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Beatriz Bragoni Sara E. Mata ENTRE LA COLONIA Y LA REPÚBLICA Insurgencias, rebeliones y cultura política en América del Sur prometeo l i b r o s

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Beatriz Bragoni Sara E. Mata

ENTRE LA COLONIA Y LA REPÚBLICA

Insurgencias, rebeliones y cultura política en América del Sur

prometeo l i b r o s

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Los indios y la revolución en el Río de la Plata. El proceso independentista entre los indígenas soberanos de Pampa y Chaco

Silvia Ratto CONICET/UNQ/UBA

Durante los movimientos independentistas que se produjeron en los do­minios españoles de América del Sur, tanto realistas como revolucionarios buscaron la participación de la importante población indígena que había sido incorporada coercitivamente al sistema colonial como fuerza de trabajo. En México el movimiento de 1810 liderado por Hidalgo y Morelos se carac­terizó por ser multiétnico y multiclasista y devino rápidamente en una guerra de guerrillas y en el Alto Perú se produjo la constitución de grupos guerrille­ros conformados por criollos, mestizos e indígenas que se dedicaban espe­cialmente a cortar el paso para el avance de las tropas del rey y facilitar el movimiento de los grupos insurgentes. Pero existían también, en las zonas periféricas del dominio español, amplios espacios bajo el control de grupos indígenas soberanos que se relacionaban activamente con las poblaciones hispano criollas1.

El impacto de la revolución en estas regiones fronterizas y la posible par­ticipación de esos pueblos nativos en la misma han sido poco estudiados. De manera muy general se plantea que el esfuerzo de guerra derivó en el des-guarnecimiento de la frontera y esto, a su vez, estimuló a los grupos indígenas a atacar los establecimientos rurales en procura de ganado y cautivos. Esta idea parece descansar en el preconcepto de la belicosidad intrínseca de los in-

1 Para un panorama general y de síntesis sobre la participación indígena en México y los Andes y la repercusión en los espacios fronterizos de los dominios españoles, véase Mallon (1999) y Tutino (1999).

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dígenas que sólo podía ser frenada mediante la exhibición de fuerzas milita­res o la entrega de obsequios. En su estudio sobre la frontera norte de México luego de la independencia, David Weber señala que en las tres gobernaciones fronterizas de Alta California, Nuevo México y Texas:

La noticia del rompimiento con España había llegado por correo... y los po­bladores la habían aceptado tranquilamente los tres gobernadores fron­terizos, no vieron la independencia con gran entusiasmo. Con toda prudencia se dedicaron a observar la dirección en que soplaban los vientos de la política.

Es que los pobladores de la frontera tenían preocupaciones más inmedia­tas: el sostenimiento de las relaciones pacíficas con los grupos comanches y apaches independientes. Los diez años que habían transcurrido desde la re­vuelta de Hidalgo disminuyeron considerablemente los recursos materiales de la región y ello había dañado las relaciones interétnicas establecidas por tratados que tenían una apoyatura muy fuerte en los regalos que pudieran brindarse. Ante esta realidad era más temible un ataque indígena que las in-certidumbres políticas del proceso independentista (Weber 1992:47).

El objetivo de este trabajo es complejizar esta imagen mediante el estudio sobre el impacto que produjo la revolución entre las poblaciones nativas so­beranas del Chaco y la Pampa. Nuestra hipótesis es que los indígenas parti­ciparon en el movimiento independentista pero que dicha intervención tuvo móviles muy diversos y que sólo en algunos casos se vinculó con los proyec­tos políticos de los grupos patriotas y/o realistas. Esta diversidad tiene su ex­plicación en varios aspectos.

En primer lugar, los espacios indígenas soberanos estaban habitados por varios grupos vinculados entre sí por relaciones de alianza pero también de conflictos. En el último caso, como se había probado desde el proceso de conquista, la asociación con fuerzas hispanocriollas representaba una ven­taja estratégica importante para enfrentarse con sus enemigos.

En segundo lugar, las sociedades indígenas tenían una política de relacio­nes diplomáticas muy diferente de la europea. Mientras la segunda basaba su diplomacia en la tratadística y en el cumplimiento de los textos firmados, la primera tenía una tradición oral y ágrafa donde valía mucho más la palabra empeñada que un papel escrito, por otra parte, en un idioma desconocido.

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Por ello, era esencial la existencia de personajes suficientemente hábiles como para tender un puente de entendimiento entre dos tradiciones tan di­ferentes. Solamente en aquellos espacios en donde las prácticas parlamenta­rias llegaron a consolidarse a través de prácticas periódicas pudo haberse llegado a superar, en parte, la dependencia de los vínculos personales.

En tercer lugar y como síntesis de los puntos anteriores, en los espacios indígenas chaqueño y pampeano existían varios espacios fronterizos en los que se relacionaban distintos grupos nativos e hispano criollos. Y si bien exis­tían políticas indígenas generales tanto coloniales como más tarde republica­nas, las condiciones locales de cada espacio podían dar resultados diferentes.

Analizaremos en primer lugar el espacio pampeano patagónico y luego el chaqueño. En ambos casos comenzaremos con una breve presentación de los grupos indígenas que habitaban las dos regiones y una descripción de la relación que habían llegado a establecer con los poderes hispanocriollos a fines de la colonia para luego analizar las estrategias implementadas por los líderes indígenas ante el cambio de autoridades provocado por la guerra in­dependentista.

El espacio pampeano patagónico2

A comienzos del siglo XIX el territorio indígena soberano que se extendía al sur del Virreinato del Río de la Plata tenía límites muy imprecisos debido a que la línea fronteriza-marcada por una serie de fuertes y fortines-reflejaba bastante mal la separación entre uno y otro espacio debido a que, la expan­sión espontánea de los pobladores había desvirtuado en gran parte ese límite oficial. Por eso, el espacio indígena comenzaba a partir de los últimos asen­tamientos hispanocriollos en las distintas jurisdicciones virreinales y se ex­tendía hacia el sur y el este hasta la costa atlántica y hacia el oeste, hasta el Pacífico. Este gran espacio a ambos lados de la cordillera de los Andes estaba habitado por diversos grupos que, desde tiempos prehispánicos, mantenían contacto entre sí que se incrementó notablemente luego de la conquista in­centivado por la aparición de nuevas especies animales y bienes europeos que comenzaron a circular rápidamente por el espacio indígena.

2 Este acápite es una versión resumida de mi trabajo (Ratto; 2008).

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El ganado equino fue, sin lugar a dudas, el bien más deseado ya que per­mitió una mayor posibilidad de desplazamiento para los grupos cazadores y guerreros, materia prima para la confección de manufacturas y una nueva fuente de alimentación. Así, caballos, y con el tiempo también vacas, comen­zaron a ser arreados desde largas distancias hasta su destino final en los mer­cados transcordilleranos. En este intercambio participaron la mayor parte de los grupos indígenas asentados en el espacio por donde transitaba el ganado: los "pampas" ubicados en el área inter serrana comprendida entre los com­plejos de Tandilia y Ventania; los ranqueles instalados en el Mamil Mapu o "país del monte", región delimitada hacia el oeste, por el complejo Atuel-Sa-lado-Chadileuvu y el río Colorado; los pehuenches, asentados en los fértiles valles cordilleranos a ambos lados de la cordillera; los tehuelches, en la me­seta patagónica, grupos cazadores y recolectores ecuestres que obtenían el ganado principalmente de intercambios con otros pueblos del norte y los mapuches, al otro lado de la cordillera reflejando la fluida interrelación de la población indígena que atravesaba frecuentemente la cordillera a través de pasos y boquetes de baja altura en los meses de deshielo.

