pierre vilar-pensar la historia

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    PENSARLA HISTORIA

    P i e r r e V i l a r

    Introduccin, traduccin y notas de Norm a de los Ros

    l& l_,Lu-fi rT rl

    Insti tuto

    M o r a

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    DirectorHira de Goitari Rabida

    EditorHugo Vargas Comsille

    Secretario de redaccinCarlos Illades

    Asistente de red acci nEnrique Placencia

    Comit editorialJos lvarez Jun co ^Espaa), Antonio Annino (Italia'),

    Linda Arnold, Silvia M. Arrom, Jaime E. RodrguezO. (Estados Unidos), Mara del Refugio Gonzlez, Clara

    E. Lida, Andrs Lira, Guillermo de la Pea (Mxico),Juan Garios Grosso (Argentina), Ruggiero Roman o

    (Francia).

    Portada: Ana Rodrguez

    Tercera reimpresin, 2001

    Segunda reimpresin, 1998

    Primera reimpresin, 1995

    Primera edicin, 1992

    Derechos reservados

    conforme a la ley, 1992

    Instituto de Investigaciones

    Dr. Jos Mara Luis Mora

    Plaza Valentn Gmez Paras 12,

    San Juan Mixcoac,

    Mxico, 03730, D.F.

    ISBN: 968-6382-78-X

    Impreso en Mxico

    Printed in Mexico

    INDICE

    I n t r o d u c c i n 7

    Bibl iograf a 17

    A d v e r t e n c i a 1 8

    I . P e n s a r h i s t r ic a m e n t e 2 0

    I I . E rn e s t L ab ro u s s e y e l s ab e r h i s t r i co 5 3

    I I I . H o m e n a j e a R a f a e l A l t a m i r a 6 9

    IV . M arav a l l y e l s ab e r h i s t r i co 7 6

    V . L a f i g u r a d e F e r n a n d B r a u d e l 8 5

    V I . L a s o l ed ad d e l m arx i s t a d e fo n d o 9 2

    V I I . R ecu e rd o s y r e f lex io n es s o b re e l of i ci o

    d e u n h i s t o r i ad o r 9 6

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    INTRODUCCION

    M e cabe la grata tar ea de pre sentar al pblico lector, especial ista o ama nte de la historia un a serie de art culos yt rabajos recientes de ese gran historiador francs que es Fierre Vilar. Lo grato de la tarea estriba, por una parte,en el valor intrnseco de los textos, los cuales refrenda n la t la intelectual y hum ana de n uestro autor y, po r otra, en el sentimiento de satisfaccin que supone el reconoci

    miento de la deud a contrada con un o de los historiadoresms fecundos y rigurosos de nuestro t iempo.En un pr imer momento l a tarea plantead a consist a en

    la tradu ccin, lo ms cuidad osa posible, de los textos as como una breve presentacin de los mismos en la que se hiciera referencia al t iempo y a la ocasin en que fueron concebidos. Pero los requerimientos de la condicin huma na y los difci les t iempos que vivimos, me h icieron e xper imentar l a neces idad de abocarme a un p equeo es tu dio preliminar que, dand o cuenta de la profunda coherenciay unidad entre los textos presentados, diera pie al menos en una primera aproximacin al balance de las numerosas contribuciones tericas y metodolgicas de la obra de Fierre Vilar.

    La eleccin de estos art culos descansa en el hecho deque poseen la doble virtud de consti tuir en s mismos una suerte de sntesis de los conceptos y categoras ms recurrentes a su obra.

    En ellos, Vilar recup era o reelabora sus propios conceptos e incorpora y rescata cr t icamente los ms recientes aportes de las ciencias sociales, matizando muchas vecessu pretendida novedad ,* reconociendo, muchas o t ras ,las vas ab iertas , sealand o asimismo los peligros de las

    modas y denunciando, tambin, el carcter ideolgico profundamente conservador de algunas escuelas o posturas que se abren paso a expensas, unas veces, del verda-

    Las palabras entrecomilladas en esta introduccin se refieren a trminos o expresiones tomad as de los artculos del autor incluidos en este l ibro. Cuando se trata de textosms extensos, slo e indica la pgina correspondiente.

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    ^ Referencia a Vilar, Historiamar xista , 1976.

    dero anlisis histrico, y otras, a costa de la indispensable honestidad intelectual que consiste en reconocer herencias epistemolgicas subyacentes, sin las cuales, lapropia renovacin y superacin del conocimiento devendra imposible.

    Pero los textos, y las reflexiones historiogrficas que ellos encierran, t ienen otra virtud ms entre las muchas que poseen: la de estar escri tos por un historiador de vocacin, de oficio. Ello, lejos de ser slo una evidencia

    tautolgica, consti tuye otro ms de sus valores. Todos ellos estn inspirados en ese espri tu de convergen cia y en esa empresa de rescate de un modo de pensar histricame nte , ante las pretensiones historiogrficas de construcciones l i terarias o fi losficas, en suma : ante toda ciencia ahistrica de la sociedad .

    Los textos seleccionados: Pen sar histricamen te , Ernes t Labrousse y el saber h i s tr ico , Homenaje a Rafael Al tamira , Maraval l y el saber h i s tr ico , La soledad del mar xista de fondo , La fig[ura de Fernand Braud el , Recuerd os y reflexiones sobre el oficio de unhistoriad or , consti tuyen reflexiones historiogrficas depalpitante actualidad qu e recuperan y valoran los avances

    y las propu estas metodolgicas de la historiografa fran cesa y espaola, en algunos de sus exponen tes ms destacados, y de las escuelas y corrientes que ellos crearon o inspiraron . Y lo mismo el rescate que la denun cia, lo mismoel ajuste de cuentas qu e la revaloracin; se hallan en un a perspectiva epistemolgica que insist iendo en sealar que no hay rupturas que separen a l a ciencia de l a no ciencia^ nos recuerda el carcter progres ivo ydialctico del conocimiento.

    Antes de proceder il sealamiento m s preciso de lascorrespondencias entre los textos y a la recuperacin crtica de dgu nas de lais categoras o las referencias metod olgicas ms significativas, quisiera insistir en la relevancia y

    la pert inencia que adquiere hoy este debate, frente a las modas de fin de siglo, a las modas retro, a las posmoder-nas pero, sobre todo, cuando dicho debate se produce en nu estra realidad concreta y viva, en el marco de los grandes sacudim ientos de nuestra poca, que obligan a loshistoriadores a rep ensar el sentido y las exigencias de su disciplina . De ah el haber agru pado estos textos que noshablan de Altamira y de Bloch, de Maravall y de Febvre, de Claudio Snchez Albornoz y de Labrousse, de Braudel y de tantos otros homb res que, como el propio Vilar, sesintieron investidos en el movimiento del siglo, con responsabil idades comun es, y no por deseo de novedad , si

    no por el deseo de descubr ir, hasta sus races, las responsabil idades de nu estros males y de nuestreis esperan zas .

    Los textos elegidos datan d e los ltimos aos y nuestra intencin es d estacar el carcter de bzdance epistemolgico,que efectivamente poseen. Pero t des textos t ienen que inscribirse y expliceirse en el contexto general de la vasta obra de V ilar, en el t ipo de historia que ha venido produ ciendo y en el carcter de sus reflexiones tericas. Todos recordamos sin duda aquel texto de los aos setenta:

    His tor ia marxi s ta , h i s toria en cons t ru ccin . . ma gistral ensayo en el que Vilar la emprende contra el estructuralismo althuseriano, sin dejar de reconocer la{joderosa contribu cin de Althusser al edificio de la ciencia . Dos cosas l laman profun damen te la atencin endicho ensayo y las evoco jDorque continm presentes en sus textos recientes. La p rimer a es que la cr t ica a lasposiciones althuser2inas se ejerce desde una perspectiva his trica y en n ombre de un modo de pensar h i s tr icamen te , que pone en evidencia , por una par te , l a caren cia de suelo histrico en las construcciones althuserianas y denuncia, por la otra, los peligros de los inmovil ismosestructuralistas y la aberracin de las rupturas que provocan, sacrificando el proceso a la estructura.^

    El segundo pu nto a sealar es que, p ara enfren tar a Althusser, Fierre Vilar recupera dos de sus tradiciones historiogrficas ms Cciras: el materialismo histrico y los

    Armal es, sus maestros en la reflexin ep istemolgica, en lasaulcis o en el trabajo histrico:

    Esta conviccin ha marcado para, m la convergencia delas lecciones de Lucien Febvre y de la leccin de Marx.Para Lucien Febvre el vicio mayor de la prctica histricade su poca, sd que se consagr particularmente a comb atir, era el muy universitario respeto por los compa rtimentos estancos : a ti la economa, a ti la poltica, a ti lasideas. Y debo confesarle a Althusser mi desilusionada estupefaccin cuindo vi que sus proposiciones sobre la con

    cepcin marxista de la totalidad social llegaban a la conclusin no solamente de la posibilidad , sino dela necesidad de regresar a la divisin de la historia enmuchas historias . Si cdgo huele a empirismo es precisamente este plural.'*

    Se hace mencin de este trabajo, p orque el lo nos perm ite no slo ir filiando las influencias y los referentes tericos de Vilar, sino ir acercndonos tambin, por un lado,al carcter de sntesis de su pensam iento y, por o tro, a la solidez de sus propias construcciones. Esta doble, au nqu eno exclusiva, fi l iacin de Vilar no se ejerce en ningn

    Acaso valdra aqu la pena recordar otro excelente aunque virulento trabajo de cr t ica a Althusser:T h o mp s o n ,Miseria.

    * Historia marxista, historia en constr uccin .. p. 120.

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    momento como simple aceptacin de los aportes epistemolgicos o metod olgicos procedentes del m arxismo y d elos anuales, o como una suer te de mlange afortu nad o. EUreconocimiento de sus propias deu das, de sus fi l iaciones;M arx, Labrousse, Dem angeon , Febvre, Bloch, entre otros, se hace siempre desde el pens 2miiento cr t ico, y desde el oficio de historiador que ha probad o la fert i lidad de los tiles tericos, que ha confrontado la p ert inencia de lascategoras explicativas, que h a verificado la solvencia de

    los procedimientos metodolgicos, en el ejercicio p rctico del trabajo histrico concreto, y en la permane nte referen cia al proceso histrico mismo.

    Ms an, si las reflexiones de Vilar aqu reunidas, son todas de carcter ep istemolgico o m etodolgico y ellopor s solo otorga a los textos una un idad y un a coherencia propizis , su actualidad y vigen cia nos hablsm de la cap acidad de Vil2w pa ra estar siempre p resente en los grandes debates tericos de su t iempo su stentando su presen cia en un amplio conocimiento histrico, rpoyando sus opiniones en una vasta obra de historiador. No son pues tan slo el resultado de un ensayo intel igente y oportun o, sinoel f ru to madu rado y enr iquecido mediante una l arga, paciente y cuidadosa dedicacin a la disciplina.

