querido fantasma (1)

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Aporte de JRC-2014

JACQUELINE BALCELLS ANA

MARIA GIRALDES

QUERIDO FANTASMA

(ONCE CASOS PARA RESOLVER)

EDITORIAL ANDRES BELLO

UN DETECTIVE EN EL CLOSET

El fantasma del casern de uoa era el secreto de doa Felicia. Lo haba visto por primera vez haca veinte aos, cuando estaba colgando el vestido de terciopelo en el closet de su dormitorio. Una mano blanca, algo transparente, emergi de la nada y le ofreci unas bolitas de naftalina. Despus apareci un brazo y finalmente la figura de un hombre alto. Tena patillas canas, bigotes y una pequea barba; sonrea con timidez y se present como Arthur Henry Williams, detective privado. Si doa Felicia perdi el juicio con el susto, jams se supo, pero lo cierto es que nunca se lo dijo a Leopoldo, su marido. Quizs fue para que no la creyera loca.

Al poco tiempo de aparecer el fantasma, Leopoldo muri de un repentino paro cardaco. Fue una tarde en que iban a ir al teatro y l, contra toda su costumbre, haba abierto el closet de Felicia en busca de un paraguas.

Arthur Henry Williams jur y rejur a Felicia que l no haba tenido nada que ver en la muerte de su marido y ella le crey. Y desde entonces el fantasma se transform en su gran compaa y consuelo: juntos resolvan crucigramas y no se perdan ninguna pelcula policial en la televisin.

Luego de enviudar, doa Felicia se dedic por entero a la aficin que jams pudo desarrollar en vida de Leopoldo sin sentirse culpable: leer novelas de intriga y resolver cuanto misterio se le pusiera por delante. Muy atrs haba quedado el tiempo en que Leopoldo se enfureca cada vez que ella sumida en lecturas y extraos monlogos se olvidaba del mundo y, por supuesto, tambin de planchar sus camisas y zurcir sus calcetines.

Esas novelas de misterio te estn convirtiendo en una chiflada, Felicia: ayer te escuch hablar sola en el closet! haba vociferado Leopoldo una tarde. Le decas a la ropa que el asesino de la mansin verde era el jardinero. Te prohbo continuar con esa locura de creerte detective!

Ella, mientras su marido estuvo vivo, trat de ser la mejor esposa posible: cocin para l cientos de galletas, bizcochos y roscas, y disimul al mximo sus tendencias detectivescas. Pero una vez viuda, ya nada le impidi hacer lo que le vena en ganas. Y la verdad fue que, poco a poco, todos sus vecinos comenzaron a considerarla una excntrica. Qu otra cosa podan pensar de una anciana que paseaba por el barrio intercambiando opiniones con un compaero invisible o cuchichendoles disimuladamente a las paredes cuando alguien la visitaba en su casa?

Pero el da en que doa Felicia resolvi su primer caso empezaron a respetarla. EL CASO DE LOS BILLETES EN EL JARRON

Una tarde, cuando doa Felicia buscaba en el diccionario un sinnimo de tres letras para una palabra de su crucigrama, uno de sus vecinos lleg a buscarla. Vena en un estado de gran agitacin: Han entrado a robar! Se llevaron mi dinero! Por favor, vaya a ver a Laurita! el seor Gonzlez sudaba copiosamente. Doa Felicia sinti un agradable cosquilleo bajo su piel.

Supongo que no han tocado nada exclam, con los ojos brillantes.

Acaba de suceder! Recin despert de mi siesta y me encontr con la sorpresa y Gonzlez aadi, mientras se secaba la frente con un pauelo: Yo s que usted conoce al inspector Soto!

Clmese, seor Gonzlez, y vuelva junto a Laurita. Yo ir dentro de unos minutos. Cuando Belisario Gonzlez desapareci, Felicia vol al segundo piso. Arthur Henry Williams ya estaba preparado: en lo alto de la escalera flotaban un sombrero, una pipa humeante y una bufanda escocesa.

No, Arthur, si vas conmigo, tendrs que ser absolutamente invisible!

Oh, qu contrariedad! Las prendas de vestir cayeron al suelo y la pipa se vaci en un cenicero. Diez minutos ms tarde, doa Felicia cariaba por la calle con su brazo derecho alzado, como si alguien la condujera del codo. Con sus pasitos cortos y la rapidez de una colegiala, lleg a la casa de los Gonzlez en un santiamn. All estaba Laurita, echada en un sof, mirando con cara compungida el rostro alterado de su esposo. Apenas vio llegar a su vecina, se apresur a explicar:

Se han llevado los ahorros de Belisario, doa Felicia! Se imagina usted lo que es eso? Una persona con un gorro y una media en su cara, y vestida entera de negro, me amordaz y me apunt con un revlver enorme! Pateaba mis mesas y sillas, y abra cajones y... y... mire, mire cmo quedaron los jarrones y los adornos!

Oh, qu atropello! la voz tena un leve acento ingls. Todos se miraron desconcertados y doa Felicia, de inmediato, enronqueci su voz y exclam: Oh, insisto, qu atropello!

S, es realmente terrible... murmur Laura, cerrando los ojos. La anciana observ el living: no haba nada en su lugar. El florero de la mesa de centro estaba en la alfombra y las flores se desparramaban por todas partes. Los adornos de porcelana aparecan boca abajo o tirados sobre los sillones. En el hueco de la chimenea haba tres ceniceros de cristal tiznados y tambin estaba la fotografa de los Gonzlez en el da de su matrimonio. Las dos sillas de Viena, que tanto cuidaba doa Laura, tenan sus patas dirigidas al techo y haba una mesa de arrimo volcada.

Dios mo, doa Laurita! Y usted que es tan ordenada! se compadeci doa Felicia.

Era un salvaje! Registr con furia, sin piedad por los objetos finos, hasta encontrar el dinero que estaba en mi jarrn chino el dedo de doa Laura indic el enorme jarrn azul y dorado que pareca estar sentado en el sof.

Est segura de que no se llevaron algo ms? Revis su coleccin de marfiles? pregunt Felicia, arrugando el ceo

Ah estn: todos debajo del silln! A ese tipo, al parecer, slo le interesaban los billetes.

Qu curioso! Habiendo cosas tan valiosas... Ese hombre tiene que haber sabido que ustedes guardaban dinero en la casa coment Felicia, pensativa. Sospecha de alguien, doa Laura? El seor Gonzlez respondi por ella:

Podra ser esa joven empleada, que anda bastante malhumorada desde ese da en que la retaste tanto por quebrar una copa.

No creo. Como rompe todo lo que toca, le he prohibido hacer aseo en el living. Y te aseguro que es una orden que cumple con entusiasmo respondi su mujer, irnica.

Lo que es a m, no me gusta nada la cara de ese hombre que la viene a buscar por las tardes contest Belisario. Y agreg, exaltado: Por eso es que nunca me ha gustado tener a una extraa viviendo en la casa! Doa Laura hizo un gesto con sus cejas y mir a Felicia:

Para los hombres siempre resulta ms cmodo, y barato, prescindir de las empleadas. Pero como es una la que tiene que hacerlo todo en la casa...

As es afirm Felicia y pregunt: Y dnde est esa muchacha?

Aqu estoy, pues se oy una voz aguda. Una joven, con un delantal blanco y un cintillo del mismo color en la cabeza los mir desafiante: Escuch todo lo que dijeron, y cuando me paguen el sueldo que me deben les voy a pagar su porquera de copa.

Oh, qu modales! Felicia dio un disimulado codazo al aire.

No sea insolente, Miriam! se sofoc Laurita.

Y usted cree que una no tiene dignidad? Acabo de escuchar lo que dijeron de m.

Ser mejor que diga donde estaba a las tres de la tarde le dijo, furibundo, Belisario Gonzlez.

Yo? Donde estoy siempre a esa hora, pues, en mi pieza planchando sus porqueras de camisas!

Esto es el colmo! bram el seor Gonzlez. Voy a llamar a la polica y con ellos te vas a entender! En ese momento apareci en la puerta un joven de unos veinte aos, en tenida deportiva y con una raqueta de tenis debajo del brazo; mir sorprendido el desorden reinante.

Ta Laura! Qu pas? La seora Gonzlez lo mir nerviosa.

No conoca a su sobrino, Laurita dijo Felicia, sonriendo con amabilidad al recin llegado.

Es hijo de mi hermana y vive en el sur. Ha venido a Santiago a buscar trabajo respondi doa Laura, mirando al joven con ojos protectores.

S, busca trabajo jugando tenis... mascull Belisario. El joven, impertrrito, segua en muda contemplacin del espectculo. Sus ojos miraban fijos el jarrn chino.

No me diga que les robaron el dinero, ta! susurr.

Y cmo sabas t que ah guardbamos el dinero? exclam Belisario.

Yo le haba contado! salt Laura. Y qu importancia tiene eso? aadi, agresiva.

To, usted no pensar que yo...! terci el joven, altanero.

Yo lo nico que pienso es que me han robado mis pocos ahorros! Belisario estaba rojo de furia, pareca que iba a estallar.

Tranquilzate, hombre! No es para tanto! exclam doa Laura, asustada. Te va a subir la presin!

Al diablo con la presin! Para ti es muy fcil decir que me tranquilice. Ya veo cmo estaras t si se hubiera roto tu amado jarrn chino! bram el seor Gonzlez.

No le hable as a la ta, no ve que acaba de pasar un gran susto? Mire cmo le dejaron su living! exclam el sobrino, enfurecido. T, Raimundo, te callas. Pasaste de las faldas de tu madre a las de tu ta, y a mi juicio, en vez de buscar trabajo, lo nico que haces es pedir dinero. Belisario se dirigi a doa Felicia y agreg, molesto: Usted podra creer que este grandote se levanta todos los das a la una?

Eso lo s muy bien, porque tengo que hacer su porquera de cama despus de almuerzo interrumpi otra vez Miriam. Y agreg, con sorna: Y a l no le preguntan dnde estaba a las tres de la tarde?

No ve que vengo llegando del tenis, seorita? respondi Raimundo, despectivo.

Qu raro, yo escuch a la Madonna cantar en su pieza! lanz Miriam de inmediato; a pesar de que estaba mirando tele aadi.

No dijo que estaba planchando, Miriam? tron la voz del seor Gonzlez. La joven, por toda respuesta, se levant de hombros.

Don Belisario, usted siempre tiene el sueo tan pesado? pregunt entonces Felicia.

No. Incluso yo tambin creo haber escuchado esa msica de la tal Madonna contest l, pensativo.

Y usted, Laurita, qu estaba haciendo en el living cuando lleg el ladrn? volvi a interrogar doa Felicia.

Lo que hago todas las tardes: leer. Claro que con esa msica tan fuerte era difcil concentrarse! dijo Laurita y agreg: por eso mismo debe haber sido que no escuch entrar al ladrn: de repente lo sent a mi lado, apuntndome con la pistola! y se estremeci.

Y cmo habr entrado ese hombre? interrumpi Miriam, abriendo bien los ojos.

Eso tal vez podra responderlo usted, Miriam espet el seor Gonzlez, seco.

Lo que es yo, estoy muy seguro de haber dejado bien cerrada la puerta cuando sal dijo Raimundo.

Con un portazo, seguro! coment el seor Gonzlez.

Y las ventanas? pregunt doa Felicia. Ya lo comprob: estaban todas cerradas asegur Belisario.

Es como si hubiera sido un fantasma! coment Miriam.

Qu tonteras, muchacha! salt Felicia. Lo que menos le interesara a l son unos mseros billetes! A l? se extra la joven.

Ehhh, quiero decir a un fantasma se corrigi apresuradamente la anciana.