De manera que dentro de este espacio existían múltiples redes sociales y económicas que vinculaban a las poblaciones indígenas pero, también, una serie de conflictos que, ocasionalmente, enfrentaban a estos grupos; estos conflictos se originaban, básicamente, por la ocupación de lugares estratégi­cos para la apropiación de recursos y/o por intentos de algunos líderes por modificar los medios de obtener y conservar el poder dentro del grupo. En este ultimo punto la relación con los distintos gobiernos españoles jugó un papel importante.

La estabilización de las relaciones fronterizas hacia el fin de la colonia

Hacia fines del siglo XVII, las relaciones interétnicas en la Araucania, lugar como se denominaba el espacio indígena soberano al sur del reino de Chile, empezaron a apaciguarse. Un punto fundamental para lograr esto fue la nueva política borbónica que buscaba disminuir el costo de la guerra y enca­rar un nuevo curso pacifico en las relaciones con las poblaciones nativas a tra­vés de dos instituciones: las misiones evangélicas y los parlamentos (Méndez

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Beltrán; 1982; León Solís; 1992y 1993). La organización regular de parla­mentos llevó a formación de jefaturas estables incentivadas por el mismo poder colonial a través del cargo de caciques gobernadores. Este cargo impli­caba una serie de prerrogativas: para el cacique, la percepción de sueldos, ob­sequios y la educación de sus hijos en el Real Colegio de San Carlos en Santiago y en el Colegio de Naturales en Chillán; para su grupo, insertarse en los circuitos mercantiles locales y regionales (Pinto Rodríguez; 2000). Esta estabilización de los cacicazgos en una sociedad donde tradicionalmente las jefaturas eran laxas y los jefes debían renovar continuamente su liderazgo a riesgo de perder el consenso, provocó fuertes coflictos al interior de la so­ciedad indígena, promovidos por nuevos líderes que intentaron construir un poder personal en base a la fama, prestigio y riqueza que podían obtener de la estructura virreinal. Si a fines de la colonia la frontera experimentaba una relativa paz, la sociedad mapuche se veía envuelta en serios conflictos deri­vados de las nuevas formas de consolidar los liderazgos.

Cruzando la cordillera, el territorio pehuenche también había logrado es­tabilizar las relaciones con los hispanocriollos. Una figura central fue el co­mandante de frontera de Mendoza, José Francisco de Amigorena, que ejerció el cargo entre los años 1779 y 1799. Combinando una política de guerra y di­plomacia , logró establecer una serie de paces con los pueblos pehuenches que tenían contacto con la jurisdicción mendocina y, en julio de 1799 un tratado con el cacique ranquel Carripilum, a quien, siguiendo la política borbónica de crear jefaturas generales, hizo reconocer como "cacique gobernador y prin­cipal caudillo de la nación ranquel". De esta manera se inició un período de paz signado por la intensificación de las relaciones de intercambio, el avance pactado de los establecimientos rurales sobre territorio indígena en donde los nativos se contrataban estacionalmente como peones y la aceptación de mi­sioneros en sus tierras. Esta nueva situación permitió, a través de un parla­mento efectuado en abril de 1805, la fundación del nuevo fuerte de San Rafael que garantizaba la ocupación española del territorio español desde la con­fluencia de los ríos Diamante y Atuel hasta la cordillera (Levaggi; 2000).

Al este del espacio indígena, la frontera bonaerense también gozaba de una relativa paz asentada fundamentalmente en el intercambio de bienes que se practicaba en diversos puntos de la campaña y, aun, en las mismas tolde-rias. El ejemplo más claro de las buenas relaciones interétnicas fue la ayuda ofrecida por varios caciques pampas al Cabildo de Buenos Aires en ocasión

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de las invasiones inglesas. Los cabildantes agradecieron el ofrecimiento pero lo rechazaron ya que el temor de tener una fuerza de indios armados en las afueras de la ciudad era mayor que la posibilidad de contar con aliados mili­tares. A pesar del rechazo, los caciques esperaban la reciprocidad de sus ve­cinos españoles, es decir, la oferta de ayuda, si ellos se hallaban en problemas. Desde mediados del año 1810 algunos caciques asentados en las Salinas Grandes, lugar de importancia tanto por ser lugar de convergencia de varios caminos indígenas como de aprovisionamiento de sal, pidieron auxilio a las autoridades de Buenos Aires para defenderse de la posible agresión de nue­vos grupos indígenas transcordilleranos que pretendían ocupar la zona. Estas se negaron sistemáticamente a brindar la ayuda solicitada creándose una situación de tensión en las relaciones interétnicas del espacio norte bo­naerense. El hecho de que esta tirantez sucediera una vez instalada la junta revolucionaria no debe producir la confusión de suponer que ambos hechos (la revolución porteña y el inicio de la ruptura de la relación) están indisolu­blemente unidos. De manera que durante el período tardo colonial los dis­tintos espacios fronterizos del Río de la Plata transitaron una etapa de relativa calma pero la intensidad de los contactos interétnicos no fue idéntica en cada uno de ellos. También disímiles fueron los cambios que se produjeron con el movimiento revolucionario.

La revolución entre los indios

La disrupción más fuerte se produjo en la Araucanía en donde la caída del gobierno español significó el desmoronamiento de la estructura diplomática asentada en las figuras de los caciques gobernadores. Los indígenas fueron inmediatamente convocados por los partidarios de la corona con el argu­mento de que la desaparición del gobierno español significaría la pérdida de los privilegios que habían alcanzado hasta el momento; argumentación con-firmadapor el discurso de los patriotas que planteaban la integración de los indígenas como ciudadanos en igualdad de condiciones. Esta nueva situación llevó a que la gran mayoría de los grupos indígenas se aliara a la causa realista. Solo algunos caciques que tenían sólidas relaciones personales con quienes se convirtieron en importantes dirigentes criollos, se aliaron a la causa revo­lucionaria (Pinto Rodríguez; 2000:48).

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Cruzando la cordillera, tanto al norte como al este del espacio indígena, la práctica de los parlamentos había sido mucho más esporádica y los escasos tratados firmados a fines de la colonia no hablan derivado en la consolida­ción de fuertes cacicazgos. Por ello, los nuevos gobiernos no tuvieron tantas dificultades por sostener el esquema de relaciones pacíficas que había impe­rado hasta el momento. En 1812 se realizó un parlamento en el fuerte men-docino de San Carlos en el que se invitó a los pehuenches a participar en la insurrección contra los españoles, expresión que por el momento era solo una declaración de principios (Pelagatti; 2006:73-91) y hasta mediados de la década de 1810, en las fronteras de San Luis, Córdoba y Buenos Aires se mantenía el arribo periódico de partidas indígenas con motivos comerciales y/o diplomáticos (Pastor; 1942; Lobos; 1979; Ratto; 2003a).

Pero poco después empezaron a experimentarse algunas rupturas. En las fronteras de Córdoba y San Luis, el principal inconveniente fue que las nece­sidades de la guerra revolucionaria disminuyeron drásticamente los recursos para mantener la política de agasajos a las partidas indígenas que se acerca­ban a comerciar y/o a parlamentar. En la frontera bonaerense el inicio del conflicto se debió a una acción del gobierno que no tenía relación directa con el proceso revolucionario: la expansión del territorio hacia el sur sin negociar con los grupos nativos la cesión de la tierra. Esta política generó una fuerte oposición tanto entre los indígenas como entre los productores del sur quie­nes habían traspasado la línea oficial de demarcación obteniendo la tierra mediante la negociación con los grupos nativos que la habitaban. La nueva política estatal podía crear serias dificultades para viejos y nuevos pobladores y en los hechos, provocaron el rechazo de grupos indígenas que lanzaron ata­ques sobre los establecimientos fronterizos (Ratto; 2003a).