    En tal medida, la obra de Vilar no slo consti tuye una suerte de hermoso y slido puente entre dos o ms tradi ciones historiogrficas, reuniendo lo mejor de el las. Es mucho ms que eso; se trata de un pensamiento cr t ico y creativo capaz de definir conceptos y de reelaborar sus categoras en el permanente anlisis y cotejo de las reali dades y en la explicacin histrica de los procesos pen semos en el ejemplo de su Introduccin a l vocabulario deanalisis histrico o en el ya citado Historia m arxista. . . pues extrae sus prop ios conceptos o reelabora sus categoras pensemos, como muestras, en Catalua en la Espaa moderna o en Crecimiento o desarrollo.

    Es adems un test imonio de un largo t iempo de vida

    personal clavada, con lcida conciencia, en un t iempo ms largo an de vida histrica, la de las pocas, las escuelas, los hombres y maestros que lo precedieron, la de sus contemporn eos ms fecundos, tanto los ms slidos yrigurosos, como los ms peligrosos y aventurados; la de los grandes sacudimientos y crisis que acompaan elt ranscurrir de este siglo nuestro, que no ha acabado de estremecernos con sus tragedias e injusticias ni de desafiarnos con sus retos a la intel igencia, al t rabajo y al compromiso , para as in ten tar compren der y expl icar es ta vida histrica, la nu estra, cuyo sentido parece a veces desvanecerse como los objetos de u n i lusionista o escurrirse

    de los marcos racionales como el agua en un cedazo, lo que valoriza el gran contenido did ctico de la obra de Vilar, que sigue persiguiendo, entre otros propsitos, el dehabituar a los hombres a si tuarse mejor en la hist oria. . .

    Por tanto nos parece necesario insist ir en el si t io que ocupa Vilar en la produccin terica e histrica en general , y en la historiografa francesa en part icular. Qu edara por fi l iar su influencia en la formacin de los historia-

    riadores espaoles y latinoameric^os. Ambos anlisis sern ju st am en te el ob je to d e ot ro tr ab aj o. Po r ah or a, a m an er a de acercamiento, quisiramos destacar varias cuestiones contenidas en los textos que forman este l ibro.

    Dijimos que el los haban sido seleccionados, entre otras cosas, por el espri tu de convergencia en que fueron concebid os. En toaos ellos, aflora o se ha ce explcito tEilespri tu, cuando Vilar bu sca las solidaridades de mtodo que pueden acercar a h i s tor iadores procedentes de diversas tradiciones historiogrficas, cuan do como en elesplendido texto de Pe nsar histricame nte insiste en el espri tu de convergencia de historiadores de vocacin, de oficio,

    que puede diverger ampliamente sobre los mtodos eincluso los principios de su disciplina, y al mismo tiempo sentirse solidarios, parientes cercanos frente a las pretensiones histricas de tal o cual construccin literaria, frentea toda ciencia ahistrica de la sociedad.

    La referen cia a esta comp licidad intelectual entre h istoriadores se pone d e man ifiesto no slo en las jugosas a ncdotas como la de su monodilogo con don Claudio Snchez Albornoz, sino en la recuperacin de los aportes de Jos Antonio Maravall , de Rafael Altamira, de Fernand Brudel, o de su querido maestro Ernest Labrousse, de quien se reconoce discpulo y deud or, y que fue sin duda uno de los pilares de su formacin.

    Ante la riqueza de las evocaciones y la variedad de losproblemas pljuiteados, hemos destacado slo algunos delos temas recurren tes, varias de las l neas de anlisis histo-nogrfico que permean los utculos seleccionados, que hemos agrupado en torno a dos condiciones centraJes deese p ensar histricame nte 1) El deslindarse de dos posturas que impiden el autntico trabajo de historiador; la nian a jKisitivista que lle va sil emp irismo e strecho del pe queo hecho verdad ero , y l a o t ra rnsma, procedente de un a perspectiva de la fi losofa de la historia, persiguiend ouna v i s in omn icomprens iva y absolu ta , que acaba por volverle la espalda al p ropio proceso histrico. 2) La con-

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    ^ Referencia a Raymond Aron que se encuentra originalmente enVilar, Introduccin, p. 23.

    dicin fun damental y que es a mi parecer, la nica va posible de comprensin del proceso: la reivindicacin de una historia total, la reiterada n ecesidad de plegarse a las exigencias de un a investigacin totalizan te , insistencia fecunda de Vilar, que, com o l mismo nos dice, ha sido siempre d evoto del tratamiento de la historia como total idad .Vamos a ocuparnos de esas dos condiciones y exigencias del quehacer histrico.

    La pert inencia del deslinde al que aludimos queda ma

    nifiesta en los textos de Vilar, cuando nos pone en gu ardia frente a la reaparicin constante de los viejos adversarios de la ciencia histrica (a los que aluda el viejo maestro Simiand): la historia historizante, la economa pu ra , la t en tacin descr ip t iva . . . e tctera y nos invi ta a reconstruir el proceso mediante el cual , en el cursode las crisis recientes, han reap arecido esos viejos adversarios.

    Para comb atirlos, Vilar invoca varias tradiciones, todasellas fruto de la gran revolucin epistemolgica que surge del conjunto de la historia de nuestro t iempo y en la que t ienen su si t io historiadores y escuelas. Entre los pri meros, nos recuerda los trabajos de Maravall , que consti tuyen un captulo importante de la reflexin epistemolgica que, rechazand o un a fi losofa de la historia , no porello nos retrotrae cJ posit ivismo estrecho del pequeo hecho verda dero . Entre las segund as, no olvida los pri meros t iempos d e losArma les, que emprend ieron combatesy l ibraron en favor de una h i s tor ia problema f rente a l avieja h i s tor ia re lato, lo pol t ico en pr imer t rmino,etctera, pero sin dejar de advert ir los excesos a los que puede cond ucir el rechazo de tod a teora. Las preferenciaspor los s imples problemas , que en Febvre era una pos tura, p udo condu cir ms tarde al rechazo de todo esfuerzoterico y al retorno caricaturesco de un posit ivismo disfrazado de sentido comn, hasta derivar en las directivasprepotentes de un fi lsofo que se permite hablar histo

    ria y qu e, desde su temp lo fi losfico, compele a los historiadores a no preocuparse de explicar la fuerza de expansin de los gases en las explosiones sociales, sino a contentarse tan slo en encontrar la ceri l la del fu m ad o r .*

    Frente a las desviaciones siempre presentes e histri camente explicables, de los positivismos o de lasfilosofas de la historia, desviaciones por cuanto sacrifican ese modo de pen sar h i s tricamente que l e es t ancaro a Vilar, su rei terada exigencia por una historia total , que nos permita evocar a las sociedades globalmente, nos parece ser la respuesta adecuada, el camino

    abierto al verdadero trabajo de historiador que conoce a cabalidad los hechos, pero que jams da la espalda a lateora.

    Precisar lo que se entiende por la historia totad, desarrollar las implicaciones de esta nocin o categora (nocin en unos casos, categora en otros), proceder al anlisis de su desarrollo conceptu al , reb asara los l mitesde esta introduccin. A t tulo de aproximacin a su estudio, nada mejor que i lustrarla con las propias pa

    labras de Vilar:

    Saber much o es necesario para el especialista,comprender suficientemente los diversos aspectos delo real, resulta indispensable para aquel que se entrega aun esfuerzo de sntesis, y es justamente ese esfuerzo el que se le pide al historiador.

    Comprender suficientemente los diversos aspectos de lo real , en un esfuerzo de sntesis: he aqu un primer acercamiento a la nocin de total idad, que, como bien deca el propio Vilar en aquel referido texto de los aos setenta, no consiste en decir todo a cerca de todo, sino en descubrir aquello de lo que depende.

    A lo largo de sus textos va precisando, definiendo los contornos de esa nocin de total idad, de ese concepto de historia total : Contrad icciones en el seno de las estructuras, al ternancias de las coyunturas, profunda unidad de lo econ mico, lo social, lo poltico, lo me nt al . Los dive rsos aspectos de lo real a los que aluda van adquiriendo concrecin: lo econmico, lo social, lo poltico, lo mental.Pero seala adems su profunda unidad y hace referencia a los t iempos de la historia, a la larga duracin de lasestructuras, al t iempo corto de las coyun turas, significando su entrelazamiento, rescatando la movil idad de la contradiccin, frente al inm ovil ismo de cualqu ier estruc-turalismo que olvide el carcter procesucJ de las propias

    estructuras, y sealando justamente los problemas entre la historia y las ciencias sociales, poco preocupad as a menud o de las interacciones en el seno de la total idad social y de las referencias al t iemp o .

    En este esfuerzo de precisin terica, en este rescate de la nocin de la total idad, Vilar destaca las contribuciones de otros historiadores; por ejemplo,entre otros, el plan de Altamira que, dicho sea de paso, meursiona en terrenos que las modas recientes seprecian de haber descubierto, como son los de la vida privada o la fiesta cuyo l ibro en vez de un clsico digest con predominancia evenementielle ofrece

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    un ejemplo de anlisis globcJizante de una concepcin de historia total , la exigencia de una historia cuanti tat i va, la capacidad de sugerir problemas, el esfuerzo jxjr conocer m ejor . . , y la esplndida ci ta de Altamira que Vilar consigna, no hace sino refrend ar los problemas epistemolgicos fundamentales, la bsqueda de una imagen integral , orgn ica, de la vida histrica, los conceptos cuya concrecin histrica resulta imperativo comprobar y someter al ms riguroso anlisis, a la ms exigente cons

    truccin orgnica de los hechos o, como nos dice en eltexto sobre Maraved, la necesidad de confron tar los conceptos con una experiencia de historiador.

    Slo una historia comparada (y total economa, sociedades, civilizaciones) es el instrumento adecuado paradescubrir los procesos y poner a pru eba los modelos, paradistinguir en las mltiples combinaciones entr e lo viejo y lo nuevo , lo que es promesa, lo que es amenaza. Entre las ciencias del hombre, las ms ilusorias son aquellas que prometen descubrir en el aislamiento, un solo sector de las realidades (economa por una parte, mentalidades por otra), como si todos los sectoresno fueran siempre interdependientes.

    Unidad, interdependencia, organicidad: he ah algunosde los supuestos bsicos de la nocin de totalidad; anlisiscomp arativo, esfuerzo de sntesis, dialctica de las estructuras, los procesos, los tiempos, he ah algunas de las exigencias metodolgicas para u na h istoria total ; Catalua.Creci m ien to Econ om a, Derecho, Hist oria..., Historia de Es-

    paa , etctera: he aq u algunos ejemplos concretos de cmo un historiador de oficio abraza el tratamiento de la historia como total idad.