No creo que los billetes sean mseros para nadie, querida vecina, ni siquiera para los fantasmas coment Belisario Gonzlez con la voz enronquecida. Y luego de lanzar unas miradas de hielo a Miriam y a su sobrino, concluy: pero como los fantasmas no existen, habr que buscar al culpable entre los seres humanos. Esto tendr que resolverlo la polica! Le ruego, querida vecina, que telefonee a su amigo inspector!

No ser necesario dijo doa Felicia. Yo s quin lo hizo.

Usted lo sabe? Raimundo la mir, incrdulo. Usted...?

As es, jovencito replic muy seria la anciana. S perfectamente quin tiene los billetes y le aconsejo al culpable que confiese y no agrave ms la situacin. Porque, como dice Arthur Henry Williams, detective ingls, "el que quiere llevar bien a cabo su papel, no cuide lo que quiere; hgalo al revs". Al escuchar la extraa mxima, tres personas se miraron perplejas. Pero una de ellas supo que doa Felicia se haba dado cuenta de todo y la estaba acusando. Por eso, no le qued ms remedio que decir la verdad. Pero fue tan sincero su arrepentimiento que don Belisario avaro, cascarrabias, pero al fin de gran corazn acept las disculpas... y el dinero.

Querido lector: Qu quiso decir doa Felicia con su mxima? En ella se revela lo que delat al culpable. Si no lo sabes, podrs enterarte en las pginas de soluciones.

EL CASO CON MUCHOS DEDOS

Era el viernes del mes en que doa Felicia invitaba a tomar t a sus amigas y vecinas del barrio. A Arthur Henry Williams le fascinaban estas reuniones. Era su oportunidad para poner en prctica las dotes de cocinero que siempre haba tenido en vida: preparaba los scones con sus propias manos transparentes y tambin el t original ingls que doa Felicia compraba especialmente para su querido fantasma.

Primero lleg Ana, la flaca profesora de castellano, que viva con dos gatos y coleccionaba todo lo imaginable e inimaginable: desde Conchitas de interiores nacarados, pasando por cajas de fsforos y llaves abre-nada. Su casa, a dos cuadras de la de doa Felicia, pareca ms que todo un bazar. Luego lleg Isadora, viuda reciente de un hombre que slo le haba dejado problemas: letras sin pagar, cuentas de hospital y una pensin que le alcanzaba apenas para comer. La acompaaba su nica hija Teresa, de veinte aos, frvola y bastante floja, y siempre dispuesta a aparentar lo que no era.

Qu buena idea tuviste al venir, Teresita! se alegr doa Felicia. Tendrs compaa de tu edad: Patricia, la hija de mi hermana, vendr tambin.

Es la sobrina que se va a casar? pregunt Ana, mientras examinaba la coleccin de cucharillas que haba sobre la mesa de centro. Y sin esperar respuesta agreg: Cmo haces para mantenerlas tan brillantes, Felicia? Doa Felicia no le respondi, pues en ese momento volvi a sonar el timbre. Esta vez era la rubia Dorita, que lleg derramando olor a perfume y haciendo tintinear sus pulseras. Bes a cada una con grandes muestras de alegra y alab a la pasada los aros enormes que se balanceaban como columpios en los lbulos de Teresita.

Me los regal mi pololo! contest la joven, moviendo su cabeza para hacer caer un mechn sobre su frente.

Y desde cundo pololeas? pregunt Felicia, con una sonrisa.

Hace una semana: l es un joven industrial. A estas palabras, Isadora, la madre de Teresa, mir a su hija con extraeza, pero guard silencio.

Cmo van tus negocios, Dorita? pregunt doa Felicia, mientras ofreca a sus invitadas un jugo de damascos.

Ay, nias! No me van a creer, pero acabo de abrir un negocio de ropa usada europea. Vieran ustedes el xito que he tenido!

Uf! Me muero antes de ponerme ropa usada! Yo no s cmo hay tanta gente que lo hace! murmur Teresita, con un gesto de asco.

No todo el mundo puede usar sedas naturales y joyas finas, nia. Feliz t si puedes hacerlo! concluy Dorita, algo alterada, Felicia, para aliviar la tensin del ambiente, cambi el tema y se dirigi a la profesora:

Cmo van tus clases, Ana? Siempre los mismos problemas con el director?

Ya no ms, Felicia. Tengo una novedad.

No me digas que te casas! salt Dorita, levantando sus manos regordetas llenas de anillos y haciendo sonar las pulseras doradas.

Mucho mejor que eso: me retir del liceo. Ya no ms problemas con chiquillos revoltosos! Ahora hago clases en un instituto.

Qu bien! se manifest Isadora, saliendo de su mutismo. Y te pagan ms?

Un poco ms, pero tambin tengo que arreglarme mejor. En el liceo bastaba con ponerse un delantal; aqu la cosa es distinta.

Tendrs que visitar mi tienda, entonces! Te aseguro con el permiso de Teresa que tengo unos vestidos divinos, baratos... y que parecen nuevos. Doa Felicia estaba muy entretenida con la conversacin, pero atenta a esos leves tintineos de tazas y cucharas en la cocina. Era de esperar que esta vez Arthur Henry Williams fuera discreto y no asustara a sus amigas, como haba sucedido unos meses atrs! Son el timbre y apareci Patricia, radiante y alegre. Salud a las mujeres all reunidas y se disculp por su atraso:

Pablo me fue a buscar a la oficina, y miren la sorpresa que me tena. Patricia extendi su dedo anular y mostr un anillo donde pequeos brillantes se arremolinaban formando una flor.

Qu preciosura! exclam Felicia. Ahora que llegaste, las invito al comedor, pues el t se puede enfriar. All examinaremos con calma esa belleza de anillo, querida. A los pocos minutos, estaban todas instaladas alrededor de la mesa, saboreando los deliciosos panecillos calientes y la mermelada de naranjas que su anfitriona les ofreca con amabilidad.

Ests cocinando cada vez mejor, Felicia! Son recetas nuevas?

Relativamente respondi ella, mirando de reojo la puerta de la cocina que se haba abierto un poquito. En ese momento, Patricia se desprenda de su anillo y se lo pasaba a su ta, que coment algo sobre la delicadeza de su diseo. Todas se pusieron a comentar la joya y a hablar de brillantes, en un cotorreo imposible de entender. El anillo pas de mano en mano y de dedo en dedo, durante largos minutos. El t se acab y los scones tambin. Y cuando Teresa, con voz lnguida, deca que el tiempo se haba pasado volando y que tena una cita con su pololo, se escuch la voz tmida de Patricia:

Me podran pasar mi anillo, por favor? Las mujeres se miraron entre s.

Yo no lo tengo! Yo tampoco! Yo te lo pas a ti! Y yo a ella!

Pero alguien debe tenerlo! dijo Felicia, repentinamente seria.

Se habr cado debajo de la mesa, bsquenlo! Lo que es yo, me tengo que ir; Jorge me espera dijo Teresita, ponindose de pie. En ese momento se escuch un click, luego otro, y las dos puertas que daban al comedor se cerraron. Teresita, que ya estaba junto a la que conduca al living, forceje su manilla y mir a la duea de casa con incredulidad.

Esto tiene llave! murmur. Felicia dio unas rpidas explicaciones que nadie entendi, para concluir con firmeza:

Con o sin llave, es preferible que nadie se mueva de aqu hasta que el anillo aparezca. Y si no es as, desde este mismo telfono dijo, indicando el anticuado aparato que estaba sobre una mesa de arrimo llamar al inspector Soto, que es muy amigo mo.

Pero, Felicia, somos rus amigas, te has vuelto loca! dijo Ana, con la barbilla temblorosa.

No dudo de que sean mis amigas, pero tampoco dudo de que el anillo lo tiene una de ustedes replic terminante la anciana. En ese momento Patricia, en cuatro pies, revisaba la alfombra, bajo la mesa. Se levant, despeinada, y exclam:

No est! Por favor, si es una broma, ya ha durado mucho! El alboroto de explicaciones creci bajo los odos atentos de la anciana.

A m me lo pas Felicia. Yo lo examin, me lo prob un segundo y despus te lo pas a ti, Teresita dijo Ana.

Yo me lo prob y me flotaba en todos los dedos contest Teresita, estirando sus dedos finos y largos.

Tienes dedos de fideo cabello de ngel, chiquilla. No como los mos, que parecen canutones, casi se me queda atascado el anillo en el meique! dijo Dorita, rindose para aliviar la tensin.

No perdamos el hilo interrumpi Felicia. A quin le pasaste el anillo, Teresita?

Lo dej sobre la mesa y lo volvi a coger Ana respondi sta, con tono acusador.

S, pero fue para entregrselo a tu mam, hijita contest Ana, molesta. Yo no soy especialista en joyas como para examinar tanto un anillo. Slo me lo prob una vez.

Yo no s quin me lo pas se defendi Isadora, lo nico que s es que lo devolv rpidamente. Me asusta tener cosas de tanto valor entre las manos.

A quin se lo devolviste? pregunt Felicia, muy seria.

Parece que se lo pas a Dorita... o sera a Ana, que lo tom tantas veces?

Yo, tantas veces? Qu te pasa conmigo, Isadora? No querrs acusarme para defender a alguien? salt Ana, furibunda. Ya, clmense! Fue a m a quien se lo entregaste, Isadora interrumpi Dorita. Pero lo dej de inmediato: en lo ajeno reina la desgracia. Por eso es que yo nunca manejo autos ajenos ni me pruebo joyas que no son mas.

Y a quin se lo pasaste t? insisti Felicia.

Lo dej sobre la mesa y me parece que lo tom Teresita.

Yo? Para qu lo iba a tomar otra vez? contest la muchacha, agresiva.

A m me parece que vi cuando Dorita lo dej junto a la panera. Despus slo recuerdo una mano que lo volvi a coger coment Patricia, pensativa. Y agreg, con desaliento: Cualquiera pudo haber sido! La panera estaba en el centro de la mesa y la mesa es redonda; estbamos todas a la misma distancia de ella. Se produjo un silencio y oyeron a doa Felicia: pareca estar hablando sola. Cuando se dio cuenta de que la estaban mirando, se puso rpidamente de pie y alzando la voz se dirigi a sus amigas:

Luego de escucharlas con atencin, he descubierto quin de ustedes tiene el anillo. Le ruego a esa persona que lo devuelva. Si no lo hace, llamar a la polica, lo que ser mucho peor para ella. Porque "quien miente se delata, cuando los dedos atan"concluy con voz de poetisa. Nadie abri la boca ni se movi de su sitio. Estaban todas tensas. Teresa miraba fijamente una miga sobre el mantel, con aire fastidiado; Isadora, su madre, con las manos juntas sobre el regazo, pareca la imagen de una virgen doliente; Dorita mova continuamente sus pulseras y daba vueltas a su collar de cadenas; Ana estaba muy seria y tena la boca fruncida, igual que una colegiala amurrada. De pronto Isadora dio un grito y ech la silla hacia atrs:

Ay, ay! Algo cay sobre mi pierna! Doa Felicia se precipit hacia Isadora que estaba ms verde que un meln tuna, mientras Patricia, de rodillas en el suelo, gritaba:

Mi anillo! Aqu est mi anillo! En unos instantes la tensin se afloj y la conversacin se reanud en forma ms o menos normal. Patricia, ya con la joya en su dedo, trat de restarle importancia al hecho y coment que quizs el anillo se haba enredado en el mantel. La autora del molesto incidente respir aliviada. Pero unos minutos ms tarde, la culpable sinti que unos dedos muy fros recorran su cuello. Sobresaltada, mir hacia atrs: no haba nadie a sus espaldas. Los dedos aumentaron la presin y ella, ahogando un grito, se desvaneci. Cuando volvi en s, ya todas las otras invitadas haban partido. Slo estaban a su lado doa Felicia, que solcita le ofreca una taza de t ingls, y Arthur Henry Williams, que fumaba en pipa. Por supuesto que slo se vean la pipa y el humo en el aire. La mujer volvi a desmayarse.

