universalismo vs. nacionalismo - sobre modernidad

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  • UNIVERSALISMO vs. NACIONALISMOEN LA DIALCTICA CULTURAL MEXICANA

    Jos Juan Tablada, un ciudadano del mundo

    SILVIA NOVELO Y URDANIVIA

    Jos Juan Tablada, un ciudadano del mundo

    SILVIA NOVELO Y URDANIVIA

    UNIVERSALISMO vs. NACIONALISMOEN LA DIALCTICA CULTURAL MEXICANAJos Juan Tablada, un ciudadano del mundo

    SILVIA NOVELO Y URDANIVIA

    UNIVERSALISMO vs. NACIONALISMOEN LA DIALCTICA CULTURAL MEXICANAJos Juan Tablada, un ciudadano del mundo

    SILVIA NOVELO Y URDANIVIAUNIVERSALISMO vs. NACIONALISMO

    EN LA DIALCTICA CULTURAL MEXICANAJos Juan Tablada, un ciudadano del mundo

    SILVIA NOVELO Y URDANIVIA

    UNIVERSALISMO vs. NACIONALISMOEN LA DIALCTICA CULTURAL MEXICANAJos Juan Tablada, un ciudadano del mundo

    SILVIA NOVELO Y URDANIVIA

    UNIVERSALISMO vs. NACIONALISMOEN LA DIALCTICA CULTURAL MEXICANAJos Juan Tablada, un ciudadano del mundo

    SILVIA NOVELO Y URDANIVIA

    UNIVERSALISMO vs. NACIONALISMOEN LA DIALCTICA CULTURAL MEXICANAJos Juan Tablada, un ciudadano del mundo

    SILVIA NOVELO Y URDANIVIA

  • UNIVERSALISMO VS. NACIONALISMOEN LA DIALCTICA CULTURAL MEXICANA

    Jos Juan Tablada, un ciudadano del mundo

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  • UNIVERSALISMO VS. NACIONALISMOEN LA DIALCTICA CULTURAL MEXICANA

    Jos Juan Tablada, un ciudadano del mundo

    SILVIA NOVELO Y URDANIVIA

    UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA

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  • Primera edicin, 2011

    D.R. UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA Centro Universitario de Ciencias Econmico Administrativas Perifrico norte 799 45100, Zapopan, Jalisco, Mxico http://www.cucea.udg.mx

    ISBN: 978-607-450-455-2

    Impreso y hecho en MxicoPrinted and made in Mexico

    Este libro fue sometido a un proceso de dictaminacin a doble ciego de acuerdo con las normas establecidas por el Comit Editorial del centro Universitario de Ciencias Econmico Administrativas de la Universidad de Guadalajara.

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  • A Mariana, obviamente;sol de amor y entendimiento.

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  • ndice

    INTRODUCCIN 9

    1. MODERNIZACIN E IDEOLOGA MODERNISTA. PROLEGMENOS 13EN CAMINO AL MODERNISMO 30

    LA SOCIEDAD MODERNA EN AMRICA LATINA 52

    CONCLUSIONES CAPITULARES 60

    2. CONSTRUCCIN IDEOLGICA EN AMRICA LATINA 63EL MODERNISMO COMO SOLUCIN 69

    LA CRNICA MODERNISTA 97

    CONCLUSIONES CAPITULARES 105

    3. EL MODERNISMO EN LA MODERNIZACIN DE TABLADA 107POR QU LA CRNICA PERIODSTICA 110

    POR QU TABLADA 116

    MXICO DE DA Y DE NOCHE 119

    DUALIDAD O INTERDEPENDENCIA? 135

    CONCLUSIONES CAPITULARES 162

    4. TABLADA Y LAS CONTRADICCIONES DE LA MEXICANIDAD 165EL HOMBRE, EL ESCRITOR, EL DIPLOMTICO 171

    EL SER MEXICANO 204

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  • LOS ENIGMAS DE LA MEXICANIDAD 208

    CONCLUSIONES CAPITULARES 209

    5. EL CONCEPTO DE UTOPA EN LA REALIDAD LATINOAMERICANA 211LA UTOPA DE AMRICA LATINA 212

    LA UTOPA MEXICANA 237

    CONCLUSIONES CAPITULARES 266

    CONCLUSIONES FINALES 269

    HEMEROBIBLIOGRAFA 277

    ANEXOSANEXO I

    EL PROGRAMA POLTICO DE LA DICTADURA 293

    ANEXO II

    CRNICAS DE TRES AOS 294

    ANEXO III

    BIBLIOGRAFA DE LAS OBRAS DE Y SOBRE JOS JUAN TABLADA 311

    ANEXO IV

    LOS INTELECTUALES DEL PORFIRIATO 324

    ANEXO V

    LA INDIGNACIN INTELECTUAL COMO EXCUSA 328

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  • Si es cierto que la memoria es un recurso para la forja de la identidad, idea que transmite Carlos Fuentes a lo largo de El espejo enterrado,2 parecera que tal ejercicio hubiese sido olvidado en algn momento del proceso histrico cul-tural de Mxico, olvido del que proviene el rechazo a su identidad sincrtica, el aparente desconocimiento de que la identidad de su pueblo ha sido forjada por la fusin de dos culturas: la indgena y la espaola.

    Durante los ltimos aos, de los ms de quince dedicados al estudio de los trabajos de Tablada, y a medida que he continuado con la lectura y refl exin acerca de este autor y de lo que sobre l y su obra ha sido escrito, se ha desperta-do en m una inquietud provocada principalmente por la ausencia de un anlisis profundo de los contenidos y de lo no dicho pero en ellos implcito; conforme han aparecido, he venido descubriendo que los muchos trabajos acerca de las distintas etapas que Jos Juan Tablada vivi con sus correspondientes pro-ducciones, no han tocado facetas relevantes que de muchas maneras tienen que ver con el ser mexicano.

    Entre 1936 y 1939 Jos Juan Tablada escribi su ltima serie de crnicas, titulada Mxico de da y de noche, y en ellas se refl eja un Mxico incorporado al proceso de modernizacin que desde fi nales del siglo XIX se gestaba a nivel mundial. Proceso que gener reacciones de carcter social, cultural, poltico y econmico palpables en distintas obras literarias, artsticas y polticas de la

    INTRODUCCIN

    Cuando el pasado deja de iluminar el futuro,

    el espritu avanza a oscuras.

    TOCQUEVILLE1

    1 Citado en Gilles Lipovetsky y Jean Serroy, La cultura-mundo. Respuesta a una sociedad desorientada, Anagrama, Barcelona, 2010, p. 23.

    2 El espejo enterrado. Imgenes de Amrica Latina, Cap. La mirada, la palabra, Mxico, FCE, 1992.

    [9]

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  • UNIVERSALISMO VS. NACIONALISMO EN LA DIALCTICA CULTURAL MEXICANA10

    poca. Como muchos otros escritores latinoamericanos de su tiempo, Tablada acab haciendo lo nuevo con lo viejo, y ha legado en estos textos una serie de conceptos en los que puede leerse la crisis identitaria mexicana, revelada en la inquietud por hacer corresponder la realidad social de su pas con la realidad internacional, con sus periodizaciones histricas y las discordancias que su encuentro originaba.

    Las aproximaciones al tema de la modernizacin latinoamericana por especialistas nacionales y extranjeros han sido muchas y muy diversas. No obstante, no se ha intentado todava pensar esa modernizacin a travs de la obra periodstica de un autor que, por aadidura, no refl eja la realidad, insta-lando con esa negacin un impedimento al desarrollo de la fi losofa mexicana.

    As pues, el instrumento para entender y discutir la particular moder-nizacin latinoamericana es aqu la obra de Jos Juan Tablada, a partir del presupuesto de que en ella la modernizacin se expresa en la crisis identitaria mexicana, comprendiendo siempre los textos en tanto expresiones de un clima cultural, como manifestaciones de la produccin literaria latinoamericana y no de una vida individual. A la luz del ideal universalista de la modernidad, de lo que se trataba era de deshacerse de particularismos para hacerse de un enfoque con valor universal.

    Para evidenciar esta crisis, se recorre aqu la citada produccin periods-tica reinterpretando el enlace entre el trnsito a la modernizacin de fi nales del siglo XIX a principios del XX y el modernismo latinoamericano en ella manifi estos. Con el propsito de delimitar la respuesta que este hecho produjo en Amrica Latina y particularmente en Mxico, se emprende el anlisis de contenido cualitativo y cuantitativo de la informacin textual, con sustento en el desarrollo relativo a la consecuente carencia de una fi losofa.

    Se argumenta aqu que las crnicas de Tablada, por un lado, dejan ver esa contradiccin entre ser mexicano y al mismo tiempo no serlo y, por el otro, resumen una relacin dialctica entre lo representado: la realidad mexicana, y su representacin: la realidad vista por el autor, que sin embargo muestra la transformacin del pas durante su proyecto modernizante. A travs de sus imgenes, Tablada describe dos caras de una misma sociedad: la de la moder-nizacin, como civilizacin mundial, y la del modernismo, como la aspiracin modernizante latinoamericana. Caras que se presentan como tensiones entre

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  • INTRODUCCIN 11

    mundos aparentemente contradictorios: el indgena y el novohispano; el espiri-tual y el material; la fe y la razn; lo viejo y lo nuevo; la cultura y la civilizacin; el ayer y el hoy; lo real y lo utpico; la tradicin y la ruptura. En este sentido, tambin es posible decir que la crnica se convierte en la contraparte necesaria de su intimidad potica, de la que requiere para poder defi nirse. Ms que espa-cios opuestos y separados, como ha sido visto por algunos otros estudiosos de la obra de Tablada,3 en estas tensiones lo que subsiste son interdependencias; su relacin es simbitica.

    Dentro de la prolfi ca obra de Tablada, las crnicas periodsticas, escri-tas en su totalidad entre 1928 y 1944, ocupan un sitio de importancia porque permiten reconstruir la multiplicidad de una produccin que perge todos los gneros literarios y abarc distintos momentos del desarrollo cultural del mundo, de Latinoamrica y de Mxico.

    La columna Mxico de da y de noche en especial, que suma doscientas sesenta y dos entregas publicadas en el peridico Exclsior entre agosto de 1936 y diciembre de 1939, reviste una particular trascendencia no por haber sido los ltimos escritos seriales de Tablada ni los ltimos aparecidos bajo un mismo ttulo como unidad periodstica; estos textos en su representacin de Mxico son contradictorias y diferentes respuestas de un mismo sujeto-urbano-moderno frente a la experiencia de la inminente modernizacin; sujeto cuya palabra literaria tuvo que integrarse a la estructura social imperante en su pas a travs de la ciudad, el ethos.

