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    Nueva Época Año 1 No. 1 Julio-Dic 2011

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    LOS RETOS DE LA ANTROPOLOGÍA SOCIAL Y DE LA ETNOLOGÍA PARA SU

     APLICACIÓN

    SALOMÓN NAHMADINVESTIGADOR DEL CIESASUNIDAD ISTMO-OAXACA

    Resumen

    La antropología aplicada en México debe adoptar una posición constructiva,

    inclusiva y comprometida con la sociedad. Para ello necesita articular el

    conocimiento científico y su aplicación en la formación de los nuevos profesionales

    en el campo de la antropología aplicada, para que éstos puedan formular proyectos

    que favorezcan el desarrollo de las comunidades.

    Palabras clave: Antropólogo, comunidad, conocimiento científico, proyecto de

    desarrollo.

     Abstract

     Applied Anthropology in Mexico must adopt a constructive, inclusive and committed

    stance with society. To do so, it needs to draw together scientific knowledge and its

    application in the training of new professionals in the field of applied anthropology, so

    that they can formulate projects which favour the development of communities.

    Keywords: Anthropologists, communities, science knowledge, development projects.

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    PROBLEMAS DE LA CIENCIA 

    La búsqueda de nuevas rutas y caminos que aprovechen el conocimiento etnológico

    y antropológico, acumulado durante más de un siglo en México y en el mundo,

    demanda una reflexión muy cuidadosa y profunda. Es necesario que comprendamos

    la articulación del conocimiento científico acumulado y su aplicación; así como la

    influencia de dicha articulación en la formación de nuevos profesionales en el campo

    de la antropología aplicada.

     A mediados del siglo XX los antropólogos mexicanos formularon proyectos de

    entrenamiento y capacitación para formar antropólogos aplicados (Comas 1964).

    Pero hasta el momento se ha abandonado esta línea, cuyo objetivo era preparar el

    capital humano requerido por las comunidades y la sociedad nacional. Tal vez habrá

    que cambiar la posición estrictamente crítica por una constructiva y comprometida

    (Bonfil 1970).

     Aun la metodología para la formulación de los proyectos debe ser definida por

    la participación de los propios beneficiarios; tiene que surgir de la autogestión; se

    tendrá que sustituir la metodología de los proyectos formulados desde fuera, al

    margen de las comunidades, por una que incluya a los beneficiarios (Burguete y

    Mayor 1999).

    Hay que invitar a quienes toman las decisiones para cambiar los modelos de

    la planificación microrregional rural e indígena. Es necesario invertir los factores: la

    gente antes que los objetos, los más pobres antes que los menos pobres, aprender

    de las personas antes que enseñarles, descentralizar el poder antes que

    concentrarlo, valorizar y apoyar la diversidad antes que la uniformidad (Cernea

    1995).

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    Manuel Gamio inició, en 1915, un trabajo extraordinario, La población del valle

    de Teotihuacan publicado en 1992. El estudio fue realizado en el Estado de México

    con el propósito de articular el conocimiento diacrónico (arqueología, historia,

    etnohistoria) y el sincrónico de una región, para obtener, de esta manera, un

    diagnóstico de la realidad de ese momento (geografía, tenencia de la tierra,

    demografía, organización social, etc.), que sirviera para la planificación de proyectos,

    de políticas públicas o privadas, todo ello desde una perspectiva nacionalista (Gamio

    1916).

    Esta primera experiencia de antropología aplicada (Nahmad y Weaver 1987)

    convirtió a un arqueólogo en un antropólogo social y en un planificador

    interdisciplinario, que tuvo una visión de largo alcance, y una prospectiva que logró

    entender a la población indígena y, en general, a toda la población. Podríamos

    recomendar como un texto de antropología aplicada este original trabajo (el de

    Gamio), que fue su tesis doctoral en la Universidad de Columbia y que reunió a

    investigadores de distintas áreas: geógrafos, arquitectos, historiadores, demógrafos,

    biólogos, abogados, etnógrafos y artistas, y ello permitió un conocimiento más

    completo de una región. Hoy, noventa años después, el valle de Teotihuacan es

    otro; sus rasgos sociales, culturales, políticos y, sobre todo, económicos distan

    mucho de ser lo que fueron. Pero de la transición del estado analizado por Gamio al

    actual no se realizó ningún registro, a excepción del de Margarita Nolasco publicado

    en 1961; y sin embargo, el seguimiento de los procesos sociales permitiría

    fundamentar el trabajo antropológico, así como los impactos que la modernización

    ha traído, los cambios sociales producidos y el devenir histórico (Coronado 1987).