Paralelamente, un hecho directamente relacionado con el proceso revo­lucionario complicó aún más el espacio indígena: el incremento de la llegada de refugiados a las tolderías tanto de presos realistas como de desertores de los cuerpos militares patriotas. La incorporación de estos personajespro-dujo algunos quiebres en las débiles lealtades que caracterizaban al mundo indígena pampeano. A estas nuevas condiciones se agregó, en 1814, un hecho de armas vinculado con la guerra revolucionaria que produjoimpor-tantes reacomodamientos en el espacio indígena pampeano: la derrota de Rancagua y la migración de los patriotas chilenos, entre ellos José Miguel Carrera que huyeron a Mendoza donde algunos de ellos se incorporaron al

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Ejército Libertador de Los Andes dirigido por el gobernador de Cuyo, el ge­neral José de San Martín.

El efecto de Rancagua en el mundo indígena fue doble. En primer lugar y ante el temor de que los realistas avanzaran hacia el este a través de los pasos cordilleranos, se realizó en 1814 un parlamento con los pehuenches para rea­firmar la paz. Esta vez, las condiciones del acuerdo introducían serios perjuicios a su economía ya que se les exigía que, además de alertar sobre movimientos de los realistas en la cordillera, suspendieran con contactos comerciales con Chile lo cual debía repercutir de manera negativa en las prácticas de intercam­bio de los pehuenches. Probablemente por ello en algunos toldos comenza­ron a refugiarse espías del ejército realista (Pelagatti; 2006). La situación intentó revertirse en septiembre de 1816, cuando San Martín realizó un par­lamento con los principales caciques pehuenches con la intención de obtener su permiso para atravesar los pasos cordilleranos que controlaban para llegar a Chile. Como contraprestación se ofrecía a los caciques que se convirtieran en proveedores de ganado, caballada y otros bienes para el ejército. El acuerdo contó con la casi unánime aceptación de los caciques, sólo tres jefes indígenas se negaron a concertar la alianza (Levaggi; 2000).

Pero hubo un segundo efecto de Rancagua en el mundo indígena. Los re­fugiados chilenos se hallaban divididos en dos bandos irreconciliables, los partidarios de Carrera y los de O' Higgins. José Miguel Carrera no aceptaba subordinarse a San Martín y presentó ante el Director Juan Martín de Puey-rredón, su propio proyecto para expedicionar sobre Chile. Pueyrredón lo so­metió a consideración de San Martín, que se expresó en contra de cualquier proyecto que significara la dispersión de fuerzas. Ante esta respuesta, Carrera decidió unirse a los caudillos del Litoral, Estanislao López y Francisco Ramí­rez, contrarios a la política directorial. Para ello debía atravesar un extenso te­rritorio indígena y obtener recursos para sostener a su gente. Uno y otro serian posibles en la medida en que lograra establecer alianzas con los grupos nativos. El jefe Pablo Levnopán, que había arribado recientemente a las pam­pas y logrado un acercamiento con caciques ranqueles se convirtió en su principal interlocutor en tierras indígenas.

Así, a mediados de la década de 1810, arribaron al territorio indígena pampeano indios transcordilleranos, las fuerzas de Carrera y un número cada vez mayor de desertores creándose una nueva red de alianzas y conflic­tos por la ocupación de espacios estratégicos y por la apropiación de recur-

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sos. El epicentro de estos sucesos se situó en el noreste del espacio indígena en momentos en que el gobierno directorial concentraba sus esfuerzos por sofocar la disidencia oriental que se estaba extendiendo por el Litoral. En este contexto, los jefes indígenas se encontraban ante una diversidad de actores que buscaban su alianza (Fradkin y Ratto; 2007a).

Mientras esto sucedía en el norte, en el sur bonaerense corría el peligro de la reunión de "una montonera" conformada por indios, desertores y prisio­neros españoles parecía concretarse hacia 1819. El espacio era particular­mente propicio para ello ya que si bien el límite oficial había sido traspasado por varios productores, al no haberse incorporado ese territorio a la provin-ciaelEstadono garantizaba su seguridad. A fines del año 1819comenzaron a circular insistentemente los informes sobre la formación de una coalición de fuerzas con objetivos poco claros. Luego de algunas escaramuzas sobre es­tablecimientos rurales de la zona de Monsalvo, la "montonera" se deshizo pero el peligro de nuevas alianzas interétnicas se mantuvo por varios años (Fradkin y Ratto; 2007b).

En febrero de 1820 el ejercito directorial fue vencido en Cepeda por las fuerzas de los caudillos del litoral. El resultado llevó al gobernador de Santa Fe a pactar con Buenos Aires abandonando la alianza con Carrera. Pero, ade­más , los triunfos patriotas en Chacabuco y Maipú decidieron al oficial chi­leno a volver a su tierra. Carrera se internó hacia el oeste pero, luego de enfrentamientos con fuerzas mendocinas, puntanas y cordobesas, fue cap­turado y ejecutado el 4 de septiembre de 1821 en Mendoza (Bragoni; 2007). Cuando el peligro de Carrera había pasado, una nueva migración transcor-dillerana volvió a complicar la situación en el territorio indígena.

La "Guerra a Muerte" en las pampas3

Si los triunfos de Chacabuco y Maipú en 1818 lograron el control del te­rritorio chileno hasta el río Bío Bío esto no significó el fin de la guerra. A partir de entonces la resistencia realista se concentró en el sur e involucró a gran

3 Con este nombre la historiografía liberal chilena definió el enfrentamiento que se extendió por 15 años y que se caracterizó por la violencia de los enfrentamientos entre realistas y patriotas que ape­laron a todo tipo de táctica militar para lograr la victoria.

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parte de las agrupaciones indígenas. La presión patriota sobre estas fuerzas llevó a que desde inicios de la década de 1820 algunos grupos mixtos de es­pañoles e indígenas cruzaran la cordillera estableciéndose en las amplias pla­nicies del este. Pero los objetivos de estos aliados no eran idénticos. Los primeros trataban de mantener la oposición hacia el régimen patriota esta­blecido en Santiago esperando recomponer fuerzas y, paralelamente, llevar sus acciones sobre provincias del ex virreinato del Río de la Plata para obtener recursos. Para los segundos, la alianza significaba contar con el auxilio de fuerzas militares españolas para lograr sus propios fines: apoderarse de zonas estratégicas en la pampa.

La migración que produjo mayor impacto en el espacio pampeano fue la que aunó las fuerzas de los hermanos realistas Pincheira y de algunos caci­ques de la región de Boroa que comenzó a pasar al este en el año 1824 y, me­diante acuerdos con caciques pehuenches, se asentó en sus tierras donde formaron una aldea de unos 6.000 habitantes. Para abastecer a esta nume­rosa población se lanzaron expediciones de apropiación de recursos a un am­plio arco que abarcaba las fronteras de Mendoza, San Luis, Córdoba y Buenos Aires. Estos grupos se insertaron en la política local tanto indígena como criolla creándose una red de alianzas y conflictos que produjo un ciclo gene­ralizado de violencia.

Entre los pehuenches del campamento de Malargue, fuerzas pincheirinas apoyaron a un grupo opositor al cacique gobernador nombrado por las au­toridades de Mendoza. En el enfrentamiento fue asesinado el cacique y sus seguidores debieron pedir la protección del gobierno de Mendoza. Paralela­mente , las autoridades de San Luis recibían informes sobre la organización de una coalición entre los indios recién arribados y nativos de las pampas para invadir la campaña de Buenos Aires, robar el ganado y "hacer guerra abierta a aquella provincia con la cual se habían disgustado fuertemente por­que las guarniciones que tenía Buenos Aires en la frontera habían empren­dido una campaña contra los mismos", en alusión a las expediciones del gobernador Martín Rodríguez que habían llevado, en el año 1823, a la fun­dación del Fuerte Independencia.

