de lo americano, que es esencial para la comprensión de su obra y que permitió que "arielistas" menores, como el chileno Tito Lisoni, juntaran los fervores tan disímiles del "Se­ñor Presidente" guatemalteco y del autor de Ariel. Rodó veía sin duda en los dictadores hispanoamericanos resabios de una desorganización y de una incul­tura que la historia iría eliminando; con sus ojos fijos, en cambio, en los tiempos que advenían anunciando la universalidad de la democracia, se adelanta a seña­lar sus excesos y posibles peligrosos, descontando su instauración en América en años no muy lejanos.

Podría alegarse que, por el contrario, no previó Rodó la agudización del problema social y la omnipresencia de lo económico. Pero, además de que en el resto de la obra, en funciones de complemento ariélico, lo social no estuvo au­sente, -dentro de una moderada tonalidad evolucionista- es muy diferente la

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operación mental de descontar remedios sobre el futuro y el de ventear males en un medio en que casi nada los anunciaba.

Fu turismo es, en síntesis, la perspectiva americana de Rodó, sin que falten algunos rasgos normativos y aun aprioristas. Lo llevaban a ello su optimismo intrépido, su fe en el porvenir, su creencia en las posibilidades de acción de la juventud.

Esta peculiar lejanía del objeto se ratifica en la señalización indubitable que ya es posible rastrear en alguna página de El que vendrá de que América está vista, en ciertos momentos, como desde fuera, de que su construcción, su formalización, se acomete desde fuera. Lo griego y lo cristiano parecen aporta­dos por unas manos que no estaban hundidas todavía en "el barro de América".

NOTAS

(1) V. Pérez Petit. RN No. 102, p. 327. (2) Zald. p. 159-161; A. GómezRestrepoen Barb. p. 263-265. (3) Héctor Villagrán JER M. 1933, p. 44. ( 4) Barbagelata Una centuria, p. 421. (5) A. González Blanco: Escritores representativos de América Ma. p. 50; Goldberg: Litera­tura hispanoamericana Ma. 1922, p. 222. (6) P. H. Ureña Corrientes ... p. 182. (7) A. Monteavaro: El Mercurio de América BA. 4, 1900; V. Pérez Petit: "El espíritu de Rodó" en Hist. Sint. de la lit. uruguaya M. 1931, p. 25. (8) J. Pastor Benítez en Temas de la Cuenca del Plata M. 1949, p. 83. (9) P.H Ureña: enNosotrosBA 1- 1913, p. 228-229. (lO) S.C. Rossi en CAR, p. 117-120. (11) Barb. p. 329. (12) citado por Mario Falcao Espalter.lnterpretaciones M. 1919, p. 345. ( 13) V. García Calderón: Semblanzas de América Ma. S/ a. p. 1 1. (14) José Veríssimo: Homens e causas estrageiras, Río, 1902, p. 408. (15)EnElDía 1-3-1900. (16) "Por la unidad de América" en Obras Completas!, M. 1945, p. 157. (17) ELQV p. 186. (18) En Cuba Literaria No.42. (19)Cartade 17-2-1907 AR.

(20) V.G. Calderón: O. c. p. 9. (21) En Barb. p. 327-328. (22)LaHabana-1916. (23) RN. No. 42 p. 339. (24) En Barb. p. 56. (25) En Barb. p. 268.

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(26) En Christianisme et démocratie, New York, 1943, p. 20. (27) Borrador en AR y a Unamuno de 20-3-1904 en AR. (28)La Revista de Chile SCH 1901- vol VI No. 2 p. 41. (29) EnRevistade Aragón 1901, p. 282. (30) CAR p. 43 y ss. (31)EnBarb. p. 211. (32)Ariel p. 65. (33) Vaz Ferreira: Fermenta río M. 1938, p. 205 y ss. (34) Veríssimo: O. c. p. 401-402. (35) En Crítica y A11e M. 1920, p. 268. (36) En Nosotros BA 1, 1913, p. 228-229. (37) Lauxar: Rubén Da río y JER M. 1924, p. 180-181. (38) Ídem p. 184. (39) en prólogo a The motives of Proteus, London, 1929, p. XI. (40) GonzálezBianco: O. c., p. 57-58. (41) Gallina] en La Nación Ba. 4-10-1925. (42) En Barb. p. 260. (43) Vitier: Ens, p. 126. (44)H.deA.p.145. ( 45) vgr. Juan Carlos Gómez Haedo, Emilio Oribe y Emir Rodríguez Monegal. (46) Vitier Ens. p. 59 (47) ELQVp. 186.

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LA NOVEDAD ESTÉTICA

El valor estético de Ariel, su condición de bella entidad, fue desde un principio -y lo siguió siendo en las horas adversas- el aspecto de la obra más elogiado e incontrovertido. Críticas como las de la Revista del Centro Ariel debidas a González Areosa o la carta de Carlos Quijano de 1927 O> comenzaron por poner al margen la calidad artística del libro.

El mismo Lasplaces dijo queAriel "forma parte de lo más espontáneo, fresco y viviente de todo lo que escribió" (2).

Francisco A. Schinca sostenía en la hora de la muerte que lo perdurable de la obra rodoniana era su valor de belleza y no la originalidad ni la trascendencia de la doctrina <3>; la misma idea fue reiterada después y en numerosas ocasiones.

Pese a todo ello, los valores formales deAriel y su significación estricta­mente literaria apenas han merecido otra cosa que esas series adjetivales, con las que antaño se creía caracterizar un estilo, y la consideración, casi siempre caprichosa, de su categorización literaria dentro de los géneros y subgéneros conocidos. Falta un examen estilístico deAriel como lo falta de toda la obra de Rodó. Para esta última no poseemos más que unas muy certeras observacio­nes de José Pedro Segundo sobre los diversos tipos elocutivos usados por Rodó en sus artículos de la Revista Nacionaf<4>; Roberto Ibáñez ha realizado algunas finas y parciales indagaciones en tomo al proceso de una imagen arielina (5).

Leopoldo Alas sostenía ya, en su crítica consagratoria, el carácter ensayístico deAriel. Decía: "No es una novela ni un libro didáctico; es de ese género inter­medio que con tan buen éxito cultivan los franceses, y que en España es casi desconocido" <6>.

En repetidos pasajes de su obra, Rodó manifestó su preferencia por esta forma intermedia entre lo estético y lo ideológico, por esa mixtura de lo filosófico y lo poético, que reunía a la vez libertad e imaginación, gravedad y reflexión, belleza y verdad. Los autores representativos de ese género eran -y no es ca­sualidad, naturalmente- sus fuentes ideológicas preferidas: entre otros, Renán y Guyau m. (Y anotemos al pasar que José Gaos ve en esta unión de pensamiento y belleza uno de los caracteres de la filosofía hispanoamericana) <S>.

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"En España es casi desconocido" decía Clarín. Fue la generación posterior a la suya (del 68 al decir de Max Aub), la del 98, la que lo aclimató en la Península, haciéndola un fiel vehículo de su pensamiento y de su protesta, dán­dole una fisonomía, una variedad y una importancia que no habían tenido hasta entonces <9l ni en sus países originarios.

En la "Cabeza" dedicada a Rodó, Rubén Darío aún destacaría en él al ensa­yista extraño fruto americano <JOJ. En realidad, ya se definía en nuestras letras este género cuya historia traza Vitier, destacando que "fue el tipo de prosa que mejor correspondió al movimiento llamado Modernismo" <IIJ como "un género al servi­cio de revisiones fundamentales" 02l. Además de clasificarlo en ensayo de cultu­ra, de problemas y de emoción °3l, y de señalar el carácter de "insistencia y revelación" que asume en ese Díaz Rodríguez, tan frecuentemente comparado a Rodó por la calidad de su prosa 04l, Vitier ordena su evolución desde lo abstrac­to a lo concreto y desde la opulencia aristocrática a la humildad militante os J.

En un artículo de 1927 °6l, Víctor Belaúnde refirma el carácter ensayístico deAriel y de Rodó, filiando el género "en la mentalidad y la cultura inglesas".

La misma idea fue desarrollada por Gómez Restrepo 07l y por Víctor Pérez Petit 08l.

Parece indudable que Rodó al escribir "Ariel" se encontraba más cerca de las obras de Renan que de la tradición inglesa típicamente ensayista de Lamb y de Hazlitt (aun a través de su posible y traducido epígono Lord Macaulay). Las obras de Renan lo sugestionaban en el sentido de la utilización del diálogo, y en alguna página aludió Rodó a la tentación de esta forma 09l. Al fin, pensó segura­mente que en un discurso magistral de tono afirmativo se adecuaba mejor a la disertación monologada y por ella optó.

Y un discurso, se ha visto también enAriel, de tono académico, universi­tario y aun "liceal", como lo afirmó Alberto Zum Felde <20l. Habían dejado hon­da huella histórica los "Discursos de Fichte a la nación alemana"; la cultura his­panoamericana registraba oraciones tan memorables como la alocución inamm-o

ral de Andrés Bello en la Universidad de Chile y las contemporáneas similares de Justo Sierra en Méjico. Juan Carlos Gómez Haedo ha mencionado también el antecedente mucho más cercano del discurso de colación de grados pronun­ciado por el argentino Lucio Vicente López en 1893, y cuya forma, tanto como sus temas impresionaron vivamente a Rodó, resultando un muy próximo estimu­lante deArie[<21 l.

Medio Siglo de A riel 45

De la efusión y de la cálida comunicación parlante tiene mucho la obra arielina; sus modelos pueden encontrarse, sin duda, en las formas libres de la oratoria académica francesa del siglo XIX, pues hay poco en él de lo altisonante y rotun­do del castelarismo español.

Otros, como Goldberg, lo han llamado "manifiesto"<22l y el término es ajus­tado y es útil; Ventura García Calderón lo clasificó muy parisinamente, en la "causerie" <23l; Luis Alberto Sánchez -no sin rencor- en la elegía <24

l; Justo Pastor Benítez en el "apólogo edificante" <25l; Pedro Emilio Coll en "la homilia"<26l.

Fue característica de Rodó y de su época la concepción de la forma verbal como algo independiente y casi sobreagregado a la estricta ideación y al esque­mático discurso. El verbo "pulir", tan utilizado en este tiempo, trasmite bien el sentido de esa labor que se realiza en una instancia postrera y externamente.

Numerosos textos de Rodó <27J, el más conocido es "La gesta de la forma" <28l,

exaltan esta tarea, "esta lidia del estilo" <29l (aún otro enfrentamiento de sujeto y objeto) concebidas como faena dolorosa y al mismo tiempo autónoma aventura.

Aún más ampliamente contemplado, era Rodó un escritor con voluntad de esti­lo, entendido el estilo como tendencia a traducir el mundo y la realidad en términos de belleza, en formas quietas, luminosas y firmes. En cierta página inconclusa expresó magníficamente Rodó este amor por el contorno definido y glorioso <30l.

"Helénico" llamó su estilo José Pedro Segundo<31 l; Eduardo Rodríguez Larreta <32l, Ventura García Calderón <33l y Carlos Roxlo <34l lo han calificado de "pamasiano de la prosa", connotando esta pasión por la forma bella, rotunda y terminada, en la que lo plástico domina sobre lo musical, aunque en Ariel esta primacía sea menos visible que en otras obras de Rodó y marque ese equilibrio entre la perfección escultórica y el movimiento que ha reconocido Alberto Zum Felde<35l.

Este estilo implica una elevada temperatura de lucidez, de tensión, de volun­tad. Están ausentes de él lo íntimo, lo coloquial, lo espontáneo, lo natural. Rodó tuvo en su modo de expresión una absoluta fe.

Nunca le cruzó la sombra de una duda sobre la posibilidad de una forma superior. Sus consideraciones ante el testimonio de un soldado italiano <36

l, en­viadas entre sus correspondencias, son muy ilustrativas a este respecto.

El carácter voluntario, forzado y a veces solemne de la expresión rodoniana fue uno de los que suscitaron acentuadas reservas a su obra, como se verá en otra parte de esta exposición.

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De los modelos estilísticos de Ariel se sabe mucho menos que de sus fuentes ideológicas. Se ha señalado en Flaubert, con su contracción heroica a "la gesta de la forma" un ejemplo prestigioso. Así lo hicieron, referido al conjunto de su obra, C. Pereda <37l y Alberto Zuro Felde <38l, si bien lo ha negado el ente­rado Pérez Petít <39l. Es evidente que con este nombre no se agota la cuestión. Puede aventurarse que obraron también los prestigios de Valera y Alas y se siente en muchas páginas ese aticismo, lindante en la morbidez, de algunas obras de Renan y de Guyau. Nunca cae, sin embargo, Rodó en cierta enfermiza diso­lución renaniana, que hacía exclamar a André Gide en su Joumaf<40l: "devant cet asiatisme, cambien je me sens dorien".

T. E. Lawrence, en una de sus apasionantes cartas, se refirió humorísticamente sobre el ejemplo de la crítica de sus Siete Pilares a la diversidad y contradic­ción de juicios que el estilo de un escritor puede suscitar<41 l.

Mucho se ejerció esta adjetivación impresionista, o este comparar caprichoso y arbitrario sobre el estilo rodoniano en Ariel. Es indiscutible, sin embargo, que poco sabemos sobre una forma con consideraciones como esta, y que elegimos, no por excepcional, sino por típica: "Su estilo es cincelada copa de cristal. Su río de ideas dilátase, con serenísima majestad, en ondas de perfección y de armonía El águila de su verbo su be, trazando a modo de concéntricas series de curvas musicales por el éter que dora el sol del pensamiento. Su léxico es cual lirio de azulada blancura, que mece la suavidad del zumbo de una avispa ática en cada uno de los seis pétalos de sus he1mosas flores, en el fondo de cuyos cálices están escondidas las esencias incorruptibles de que hablan los diálogos divinos de Platón" <42l.

Más allá de una irresponsable profusión de adjetivos o comparaciones, el análisis estilístico de A riel avanzó hacia una mínima precisión, mediante la divi­sión en períodos de la prosa rodoniana.

Gonzalo Zaldumbide distingue en el escritor una primera etapa de cepa y modelo españoles, de pá1rafo extenso, cargado de incisos intercalados y profusión de prepo­siciones y conjunciones que quitan "esbeltez y nervio a los períodos". Una segunda época sería aquella en que "la prosa de Rodó alcanzó su punto en época intermedia bajo el influjo de Parnaso", de "escritura apretada y erguida, difícil y más rica en la sequedad" que no implica, sin embargo, que Rodó cayera "en la maniática escritura artista", contenido como estaba "por la lucidez de un buen sentido exquisito".

El estudio sobre Darío y A riel señala, según Zaldumbide, "el ápice de esta manera", a la vez personal e impersonal, de "frase breve y sensible, parca y

Medio Siglo de A riel 47

rica", leve, con "perfección de arte oculto que parece infinito" U na tercera épo­ca, la de Motivos de Proteo, está connotada por el período largo, el ritmo rotundo y la prolijidad <43

l.

Coincide en general con el de Zaldumbide el análisis de Pérez Petit en su conferencia de 1930 sobre Rodó <44l. En un libro, principalmente a otros fines, reitera Clemente Pereda <45l el esquema tripartito aunque con ciertas oscuridades y destaca el origen francés de las comparaciones arielinas.

Señala en obra última Pedro Henríquez Ureña que enAriel, Rodó volvió al párrafo largo, si se lo compara con las obras inmediatas anteriores <46

l pero enriquecido de "color" y de "matiz".

El período en A riel no es con frecuencia breve y a menudo; es demasiado extenso para el gusto moderno. No es tan largo, empero, como el anterior y el posterior de Rodó. Usa las oraciones intercaladas con empleo habitual de guio­nes: no abusa de ellas. La expresión nunca es abrupta ni cortada; la igualdad, y la fluidez como líquida de esa prosa, son sus características relevantes. Hay un ritmo en la escritura ariélica que es el de la marcha imperturable. De "forzada tersura" la calificó Sánchez. Más comprensivamente, Carmelo Bonet ha expre­sado que "muchas veces desearíamos que de pronto se detuviese ese chorro constante de armonía, esa voz de órgano incansable, y que un bronco sonido, alguna nota bárbara y discorde, como batahola de orquesta yanki, despertara nuestro oído adormilado por el arrullo de las palabras mansas y sonoras ... " <47l.

Juan Ramón Jiménez llamó a la expresión rodoniana "prosa de tipo genérico", aludiendo sin duda a este desprecio por lo accidental y lo particularizado <48

l.

Aunque Rodó pareció siempre abordar el problema literario en términos de "línea" y de ''color'', la distribución de las "masas", la disposición de los materia­les, es una de las calidades maestras de A riel.

Gustavo Gallinal ha afirmado que "la arquitectura del librito es de una fineza jónica" <49l; Ventura García Calderón añoró ante Motivos de Proteo "la fina arquitectura, las proporciones clásicas de sus mejores libros de juventud"<50l.

Dos virtudes -casi diríamos dos habilidades- se destacaron en el libro des­de 1900.

Apólogos, comparaciones, el mismo símbolo arielino traducen en Ariel esa que Rodó llamaba su aptitud "para transformar en imagen toda idea que entra en mi espíritu" rsll, para convertir lo abstracto y vagaroso en concreción inolvidable.

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En una página inconclusa sostuvo que "no hay concepto intelectual que, por sí solo, nos mueva a la práctica y la acción , ni que, sin el auxilio de la imagen, nos enamore" cs2J.

Víctor Pérez Petit ha señalado la posible influencia de Urania de Camilo Flamarion sobre la concepción del símbolo ariélico <SJJ. No hay duda, sin embar­go, de que existe una abismal distancia entre un reloj de mesa que despierta la ensoñación del escritor y el alado genio de Shakespeare.

La historia del aposento del Rey de Oriente es un verdadero apólogo, una parábola que anuncia las de Proteo <54l; fue considerada por Ventura García Calderón el trozo más perdurable de Ariel, junto con la página final del discurso <55l. La alusión a la "perdida iglesia del bosque", de Uhland <56l, que despertó el entusiasmo de Félix Bayley <57l, la "enajenada de Guyau"<58l y la "moneda gasta­da de la esperanza" <59

l son vivísimos rayos de luz que perduran en la memoria con una vida distinta que la de las ideas. Alberto Lasplaces en su estudio tan adverso de "Opiniones literarias" reconoció esta condición de que "las metáfo­ras abundantes, oportunas, contribuyen a aclarar los conceptos oscuros y difíci­les y abren a menudo floridas ventanas a los anchos panoramas de la poesía" (60J.

Félix Bayley en carta muy aguda <61J, Max Henríquez Ureña <62l, Francisco García Cisneros <63l y "Tax" <64l destacaron desde la primera época ariélica el hábil manejo de la cita, la aptitud para traer a colación, naturalísimamente, el texto prestigioso, breve, expresivo, corroborante.

Sin ánimo de plagio llegan a fundirse los materiales ajenos y a entrar indistinguiblemente en el propio cuerpo del ensayo <65l. Rodó, que como lo dijo en cierta carta debió tanto a los libros <66l, acendró en ellos una cultura muy extensa, que, magníficamente asimilada, lo habilitó para este ejercicio del citar en el que convocó memoria, sentido de la oportunidad y un supremo tino.

Es así como el estilo ariélico, cumbre del que Pedro Henríquez Ureña llamó "el mayor prosista del segundo grupo de modernistas" <67l, reunió los más en tu­si astas sufragios de su tiempo y los ha conservado en la posteridad. Casi todas las objeciones al estilo rodoniano se han detenido en el umbral de la obra, apun­tando con preferencia a Motivos de Proteo. Algunos le han reprochado ciertos neologismos o impropiedades: lo hizo Carlos Martínez Vigilen un artículo de 1900 <68l. Remigio Crespo León, abogado ecuatoriano, en una carta condescen­diente y a ratos irrespetuosa, encarnó la actitud purista frente a un castellano rejuvenecido y vivificado<69l. Carlos Quijano, en una nota sobre Ariel, sostuvo

Medio Siglo de A riel 49

la presencia de "ampulosidad", "mal gusto", "afectación" e "imágenes que bus­can su lugar" <70

l. Francisco J. Vaccaro, en largo capítulo de observaciones gra­maticales y lexicográficas solo acierta a señalar en Ariella palabra "heroica", mal acentuada, y "solucionarlos", galicismo(?!).

Este capítulo de cargos, como se ve, no es demasiado extenso.

NOTAS

(1) C. Quijano, enE! País26-9-1927. (2) Lasplaces: Opiniones Literarias, p. 138. (3) Schinca: CARp. 195-199. ( 4) Obras Comp. de Rodó M. P. XLII- XLIX. (5) Originales y documentos de JER M. 1947 En Barb. p. 42. (7)Mir. p. 74y75Mot.p. 305ELQVp. 196-197. (8) José Gaos: Cuadernos Americanos N° 6, Mex. 1942, p. 65-70, etc. (9) Ángel Del Río y M. J. Bernardett: El concepto contemporáneo de Espaíia, BA, 1946, p.31. ( 1 0) R. Darío: "Cabezas" O.C.t.XX Mas/a p. 35. (1 1) Vitier: ENS. p. 54. (12)Ídem. (13) Ídem p. 8. (14) Vitier: ENS. p. 119. L. A. Sánchez: Historia de la Literatura Americana, SCH 1937, p.484. ( 1 5) Vitier: ENS. p. 57- 58. (16) Belaúnde en EllmparcialM. 4-30- 1927. (17) En Nosotros. B.A. 1908 t. 2°p. 139-140. (l8)EnRNN° i02p. 332 (l9)UMPp.188. (20) En Crítica de la Literatura Uruguaya M. 1921, p. 150. (21) Prólogo a la edición A riel. Colombino M. 1947, p. 21. (22) Goldberg: Literatura Hispano Americana Ma, p. 222. (23) V. García Calderón: Semblanzas de América Ma., S/ap. 11. (24) Sánchez: Bal. p. 42. (25) Pastor Benítez: Temas de la cuenca del Plata M. 1949, p. 61. (26) En El cojo ilustrado de Caracas 1-8-1900. (27) UMP, p. 302; Mir. p. 121-122; ELQV, p. 180. (28) Mir. p. 55-56. (29)UMPp.144.