    Las ciencias sociales no pueden dedicarse al análisis puramente académico y

    especulativo, sino basarse en la reflexión crítica y su aplicación en beneficio de la

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    gente (Cernea 1993). Esto conlleva principios éticos, fundamentales para todas las

    ciencias, y principalmente para la Antropología. El sujeto de nuestra investigación es

    el ser humano en contextos sociales y culturales diversos, y cualquier medida o

    política que se tome tendrá un impacto sobre él (Mair 1961). Se registran infinidad

    de casos nacionales e internacionales (Huizer 1978) en los que las decisiones

    políticas asumidas afectan a millones de seres humanos. Sin duda las metodologías

    y las técnicas antropológicas establecen un acercamiento microsocial que permite

    conocer cualitativa y cuantitativamente las formas de vida de una población

    (Bernardo 1995); cuyas medidas y sugerencias adoptadas deben fundamentarse en

    el respeto y establecer o proponer una relación de equidad y justicia.

    L A ANTROPOLOGÍA Y LA PLURALIDAD ÉTNICA 

    Desde que me inicié como etnólogo, hace cuarenta años, al trabajar bajo las

    órdenes de Roberto Weitlaner y después bajo la dirección de Ricardo Pozas, Julio

    de la Fuente, Aguirre Beltrán, Ángel Palerm y Alfonso Caso, he pensado que tanto

    en la antropología como en la sociología, juegan un papel fundamental el

    compromiso del investigador y el destino de las sociedades sujetas a estudio. De

    estos maestros aprendí que cuando se observan fenómenos multiculturales e

    interculturales bajo la perspectiva antropológica se tiene una dimensión más

    profunda y más amplia que la de expertos o investigadores de otras áreas.

    En general, los impactos sociales que en el mundo moderno se han

    producido, en la mayoría de los casos, han sido compulsivos, inducidos o

    manipulados desde el exterior, y si bien la afectación ha sido en ocasiones mínima,

    en otras ha resultado significativa, llegando a extremos como el exterminio social o

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    biológico (etnocidio o genocidio). La historia del siglo XX está cargada de múltiples

    ejemplos de acciones compulsivas, no humanitarias ni favorables a las comunidades

    y sus culturas –en general han sido poco exitosas–. En muy pocos casos las

    acciones han sido autoplaneadas y autodirigidas.

    El ejemplo más claro de antropología aplicada en México se conoce hoy como

    indigenismo (Aguirre et al. 1971); es una política pública dirigida a las comunidades

    indígenas del país; se refiere a la relación interétnica entre estos pueblos, el resto de

    la sociedad y el Estado. Sus construcciones teóricas, al ser aplicadas, generan

    fuertes impactos por estar dirigidas a la asimilación, la incorporación o la exclusión

    de los pueblos indígenas. De aquí partió una teoría integracionista más sutil que

    utilizaba el concepto de aculturación dirigida. La política que surgió de este marco

    teórico prácticamente causó el levantamiento armado de los indígenas zapatistas en

    Chiapas en 1994, la actual rebelión magisterial y la confrontación de los pueblos de

    Oaxaca con el poder estatal y nacional en 2006.

    La crítica y autocrítica de la antropología ha permitido rediseñar nuevas

    teorías antropológicas de autogestión y redimensionamiento geopolítico de la

    sociedad mexicana. Los pueblos indígenas deben ser incluidos en el proyecto

    nacional y conservar sus características sociales, lingüísticas, culturales, políticas,

    religiosas, etc., porque una política de inclusión implica construir una sociedad

    mexicana en la diversidad (Nahmad 1991).

    La antropología que no se sujeta a una revisión analítica tiende a congelarse;

    si no se reconsidera en función de los efectos que ha generado su aplicación. Tal es

    el caso del indigenismo y la antropología interétnica, en los cuales he trabajado más

    ampliamente. Las recomendaciones de una antropología crítica, en general, no son

    recibidas favorablemente por los funcionarios que llevan a cabo políticas públicas y

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    por los miembros de la sociedad dominante. Sin embargo, las tensiones y los

    conflictos generados al tratar de contener las fuerzas internas de las sociedades se

    revierten en crisis sociales y, en ocasiones, hasta en guerras.

