87 la mecanica del corazon

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    Nieva sobre Edimburgo el 16 de abril de 1874. Un fro glido azota la ciudad. Losviejos especulan que podra tratarse del da ms fro de la historia. Dirase que el sol hadesaparecido para siempre. El viento es cortante; los copos de nieve son ms ligeros queel aire.

    blanco! blanco! blanco!Explosin sorda. No se ve ms que eso. Las casas parecen locomotoras de vapor, suschimeneas desprenden un humo grisceo que hace crepitar el cielo de acero. Laspequeas callejuelas de Edimburgo se metamorfosean. Las fuentes se transforman en

    jarrones helados que sujetan ramilletes de hielo. El viejo ro se ha disfrazado de lago deazcar glaseado y se extiende hasta el mar. Las olas resuenan como cristales rotos. Laescarcha cae cubriendo de lentejuelas a los gatos. Los rboles parecen grandes hadasque visten camisn blanco, estiran sus ramas, bostezan a la luna y observan cmoderrapan los coches de caballos sobre los adoquines. El fro es tan intenso que lospjaros se congelan en pleno vuelo antes de caer estrellados contra el suelo. El sonidoque emiten al fallecer es dulce, a pesar de que se trata del ruido de la muerte.

    Es el da ms fro de la historia. Y hoy es el da de mi nacimiento.Esta historia tiene lugar en un vieja casa asentada sobre la cima de la montaa ms altade Edimburgo Arthurs Seat, colina de origen volcnico engastada en cuarzo azul.Cuenta la leyenda que fue el lugar elegido por el bueno del rey Arturo para contemplarla victoria de sus huestes y para, finalmente, descansar. El techo de la casa, muy afilado,se eleva hasta alcanzar el cielo. La chimenea, en forma de cuchillo de carnicero, apuntahacia las estrellas y la luna. Es un lugar inhspito, apenas habitado por rboles. Elinterior de la casa es todo de madera; parece un refugio esculpido dentro de un enormeabeto. Al entrar, uno tiene la sensacin de hallarse en una cabaa: hay una gran variedadde vigas rugosas a la vista, pequeas ventanas recicladas del cementerio de trenes, unamesa baja armada con un solo tocn. Tambin hay un sinfn de almohadas de lana

    rellenas de hojas que tejen una atmsfera de nido. Este es el ambiente acogedor de lavieja casa donde se asisten un gran nmero de nacimientos clandestinos. Aqu vive laextraa doctora Madeleine, comadrona a la que los habitantes de la ciudad tildan deloca, una mujer de avanza edad que sin embargo todava conserva su belleza. El fulgorde sus ojos permanece intacto, pero tiene un gesto contrado en la sonrisa.La doctora Madeleine trae al mundo a los hijos de las prostitutas, de las mujeresdesamparadas, demasiado jvenes o demasiado descarriladas para dar a luz en elcircuito clsico. Adems de los partos, a la doctora Madeleine le encanta remendar a la

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    gente; es la gran especialista en prtesis mecnicas, ojos de vidrio, piernas de madera.Uno encuentra de todo en su taller.Estamos a finales del siglo XIX, por lo que no es difcil convertirse en sospechosa debrujera. En la ciudad se rumorea que la doctora Madeleine mata a los recin nacidos ylos transforma en seres a los que esclaviza. Tambin se comenta que se acuesta con

    extraas aves para engendrar monstruos.En este lugar mi joven madre est dando a luz, y mientras se esfuerza en parir, observa atravs del cristal cmo los pjaros y los copos de nieve se estrellan contra la ventanasilenciosamente. Mi madre es una nia que juega a tener un beb. Sus pensamientosderivan hacia la melancola; sabe que no podr quedarse conmigo. Apenas se atreve abajar la vista hacia su vientre, que ya est a punto de dar a luz. Cuando mi nacimiento esinminente, sus ojos se cierran sin crisparse. Su piel plida se confunde con las sbanas ysu cuerpo se derrite en la cama.Mi madre ha estado llorando desde que subi por la colina hasta llegar a esta casa. Suslgrimas heladas se deslizan hasta tocar el suelo. A medida que avanzaba, se ibaformando bajo sus pies una alfombra de lgrimas heladas, lo cual provocaba que

    resbalara una y otra vez. La cadencia de sus pasos iba en aumento hasta alcanzar unritmo demasiado rpido. Sus talones se enredaban, sus tobillos vacilaban hasta quefinalmente se cay. En su interior, yo emito un ruido como de hucha rota.La doctora Madeleine ha sido la primera persona que he visto al salir del vientre de mimadre. Sus dedos han atrapado mi crneo redondo, con forma de aceituna, de baln derugby en miniatura, y luego me he encogido, tranquilo.Mi joven madre prefiere apartar la mirada de m. Sus prpados se cierran, no quierenobedecer. Abre los ojos! Contempla la llegada de este pequeo copo de nieve que hascreado!, quiero gritar.Madeleine dice que parezco un pjaro blanco de patas grandes. Mi madre responde queprefiere no saber cmo es su beb, que es precisamente por eso que aparta la mirada.No quiero ver nada!No quiero saber nada!De repente, algo parece preocupar a la doctora. Mientras palpa mi minsculo torso, sugesto se tuerce y la sonrisa abandona su rostro.Tiene el corazn muy duro, creo que est congelado.Yo tambin tengo el corazn helado dice mi madre.Pero su corazn est congelado de verdad! Entonces me sacude fuertemente y seproduce el mismo ruido que uno hace cuando revuelve una caja de herramientas.La doctora Madeleine se afana ante su mesa de trabajo. Mi madre espera, sentada en lacama. Est temblando y no es por culpa del fro. Parece una mueca de porcelana queha huido de una juguetera.

    Fuera nieva con autntica ferocidad. La hiedra plateada trepa hasta esconderse bajo lostejados. Las rosas translcidas se inclinan hacia las ventanas, sonrojando las avenidas,los gatos se transforman en grgolas, con las garras afiladas.En el ro, los peces se detienen en seco con una mueca de sorpresa. Todo el mundo estencantado por la mano de un soplador de vidrio que congela la ciudad, expirando un froque mordisquea las orejas. En escasos segundos, los pocos valientes que salen alexterior se encuentran paralizados, como si un dios cualquiera acabara de tomarles unafoto. Los transentes, llevados por el impulso de su trote, se deslizan por el hielo amodo de baile. Son figuras hermosas, cada una en su estilo, ngeles retorcidos con

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    bufandas suspendidas en el aire, bailarinas de caja de msica en sus compases finales,perdiendo velocidad al ritmo de su ultimsimo suspiro.Por todas partes, paseantes congelados o en proceso de estarlo se quedan atrapados.Solo los relojes siguen haciendo batir el corazn de la ciudad como si nada ocurriera.Ya me haban advertido que no subiera a esta casa, a la colina de Arthurs Seat. Me

    haban dicho bien clarito que esta vieja est loca, piensa mi madre. La pobre muchachatiene aspecto de muerta de fro. Si la doctora logra reparar mi corazn, me parece que elde mi madre le va a dar an ms trabajo Yo, por mi parte, espero desnudo, estirado enel banco que linda con la mesa de trabajo, con el torso oprimido por un gran tornillo. Yme temo lo peor.Un gato negro y muy viejo con modales de mozo se ha encaramado a la mesa de lacocina. La doctora le ha hecho un par de gafas. Montura verde a juego con sus ojos, quclase. El gato observa la escena con aire hastiado; solo le falta ojear las pginas deeconoma de un diario mientras sostiene un puro, menudo patn.La doctora Madeleine revuelve la estantera donde estn los relojes mecnicos; hay unagran variedad de modelos. Unos angulosos y de aspecto severo, otros rechonchos y

    simpticos, otros de madera, metlicos, pretenciosos hay de todo tipo. La doctoraapoya su odo en mi pecho, escucha mi corazn defectuoso y mientras, con el otro odo,escucha los tic-tac de los relojes que ha seleccionado. Sus ojos se entornan, no parecesatisfecha. La doctora acta con cuidado, como una de esas viejas lentas que se tomanun cuarto de hora para elegir un tomate en el mercado. De repente, su mirada seilumina. Este!, exclama acariciando con la punta de los dedos los engranajes de unviejo reloj de cuco.El reloj que ha elegido mide alrededor de cuatro centmetros por ocho; es un reloj demadera, excepto el mecanismo, la esfera y las agujas. El acabado es rstico, slido,dice la doctora. El cuco, diminuto como la falange de mi dedo meique, es de color rojoy de ojos negros. Su pico, siempre abierto, le da apariencia de ave disecada.Este reloj te ayudar a tener un buen corazn! Y adems combinar muy bien con tucabeza de pajarillo dice Madeleine dirigindose a m.No me gusta demasiado todo este asunto de los pjaros. Pero soy consciente de que ladoctora intenta salvarme la vida, as que no voy a ponerme exquisito.La doctora Madeleine se pone un delantal blanco; esta vez no hay duda de que va aempezar a cocinar. Me siento como un pollito asado al que se hubieran olvidado dematar. Registra un recipiente lleno de herramientas, elige unas gafas de soldador y secubre la cara con un pauelo. Ya no la veo sonrer. Se inclina sobre m y me hacerespirar ter. Mis prpados se cierran, ligeros como persianas que caen en un atardecerde verano. Ya no tengo ganas de gritar. La miro mientras el sueo me vence lentamente.

    Madeleine es una mujer de formas redondeadas; sus ojos, los pmulos arrugados comomanzanas, el pecho, en el que uno se perdera en un largo abrazo. Es tan clido suaspecto y tan acogedor que podra fingir que tengo hambre con tal de podermordisquearle los pechos.Madeleine corta la piel de mi torso con unas grandes tijeras dentadas. El contacto consus sierras minsculas me hace un poco de cosquillas. Desliza el pequeo reloj bajo mipiel y se dispone a conectar sus engranajes con las arterias del corazn. Es unaoperacin delicada, no hay que estropear nada. La doctora utiliza su firme hilo de acero,muy fino, para coserme con una docena de nudos minsculos. El corazn late de vez en

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    cuando, pero la cantidad de sangre que llega a las arterias es poca. Qu blanco es,dice ella en voz baja.Es la hora de la verdad. La doctora Madeleine ajusta el reloj a las doce en punto perono ocurre nada. El mecanismo no parece lo bastante potente para iniciar las pulsacionescardacas. Mi corazn lleva demasiado rato sin latir. La cabeza me da vueltas; me siento

    como en un sueo extenuante. La doctora toca ligeramente los engranajes para provocaruna reaccin y que as, de una vez por todas, comience el movimiento. Tic-tac, haceel reloj. Bo-bum, responde el corazn, y las arterias se colorean de rojo. Poco a poco,el tic-tac se acelera, el bo-bum tambin. Tic-tac. Bo-bum. Tic-tac. Bo-bum. Mi coraznlate a una velocidad casi normal. La doctora Madeleine aparta suavemente sus dedos delengranaje. El reloj se ralentiza. Y ella agita de nuevo la mquina para reactivar elmecanismo; pero en cuanto aparta los dedos, el ritmo del corazn se debilita. Diraseque Madeleine acaricia una bomba preguntndose cundo explotar.Tic-tac. Bo-bum. Tic-tac. Bo-bum.Las primeras seales luminosas del amanecer rebotan contra la nieve y vienen ahilvanarse entre las cortinas. La doctora Madeleine est agotada. Yo me he dormido;

    aunque tal vez est muerto ya que mi corazn ha estado parado demasiado tiempo.De repente, el canto del cuco en mi pecho resuena tan fuerte que me hace toser. Con losojos muy abiertos descubro a Madeleine con los brazos en alto, como si acabara demarcar un penalti en la final de la copa de ftbol mundial.Enseguida se dispone a recoserme el pecho con aires de gran modista; se disimula muybien que soy un tullido, ms bien parece que mi piel envejeci, se arrug a lo CharlesBronson. La esfera del reloj, de mi nuevo corazn, queda protegida por una tiritaenorme.Y para seguir con vida, cada maana tendr que darle cuerda a mi corazn. A falta de locual, podra dormirme para siempre.Mi madre dice que parezco un gran copo de nieve con agujas que lo atraviesan, a lo queMadeleine responde que ese es un buen mtodo para encontrarme en caso de extravo enuna tormenta de nieve.Ya es medioda. La doctora acompaa amablemente a mi madre hasta la puerta. Mi

    joven madre avanza muy despacio, le tiembla la comisura de sus labios. Se aleja con supaso de vieja dama melanclica y cuerpo de adolescente.Al mezclarse con la bruma, mi madre se convierte en un fantasma de porcelana. Desdeaquel da extrao y maravilloso, no la he vuelto a ver.

