!luz solida! - george h. white

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  • Despus de la ltima y decisivavictoria sobre la Bestia Gris, losplanetas terrcolas vuelven a unlargo periodo de paz y tranquilidad.En el montono discurrir de losdas, un joven retoo de la familiaAznar llena sus horas de ocio con lanostlgica lectura de las hazaas desus gloriosos antepasados. Parececomo si en el mundo actual noquedaran oportunidades para losjvenes ansiosos de aventurasPero el joven Aznar se equivoca.Los hechos van a ponerle muypronto, tanto a l como al resto de

  • la Humanidad, frente a un nuevo,desconocido y molesto intruso.Un emocionante relato donde elgnero humano se enfrenta conunas extraas criaturas, portadorasde revolucionarias tcnicas y delarma ms poderosa hasta entoncesconocida.

  • George H. White

    Luz slida!La saga de los Aznar - 24

    ePub r1.0Titivillus 19.06.15

  • Ttulo original: Luz slida!George H. White, 1975

    Editor digital: TitivillusePub base r1.2

  • ECAPTULOPRIMERO

    XHALANDO un suspiro denostalgia, Miguel ngel Aznar

    cerr el libro y apoy la cabeza en elrespaldo del silln entornandoensoadoramente los ojos. Con

  • movimiento maquinal, sus largos ygiles dedos acariciaron los caracteresdorados impresos en la cubierta de piel.

    Aquel libro, Viajes de losAznares, era para Miguel ngel unaespecie de Alcorn, algo as como unaSagrada Biblia particular, a la cualacuda frecuentemente lo mismo si setrataba de distraer sus ocios, que dehallar fortaleza para su deprimidoespritu.

    En aquel grueso tomo estabancompilados, fecha por fecha empezandopor el primer Aznar ilustre, todos losviajes, conquistas y hazaas de unafamilia de aventureros, hombresintrpidos y valientes que, de una

  • generacin a otra, fueron ensanchandolos dominios del Hombre en el Espaciodefendiendo a su pueblo de las mltiplesacechanzas csmicas disputando a otrasrazas la supremaca de los mundoshabitados y llevando la cultura, lalengua y la civilizacin cristiana hastalos ms remotos mundos del Universo,ganando a la par lauros e imperecederagloria.

    Mil veces, desde que siendo niopudo sostener el voluminoso tomo sobresus rodillas, se haba inclinado Miguelngel sobre las pginas de aquel librosumergindose en la lejana de lostiempos pasados para acompaar con lafantasa a los legendarios abuelos de

  • aventura en aventura.Impresionada su sensible

    imaginacin de nio por la lectura deestas gestas histricas, el carcter delltimo Miguel ngel Aznar se habaformado de distinta manera al de losdems jvenes de su generacin.

    Soador e inquieto, el espritu deMiguel ngel se debata impotente en unmundo donde no quedaba sitio para laimaginacin, donde todo estaba hecho ynadie deseaba hacer nada ms.

    En este mundo superadelantado queera el de la generacin de Miguel ngel,el hombre vegetaba en la molicie y elocio, rodeando de las complicadas yeficaces mquinas que le provean de

  • todo; desde alimentos, vestidos ycalzado, hasta automviles, aireacondicionado, aparatos de televisin yun milln de objetos ms, sin los cualesel hombre actual se hubiera sentidopobre y desdichado.

    Sin llegar a renegar delsuperautomatismo que habaeliminado la lucha de clases e hizoposible la felicidad del hombre, Miguelngel Aznar, consideraba que algunasmquinas menos, y unas cuantasdificultades que estimularan el ingeniohumano, habran hecho un mundo mejorque el actual.

    El hombre moderno era conformista,comodn e indolente, falto de curiosidad

  • y de imaginacin. Como una mquinams de las que a millares le rodeaban,desempeaba sus funciones concronomtrica regularidad, lo mismo quehicieron sus padres y seguramente haransus hijos.

    La existencia no tena dificultadespara este mundo sin insectos dainos,sin enfermedades, sin huracanes, sincarestas, ni sorpresas.

    Mimado y regalado, este productode una supercivilizacin era a la vez unacriatura quisquillosa y regaona, a lacual sacaban de quicio las pequeas yraras faltas de las mquinas si stasalteraban con alguna ligera molestia oretraso el curso de su montona

  • existencia.Este hombre moderno amaba la vida

    muelle en que se desenvolva, se habaacostumbrado a ella y no la hubieracambiado por ninguna otra.Considerando que haba alcanzado elmximo de comodidad posible se habaconvertido en un intransigenteconservador. Y lo era tambin porconveniencia porque toda la ideaprogresista implicaba un esfuerzo, y lno quera molestarse en nuevasempresas reformadoras.

    Quiz Miguel ngel pensabatambin as y fuera feliz, de no darse enl una circunstancia poco corriente.Miguel ngel era hijo de un hombre que

  • en edad, educacin y temperamento,viva 2.500 aos retrasado con respectoa las actuales generaciones.

    Nacido a bordo del autoplanetaValera cuando ste viajaba en buscadel remoto Imperio de Nahum, el padrede Miguel ngel Aznar haba vivido unsiglo en el espacio mientras en la Tierratranscurran 25 siglos. Por lo tanto, alllegar a la Tierra despus de haberderrotado por dos veces consecutivas alimperio nahumita, el padre de Miguelngel era propiamente un hombre deideas y procedimientos anticuados enmedio de un mundo que habaprogresado incesantemente durante los20 siglos que el autoplaneta Valera

  • invirti en su viaje de ida y vuelta a losplanetas nahumitas.

    Este hombre legendario, cuyasaventuras en la galaxia nahumitallenaban muchas pginas de la historiade la familia, haba de ejercerforzosamente una gran influencia en laeducacin de su hijo. Miguel ngel seconsideraba a s mismo como unacontinuacin de la personalidad de supadre, soando desde nio en emular lashazaas de aquel hombre extraordinario.

    Cuando finalmente comprendi quejams llegara a emular las proezas desu padre, Miguel ngel se sintidesgraciado y fracasado.

    A los 25 aos su padre era ya

  • Almirante Mayor y haba aniquilado alpoderoso Imperio de Nahum. A los 25aos, Miguel ngel era un triste tenientede navo frente a un porvenir deperspectivas poco brillantes. La razndel fracaso de Miguel ngel era una ybien sencilla; no haba nacido en elmomento apropiado para realizarhazaas.

    El mundo actual cruzaba por unperiodo de paz que, segn todas lastrazas, iba a prolongarseindefinidamente. Miguel ngel,ciertamente, no deseaba ver su mundoinvadido por la Bestia Gris u otroabominable enemigo csmico. Pero yaque no una guerra en los propios

  • planetas confederados (La Tierra, Martey Venus) le hubiera gustado al menosencontrarse a bordo del autoplanetaValera, el cual haba partido aosantes que l naciera y todava tardara1.300 aos en avistar los planetas deThorbod, patria de la abominable BestiaGris.

    El destino pensaba Miguel ngel habra sido muy distinto para l si supadre, en vez de quedarse en la Tierra,se hubiera embarcado en el fabulosoautoplaneta al frente del CuerpoExpedicionario que se proponaterminar de una vez con los HombresGrises, si acaso stos no haban sidodestruidos ya por los ejrcitos

  • nahumitas.En este caso, Miguel ngel habra

    nacido a bordo del autoplaneta Valeray, hasta en el caso de no haber lugarpara una campaa contra la Bestia Gris,su espritu aventurero se habra solazadocon la visita a otros lejanos y exticosmundos del Universo.

    Nada de esto ocurri, paradesesperacin suya. Haba nacido en laTierra en una Era de bochornosatranquilidad, y ni siquiera le caba laesperanza de vivir para cuando elformidable Valera estuviera deregreso. Porque cuando el autoplanetarindiera viaje en la Tierra habrantranscurrido 25 siglos desde su marcha,

  • y no quedara siquiera cenizas de sucuerpo

    Un claxon bram desapaciblementearrancando a Miguel ngel Aznar de susmelanclicas reflexiones paradevolverle bruscamente a la ridarealidad de su existencia. No era msque un capitn de fragata, se encontrabaen el reducido aposento de un refugiosubterrneo de una Base en Obern,aterido satlite de Urano, y estabasonando la seal de alarma.

    Alarma en Obern? Qu cosa msextraa! Como si se tratase de unincendio

    Miguel ngel tom los Viajes delos Aznares, deposit el libro sobre un

  • velador prximo y se asom al corredor.Otras puertas se abran aqu y alldejando asomar rostros soolientos dehombres y mujeres en ropas de dormir.

    Qu pasa? Qu ocurre? sepreguntaron unos a otros.

    Y todos se volvieron a mirar a losaltavoces del circuito perifnicoprofusamente instalados por toda la basesubterrnea.

    El claxon dej de sonar, siendosustituido por una voz que gritaba.

    Atencin atencin! Todas lastripulaciones en estado de reservadebern presentarse inmediatamente abordo de sus aparatos!

    Y el claxon volvi a rugir

  • desaforadamente, en tanto los oficialesse miraban unos a otros sorprendidos.

    Aunque haban transcurrido 36 aosdesde el ltimo ataque de la Bestia Grisy no existan razones para temer unanueva invasin de este o cualquier otroenemigo csmico, la Armada Sideral delos planetas terrcolas confederados semantena en un constante estado dealerta en previsin a cualquier sorpresaprocedente de algn punto remoto delEspacio.

    En los momentos actuales Miguelngel Aznar no perteneca a la dotacinde ningn buque sideral. El AlmiranteBandini, gran amigo de su padre, lehaban adscrito recientemente a su Plana

  • Mayor de la IV Flota. As, aunque noestaba incluido entre los oficiales enestado de reserva que debanpresentarse inmediatamente a bordo desus buques, Miguel ngel consider quedeba acudir junto al Almirante por siste le necesitaba.

    Miguel ngel no tard ms de unossegundos en volver a su aposento pararecoger la casaca, echar a correr por elpasillo y entrar en un montacargas almismo tiempo que un grupo de agitadosoficiales a medio vestir.

    Yo s a qu se debe todo esto asegur con suficiencia un capitn denavo abrochndose la botonadura de suguerrera.

  • A qu? pregunt una hermosarubia que ostentaba las insignias decapitn de corbeta.

    Es una falsa alarma provocadapor el almirante para comprobar el altogrado de instruccin de las dotacionesde la Cuarta Flota y ser el tercerejercicio desde que Bandini asumi elmando de esta flota. El viejo nos haresultado todo un hueso.

    Otro capitn de navo que seencontraba en el ascensor dio con elcodo al primero y le seal con los ojosa Miguel ngel. Aunque haba visto lasea, Miguel ngel se hizo el distrado.Personalmente tena al AlmiranteBandini por un gran hombre, un militar

  • de cuerpo entero, de aquella viejaescuela que resucit durante el mandatodel Superalmirante Aznar y no llevabavisos de prolongarse en las actualespromociones de la Armada Sideral.

    Oye, t dijo el capitn de navotocando a Miguel ngel en el hombro.Te advierto que me da un higo si le vas aBandini con el cuento.

    El joven enrojeci de indignacin.No obstante, en atencin al rangosuperior del capitn, se limit acontestar:

    No s a qu se refiere, seor.Miren qu cara de inocente! No

    s a qu se refiere, seor exclam elcapitn remedando a Miguel ngel.

  • Como si no le conociramos. T eres dela misma clase que Bandini, amigo. Peortodava, pues mientras que Bandiniaprendi a ser rgido a las rdenes de tupadre, t has mamado esa disciplina porla cual te pereces. Bandini, al fin y alcabo, no es ms que Bandini. T eres unAznar de pura cepa.