    Hemos construido lenta y temerosamente una sociedad multiétnica,

    multicultural, multilingüística, por asumir un papel desestructurado, conforme al

    modelo de la sociedad dominante que se sostiene mediante el colonialismo interno.

    Hoy, por ejemplo, las fuerzas que en el pasado se mantenían al margen del tema,

    tienen que aceptar que los pueblos indígenas demandan una reforma estructural y

    geopolítica que permita construir una sociedad más igualitaria y justa, en lugar de

    programas integracionistas, asistenciales y paternalistas que sólo dieron propuestas,

    pero no solucionaron nada. Ahora vivimos los resultados derivados de la resistencia

    a los cambios que la sociedad necesitaba y que, en su momento, fueron

    vislumbrados por el conocimiento que la antropología desarrolló desde 1975;

    durante más de veinte años se había señalado la urgencia de modificar la política

    étnica del país.

    Cada vez se necesita de un conocimiento más profundo para realizar

    diagnósticos sobre las sociedades y comunidades, y así tomar decisiones al

    respecto. Muchos proyectos han fracasado, porque no lo han tenido en cuenta. He

    ahí la insistencia en formar en este campo antropólogos aplicados.

     ARTICULACIÓN Y POSIBILIDADES DEL DESARROLLO DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS DE MÉXICO 

    Para la mayoría de las etnias indígenas de México, la supervivencia física y cultural

    representa un grave problema; su entidad cultural y nacional específicas al interior

    de los espacios políticos y jurídicos de los estados nacionales constituidos están en

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    riesgo. Y aquí proponemos introducir una definición operacional que permita ampliar

    tanto el concepto de permanencia o supervivencia de una cultura, como el de su

    desarrollo.

    Una civilización, al igual que las etnias que las crean y reproducen, puede ser

    definida como una relación peculiar con su espacio y su permanencia en el tiempo,

    más allá de conmociones políticas y económicas que, aun determinándola, no logran

    caracterizarla con exclusividad.

    El Estado-Nación-mercado que origina y controla el proyecto de la burguesía

    ha expresado históricamente una  información del espacio social, cultural y

    lingüístico, y en consecuencia eliminado o controlado las regiones culturalmente

    diferentes (Nahmad 1990).

    La formación capitalista, en tanto fenómeno mundial, no sólo no tolera, sino

    que se exige a sí misma discriminar la incorporación de modos productivos no

    capitalistas, de modos étnicos de producción, de economías indias. Así que cuando

    éstos se establecen, y aun se mantienen, en la metrópoli-colonia se hace con ciertas

    readaptaciones y reajustes a las modalidades propias y originales del modo étnico,

    para servir al objetivo último del sistema global. Parsimonia y conservatismo

    subsisten precisamente en la medida en que la relación colonial y dependiente así lo

    demanda y exige.

    Pero hay una contradicción en ello. El mantenimiento de modos productivos

    no capitalista al interior del conjunto nacional dependiente implica también el

    mantenimiento de las condiciones de la reproducción étnica. Reproducción de

    culturas, formas organizativas e ideologías alternas y contradictorias –a pesar de su

    función económica en el contexto global– con la pretendida y buscada integración

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    nacional y el afianzamiento del proyecto de una clase nacional dominante (Firth y

    Yamey 1969).

    Se difuminan, entonces, las características específicas de los modos

    productivos de las etnias indígenas, su articulación con las estructuras envolventes

    (las dominantes) y la reproducción del modo étnico en tanto secundario y

    subordinado. No estoy de acuerdo con la generalización que pretende encontrar, por

    oposición a la economía capitalista, una sola manera de organización económica de

    las etnias indias, una suerte de economía india genérica. Creo que es un error de

    simplificación histórica, peligroso en la medida en que no permite diseñar estrategias

    específicas en relación con el desarrollo propio.