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    La doctora Madeleine recibe visitas a diario. Tiene muchos pacientes sin recursoseconmicos que cuando sufren dolencias, fracturas o malestares varios llaman a supuerta. La doctora Madeleine es generosa y le gusta ayudar a la gente curando sus

    corazones; ya se trate de ajustar un mecanismo o de sanarlo con charla y cario, lo quems satisface a la doctora es arreglar corazones daados.Desde el da de mi nacimiento me siento normal con mi reloj en el corazn, sobre tododespus de escuchar cmo un paciente se quejaba de la herrumbre de su columnavertebral.-Es metlica! Es lgico que emita sonidos as! -argumenta la doctora.-S, pero rechina en cuanto levanto un brazo!-Ya le he prescrito un paraguas. Es difcil de encontrar en las farmacias, ya lo s. Poresta vez, le prestar el mo, pero procure conseguir uno antes de nuestra prxima visita.En casa de la doctora tambin estoy acostumbrado a ver un desfile de jvenes parejasbien vestidas que remontan la colina para adoptar a los hijos que no han logrado tener.

    El asunto se desarrolla como quien visita un piso que piensa comprar. Madeleinepresenta a los nios, haciendo publicidad de sus mritos: un nio que no llora jams,que come equilibradamente, que es muy limpio. . .Espero mi turno, sentado en un sof. Soy el modelo ms pequeo, un nio porttil queincluso podran meter en una caja de zapatos. Cuando los futuros padres adoptivos sefijan en mi, la escena que viene a continuacin es siempre la misma: sonrisas ms omenos forzadas, miradas compasivas y despus uno de los futuros padres pregunta:De dnde viene ese tictac que se oye?.Entonces la doctora me sienta sobre sus rodillas, me desabrocha el vestido y descubremi vendaje. Algunos gritan, otros se reprimen pero hacen una ligera mueca y dicen:-Oh, Dios mio! Qu es esa cosa?

    -Esta cosa, como usted la llama, es un reloj que le permite al corazn de este niolatir con normalidad, le da vida -responde ella con sequedad.Las parejitas no pueden ocultar el disgusto y se dirigen a la habitacin de al lado paramurmurar, pero el veredicto no cambia jams:-No, gracias. Podemos ver otros nios?-S, sganme, tengo dos chiquillas que nacieron la semana de Navidad -propone ella casicon regocijo.

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    Al principio no me daba cuenta de lo que ocurra, era demasiado pequeo, pero amedida que fui creciendo empez a resultarme denigrante mi condicin de ser el niconio que nadie quera adoptar, convirtindome en el perro ms viejo de la perrera. Mepregunto por qu un simple reloj puede repeler de ese modo a la gente. Al fin y al cabo,no es ms que madera!

    Hoy, tras haber sido rechazado en adopcin por ensima vez, Arthur se ha acercado am. Arthur es un paciente habitual de la doctora, un viejo oficial de polica que se haconvertido en un pobre mendigo borracho.Lo tiene todo arrugado, desde la gabardina hasta los prpados. Es bastante grande. Y losera an ms si anduviera derecho. Normalmente no habla conmigo, y a m me gusta elmodo que tenemos de no hablarnos. Hay algo tranquilizador en su modo de cruzar lacocina cojeando, con una media sonrisa mientras gesticula con la mano.Madeleine contina ocupada en la otra habitacin, est hablando con la pareja que buscaadoptar un nio.Entonces es cuando veo que Arthur me observa y se inclina hacia mi. Su columnavertebral chirra como una vieja puerta metlica. Finalmente dice:

    -No te preocupes, pequeo! En la vida todo viene y va, ya se sabe. Uno siempre saleadelante, aunque le cueste su tiempo. Yo perd el empleo pocas semanas antes del dams fro de la historia, y poco despus mi mujer me puso de patitas en la calle. Y pensarque haba aceptado volver a la polica por ella. Yo, que soaba con llegar a ser msico,tuve que desistir a mis aspiraciones artsticas porque no llegbamos a fin de mes. Ysirvi de muy poco.-Y qu sucedi para que la polica te echara?-Vers, resulta que el hbito no hace al monje.Como polica pasaba ms horas delante del teclado de mi harmonio que de la mquinade escribir de la comisara entonaba las declaraciones... Y adems beba un poco dewhisky, el justo y necesario para obtener un hermoso timbre de voz... Pero esa gente noentiende nada de msica, sabes? Al final me pidieron que me marchara. Y vaya, tuve lamala idea de contarle el porqu a mi mujer. El resto ya lo conoces... Entonces gast elpoco dinero que me quedaba bebiendo whisky. Fue lo que me salv la vida, ya lo sabes.Me encanta el modo que tiene de decir ya lo sabes.Adopta un tono muy solemne para contarme que el whisky le ha salvado la vida.-Aquel famoso diecisis de abril de mil ochocientos setenta y cuatro, el fro me quebrla columna vertebral:tan solo el calor del alcohol que ingiero desde esos sombros acontecimientos impidique me congelara del todo. Soy el nico mendigo que se salv, el resto de miscompaeros murieron de fro.

    Se quita el abrigo y me pide que le mire la espalda. Me incomoda un poco, pero no mesiento capaz de negarme.-Para reparar la parte rota, la doctora Madeleine me injert un pedazo de columnavertebral musical a la que ella misma afin los huesos. Si me doy en la espalda con unmartillo puedo tocar msica. Suena muy bien, pero, por otro lado, ando como uncangrejo. Anda, toca algo si quieres -me dice alargndome su pequeo martillo.-No s tocar nada!-Espera, espera, vamos a cantar un poco, ya vers qu bien suena.Y se pone a cantar Oh When the Saints acompandose con su osfono. Su voz

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    reconforta como un clido y esplendoroso fuego de chimenea en una noche de invierno.Mientras se marcha, abre una alforja repleta de huevos de gallina.-Por qu cargas con todos esos huevos?-Porque estn llenos de recuerdos... Mi mujer los cocinaba de maravilla. Me basta coceruno para tener la impresin de que vuelvo a estar con ella.

    -Y los cocinas igual de bien?-No, me salen cosas infames, pero eso me permite reavivar los recuerdos con mayorfacilidad. Coge uno si quieres.-No quiero que te falte ningn recuerdo.-No te preocupes por m, tengo demasiados. T todava no lo sabes, pero algn da tealegrar mucho abrir el zurrn y encontrar un recuerdo de tu infancia.Mientras tanto, lo que s s es que tan pronto como resonaron los acordes menores deOh When the Saints, las brumas de mis preocupaciones se disiparon durante variashoras.

    A partir de mi quinto cumpleaos, la doctora dej de mostrarme a sus clientes. Pocas

    cosas han sucedido desde entonces, pero lo cierto es que vivo lleno de incertidumbre,cada da me hago ms preguntas, y siento que necesito obtener algunas respuestas.Ha crecido en m el deseo de descubrir la ciudad, lo que hay en la parte baja de lacolina, y ese deseo se est convirtiendo en una obsesin. Desde aqu percibo su rugidomisterioso en cuanto me subo al tejado de la casa, a solas con la noche. La luz de la lunaenvuelve las calles del corazn de la ciudad con una aureola azucarada que sueo conmordisquear.Madeleine, consciente de mi curiosidad, no deja de repetirme que muy pronto llegar elda de enfrentarme a la vida en la ciudad y a sus habitantes.-No es bueno que te entusiasmes tanto, cada latido de tu corazn es un pequeo milagro,ya lo sabes. El arreglo es frgil y debes ser cuidadoso. El sistema debera mejorar con tucrecimiento, pero tendrs que ser paciente.-Cuntas vueltas de la aguja de las horas va a llevar?-Unas cuantas... unas cuantas. Quisiera que tu corazn se fortalezca un poco ms antesde soltarlo a la calle.Debo reconocerlo, mi corazn me causa algunas preocupaciones. Es la parte mssensible de m cuerpo.No soporto que nadie lo toque salvo Madeleine. Es ella quien, con la ayuda de unapequea llave, me da cuerda todas las maanas. Si cojo fro, los ataques de tos meprovocan dolor por culpa de los engranajes, que se retuercen como si fueran aatravesarme la piel. Detesto el ruido de vajilla rota que hace todo eso.

    Pero mi mayor preocupacin es el desajuste horario.Cuando llega la noche, ese tictac resuena por todo mi cuerpo y me impide conciliar elsueo, lo que provoca que est muerto de cansancio a media tarde o eufrico en plenanoche. Sin embargo, no soy ni un hmster ni un vampiro, solo un insomne.A modo de revancha, como sucede a menudo con la gente que padecemos algunaenfermedad, tengo derecho a alguna contrapartida agradable. Para calmar m insomnio,Madeleine viene a mi habitacin y me recita nanas encantadas, mientras sujeta una tazade chocolate caliente. A veces se queda en mi habitacin hasta el amanecer mientras meacaricia los engranajes con la punta de sus dedos. Madeleine es muy dulce. Love is

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    dangerous for your tiny heart, repite de forma hipntica. Dirase que recita lasformulas de algn viejo libro de hechizos para que concilie el sueo. Me encantaescuchar como resuena su voz bajo el cielo estrellado. Sin embargo, hay veces en que elsusurro Love is dangerous for your tiny heart me resulta inquietante y me gustaraescuchar otra cosa.

    Lleg el momento: el da en que cumplo diez aos, la doctora Madeleine acepta por finllevarme a la ciudad.Hace mucho tiempo que se lo pido... y, sin embargo, no puedo evitar que me asalte laduda. Estoy nervioso y retraso la partida hasta el ltimo momento, ordeno mis cosas yvoy de una habitacin a otra.Acompao a la doctora hasta el stano, donde me fijo por primera vez en una estanterallena de tarros. Algunos llevan la etiqueta lgrimas 1850-1857, otros estn llenos demanzanas del jardn.-De quin son todas esas lgrimas? -le pregunto.-Son mas. Cuando lloro, recojo mis lgrimas en un frasco y las almaceno en este stano

    para hacer ccteles.-Pero cmo es posible que produzcas tantas?-En mi juventud, un embrin se equivoc de direccin al querer encontrar mi vientre.Encall en una de las trompas, provocando una hemorragia interna. Aquel da meconvert en una mujer estril. Me alegra y me satisface ayudar a dar a luz a otrasmujeres, pero he llorado mucho por ello. De todos modos, estoy mucho mejor desde quellegaste t...Me avergenza haberle hecho la pregunta.-Fue un da triste, un da en que no dejaba de llorar hasta que me di cuenta de que mereconfortaba beberme mis propias lgrimas. Poco despus descubr que saban mejor silas mezclaba con un poco de licor de manzana. Pero no hay que beber nunca cuandouno est en estado normal, en ese caso ya no se logra estar contento sin beber y se formaun crculo vicioso y uno ya no para de llorar para poder beberse las lgrimas.-Te pasas el tiempo curando a la gente, pero ahogas tus heridas en el alcohol de tuspropias lgrimas. Por qu?-No te preocupes por eso, me parece que hoy tenemos que bajar a la ciudad, hay uncumpleaos que festejar, verdad? -dice ella esforzndose en sonrer.