    El inters general de esta investigacin es hacer una aportacin terica a la discusin sobre la utopa de Mxico, a la que se llega tras la revisin de la utopa latinoamericana. Demostrar que las condiciones primarias e imprescin-dibles en la formacin de una sociedad moderna, entre fi nales del siglo XIX y las primeras dcadas del XX, no se resumen en la mera ruptura con el pasado y la constitucin de una lite esencialmente capitalista, como algunos tericos del modernismo han propuesto.

    A lo largo de estas pginas se evidencia la difi cultad que implica la ca-racterologa de un pas como Mxico, cuyo desarrollo histrico y formacin

    3 Vanse, de Ma. Eugenia Romn Curto: La idea del hombre en la obra literaria de Jos Juan Tablada, p. 90, y de Pilar Mandujano Jacobo: Mxico de da y de noche: Crnicas mexicanas de Jos Juan Tablada, UNAM, Mxico, passim.

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    de pensamiento han sido por dems sui generis; de ah la coexistencia, hoy todava, de muchos Mxicos. El trabajo de Jos Juan Tablada ofrece un pano-rama de varias maneras parcial de los Mxicos que a l le toc vivir, y en esa representacin se escudrian aqu las diferencias con lo representado para, a partir de ella, emprender la interpretacin del germen de esta dicotoma.

    El hecho de que hasta ahora la obra de Jos Juan Tablada haya sido tratada slo en la superfi cie y de manera parcial, muy probablemente derive del vaco al que sus ideas y/o fi liacin poltica lo redujeron; sus encuentros con la poltica fueron ciertamente desafortunados. Sin embargo, en lo tocante a la postura ideolgica del autor, importe slo saber que la que trasluca no era del todo suya, sino consecuente con la lite socio-cultural de la que l formaba parte.

    No obstante no haber sido sometida an a un anlisis crtico, cada vez es mayor el nmero de estudios dedicados a su vastsima produccin y a las ex-periencias de vida de Tablada, pero en ninguno de estos casos ha sido abordada todava como herramienta para pensar la modernizacin.

    Descubrir y explicar lo moderno en las crnicas periodsticas de Tablada as como el estatus que Mxico tena para el autor dentro de la modernidad, y viceversa, son dos de las premisas que se establecen en esta bsqueda con la fi nalidad de lograr un acercamiento a la relacin entre la modernizacin del siglo XIX y la utopa del Mxico del siglo XX y los primeros aos del XXI.

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  • [13]

    Tras la larga evolucin que modifi c a la sociedad medieval europea en for-ma radical y su consecuente paso a la modernizacin desde fi nales del XIX, la sociedad capitalista surgida en las postrimeras del siglo XVII se expandi a casi todas las naciones del orbe, y la Amrica latina, buscando hacer realidad su aspiracin universalista: un mundo culto y moderno, refl ejo de lo que Eu-ropa representaba en el imaginario de las lites, se incorpor a este proceso mundial. Se abandona entonces la bsqueda del desarrollo histrico en torno a lo propio, que databa ya del siglo XVI;1 la cultura occidental hizo perder en poco tiempo la memoria sobre el de dnde venimos? y a dnde vamos? de los latinoamericanos.

    De Mxico a Buenos Aires, desde Jos Mart, Rubn Daro, Jos Juan Tablada, Jos Mara Vasconcelos, Alejandro Octavio Destua, Juan Bautista Alberdi y otros, hasta los autores de nuestros das, el afn por embellecer el concepto con el fi n de provocar un hechizo sbito ha sido caracterstica del americanismo literario y fi losfi co, un estilo moderno que tuvo su raz en el modelo civilizatorio europeo. Si bien con diversas presentaciones, algunos lograron descifrar el aejo anhelo del escritor modernista, en tanto que otros se mantuvieron en el siglo XIX espaol.

    1. MODERNIZACIN E IDEOLOGA MODERNISTA. PROLEGMENOS

    1 En el caso de Mxico, el jesuita veracruzano Francisco Javier Clavijero, volviendo sobre las aporas del siglo XVI, culmina la refl exin de Bartolom de las Casas a la luz de la Summa teolgica, modelando el nuevo rostro de uno de los tambin nuevos mtodos de las ciencias experimentales modernas, el eclecticismo fi losfi co mexicano, mientras que el esplendor de la fi losofa mexicana dieciochesca asumi y solucion los dilemas de su razonamiento previo para formularlo al estilo moderno.

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    en Las peras del olmo (1957), Paz establece sus preferencias, su canon beligerante

    de poesa mexicana (Sor Juana, Jos Juan Tablada, Carlos Pellicer, Xavier Villaurrutia),

    pero en Cuadrivio la refl exin se concentra en la identidad entre sensualidad potica y

    erotismo, entre el acto y el smbolo. Segn Paz la alegora es el eje de la poesa moderna,

    en un mundo regido por el cristianismo sin Dios y el paganismo cristiano.

    A estos estmulos formidables (de los contemporneos) se aaden los de la poesa

    en otras lenguas.2

    En la gran mayora de los casos, estos estilos literarios estn llenos de

    manierismo, de esteticismo e inclusive de negacin o rechazo; rebosan limi-taciones para el lector de nuestros das. La marca de mayor difi cultad para su aprobacin actual sera la del estilo sentencial, en algn sentido proftico, como afi rma Jorge Liberati al hablar del americanismo literario y fi losfi co.3

    Ese mtodo esteticista y retrico, que una descripcin superfi cial o li-gera podra considerar obsoleto, modernista en algunas de sus formas y aun parnasiano, fue un procedimiento estilsticamente inevitable. Era la expresin conductora de un mensaje indito, fl amante y original, pero, por encima de todo, emisario de una profunda meditacin que no hubiera podido amoldarse a una prosa privada de aquellos recursos estilsticos. La discusin a secas de este estilo recargado, el rechazo frontal a su tendencia anticuada, resultara antihistrica y opuesta a la ms pura hermenutica.4

    Y sin embargo, la castiza gravedad de los textos modernistas, en tanto que vuelven la mirada hacia el pasado, hacia la tradicin, slo podra ser sealada en las oraciones largas, aunque perfectamente construidas, en la exuberancia lxica (censurable tambin en ilustres escritores de todas las pocas, como Cer-vantes, o incluso en algunos afamados novelistas del siglo XIX) y en el adjetivo ornamental, casi nunca fuera de lugar. Hay adems una necesidad recproca entre ese estilo conceptista y su correspondiente contenido fi losfi co, entre ese signifi cante y su signifi cado. Reciprocidades afi nes a muchos grandes, como Andrs Bello, Juan Montalvo o Rubn Daro.5

    2 Carlos Monsivis, A donde yo soy t somos nosotros, La Jornada Semanal, 26 de abril de 1998, p. 1.3 Jorge Liberati, Jos Enrique Rod. De la conviccin a la conversin: una clave de pensamiento en

    su obra, Serie pensamiento CXXV, Revista al tema del hombre, s.f.4 dem.5 dem.

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  • MODERNIZACIN E IDEOLOGA MODERNISTA. PROLEGMENOS 15

    ALOCUCIN A LA POESAFragmento del poema Amrica

    Divina poesa,t, de la soledad habitadora,

    a consultar tus cantos enseadacon el silencio de la selva umbra;

    t, a quien la verde gruta fue morada,y el eco de los montes compaa;

    tiempo es que dejes ya la culta Europa,que tu nativa rustiquez desama,y dirijas el vuelo adonde te abre

    el mundo de Coln su grande escena.Andrs Bello (1781-1865)6

    Esa heterogeneidad cultural representada por las producciones discursivas latinoamericanas atae a lo artstico, lo histrico, lo poltico, lo etnogrfi co y lo fi losfi co, en un mapa cultural que indefectiblemente nos gua hasta el tema de la identidad, de esa crtica identidad manifi esta ya en plenitud en la crnica modernista como gnero discursivo y como infl uencia innegable en el desarrollo de la literatura posterior y hasta el da de hoy.

    La textualidad modernista muestra una rica amalgama de experiencias e interpretaciones donde la voz autorial acta con formidable libertad, ya que aparece en una suerte de vaivn en el que, cuando lo desea interviene en la accin mientras que en otras ocasiones prefi ere mantener cierta distancia de los eventos que narra.

    En el caso particular del discurso etnogrfi co, cuya condicin es el yo autorial, para poder construir un discurso crtico se separa, toma distancia y ofrece detalles de lo que observa, sobre todo si se trata de un relato de viaje, y hace entonces una interpretacin cultural.

    Jos Juan Tablada parte maana al Japn. El poeta realiza su sueo de toda una juven-

    tud Ve, artista! Ve, escogido!Estudia y fructifi ca, y que tu labor acrisolada en la

    6 Publicado por primera vez en la Biblioteca Americana 1 y 2, Londres, 1823.

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  • UNIVERSALISMO VS. NACIONALISMO EN LA DIALCTICA CULTURAL MEXICANA16

    palpitacin de la ms sugestiva de las artes plsticas, porque es soberanamente original,

    sea simiente fecunda en nuestra tierra. Cuando contemples arrobado fl otar en un mar

    de oro el tmpano de nieve del Fusiyama suea en el lejano y augusto Citlaltpetl.7

    El primer modernista latinoamericano en viajar a Oriente fue Tablada. En calidad de corresponsal de la Revista Moderna, deba escribir con cierta regularidad su interpretacin cultural, en entregas que con el tiempo se conver-tiran en la serie de crnicas titulada En el pas del Sol.8 Poeta arquetpico, Jos Juan Tablada siente la inquietud de escribir poesa durante su viaje, pero sabe que la tarea que se le ha encomendado, y que l mismo se ha impuesto, es representar en prosa sus apreciaciones para compartirlas con los lectores de la Revista Moderna.

    Los textos modernistas marcan precisamente la diferencia convalidada por una situacin completamente nueva, marcando entonces una tambin nueva experiencia en el imaginario cultural latinoamericano. Es muy comn encontrar la representacin de un dilogo en el que el escritor elude traducir las palabras extranjeras. Lo que en suma signifi ca que los procedimientos de relatos de viaje de los modernistas se adhieren al discurso etnogrfi co y antropolgico, y muestran as su afn de trascender diferencias geogrfi cas, nacionales, raciales, religiosas y sociales; se cede la palabra a voces nunca antes inscritas a partir de una experiencia real en la textualidad latinoamericana. Las crnicas que Jos Juan Tablada escribi desde Japn, por ejemplo, fueron defi nitorias en su carrera por la gran experiencia obtenida en tierras lejanas, adems de haber enriquecido un acervo de suyo pleno de mltiples extranjerismos.

    El siguiente ejemplo, por el hecho de haber sido escrito en Mxico como parte de su ltimo trabajo en serie, no contiene la experiencia directa de un viaje en particular y, sin embargo, a lo largo del relato surgen voces extranjeras que, como fruto del cosmopolitismo del autor, exhiben destellos del patrimonio cultural acumulado en sus muchos viajes y estancias en distintos rincones del mundo; hecho que lo faculta para expresarse con la sobriedad y exquisitez propias de todo un escritor-periodista moderno.