    En las microetnias tribales con una economía de producción doméstica, la

    producción de valores de uso es el principal objetivo económico y social. En las

    etnias indígenas campesinas, con una economía mercantil simple, la producción de

    valores de uso (el ámbito de autoconsumo) se encuentra en permanente tensión con

    la producción de valores de cambio. Competencia que se agudiza en la medida en

    que la penetración de la economía capitalista se acentúa, y ello constituye el eje del

    problema del desarrollo de las etnias y de sus proyectos sociales, porque en la

    medida en que un pueblo indio maneje con autonomía este aspecto de su vida

    cultural, de su ideología y de su visión del mundo, sin dejarse avasallar por la

    hegemonía de la cultura capitalista, es decir por la primacía del valor de cambio, se

    puede afirmar que hay independencia cultural y, en consecuencia, potencialidad de

    decisión con respecto a un proyecto social original.

    Estas zonas de oposición y resistencia, en México, han sido y son los pueblos

    indios, las masas indias campesinas que rechazan la modernización; bloquean

    sistemáticamente los esfuerzos desarrollistas; desestructuran los programas de los

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    planificadores (Fox 1993) y expresan su inconformidad con rebeliones, movimientos

    de resistencia, aventuras heroicas que logran arrastrar amplias capas sociales como

    sucedió con el movimiento zapatista, la Guerra de Castas de Yucatán, las rebeliones

    mesiánicas de la época colonial o los movimientos indios de la época actual como el

    caso de Oaxaca.

    En todas estas formas de resistencia hay un elemento fundamental, la

    profunda dimensión de la revolución cultural que todas ellas presentan. En todas

    estas explosiones hay una formulación crítica a la expansión del dominio colonial y

    del sistema capitalista: se trata siempre de revoluciones culturales en las que no sólo

    el orden económico es lo que se discute, sino todo el sistema de mercantilización

    creciente que intenta penetrar la totalidad social. Lo que no rechaza la intromisión

    del valor de cambio en algunas de las esferas críticas de la vida social, que varían

    en cada etnia. Mientras que para un grupo, un área crítica es el intento de

    transformar la tierra en mercancía; para otro, lo es la mercantilización del trabajo, del

    tiempo, de ciertos objetos, de algunas relaciones sociales o la combinación de varios

    de estos elementos.

    Esta tensión permanente que viven las comunidades étnicas campesinas y

    que, repito, se intensifica y recrudece a medida que el sistema capitalista envolvente

    se introduce al interior de la estructura étnica, define de modo general el estilo

    cultural de estas etnias; al mismo tiempo establece el marco de sus aspiraciones y

    proyectos sociales. Evidentemente no se trata de postular una posición mecanicista,

    sino de encontrar tendencias generales dentro de procesos sociales aparentemente

    muy diversificados e irreductibles a esquemas interpretativos.

    Se trata del desafío de imaginar y posibilitar proyectos étnicos (Bonfil et al. 

    1982), de la construcción y organización intencional de un programa histórico global

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    por parte de una etnia india incluida dentro de un Estado-Nación étnicamente

    diferenciado y mayoritario. Proyectos que, para ser viables, deben ser

    complementarios y alternos al proyecto nacional global (Gutiérrez 1999).

    Surge, entonces, la pregunta ¿cuáles son las condiciones mínimas para que

    una etnia india pueda sobrevivir como una entidad cultural diferenciada y estar así

    en la posibilidad de desarrollarse? El listado para la supervivencia no es muy largo ni

    sorprendente; se necesita, en primer lugar, de un territorio. No es, claro está, un

    problema de reforma agraria, sino de reivindicación política del espacio histórico

    perdido a través del proceso colonialista. Una observación superficial de los

    planteamientos avanzados por los movimientos y organizaciones indias al respecto

    revela la caracterización simplificada propuesta para las etnias indias: el rescate del

    territorio histórico global, más allá de la reivindicación agrarista de las parcelas de

    cultivo o de explotación, es la demanda fundamental. Es el planteamiento de la

     patria grande  a la  patria étnica. La nación, por oposición a las desgastadoras y

    fragmentadoras luchas campesinas por las tierras de producción y las parcelas de la

    aldea.

    El estatuto legal, la legitimidad jurídica dentro del juego legalista de los

    estados nacionales, no puede ser pensado simplemente para la supervivencia de la

    etnia. Es una conquista democrática que debe garantizarse permanentemente. Las

    etnias, en tanto colectividades, tienen derecho a una plena legitimidad como

    interlocutores colectivos jurídicamente válidos frente al Estado y al resto de la

    sociedad nacional (Stavenhagen 1991).