    La historia de las lgrimas de Madeleine me ha afectado mucho, y mientrasdescendemos por la colina estoy tan distrado pensando en ello que apenas soyconsciente de que hoy es el da en que conocer la ciudad. Sin embargo, en cuanto

    Edimburgo aparece ante mi vista, mis sueos y mi excitacin me asaltan de nuevo.Me siento como Cristbal Coln cuando descubri Amrica! El laberinto enrevesadode calles me atrae como un imn. Las casas se apoyan unas sobre otras, apuntando haciael cielo y estrechndolo. Corro por las calles empinadas! Dirase que un simple soplidopodra derribar la ciudad entera como quien derrumba un juego de domin dispuesto enuna larga fila. Corro! Los rboles se han quedado plantados en lo alto de la colina,pero la ciudad est llena de gente que emerge por todas partes! Las mujeres vistenhermosos trajes de colores llamativos, visten sombreros con forma de amapola yvestidos floreados! Hay muchas mujeres asomadas en los balcones y observan el

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    colorido y vvido mercado de la plaza Saint Salisbury.Dejo que la ciudad me engulla, hay un ruido de cascos que repiquetean contra el asfalto,y el murmullo de las voces que se entremezclan me cautiva. De repente se oye sonar lacampaa de la iglesia, emitiendo un sonido que me recuerda al ruido de mi corazn,aunque este es un sonido alto y sin complejos.

    -Es ese mi padre?-No, no, ese no es tu padre. . . Es el canon de las trece horas, solo suena una vez al da -responde Madeleine sin aliento.Atravesamos la plaza y giramos por un pequeo callejn. Se oye una msicamelanclica y algo maliciosa. Esa meloda me emociona, me produce sensacionescontradictorias, como cuando llueve y luce sol al mismo tiempo.-Es un organillo hermoso, verdad? -dice Madeleine-. Este instrumento funciona ms omenos del mismo modo que tu corazn, sin duda por eso te gusta tanto. Es uninstrumento mecnico que transmite muchas emociones desde su interior.En ese momento, llega hasta nosotros el sonido ms encantador que pueda existir y,para mi sorpresa, la cosa no termina ah. Una muchacha minscula con aspecto de

    hermoso rbol en flor se adelanta y se pone a cantar.El sonido de su voz recuerda al canto de un ruiseor y lo complementa con palabras. Heperdido mis gafas, en realidad no me las quise poner, hacen que mi cara parezcaridcula, una cara de gallardete... con gafas.Su larga y ondulada melena enmarca su rostro. Su nariz, perfectamente delineada, es tandiminuta que me pregunto cmo conseguir respirar; en mi opinin, est ah solo deadorno. Baila como un pajarillo en equilibrio sobre tacones de aguja, andamiosfemeninos. Sus ojos son inmensos, uno puede perderse mientras escruta su interior. Yen ellos se lee una determinacin feroz. Alza la cabeza con porte altivo, como unabailaora de flamenco en miniatura. Sus pechos parecen un par de merengues tan biencocidos que sera pecado no comrselos ah mismo.No me importa ver borroso cuando canto y cuando beso, prefiero tener los ojoscerrados.Me invade una sensacin de euforia. La presencia de esta joven muchacha me produceun carrusel de emociones como si fuera montado en un tiovivo. Un tiovivo que me damiedo a la vez que me atrae. El olor a algodn de azcar y polvo me seca la garganta.De repente, me pongo a cantar como si protagonizara un musical. La doctora me miracon aire reprobatorio, como cuando me dice: saca-ahora-mismo-tus-manos-de-mi-cocina.Oh, mi pequeo incendio, permtame mordisquear su ropa, desmenuzarla a buenasdentelladas, escupirlas como un confeti para besarla bajo una lluvia... He odo bien?

    Confetti?La mirada de Madeleine es rotunda.No veo ms que fuego, con solo unos pasos puedo perderme a lo lejos, tan lejos en micalle, que no me atreva ya siquiera a mirar derecho a los ojos del cielo, no veo ms quefuego.-Yo lo guiar hasta el exterior de su cabeza, yo ser su par de gafas y usted mi cerilla.- Tengo que confesarle algo, lo escucho, pero no lograra reconocerle jams aunqueestuviera sentado entre un par de viejecitos.. .-Nos frotaremos el uno contra el otro hasta chamuscamos el esqueleto, y cuando el reloj

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    Transcrito por Los ngeles de Charlie 11

    de mi corazn d las doce en punto, arderemos, sin necesidad de abrir los ojos.-Lo s, soy una mente ardiente, pero cuando la msica se detiene, me cuesta abrir losojos, me enciendo como una cerilla y mis prpados queman con mil fuegos hastaromper mis gafas, sin pensar siquiera en abrir los ojos.En el momento en que nuestras voces se funden en un solo canto, su tacn se atasca

    entre dos adoquines, trastabilla como una peonza al final de su carrera y cae sobre lacalzada congelada. Es una cada cmica pero violenta, y la joven se ha lastimado. Lasangre resbala sobre su vestido de plumas de ave. Recuerda a una gaviota herida.Incluso hecha polvo sobre el adoquinado, la muchacha me resulta conmovedora. Condificultad se pone unas gafas con las varillas torcidas, y tantea el suelo como si fueseuna sonmbula. Su madre la coge de la mano, con ms firmeza de la que usan los padreshabitualmente, digamos que la retiene de la mano.Intento decide algo, pero las palabras permanecen mudas en mi garganta. Me preguntocmo unos ojos tan grandes y maravillosos pueden funcionar mal, hasta el punto de quela muchacha se caiga y tropiece con todo.La doctora Madeleine y la madre de la joven intercambian unas palabras, como si

    fueran las dueas de un par de perros que acabaran de pelearse.Mi corazn sigue acelerado, me cuesta retomar el aliento. Tengo la impresin de que elreloj se hincha y va a salir expulsado por mi garganta. Qu tiene esta muchacha que meprovoca estos sentimientos? Est hecha de chocolate? Pero qu me ocurre?Intento mirada a los ojos pero no puedo dejar de admirar su hermosa boca. Nosospechaba que uno pudiera pasarse tanto tiempo observando una boca.De repente, el cuc de mi corazn empieza a sonar muy fuerte, mucho ms fuerte quecuando sufro una crisis. Siento que mis engranajes giran a toda velocidad, como si meahogara. El carilln me revienta los tmpanos, me tapo los odos pero el tictac resuenaen el interior, hacindose insoportable. Las agujas me rebanarn el cuello. La doctoraMadeleine intenta calmarme con gestos discretos, como si intentara atrapar a un pobrecanario asustado en su jaula. Tengo un calor asfixiante.Me hubiera gustado parecer un guila real o una gaviota majestuosa, pero en lugar deeso, aparezco como un pobre canario perturbado y confundido por sus propiossobresaltos. Espero que la pequea cantante no me haya visto. Mi tictac resuena seco,mis ojos se abren, y mi nariz se alza al cielo. La doctora Madeleine me sujeta por elcuello de mi camisa, despus me agarra del brazo y mis talones se despegan ligeramentedel suelo.-Volvemos a casa de inmediato! Asustas a todo el mundo! A todo el mundo!Parece furiosa e inquieta a la vez. Me siento avergonzado. Al mismo tiempo rememorolas imgenes de la joven muchacha que canta sin gafas y mira el sol de frente. Y

    entonces ocurre: me enamoro. En el interior de mi reloj es el da ms caluroso de lahistoria.

    Despus de un cuarto de hora de ajustes a mi corazn y una buena sopa de fideos,recupero mi estado normal.La doctora Madeleine tiene un gesto cansado, como cuando despus de horas y horascantando no consigue que me duerma, aunque est vez tiene un aire ms concienzudo.-Recuerda que tu corazn no es ms que una prtesis, es infinitamente ms frgil que uncorazn normal, y me temo que siempre va a ser as. Los mecanismos de tu reloj no

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    filtran las emociones como lo haran los tejidos de un corazn normal. Es absolutamentenecesario que seas prudente. Lo que ha ocurrido en la ciudad cuando has visto a esapequea cantora confirma lo que me tema: el amor es demasiado peligroso para ti.-Me encanta contemplar su boca.-No digas eso!

    -Su rostro es hermoso, con esa sonrisa resplandeciente que provoca que uno quieracontemplada mucho rato.-No te das cuenta, te lo tomas como si no tuviera importancia. Pero lo que haces es

    jugar con fuego, un juego peligroso, sobre todo si se tiene un corazn de madera. Teduelen los engranajes cuando toses, verdad?-S.-Pues bien, ese es un sufrimiento insignificante si lo comparas con el que puede originarel amor. Todo el placer y la alegra que el amor provoca puedes pagados un da conmuchos sufrimientos. Y cuanto ms intensamente ames, ms intenso ser el dolorfuturo. Conocers la angustia de los celos, de la incomprensin, la sensacin de rechazoy de injusticia. Sentirs el fro hasta en tus huesos, y tu sangre formar cubitos de hielo

    que notars correr bajo tu piel. La mecnica de tu corazn explotar. Yo misma teinstal este reloj, conozco perfectamente los lmites de su funcionamiento. Comomucho, es posible que resista la intensidad del placer, pero no es lo bastante slido paraaguantar los pesares del amor.Madeleine sonre tristemente, con el rictus que siempre la acompaa, pero en estaocasin no hay ni rastro de clera.

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    El misterio que envuelve a la joven cantante me mantiene agitado, inquieto. Conservo yrepaso una coleccin de imgenes mentales: sus largas pestaas, sus ojos, sus hoyuelos,su nariz perfecta y la ondulacin de sus labios. Conservo y mimo su recuerdo como uno

    cuidara una flor delicada. Y con estos recuerdos se llenan mis das.Solo pienso en una cosa: reencontrarla. Disfrutar de nuevo de aquella sensacinextraordinaria y hacerlo lo antes posible. Me arriesgo a sacar cu-cs por la nariz?Tendrn que repararme a menudo el corazn? Y qu? Este viejo trasto me lo reparandesde que nac. Corro peligro de muerte? Tal vez, pero siento que mi vida peligra si novuelvo a verla y, a mi edad, eso me parece an ms grave.Ahora comprendo mejor por qu la doctora pona tanto empeo en retrasar mi encuentrocon el mundo exterior. Antes de conocer el sabor de las fresas con azcar, uno no laspide todos los das.

    Algunas noches la pequea cantante me visita en mis sueos. En la de hoy, mide doscentmetros, entra por el agujero de la cerradura de mi corazn y se sienta a horcajadassobre la aguja de mis horas. Me mira con los ojos de una cierva elegante. Hasta dormidome impresiona. Luego empieza a lamerme suavemente la aguja de los minutos. Mesiento agitado, de repente un mecanismo se pone en marcha, no estoy seguro de que setrate tan solo de mi corazn. . . CLIC, CLOC, DONG! CLIC, CLOC, DING! Malditocu-c.Love is dangerous for your tiny heart even in your dreams, so please dream softly, mesusurra Madeleine. Ahora duermeComo si fuera fcil con semejante corazn!