    7 Clifford Geertz, The Interpretation of Cultures, Harper Collins, Princeton, N. J., 1973, pp. 24-25.8 Jos Juan Tablada, En el pas del sol, Appleton y Ca., Nueva York y Londres, 1919.

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  • MODERNIZACIN E IDEOLOGA MODERNISTA. PROLEGMENOS 17

    Cultura integral

    Veamos pruebas de sta, pero los ojos se nos iban tras de dos raros volmenes sobre la

    mesa de trabajo. Por fi n, con los ojos seducidos y el tacto exasperado, tom uno de ellos

    y hube de palpar y acariciar sensualmente la blanca tez granulada...

    Veame Eduardo Hay sonriendo complacido, mas yo cre que esa sonrisa denotaba slo

    la beatitud del poseedor. Al tomar el otro volumen acarici su estuche, refi nado oleander,

    donde el libro cubierto de marroqun levantino, entraba como mano en guante. Celebraba

    ambas reliures, creyndolas obras de algn famoso especialista parisino o londinense,

    cuando el sonrer volvise franca risa y Eduardo Hay me dijo:

    Le gustan? Son obras mas, yo las hice...

    Qu?

    S, con mis propias manos...

    Consider alternativamente obra y autor, mas hube de poner fi n a mi incredulidad,

    que iba resultando impertinente:

    Lo creo, puesto que usted lo afi rma; pero stas son obras que haran honor a un

    profesional del ofi cio, a un maitre relieur. Qu cortes perfectos, qu papeles interiores,

    formando marco! Qu ntidos los dorados a fuego, a pesar de las profusas curvas!

    Digno es el estuche, el oleander, de la alhaja que guarda. Son obras maestras admi-

    rables, perfectas...

    Llamo a esto cultura integral. Poseer la seguridad idiomtica, el aplomo fi losfi co,

    el gusto literario para hacer una versin justa y difana del poeta a veces ambiguo o

    nebuloso, y tras de hacer la obra intelectual del letrado, tener el donaire, darse el lujo

    de acendrar el valor ideolgico y lrico de la obra, haciendo con las propias manos el

    alhajero de la obra maestra.

    Y esas obras las lleva a cabo quien disciplin su juventud generosa en el estudio

    profesional y la derroch en los vivacs y los campos de batalla de la revolucin y volvi

    a disciplinarla con honradez acrisolada en tareas tcnicas y administrativas!

    Hablaba hace das del Arte de Vivir como armonioso concepto griego y hoy tengo

    ante m, en Eduardo Hay, un ejemplo de ese arte plenamente vivido.

    Me dicen que Eduardo Hay practica tambin la fotografa, y s, porque l me lo dijo,

    que piensa cultivar otro arte manual, tan importante, que ser nada menos que el arte

    democrtico por excelencia, el arte idneo de la Revolucin.

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  • UNIVERSALISMO VS. NACIONALISMO EN LA DIALCTICA CULTURAL MEXICANA18

    Y nada agrego, pues sera prematuro, y al proyecto se liga el porvenir de cierta em-

    presa de arte y civismo, que es el sueo dorado de mi vida de mexicano y de artista...9

    Pergear las huellas de la exuberante carta cultural trazada por el discurso latinoamericano, requiere comenzar por el barroco como prefi guracin del pen-sar moderno,10 para seguir del orden colonial a la urbe barroca, como expresin de la cultura criolla en las letras de la emancipacin; transitar despus por el romanticismo y sus modos diversos de representacin, con la tradicin como gnero discursivo para, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, enfi lar en direccin al modernismo y su amalgama de tendencias, siempre con la ciudad como motivo literario, porque el espacio urbano comparte elementos semn-tica y simblicamente similares, representantes de cada una de las verstiles capitales latinoamericanas de entonces.

    Ya a la vuelta del siglo habra que traer la mirada a la revolucin moder-nista, respuesta latinoamericana a la modernizacin universal, con la profesio-nalizacin del escritor.

    La cronologa clsica divide este largo proceso en tres grandes estadios: la Colonia, la Independencia y la Contemporaneidad, aunque siempre visto como en un kaleidoscopio debido a las caractersticas y circunstancias propias de los pases de la regin. La Etapa Colonial se subdivide asimismo en dos momentos, el primero de los que abarca el Descubrimiento o Encuentro, la Conquista y la Colonizacin (siglos XVI y XVII), coincidiendo con el Renacimiento europeo y el ansia de conocimiento y libertad del momento histrico. La produccin literaria en Amrica se reduce, casi exclusivamente, a las Crnicas de Indias. De manera que esta etapa, tambin conocida como Fundacional, o de la Con-quista, produce un discurso especfi co, el discurso historiogrfi co, que describe y narra una nueva realidad.

    Los textos de Cristbal Coln y Hernn Corts o de Fray Bartolom de las Casas son ejemplos de ese discurso que culmina a mediados del siglo XVI. El segundo momento de la Etapa Colonial es el de la estabilizacin (siglos XVII

    9 Mxico de da y de noche, Exclsior, 17 de octubre de 1936.10 Tema amplia y singularmente desarrollado por Alejo Carpentier en su Concierto barroco, Alianza,

    Madrid, 1998.

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    y XVIII), que se corresponde con el afi anzamiento del virreinato y dems estruc-turas de la sociedad barroca; una cultura contrarreformista, cerrada, dirigida y colectiva. La produccin literaria en Amrica trata de imitar, lo mismo en el teatro de evangelizacin como en la poesa pica, fi losfi ca o amorosa, los modelos peninsulares del barroquismo ms exacerbado.

    Y es aqu cuando aparece la extraordinaria fi gura de Sor Juana Ins de la Cruz (1651-1695), mxima exponente del Barroco de Indias. Monja eman-cipada y temeraria que transgrede todo convencionalismo social e intelectual, desafi ando a la sociedad masculina y escribiendo deliciosos sonetos de amor y lcidas argumentaciones fi losfi cas. Ya antes, sin embargo, un sacerdote, Fray Bartolom de las Casas (1474-1566), haba reclamado los derechos de los indgenas, y un mestizo, el primer mestizo peruano, el Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616),11 ofreca su versin de la historiografa indiana.

    Aos despus, habra de ser otro religioso, Francisco Javier Clavijero, quien escribira la primera historia de su pas, la Historia Antigua de Mxico (Storia antica del Messico). Nacido en la ciudad puerto de Veracruz el 9 de septiembre de 1731, Francisco Javier Clavijero fue hijo de don Blas Clavijero, natural de las montaas de Len, en la vieja Espaa, y de doa Mara Isabel Echegaray, oriunda de Vizcaya.

    Desde su infancia, Francisco Javier vivi muy cerca de los indgenas que trabajaban para su padre, lo que le brind la oportunidad de aprender de sus lenguas, en particular el nhuatl, el otom y el mixteco, que habran de ser de enorme valor para su obra.

    El 13 de febrero de 1748 ingres en la Compaa de Jess en calidad de novicio, en Tepozotln, tras haber cursado letras humanas y fi losofa en los colegios jesuticos de Puebla; paralelamente, gracias a su evidente capacidad intelectual y prodigiosa memoria, empez a impartir ctedras de letras y fi lo-sofa, inclusive en la misma Prefectura de Estudios del Real Colegio de San Ildefonso; poca en la que, adems de todos los textos aristotlicos, ley a fi l-sofos en ese entonces modernos, como Descartes, Gassendi, Leibnitz y Newton.

    11 En aquel entonces los mestizos eran llamados hijos de la conquista, hombres de vidas destruidas, bastardos, hijos de ocasin y pecado o primeros peruanos en el caso de Per. Garcilaso hubo de buscar su identidad a lo largo de toda su vida para, fi nalmente, tomando el nombre de su padre, decidir hacerse llamar: Inca Garcilaso de la Vega.

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    A decir de su bigrafo Maneiro, Clavijero demostr clarsima y aguda inteligencia en el estudio de la fi losofa que se enseaba entonces y de la cual, despus, ya maestro, l mismo se esforzara por eliminar muchas cosas intiles para sustituirlas por la autntica fi losofa de Aristteles. Pero su pasin fue la historia, la de su pas natal; afi cin tanto intelectual como afectiva, que derivaba de su aprecio por los indgenas, sentimiento que le acompa toda su vida y resplandece en todo el discurso de sus obras.12

    Sin duda a ello se debi el enorme placer que le caus saber que un valioso tesoro documental, legado por Carlos Sigenza y Gngora, formaba parte del acervo de la biblioteca del Colegio Mximo de San Pedro y San Pablo. Tesoro que devor con gran avidez sin sospechar que con el tiempo ese contenido habra de serle de gran utilidad para su obra.

    Dedicado a la enseanza por casi veinte aos, y habiendo contado entre sus muchos discpulos a quien llegara a convertirse en el Padre de la Patria, Miguel Hidalgo y Costilla, fue sorprendido por el brbaro decreto de Carlos III, primer peldao hacia abajo, de nuestras ruinas sociales.13

    En el navo Nuestra Seora del Rosario, el 25 de octubre de 1767 se embarc y lleg a Italia, en donde sus superiores lo destinaron a Ferrara, pero al concebir la idea de escribir la historia de Mxico se traslada a Bolonia, ciu-dad en la que con slo cincuenta y cinco aos de edad, a causa de la miseria, el peso del destierro y las muchas enfermedades que lo aquejaban, dejara de existir el ao de 1787.

    Dignaos [] aceptar ste mi trabajo como un testimonio de mi sincersimo amor a la

    patria y de la suma veneracin con que me protesto afectsimo compatriota y humilde

    servidor de Vuestras Seoras Ilustrsimas.14

    12 Mariano Cuevas, Prlogo a la Historia de Mxico antiguo, de Francisco Javier Clavijero, Editorial Porra, Mxico, 2003, p. X.

    13 bid., p. XI.14 Palabras que, junto con su fi rma y la fecha (Bolonia, 13 de junio de 1780), acompaaron carta dirigida

    a la Real y Pontifi cia Universidad de Mxico.

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    Compromiso social?

    Despus de la poca colonial, marcada por esa cultura dirigida, colectiva, con-trarreformista y cerrada, los autores hispanoamericanos luchan denodadamente por superar en sus textos los modelos espaoles ms sofi sticados, y fi nalmente vuelven la mirada hacia la Ilustracin francesa y el norte del continente ame-ricano. A pesar de que la literatura del siglo XIX es ms un ejercicio imitativo de esa convivencia europea del realismo-naturalismo con el romanticismo, en la Amrica hispana aparecen algunas particularidades interesantes, como son las vetas sentimental, indigenista y criollista.