Ingenioso lector:

Qu llev esta vez a doa Felicia a descubrir a la culpable? EL CASO DE LAS PISTAS EN VERSO

Haca una semana que doa Felicia estaba en La Serena, invitada por su hermano. Vivan en una antigua casona colonial de tres patios, varios papayos y numerosas habitaciones. A Arthur Henry Williams le encantaba pasearse por los corredores, agitar los visillos de encajes de algunas ventanas y sentarse en una butaca de cuero de la gran biblioteca a contemplar el cuadro de la bisabuela, que era igual a doa Felicia, pero vestida al estilo victoriano. El fantasma estaba cumpliendo a la perfeccin las rdenes de no hacerse notar que le haba dado su amiga, pese a que no le haca mucha gracia que los tres sobrinos nietos rodearan a la anciana todo el da para escuchar sus aventuras detectivescas en las que l no era incluido. El tena que mantenerse al margen de los comentarios y ni siquiera poda intervenir cuando doa Felicia obviaba su importante participacin en los casos. Sin embargo, ese da lunes a Arthur Henry Williams se le levant el nimo. La Municipalidad de La Serena haba organizado un concurso para jvenes detectives, con un premio que consista en una coleccin completa de las mejores novelas policiales de todos los tiempos.

Ta Feli, los equipos de nios que se presenten tienen que llevar con ellos a uno o dos adultos, ya que habr que recorrer toda la ciudad. Nosotros te elegimos a ti... aceptas? Germn hablaba sin pausas y con los ojos muy abiertos.

Vamos por parte: qu hay que hacer? Porque si se trata de una gymkana...

Ta Feli, no hay que correr, ni andar en bicicleta. Podemos ir en su auto... sigui Rubn, ansioso.

Nos van a dar cinco pistas, escritas como adivinanzas. Imagnese, ta Feli, con usted vamos a ganar! aadi Josefa, tomando con fuerza la mano de la anciana.

Josefa, cuidado con mis huesos! ri doa Felicia, encantada con la perspectiva. Una hora ms tarde, el equipo formado por los tres sobrinos nietos, doa Felicia y el fantasma que iba de incgnito se reunan en la Municipalidad con la alcaldesa de La Serena. Haba quince equipos de nios, acompaados por padres o tos. Todos los adultos miraron con expresin de superioridad y algo de risa al equipo encabezado por esa dama bajita y arrugada, que hablaba fuerte y de vez en cuando murmuraba sola y codeaba el aire. Luego de que cada grupo recibiera un distintivo con las siglas del concurso, procedieron a leer la primera pista que la alcaldesa descubri en un pizarrn preparado para el evento.

"DESDE ARRIBA EL SANTO TE LLAMAY SUS VOCES RESUENANCON POBREZA FRANCISCANA.SI ESCUCHAS SU LLAMADOESTE GRUPO S QUE GANA."

Los distintos equipos leyeron con atencin la primera pista y salieron corriendo a deliberar. Doa Felicia y sus sobrinos se subieron al viejo Oldsmobile gris, estacionado a casi un metro de la cuneta. Y mientras ella, instalada sobre un cojn, se agarraba al manubrio como si ste fuese un salvavidas, los tres nios se acaloraban discutiendo.

Hay que buscar a un pobre que est pidiendo insisti Josefa, con la cabeza fuera de la ventanilla.

No, tonta, tendra que ser un pobre que anduviera flotando: no ves que dice "desde arriba"? la interrumpi Rubn.

Es un santo el que llama, no un pobre se exalt Germn, golpeando las espaldas de ta Felicia. La anciana, que en esos momentos se concentraba en dar la vuelta de una esquina, esper a bajar la rueda delantera derecha de la vereda para responder:

Los tres tienen razn; es un santo que llama desde arriba. Pero cmo puede llamamos desde arriba un santo? Y de qu santo se trata?

No me diga que usted lo sabe, ta!

Desde el primer momento. Pero quiero que ustedes tambin hagan trabajar las clulas grises, como dice mi amigo Hrcules Poirot.

Ya s! grit Rubn: El santo de pobreza franciscana es San Francisco!

Bien dijo la anciana, frenando bruscamente frente a una luz roja. Y de dnde nos llama San Francisco?

Desde el cielo? pregunt Josefa, por decir algo.

En todo caso, desde arriba... dijo Germn.

Ca, ca, ca! Tiita Felicita! Tiln, tiln! O sea, taln, taln! Las campanas! grit Rubn, saltando en su asiento. Doa Felicia se entusiasm, levant su mano, casi atropello a un ciclista y exclam:

Rumbo a la iglesia de San Francisco, queridos detectives! El Oldsmobile gris vol por las calles de La Serena, a sesenta kilmetros por hora. Se detuvo, con gran chirrido de frenos frente a la iglesia de San Francisco, y los tres nios subieron al campanario. Doa Felicia, que estaba mal estacionada, los esper al volante, en amena charla con su fantasma que se quejaba de lo fcil de las pistas. No haban pasado cuatro minutos cuando ya volvan, colorados y con los ojos brillantes. Germn agitaba entre sus manos un elegante pergamino. Doa Felicia, que los esperaba con el motor en marcha, puso primera y los hizo apresurarse: ya un segundo grupo, precedido por un seor de bigotes, entraba a la iglesia.

Lee, lee! urgi doa Felicia. La voz de Germn son grave al recitar:

"SU APELLIDO ES VIENTOQUE DEL NORTE VIENE;SU VOZ CANT AL HOMBREY A LA TIERRA FRTIL;RI CON LA VIDARIM CON LA MUERTE."

Ah, qu fcil! Es un poeta! exclam Rubn.

S, Pablo Neruda! dijo la pequea Josefa, palmoteando a la ta en el hombro.

Pero, ta... Vamos a tener que ir a Isla Negra! se asust Germn.

Josefa, no me golpees ms el hombro porque me vas a hacer chocar. Y no sean atarantados! Obviamente es un poeta, pero... atencin!: un poeta que tiene un apellido de viento.

De viento? la voz de Josefa era de extraeza. Y qu apellido de viento existe?

Huracn? insinu Germn, sabiendo que no poda ser ese.

Puelche! exclam Rubn.

Sigan..., sigan... los anim la andana.

Viento sur? Ah, no! Viento del norte! Cmo se llama un viento del norte? Ta, usted sabe? pregunt Germn desesperado, mirando hacia atrs, pues ya los segua la Renoleta del seor de bigotes. Doa Felicia hundi el pie en el acelerador y dijo con voz potica:

Mistral: as se llama el viento que sopla del norte.

Gabriela Mistral! gritaron a coro los tres nios.

Supongo que no tendremos que ir a Vicua se angusti la anciana sin saber para dnde doblar.

No, ta, hay un busto de ella en el Parque de las Estatuas! exclamo Rubn. El Oldsmobile gris dobl brusco a la derecha, y enfil hacia el lugar que Rubn indicaba. Nuevamente fueron los nios los que se bajaron corriendo en busca de la tercera pista, mientras la anciana, ayudada por las manos invisibles del fantasma, levantaba el cap para revisar el agua, pues la temperatura del motor haba subido peligrosamente. Momentos ms tarde, el Oldsmobile, seguido por la Renoleta del seor de bigotes y ms atrs por un Fiat rojo repleto de nios, enfilaba hacia el faro. Esta vez la pista haba sido fcil y Josefa la haba adivinado sin ayuda. Deca as:

"INCANSABLE ESPERA,

INMVIL VIGILA.

BARRIENDO TINIEBLAS, SU

NICO OJO GUIA."Era el faro de La Serena! Llegaron a l en cinco minutos y doa Felicia esper a los nios contemplando el mar desde su auto, mientras ellos suban corriendo las escalinatas del lugar. Encontraron la nueva pista pegada con papel engomado en una de sus paredes. Bajaron en tropel y se reunieron a deliberar con la ta.

Sabe, ta Felicia? Estoy seguro de que el seor de bigotes ni siquiera se dio el trabajo de adivinar que haba que venir al faro. Estoy seguro de que nos siguieron a nosotros!

Podra y no podra ser respondi la anciana. Por las dudas, ahora los despistaremos: daremos un rodeo para llegar al prximo lugar. Rubn, desplegando el fino papel hilado que imitaba un pergamino, ley:

"A LA FLOR DEL CLIZ CADO

LA ACUNA EL RUMOR DE LA GENTE,

LA ALEGRA EL GRITO DEL NIO,

Y A LA ORACIN LA LLAMAN AL FRENTE."

Esta s que me la gan murmur Rubn.

Se supone que est hecho para que todos adivinen, es cosa de pensar un poco se enoj ta Felicia, ante los rostros desalentados de los nios. Y aadi: Qu flor tiene el cliz cado?

Un copihue! grit Josefa, palmeando el hombro de la ta.

S, pero resulta que estamos en el norte y los copihues son del sur respondi sta, sobndose el hombro.

Las campanitas! exclam Germn.

Hay campanitas en algn lugar pblico de La Serena? pregunt la anciana, interesada.

Ehhh... no s, en realidad yo las vi en mi libro de botnica dijo Germn.

Entonces olvdense de las campanitas. Se supone que tiene que ser una flor que ustedes, los serenenses, ven todos los das.

Yo me doy por vencido murmur Germn,

Ahhh! Yo s, yo s! Es esa flor que hay en casi todas las casas y que tiene un nombre como de flor y algo ms... se entusiasm Josefa.

Flor... y... Floripondios! grit Rubn.

Eso es! aprob ta Felicia, dando un golpe al manubrio. Ahora slo hay que saber en qu lugar est; "La acuna el rumor de la gente, la alegra el grito del nio y la llama la oracin del frente".

Qu buena memoria, ta! se admir Josefa.

Ser un colegio, con eso de los rumores y los gritos de nios? pregunt Germn.

Fro, fro...murmur alguien con voz ronca.

Parece que me est dando fro dijo doa Felicia, azorada. No creo que sea un colegio, a menos que.., conocen algn colegio que tenga una iglesia al frente, y que tenga un floripondio? Tibio, tibio...

Quin habl? pregunt Rubn, sacando la cabeza por la ventana. El grito de Germn libr a doa Felicia de dar explicaciones:

La plaza, la plaza! En la plaza hay un floripondio y la catedral al frente...

En marcha...! dijo la anciana, encendiendo el motor. El auto dio un brinco y parti, tosiendo.

Acelere, ta, acelere! gritaron los nios, mirando hacia atrs, pues la Renoleta se haba puesto tambin en marcha.

Desvese hacia La Recova y despus salimos por el centro, ta, para despistar, por si acaso... recomend Rubn.

Ustedes me guan les dijo la anciana, levantando la cabeza por sobre el manubrio. El Oldsmobile lleg humeando a la plaza, seguido por la Renoleta que, ante la desesperacin de los nios, no se les despint en todo el camino pese al rodeo que haban hecho. Pero el Fiat rojo se haba adelantado.

No se preocupen, nios, esta vez pensaremos ms rpido! los alent la ta, abrindoles la puerta trasera. Los tres volaron al floripondio, mientras los ocupantes del Fiat rojo regresaban al auto con su pista en la mano. Josefa sac un papel pegado en el tronco y por el camino ley:

"ANDA A LA BIBLOTECA:LOS ASESINOS TE ESPERAN,

SUAVEMENTE MATARANPERO NO DEJARN HUELLA."

No haba ninguna duda: haba que ir a la biblioteca y rpido, porque el Fiat ya doblaba la esquina. Doa Felicia hundi el pie en el acelerador y el cinturn de seguridad que estaba a su lado se abroch solo. Mientras la ta se estacionaba, los nios bajaron a la carrera. Cuando iban entrando, la pesada puerta de la biblioteca se abri sola, como si fuera automtica. Se abalanzaron sobre el mesn, donde una mujer rubia y con unos aros en forma de flor los esperaba con una sonrisa de complicidad.