    A la maana siguiente me despierta el ruido molesto de unos martillazos. De pie sobreuna silla, Madeleine clava un clavo encima de mi cama. Parece muy decidida, y sujetaun pedazo de pizarra entre los dientes. El ruido me resulta espantosamente

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    desagradable, como si el clavo se hundiera directamente en mi crneo. Luego cuelga lapizarra, sobre la que se encuentra este siniestro escrito:

    Primero, no toques las agujas de tu corazn. Segundo, domina tu clera. Tercero y masimportante, no te enamores jams de los jamases. Si no cumples estas normas las agujas

    del reloj de tu corazn traspasar tu piel, tus huesos se fracturarn y la mecnica delcorazn se estropear de nuevo.

    El mensaje de la pizarra me aterroriza, aunque no tengo necesidad de leerlo pues ya melo s de memoria. Sopla un viento de amenaza entre mis engranajes.Por frgil que sea mi reloj, la pequea cantante te ha instalado cmodamente en l. Hadejado sus pesadas maletas cargadas de yunques en cada rincn; sin embargo, jams mehaba sentido tan ligero como desde que la conoc.

    Debo hallar un medio de reencontrarla cueste lo que cueste, quiero saber cmo se llama,

    cundo podr verla de nuevo Y lo nico que s hasta ahora es que canta como lospjaros y su vista no es muy buena. Nada ms.Aprovecho cualquier ocasin para informarme. Pregunto a las parejas de jvenes quevienen a casa para adoptar a un beb, pero nadie parece saber nada. tambin pruebosuerte con Arthur, que me dice: S, la o cantar en la ciudad, pero hace bastante tiempoque no la he visto. Quiz las muchachas estn mas dispuestas a ayudarme.Anna y Luna son dos prostitutas que nos han visitado en ms de una ocasin con susvientres hinchados. Cuando les pregunto por la joven, me responden: No, no, nosabemos nada, no sabemos nada no sabemos nada, eh, Anne? No sabemos nada denada. . . Nosotras. . .?, y entonces presiento que voy por el buen camino.Anne y Luna tienen aspecto de nias viejas. Imagino que, al fin y al cabo, eso es lo queson, un par de nias de treinta aos disfrazadas con ajustados trajes de piel falsa deleopardo. Desprenden un inconfundible aroma de hierbas provenzales, un perfume decigarro natural que las acompaa incluso cuando no fuman. Esos cigarrillos lesproporcionan una aureola brumosa y da la sensacin que les cosquilleen el cerebro, puessiempre les provocan risas. Su juego favorito consiste en ensearme palabras nuevas.Jams me revelan su significado, pero ponen todo su empeo en que las pronuncieperfectamente. Entre todas las palabras maravillosas que me ensean, mi preferidasiempre ser cunnilingus. Me lo imagino como un hroe de la Roma antigua,Cunnilingus. Hay que repetirlo varias veces, Cu-ni-lin-gus, Cunnilingus, Cunnilingus.Qu maravillosa palabra!

    Anna y Luna no se presentan nunca con las manos vacas, siempre traen un ramo deflores robado en el cementerio o la levita de algn cliente muerto durante el coito. Parami cumpleaos me regalaron un hmster. Le puse Cunnilingus. Cunnilingus, amormo!, canturrea siempre Luna mientras repiquetea en los barrotes de su jaula con lasuas pintadas.Anna es una gran rosa marchita con mirada de arco iris, cuya pupila izquierda, uncuarzo instalado por Madeleine para remplazarle un ojo que le destroz un mal pagador,cambia de color segn el tiempo. Habla muy deprisa, como si el silencio la asustara.Cuando le pregunto acerca de la pequea cantante, me dice: Jams he odo hablar de

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    ella!. Al pronunciar esta frase, su elocucin es an ms rpida que de costumbre.Presiento que la consumen las ganas de revelarme algn secreto. Aprovecho parahacerle unas cuantas preguntas generales sobre el amor, en voz baja, pues no quiero queMadeleine sepa nada de este asunto.-Vers, trabajo en el amor desde hace mucho tiempo. No es que haya recibido mucho,

    pero el simple hecho de darlo generalmente me hace feliz. No soy una buenaprofesional. En cuanto un cliente te vuelve regular, me enamoro y entonces ya no aceptosu dinero. Entonces sigue un perodo en el que viene todos los das a verme, a menudocon regalos. Pero al final termina desapareciendo. Ya s que no debera enojarme, perono puedo evitarlo. Siempre se produce un momento pattico pero agradable en el quepienso que mis sueos pueden hacerse realidad. En ese momento creo en lo imposible.-Lo imposible?-No es fcil vivir con un corazn de meln cuando se tiene mi trabajo, entiendes?-Creo que s lo entiendo.Y luego est Luna, rubia tornasolada, versin prehistrica de Dalila, con sus gestoslentos y su risa rota, funmbula sobre tacones afiladsimos. Su pierna derecha se

    congel parcialmente el da mas fro de la historia. Madeleine se la remplaz por unaprtesis caoba con un portaligas pirograbado. Me recuerda un poco a la pequeacantante, pues tiene el mismo acento de ruiseor y la misma espontaneidad..T no conocers a una pequea cantante que anda dando tumbos por todas partes?-lepreguntoElla pone cara de no entender y cambia de tema. Imagino que Madeleine le ha hechoprometer que no revelara nada sobre la pequea cantante.Un buen da, harta de ignorar mis incesantes preguntas, me responde:-No s nada de la pequea andaluza. . .-Qu significa andaluza?-No he dicho nada, no he dicho nada, mejor pregntaselo a Anna.-Anna no sabe nada.Para llamar su atencin, para conmoverla, pruebo con el truco del chico triste,cabizbajo, de ojos entornados.-Por lo que veo, has aprendido rpido algunos rudimentos de la seduccin -dice Anna.-No se lo dirs a nadie, verdad?-No, claro que no!Empieza a susurrar, sus palabras son apenas audibles:-Tu pequea cantante viene de Granada, Andaluca, un lugar que est muy lejos de aqu.Hace mucho tiempo que no la escucho cantar en la ciudad. Tal vez haya vuelto aGranada, a casa de sus abuelos. . .

    -A menos que est en la escuela-aade Anne en un tono estridente.-Gracias!-Chist. . . Cllate! -aade Luna en espaol, pues siempre habla en su lengua natalcuando se pone nerviosa.Mi sangre hierve, me desborda una oleada de pura alegra. Mi sueo se hincha comouna tarta en el horno; creo que ya est listo para sacarlo fuera. Maana mismo bajar lacolina que lleva hasta la ciudad y buscar esa escuela.Pero antes tengo que convencer a Madeleine.-A la escuela? Pero te vas a aburrir! Tendrs que leer libros que no te gustarn; aqu,

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    en cambio, eliges lo que quieres. . . Te obligarn a quedarte sentado largas horas sinmoverte, y te prohibirn hablar, hacer ruido. Hasta para soar tendrs que esperar alrecreo. Te conozco, lo odiars.-S, puede ser, pero tengo curiosidad por saber que se aprende en la escuela.-Estudiar?

    -S, eso es. Quiero estudiar. Aqu, solo, no puedo.En ese momento se produce una concurrencia de malas intenciones ocultas: la doctoraMadeleine intenta retenerme y yo engaarla. Me provoca risa y clera al mismo tiempo.-Creo que lo mejor es que empieces a repasar lo que tienes escrito en tu pizarra, meparece que lo olvidas un poco deprisa. Y, sinceramente, temo que pueda sucederte algomalo en la ciudad.-Pero todos los nios van a la escuela. Cuando t ests trabajando. Me siento muy soloaqu, en lo alto de la colina. Me gustara estar con gente de mi edad y poder descubrir elmundo, vivir aventuras. . .-Descubrir el mundo en la escuela. . . -dice Madeleine suspirando-. De acuerdo. Siquieres ir a la escuela, no te lo voy a impedir -termina diciendo, con una expresin

    triste.Hago lo posible para contener mi alegra. No sera conveniente que me pusiera a bailarcon los brazos en alto.

    Por fin llega el da esperado. Visto un traje negro con el que tengo aspecto de adulto,aunque solo tengo once aos. Madeleine me ha aconsejado que no me quite nunca lachaqueta, ni siquiera en la clase, para que nadie descubra mi reloj.Antes de partir, he puesto en mi cartera unos cuantos pares de gafas, todos ellossustrados del taller de Madeleine. Ocupan ms espacio que los cuadernos. He instaladoa Cunnilingus en el bolsillo izquierdo de mi camisa, justo por encina del reloj. De vezen cuando asoma la cabeza con expresin de hmster satisfecho.-Procura que no muerda a nadie! -bromea a Anna y Luna mientras bajamos la colina.Arthur tambin me acompaa; baja cojeando y en silencio.La escuela se encuentra en Calton Hill, un barrio muy burgus, y justo enfrente de lahermosa catedral de Saint Giles, construida sobre una vieja iglesia del siglo IX; frente aella se encuentra la prisin de Edimburgo. La catedral de Saint Giles tiene a sus pies unmosaico de adoquines con forma de corazn sobre el que escupan los reclusos que ibana prisin. Cuentan que la costumbre de escupir al mosaico es un sigo de buena suerte.

    A la entrada del colegio veo a muchas seoras con abrigos de piel. Uno dira que todaslas mujeres van disfrazadas de enormes gallinas que cacarean muy fuerte. Incluso antetanto estruendo, las risas de Anna y Luna llaman la atencin y arrancan muecasreprobatorias de viejas mujeres, que observan con mirada de desprecio el paso cansinode Arthur y la giba que hincha mi pulmn izquierdo. Sus maridos, trajeados de pies acabeza, son tipos estirados; parecen perchas andantes. En cuanto nos ven, ponen cara deindignados, parece que nuestra pequea y extraa tribu no resulta de su agrado; sinembargo, no pierden ocasin de echar un vistazo a los generosos escotes que lucen

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    Anna y Luna.Me despido de mi familia con cierto temor y atravieso el inmenso portal que da paso ala escuela hasta llegar a un amplio patio que, a pesar de su extensin, resulta bastanteacogedor.Cruzo el patio mientras mis ojos escrutan los rostros de los alumnos; muchos de ellos

    parecen versiones de sus padres en miniatura. Se oye un murmullo de voces, losalumnos conversan alegremente hasta que de repente todos pueden oir alto y claro el tic-tac de mi corazn. Entonces todos me observan como si tuviera una enfermedadcontagiosa. De repente, una muchacha morena se planta frente a m, me mira a los ojosy comienza a hacer tic, tac, tic, tac, mientras se re. El patio entero repite a coro el tic-tac. Es una burla sonora que me produce el mismo efecto que cuando las familias vienena elegir a sus hijos a casa y me ignoran con recelo. Incluso dira que esto es peor.Intento ignorar la burla y me concentro en encontrar a la pequea cantante. Observocada rostro femenino, pero ninguno es el de la joven Y si Luna se hubiera equivocado?Entramos en clase. Madeleine tena razn. Me aburro como jams me haba aburrido enmi vida. Me parece un horror estar aqu sin la pequea cantante. . . y pensar que estoy

    inscrito para todo el curso escolar. Cmo voy a decir a Madeleine que ya no quieroestudiar en el colegio?