    De lo anterior se deriva el aspecto de la autonomía política, tema intocable

    para las endebles e inseguras naciones como México, construcciones deleznables

    de las burguesías subordinadas y dependientes. El problema de las autonomías

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    regionales o étnicas debe ser atendido de manera gradual, en función de

    estrategias, programas y pasos concretos planeados por los pueblos indígenas. Hay

    sectores de la vida social y cultural en los que ciertos niveles de autonomía no

    representan amenaza alguna para el centralismo estatal: aspectos de legislación

    civil, administración directa de la justicia, algunas instancias educativas, gestión

    autónoma de los niveles primarios de la vida pública, manejo directo e independiente

    de niveles locales de la gestión tributaria, etcétera. Lo importante es que las etnias

    logren crear plataformas políticas de autonomía alrededor de las cuales todos sus

    miembros se identifiquen (Palerm 1993).

    Evidentemente, si entendemos por desarrollo  la capacidad de un pueblo de

    acumular, restringimos la definición. En este caso los pueblos, las expresiones

    étnicas particulares, las historias y todos los futuros no tienen sino una sola salida

    por delante: ingresar al estilo civilizatorio del desarrollo industrialista, a la lógica

    exclusiva y totalizadora del valor de cambio dentro de esta opción, encontrar

    acomodos, acuerdos con las especialidades históricas de cada pueblo.

    Las experiencias demuestran sin embargo, que la homogeneización es

    violenta en tiempo y radical en calidad. Por la vía de la acumulación y del consumo

    que inevitablemente impone la aceptación de este único camino de desarrollo se

    llega rápidamente a la desaparición de gran parte de los rasgos culturales distintivos

    de un pueblo, como sus relaciones sociales de producción, de uso y consumo que

    son precisamente el carácter constitutivo de un modo de civilización particular.

    Es difícil negar ya la tendencia y la fuerza culturalmente homogeneizadora del

    modo capitalista de desarrollo que actúa esencialmente en las esferas de las

    relaciones sociales de producción, en el mundo del trabajo y en todos los elementos

    ideológicos y simbólicos asociados a él, y en el estilo de la cotidianidad, tal cual éste

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    se expresa en las orientaciones peculiares que cada historia cultural, cada etnia, ha

    impreso a las maneras de utilizar los excedentes.

    ¿Frente a estos hechos pueden existir alternativas reales y viables de

    desarrollo étnicos autónomos, planeadas a partir de premisas diferentes? Si lo que

    está en juego en la idea del desarrollo integral de un grupo social es la calidad de

    vida en las relaciones de producción, el modo de las relaciones más que la

    producción medida en producto interno bruto, cantidad, ingreso, entonces es posible

    imaginar modelos alternos, nuevos escenarios. Pensamos, por ejemplo, que la

    experiencia de los miskitos de Nicaragua, o los municipios autónomos zapatistas de

    Chiapas constituyen ya muestras importantes en este terreno.

    Hay que partir de algunas definiciones centrales del desarrollo. Destacar, en

    primer lugar, las banalidades ideológicas impuestas a través de un economicismo

    vulgar en el que los indicadores de crecimiento, avance,  progreso  se administran

    con base en estadísticas de producción y productividad, ingresos per cápita,

    producto interno bruto, tasa de crecimiento económico, etc. (Plattner 1989).

    Indicadores, todos, que nada dicen sobre el problema esencial, el de la calidad de

    vida, de la disminución del sufrimiento o del aumento de la felicidad.

    Debe reformularse el concepto de desarrollo a partir de la cobertura de las

    necesidades de la etnia en términos de bienestar y maximización, de las

    potencialidades del pueblo, garantizando que sea la lógica comunal, y no la

    empresarial productivista, la que rija la organización del trabajo y de la producción

    (Valencia 1984). En este sentido las experiencias indican que los intentos de crear

    grandes o medianas empresas campesinas agrícolas, agrosilvícolas (Sariego 1998),

    ganaderas o mixtas, aun con fórmulas cooperativas o colectivas, fracasan al

    fragmentarse y recomponerse en microempresas familiares, clásicas, de linaje o

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    basadas en el principio del parentesco, es decir la reciprocidad en la prestación de

    servicios (INI 1977). La primacía de los principios rectores comunales sobre

    imposiciones de criterios empresariales y productivistas externos asegura la

    permanencia del valor de uso en los sectores de las relaciones de producción,

    circulación y consumo al interior de las unidades sociales.