Vienen por el concurso de la Municipalidad?

S, por favor, los libros policiales... Germn habl, sin aliento.

Tercer pasillo a la derecha. El tercer pasillo estaba repleto de libros encuadernados en cuero negro con letras doradas.

Misterios, Robos, Detectives, OVNIS, Asesinatos... Asesinatos! Eso! susurr Rubn a sus hermanos, tratando de que los nios del Fiat, que buscaban en la seccin Misterios, no lo oyeran.

Lee los ttulos cuchiche Josefa. Rubn ley en un susurro:

EL CASO DEL COLLAR DE PERLAS, MUERTE CON GLICERINA, EL MISTERIO DEL TIGRE DE TERCIOPELO, CRIMEN CON GUANTES DE SEDA, ASESINATO A CINCO DEDOS, SIETE DIAS DE VENENO LENTO, PERFUME MORTAL PARA UNA JOVEN HEREDERA, MUERTE VIOLENTA ENTRE ALGODONES, EL ASESINO CON GUANTE DE BEISBOL.

A ver... lee de nuevo la pista! pidi Rubn a Germn, enfrentado a la coleccin de libros. Germn sac el papel del bolsillo, y los tres nios se inclinaron a releer la ltima clave. Ya se acercaban los grupos del Fiat y el del seor de bigotes. Este ltimo, que los preceda, mostraba una sonrisa de triunfo.

Qu le pasar a la ta Felicia que no llega? se desesper Josefa, tironeando el brazo de Germn.

Se me cerr la mente entre tanto ttulo! gimi Rubn, mirando una y otra vez los lomos negros con letras doradas. El seor de bigotes y sus nios se inclinaban tambin a revisar los ttulos de la estantera Asesinatos, e intercambiaban opiniones entre ellos. El seor del Fiat, por su parte, deliberaba con los suyos frente al rtulo Misterios.

Si no nos apresuramos, nos ganarn. Y la ta Felicia ya no lleg... susurr, angustiada, Josefa. En un ltimo y desesperado intento. Rubn volvi a revisar los ttulos de la coleccin, y cuando extenda la mano para coger CRIMEN A CINCO DEDOS, resbal de la estantera otro libro de la coleccin. Rubn de inmediato se inclin a recogerlo, y en eso una voz murmur a sus espaldas:

Caliente, caliente, como el agua ardiente. El nio, sobresaltado, apret el libro entre sus manos y mir hacia atrs: no haba nadie. Confundido, ley el nombre de la novela y, como si el mismo faro de La Serena le hubiera iluminado la mente, se dio cuenta de que ese era el libro del que hablaba la clave. Lo abri rpidamente. Adentro haba un papel;

"USTEDES HAN GANADOCON INGENIO Y DEDUCCIN:EL QUE PIENSA SIEMPRE OBTIENELA PRIMERA UBICACIN.

Reciban las felicitaciones de la Ilustre Municipalidad de La Serena. El premio, consistente en una coleccin de las mejores novelas policiales de todos los tiempos, les ser entregado en ceremonia pblica el prximo domingo." Entre los abrazos, las felicitaciones y los gritos, a Rubn se le olvid el extrao incidente gracias al cual haban ganado. Ta Felicia, que no haba llegado a la final por tratar de convencer a un carabinero del trnsito que ella haba confundido al grifo con el perro que haba a su lado, supo de boca de Arthur Henry Williams la noticia:

Slo les di una manito, my dear... Tres das despus, mientras los sobrinos acomodaban la maleta de ta Felicia 'en el viejo Oldsmobile, ella se despeda dicindoles:

En cuanto a esas voces que ustedes dicen haber escuchado durante la competencia, les confesar que yo tambin las he odo. Pero no se preocupen, son maravillas que nos suceden a los nios y a algunos viejos. El auto se alej, con sus toses caractersticas. Y de la ventanilla, junto al conductor, un pauelo blanco se agit en el aire. Los nios se miraron, intrigados, y Josefa dijo entre carcajadas:

Son cosas que vemos los nios y algunos viejos! Asiduo lector: Cul era el ttulo que traduca la clave de la quinta pista?

EL CASO DEL ROBO EN EL SUPERMERCADO

Doa Felicia y Arthur Henry Williams terminaron de hacer la lista de compras del supermercado. Anotaste t ingls? Yes, y tambin tu famoso tabaco, Arthur Henry contest ella, doblando el papel con el listado en su cartera. Esprame, Felicia, dear. Ir contigo.

Me prometes comportarte como un fantasma bien educado? No quiero pasar vergenzas, ni tener que dar explicaciones ridculas a nadie! Te lo prometo! Un cuarto de hora ms tarde doa Felicia empujaba su carrito por uno de los pasillos del supermercado. Era el Da de la Verdura y estaba repleto de seoras que se disputaban las lechugas regadas con agua de pozo y los tomates pintones. Doa Felicia eligi un repollo, golpe un meln tuna con puo firme y demor largos minutos en elegir dos paltas maduras. Luego enfil su carro hacia el pasillo de los dulces y las conservas. Sinti un revoloteo entre los caramelos y escuch elevarse la voz que haba prometido silencio:

Old English Toffee...! En qu quedamos, Arthur? doa Felicia se molest grandemente, y ms an porque en ese instante se paraba a su lado una seora vestida de verde, con un moo tan tirante que sus cejas se alargaban en una lnea recta. Por suerte la recin llegada se concentraba de tal manera en los estantes de las conservas, que ni escuch el intercambio de palabras entre la anciana y el aire. Doa Felicia comparaba el precio de un tarro de frutillas con otro de peras, cuando la seora, a su lado, la interpel:

Perdn, me podra decir el precio de ese tarro de arvejitas? pidi con los ojos fruncidos frente a la lata.

Por supuesto, seora le contest doa Felicia, y ley el precio sobre la etiqueta. En ese instante, un carro se estrell contra el de doa Felicia.

Perdn! se oy una vocecita. Era una joven que tras una montaa de mercadera trataba infructuosamente de enderezar una rueda trabada.

Tenga ms cuidado, hijita dijo, molesta, la seora del moo, recogiendo dos tarros que haban cado al suelo.

No es culpa ma, seora explic la muchacha, confundida.

Es el colmo que en estos supermercados tan caros tengan una infraestructura tan precaria aleg nuevamente la* del vestido verde.

Bien dicho.

S, no es verdad? la seora esta vez mir con una sonrisa a doa Felicia que no haba abierto la boca. Un seor de pelo canoso se detuvo al lado de las tres mujeres.

Perdn, las molesto para sacar unos palmitos? La joven corri con dificultad su carro hacia atrs, para dejar espacio al recin llegado. Doa Felicia hizo lo mismo y la mujer del moo tirante se tropez en el carro de la joven, haciendo caer una caja de detergente, unos tomates y una malla de papas que al romperse dej rodar su contenido por el suelo.

Todo es culpa ma! dijo el caballero. Permtanme ayudar. Y se inclin, con dificultad, para recoger la caja de detergente. La joven, dejando su cartera sobre el carro, comenz a perseguir las papas que rodaban por el suelo. El caballero canoso devolvi el jabn en polvo al carro y doa Felicia se encamin hacia los pltanos que se esparcan peligrosamente hacia la mitad del pasillo. Pero lleg tarde: en ese momento, una seora que entraba en busca de conservas resbalaba violentamente con un pltano pegado en su zapato. El pasillo B de conservas y frutas secas se transform en un gritero. Una mujer voluminosa yaca en el suelo y sobre ella se acumulaban dos paquetes de ciruelas secas, pasas, nueces y una bolsa de huesillos. Doa Felicia, inclinada a su lado, le levantaba la cabeza, mientras* una mano invisible que en la confusin nadie not agitaba una revista para darle aire. El caballero canoso parti a buscar ayuda.

Nmero ocho al pasillo B... Nmero ocho al pasillo B una voz reson por todas partes. A los pocos segundos aparecieron un hombre con delantal blanco y otro con un vaso de agua. Un tercer empleado lleg a recoger las papas, tomates y pltanos an diseminados por el corredor. Lentamente volvi la calma. Un cuarto de hora despus, doa Felicia, con las compras de la semana ya hechas, ms un paquete de Old English Toffee que no estaba en su lista, esperaba su tumo para pagar en la caja. Tras ella lleg la seora de verde y moo tirante.

Mire qu casualidad: nos reunimos todos de nuevo coment con una sonrisa. En efecto, en la caja del lado, el seor canoso extenda un cheque; tras l, la jovencita que haba iniciado el descalabro comenzaba a distribuir su mercadera sobre la cinta transportadora del mesn. La persona delante de doa Felicia se retir y la anciana, ayudada por el fantasma, sac sus cosas del carro.

Qu rapidez, seora! coment la cajera, al ver que las mercaderas volaban en la mano de la anciana. Doa Felicia sonri con cara de inocente. Iba a responder algo, cuando se escuch un grito en la caja del lado.

Me robaron la billetera! la jovencita del carro de las ruedas trabadas hurgaba con desesperacin dentro de su bolso. En esos instantes la cabeza del seor canoso desapareca por la puerta del supermercado. La cajera, con cara molesta, agitaba una boleta en su mano y llamaba al supervisor.

Habr que anular su compra, seorita suspir la cajera, dirigindose a la angustiada muchacha que segua trajinando el contenido de su bolso.

Tiene que haber sido cuando dej mi cartera sobre el carro! Cuando se cayeron todas las cosas! gimi la joven, mirando alrededor con impotencia. Sus ojos se posaron en doa Felicia y en la seora de moo, y las indic con el dedo: Ustedes estaban conmigo en ese momento! La actividad de las cajas circundantes se detuvo y todas las miradas se concentraron en la muchacha, que comenzaba a ponerse histrica:

Ellas estaban conmigo! insista una y otra vez en tono agudo, ahora con los ojos llenos de lgrimas.

QUE NADIE SE MUEVA DE LAS CAJAS!

Debe ser el detective del supermercado! coment excitada una seora que, un poco ms atrs en la fila, levantaba la cabeza para no perder detalle. La seora de verde alz la voz por encima del barullo.

Ese seor canoso que acaba de salir tambin estaba con nosotros...! Y yo vi cmo tocaba su cartera, seorita, cuando la ayud a recoger las cosas...!

Detengan a ese hombre! grit la seora de la fila de atrs, adelantndose a codazos.

Y tan respetable que se vea llorique la muchacha que haba sido robada.

No se preocupe, seorita, pag con cheque y registramos su telfono dijo la cajera, para consolarla.

Confirmar los datos aadi el supervisor, con aire preocupado. No vaya a ser falso el cheque. Y se alej, presuroso, hacia el telfono. Las cajas haban reiniciado su actividad y doa Felicia, a pesar de haber ya pagado y guardado sus compras, segua de pie junto a la joven.

La seora del moo tirante depositaba su mercadera en el mesn, mientras la cajera lea los precios y marcaba. Entre tanto, volvi el supervisor y anunci que el pago del seor canoso estaba en orden y tambin su telfono y direccin.

Ser fcil ubicarlo coment, ya tranquilo por el cheque. En ese momento, la cajera contaba los tarros de palmitos para marcar el precio. Entonces frunci el ceo:

Parece que aqu hay una equivocacin, los palmitos valen diez veces ms. De dnde cogi estos tarros, seora?

De los estantes, pues! dijo ella, molesta.

Aqu hay una equivocacin... Los palmitos no valen lo mismo que las arvejitas!

Equivocacin? ahora la dienta del moo se sulfur. Quedaban estos seis tarros en el estante de ms arriba, y los seis estaban marcados con el mismo precio! Yo los saqu justamente porque vi lo barato del precio.