    Mara (1867) de Jorge Isaacs, Sab (1841) de Gertrudis Gmez de Ave-llaneda y Aves sin nido (1889) de Clorinda Matto de Turner, constituyen la original contrapartida de Paul et Virginia (1788) de Bernardin de Saint-Pierre o La Nouvelle Helose (1761) de Rousseau, y su inters por adaptar al contexto propio del indgena, del negro, del mestizo o del criollo los modelos europeos, son prueba de un considerable valor tanto literario como ideolgico. Bien dice Calvino que la obra verdadera consiste no en su forma defi nitiva sino en la serie de aproximaciones para alcanzarla.15

    A pesar de que la bsqueda esttica per se, no ne cesariamente represente una postura antisocial y/o hegemnica, no han sido pocos los crticos que as lo han considerado, juzgando que el modernismo es un movimiento en el que el compromiso social no estuvo presente. No obstante que la esttica puede expo-ner la crtica a las actitudes burguesas y al sistema econmico, ha sido un lugar comn califi car al modernismo de movimiento caren te de compromiso social.

    Guido Rodrguez Alcal, entre otros crticos, ha abonado a esta concep-cin al afi rmar que por el culto de la subjetividad los modernistas no pudieron hacer una crtica radical del sistema vigente.16 Mientras que John Beverley y Marc Zimmerman, por su parte, sostienen que los modernistas rechazaron la idea de un arte y una literatura al servicio de la poltica.17 Observacin con la que Antonio Cornejo Polar coincide cuando dice que la inclinacin fi nisecular

    15 Italo Calvino, Seis propuestas para el prximo milenio, Ediciones Siruela, Madrid, 1989. 16 En torno al Ariel de Rod, Criterio Ediciones, Asuncin, 1990, p. 25; las cursivas son suyas. 17 Literature and politics in the Central American revolutions, University of Texas Press, Austin, 1990,

    p. 42.

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    por la esttica es una tendencia elitista; para los modernistas, seala, su lenguaje era el que mejor poda representar a la nacin o a su sector ms ilustrado.18

    Sin nimo de negar la caracterstica de asocial de algunos autores del modernismo, no es posible ignorar tampoco que Jos Mart y Manuel Gon-zlez Prada fueron abierta e indiscutiblemente polti cos, mientras que Jos Enrique Rod, por su parte, fue el contendiente modernista por an tonomasia. De acuerdo con Gerard Aching, la esttica puede exponer y deter minar alianzas polticas.19

    Cierto es que cuentos como El rey burgus y El velo de la reina Mab, del primer Daro, son absolutamente esteticistas, pero no se podra decir que sus poemas posteriores, como Salutacin del optimista y A Roosevelt sean carentes de ideologa poltica.

    Parece ser que corresponde a Thomas Ward resolver satisfactoria e impar-cialmente esta discusin, al afi rmar de los modernistas latinoamericanos que: aunque sus composiciones brillan de una manera nueva con sus abundantes imgenes atrevidas, sera un error califi carlos exclusivamente de estetizantes, y menos an de representantes de la oligarqua.20

    Lo cierto es que el modernismo fue una respuesta a la industrializacin de la socie dad, es decir, al auge de la burguesa y a la profesionalizacin de las le-tras. Para los poetas, el modernismo es la clave para salir del atraso cultural, al menos, en la solucin ima ginaria que propone el arte a sus necesitados lectores.21 Y sin embargo, como explica Maritegui, la burguesa quiere del ar tista un arte que corteje y adule su gusto mediocre.22 Pero las alabanzas a una burguesa inculta no tienen lugar en la magnifi cencia arts tica, su produccin literaria iba dirigida a interlocutores social e intelectualmente iguales, por ello los modernistas fi nalmente deciden encerrarse.

    18 Escribir en el aire. Ensayo sobre la heterogeneidad socio-cultural en las literatu ras andinas, Editorial Horizonte, Lima, 1994, p. 160.

    19 The politics of Spanish American Modernismo, By exquisite design, Cam bridge University Press, Cambridge, 1997, p. 3.

    20 Thomas Ward, Los posibles caminos de Nietzsche en el Modernismo, Loyola Collage, NRFH, L 2002, Nm. 2, p. 489.

    21 Alberto Julin Prez, La potica de Rubn Daro. Crisis post-romntica y modelos literarios modernis-tas, Orgenes, Madrid, 1992, p. 74.

    22 El artista y su poca, 10 ed., Empresa Editora Amauta, Lima, 1985, p. 13.

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    Ivan A. Schulman, al describir la implicancia de la relacin entre aquella sociedad industrial y el artista idealista, en un cierto sentido explica el porqu de afi rmaciones faltas de fundamento, como las recin citadas: Debilitadas las normas y tradiciones anti guas por el positivismo y las ideas de la nueva ciencia experi mental, el artista se senta aislado y marginado en una cultura burguesa que lo converta en un instrumento mediocre.23

    Con la intencin de protegerse de ese mundo mecanizado, el escritor in-tuy y habit mundos imaginarios, desdeosa actitud que fue tildada de elitista y/o hedonista, pero que, como seala Ward, muy posiblemente repre sentaba una postura defensiva que guardaba los ideales artsticos y fi losfi cos de un mundo amenazante.24

    Para Aching, que coincide con Ward en este sentido, este torremarfi lis-mo era justamente lo que facilitaba cierta objetividad en el anlisis de la sociedad.25 Afi rmacin que consideramos muy acertada, porque la libertad de expresin de que gozaban los escritores por ser parte del medio modernista, les signifi caba un privilegio que de otro modo no hubiesen tenido. Aunque tampoco ello signifi que de manera alguna que el modernismo fue uno solo.

    Entre los crticos del modernismo, son dos las tendencias generalmen-te aceptadas, pero cuya signifi cacin no apunta en la misma direccin: una decaden te y otra mundonovista segn Jos Miguel Oviedo;26 una cosmopolita y otra americanista segn Anbal Gonzlez.27 Y es que no existi tampoco un modernismo puro, como Max Henrquez Urea reconoce, junto con prctica-mente todos los especialistas en el tema: en el movimiento modernista caban todas las tendencias,28 romanticismo, positivismo, realismo, naturalis mo, krausismo, paganismo, cristianismo, pantesmo, renanismo, parnasianismo y

    23 Modernismo/modernidad: metamorfosis de un concepto, Nuevos asedios al modernismo, ed. I. A. Schulman, Taurus, Madrid, 1987, p. 21.

    24 Th. Ward, op. cit., p. 490.25 dem. 26 Citado en The modern essay in Spanish America, The Cambridge history of Latin America, eds.

    R. Gonzlez Echevarra & E. Pupo-Walker, Cambridge Univer sity Press, Cambridge, 1996, t. 2, p. 366.27 Citado en Literary criticism in Spanish America, The Cambridge history, pp. 444 y 445.28 Breve historia del modernismo, FCE, Mxico, 1954, p. 17. Allen W. Phillips vuelve a repetir esta

    caracterstica sinttica del modernismo en El arte y el artista en algunas novelas modernistas, RHM, 34 (1968), p. 757.

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    simbolismo.29 Es nicamente as como puede ser entendida la complejidad del moder nismo, cuyas fuentes diversas fueron causa tambin de que se desarro-llara con distintas propensiones.

    Los muchos intentos de encasillamiento y/o diferenciacin por parte de diversas corrientes fi losfi cas y sociales en su defi nicin de las litera turas han sido generalmente rechazados. Federico de Ons, en particular, como ya se ha visto, descart desde siempre este tipo de divisin. Para l el modernismo no fue una escuela ni un mo vimiento, sino una poca anrquica, crtica e inno-vadora producto de una honda transformacin histrica que se inici en el mundo hacia 1885.30 Y comprendindolo como un momento histrico, ofrece lo que Ward llama la nica forma de enten der al modernismo: un conjunto de corrientes literarias, fi losfi cas, econ micas y sociales que estuvieron en boga durante el penltimo fi n de siglo.31

    La textualidad modernizante

    Modernizacin, como ya se sabe, es el trmino con el que se identifi c al proceso socioeconmico mundial que trataba de ir construyendo la nueva etapa histrica y que, como fenmeno cultural, se defi ne por un tipo de actor dirigente, el capitalista.

    Los tericos que ms han discutido el tema de la sociedad moderna y del fenmeno de la modernizacin han sido Renato Ortiz,32 Alain Toura-

    29 Vanse, para el romanticismo, Prez, op. cit.; positivismo, Luis Eyzaguirre, El hroe en la novela latinoamericana del siglo XX, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1973, p. 26; naturalismo, Henrquez Urea, op. cit., p. 17; krausismo, Richard A. Cardwell, Juan Ramn, Ortega y los intelectuales, HR, 53 (1985), 329-350 y Toms G. Oria, Mart y el krausismo, Society of Span ish and Spanish-American Studies, Boulder, Co, 1987; pantesmo, T. Ward, El pensamiento religioso de Rubn Daro: un estudio de Prosas profanas y Cantos de vida y esperanza, RevIb, 146/147 (1989), 363-375; renanismo, G. Rodrguez Alcal, op. cit., pp. 59-63; y simbolismo, Jos Emilio Pacheco, In troduccin, Antologa del modernismo, 1884-1921, UNAM, Mxico, 1970, t. 1, p. XVIII.

    30 Contemporaneidad de Gonzlez Prada, RHM 4,1938, pp. 5-7. 31 Otros escritores han adoptado tambin esta postura. Vase: Manuel Pedro Gonzlez, Notas en torno

    al modernismo, UNAM, Mxico, 1958; Ricardo Gulln, Direcciones del modernismo, Gredos, Madrid, 1963, e Ivn A. Schulman, Refl exiones en torno a la defi nicin del modernismo, Mart, Daro y el modernismo, eds. I. A. Schulman y M. P. Gonzlez, Gredos, Madrid, 1969, pp. 23-59.

    32 Renato Ortiz, A moderna tradio brasileira, editora brasiliense, So Paulo, 1999 y Modernidad y espacio. Benjamn en Pars. Bogot: Norma, 2000.

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    ine,33 Nstor Garca Canclini34 y Jrgen Habermas,35 cuyas posturas no difi eren sustancialmente entre s. El primero como uno de los pioneros en el abordaje del tema de la sociedad global, hoy se especializa en el estudio de la relacin entre mundializacin y cultura; para Alain Touraine el mo-delo de modernizacin occidental polariz a la sociedad, acumulando todo tipo de recursos en manos de una lite y defi niendo de manera negativa las categoras opuestas, caracterizadas como inferiores, con un modelo cuya efi cacia fue tan grande que conquist gran parte del mundo.

    Garca Canclini, por su parte, considera que la dimensin cultural de la globalizacin en Amrica Latina se encuentra ligada al debate en torno a los efectos identitarios del fenmeno, es decir, que la globalizacin forma parte de los individuos y de una sociedad. Mientras que Habermas confi esa su es-cepticismo hacia una modernizacin que amenaza con perder su propia base normativa en el derecho y la moral.