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50.

(30) UMP p. i 85. (31)CARp.35.

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(32) en Retrospecto Literario.El Siglo M. 1913, p. 221. (33) En Semblanzas. p. 17. (34) Historia Crítica ... t. VII p. 257. (35) En Proceso Intelectual ... p. 112. (36) Carn. p. 149 y ss. (37) Rodó's Main Sources. Puerto Rico- Venezuela p. 214-219. (38) En Proceso ... p. 110. (39) V. Pérez Petit, en RN N° 102 p. 336. ( 40)Journal. t. IV Ríos/a p. 49. ( 41) T. E. Lawrence: Canas. BA p. 490. ( 42) Roxlo: Hist. Crítica. t. VII p. 243. (43)Zald.p. 141,142,143,148. (44) V. Pérez Petit enHist. Sintética de la Lit. Uruguaya. Vol.Ip. 49 a 52. (45) Pereda: O. c. p. 219. ( 46) Pedro Henríquez Ureña: Las Corrientes Literarias ... p. 182. (47)EnHumanidades. LaP!ata, 1922,p.135. (48) EnEspaíioles de Tres Mundos. BA 1942, p. 61. (49) G. Gallina! en La Nación. BA: 12-7-1925. (50) En Semblanzas ... p. 22. (51)ELQVp.203. (52)UMPp. 157. (53) En El Mercurio de América. 5-6-1900. (54)Ariel. p. 33-36. (55) En Semblanzas, p. 16-17. (56)Ariel. (57) Carta de 28-12-1900 en AR. (58)Ariel. p. 18-19. (59)Ariel.p. 101-102. (60) En Opiniones ... p. 84. (61) v. Not. 57. (62)EnBarb.p. 219. (63) En Cuba Libre. 23-6-1901. (64) En ElDía. 12-5-1900. ( 65) J. C. Gómez Haedo: Prólogo cit. p. 30-31. (66)Epist. p. 35. (67) En Las Corrientes ... p. 181. (68) EnElDía. 14-3-1900. (69) Desde Cuenca de 4-8-1900 en AR. (70) En El País. 26-9-1927. (71) Obras Completas de J. E. R: BA. 1948 p. 36-37.

PRIMERA RESONANCIA

a) El conocimiento.

La primera edición de Ariel apareció en los días iniciales del mes de febre­ro de 1900. El Día la anunciaba como inminente el23 de enero.

Los ejemplares, impresos por Domaleche y Reyes y enviados a Librerías fueron absorbidos rápidamente, pese a lo angosto de nuestro mercado. Mucho mayor significación cobran los que Rodó retiró para sí y envió por su propia mano. El autor distribuyó generosamente su opúsculo, sirviéndole para ello las listas de corresponsales y lectores de la Revista Nacional de Literatura, que llevaba en un gran cuaderno. El envío personal fue, hasta la edición española de 1908 y las hispano-uruguayas de 191 O y 1911, el medio esencial de su conoci­miento. Lo realizó Rodó con ánimo verdaderamente apostólico (Ibáñez lo llamó con justeza "milicia literaria concurrente") 0 >que dice muy a las claras la trascen­dencia que le asignaba a su discurso como promotor de esas energías creadoras que habían de moldear "el barro de América".

Las dedicatorias de A riel llevaron un acento invariablemente humilde y cordial, rechazaron la profusión elogiosa, contenían casi siempre incitaciones a la tarea de redención hispanoamericana; eran respetuosas y a menudo admirativas.

Se inscribían en el libro mismo o adoptaban la forma epistolar<2>. Decía Rodó: "A Almafuerte: en el deseo y la esperanza de que encuentre en estas páginas fugaces alguna idea digna de ser recogida y propagada"<3>. Y a Cané: "Al Dr. D. Miguel Cané, con el deseo y la esperanza de que las ideas que se exponen en estas páginas fugaces le parezcan fecundas para la educación de las democracias de América y propias para orientar y definir el espíritu de su juventud" <4l.

Lo hacía más extensamente, dirigiéndose a César Zumeta: "Teniendo yo la pasión, el culto, de la confraternidad intelectual entre los hombres de América ... Le envío un ejemplar de un libro mío que acaba de salir de la imprenta. Es como Ud. verá, algo parecido a un manifiesto dirigido a la juventud de nuestra Améri­ca sobre ideas morales y sociológicas. Me refiero en la última parte a la influen­cia norteamericana. Yo quisiera que este trabajo mío fuera el punto inicial de una

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propao-anda que cundiera entre los intelectuales de América. Defiendo ahí todo io q~e

0

debe sernas querido como latino-americanos y como intelectuales ... "<5l.

- Pocas fi auras d~stacadas de España e Iberoamérica (aun de Filipinas) deja­ron de reciblr A riel. Pero estos ejemplares no solo fueron enviados a escrito­res relevantes o universitarios o políticos. En su fervor y en su inalterable bene­volencia, Rodó distribuyó a los cuatro vientos sus envíos -en paquetes a veces de varias unidades y por lo general acompañados por carta o usando en ocasio­nes la vía administrativa- a cuanta persona (insignificante casi siempre) le solici­tara el libro o él supiera que deseaba poseerlo. Muchos que no lo conseguían o que sencillamente querían ahorrarse el ínfimo precio de un ej~mp~~' se lo p~die­ron con toda naturalidad y como si Rodó estuviera en la obhgac10n de satisfa­cerlos. La lista conservada de sus envíos y de su correspondencia prueba que Rodó cumplía invariablemente con estos reclamos, manteniendo incluso comu­nicación c~n sus peticiones. Estos, por lo general, le enviaban posteriormente testimonios irrelevantes de admiración, pero emotivos en ocasiones <6l.

En distintas circunstancias, confiaba paquetes de ejemplares a algunos ami­o-os o simplemente a oficiosos distribuidores. Cumplieron esta misión Constancia Vi~il en el Uruguay y Salvador Canals en España.Ariel tuvo también sus após­toles laterales, sus lectores entusiastas que quisieron consagrarse a su difusión y conocimiento como servicio a una palabra de verdad y de vida. Lo fueron, entre oros, Andrés Terzaga, en la Argentina; Narciso Machado, uruguayo, que se le acercó con una carta llena de religioso fervor y Teresa González de Fanning, su modesta y entusiasta propagandista peruana (una de las pocas amistades inte­lectuales femeninas de Rodó).

y tuvo también, ¿cómo podían faltar?, sus parásitos, sus diligentes pesca­dores de juicios, de prólogos y de espaldarazos <?J y hasta de sellos ... <8l.

También los diplomáticos uruguayos colaboraron en su distribución, como en una obra de org~llo nacional. Tallo hicieron Evaristo Ciganda, en París, y Adolfo Basáñez en Río de Janeiro.

Los países iberoamericanos estaban muy alejados entre sí; el fenómeno aún subsistente llegaba hasta la insularidad completa en 1900. La atmósfera conti­nental era opaca e irresonante. Sin embargo, el cuidadoso trabajo distributivo de Rodó y las ediciones posteriores fueron estimulando una difusión cuyo pro­ceso puede seguirse con meridiana claridad a través de la correspondencia rodoniana.

Medio Siglo deAriel 53

En 1903 no se leía aún en México <9l; en 1907 no lo conocía todavía Enrique GonzálezMartínez00l. En 1904 "nadie lo había leído en Cuba" 01 l; en 1910 "lo conocían pocos" según Jesús Castellanos CI 2J. En 1901 no se leía en el Paraguay 0 3l; en 1909 todavía no se difundía en Chile 04J aunque desde 1901 había recibi­do pedidos de libreros <15l. En 1903 (o 1902) le preguntaba en Ecuador un crítico a Alejandro Andrade Coello "qué era Arief' 06l.

Las respuestas a la cuestión de su difusión en España variaban en 1902 entre ei "poco" y el "bastante" <17l; en 191 O no lo había leído aún un hispanoameri­canista activo como D. Rafael M. de Labra 08l, pero esto pudo ser un descuido personal.

A partir de la edición española de 1908 (Sempere tenía un buen servicio de distribución en América) se produjo la difusión en grande del libro. Recién en­tonces comenzó a encontrárselo regularmente en librería 09l y varios testimonios de esa época llevaron a Rodó el íntimo conocimiento de ese hecho <20l. Le escri­bía, en 1912, el argentino Tomás Jofré" ... en Mercedes, Provincia de Buenos Aires se lee más a Ariel (que) aFrance y aD' Annunzio"<2

1). Y le decía D. Juan B. López "importador-comisionista" de Madrizales, Caldas, en Colombia, el24 de marzo de 1913: "Vendo en mi librería su libro Ariel y el público que lo ve con indecible simpatía su publicación"<22l.

Sin embargo, en ese 1913 no tenía una biblioteca oficial mejicana una buena edición de Ariel <23ly en 1914 no le era posible a un deseoso lector encontrarlo en Chile <24l.

Todo lo anterior nos parece que prueba que, a pesar de que lo contrario se haya sostenido y sea casi lugar común, el éxito amplio e incontestado no fue inme­diato ni mucho menos.Ariel fue conociéndose lentamente, no solo entre el lector común, sino también entre los comentaristas, críticos y directores de revistas.

No es posible asentir hoy a afirmaciones como esta de Víctor Pérez Petit: "A riel cundió rápidamente en América, levantando clamorosa resonancia ... " <25l, o como la que sigue de Hipó lito Coirolo: "La América entera, presa de estupor en los primeros instantes, sobrecogida por el vago temblor con que se contem­plan las obras sobrehumanas, rompió luego en el más clamoroso aplauso que estremeciera su suelo ... <26

l o con otras semejantes de Alberto Zum Felde y de Eduardo Víctor Haedo<27l.

Sin embargo, hay un instante rodoniano, en que afluyen al autor, caudalosamente, los testimonios de una triunfal resonancia. La copiosa corres-

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pendencia que el uruguayo recibía abundó en reafmnaciones de este prestigio <28l.

Años atrás le había dicho César Zumeta que "era una fuerza <29l, y desde 1905 podía enviarle Félix Bayley su correspondencia con la sola indicación de "Al sublime Ariel''<30l.

Rodó mismo destacó con íntima satisfacción su prestigio arielino(3Il. Diversos críticos han señalado esta hegemonía incontestable de Ariel durante

un período de veinte años. Lo hicieron entre otros Pedro Henríquez Ureña, Víctor Ureña, Víctor Pérez Petit, Héctor Villagrán Bustamante, Andrés González Blanco, Ariosto González, Rugo Barbagelata y Alberto ZumFelde. Este último en su "Pro­ceso" sostiene: "Durante más de veinte años, "Ariel" colmó las aspiraciones de la conciencia américolatina, siendo como su evangelio. El numen alado y gracioso, en la actitud de emprender el vuelo, se alzó frente al mundo y frente a los Estados Unidos, como el símbolo exhaustivo de todo sentido de cultura y de todo destino histórico. Escritores de todo el continente, en libros y discursos, han glosado sus conceptos, invocado la autoridad de sus citas, y usado de epígrafe sus frases" <32l.

Juan Ramón Jiménez recuerda, en sus Espaizoles de Tres Mundos, que: "Una misteriosa actividad nos cogía a algunos jóvenes españoles cuando hacia 1900 se nombraba en nuestras reuniones de Madrid a Rodó. Ariel, en su único ejemplar conocido por nosotros, andaba de mano en mano sorprendién­donos"<33l.

Y Haverlock Ellis, para trecho más largo, afmnó su "tranquil kind of spiritual royalty"<34l.

El nombre de Ariel se convirtió en rótulo universal de revistas, institucio­nes culturales, centros estudiantiles, colecciones literarias y establecimientos y productos comerciales <35l. Un día Rodó recibió la siguiente tarjeta: "Casa Puigros y Cía. Muy señor nuestro: Por intermedio del amigo Serrano nos permitimos mandarle una latita de nuestro aceite de oliva que distinguimos con la marca A riel. El hecho de adoptar como marca el símbolo de Ariel, que nos fue suge­rido por su celebrada obra, nos obliga a distinguir con ella solamente aquellos productos que por su bondad y pureza respondan al alto significado de dicha marca" <36l.

También mereció A riel, ¿podría no haberlos merecido?, los honores del plagio <37l.

Dijimos que la primera edición de Ariel había aparecido a principios de febrero de 1900. Una primicia de él: "El sentimiento de lo hermoso" fue publica-

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da en el número de La Nación de Buenos Aires de 1 o de enero de 1900. La primera edición llevaba como ordenación: La Vida Nueva !JI y tenía ciento cuarenta y dos páginas. De "la cuenta de venta y líquido producido de las mer­caderías; recibidas en consignación por cuenta del señor José Enrique Rodó"<38l sabemos que el ejemplar costaba treinta y dos centésimos (lo que no era precio excepcional para la época). En la cuenta de Dornaleche y Reyes, conservada por Rodó <39\ hay un asiento, con fecha de 7 de febrero de 1900, en el que consta que Ariel fue editado a setecientos ejemplares, con un costo de ciento sesenta y dos pesos (nueve pliegos a dieciocho pesos cada uno). El2 de abril Rodó realizó su primera entrega de veinte pesos y el15 de julio anotaba la imprenta ochenta y siete pesos con sesenta por doscientos diecinueve ejempla­res vendidos.

Agotada rápidamente la primera, la segunda edición se imprimió también en Montevideo y en 1900. Cada ejemplar costaba veinticuatro centésimos. Lleva­ba como prólogo el artículo de Clarín, tenía ciento cincuenta y seis páginas y fue impresa por Do mal eche y Reyes. La Alborada la anunciaba en su número de 9 de setiembre de 1900.

Cronológicamente, es la tercera, la edición dominicana, publicada en folletín por La Revista Literaria dirigida por Enrique Deschamps e impresa en La Cuna de América, imprenta de la capital de la república. Comenzó la publica­ción en el número del 1 o de mayo de 1901 y llevaba una nota prologal en las páginas catorce y quince, comenzando la transcripción del texto en esta última. Max Henríquez Ureña afirma que la revista suspendió su publicación antes de temunar la versión <40l.

En el mismo pasaje, califica Max Henríquez de "edición" el largo trozo de A riel publicado en Venezuela Ilustrada de Caracas, en su número 10 del30 de junio de 190 l. (Era Venezuela Ilustrada una característica revista modernista, en la que colaboraron Pérez Bonalde, Vargas Vila y Darío ). Fue insertado por gestión de Fernández Hurtado, según lo dice este a Rodó en una carta <41 l. Tam­bién en 190 1 se reprodujo Arie l en La Revista Crítica de Madrid.

La cuarta edición de Ariel fue también publicada en las Antillas y en forma de folletín. Es la de la revista Cuba Literaria, dirigida por Max Henríquez Ureña y que aparecía en doce páginas de formato grande. Las gestiones previas a esta edición se refieren en otra parte de este trabajo. Comenzó la publicación el12 de enero de 1905 y llevaba como prólogo el estudio de Pedro Henríquez

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Ureña. El número del20 de enero (31) se iniciaba con las páginas sobre "las prendas del espíritu joven"; el del28 de abril ( 44) finiquitaba la publicación. En un número aniversario del 7 de junio de 1905, reaflflllaba la dirección el sentido de la prédica arielina, y antes y durante la transcripción, la revista había insertado numerosos textos de Rodó.

Fueron mejicanas la quinta y la sexta edición. El proceso de la llamaba edición Reyes o de Monterrey se refiere también en otra parte. Esta quinta "edi­ción obsequio", "tiro quinientos ejemplares", apareció en un volumen de noven­ta páginas, de formato estrecho y alto y había terminado de imprimirse en los Talleres Modernos de Lozano, "el14 de mayo de 1908 por orden del señor gobernador del Estado". En sus páginas cuatro a seis llevaba un prólogo, elogio­so pero medido, debido probablemente a Pedro Henríquez Ureña. Le oponía algunos reparos al libro, destacaba su resonancia en España y mencionaba tempranamente la existencia de un grupo arielista. Había sido anunciada en el número de diciembre de 1907 (p. 241) de La Revista Moderna de México, el mismo que lleva una nota "Marginalia" de Pedro Henríquez sobre Liberalismo y jacobinismo. El Siglo de Montevideo la comentó en suelto del27 de octubre de 1908.

La sexta edición de Ariel fue también mejicana. La publicó la Escuela Nacional Preparatoria, en setenta y una páginas, formato revista y llevó el mismo prólogo que la edición de Monterrey. Su trámite se refiere después.

El mismo año 1908, Sempere, de Valencia, realizó la primera edición espa­ñola -y también la primera estrictamente comercial-: la séptima del libro. Tenía doscientas veintisiete páginas, incluyendo Liberalismo y jacobinismo y "La transformación personal en la creación artística". Ofició de intermediario entre el editor y el autor y cuidó de ella, el cónsul uruguayo en Valencia, Norberto Estrada, fiel amigo de Rodó y comentarista del libro. Rodó la consideraba la cuarta edi­ción, con lo que reducía a una las cuatro publicadas en el norte de Hispanoamé­rica. Se vendió mucho en el Uruguay y en el continente, corno lo dice una carta de Rodó a Norberto Estrada <42l.

Llama Ibáñez "hispano-uruguayas" a la octava y la novena edición, de 191 O y 1911 respectivamente. Las hizo imprimir José María Serrano, editor y librero español, radicado en el país, en la casa Heinrich, de Barcelona. Se distribuyeron en el Uruguay, por intermedio de la Librería Cervantes, de Serrano y tenían ciento veintiocho páginas.

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Rufino Blanco Fombona publicó A riel entre los Cinco Ensayos de Rodó, que tan complicado trámite tuvieron, y que hubo de editar primeramente Garnier, de París, para aparecer por fin en Madrid en octubre de 1915. "Ariel" formaba un volumen con "Bolívar", "Montalvo", Liberalismo y jacobismo y Ruben Darfo. El libro tenía cuatrocientas dieciséis páginas, llevaba un prólogo de Hugo Barbagelata y fue incluido en la Biblioteca Andrés Bello. La correspondencia entre Blanco Fombona y Rodó es muy ilustrativa para conocer el tormentoso proceso de esta edición <43

l. Es la décima y última publicada en vida de Rodó. También la última de interés bibliográfico crecido: las posteriores fueron

meramente oficiales o comerciales. También se hicieron en vida de Rodó tentativas de otras ediciones. Sabemos, por su correspondencia, que el editor madrileño Rodríguez Serra

hubo de imprimir una edición en 1901 <44l; que Juan Francisco Piquet intentó también en España una edición en el año 1904 <45l; que Serrano quiso imprimir una tirada de lujo en 1909 <46

\ y que la Cámara mejicana decidió hacer una edición de A riel en 1917, que no sabemos haya aparecido <47l. El mismo Rodó aludió en 1905 a la aparición de su obra en folletín y en un diario de México <48l.

Fue también extenso y accidentado el proceso de la traducción francesa de A riel, encomendada a J. F. Juge <49l. El estallido de la guerra impidió su apari­ción cuando ya estaba en galeras. El Siglo anunció esta edición nonata en su número del16 de julio de 1914. Un fragmento de la traducción de Juge vio la luz en el Bulletin de la Biblioteque Americaine (Amerique Latine) de noviembre de 1913 (págs. 33 a 47). Fragmentos de Ariel aparecieron en las Pages choisies, traducidas por Francis de Miomandre, y editadas por Félix Alean, en 1918 en la Biblioteque France-Amerique.

Ariel apareció tres veces en los Estados Unidos después de 1920. Lo hizo en Boston, en 1922 y llevaba un prólogo de F. J. Stimsom, en Nueva York en 1928 con proemio de Alberto N in Frías y en Chicago, en 1929, con una intro­ducción de WilliamF. Rice.

También se intentó su traducción al sirio <50l y al alemán <51 J. Se anunció hacia la muerte de Rodó su versión italiana <52l. Al portugués tradujo extensos frag­mentos en su Exortar;ao aMocidade Carlos Malheiro Dias<53l.

Es indudable que si no obrara la situación casi marginal de la cultura hispa­noamericana en la del mundo, esta nómina de traducciones sería mucho más extensa.

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De las elecciones enumeradas, las dos mejicanas y la cubana tuvieron un trámite muy interesante y que sirve para mostrar con meridiana claridad cuál era la actitud de Rodó ante su Ariel: apostolado y absoluto desinterés.

El 7 de agosto de 1904 le escribió a Rodó, Max Henríquez Ureña, envián­dole ejemplares de Cuba Literaria y quejándose del aislamiento de la inteli­gencia americana: "Como verá Ud., publico uno que otro párrafo de Ud. , pero no colma eso mi deseo de que lo lean a Ud. Y lo mediten. Quiero publicar en folletín anexo al periódico su Ariel. Paréceme que ningún país más a propósito para divulgar la obra que este ... " Y termina: "me hace falta tener a mano su obra" <54l. El 17 de setiembre de 1904le contestó Rodó: "Accedo con mucho placer al pedido que Ud. me hace: en paquete recomendado envío a Ud. el libro" <55l. El 12 de noviembre de 1904le informó Max que pensaba comenzar la publicación en el primer número de 1905 y diole otros detalles <S6l. El20 de noviembre, naturalmente sin haber recibido la anterior, le pedía Rodó al director de Cuba Literaria: "Escribe Ud. en la patria de Martí. Ponga Ud. su empresa bajo los auspicios de esa gran sombra tutelar. En cuanto a Ariel, a quien se propone Ud. dar carta de naturaleza en Cuba, ¿qué he de decirle sino que tiene para ello mi beneplácito? ... Y si él no llevara ya su dedicatoria -nacida, por decirlo así, de sus mismas entrañas- propondría a Ud. que a la memoria de Martí dedicáramos la edición cubana de A riel <57

l.