En estos años, la conflictividad alcanzó un nivel sin precedentes a lo largo de las fronteras bonaerense y santafesina y para tratar de aquietar esta agresi­vidad se firmó en diciembre de 1825 un tratado de paz en la laguna del Gua­naco con 39 caciques y representantes de los gobiernos de Buenos Aires,

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Santa Fe y Córdoba (Levaggi; 2000)4. Sin embargo, este tratado y otros más firmados con autoridades mendocinas y puntanas fueron efímeros y a fines de la década de 1820 en el norte y este del espacio indígena los ataques a es­tablecimientos rurales en procura de recursos fueron moneda corriente.

Esta situación coincidía y se aprovechaba de la situación de desprotec­ción existente en las fronteras debido a la utilización de los efectivos militares para hacer frente, ahora, al conflicto entre federales y unitarios. Para enton­ces la alianza Pincheira-boroganos era indudablemente la red de aliados más importante de la región pampeana y su participación en las incursiones en procura de ganado era inevitable (Villar y Jiménez; 2002). Pero a fines de la década de 1820, los días de la banda de Pincheira estaban contados. Dos acontecimientos fueron decisivos en el declive del grupo.

A fines de 1828 grupos indígenas acompañados por soldados de Pin­cheira atacaron las estancias de San Carlos, Tunuyán y Tupungato llegando al año siguiente hasta la ciudad de Mendoza (Chaca; 1964). Las autoridades mendocinas se encontraban entre dos fuegos: detener los ataques en la fron­tera o responder al pedido de ayuda militar para enfrentar a la Liga del Inte­rior. En ese contexto se firmó el Tratado del Carrizal por el cual se nombraba a José Antonio Pincheira, comandante general de la frontera sur. El tratado produjo un quiebre dentro del grupo ya que Pablo Pincheira y otros oficiales no aceptaron quedar bajo la autoridad de Mendoza y, además, recibir del nuevo comandante la orden de no seguir atacando los establecimientos fron­terizos (Varela y Manara; 2001).

Pero también la alianza con los boroganos llegaba a su final. Éstos tenían un objetivo muy claro: ocupar las Salinas Grandes para controlar los circuitos de intercambio que cruzaban el territorio bonaerense. Para ello debieron en­frentarse con los ocupantes de la zona en dos encuentros que se produjeron a fines del año 1830 y que provocaron gran alarma en la frontera bonaerense por la cercanía del lugar de los conflictos. La jugada del entonces gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, fue tratar de romper la alianza entre los boroganos y los pincheirinos e incorporar a los primeros al "negocio pa­cífico"5. La táctica fue doblemente exitosa: además de lograrse lo último, se

4 Paralelamente, el gobierno de Buenos Aires envió distintas comisiones negociadoras para ir a tratar con los caciques del sur de la provincia (Ratto; 2003a). 3 El negocio pacifico de indios fue la política implementada por el gobernador Juan Manuel de Rosas en la provincia de Buenos Aires. Consistió, en sus inicios, en la alianza con algunos grupos

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consiguió la incorporación de algunos oficiales chilenos al ejército provincial los que, por su conocimiento de las prácticas indígenas, sirvieron más ade­lante como intermediarios del gobierno en las relaciones interétnicas (Fer­nandez; 2000). A partir de 1832 la situación fronteriza en Buenos Aires, entró en un período de relativa paz que se extendió por muchos años.

El accionar de los Pincheira se circunscribió, entonces, al norte del espa­cio indígena. Al conflicto originado dentro del grupo por el nombramiento de José Antonio como comandante de la frontera sur mendocina se sumó la aparente participación de éste en "la matanza del Chacal" donde, en junio de 1830, fueron asesinados el gobernador mendocino Corvalán y su comitiva. Este hecho quebró la relación con Mendoza y al año siguiente, fuerzas indí­genas y pincheirinas avanzaron sobre los fuertes de San Rafael y San Carlos (Argentina 1973,III:217; Chaca; 1964:148-149).

Pero las autoridades chilenas no se habían desentendido de los Pincheira cuando éstos cruzaron la cordillera y habían llevado a cabo una política combi­nada de expediciones militares y oferta de indultos. Unas y otras comenzaron a resultar efectivas a inicios de la década de 1830 debido a que, luego de años de resistencia, el grupo reflejaba señales muy claras de agotamiento ya que si bien "habían logrado mantener su lucha hasta ser el último foco realista en la América del Sur independizada, esta condición no podía mantenerse en el tiempo y es­taban, por tanto, condenados a desaparecer" (Contador; 1998:183). En 1832 la campaña del general Bulnes llegó al campamento central de los Pincheira poniendo fin al último foco rebelde en las pampas.

El espacio chaqueño6

En la caracterización de la población indígena del territorio chaqueño no parece haber un total acuerdo entre los investigadores y se han discutido va-

indígenas en torno de dos elementos básicos: ayuda militar indígena para defender la frontera y en-tregade raciones a las agrupaciones nativas. Este esquema inicial fue sufriendo algunas modifica­ciones en virtud de cambios tanto en la política criolla como en la dinámica del mundo indígena. Véase Ratto; 2003b. 6 No podemos dejar de mencionar la notable diferencia existente, con respecto al espacio pampeano, en el volumen de la producción historiográfica tanto sobre la dinámica interna del territorio cha­queño como en su relación, con los poderes hispanocriollos para el período que nos interesa.

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ríos criterios para presentar un panorama etnográfico de este espacio. A los fines de esta presentación, tomaremos el criterio lingüístico mencionando que el espacio chaqueño estaba ocupado por las siguientes agrupaciones: mataco-mataguayos, guaycurúes, chiriguanos y lule-vilela y que, en térmi­nos generales, las dos ultimas agrupaciones se relacionaban más asidua­mente con las poblaciones españolas del oeste -la frontera chaco salteña-, en tanto mocovíes y abipones, del grupo guaycurú, hacían lo propio con el este, el litoral chaqueño (Vitar; 1997; Trinchero; 2000; Lucaioli; 2005 y Nesis; 2005). Estas agrupaciones mantenían sus propias zonas de caza, pesca y re­colección y se vinculaban entre sí por relaciones de intercambio en donde el ganado, de igual manera que en pampa-patagonia, ocupaba un lugar de pre­eminencia. Estas relaciones de amistad no descartaban fuertes enfrentamien-tos intra étnicos que derivaban en la expulsión de algunos grupos hacia otros espacios. A su vez, los intercambios también vinculaban a las poblaciones in­dígenas con sus vecinos hispanocriollos de tres diferentes jurisdicciones co­loniales: las gobernaciones del Tucumán, Paraguay y Buenos Aires. Hacia fines de la colonia se había creado una fuerte relación de interdependencia entre ambas sociedades: la indígena había incorporado a su economía el ga­nado vacuno y caballar, las herramientas de hierro y las telas y la colonial reque­ría productos indígenas como tinturas y ponchos y, en ocasiones de escasez, ganados robados en otras jurisdicciones que los indígenas comercializaban con las ciudades amigas. Pero, más allá de las prácticas de intercambio, el resul­tado de los acuerdos diplomáticos hacia fines de la colonia, al igual que plan­teamos para el espacio Arauco pampeano, muestra algunas diferencias en los frentes occidental y oriental.