    En la Amrica latina la modernizacin fue una muy lenta y confl ictiva transformacin, llena de contradicciones, que cubri casi todo el siglo XIX y se extendi hasta las primeras dcadas del XX, y en ella, como un todo, la subjetividad haba sido recuperada por los modernistas ya no como argumento histrico-fi losfi co, sino como el espacio de un sujeto que se crea en su propio modo de produccin en contraste con el marco en el que se halla la palabra, dominando un pasado que subsiste en ella y que deriva de las formas de explotacin econmica; esa palabra sujetada, que no subjetivizada,frena el deber ser que desde una conciencia histrica puede ser previsto, alentado y esperado.36 El escritor latinoamericano dialoga con su pasado y con la tradicin, sealando desde esa contradictoria circunstancia vas y formas de interpretacin de la cultura.

    33 Alain Touraine, Crtica de la Modernidad, Argentina, FCE, 1999. 34 Nstor Garca Canclini, Culturas hbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, Ar-

    gentina, Editorial Sudamericana, 1995, El patrimonio cultural de Mxico y la construccin imaginaria de lo nacional, en El patrimonio Nacional de Mxico, Mxico, FCE, 1997 y Las industrias culturales en la integracin latinoamericana, Mxico, Grijalbo, 1999.

    35 Jrgen Habermas, The Philosophical Discourse of Modernity, transl. by Frederick Lawrence, Cam-bridge, Massachusetts, The MIT Press, 1987.

    36 No Jitrik, Las contradicciones del modernismo. Productividad potica y situacin, Mxico, El Colegio de Mxico, 1978, p. 9.

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    En los pases latinoamericanos, la conviccin de los modernistas europeos acerca de que en una sociedad moderna gobierno y pueblo armonizan por la concientizacin de las normas sociales de parte de este ltimo, fue rebasada por su realidad histrica; una realidad en la que, como ha sealado Touraine, lo nuevo hubo de ser hecho con lo viejo y en la que se marchaba hacia el uni-versalismo a travs del particularismo, siendo que tantos espritus creyeron en cambio que la modernizacin era pasar del particularismo al universalismo, y de la creencia a la razn.37

    Por lo tanto, entre los elementos tericos relativos a la conceptualizacin del tema, en primer lugar se defi ne a la modernizacin como un fenmeno cultural, para tener presente que el proceso de mundializacin de la cultura de fi nales del siglo XIX fue, en la circunstancia perifrica latinoamericana como en la propia Francia, una de las preocupaciones con la temtica de la ruptura de las correspondencias entre el sujeto y la naturaleza.38 La internacionaliza-cin, alcanzada con la instauracin de una economa global, aun a los pases desarrollados entre s y a estos con el mundo no desarrollado, fortaleciendo un sistema mundial que implicara la invencin de un universo cultural acorde con las nuevas condiciones.

    Dentro de la crisis de la modernidad occidental, las relaciones entre tradicin, el nuevo plan educativo y civilizatorio y la modernizacin socioeco-nmica sufrieron una dramtica transformacin, que en el caso de las nuevas repblicas de la Amrica latina se hizo manifi esta en un proyecto cultural de grandes proporciones, que asumi crticamente la dinmica de su historia y su repercusin en las distintas culturas regionales.

    La modernizacin fue asumida como un valor en s, sin ninguna discu-sin sobre la cultura de masas. De manera que cuando la mercantilizacin de la cultura fue pensada bajo el signo de modernizacin nacional, la expresin industria cultural fue vista de manera restrictiva, limitante; idea que implica que la industrializacin es necesaria en la concertacin de la nacionalidad latinoamericana, y no haba por qu no intuir esta misma lgica para la esfera de la cultura.

    37 Alain Touraine, op. cit., p. 139.38 Ibid., pp. 203-314, passim.

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    Entonces cabra preguntarse, con Garca Canclini, si las contradictorias relaciones de la cultura de las lites con su propia sociedad son un simple re-sultado de su dependencia de las metrpolis.39

    La consecuencia principal de la apremiante modernizacin econmica, fue la transformacin de los principios del pensamiento racional en objetivos sociales y polticos generales. Si los dirigentes polticos y los pensadores so-ciales de los siglos XVII y XVIII haban refl exionado acerca del orden, la paz y la libertad en la sociedad, ahora, durante un vigoroso siglo XIX, que se prolongara a buena parte del XX, los pensadores transformaron una ley natural en voluntad colectiva, y el concepto de progreso vino a ser el que mejor representaba esta politizacin de la fi losofa de la Ilustracin.

    Lo que haba que hacer ahora era organizar una sociedad creadora de un modo capitalista de modernizacin, una sociedad automotora. As, a todo lo largo del siglo XIX la movilizacin social y poltica y la voluntad de felicidad obraron como motor del progreso industrial.

    No con poca frecuencia los confl ictos sociales suelen confundirse con confl ictos nacionales, considerados tambin modernizantes; y son precisamente ellos los que introducen o hacen revivir la idea de una identidad cultural. Cada nacionalidad trata de delimitar su territorio y ampliarlo, crear smbolos de identidad colectiva y planear y edifi car una memoria colectiva. Movimiento que se generaliz incluso en Inglaterra y Francia, que tan de buen grado se haban identifi cado con lo universal de la modernidad econmica, institucional o poltica, para luego reforzar la conciencia de su identidad nacional.

    Pero slo en los pases ms centrales la modernizacin fue concebida como la prctica de la razn, aunque pensada en formas distintas por ingleses y estadounidenses, y todava con mayor fuerza por los franceses, que identifi -caron el progreso de la razn con una voluntad central modernizadora. Circuns-tancia que explica que, en el siglo XVIII, sus fi lsofos a menudo asesoraran a los dspotas ilustrados de Prusia y Rusia y que, a partir de la Revolucin Francesa, el Estado francs se identifi cara con la razn para persuadir a su poblacin los funcionarios antes que nadie de su labor universalista.

    39 Nstor Garca Canclini, Culturas hbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, Argen-tina, Editorial Sudamericana, 1995, p. 75.

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    En los pases de la periferia, sin embargo, y aun cuando la modernizacin siempre fue defi nida en trminos tambin econmicos, el reconocimiento de la marcha de la nueva etapa universalista y de las fuerzas de modernizacin lo desempearon movimientos como el de la independencia nacional o de la defensa o redencin de la lengua nacional, es decir, fuerzas no racionales, polticas o culturales; en todos aquellos lugares en donde la modernizacin no pudo ser enteramente endgena, se apoy siempre en una movilizacin nacional indispensable.

    En Amrica Latina la invocacin a la comunidad adquiere expresiones revolucionarias, respaldadas por los telogos crticos de la liberacin, tanto como la forma de un apoyo masivo a la iglesia catlica, que relaciona la defensa de la comunidad con una modernizacin controlada.

    Bajo el supuesto de que la modernizacin terminara con las formas de produccin, las creencias y los bienes tradicionales, tanto tradicionalistas como conservadores quisieron construir objetos puros. Los primeros, imagi-nando culturas nacionales y populares autnticas, trataron de preservarlas de la industrializacin, la masifi cacin urbana y las infl uencias extranjeras. Los segundos, infl uenciados ms bien por los europeos, concibieron el arte por el arte y el saber por el saber. Diferencias que ayudaron a propiciar la organiza-cin de bienes e instituciones; as, las obras de arte fueron a dar entonces a los museos y las bienales, y las artesanas a los concursos populares, las ferias y los mercados.40

    Desde el punto de vista de Touraine, una sociedad que hace tabla rasa del pasado y de las creencias no debe llamarse moderna; moderna, dice, es aquella sociedad que transforma lo antiguo en moderno sin destruirlo, aquella que in-cluso sabe hacer que la religin sea cada vez menos un vnculo comunitario y cada vez ms una llamada a la conciencia, aquella que hace estallar los poderes sociales y enriquece el movimiento de subjetivacin.41

    Entonces, para entender los movimientos independentistas de Amrica Latina, como parte de su incoporacin a la inminente etapa universalista, hay que entender primero las causas que condujeron al desmembramiento del imperio espaol.

    40 N. Garca Canclini, op. cit., pp. 16-17.41 A. Touraine, op. cit., pp. 210-215.

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    Uno de los factores conducentes a ese desmembramiento fue el descon-tento generalizado con sus instituciones, descontento que se manifest primero en Espaa y no en las Indias.42 La Independencia, como anhelo y como logro, no naci en la Nueva Espaa ni en el resto de las colonias americanas, sino que fue propiciada por las circunstancias de la Europa de entonces, en particular por la situacin geopoltica que vivan las metrpolis.

    La Independencia de Mxico no la consumaron los insurgentes sino quienes los haban

    combatido con zaa inaudita a sangre y fuego. Fue tan slo la independencia poltica de

    Espaa, que favoreci a los criollos y a los mismos espaoles avecinados en el pas. El

    mestizo y el indio continuaron arrastrando su dura existencia de parias.43

    Las tendencias centralizadoras de las reformas borbnicas y la subordina-cin de los intereses criollos a los de la metrpoli, exacerbaron viejas tensiones en la sociedad colonial, incitando a los espaoles nacidos en Amrica contra los peninsulares, o gachupines, de Espaa. La aristocracia criolla ocupaba una posicin ambigua en la sociedad colonial; y si bien se permita el lujo de por-tarse como duea y seora de indios y castas, tena que soportar la amargura de sentirse menospreciada por los espaoles de nacimiento.44

    La reorientacin comercial de Hispanoamrica hacia los mercados en el Atlntico norte estuvo acompaada por un cambio paralelo en las corrientes intelectuales y culturales. Aunque tarde y en forma atenuada, las ideas de la Ilustracin fi nalmente llegaron a los crculos intelectuales en Amrica, susci-tando planteamientos potencialmente perturbadores acerca de la naturaleza de la sociedad, el Estado y, por consiguiente, el futuro del rgimen colonial. Espaa misma en el siglo XVIII, comenzando con su corte afrancesada, sirvi como el conducto ms directo para estas nuevas ideas que venan del norte, al

    42 Adrian C. Van Oss, La Amrica decimonnica, Historia de la literatura hispanoamericana, del neoclasicismo al modernismo, Tomo II, Luis igo Madrigal (Coord.), Ed. Ctedra, Madrid, 1999, p. 11.

    43 Jess Silva Herzog, La tenencia de la tierra y el Liberalismo mexicano. Del Grito de Dolores a la Constitucin de 1857, en El Liberalismo y la Reforma en Mxico, UNAM, 1957, p. 671.