    Miguel ngel aguard el resto, loque inevitablemente habra de seguir aesta acusacin. Despus de 40 aos, elmundo no poda olvidar que el padre deMiguel ngel, al regresar victorioso deNahum y derrotar al absurdo Imperio delos Balmer, se erigi a s mismo enrector supremo de los destinos de lanacin terrcola imponindole un

  • esfuerzo blico que goz de la msacerba impopularidad.

    Y aunque la Bestia Gris lleg pocodespus y el mundo se salv gracias a lapoltica de armamentos impuesta por elSuperalmirante Aznar, aquellos que ledeban agradecimiento no le perdonaronjams. No le perdonaron, simplemente,porque para reconocer la labor delSuperalmirante haban de admitir lajusticia de sus mtodos y la ceguera yestupidez propia, lo cual era sin dudams de lo que la criatura humana podaotorgar.

    Por lo dems, el mundo seguamirando con recelo a las FuerzasArmadas, instrumento una vez para que

  • los Balmer impusieran su humillanteImperio, y luego para que los Aznardesterraran una tradicin militar cadaen desuso. Lo elegante, lodemocrtico, era abominar de ladisciplina militar y los rangos impuestospor sta. Y esto ocurra incluso en elpropio seno de la Armada Sideral.

    Afortunadamente para todos, elmontacargas se detuvo y abriautomticamente sus puertas antes que elcapitn de navo tuviera tiempo deaadir nada ms. Los ocupantes de lacabina se lanzaron fuera en tropel.

    Adis, amigo! Espero que elejercicio salga a vuestro gusto! gritel capitn lanzndose al asalto de un

  • pequeo automvil elctrico que leconducira hasta su gigantescoacorazado.

    Miguel ngel abandon tambin elmontacargas para tomar otro ascensorms pequeo, el cual le condujo hasta elpiso donde estaba enclavado el puestode mando de la Base. El pequeoincidente con el capitn lo habaolvidado en seguida. Le preocupabaaquel toque de alarma. Porque, al menosque l supiera, no se haba previstoningn simulacro de ataque a la Basepara aquel da.

    Al entrar en las oficinas se tropezcon un compaero de la Plana Mayor, alcual pregunt:

  • Qu ocurre? A qu se debe laalarma?

    El Almirante est ah dentro contest el oficial sin detenerse.

    Miguel ngel entr en una espaciosasala de forma semicircular, parcialmenteobscurecida. En la pared, formandosemicrculo, se vean hasta una docenade grandes pantallas de proyeccin, lamayor parte de las cuales estabananimadas por escenas en color que lostomavistas remitan all desde diversasdependencias de la Base.

    El Almirante Bandini se encontrabacon algunos jefes de pie en medio deesta sala, dominando todas las pantallasde proyeccin. Pero su atencin se

  • centraba solamente en una. staenmarcaba la imagen de un extraoartefacto que, a juzgar por la rapidez conque desfilaban los accidentes delpolvoriento suelo de Obern, debaestar volando a tremenda velocidad apoca altura sobre la superficie delsatlite.

    El aparato desconocido, cuyasformas recordaban las de la letraOmega con una esfera aplastada enmedio, volva rpidamente la popa a losobservadores y se empequeeca en ladistancia, seal evidente de que sealejaba de la cmara que le habaseguido a su paso en vuelo rasante sobrela Base. Unos segundos ms tarde, la

  • herradura volante desapareca tras elcombado horizonte del satlite dejandoen el negro espacio dos trazos paralelosde luz amarilla que empezaron adisiparse con lentitud.

    Lo han visto ustedes? exclamBandini volvindose hacia sus ayudantes. No se trata de platillos volantescomo asegur la primera informacin.

    Bueno refunfu elVicealmirante Renglan. Platillos oherraduras volantes, lo mismo da.Sabemos que esos aparatos no sonnuestros, y tampoco redentores. Podranser nahumitas pero yo insisto en que sonaparatos thorbod.

    Aparatos thorbod! exclam

  • Miguel ngel.Y todos se volvieron a mirarle,

    siendo sta la primera vez que elAlmirante Bandini repar en l.

    Ah! dijo. Ya est ustedaqu? Bien. Coja ese telfono y ordeneal servicio de observacin que estnpreparados para tomar una pelcula deesos aparatos si vuelven a presentarse.

    Excitado ante la posibilidad de quela Bestia Gris hubiera regresado de lasremotas lejanas donde se le suponaaniquilada por las Fuerzas Armadasnahumitas, Miguel ngel levant uno delos telfonos y marc un nmero.Mientras esperaba con el auricular alodo el Almirante hizo una sea a uno de

  • los hombres que estaban detrs de l,sentados ante un largo banco lleno deinstrumentos.

    Una pantalla por el puesto deobservacin Nmero Uno.

    El puesto Nmero Uno deobservacin consista en una cpula decristal emplazada en la cima de unamontaa de 3.000 metros de elevacinsituada sobre el refugio subterrneo.Una cmara de televisin con objetivotelescpico emplazada en esta cpula ymovida por control remoto desde elPuesto de Mando, transmita a unapantalla, una amplia panormica delcrter o circo en cuyo fondodescansaban, impecablemente alineados,

  • 25.000 buques pertenecientes a la IVFlota Sideral.

    Respondiendo a la sea delAlmirante, el operador movi unapalanquita sobre su tablero de mandos.En la pantalla apareci una seccin delenorme crter con sus interminablesfilas de gigantescos acorazados,cruceros y destructores siderales.

    Una nube de pequeos y velocescochecillos elctricos corra por entre laformacin llevando a las tripulacionesya equipadas con traje de vaco yescafandra climatizada que iban enbusca de sus aparatos.

    Atencin la defensa antiarea dijo Bandini con voz fuerte. Estn

  • preparados para abrir fuego contracualquier aparato que no responda a lasinterrogaciones de identificacinelectrnica.

    En este momento Miguel ngelobtuvo respuesta a su llamadatelefnica.

    Aqu Puesto de Mando. ElAlmirante quiere que se obtenga unapelcula de ese aparato desconocido, sivuelve a presentarse dijo.

    Si el Almirante est ah dgale quese ponga al aparato contest una vozexcitada.

    Miguel ngel tendi el aparato alAlmirante.

    Del centro de Observacin.

  • Desean hablar con usted.Bandini tom el aparato.Diga! grit acercando el

    auricular a su odo.Miguel ngel escuch la gangosa

    voz que sala del telfono, pero no pudoentender una palabra.

    Cmo? grit Bandinisobresaltndose. Y peg ms elauricular al odo, escuchando unosinstantes con el ceo fruncido.

    Estn seguros? Cuntos son?Ms de diez mil! Ha dicho? Bandinise detuvo con la respiracin ensuspenso. Luego murmur: Vlgameel cielo! No dejen de interrogar porradio prueben en todas las longitudes

  • de onda hasta obtener respuesta.Bandini colg el telfono y se volvi

    plido hacia el grupo de ayudantes quele miraban en silencio.

    Raglan dijo roncamente.Lance la llamada de alarma general paratoda la Flota. Una gran escuadra deautoplanetas cruz la rbita de Neptunoy se dirige hacia aqu.

    Estas palabras, cayendo en mitad deun silencio sepulcral, dej paralizadospor un instante a todos cuntos seencontraban en el Puesto de Mando.

    Cree cree que pueda tratarsede una flota thorbod? murmur Raglanempalideciendo a su vez.

    Todava se encuentra lejos

  • contest Bandini evasivamente.Tenemos tiempo para tomarprecauciones, pero no podemosdesperdiciarlo. Capitn Daro dijovolvindose hacia uno de los oficiales. Expida a la Tierra este despacho:

    Importante flota deautoplanetas no identificados sedirige al centro de nuestrosistema planetario pasando porla proximidad de Urano. Salgocon el grueso de la Flota parainterceptar e interrogar.Dispongan refuerzos. Mandarnuevas noticias tan pronto seaposible.

  • Mientras tanto las seales de alarmasonaban en toda la Base. Elvicealmirante Raglan empu unmicrfono y grit:

    Atencin atencin! Unanumerosa flota de autoplanetasdesconocidos acaba de ser avistadadirigindose hacia Urano. Todas lastripulaciones debern presentarse abordo de sus buques en la mximabrevedad.

    Nosotros saldremos tambin ainterceptar esa flota dijo Bandini.Raglan, usted permanecer aqu alcuidado de la Base y esperar noticiasmas por si hay que transmitirlas

  • rpidamente a la Tierra.Un altavoz grit:Centro de observacin a Puesto

    de Mando! Escuadrilla de aparatos noidentificados se aproxima a la Base.Atencin a la pantalla nmero cuatro.

    Una corriente electrizada pas atravs de la sala subterrnea. Hasta losoperadores que estaban de espaldas alas pantallas se volvieron expectantes.

    En la pantalla nmero cuatro, lacmara estaba girando y la cordillera deafilados picachos que cerraba el crterdesfilaba por ella como en un noticiario.De pronto, el paisaje se inmoviliz. Muybaja sobre los bordes del crter,apareci una lnea de pequeos puntos

  • brillantes que se acercaban con rapidez.Los ojos de Miguel ngel saltaron a

    la pantalla conectada al puesto deobservacin nmero uno.

    Salpicando las laderas de lamontaa haba unas pequeas cpulasmetlicas de color gris, prcticamenteinvisibles, que eran otras tantascasamatas giratorias de ametralladoras,que se apuntaban automticamente pormedio de un ojo electrnico. stasdispararon tan pronto los aparatosdesconocidos cayeron bajo su vista,disparando proyectiles como mangueraslanzando un chorro de acero.

    Estos proyectiles eran de un tipoespecial. De muy pequeo calibre

  • mientras estaban en el nima de loscaones, se hinchaban prodigiosamenteal abandonar stos, transformndose entorpedos areos de seis metros delongitud que, inmediatamente, se ponanen accin dirigindose contra el blancopor sus propios medios.

    Un breve chisporroteo azulacompaaba la metamorfosis de estostorpedos, construidos grandes para serempequeecidos luego y que recobraransu tamao natural al ser disparadoscomo balas, y todo el negro espacio porencima del inmenso crter, se llen depronto de este silencioso chisporroteode proyectiles en ruta hacia los aparatosdesconocidos.

  • Los ojos de Miguel ngel Aznarsaltaron rpidamente de la segunda a laprimera pantalla. El fatal encuentro entrelos torpedos areos y los Omega oherraduras volantes, tuvo lugar a unosmil metros de altura.

    Los Omega, unos cincuenta entotal, no tuvieron tiempo de eludir elencontronazo con el enjambre detorpedos. En el ltimo segundo, sinembargo, cada Omega, puso en juegoun haz de finos rayos luminosos que, almenos as se lo pareci a Miguel ngel,provocaron la explosin de ciertonmero de torpedos antes que estosllegaran al blanco.

    El joven no hubiera podido jurarlo,

  • porque el mismo fogonazo deslumbradorde las primeras explosiones ocultarontodo lo dems.

    La hoguera atmica ardisilenciosamente durante un par desegundos. Al apagarse, losdeslumbrados ojos de los observadores,creyeron ver algunos restosprecipitndose lentamente al suelo gris ypolvoriento de Obern.

    Vaya! exclam elvicealmirante Raglan con evidentealivio. Las herraduras volantes nopudieron con nuestros torpedos. Trabajovan a tener los del servicio deInformacin, para juntar los pedazos desus tripulantes y tratar de identificarlos.

  • Puede que no fueran tripuladospor personas dijo el almiranteBandini con el ceo fruncido. As, asimple vista, no se puede apreciar, peroa m me han parecido muy pequeos.Contando el espacio que necesariamentehan de ocupar los motores, apenas sidebe quedar en ellos lugar para unhombre. Quiz fuera por eso que no sedefendieron ni trataron de eludir elencuentro con nuestros torpedos.