    Categora d efinida y redefinida, bsqued a fat igosa e infat igable, la total idad p arece ser a veces referente tan d eseado como inaprensible; tan tas veces maJ emplead a e in

    suficientemente comprendida, la nocin no es privativa,por supuesto, de un solo horizonte terico, y sus contornos han sido redibujados a medida que la propia realidad histrica y la lectura que de el la hacemos, obligan al esfuerzo de su red efinicin.

    Pero si pud iramos l legar a un estatu to terico suficientemente flexible y riguroso al mismo t iempo p ara ser reconocido como tal desde diversas perspectivas espistemol-gicas, resultara de todo p unto n ecesario sealar los caminospor los que se pretende alcanzarla, las vas metodolgicasque en consecuencia se hallan en ntima relacin con un modo de pensar h i str icamente .

    En el estudio de estas vas, los trabajos de Vilar resultan una gua indispensable e i luminadora, rica en propuestas metodolgicas y orientadora de la reflexin cr t ica; razones todas que nos motivaron a reunir estos trabajos.

    Al dar por terminadas estas reflexiones no puedo menos que agradecer a Pierre Vilar su generosidad, su t iempo, su vocacin. A ese espri tu generoso, a esa vocacin de historiador y de maestro le debo las gratas horas de conversacin que l me brind as como las delicias y losdesafos de estos textos. Delicias y desafos dobles: de los textos mismos y del trabajo en ocasiones fatigoso pero siempre gratificante de la traduccin. Disfrut realmente los empeos de traducir: mis aciertos, cuando senta que los prrafos resultaban redondos; mis dificultades, cuando las complejidades de la sintaxis me h acan caer en mist picos galicismos o en una pesada l i teral idad, que despus haba qu e al igerar con infinita paciencia o sbita inspiracin. Pero disfrut, sobre todo, las delicias y los desafos de sus contenid os, no slo las ancdotas jugosas,el sentido del humor y las referencias histricas, que de vez en cuando halagaban mi pequea erudicin y que, en ocasiones, me obligaban a l lenar mis propias lagunas;disfrut, sobre todo, ver confirmadas mis opiniones, ver

    refrendados mis valores y, en nom bre de el los, comprob ar cunto t enemos por hacer y cunto podran ayudarnos t rabajos como los de Vilar p ara en frentar los retos histri cos, las tareas de in vestigacin, la bsqu eda metod olgica y la responsabil idad del magisterio. Me en cantara sup oner que los lectores compartirn esos mismos placeres y que de alguna manera la suya propia asumirn sustareas y respondern a sus propios retos.

    Para terminar, quiero hacer hincapi en un aspecto de los artculos, con el que tambin me siento identificada: elde que constituyen una crtica seria y severa a esas posturas profundamente conservadoras y hasta reaccionarias que,amparadas en un new lookde pretend ida asepsia y objetivi

    dad, n o son sino el maquil laje de un n uevo y desfachatadoposit ivismo con la consecuente carga ideolgica oue dichorefinamiento academicista supone; o bien donde la rei te-rada y justificada crtica a toda filosofa de la historia, que atente contra la propia historicidad del conocimiento, conduzca a un peligroso rechazo de la teora, de todo esfuerzo por en contrar el sentido de la historia y explicarnos su proceso.

    Este rechazo se resuelve en las posturas relativistas y acriticas, en esas posiciones escpticas y desencantadas:filosofas de fin de siglo, posmodernismos y profecas del milenio, temores apocalpticos y cinismos desmovilizantes

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    que conducen al consecuente abandono de todo esfuerzo cr t ico por comprender la realidad, y a la aceptacin del statu quo y del sistema social imperante, con el cierre de otras al ternativas histricas, que no sean las de las democracias capital istas, frente al derrumbe por cierto espectacular del sociali smo real . Derrumb e qu e, l e

    jo s d e se r h is t ri cam en te ex p li cad o, se es gr im e com o ju ic io id eo l gico q ue co n d en a to d a as p ir aci n li b er ta ri a, cancela toda p erspectiva revolucionaria y qu e, roto el sistema bipolar, sancione, sin esperjmza de l iberacin, ilnico que parece mantenerse en pie pese a sus crisis y a sus agravios.

    Por el lo, si como dice Vilar ab razar o rechazir una teor, una fi losofa de la historia, es resultado de los miedos y las esperanzas colectivas , quisiera una vez ms hacer un voto por la esperzmza, y qu mejor apoyo para hacerlo que los trabajos de Pierre Vileir, fruto de la profunda coherencia entre su vida y su obra, y que resultan un antdoto con tra el cinismo de los poderosos, contra eldesencanto y las desventuras de los que seguimos persi guiendo la utopa de un mundo ms justo y ms fel iz, en la construccin permanente y renovada de la historia.

    Norm a de los RosPrimavera de 1992

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    ADVERTENCIA

    L o s textos me fueron proporcionados en su gran mayo ra j)or el profesor Vilar en el verano del 90, en que tuve el privilegio de entrevistarlo y compartir en ms de una ocasin largas horas de conversacin, de gratos recuerdos e inestimables lecciones de sabidura, generosi dad y comprom iso hum ano y profesional , que han sido sudivisa de vida y su respuesta coherente y valiente a los t iempos conturbados que le toc vivir.

    Mi grat itud p ersonal y generacional t ra ta de en cont raren este l ibro una forma de expresin que le haga saber cunto apreciamos en Mxico y en Lat inoamrica suobra , y cun deu dores somos de las orientaciones y cami

    nos que l nos ha abierto.M i intencin original era la de traducir los textos y ha

    cerlos publicar en un foro profesional la revista Secuenciadel Inst i tuto de Investigaciones Dr. Jos Mara Luis M ora , de reconocida calidad acad mica y cuyo espaciome h aba sido ofrecido por su actual director H ira de Gor- tari Rabiela, a quien quiero agradecer por este conducto su generoso apoyo y su amistad. Pero publicar todos los textos bajo la forma de u n l ibro fue la fel iz idea de otro co

    lega, Carlos Il lades, secretario de redaccin de Secuencia.Inti l decir con cunto entusiasmo acoga esta esplndidainiciat iva que rebasaba mis expectativas iniciales. A excepcin de los art culos sobre Mara vall y el saber histri co y Recuerdos y reflexiones sobre el oficio de un historiad or , que me fueron entregados en espaol, todoslos textos fueron traducidos integralmente por m, por locual todos los posibles aciertos o errores slo a m deben imputarse. Intent realizar una traduccin cuidadosa, respetando el est ilo y tratando de tran smitir su rique za, eincluso hice p eque as correcciones o p recisiones al textosobre el oficio del historiador.

    Slo dos art culos n o m e fu eron dad os directamen te p>orPierre Vi lar : La f igura de Fem 2md Braud el y el que set i tul L a soledad del ma rxista de fondo , pub licado en la revista EspaceTemps, y que Fr 2mcois Dosse tuvo la gen t i leza de enviar a travs de Carlos Agu irre, otro colega generoso que me proporcion diversos materiales. Asimismo, deseo agradecer al doctor Nicols Snchez-Albomoz su autor izacin para p ubl icar un a nu eva t raduccin de l aconferencia que dict el profesor Vilar en julio de 1987,

    en Avila. Y al profesor Juan Malpart ida el autorizar lareproduccin del art culo sobre Maravall .Por l t imo, es toy en deuda con Angel ina Mutm del

    Cam po, qu e escuch mi lectura a vuelo de pjaro sobre eltexto acerca de Labrousse para afinar ciertos trminos, ya Sonia Daz y Lydia Lugo, que ms de un a vez empren dieron la transcripcin de mis 2utesanales manuscri tos.

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    I. PENSARHISTRICAMENTE'

    * Co n fe r en c ia p ro n u n c ia d a e n l aclausura de los cursos de verano dela Fun dacin Claudio Snchez Albornoz , Avila, 30 de julio de1987. Salvo indicacin de lo contrario, la traduccin de los textos fue realizada por Norma de los Ros.

    E s muy conmovedor para m hacer uso de l a palabra aqu, en esta vila que tanto am don Claudio Snchez Albornoz. Pero la Inst i tucin que hoy me hace el honor de invitarme no la fund don Claudio para que se hablara de l . Los que lo conocieron y lo amaron, experimentan evidentemente la tentacin de hacerlo. Me complacera mucho evocar ampliamente su prodigiosa erudicin, su capacidad de sntesis, su genio polmico, su sentido delhonor como hombre pblico, sus dotes de comunicacin,

    su calurosa amistad.No obstante, no pretendera, por el lo, que su concep

    cin de la historia y la ma coincidiesen. Recuerdo un a sesin en el Ateneo Iberoamericano de Pirs en la que don Claudio se haba dad o a la tarea de definir el mtodo de lahistoria. Yo estaba en la prim era fi la del auditorio. A cada frase su^a, la alusin a aquello que nos separaba era nt ida. El no me nomb raba, pero yo segua su mirada; me divert a mucho. Y algunas horas ms tarde, delante de una buena mesa, ambos repasbamos el i t inerario de su monodilogo y nos preguntbam os cuntos de los pre sentes haban logrado advert ir su carcter alusivo. Constatbamos as hasta qu punto dos historiadores de voca-

    cin, de ojicio, pueden diverger ampliamente sobre losmtodos e incluso el principio de su disciplina y, pese a ello, sentirse solidarios, parientes cercanos, frente a las pretensiones histricas de tal o cual construccin l i teraria,frente a toda ciencia ahistrica de la sociedad o frente a esos especialistas en ideas generales , como llamaba Unamuno a los fi lsofos que creen manejar conceptos, cuando slo hacen juegos de palabras.

    Es, precisamente, de esta referencia a la historia como modode pensarde la que hoy qu isiera hablarles, sobre todo, para sealar los peligros de una no referencia (o de referenciasfal sas )a la historia. Resultar q uiz agresivo, pero nun ca contra

    los historiadores dignos de tal nombre, sino slo con el obje to de re iv in d ica r un historicismo.

    Permtanme un recuerdo personal ustedes saben que los viejos somos prdigos en ellos. Ocurri en Atenas, en el curso de los aos sesenta. Eran las dos o tres de la m aana. Desde las nueve de la noche anterior, el dilogoentre intelectuales griegos y franceses no cesaba. No recuerdo qu frase pronunci, cuando sbitamente Nicos Poulantzas, al que acababan de presentarme, blandiendo

    hacia m un ndice acusador, me interpel con voz tronante: Pero usted cae en el historicismo! Caigo en el historicismo? , exclam con cierto hu

    mor. Cmo podra caer en l? Si en l nado, vivo y respi ro. Pensar fuera de la historia me resultara tan imposiblecorno debe parecerle a un pez vivir fuera del agua! M e pa rece bien que un fi lsofo (siempre un poquit n telogo) pueda ver e l mundo sub especie aeternitatis y que un agente de bolsa viva bajo el signo del corto plazo. Pero querer pensar la sociedad, es decir su natu raleza, y pretend er di sertar sobre el lo, exige una continua referencia a las dimensiones temporales. Tiempo de las galaxias y t iempo de las glaciaciones, t iempo de los mun dos hum anos cerrados y tiemjx) de las relaciones generalizadas, tiempo d el arado y

    t iempo del tractor, t iempo de la dil igencia y t iempo del avin supersnico, t iempo de la esclavitud y t iempo del asalariado, t iempo de los clanes y t iempo d e los imperios, t iempo de las lanzas y t iempo del submarino atmico, cualquier anlisis que se encierre en la lgica de uno deesos tiempos o que les atribuya una lgica comn, corre el pel igro de extraviarse y de confundirnos.