    Un nivel máximo de independencia y autonomía económica de los proyectos

    étnicos, en el marco de la creciente interrelación regional y nacional, se puede

    garantizar a través de la recuperación o reforzamiento de los grandes conocimientos

    y capacidades de los pueblos indios para utilizar adecuadamente sus recursos. Ésta

    es quizás una de las armas civilizatorias más poderosas de que disponen aun las

    etnias indias: sus grandes y elaborados conocimientos del medio ecológico que los

    ponen en condición de maximizar, a través de un uso múltiple, el aprovechamiento

    del hábitat, que es, además, uno de los campos fundamentales para la estrategia de

    la defensa civilizatoria de dichas etnias; pues a los intentos del modo capitalista de

    uniformar el medio ecológico –monocultivos rentables en términos del mercado– y

    cultural –imposición de un modo productivo único y de modo de consumo

    uniformizado–, las etnias pueden oponer su reservorio de multiplicidad y diversidad.

    En el sistema rural articulado al sistema económico dominante que mantiene

    claras desventajas para los campesinos e indígenas, y ventajas para el sector

    urbano, se compite con reglas y normas asimétricas. En cambio, para un sistema

    rural articulado parcialmente al sistema económico dominante, que mantiene una

    serie de estrategias internas de reciprocidad económica y mercados micro e

    interregionales, hay enormes desventajas para el intercambio de productos con el

    sistema.

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    De acuerdo con Partridge, Urquillas y Johns, para hablar de etnodesarrollo

    tendrían que cumplirse, al menos, las siguientes particulares:

    •  La posesión segura de un territorio, tierras y recursos que estén

    debidamente demarcados y titulados.

    •  El mantenimiento de una organización social fuerte y la habilidad para

    movilizarse por sus derechos.

    •  La preservación de la identidad cultural, caracterizada por la revaloración,

    la expresión, la comunicación y el fortalecimiento político.

    •  El apoyo y el contacto con la sociedad nacional, incluidas las

    organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, las

    organizaciones internacionales para el desarrollo, la iglesia y los

    programas de entrenamiento.

    •  El mantenimiento de la autosuficiencia alimenticia, representada por

    actividades apropiadas para el territorio, incluidas la caza y recolección, lapesca, la agricultura y la ganadería.

    •  El reconocimiento por parte del gobierno de los derechos humanos y

    políticos como ciudadanos, el derecho al voto, a la igualdad de

    participación y representación, así como a la promoción de la legislación

    indígena.

    •  La promoción de actividades generadoras de ingresos, conducentes a la

    inversión en la comunidad, el mejoramiento de la calidad de vida, y el

    bienestar de toda la comunidad.

    •  La promoción de la educación, incluida la bilingüe y la multicultural, y la

    capacitación práctica (1996).

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    Con base en lo anterior, puede hacerse la siguiente proposición general: Es más

    probable que el etnodesarrollo indígena ocurra cuando estos pueblos tengan acceso

    a los recursos básicos para su bienestar social; cuando hayan alcanzado un nivel

    elevado de organización social y de movilización política, y podido preservar su

    identidad cultural (especialmente su propia lengua) (Pérez 1991); así como

    establecer lazos sólidos con instituciones del exterior y tener patrones de producción

    que les permitan subsistir y obtener ingresos en efectivo. Sin duda, contribuyen a la

    constitución de una política ambiental favorable que el desarrollo no es

    económicamente homogéneo y hegemónico, y la inclusión de un desarrollo diverso y

    múltiple o sea multilineal.

    L A INVESTIGACIÓN ETNOLÓGICA,  LINGÜÍSTICA Y ARQUEOLÓGICA EN RELACIÓN CON LA

     ANTROPOLOGÍA DESDE SUS OBJETOS DE ESTUDIO 

    En este ensayo intentaremos mostrar una experiencia reciente que se ha puesto en

    marcha desde hace quince años, en el estado de Oaxaca, entre los grupos étnicos

    que viven en dicha microrregión del país. En este caso, se trata de hacer una

    reinterpretación de las contradicciones –y no la quiebra– de la antropología

    sociocultural mexicana de corte occidental que coloca y busca sus orígenes dentro

    de un contexto político global cambiante; así como en los serios conflictos de

    intereses generados en su interior, por estar estrechamente vinculados a los efectos

    intelectuales e institucionales de la política, para mantener el colonialismo interno y

    evitar la descolonización de los pueblos originales. La traducción o representación

    de las culturas ajenas aparece así, en gran medida, como un acto político, y no

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    simplemente como un pasatiempo de intelectuales universitarios acaudalados con

    buenos empleos.