    Perdone, seor dijo Miguelngel. Es posible que esos aparatostrataran de defenderse. En el ltimoinstante, me pareci ver que lanzaban unhaz de rayos que provocaron laexplosin anticipada de algunos

  • torpedos.Pues yo no los vi dijo Raglan.Ni yo tampoco apoyaron otros

    jefes de la Plana Mayor.Es posible que fueran figuraciones

    mas dijo Miguel ngel. Sinembargo

    Bah, olvdelo! gru Bandini. No existe rayo capaz de romper ladensa estructura molecular del materialde que estn hechos nuestros torpedos ynuestros buques siderales. Nuestros msgrandes sabios han buscado intilmenteese rayo desintegrador durante siglos.He dicho intilmente y debo aadirafortunadamente, ya que un rayo deesa naturaleza, destruira virtualmente

  • todo lo que llevamos hecho durantemilenios en armamentos, dejandoprcticamente inservibles todas nuestrasarmas construidas de dedona.

    Seor repuso Miguel ngel.El hecho de que nuestros cientficos nohayan encontrado esos rayos, no excluyela posibilidad de que otros seres en otraparte del universo, los hayandescubierto y los utilicen contranosotros.

    El vicealmirante Raglan se ech arer. Bandini, en cambio, se quedmirando al joven con ceo fruncido.

    Bueno dijo. No podemosentretenernos ms. Recoja esa pelcula.La proyectaremos a bordo mientras

  • salimos al encuentro de esosautoplanetas.

  • DCAPTULO SEGUNDO

    EJANDO en Obern una fuerzade cinco mil aparatos, el

    Almirante Bandini sali con el gruesode su Flota al encuentro de la flota deautoplanetas avistada por los potentestelescopios.

    Veinte mil buques siderales eran unainsignificancia si haban de enfrentarsecon diez mil grandes autoplanetas. Laintencin del Almirante Bandini, sinembargo, no era ni mucho menos trabarcombate con los autoplanetas.

    Daremos un rodeo para situarnosa su izquierda e insistiremos en nuestras

  • llamadas por radio dijo a susvicealmirantes y contralmirantes, en unaconmutacin televisada. Si nocontestan o contestan atacando nosretiraremos hacia el interior del sistema,para unirnos a la Segunda Flota enGanmedes[1].

    En otro compartimiento del buquealmirante, Miguel ngel Aznar haca lospreparativos para proyectar la pelculaque haba recogido del Centro deObservacin minutos antes de abandonarla Base. Cuando lo tuvo todo preparado,y a fin de no molestar al Almirante porlo que pudo haber sido una pura ilusinptica suya, proyect la pelcula para lsolo.

  • En la pantalla empez adesarrollarse con lentitud la mismaescena que presenciara una hora antes enla sala subterrnea del Puesto deMando. Al empezar a desfilarlentamente el paisaje lunar de Obern,se vio un retculo graduado que dividala pantalla. En el extremo superior desta, adems, apareca proyectado elsegundero de un cronmetro que estabaen marcha.

    El paisaje se inmoviliz y en elnegro espacio, por encima del borde delcrter, aparecieron los Omegaformando una lnea de pequeos puntosbrillantes.

    Miguel ngel esper con la

  • respiracin en suspenso. La pelcula,con movimiento retardado, reproducauno por uno todos los detalles. Pero conmucha mayor lentitud de cmoocurrieron las cosas en realidad.

    Los proyectiles disparados por lasbateras antiareas de la Base, entraronchisporroteando en el campo de accinde la cmara cinematogrfica. Dejaronde chisporrotear y, ya transformados enesbeltos torpedos de seis metros delongitud, se alejaron lanzando chorrosde llamas y de humo por la tobera depopa.

    Los Omega crecan tambin detamao a medida que se acercaban. Eranmuy pequeos. Aproximadamente doble

  • que los torpedos areos.En la pantalla, el encuentro entre los

    torpedos y los Omega pareca yainevitable cuando, de pronto, algunos delos aparatos del centro de la formacinlanzaron de su proa un haz de delgadosrayos que se dispersaron hacia el frente.Al menos una docena de los torpedosms adelantados recibieron estos rayosamarillos y explotaron.

    El deslumbrante fogonazo del primertorpedo que hizo explosin impidi vernada ms. De lo que no quedaba lugar aduda, era que los primeros torpedosestallaron antes de encontrarse con lasmisteriosas herraduras volantes.

    El joven qued aterrado. Si era

  • verdad lo que acababa de ver, el rayodesintegrador de la dedona, tanlargamente buscado por los sabios delos planetas terrcolas, era una realidaden manos de otros seres.

    Las consecuencias podan serinmediatas y terribles. Toda la fuerzaofensiva y defensiva de los planetasconfederados, dependan de un metalbautizado con el nombre de dedona.Su apretada estructura molecular, habaresistido durante milenios a cuantosrayos desintegradores se probarancontra ella. Todos los buques de laformidable Armada Sideral Terrcola,tenan el casco de dedona. Losblindados, la Infantera Robot, los

  • caones y los torpedos areos erantambin de este superpesado material.

    Qu iba a ocurrir si la Bestia Gris ocualquier otro enemigo de la humanidadterrcola posea unos rayos capaces dedesintegrar la dedona?

    Las perspectivas que se abran anteeste interrogante eran terribles. El jovenMiguel ngel Aznar sintise estremecerde fro de pies a cabeza.

    Sbitamente ech a correr saliendodel compartimiento para irrumpiratropelladamente en la cmara dederrota.

    Seor! Seor! gritplantndose de un salto ante elAlmirante Bandini, formidable dentro de

  • su armadura de cristal azul. Venga enseguida para ver esa pelcula. Es ciertolo que me pareci ver. Aquellosaparatos lanzaron unos rayos quedesintegraron algunos de nuestrostorpedos antes que los dems lesderribaran!

    Bandini, mir al joven con el ceofruncido.

    Sernese, muchacho. Debe estarequivocado. Eso que est diciendo esimposible.

    Venga conmigo!El Almirante mir con el rabillo del

    ojo al grupo de oficiales que constituala Plana Mayor de su Flota. Laexpresin de los rostros de estos

  • hombres, entre los que tambin secontaban un par de mujeres, era defranca incredulidad.

    El miedo hace ver visiones alCapitn Aznar apunt burlonamenteuna de las mujeres, la cual ostentabasobre su coraza de cristal, las insigniasde capitn de navo.

    Miguel ngel ni siquiera se volvi amirarla. Conoca los motivos deresentimiento de aquella mujer. Era unaBalmer; es decir, miembro de aquellafamilia tradicionalmente enemiga de losAznar.

    Bueno dijo Bandini. Siresultara cierta la existencia de esosrayos desintegradores de la dedona,

  • tambin yo tendra miedo mucho miedo!Vamos, seor Aznar. Quiero ver esapelcula.

    Miguel ngel, precedi al Almirantea lo largo del corredor hasta la cmaradonde haba proyectado la pelcula. LaPlana Mayor en peso les sigui.

    Los espectadores ni siquieratomaron asiento. Por tercera vez lostorpedos areos salieron al encuentro delos pequeos aparatos en forma deherradura. Un segundo antes deproducirse la colisin los Omega,lanzaron un haz de finos rayos amarillossobre los torpedos. La enceguecedoraluz de las explosiones ocult todo lodems.

  • Miguel ngel detuvo el proyector,encendi las luces y mir al plidorostro del Almirante Bandini.

    Quiere que volvamos a proyectarla pelcula? pregunt.

    Bandini neg lentamente con lacabeza.

    Es increble! exclam.Estbamos seguros de haber alcanzadoun grado tal de conocimientoscientficos en el que ya nada podasorprendernos. Y ahora estos rayos!

    A m me parece que estamosexagerando la importancia de estapelcula apunt el VicealmiranteSaucer. No podemos admitir lo vistocomo prueba concluyente de la

  • existencia de unos rayos desintegradoresde dedona. Es posible que esos rayosse limitaran a provocar la explosin dela carga atmica de nuestros torpedos,sin que ello implique la desintegracintotal del material de que estn hechos.

    Es posible murmur Bandinidejando caer sobre Saucer una miradaesperanzadora. Y a continuacin,agitando la cabeza con pesimismoaadi: Mas la diferencia no seraapenas apreciable.

    Quin sabe? Si hay un fenmenoelctrico o mecnico que provoca laexplosin de nuestras cargas atmicas,no debemos excluir la posibilidad deencontrar una defensa contra ese

  • fenmeno. Lo otro, el rayo quedesintegra total y completamente ladedona es demasiado terrible paraaceptarlo sin ms. Se da cuenta de loque eso significara? Nuestra fuerza, loque es y subsiste en nuestro vastoimperio, se lo debemos a ese materialtenacsimo que llamamos dedona. Sihay otros seres que poseen algo capazde destruir la dedona Qu ser denosotros y de nuestra civilizacin?

    Mi querido colega contestBandini. Me doy perfecta cuenta de loque un arma as significara paranosotros si estuviera en manos de unenemigo. No tenemos defensa algunacontra ella, ni es posible que la

  • encontrramos a tiempo de evitar unacatstrofe. Slo nos cabe una esperanza,y es que los dueos de esos rayos noresulten ser enemigos nuestros.

    Que no se trate de la Bestia Gris,quiere decir?

    Ni la Bestia Gris, ni de unahumanidad de silicio, ni de nahumitasdeseosos de vengar algn pasadoagravio.

    Entonces murmur Saucer.Una raza de seres inteligentes quenunca hemos visto hasta ahora?

    Eso mismo suspir Bandini. Yaadi: Aunque eso, tratndose deuna raza pacfica, sera demasiadasuerte para nosotros.

  • En este momento el altavoz instaladoen la cmara grit:

    Atencin! Serviola a comandante.Fuerza enemiga avistada. Marcacindos, ocho, cero. Distancia cuatro, cero,cero. Nmero, diez mil.

    Se trata de la flota de autoplanetasdijo Bandini encaminndose hacia lapuerta. Volvamos al puente de mando.

    El grupo abandon la cmara ydesfil por el corredor hasta la cabinade los pilotos haciendo comentarios. Elestado dominante era de preocupacin ytemor.

    Seguimos acercndonos a esaflota, despus de lo que acabamos desaber? pregunt el vicealmirante

  • Saucer.A lo que Bandini contest:Naturalmente. Debemos averiguar

    si se trata de gentes conocidas odesconocidas, o amigos o enemigos.

    Si fueran amigos ya habrancontestado a nuestras interrogacionespor radio.

    Puede que se trate de gentespacficas que no conocen nuestroidioma.

    As insiste en su idea de quepudieran ser criaturas de una razadesconocida para nosotros? interrogSaucer.

    Es evidente que, de tratarse de laBestia Gris, sta no se habra molestado

  • en enviar por delante aquellos aparatosexploradores. La Bestia sabeperfectamente que tenemos bases entodos los satlites, planetas y asteroidesde nuestro sistema solar. Conoce estagalaxia como su propia casa, ya quehabit aqu y aqu luch durante siglos.Observe en cambio a estos que lleganahora. Penetran en nuestro sistemadespacio, como gentes que se aventuranen terreno desconocido. Los torpedosque abatieron a su escuadrilla deherraduras volantes les pillaron porsorpresa. Cree usted que la Bestia sehubiera dejado sorprender as?

    Seguro que no repuso Saucer.Pues en ese caso debemos

  • descartar a los thorbod como presuntostripulantes de estos autoplanetas. Ytambin a los nahumitas, pues estn en elmismo caso que los hombres grises.