    44 A. C. Van Oss, op. cit., pp. 11-12.

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    menos hasta que los excesos de la revolucin francesa hicieron que la corona intentara suprimir muchas de ellas.45

    La proliferacin de sociedades culturales y literarias, bibliotecas y acade-mias de las ltimas dcadas del periodo colonial fue inmensa. Las lites criollas se propusieron poner en prctica las ms recientes ideas europeas para tratar cuestiones puramente locales, determinando as la posicin que adoptaran frente a sus problemas y una conciencia fuera de lugar de su ubicacin en el mundo. Estaban defi niendo el destino supuestamente comn de sus pueblos.

    Si bien confusa y dbil, la Amrica ibrica, para Europa una provincia ms, no es la que elige el gran momento de su Independencia; sale al encuen-tro de un proceso inexorable. Como se ha visto, la invasin napolenica y la usurpacin de la corona propiciaron la ocasin y la circunstancia requeridas para los movimientos de Independencia de la hoy Amrica Latina.

    Por su parte, el sincretismo de la Colonia sigui fl oreciendo en el pe-riodo nacional del siglo XIX, cuando aparece la literatura hispanoamericana verdaderamente moderna. En ella converga lo decadente con lo brbaro: Una pluralidad de tiempos histricos, lo ms antiguo y lo ms nuevo, lo ms cercano y lo ms distante, una totalidad de presencias que la conciencia puede asir en un momento nico.46

    Las formas simbiticas de esta expresin constituyen una constante natural, caracterstica de las disyunciones que irrumpen y se perpetan en so-ciedades segmentadas,47 produciendo formas nuevas de expresin que ponen en claro la variedad y combinacin de estilos. En Amrica haban empezado a manifestarse, con caractersticas sincrticas, a partir de la devastacin de la Conquista y el subsiguiente proceso de transculturacin.

    EN CAMINO AL MODERNISMO

    Al margen de los exclusivos enfoques historicistas a los que se le ha sometido, el modernismo debe ser entendido como un fenmeno sociocultural multifa-

    45 Sarrailh, 1957, y Herr, 1973, citados por Van Oss, op. cit., p. 13. 46 Ivn A. Schulman, Poesa modernista. Modernismo, modernidad: teora y poiesis, en Estudios

    crticos sobre el Modernismo, Madrid, Taurus, 1987.47 Daniel Bell, The cultural contradictions of capitalism, Nueva York, Basic Books, 1976, p. 13.

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    ctico, cuya cronologa desborda los lmites de su vida creadora ms intensa fundindose con la modernidad en un acto simbitico a la vez que metamrfi co. Alejamiento, descubrimiento, indisciplina, confi namiento, son trminos que se asociaron al modernismo en sus orgenes, conceptos todos que han permane-cido en la imaginacin y la cultura modernas.

    Con el modernismo sucedi lo mismo que con el romanticismo: su defi -nicin exacta fue motivo de diferencias de opinin acerca de su naturaleza y alcance social. Pero, tambin como en el caso del romanticismo, hoy en da la distancia histrica de la poca inicial modernista (1875-1882) brinda la oportu-nidad de deducir generalizaciones sobre un fenmeno ligado a la aparicin de la modernidad sociocultural en los centros ms desarrollados de Latinoamrica hacia la dcada de los aos setenta. Para los modernistas, el modernismo, lo mismo en arte que en literatura, no signifi caba ninguna determinada escuela.48

    En 1934, De Ons desarroll un concepto en el que seala que el moder-nismo es la forma hispnica de la crisis universal de las letras y el espritu, que inicia hacia 1885 la disolucin del siglo XIX y que se haba de manifestar en el arte, la ciencia, la religin, la poltica y gradualmente en los aspectos de la vida entera con todos los caracteres, por lo tanto, de un hondo cambio histrico cuyo proceso contina hoy.49

    En este sentido es importante recordar aqu que los verdaderos precur-sores del modernismo no fueron Mart, Gutirrez Njera, Silva y Casal, sino Domingo Faustino Sarmiento (Argentina, 1811), Juan Montalvo (Ecuador, 1832), Ricardo Palma (Per, 1833), Rafael Pombo (Colombia, 1833), Eugenio Mara de Hostos (Puerto Rico, 1839) y Antonio Prez Bonalde (Venezuela, 1846), en cuyas obras se transparenta ya una inconformidad ideolgica y una insatisfaccin acadmica con la pobre expresin literaria de la poca.

    De ah la importancia de precisar que el momento en que cobra conciencia ese cambio histrico en la literatura hispanoamericana no es exclusivamente historiogrfi co; por el contrario, conlleva el concepto contemporneo del mo-dernismo y su relacin con la modernidad.

    48 Se trataba ms bien de una crisis, la de la conciencia sealada por Sal Yurkievich, y la misma que generar la visin contempornea al mundo. Celebracin del modernismo, Barcelona, Tusquets, 1976, p. 18.

    49 Federico de Ons, Introduccin, Antologa espaola e hispanoamericana, 2 ed., Nueva York, Las Amricas, 1961, p. XV.

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    La lectura contempornea de sus ideas sobre los elementos transitorios y fugitivos de la creacin comprometen a la refl exin de las imprescindibles interrelaciones entre moderno, modernismo y modernidad, a partir de la defi ni-cin de la modernidad hecha por M. Calinescu en la segunda mitad del siglo XX:

    an increasingly sharp sense of historical relativism. This relativism is in itself a form

    of criticism of tradition. From the point of view of modernity, an artist is cut off from

    the normative past with its fi xed criteria... At best he invent a private and essentially

    modifi able past a major cultural shift from a time-honored aesthetics of permanence,

    based on a belief in an unchanging and transcendent ideal of beauty, to an aesthetics of

    transitoriness and immanence, whose central values are change and novelty.50

    Concepciones, ambas, que obedecen a un malestar sociohistrico que a partir de la segunda mitad del siglo XIX se hizo patente en la cultura latinoame-ricana; dislocacin generalizada en la que la literatura modernista representaba slo una de las manifestaciones.

    Diversos autores, al igual que Fogelquist, han sealado que el modernis-mo en el arte es simplemente la manifestacin de un estado de espritu contem-porneo, de una tendencia universal, cuyos orgenes se hallan profundamente arraigados en la fi losofa trascendental que va conmoviendo los fundamentos de la vasta fbrica social que llamamos el mundo moderno.51 Los artistas del periodo modernista eran totalmente conscientes de que el mundo se hallaba en transformacin.

    En cuanto a las formas y los motivos dinmicos del modernismo, la actitud de la poca era de protesta y nuevas defi niciones ante la vacuidad y el desapego espirituales frente al positivismo y las ideas de la nueva ciencia ex-perimental. Al igual que el ser cautivo del cuento rubeniano El rey burgus, el artista se senta aislado y marginado.

    Para conservar su libertad creadora se vio obligado a construir una cultura fugitiva, una torre de marfi l, y encerrarse dentro de ella; o como en el poema

    50 Matei Calinescu, Faces of Modernity: Modernism, avant- garde, decadence, kitsch, postmodernism, Indiana University Press, Bloomington, 1977, p. 3.

    51 Donald. F. Fogelquist, en su libro Espaoles de Amrica y americanos de Espaa, Madrid, Gredos, 1967, seala una encuesta anterior en Madrid Cmico, nmero 20, pp. 44-45.

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    tabladino nix declararse carente de credo, de afectos y de ideologa. Su ltimo verso trasluce el desamparo frente al vaco y la enajenacin del esp-ritu; un sentimiento de absoluta soledad: no hay un Dios, ni un amor, ni una bandera! Aqu las dos primeras estrofas:

    Torvo fraile del templo solitarioque al fulgor de nocturno lampadario

    o a la plida luz de las aurorasdesgranas de tus culpas el rosario

    Yo quisiera llorar como t lloras!

    Porque la fe en mi pecho solitariose extingui, como el turbio lampadario

    entre la roja luz de las auroras,y mi vida es un fnebre rosario

    ms triste que las lgrimas que lloras. (El fl orilegio, pp. 197-198)

    Poe, en un cierto sentido maestro de los maestros de nuestros moder-nistas, conceba al hombre moderno como un ser aislado entre la multitud de las ciudades, su individualidad sufra la contradiccin entre ser autnoma y manifestarse apenas en el interior de la uniformidad de las aglomeraciones; l fue siempre un hombre solitario en una noche de tormenta. Rubn Daro, por su parte, justifi cando su evasin de lo americano que le haba sido reclamada por Jos Enrique Rod, en la dcima tercera estrofa de sus Cantos de vida y esperanza y otros poemas, escribe lo que puede ser interpretado como un acto de confesin:

    La torre de marfi l tent mi anhelo;Quise encerrarme dentro de m mismo,Y tuve hambre de espacio y sed de cieloDesde las sombras de mi propio abismo

    Rubn Daro, 1905

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    Cuando, haciendo uso de la fi lologa, se hurga al interior del modernismo, se descubre de inmediato al yo puro, solitario, esencial. En la subjetividad mo-dernista, el yo textual se muestra constantemente amenazado, la incertidumbre parece ser su elemento.

    El modernismo, simiente de la modernidad literaria en Amrica Latina, transparenta una esttica plural y discordante, de alcance memorable y en constante transformacin. Y, sin embargo, su disparidad artstica es evidente, diferencias pese a las cuales en las obras hay un toque comn que las distingue de la expresin literaria previa: la bsqueda y exploracin de nuevos caminos. Como en dilogo constante entre contrarios, ruptura y continuidad parecen haber sido los signos de la modernidad.

    De Octavio paz, por ejemplo, terico de la modernidad y creador dentro de sus etapas evolutivas, se ha sealado que su obra pertenece a una poca esencialmente iconoclasta y de transicin de valores; proclama como credo esttico la ruptura, la disensin; no respetar cnones establecidos, convertir en norma la experimentacin, extender los linderos de la conciencia y del arte, renovar la visin potica por el examen y la crtica del lenguaje y del hombre como objetos mgicos y estructurales.52

    La ideologa modernista puede ser entendida a travs de una imaginaria representacin escnica, en la que el uruguayo Carlos Real de Aza (1916-1977), intentando describir la turbulenta metamorfosis cultural y social del periodo modernista,53 simboliza el polifactico ambiente intelectual de fi nales del siglo XIX y principios del XX con la siguiente alegora:

    En una provisoria aproximacin, podra ordenarse escenogrfi camente el medio intelec-

    tual novecentista hispanoamericano. Colocaramos, como teln, al fondo, lo romntico,

    lo tradicional y lo burgus. El positivismo, en todas sus modalidades dispondrase en un

    plano intermedio, muy visible sobre el anterior pero sin dibujar y recortar sus contornos

    con una ltima nitidez. Y ms adelante, una primera lnea de infl uencias renovadoras,

    52 Mara Embeita sobre Paz en Octavio Paz: poesa y metafsica, nsula, nm. 260-261, Espaa, 1968, p. 12.

    53 Sobre esta cuestin vase el estudio de ngel Rama La dialctica de la modernidad en Jos Mart, en Estudios martianos, Editorial Universitaria, San Juan, 1974, 129-197.