En el frente tucumano existía, a fines de la colonia, un conjunto defensivo formado por una cadena de fuertes y presidios que, a la vez, custodiaban a las misiones ubicadas a lo largo de las márgenes del Río Salado-Pasaje. En este es­pacio, las misiones se integraron de manera particular a la estructura militar de-fensiva de la frontera; en vez de cumplir la función esperada de proteger y evangelizar a la población indígena, funcionaron como control de la población indígena que era usada como mano de obra en las haciendas fronterizas. Com­pletaban este escenario algunos pueblos de indios cuyos integrantes también se contrataban estacionalmente en establecimientos productivos; de los ingre­sos obtenidos ahí y no de la economía tradicional indígena provenía, en su mayor parte, el tributo que se pagaba a la Corona (Santamaría y Peire; 1990).

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En el frente litoral, los territorios santafesino y correntino sólo contaban a fines del siglo XVIII con algunos fuertes aislados y sin provisiones; la imple-mentación de la política borbónica, derivó en la fundación de misiones y la obtención de una relativa paz. Pero la contrapartida de estas paces fue la ten­sión y el conflicto en otras jurisdicciones ya que los abipones y mocovíes con quienes se había establecido la paz volcaron sus ataques, robos y saqueos sobre las ciudades vecinas. A diferencia del frente tucumano, estas misiones no funcionaron como proveedoras de mano de obra pero tampoco tuvieron éxito en sedentarizar de manera permanente a la población. Abipones y mo­covíes las utilizaban como un espacio más de apropiación de recursos. Mientras algunos grupos se instalaron de manera definitiva en las reduccio­nes, otros se mantuvieron al interior del territorio estableciendo contactos esporádicos con estos centros para realizar intercambios y, finalmente algu­nos caciques combinaron las ventajas de vivir en la reducción durante cier­tos períodos con estancias más o menos prolongadas fuera del ámbito de acción e injerencia de los curas doctrineros. Estos movimientos de pobla­ción se ajustaban a la economía de la sociedad indígena que, en períodos de escasez, promovían los enfrentamientos y la expansión sobre nuevos terri­torios y, en períodos de abundancia se acercaban a puestos coloniales para intercambiar sus productos (Santamaría y Peire, 1990; Lucaioli, 2007; Nesis,2007).

Según un informe del vecino salteño Fernandez Cornejo, hacia 1790 existían once misiones en los dos frentes fronterizos:

Zenta, Ledesma, piquete de San Bernardo, Santa Bárbara, Río del Valle, Pitos, Cululú, la Pelada, el Rey y el Tío y últimamente el de Curupatí, fuera de otras guardias o piquetes que median de Corrientes a Santa Fe en la costa del Río Paraná. Los cuatro primeros están situados en las fronteras de la ciudad de Jujuy y sostenidos a expensas del ramo de sisa... los dos siguientes corres­ponden a la frontera de la capital de Salta sostenidos por el mismo ramo; los cuatro sucesivos a las fronteras de Santa fe y Córdoba y el ultimo a la ciudad de Corrientes (Arenales; 1833).

En este informe se omiten otras reducciones de indios mocovíes y abi­pones fundadas a mediados del siglo XVIII como San Javier, San Jerónimo,

San Pedro-en Santa Fe- , Concepción-en la jurisdicción de Santiago del

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Estero-, San Fernando -Corrientes- y Santo Rosario o Timbó -en Asun­ción-. Otro elemento a destacar con respecto a las relaciones interétnicas es que, fundamentalmente desde los gobiernos salteños, había un especial interés por el tema de la circulación dentro del espacio chaqueño ya que éste partía en dos al interior. Por ello desde inicios del siglo XVIII se realiza­ron varias entradas al Chaco tratando de evaluar las posibilidades de co­nectar el Tucumán con el Litoral mediante la navegación del Bermejo. En junio de 1778 un decreto del virrey Cevallos creaba la Junta Reduccional que tuvo a su cargo todos los asuntos relacionados con el establecimiento y mantenimiento de reducciones en el Gran Chaco (Alumni; 1951). Dos años después de su creación, los miembros de la junta decidieron realizar una expedición al mando del coronel Gavino de Arias con el objetivo de establecer nuevas reducciones sobre el río Bermejo. La expedición logró llegar hasta Corrientes y crear dos reducciones: San Bernardo de indios tobas y Nuestra Señora de los Dolores y Santiago de La Cangayé que, en su período de auge, llegaron a congregar 2000 almas. Sin embargo, a inicios de la década de 1790 se produjo un cambio en las autoridades de las mi­siones y ésas entraron en una fuerte decadencia. Una medida resistida por los indios fue el traslado de las mismas al que pocos se avinieron. Los nue­vos asentamientos se ubicaron en Nembucu y Curupayti a orillas del río Paraná.

En síntesis, a fines de la colonia, las relaciones interétnicas con los gru­pos indígenas del Chaco, si bien no se caracterizaban por la conflictividad, distaban de haberse consolidado en un esquema que asegurara la paz. En el frente tucumano salteño, la reactivación del comercio con el Alto Perú incentivó el avance de los hispanocriollos sobre tierras fronterizas a través de distintas estrategias: obtención de mercedes, compra de parte de las tierras de las misiones y ocupación espontánea de los pobladores. A la vez, la estrecha relación que se había establecido entre las poblaciones indíge­nas reducidas en misiones y pueblos y la sociedad hispanocriolla había provocado un lento pero constante abandono de éstos y el estableci­miento de los naturales en las haciendas fronterizas (Teruel; 2005).

En el litoral, la endeble posición de las misiones se unía a la precariedad de los fuertes creando una situación de poca estabilidad. Según Mantilla, a fines del período colonial

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los indios del Chaco invadían sin miedo por la costa del río Paraná en toda la extensión que media entre las desembocaduras de los ríos Ambrosio y Santa Lucía internándose algunas veces hasta muy cerca de Las Saladas y San Roque... No había defensa militar organizada por el gobierno: la policía de campaña y las guardia de milicias de los pueblos valían poco para contener a los indios. Los habitantes atendían a su propia seguridad (Mantilla; 1928).

La revolución en la frontera tucumano-salteña

El impacto de la revolución entre los indígenas chaqueños es mucho más difícil de evaluar que en el caso pampeano por la escasez de fuentes y es lla­mativo que la historiografía sobre este espacio, y fundamentalmente para la frontera chaco salteña, muestre un claro "hueco" entre fines del siglo XVIII y segunda mitad del siguiente.

En esa región, según Teruel, ya a fines del período colonial los fuertes ha­bían dejado de cumplir su tarea defensiva y las misiones, aquejadas por proble­mas financieros, prácticamente se habían despoblado. Cuando se produjo el abandono definitivo de alguna de ellas, los indígenas reducidos se dispersaron y mientras unos permanecieron en la región como trabajadores, otros se reti­raron al Chaco aunque mantuvieron la práctica de recurrir estacionalmen te a los trabajos en los cañaverales. Si bien los nuevos gobiernos republicanos for­mados por los principales hacendados locales encararían una política de ex­propiación de tierras a los indígenas reducidos, no parece haber existido una situación de enfrentamiento ni mucho menos de retracción de la frontera en estos años. Es más, siguiendo a la autora, a pesar de estos avances territoriales "... en ese lapso se consolidó como frontera agropecuaria aquella que a fines del siglo XVIII era aun una frontera bélica" (Teruel; 2005:35-36)

Tal vez esta relación poco conflictiva llevó al general Belgrano a tratar de captar a caciques chaqueños para engrosar el ejército independentista. Según relata Alvarez de Arenales:

[... ] Hallándose acantonado en Tucumán el ejército auxiliar del Perú, por los años 1816 a 18 su general en jefe el Sr D. Manuel Belgrano medito una expe­dición al Chaco cuya abertura debía verificarse por las fronteras de Santiago del Estero. Al efecto se preparo una corta división del ejército con algunas mi­licias locales que fue puesta a las órdenes del señor general Arenales encar-

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gado de esta empresa. Parece que el plan y objeto de ella eran reducidos a

ganarla amistad de los caciques insinuándoles idea adecuadas del espíritu de la re­

volución, para comprometerlos en ella, en caso de ser necesaria su ayuda, a falta de

otros recursos; sacar de allí en jente y caballos los que fuera posible en auxilio del

ejército; y recorrer en fin la mayor extensión de país para reunir los conoci­mientos precisos con relación a otros planes políticos que en consecuencia deberían tomarse en consideración.