Aludió a esta edición, Pedro Henríquez Ureña en su carta a Rodó del5 de agosto de 1908, que acompañaba al envío de diez ejemplares de la edición Monterrey, publicada sin autorización de Rodó. Y le dice: "Grande habrá de ser su sorpresa, y aún me temo que habremos de provocar su disgusto, por haber - -hecho tal uso de su obra, sin su autorización previa; pero también confió en que V d. encuentre justa nuestra acción: ¿no es Ariel, acaso, propiedad de toda la América? Un día, en grupo que formamos los jóvenes de la "Sociedad de Con­ferencias", hablábamos de la necesidad de predicar el esfuerzo a la juventud mexicana, y, recordando su A riel, lamentábamos que esta obra, expresión la más alta de un ideal hispanoamericano, fuera desconocida en este país. Uno de nosotros, el arquitecto Acevedo, apuntó la idea de hacer una edición para re­partirla gratuitamente a la juventud estudiosa; otro, el poeta Alfonso Reyes, ofreció acudir a su padre, el ex-ministro de la Guerra y actual Gobernador de Nuevo León, para que hiciera la edición deseada; y todos la dimos por ya hecha. Pero, se pensó: ¿podrá hacerse sin la autorización previa del autor, evitando así la

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demora de cuatro o cinco meses que exigiría el pedirla? Entonces, mi hermano Max y yo alegamos en que confiábamos en que fuese innecesaria ... "<58l.

Ya le había escrito Pedro Henríquez el27 de agosto de 1906, después de hablarle de su traslado a México y de sus labores literarias: "He anunciado entre mis amigos la idea de que hagamos una edición de Ariel, exclusivamente de propaganda. Espero que dé su aprobación, para en caso de que se resuelva a hacer la reedición dellibro ... "<59l.

La respuesta nobilísima de Rodó a la primera carta citada de Pedro Henríquez no se hizo esperar. Así le escribió el28 de noviembre de 1908: "Grato me ha sido ver a Ariel en tan lucido traje y destinado a tan noble público como la juventud de México, ese fuerte y próspero pedazo de nuestra gran patria ame­ricana. No hay motivo para que V. me explique en su carta por qué no se ha solicitado mi autorización. No era necesaria: todo lo que yo escriba pertenece a ustedes" <60l.

El5 de marzo de 1909 le agradecía Pedro Henríquez y le comunicaba esta noticia significativa: "No recuerdo si le dije que 'Ariel' fue leído en voz alta, ante toda la Escuela Preparatoria, por el poeta Urbina, profesor de ella, antes de hacerse la edición de esa escuela, es decir, valiéndose de la impresión de Monterrey ... " <61).

El15 de diciembre de 1909 con motivo de enviarle saludos a su hijo Alfon­so, todavía agradecía Rodó al general Bernardo Reyes la edición aparecida bajo su patrocino<62l.

Un trámite semejante tuvo la edición de la Escuela Nacional Preparatoria. La Escuela era el hogar vulnerable del positivismo mejicano. Fundada por

Gabino Barreda, en tiempos de Juárez, tuvo el propósito ambicioso de transfor­mar la mentalidad nacional, mientándola hacia lo concreto y experimental, apar­tándola de verbalismos y romanticismos estériles. Estaba en 1908, dirigida por Porfirio Parra, médico distinguido. Este le escribió a Rodó el29 de setiembre de ese año; y después de destacarle la importancia de su instituto en el que "por la primera vez, no sólo en América sino en el mundo entero, se ha roto abierta­mente con las tradiciones docentes que nos legó el pasado y se ha intentado, de una manera franca y resuelta, dar a la juventud una educación emancipada de toda preocupación teológica y metafísica y basada únicamente en las ciencias, manantial inagotable de verdad", le comunicaba: "En esta infatigable pesquisa de altas ideas y profundos sentimientos, tuve un día venturoso la suerte de leer el

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folleto de Ud. intitulado Ariel, y cuadró tanto a mis propósitos que juzgué que en sus brillantes páginas se reflejaban con vivos matices el ideal que dio vida a esta Escuela". Le informaba de la lectura de U rbina, ya mencionada, y "también me permití, violando acaso los sagrados derechos de propiedad literaria, hacer de su folleto una edición modesta, de la cual remito a Ud. un ejemplar, ofrecién­doselo corno humilde muestra de la admiración y simpatía que V d. con sus bri­llantes y oportunas concepciones, ha sabido despertar en la intelectualidad rnexi­cana ... "<63l.

Rodó le contestó el30 de noviembre del mismo año, afirmando: "Dediqué A riel a la juventud de América y a la juventud de América pertenece. No sólo, pues, ha usado esa Escuela de un derecho plenísirno al reimprimir mi obra para difundirla entre la juventud, sino que con ello obliga a mi agradecimiento ... Lo mismo esas páginas mías, que todas las que puedan salir de mi pluma, son y serán propiedad de la juventud que trabaja y combata por la civilización, por la cultura, por la elevación moral e intelectual de nuestra América ... " <64l.

El 13 de enero de 1909 le agradeció Parra a Rodó su actitud. En México, así, el positivismo puso bajo su ala un mensaje que aspiraba a

superarlo o a negarlo, que, por lo menos, no era fiel a su rectilínea tradición corntiana.

b) Juicios y comentarios

Víctor Pérez Petit<65l y Justo Manuel Aguiar<66l han afirmado que, en Uru­guay, A riel no tuvo la crítica que se merecía. Emilio Frugoni le escribía a Rodó, lleno de fervor juvenil, el1 °. de marzo de 1900: "Desearía poseer las condicio­nes necesarias para ocuparme de Arie l por la prensa, porque me indigna que la crítica del país no haya hecho objeto de serios estudios una obra de tanta impor­tancia; pero, ¿qué se le ha de hacer? Si los que más valen no se atreven a apechugar la crítica de un libro tan pensado ... " <67l.

Numéricamente, sin embargo, entre artículos periodísticos -y cartas que valen por una crítica-la lista de los primeros años no es corta.

I) El Día, que había anunciado el Ariel el23 de enero y el12 de febrero de 1900, publicó el 1°. de marzo el artículo de Ruperto Pérez Martínez, que

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también escribió sobre el terna en La Revista de Derecho, el de Carlos Martínez Vigillos días 13 y 14 de rnarzo<68l, y el de "Tax" (Teófilo Díaz) el12 de mayo.

II) La Tribuna Popular publicó el22 de febrero el artículo de Constantino Becci;i, firmado dos días antes (editado después en folleto de trece páginas y en los nurneros 20, 21 y 22 de El Magisterio Uruguayo); el23 del mismo mes reprodujo La Tribuna Popular el juicio publicado dos días antes en El País de Buenos Aires, ell7 de marzo el trabajo de Víctor Pérez Petit reproducido más tarde en El Mercurio de América, de Díaz Romero, y el12 de setiembre la crítica de Francisco Costa.

ID) En El Siglo vieron la luz las críticas de José Salgado, el15 de marzo de 1900 y de Juan Carlos Blanco, el31 del mismo mes. El2 de abril apareció en ese diario la glosa de ''Byzantinus" (Domingo Aramburú), el7 del mismo mes, la carta de Carlos Guido S pano a Aramburú (fechada el3 de abril en Buenos Aires), el30 de abril la carta política de Juan Angel Golfarini a Aramburú, con referencia a Ariel.

IV) La Razón avisó la aparición de Ariel los días 10 y 14 de febrero y publicó el22 de abril la carta abierta sobre Ariel de Abel J. Pérez. La Repú­blica anunció también "Ariel" ellO de febrero y publicó el7 de mayo la nota de Guzmán Papini y Zas. José L. Gomensoro transcribió en

El Liberal, el16 de junio de 1900, fragmentos de un estudio sobre Rodó; el número del 20 de abril de 1900 de La Revista M odema insertó una breve nota sobre el libro estudiado.

V) Fue La Alborada, la revista de Constancia Vigil, la publicación que emprendió con ánimo más metódico y entusiasta, la difusión de trabajos sobre Ariel. Insertó anuncios de la primera y segunda edición del libro en sus núme­ros d,e. 28 de enero, 28 de febrero, 5 de agosto y 9 de octubre de 1900. Divulgó la cntlca de Arturo Prats, en su número del 11 de marzo de 1900; la de Osear Ribas en el del 1 °· de abril; la de Daniel Granada en el del 27 de mayo; la de Osear Tiberio en el del22 de julio; la de Germán García Harnilton, en forma de carta abierta a Constancia Vigil, en el del13 de setiembre de 1900. Recogió la del boliviano T. O'Connor D' Arlach en el del7 de enero de 1901.

Alberto N in Frías incorporó su estudio sobre A riel, fmnando en Montevideo el 1 o de julio de 1901, en las páginas 133 a 139 de sus Ensayos de crítica e historia. . También reprodujeron los diarios montevideanos, en esta época y poste­~ormente, las principales críticas españolas sobre A riel. Hemos visto transcrip­CIOnes de las de Unamuno, "Clarín", Val era, Altarnira y Martínez Sierra.

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La Alborada recogió el soneto de Salvador Rueda en su número del9 de agosto de 1900.

Años más tarde, José L. Gomensoro, comparó en El Día de 25 de enero de 1911, La muerte del cisne y Ariel; en mayo del mismo año, Álvaro A. Vasseurpublicó en el mismo diario una interesante nota sobre las opiniones arielinas y los Estados Unidos <69l; José Pedro Segundo ha aludido a algún artícu­lo de su mocedad sobre Ariel<70l.

En un capítulo de silencios, sería preciso destacar (aunque su lugar pertinen­te sea el de las relaciones de Rodó con el modernismo) la abstención ostensible de La Revista de Julio Herrera y Reissig, hogar de la tendencia renovadora, y publicada en Montevideo durante ese año 1900.

Le prometieron juicios, sin que sepamos hayan cumplido, Carlos Rey les y Samuel Blixen.

De entre la numerosa correspondencia recibida por Rodó en los días de Ariel, merecen mención las cartas de Frugoni y Félix Bayley -que se citan en este trabajo-la muy interesante de Julio Magariños Rocca, la de Luis Melián Lafinur y la de Antonio Lamberti (71).

Cuando advino la época de los estudios generales, Ariel ocupó cumplido lugar en el de Pérez Petit (Rodó), en el de Gallinal (Crítica y Arte), en el de Zubillaga (Crítica Literaria y Estudios y Opiniones t. III), en el de "Lauxar" (Motivos de crítica hispanoamericana y Rubén Darío y José Enrique Rodó).

Pe11enecen ya al período de la defensa y del ataque, a la época "antiarielista", el capítulo de Lasplaces en Opiniones Literarias ( 1919), la importante carta de Carlos Quijano, de 1927, en El País (del26 de setiembre), los tres artícu­los de Gustavo Gallina! en La Nación de Buenos Aires (12 de julio y 4 de octubre de 1925 y 10 de enero de 1926) y las observaciones de ZumFelde en Crítica de la Literatura Uruguaya y en Proceso Intelectual del Uruguay.

Con las estrictas excepciones del de Juan Carlos Blanco, muy joven enton­ces, y del de Carlos Martínez Vigil (el de Pérez Petit era importante, pero exage­rado), el nivel de los comentarios arielinos de la primera época es, por lo gene­ral, pobre, y naturalmente muy inferior al libro.

Reflejaban una tendencia u orientación (posiblemente sin formulación doctrinaria autóctona) que dominaba en la crítica hispanoamericana hacia 1900 y que era fruto, bastante empequeñecido, del impresionismo francés. (Estaba muy lejos de la sólida línea formada por Sainte Beuve, "Clarín" y Menéndez

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Pelayo recogida por Rodó en su ejercicio crítico de la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales).

Consistían estos artículos -de tono divagatorio, caprichoso, raramente ce­ñidos a su objeto- en fáciles glosas, reticentes o entusiastas, auxiliadas por ex­tensas citas, las que se aderezaban con una copiosa adjetivación, y metáforas y comparaciones en secuencia de surtidor y de dudoso buen gusto. Se completa­ba el cuadro con la discusión de algún aspecto parcial o alguna idea del libro, en la que las opiniones del autor éonflrrnaban o se contraponían con las del crítico.

Respecto a A riel, el perezoso entusiasmo de los comentaristas uruguayos de Rodó resaltaba a menudo el prestigio del libro en el extranjero (referencia a las críticas españolas desde el segundo semestre de 1900); se despachaba al fm brevemente con excusa de incompetencia y remisión alaautoridaddelos juicios consagratorios foráneos.

La resonancia de A riel en Hispanoamérica fue más lenta. En la colonia hispanoamericana de Nueva York, Eulogio Horta le dedicó dos artículos: uno en Novedades, en 1901, y otro posterior en el Puerto Rico Herald del16 de enero de 1904. También allí, en mayo de 1901, publicó Francisco García Cisneros el estudio a que hacemos pronta referencia.

En Cuba, el mismo García Cisneros reprodujo en Cuba Libre de 23 de junio de 1901, su artículo de Nueva York, y prolongó su dedicación con intere­sante correspondencia a Rodó 02l. También Pedro Henríquez Ureña publicó allí su ensayo sobre Ariel, primero en Cuba Literaria de enero de 1905 y des­pués en su libro Ensayos Críticos aparecido en La Habana ese mismo año. Su hermano Max Henríquez, escribió, también en Cuba Literaria, revista de su dirección (No. 42 de 1905) el artículo "Leyendo a Bunge y Rodó", que tiene valor por sus juicios y por el contraste realizado.

En Puerto Rico, le prometía un artículo, en 1911, M. Femández Junco<73l. En México, pese a las dos ediciones publicadas allí, la crítica de A riel no

anotó -que sepamos- aportación significativa. Solo hemos visto una carta inte­resante, pero no muy empeñosa, de Enrique González Martínez <74).

Desde Centro América, Santiago Arguello le envió a Rodó -sin seguridad de poderlo publicar- un artículo manuscrito sobre Arief05l. F. Sainz de Tejada publicó un artículo de Horta (el de Novedades), con un breve prólogo suyo en El Diario de Centro América, de Guatemala (número de 23 de mayo de 1901 ).

En Venezuela y en el número de 1°. de agosto de 1900 de El Cojo Ilustra­do, le dedicó Pedro E. Coll una nota relativamente sustanciosa y exprensiva.

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Se titulaba "La homilía de Rodó". El mismo periódico reprodujo el estudio de

Gómez de Baquero en Espaíla Modema. En Colombia, no se destacó públicamente el valor de Ariel hasta 1908, en

que lo hizo Antonio Gómez Restrepo, en un artículo de Trofeos (Bogotá, 3 de abril de 1908) reproducido en el t. 2° de Nosotros de Buenos Aires, ese mismo año (p. 137 -147)~ Max Grillo escribió una página sugestiva, de acento esteticista, "A...riel y Calibán" en Alma Dispersa, editado por Garnier, en París.

En Ecuador, durante 1902, se publicaron los trabajos de Gonzalo Zaldumbide y Alejandro Andrade Coello. El primero inició su labor de crítica rodoniana con un ensayo sobre Ariel, publicado por la Imprenta de la Universidad Central. Alejandro An.drade Coello, incansable y fiel comentarista del uruguayo, le dedi­có una nota en el periódico La Maílana, cuyas circunstancias narró en carta a

Rodó y en su libro de 1917 <76l.

El abogado de Cuenca, Remigio Crespo León, se dirigió a Rodó, en una

carta suficiente y extraña, a la que se hace referencia. Del Perú recibió Rodó una elogiosa carta del sociólogo Mariano Cornejo <77l, la

discordia de José de la Riva Agüero en Carácter de la literatura del Perú indepen­diente (Lima, 1905) <78l y la devoción, desde entonces ininterrumpida, de Francisco García Calderón (estudiada en otra parte de estas páginas) 09l. El autor deLes demo­craties latines del 'Amerique comentó Ariel en 1903 y se refirió a él, con extensión, en Hombres e ideas de nuestro tiempo y en La creación de un continente.

En Chile, Valentín Letelier, pontífice del positivismo nacional, envió a Rodó una alentadora carta el 19 de noviembre de 1900 <80l. Eduardo Lamas, bastante agudo, estudió Ariel en el número de enero de 1901 de La Revista de Chile. Lo hizo el centroamericano Alberto Masferrer en 1902, y también Eleodoro Astorquiza. En el Ateneo de Santiago, el21 de julio de 1905, el enfático y vacío Tito Lisoni, pronunció una conferencia sobre A riel de la que reprodujo partes en La Ilustr~ción y en La Tira chilena, al tiempo que abrumaba a Rodó con pedidos, reproches y promesas <80. En ei número de octubre de 1917 de Interaméric~ de Nueva -York, Armando Donoso taraceó una fatigosa "evocation of the spirit ofArief', construida sobre los propios textos de la obra.

En el Paraguay, A riel despertó el interés del sociólogo Ignacio J. Pane, que le dedicó páginas bastante agudas en la Revista del Instituto Paraguayo de agosto de 1901. En el número especial de Nosotros de 1917, Eloy Fariña

Núñez entonó su melifluo "Canto de Ariel".

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En la Argentina, si tenemos en cuenta la proximidad y las relaciones de Rodó, la resonancia arielina no fue muy intensa. Cartas entusiastas o artículos que pueden espigarse para esta resonancia crítica. En El País de Buenos Aires se publicó, el día 21 de febrero de 1900 un breve comentario elogioso, con referencias personales a Rodó, que es la primera nota crítica sobre el A riel que conocemos. Es anterior en un día a la de Becchi, primer eco uruguayo, y en varios meses a las precursoras españolas de Gómez de Baquero, Alas y Altarnira y a las latinoamericanas de García Cisneros y Coll.

La revista de Eugenio Díaz Romero, El Mercurio de América, publicó un artículo, grosero y desenfocado, de Antonio Montea varo, en su número de mar­zo-abril de 1900; reprodujo el del uruguayo Víctor Pérez Petit en su tirada de mayo-junio del mismo año. Aparecieron anuncios o breves comentarios sobre el libro en La Libertad de La Plata (26 de abril de 1900), en Thule (Año I, No. 2), en El Porvenir Intelectual de Octavio C. Battolla (10 de julio de 1900) y en el Correo Literario de Norberto Estrada (12 de julio de 1900). El mismo Norberto Estrada publicó un artículo sobre Ariel en La Idea de Rosario de Santa Fe, el15 de julio de 1900 que es extraordinario por sus asombrosas erratas.

Tan1bién se publicaron algunas páginas extranjeras. El soneto de Salvador Rueda: "Después de leer Ariel y la crítica de Tiberio aparecieron en La Revista Literaria de La Plata ( 1 O de junio y 1 O de setiembre de 1900 res­pectivamente); el estudio de García Cisneros lo hizo en Vida Social (1 °. de setiembre de 1901 ).

De todo lo enumerado, resulta evidente que en la Argentina no hablaron de Ariellos que pudieron y debieron hacerlo. Alguien, explicando este relativo silencio, ha dicho que no se lo quiso<82l.

En Brasil, la resonancia crítica de A riel registró en los primeros años el estudio de José Verissimo en Homens e causas estrangeiras (Río de Janeiro, 1902, p. 383 a 409) Es muy interesante para conocer la significación arielina dentro del movimiento de alarma continental anterior y posterior a 1900. El de Joao Pinto Da Silva y los dos de Vicente Licinio Cardoso son posteriores a 1920 y no tienen la importancia del de Verissimo.

En Filipinas, mereció Ariel el elogioso comentario epistolar de Cecilio Apóstol <83l.

En Francia escribieron sobre Ariel: Pierre Ville en La Revue Britanique Intemationale el 13 de agosto de 1901; George Bernard, que hizo una nota en

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Polybiblion, menos importante y Desdedvizes du Desert, muy fervoroso, en tres publicaciones: La Revue Internationale de l 'Enseignement ( 15 de octubre de 1903), LesAnnales Coloniaíes. (15 de enero de 1904) y Revue Universelle (15 de julio de 1904). Comentó también en 1907, Liberalismo y jacobinismo en La Revue ldealiste. Señaló Andrés González Blanco el error de Ernesto Mérimée al calificar a A riel de novela en su Précis d 'histoire de Littérature Espagnole <84J.

En Inglaterra no se habló de A riel hasta los años posteriores a la muerte de Rodó. Entonces lo hizo Havelock Ellis, en el capítulo diecinueve de su Philosophy of conflict, que fue insertado más tarde y extrañamente como pró­logo a la edición inglesa de Motivos de Proteo traducida por Ángel Flores, y publicada en Londres en 1919. Francisco Susanna también escribió sobre A riel en el suplemento literario de The Times, artículo reproducido en La Razón en su número del9 de febrero de 1923.

No vamos a recargar esta larga nómina con los estudios generales sobre Rodó, publicados fuera del Uruguay. Desde el primero -que tal importó la conferencia de Pedro Henríquez U reña pronunciada en el Ateneo de México en 1910- todos asignaron buena parte de su espacio ai análisis o al comentario de Ariel.

De la crítica española llegaron a Rodó las aprobaciones más significativas e importantes, de sus escritores principales los estímulos a los que él prestó más emocionada atención. Se comentan después el sentido y las causas de la enorme resonancia peninsular del libro; y ya hemos insertado en estas páginas un texto muy expresivo de Juan Ramón Jiménez.