La cajera se levant de hombros y comenz a marcar. Escuchaste eso, my dear? susurr el fantasma al odo de doa Felicia. Y agreg: El que tramposo quiere ser, su mirada debe esconder. La anciana asinti. Luego tranquiliz a la joven que an suspiraba, y le dijo:

No te preocupes, hija. Ya vuelvo. Esprame! Y se fue, casi corriendo, en busca del supervisor. No pasaron ni dos minutos cuando estaba de vuelta con l y ahora s con el detective del supermercado. La seora del moo tirante an estaba alegando cuando fue obligada a dar vuelta el contenido de su cartera. Y como era de suponer, all estaba la billetera robada. Fiel lector: T tambin habras culpado a la seora del moo tirante? Por qu?

EL CASO DEL BIZCOCHO "ARENA'

Doa Felicia no tena hijos, pero s muchos sobrinos que gozaban con sus visitas y nunca dejaban de convidarla a veranear con ellos, a celebrar acontecimientos familiares importantes o simplemente a pasar los das domingo. Sus dos sobrinas mayores, casadas y con varios hijos, vivan fuera de Santiago: una en el Norte en La Serena, y otra en el Sur en Valdivia. El sobrino menor y su familia vivan en una parcela en Padre Hurtado y doa Felicia, cuando iba a visitarlos, gozaba preparando mermeladas con los frutos que entre todos recolectaban. Esta vez iba camino a Valdivia, a casa de Susana. La anciana se haba preocupado de comprar dos asientos en el bus, porque haba convidado al fantasma.

Te van a encantar los tres nios comentaba en voz muy baja doa Felicia al invisible Arthur Henry, instalado junto a la ventanilla. Pero tendrs que tener cuidado con Susana que, aunque encantadora, es una manitica del orden.

Oh, qu contrariedad! Tendr que cuidar la ceniza de my pipe.

No hables tan fuerte, Arthur Henry. Ese seor gordo me ha mirado todo el camino de reojo: debe pensar que yo o l necesitamos un buen siquiatra. En ese momento el bus entr en Valdivia. Como siempre que ta Felicia llegaba de visita, Susana haba invitado a sus amigas a tomar el t. La anciana esta vez se ofreci para hacer un bizcocho "arena"; Susana acept reticente, pues se desesperaba por el desparramo que sta siempre dejaba en la cocina. En realidad, tal como Felicia le haba dicho a Arthur Henry, Susana exageraba la nota en cuanto a orden: todo tena que estar impecable y, sobre todo, en su lugar. Llegaba a tanto su afn de limpieza, que los das de lluvia -que eran bastante seguidos en el Sur la pobre sufra de jaquecas de puro imaginar que los zapatos hmedos le arruinaran el encerado. Sus tiles de aseo desde la pala hasta el plumero tenan un manguito tejido a crochet, bordado con la inicial correspondiente y colgados tambin en su percha correspondiente. Y como tampoco aceptaba un pelo fuera de su sitio, esa tarde Susana, luego de secar uno a uno los utensilios que la anciana haba usado para hacer el bizcocho, parti a la peluquera. Ta Felicia, ayudada por los nios, puso la mesa: un mantel de encaje y el juego de t, con orilla azul y dorada, que alguna vez us su abuela. La anciana dej el bizcocho sobre la mesa del aparador, en una bandeja de plata redonda.

Ir a quedar para nosotros, ta? pregunt Margarita, la mayor de sus sobrinas.

Aunque quede, t ests a rgimen le respondi de inmediato Sebastin, el menor.

Sebastin, saca tus manos inmundas del mantel! exclam Valentina, arreglando las pequeas servilletas bordadas, con la misma meticulosidad de su madre.

Sera bueno que fueran a ordenar sus dormitorios, por si una de las amigas de su mam quiere subirles recomend ta Felicia y agreg: Nosotros vamos a ir, quiero decir voy a ir, a comprar un rollo de pelculas para nuestro paseo de maana a Niebla. Doa Felicia murmur algo entre dientes, se puso un sombrero de fieltro de ala ancha y tom su cartera.

Vuelvo a las cuatro, no toquen nada en el comedor, nios recomend antes de cerrar la puerta.

Ta Felicia est ms rara que el ao pasado: se han fijado que anda hablando sola? se ri Margarita, abriendo el refrigerador.

Ests a rgimen! le record esta vez Valentina.

Yo s lo que hago! Hasta cundo se meten en mi vida! respondi Margarita, furibunda. Margarita tena quince aos y aunque era ms bien alta, sus sesenta y tres kilos se le notaban. Se escucharon los pasos de Sebastin que suba con estruendo la escalera, tal como era su costumbre.

Voy a estudiar matemticas, que nadie me moleste! grit antes de cerrar la puerta. Al poco rato se escucharon unos compases de rap. Abajo, en la cocina, Valentina oblig a Margarita a lavar y secar bien el vaso que acababa de usar, y slo la dej tranquila cuando la vio guardndolo en la ltima repisa del estante. A los pocos minutos segua los pasos de su hermano menor rumbo al segundo piso. Cinco minutos ms tarde, Margarita entraba tambin a su dormitorio. La hora que pas hasta que Susana volvi con un peinado de globo y una chasquilla en forma de ola a punto de reventar, transcurri plcida. Los nios se haban encerrado cada uno en su cuarto. En un momento, uno de ellos baj en silencio las escaleras y regres a su dormitorio casi al instante. Luego repiti la operacin. Lo primero que hizo Susana al volver de la peluquera fue entrar al comedor. Entonces su grito super el v amen de la msica de Sebastin.

Y EL BIZCOCHO "ARENA"???!!! Como no hubo respuesta, Susana respir hondo y se dirigi al segundo piso, subiendo las escaleras de dos en dos. Cuando lleg al pasillo que daba a la pieza de los nios, su chasquilla de ola an se meca con el impulso de la carrera.

Quin sac el bizcocho "arena"? vocifer otra vez. Tres puertas se abrieron y seis ojos asustados la miraron. Y en ese momento son el timbre. Susana palideci: Las visitas! Por suerte no eran las amigas, sino ta Felicia que volva de sus compras.

Qu te pasa, Susana? fue lo primero que dijo al enfrentarse con la cara plida y la chasquilla curva de su sobrina.

Tu bizcocho... mi bizcocho... el bizcocho! Oh, the cake! The cake? El bizcocho? Mi bizcocho? Qu pasa con el bizcocho, Susana? se confundi doa Felicia, sin entender. Susana la puso en antecedentes de lo sucedido y la anciana escuch atentamente. Casi de inmediato volvi a sonar el timbre; esta vez s que eran las invitadas. Ta Felicia dej a su sobrina conversando en el living con las recin llegadas, y subi a enfrentarse con los ojos inocentes de sus sobrinos. Primero visit el catico dormitorio de Sebastin, abrindose paso entre libros tirados en el suelo, una pelota de ftbol, tres poleras arrugadas y una mochila. Bajo la cama asomaba una raqueta de tenis, una zapatilla sin cordn, el mango forrado de una escoba, una cassette desenrollada y un poster roto. Arriba de la cama, y entre los cojines de colores, se amontonaban cuadernos, un comps, hojas sueltas de matemticas con ejercicios a medio hacer y un lpiz rojo..., pero ni una miga de queque!

Yo estuve estudiando toda la tarde, ta Feli! se disculp Sebastin, frente al caos de su cama. La visita al dormitorio de Valentina fue como entrar a una tacita de oro. Todo brillaba ordenado y limpio. Nada haba fuera de su sitio, tanto as, que daba la impresin de que esa habitacin no haba sido ocupada en meses. Ni una pelusa en el suelo, ni un cuaderno, lpiz ni libro a la vista. Slo el hundimiento sobre la colcha de la cama indicaba que alguien haba estado descansando. Valentina, de pie junto a la ventana, miraba distrada el paisaje. Doa Felicia murmur algo sobre el orden de su sobrina, y sali de la habitacin. Finalmente entr al dormitorio de Margarita. Margarita no era ni tan desordenada ni tan manitica. En el escritorio, junto a la radio encendida, se vea un cuaderno abierto, un vaso con restos de bebida, y unas servilletas de papel, arrugadas y hmedas. Algo sonrojada, trat de ocultar, sin xito, un manual de Cmo Bajar de Peso sin Dejar de Comer que haba sobre la cama. Doa Felicia no pidi explicaciones. En los tres dormitorios ya haba visto lo suficiente. Y esa tarde, luego de que las visitas se fueron, reuni a la familia y anunci que el misterio del bizcocho desaparecido estaba resuelto.

Ta Felicia! Cmo lo supo? se admir Susana. Los tres nios la miraban muy serios y algo asustados. Doa Felicia les devolvi una amplia y clida sonrisa, para quitar gravedad al asunto, y luego recit, enigmtica:

Quien bizcocho quiso comer, algo olvid devolver. Uno de los nios inclin la cabeza y con voz temblorosa, confes.

Perdnenme, no me pude resistir! Lo repondr con mi mesada... La chasquilla de Susana se volvi a agitar y su rostro enrojeci; pero luego la buena mujer se dulcific al contemplar los ojos sinceros, llenos de lgrimas y arrepentidos de uno de sus hijos. Entonces ta Felicia, para desesperacin de Susana, ofreci:

De los arrepentidos es el reino de los cielos y de los golosos es el Green Apple Pie que yo preparar para la cena de esta noche. Quin me acompaa a la cocina? Goloso lector: Cul de los tres hermanos se haba comido el bizcocho?

Cmo lo descubri la ta Felicia?

EL CASO DE LOS ESCRITORES CONFUNDIDOS

Doa Felicia estaba muy emocionada: haba recibido una invitacin del CENP (Crculo de Escritores de Novelas Policiales) para asistir a la reunin mensual de la asociacin. Para ella esto significaba un reconocimiento pblico de sus habilidades detectivescas. Su nica preocupacin era no llegar con las manos vacas: esperaran tal vez que ella diera una charla? Lo mejor era prepararse. Pero qu podra decir ella, una detective aficionada, a ese grupo de intelectuales que manejaban la pluma con tanta destreza? La anciana se pase nerviosa por su habitacin, ensayando un discurso en voz alta.

Oh, qu discurso tan insulso, my dear! Felicia mir hacia el divn. Ah estaban las manos del fantasma preparando su pipa de la maana.

Muy fcil es para ti criticar, Williams! Pero soy yo la que tendr que enfrentar al CENP en pleno. Si quieres te acompao...

Por favor, no! Ni se te ocurra! se asust Felicia. Personas acostumbradas a dilucidar enigmas te descubriran fcilmente, y eso sera un verdadero desastre.

Oh, qu contrariedad! Te habra ayudado con la palabra justa en el momento preciso.

Ni hablar, Arthur Henry! Los cojines del divn se levantaron, libres de peso, y la puerta del closet se abri. A los pocos instantes el fantasma apareci, vestido con una bata de seda. Entre sus manos largas y transparentes sostena un pequeo libro, que Felicia mir con curiosidad. Las letras doradas del ttulo se hundan en el cuero arrepujado de las tapas, con el nombre del autor rodeado de finsimas vietas.

Three mysterious cases, by A.H. Williams ley doa Felicia, en un dificultoso ingls. Tres casos misteriosos? Quin es este A.H. Williams...? No me digas que t...?

Yes, dear.

Eres escritor?

Yes, dear. Y de los mejores.

Y cuntos libros has escrito?

Uno..., pero vale por cien, modestamente. Si quieres impresionar en tu reunin, te aconsejo que lo lleves.