    Durante el recreo, comienzo mi investigacin preguntando si alguien conoce a lapequea cantante llamada Andaluca, una joven presumiblemente miope que tropiezaconstantemente. Nadie parece conocerla, ni haber odo hablar de ella. As que nadie meresponde.-No est en esta escuela?No hay respuesta.Le habr ocurrido algo grave? Habr sufrido un accidente debido a su vista limitada?

    En ese momento un tipo de aspecto extrao destaca entre la fila. Es mayor que losdems y es tan alto que da la impresin de que su cabeza sobrepasa los muros del patio.Ante su presencia, los alumnos bajan la mirada intimidados. El tipo detiene sus ojos enm. Tiene una mirada dura de color azabache que me hiela. Es delgado como un rbolmuerto, elegante como un espantapjaros vestido por un buen sastre, y su peinadoparece hecho de alas de cuervo.-T! El nuevo! Qu quieres de la pequea cantante?

    Su voz grave evoca el eco de una profunda tumba.-Bueno, vers. . . Un da la vi cantar y tropezarse. Me gustara regalarle unas gafas. Mivoz es dbil y trmula. Parezco un anciano de ciento treinta aos.-Nadie puede osar hablar de Miss Acacia en mi presencia, ni de ella ni de sus gafas!Nadie, me oyes?, y mucho menos un enano como t! No menciones jams sunombre! Me has entendido, enano?No le respondo. Se alza un murmullo: Joe. . . Cada segundo se hace ms pesado. Derepente, me acerca la oreja al pecho y me pregunta:-Cmo haces ese extrao ruido de tic-tac?

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    Tampoco le respondo.Se acerca despacio, curvando su largo armazn hasta apoyar la oreja sobre mi corazn.Mi reloj palpita. Me parece que el tiempo se detiene. Su naciente barba me pica comoun alambre de espino sobre el pecho. Cunnilingus asoma el morro y olfatea la coronillade Joe. Si se pone a orinar, la situacin va a complicarse.

    Sbitamente, Joe me arranca el botn de mi abrigo y descubre as las agujas quesobresalen por encima de mi camisa. La multitud de curioso emite un sonoro Oooh. ... Me avergenzo ms que si acabara de bajarme los pantalones. Escucha mi corazndurante un buen rato, luego se endereza lentamente.-Es tu corazn lo que hace tanto ruido?-S.-Ests enamorado de ella, verdad?Su voz profunda y sentenciosa me provoca escalofros que recorren cada uno de mishuesos.Mi cerebro quiere decir No, no. . ., pero mi corazn, como siempre, tiene una relacinms directa con mis labios.

    -S, creo que estoy enamorado de ella.Los alumnos arrancan con un nuevo murmullo: Oooh. . .. Un reflejo de melancolailumina la clera en los ojos de Joe, lo cual lo vuelve an ms espantoso. Con una solamirada, consigue el silencio de todo el recreo. Hasta el viento parece obedecerle.-La pequea cantante, como t la llamas, es el amor de mi vida. . . Y ya no est aqu.No vuelvas a hablarme nunca de ella! Que no te oiga siquiera pensar en ella, o teaplastar el reloj que te sirve de corazn contra tu crneo. Te lo har pedazos, meoyes? Te lo har pedazos de tal modo que ya no volvers a ser capaz de amar!Su clera produce un temblor en sus largos dedos, incluso cuando aprieta los puos.Hace apenas unas horas, tena a mi corazn por un navo capaz de romper las aguas deun ocano enfurecido. Ya saba que no era precisamente el ms slido del mundo, perocrea en el poder de mi entusiasmo. Arda en una alegra tan inmensa ante la idea dereencontrar a la pequea cantante que nada me habra podido detener. En apenas cincominutos, Joe ha vuelto a ajustar mi reloj a la hora de la realidad, transformando mivibrante galen en una vieja barquichuela destartalada.-Te lo destrozar de tal modo que JAMS sers capaz de amar! -repite l.-Cu-c! -responde mi cscara de nuez.El sonido de mi propia voz se acorta, como si hubiese recibido un puetazo en elestmago.

    Me dispongo a remontar la colina y me pregunto cmo un jilguero con gafas tanencantador ha podido caer entre las garras de un buitre como Joe. Me consuelo con laidea de que tal vez mi pequea cantante fuera a la escuela sin gafas. Dnde estarahora?De repente, una dama de unos cuarenta aos interrumpe mis inquietas ensoaciones.Coge firmemente a Joe de la mano, a menos que no sea al revs, vista la talla del buitre.Ella se le parece, es idntica, en versin marchita y con un culo de elefante.-eres t el que vive en casa de la bruja de ah arriba? Sabrs que ayuda a nacer a los

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    nios del vientre de las putas! T mismo debes de haber salido del vientre de algunaputa, porque la vieja, lo sabe todo el mundo, es estril desde hace mucho tiempo.Cuando los adultos se aplican, superan siempre un nuevo umbral de crueldad.A pesar de mi silencio obstinado, Joe y su madre siguen insultndome durante un buentramo del trayecto. Llego a la cima de la colina con dificultad. Porquera de reloj llena

    de sueos! Con gusto te arrojara al crter de Arthurs Seat.

    Esa misma noche Madeleine se esfuerza en cantarme para que me duerma y metranquilice, pero la cosa no funciona. Cuando me decido a hablarle a Joe, ella me replicaque tal vez me haya tratado as para poder existir a ojos de los dems, que quiz no seadel todo malo. Sin duda, l tambin est prendado de la pequea cantante. Las penasamorosas pueden transformar a la gente en monstruos de tristeza. Su indulgencia haciaJoe me exasperaba. Me besa en la esfera y ralentiza mi ritmo cardaco apoyando elndice sobre los engranajes. Termino por cerrar los ojos sin sonrer.

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    Pasa un ao en el que Joe se mantiene pegado a m como si estuviera imantado por misagujas, asestndome golpes en el reloj delante de todo el mundo. A veces me dan ganasde arrancarle la melena color de cuervo, pero soporto sus humillaciones sin rechistar,

    con una lasitud que va en aumento. Mi investigacin sobre la pequea cantante sigue sindar frutos. Nadie se atreve a responder a mis preguntas. En la escuela, es Joe el quedicta la ley.Hoy, en el recreo, sac el huevo de Arturo de la manga de mi jersey. Intento reencontrara Acacia pensando en ella con todas mis fuerzas. Me olvido de Joe, olvido incluso queestoy en esta porquera de escuela. Mientras acaricio el huevo, un hermoso sueo sedesliza sobre la pantalla de mis parpados. La cascara del huevo se agrieta y aparece lapequea cantante, con el cuerpo cubierto de plumas rojas. La sostengo entre el pulgar yel ndice, tengo miedo de aplastarla y, al mismo tiempo, de que se vaya volando. Untierno incendio se declara entre mis dedos; sus ojos se abren cuando de repente micrneo hace crac!

    La yema del huevo resbala sobre mis mejillas, como si mi sueo se escapara por loscanales lacrimales. Joe domina la escena, con pedazos de cscara entre sus dedos. Todoel mundo re. Algunos incluso aplauden.-La prxima vez ser tu corazn lo que te aplastar en la cabeza.En clase, a todos les divierten los pedazos de cscaras que hay enredados entre miscabellos. Ciertas pulsiones de venganza comienzan a reconcomerme. Las hadas de missueos se desvanecen. Me paso casi tanto tiempo detestando a Joe como amando a MissAcacia.Las humillaciones de Joe prosiguen da tras da. Me he convertido en el juguete con elque se calma los nervios a la vez que parece aplacarle la melancola por no ver a lacantante. Por mucho que rego regularmente las flores de mis recuerdos de la pequea

    cantante, comienzan a estar faltas de sol!Madeleine hace todo lo que puede por consolarme pero sigue sin quiere ni or hablar dehistorias de corazn. A Arthur ya casi no le quedan recuerdos en su zurrn y cada vezcanta con menos frecuencia.La noche de mi cumpleaos, Anna y Luna vienen a darme la misma sorpresa de todoslos aos. Como de costumbre, se divierten perfumando a Cunnilingus, pero, en estocasin, Luna aumenta demasiado la dosis y el pobre animal se acartona en un espasmoy cae muerto. La visin de mi compaero tendido en su jaula me llena de tristeza. Un

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    largo cu-c se escapa de mi pecho.A modo de consolacin, consigo que Luna me imparta una clase de geografa sobreAndaluca. Ah, Andaluca Si tuviera la seguridad de que Miss Acacia se encuentraall, partira ahora mismo!Cuatro aos han transcurrido desde mi encuentro con la pequea cantante, y casi tras

    desde el comienzo de mi escolaridad. Mi bsqueda contina siendo infructuosa, aunqueno ceso en el empeo. Mis recuerdos se borran poco a poco bajo el peso del tiempo.La vspera del ltimo da de escuela, me acuesto con un regusto amargo. Esa noche, noconciliar el sueo. Pienso con demasiada intensidad lo que quiero hacer al dasiguiente: he decidido emprender la bsqueda de la pequea cantante y para eso metemo que la nica persona que puede ayudarme a saber donde se encuentra es Joe.Contemplo la aurora recortando las sombras al son de mi tic-tac.Hoy es 27 de junio. Desde el patio de la escuela observo lo azulado que est el cielo; esde un azul tan intenso que uno creera estar en cualquier parte salvo en Edimburgo. Sinembargo, el buen tiempo no parece ayudarme: no he dormido en toda la noche y tengolos nervios de punta.

    Voy derecho hacia Joe, con actitud decidida. Pero antes de que pueda dirigirle lapalabra, me agarra por el cuello de la camisa y me levanta. Mi corazn rechina, miclera se desborda y el cu-c se dispara. Joe arenga a la multitud de alumnos que nosrodea.-Qutate la camisa y mustranos lo que tienes en el vientre. Queremos ver el trasto quehace tic-tac.-S!!!-responde la multitud.Me arranca la camisa y estampa sus uas en mi esfera.-Cmo se abre este cacharro?-inquiere.-Hace falta una llave.-Dmela, dame la llave!-No la tengo, est en mi casa. Ahora sultame!Hurga en la cerradura con la ua de su dedo meique, que se encarniza. La esferatermina por ceder.-Ya ves que no haca falta llave! Quin quiere acercarse a tocar el interior?Uno tras otro, alumnos que jams me han dirigido la palabra se suceden para mover lasaguas o accionar mis engranajes sin mirarme. Me hacen mucho dao!El cu-c se dispara y ya no se detiene. Aplauden, ren. Todo el patio repite a coro. Cu-c, cu-c, cu-c!En ese preciso instante algo extrao sucede dentro de mi cabeza. Los sueosanestesiados desde hace aos, la rabia contenida, las humillaciones, todo eso se

    amontona tras la puerta; el dique est a punto de ceder. Ya no puedo aguantar ms.-Dnde est Miss Acacia?-No he odo muy bien lo que has dicho-responde Joe retorcindome el brazo.-Dnde est? Dime dnde est. Ya sea aqu o en Andaluca, la encontrar,comprendes?Joe me tira al suelo y me inmoviliza boca abajo. Mi cu-c se desgaita, una sensacinde ardor se aferra a mi esfago, algo en m se transforma. Violentos espasmos sacudenmi cuerpo cada tres segundos. Joe se da la vuelta triunfante.-Y bien, cmo es eso? Te marchas a Andaluca?-dice Joe apretando los dientes.