Rafael Altarnira, además de sus expresivas envíos epistolares a Rodó, dedi­có a A riel dos artículos: "Latinos y Anglosajones" en El Liberal de Madrid, el4 de junio de 1900; y la nota de La Revista Crítica, de junio-julio del mismo año. Ya le anticipaba a Rodó esta doble contribución en su carta de Oviedo, del 8 de junio de 1900: "Lo que literariamente pienso de Ariel, lo verá V. dentro de breves días, en el cuaderno próximo a publicarse, de la Revista Crítica. De lo que me ha sugerido, desde el punto de vista social, espero decir algo pronto, en El Liberal de Madrid ... " <85J.

Leopoldo Alas, "Clarín", comentó A riel en Los Lunes de El Imparcial de Madrid. Reprodujeron la aprobación del prestigioso crítico la mayor parte de los periódicos de Montevideo y el artículo se convirtió en prólogo -desde la segunda- de la mayor parte de las ediciones de Ariel<86l.

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Lo hizo también Juan Valera, en páginas reproducidas por El Siglo de Montevideo del22 de octubre de 1900, y que fueron incluidas en el volumen XLIV de sus Obras Completas<87l.

Eduardo Gómez de Baquero hizo aparecer, en España M adema, de junio de 1900 (p. 126 a 130) un estudio correcto y limitado como todos los suyos. Como lo dijo en artículo de La Vanguardia de Barcelona, en 1917 (fue repro­ducido por El Siglo del 27 de junio de ese año), su trabajo fue uno de los primeros -si no el primero- comentarios españoles sobre A riel.

Miguel de Unamuno comentó brevemente Ariel, junto con La Raza de Caín en La Lectura de Madrid <88J, en 1901, además de otros testimonios a los que se alude más abajo.

Juan Moneva y Puyol trató de la segunda edición de A riel en La Revista de Aragón de setiembre de 1901. Llama a Rodó "uruguayano". Gregario Martínez Sierra dedicó a Rodó uno de los capítulos de Motivos (París, Garnier). Salvador Rueda escribió un soneto a A riel después de la lectura del libro. Lo envió a Rodó epistolarmente <S

9J y fue inserto en Piedras Preciosas (Madrid, 1901) y reproducido en el Uruguay y en la Argentina.

También publicaron en esos años páginas de crítica -que no hemos visto­Anta ni o Rubió y Lluch, Benot, Luis Moro te (se refería a la admiración que sen­tía por A riel Menéndez Pelayo) <90>, Andrés Ovejero, en El Globo de 1901 y la revista Alma Espaíiola en 1905.

También le prometieron juicios Salvador Canals en 1901 y Francisco Villaespesa y Gregario Martínez Sierra en 1907.

Epistolarmente, hicieron llegar a Rodó los diversos tonos de la adhesión o la reserva, además de casi todos los críticos antes nombrados, Juan Maragall, Luis Ruiz Contreras, Juan Ramón Jiménez, Miguel de Toro, Pompeyo Gener, Villaespesa y Adolfo Bonilla y San Martín <91 J.

Poco dice de Ariel, en la bibliografía general rodoniana, el estudio desor­denado de Andrés González Blanco (Colección Andrés Bello, Madrid, 1917) que dedica treinta y siete de sus setenta y tres páginas a hacer la historia de la crítica literaria en España.

En cambio, Cristóbal de Castro explayó en innumerables ocasiones el agra­decimiento español hacia A riel, y Ramiro de Maeztu, en artículos de 1924 y 1925, aportó algunos de los más fecundos y novedosos enfoques del libro. Su sentido los incluye-sin embargo-en el período que llamamos del "antiarielismo".

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e) El significado<92l

Dijimos que nos perecían falsas dos ideas dominantes acerca de la primera resonancia de Ariel. Una de ellas, ya aludida, es la que su fortuna y difusión fueran inmediatas, resonantes, estrepitosas. La otra es la que esa primera crítica de Ariel tuviese un tomo unánime elogiosos y aprobatorio.

Hubo sin duda una línea central de interpretación ortodoxa, centrada en un claro asentimiento y contra la que afiló sus armas "el antiarielismo". En distintas etapas, han dado la pauta de ella estudios críticos como los de Pérez Petit, Max Henríquez Ureña o Gregario Martínez Sierra, cartas como la de francisco Villaespesa, Pompeyo Genero Altarnira.

Subraya siempre esta exégesis el credo idealista de A riel y su oposición al mercantilismo utilitario, su culto de lo bello, su ideal de democracia selectiva, la fe en los destinos de la raza -hispánica o latina- su conciliación de lo griego y lo cristiano, la denuncia del peligro calibanesco y de los Estados Unidos, la tole­rancia, las exhortaciones a la acción juvenil, «el idealismo activo", destacado por Aramburú, el helenismo, el americanismo de conducta y afanes, el estilo del libro, su cultura, el acento entusiasta, elocuente, generosos, dulce, magistral ....

Esta enumeración laudatoria la ratificaron la mayor parte de los juicios nom­brados en las páginas precedentes. Existe, sin embargo, una clara división entre aquellos de inclinación esteticista y los que acentuaron el aspecto ético y americanista del discurso. De los primeros, son caracteristicos el estudio de Gregario Martínez Sierra en Motivos, el capítulo de Max Grillo, el soneto de Rueda o la mayor parte de las impresiones insertas en La Alborada. De los segundos, entre mu­chos, el estudio de Max Henríquez Ureña en Cuba Literaria, "Leyendo a Bunge y Rodó", en el que sostenía que "José Enrique Rodó indica en su libro Ariella necesidad de un ideal de civilización y de raza en la clase dirigente. De las diversas fases de la pereza, la primera que debe desaparecer es la intelectual, y puesto que la pereza de la imaginación y de la sensibilidad es la falta de ideales, es necesario, ante todo, que la clase dirigente adquiera esos ideales ... "<93l.

La tentativa de brindar una cruía para la formación de una clase dirigente l::l -

con ideales era entonces para Max Henríquez la clave original y profunda del propósito arielino. (Años más tarde Héctor Villagrán Bustamante reiteró la inter­pretación <94l. Encontrar esa clave estuvo también en la intención de toda la críti-

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ca de la época, porque pueden suscitar las páginas de A riel la afirmación de Vitier de que "no se sabe bien lo que quiere Rodó" c95l. Para Unamuno esa originalidad estaba en su intención de conciliar "los intereses ideales con el espí­ritu democrático" c96

l. Para Val era consistía en el combate "al estrecho y exclusi­vo utilitarismo" C97

l. Para Darío, años más tarde, su fin era predicar "la hermosura de la existencia") "la elevación de los intelectos hispanoamericanos" y "el culto del más puro y alentador de los ideales" <98l. Para Pérez Petit, su médula era la energía como cimiento de un nuevo idealismo C99l. Nosotros en 1912, destacaba sus valores contra "la irracionalidad" y "el imperialismo" 000l. "Lauxar" seña­laba el dibujo de una república utópica, la defensa de la belleza y la incitación a la idealidad ooll. Para Frugoni A riel postula "una civilización en que la vida y el espíritu se liberasen de rudas y vulgares ataduras"<102l.

Para Ventura García Calderón, Ariel reivindica "los derechos del alma" oo3l; para Hugo Antuña su sustancia fue la prédica contra la unilateralidad y la defensa del espíritu (ID-fl; para Jesús Castellanos "el evangelio de la educación espiritualidad" 005l. Para Luisa Luisi significó un esfuerzo para "la autoeducación de los pueblos" 006l; para Zaldumbide, "el cultivo de la vida interior donde duer­men las innúmeras posibilidades" y "el fiel exquisito de la balanza" entre "la noble herencia española" y "la pura energía anglosajona" 007l. Para Zum Felde fue escrito para resolver "el conflicto entre la democracia y la cultura" oo8l.

En la actualidad, Vitier sostiene que lo que Rodó planteó en Ariel fue "na­da menos que la cuestión del sentido de la vida" 009l. Para Benvenuto su clave debe buscarse en el espíritu de "delicadeza" y de "liberalismo inmortal" Ol0l.

Pastor Benítez dijo que es el "llamamiento a la conciencia continental para sos­tener los valores de nuestra civilización iberoamericana"011l.

Dardo Regules, en visión más amplia que la estricta arielina, vio en Rodó "un suscitador de direcciones espirituales" c112l. Arturo Giménez Pastor, en pági­nas casi postreras, sostuvo que la sustancia de A riel es una triple "prédica de belleza, de pensamiento y de acción" Ol 3l. Pedro Henríquez Ureña, también en uno de sus últimos trabajos, vio en el libro, un estudio "sobre hechos y orienta­ciones de la vida social y la cultura en América"0 14l.

Eduardo V. Haedo, en reciente conferencia y en trabajos anteriores, soste­nía que su sustancia es la de ser obra de intención política Ol5l. Y para Emilio Oribe consiste en ser "una precursora tentativa de desarrollar una Paideia de estirpe genuina ... en el medio de una sociedad incipiente" Ol6l.

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Puede verse que en todos los juicios precedentes se insiste en tres afirma­ciones fundamentales: en una prédica de valores, Ideal, Belleza, Inteligencia, desinterés; en una imagen del "hombre total" contra las mutilaciones utilitaria, activista y especialista y en una pedagogía de su formación o su rescate; en una concepción de América, realizadora y ámbito de ese hombre y de esos ideales, con un presente enjuiciado por ellos y un futuro dibujado por un sincretismo heleno-latino-cristiano.

Muchos comentaristas han tratado de explicar, más allá de la intrínseca ca­lidad del discurso y de la belleza de su medios comunicativos, las razones del éxito arielino.

Gómez de Baquero, en 1900, recurría a la situación intermedia y como arbitral de Montevideo y el país uruguayo.

Se subrayó por muchos la oportunidad del libro. Gallina! afirma que A riel, "además de su mérito intrínseco, tiene el mérito y el don invalorables de la oportu­nidad. Nunca se predicó más noble prédica a estos pueblos indóciles a todo yugo de tradición, de cultura naciente ... Amenazaban entonces ellos, pasar de la san­grienta orgía del ciclo de organización y revueltas, a una época prosaica y mercan­til, época oscura en que sufrieran eclipse los elevados ideales colectivos ... " 017l.

Y Pedro Henríquez Ureña: "Las palabras de Ariel se dijeron en el mo­mento oportuno, el prodigioso desenvolvimiento de los Estados Unidos, segui­do de la victoria de 1898, asombrosamente fácil, sobre una nación que nominal­mente seguía conservando rango de potencia mundial, había hallado incontables admiradores en los países del sur... Rodó les puso en guardia contra el remedo a ciegas de una civilización ... Durante muchos años, desde México y las Antillas hasta la Argentina y Chile, todo el mundo leyó y discutió el A riel y el "arielismo" sustituyó a la "nordomanía", cuando menos entre muchos de los jóvenes" <118l.

No debe negarse que el contenido antinorteamericano -tal vez lo más adje­tivo de Ariel- prestigió grandemente el éxito y difusión del ensayo. El mismo Rodó se quejaba de que se tomara por sustancia lo que no era más que ejemplo y aplicación o19l. Sin embargo, ya antes de la aparición de Ariel, esa significa­ción de su contenido ya despertaba la expectación del pequeño ambiente mon­tevideano. Decía El Día en su aviso del23 de enero: "No es exacto que el tema principal de la nueva obra sea, como se ha dicho, la influencia de la civilización anglo-sajona en los pueblos latinos. Solo de una manera accidental se hará en el libro un juicio de la civilización norteamericana".

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Después, desde los países más amenazados, Cuba, Santo Domingo, sus corresponsales le hicieron saber a Rodó, este especial y beligerante mensaje de su Ariel020l. Tanto se destacaba que Pierre Ville atribuía a él la mutilación de su artículo en La Revue Britannique0 21 l.

También fue un factor de su éxito su contraste con la literatura y el tono intelectual de la época. Dominaba, dice Lasplaces, "una literatura de fáciles improvisadores, de perezosos imaginativos, de infecundos iconoclastas ... "022l.

Ya destacaba este contraste en 1900, Arturo Prats en La Alborada y sorprendía el hecho a Francisco Costa, porque: "¿cómo es que en nuestro país que gusta de noticierismo callejero, de las crónicas sanguinolentas de los críme­nes, de la chismografía social y política, ha podido obtener tanto éxito el libro de Rodó?" 023l.

Gómez Res trepo, en su artículo de Trofeos, subraya en Ariel una actitud defensiva uruguaya, contra la influencia fenicia y cosmopolita que venía de la Argentina hacia 1900. Max Henríquez Ureña destacó la necesidad de las conci­liaciones arielinas para la desgarrada juventud uruguaya de 1905 0 24l.

Alberto Zum Felde ha brindado una doble explicación del éxito: el de su primera y triunfal resonancia en España y el haber restablecido el magisterio inte­lectual de Francia <125

l. Años más tarde, Juan Carlos Gómez Haedo resalta la rare­za de ese triunfo, conseguido sin un bando ideológico en qué apoyarse, sin un grande extendido prestigio previo y sin un país importante para respaldarlo 0 26l.

En realidad, el mismo Rodó explicó admirablemente en documentos posterio­res, las líneas del sentido de ese éxito y de ese mensaje. En la carta a Varona, ya referida, se mencionan la intención propagandística y la profesión de una fe dirigida a la juventud "por la vida de la inteligencia y dentro de ella por la vida del arte", "contra las tendencias igualitarias y utilitarias", "la pasión de raza, pasión de latino", y la necesidad de mantener "lo fundamental en su carácter colectivo" 0 27l.

En carta a Antonio Rubio y Lluch, de esta época destacó en Ariel su calidad " de obra en acción y propaganda a favor de la intelectualidad y del arte, a favor de toda idealidad generosa y a favor también de la tradición latina y el porvenir de nuestra raza en América" 0 2Bl.

En carta posterior a Francisco García Calderón, habló de "el ideal de cultu­ra armónica y de vida integral que en A riel propuse" 0 29l y a Eulogio Harta, según borrador del 15 de agosto de 1903, decía que "nuestro concepto de cultura es amplio y comprensivo, sin que eliminemos ningún interés humano, ni

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positivo ni idealista. La oposición entre el desenvolvimiento material y el culto de lo ideal, no existe en principio para nosotros. Perseveremos en ese concepto de civilización" 030l.

Y en borrador, parcialmente ilegible," a un escritor peruano" (tenemos la seguridad de que este era José de la Riva Agüero), Rodó hace algunas afirma­ciones fundamentales sobre su ideología que muestran, sobre todo, que era per­fectamente consciente de las deformaciones que el idealismo ariélico podía su­frir, y efectivamente sufrió en años posteriores: "Si V. vuelve a leer con reflexión las páginas de A riel ha de reconocer que allí no se predica un esteticismo aéreo y desvinculado de las realidades de la vida, sino que la más íntima esencia de su prédica es un ideal de armonía y total expansión de las fuerzas que integran la sociedad humana. Ningún concepto de la vida que se base en el desenvolvi­miento de una energía, de una facultad a expensas de las otras, es duradera ... Las facultades ideales como el coronamiento del edificio, como la flor del árbol; pero debajo de ellas, las fuerzas aferradas al suelo ... "< 131 l.

En carta a Arturo Prats, ubicada en El Día, del 4 de marzo de 1900, acentuó Rodó el carácter apostólico y propagandístico de su crítica a Prats. Se la hubiera agradecido en cualquier caso, pero "tratándose de Ariel se lo agra­dezco doblemente porque no es mi amor propio de escritor lo que en primer término me obliga para con Ud., sino ante todo mi pasión de propagandista y mis anhelos por la difusión de las ideas que me son queridas ... "

El prólogo al libro América de Abel J. Pérez e? también una reafmnación de los postulados ariélicos. Allí se ataca el cosmopolitismo y se reclama una sociedad con carácter propio, se combate el imperialismo, se defiende el culto de lo bello, se reivindican las aristocracias naturales y se insiste en la finalidad americana.

En una comunicación a A riel, revista hispano-parisiense, dirigida por Ale­jandro Sux, habló Rodó de Ariel "el invencible", "espíritu de los hombres de veinte años" y, en declaración solidaria con el equipo de la publicación, sostuvo "nuestro impenitente espíritu de español en América, prendados siempre de lo que es desinteresado y generoso, de lo que tiende sinceramente a un ideal y no lleva en sí ninguna mácula de simonía"<132l.

En "El Nuevo Ariel" publicado en Buenos Aires en 1914, se ratifica el triple arielino: idealista contra las limitaciones del positivismo utilitario, de calidad y selección contra "la igualdad de la falsa democracia" y de personalidad de raza

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"de abolengo histórico latino" contra "la expansión triunfal de otros". Cree allí que A riel tocó cuerdas profundas y durables, "que su espíritu no era una ráfaga personal y pasajera, sino el signo de una transición que estaba en la virtualidad del pensamiento de su tiempo" <133l.

Y en 1915, en carta dirigida a los estudiantes de San José, afirmó "la conti­nuidad de una aspiración idealista" sobre "los intereses y las pasiones" <134l.

Todo lo anterior no debe escamotear que, en verdad, algunas de las páginas más significativas que se escribieron sobre Ariel hacia 1900 apuntan reservas que anticipan claramente -aunque con la diferencia que hay entre la observación respetuosa y el dicterio a veces malintencionado- todos los temas y las posicio­nes del "antiarielismo".

La crítica de los Estados Unidos, la concepción de las relaciones entre aris­tocracia y democracia, el repudio del espacialismo, la postulación de valores intelectualistas y esteticistas, cierto evidente desprecio arielino a lo real, material y cotidiano, despertaron objeciones y réplicas que no es posible recapitular en toda su anchura.

La posición antiyanqui de Ariel suscitó toda la gama de las reacciones, desde las aprobaciones entusiastas de Víctor Pérez Petit, de Carlos Martínez Vigil, de José Salgado, de M o neva y Puyol, o la réplica medida y cordial de Francisco García Cisneros, hasta el desahogo de esta carta conservada entre los papeles de Rodó y firmada por Aurelio Cotta: "Como ciudadano de los Estados Unidos, no puedo callar ante las apreciaciones que sobre mi país, ha formulado V d. en las páginas de su folleto Ariel. Cuando la guerra de España, tuvimos ocasión de mostrar a todas las naciones de Europa y Sudamérica que éramos la primera potencia marítima, después de haber probado en torneos y exposiciones que éra­mos la primera potencia comercial e industrial de los tiempos modernos. Llegado el caso, también probaremos que somos, por el cultivo de las letras y las bellas artes, una nueva Atenas. Sus apreciaciones sobre los norteamericanos son más literarias y declamatorias que fundadas y verdaderas. Ellas están conformes con el espíritu levantisco y engreído de su raza. A Vds. no les queda más que la soberbia de los grandes venidos a menos. Constituyen una raza en decadencia y están lla­mados a desaparecer en plazo no muy lejano. En cambio, nosotros somos la raza del porvenir. Con nosotros concluirá el mundo ... " 0 35l.

La medida extrema de la pasión contraria, la dio Víctor Pérez Petit. Habla de Arie l y explica: ''Digamos también que es anatema a la burguesía triunfante, atiborra-

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da de carne de puerco, forrada en largos gabanes de piel, ni otra misión en la tierra que la conquista de libras esterlinas ... Y es precisamente la lucha del estómago y la cabeza lo que preocupa a nuestro escritor. A los que nos presentan la nación americana como un verdadero modelo, se les contesta en el libro presentándoles sus defectos y rastren as. Aquellos quieren darle trabajo al páncreas: nosotros estamos empeñados en dárselo a las células cerebrales ... A nosotros, los que llevarnos la sangre azul de los últimos caba­lleros del mundo, se quiere imponer la raza brutal ... " CI 36

l.

Fue tema de apasionada discusión el si Rodó había sido justo con los Esta­dos Unidos. Afirmaron que en A riel no existía malintencionada exageración de defectos: Gómez de Baquero, Ignacio Pane, "Clarín" y Letelier. Más tarde, Jus­to Manuel Aguiar, "Lauxar" y Goldberg. Actualmente, Vitier, Valera y Max Henríquez Ureña pensaron lo contrario.

Un núcleo significativo de críticos de Ariel sostuvo que el ejemplo norte­americano de cordura, civilismo, trabajo, energía, voluntad, alto bienestar y afán por la cultura era beneficioso para una Hispanoamérica debatiéndose entre el militarismo despótico y la politiquería estéril, de vida misérrima y laxa, sin más horizontes para su juventud que la función burocrática o la aventura facciosa.

Era urgente y primero desterrar esos males y adaptar el modelo exitoso: la cultura y el arte se darían después, por añadidura. Se filiaron en esta creencia Eduardo Lamas, Juan Carlos Blanco, Alberto N in Frías, Alejandro Andrade Coello, Francisco García Calderón, Pedro Henríquez Ureña, Eulogio Harta, José de la RivaAgüero, Eduardo Ferreira y Francisco García Cisneros <137l. En España se expresó similarmente Val era. Más tarde lo hicieron en América, Justo Manuel Aguiar, Álvaro Armando Vasseur, Alfredo Colmo, Gonzalo Zaldumbide y Jesús Castellanos. Dijo este último, en cierta ocasión y atacando la tendencia españolista: "La segunda consecuencia de este romanticismo hispanista es la de la hostilidad, que trae como corolario, hacia la gran república del N o rte. Durante largos años se ha vivido en el continente bajo una falsa idea de lo que es y de lo que representa para la humanidad ese país; las ideas vulgares acerca del utilitarismo y la rudeza yanquis, mezcladas con la atmósfera de terror que desde la guerra de España -que esta hizo ver como un despojo, cuando era realmente una restitución- parecen haberse formado contra los Estados Unidos, han he­cho que se propague ese concepto de amenaza que trae, como reacción natural, la evasión de los amenazados. Hasta un escritor ilustre, José E. Rodó, ha caído en esa red de prejuicios al hablar de los Estados Unidos en su libro Arief038l.