    Mientras tena lugar estaconversacin a bordo del buquealmirante, la IV Flota Sideral, empezabaa describir una amplia curva que laacercara a slo cien mil kilmetrosde la flota de autoplanetas navegando ala misma altura que sta en direccin alSol.

    Al cabo de una hora, la IV FlotaSideral se encontraba a mitad del arcoque recorra y haba acortado en cientocincuenta mil kilmetros la distancia quele separaba de la flota de autoplanetas.

  • stos seguan frenando el enormeimpulso que debieron cobrar durante latravesa del espacio y marchaban rectosal encuentro de Urano.

    Qu se propondrn hacer? murmur el Vicealmirante Saucer,despus de observar los autoplanetaspor el periscopio telescpico. No esposible que pretendan desembarcar enUrano, pues sabemos que ese planeta esinhabitable. Sin embargo siguenfrenando.

    Posiblemente se quedarn al pairodescribiendo una rbita de satlitealrededor de Urano dijo el AlmiranteBandini. Y aadi: Lo cual bienpudiera significar un manifiesto deseo

  • de entrevistarse con nosotros antes deseguir adelante.

    Por momentos ms intrigados, a lavez que esperanzados, los altos jefes dela IV Flota Sideral siguieron observandoatentamente cada movimiento de losautoplanetas.

    Media hora ms tarde la IV Flotaterrcola, completaba su media vuelta yse encontraba volando a la par que laflota de autoplanetas. Los clculos delAlmirante Bandini resultaron falladosdebido al ligero cambio de rumbo de losautoplanetas.

    La distancia mnima entre ambasflotas haba quedado reducida a treintamil kilmetros.

  • Demasiado cerca refunfuSaucer. Quin sabe si esosendiablados rayos no llegarn hastaaqu?

    Nos separaremos un poco ms dijo Bandini.

    En este momento los serviolaselectrnicos de a bordo gritaron:

    Alerta, torpedos!Miguel ngel Aznar, que era quien

    ms cerca se encontraba del periscopio,salt hacia ste agarrndose al manillary pegando los ojos al ocular.

    Dme ese micrfono! grit elAlmirante Bandini al oficial de enlace.Y acercando el aparato a sus labiosbram: Atencin toda la Flota!

  • Preparados para lanzar torpedos!Mientras tanto, Miguel ngel

    enfilaba la flota de autoplanetas con elperiscopio telescpico. Un enjambre deproyectiles venan a tremenda velocidaden direccin a la flota terrcola. Estosproyectiles estaban siendo lanzadossimultneamente por los diez milgrandes autoplanetas de la flotaenemiga. Al cruzar el negro abismo detreinta mil kilmetros de anchura queseparaba a las dos flotas, los proyectilesdejaban tras s largos rastros luminososque se disolvan con lentitud.

    Lancen torpedos! bram elAlmirante Bandini.

    Seor dijo Miguel ngel

  • apartndose del periscopio. Esposible que lo que viene sobre nosotrosno sea una andanada de torpedos, sinouna flotilla de aquellos pequeosaparatos que destruimos en Obern.

    Zambomba! exclam Bandinipegando un brinco de sorpresa. Yvolviendo a pegar el micrfono a suslabios grit: Sigan lanzando,lancen por todos los tubos y caones,no dejen de lanzar mientras yo no loordene!

    Toda la Plana Mayor se abocmaterialmente sobre la gran pantalla detelevisin situada en frente de lospilotos. En aquellos momentos la IVFlota Sideral lanzaba por todos sus

  • tubos y caones. Los grandes torpedos-paquetes salieron impulsados por el airecomprimido y estallaron en una granlumbrarada esparciendo cada uno unmillar de pequeos objetoschisporroteantes que se convirtieron engrandes torpedos areos.

    De la primera andanada, cientoveinte mil torpedos abandonaron susciento veinte mil tubos poniendo enlibertad ciento veinte millones detorpedos!

    No exista en el orbe fuerza sideralcapaz de sobrevivir a la bestial colisincon ciento veinte millones de torpedosatmicos; o esta era al menos, lacreencia sustentada por el Alto Mando

  • de la Flota Sideral Terrcola.Despus de aquella primera

    andanada, otra de las mismascaractersticas fue lanzada al espaciopor los veinte mil cruceros sideralesterrcolas. Y entre ambos todas lasametralladoras dispararon sininterrupcin cubriendo prcticamente elespacio del chisporroteo azul de lostorpedos que se metamorfoseaban y delrastro de fuego de los que a millonesvolaban ya el encuentro del enemigo.

    Con lgrimas de emocin en losojos, Miguel ngel Aznar, clav lamirada en aquella pantalla.

    Los Omega del enemigo eranquiz quinientos mil a razn de unos

  • cincuenta por autoplaneta. Su velocidadera tan tremenda que en menos de mediominuto, haban recorrido la mitad de ladistancia entre sus autoplanetas y la IVFlota Sideral Terrcola. Comparadoscon los Omega los torpedos terrcolasresultaban de una lentitud y torpeza tantosca como trgicamente cmica. Puesmientras que stos se metamorfoseabany ponan en marcha sus motores cohetes,luchando contra la inercia para ganarprogresiva velocidad, los aparatosenemigos salieron lanzados comoproyectiles desde sus autoplanetas ycruzaron el abismo de treinta milkilmetros de anchura con la velocidadde un relmpago.

  • Aunque estaba vindolo, Miguelngel Aznar no poda dar crdito a suspropios ojos. Treinta mil kilmetrospor minuto!

    Ninguna mquina creada por elhombre haba podido desarrollar jamsaquella velocidad durante el primerminuto. Esto era imposible segn lasleyes de la mecnica clsica. Adems;tratndose de mquinas tripuladas porhombres, ningn ser vivo habra podidosobrevivir a tan tremenda aceleracin.

    Cielo santo! exclam elVicealmirante Saucer. Cmo puedenhacer ESO? Nuestros torpedos van atener que andar ligeros para detener esetorbellino!

  • Nuestros torpedos les detendrnasegur Bandini con voz que no eratan segura como sus palabras. Y comopara acabar de desmentir la confianzaque trataba de aparentar aadi:Clense las escafandras.

    Miguel ngel no comprendi lo queestaba ocurriendo hasta que todos losruidos cesaron a su alrededor y sintimuy fros los guanteletes de cristal. Eraque el rayo amarillo haba atravesado departe a parte el acorazado. El airecontenido a presin en la cabina delnavo escapaba violentamente por unahilera de siete u ocho agujeros abiertosen el casco de dedona.

    Sin los hermticos trajes de vidrio

  • los tripulantes del acorazado habranmuerto en seguida por descompresinrpida, fro y falta de oxgeno.

    Miguel ngel Aznar abrirpidamente la espita del depsito deoxgeno de su escafandra, y dio lacorriente elctrica que calentaba su trajey haca funcionar la radio individual.Luego, mientras sus compaeros leimitaban en estos movimientos, mirnuevamente a la pantalla de televisin.

    Los endiablados Omega venansobre la IV Flota Terrcola haciendojugar sus mortferos rayos amarillos,contra los buques y la nube de torpedos.Estos torpedos, aunque tenan su ojoelectrnico que les conduca hasta el

  • blanco, eran demasiado lentos paraseguir los giles movimientos de lasherraduras volantes. La inmensamayora de ellos, despus de perder elblanco que se les escapaban porsuperior velocidad y capacidad demaniobra, se lanzaron sobre la flota deautoplanetas que segua su tranquilovuelo hacia Urano.

    Los rayos amarillos de que ibanarmados los autoplanetas dieron cuentade este enjambre de enormes y costosostorpedos.

    Mientras tanto, otras andanadas detorpedos eran lanzadas por los buquesde la IV Flota. Y aunque muy pocos deellos alcanzaron a los torpedos

  • atacantes, al menos sirvieron paradistraer la atencin de los misteriososrayos amarillos, atrayndolos sobre s ylibrando de ellos a los buques.

    Aun as, ms de tres mil buquessiderales estallaron al ser alcanzadospor los rayos perforantes en los motoresatmicos o sus almacenes de torpedos.Y de entre los restantes, hubieron muypocos que no encajaron al menos mediadocena de los mismos rayos, resultandoacribillados de agujeros.

    En medio de una tremenda confusinde millones de torpedos que girabancomo enloquecidos buscando alescurridizo enemigo, los Omegapasaron por encima de la IV Flota

  • disparando sus rayos y se alejaronseguidos de un enjambre de furiosostorpedos.

    Utilizando para ello la radio, elAlmirante Bandini orden a toda laFlota acelerar y huir hacia el interior delsistema solar. Si los Omega hubieranquerido perseguir a la Flota, la habranalcanzado en pocos momentos gracias asu mayor velocidad.

    Pero los Omega, por alguna razndesconocida, no persiguieron a la IVFlota. sta se retir con la mayor partede los buques averiados, humilladacomo no haba vuelto a serlo desde losremotos tiempos en que la ArmadaThorbod, derrot a las Fuerzas

  • Terrcolas obligando a la humanidad abuscar la salvacin en la huida de sumundo, hacia otros remotos ymisteriosos mundos del Universo.

  • SCAPTULO TERCERO

    ENTADO en una silla de jardn,bajo los dorados racimos de uva

    de su parra preferida, el exsuperalmirante Aznar escuchaba conpupilas relampagueantes el relato de suhijo.

    Cualquiera que habiendo odo hablarde las proezas y viajes delsuperalmirante Aznar fuera luegoinvitado a conocer personalmente a estehombre extraordinario, creera ir aencontrarse con un viejo de ojosapagados, rostro lleno de arrugas ycabellos blancos o grises.

  • Ninguna imagen poda estar mslejos de la realidad. Este anciano, quehaba nacido en el espacio cuando elautoplaneta Valera viajaba haciaNahum, era un hombre que noaparentaba ms de cuarenta aos, muybien llevados ciertamente.

    Alto, esbelto, de pupilas oscuras,penetrantes y llenas de energa, estefabuloso viajero y luchador era tandistinto de la imagen de un ancianocomo de la que pudiera formarsemirando a su hijo.

    Contrariamente a su padre, el jovenMiguel ngel, de treinta aos de edad,era de estatura mediana, rubio y con losojos azules.

  • Los rasgos hereditarios del jovenMiguel ngel no haba que buscarlos enla contextura fsica de su padre, sino enla joven y hermosa muchacha decabellos rubios y pupilas azules, que sebalanceaba en una mecedora un pocoms all, moviendo las agujas de hacermedia en tanto no perda palabra de laconversacin que sostenan los doshombres.

    Esta muchacha, Otis Aznar, era lamadre de Miguel ngel. Y tambin loera de otra Otis Aznar, que llevaba unao de casada y esperaba un hijo.

    La juvenil abuela, reviva latradicin de otras remotas generacionesde abuelos haciendo a mano para su

  • primer nieto las botitas de punto demedia.

    As, que esos misteriosos rayosperforaron la coraza de dedona denuestros buques? murmur el seorAznar con expresin grave.

    De parte a parte contest eljoven agujerearon la coraza delcostado de estribor, atravesaron a ladesdichada capitana Balmer, todos lostabiques de los diversoscompartimentos, luego el costado debabor y se perdieron en el espacio.Creo que hubieran atravesado tambin amedia docena de acorazados puestos eluno junto al otro.

    El seor Aznar mene la cabeza.

  • Eso es tremendo realmenteextraordinario murmur.

    Despus de aquello prosiguinarrando Miguel ngel, pusimos piesen polvorosa y no nos detuvimos hastaGanmedes, donde la Segunda Flotaestaba preparndose para venir areforzarnos. Los almirantes subieron abordo para admirar los hermososagujeros que nosotros habamostaponado con tarugos de madera parapoder inyectar nuevo oxgeno a presinen la cabina.

