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POR LA OBRA SE CONOCE AL ARTESANO

(Memorias de Graciela Beatriz Ingaramo, estudiante de 4° año del Profesorado

para E.G.B. y Polimodal en Lengua y Literatura)

Estudiar, con 39 años, un esposo, hijos, una casa que atender y siendo

revendedora de varias líneas de cosméticos para ayudar con los gastos del hogar,

no fue nada fácil.

Cuando ingresé a este instituto, venía con una mochila de sueños inconclusos,

de anhelos casi utópicos, de miradas cansadas de ver hacia el pasado. Me senté

casi en el fondo, como para espiar desde el rabillo del ojo, un futuro todavía

incierto. Es que tenía temor de repetir la historia. Ya había comenzado y

abandonado dos carreras: el segundo año del Profesorado en Lengua, en 1995,

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en la ciudad de Villa Ángela, y el primer año de Comunicación Social, en el 2002,

en esta misma institución. Uno, muchas veces, alimenta culpas vanas y se

autojustifica, para tener derecho a fracasar sin ser criticado. Pero necesitaba

probarme y probarle a todos los que me conocían, que era fuerte, capaz de

alcanzar todo lo que me propusiera.

 Acostumbrada desde niña a luchar por lo que siento y creo, me prometí seguir

hasta el final. ¿Tropezones? ¡Claro que los tuve! ¿Quién no? Recuerdo mi primera

desilusión de estudiante. Una profesora nos pidió realizar un trabajo práctico que

llevaría nota de parcial, lo que implicaba contestar adecuadamente a las

consignas o, en su defecto, rehacer el trabajo, equivalente a ir a finales. Mi trabajo

pasó a esta segunda instancia, debido a que respondí en una sola consigna, lo

que debería haber contestado en dos puntos diferentes. Lloré, pataleé,

despotriqué contra la "injusticia" de la profesora, me sentí desvalorizada, porque lo

había hecho con tanta dedicación e investigado mucho, y parecía que a ella sólo

le importaba "eso": que eran dos  los puntos y no  uno con dos preguntas. La odié

con toda mi alma, herida en mi orgullo. ¡Gracias a Dios que existen las Directoras

de estudios! La nuestra se enteró del caso y vino a mí. Con gran paciencia y los

oídos prestos a escuchar mi descarga, esperó hasta que dije todo lo que tenía que

decir y lloré todo lo que tenía que llorar. Quería abandonarlo todo. Me molestabaque otros compañeros que habían presentado trabajos muy inferiores al mío en

cuanto a calidad, habían sacado un 8 y promocionaban el espacio, ¿y sólo por

qué? -por una simple cuestión de cantidad-. ¡Sonia! Nunca olvido con cuánta

ternura me miraste y me dijiste las cosas que me dolían escuchar, pero que me

abrieron los ojos y me ayudaron a continuar. Dijiste algo así: Aunque nos parezca

ilógico y fuera de lugar, una consigna es una consigna y hay que respetarla. Ese

día aprendí dos cosas: que el profesor siempre tiene la razón, y que el día que yofuera docente (ahora con más razón), siempre escucharía a mis alumnos y no

sería tan intransigente. Me preparé para el final (el único que tendría ese año,

porque los demás espacios los había promocionado con 9 y 10) con tanto ahínco

que, al ver el 10 en mi libreta, sentí que era la copa de oro que espera el atleta al

final de la carrera. De más está decir que, a esa altura del año, y luego de haber

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hablado y arreglado las cosas personalmente con ella, ya se me había pasado la

rabia. Dicen que lo que no te mata, te fortalece, y así fue. Al año siguiente, al

tenerla nuevamente de profesora, nuestra relación fue óptima, pues, sin

proponérselo, me había dado más fuerzas y confianza en mí misma, por lo que mi

odio se convirtió en cariño.