La expedición no llegó a concretarse debido a que "los acontecimientos anárquicos que sobrevinieron inmediatamente obligaron a dar otra ocupa­ción tanto al general nombrado como a las tropas ya destinadas y no se pensó mas en esta empresa" (Arenales; 1833:242)7.

La frontera oriental de Corrientes y Santa Fe

En este espacio, los territorios correntino y santafesino se enfrentaban a dos frentes indígenas muy diferentes. Por un lado, los grupos soberanos del Chaco con quienes se había mantenido una precaria paz; por otro lado, los guaraníes y charrúas de las desmanteladas misiones jesuíticas. Luego del re­tiro de la orden se produjo un lento proceso de descomposición del sistema misional; el avance de las tropas portugueses luego de la revolución que in­tentaron ocupar las tierras provocó una mayor presión sobre los naturales que, en gran parte, se incorporaron como auxiliares del ejército artiguista. Al­gunos de ellos como Andrés Guacurarí o Andresito, hijo adoptivo de Artigas y Manuel Artigas, hijo del jefe oriental y una india charrúa, llegaron a ocupar altos cargos en la estructura militar (Fradkin y Ratto; 2007 a).

En el frente chaqueño, el proceso revolucionario derivó en el desmante-lamiento de las relaciones diplomáticas interétnicas y la indefensión de los espacios fronterizos por la necesidad de utilizar los recursos en hombres y ar-

7 Subrayado nuestro. Belgrano ya había estado a cargo de contingentes indígenas procedentes de las ex misiones jesuíticas, durante la expedición que realizó al Paraguay en 1811. Su evaluación sobre el desempeño de los indios no había sido muy elogiosa y se quejaba "de que se le habían de­sertado muchos, por cuanto los indios no pueden andar sin mujer y mis ordenes eran muy severas, para perseguir bajo penas, a más de ser un estorbo, aun las casadas, en el ejército o tropa cualquiera que marche y el de las subsistencias y uno y otro en aquellos países era de la mayor consideración". En Memorias 1924/26, Tomo 1:67.

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mamento en la guerra. En la frontera santafesina, excepto el pueblo mocoví de San Javier, todas las misiones perdieron a sus curas que se refugiaron en la ciudad de Santa Fe. Los indios que permanecieron en las misiones fueron ob­jeto de ataques de otras misiones, de grupos independiente del Chaco y de los blancos. En los dos primeros casos, la crisis del sistema misional había re­activado viejas rivalidades, fundamentalmente entre mocovíes y abipones. Así, abipones asentados en San Jerónimo (jurisdicción santafesina) fueron forzados, por los ataques mocovíes, a migrar hacia Corrientes y refugiarse en el viejo pueblo guaraní de Santa Lucía (Saeger; 2000: 170). Además, como las misiones no sólo eran un lugar de asentamiento de grupos indígenas sino también centro de aprovisionamiento para circuitos de intercambio, el re­corte de éstos por la guerra independentista lesionaba claramente los intere­ses económicos de los indígenas. A eso se agregaba una política indígena poco clara que combinaba expresiones de alianza y amistad con prácticas de apropiación de los recursos de las misiones por parte de algunos oficiales.

De manera que, al igual que lo que sucedía en el sector nororiental de la pampa, los indios chaqueños reducidos y soberanos se encontraron ante una variedad de opciones para diseñar sus estrategias políticas. A partir de 1815, la intervención artiguista en el Litoral y el conflicto armado con Bue­nos Aires aportaron a los líderes indígenas chaqueños la posibilidad de en­tablar nuevas y muy diversas alianzas políticas. La presencia en territorio santafesino de fuerzas artiguistas en donde participaban guaraníes y cha­rrúas procedentes de las ex misiones jesuíticas actuó como un factor de atracción para los indígenas chaqueños. En el pueblo de San Javier, Manuel Artigas, hijo del caudillo oriental, había logrado el apoyo de tres caciques y del cura del pueblo, fray Ignacio Yspurga formando una fuerza de más de 400 indios (Fradkin y Ratto; 2007a). A su vez, los abipones que permane-cían en San Jerónimo se acercaron a Viamonte, general del ejército de ocu­pación enviado por el Directorio para restablecer la dependencia de Santa Fe, pidiendo el restablecimiento de las misiones (Scunio; 1972:118). En términos generales, las tropas antidirectoriales (artiguistas y santafesinas) buscaron activamente la incorporación de fuerzas indígenas mientras las di-rectoriales se limitaron a buscar paces y, en casos extremos, incentivar los ataques indígenas sobre las jurisdicciones disidentes. A mediados de 1815, las autoridades correntinas observaron un movimiento de tribus en la ribera occidental del Paraná y se hizo público que los jefes militares de las fuerzas

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de Buenos Aires actuantes en Santa Fe estimulaban esos preparativos de in­vasión (Gómez; 1928).

El doble frente indígena, guaycurú y guaraní, fue particularmente con-flictivo en el territorio correntino. A comienzos del movimiento indepen­dentista y acorde con el ideario revolucionario el gobierno decidió otorgar la libertad civil a los indios de los pueblos guaraníes de Itatí, Santa Lucía y Gar­zas en un intento por sostener la tranquilidad dentro de la provincia. Pero la expansión artiguista sobre el Litoral y el rechazo del gobierno correntino a su influencia derivaron rápidamente en conflictos. En enero de 1816 el jefe oriental se dirigió al Cabildo correntino avisando que

Marcha el cacique don Juan Benavides con el objeto de recoger sus familias del otro lado del Chaco y traer todos los naturales que puedan y quieran pa­sarse a esta banda. Me suplica dicho cacique se le asigne un lugar donde per­manecer con sus naturales y sus familias sin perjuicio del vecindario y con utilidad de ellos propios (Gómez 1928:120).

Como ya se ha señalado, la participación indígena en las tropas artiguistas era muy importante y Artigas mostraba constantemente su mejor disposi­ción hacia ellos debido a que "la benevolencia con los indígenas... no era solo cuestión de principios, sino táctica política" (Halperin; 1972:215). Los ca­pitulares mostraron claras señales de no acceder al pedido por el temor de asentar en su territorio a más grupos indígenas. Artigas insistió, sin éxito, en la ventaja de ampararlo argumentando que

Es preciso que a los indios se trate con mas consideración pues no es dable cuando sostenemos nuestros derechos, excluirlos del que justamente les co­rresponda. Su ignorancia e incivilización no es un delito reprensible; ellos deben ser condolidos mas bien de esta desgracia pues no ignora VS quien ha sido su causante y nosotros habremos de perpetuarla! Y nos preciaremos de patriotas siendo indiferentes a este mal! (Gómez; 1928:121).

Las desinteligencias entre los correntinos y Artigas llegan a su punto má­ximo en mayo de 1818 cuando un movimiento de las escasas fuerzas vetera­nas de la provincia intentó poner fin a su influencia. El mismo no sólo fracasó sino que derivó en la ocupación y dominio de la provincia por las tropas de Andresito compuestas en su mayor parte por indios guaraníes.