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Lo anterior debe enlazarse a otros dos tipos de observaciones. El primero es el de que el ideal arietino de refinamiento y ocio intelectual, de

aristocracia, de tolerancia, de integridad humana y de desinterés, era válido, sí, como norma intemporal de vida, pero resultaba contraproducente en el momen­to y medio hispanoamericanos. RivaAgüero, Harta y García Calderón expresa­ron primeramente esta idea. Después lo hicieron LuisaLuisi (en dos oportunida­des) CI 39l, Alfredo Colmo, Gonzalo Zaldumbide, Ventura García Calderón y Carlos Quijano. En la actualidad, reiteran el concepto Dardo Regules y Medardo Vitier.

Decía Riva Agüero: "Francamente, si la sinceridad de Rodó no se transpa­rentara en cada una de sus páginas, era de sospechar que Ariel oculta una intención secreta, una sangrienta burla, un sarcasmo acerbo y mortal. Proponer la Grecia antigua como modelo para una raza contaminada con ellnbrido mestizaje con indios y negros; hablarle de recreo y juego libre de la fantasía a una raza que si sucumbe será por una espantosa frivolidad; celebrar el ocio clásico ante una raza que se muere de pereza" 040l. Y F. García Calderón, señala: "Parece su enseñanza prematura en naciones donde rodea a la capital, estrecho núcleo de civilización, una vasta zona semi bárbara. ¿Cómo fundar la verdadera democra­cia, la libre selección de capacidades, cuando domina el caciquismo y se perpe­túan sobre la multitud analfabeta, las antiguas tiranas feudales? Rodó aconseja el ocio clásico en repúblicas amenazadas por una abundante burocracia, el reposo consagrado a la alta cultura, cuando la tierra solicita todos los esfuerzos, y de la conquista de la riqueza nace un brillante materialismo. Su misma campaña libe­ral, energía del estrecho dogmatismo, parece extraña en estas naciones abruma­das por una doble herencia católica y jacobina ... "041l.

El segundo grupo de observaciones gira en tomo de lo que podriamos confi­gurar como "necesidad de un calibanismo previo", de una prologal obsesión mate­rial que prestara ancha base al florecimiento del espíritu. Esta prioridad de lo calibanesco, ya aceptada en Renan CI 42l, vinculábase con la exigencia social de una justicia que fuese capaz de elevar a las masas hasta un plano en que resultase posible la aprehensión de los valores ideales. Expresaron esta posición Riva Agüero y García Calderón; también Colmo e incluso un arielista tan fiel como José Pe re ira RodriguezCI43l. Expedíase así Juan Carlos Blanco en su comentario de 1900:

"Mientras la evolución de la sociedad oprima de un modo cada vez más terrible a los obreros ... mientras la impiedad siga arrojando sobre ellos el inmenso peso del edificio social-cada vez habrá más cuerpos que obedezcan ciegamente- como

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piezas que cumplido su destino van y vienen en el organismo de una inmensa máqui­na. La libertad de reflexión huirá cada vez más hacia las zonas superiores ... Cuando la existencia para estas últimas clases sea más desahogada, cuando el obrero pueda detener un instante su máquina o su herrarnienta ... la luz volverá a difundirse y se podrá aspirar entonces a una democracia inteligente y pensadora"044J.

También el ideal de integridad y de armonía humana les pareció equivoca­do, antihistórico e inoportuno (sin dejar de reconocer su intemporal validez) al mismo Blanco, a Eduardo Lamas, a Guzmán Papini y Zás, a Riva Agüero y a García Calderón.

Le encontraron ribetes de utopismo y fantasía: Gómez de Baquero, Montea varo y Teófilo Díaz ('Tax''); aludió este último a la esterilidad del "esprit" confundiéndolo con el espíritu (era lógico que él lo hiciera) y mencionando ab­surdamente la vejez de Madame Du Deffand.

Concurrentemente, algunos comentaristas, personalmente entusiastas del mensaje, como Pedro Emilio Coll y Carlos Guido S pano, exteriorizaron su des­confianza ante la eficacia de toda incitación ideal.

Algunos, como Valera, aludieron a la vaguedad de ese ideal; otros, a su carácter desenraizado a poco estimulante de la acción (N in Frías) o libresco (Lamas, RivaAgüero).

Estas reservas y críticas llegaron hasta los prólogos: el de la edición mejica­na de Reyes habló de sus "limitaciones en el campo de la psicología social", de "la falta de una concepción más profunda de la vida griega" y de "una visión más amplia del espíritu norteamericano" o45l. Subieron hasta el insulto en la nota fre­nética y perturbada de Antonio Montea varo, que dijo, hablando de su estilo: "Con sus manos de orífice, bien podría Rodó cincelar joyas bellas. ¿Por qué quiere hacer trabajo de albañil?" 0 46l.

Y aun tenemos las posiciones, las interpretaciones y los tonos. Cada crítico vio Ariel desde su perspectiva y destacó lo que le confirmaba o disgustaba. Ya hemos visto las favorables a los Estados Unidos y las esteticistas, y las escépti­cas ... Veremos en seguida las hispanistas y la eticista y antilatina de Unamuno.

Aún quedarían las latinistas, en las cartas de Maragall y Joaquín Torres García, las religiosas, antipositivistas y latinas, en Desdevizes du Desert, las ca­tólico-clásicas, en George Bemard, las hispánicas, casticistas y antidemocráticas, en Moneva y Puyol, las esteticistas, antidemocráticas y antiyanquis, en Max Grillo. Y todavía muchas que no es posible recapitular.

Medio Siglo de A riel

NOTAS

(1) Originales y documentos de JERM. 1947. (2) A Varona, de 7-5-1900, a Osear Tiberio en AR, a Valerade 1-2-1900. (3)EnAR. ( 4) En AR, febr. de 1900. (5) En América. París 1-6-1900. (6) Carta del "italiano de Santos" firma ileg. de27-4-1904, en AR. (7) Correspondencia con Tito Lisoni, de SCH, en AR. (8) CartadeMontlucon 26-5-1901 en AR. (9) Carta de J. Martínez Dolz, 7-7-1903, en A.R.. (10) Carta de 17-2-1907, en AR. ( 11) Carta de Max H. Ureña de 7-8-1904. (12) En Barb. p. 69. ( 13) Artículo de Ignacio Pan e: Rev. dellnst. paraguayo, 8, 1901. (14) De Ernesto Guzmán, 23-12-1909, en AR. (15) DeEd. Lamas de 19-2-1901, en AR. (16) Cartade25-7-1902, en AR; Al ej. Andrade Coello enJER Quito, 1917, p. 47 y ss. (17) De Salv. Canalsde 4-5-1901 y 20-12-1902; de Rodríguez Serra,4-5-1902, en AR. ( 18) En AR s/f refer. a carta de Rodó de 13-8-191 O. ( 19) De Rodó a N. Estrada 19-06-1909, en AR. (20) De Mateo Magariños, 19-2-1913, en AR. (21) (22) En AR. (23) Carta de Ismael Magaña 16-12- 1913, en AR. (24) DeCarlosNieto29-12-1914, en AR. (25) EnRodó M. p.227. (26) En La Hormiga n 42; 6-1917, p. 8. (27) En Proceso lnt. 1930, p. 78; en RN n. 103, p. 42. (28) De Francisco Noel Henríquez, de 24-2-1902. (29) V. Cap. "Arielistas". (30) Carta 1-1-1905, en AR. (31) ELQV p. 205-207; Epist. p. 39-40-44, testim. de 1901, 1904, 1905, 1908. (32) Zum Felde en Proceso ... p. 95-96. (33) ce. p. 62. (34) pro!. a The Motives ofProteus pp XIV. (35) Cf. Pérez Petit en Rodó y A. Giménez Pastor en Figuras a la distancia p. 207. (36) En Ar. S.f. (37) carta de Evaristo Bozas Urrutia, 16-2-1912, en AR. (38) En caja 9 doc. 7 AR.

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(39) Caj. 9 doc 7 AR. ( 40) Max H. Ureña: Rodó y Rubén Daría, p. 64. (41) De 31-7-1901, en AR. ( 42) De 19-6-1909, en AR. (43) DeRBF de 12-2-1912,31-7- 1914,26 -9-1915; de Delgado 12- 6-1914deRodó: 27-9-1914. (44) Cart. de4-5-1902, en AR. ( 45) Carta de Ricardo Fe, de 25-2-1904, en AR. ( 46) Epist. p. 89. (47) El Siglo de 28-6-1917. ( 48) Epist p. 33. (49) Originales y documentos de Rodó ... fichas 362 a 368. (50) Carta de Adolfo Agorio de 2-5-191 O en AR. (51) Carta de Fabio Fiallo, 10-4-1912. (52)E!Telégrafo dePaysandú 15-5-1917. (53) Lisboa 1925 p. 22-24 y 34-37. (54) (55) (56) En AR. (57) En Epist. p. 40. (58) (59) En AR. (60) Epist. p. 44. (61) (62) (63) (64) EnAR. (65) EnE/ Mercurio de América Ba 5-6-1900. (66)EnJERM.1922p. V. (67)EnAR. (68) Reproducido parcialmente, como semiinédito en RN n. 118 p. 5. (69) En Maestros Cantores Ma. 1936, p. 115-120. (70) En CAR pp 41. (71)EnAR. (72)EnAR. (73)EnAR,de 10-4-1911. (74) En AR, de 7-2-1907. (75)EnAR. (76) Carta de Quito, de 25-7-1902 y JER, Quito, 1917. (77) 26-1-!901 en AR. (78)p. 116-117. (79) V. "Los Arielistas". (80) (81) En AR. (82) Justo M. Aguiar o.c.p. 18- 19. (83) En Ar; de Cecilia Apóstol de4-1-1909; de Rodó de 15-8-1909. (84) Andrés González Blanco o.c.p. 49. (85)EnA..R.. (86) en Barb. p. 39-49. (87) En Barb. p. 51-56.

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(88) En Barb. p. 50-51. (89) Carta de 5-1904, en AR. (90) Oído también de boca de Rodó por Mario Falcao Espalter, hzte1pretaciones p. 345. (91)EnAR. (92) En esta parte del capítulo, con el fin de aligerarlo algo de las innumerables citas que debería comportar, solo se harán en el caso de transcripciones. Se sobrentenderá siempre­salvo que se haga la indicación en contrario- que la mención a artículos o ensayos se refiere a los que se mencionan en la parte de 'juicios y comentarios". Cuando se cite la correspondencia rodoniana debe entenderse que nos referimos a la que se conserva en el "Archivo Rodó". (93) Artic. CL p. 06. (94)Autores y Libros M. 40p. 74;JERM. 1933,p. 28,48,49. (95) Vitier: Ens. p. 119. (96) En Barb. p. 56. (97) En Barb. p. 54. (98) "Cabezas": O. Completas. t. XX p. 39. (99) JER p. 174. (lOO) Nosotros. 3-1912, p. 234. ( 101) Rubén Daría y JER: p. 186, 181, 182. ( 1 02) La sensibilidad americana. p 178-180. ( 1 03) Semblanzas. p. 12. (l04)CARp. 97. (l 05) En Barb p. 77. (l06)CARp.l9. (107)JERMa.1919,p.101 y98. ( 1 08) Proceso lntel ... p. 77. (l 09) Vitier: Ens. p. ll9. (110)Analesde1Ateneo. n 2,6-1947,p. 142, 143. ( 111) Temas de la Cuenca del Plata. p. 84. ( 112) Prólogo a UMP p. 16. ( 113) Figuras a la distancia, BA, 1940, p. 204. ( 114) Historia de la Cultura ... p. 144. ( 115) En El País. 10-10-1949. (116) Prólogo al Pensamiento vivo de Rodó. BA, 1944 p. 21. ( 117) Crítica y Arte. p. 268. (118) Las corrientes ... p. 183. ( 119) Rodó de P. Petit p 235. (120) DeMax H. Ureña 7-8-1904 y de Francisco X. Del Castillo 28-11-1909, en AR. ( 121) De Montlucon 26-5-1901, en AR. ( 122) Opiniones Literarias. p. 78. ( 123) En La Tribuna Popular. 12-9-1900. (124) En Barb. p. 205,206.

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(125) En Proceso Int. p. 91, 192 y 93. (126) Prólogo aAriel. M. Colombino 1947, p. 12. (127) En Nosotros. 2-1925, BA, p. 240,241. (128)Epist.p. 15. (129)Epist. p. 27. (130)EnAR. (131) En AR. s/f. (132) En Ariel, marzo 1913. (133) En Ariel de Palcos y Scheinberg. BA6-1914, n. l, p. 9 y 10cit. porVaccaro O. C. deJER p. 1092-1093. (l34)Ariel, San José 15-3-1916. (135) De 25-6-1900, enAR. (136) EnE! Mercurio de América, 5- y 6-1900. (137) En La Tribuna Popular, 16-1-1903: comentario aNinFarías. (138) En Cuba Contemporánea, 8-1916, p. 292-293. (139)En CARp. 22-25 y en RN n. 85 p. 89-90. (140) En Carácter de la literatura ... , Lima, 1905, p. 263. ( 141) En La creación de un continente, p. 98-99. (142) Ver "Fuentes". (143) En Homenaje a Rodó, Salto -1917, p. 14. (144) En El Siglo, 31-3-1900. ( 145) Edic. Reyes- 1908, p. 4. (146) En El Mercurio de América, 3-4-1900.

VEINTE AÑOS DE INFLUENCIA

Registrada la resonancia directa del libro estudiado, resta una tarea más compleja y abrumadora. Es la de marcar la "trascendencia", la prolongación de sus "significados" en un revuelto medio siglo de vida americana. Incluye la inda­gación de los efectos y el impacto de sus temas, de sus soluciones y su espíritu sobre personas, instituciones y sucesos. Exigirla también un historiar mediana­mente pulcro de los cambios fácticos e intelectuales de ese tiempo y el análisis de cómo esos cambios refractan o distorcionan las posturas arietinas: van archi­vando o transformando unas y vigorizando y actualizando otras.

Las ideas de A riel se lanzaron -objetivación del espíritu- a vivir una vida propia y autónoma en manos de las gentes, a sufrir toda suerte de cambios y trasmutaciones. Lo veremos en esa segunda etapa que comprende los años interbélicos ( 1920-1940), pero entonces el fenómeno no fue nuevo. Desde an­tes, el prestigio de las soluciones rodonianas coadyuvó a la definición de actitu­des que a veces las contenían parcialmente y otras las desvirtuaban, por esa suerte de falsificación que toma los rótulos y las consignas insuflándoles un nue­vo y hasta hostil sentido.

Puede fijarse una primer etapa de la influencia arietina entre 1900 y la muer­te de Rodó y el final de la primera guerra mundial. En verdad, la aspiración de Motivos de Proteo, en 1909, impone un preliminar trabajo de deslinde, entre la influencia directa del "proteísmo" y la general de Rodó, centrada casi exclusi­vamente en A riel hasta esos años. Pero aun hecha la resta, cabe seguir llaman­do comprensivamente "arielismo" a casi todo lo actuante del pensamiento rodoniano.

El estallido de la primera guerra europea marcó, tanto como una progresiva transformación de la intimidad del escritor, una cierta modificación en la marca de su influencia, al particularizarla sobre sugestiones de filiación espiritual inter­nacional y en la defensa de la tradición franco-latina. También varió sensible­mente, como veremos, la actitud hispanoamericana hacia lo yanqui.

Entre los primeros años del siglo y esa Guerra Mundial, la exaltación de lo juvenil y la apelación a sus energías, la actitud recelosa ante los Estados Unidos,

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el encarecimiento de la tradición, la afirmación de una insoluble oposición racial, la preocupación hispanoamericana y la sugestión idealista, fueron sin duda las partes del mensaje de Rodó que recibieron una audiencia más plena y entusias­ta.

Hombres maduros Ol y estudiantes se adhirieron líricamente a esa concep­ción que hacía de la juventud la providencial portadora de la esperanza, la ener­gía creadora, la ilusión vencedora de la realidad, el desinterés heroico. Los estu­diantes asumieron corporativamente la difusión y el prestigio de esta apología, en la que no podían menos que sentirse normativa y halagadoramente retrata­dos. Rodó dedicó su Ariel a la juventud de América, el libro halló en la juven­tud enrolación y eco. Desde el año 1900 se destacó este impacto específico de la obra sobre la clase estudiantil <2>. Fue en 191 O el tema concreto de una pro­yectada monografía <3> y se reiteró en ocasión de su muerte <4>, circunstancia en que declaró un representante universitario que su optimismo había levantado a la juventud paraguaya <5>.

Toda la mocedad con vocación por los valores ideales -mocedad estudian­til, porque Rodó, por la índole de su prédica y por la situación de la época, se dirigió concretamente a ella- resonó dócilmente ante aquella invocación que, para buscar mejor su audiencia, era un discurso universitario de fin de cursos. Crispo Acosta destacó que Rodó había vivido en contacto con esa juventud desde 1898 <6>; Emir Rodríguez Monegal subraya, en cambio, el carácter ex­traordinario de su formación (7).

Las publicaciones y centros de estudiantes que recurrían al título arielino como una definición y una bandera se multiplicaron por todo el continente. Pero fueron sin duda los congresos estudiantiles, reunidos en Hispanoamérica entre 1908 y 1920, la más patente exhibición de esa influencia. El de Montevideo, realizado entre los días 22 de enero y 2 de febrero de 1908, el de Buenos Aires de 191 O (mientras se realizaba otro en Méjico y un tercero en los países de la Gran Colombia), el de Lima de 1913, se convocaron bajo el signo común del arielismo, como lo muestran sus resoluciones y otros documentos anexos. En la invitación al Congreso de 1908 dirigida por la Asociación de Estudiantes de Montevideo a sus iguales de América se prometía: "Iremos al Congreso y se oirá entonces la palabra de los recién venidos, de los que llegan a la vida moder­na con los oídos aún palpitantes con la grata música de los mitos añejos, apren­didos serenamente en una tarde de la Grecia prestigiosa y lejana, y con los ojos

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alucinados por la luz de las nuevas verdades, de esas que nacieron en una calle de la viejaLutecia, en un día de ensoñaciones y de embriague<8>. Y en el discurso de clausura sostenía F. A. Schinca que "vivimos una hora de absorbentes utilitarismos, de afanes materiales, y de sombríos descreimientos; los viejos en­sueños se derrumban ... "<9>.

La concepción selectiva y en verdad aristocrática, de la democracia, tras­fondo de un apoliticismo reiterado, el individualismo antiestatista, el idealismo de preocupación política o cultural, el orgullo racial latino defmen un estilo ideológi­co que contrasta curiosamente con el de los congresos similares posteriores a 1920. Otras posiciones: la misión de la juventud, el fervor de la unidad ibero­americana, la hostilidad hacia los Estados Unidos fueron comunes a las dos etapas. Pero las razones que operaban tras de ellas también variaron sustancialmente.

Rodó habló en el banquete celebrado en el Ateneo el 1 O de febrero de 1908, al clausurarse las sesiones de la reunión de Montevideo. Abel J. Pérez, fervoroso rodoniano, ha escrito una página que trasunta bien el tono y el clima de esos acontecimientos: "La atmósfera caldeada estaba saturada de entusias­mos, flotaban ideas generosas en el aire, notas sonoras de elocuencia juvenil poblaban de armonías aquella sala, una emoción colectiva reunía en haz aquellas inteligencias y aquellos corazones. Se pidió que hablara Rodó. Y Rodó habló con esa frase siempre galana cuyo secreto monopoliza, con esa amplitud de pensamiento que necesita para volar el ambiente de las cumbres, con esa ento­nación sincera en que se adivina un alma enamorada del ideal. Influenciado por aquella asamblea americana, condensó en su discurso todas aquellas ideas que nos envolvían en un nimbo de luz, y evocó la vieja visión de Bolívar, reuniendo con las alas de su pensamiento, aquella confederación de naciones por un alto y nobilísimo lazo, en la obra de la civilización de un continente, llamado a los más altos destinos ... "<10>.

Al clausurarse el congreso de Buenos Aires de 191 O, le escribió a Rodó, le envía "especiales saludos", trasmitiéndole la honda satisfacción patriótica, con que hemos oído aplaudir su nombre entusiastamente por toda la juventud de América" <11 >. En Lima y en 1913le nombró también Ricardo do Palma entre el aplauso reconocido de todos 0 2>.

Estos congresos de estudiantes despertaron la esperanza, ya un poco empa­ñada, de Rodó, reafnmando su paternal vínculo con una clase que parecía destina-

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da a realizar el postulado arielista. Nunca faltó su palabra corroborativa de aliento a toda manifestación e iniciativa juveniles. El 7 de marzo de 1916les pedía a los estudiantes de San José que "así se reencarne Ariel en cada generación que llegue a la vida, manteniendo por siempre la continuidad de una aspiración ideal sobre los intereses y las pasiones que se lleva la corriente del tiempo"C13

l.

Ideas y tenor semejantes se repitieron en gran número de ocasiones. Pero no solo a través de congresos y declaraciones se testimonia en esos

años la influencia ariélica. Su correspondencia incluye muchas misivas -ingenuas o pretenciosas- de estudiantes que solicitaban el libro. No eran raras cartas como esta, fechada en México, el30 de octubre de 1912: "Señor, soy estudian­te de la Universidad Nacional de México; mi profesor de literatura, el señor licenciado Balbino Dávalos, y mi tutor, el señor ingeniero Agustín Aragón, me han recomendado las obras de usted, como obras indispensables para todo amante de la literatura. Fdo.: Arturo Martínez" 04l.

En los últimos diez años de Rodó, las manifestaciones de admiración de distintos núcleos estudiantiles de América se multiplicaron, asumiendo algunas tan alto significado, como la declaración de los estudiantes venezolanos, que tuvo intención antidictatorial y despertó el recelo nacionalista de [Gil Fmtoul] 05l.