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    Transcrito por Los ngeles de Charlie 22

    -S, me marcho! Me marcho hoy mismo.Tengo los ojos fuera de las orbitas. Me siento como una maquina podadora capaz detrocear no importa qu ni a quin.Imitando a un perro que olisqueara una mierda, Joe acerca su nariz a mi reloj. Todo elpatio estalla en una risa. Es demasiado! Lo agarro por la nuca y estampo su rostro

    contra mis agujas. Su crneo resuena violentamente contra la madera de mi corazn.Los aplausos se interrumpen en seco. Le asesto un segundo golpe, ms violento, luegoun tercero. De repente, el tiempo parece detenerse. Me gustara tener la fotografa de esepreciso momento. Los primeros gritos de los presentes desgarran el silencio, al tiempoque los primeros chorros de sangre salpican la ropa bien planchada de los lameculos dela primera fila. En cuanto la aguja de las horas penetra la pupila de su ojo derecho, surbita se convierte en una fuente sangrienta. Todo el terror de Joe se concentra en su ojoizquierdo, que contempla los regueros de su propia sangre. Suelto a mi presa; Joe gritacomo un caniche al que le hubieran roto una pata. La sangre se escapa entre sus dedos.No experimento la menor compasin. Se instala un silencio cada vez ms largo.Mi reloj arde, apenas puedo tocarlo, Joe ya no se mueve. Tal vez est muerto. Empiezo

    a asustarme. Collares de gotas de sangre brillan en el cielo. Alrededor, los alumnosestn petrificados. Quiz he matado a Joe. Jams habra credo que iba a temer por lavida de Joe.Emprendo a la fuga, atravesando el patio con la sensacin de que el mundo entero mepisa los talones. Asciendo por el pilar derecho del patio para alcanzar el techo de laescuela. La conciencia de mi acto me hiela la sangre. Mi corazn emite los mismosruidos que cuando recib el rayo rosa de la pequea cantante. Desde el techo, percibo lacima de la colina que destripa la bruma. Oh, Madeleine, te vas a enfurecerUn enjambre de aves migratorias me sobrevuela y se instala encima de m; parecendispuestas sobre una estantera de nubes. Quisiera colgarme de sus alas, arrancarme dela tierra; habiendo volado por encima de todo las preocupaciones mecnicas de micorazn desapareceran! Oh, pjaros, dejadme en brazos de la andaluza, yo encontrarmi camino!Pero los pjaros estn demasiado altos para m, como el chocolate en el estante, lasbotellas de alcohol de lgrimas en la bodega, o como mi seo de la pequea cantantedesde el momento en que apareci Joe. Si lo he matado, todo va a ser terriblementecomplicado. Mi reloj me duele cada vez ms. Madeleine, vas a tener trabajo.Debo intentar retroceder en el tiempo. Tomo la aguja de las horas, an tibia de sangre, yde un golpe seco, la lanzo en sentido inverso.Mis engranajes rechinan, el dolor es insoportable. Escucho gritos, vienen del patio. Joese cubre el ojo derecho. Estoy casi seguro de or sus gritos de caniche lastimado.

    Un profesor interfiere entre nosotros, oigo cmo los chicos me denuncian, todos los ojosescrutan el patio como radares. Presa del pnico, ruedo por el techo y salto al primerrbol que alcanzo. Me rasguo los brazos con las ramas y me estrello contra el suelo. Laadrenalina me da energa para continuar; nunca haba subido tan rpido la colina.

    -Qu tal te ha ido la escuela? Todo bien?-pregunta Madeleine mientras ordena lascompras en el armario de la cocina.-S y no-le respondo, temblando.Levanta sus ojos y me mira, ve mi aguja de las horas torcida, y me observa fijamente

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    con su mirada reprobatoria.-Has vuelto a ver a la pequea cantante verdad? La ltima vez que viniste con elcorazn en un estado tan penoso fue cuando la oste cantar.Madeleine me habla como si hubiera vuelto con los zapatos de domingo destrozados detanto jugar a ftbol.

    Mientras se dispone a enderezar mi aguja con la ayuda de una ganza, comienzo acontarle la pelea. Con tan solo recordar el episodio, mi corazn renueva sus latidos.-Has hecho una tontera!-Acaso puedo remontar el curso del tiempo cambiando el sentido del movimiento demis agujas?-No, forzars los engranajes y te doler horrores. Pero no tendr ningn efecto. Nopodemos volver jams sobre nuestros actos pasados, ni siquiera con un reloj en elcorazn.Esperaba recibir una terrible reprimenda por haberle destrozado el ojo a Joe, peroMadeleine, por mucho que se esfuerza en parecer enfadada, no lo consigue. Su voztiembla pero es ms de inquietud que de clera. Como si le pareciera menos grave

    destrozarle el ojo a un abusn que enamorarse.Oh When the Saints El sonido de la cancin irrumpe en la sala. Parece que Arthurnos hace una visita; sin embargo no es propio de l llegar a esas horas, tan tarde.-Hay un montn de policas que suben por la colina y dira que vienen muy resueltos-dice resoplando.-Tengo que escapar, vienen a buscarme por lo del ojo de Joe.Me asaltan una variedad de emociones y se forma un nudo en mi garganta. Pero a la vezla dulce perspectiva de reencontrar a la pequea cantante se mezcla con el miedo detener que escuchar cmo suena mi corazn contra los barrotes de una celda. Pero elconjunto se ahoga en una oleada de melancola. Se acabaron Arthur, Anna, Luna, ysobre todo se acab Madeleine.Me curar con unas cuantas miradas de tristeza a lo largo de mi vida; sin embargo, laque me dedica Madeleine en este momento seguir siendo-junto con otra-una de las mstristes que jams conocer.-Arthur, corre en busca de Anna y Luna, y procura encontrar otro carruaje. Jack tieneque abandonar la ciudad lo antes posible. Yo me quedo aqu a recibir a la polica.Arthur se sumerge en la noche. Con su paso renqueante avanza tan veloz como puedepara llegar en un santiamn al pie de la colina.

    -Voy a prepararte algunas cosas. Tienes que esfumarte en menos de diez minutos.-Qu les dirs?

    -Que no has vuelto. Y dentro de unos cuantos das, dir que has desaparecido. Cuandohaya pasado un tiempo, te declararn muerto, y Arthur me ayudar a cavar tu tumba alpie de tu rbol favorito, junto a la de Cunnilingus.-A quin vais a poner en el atad?-Nada de atades, solo un epitafio gravado en el rbol. La polica no lo comprobar. Esla ventaja de que me consideren una bruja, a nadie se le ocurrira fisgonear en mistumbas.Madeleine me prepara un hatillo repleto de tarros de sus lgrimas y algo de ropa. No squ hacer para ayudarla. Podra pronunciar alguna frase importante, o ayudarla a doblar

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    mi ropa interior, pero me quedo plantado como un clavo en el suelo.Esconde el duplicado de las llaves de mi corazn en el bolsillo de mi abrigo par quepueda darme cuerda en cualquier circunstancia. Luego embute unas cuantas crepsenrolladas en un papel marrn, mete ms y ms cosas en la maleta y esconde unospocos libros en los bolsillos de mi pantaln.

    -No voy a cargar con todo eso!Intento hacerme mayor, pero lo cierto es que todo su cuidado, todas su atenciones ymimos me conmueven en lo ms hondo. A modo de respuesta, me ofrece su famosasonrisa llena de falsos contactos. En todas las situaciones, de las ms divertidas a lasms trgicas, Madeleine siempre prepara algo de comer.Me siento sobre la maleta para cerrarla como es debido.-En cuanto te instales en un lugar fijo, no te olvides de contactar con un relojero.-Quieres decir un doctor!-No, no, eso s que no! Nunca visites a un doctor por un problema de corazn. Noentendera nada. Tendrs que encontrar un relojero para arreglarlo.Tengo ganas de confesarle todo el amor y el reconocimiento que siento por ella,

    multitud de palabras vacilan en mi boca, pero se niegan a franquear el dintel de mislabios. Me quedan los brazos, as que intento transmitirle el mensaje estrechndolacontra m con todas mis fuerzas.-Cuidado, si nos abrazamos demasiado fuerte, te hars dao en el reloj!-dice ella, consu voz a un tiempo dulce y rota-. Ahora tienes que irte, no quisiera que te encontraranaqu.El abrazo se deshace, Madeleine abre la puerta y antes de salir a la calle ya siento unfro glido.Mientras desciendo por la clina me bebo un tarro entero de lgrimas, corro como jamslo he hecho en mi vida por este camino que conozco tan bien. Cuando termino de beberse aligera el peso de mi bolsa, pero no el de mi corazn. Devoro los creps para queabsorba un poco de lquido. Mi vientre se dilata hasta darme aspecto de mujerembarazada.Por la otra vertiente del antiguo volcn, veo pasar a los policas. Joe y su madre estncon ellos. Tiemblo de miedo y euforia.Un carruaje nos espera al pie de Arthurs Seat. Entre las luces de las farolas parece unpedazo ms de noche.Anna, Luna y Arthur se instalan rpidamente en su interior. El cochero, que luce bigotehasta las cejas, anima a los caballos con su voz de cascotes. Con la mejilla pegada alcristal, contemplo a Edimburgo desapareciendo entre la bruma.Los Lochs se extienden de colina a colina, midiendo cada vez con mayor precisin la

    lejana haca la que me dirijo. Arthur ronca como una locomotora a vapor, Anna y Lunamecen su cabeza. Dirase que son gemelas. El tic-tac de mi reloj resuena en medio delsilencio de la noche. Tomo conciencia de que todo este pequeo mundo que me ha vistocrecer continuar sin m.Al amanecer, la meloda desencajada de Oh When the Saints me despierta. Jamsla escuch cantada tan despacio. El carruaje se detiene.-Hemos llegado!-exclama AnnaLuna deposita sobre mis rodillas una vieja jaula para pjaros.-Es una paloma mensajera que un cliente romntico me regal hace unos aos. Es un

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    pjaro muy bien entrenado. Puedes escribir cartas y ponernos al corriente de tu vida.Enrolla las cartas alrededor de su pata izquierda, y ella nos har llegar el mensaje. Nospodremos comunicar, te encontrar ests donde ests, incluso en Andaluca, el pas enque las mujeres te miran directamente a los ojos! Buena suerte, pequeito-aade enespaol mientras me abraza con fuerza.

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    Jack:

    Esta carta es muy pesada, tanto que me pregunto si la paloma lograr alzar el vuelo

    con tales noticias.Esta maana, cuando Luna, Anna y yo llegbamos a lo alto de la colina, la puerta de la

    casa estaba entreabierta, pero ya no haba nadie. El taller estaba patas arriba, como si

    acabara de pasar un huracn. Haban revuelto todas las cajas de Madeleine, hasta el

    gato haba desaparecido.

    Fuimos inmediatamente en busca de Madeleine. Y al fin la encontramos en la prisin de

    Saint Calford. En el poco rato que nos autorizaron a verla, cont que la polica la

    haba arrestado apenas unos minutos despus de nuestra partida, y aadi que no

    haba que preocuparse, que aquella no era la primera vez que la arrestaban y que todo

    se arreglara.

    Me gustara poder escribir que ya la han soltado, me gustara contarte que cocina con

    una mano, que con la otra arregla a algn infeliz, aunque te eche de menos, que seporta bien. Pero ayer por la noche Madeleine se march. Parti en un viaje que ella

    misma decidi emprender pero del que jams podr regresar. Dej su cuerpo en la

    crcel y su corazn se liber. Soy consciente de que esta noticia te sumir en un gran

    estado de tristeza, pero no olvides nunca que t le has dado la alegra de ser una

    verdadera madre. Ese era el mayor sueo de su vida.