Eres verdaderamente pagado de ti mismo, Arthur Henry coment la seora, enarcando las cejas. Pero le habl al aire: el fantasma y el humo de su pipa se haban desvanecido. Con un suspiro, Felicia se sent sobre la cama a hojear el libro. Las ilustraciones llamaron su atencin. Eran trazos a plumilla y cada figura estaba tratada con tal minuciosidad, que la anciana pudo contar hasta el nmero de botones veintitrs del largo vestido de una mujer tendida en el suelo. A las cinco de la tarde, doa Felicia suba las escaleras de la enorme casa donde se llevara a efecto la reunin. Cuando entr a la sala, ya estaban todos alrededor de la mesa, en cuyo centro se destacaba un hermoso arreglo de flores secas. De inmediato, se levant una mujer delgada y distinguida que, con un timbre de voz bajo, la salud presentndola al resto de los asistentes. Doa Felicia, apretando entre sus manos la cartera con el libro de Arthur Henry Williams, tom asiento entre dos voluminosas rubias que le sonrieron con cordialidad. Frente a ella estaban un hombre flaco y huesudo y una anciana con sombrero, que susurraba en francs a su vecina, una escritora con cara de laucha.

Silencio, por favor, que vamos a comenzar la reunin pidi la presidenta, con tono severo, acallando de inmediato las conversaciones. La seora Felicia Norambuena, nuestra invitada de hoy, tiene la palabra. Ella, bastante nerviosa y sin saber cmo empezar, sac su librito de la cartera.

Les traje una pequea joya bibliogrfica, escrita en Inglaterra a fines del siglo XIX.

Fines del siglo XIX, qu poca tan romntica! exclam el flaco, maravillado. Sus ojos se vieron enormes tras los cristales de aumento.

Yo no me voy a poner a leer en ingls a estas alturas cuchiche la seora del sombrero a su vecino, un barbudo de aire displicente,

Silencio, por favor insisti la presidenta, fulminando con la mirada el lugar de donde venan los susurros. La escritora con cara de laucha dio un salto en la silla y se puso colorada.

Alguien aqu podra traducir del ingls al castellano? Sera interesante que ustedes conocieran el prlogo de este libro: es un manual de instrucciones para escribir una novela de misterio perfecta pidi doa Felicia, paseando su mirada alrededor de la mesa.

Si fuera en francs... susurraron la seora del sombrero y la con cara de laucha.

Si fuera en alemn... murmuraron una de las rubias voluminosas y la presidenta.

Tal vez yo..., o no? insinu con timidez la otra britnica rubia, moviendo su larga melena ondulada de un lado para otro.

Yo lo leo, s quieren habl por primera vez juna mujer de gestos nerviosos. En eso se abri la puerta y entr, pidiendo disculpas, una escritora narigona, de expresin alegre y gestos atarantados. Perdn, pero me atras en mi taller literario... Un atento escritor moreno, de cara sin edad, le cedi su silla y sali de la sala en busca de otro asiento. La interrupcin fue aprovechada por todos para hojear el libro.

Qu preciosa edicin! Si parece un incunable! exclam el escritor flaco y huesudo.

Difcil, los incunables son libros publicados antes del siglo XV, y ste, por lo que vi, es de fines del XIX corrigi el hombre de barba, con voz displicente.

Djenme verlo dijo una escritora menuda, de ojos azules y cara de hada.

El libro pas al otro extremo de la mesa. Doa Felicia miraba un tanto asustada las numerosas manos que daban vueltas una y otra vez las finas pginas del libro. Si llegaba a romperse una sola hoja, Arthur Henry Williams no se lo perdonara!

Huy! Este libro sera impagable para mis talleres literarios. Si en este prlogo est todo, todo, todo! exclam muy fuerte la mujer narigona.

Qu otras cosas ha escrito este Arthur Henry Williams? pregunt la seora con cara de hada. Yo que s bastante de literatura inglesa del siglo XIX no lo haba odo nombrar nunca. Me gustara mucho estudiarlo concluy, mirando fijamente a Felicia con sus penetrantes ojos azules. Doa Felicia se movi incmoda en la silla y en ese momento habl la presidenta:

Bueno, vamos a leer o no el prlogo? Acurdense que despus tenemos que fijar la fecha de entrega de los cuentos de la antologa.

Yo lo tengo listo dijo la escritora con sombrero de ala ancha.

Y cmo se va a llamar el libro? se atrevi a preguntar la cara de laucha, enrojeciendo con violencia.

Cuentos Cortos Para Misterios Grandes dijo la presidenta. Eso qued dicho el mes pasado. Por qu nunca prestan atencin?

Estoy corto de ideas para los grandes misterios brome el barbudo. La narigona de los talleres literarios lanz una carcajada que sobresalt a doa Felicia.

Bueno: leo entonces el prlogo? pregunt la que saba ingls.

S, por favor dijo doa Felicia buscando el libro con la mirada.

Psenle el libro reclam el escritor moreno y sin edad, que se haba sentado junto a la que iba a leer en ingls. Hubo un largo silencio.

Bueno y? apur la presidenta.

No lo tenas t, recin? se extra el barbudo. Yo? Cuando fueron a buscar otra silla y todos se pusieron a conversar, te lo pas a ti corrigi la presidenta, indicando a la rubia gordita y de pelo corto.

S, y yo lo pas al frente respondi ella muy calmada, mirando a la cara de laucha.

Y yo a l se defendi sta, enrojeciendo otra vez hasta las orejas. El aludido, que era el flaco anguloso, pestae asustado:

Yo me qued con las ganas de hojeado, porque otra persona me lo arrebat. Creo que fuiste t concluy, indicando a la de las carcajadas.

Pero si yo... ay!, ni me acuerdo en qu momento lo hoje. Lo que s me acuerdo es de las ilustraciones... eran una maravilla! contest ella, sonrindole a doa Felicia.

Bonitas o feas, ya es tiempo de que aparezca el libro dijo el de barba. Yo debo irme pronto, pues tengo que dar una charla en un colegio.

Y yo tengo hora al doctor dijo la que iba a leer. Y aadi en voz baja a su vecina de ojos azules: Me han dado dos taquicardias esta semana. Doa Felicia sinti que la situacin se prolongaba demasiado. Ya era tiempo de que el libro regresara a sus manos.

Seores dijo con la voz ms educada que le fue posible: si alguien necesita el libro, no tengo ningn inconveniente en prestrselo, pero creo que esta no es la mejor manera de pedirlo.

Qu vergenza! exclam la presidenta. Les pido por ltima vez que busquen bien... yo ya he revisado todo lo mo! Es una edicin tan pequea que puede estar debajo de cualquier papel: revisaste entre tus libros? pregunt, dirigindose al hombre de barba, que tena un montn de sus obras frente a l.

Por supuesto que revis respondi ste, molesto.

Qu terrible! Un libro ingls tan antiguo! exclam la escritora con cara de hada madrina.

Y con ilustraciones tan minuciosas! la apoy el joven flaco.

Y con un prlogo tan interesante, como dijo ella. La rubia de pelo corto indic a la escritora de las risotadas. La cara de laucha pareca ms asustada que nunca. La que estaba con taquicardia sacaba un remedio de su cartera. La rubia de pelo largo mova la cabeza de un lado a otro. El moreno impenetrable miraba la lejana de las paredes. La seora del sombrero cuchicheaba a sus vecinas por turnos. La de los talleres literarios y las risas emita exclamaciones para ella misma. Pas media hora y el libro no apareci. Doa Felicia dijo, diplomticamente, que el asunto no era tan grave, que el libro ya se encontrara, y se retir, un poco plida. Dej atrs la sala, donde la voz de la presidenta se alzaba por sobre las dems. Apenas Felicia lleg a su casa, el fantasma se precipit escaleras abajo, dejando una blanca estela en el aire.

Qu tal mi libro, tuvo xito?

Demasiado! respondi doa Felicia en tono lgubre y se dej caer en un silln de la sala. Arthur Henry Williams encendi la pipa y se sent en el divn.

Explcatela voz del fantasma reson, severa.

A alguien le gust demasiado tu libro. Arthur Henry, y se lo apropi.

Ya me lo tema! Hasta yo lo habra hecho... Te dije que mi libro era una obra de arte!

Yo lo encuentro muy mal hecho, mi querido fantasma, y me desilusiona que lo tomes con tanta ligereza replic Felicia, respirando fuerte y muy alterada. He pasado una tarde horrible!

Do not worry, my dear... y ahora dime.- quin lo tiene? Doa Felicia sonri. Se sinti halagada por la confianza que el fantasma tena en sus dotes deductivas.

Quien dice no ver, pero ve mucho, que no hable tanto ni se haga el cucho dijo doa Felicia, con el ndice en alto. Esa misma larde, doa Felicia y Arthur Henry Williams visitaron a uno de los escritores. Luego de media hora de conversaciones y de uno que otro objeto desplazado de su lugar, la persona devolvi Three mysterious cases en medio de temblorosas disculpas.

Querido lector:

T tambin descubriste quin se haba quedado con el valioso libro de Arthur Henry Williams? Si no fuera as, lee la solucin en las ltimas pginas.

EL CASO DE LA CASA DE CAMPO AMARILLA

Doa Felicia y Arthur Henry Williams se haban ido a pasar unos das de verano a Frutillar. El fantasma se senta muy a gusto en esa gran casona de maderas amarillas, techos altos y ambiente silencioso. Por su lado, a doa Felicia nada poda gustarle ms que las mermeladas de murta que preparaba Frau Helga, la gorda, rubicunda y alegre duea de la pensin Mein Gelbes Land-baus: La casa de campo amarilla. El ambiente era familiar. Se almorzaba al aire libre, bajo los rboles, todos en la misma mesa cubierta por un impecable mantel a cuadros azules y blancos. La mantequilla y el pan amasado nunca faltaban, y los postres eran realmente deliciosos. Era una pena, pensaba doa Felicia, que Arthur Henry fuera tan fantico y se negara a la comida que no fuera inglesa. Doa Felicia, luego de tragar el ltimo trozo de pastel de fresas, suspir con agrado. A su lado, un seor de unos cincuenta aos sac de su bolsillo un puro y le pregunt con tono amable:

Le molesta el humo, doa Felicia? No, en absoluto; mi marido era un gran fumador respondi ella.

Y a usted, seora Fonk? La seora aludida era alta, de mentn fuerte y nariz aguilea. En esos momentos miraba, reprobadora, a su marido. Este pareca extasiado en la contemplacin de dos jvenes muchachas en traje de bao que se asoleaban en sus sillas de lona, unos metros ms all. Al parecer, no haba escuchado la pregunta, porque no respondi. El seor Donoso entonces sac de su bolsillo un puro y un encendedor de oro. Cuando lo hizo funcionar se escucharon unos compases del Danubio Azul.

Qu locura de encendedor! coment Patricia, una de las jvenes muchachas desde su silla de lona. Es onda retro, tpico de los aos sesenta!

Es suizo. Me lo regalaron en la oficina cuando cumpl veinticinco aos de trabajo respondi l, orgulloso. La segunda muchacha, Carolina, estir sus largas piernas y se levant, acercndose a la mesa. Luca unos shorts cortitos y una melena rubia a lo Marilyn Monroe.

Djeme verlo, por favor. Mi pololo tena uno parecido... pero sin msica! La seora Fonk contempl el encendedor a travs de la mesa con una ceja en alto. Su marido coment en tono chistoso:

Sera el encendedor que yo tendra... si me dejaran fumar!

Si te dejaran fumar? T haces lo que quieres, Enrique!

Ha, ha, ha!

Qu fue eso? salt la seora Fonk. Te ests riendo de m, Enrique?

Jams, querida! Yo no he abierto la boca! Se produjo un silencio y la seora Fonk mir para todos lados. Felicia, tensa, hablaba entre dientes. Entonces Frau Helga ofreci ms kuchen y pidi, con una sonrisa:

Sera posible que nos hiciera escuchar de nuevo ese vals, Herr Donoso?