    Hay que aadir, adems, que esas temporalidades noafectan por igual ni al mismo tiempo a todos los espaciosterrestres ni a todas las masas humanas. Pensar h i s tr icamen te y tanto peor si ello significa caer en el histori c i smo impl ica situar, medir, fechar, sin cesar. En la medida de lo posible, claro est! Pues nada es ms necesario

    para un saber, que tener conciencia de sus l mites. De locual, por cierto, se preocupan mu y poco las disciplinas or-gullosas de situarse fuera de la historia. En los ltimos t iempos, me he visto obligado a meditar sobre estos tenias, a raz de un acontecimiento significativo, a propsi to de encuentros p rofesionales e inst i tucionales, y en torno a ciertas lecturas. Estas sern, pues, mis referencias.

    Comencemos por e l acontecimiento. Pienso en el proceso Barbie, que tuvo lugar en Lyon del 11 de mayo al 4 de ju lio pasados. Ignoro el espacio que se dio a este proceso en la informacin espaola, pero tengo sabido que el cin-

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    hombre es responsable de su inconsciente? El hombre l lamado a ju zga r debe ser a la vez psicoanalista y socilogo, puesto que tambin existen inconscientes colectivos.

    El mismo proceso seguido a Cristo puede ser replan teado en una si tuacin de ocupacin mili tar, de luchas rel i giosas, de agitacin social, cuyas tensiones no podemos ignorar hoy en da. Se perfi la entonces otra tentacin: eldeseo de extraer aquello que t ienen en comn las si tuaciones a travs de los t iempos, ed ificar un a sociologa

    formal, un a t ipologa de los pod eres , es decir, una teora del poder en s . Pero el historiador no se mueve en la abstraccin: si bien no recheiza las sugerencias de ninguna ciencia human a , neces it a comprob ar su ap li cacin en el espacio y en el t iempo.

    El nazismo se encuentra en la confluencia de imaginarios colectivos que se pueden situar, fechar. Leon Poliakov,quien test ific en el proceso, esboz una sociologa de causalidades diablicas. Se trata de la costumb re, constatada con frecuencia, de atribuir las desgracias colectivas a tales ocuides grupos minoritarios mitificados (francmasones,

    je su it as , e tc .). En es te cam p o, el a n ti se m it is m o e s u n b u en ejemplo, amn de serle familiar a cualquier historiador: el

    pogrom medieval (ma sacre de jud os, m inora meu-ginaliza-

    da), forma parte de las reacciones populares peridicas contra la crisis de emtiguo t ipo , cuya secuencia es: escasez-caresta de los vveres-especulacin sobre losprecios y, frecuentemente, epidemia.

    M s an , este mecanismo se manifiesta todava con frecuencia en la Eu ropa orien tal del siglo X I X y hasta del X X . Ha y guetos en la Polonia de Pidsuski y, a otro nivel , en laVien u de los aos 1900, las clases medicis y altas practiczm un discreto apartheidmu ndan o y profesional con respecto a lis minoras judas (en el seno de las cuales, por cierto, nace el psicoanlisis, lo cual no deja de ser significativo). No olvidemos tunjwco que a fines del siglo XI X y pr inci pios del X X , incluso en ciertos medios revolucionarios

    (prudonistas, bakuninisteis), el capital ismo tena como s mbolo al banquero jud o! .

    Pensar que el viejo modelo de crisis-po^Tom, rural y local , haya pod ido surgir bajo otra forma en el siglo X X , a nivel de un gran Estado, ante una crisis moderna que afect durante aos a millones de hombres miserables odesempleados, qu tem a apasionante par a el historiador!Pero en la secuen cia crisiscausalidad diablicatentacin de ge-nocidio, resultara sumjun ente peligroso retener tan slo laideologa , l a mental idad , y o lv idar a subes timar elcomponente crisis.

    Quiero h acer una rpida d igres in de carcter metodol-gico: en historia desconfo de la nocin de causa, general mente simplificadora, e incluso de la nocin de fact or(salvo si puede ser matematizado en tal o cual terreno).Pref iero hablar d e componentes de una si tuacin, elementos de naturaleza sociolgica con frecuencia dist inta, que se combinm en relaciones siempre recprocas f>ero variablesen los orgenes, en el desarrollo, en la maduracin de dichas si tuaciones. Cm o no destacar, por ejemplo, entre el naci

    miento y el estallido definitivo del nskzismo edemn, un periodo de reflujo, casi de desaparicin, entre los aos 1925 y 1928, mom ento de recuperacin , de prosperi dad en la Alemania anterior a la crisis de 1929?

    A'la inversa, si buscunos los orgenes, el nacimiento del fenm eno na zi , cmo no referirse a los dreunticos aos1919-1923, que nos describen (los le apsisionadunente en su t ietoipo) Erich Mara Remarque, Ernst Glaser, Lud- wig Renn, E. von Salomon, a un pas vencido, ocupado (a men udo por tropas coloniales, frt il terreno peura el racismo), cmo olvidar aquella frmula francesa Aleman ia pa ga r , cuand o un millEir de m arcos no bastab a pa ra comp rar u na caja de cer i llos!

    Insisto en repetir: la si tuacin de 1923 no excusa el

    sadi smo de Barbie , de l a misma man era que l a hambrun a de 1891 tamf)oco exonera a un mujit asesino de judos en un pueblo ucraniano. Pero l as fecha s j iermiten situarlas preparaciones psicolgicas de los fenmenos. En 1923, Barbie tena diez aos; y bien sabemos el impacto de losrecuerdos infanti les. Ese mismo a o (el de la ocupacin elRuhr) yo tena 17, y me contaba entre los numerososf ranceses que ya present an un sombro porveni r para Europ a, aun que n uestra opinin n o tuviera eficacia ilgu-na. Recuerdo un encuentro que tuve en un tren europieo con un joven alemn que, a l darse cuenta de que yo era francs, exclam: Ah, la gran na cin! Nun ca olvid su tono de rabiosa iron a! El complgo de vencido es un com

    ponente de la historia. Los franceses lo conocieron despus de 1871, los espaoles despus de 1898.Existe pues o al menos debera existir un psicoanli

    sis de los grupos hu man os, de todas lis categoras grupdes:clases sociales, medios profesionales, comunidades espaciales grandes o pequeas, organizadas pol t icamente o no. Freu d y Jun g plemtearon el prob lema, p ero no los sistematizaron. El autor ms ci tado como psicoanadista delnazismo es Wilhem Reich, especidmente interesado como contemporneo y, en consecuencia, como actor, en la dramtica secuencia alemana: guerra-derrota-crisis revo- lucionaria-crisis econmica-nazismo. Pero, por la razn

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    mism a de su implicacin, Reich no resulta siempre el ms esclarecedor.

    A mi p arecer , e l verdadero maes t ro en m ater ia de ps i-cocuilisis de grupos es Alfred Adler, discpulo disidente de Freud. La nocin de complejo de infer ior idad , ob servada cl nicamente en el individuo, puede aplicarse a nivel de grupos. Lo mismo puede intentarse con el complejo de vencido , al que he hecho referencia. Y bien sabemos que, para Adler, todo complejo de inferioridad t iende a ser compensado por superioridades imaginarias que p ueden suscitar en el individuo creaciones geniales odesviaciones patolgicas. Este juego entre si tuacin y aspiracin se da tam bin en las colectividades, y la tendenciadel individuo a identificarse con el grupo, lo conduce a superar su complejo personal atribuyendo al grupo, pa ra bien y para m al, un a superioridad . En el estadio, los ju gadores quieren ser los mejores y, en l is gradas, es laturba la que gri ta y golpea algunas veces. En los campos de batal l a la juventud muere y mata, pero en l as co lumnas de los peridicos, todo un vocabulario t raduce y refue rza lasvisiones imaginarias. Qu material para el historiador!, quien debe darse a la tarea de si tuar por medio de textos yd e gemplos, en el espacio y en el tiempo, los tipos de grupo

    con los que el individuo tiende a identificarse.Acabo de pronunciar l a palabra clave: identidad, qu e

    hoy est a la orden del da en las diversas ciencias hum anas. En los lt imos aos he explorado (sin ninguna pretensin de exhaustividad) la l i teratura (antigua o reciente)acerca de esa nocin. N o digo que me haya decepcionado (nada que sea humano m e es a jeno) , pero el espejo deLacan o los l ibros de Erikson explican sobre todo las di versas etapas de las relaciones entre el individuo y la sociedad, desde el nacimiento hasta la edad madura;explicem ms a Barbie que al nazismo. El seminario de Levi-Strauss sobre la identidad revel una extraa incap ac id ad p a ra v i n cu l a r e t n i c id ad e h i s to r ia ca li en t e .

    Pero an me encuent ro ms d ecepcionado por el cambio sbito e inesperado de autn ticos historiadores de vocacin, de oficio, ante tal problem a o, al menos, ante esevocabulario, el de l a ident idad . Fernand Braudel pasabru scamen te, en sus lt imos aos, de los horizontes med it errneos y de las economas-mun do , a una identidad dela Francia muy cercana a Vidal de la Blache y a Michelet .Pierre Nora busca, en siete lujosos volmenes, la memoriade Francia, que Colet te Beaune no du da en hacer remontar a Hugo Capeto. En Alemania, una historiografa discretamen te revisionista t iende a just ificar el totali tarismo

    nazi ante la consideracin de otro total i tarismo cuya imagen nos recuerda mucho la causalidad diablica enarbo-lada en los aos treinta por las clzises conservadoras del mundo; el complot masnjudeobolchevique.

    Espero que no nos encontremos, por efecto de una nueva crisis material , despus de un episodio de gran desarrollo como los gloriosos treintas , zmte un n uevo complejo de inquietu d de los vencedores de 1945 y ante un nuevo sue o de revanch a entre los vencidos. Les recuerdo que bajo la Repblica de Weimar, en principio pacfica, se levantaron monumentos a los muertos de 1914-1918 con la inscripcin; Inv ictis, victi, vict uri: los muertos son invencibles; los vivos, vencidos, son los vencedores del maan a. De esta mane ra, vencedores y vencidos pudieron vivir durante 20 aos (1918-1938) en una sucesin de fases de despreocupacin y de exdtacin,organizadas, a su vez, en fun cin de otros conflictos, losconflictos internos.