    Pero de los autoplanetas qums se ha sabido? pregunt el seorAznar.

    Segn los ltimos informes

  • recibidos mientras venamos hacia laTierra, los autoplanetas seguandescribiendo una rbita de satlitealrededor de Urano. Naturalmente,nuestras fuerzas se apresuraron aevacuar la Base de Obern.

    El superalmirante se acaricipensativamente la barbilla. En estosmomentos son un timbre dentro de lacasa.

    Ser de Otis dijo la seoraAznar ponindose apresuradamente enpie y dejando la labor sobre el asiento. Yo atender al telfono.

    Miguel ngel mir como se alejabasu madre, y luego se volvi hacia elsuperalmirante.

  • Ya? pregunt.El seor Aznar asinti con la cabeza

    y Miguel ngel farfull:Bonito momento para venir

    criaturas al mundo!La naturaleza no tiene en cuenta

    estas cosas dijo el seor Aznar.Ella prosigue su accin creadoraindiferente a los conflictos de loshombres.

    Di, pap. Cmo crees t queacabar todo esto? Nos invadirn esosenemigos que todava no conocemos?Habr dispuesto Dios que tengamosque evacuar una vez ms estos planetas,como ocurri en los tiempos de nuestroprimer abuelo?

  • Si la gente que tripula esosautoplanetas fueran hombres grises tedira: ponte ahora mismo a preparar tusmaletas. Sin embargo, no pareceprobable que se trate de una invasinThorbod. La Bestia no hubieraprocedido como estos desconocidosvisitantes, no hubiera dejado que la IVFlota, batida en derrota, huyera sin sertotalmente aniquilada.

    Miguel ngel permaneci pensativounos instantes.

    A m me parece dijo al cabo,que una invasin ha de ser funesta detodos modos; lo mismo si nos invadenHombres Grises que hombres decualquier otro color.

  • Qu duda cabe! exclam elsuperalmirante. Y se volvi a mirarcon ternura a la seora Aznar, la cualsala de la casa.

    No era Otis dijo la seoraAznar. Te llaman desde el Cuartel delas Fuerzas Armadas.

    A m? pregunt el seor Aznarcon extraeza. Pero sus ojosrelampaguearon al aadir: Qupueden querer de m en el CuartelGeneral?

    Vamos, pap! No te hagas elsorprendido sonri Miguel ngel.Todava eres Almirante Mayor, honoriscausa, de las Fuerzas ArmadasTerrcolas. Sabes perfectamente que en

  • una crisis como la presente se ha derecurrir a tu consejo y apuesto a queesperabas esta llamada.

    El superalmirante Aznar contestcon un gruido desapacible echando aandar hacia la casa. Miguel ngel guiun ojo a su juvenil progenitora y echdetrs de su padre.

    En el living el televisor estabafuncionando y en la pantalla se vea laimagen de un emperifollado almirante dela Armada Sideral. Miguel ngelconoca a este hombre. Se llamabaHidalgo y, habiendo sido treinta aosatrs uno de los ms inteligentesayudantes del superalmirante Aznar,ostentaba ahora la jefatura del Alto

  • Estado Mayor Combinado o EstadoMayor General.

    Hidalgo, evidentemente, poda ver asu antiguo jefe desde la pantalla.

    Hola, seor Aznar! salud conuna sonrisa preocupada. Hace algntiempo que no nos vemos. Cmo seencuentra usted y su distinguida familia?

    Todos bien, muchas gracias. Mihija Otis est esperando un nio. Por lodems

    Vaya, vaya! exclam Hidalgo. No sabe cunto me alegro. Buenosdas, Miguel aadi viendo llegar aljoven. Cmo ests? Te encontrabascon el almirante Bandini en Oberncuando pas aquello, no es cierto?

  • Bueno, almirante. En tal caso le supongoenterado de lo ocurrido

    Mi hijo me ha contado todo lo quesaba como testigo presencial repusoel superalmirante.

    Le llamo a propsito de ello,como usted ya puede suponerse. ElEstado Mayor General piensa reunirsemaana por la maana en sesinplenaria para estudiar el caso a la vistade los informes que estamos recogiendo.Usted, naturalmente, queda invitado aasistir. Ms que eso, le rogamos nosdistinga con su presencia. Vendr?

    Bueno, no tengo ningninconveniente en acudir a esa reunin.

    Gracias, almirante! Creo que

  • todos nos sentiremos ms tranquilostenindole a usted con nosotros. Se tratade un caso de suma gravedad, comousted habr comprendido por el relatode Miguel ngel.

    No he podido formar todava unaopinin definitiva sobre el caso contest el ex almirante mayor. Claroque el asunto se presenta muy feo! Esoscondenados rayos que perforan ladedona como si fuera mantequillaDgame Hidalgo. No se sabe todavanada acerca de los tripulantes de esasmisteriosas herraduras volantesOmega, creo que han dado enllamarles ustedes?

    Nada en concreto, aunque es

  • posible que estemos en vas deaveriguar al menos cul es su naturaleza.Despus que el almirante Bandiniabandon con su Flota la Base deObern, el oficial del Servicio deInformacin destacado en aquella Base,recogi algunos restos de los Omegaque fueron destruidos por nuestrostorpedos. Entre estos restos se encontruna esfera metlica muy extraa, dentrode la cual hemos capturado un extraobicho al parecer muerto.

    Un bicho? exclam el seorAznar. Cmo era ese bicho?

    Pues un bicho indescriptible.Al menos para m. Lo hemos enviado anuestro comn amigo, el profesor

  • Castillo, el cual debe estarexaminndolo a estas horas para darnossu informe maana, durante la reunindel Estado Mayor.

    As, es posible que sepamos algomaana durante la reunin?

    Eso espero. Quedamos en queasistir usted?

    Cuenten conmigo.Hasta maana entonces. Salude a

    la seora en mi nombre buenos das,Almirante.

    La imagen se desvaneci de lapantalla. El superalmirante se volvihacia su hijo y por un momento, debidoal centelleo de sus pupilas, parecicomo si las personas se invirtieran,

  • siendo ms joven el que tena mayoredad.

    Has odo eso, Miguel ngel?Nuestro viejo amigo, el profesorCastillo, est manipulando en esebicho. Qu te parecera si furamos aver al profesor en su propio antro?

    Me parecera muy bien contestMiguel ngel pensando en PoloniaCastillo, la hermosa hija del profesor.

    Pues ve a sacar la fala delhangar.

    Miguel ngel se encaminrpidamente hacia el cobertizo donde seguardaba el aerobote. Abri las anchaspuertas corredizas, trep al aparato y losac fuera. A travs de los cristales de

  • la cabina vio al superalmirante quebesaba a su madre y vena hacia elaerobote con paso elstico.

    A la Universidad de Ciencias dijo el seor Aznar subiendo al aparato.

    La de San Francisco? preguntMiguel ngel con fingida gravedad.

    La de Washington, capital,majadero!

    Miguel ngel hizo elevarse elaparato. Se asegur que las portezuelasestaban bien cerradas, abri la espitadel oxgeno y puso en marcha lacalefaccin. Breves minutos despus seencontraban volando por la altaestratosfera a una velocidad de 6.000kilmetros por hora en direccin al Este.

  • Conoces el camino? preguntel seor Aznar.

    Miguel ngel espi la expresin delrostro de su padre con el rabillo del ojo.Pero la expresin del superalmiranteera de lo ms inocente y tranquila.

    Desde luego, lo conozco contest con desgana.

    Antes venas con muchafrecuencia a pedirme prestada la falapara ir a visitar al profesor Castillo enWashington.

    S confes Miguel ngel.Pero hace lo menos dos aos que

    no has vuelto por all aadi el seorAznar. Y pregunt: No crees queCastillo se alegrar de volverte a ver?

  • El profesor Castillo, s.Y Pol?Vamos, ya sali aquello!, pens

    Miguel ngel. Y contest en voz alta:Espero que tambin. Por qu

    haba de contrariarla? Yo no le importoni poco ni mucho.

    El superalmirante hizo una muecay murmur:

    Me parece notar cierto acento deamargura en tus palabras, hijo. Quocurri entre Pol y t?

    Nada, eso es lo malo contestMiguel ngel con brusquedad. Noocurri nada.

    Te calabace?El joven apret los dientes con

  • fuerza. Hubiera preferido que su padreno suscitara aquella vieja cuestin.

    Poco ms o menos contest.Qu significa poco ms o

    menos?Ella, Polonia, es una chica

    supercargada de ciencia. No tienetiempo para nada, excepto vigilar suscultivos de bichos raros y martirizar alos gatos y los ratones inoculndolesespantosas enfermedades que luegoestudia con entusiasmo. Cuandobueno! cuando le propuse que noscasramos, me dijo que lo sentamucho que me tena un gran aprecio,pero que nunca haba pensado en mcomo presunto marido ni pensaba

  • casarse dentro de los prximos cienaos. Estaba entonces tan ocupadaestudiando el proceso evolutivo de unafamilia de bacterias! Iba por lageneracin dos mil uno y calculabahaber seguido los progresos de aquellafamilia hasta la generacin cien mil enuna docena de aos.

    Esos Castillo! exclam elsuperalmirante. Y chasc la lenguamoviendo lentamente la cabeza.

    No he vuelto por all desdeentonces asegur Miguel ngel.Mirndolo bien, quiz haya sido mejorque la cosa terminara as. Sabe Dios lascosas raras que esa loca hubieraintentado hacer con mis hijos!

  • El seor Aznar contest con unaligera sonrisa. Y no volvi a insistirsobre el tema, lo cual, cosa por demscuriosa, contrari sobremanera al jovenMiguel ngel.

    Una hora despus avistabanWashington, capital del Estado Tierra.Aunque estaba prohibido a los aerobotesparticulares volar sobre la populosaciudad, esta prohibicin no rezaba parael aparato de los Aznar, el cual mostrabaa ambos lados del esbelto casco loscuatro grandes luceros blancos,distintivo del alto rango de quien loocupaba.

    Con pericia hija de una largaprctica, Miguel ngel condujo el

  • aerobote hasta el alto rascacielos de laUniversidad de Ciencias y aterriz en laenorme terraza del edificio.

    Dos minutos despus, padre e hijo seencontraban en la cabina de un ascensorbajando hacia el piso donde el profesorCastillo sola dedicarse a sus extraosexperimentos.

    Aquel da, por excepcin, la entradaal laboratorio estaba guardada por dosmiembros del Servicio de Informacinde la Armada, vestidos de paisano. Elseor Aznar tuvo que darse a conocerpara que los guardianes accedieran aavisar al profesor Castillo.

    Polonia Castillo en persona sali ala puerta para rogar a los centinelas que

  • dejaran pasar a los visitantes.Polonia era una muchacha de

    mediana estatura, morena, de ojosnegros y rasgados, poseedora de unabelleza y encanto realmenteextraordinarios.

    La primera, penetrante mirada de losgrandes ojos negros, fue para Miguelngel Aznar hijo. Luego, la muchachasonri al superalmirante tendindolecon espontnea alegra la mano einvitndole a entrar.

    Y la seora Aznar? Cmo estOtis? Ya s, ya, que espera un hijo paraun da de estos.

    Slo despus de este primerchaparrn de saludos y preguntas se

  • volvi la joven para decir por encimadel hombro:

    Hola, Miguelito! Cmo ests?BIEN gru el aludido con cara

    de haber mordido un limn, ya que nadale molestaba tanto como orse llamarMiguelito de aquella petulanteprofesora de Ciencias.

    Charlando como una cotorrilla lamuchacha gui a los visitantes hasta elrincn del laboratorio donde el profesorCastillo, larga pelambrera en la nuca yprecoz calva arriba del crneo,permaneca sentado en un alto taburetecontemplando gravemente algo puestosobre su banco de trabajo.