El seor Donoso, muy amablemente y con gesto teatral, hizo chasquear la piedra del encendedor y, como quien levanta una antorcha, mostr la llama encendida, mientras tintineaba el vals de Strauss. Frau Helga cerr los ojos y llev el comps en el aire con sus manos gordas y rosadas. Carolina miraba la dbil llama con una estudiada sonrisa de actriz de Hollywood. En cuanto al matrimonio Fonk, ella frunca el ceo y apretaba los labios y l, dicharachero, tarareaba la meloda en tono nasal. En esos momentos irrumpi en el jardn un joven de jeans desteidos, camisa negra, cabellos muy cortos y un pendiente colgando de un lbulo. Patricia, an tendida al sol, levant la mano a guisa de saludo.

Fuiiiii! silb admirativo el recin llegado. Y esa maravillita?

Te gusta, ah? dijo el seor Donoso, complacido, mientras cerraba el encendedor y lo dejaba sobre la mesa, junto a su servilleta.

Aunque su uso es nefasto, reconozco que como objeto es hermoso dijo entonces la seora Fonk, sin abandonar su tono severo. Tengo algunos clientes que pagaran muy bien por ese objeto.

En qu trabaja usted, seora? se interes el joven del pendiente.

Anticuara fue la seca respuesta. El joven se levant de hombros y se fue a instalar junto a Patricia, sentndose en cuclillas en el pasto. El seor Donoso disimul un bostezo.

Parece que me voy a ir a dormir siesta a la hamaca... si es que nadie ms la va a ocupar! coment. Y como nadie le respondiera, estir sus brazos y se encamin al fondo del jardn. Bueno, como ustedes saben, las tardes de los lunes se enceran los dormitorios. Frau Helga levant una bandeja con platos sucios y haciendo venias con su cabeza rubia, se despidi: Bitte, bitte. Que tengan una agradable tarde! Doa Felicia se qued rgida en su silla, porque sinti la presencia de Arthur Henry Williams tras ella. El matrimonio Fonk dobl con cuidado sus servilletas y tambin se retir. Doa Felicia alcanz a or un trozo de conversacin, antes de que desaparecieran por la puerta vidriada que daba al saln.

Yo voy a caminar un poco, quieres acompaarme?

No, querido, pienso ir a Llanquihue a visitar el famoso molino de agua Die Wasser Muhie. Le que lo van a transformar en museo... Doa Felicia record la rueda de paletas de madera donde antiguamente caa un caudal de agua y susurr al fantasma:

No te gustara conocer ese antiguo molino?

No, porque a menos que t, my dear, tengas auto, tendramos que ir con ella...

Nos deca algo, doa Felicia? pregunt Patricia, que abrazada por la cintura al joven del pendiente se haba acercado a la mesa y jugueteaba con las migas que haba sobre el mantel.

Piensan ir a baarse, jvenes? contest ella, rpida, con otra pregunta.

Al lago? Baarse? No se... Carolina, lnguida, tom un sorbo de jugo que an quedaba en su vaso. Anoche estuvimos hasta las cuatro conversando! Merezco una siesta! concluy antes de partir al interior de la casa. Patricia y Roberto se besaron con todo desparpajo.

Eeejeeemmm! Pero esta vez, salvo doa Felicia, nadie escuch. La pareja de enamorados se retir entre arrumacos, diciendo que bajaran al lago. La anciana qued sola. En el centro de la mesa brill el encendedor del seor Donoso. Doa Felicia pens guardarlo, pero en ese momento se sinti tironeada por el codo:

Prometiste acompaarme al cementerio de Frutillar. Ah estn enterrados unos colonos alemanes que conoc a principios de siglo... Mientras yo busco las lpidas, t gozars, dear Felicia, de la wonderful vista a la baha. Doa Felicia, ante la entretenida perspectiva visitar un cementerio acompaada de un fantasma olvid el encendedor y cogi su cartera que colgaba del respaldo de una silla. Luego parti conversando entre dientes hacia el centro de Frutillar en busca de un taxi. En tanto, en el jardn, alguien que no era el seor Donoso se acercaba a la mesa y coga el encendedor. A las siete de la tarde, en la residencial de Frau Helga las voces de los pasajeros se elevaban en una acalorada discusin: el encendedor del seor Donoso haba desaparecido.

Se me qued arriba de la mesa, estoy seguro! afirmaba el soltern.

As es; yo lo vi cuando Arthur, ehhh, quiero decir cuando decid partir al cementerio. Brillaba junto a la servilleta. Siete personas clavaron sus ojos en doa Felicia.

O sea que usted fue la ltima en verlo dijo la seora Fonk. Y despus de unos instantes aadi: Y cmo no se le ocurri entregrselo a Frau Helga para que lo guardara?

S, lo pens, pero... doa Felicia se dio cuenta de que estaba dando explicaciones y cambi de tono: Est acusndome? La seora Fonk frunci los labios y su marido respondi por ella:

Por favor, doa Felicia, no se ofenda! Solamente estamos tratando de ayudar. A qu hora dej usted el jardn?

Exactamente a las tres y media. Y el encendedor, repito aadi doa Felicia dirigindose a la seora Fonk, estaba entonces sobre la mesa. Y ah qued.

Oh, Dios! exclam Frau Helga, ms colorada que nunca. Jams haba pasado algo as en Mein Gelbes Landbaus. Todo mi personal es de mi absoluta confianza y adems puedo asegurar que entre las tres y media y las siete estaban todos atareados dentro de la casa.

Puede usted asegurarlo? pregunt doa Felicia, muy seria.

S, puedo asegurarlo. Yo estuve todo el tiempo en el segundo piso con mis tres muchachas.

Lo que es yo, me fui a Llanquihue a visitar el molino de agua dijo la seora Fonk, sin que nadie le preguntara y tambin visit la poza Loreley.

Yo camin por la costanera durante una hora y luego entr a tomar t a la residencial de su sobrino, esa que tiene el jardn lleno de begonias explic el seor Fonk, dirigindose a Frau Helga, que aprob con la cabeza.

Y nosotros, los sper-deportistas, mientras la floja de mi amiga descansaba en su camita y soaba con su Juanjo, nadamos e hicimos esqu. Patricia abraz a Roberto.

Carolina estir los brazos y dijo en tono perezoso: As es! Pero ahora estoy lista para otra fiesta esta noche! El muchacho, como si la situacin fuera muy divertida, lanz una carcajada y sacudi sus cabellos igual que un perro mojado, salpicando con gotitas a la seora Fonk.

Oh, bella inconciencia de la juventud...

Cmo dijo? pregunt Frau Helga al seor Fonk.

Yo? contest ste, sorprendido,

Y usted, desde su hamaca, no vio nada, seor Donoso? rpidamente doa Felicia cambi de tema.

Yo cuando duermo, duermo; para ventura o para desgracia respondi, abatido.

O sea, tiene el sueo bien pesado acot la seora Fonk, sacudiendo agua de su blusa, con gesto de fastidio. En ese momento el seor Donoso se puso de pie para dirigirse a la duea de la pensin:

Lo siento mucho, Frau Helga, pero mi encendedor tiene que aparecer.

Aparecer. Yo s quin lo tiene dijo doa Felicia.

Y yo tambin susurr el fantasma en la oreja de la anciana.

Y no slo s quin lo tiene, sino que... doa Felicia elev su voz estoy segura de que la persona que cogi el encendedor lo va a devolver. Porque quien dice hacer lo que no pudo hacer, slo cumple un sueo: la msica encender. Y agreg, en tono firme: Seor Donoso, le rogara que esperramos hasta maana. Tal como dijo doa Felicia, el encendedor apareci. Y no fue necesario esperar hasta el da siguiente: una hora ms tarde, cuando todos, cabizbajos y silenciosos, se sentaban a comer, el seor Donoso lanzaba una exclamacin de alegra. Y no era para menos: el encendedor de oro estaba bajo su servilleta.

Querido lector

El seor Donoso se content con recuperar su encendedor. La persona culpable se sincer con doa Felicia y se mostr arrepentida. Frau Helga sinti un gran alivio. Quin haba sido el culpable? Si an no lo sabes, pasa a las pginas de las soluciones.

EL CASO DEL ADMIRADOR ANONIMO

Catalina estaba alojada desde haca un mes en casa de doa Felicia. Haba llegado de Concepcin a estudiar arquitectura a Santiago y era nieta de una gran amiga de la anciana. Era una nia encantadora adems de bonita, y ya en el corto tiempo que llevaba de clases tena una corte de admiradores. El nico un tanto molesto con Catalina era Arthur Henry Williams, ya que los infinitos llamados por telfono y las largas conversaciones mezcladas con risitas y carcajadas que la muchacha sostena a diario lo ponan de muy mal humor. Como buen fantasma viejo que era, aborreca el bullicio.

Paciencia, dear Arthur dijo Felicia esa noche, mientras Catalina emita unos grititos de alegra por el telfono. Nunca fuiste joven, acaso? Por lo dems, ella se ir en una semana ms: ya encontr una pensin a su gusto. El fantasma, por toda respuesta, cerr la puerta del closet.

Qu fue eso? Se le cay algo, ta Felicia? pregunt Catalina asomando su cabeza castaa y brillante.

S, un zapato replic la anciana, invitndola a pasar.

Estoy tan emocionada! coment la joven, al tiempo que se sentaba en el divn verde, junto a La cama. No sabe lo que me ha pasado...

Cuenta, querida, cuenta...

-Esta maana a las once, cuando usted sali a comprar, tocaron el timbre. Fui a abrir y no haba nadie, pero sobre el felpudo encontr esto Catalina sac del ajustado bolsillo de su jeans un sobre doblado en cuatro. Sabe lo que es? continu con los ojos brillantes y extendiendo la carta a la anciana: Un annimo de un admirador secreto! No lo encuentra fascinante? Doa Felicia examin el sobre y, sacando del interior un papel blanco, ley:

Catalina:

Eres la armona misma, la luz que ilumina los espacios oscuros. La perfeccin de las lneas, la construccin perfecta. Por eso te amo.

Se nota que el joven estudia arquitectura sonri doa Felicia, palpando distradamente una tenue huella digital azul en el borde del papel.

Sospecho de cuatro compaeros, ta Felicia, pero mi sueo sera que fuera... y Catalina suspir, cerrando los ojos.

Ayyy, no sabes lo que me rejuvenece estar contigo, querida! Me acuerdo de cuando yo tena diecisiete aos y un admirador annimo me envi rosas rojas durante largo tiempo...

Y descubri quin se las mandaba? pregunt Catalina, dando un saltito en la cama.

Me creers si te digo que nunca? Doa Felicia mir al vaco con los ojos entrecerrados.

Lo que es yo, ta Felicia, me he propuesto descubrirlo sentenci la joven.

Y cmo piensas hacerlo? dijo la anciana, saliendo de su ensoacin.

-Transformndome en detective, igual que usted. Pero para eso... necesito reunir a los sospechosos y hacerlos hablar... los ojos de Catalina brillaban y su voz se hizo confidencial: maana mismo los voy a invitar al casino y...

Y por qu no los invitas a tomar t ac, querida? se entusiasm doa Felicia. Puedes encender mi aparato de msica para dar ms ambiente. Tengo unos boleros de Lucho Gatica, unos tangos de Gardel y un disco de los Beatles. Catalina lanz una carcajada:

Y usted conoce a los Beatles?

T no nacas, hija, cuando yo ya era fantica de Ringo Starr.

Usted es un amor, ta Felicia. Acepto! exclam la muchacha, dando un beso a la anciana en la mejilla. Y sali disparada a hablar por telfono. Al da siguiente, a las seis de la tarde, doa Felicia entraba en el living con una bandeja llena de vasos con jugo de naranja. Cuatro muchachos se pusieron de pie para saludarla.

Gracias, ta, para qu se molest dijo Catalina, apresurndose a recibir la bandeja. La anciana salud con amabilidad a los cuatro jvenes, los anim a poner un disco y se retir discretamente. Cuando lleg a la cocina se enfrent al fantasma, que se haba encerrado en un hosco mutismo.