    Pero no se comprender an b ien l aform a y l a intensidad dt.las pasiones de gru po si olvidramos vincularlas al car cte r religioso que asumieron en Europa, en pleno siglo X I X . Sociedades forjadas p or las revoluciones inglesa, americana, francesa, en principio burguesas y nacionalistas,

    t ransfirieron de hecho a los valores patriticos las pasiones religiosas del medievo, el apego a los tabes de los primitivos. Me agrad a mucho citar, y mis amigos espaoles me perdonarn si resulto repeti t ivo, la frase de Pi y Marg all , quien constata en el curso de los aos 1870;

    Pretenden ihora hacer de las naciones poco menos quedolos, suponindolas eternas, santas, inviolables, las presentan como cosas superiores a la propia voluntad denuestros ancestros, como si se tratase de esas formas naturales, obra de los siglos. Hay que reconocer que el hombre es esenciilmente idlatra. Arrancamos a Dios de los altares, echamos a los reyes de sus tronos y, henos aqu, levantando sobre los altares las imgenes de las naciones.

    Ni Weber n i Durkh eim hablaron ms claro . Para juz gar as su poca, le bastaba a Pi y Margall con escuchar los discursos de sus contem porn eos; No me cansar de aconsejar. . . un culto al patriotismo , deca Castelar; lapatria es un organismo superior, una personalidad muy valiosa

    La transferencia de vocabulario no t iene ambigedad.Y en 1882, Cnov as no dudab a en decir: Se ores, lasnaciones son obra de Dios . . . aunq ue cier to es queanad ia, en hono r de los l ibre-pensadores p resentes sin du da en el auditorio del Ateneo madrileo: . . .o de la natu-

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    raleza". Lo cual no h ace sino confirm ar la constatacin de Pi y Marga ll : la nacin asimilada aform as naturales, obra delos siglos, versin material ista de la idolatra patritica,que en Cnovas toma {orma. jurdica, moral: El homici dio, acto ordinariamente brbaro, repugnante, criminal ,merece just ificadamente una recompensa, cuando, con los colores de la patria desplegados al viento, nos enfren t amos a un poder ex t ranjero en el campo de b atal l a .

    En su defensa personal, Barbie emple el mismo lenguaje: Cump l con mi deber de so ldado. Entendm onos: deber de matar , luego entonces, derecho de matar . Pero estas cosas casi no se dicen. Cn ovas es un a excepcin.Y en cierto sentido resulta satisfactorio, para nuestra sensibi l idad, qtu morir por la patria sea glorioso, y mata r por lapa tria , generalmente inconfesable. Pero lo uno implicalo otro, peligrosamente.

    Siempre so con u n estudio sistemtico de las palabras mor ir por la patr ia en el vocabulario pol t ico. El tema atrajo a K antor ovic, pero su investigacin vers sobre lost iempos antiguos y la l i teratura eclesist ica. Empero el origen de su reflexin era totalmente modern o. Du rante la guer ra de 1914, un carden al belga haba afirmad o que todo aqu el que m ora por la p atria iba cJ Cielo: no todos los

    telogos estaban de acuerdo con t j i l afirmacin. K anto rovic hizo remonta r elpro patria mori a los textos bizantinos co mo un d ecreto de Estado (y de un Estado q ue, justo es decirlo, no vemos en qu pod a representar la identidad deuna patria para cada una de sus partes integrantes!)

    Patria, Estado, riaCin, son trminos cuyo contenido y relaciones recprocas deben intrigar incesantemente al historiador, en cada momento de la historia. Con demasiada frecuencia se les trata como evidencias dadas. Adems,desde la revolucin francesa, los tres trminos t ienden a confundirse, e implican que cada Estado, en sus l mites

    ju r d icos , r ep re se n ta u n a voluntad general y se iden tifica con una potencia. Recordem os el discurso de lord Salisbury il

    da siguiente de la derro ta espaola de Cavite (1 de mayo de 1898): una nacin que pierde su poder est moribunda.Aqu es t \ apersonaliza cin. En cada si tuacin h istrica hay que aq uilatar el sentido y el grado de aceptacin por parte del grupo de dicha person alizacin, que atribu ye al grupolos fantasmas del individuo.

    Desde hace varios aos he consagrado un seminario a este t ipo de prob lemas. El m ayor inters de ese seminarioes sin dud a el reun ir a investigadores de diversas discipli nas y de comunidad es huma nas tamb in dist intas. Tal como lo estamos haciend o esta noche, al l t ratamos siempre de comb inar la reflexin histrica sobre los textos, la reflexin

    s u g e r i d a jx>r los aco n te cim ie n to s d e actualidad y la reflexin sobre las num erosas obras recientes que se refieren al mismo tema.

    Hay qu e reconocer que, mu y a menud o, una b ib l iografa abund ante resu lta decepcionan te; il cabo de tantos aos, no me considero suficientemente preparado y, talvez, no lo est nunca para tratar decorosamente el verdadero problema de conjunto. Por desgracia hay muchas obras que mu estran men os escrpu los: los casos part iculares se erigen fcilmente como modelos generales, y las obras generales carecen a menudo de referencias concretas, prefiriendo los catlogos de form as a los anlisis de forma-cin. . Por ejemplo, en Espaa puede resultar extrao que el caso valenciano, complejo y part icular, h aya podido dar lugar a pequeas obras t i tu ladas: Crtica de la nacin

    pura y De i mpura natione, mien tras que las obras sociolgicas , desde las pretensiones de Rokkeui a las pueri l idadesde FougeyroUas, desdein soberbiam ente las lecciones de las nacionalidades en evolucin, en discusin. Nos deunoscuenta has ta qu punto un m undo en b squeda de ins t i tu ciones supraestatales, t rabajado por mltiples exigenciasinfraestatales, no logra desembarazarse del vocabulario y, por ende, del concepto de Estadonacin.

    Se plantea as un problema entre la historia o, si se prefiere, el pensamiento histrico, el historicismo , osimple y l lanam ente, el historiador y, por otra parte, las ciencias humanas de diverso gnero, poco preocupadas amenud o de las interacciones en el seno de la totalidad socialy de las referencias al tiempo. Mis contactos peu-isinos, ant iguos y recientes, me han confirm ado a veces caricaturalmente lo escabroso del problema.

    Part icip directamente, poco despus de 1950, en la creacin de u na inst i tucin en la que habam os depositadograndes esperanzas. Desde 1876 exista en Peu-s, cerca dela Sorbona, un a estructura de investigacin: l Ecole Practi-

    que des Hautes tudes (Escuela Prctica de Altos Estudios).Se compona de diversas secciones: ciencias exactas, filosofa, ciencias rel igiosas (esta lt ima haba provocado cierto escndalo, en el momento de su fundacin, por la aud acia m odern ista de su t tulo). Pero la sexta seccin , denomina da de Ciencias Econm icas y Sociades,no haba visto an la luz del da. Parece ser que, entre 1875 y 1950, los^amor y los economistas desconfiaron de la nocin de investigacin. Sin du da, pensaban qu e ya haban descubier to todo .

    Hacia 1950, un hombre se haba propuesto poner en march a esta sexta seccin . Era un historiador, se 11a

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    mab a Lucien Febvre. Su visin de la historia como ciencia ( smtesis histrica , historia-intel igencia ) implicaba qu e el historiador fuese, a la vez, un tan to gegrafo, un t an to demgrafo , un t an to economis ta , un t an to jur i s ta ,un poco socilogo, un poco psiclogo, un poco l ingista. . . La l ista podra extenderse an. S muy bien que lostrminos un tanto . . . un poco. . . pued en molest ar , y sin duda molestan , ya que una ciencia , un sab er , exigen c o n o c i m i e n t o s P e r o la id ea de Lu cien Febvre era de otra naturaleza: un mdico no es un qum ico, pero pued e ignorar todo acerca de la qu mica?;un astrnomo no es un fsico, puede acaso ignorar todo sobre la fsica? Saber mucho es necesario p ara el especialista , comprender suficientemente los diversos aspectos de lo real resulta indispensable para aquel que se entrega a un esfuerzo de sntesis y es justam ente este esfuerzo el que se lepide al historiador.

    La modernid ad de los d i s tin tos saberes puede parecer vinculada a su aislamiento terico (economa, matemtica, estructuralismos varios, etc. ) pero el mundo social , real , no es u na yuxtaposicin de relaciones especfi ca. H a sido, tal vez en el campo de la dem ografa, donde las relaciones entre la historia y la teora han d ado los re

    sultados menos decepcionantes.Hay que reconocer que, en lo general , las espermzas

    que ten a Lucien Febvre en u na colaboracin mejor organizada entre las ciencias humanas, no ha sido coronada por un buen xito real . En apariencia, sin embargo, podra sostenerse la opinin contraria: la sexta seccin de Altos Estudios fue cread a, se desarroll, se transform enuna ins t itucin autnom a y pas de t ener 20 seminarios de investigacin a 125, complementados con un conjunto d e centros, sem inarios, revistas y publicaciones,intercambios con el extranjero, etctera. Un gran xito, pero en el cual yo ya no reconozco y sta es, por supuesto, mi opinin personal la idea inicial de Lucien Febvre: un conjunto de puntos de vista sobre el hombre en sociedad, coordinados por la historia, y a su servicio.En reuniones recientes, donde se buscaba un dilogo entre disciplinas, he constatado hasta qu pu nto cada una de ellas tena su lenguaje, se complaca en su soledad, y slo consideraba a la historia como una especialidad, entre otras, y, sin duda, la ms anticuada.

    El peligro de tal especializacin, fi iera de esta experien cia especfica, me parece desgraciadam ente generalizado. Deviene incluso en caricaturesco, cuando el ejercicio de tal o cual ciencia humana entraa una suerte de cerrazn de aquellos que la cult ivan dentro de ciertos medios so

    ciales o de capillas profesioneiles. A finales del ltimo invierno, fui invitado por el Colegio Internacional de Filosofa a una larga sesin pb lica consagrada segn deca la invitacin a un balance del estructuralismo de los aos sesenta en las ciencias humanas. Yo haba reflexionado ampliamente sobre el problema en el curso mismo de los aos en que se plante.