    Alabado sea Dios! exclam el

  • sabio arrancndose de su abstraccinpara estrechar las manos de los Aznar. Haba de estar prxima a ocurrirtoda una catstrofe csmica para que elalmirante Aznar volviera a mostrarse alos ojos de sus viejos amigos.

    Cmo te va, Profesor? ri elseor Aznar. Y mirando a la mesaexclam: Hola! Qu es lo que tieneah?

    Vamos, Almirante. No me digaque no est enterado de nada. Usted havenido aqu con un propsito definido, yese propsito es curiosear este bicho.

    Ah! Pero es un bicho? murmur el superalmirante sin negarni afirmar.

  • Bueno, digamos que lo era. Ahorano es ms que un despojo objeto deestudio. Lo hemos abierto por la mitadpara ver cmo era por dentro.

    Y ya saben cmo es? murmurMiguel ngel estirando el cuello paraver aquello.

    Se trataba de un cuerpo extrao,consistente al parecer de un globoamarillo del tamao de los dos puos deun hombre juntos, rodeado de unpequeo faldelln de una sustanciatransparente. Por debajo de estefaldelln salan un par de docenas detentculos cortos, del grosor de los deun pulpo corriente, aunque sin ventosas.

    El detalle ms curioso de este

  • animal lo constitua aquella mediaesfera amarilla brillante. Fijndosemejor, Miguel ngel advirti que estabaformado de mltiples y diminutoshexgonos.

    Qu es? pregunt elsuperalmirante sin disimular suenorme curiosidad.

    Pues ya lo ve usted contestCastillo. Se trata de una criaturaviviente dotada de su correspondientergano de la vista, su boca y susmiembros locomviles.

    Es su ojo ese globo amarillo quelo ocupa casi todo?

    En efecto. Ese es su rgano de lavista, aunque no se trata de un ojo

  • solamente. En realidad es un ojomltiple, formando de gran nmero defacetas. Cada hexgono es un ojocompleto con su iris, su cristalino y suretina. En conjunto, estos mltiples ojosdeben formar un mosaico de imgenes,en el cerebro del animal.

    Y la boca, dnde est?El profesor Castillo meti una mano

    debajo del animal, puso otra manoencima para que no se despegaran lasdos partes en que lo haban cortado, y ledio la vuelta.

    En la parte inferior del pequeomonstruo, entre el crculo de tentculos,se vea un hueco de aspecto muydesagradable, parecido a la boca de un

  • besugo.Eso es todo? pregunt Miguel

    ngel desencantado.Le parece poco? contest

    Castillo. Aunque de una simplicidadque podramos llamar primitiva, estosanimales son criaturas vivientescompletas. No les falta nada para podervivir, como demuestra el hecho de queviven.

    Profesor Castillo rezongMiguel ngel. No me diga que estosbichos asquerosos son los tripulantes delas herraduras voladoras y loscreadores de esos fantsticos rayos queatraviesan corazas de dedona!

    El profesor Castillo pos sobre

  • Miguel ngel sus oscuras pupilaschispeantes de malicia.

    Y por qu no? pregunt.Dios mo, eso es imposible! Este

    monstruo no alcanza quiz en categora anuestros calamares. En su rsticocerebro no puede germinar ninguna ideagrandiosa. Y suponiendo que alguna veztuviera una idea, jams podrarealizarla. Cmo lo hara, si ni siquieratiene manos? .

    Bueno, bueno. Tranquilcese,muchacho. Apenas existe una remotaposibilidad de que una raza de estospequeos seres sea la creadora de esosterribles rayos superpenetrantes. Sinembargo existe un hecho evidente, y es

  • que segn todas las apariencias, esteanimal iba tripulando una de aquellasherraduras volantes. Ahora cabepreguntarse, qu estaba haciendo estebicho a bordo de un aparato comoaquellos? Si no actuaba como piloto,para qu iba a llevarlo el pilotoconsigo?

    Quiz lo llevara como mascota.Quin sabe si no ser un animalamaestrado? arguy Miguel ngel.

    Tambin es una posibilidad contest Castillo riendo.

    En cuyo caso aadi el seorAznar estaramos preocupndonosintilmente por algo que carece deinters.

  • Oh, no lo considero yo as! exclam el bilogo. Para m, esteanimalito es igualmente interesanteaunque no pase de la humilde condicinde calamar. l constituye la primeraprueba fehaciente de algo que venamossuponiendo mucho tiempo. Existen seresvivos de titanio.

    Ha dicho usted? grit elsuperalmirante.

    Que en alguna parte del universohay una naturaleza de titanio. Estediminuto ser est hecho de titanio[2].

  • MCAPTULO CUARTO

    EDIADA la tarde, los Aznarestaban de regreso en su casa

    de San Francisco. Debajo delemparrado, el joven profesor Ferrertomaba a pequeos sorbos una naranjadacon abundante hielo en tanto departaanimadamente con la seora Aznar.

    El profesor Ferrer, que tena veinteaos ms que Miguel ngel, era unjoven plido, de constitucin no muyfuerte, cabellos negros, rebeldes, yfrente ancha y abombada de intelectual.

    Caramba, caramba! exclam elseor Aznar al saltar del aerobote.

  • Esta s que es una visita inesperada. Lomenos hace mil aos que no le vemospor aqu, amigo Ferrer!

    Bueno, no tanto no tanto sonri el profesor con embarazoestrechando la mano alsuperalmirante.

    Miguel ngel salud al ingeniero sinbajar de la fala, fue a encerrar sta enel hangar y regres junto al grupo.

    Cmo va eso, Ferrer? salud. Ha inventado algo nuevo por estosdas?

    Vivimos en una poca desgraciadacontest el ingeniero en el mismo tonode zumba. Prcticamente no quedanada por inventar. Da asco vivir as!

  • No me diga! exclam Miguelngel. Acabo de ver yo unos rayos deun hermoso color dorado que atraviesanlas corazas de dedona de nuestrosbuques de guerra como si fueran depapel. Que yo sepa, en la Tierra notenemos nada parecido.

    La mirada del profesor Ferrer seensombreci.

    Algo de eso haba odo decir.Ciertos rumores aseguran que nuestraArmada Sideral sufri una humillantederrota en los alrededores de Urano, amanos de un enemigo que el vulgo no seha puesto de acuerdo al identificar. Eseso cierto, Almirante? pregunt conansiedad.

  • El seor Aznar sonri y dijo:Apuesto que, aunque tena usted

    pensado venir a visitarnos un da deestos, han sido esos rumores el principalobjeto de su venida.

    Bueno pues s. Esa es la verdadcontest Ferrer enrojeciendo. Mepareci que si haba ocurrido algo, ustedsera la persona ms adecuada parasaberlo.

    Le comprendo perfectamente.Tambin yo acabo de realizar una visitaque vena demorando desde hace un parde aos. Fui a ver al profesor Castillo.S, es cierto lo que se dice por ah,amigo mo. Unos visitantesdesconocidos, que utilizan rayos

  • perforantes, pusieron en vergonzosa fugaa nuestra Cuarta Flota en losalrededores de Urano. Miguel ngel,que tom parte en aquella batalla, puededarle la informacin de primera manoque usted desea obtener.

    El ingeniero volvi sus ojosinterrogantes hacia Miguel ngel. Eljoven no tuvo ms remedio que repetirla historia.

    As dijo el ingeniero queaquellos rayos no eran desintegradores,como ustedes creyeron al principio.

    No, a Dios gracias. Si llegan a serdesintegrantes no me encontrara yo aquhablando tan tranquilo. Afortunadamentelos rayos se contentaron con llenar de

  • agujeros el casco de nuestro buque.Muchos de los navos estallaron, escierto. Pero slo porque los rayosalcanzaron en el paol de municiones oen los motores. En realidad, esos rayosactan a manera de un proyectil. Alldonde pegan abren un agujero aunque setrate de corazas de dedona.

    Que ya es bastante refunfu elseor Aznar. La intrusin de esosrayos en la guerra convierte en intilestodos los armamentos que hemos idoinventando en el transcurso de lasedades desde los tiempos del almiranteNelson. La guerra moderna vuelve a lostiempos que las escuadras navalescombatan a caonazo limpio, cuando no

  • se utilizaban las corazas ni se conocanel torpedo ni la mina submarina.

    Ojal volviramos a aquellostiempos! suspir la seora de Aznar.

    Pero los hombres no tomaron encuenta su interrupcin.

    Hbleme de esos aparatos queusted llama Omegas, Miguel ngel dijo el profesor. O, mejor que deellos, de su sistema propulsor. Quaspecto tena el rastro que iban dejandoatrs?

    Pues mire, no pareca una estelade gases como las de nuestros torpedosy nuestros buques. Era un rastro muybrillante, delgado y compacto como unabarra de metal fundido al rojo amarillo.

  • Pareca mentira que una columna tandelgada impulsara aquellos aparatos atan tremenda velocidad. Salieron de losautoplanetas como rayos y salvaron enpoco ms de un minuto los treinta milkilmetros que separaban nuestrasfuerzas de la suyas.

    El ingeniero se pellizcnerviosamente el lbulo de la oreja. Susojos oscuros, pasando por encima delparapeto de la terraza, estaban fijos enun punto impreciso del espacio inundadode sol.

    Ellos deben haberlo conseguidomurmur por lo bajo, como hablandoconsigo mismo.

    Qu es lo que han conseguido,

  • Profesor? pregunt elsuperalmirante.

    Lo que nosotros andamosbuscando hace siglos; el rayo de luzslida.

    El rayo de luz slida? repitiMiguel ngel. Qu es eso?

    El ingeniero ape su mirada delcielo para clavarla en el jovenastronauta.

    Es el trmino, ciertamenteinapropiado, que utilizamos paradesignar un rayo de luz ideal, dotado dela consistencia de una barra slida.Como usted sabr el rayo de luz poseecierta energa. El matemtico Euler fueel primero en sospechar la existencia de

  • esta energa, pero estaba reservado algran fsico Maxwell el honor dedemostrar que las ondas de luz ejercenuna presin sobre los cuerpos queiluminan. Esta presin, si bieninconcebiblemente pequea, puede sercalculada e incluso medida por mediode aparatos adecuados. La presin de laluz es mxima en la superficie del Sol.All, si los rayos caen sobre un cuerpoque tenga un centmetro cuadrado, lapresin ejercida por la luz solar es delorden de unos tres miligramos. Estapresin, naturalmente, es causada por elchoque de los fotoelectrones sobre lasuperficie que iluminan.

    Calle, ahora empiezo a recordar!

  • exclam Miguel ngel. Creo haberledo algo de eso. Hace mucho tiempose intent impulsar nuestros buquessiderales con un chorro defotoelectrones.

    Exactamente. Sobre la certezacientfica de la energa luminosa, nuestratcnica ha intentado una y otra vezdesarrollarla para aplicarla a laimpulsin astronutica, entre otrascosas. El proyecto ms primitivo de estaidea se nos representa en forma de unaparato que lleva en la popa un reflectorpotentsimo. El rayo de luz de esteproyector, apuntado hacia atrs, empujapor reaccin el aparato hacia adelante.

    Realmente, es una idea

  • cautivadora.Es una idea que no ha podido

    realizarse jams contest el ingeniero.Y cree usted es posible que

    esas criaturas que nos visitan la hayanrealizado? pregunt el Seor Aznar.

    Por la descripcin que Miguelngel nos hace de esos rayos, mucho metemo que s. En realidad, el rayo de luzslida sera el nico capaz de atravesarde parte a parte una coraza de dedonade varios centmetros de espesor. Y esemismo rayo, actuando como un reactoren la popa de un aparato areo, sera ala vez, el nico sistema capaz deimpulsarle a una velocidad de treintamil kilmetros en el primer minuto.