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En la frontera santafesina, el desmantelamiento de las misiones y una po­lítica indígena errática por parte del gobierno derivó en fuertes ataques sobre los establecimientos rurales del norte de la provincia afectando los estableci­mientos de toda la costa del Salado y llegando, incluso, a los alrededores de Coronda. Hacia 1815 la conflictividad con los grupos indígenas del Chaco era un tema acuciante para los santafesinos ya que los ataques habían llevado a un claro retroceso de la línea fronteriza y a la pérdida de importantes rodeos de ganado. El gobernador Candioti había intentado reestablecer las paces con uno de los caciques del pueblo de San Pedro pero, en ocasión de la visita del cacique a la ciudad de Santa Fe, algunos vecinos atacaron a la comitiva en represalia por las invasiones sufridas anteriormente con lo que las negocia­ciones quedaron sin efecto.

Mientras esto sucedía en el litoral, en las fronteras de Córdoba y Santiago la relación interétnica mostraban una evolución similar. En 1810 se había produ­cido el retiro de las fuerzas (unos escasos cien veteranos) que guardaban la pro­vincia contra los indios del Chaco acantonadas en la Villa de la Carlota y en los destacamentos de El Tío y Río Seco. Hacia 1812 comenzaron las incursiones en los establecimientos rurales que se vieron incrementadas cuando cuatro in­dígenas fueron asesinados por dos desertores cerca del fuerte de Santa Catalina. Dos años después el gobernador de Córdoba, Ortiz de Ocampo, organizó una expedición intimidatoria para la cual se requirió la colaboración de los vecinos en "chapeados, estribos, pellones, virolas como también otros elementos como ser pellones, chupas, jergas, ponchos, sombreros y dos cargas de aguardiente todo lo que se pagaría después por el Estado...". La persistencia de la agresivi­dad indígena, sospechada de ser acicateada por Artigas, y la escasez de recursos del estado revolucionario volvió a cargar a los vecinos cuando en 1816 y ante los rumores de un malón sobre la frontera de Córdoba, se creó la compañía de Dragones de la Frontera del Chaco que fue pagada por los hacendados de la provincia (Scunio; 1972:125).

Esas apropiaciones de ganado permitieron que tobas y mocovíes asenta­dos en las márgenes del río Bermejo, cerca de las misiones de San Bernardo y La Cangayé, tuvieran apreciables rebaños de caballos y muías y dirigieran sus intercambios a Asunción (Saeger; 2000:170).

En 1817 se realizó una campaña conjunta entre Santa Fe (gobernada para ese entonces por Vera), Córdoba y Santiago. Vera, además, reorganizó las fuerzas de Blandengues en la frontera norte de la provincia. Pero ninguna de

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estas medidas tuvo éxito y las incursiones sobre el norte santafesino siguie­ron asolando las haciendas de manera constante hasta el año 1818. Parecía que los jefes indígenas no encontraban un interlocutor válido y confiable con quien pactar y, hasta esa fecha, la relación de algunos grupos chaqueños era más cercana al jefe oriental que a los líderes santafesinos, cordobeses y san-tiagueños. Así, para repeler los ataques tobas que en el año 1818 cayeron sobre el norte de la provincia, el gobernador Vera debió recurrir a Artigas so­licitándole "el envío del Cacique Benavides con sus indios Abipones perte­necientes a San Jerónimo del Rey quienes se hallaban incorporados a las fuerzas de Artigas" (Fradkin y Ratto; 2007a:16).

Hacia una precaria estabilidad

El dominio de Andresito en Corrientes significó la presencia de numero­sos contingentes de indios guaraníes que, siguiendo sus propias estrategias de guerra ya que se trataba de un ejército de ocupación, dirigieron campañas de apropiación de recursos sobre los establecimientos ganaderos. La situa­ción fue constante denunciada por los capitulares pero recién a fines del año 1819 las tropas abandonaron la provincia para concentrarse en el territorio de las misiones y los correntinos eligieron un nuevo gobernador. Durante el mandato de Fernández Blanco se trató, con bastante éxito, de restablecer el orden legal y administrativo. Sin embargo, la relación con los indios chaque­ños no se resolvió fácilmente. El 5 de junio de 1822 se firmó un trato entre al­gunos caciques y el gobierno en el que los primeros se comprometieron a evacuar el territorio correntino y mantener relaciones pacíficas. Sin embargo, ni una cosa ni la otra se cumplieron totalmente. En 1823 un movimientose­dicioso del Regimiento de Dragones que custodiaba el fuerte de Las Garzas favoreció una invasión de indios abipones sobre Goya y Bella Vista avan­zando hasta San Roque y quebrando toda la línea de defensa. La estabiliza­ción vendría durante el gobierno de Ferré.

Para resolver la relación con los indios chaqueños y utilizan do los servi­cios del fray Francisco Arellano el gobernador firmó, en 1825, un tratado coa los caciques abipones Patricio Ríos, Raimundo y José Benavides. Entre los puntos del acuerdo se encontraban: el canje de cautivos; el abandono de los sitios y reducciones que los indígenas habían ocupado en el territorio de la

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provincia de Corrientes; el reconocimiento de la soberanía y dominio de todas las tierras del Chaco por parte de éstos y el compromiso mutuo de vivir en paz y buenas relaciones y comerciar con sus productos libremente. Se agregaba además que los indios debían respetar a los blancos que pasaran al Chaco y proteger las expediciones que Corrientes enviara a través del Chaco. Estas tenían un objetivo muy claro: el establecimiento de obrajes de madera.

Por otro lado, Ferré se ocupó de la población indígena existente en el te­rritorio provincial8: distribuyó tierras entre los indígenas que quisieran pasar a vivir dentro de él y terminó con el régimen de comunidad de los pueblos de Itatí y Santa Lucía entregando parcelas individuales para lograr la "incorpo­ración de los indios a la economía provincial" (Alumni; 1951:146).

También en Santa Fe, a fines de la década de 1810, comenzó a estabili­zarse la relación interétnica. La situación cambió con la llegada de López a la gobernación y a fines de 1818, el ejército agregó a sus filas contingentes de milicias auxiliares chaqueñas. Habría que preguntarse qué fue lo que llevó a que algunos caciques abandonaran su política de confrontación para deci­dirse a concertar una alianza con el nuevo gobierno. Un dato claro es que López, a diferencia de los gobernadores anteriores, había tenido un largo desempeño en la frontera norte y conocía con mayor detalle las prácticas di­plomáticas indígenas basadas en una relación recíproca de prestaciones y contraprestaciones. Para obtener la alianza de los caciques había que ofrecer una retribución atractiva. En la primera participación militar indígena, se en­tregó a cada uno de los 150 soldados indios "un poncho, sombrero y cuatro pesos en plata". Pocos días después, cuando se incorporaron nuevos contin­gentes , se impuso en la ciudad de Santa Fe una "contribución a los europeos para darle a los indios".

Existía, sin embargo, un claro riesgo que era inherente a las prácticas gue­rreras indígenas: la apropiación de recursos. En todos los casos en que inter­vinieron fuerzas nativas, se denunciaron los robos "y desmanes" cometidos por ellas una vez finalizados los encuentros militares. Los que apelaban a estas alianzas sabían claramente que los robos, que formaban parte de las tác­ticas de guerra, eran entendidos por los indios como una forma de compen­sación por su intervención. La política indígena de López logró aflojar la

B En un censo realizado en noviembre de 1820 se señalaba la existencia de 192 indios correntinos, 24 indias correntinas y 34 indios misioneros.