    Ahora esperamos que la paloma nos traiga noticias tuyas. Espero que la paloma pueda

    alcanzarte pronto. La idea de que creas an que Madeleine vive nos resulta cruel.

    Procurar no releer esta carta, si no me arriesgo a no reunir jams el valor para

    mandrtela.

    Anna, Luna y yo te deseamos el coraje necesario para superar esta nueva adversidad.

    Con todo nuestro amor,

    Arthur

    P.D.: Y no lo olvides nunca, Oh When the Saints!

    Cuando tengo mucho miedo, noto que la mecnica de mi corazn patina hasta tal puntoque parezco una locomotora de vapor en el momento en que sus ruedas chirran en una

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    curva. Viajo sobre los rales de mi propio miedo. De qu tengo miedo? De ti, en fin, demi sin ti. El vapor, pnico mecnico de mi corazn, se filtra por debajo de los rales. Oh,Madeleine, que calentito me tenas. Nuestro ltimo encuentro an est tibio, sinembargo tengo tanto fro como si jams te hubiera encontrado ese da, el da mas frodel mundo.

    El tren resopla con un estrpito punzante. Quisiera retroceder en el tiempo paraentregarte el viejo trasto de mi corazn y dejarlo en tus brazos. Los ritmos sincopadosdel tren me provocan algunos sobresaltos que aprender a dominar, pero ahora mismoparece como si tuviera mariposas revoloteando en el corazn. Oh, Madeleine. An nohe dejado atrs las sobras de Londres y ya me he bebido todas tus lgrimas! Oh,Madeleine, te prometo que en la siguiente parada ir a ver a un relojero. Ya lo vers,regresar a tu lado en buen estado, lo bastante ajustado para que puedas ejercer denuevo tus talentos de reparadora en m.

    Cuanto ms tiempo paso en este tren ms me asusta su potencia; es una mquina con

    gran fuerza, con un corazn tan desatado como el mo. Debe de estar terriblementeenamorado de la locomotora que lo hace avanzar. A menos que, como yo, sufra lamelancola de lo que va dejando atrs.Me siento solo en mi vagn. Las lgrimas de Madeleine han fabricado un torniquetebajo mi crneo. Es necesario que vomite o que hable con alguien. Diviso a un tipoenorme apoyado contra la ventana, escribiendo algo. De lejos, su silueta evoca la deArthur, pero cuanto ms me aproximo, ms desaparece esa sensacin. Salvo por lassombras que proyecta, no hay nadie a su alrededor. Ebrio de soledad, me lanzo sin ms:-Qu est escribiendo, seor?El hombre se sobresalta y esconde el rostro detrs de su brazo izquierdo.-Le he asustado?-Me has sorprendido.Sigue escribiendo, aplicndose como si pintara en una tela. Bajo mi crneo, eltorniquete acelera su ritmo.-Qu quieres, pequeo?-Quiero ir a Andaluca para conquistar a una muchacha, pero lo cierto es que no s nadadel amor, de cmo proceder. Las mujeres a las que he conocido jams quisieronensearme nada sobre este asunto y me siento solo en este tren. . . Podra usted darmealgn consejo?-Has cado en muy mal lugar, muchacho! No soy muy ducho en cuestiones amorosas,precisamente. . . No con los vivos, en cualquier caso. . . No, con los vivos la cosa nunca

    ha funcionado.Empiezo a sentir escalofros. Leo por encima de su hombro, lo cual parece irritarle.-Es tinta roja. . .-Es sangre! Y ahora vete, muchacho, vete!Copia una y otra vez la misma frase, metdicamente, sobre pedazos de papel: Vuestrohumilde servidor, Jack el Destripador.-Tenemos el mismo nombre. Ser un buen presagio?Se encoge de hombros; parece ofendido por no haberme impresionado ms. El silbidode la locomotora se desgaita a lo lejos, la niebla atraviesa las ventanas. El fro me tiene

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    paralizado..Vete, pequeo!Golpea violentamente el suelo con su tacn izquierdo, como si pretendiera asustar a ungato. No soy ningn gato, pero de todos modos el truco funciona: estoy muerto demiedo. El estrpito que hace su bota rivaliza con el del tren. El hombre se vuelve hacia

    m y observo que los rasgos de su rostro son afilados como cuchillas..Vete ahora mismo!El furor de su mirada me recuerda a Joe, le basta mirarme para provocarme temblor depiernas. Se acerca salmodiando:-Vamos, brumas! Haced estallar vuestros trenes hechizados, yo puedo fabricarlos,fantasmas, mujeres sublimes, rubias o morenas, recortables en la bruma. . .Su voz se transforma en un estertor.-Puedo destriparlas sin que se asusten. . . Y firmar vuestro humilde servidor, Jack elDestripador! No tengas miedo, hijo mo, muy pronto aprenders a asustar para existir!No tengas miedo, hijo mo, muy pronto aprenders a asustar para existir. . .Mi corazn se acelera y mi cuerpo se tambalea, y esta vez no es a causa del amor. Corro

    desesperado por los pasillos del tren. No hay nadie. Jack me persigue, rompiendo loscristales de todas las ventanas con un machete. Un cortejo de aves negras se cuela en eltren y envuelve a mi perseguidor. Parece que l avanza mas deprisa caminando que yocorriendo. Entro en un nuevo vagn, pero no hay nadie. El eco de sus pasos aumenta,las aves se multiplican, salen de su abrigo, de sus ojos, se arrojan sobre mi. Salto porencima de los asientos para ganar distancia. Me doy la vuelta, los ojos de Jack iluminantodo el tren, las aves me alcanzan, la sombra de Jack el Destripador, la puerta de lalocomotora en el punto de mira. Jack me va a destripar! Oh, Madeleine! Ya noescucho el ruido de mi reloj, que me escuece hasta alcanzar el vientre. Su manoizquierda me agarra por el hombro. Me va a aniquilar, me va a aniquilar y no habrtenido tiempo ni de enamorarme!El tren est frenando, creo que entra en una estacin.-No tengas miedo, hijo mo, muy pronto aprenders a asustar para existir!- repite unaltima vez Jack el Destripador mientras esconde su arma.Tiemblo de miedo. Desciende entonces por el estribo del tren y se evapora entre lamultitud de pasajeros que esperan en el andn.

    Sentado en un banco de la estacin Victoria, recupero el aliento. El tic-tac de micorazn aminora lentamente, la madera del reloj todava quema. Me digo queenamorarse no debe de ser tan terrible como encontrarse solo en un tren fantasma conJack el Destripador. Pens que morira en ese instante, a manos de un personaje

    siniestro. Cmo es posible que una pequea muchacha pueda desajustarme el reloj conmas intensidad que un asesino? Con qu? Con sus ojos, su mirada turbadora? ELtemible perfil de sus senos? Imposible. Todo eso no puede ser ms peligroso que lo queacabo de vivir.Un gorrin se posa sobre la aguja de mis minutos. Me sobresalto. Me ha asustado, elmuy tonto! Sus plumas acarician dulcemente mi esfera. Esperar a que alce el vuelo yme apresurar a abandonar Gran Bretaa.

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    El barco que me conduce a travs del canal de la mancha es mucho ms agradable queel siniestro tren de Londres. A excepcin de un puado de viejas seoras con aspecto deflor marchita, no hay nadie que resulte espeluznante. De todos modos, las brumas demelancola que me acosan tardan en disiparse. Le doy cuerda a mi corazn con ayuda dela llave, y ese es el momento que yo mismo me siento dando vueltas. Dndoselas a los

    recuerdos, al menos. Es la primera vez en mi vida que me encuentro tan inclinado arecordar. Dej mi casa ayer, pero tengo la sensacin de haber partido hace muchotiempo.En Pars, desayuno a orillas del Sena, en un restaurante impregnado de ese olor a sopasde legumbres que por algn motivo siempre he detestado comer pero adoro oler. En elrestaurante hay varias camareras de aspecto rollizo que me sonren como se les sonre alos bebs. Viejecitos encantadores discuten a media voz. Escucho el ruido de cazuelas ytenedores. La atmsfera acogedora me recuerda a la vieja casa de la doctora Madeleine.Me pregunto qu har all en lo alto de la colina, lo que me decide a escribirle.

    Querida Madeleine:

    Estoy en Pars y por ahora todo va bien. Espero que Joe y la polica te dejen tranquila.

    No te olvides de llevar flores a mi tumba mientras esperas mi regreso!

    Te echo de menos, y a la casa tambin.

    Cuido mucho mi reloj. Tal y como me pediste, intentar encontrar un relojero para

    recuperarme de tantas emociones. Dales un beso a Arthur, Luna y Anna de mi parte.

    Little Jack

    Escribo poco a propsito, para que la paloma pueda volar ligera. Me gustara tenernoticias suyas muy pronto. Enrollo mis palabras alrededor de la pata del ave y la arrojoal cielo de Pars. Echa a volar a travs. No hay duda, Luna ha querido hacerle un cortede plumas original para la estacin amorosa. Tambin le ha rasurado los costados de lacabeza, con lo que parece un cepillo de bao con alas. Me pregunto si no debera haberusado el servicio de correo convencional.

    Antes de ir ms lejos, debo encontrar un buen relojero. Desde que abandon aMadeleine, mi corazn rechina con mas fuerza que nunca. Me gustara que estuvieradebidamente ajustado para mi reencuentro con la pequea cantante. Se lo debo aMadeleine. Llamo a la puerta de un joyero del bulevar Saint Germain. Un ancianoprendido con cuatro alfileres se acerca y me pregunta el motivo de mi visita.-Arreglar mi reloj. . .-Lo lleva encima?-S!

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    Me desabrocho el abrigo y despus la camisa.-Yo no soy mdico -me responde tajante.-Le importara echarle una mirada para verificar que los engranajes estn en su lugar?-Te he dicho que no soy mdico, no soy mdico!En su voz se aprecia bastante desdn, pero por mi parte procuro mantener la calma.

    Observa mi reloj como si le estuviera enseando algo sucio.-Ya s que no es usted mdico! Se trata sencillamente de u n reloj clsico que hay queajustar de vez en cuando para que funcione bien. . .-Los relojes son instrumentos destinados a medir el tiempo, nada ms. Aprtate de ah,t y tu trasto diablico. Vete o llamar a la polica!Otra vez me invade ese sentimiento de impotencia, el mismo que me asaltaba en laescuela o cuando los matrimonios jvenes en busca de una adopcin me rechazaban.Por mucho que conozca esa sensacin de injusticia, jams lograr acostumbrarme a ella.Al contrario, cuanto mayor me hago, ms dolorosa me resulta. No es ms que unmaldito reloj de madera, solo unos engranajes que permiten latir a mi corazn!Un viejo pndulo metlico con mil orfebreras pretenciosas cuelga de la puerta de

    entrada a la tienda. Se parece a su propietario, igual que ciertos perros se parecen a sudueo. Justo antes de cruzar la puerta, le propino un seor puntapi, a lo futbolistaprofesional. El pndulo vacila, su peso golpea violentamente contra sus paredes. Encuanto salgo al bulevar Saint Germain, un estrpito de cristales estalla a mis espaldas.Es increble lo que ese ruido consigue relajarme.