Y antes de la partida de Rodó a Europa, en una evasión dolorida, estas mani­festaciones se redoblaron 0 6l.

A su muerte fueron los estudiantes los que lo sintieron con más sinceros, si no más justos acentos. Carlos Quijano escribió: "Maestro: todas las rosas de nuestro jardín son tuyas. Toda la gloria en oro de nuestros espíritus triunfales es tuya, tuya ... " 07l.

Puede calificarse al congreso de estudiantes de México, de 1920, de última gran expresión del espíritu arielista estudiantil. En páginas ocasionales, Pedro Henríquez Ureña ha señalado los rasgos de esta reunión: osJ el repudio del positivismo bajo el signo de Platón, la actitud antiyanqui, la afirmación espiritual, las ideas de regeneración social que ya anuncian el acento de reuniones poste­riores. Te1mina rubricativamente Pedro Henríquez Ureña: "Rodó no había pre­dicado en el desierto"<19l.

Los organizadores y promotores de estos congresos, por lo general jóvenes destacados en sus respectivos países, constituyen un primer y temporario grupo arielista. Es ello visible sobre todo en el brillante elenco peruano de José de la Riva Agüero, José Gálvez, Luis Antonio Eguiguren, Manuel Prado y Víctor

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Belaúnde. Se comprueba en los uruguayos Dardo Regules, José Pedro Segun­do, Juan Antonio Buera y Francisco Alberto Schinca. Es menos notorio en Justino Jirnénez de Aréchaga, en Baltasar Brum, en Eduardo Blanco Acevedo, en Rodolfo Mezzera.

Pero entre ellos, y en este breve registro del arielismo estudiantil, no puede faltar la mención de Héctor Miranda, el uruguayo, al que una temprana muerte inmovilizó para siempre en lírica actitud de líder arielista, promotor del Congreso de Montevideo, portavoz elocuente de la juventud en todos ellos. El libro de Miranda "Elogio de los Héroes"C20l, que contiene sus discursos estudiantiles y otros trabajos, es una magnífica muestra del tono arielista. Es una sensibilidad, un pensamiento y una temática, pero es sobre todo un lenguaje. La constante repetición de las palabrasfuturo,juventud, ideal, esperanza, Grecia, Améri­ca, latinidad, optimismo, desinterés, paz y amor, dan a sus páginas un inmen­so sabor de época, una alta calidad testimonial.

Contemplada en su debida perspectiva, debe verse en la ideología arielista, la doctrina en la que el estudiante reencontró -después de años de inoperancia y pasividad-esa intervención protagónica en nuestros grandes movimientos histó­ricos que ha destacado Germán Arciniegas.

Resultan inseparables para este capítulo de resonancia la actitud hispano­americana defensiva, la crítica de los Estados Unidos y su expansión en el con­tinente, y la afmnación orgullosa y esperanzada de una personalidad racial dife­rente y valiosa. Las tres posiciones se dieron muy conexas y a menudo son difíciles de aislar.

Entre 1900 y 1920, los Estados Unidos cumplieron lo más sustancial de esa tarea hegemónica que ya había anunciado su política internacional del siglo XIX. En el primer lustro del XX, se acentuaron las presiones que buscaban en Centro América un canal de valor a la vez comercial y militar, siguiendo las prestigiosas ideas estratégicas del almirante Mahan. El tratado Hay-Paucefote, que conti­nuaba estos esfuerzos en Nicaragua, se firmó en 1901, y en 1903 prodújose la violenta segregación de Panamá tras el tratado Hay-Herrán, rechazado por el Senado de Colombia. Tanto como el hecho en sí, conmovieron las brutales de­claraciones de Teodoro Roosvelt, tan recordadas: "I too k the big stick". Abrie­ron llagas difícilmente cerrables en el orgullo hispanoamericano. En los primeros años del siglo toma cuerpo la doctrina intervencionista o "platismo", como se la llamó, basada en la incapacidad de nuestros pueblos para una vida pacífica y

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ordenada, o en la de los gobiernos para tutelar eficazmente la vida y el trabajo de los extranjeros. Esta idea, que Roosvelt desarrollaba en su mensaje del6 de diciembre de 1904, inició la etapa del "Protectorado" que Carlos Pereyra ha esbozado <21 l. La "diplomacia del dólar", apoyada en Wall Street, inició una des­enfrenada trayectoria y fue estimulada y dirigida por hombres tan competentes como Root, Taft y Knox. Entre 1909 y 1913 se renueva el episodio panameño, esta vez en Nicaragua, elegida para el nuevo canal. El gobierno liberal de José Santos Zelaya fue derribado por revolución de inspiración foránea. Madrid, Díaz, Estrada, protagonizaron una anarquía que terminó en la intervención norteame­ricana y en el tratado Bryan-Chamorro, de 1914, que otorgó a los Estados Unidos derechos exclusivos a la construcción del canal, islas, bases y facultades de injerencia. Se sucedieron otras intervenciones: de 1904 a 1924 en la Repú­blica Dominicana y en Haití en 1916. De 1914 a 1917, los Estados Unidos se envolvieron en el caos que siguió a la muerte de Madero, apoyando los intereses de Venustiano Carranza. Veracruz fue bombardeada, mientras afirmaba Wilson: "I was going to teach the Southamerican republics to elect good men". En 1917 adquirieron los Estados Unidos las Islas Vírgenes, de manos de Dinamarca. La segunda, tercera y cuarta conferencia panamericana realizadas en esta época (1901: Méjico, 1906: Río de Janeiro y 1910: Buenos Aires) no contribuyeron, por cierto, a disipar recelos. La primera presenció significativos homenajes de las naciones hispanoamericanas a la España recién derrotada.

Entre tanto se robusteció la influencia económica norteamericana. Las in­versiones (directas y valores cotizables) de los Estados Unidos en América La­tina, que ascendían a 308 millones en 1897 subieron a 1648 en 1914 y a 2406 en 1919, significando cerca de la mitad del total mundial <22l.

Todo este proceso suscitó una actitud, de la que hay que decir ante todo, que le faltó una visión clara del fenómeno imperialista. Con la excepción de Zumeta, casi nadie vio en esta etapa las fuerzas económicas. En el prólogo a América, de Abel J. Pérez, se refería con aprobación al análisis del autor que consideraba imperialismo al expansionismo militar europeo. Sostuvo también Rodó que el imperialismo "siendo odioso en toda.;; partes, en la América nuestra es, además, ridículo, prematuro e impotente" <23l.

La tónica la dio, en realidad, una actitud crítica y precavida, que importaba a la vez una resistencia a la absorción política y territorial del N arte y una procla­mación de valores antitéticos de civilización y cultura. Juntábanse, por lo gene-

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ral, a un leal reconocimiento de aquellas calidades nacionales que hacían innegablemente victoriosa la forma de vida estadounidense, siempre que él no importara ni una entrega resignada, ni una postura mimética ni una renuncia a esos factores diferenciales que constituían el núcleo valioso de nuestra persona­lidad continental. Una solución "a la japonesa", de adaptación de formas sin enajenación de alma, pareció a muchos la posición recta y realista <24l.

Arielles proporcionó una base de exposición y reflexión indiscutida. Por lo que Emilio Frugoni señala con razón la trascendencia del libro en el movimiento antimperialista hispanoamericano <25l. Casi todos los escritores y las clases dirigen­tes de nuestros países participaron en grado diverso de estas opiniones. Francisco García Calderón las expresó así: "Si se limitaran los Estados Unidos a evitar gue­rras, a transformar el continente con la acción expansiva de sus bancos y la auda­cia frenética de sus aventureros, sería civilizadora su influencia. Pero ¿cómo exigir de un pueblo dominado por activas plutocracias esa alta función jurídica? La am­bición conquistadora se sustituye a la fraternal vigilancia, y los congresos de las dos Américas recordarán pronto a esas asambleas sajonas donde las colonias discu­ten con la metrópoli los grandes intereses del imperio" <26l.

Tan1bién esta actitud espiritual se dio agudamente en Rubén Daría, con esa variación pendular que va desde la alarma antiyanqui del prólogo de Cantos de Vida y Esperanza y del Apóstrofe "A Roosvelt" hasta los versos de la "Saluta­ción al Águila", cuando "panamericanizó sin fe" c27l en la conferencia de Río de 1906 y en los que elogió "la constancia, el vigor, el carácter" <28l norteamerica­nos. "A Roosevelt" es una intuición profunda de nuestra personalidad continen­tal, formada, para Daría, por una doble raíz india e hispánica, por una religión y lenguaje distintos y por calidades de comunión telúrica y sacros auxilios.

Solo por el Apóstrofe bastaría Rubén para ser algo más que "el cervera oropelesco y auditivo"<29

l como lo calificó Luis Alberto Sánchez. Su llegada a Méjico, en los días fmales del porfrrismo, fue motivo de algaradas

populares antiestadounidenses y el "Archivo", publicado por Ghiraldo, nos mues­tra, en su correspondencia con Zelaya, un profundo y apasionado interés por la suerte de su país amenazado.

También toda una literatura histórica y panfletaria surgió en estos años. No deben omitirse entre ella la amplia producción de Carlos Pereyra y el libro de Eduardo Prado, el brasileño autor de La ilusión americana, anterior al siglo, pero difundido después de 1900.

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Manuel U garte, argentino, escritor y apóstol de la causa antiyanqui, fue el representante más caracteristico y fiel del antimperialismo anterior a 1920. Tam­bién en él se dio la unión del tema con el hispanismo como antiperialismo políti­co. Creyó, o lo dijo por lo menos, que los Estados eran una gran nación, pero consideró peligrosa y hegemónica su influencia. Anotó aspectos desfavorables de la vida norteamericana: rudeza, desigualdad, codicia, expansionismo voraz. Sostuvo, entre el Norte y nosotros, la diferencia de origen, la oposición de ra­zas, de valores éticos, de educación y de costumbres. Sus postulados de una personalidad hispanoamericana fueron racionalistas y liberales: justicia, bien, verdad, deísmo, fe en la juventud y paz. Su pensamiento, que García Calderón calificó de "lamartiniano" <30l, no es profundo, pero ejerció una honda influencia y su paso oratorio por las capitales hispanoamericanas fue frecuente motivo de demostraciones antiyanquis. Vasconconcelos, en Ulises Criollo ha registrado uno de estos episodios<31 l.

Rufino Blanco Fombona también puso en la causa antiyanqui el sello de su apasionado temperamento, tan lejano de la común mesura de su tiempo. En un folleto de 1902, publicado en Amsterdam, "la Americanisación (sic) del mun­do" <32l, comentaba con alarma las ideas de Stead y otros pensamientos concordes sosteniendo la necesidad de un doble juego de apoyo y una función de contrapesos entre Europa y el monroísmo norteamericano. Negaba que los estadounidenses quisieran influir en nuestra América, no por ello reconocía menos esta influencia. Todo el resto de su obra, sin embargo, desarrolla la tesis del antiyanquismo ortodoxo.

En el admirable Camino de perfección, otro arielista, Manuel Díaz Rodríguez, expresaba así su aristocrático y estético desprecio: "En medio del progresivo y universal yanquizarse de la tierra, cuando hombres y pueblos han hecho del oro el único fm de la vida, cuando la literatura se reduce cada día más a rápida nota de viaje, a fugaz noticia de periódico, a producción de tantos o cuantos volúmenes por año todo baratija de mercader; cuando el escritor no piensa ya en el oro ingenuo de su espíritu, sino en el que pueda entrarle cada mes en la bolsa; cuando el sabio, el artista y el héroe proceden como ese escritor, es bueno recordar que sólo el desinterés, el divino desinterés, puede hacer inco­rruptible y eterna la obra del heroísmo, de la ciencia y del arte ... " <33l.

Manuel Oliveira Lima, el gran historiador brasileño, fue también uno de los hombres a los que preocupó más la cuestión de las relaciones interamericanas.

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En su Panamericanismo <34

l desarrolló ideas muy semejantes a las de Francis­co García Calderón, que le expone y aprueba. No temió demasiado a los Esta­dos U nidos, pero desconfió de ellos. Postuló un leal afianzamiento de lazos entre las Américas hispana y portuguesa y la estrecha vinculación con Europa. Sostu­vo que las tendencias a la centralización eran las que vigorizaban y hacían agre­siva la doctrina de Monroe. Su grán remedio es la palabra final de todos estos "americanista, y solidaristas"; unión, unión cabal de Latinoamérica.

No debe creerse, sin embargo, en una incontrastable unanimidad de lapo­sición antiyanqui. En la resonancia directa de Ariel y en el análisis de los arielistas, vimos que no fue esta la realidad y otros testimonios podrían agregarse <35l.

Dijo Vasconcelos, muchos años más tarde, que dominaba hacia "el dogma sajonizante" <36J. Sin ser creyentes dogmáticos, en distintas circunstancias Carlos Rey les y Leopoldo Lugones mostraron su desacuerdo con sus compañeros de generación. El primero con su elogio del imperialismo contra el idealismo latino, en La Muerte del Cisne; el autor de los Romances del Río Seco en su funda­mentado rechazo de la campaña de Ingenieros <37l.

También en Brasil, Ruy Barbosa desarrolló en 1903 una posición concilia­toria que está lejos del tono general de su época.

La afirmación de una personalidad diferencial varió siempre en estos años, y con gran amplitud, del latinismo y de estos al iberohispano, o latinoamericanismo. Todos los ingredientes de la tradición mediterránea y de su versión americana fueron destacados y encomiados.

El robustecimiento de los lazos afectivos e intelectuales con España adquirió gran fuerza a partir de 1900 y tuvo una triunfal demostración en 1909 con el viaje a América de Rafael Altarnira, que despertó tantas esperanzas y al que se le dio tanta trascendencia (sin que dejara despertar protestas como la de Fernardo Ortiz en Cuba) <38l.

Rodó fue mencionado siempre, por los españoles agradecidos entre aque­llos intelectuales que habían restaurado los vínculos entre la vieja nación europea y sus descendientes americanos. Maeztu lo nombró junto a Dario, Larreta, Gálvez y Vallenilla Suárez <39l. Cristóbal de Castro expresó muchas veces esa gratitud. El americanismo hispánico, cordial, benévolo, histórico y universitario, escasa­mente hostil a lo norteamericano de Rafael Altamira, se desarrolló bajo el signo del arielismo y a Rodó dedicó Altamira uno de sus libros con trabajos de esa índole <40J.

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Del lado americano, reinaba una consigna, la de U garte: no atacar a España. Otro es ya el enemigo. Se valoró entonces un abolengo histórico y se defendió sobre él una tradición racial que no es, en suma, diferente a los valores ariélicos. En el tono de estos escritores, sinceramente liberales los más, racionalistas y nacionalistas a lo decimonónico, existió poco interés por los aspectos religiosos o imperiales, populares o pasionales de lo hispánico, sin que por ello a través del poeta -siempre Darío- dejara de anunciarse, contra el pesimismo, la buena nue­va de "las razas ubérrimas" de "la salutación al optimista", llenas de inéditas potencias, en un mundo revolucionario y trastocador de valores.

También Francia mantuvo en esos años su magisterio y su prestigio. En ellos se produjo la boga del "alcanismo" a que se refirió Unamuno. Destaca Zum Felde que sus posiciones fueron robustecidas y aun restauradas por Ariel; Luis Alberto Sánchez y Haya de la Torre han señalado como un tributo a París, iaexpresión "América Latina", tan usada en esos añosl41 l.

El latinismo, en función de oposición a lo yanqui, fue sesgo general de toda la generación. También recurrimos a Francisco García Calderón para condensar la actitud: "La defensa del espíritu latino es un deber primordial. Barres, ideólogo apasionado, enseña, contra los bárbaros, el culto del yo; ninguna tutela extraña debe turbar la revelación interior. Las repúblicas de ultramar (escribía desde París) que progresan bajo miradas hostiles o indiferentes, deben cultivar su ori­ginalidad espiritualidad frente a las fuerzas enemigas ... En vez de prestarse a una imposible fusión, los neolatinos deben conservar las tradiciones que les enrique­cen y perfeccionan, la depuración del mestizaje, la inmigración que constituye centros de resistencia contra toda posibilidad de conquista, son los diversos aspectos de este americanismo latino" (42l.

Todos estos movimientos de oposición y afirmación tienen un centro de imputación común: América; forman los distintos sectores del "americanismo". No es aquí el lugar de desarrollar el americanismo de Rodó, ni su intensa acción predicadora y profética. Solo se puede señalar ahora que toda una literatura de preocupación americana encontró en su idea de la "grande y única patria" su voz de esperanza y estímulo. Por eso Isaac Barrera afirma que es indudable que Rodó impulsó una actitud americanista (43l.

En cambio, los brotes nacionalistas parecen haber surgido en América al socaire de su influencia. Ha observado Raúl Montero Bustamante, un poco elípticamente, que el despertar patriótico de la Argentina hacia su primer

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centenario, el del Uruguay en la misma época, se hizo a espaldas de "los maes­tros". (-!4) Puede verse en correspondencia que lo que a Rodó le interesaba real­mente, en esos años eufóricos, era ese conocimiento de América a que estimu­laba la gran afluencia de escritores europeos a estos países l45l, lo que motivó una réplica escéptica de Luis E. Azarola Gil en El Día (27 de setiembre de 1909).

También A riel fue un libro político, como lo dice Haedo (46\ y hubo un

"arielismo político" que no siempre fue decoro argumental de oligarquía, como lo pretende Sánchez, ni menos de autocracias, que eran hostiles al sentir y a las inclinaciones de Rodó(47l.

Estimuló, en cambio, Ariel en América, cierta concepción girondina de la democracia, cierto templado liberalismo a la británica; respetuoso de los dere­chos de las minorías, de las selecciones y de la tradición, hostil al llamado jacobinismo, a la intolerancia antirreligiosa o clerical, al dogmatismo providencialista y a los gobiernos multitudinarios.

Este mensaje arielista se encarnó en algunos hombres a los que Rodó pro­fesó in disimulada admiración: en Río Erando, en Sáenz Peña. Valió, en general, como bandera de las clases medias, liberales y cultas en su hostilidad a las for­mas dictatoriales autóctonas y a algunos ensayos vaticanistas; debió librar bata­lla después -batalla perdida- contra las más modernas formas de democracia radical de masas, de tono igualitario y dogmático. Pero este contraste pertenece en realidad a tiempos posteriores.

La sugestión arielista abunda en los testimonios políticos de este tiempo; puede rastrearse en el reyismo mejicano, intento transicional entre la autocracia y formas de vida más libres; inspiró, más directamente, una cortés conespon­dencia entre Rodó y el primer magistrado de Colombia, Carlos E. Res trepo, que buscó aliento en la palabra ariélica, en su lucha contra "el ultramodernismo" y "eljacobinismo"(48l.

Todos vieron así en A riel una lección de tolerancia que tenía consecuen­cias políticas y una vindicación del elemento aristocrático que valió de argumen­to a clases dirigentes en formación o en defensa. Reafirmaba la amplia difusión novecentista de la palabra aristocracia (49l, esta apología de lo selectivo contra la vulgaridad y el número.

Ariel no fue una fuente de renovación filosófica, pero sí un estímulo suges­tivo y prestigioso. Dice Zum Felde que Ariel instaló el espiritualismo renaniano y francés en el auge positivista (SOl, pero esto parece difícil, entendida la opera-

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ción en un sentido severamente especulativo. Fue más bien la función de A riel darles a las nuevas orientaciones filosóficas un clima de amplia audiencia y un prestigio literario indiscutido. Como lo vio tempranamente uno de sus críticos, el francés Desdevizes du Desert<51l, Ariel se vinculó en el tipo de relación señala­da con la reacción antipositivista que se cumplió en nuestro continente en el primer quinto de siglo. Poco importó para ello que su difusión en Méjico se realizara bajo el signo cotidiano de Porfirio Parra.

El libro coadyuvó, en suma, al proceso que cumplieron Kom y Vaz FeiTeira, Farias Brito. Caso y Vasconcelos y que apoyaron en su madurez final Deustua, Varona y Justo Sierra. Su lugar, sin embargo, es otro que el de las obras de Plotino, Platón, Bergson o Boutroux.

No tan visibles, pero rastreables al fin, fueron los efectos de posiciones más localizadas de A riel. El libro dio prestigio literario a esa línea de larga frecuencia pedagógica que es la lucha contra el especialismo <52l; a la defensa, en tono personalista, de una vigilada intimidad, no tan amenazada como en nuestros días contra la intromisión de lo colectivo y lo social; robusteció el prestigio estético del cristianismo aunque la renovación religiosa haya sido en América, como en Europa, posterior a la primera guerra mundial.

Tampoco fue extraño A riel, con su apología de lo griego, a una renovación de los estudios clásicos en América, al prestigio de lo helénico como ideal de vida, a su uso como tema literario. El folleto había redescubierto en América el Camino de Paros y muchos siguieron por él: Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña -también inspirados en Walter Pater-, Pedro César Dominici con la evo­cación literaria de su Dyonisos, Lugones en su faz helenizante de traductor y comentador de Homero, Enrique Larreta en su inicial Artemisa y Leopoldo Díaz con su múltiple repetición pamasiana.

La guerra europea significó una prueba decisiva para el ideario ariélico. Casi toda la generación rodoniana sintió patéticamente la amenaza de los valo­res latinos y humánistas portados por Francia en la lucha. Ya Rubén había ad­vertido: "Los bárbaros, Francia, los bárbaros, cara Lutecia ... " <53 l. Rodó se ad­hirió hondamente a la causa aliada <54l y su actitud fue seguida por la mayoría abrumadora de sus discípulos.