Por mi carácter o mi personalidad, sabía que no iba a ser la única dificultad. En

el segundo año de mi carrera, otro profesor hizo que me desconcertara, mas, esta

vez, el sentimiento fue colectivo. Nos leímos todas las obras literarias en clase;

hicimos resúmenes; estudiamos en grupos; debatimos situaciones históricas y

literarias; participamos prácticamente todos, interpretando en la lectura a todos los

personajes de las obras; acordamos la temática a evaluar en el parcial...Todo,

¿para qué?, para que después el 'profe' nos tome preguntas teóricas y nada de las

obras leídas. Tras leer las consignas, las cabezas comenzaron a girar desde los

cuatro rumbos de esa patria chica que era nuestro curso, buscando unos en los

ojos de los otros las respuestas que no venían a la mente porque no habíamos

leído nada de eso, ya que nos habíamos abocado a las novelas. Entonces, ocurrió

lo inesperado: una revolución en la que, por primera vez, estábamos todos de

acuerdo y nos sentíamos necesariamente unidos y dispuestos a pelear por

nuestros derechos. ¡Nuevamente la intervención de Sonia! Siempre justa, medida,cautelosa de no herir a unos o a otros, como si llevara una balanza libriana bajo el

brazo cuando los ánimos están al candente. Obvio que fuimos toditos a finales,

pero gustamos del sabor de luchar juntos y sin agresiones, a la hora de ver

resultados positivos. El profesor no tomó jamás represalias, y estuvo mejor

dispuesto en el segundo parcial.

Ese mismo año -2008- por problemas de visión, me vi obligada a abandonar un

tanto la lectura, lo que repercutió en mis notas y tuve que rendir tres finales, los

cuales opté rendir en marzo, a fin de prepararme mejor. Qué apesadumbrada me

sentí cuando, luego de haber estudiado durante los tres meses de vacaciones, mis

exámenes se vieron amenazados y aún postergados hasta agosto del 2009, dos

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de ellos, a causa de un brote de dengue que afectó a nuestra ciudad, y que me

postró por más de diez días, justo cuando se abrían las mesas de evaluación.

Ya en tercero, con nuevos exámenes y adeudando dos materias de segundo,

mis vacaciones de julio se perfilaban bastante tensas, pero decidí presentarme detodos modos, y lo hice exitosamente. Terminé el año promocionando todos los

espacios, con el apoyo incondicional y el orgullo de mi esposo, mis hijos, familia y

amigos, incluso de mis profesores, como aliciente para pasar a la última fase y

acariciar el título largamente soñado.

Ya falta poco más de un mes para el cierre del ciclo lectivo 2010, y todavía no lo

creo. Aunque di todo de mí, porque amo esta carrera y creo en mi capacidad y

vocación docentes, éste fue un año donde cada cosa recibida fue para mí, másque un premio, un regalo. Portar la bandera; ser convocada para diversas tareas

porque confían en mí, en mi responsabilidad y dedicación; ser consultada por mis

compañeros sobre diferentes cuestiones, porque saben que pueden contar

conmigo; advertir en las caritas y actitudes de mis alumnitos del C.E.P 37 que les

gustan mis clases, que puedo llegar a ellos a través de la enseñanza, pero

también del compartir; todo ello me hace pensar que no estuve equivocada al

elegir lo que elegí.

No voy a decir y mentir que todo fue color de rosas. Una pequeña beca que

duró y ayudó poco; algunas peleas que no pasaron de ser contratiempos menores;

muchos dolores de cabeza por tantos parciales seguidos; muchos más pesos

invertidos en libros y fotocopias, varias veces, gastos solventados por segundos y

hasta por terceros que me tuvieron que bancar el 'fiado', fueron algunas de las

cosas que dificultaron el camino. Pero, como dice Marck Antonhy, 

¡vali ó la pena!

Por otro lado, agradecer a quienes me ayudaron estos cuatro años a dirigirme

hacia la meta, llevaría al lector a pensar que pretendo quedar bien con todos. Mas,

sería injusta si no admitiera que llegué tan lejos, gracias a t odos  mis profesores.