    El segundo relojero, un hombre gordo y calvo, de unos cincuenta aos, se muestra mscomprensivo.-Deberas ir a ver al seor Mlis. Es un ilusionista muy inventivo; estoy seguro de quel estar ms preparado que yo para solucionar tu problema, pequeo.-Necesito un relojero, no un mago!-Ciertos relojeros son un poco magos, y este mago es un poco relojero, como Robert-Houdin,* a quien, por cierto, acaba de comprarle un teatro-dice maliciosamente- Ve averle de mi parte y estoy convencido de que te ajustar a la perfeccin!

    *Jean-Eugne Robert-Houdin (1805-1871) relojero, ilusionista, inventor, entre otrosinstrumentos, el cuentakilmetros, as como de varios aparatos oftalmolgicos. Houdinmont un teatro donde fabricaba relojes equipados con pjaros cantores y otras proezasmecnicas. Su influencia sobre el trabajo de George Mlis (primer realizadorcinematogrfico, padre de los efectos especiales) fue considerable, y el clebre magoHoudini eligi su apodo en homenaje a este precursor. (N. del A.)

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    No comprendo por qu este simptico seor no me cura l mismo, pero su modo deaceptar mi problema resulta reconfortante. Y adems me entusiasma la idea de conocera un mago que adems es mago-relojero. Se parecer a Madeleine, puede incluso quesea de la misma familia.

    Cruzo el Sena. La elegancia de la catedral gigante me produce tortcolis; los vestidos,melenas y traseros, tambin. Esta ciudad es una tarta de adoquines de varios pisos conun sagrado corazn encima. Por fin llego al bulevar de los Italianos, donde se encuentrael famoso teatro. Un hombre joven y bigotudo de viva mirada me abre la puerta.-Vive aqu el mago?-Cul? -me responde, como en un juego de adivinanzas.-Uno llamado Georges Mlis.-Soy yo mismo!Se mueve como un autmata, a sacudidas, pero resulta gracioso. Habla deprisa; susmanos, signos de exclamacin vivientes, puntan sus palabras. Cuando le relato mi

    historia, me escucha con mucha atencin, pero lo que ms le interesa es el final:-Aunque este reloj me sirva de corazn, el trabajo de mantenimiento que le solicito nosobrepasar de sus funciones de relojero.El relojero-prestidigitador abre la esfera, me ausculta con un aparato que le permite vermas fcilmente los elementos minsculos, lo cual parece enternecerle, como si suinfancia desfilara por debajo de sus prpados. Acciona el sistema y pone en marcha elcuclillo, luego declara su admiracin por el trabajo de Madeleine.-Cmo te las has arreglado para torcer la aguja de las horas?-Creo que est relacionado con que me enamor. A veces me invade la furia, pues no snada del amor. En ocasiones intento acelerar o ralentizar el tiempo. Est muy daado?Re con una risa de nio con bigote.-No, todo funciona la mar de bien. Qu quieres saber exactamente?-Bueno, la doctora Madeleine dice que este corazn postizo no es compatible con elestado amoroso. Est convencida de que no resistira semejante choque emocional.-Ah, s? Vaya. . .Frunce los ojos y e acaricia el mentn.-Puede que ella piense eso. . . Pero t no ests obligado a tener la misma opinin,verdad?-No tengo la misma opinin, es verdad. Pero cuando vi a la pequea cantante porprimera vez, sent como si se declarara un terremoto bajo mi reloj. Los engranajesrechinaban, mi tic-tac se aceleraba. Me sofocaba, se me liaban los pies, todo se

    desajust.-Y te gust?-Me encant. . .-Ah! Y entonces?-Entonces tuve miedo de que Madeleine estuviera en lo cierto.Georges Mlis sacude la cabeza mientras se alisa el bigote. Busca las palabras como uncirujano elegira los instrumentos.-Si tienes miedo de hacerte dao, aumentas las probabilidades de que eso mismosuceda. Fjate en los funambulitas, crees que piensan en que tal vez caern cuando

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    caminan cuidadosamente por la cuerda? No, ellos aceptan ese riesgo y disfrutan delplacer que les proporciona desafiar el peligro. Si te pasas la vida procurando noromperte nada, te aburrirs terriblemente. . .No conozco nada ms divertido que laimprudencia! Mrate! Digo imprudencia y se te encienden los ojos! Ja, ja! Cuando alos catorce aos decides cruzar Europa para ir en busca de una muchacha es que se tiene

    una seria tendencia a ser imprudente, verdad?-S, s. . . Pero no conocer usted algn truco para reforzar un poco mi corazn?-Oh, claro. . . Escchame bien, ests listo? Escchame muy atentamente: el nicotruco, como dices, que te permitir seducir a la mujer de tus sueos, es justamente tucorazn. No este en forma de reloj que te aadieron cuando naciste. Te hablo delverdadero, el de debajo, hecho de carne y de sangre, el que vibra. Es con ese con el quetienes que trabajar. Olvdate de tus problemas de mecnica, as les quitars importancia.S imprudente y, sobre todo, entrgate sin reservas!Mlis es muy expresivo; sus ojos, boca, todo su rostro se ilumina cuando habla. Subigote parece articulado por una sonrisa, un poco como el de los gatos.-Pero debes saber que no siempre funciona. No puedo garantizarte nada. Debo ser

    honesto y decirte que yo mismo acabo de fracasar con la mujer que crea que sera lamujer de mi vida. En cualquier caso, es evidente que no existe ningn truco quefuncione siempre y en todas las condiciones.Ese prestidigitador, que algunos tratan de genio, acaba de darme un curso de brujeraamorosa para terminar confesando al fin que su ultima pocin le ha estallado en losmorros. Debo admitir, sin embargo, que me hace bien, me inspira confianza cuandomanipula mis engranajes y me gusta lo que me cuenta. Es un hombre tranquilo, quesabe escuchar. Uno siente que entiende a los seres humanos. Quiz haya logrado captarlos mecanismos psicolgicos del hombre. En pocas horas, nos hacemos muy amigos.-Bueno, a estas alturas podra escribir un libro sobre tu vida, siento que la conozcocomo si fuera la ma propia -me dice.-Escrbalo. Si un da tengo hijos, lo podrn leer. Pero si usted quiere saber cmo sigue,tendr que venir conmigo a Andaluca!-No querrs a un prestidigitador deprimido como compaero en tu peregrinajeamoroso?-S, me encantara.-Ya sabes que soy capaz de fracasar hasta los milagros!-Estoy seguro de que no.-Djame la noche para que lo piense, quieres?-De acuerdo.

    En cuanto los primeros rayos del sol comienzan a filtrarse a travs de las cortinas deltaller de Georges Mlis, escucho un grito:-Andaluca! Anda! Andaluca! Anda! AndaaaAAAh!Un loco en pijama -dirase que es un personaje salido directamente de una pera- hacesu aparicin.-De acuerdo, pequeo seor. Me hace falta viajar, en sentido propio y figurado; no voya dejarme aplastar eternamente por la melancola. Un enorme banquete al aire fresco,he aqu lo que vamos a procurarnos! Si es que an me quieres como compaero.

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    -Pues claro! Cundo nos vamos?-En cuanto desayunemos! -responde mostrndome su fardo de viaje.Nos instalamos en una mesa coja a engullir un chocolate caliente y unas tostadasrebanadas con confitura un poco reblandecidas. Definitivamente, este desayuno no estan bueno como el que tomamos en casa con Madeleine, pero es divertido desayunar en

    un ambiente como este.-Sabes? Cuando estaba enamorado, no paraba de inventar cosas. Una montaa enterade artificios, ilusiones y trucos, para divertir a mi novia. Creo que al final se hart demis historias fantsticas -dice, con el bigote a media asta-. Incluso pens en crear unviaje a la luna solo para ella, pero lo que debera haberle regalado es un viaje real por latierra. Pedir su mano, regalarle un anillo, buscar una casa ms habitable que mi viejotaller, no lo s. . . -dice, suspirando-. Un da, cort unas plantas de esa estantera, luegoles fij unas ruedecillas recicladas de una camilla, para que furamos los dos a patinarbajo el claro de la luna, pero ella no quiso subirse. Y tuve que arreglar de nuevo laestantera. El amor no es fcil todos los das, el amor. . .pequeo -repite, pensativo-.Pero t y yo s que vamos a subirnos a esas planchas! Recorreremos media Europa en

    nuestras planchas con ruedas!-Pero imagino que tambin iremos en tren. . . Porque, a decir verdad, ando pocoajustado de tiempo.-Asustado de tiempo?-Tambin.

    Creerase que mi reloj es un imn de corazones rotos. Madeleine, Arthur, Anna, Luna,incluso Joe, y ahora Mlis. Tengo la impresin de que sus corazones mereceran, anms que el mo, los cuidados de un buen relojero.

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    Proa haca el Sur! Henos ah, en marcha por las carreteras de Francia, peregrinos sobrepatines en busca del sueo imposible. Menuda pareja formamos: un adulto desgarbadocon bigotes de gato y un pelirrojo con el corazn de madera. Somos Don Quijotes al

    asalto de los paisajes del western andaluz. Luna me ha descrito el sur de Espaa comoun lugar imprevisible en el que los sueos conviven con las pesadillas, de la mismamanera que conviven indios y vaqueros en el Oeste americano. Vivir para ver.

    Por el camino charlamos mucho. Mlis, en cierto sentido, se ha convertido en midoctor Love, la anttesis de Madeleine, pero tambin es cierto que en el fondo sonparecidos en muchas cosas. Por mi parte, intento animarle en su (re) conquista amorosa.-Quiz ella an te quiere Un viaje a la luna, aunque sea en un cohete de cartn,todava podra gustarle, no?-Bah, no lo creo. Le parezco ridculo con todas mis chapuzas; estoy seguro de que

    terminar enamorndose de un cientfico o de un militar, visto cmo ha terminado todo.Incluso sumergido en la melancola, mi relojero prestidigitador conserva una fuerzacmica muy poderosa. Su bigote torcido, que el viento agita sin cesar, contribuya a esaimagen.

    Jams me he redo tanto como en esta fabulosa cabalgata. Viajamos clandestinamenteen trenes de mercancas, dormimos poco y comemos cualquier cosa. Yo, que vivo conun reloj en el corazn, ya no miro la hora. La lluvia nos ha sorprendido tantas veces queme pregunto si no habremos encogido. Pero nada puede detenernos. Y nos sentimosms vivos que nunca.En Auxerre, nos vemos obligados a dormir en el cementerio. A la maana siguiente,

    desayuno sobre lpida a modo de mesita baja. Esto es vida.En Lyon, atravesamos el puente de la Guillotire montados en nuestras planchasrodantes, agarrados a la parte trasera de un carruaje. Los viandantes nos aplauden comosi furamos los primeros corredores del Tour de Francia.En Valence, despus de una noche de vagabundeo, una anciana seora que nos toma porsus nietos nos endilga el mejor pollo con patatas fritas del mundo. Tambin nos ofreceun agradable bao de jabn que nos deja como nuevos y un vaso de limonada sinburbujas. Que grandsima vida.

  • 7/26/2019 87 La Mecanica Del Corazon

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    Transcrito por Los ngeles de Charlie 35

    Limpitos y relucientes, partimos al asalto de las pertas del Gran Sur. Orange y su policaferroviaria, poco dispuesta a dejarnos dormir en un vagn del ganado, Perpin y susprimeros perfumes de Espaa. Kilmetro a kilmetro, mi sueo se ensancha en todassus posibilidades. Miss Acacia, ya llego!Al lado de mi Capitn Mlis, me siento invencible. Atravesamos la frontera espaola,

    arqueado