  • Pero esos rayos son realmenteslidos? pregunt Miguel ngel.

    No, claro que no. Deben tratarsede una columna de fotoelectrones muydensa, que avanza dotada de tremendavelocidad. Sabemos por la famosafrmula einsteniana que la energa setransforma en masa. Hacer sobrepasar alos fotoelectrones su propia velocidadlmite sera un sistema de hacer queestos fotoelectrones engendraran masa,adquiriendo un tamao varios millonesde veces superior al normal. Aun en estecaso, los fotoelectrones, por ser tandiminutos, no sobrepasaran el tamaode granos de sal. Ahora bien; sabemosque incluso un grano de sal llega a tener

  • un tremendo poder de penetracincuando va impreso de gran velocidad.Un chorro de estos granos chocandocontra una coraza de dedona a lavelocidad de trescientos mil kilmetrospor segundo, que es la velocidad de laluz, la atravesarn como un papeldejando un agujero de bordes tanlimpios como si estuviera hecho con untaladro.

    Diantre! murmur Miguelngel profundamente impresionado.As no hay quin pare esos rayos?

    Nada, excepto una coraza dededona varias veces ms gruesa de lasque llevan nuestros cruceros sideralesen la actualidad contest el ingeniero

  • ponindose en pie.Cmo cuntas veces ms gruesa?

    pregunt el superalmirante,ponindose en pie a su vez.

    Varias no s cuantas.Dependera de la velocidad exacta delrayo y del grosor de los fotoelectrones.Tendramos que ver uno de esosaparatos productores de rayos parasaberlo con exactitud. Pero usted dijoel ingeniero no estar pensando enreforzar las corazas de toda nuestraflota.

    No, claro que no! Sera unaempresa gigantesca y, de todas formaspara qu nos servira? Tendramos queaumentar tambin el espesor del casco

  • de nuestros torpedos areos millaresde millones de torpedos! lo cualresulta una imposibilidad en la prctica.

    El ingeniero, puesto de pie,permaneci unos momentos indeciso.

    Almirante dijo finalmente.Tiene usted idea de cules puedan serlas intenciones de esos extranjerosrespecto de nosotros y nuestrosplanetas?

    Hijo mo ojal lo supiera! exclam el seor Aznar. Me sentirams tranquilo, aun sabiendo que nosesperaba el ms triste de los destinos.No hay nada peor que laincertidumbre y en ese estado nosencontramos todos por ahora.

  • El profesor Ferrer asintigravemente, estrech las manos a susamigos y se fue.

    Los Aznar se quedaron en la terrazahaciendo comentarios hasta que se pusoel sol y se hizo hora de comer. Mientraspreparaban la mesa bajo la parra son eltimbre del televisor.

    Ser Otis que me llama a su ladodijo la seora Aznar echando acorrer.

    Pero como haba estado ocurriendodurante todo el da, no eran ni la hija niel yerno del superalmirante quienesllamaban. Era el contraalmirante Keiperayudante del almirante Hidalgo.

    Qu ocurre, Keiper? pregunt

  • el seor Aznar acudiendo alarmadojunto al receptor.

    Nada grave, seor. Todo locontrario. Puede que algo bueno salgade todo esto. El Almirante me haordenado que le llamara para rogarleacuda a la reunin de maana adornadocon todas sus galas de Almirante Mayor.Se trata de impresionar a losparlamentarios que llegarn maanasabe?

    Dice? Cmo! exclam elsuperalmirante. No me diga que losforasteros vienen a parlamentar connosotros!

    S, de eso se trata, precisamentecontest Keiper. Hace un par de

  • horas recibimos un radio de la Base deGanmedes anunciando el paso de unode nuestros cruceros en ruta hacia laTierra llevando a bordo una comisin deparlamentarios extraterrestres.

    Pero vienen a bordo de un buquenuestro? Cmo se explica eso?

    Parece ser que el enemigo capturuno de nuestros buques que habaquedado averiado y a la deriva deresultas del encuentro con los Omegadesconocidos. La tripulacin, que seguaa bordo tratando de reparar las averas,vio cmo su buque era rodeado de losaparatos enemigos. El comandanteadmiti a bordo algunos extraterrestreshaciendo tratos con ellos, consintiendo

  • al fin traerles a la Tierra a cambio de lalibertad.

    Y esos extraterrestres no eranhombres Grises? Seguro? pregunt elseor Aznar con ansiedad.

    El comandante del buque radi aGanmedes: Volamos hacia la Tierrallevando a la comisin de tipos msraros que pueda imaginarse.

    Ese comandante no hubierallamados tipos raros a los thorbod. Astos los conocemos bien murmur elsuperalmirante.

    Y Keiper contest:Eso mismo pensamos aqu.Pero cmo diablos pudieron

    entenderse con esa gente? Es que los

  • forasteros hablan nuestro idioma acaso?pregunt el seor Aznar.

    En la pantalla, la imagen delcontraalmirante Keiper se encogi dehombros.

    Lo ignoramos contest. Nosabemos nada de nada, excepto que lostales sujetos estn en camino hacia laTierra.

    Ese tonto comandante pudo habersido un poco ms explcito refunfuel Almirante Mayor. Y suspirandoaadi: En fin, maana los veremoscara a cara. Sospecho que no voy apegar ojo en toda la noche. Hastamaana, Keiper. Gracias por avisarme.Me presentar hecho un brazo de mar.

  • La imagen del contraalmirante sedesvaneci en la pantalla. El seorAznar cruz una mirada de perplejidadcon su hijo.

    Has odo eso, Miguelito?Miguel ngel asinti con la cabeza.Una comisin de forasteros viene

    a parlamentar con nosotros murmurel superalmirante. Me gustarasaber en qu idioma vamos aentendernos, si en esperanto, por seas,o por telepata.

    * * *

    Eran las ocho de la maana cuando

  • la fala del Almirante Mayor Honorariode la Armada Sideral, don Miguel ngelAznar, se pos en la inmensa explanadafrente al imponente edificio de lasFuerzas Armadas Confederadas.

    A pesar de lo temprano de la hora,gran nmero de falas que ostentabanlas tres estrellas de Almirante y los trescrculos amarillos de general dedivisin estaban ya estacionados antelos rascacielos. En las portezuelas deestos lujosos aparatos se vean lossmbolos astronmicos del planetaTierra, el planeta Venus y el planetaMarte.

    La noticia de la prxima arribada deuna comisin de parlamentarios

  • extraterrestres haba llegado de algunaforma misteriosa a odos de los 20millones de habitantes de Washington.En la desembocadura de las grandesavenidas que confluan en la plaza, lagente se apelotonaba contra la barrerque formaba la Polica Militar.

    La atmsfera era de francaexpectacin y no poco nerviosismo.

    El Almirante Mayor, acompaado desu hijo, serpente por entre las filas deaerobotes all aparcados y subidespaciosamente la monumentalescalinata de mrmol.

    Vesta el superalmirante para tanmemorable entrevista su uniforme degran gala; bota roja alta de autntico

  • cuero hasta la rodilla, pantaln azulceleste con galn de oro, casacaescarlata con botonadura de topacios,trenza de cordones multicolorescruzndole el pecho y casco de cristalamarillo con alta cimera de ondulantesplumas. Sobre sus anchos hombros deatleta descansaba el emblema ms altoque un hombre poda alcanzar dentro delas Fuerzas Armadas Terrcolas; sendaschapas delgadas de acero azul concuatro grandes luceros de brillantesengarzados.

    Junto a su padre, tambin en traje degran gala, Miguel ngel Aznar sentasehenchido de orgullo. Porque uniformestan vistosos como los de su padre los

  • haba entre los generales y almirantesque llenaban el grandioso vestbulo delPalacio de las Fuerzas Armadas, pero elemblema del Almirante Mayor queostentaba este hombre era nico en elmundo, entendiendo por mundo tanto losplanetas confederados terrcolas comoel lejano Redencin y las repblicas deNahum.

    Despus que don Miguel ngelAznar se retir voluntariamente de lavida pblica ningn otro hombre lleg aalcanzar el mando absoluto sobre todaslas Fuerzas Armadas Confederadas. Elcargo de Almirante Mayor seconsideraba inexistente en la actualidad,permitindosele solamente a don Miguel

  • ngel, y esto a ttulo honorfico, porquenadie poda degradarle a simpleAlmirante.

    Aunque haca 30 aos que elAlmirante Mayor no pisaba las gradasde aquel edificio, que era ms bien unmonumento al formidable podero de lasFuerzas Armadas Terrcolas, unmovimiento de expectacin agit a losalmirantes y generales all congregadosal aparecer don Miguel ngel.

    Visiblemente emocionado, elAlmirante Mayor estrech gran nmerode manos que se le tendan, manosamigas la mayora, de viejoscompaeros que haban luchado a susrdenes contra la Abominable Bestia

  • Gris.Y nuestros distinguidos

    visitantes, no han llegado todava? pregunt el seor Aznar cuando hubomenguado el aluvin de saludos yparabienes.

    Estn para llegar le contestaron. Hace un par de horas cruzaron larbita de la Luna.

    Y qu hacemos aqu?Dudamos entre esperarles

    sentados en el saln o aqu en laescalinata Qu considera usted mejor?

    Esperarles en el saln, desdeluego. Un poco de soberbia nunca estde ms en estos casos. Si nos venapelotonados en la escalera pensarn

  • que esperamos llenos de ansiedad yangustia. Aunque esto sea ciertodebemos disimularlo. Podremos asistir asu arribada a travs de las pantallas detelevisin del gran saln. Para recibirlesbastar con que se quede aqu unapequea comisin.

    Aceptado por unanimidad elconsejo, el grupo se encaminruidosamente hacia el saln de sesiones.All se les reuni el Almirante Hidalgo,el cual aprob la resolucin adoptadapor su antiguo superior jerrquico.

    Hidalgo design una comisin deseis generales, contraalmirantes yvicealmirantes, y seal a don Miguelngel Aznar la cabecera de la mesa.

  • Usted y yo nos sentaremos juntosen la presidencia dijo.

    No asiste el Presidente? pregunt el superalmirante.

    No. Los presidentes de Venus yMarte no podrn llegar a tiempo paraasistir a esta entrevista. Adems, elPresidente considera prematuro entablarnegociaciones con los extranjeros sinuna entrevista previa entre stos y elEstado Mayor General para queconozcamos sus pretensiones.

    Qu piensa el seor Presidenteacerca de todo esto?

    Nada! Qu ha de pensar, elpobre? Est tan asustado como todosnosotros. Arde en deseos de cambiar

  • impresiones con sus colegas de los otrosestados confederados lo cual debe sertambin el sentimiento de lospresidentes marciano y venusino.

    En este momento son el zumbadordel televisor que Hidalgo tena delante,sobre la mesa. El almirante puls elinterruptor. En la pantalla apareci laimagen de una mujer oficial detransmisiones, la cual dijo con algunaprecipitacin:

    La escuadra de cruceros que salial encuentro de los parlamentariosanuncia que acaba de entrar en contactocon el buque. En este momento cruzan laionosfera terrestre.

    Bien. Sintonice las pantallas

  • televisoras del saln contest Hidalgocon nerviosismo.

    La imagen de la mujer se desvanecide la pantalla del televisor. Entre elcentenar de generales y almirantes queestaban sentados a lo largo de la mesase produjo un movimiento deexpectacin. Silenciosamente, los ricostapices que ocupaban todo un lado delsaln subieron como telones. Dejando ala vista media docena de grandespantallas de televisin. Estas pantallasse iluminaron en seguida, pero por elmomento no mostraron otra cosa que unaamplia panormica de la monumentalplaza que las fuerzas de la polica seesforzaban por mantener desierta

  • impidiendo el paso de la muchedumbreque se apelotonaba en la desembocadurade las grandes avenidas.