    Qued un tan to asombrado de l a solemnidad de la reu nin, del despliegue de medios (en los locales de la an ti gua Ecole Polythecnique) sobre todo porque aquello me pareca contrastar con la pobreza habitual de nuestras universidades. El pblico femenino estaba cubierto de pieles y joyas , l a in telectual idad par i s ina de mod a se encontra ba en escena. M uy pron to ca en la cuen ta deltema que dominara el debate: la reciente aparicin de lamonumental Hist oire d la psy chanalyse en France d e H i za -beth Rudinen ko. El estru cturcJismo puesto a discusin se redu ca al psicoeinlisis y el psicoanlisis, al ep isodio de Jacque s Lacan , y casi al prob lema de su persona. Am aba el dinero, como pareca sugerir el l ibro de Rudinenko? No!, sostena ampliamente uno de los oradores, yerno del doctor Lac an . . . Incluso en la forma de abo rdar la his-toria de un modo de pensar tan apasionante como el psico

    anlisis, se reconoca la obsesin p or la an cdota y p or lospersonajes. En el estrado, Jean Pierre Vernant, que representaba el modo de pensar histrico, no pareca encontrarse a sus anchas.

    Una semana ms tarde, en una sesin del mismo t ipo,el Colegio Internacional de Filosofa propona el tema:qu es una ideologa? Este problema formaba tambin parte de mis preocupaciones. Algunas de las part icipaciones, a pesar del est i lo deliberadamente hermtico,fueron importantes; pero, una vez ms, escuchamos durante casi una hora a un importante psicoanalista meditar sobre lo que para l representaba el problema: el pueblo

    ju d o , es el elegido o simplemente el aliado de Dios?No digo que la intervencin me haya dejado indiferen

    te; todo problema teolgico puede, a la vez, arrojar luz sobre la Historia y ser esclarecido p or el la. En la misma semana en qu e tena lugar la reunin tuve la oportunidad de acercarme, en una reciente Historia de Catalua, al problema del adopcionismo, planteado hace cosa de mil aos en el corazn de u n valle de los Pirineos por un obispo de Urgell: Jess es realmente el hijo o tan slo el hijo adoptivo de Dios? No nos riamos; se trataba de respon der a la objecin m usulm ana de si los crist ianos, con su concep cin de la Trinidad, podan considerarse realmente mono-testas y, en un mom ento en que la lucha entre crist ianos y

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    musu lmanes dom inaba la historia del siglo, cmo sub est imar la aparente querella de los trminos? De la misma ma ner a, si yo retomo el problem a del pueblo judo elegi-do d e D i o s , aliado de D ios en h istoria de nu estro sigloX X , me enfrento a un a combinacin de componentes ex cepcionalmente rica; dispora, genocidio, fundacin delEstado de Israel , gue rra de Seis Das, psicologa obsidionalde este Estado que resulta casi una excepcin colonial en el momento en qu e t r iunfan l as descolonizaciones .Ni un psicoanlisis individual , ni una banal historiaideolgica pueden satisfacer el espri tu del historiador ante tal complejidad . Pero si yo hubiese dicho esto a misanfitriones psicoanalistas y fi lsofos, sin duda me hubiesen acusado de caer en el historicismo!

    Unas palabras para concluir; gegrjifos, demgrafos,economistas, etnlogos, socilogos y psiclogos, politlo-gos, estructuralistas o no, todos ellos sugieren al historiador problemticas, mtodos de investigacin, marcos referenciales de los diversos problemas planteados por el hom bre. El historiador t iene otras posibil idades, otros deberes. Debe observar a travs del tiempo y tambin a travs delespacio, en qu medida cada una de las jvenes ciencias hu man as corre sin cesar el riesgo de limitar su campo de estu-

    dio y de generalizar las conclusiones, mientras que el movimiento de la historia resulta de la coexistencia de los campos y de la interaccin de los factores, en un movimiento cont inuo frecuentemente r tmico , coyuntu r J de relacionescuanti tat ivas y cuJi tat ivas.

    Quisiera complementar estas reflexiones acerca de la forma de pe nsar prop ia del historiador con ciertas si lusionesal mun do actuad y lo que, sobre l , escuchamos cotidian amente a causa de una cierta vulgarizacin de temas intelectuales presentados deliberadamente como temas dom i n a n te s .

    Resulta n ormal preguntairse si los progresos de la robt ica industrial , la revolucin de la computacin, la conquista del espacio, han modificado o no la fisonoma del mundo y su interpretacin; nos encontramos en la era posindustrial de la economa, en la era posmoderna de la ctdtura y, p or supu esto, como se repite sin cesar, en la eraposmarxista de toda visin econmico-social del proceso

    histrico?Me limitar a ciertas observaciones hechas bajo la pti

    ca elegida; la de las exigencias del espritu histrico frente alconjunto d e hechos sociales. Se trata prime ro que naida de no olvidar; 1) las desigualdades del desarrollo segn las regionesdel globo, en un mundo material desquiciado por la inno

    vacin y 2) la mult iplicidad de comb inaciones entre los di versos tipos de tiempos: t iempo de lo econmico (incluyendo lodemogrfico), t iempo de lo social (incluyendo lo poltico),t iempo de lo mental (incluyendo el hecho religioso o cual quier sustituto de lo religioso).

    Plantear tales problemas en el msirco de una ponencia exige la uti l izacin (discutible) de un procedimiento poroposicin, es decir; se trata del anlisis crtico de ciertos textos caracterizados precisamente por su contenido y su lenguaje antihistricos o ahistricos. Para ello eleg dos

    obras muy d iferentes la un a de la otra, tanto por lo que toca a sus autores un fi lsofo francs y un urbanista-ecologista espa ol com o po r el nivel y el estilo de sus eu--giunentos y, por ende, de sus conclusiones, pero ambas obras tfpiceis de la dcada de los ochenta, caractersticas de lo que yo l lamo su coyuntura mental: convergencia deproblem ticas, simili tud de ignorand is.

    Uno es el l ibro de Jeem Baudril lard, El espg'o de la produc-cin,^ que ostenta com o subt tulo La i lusin cr t ica delmaterial ismo histrico . El otro es el pequeo traba jo deLuis Racionero, Del p aro al ocio^ que, publicado en 1983,anu nciaba ya en 1985 su octava edicin, lo que no signifi ca en modo alguno que se t ra te de una obra fund amental

    ni considerada como tal . Lo mismo puede d ecirse del l ibro de Baudril lard. Pero lo que importa constatar es que dichos textos suscitaron comentarios favorables y encontraron lectores complacientes. Esto me pa rece ms importante y ms significativo que si se tratase de reflexiones del ms al to nivel (Habermas o Lyotard), cuyo lenguaje, ms hermtico, los destina a un p blico infinitamente msrestringido. Seguramente se me reprochar me lo reprocho a m mismo el haber escogido la solucin de faci l idad cri t icando formas un tanto caricaturescas de lacoyuntura mental de 1980. Pero nada t iene ms senti do que las caricaturas involuntarias.

    En el l ibro de Baudril lard la obsesin de la p roduccin se nos presenta como un esp^ismo caracterst ico de n uestro

    t iem| )o. Al autor le interesaba uti l izar, sin preocuparse de qu man era, el vocabulario de Lacan . La confesin se encuentra en la p gina 12 del l ibro. Ahora b ien, el paralelo esbozado entre el descubrimiento de la personalidad en eljma gfin ari o y la im p os ici n eJ im ag in ar io col ect iv o de la imp ortancia del hecho produccin por p ar te de l a economa poltica resulta un ejercicio totalmente superficial. Si algn efecto de esp>ejo hay, es entre el autor y la obra. H autor slo lee en los textos y en los hechos aquello que le mteresa demostrar y lo que le interesa demostrar es la ilu

    crtica del materialismo histrico . El subttulo de la obra lo

    Publicado en Barcelona en 1980 por Editorial Gedisa y en 1983, en Mxico, por Editorial Gedisa Mexicana.

    ^ En espa ol, en el texto.

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    dice claramente. No faltaran, por supuesto, las citas deM arx; y la prim era esclarece perfecteunente el pu nto departida de u na posible discusin: El primer acto que dist ingue al hombre de los animales, no lo consti tuye elhecho de pe nsar, sino el hecho de producir sus medios de

    subsistencia.En efecto, una d iscusin fi losfica puede m uy bien p ar

    t ir de al l : el hombre produce porque piensa o piensa porque produce? Y, de inmediato, nos vienen al espri tu las palabras de Pascal: El hom bre no es ms que un

    carrizo, el ms endeble de la naturaleza, pero es un carri zo que p iensa. Pero sta no es la objecin de Baudril lard. Qu necesidad tenem os, dice, de afirmar que la vocacin del homb re es la de d ist inguirse de los animales? Elhumanismo es una obsesin que nos viene tambin de la eco n o m a p o l t i ca . . .

    Reconozco que no es fJso que la nocin de homb repro -ductorpueda encontrarse en el primer l ibro t i tulado Traited economiepolitique de Antoine de Montchrestien, que data de 1615: N ingn an imal escribe l nace ms imbcil que el hom bre . Pero , en seguida define al homb re como un instrumento vivo, un ti l cambiante, susceptible de tod a disciplina, capaz de cualq uier op eracin . . . ,

    frase que podra confirmar la afirmacin de Baudril lard. Pero resulta que Baudril lard no la ci ta, y es probable que la ignore y, en cambio, Montchrestien nos remite a lasfuentes de su definicin: Bruto, Casio, C atn , es decir, almundo de l a antigedad, al mundo de l a esclavitud.

    Sin embargo, Baudril lard sostiene que la nocin de homb re prod uctor no exist a ni entre los primitivos, ni en la antigedad, ni en la edad media; se tratara de una invencin de la era moderna. Etnlogos e historiadores t ienen pues el derecho a la palabra para elegir entre Montchrest ien, que rem ite a sus fuentes, y la afirmacin de Baud ri

    llard.Resulta instructivo darse cu enta de cmo uti l iza el fi l

    sofo supu estas referencias a la etnologa y a la historia:

    1) La referencia a las l ecciones de la etnologa para dem ost rar que la n ocin de produ ccin es inexistente en las sociedades primitivas se reduce a la mencin, entre parntesis, delnombre de un etnlogo. Este t ipo de argumento de autoridad sin referencia precisa y sin cita textual remite a la peor delas escolst icas. El etnlogo invocado entre p arntesis es Marshall Sahlins, sin duda uno de los especialistas ms brillantes de las sociedades polinesias y las islas Fidji y de competencia indiscutible. Pero acaso el invocarlo basta para establecer una verdad? Y ha dicho l realmente loque se le atribuye?

    Resulta, por otra parte, que yo he ledo mucho a Sahlins, ciertamente no en calidad de especidista, sino precisamente para evaluar lo que aporta a la controversia en la que, como Jean Baudri ll ard , p lan teaba una cr t i ca al material ismo histrico . Ello me permiti constatar, en prim er trmino, qu e Sahlins en tra en controversia no slocon otros etnlogos, sino con escuelas enteras de etn oan- t ropologa. En segundo lugar, que se encierra voluntariamente en la observacin de sociedades fras en elsentido de Levi-Strauss, es decir si tuadas fuera d e la histor i a propiamente d icha, cosa que no autor iza para d i scu t ir de material ismo histrico . Finalmen te, que interesndose preferentemente, si no exclusivzunente, en lasestructuras mentales de un a sociedad, es decir en la man era en que el la se ve a s mism a, en el modo como tradu cemticamente su funcionamiento, se corre el riesgo de resolver el problema por la forma misma como se plantea.