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    de corrientes, de nombres sobresaliendo los de Nietzsche, Le Bon, Kropotkin, France,

    Tolstoi, Stirner, Schopenhauer, Ferri, Renan, Guyau, Fouille54

    No cabe duda de que entre todas estas corrientes fi losfi cas, fue la del positivismo, con su orientacin cientifi cista, la que preparara el terreno del que habra de brotar un fenmeno tan revolucionario como lo fue el del mo-dernismo. Desde el momento de La oracin cvica (1867) de Gabino Barreda (1818-1881)55, los conceptos utilitarios en el fondo revisionistas de la velei-dosa refl exin idealista en boga, empezaron a penetrar las capas intelectuales de la sociedad americana en formas comtianas, spencerianas o utilitarias. No obstante, el anlisis de la oracin de Barreda descubre una autntica asimilacin del pensamiento europeo para aplicarla a la sociedad mexicana.

    En 1910, cuando ya el entusiasmo del positivismo haba decado, un pensador y humanista como Jos Enrique Rod, que tambin se haba deja-do tentar por su infl uencia para posteriormente abandonarlo, en sus Rumbos Nuevos56 deja relucir la trascendencia que tuvo esta fi losofa y sus nexos con la expresin literaria:

    La iniciacin positivista dej en nosotros para lo especulativo como para lo de la prctica

    y la accin, su potente sentido de relatividad; la justa consideracin de las realidades terre-

    nas; La vigilancia e insistencia del espritu crtico; la desconfi anza para las afi rmaciones

    absolutas; el respeto de las condiciones de tiempo y de lugar; la cuidadosa adaptacin

    de los medios a los fi nes; el reconocimiento del valor deshecho mnimo y del esfuerzo

    lento y paciente en cualquier gnero de obra; el desdn de la intencin ilusa, del arrebato

    estril, de la vana anticipacin.57

    54 Ambiente espiritual del Novecientos, en La literatura uruguaya del Novecientos, Montevideo, nmeros 2 a1 5, 1950.

    55 Mdico, fi lsofo, educador y poltico mexicano formado en Francia; ex discpulo de Augusto Comte, que, tras el triunfo de la Repblica sobre las fuerzas invasoras francesas, pronunci su oracin el 16 de septiembre de 1867 en la ciudad de Guanajuato, a invitacin del presidente Jurez.

    56 Ensayo considerado uno de los ms tempraneros anlisis que se hayan hecho en lengua castellana sobre la crisis del positivismo: Hctor M. Ardilla e Ins Vizcano, Hombres y mujeres en las letras colom-bianas, Coop. Editorial Magisterio, Colombia, 1998, p. 194.

    57 Jos Enrique Rod, El mirador de Prspero, Garca y Ca., Montevideo, s. f., 45-46.

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    Al positivismo el modernismo le debi, principalmente, su insistencia sobre el espritu crtico, reformador, y el rechazo de ideas tradicionales, nicas y fervientes; de ah el deseo de abrirse en la literatura a los cuatro vientos, de recibir infl uencias extranjeras, de conocer otras culturas. poca innovadora en todos los terrenos del saber humano es la modernista. Hasta en la religin, donde para algunos primero se manifest.58

    EL SOL INTILHuella no ms de los pesados sellos

    Que abruman mi doliente pesadumbre!J.J. Tablada, Al sol y bajo la luna, p. 59

    Rubn Daro, por su parte, y acechado por anlogas contradicciones y frustraciones, tanto en lo social como en lo personal, hablar con melancola de una dualidad que ms que tnica era cultural: Hay en mi sangre alguna gota de sangre de frica, o de indio chorotega o nograndano? Pudiera ser, a despecho de mis manos de marqus.59

    Algunos otros poetas, como Julin de Casal, rechazaron rotundamente el mundo que los rodeaba. De sus Bustos y rimas, leamos aqu dos estrofas intermedias:

    De todo lo que he amado en este mundoguardo, como perenne recompensa,dentro del corazn, tedio profundo,

    dentro del pensamiento, sombra densa.

    Amor, patria, familia, gloria, rango,sueos de calurosa fantasa,

    cual nelumbios abiertos entre el fangoslo vivisteis en mi alma un da.

    (Nihilismo, 1893, sexto poema)

    58 Vase Juan Ramn Jimnez, El modernismo, Notas de un curso, Madrid, 1962, pp. 222-223.59 De Palabras liminares a Prosas profanas.

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    Nihilismo es un lamento que escapa a la vida carente de sentido, expre-sado en sentimientos que lo mismo traslucen tristeza y frustracin que enojo; devastador efecto de la sociedad moderna. El ttulo refi ere el concepto de una existencia incapaz de conducir a la verdad; encara las reglas de la sociedad. Para de Casal, la vida misma representa al dolor.

    Destruir/reconstruir constituyen dos formas alternativas complementarias y antagnicas de enfrentarse con la realidad. En un plano fi losfi co, el positi-vismo postul el progreso ideolgico, pero al destruir principios que parecan anquilosados dej al individuo a la deriva, sin el sostn de sus tradiciones. De ah la presencia en la literatura modernista de una grave preocupacin metafsica de carcter existencial profundamente angustioso: Fraile, amante, guerrero, yo quisiera/ saber qu obscuro advenimiento espera/ el anhelo infi nito de mi alma,/ ni de mi vida en la tediosa calma/ no hay un Dios, ni un amor, ni una bandera!, escribi Tablada en su nix. Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,/ y el temor de haber sido y un futuro terror/ Y el espanto seguro de estar maana muerto, dir Daro en Lo fatal; y Silva: Qu somos? A do vamos? Por qu hasta aqu vinimos?/ Conocen el secreto del ms all los muertos/Por qu la vida intil y triste recibimos? en La respuesta de la tierra; y Gutirrez Njera: Oh Destino! La lluvia humedece/ en verano la tierra tostada;/ en las rocas abruptas retozan,/ su frescor esparciendo las aguas;/ pero el hombre de sed agoniza,/ y sollozan las hurfanas almas: Quin nos trajo? De dnde ve-nimos?/ Dnde est nuestro hogar, nuestra casa? en Las almas hurfanas. Y hasta en la obra de Mart, cuya dedicacin revolucionaria dio sentido y direccin a su vida, se dan momentos de desesperacin semejante: Homagno sin ventura/ La hirsuta y retostada cabellera/ Con sus plidas manos se mesaba./ Mscara soy, mentira soy, deca;/ estas carnes y formas, estas barbas/ y rostro, estas memorias de la bestia,/ que como silla a lomo de caballo/sobre el alma oprimida echan y ajustan,/ por el rayo de luz que el alma ma/en la sombra entrev, no son Homagno!. Versos que si bien nacen del desengao de Homagno frente a la estrechez del carcter humano, tambin dejan entrever el vano pero necio intento del hombre para profundizar en el secreto de la naturaleza:

    Las ciencias aumentan la capacidad de juzgar que posee el hombre, y le nutre de datos

    seguros; pero a la postre el problema nunca estar resuelto; suceder slo que est mejor

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    planteado el problema. El hombre no puede ser Dios, puesto que es hombre. Hay que

    reconocer lo inescrutable del misterio, y obrar bien, puesto que esto produce positivo

    gozo, y deja al hombre como purifi cado y crecido.60

    Para la mayora de los modernistas, el vaco creado por la crisis epocal de agotamiento y desgaste de contextos fi losfi cos y religiosos tradicionales era tan grande, que ni la ideologa cientifi cista de la poca, ni el sofi sticado espritu burgus pudieron sustituirlos, y as era natural que el artista, sensible a las corrientes fi losfi cas e ideolgicas, y perplejo ante sus enigmas, produjera una literatura escptica.

    A decir de Schulman,61 en el modernismo no surgieron fi lsofos ni pen-sadores sistemticos, pero las expresiones angustiadas de Mart, Gutirrez Njera, Silva, Casal, Nervo, Gonzlez Martnez y Rod, entre otros muchos, no deben ser pasadas por alto, pues sus profundas introspecciones y preguntas defi nen al modernismo primigenio y anticipan la modernidad contempornea. El siguiente poema de Jos Juan Tablada es un ejemplo que ilustra ampliamente esta afi rmacin.

    FATA MORGANA

    Una semilla de oro hay en mi almaSepultada entre lgamos impuros;

    Simiente de laurel, germen de palmaSiempre oprimida por basaltos duros

    Una semilla de oro hay en mi alma!El luminoso corazn de un lirio

    Est como un diamante cintilandoEn el fondo del germen, y el martirio

    Est en el cliz de oro, ensangrentandoEl luminoso corazn de un lirio

    J.J. Tablada, El fl orilegio, pp. 70-71

    60 Jos Mart, citado en Seccin constante, Caracas, Imprenta Nacional, 1955, p. 401.61 I. Schulman, 1966, passim.

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    El positivismo, por un lado, y la incipiente modernizacin econmica, por el otro, crearon actitudes cientifi cistas, y un ambiente materialista que los modernistas no fueron capaces de aceptar. Frente a esta realidad construyeron la suya propia, un mundo ideal, una visin soada, que para muchos de ellos termin siendo la nica realidad.

    Y sin embargo, la obra del artista modernista es tan autntica y tan realista como la del novelista del porfi riato, en quien se evidencia un rgimen dictatorial y, por ende, una visin deformada del cuadro social. En tanto el positivismo de Augusto Comte suprime la metafsica y la religin, sistematiza las nociones de progreso, orden y ciencia.62

    El americanismo en una sociedad que se busca a s misma y que est en ebullicin, como dijo Mart, signifi ca muchas cosas y no debe entenderse en un sentido restringido que lo sujete a las sugerencias derivadas de la fi sono-ma del suelo, las formas originales de la vida en el campo. Y para Rod: El modernismo literario fue, como toda cultura naciente, la forma americana de buscar una identidad en el mundo moderno, anhel vigorizarse a condicin de franquear la atmsfera que la circunda a los cuatro vientos del espritu.63

    El drama de la Independencia y la subsecuente liberacin del dominio espaol, plantearon cuestiones de identifi cacin y defi nicin cultural, en par-ticular frente a Europa y los Estados Unidos, y que se prolongaran a todo lo largo del siglo XIX; entre los nombres de sus precursores, destacan: Francisco de Miranda y Manuel de Salas; de los libertadores Simn Bolvar y Jos de San Martn; de sus continuadores, Jos de Sucre y Jos Cecilio del Valle; de los fermentadores de la segunda independencia, Esteban Echeverra, Juan Bautista Alberdi, Jos Mara Vigil, Jos Victorino Lastarria, Francisco Bilbao, Ignacio Ramrez, Juan Montalvo y Benjamn Vicua Mackenna; de polgrafos como Domingo Faustino Sarmiento; de los prceres caribeos Jos Mart y Eugenio Mara de Hostos, y de tantos ms no menos insignes. Todos ellos expresin de un nacionalismo continentalista, que combinaba el amor por la nacin con el de la Patria Grande; por la que y para la que escribieron pginas memorables.