Hacia 1917 y 1918 otra parte del ideario arielista fue sometida a revisión. El "wilsonismo" ocultó una esperanza mundial que impresionó a los mejores ame­ricanos. N o sabemos con certeza -pero lo suponemos- si Rodó hubiera sido

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wilsonista de haber vivido en ese tiempo (Sánchez se apresuró a afirmarlo) <55l;

otros, de su línea espiritual, exteriorizaron esa adhesión. Francisco García Cal­derón publicó en París las páginas entusiastas de "El wilsonismo", en las que resaltó el optimismo idealista del profesor de Princeton y en la democracia nor­teamericana "la mística del hombre" y la fe en los poderes del espíritu. En un lugar de la obra se preguntaba: "¿Democracia de 'primarios', oligarquía de mag­nates improvisados, república de viejos puritanos, nación imperial, pueblo calibanesco: entre tantas calificaciones, cuál traduce mejor la mente oscura de esta colectividad rica, ingenua, activa, orgullosa? ... Tantas interrogaciones se planteaban para que las resolviera, como un experimentum crucis, la guerra de Occidente. Hoy conocemos mejor el ser profundo de la nación ciclópea" <56l.

En sentido coincidente, Juan Zorrilla de San Martín escribió las páginas inéditas hasta estos años, de La Profecía de Ezequiel y Las Américas, donde exaltaba la "causa anglorromana" y alteraba sustancialmente la dualización de "Ariel y Calibán americanos"<57l.

Fue general la idea de que la guerra hubiera reconciliado a Ariel con los Estados Unidos. Lo expresaron en aquel tiempo Arturo Marasso <58

\ Havelock Ellis <59l y Justo Manuel Aguiar<601 • Más tarde lo hicieron Juan José Remos <61 1,

Eduardo de Salterain y Herrera <62l, José Pereyra Rodríguez <63! y Juan Carlos Gómez Haedo <64l.

NOTAS

( 1) Francisco Soca, en Barbagelata: Una Centuria Literaria, p. 361 y ss. (2)LaA!borada: 2-18-1900. (3) AR, Adolfo Agorio, de 14-7-1910. (4)CAR,Mezzerap.173. (5) CAR p. 214 y SS.

(6) "Lauxar": RubénDarío y losé E. Rodó, M. 24 p. 176. (7) En Número, 1949. (8) En Evolución, marzo a junio 1908, p. 3. (9) Ídem p. 162. (lO)AbelPérez: Anzérica,M.1912,p.169. ( 11) Tarjeta postal, AR.

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(12)Diariodel Plata, 11-10-1912. (!3)Ariel,SanJosé: 15-3-1916. (14)AR.

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(15) De R. Blanco Fombona, 25-12-1913 AR. (16)El Plata, 13-7-1916. ( 17) La página blanca, 4 -1918. ( 18) En Seis ensayos en busca de nuestra expresión, BA p. 138-139. ( 19) Ídem, p. 140. (20)M.1912. (21) Breve Historia de América, SCH p. 681 a 685. (22) Minelli: Inversiones internacionales, BA p. 83. (23) Pérez O.c. p. 8. (24) Luis López de Mesa en Últimos escritos americanistas de R. Altamira, Ma. 1929, p. 42 -43; A. Capdevilla en América, Ba 1926. (25) E. Frugoni en RN N°. 97 p. 38. (26) F. García Calderón: La Creación de un Continente, p. 13 p. 34. (27) Darío: Obras poéticas, Edic. Ghiraldo- Ma. 1932, p. 993. (28) Ídem p. 954. (29) Sánchez: Bal. (30) F.G. Calderón O.c.p. 101 a 104. (31) Vasconcelos: U lis es criollo, Mex. 1937, p. 476 a 481. (32) p. 3 y 12. (33) Camino de peifección, París, Ollendorf s/a p. VII. (34) Río, Gamier-1907. (35) L. Melián Lafinur RN N°. 59 p. 275 y ss.; Luis Alberto de Herrera: En viaje. (36) Vasconcelos: La Tormenta, Mex -1937, p.39. (37) La Nación, BA, 2-8-1925. (38) Vitier: Ens p. 140. (39) Maeztu: Ensayos, BA, 1948, p. 104-105. ( 40) Últimos escritos americanistas, Ma. 1929. ( 41) L. A Sánchez: Existe América Latina, M ex, 1945, p. 19-20 y 48. ( 42) F.O. Calderón: Les democraties latines del 'Amerique, p. 12 p. 266. (43)Letras, Quito, 1-1915 p. 2, 3. (44)EnR.N. ( 45) Carta a C.A. Torres de 12-8-191 O AR. (46) EnE! País, 10-10-1949. ( 4 7) "Nuestro desprestigio. Caciquismo", en Diario del Plata de 29-4-1912. (48) De C.A. Restrepo, 11-6-1912, AR. ( 49) Pedro H. Ureña: Corrientes literarias en la América hispánica, Mex. 1949, p. 180. (50) Zum Felde: Proceso intelectual, M. 1930, p. 92 y 93. (51) Du Desert, carta de 14-4-1902, en AR. (52) Eduardo Acevedo: La Enseñanza Universitaria en 1905.

(53) Darío: O. c. p. 956. (54) Art. en La Razón, 3-9-1914. (55) Sánchez Bal. P. 83. (56) O. c. p. 31. (57) Las Américas, M. 1945.

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(58) En José Enrique Rodó, BA s/a p. 18. (59) Prólogo a Tlze motives ofProteus, London, 1929, p. IX. (60) En José Enrique Rodó, M. 1922, p. 28. (61) En RN No 42, p. 344. (62) En RNNo 79, p. 51 y ss. (63) Prólogo a Ariel, M. Colombino, 1947, p. 11. (64) Prólogo a Ariel, M. Colombino, 1947, p. 14.

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LOS ARIELISTAS

La resonancia magistral de A riel obró profusamente en todo el ámbito ame­ricano. Políticos, escritores, dirigentes estudiantiles fueron alcanzados por ella.

Pero esa influencia se ejerció mejor y más concretamente, coadyuvando a la definición de un grupo generacional, del que existió conciencia muy temprana. En el prólogo a la edición mexicana de Reyes, en 1908, se habló ya de "arielistas", y el término y la idea se difundieron hasta el punto de que la existencia de esa filial cohorte no se discutió en vida de Rodó. Pero ha sido sin duda, Luis Alberto Sánchez, el que, como instrumento de su inquina antirrodoniana, ha vulgmizado el concepto, oscureciéndolo al mismo tiempo hasta lo insoluble. Porque, como veremos en su debido lugar, Sánchez usa como sinónimos "novecientos" y "arielismo", aunque tampoco sea, característicamente, fiel a esta superposición. Haciendo esto, di ole al grupo arielista una amplitud insusitada, según el basto concepto romántico -ya muy superado por la historiología de la generación- de una especie de fatalismo biológico de la contemporaneidad (refutado definitiva­mente por Pinder, con su concepto de "la no coetaneidad de lo contemporá­neo"). Tal procedimiento escamotea las tensiones intergeneracionales y da a la propia generación una extensión desmesurada en el tiempo.

Parece elemental sostener -y aun adivinar- que no todos los contemporá­neos e inmediatos secuentes de Rodó fueron "arielistas", y que tampoco lo fue­ron aquellos que siguieron la temática político-cultural americanista de Rodó o los que simplemente meditm·on -o vociferaron- sobre la influencia nmteameri­cana y sus peligros. Estrechando aún más el cerco del concepto, pensamos que tampoco cabe denominar "arielistas" a todos los que caen bajo un amplísimo denominador general de actitudes intelectuales que pertenecen al repertmio ideo­lógico finisecular y que muchas veces fueron recibidas a gran distancia de la directa sombra magistral del pensador uruguayo.

Una breve y ocasional identidad de posturas, más coincidente que imitativa, no basta -aunque lo crea Sánchez- para portar el rótulo de "arielista".

Proponemos, en suma, reservar tal término para aquellos que reiteran en su obra más de un rasgo de ese "arielismo" y que a la vez estuvieron pública o

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privadamente ligados a Rodó por una relación admirativa o fraternal, portadora de una influencia visible.

Algunos nombres sobreviven, sin duda, a este expurgo. Son los de Francis­co García Calderón, Carlos Arturo Torres, Rufino Blanco Fombona, Manuel Díaz Rodríguez, Baldomero Sanin Cano, Jesús Castellanos, Max Henríquez Ureña, Pedro Emilio Coll, Pedro César Dominici, Víctor Belaunde, Joaquín GarcíaMonje, Federico García Godoy y Alejandro Andrade Coello. No nos parece que quepa llamar, como lo hace Sánchez, arielista a Gonzalo Zaldumbide, tan reticente ante Rodó, y tan desenraizado; ni a Laurean o Vallenilla Lanz, teóri­co de la dictadura criolla con su Cesarismo Democrático, aparecido en Cara­cas al año siguiente de la muerte de Rodó; ni a Ricardo Rojas, místico del nacio­nalismo indianista, ni a Antonio Caso y Alejandro Korn, filósofos de la reacción antipositivista o de sus desarrollos superadores, pero en fuentes mucho más ricas y diversas que las manejadas por Rodó; ni al grupo de los sociólogos positivistas venezolanos, Gil Eortoul y Arca ya; ni a Manuel U garte, a pesar de su antiyanquismo estentóreo, gratuito y calumnioso enemigo del autor de Ariel, hasta decir que "el señor Rodó viene mariposeando desde hace muchos años en folletos minuciosos que coinciden con los cambios presidenciales (1).

Tampoco llenan el mínimo arielista Manuel Domínguez, el paraguayo, "pro­fesor de idealismo", según García Calderón, historiógrafo de la Conquista, determinista y antirreligioso, nacionalista exaltado y escritor de frase breve y desagarrada. Ni José Ingenieros, positivista y sociólogo, ni Carlos Octavio Bunge, de preocupaciones y orientaciones parecidas. Ni Alejandro Álvarez, Oliveira Lima o Carlos Pereyra, historiadores o internacionalista.

Caso más complejo es el de José Vasconcelos. El autor de La Raza Cós­mica participa ejemplarmente de algunos rasgos del arielismo y en otros se escapa al esquema ariélico en forma inequívoca.

En otras figuras puede precisarse una juventud de tono arielista y una madu­rez que lo diluye y a veces lo niega. Tales los casos de Alcides Arguedas, de José de la Ri va Agüero y aun de Alfonso Reyes y Pedro Henríquez U reña.

Los que restan, primeramente nombrados, cumplen la mayor parte de los requisitos exigidos por Pe tersen <2l para la definición generacional.

Descartamos el primero, por irrelevante, en las generaciones modernas: el de la herencia, y el segundo, que después analizamos: el nacimiento. Se prueba plenamente el tercero: la comunidad de "elementos educativos". En todos ellos

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lo fueron la crisis y liquidación del positivismo y la plenitud del modernismo literario.

El cuarto rasgo, ''la comunidad personal", es también indudable. Los arielistas tuvieron dos grandes centros: París y Madrid, mecas de los intelectuales hispa­noamericanos. La correspondencia de Rodó mantuvo contacto frecuente entre ellos y aun trató de vincular a los que sé desconocían, como referi~os pronto. La comunidad personal de estos hombres se muestra también en el patrocinio que se prestaron unos a otros: en los numerosos prólogos de García Calderón y de Gonzalo Zaldumbide, en la generosa publicidad que la editorial madrileña "América", de Rufino Blanco Fombona, les dispensó -especialmente su "Bi­blioteca Andrés Bello"- en la incansable, modesta y heroica actividad de Joa­quín García Monje, desde Centro América, con sus Cuademos A riel primero y con su Repertorio Americano después.

El quinto rasgo que exige Pe tersen es el de las "experiencias comunes". A pesar de su dispersión a lo largo y a lo ancho de un continente, valieron como tales la guerra de Cuba, la derrota de España y la seces~ón de Panamá, hechos todos separados por menos de un lustro y que fueron clara advertencia de un peligro y noción creciente de una comunidad de destino.

El sexto rasgo, "la existencia del guía", se confirma en el propio magisterio de Rodó. Lo reconocieron hombres de esa época y de tiempos posteriores. Lo han ratificado: Alfonso Reyes a la hora de la muerte y<3l en Pasado Inmediato <4l,

Roberto Giusti en su trabajo "U na generación juvenil de hace cuarenta años" <5l,

José Vasconcelos en El Desastre <6l y en Bolivarismo y M onroísmo <7l, Carlos Pereyra en Breve Historia de América <Bl, Carleton Beals en América ante América <9l, Juan Carlos Gómez Haedo en su conferencia La crítica y el ensayo 00l, VenturaGarcíaCalderónen SemblanzasdeAmérica OIJ. También en una generación posterior se consideró esa guía y esa influencia un factor de nuestra historia intelectual. Lo hicieron, entre otros, Xavier Villaurrutia en Tex­tos y Pretextos <I 2l y en una misma ocasión Juan Carlos Sabat Pebet y Eduardo J. Couture< 13l.

El séptimo rasgo es el de "un mismo lenguaje". Fue en estos hombres el uso de un castellano despojado de su frondosidad oratoria y liberado de su prosaísmo, removido por el galicismo de su estancamiento castizo. Todos emplearon un idioma que había pasado por la prueba modernista, que había ganado en breve­dad, en fineza, en poesía; que se había enriquecido y depurado.

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N o es tan visible, pero resulta comprobable, el octavo rasgo generacional establecido por Pe tersen: "anquilosamiento de la vieja generación" (aunque nos falte una rigurosa historia generacional para establecer conclusiones definitivas).

La gran generación realista-positivista y organizadora, la que represen­tan Justo Sierra, Enrique J. Varona, González Prada, Hostos, Montalvo y Martí, había sido severamente raleada por la muerte. Es cierto que Sierra, González Prada y Varona prolongaron su acción más allá de 1900. Diez años el primero, veinte el segundo, treinta el tercero. Pero en Sierra y en Varona son tan fundamentales las transformaciones del tono, que bien en sus casos puede hablarse de una impregnación de la generación vieja por la generación nueva.

José Ortega y Gasset sólo exige dos requisitos en su definición generacional. El primero es "la edad pareja", equivalente al peterseniano del "nacimiento". Aplicándolo a los nombrados, el resultado es este: Federico García Godoy na­ció en 1857, César Zumeta y Baldomero Sanín Cano son de 1860, Carlos Arturo Torres de 1867, Manuel Díaz Rodríguez de 1868, Pedro E. Coll y Pedro César Dominici de 1872, Rufino Blanco Fombona de 187 4, Alcides Arguedas y Jesús Castellanos de 1879, Vasconcelos y GarcíaMonje de 1881, Francisco García Calderón y Víctor Belaúnde de 1883, José de la Riva Agüero y Max y Pedro Henríquez Ureña de 1885, Alfonso Reyes, el benjamín, de1889.

No hay duda, que la distancia de treinta y dos años entre Federico García Godoy y Alfonso Reyes es demasiado grande para admitir la existencia de una generación. Sin embargo, puede observarse que la mayor cantidad de frecuen­cias de esta lista se encuentra entre 1872 y 1885. Está formada por los contem­poráneos de Rodó y por los escritores levemente menores, que le exteriorizaron su devoción admirativa. Fuera de sus límites, García Godoy no es un extremo demasiado incómodo: a semejanza de Andrade Coello, fue más que nada un divulgador entusiasta. La posición de Díaz Rodríguez, Zumeta, Sanín Cano y Carlos Arturo Torres es también explicable. La extraordinaria precocidad inte­lectual de Rodó y lo temprano de su triunfo hacen comprensible que escritores mayores pero de revelación más tardía pudieran dirigirse a él en el tono en que lo hacían Torres, Zumeta y Sanín Cano.

Casi todos estos hombres en plena producción entre 1905 y 191 O; en los casos de José de la Riva Agüero y de Alfonso Reyes, iniciados al final del dece­nio, la actitud es ya más independiente y el arielismo más pasajero.

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Así, entre 1900, hora de los coetáneos, y 191 O, hora los más jóvenes, se defme el grupo arielista. Giusti ha hablado de una generación de 1908 0 4>, Andrés Pardo Trovar de una generación de 191 O o "centenarista" o "arielista" 05>, Samuel Guy Inman también se ha referido a una generación peruana de 191 O 06>. Igualmente Reyes, de una mexicana, centrándola en el grupo de Aterneo y en el fmal porfuiano.

Hacia 1930 estos hombres habían envejecido y una nueva generación irrumpió en escena.

La segunda condición orteguiana es la de una "dirección igual". Volveremos sobre el punto cuando analicemos las construcciones arielescas de Luis Alberto Sánchez. Mucho más exacta que ella, es la breve etopeya de José Gaos, el que menciona un grupo que incluye a Rodó -aunque no esté integrado exclusiva­mente por lo que nosotros consideramos "arielistas" y definido por ser sus miem­bros apolíticos, espiritualistas y religiosos, profesores, trashumantes, diplomáti­cos y "reforrnistas"07>.

Pero la semblanza de los arielistas aún admite otras precisiones: una es la ley común -al fin- de la cultura hispanoamericana: el general origen europeo y con­cretamente francés de su cultura y de su estilo. No dejó de suscitar en algunos algo así corno la conciencia de una doble filiación: la del espíritu y la de la resi­dencia corporal.

También se dio casi siempre en ellos la aceptación -en realidad pasiva- del hecho democrático, concebido como una línea de larga frecuencia de la historia, portando irresistiblemente la igualdad, el bienestar y la autodeterminación indivi­dual. Es el fondo de la parte política de A riel y del de Ido/a Fori; es el "límite" de toda la meditación personalista u oligárquica del arielismo.

Este hecho democrático no admitía réplica, pero sí atemperación. Es la atenuación aristocrático-oligárquica de la democracia, como necesidad defensi­va de la cultura contra el utilitarismo y lo plebeyo; en las naciones americanas se lo creía un remedio a la falta de preparación política de las multitudes. Francisco García Calderón expresó, con gráfica precisión, las dos ideas últimamente ano­tadas, en su prólogo al libro de Carlos Arturo Torres: "Democracia, o sea liber­tad, igualdad inicial, extensión de privilegios y de castas, estímulo para todas las capacidades humanas en abiertas escuelas, en el esfuerzo colectivo, en la orga­nización de la multitud; aristocracia nacida de esa democracia, en perpetuo libre juego, consagración de capacidades naturales que la vida crea con eterno poder glorioso, elites perpetuamente renovadas, jerarquía necesruia, obra de la demo-

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cracia en marcha; tal es la síntesis que la ciencia moderna y la historia enseñan como ideal para los grupos humanos del porvenir". <ISJ

No los entusiasmaron los dictadores, pero vieron en el caudillo cesáreo una expresión de la realidad americana, una condición -a veces inexorable- de su estructura social. Se dio esta creencia en los arielistas C.A Torres y Francisco García Calderón. La actitud del primero es muy compleja 09l; la de Francisco García Calderón, expuesta en Les démocraties latines de l 'Amerique, se acerca mucho, con su entendimiento del caudillo como resultante de factores raciales y sociales, a la expuesta por Carlos Octavio Bunge, en Nuestra Amé­rica. Es extraña al arielismo -a su palabra expresa por lo menos-la posterior evolución hacia Juan Vicente Gómez del grupo arielista venezolano (¿no atrope­llan cualquier ideología la debilidad humana y el hastío del destierro?). Rufino Blanco Fombona hasta su senectud; Zumeta y Dominici en su edad moza, ante Cipriano Castro, ilustran mejor la enseñanza rodoniana.

Eran también actitudes casi generales, la hostilidad hacia los Estados Uni­dos, como poder político amenazador y como contenido de cultura opuesto al "ideal latino" (con la activa excepción de Jesús Castellanos) y la idea de raza, muy diversa y brumosamente entendida. Se la concebía, unas veces como latina o hispánica; otras se la convertía en sinónimo del "espíritu nacional". Era lo que entendía Manuel Domínguez por "alma de la Raza" <20l.

Se dio también en estos hombres una afincada preocupación americana en sus estudios, empresas y desconformidades. Casi todos los testimonios mencio­nados anteriormente, y que reconocían en Rodó un magisterio continental, es en este aspecto de la devoción americana en el que más insisten. No puede negar­se, empero, que el carácter innegablemente intelectual, urbano, culto y europeo de esta preocupación, le imprime a la grave aplicación de los arielistas una cierta ausencia de sentido telúrico, de comunicación entrañable y plena.

En cambio, fue en ellos patente la tendencia solidarista, la preocupación por establecer vínculos estrechos entre nuestras naciones y actividades intelectuales. Decía en cierta ocasión Rufino Blanco Fombona: "Por mi parte, heredero es pi­ritual de las ideas de Bolívar, que tuvo y quiso por patria la América de uno a otro lindero, siempre he sido fervoroso americanista. Literariamente nunca hice la menor diferencia entre mi República y las otras repúblicas hermanas. Soy compatriota de todos los iberoamericanos. No quisiera que me llamasen nunca escritor de Venezuela, sino escritor de América ... "<21l.

Medio Siglo de A riel 103

Anteriores a la floración marxista y al indigenismo, se dio en los arielistas, una postura de patemalismo social, benévolo y beneficente; en último término clasista, ante el problema proletario y campesino. También lo que Luis A Sánchez ha llamado el "blanquismo"; una absoluta desconfianza en las posibilidades de redención del indígena. DecíaJesús Castellanos en papeles publicados después de su muerte: "El indio, aún más inadaptable a la civilización que el negro, no aporta nada a la personalidad nacional: y al decir que Méjico cuenta con cuatro millones de blancos y nueve de indios, bien podemos admitirla como nación de cuatro millones ... "<22l.

En el fondo de todas estas posiciones es posible rastrear el sesgo idealista y antipositivista de un momento del pensamiento; más tarde se acentuó en algunos hasta una vaga religiosidad y en otros hasta un resuelto embanderamiento confesional.