Mira, Arthur, yo no voy a cambiar mi manera de ser porque vivo contigo. A m me gusta la gente joven y seguir invitando a mi casa a quien me plazca, Silencio...

Escuchaste lo que te dije, Arthur? Una mano se hizo visible e hizo un ademn displicente.

No seas infantil, Arthur Henry. Podras ayudarme, en cambio. Se necesitan unos odos invisibles en el living... De inmediato el fantasma se materializ y su bata de seda brill bajo la luz de nen de la cocina.

Cul es tu idea, dear? Ayudar a Catalina respondi Felicia. Nadie not el leve hundimiento en uno de los cojines del silln. En ese momento Catalina propona un juego a sus amigos, que la contemplaban embelesados.

Juguemos a la Verdad? Los cuatro la miraron extraados. Rodrigo, un rubio delgado y de pelo lacio, se estir en el silln y le pregunt: Qu quieres saber?

Quiero saber en qu mujer estaban pensando ustedes ayer en la maana, ehhh, por ejemplo... a las once Catalina puso cara de seria.

A las once? A esa hora yo no pensaba en una mujer sino en un hombre: en Le Corbusier. Estaba inclinado sobre mi maqueta, pegando un techo alado de cartn sobre una iglesia dijo Rodrigo, con tono docto.

Yo ayer a las once, mientras haca la cola para inscribirme en el Registro Electoral, pensaba en dos mujeres y dos hombres, o sea, en los candidatos a alcalde que se presentan en mi comuna sigui Diego, acariciando su barba incipiente.

Vamos bien! Hasta el momento nadie pensaba ayer en ti, Catalina! Rodrigo lanz una carcajada.

Yo estoy segura de que alguien ayer a las once pensaba en m lanz Catalina, coqueta y desafiante.

A m no me mires, Cata dijo Alejandro, el ms fornido. Yo ayer a las once estaba con todos mis sentidos puestos en una mujer sensacional. Tu rival, Catalinita!

Mi rival? Desde cundo tengo rivales, Alejandro? pregunt ella.

Desde que conoc a la Marilyn Monroe! Ayer me pas toda la maana pintando su rubia cabellera directamente en la puerta de mi closet. Catalina hizo un gesto despectivo a Alejandro y fij su atencin en el silencioso Arturo.

Por favor, Arturo, contstale que pensaste en ella rog Alejandro, juntando sus manos y agreg: Para que no le venga una depresin!

Es un juego serio, Alejandro! se enoj Catalina.

Yo en realidad estuve pensando en ti, Catalina dijo Arturo con voz firme, pero ponindose colorado, ya que me dediqu a corregir en la computadora el escrito que hicimos juntos para el taller de urbanismo.

Tuviste que corregir mucho? se preocup Catalina, olvidando por un momento el juego de la Verdad.

Bastante respondi Arturo, con cara compungida. Catalina mir a sus cuatro amigos, examinndolos uno a uno.

Oye. Qu bicho te ha picado, Cata? Ests muy rara! dijo Diego.

Dejmonos de tonteras y pongamos msica. Dijiste que tu ta tena discos? pregunt Alejandro, pronunciando mucho la ltima palabra. Los muchachos se acercaron al viejo tocadiscos y continuaron conversando, escuchando tangos y boleros, haciendo bromas y riendo hasta la hora de comida. En la noche, doa Felicia interrog a la muchacha:

Bueno, Catalina, cuntame, descubriste quin era tu admirador annimo?

Ay, no, ta Felicia! Por ms que los interrogu, no llegu a ninguna conclusin respondi ella, decepcionada. No sirvo para detective!

Y si yo te dijera que s cul de ellos fue? pregunt la anciana, con gesto pcaro.

Usted? Pero si ni siquiera los escuch hablar! se extra la joven.

Bueno, es que Arthur estaba..., es decir, un amigo mo que se llamaba Arthur siempre me deca que para estar, o sea, para ayudar... Catalina frunci el ceo y mir a doa Felicia con recelo. Nunca haba dado importancia a las conversaciones en voz alta que la anciana sostena consigo misma, pero ahora... estaba diciendo puras incoherencias!

Djame explicarte, querida... se apresur a rectificar doa Felicia. Mientras preparaba la cena tena la puerta de la cocina entreabierta y, por pura casualidad, o parte de una conversacin. T los estabas interrogando y cada uno de ellos te deca lo que haba hecho la maana anterior. Bueno, querida, luego de escucharlos y de haber ledo la carta... es obvia la identidad del autor!

Como Catalina la segua mirando, muda y con los ojos muy abiertos, la anciana recit:

Quien frases de amor quiera cantar, tenga a bien su huella ocultar. El rostro de la joven se ilumin:

Por supuesto! Cmo no lo pens antes! Y es justo el que yo quera que fuera! Ta Felicia, usted es un genio! la muchacha dio un salto y abraz a la anciana. Y yo que casi pens que usted se estaba volviendo loca... agreg, con franqueza.

Loca no, pero genio tampoco. Porque esta vez, sin la ayuda de Arthur... doa Felicia dej la frase sin terminar. Catalina la mir de reojo y, levantndose de hombros, suspir y sali corriendo del cuarto: tena que hacer un llamado urgente por telfono.

Estimado lector:

Cul de los cuatro muchachos haba escrito el annimo y cmo lo supo doa Felicia? Esta vez es muy fcil!

EL CASO DE LAS DOS CARTERAS

Esa maana de sbado, doa Felicia, despus de dar muchas vueltas, logr encontrar un lugar donde estacionar el Oldsmobile. Luego de una complicada maniobra, durante la cual alcanz a rozar el parachoques del auto contiguo, detuvo el motor y anunci a su acompaante:

Listo, Arthur, hemos llegado! Momentos despus la anciana y el fantasma entraban al centro comercial que a esa hora bulla de gente.

Qu hacemos? Miramos vitrinas o nos tomamos un caf? pregunt doa Felicia aspirando el aroma a caf recin molido que se respiraba en la galera. Un jugo, please. Entraron a una elegante cafetera, con sillas de Viena lacadas de blanco y mesas con manteles estampados en rosa y verde.

Qu se va a servir, seora? pregunt un mozo de corbata de humita verde y chaqueta roja.

Para m... un capuchino, por favor. Y para... m, tambin, un jugo de...

Pamplemousse.

Cmo dijo, seora? pregunt el mozo, confundido. Doa Felicia enronqueci su voz: -Jugo de pomelos, por favor.

No tenemos pomelos, solamente naranjas. Oh, qu contrariedad! El mozo se sobresalt y la anciana se apresur en responder: Es una contrariedad, pero traiga naranja! Cinco minutos despus, doa Felicia beba con deleite un cremoso caf. Frente a ella disminua lentamente el contenido del vaso de jugo. El local estaba repleto y las voces de la anciana y el fantasma se confundan en el barullo. En la mesa del lado, dos seoras muy elegantes se concentraban en unas gloriosas copas de helados, llenas de frutas, chocolate y una crema que se deslizaba por los bordes. De tanto en tanto intercambiaban unas frases, pero luego volvan a su festn. Sus carteras colgaban en los respaldos de las sillas y doa Felicia, distrada, se detuvo en la contemplacin de una de ellas: era un rectngulo de cuero de cocodrilo caf oscuro, con un fino cierre dorado en forma de estribo. Ya el mozo haba trado la cuenta y doa Felicia hurg en el desorden de su bolso. Sac su billetera y coloc un billete sobre la bandejita de plaqu. En ese momento, una mujer de gran cabellera rubia y crespa pas muy de prisa entre la mesa de la anciana y la de las dos seoras que terminaban sus helados.

La cartera! El grito de Arthur Henry Williams hizo que todas las mujeres del local buscaran sus bolsos. E inmediatamente reson otro grito, pero esta vez de una voz femenina:

Mi cartera! Mis documentos! Mi chequera! Persigan a esa mujer rubia! una de las vecinas de mesa de doa Felicia se haba puesto de pie, y con el rostro descompuesto, sealaba hacia la puerta.

Arthur, sta es labor para ti! Acta! orden la anciana. Luego doa Felicia se puso de pie, tranquiliz a sus vecinas de mesa y sali disparada hacia la galera. La carrera del fantasma apartaba a la gente con invisibles empujones. Doa Felicia corra detrs y reciba los improperios de las personas pasadas a llevar.

Atajen a la rubia con dos carteras! gritaba doa Felicia, seguida por tres mozos de chaquetas rojas y humitas verdes. En ese momento la rubia entraba en unos grandes almacenes, atestados de compradores. Doa Felicia y los tres mozos ingresaron tambin al lugar. En la entrada se encontraron con una promotora de perfumes de minifalda blanca, que agitaba una cartera en su mano, con aire desconcertado.

Esa seora rubia se tropez con algo al entrar, dej caer esta cartera y sigui corriendo! deca con grandes aspavientos.

Pero esa no es la cartera de piel de cocodrilo! Te equivocaste, Arthur Henry! Es la cartera de la ladrona! exclam furiosa doa Felicia, contemplando el bolso negro, que extenda la muchacha.

Seora, clmese; yo no tengo nada que ver con esto; slo me limit a recogerla! La promotora crey que la anciana la increpaba a ella. Pero en ese momento llegaron los guardias de seguridad del centro comercial y se hicieron cargo de la cartera. Doa Felicia se acerc a uno de ellos y le dijo algo al odo.

Bien, seora. Puede venir con nosotros contest el hombre. Diez minutos despus, dos guardias, un detective, doa Felicia, la vctima del robo y su amiga, el dueo de la cafetera y un fantasma silencioso examinaban el contenido del bolso negro, esparcido sobre una mesa. Haba un estuche lleno de cosmticos, una billetera con unos pocos pesos y dos fotos de la rubia en traje de bao, acompaada de un hombre en shorts floreados, un recibo por cambio de tapillas de un zapatero de Providencia, un boleto del metro y tres cartas cerradas. Mientas el inspector examinaba las fotos con una lupa y el guardia anotaba la direccin del zapatero que estaba en la boleta, doa Felicia tom los tres sobres. Eran tres cartas cerradas; la primera, escrita con letra imprenta, tinta azul y matasellos tan negro que ocultaba la imagen de la estampilla, estaba dirigida a Norma del Carmen Valdebenito, Carlos Silva Vildsola 4032, Bloc, C, Depto, 201, La Reina. La segunda, escrita a mquina y dirigida a Gloria Pizarro, Nueva de Lyon 17, Depto. 303, Santiago, estaba arrugada y con una pequea mancha de aceite, pero con la estampilla de Gabriela Mistral sin timbrar y cuidadosamente colocada en una esquina. En el tercer sobre, escrito tambin a mquina, se lea Mara Isabel Cornejo, Carlos Silva Vildsola 2490, Santiago. Este sobre tena su estampilla recin puesta y una indicacin escrita con plumn rojo que deca: EXPRESA.

Seora dijo doa Felicia, agitando los tres sobres cerrados en su mano y dirigindose a la vctima del robo, recuperar su cartera y sus documentos. Hay lneas que matan y que al ladrn delatan. Ya s dnde encontrar a la mujer rubia! Y, como siempre, doa Felicia estaba en lo cierto. Esa noche, Arthur Henry Williams, fastidiado porque en vez de un reconocimiento por su papel en el caso, slo haba recibido reproches, se encerr con llave en el closet. La anciana demor varios das en convencerlo de que se dejara de tonteras y saliera de all. Lo reconquist con una taza de buen t ingls y unos wafles con miel.

Amable lector:

T tambin descubriste, a travs de los sobres, la identidad de la culpable?

EL CASO DE LAS CUATRO VIUDAS

El famoso inspector santiaguino Heliberto Soto lleg a visitar a doa Felicia en