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conflictividad fronteriza sólo momentáneamente. A fines de la década de 1820 los malones sobre la frontera norte y oeste seguía siendo un problema acuciante para el gobierno. En 1829 López firmó un tratado con el goberna­dor de Córdoba por el cual se comprometía a restablecer los fortines que ha­bían quedado desamparados como consecuencia de las guerras civiles para poder restaurar la linea defensiva que conectara con los fuertes cordobeses y, a partir de 1832, realizó campañas anuales sobre el territorio chaqueño para expulsar a los grupos indígenas hacia el norte (Scunio; 1972:123).

A pesar de estas medidas tanto ofensivas como diplomáticas, hacia 1833, Álvarez de Arenales escribía:

Los indios del Chaco que desde 1820 han frecuentado sus irrupciones con mas o menos intensidad sobre las fronteras de Córdoba y Santa Fe, han conse­guido al fin destruir totalmente la segunda; llegando a penetrar en sus corre­rías hasta las mismas riberas del Rio Tercero cuyas campañas septentrionales en otro tiempo muy florecientes han sido ya completamente robadas y aban­donadas. Así han desaparecido dos antiguos caminos que es muy de interés de la provincia de Santa Fe el restablecerlos para facilitar un trafico que au­mentaría mucho las ventajas de sus proporciones locales.... La frontera de Santa Fe se extendía entonces desde la costa del Paraná sobre el arroyo de San Javier, el fuerte de Almagro, el de la Esquina sobre la ribera oriental del río Sa­lado, la estancia de San Antonio sobre la ribera opuesta y los fuertes de la So­ledad, de Melo y de los Sunchales hacia el occidente. Todo este no existe hoy. ...(Arenales; 1833:71-72).

Conclusiones

Luego de 20 años de iniciado el proceso revolucionario los espacios indí­genas soberanos de Chaco y Pampa seguían atravesados por conflictos muy diversos, no todos vinculados con la lucha independentista. Es por ello que consideramos que la guerra revolucionaria y los enfrentamientos civiles que se sucedieron deben entenderse, desde la perspectiva indígena, como un pe­ríodo continuado en el que los grupos hispanocriollos enfrentados buscaron el apoyo indígena apelando a distintas estrategias de captación. Pero los que buscaban la alianza indígena eran conscientes de sus riesgos. Laimpcsibili-dad de realizar acciones coordinadas, las formas distintas de hacer la guerra,

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la búsqueda de ganado y cautivos por parte de los indios convertía a estas alianzas en un arma de doble filo9: exitosas en el sentido de aportar eficaces soldados para una lucha de guerrillas como la que se desarrolló en esos años, era muy difícil contener lo que se consideraban "excesos" por parte de la po­blación afectada a sus ataques. La alianza indígena, en definitiva, era el úl­timo recurso utilizado cuando las fuerzas regulares y milicianas no lograban hacer frente a los ejércitos contrarios.

Haciendo un balance del impacto de la revolución y la guerra civil en los grupos indígenas soberanos podemos identificar tres estrategias diferentes por parte de los líderes nativos.

1) En aquellos espacios en donde la relación diplomática se había conso­lidado provocando la inserción de algunos grupos indígenas en la estructura colonial -a través de la percepción de sueldos por parte de los caciques, de la incorporación de algunos grupos en circuitos de intercambio locales y regio­nales, etc.-, la guerra revolucionaria tuvo un impacto inmediato y directo. Así, en la Araucanía, hubo un masivo movimiento a favor de los realistas por parte de los principales caciques que temían perder los privilegios estableci­dos a lo largo de los últimos años de la colonia. De todos modos, esto no im­pidió que algunos líderes relacionados de manera personal con destacados oficiales patriotas decidieran su alianza con el grupo revolucionario.

2) Una segunda alternativa se dio entre grupos indígenas con quienes el contacto diplomático se había limitado al establecimiento de algunos puntos que regularan la relación, por ejemplo, el canje de cautivos y la entrega de pri­sioneros, el permiso de intercambio mutuo y/o vagas declaraciones de ayuda militar mutua. En la medida en que los nuevos gobiernos ratificaran las me­didas anteriores, el contacto interétnico podía mantenerse sin mayores cam­bios. En estos casos, las alianzas que intentaron establecer tanto patriotas como realistas con algunos grupos nativos debieron incluir otro tipo de con­diciones, apelándose a relaciones personales de confianza ya existentes con los caciques y a la oferta de beneficios concretos por su participación en la lucha independentista. Esto podría explicar el devenir de los pehuenches, que tenían una larga relación con las autoridades españolas de Mendoza. Aun cuando el peligro del avance realista después de Rancagua derivó en la prohibición del comercio con quienes habían sido sus habituales clientes del

9 Estas características del accionar indígena fueron claramente señaladas por Bechis; 1998.

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otro lado de la cordillera, la posibilidad de convertirse en proveedores de otro mercado sumamente importante como el Ejército de los Andes, pudo haber decidido a gran parte de sus caciques a mantener la alianza con las autorida­des mendocinas aunque éstas fuera ahora patriotas. También puede ser el caso de la frontera chaco-salteña donde grupos indígenas parecen haberse insertado en algunas unidades productivas -como mano de obra estacional y/o permanente- con anterioridad al periodo revolucionario.

3) Finalmente, la estrategia más general fue la de un extremo desmembra­miento de los grupos indígenas en sectores dispuestos a aliarse con el inter­locutor que ofreciera mejores condiciones para la alianza. Este devenir se produjo en aquellos espacios donde la relación diplomática no estaba dema­siado consolidada como la frontera bonaerense y del sur santafesino con res­pecto a los indígenas de pampa y del litoral correntino y santafesino con respecto a los indios chaqueños. En estos espacios los líderes nativos diseña­ron su política en función de los beneficios concretos que podía ofrecer cada uno de los bandos en pugna ya fueran realistas/patriotas, directoriales/anti-directoriales o federales/unitarios. Entre esos beneficios se contaba como el más importante el mantenimiento de circuitos de intercambio ya sea a través del establecimiento de relaciones comerciales con los nuevos poderes crio­llos o mediante la posibilidad de apropiación de ganado que sería, a su vez, comercializado en otras partes. Pero, para definir esas alianzas era necesaria la existencia de interlocutores confiables en el mundo hispanocriollo. Dicho de otra manera, las alianzas no se hacían en apoyo a tendencias políticas que no tenían incidencia directa en las opciones de los caciques sino que éstas se definían por las relaciones personales que existían con algunos personajes hispano criollos que, a su vez, ofrecían a los caciques beneficios por la alianza: ayuda militar para defenderse de sus enemigos, fuerzas auxiliares para encarar expediciones de apropiación de ganado, etc. Por tal motivo, su incorporación a uno de los bandos en pugna no significó el compromiso con una posición política determinada sino el auxilio como fuerzas militares que operaban según sus propios objetivos.

Cincuenta años más tarde de estos acontecimientos, el cacique Calfucurá planteó de manera muy clara esta posición indígena. En momentos en que el Estado de Buenos Aires y la Confederación se hallaban enfrentados y ambos buscaban la alianza de los indígenas de la pampa, el cacique de Salinas Grandes le escribía al comandante general de la frontera del sur, Nicolás O campo:

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... querido hermano yo no se porque [los hombres de la Confederación] los persiguen tanto a los de Buenos Ayres ahora hacen cinco ocasiones que yo he presenciado pero hasta ahora no he podido comprender el motivo que tiene pero Ud sabrá bienio que hacen y yo como siempre le he dicho no me he de meter en vues­tras causas por el motivo que a mi no me importa nada ni me corresponde...10

10 Chilué, 2 de octubre de 1861. AGN,X,20.7.2. Subrayado nuestro.

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