Por ello, los voy a nombrar siguiendo el orden de sus firmas en mi libreta de

estudiante: Mabel, Graciela, Gabriela, Osbaldo, Oscar, Iris, Mariana, Rosana,

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Nancy O., Sara, Nancy Ch., Marisa, José, Alicia, Sonia, Celina / Mirna, Daniel,

Miguel, Fanny y Silvia. Por supuesto que uno siempre tiene preferencias por

alguno más que por otros, ya sea por afinidad o por compartir más tiempo, y yo

tengo los míos:

•  Gabriela fue la primera que se me metió en el corazón, con su sencillez y su

respeto por mi aversión al cigarrillo. Muchas veces me escuchó y otras tantas me

aconsejó; me prestó su material de trabajo; entre mate y mate se hizo el tiempo

para todo lo que yo pudiera necesitar.

•  Luego llegó Nancy, con su calidez y dulzura de 'mamaza', capaz de hacerte

olvidar una tristeza con sólo una mirada. No me olvido que por un mal entendido

entre ella y algunos de nosotros (los preguntones de siempre), nos dejó claro queera buena pero había límites. Lloré como si me hubiera pegado mi mamá cuando

era niña. La enfrenté y le pedí disculpas, con los ojos y la nariz enrojecidos, y ella,

sin más ni más, me acarició el cabello, me dio un beso y me dijo "no seas tonta, yo

te quiero". No hace falta decir que me conquistó por el resto de mis días.

•  Aquí pido, se entienda bien lo que voy a contar. Si bien lo conozco de casi

toda mi vida, fue mi profesor en tercero y siempre lo aprecié, fue haciendo mi

residencia que descubrí al Miguel que nunca sospeché que existiera. Su humildadle quiso poner frenos a mi puño y letra, cuando expresó que algunas alumnas se

excedían en elogios que creía no merecer. Yo no voy a hacerlo. Sin embargo,

estoy convencida de que es ese tipo de didáctica, la de perfil bajo, pero

predispuesta a dar, la que hace falta para ser un buen profesional de la educación,

y él lo es, con todas las letras.

•  Otro escalón imprescindible en mi escalera hacia la docencia, fue Marta.

Contar con absoluta libertad para expresarme y actuar y, sobre todo, con su

confianza y aval en cada proyecto de clase emprendido, me permitió crecer y

disfrutar de mi trabajo en el aula. Gracias 'Martuchi', por darnos, como pocos, la

oportunidad de practicar en tus cursos y por demostrarnos que es posible "caminar

sin pisar a los demás".

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•  Por último, ¿cómo no amar al profe Osbaldo! Fue a uno de los pocos

docentes que no pude tutear. No sólo por respeto, sino por tanta admiración hacia

su persona. Con él aprendí que dice más un gesto que mil palabras (ojalá les haya

contado el mismo chiste que a nosotros, el de la mujer que se está ahogando, así

sonreirán con el recuerdo y comprenderán mejor de qué estoy hablando).

Quiero cerrar este relato, destacando algo que sólo pueden corroborarlo

aquellos que participaron activamente en nuestra institución. Si me preguntan -

"¿Te gustó estudiar aquí?", contesto -"Sí, me encantó". No sólo porque obtuve el

acompañamiento de mis profesores, sino el de todos los que integran el plantel

educativo. Si hay alguien digno de ser venerado, es nuestro querido René:

respetuoso, trabajador, amable, cómplice, compinche, siempre de buen humor, de

un paso lento que incita a la calma; en fin, buena gente, de esas personas que no

se hacen ver, pero vos sabés que están ahí y podés contar con ellas.

Con tantos adolescentes y no tan adolescentes, que se tienen que trasladar a

otras ciudades porque las instituciones de aquí no cubren sus expectativas

educativas, para mí es un honor haber podido estudiar lo que me gusta en mi

ciudad, rodeada de los que me quieren y desean mi bien. Exclamó Jean La

Fontaine: "Por la obra se conoce al artesano". Espero poder pagar con eficiencia y

virtud en el aula, todo lo que me dieron y enseñaron en el Instituto de Nivel

Superior de Charata.