    62 Jos Emilio Pacheco, Antologa del modernismo (1884-1921), Introduccin II, Mxico, UNAM-Ediciones ERA, p. XXII.

    63 Jos Enrique Rod, El americanismo literario, Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales, I, Uruguay, 1895, p. 133.

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    La temtica del modernismo presenta tres claras corrientes: la extranjeri-zante, la americana y la hispnica, literatura toda en la que afl oran peculiarida-des propias de la modernidad: el espritu de desorientacin, la introspeccin, la refl exin, la soledad, el acoso metafsico, la angustia existencial.

    El hombre de esta poca, permanentemente apremiado, y en un cierto sentido intimidado por los rpidos y drsticos cambios de la poca, vive en un continuo proceso de adaptaciones y transformaciones, hecho que lleva a los pensadores modernistas latinoamericanos a enfrentar las debilidades histricas del entorno dentro del que se mueven tanto en lo cultural como en lo poltico; es el Jos Mart de Nuestra Amrica, ensayo que resume buena parte de su obra entera, y en donde se revela el ser del subcontinente y su propio lati-noamericanismo, que se defi ne con el antimperialismo martiano; se integra a un cuerpo terico ideolgico sintetizador.

    La presencia del imperialismo norteamericano se contrapone a la realiza-cin del hombre natural y de la Amrica Nuestra. Sin embargo, no hay en el autor provincialismo, regionalismo, antinorteamericanismo, antieuropesmo; simplemente hay latinoamericanismo que se resiste, y lucha por no ser eco y sombra de culturas exgenas. Un latinoamericanismo que defi ende la cultura del ser, como condicin de su universalidad.64

    Convierte el quehacer humano, incluyendo la cultura, la poltica y la revolucin por la repblica nueva, en una empresa eminentemente tico-moral, porque en estas lneas deja en claro que sin la cultura de los sentimientos, tal y como ensearon Flix Varela, Jos de la Luz y Rafael Mara de Mendive, no es posible realizar proyecto humano alguno.65

    El pensamiento de Mart est cargado de utopas, como proyectos viables a realizar por el hombre, a quien asume como sujeto. Penetra en su subjetividad

    64 Jos Mart era hijo de espaoles; era espaol, era criollo, era negro, era indio, era cubano, era lati-noamericano fue un ser universal, escribi Alberto Ortiz Sandi en su ensayo El cosmos de Jos Mart, La Jornada Semanal, domingo 25 de marzo de 2007, nm. 629.

    65 Arturo Andrs Roig se pregunta cul es ese sujeto? tica y Liberacin: Jos Mart y el Hombre Natural. Mart lo denomin: El hombre natural indignado y fuerte. se trata de un eptome, de una categora, que rige nuestro proceso emancipatorio. tica del poder y moralidad de la protesta: La moral latinoamericana de la emergencia, Primera edicin, autorizada por Arturo Andrs Roig para el proyecto Ensayo Hispnico. El libro est fechado en Mendoza (Argentina) en 1998, Edicin preparada por Jos Luis Gmez-Martnez.

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  • MODERNIZACIN E IDEOLOGA MODERNISTA. PROLEGMENOS 41

    como entidad social que compendia y sintetiza la humanidad del hombre en sus dimensiones cognoscitiva, valorativa, prctica y comunicativa. Rinde culto a la naturaleza pero en relacin con el hombre; no concibe obra humana alguna al margen de la bondad y la belleza. Su discurso en prosa y verso transita por la multiplicidad de valores en que se realiza la esencia humana, aunque concede primaca a los valores tico-morales, estticos y polticos.

    Hay en la obra martiana una estrecha vinculacin entre lo tico y lo estti-co, hasta constituirla como fundamento del hacer humano y condicin necesaria para su vigencia social. Fue el cubano Jos Mart- escribe Nel Salomn- sin duda alguna, el primero que construy lnea a lnea, una teora consecuente y coherente de la personalidad hispanoamericana capaz de afi rmarse por s misma, ajena a los modelos exteriores, antes de la hora de las profesiones de fe latinoamericanas del arielismo-modernismo66 de 1900 (Jos E. Rod en Ariel, Rubn Daro en Cantos de vida y esperanza). Es innegable el papel jugado por Jos Mart en la toma de conciencia del ser latinoamericano, que ha derivado hacia las grandes corrientes culturales e ideolgicas discernibles en el siglo XX en la superfi cie del inmenso territorio que sus pases ocupan.

    El poeta, el narrador y el cronista que con mucha frecuencia coinciden en el mismo autor meditan, en piezas que no pueden ser consideradas sino como ensaysticas,67 sobre su voluntad de arte, a veces sobre su obra, sus aspiraciones y sus logros, y sobre las exigencias ms decisivas de aquella misma renovacin que estaban emprendiendo y orientando refl exivamente.

    Como resultado y sntesis de tantas aperturas, se admitir y proclamar un eclecticismo totalmente digerido como exclusivo cdigo de enriquecimiento espiritual y expresivo. Vale decir junto con los crticos acerca del sincretismo, que en lo ideolgico y lo esttico constituye el rasgo comn y defi nitorio del

    66 Nel Salomn, En torno al idealismo de Jos Mart. Anuario del Centro de Estudio Martianos, 1978, pp. 41-58.

    67 El ensayo ha sido y es una necesidad de la expresin americana, un gnero escogido por su ductilidad, capaz de revelar la compleja trama de Amrica, que corresponde a nuestro temperamento y sabe guardar los latidos de nuestro tiempo y nuestra circunstancia, al punto que Germn Arciniegas considera que en s misma Nuestra Amrica es un ensayo, Edgar Montiel, El ensayo americano, centauro de los gneros. Se public originalmente como parte del libro de Montiel El humanismo americano. Filosofa de una comunidad de naciones, Per, FCE, 2000, pp. 169-177.

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  • UNIVERSALISMO VS. NACIONALISMO EN LA DIALCTICA CULTURAL MEXICANA42

    modernismo, y como tal era advertido por los propios creadores de la poca y en su justo momento.

    Hubo tambin otras inquietudes ms profundas y esenciales que afectaron a aquellos espritus, y que pasaron al ensayo, completando as el panorama de este periodo. Aunque en general ms artistas que pensadores, como se vea y vea a los modernista Horacio Quiroga;68 el ensayismo de entonces testimonia la profundidad e inteligencia con que supieron pensar la problemtica histrica y cultural de Amrica, de su Amrica, tanto como abrirse vigorosamente al misterio total del mundo y la realidad, vislumbrando al mismo tiempo la difcil relacin que se tenda entre ese misterio y la forma o formas de arte que asumieron.

    Esta preocupacin de Amrica, de signo inicial y bsicamente cultural, pero de implicaciones sociales y polticas por las limitaciones de la historia a que se ha hecho referencia, estuvo llamada a un ms amplio desarrollo a partir de 1898, con el fi n de la presencia espaola como poder colonizador, despus de cuatrocientos aos, y dio inicio al predominio estadounidense en ultramar. El ao 1898 se interpreta aqu como la imposicin de la Doctrina Monroe 69 contra las ambiciones de los poderes europeos.

    Aunque fuertemente relacionados tambin con el tema de Amrica, desde lo cultural y lo literario hasta lo defi nitivamente social y poltico, no se men-cionan aqu obras de Pedro Henrquez Urea, Alfonso Reyes, Antonio Caso, Jos Vasconcelos y Carlos Maritegui porque, si bien los inicios literarios de los dos primeros cronolgicamente arraigan en los lmites del modernismo, las fechas de publicacin y el carcter mismo de las obras de madurez de todos ellos rebasan en lo general esos lmites.

    68 Aspectos del modernismo, Revista del Salto, Salto, p. 37, 9 de octubre de 1899. Texto completo en Diario de viaje a Pars (f. 473, pp. 121-22).

    69 Elaborada por John Quincy Adams; en 1823 es atribuida al presidente James Monroe, quien la pro-nuncia por vez primera durante su sptimo discurso al Congreso de la Unin. La doctrina Monroe, que se resume en la frase Amrica para los americanos, originalmente iba dirigida a las potencias europeas como advertencia de que los Estados Unidos no toleraran ninguna interferencia o intromisin de su parte en el continente americano. Posteriormente ha sido objeto de diversas interpretaciones.

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  • MODERNIZACIN E IDEOLOGA MODERNISTA. PROLEGMENOS 43

    Nuevas ideas del Viejo Mundo: El Positivismo

    Los territorios coloniales de Espaa en Amrica estuvieron altamente infl uen-ciados con las ideas de la Ilustracin, en particular entre los sectores educados del subcontinente y, de entre ellos, muy especialmente los miembros del clero y la burguesa criolla.

    De aquellas ideas, cuatro fueron las que, con el decidido propsito de adquirir el desarrollo cultural europeo y reorganizar a las nuevas sociedades, enraizaron y tuvieron consecuencias defi nitivas en el futuro de las excolonias ibricas, a saber: el positivismo, el proyecto ilustrado, el cosmopolitismo y el orden y el progreso; ideas todas que en poco tiempo habran de propiciar los smbolos para la construccin de la identidad nacional.

    A mediados del siglo XIX dos tendencias fi losfi cas dominantes se au-tosubordinaban a la ciencia: el positivismo francs, asociado a la escuela de Augusto Comte, y el empirismo britnico, asociado a John Stuart Mill. Y aun entre los libre-pensadores prevaleca una cierta nostalgia por la religin. Los idelogos pertenecientes a la clase media, que apreciaban el papel de la religin como institucin preservadora de un estado de modestia adecuado entre los pobres y como garanta del orden, algunas veces experimentaron con nuevas religiones, como la religin de la humanidad de Augusto Comte, que sustitua una seleccin de grandes hombres en el Pantheon o en el santoral del nuevo calendario, tentativa que no llegara a alcanzar xitos notables.70 Pero para los latinoamericanos el positivismo vino a representar el instrumento ideal para cambiar su realidad. Despus de la escolstica ninguna otra corriente fi losfi ca ha llegado a tener en Hispanoamrica la importancia que tuvo el positivismo.71

    Si el triunfo de la burguesa pareca simpatizar poco con la ciencia, lo haca mucho menos con las artes. Lo revolucionario en arte poda ser igualmente confun-dido con lo revolucionario en poltica, y ambos podan ser igualmente confundidos con algo sumamente diferente llamado modernidad. Herederos de los emancipado-

    70 Eric J. Hobsbawm