    Que n o se p iense n i por un m omento que, amp arado en estas consideraciones, pretend o l iquidar o incluso subesti mar la contribucin de Sahlins. Pero la forma en queBaudriUird lo invoca no pued e ser un argu men to ms qu e a los ojos de los lectores que, no habiendo nunca ledo a Sahlins, son invitados a creer a pie junti l las aquello que se

    le hace decir. Frente a esto, no es slo el espritu del historiador el que se rebela, sino tambin los requerimientosde su oficio.

    2) En lo tocante a la antigedad, Baudril lard t iene, es verdad, una referencia histrica. Una sola, pero excelente:Jean P ierre Vernant . Es te gran h i s tor iador , ex t remadamente sensible por a adidu ra a las lecciones de los etnlogos, ha demostrado efectivamente que las estructuras mentales de la civilizacin griega por lo men os, preci sa d o, l as de t i empos ms remotos in tegraban creen cias mgicas; suponan intervenciones supraterrenales;hacan intervenir todo un juego de dones y contradones y, por tanto, no podem fimcionar de acuerdo con nuestros modelos econmicos habituales. Pero, es posible deducirde esta constatacin, que concierne a la conciencia interna de una sociedad rem ota, lo que deduce Jean Braudril lard (p.o7): Ni la tierra m el esfuerzo son factores de produccin.'

    Esta confusin, continuam ente sugerid a, entre realidad y conciencia de la realidad, ev oca en m un recuerd o personal . Un a discusin, hace cosa de veinte aos, acerca delpropio Vernant, en un seminario del economista Andr

    lat ier y en presencia de nuestro colega historiador-eco-nctoista i tal iano, Cario M. Cipolla. Habiendo escuchado a Vernant , C ipolla bromeaba af i rmndonos que su pro p ia remuneracin en un a univers idad nor teamericana re

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    presentaba seguramente un elemento mgico en l a econo

    ma de Estados Unidos.En efecto, las leyes econm icas no luin funcionado ja

    ms exclusivamente bajo cri terios racionales (pensemos en la mitificacin actual de la nocin de em presa). Pre ci samente p or el lo, prefiero un historicismo a cualquier econo-micismo. Pero, justamente, el material ismo cri t icado por Baudril lard (o Sahlins) es un material ismo histrico, es decir que toma en cuenta todos los componentes (para evitar elt rmino demas iado preci so de factor) . Qu iero agregarque, desde hace un cuarto de siglo, la total idad de los aportes de Veman t f iguran en todos los manuales al menos en lo que toca a la Grecia primitiva.

    Por o t ra par te , en 1988 acaba de ap arecer un pequeo l ibro, que es un compend io de textos, firmado por J.P . Vernan t y P . Vidal -Naquet , t i tu lado Travail et esclavage enGrce ancienne. Un enfoque minucioso a travs del lenguaje, desde H esiodo a Jenofo nte, en q ue incluso los mitos no resultan negativos frente al trabajo y la t ierra. El mito de Prom eteo just ifica la necesidad regar la tierra conel sudor de lafrent e para hacerlafruct ifi car' (p . 5) y /odorus dela tierra deben merecerse" (p. 5), lo que no confirm a en lo absoluto la opinin de Baud ril lard de negar esos factores

    d e p ro d u cci n .Es verdad que las relaciones son complejas y especficas

    segn se trate del oiks rural , del artesanado urbano, o del t rabajo esclavo. Los griegos escribieron mucho acerca delos orgenes de este lt imo; creyeron poder dist inguir entre los ilotas, aborgenes reducidos al estatuto de esclavos a causa de las invasiones helenicas venidas del norte, y los brbaros, convertidos en esclavos por la fuerza d e las ar

    mas o por l a venta .Los artesanos, num erosos e importan tes para la vida de

    la ciudad , son, sin embeirgo, excluidos de su gestin mediante la prctica y, ir ende, la teorizacin pol t ica. Ah ora bien, esta oposicin entre clases trabajadoras y clases dirigentes la encontrjuremos bajo otras formas, en el medievo y posteriormente.

    Vidal -Naquet p lantea l a pregunta: hs esclavos consti-tuan una clase? Un o de sus captulos se ti tula incluso La lucha de clases . No confundam os este vocabulario con un a adhesin al mar xismo, pero tampoco lo condenemos en n ombre d e Vern an t! Insisto, no soy especialista en esosproblemas pero, cuando tena 20 aos, recuerdo haber estudiado b ajo la direccin del gran h elenista GustaveGlotz, a ttulo de ejercicio epigrfico, los salarios de lost rabajadores que construan un templo griego. Las l istas exist an; los salarios tambin , creo yo.

    Como vem os , l a au tor idad de J .P . V em ant , a l igualque la de Sahlins, es invocada por Baudril lard de manera totalmente cuestionable. Recordemos, Jisimismo, que la nocin de valor-t iempo de trabajo, nace con Aristteles. Iba a deci r , como todo el mundo sabe o como Baudr i ll ard deb er a sab er lo . . .

    3) Una palabra ms sobre el problema de la esclavitud, que no es exclusivo de la sintigedad! Baudril lard afirm a,con toda tranq uil idad, q ue la relacin amo-esclavo es ante todo simblica, en todo caso, dice, ms simb lica que econmica. Por casual idad ley a Ram n de l a Sagra, Vare -la, Gilberto Freyre, Fogel, Enger ma n, Tem in, Klein,Moreno Fraginals, Genovese o Meillassoux? Probablemente no, y sera pedante reprochrselo. Pero entonces, acaso se definir a al filsofo como aquel qu e hab la de loque no sab e , segn dice un viejo proverbio espaol,cruel ante el vocabulario hermtico?

    Hace m ucho t i empo reproch a Raymon d Aron el haber definido la historia a peirt ir de sociologas alemanas ms que centen arias; a Michel Foucault el hab er definidoel saber econmico de l a poca cls ica a par t i r de u na informacin totalmente rebasada; a Paul Ricoeur el contradecirse a s mismo , a diez aos de d istancia, sobre las

    posibilidades del emlisis histrico, y de haberse equivocado aquella vez, por diez aos, sobre la fecha del primer nmero de los Anu ales.

    En ocasin de u n coloquio dom inado por los fi lsofos,Aron, despus de una intervencin ma me prohibi hab lar (de) fi losofa , sin duda en nomb re de los especialistas en ideas gen erale s . Con gr an escn dalo d e los filsofos, yo respond lo bien qu e l se permita hablw (de) historia . Pero frente a m una sonrisa de complici dad del gran med ievalista Postan me tranquil iz por completo. Sin du da, estos pleitos de lavadero resultan deplorables, pero la ideologa dom inan te los uti l iza sin cesar en provecho de las posiciones men os realistas acerca de la

    evolucin de las sociedades.4) Uno de los captulos de El espgo de la produccin seocupa de la edad m edia. Se t i tula: Acerca del modo ar caico y feudal , lo que ya es de por s un extrao vocab ular io . Arcaico resu l ta un t rmino vago, feudaldebera ser un concepto preciso. Incluso podramos preguntamos s i el au tor no habr quer ido deci r mu ndo en lugar de mod o . Pero lo que importa des tacar es que re sulta del todo inti l buscar en el captulo sealado la ms m&iima alusin a lo que consti tuye la realidad feud al: lasrelaciones sociales en torno a la tierra. Se l lama la atencin sobre el trabajo artesanal como si fuese esencisd en el me-

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    dievo, cuando basta haber hojeado contratos de aprendices, documentos corporativos ya sean del siglo XI I o delXVI I pa ra darse cuenta del carcter aberrante de las consideraciones propuestas sobre la industria p rem odem a .

    Eso sera secundeu'io si al menos se hubiese subrayado el predominio de la economa agrcola y de las preocupaciones al imen tarias en la vida med ieval . Pero Baudril lard af rma que 2mtes del nacimiento d e la economa p ol t ica nocin qu e por cierto no se define, y nacimiento q ue no se data la escasez no exista , dado que l a nocin de es -CEisez habra surgido del imaginario de la acumulacin .No estoy interpretan do, ci to: La escasez no existe fuera de nue stra perspectiva l ineal de la acumulacin de bienes, y basta con que el ciclo de dones y contradones no se int errumpa (p . 90) .

    Desgraciadamen te, los dones de l a naturaleza ten an su ciclo. Hasta el siglo X I X , en todo el mun do, y an hoy en d a , en un a gran par te del g lobo. Las malascosechas , l l ammoslo por su nombre, son ham brun as d e f ) e s t e , ^ m et bello, libranos Domin e . El miedo a la escasez , cuan do se vislumb ra la transicin hacia el mu ndo mod erno, pod ra ms bien susti tuirse por el miedo a lasobreproduccin al malbaratamiento (es ta muta

    cin se observa en el siglo X I X en el mundo camjjesino).Pero por Dios! , que no vengan a decimos que l a escasez no estaba presente en el imaginario del medievo. Podrmos sostener, por el contrario, que fi ie un a obsesin.

    Al cabo de tantos contrasentidos d estacara, sin em bar go, como conclusin del libro de Baudrilleu-d, una frjise que me gusta mucho, ya que siempre he sido devoto del t ra tamiento de l a historia como totalidad: El hombre es t todo , por en tero , en cada momento y , a cada mom ento , l asociedad, toda entera, est en l .

    Pero en cuanto pasamos a los ejemplos histricos del l ibro de Baudril lard, la aplicacin de la nocin de total i dad se t ransforma en verbal i smo l it er ju io: Courderoy,

    los ludistas, Rimb aud , los hombres de la Comu na, la gente de las huelgas salvajes, los de m ayo del 68, no es la R evolucin la que se encuen tra en eUos en fi l igrana, el los son l a Revolucin .

    Ob servo que en esa l ista no figuran las secuencias 14 deju li o- 4 d e ag os to de 178 9, o 7-20 d e n ov ie m b re de 191 7. Dules el calificativo de revoluciones sera, sin dud a,caer en el h i stor ic i smo .

    Alrededor de 1970 todos podamos constatar que los30 gloriosos aos de desarrollo material en los pases ms avanzados haban permi t ido a una ampl ia mayora de personas consumir ms trabajando menos (justamente, la

    definicin de la productividad) y, sin embargo, subsistanlos conflictos. De zih a reducir los conflictos a meros fenmenos psicolgicos, no haba ms que un paso. As nacieron las corrientes que l lamar psicologistas , a menudo en tre jvenes y b ri l lantes historiadores que ha n sidopara m colaboradores y sunigos.