    Siguieron quince minutos denerviosa espera. Los altos jefes delEjrcito y la Armada conversaban envoz baja, rpida y distradamente,lanzando continuas ojeadas a laspantallas de televisin. Sin previoaviso, stas fueron conectadas con unacmoda tomavistas que deba estaremplazada en lo alto del edificio.

    Ah estn! exclamaron cienvoces agitadas.

    En el cielo azul, destacndose sobrelas nubes blancas acababa de apareceruna escuadra de cruceros siderales que

  • estaba descendiendo sobre la ciudad.Todos los ojos se clavaron en laescuadra sin un pestaeo. La cmarasigui a los aparatos mientras stos seacercaban. Al llegar sobre la plaza sedetuvieron formando un crculo. El queestaba en medio empez a descenderverticalmente, en tanto el resto de laformacin permaneca inmvil, comoanclada en el aire.

    La accin salt bruscamente a unacmara que deba estar emplazada enuna de las ventanas del frontispicio deledificio. Lentamente, con suavidad depluma, el crucero sideral descendihasta casi rozar el pavimiento de lagrandiosa plaza. All se detuvo.

  • El silencio reinante en el saln eratan completo en aquellos instantes quehubiera podido orse perfectamente elvolar de una mosca, si hubiera habidomoscas en la Tierra. Miguel ngelAznar, que estaba de pie detrs de supadre, crisp nerviosamente las manossobre el respaldo del silln. Los ojos lelacrimeaban a fuerza de mirar a lapantalla ms prxima. Tragaba salivaincesantemente, tenso todo l como unmuelle de acero que va a dispararse

    La portezuela de acceso al crucerosideral se entreabri.

    De un salto formidable, las lentestelescpicas de la cmara que trasmitalas imgenes acercaron la portezuela del

  • aparato a slo cinco metros de distancia.Un hombre apareci en el vano de laportezuela.

    Era un terrcola enfundado en laarmadura de vidrio de los astronautas.

    El terrcola salt a tierra. Levantlos ojos En el hueco acababa deaparecer una grotesca figura, un muecode cuerpo cilndrico parecido a un bidnmetlico, con una voluminosa esferasobre la tapa superior, a modo decabeza. Dos robustos brazos articuladoshacia el borde superior de la lata, y dospiernas tubulares que salan de la tapainferior, completaban el ridculoparecido de este fantoche con un serhumano.

  • El mueco vendra a tener la alzadade un hombre de estatura mediana, msbien baja, y hubiera resultado casiidntico a los robot utilizados por lasFuerzas Armadas Terrcolas comoInfantera Autmata a no ser porqueestos ltimos tenan los brazos y laspiernas mucho ms delgados.

    El detalle ms conspicuo delmueco consista en una ventanillacuadrada situada en la parte anterior dela esfera que llevaba por cabeza. Poresta ventanilla, de unas cuatro pulgadasde anchura, asomaba un nico ojomonstruoso, de color amarillo brillante,el cual record inmediatamente a Miguelngel, el ojo formado de mltiples

  • hexgonos que el da anterior habavisto sobre la mesa de trabajo delprofesor Castillo.

    Bah! No es ms que un hombrecomo nosotros metido dentro de unaarmadura exclam un general dedivisin.

    Y una corriente de desencanto pascomo un soplo fro a travs del saln deconferencias.

    El hombre metlico estabadescendiendo las escalerillas. En elvano de la portezuela acababa deaparecer otro mueco idntico alprimero. Miguel ngel mir a los piesdel visitante. No eran unos pieshumanos!

  • Y tampoco las manos eran humanas.Estas manos, cadas a lo largo de la latacilndrica y al extremo de unos brazosdesproporcionadamente largos, eran amodo de los picos de unos alicates.Incluso tenan, como los alicatesterrcolas, una doble muesca circular ydentada hacia el centro de los picos.

    Los muecos, cuatro en total, nollevaban arma alguna visible.Descendieron sin apresuramientos delaparato. El tripulante terrestre que hababajado en primer lugar seal hacia eledificio de las Fuerzas Armadas. Elsingular cortejo ech a andar en pos desu gua.

  • QCAPTULO QUINTO

    UE pase primero el comandantede ese buque que ha trado a los

    parlamentarios orden el almiranteHidalgo.

    La maciza puerta del saln seentreabri y por ella entr un oficial dela Armada Sideral Terrcola. Era unamujer; una muchacha rubia, de ojosazules e ingenuos, nariz respingona ycon algunas pecas en su rostro plido ydelicado.

    Se presenta el capitn de fragataSofa Medina, de la Segunda Divisinde Cruceros de la Cuarta Flota Sideral

  • anunci la muchacha cuadrndose ysaludando.

    El almirante Hidalgo le hizo seapara que se acercara, y mirndola concuriosidad, pregunt:

    As que es usted quien ha tradoa los parlamentarios extranjeros?

    S, seor.Les cogieron prisioneros?Nuestro buque fue alcanzado por

    los rayos perforantes del enemigodurante la batalla. Los motores separaron y cuando la Flota se retir nosquedamos atrs. Como el impulso quellevbamos nos arrastraba hacia elinterior del sistema solar no nospreocupamos mucho. Pens que siempre

  • nos quedaba el recurso de acogernos alos botes ms adelante, y yo confiaba enpoder reparar las averas. Pero lasherraduras volantes del enemigo nosalcanzaron poco despus, y ya no hubomanera de eludirlas.

    Qu ocurri exactamente?Las herraduras se situaron a

    nuestro costado de estribor, nosasentaron un haz de rayos luminosos y

    Se ensaaron con ustedesvolviendo a dispararles aquellos rayosperforantes?

    Nada de eso, seor. Los rayos noperforaron nuestro casco aquella vez.No hicieron ms que empujarnosobligndonos a virar. Nos obligaron a

  • virar con tanta fuerza que todos nosfuimos de cabeza contra las paredes!

    Un murmullo de admiracin pas atravs de la sala.

    S, eso hicieron. Nos obligaron adescribir una amplia curva que nosencamin recto hacia la flota deautoplanetas enemigos. El viraje noshizo perder el impulso que llevbamos yal fin quedamos parados en medio delespacio, a cosa de un centenar dekilmetros de los autoplanetas, que sehaban detenido tambin. Poco despusvimos llegar una herradura volante.Era igual que las otras, solamente quemucho ms grande. Se puso a nuestrolado. A travs de la cubierta trasparente

  • de su cabina pudimos ver a mediadocena de tipos metidos en armadurascilndricas. Nos hicieron seas.Comprend que deseaban pasar a nuestrobuque y orden abrir la portezuela.Tambin orden al sargento Dusy queestuviera preparado para hacer volar elbuque a una sea ma.

    Miguel ngel mir a la muchachacon sorpresa. Le admiraba comprobarque incluso entre una generacin depilotos en donde las virtudes militaresde otras pocas parecan totalmenteextintas era posible hallar todavaoficiales valientes, dispuestos alsacrificio.

    La comandante Medina sigui

  • narrando:Cinco de aquellos tipos pasaron a

    bordo. No traan armas aunque un par deellos llevaban algo parecido a fundas demquinas de escribir.

    Por qu le parecan mquinas deescribir?

    Pues porque lo eran, seor contest la Medina. Yo les conduje alsaln de recreo. Como el aire de nuestracabina se haba escapado por losagujeros, llevbamos puestas lasescafandras. Claro, no haba manera dehablar con los forasteros, a menos questos tuvieran aparatos de radio comolos nuestros! Pero ellos solventaron ladificultad de manera que entonces me

  • pareci muy ingeniosa. Abrieron lasmquinas de escribir. Los caracteres delas teclas de una de las mquinas erantotalmente desconocidos para m. En lasegunda mquina las teclas tenancaracteres de la escritura thorbod.

    De nuevo un murmullo decomentarios interrumpi la narracin dela comandante Medina. El almiranteHidalgo tom el mazo que tena sobre lamesa y golpe en un pedazo de maderareclamando silencio. Luego mir a lamuchacha y dijo:

    Las teclas de la segunda mquinatenan impresos caracteres thorbod.Bien. Qu ocurri luego?

    Uno de aquellos tipos se dispuso

  • a teclear en la mquina cuyos caracteresme eran desconocidos. Comprend suidea, de manera que para ahorrar tiempoy demostrarle que tambin yo tenasustancia gris le hice seas negativas yle seal la otra mquina. El hombre meentendi: cambi de mquina y se puso adarle a las teclas con esas pinzasmetlicas que llevaban en lugar demanos. Le segn iba escribiendo. En elpapel pona: Conoce usted estaescritura? Yo apart al tipo aquel de unempujn, me puse ante la mquina yescrib debajo: Ha cometido usted unafalta de ortografa en ESCRITURA.

    Miguel ngel sonri, admirado tantodel buen humor como de la sangre fra

  • de aquella joven. sta aadi:Lo dems fue cosa fcil.

    Alternndonos ante la mquina deescribir thorbod sostuvimos una breveconversacin, ponindonos de acuerdo.Ellos slo queran que les condujramosante nuestro jefe, o representantes denuestro gobierno. Nosotros queramosregresar a la Tierra y accedimos. Asque luego de reparar las averas uno deaquellos tipos abandon el buquellevndose la mquina de escribir quesobraba y los otros cuatro compaerosnos acompaaron. Eso es todo.

    El almirante Hidalgo se volvi haciael seor Aznar en tanto el murmullo delos comentarios volva a elevarse de la

  • concurrencia.Qu opina usted de todo esto,

    almirante? pregunt Hidalgo.Seguramente la opinin de la

    seorita Medina valdr ms que la maen esta ocasin contest el almirantemayor. Contsteme a esta pregunta,comandante Medina. Sospech ustedalguna vez que aquellos tipospudieran ser hombres grises metidos enarmaduras?

    S, al principio. Pens que laBestia haba vuelto y nos estabatomando el pelo disfrazada de bichoraro. Luego comprend que estabaequivocada. Si la bestia tuviera esosrayos que atraviesan nuestras corazas de

  • dedona no tendra necesidad de fingir.Ni deseara tampoco parlamentar connuestro Gobierno. Aparte de eso hayotros detalles en su forma decomportarse y hasta en su misma manerade moverse que destruye toda idea defingimiento. Luego est ese gran ojoamarillo. No es un simple cristal, sinoun ojo verdadero. Un ojo que pareceincrustado en la misma ventanilla demetal, que est vivo que ve. Se clavaen una y una se siente como traspasada,desasosegada, turbada Producecmo dira yo? La extraa sensacin deque algo penetra en nuestro cerebro yempieza a hurgar en nuestrospensamientos.

  • En este momento, Miguel ngel sevolvi al or el leve rumor de unospasos detrs de s. Por la pequeapuerta de escape situada detrs de lapresidencia acababan de entrar elprofesor Castillo y su hija Pol. Elalmirante Hidalgo se volvi paraatender a Castillo, y esta distraccin fueaprovechada por la concurrencia paracruzar comentarios.

    Siento haberme retrasado seexcus el profesor Castillo. Lapolica haba acordonado la plaza y nonos dejaban pasar.

    Bueno, todava llega usted atiempo. Los forasteros estn esperandoen la antecmara. Trae preparado su

  • informe?S dijo Castillo.Y el silencio se hizo por s solo en

    la amplia sala.El almirante Hidalgo se arrellan

    nerviosamente en el silln y dijo:Bueno, puede usted empezar. Slo

    le ruego que sea breve. Tampococonviene hacer esperar demasiado a losparlamentarios.

    La seorita Castillo extrajo de unacartera de pie