Todos estos rasgos -que tienen la simplicidad forzosa del esquema- no se pueden aplicar exhaustivamente a cada una de las figuras arielistas; muchos de ellos resultarán mejor ejemplarizados por quienes no consideramos tales. Sin embargo, su validez como ideología general del grupo es probablemente indis­cutible.

El propio Rodó tuvo temprana conciencia de una constelación arielista. En su análisis de la antología de Manuel U garte <23l, menciona documentadamente a un buen número de escritores filiables en su línea; en función arielísta, desde 1906, se esforzó por vincular entre sí a los miembros del grupo: le recomendaba a Pedro Henríquez Ureña, Francisco García Calderón <24l y a este Pedro Henríquez <25l, y a Hugo Barbagelata en París, les solicitó el conocimiento de Alcides Arguedas<26>.

Sintió hondamente, como pérdida arielista, las muertes tempranas de Jesús Castellanos y Carlos Arturo Torres <27>.

Así fueron anudándose una serie de vínculos personales, que en el caso de Rodó encerrado en su Montevideo tuvieron una vía casi exclusivamente epistolar. El tono de estas "amistades intelectuales" como se las llamaba en­tonces es a la vez cordial y un poco impersonal: los corresponsales se comu­nican minuciosamente sus proyectos literarios, solicitándose y enviándose re­tratos; las confidencias son escasas y en ocasiones las cartas parecen escritas con molde.

De estas relaciones rodonianas elegimos cinco típicas.

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La correspondencia con Francisco García Calderón configura la actitud paternal, reiterada y estimulante. El contacto con César Zumeta fue inicial y limitado. Resultó polémica y breve, pero llena de interés, la comunicación con José de la Riva Agüero. La amistad de Rodó y de Carlos Arturo Torres se desaJ.Tolló en un plano de mutua admiración, respetuoso y señorial. Vasconcelos plantea la iiTadiación ariélica más allá de todo lazo personal.

Francisco García Calderón ha sido mencionado siempre como el más típico de los arielistas. Representa mejor que otro alguno el tono ariélico de la preocu­pación americana en lo político y en lo sociológico; la afirmación latina y el ideal aristocrático. Es rodoniano por su laboriosidad y su medida. De su Revista de América, editada en París y que publicó en agosto de 1912 su "Bolívar", pudo decir Rodó -máximo elogio- que era "tan seria, tan interesante y tan america­na" <2s).

García Calderón estudió sintéticamente a Ariel en La creación de un continente <29); en Hombres e ideas de nuestro tiempo concluyó el ensayo "Ariel y Calibán". Sus referencias a Rodó son innumerables, aunque sabemos que no fue un incondicional de sus tesis.

Desde Lima, el3 de diciembre de 1903 le escribe Francisco García Calde­rón a Rodó: "Me es grato decirle que fui efectivamente autor del artículo sobre la personalidad literaria de Ud. y que sólo siento no haber tenido vagar para com­pletarlo con un ligero estudio sobre Ariel. Inútil sería decirle a Ud. toda la estimación que le tenemos en Lima los que [leemos] y procuramos conocer la flor del movimiento intelectual de América: Arie l es para nosotros un símbolo y una bandera ... "<30).

Rodó escribió una bella página sobre el libro de García Calderón De Litteris (Lima- 1904) <31

). Las relaciones se estrecharon y el 3 de junio de 1906 le escribía García Calderón, desde París y entre otras cosas: "Unamuno me ha honrado llamándome discípulo de Ud.; ojalá lo sea alguna vez por el estilo y el pensamiento" <32).

El28 de junio le contestaba Rodó, comentando una conferencia enviada: "Cada vez que leo algo nuevo de usted siento confirmadas y realizadas las grandes esperanzas que me hicieron concebir sus primeros ensayos de actua­lidades. Qué impresión gratísima la de encontrar cosas así, en medio de tanta hojarasca y tanto remedio vano como se produce en nuestra América. Por dicha, parece que vientos nuevos se levantan y que nuestros esfuerzos por

Medio Siglo deAriel 105

orientar la producción americana en sentido original y fecundo no serán perdi­dos"<33).

Juan O'Leary llamó a García Calderón, "el Rodó peruano" <34). Víctor Belaúnde ha escrito: "Ya directamente, ya por medio de García Calderón, el idealismo comprensivo y humano de Rodó inyectó savia nueva a nuestra juven­tud que vivía en el culto equivocado de su literatura partidarista y panfletaria"<35

).

Una relación limitada e inicial fue la de Rodó y César Zumeta. El27 de febrero de 1900 -mes de A riel-le escribió el venezolano desde París, donde estaba exiliado por la tiranía de Cipriano Castro, anunciándole su quincenario América a "fin de continuar en él, dentro de ciertas líneas, la propaganda que emprendí en El Continente Enfemw" y le pide su apoyo porque "la palabra de usted es oída en América y en España con el interés y el respeto que ella merece. Su silencio será voto adverso"<36).

Rodó respondió a esta petición, como a todas las similares. El número 2 de América, impreso en Hamburgo y publicado en París ell 0 • de junio de 1900, lleva una carta de Montevideo, del mes de marzo, que debe estudiarse en otra parte de este trabajo. El periódico hace una larga transcripción de Ariel en sus páginas 3 y 7 y a sus notas editoriales sobre el peligro nmteamericano las titula: "El espíritu de Calibán".

Con el grupo venezolano, caído Castro, Zumeta formó eh la plana diplomá­tica del llamado más tarde "gomecismo". En 191 O se encontraba como delega­do de su país en la Cuarta Conferencia Panamericana de Buenos Aires; con fecha 8 de agosto le escribía Juan José de Amézaga a Rodó <37), anunciándole la visita a Montevideo de César Zumeta y de Manuel Díaz Rodriguez.

En Montevideo, con un banquete en el Club Uruguay, se robusteció un vínculo iniciado diez años antes.

El futuro biógrafo del Inca Garcilaso había publicado en Lima y en 1905 su tesis doctoral Carácter de la Literatura del Perú independiente, cuyas afir­maciones sobre A riel se han visto en otra parte de estas páginas.

Enterado sin duda de ellas, pero sin conocer el libro, Rodó se dirigió a José de la Riva Agüero, contestándole este el27 de enero de 1908 que "es grande el honor, que el autor de Ariel, tan admirado por mí y por mis amigos y condiscí­pulos quiera conocer mi modesto folleto ... " <38).

Ell9 de marzo le envió la tesis Riva Agüero, severamente encuadernada en negro y con esta carta que es un valioso testimonio de la refracción de los temas

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ariélicos: "Uno de los puntos en que más me aparto hoy de lo que entonces pensé, es el relativo a la amenaza de la hegemonía yanqui. Me parece muy re­moto el peligro de esta parte del continente, y muy soportable es la influencia tutelar de Washington dentro de los límites en que hoy se ejerce; y luego, no debí olvidar -bien lo veo- que los Estados Unidos son el único poder que quizá, llegando el caso, quená salvar a mi patria de nuevas desmembraciones. Tam­bién he templado mis ideas en lo relativo al industrialismo, que es precisamente el punto en que hablo de Ud. y de su Ariel. Creo que me hará Ud. el honor y la justicia de no suponer en esta rectificación el móvil de una mezquina y mentirosa lisonja. Persisto en tener como un grave daño el predominio en la educación del elemento estético, principalmente del literario. Pero de allí a recomendar, como lo hago o parezco hacerlo en mi tesis, el utilitarismo, el concepto industrial en todas las esferas de la vida, hay distancia y no pequeña. Comprendo el peligro que acarrea la tendencia a que me plegué; y me arrepiento de haberla defendido sin reparos. Cuando el ideal utilitario y mercantilista alcanza hasta las clases directoras de un pueblo, la política y el gobierno se convierten en negocios como otros cualesquiera: y esa es la ruina completa, la disolución y la degradación de la vida nacional ... " <39>.

Las relaciones entre Rodó y Carlos Arturo Tones se iniciaron con la carac­terística misiva solicitando A riel. "Soy un admirador de su elegante prosa y deseo poseer sus libros" <40>.

EllO de febrero de 1906 nuestro cónsul en Liverpool, Enrique Dauber, le agradeció a Rodó el ejemplar enviado "al colega de Colombia" Carlos Arturo Tones<41 >.

En 1909 se cruzaron en el océano Motivos de Proteo e Ido la F ori. El29 de agosto de ese año le escribía Torres a Rodó desde Liverpool, elogiando el libro y le decía: "Espero que haya recibido Ido la F ori. La edición, hecha lejos de mi inspección, salió de imposible lectura. Haré en Bogotá una segunda edi­ción cuidadosa ... ¿Podría yo aspirar al grande honor de que el ilustre Rodó escribiera una página preliminar para exornar con ella el frente de mi libro?" ... <42>.

Y el21 de noviembre de 1909, García Calderón le solicitaba, por su parte, ese mismo prólogo <43>.

Ido la F ori o Los Ídolos del Foro como se titulaba la edición madrileña de Blanco Fombona <44

> despertó el entusiasta elogio de Rodó, que lo trasmite a Torres en una carta, el 1 O de setiembre de 1909 <45>.

Medio Siglo de A riel 107

Ido la F ori era, en verdad, un fiel trasunto de la ideología arielista. Aún hoy, mantiene muchos de sus valores y emerge distinguiblemente por entre todo el panfletismo político, solemne o accidental, característico de esos años.

Algunos autores han considerado diversamente la fidelidad del colombiano al esquema de los "ídola" de Bacon. Vitier los contrasta largamente<46>. No im­porta demasiado. Lo que Tones estudió y atacó fueron las "supersticiones polí­ticas, es decir, aquellas convicciones pasionales, dogmáticas, y envejecidas por su desacuerdo con la realidad". El libro no es un alegato "aristárquico" como dice Sánchez: Tones ataca con más fuerza que al igualitarismo democrático al perjuicio que solo contempla en la historia los pequeños elencos protagonistas o el gesto personal y desmesurado del héroe. La sustancia del pensamiento políti­co de Tones es muy semejante a la del de Rodó; por eso, la obra cobra aquí tanta importancia. Ambos (Tones en evidente filiación inglesa) sostuvieron los fueros de un relativismo tolerante frente a los del fanatismo revolucionario o tradicionalista; los del racionalismo contra el prestigio místico; los del realismo contra el embrujo de lo verbal y formulario; el individualismo contra la omnipotencia numérica. La misma general postergación -si no ignorancia-de lo pasional y colectivo, es observable en ambos; el helenismo y la postura antiyanqui resultan en Tones de filiación ariélica.

La fuente del colombiano son las de Rodó: Guyau, Fouillée, Renán, Nietzche, Bérenger, más una formación científica de la que Rodó careció. La distinción y el movimiento de su prosa, su seguridad y su tono afirmativo sufrieron visiblemente la influencia de las primeras obras rodonianas. La mención de Rodó es general en la obra <47 >.

Escribió Rodó el prólogo solicitado, que más tarde formó parte de El Mirador de Próspero con el título de "Rumbos nuevos". En él elogia a Tones, repitiendo una expresión de su carta al autor<48> al decir que merecía tener "cura de almas". Estas páginas prologales son además una de las más agudas y com­pletas exposiciones de la ideología rodoniana. Sanín Cano ha destacado la im­portancia que tuvo este prólogo de Rodó en la difusión de la obra de Tones <49>.

EllO de junio de 191 O, Carlos Arturo Tones, ya en Colombia, acusó recibi­do de este prólogo, comunicando a Rodó que, para darle mayor difusión, lo había publicado en folleto con el título de Entre el fanatismo y el escepticismo <50>.

Rodó siguió conespondiendo con Tones, como lo muestra un bonador del2 de agosto de ese mismo año <51 >. Nombrado el escritor en 1911 embajador de Co-

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lombia en Venezuela, refirmó los vínculos de Rodó con el grupo de Caracas y puso en comunicación al uruguayo con el presidente de su país, Carlos Enrique Restrepo.

Pero" el20 de julio de 1911, recibió Rodó, de Comelio Hispano, una carta en la que le anunciaba la muerte de Carlos Arturo Torres C52l.

Rodó sintió esta muerte como pérdida arielista y así lo dijo a Enrique Pérez <53l y a Max Henríquez Ureña, como ya se ha recordado. En carta al presidente de Colombia también lo calificó de "preclaro espíritu"CS-ll.

El caso de José Vasconcelos permite plantear la cuestión del arielismo en otro terreno. No estaríamos ya ante la relación fiel y declarada de devoción rodoniana, sino ante cierta impregnación climática arielista sobre figuras que su­frieron otros influjos y marcan, como la del autor de "Indología", una verdadera transición hacia formas y estilos mentales típicos de un período posterior.

La fisonomía vasconceliana presenta muchos rasgos que pueden ser califi­cados de mielistas y muchos que escapan totalmente a su diagnóstico.

Su enfrentamiento con "lo yanqui" no tuvo nada de libresco o intelectual, como pudo tenerlo el de Rodó: la bravía adolescencia en las escuelas norteamericanas de la zona fronteriza lo modeló en un diario contacto y contraste de ventajas, inferioridades y orgullos con la pujante sociedad sajona. Los viajes y destierros acendraron más tarde ese conocimiento: pasional pero justo, nunca negó las innegables virtudes nor­teamericanas de benevolencia, generosidad, trabajo, de fraternidad, sed de saber y existir libre y limpio. Nunca dejó, sin embargo, de advertir en lo estadounidense dos rasgos que son como la clave de su visión. Lo uniforme y lo efímero <55>.

La histórica gestión de Vasconcelos en el Ministerio de Educación Pública tuvo una clara tonalidad arielista: tal su ambición hispanoamericana y la sublime ingenuidad de una paideia clásica y estética en una hora de sangre, subversión y apetitos. También son de parentesco arielista su devoción hispanoamericana unita­ria, su fe en las posibilidades de la raza y su reivindicación de la clase intelectual como rectora de la gestión política, su creencia de que "una minoría idealista puede levantm· en cualquier instante el nivel de un pueblo: la dictadura, jamás" C56l.

La ruptura con el positivismo, cumplida en el ámbito del Ateneo mexicano, tomó otros rumbos que los del neo idealismo francés hacia más ambiciosas fuen­tes platónicas y neoplatónicas, orientales y patrísticas.

Su doctrina del "orden estético" final, superador de lo material y lo intelec­tual, hubiera encontrado, finalmente, la honda simpatía rodoniana.

Medio Siglo de A riel 109

Su índole pasional, terrestre y agónica, su vida azotada y combatiente, con altibajos de persecución y poder y apogeo, su evolución política posterior no entran ya en el esquema arielista.

Pero tampoco soporta los límites de este trabajo la historia, interesante, variada y algunas veces triste, de los arielistas después de 1920.

NOTAS

(1) Citado por A. Gómez Restrepo en Nosotros, Ba, 1909, T. 2°. p. 137. (2) Filosofía de la Ciencia Literaria, Mex. 1946, p. 137 y ss. (3) En Barb. p. 325-36. (4)Mex.1941,p.32. (5)Siglos, escuelas, autores, BA. 1946, p. 358. (6)Mex.l937,p.404-405. (7) Edición Ercilla SCH. p. 11. (8) SCH. 1938, p. 526. (9) SCH. 1940, p. 352. ( 1 O) Historia Sin t. de la Lit. Uruguaya, M. 1931, p. 38. (11) p. 9 (12)Mex. 1940,p.69. ( 13) En Cinco Discursos sobre nuestro tiempo, M. 1940, p. 41, 42, 58 y 59. (14)Giusti: O.c., p. 345. ( 15) Revista de Indias, Bogota 1-1945, p. 19. ( 16) Samuel Guy Inman: El Destino de la América Latina, SCH- 1941, p. 254. (17) José Gaos: "El pensamiento hispanoamericano" en Jornadas, No. 12-Mex. p. 17. (18) Prólogo a Los Ídolos del Foro de C.A Torres Ma. S/ a p. 14. (19) Torres: O.c. p. 88, 149 y 155. (20) Manuel Domínguez: El alma de la raza, BA 1946, p. 49. (21) Citado por F. García Godoy: Americanismo Literario, Ma. s/a, p. 210-211. (22) En Cuba Contemporánea, 8-1916, p. 290. (23)Mir.p.188-189. (24)Epist. p. 43. (25)Borradorde28-6-1906, enAR. (26)Epist. p. 87. (27)Epist. p.41. (28) ARufino BlancoFombonade 3-12-1912, en AR. (29) 1913,p.95a99. (30)AR.

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(3 1) Mir. p. 209 a21 l. (32) y (33) AR.

Carlos Real de Azúa

(34) Prólogo a Manuel Domínguez o.c.p. 9. (35) En Ellmparcial de 30-4-1927. (36) (37) (38) y (39) en AR. ( 40) Carta de 17 de noviembre de 190[?] En AR. (41)(42) y (43) En AR. ( 44) Ma. Edit. Américas/a. ( 45) Epist. p. 57-58. (46) Vitier: Ens. p. 157 a 168. (47)p. 14,133,146,171,225,256. ( 48) Epist. p. 58 y Mir. p. 52. (49)En LetrasColombianas,Mex.!944,p.171. (50) (51) y (52) En AR. (53) Carta de 10-12-1913. (54) En AR. sin fecha. (55) La tormenta, Mex. 1937, p. 35,48 y 77; El Desastre, Mex. 1937, p. 491,492. (56) Ulises Criollo, Mex. 1937, p. 423.

1920-1950

La hora de la muerte de Rodó fue una hora de triunfo para su obra y su legado; A riel se destacó entre lo más imperecedero de su mensaje.

Poco tiempo después, sin embargo, comenzó un ciclo de revisión de su obra, que incidió hondamente sobre las tesis del discurso, considerándolas, con razón, lo más comunicable, actuante y difundido del rodonismo. El "antiarielismo" nació de una deficiente exégesis de las ideas de Rodó, de una reacción contra la exaltación ditirámbica y por imperio natural de los cambios fácticos e intelectua­les del mundo entre las dos guerras. El hombre espiritual de creencias sólidas, la primacía de lo económico y lo social, la afirmación fanática y desesperada, el auge vitalista y "la rebelión de las masas" no encontraron sustento en A riel. Y así se produjo esa corriente que impulsaron en el Uruguay Alberto Lasplaces, Alberto ZumFelde y, episódicamente, JuliánNogueira, que continuaron Carlos Quijano, Héctor González Areosa y muchos otros y que robustecieron los artí­culos de Ramiro de Maeztu sobre la visión arielina de los Estados Unidos. Luis Alberto Sánchez -con su discípulo Townsed- convirtió a Rodó y su Arie l -sin método, sin precisión y sin honradez intelectual- en el centro solar del aborreci­do arielismo. Y entre todos ellos y un núcleo importante de fieles, se dio también el matiz de los reticentes, y el de los condescendientes.

Espigando tres nombres de una larga nómina, podría estudiarse en Emilio Frugoni, en Dardo Regules y en Gustavo Gallinal-catecúmenos en su juventud y comentaristas reiterados de su obra- todas las variaciones de la opinión de estos tiempos.

También contemplaron los años de entre guerra la distorsión y la falsificación de los lemas arielinos. El antimperialismo de 1930, poco tuvo que ver con lo ariélico, aunque lo invocase. La Reforma Universitaria fue impulsada por su cul­to de la juventud, pero después le volvió las espaldas. Toda una literatura de lo americano continuó la inquietud de Rodó, pero en su afán de "conocimiento y expresión", guardó su apego estricto a lo telúrico y se mantuvo lejos de lo prospectivo y universal.

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112 Carlos Real de Azúa

Hasta que llegó un instante, nuestra hora, en que la valoración rodoniana y arielina se libera de las partes muertas de su mensaje y destaca en él lo que es realmente vivo e inmortal. Roberto Ibáñez, Luis Gil Salguero, Emilio Oribe y Alejandro Arias contribuyen en el Uruguay a esta tarea; Emilio Frugoni presenta Ariel en Moscú y José Gaos, en su magnífica caracterización del pensamiento filosófico iberoamericano, concede a Rodó primerísima importancia. La vigen­cia combatiente de la tradición, la urgencia de lo espiritual, la defensa de la intimidad amenazada, remozan la palabra arietina. Y la hora del Cincuentenario es hora de reparación.

ÍNDICE

Nota de edición .......................................................................................... 5

Explicación [del autor] ................................................................................ 7

Abreviaturas e indicaciones ......................................................................... 9

La situación ariélica .................................................................................... 11

Tono y perspectiva de Ariel ..................................................................... 31

La novedad estética .................................................................................. 43

Primera :resonancia ................................................................................... 51

a) el conocimiento ....................................................................... 51

b) juicios y comentarios .............................................................. 60

e) el significado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 68

Veinte años de influencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81

Los arielistas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97

1920-1950 .............................................................................................. 111

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Pensamiento y literatura en el siglo XIX: las ideas y los debates (1968), Prosa del mirar y del vivir (1968), El Uruguay como reflexión, 1 (1968) y// (1969), Las biografías (1969), La clase dirigente (1969), Legitimidad, apoyo y poder político; ensayo de tipología (1969), Herrera: el naciona­lismo agrario (1969), Herrera. el colegiado en el Uruguay (1972), Historia visible e historia esotérica. Personajes y claves del debate latinoamericano (1975), Filosojla de la historia e imperialismo (1976), El clivaje mundial. Eurocentro-periferia y las áreas exceptuadas. 1500-1900 (1983), Uruguay ¿una sociedad amortiguadora? (1984), Escritos (1987), Montevideo, el peso de un destino (1987), Curso de política internacional (1987), Partidos, política y poder en el Uruguay (1971. Coyuntura y pronóstico) (1988), El Poder (1989), Los oríge­nes de la nacionalidad uruguaya (1990), La Universidad (1992), Herrera: la construcción de un caudillo y de un partido (1994), Tercera posición, nacionalismo revolucionario y tercer mundo (3 vols., 1996-1997), Historia y política en el Uruguay (1997).