    Escrib en aquel enton ces, en un a revista de difusin l i mitada , un peq ueo art culo dirigido a un pblico de historiadores docentes. Permtanme cit2u-lo, ya que expresa

    mi posicin, no exen ta de simpata pero tamp oco ausentede espi"itu crtico, ha cia aquellos signos de evolu cin en elpensam iento histrico que m e parecan susceptibles de sugerir o confirmar ciertas desviaciones filosficas al estilode Baudril lard. Deca yo:

    Y sin embargo, la cuestin fundamental es sta: cul esla relacin entre el hombre y su producto, entre la economa y la historia? Cuand o M arx plante el principio ( enltima instan cia) del primado de la econom, muchos se desgarraron las vestiduras en nomb re del espritu, porque la econom del tiemjK) slo poda ofrecer a las masasun salario mihimo interprofesional, no garantizado, y realmente muy bajo. Actualmente, cuando el ms leve pasohacia el desarrollo podra ofrecer, si no a todos, al menos a

    la mayora, au tomvil y televisor, he aqu que el primado de la economa deviene en principio conservador, ya quetodo se resolver por la econom, y resulta revolucionario descubrir que n o slo de pan vive el hombr e. Apareceentonces el psicosocilogo, que con Freud en el bolsillo, nos explica que las revoluciones e incluso las huelgas, responden menos a la bsqueda de poder o de una vida me

    jo r q ue al d eseo d e u n d esfog ue, es d ecir d e u na fiesta . Sepone en duda que la iniciativa histrica del hombre provenga de la razn, y menos que de ninguna otra, de la ra zn econmica. Andbamos a la caza del consenso por satisfaccin y persuasin, y he aqu que en la lgica del inconsciente se descubre la rebelin.

    Sin duda. Pero la rebelin de los lud istas aqu ellosque destruan los primeros instrumentos de la mecanizacin del trabajo no slo traduca una simple reaccin del inconsciente: ellos defendan su derecho al trabajo y, deesa manera, su derecho a la vida.

    No sera del todo imposible descubrir en las revueltasestudianti les de nuestros das inquietudes inst intivas del nusm o gnero, si bien a otro nivel (qu jKirvenir nos espera?). Si el anlisis de las luchas entre cl 2ises sociales oentre comu nidad es pol t icas organizadas se redu ce al elemento psicolgico confundiendo u na vez ms componentey causa se corre el peligro, digno de ser considerad o, de

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    olvidar o subestimar la parte de las realidades materiales en los mom entos en que se agudizan Isis contradicciones,tal como lo vimos a propsito de la combinacin crisis econmica-antisemitismo en la Alemania de los aos t reinta, y su rep ercusin en la p>opularidad de H itler.

    En relacin con los aos treinta, el socilogo Henri dM an , esquematizan do la teora psicoanal t ica de Adler,redu ca la realidad de las Iu c Hm entre clases sociales a un proceso psicolgico, lo que lo induca a ca er en la tentacin nacional-socialista: sustituir el complejo de clase por el complejo nacional . Este episodio de De M an , aun con ser l imitado en el t iempo y por tanto en imp ortancia,no puede ser olvidado por el historiador.

    Empero, la tentacin psicologista perdn por e l barba-r i smo, pero t ambin decimos economicismo e h i s toricismo renace vigorosamente en los aos 1960-1970.Es el momento en que las contradicciones internas de la sociedad de consum o , e l recuerdo horror izado de losgenocidios, las decepciones ante ciertas experiencias re volucionarias, la reaccin contra las lt imas guerras coloniales, determinan una nueva crisis en las conciencias en el seno de los pases occidentales. Esta crisis integra lo mismo ciertos aspectos irrisorios de las revoluciones de

    Berkeley o de Pars, que las tesis ms sutiles, ms sofisticadas, d e la Escuela cr t ica de Frankfiirt .

    No subestimo en lo absoluto, e insisto en subrayarlo, los aportes de la Escuela de Frankfiirt a la reflexin fi losfica. Pero creo, sin embargo, que stos se mantienen dentro de los lineamientos de las escuelas sociolgicas alemanas de antao; l a obsesin de una crtica de la razn hist-rica y un cier to desdn por e l h i s toric ismo . Por mi par te, me permito atribuir al historiador el deber opuesto: edificar una crtica histrica de la razn, por medio del anli sis del papel de la razn h um ana , al lado del papel , sindud a inmenso, de l a s inr2izn , a cada instante del desarrollo de la humanidad.

    Dicho lo anterior, bien sabemos que en los 20 aos que van de 1960 a 1980 se hsin producido singulares modificaciones en las condiciones mu ndiales. Po r lo que tocaa los pases desu-rollados, el problema n o estriba ya en ob tener una economa de crecimiento regul ir (seljsustained;Konjunturlos), en adaptar la formacin y el empleo de la mano de obra a las nuevas tcnicas de produccin, y de distribucin, revolucionadas permanentemente.

    Estas tcnicas revolucionsuiis deberan poder ofi*ecer posibil idades de bienestar cada vez m s amplias pero, por el momento , lo nico que han d eterminado en l a mayor

    parte de las regiones del mundo es una considerable tasa de desempleo en el seno de la poblacin activa. T 2isas variables, cierto, segn los terri torios y los mome ntos, pero que en nu merosos casos parecen adq ui r i r un carcter es t ructural y ya no coyuntura] . Se ha ll egado incluso a

    jq jli car el t rm in o es tru ctu ra d a la p ro p ia cr is is , lo qu esi bien no resulta un vocabu lario satisfactorio, indica hasta qu punto el funcionamiento clsico de nuestras sociedades puede ser puesto en entredicho. Recordemos,

    aunque date ya de hace 20 aos, la recomendacin del C l u b d e R o m a: crecimimtocero.La relacin en t re es ta s i tuacin , es ta recomendacin

    y el antiproductivismo de un Baudril lard resulta evidente.Pero el vocabulario filosfico de ste tiene el inconveniente de generalizar en el espacio y en el t iempo una advertencia que se diriga nicsunente a los pases desarrollados ante una am enaza de sobreproduccin .

    Menos pretencioso, ms simptico, sentimentalmente hablando aunque no menos caracterst ico de ciertos extravos ideolgicos es el segundo libro sobre el que quisiera detenerme un p oco aqu. Se t itula Del paro a l ocio yse debe al urbcuiista y arqu itecto espaol Luis Racionero.

    La p alabra desempleo (o paro ) es t presente , lo cuai

    si ta el problem a en el centro d e nuestras preocupaciones concretas. El autor, en su calidaul de arqu itecto-urb anista, t iene respetables inquietudes de ecologista. Su formacin universi taria la hizo en Berkeley, en el corazn de la at msfera revolucionaria de los aos sesenta. Afligido por las contradicciones del mund o, le propone un cambio de va-lores. El l ema crecimiento-cero l e convendra s in duda dguna, pero acordndose que es espaiol suscribira me

    jo r a n la vi ej a f rm u la an ti te cn ici st a d e M ig u el d e U n am u n o : que inventen ellos!*

    No tengo la in tencin de cri t icair, y menos a n d e juz -g^ , l a pos icin moral y sent imental de Racionero; he eligrosoxnstruir un conjunto de razonaunientos sobre algunasafirmaciones de facto cuya solidez no ha sido verificada.

    La p rimera d e esas afirmaciones es la siguiente: la obsesin de la produccin nace con el capital ismo y ste es p ac i n de los pro testan tes del nor te de Europa, que hammipuesto al mundo sus valores. Bastara, por ejemplo, queK imp us ieran a par t i r del Medi terrneo o t ros valores pairadar fin a las contradicciones del capitailismo y sus consecuencias.

    En espaol en el texto.

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    Me parece que en es te razonamiento el punto m^s dbi les el punt o de parti da. Se acepta como si se trat ise de una verdad estab lecida, induscutible, la tesis de Ma x Webe r sobre la relacin causal (una vez ms, la confusin entre causa y componen te) pro tes tan t ismo/capi ta l ismo.Se la acepta en su versin ms esquem tica, cuand o incluso los historiadores que la han retomado y desarrollado,como Tawney, lo han hecho con un sinfn de matices. Es realmen te curioso constata r, incluso en fi lsofos de la tal la de H aberm as , cmo la aceptacin de un a autor idad asu me rpidamente el valor de prueba. Este t ipo de aceptac in , t an l eg t imamente denunciado cuando se t ra ta deM arx se admi te con la mayor espontaneidad cuando set ra ta de Weber!

    Realmente cons idero que n ingn h i s tor iador que se haya in teresado con un mi imo de ser iedad en el inmensofenmen o que solemos l lamar triuisicin del feudalismoal capitedismo o sencil lamente, de la edad m edia a lost i empos m odernos p ueda redu ci r l a complej idad de es te proceso a un camb io de valores ocurr ido en l a cabeza de algunos seores de Amsterdam.

    Entre las referencias de Racionero, en las que encuentro al lado de aterradoras estadfeticas norteamerica

    nas, poesas chinis, canciones pop y los manuscri tos deLeona rd, n o hedi ni un a sola obra vlida de historiador. Por cierto que cuand o (p. 108) se mofa de la pretensin deM arx de creer arrancar e l velo a l a musa de l a His to ria, Racionero l lama a esta musa Calope en vez de Clo. Confundi r l a His tor ia con la Hocuencia , qu hermoso lapsus! Me encant.

    O tra confusin fundam ental del l ibro de Racionero est represen tada por el captulo sobre el socialismo . Aqu los errores resultein perdonables dado q ue sabemos m ucho menos (y es natural) sobre los primeros 60 aos del so cial ismo real que sobre los tres o cuatro siglos del capital is mo histrico. Pero t itular un captulo entero La Rusia

    stajanovista , hacia 1980, resultara divert ido si se tratase de una apelacin conscientemente irnica. No existe un slo empresario occidented qu e, habiendo visi tado Rusia ,no qu eda ra estupefacto y escandalizado ante la lenti tud de los ri tmos de trabajo en las fbricas socialistas .

    Me parece que el seor Gorbachov es de l a misma opi n in . El s tajanovismo es una de los compon entes de do s momentos histricos: la creacin de un a infraes t ructura in dustrial entre 1928 y 1939, en los primeros q uinq uenios, yluego, en los aos de reconstruccin de la posguerra, entre 1945 y 1953. Pero despus de eso?

    Es verdad que Racionero admi te t unbin , como ot ra eviden cia imaginar ia , que l a ideologa socialista, adm iradora de los avances capital istas en ma teria de prod ucti vidad, pregona una dedicacin creciente del hombre edt rabajo material y , en cambio, en pleno siglo X I X , M a r x expresa la esperanza, ante los evidentes progresos de la tc-nica, de una l imitacin posibl e del trabajo material coti diano promedio, a seis, cinco, tal vez cuatro horas.

    En 1951 Stalin retoma esas cifras en un a Respu esta al arochenko condenando bru talmente toda t eor a del pr imado de l a produ ccin como n ica so lucin a todoslos problem as