    Los cambios ocurridos a partir de 1968 han producido transformaciones

    importantes en las actitudes de los objetos de la antropología –los observados, los

    pueblos estudiados como informantes, intérpretes o sencillamente anfitriones–, hacia

    sus observadores y huéspedes, los etnógrafos.

     Al surgir la corriente crítica etnicista dentro de la antropología en México, se

    identifica y analiza la naturaleza de la tensión básica entre la antropología no

    indígena y la indígena, tal y como lo hemos definido. Por ello, considero que la

    antropología indígena todavía no tiene los problemas crípticos comparables con los

    que atraviesa la antropología dominante.

    La conclusión general a que llega este análisis es que es muy probable que

    se exacerbe el peligro potencial que la emergencia y el crecimiento de la

    antropología indígena representa para la unidad de las elites intelectuales de la

    antropología sociocultural, en cuanto que la investigación etnográfica y las

    interpretaciones o generalizaciones teóricas de dicha vertiente sobre las sociedades

    indígenas no contribuyen a la clarificación de los problemas globales del poder, la

    dominación y la pobreza; además de que confunden las categorías dominantes

    nacionalistas y eurocentristas y tiene muy poco o nada que ver con los problemas

    prácticos actuales sobre el desarrollo y descolonización. La antropología

    sociocultural, tal y como se practica, difícilmente puede permitir que se siga

    considerando a la antropología académica sociocultural como una disciplina teórica

    objetiva,  pura, supuestamente ajena a las distorsiones y sesgos inherentes al

    compromiso o la práctica política y que mantenga, al mismo tiempo, la esperanza de

    seguir realizando un trabajo de campo útil para los pueblos indios.

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    La antropología social contemporánea debe ocuparse de las aplicaciones del

    contexto politizado de su historia y de las preocupaciones intelectuales. De no hacer

    esto último, la antropología social y cultural está condenada a servir

    permanentemente al sistema dominante y a ser un instrumento del Estado, y de las

    clases imperantes para el mantenimiento del colonialismo interno.

    Es justamente contra estos conceptos erróneos y prejuicios de corte europeo

    sobre las sociedades y culturas de México y de Oaxaca, con sus propios objetivos

    políticos, que se ha generado, desde finales de la década de los setenta, un

    movimiento entre un creciente número de miembros de las élites indígenas,

    educadas dentro de la tradición occidental y nacional, pero fuertemente motivadas

    para convertir su academicismo en un trabajo de campo, una investigación y una

    publicación histórica seria sobre los pueblos y culturas de Oaxaca. Al respecto,

    Miguel Bartolomé señala que “la antropología actual no puede menos que ser

    dialógica, puesto que ya no estamos solos, aunque todavía nos cueste un poco

    aceptarlo. Una mayor vinculación profesional con nuestros colegas indígenas

    constituye, entonces, parte de un proceso de reconocimiento y diálogo, que es un

    factor constitutivo de las relaciones interculturales igualitarias que nuestro tiempo

    reclama” (2003). A nuestro entender, la respuesta académica oaxaqueña fue

    correcta en sus inicios –con un compromiso explícitamente político y científico–, que

    bien podía dejar de reflejar la divergencia entre los intereses indígenas y los no

    indígenas.

    En un medio humano tan cargado de valores y de represión, donde es muy

    probable que se presenten conflictos fundamentales de intereses, no podemos,

    como científicos sociales y ciudadanos conscientes, sino declarar nuestra posición

    con respecto a los asuntos políticos, particularmente en lo que respecta a los

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    antropólogos indígenas de las regiones étnicas de los estados de la República,

    empobrecidas y sobreexplotadas en cuanto a recursos humanos y naturales se

    refiere. El desinterés académico no sólo es ilusorio, también es irresponsable y

    sospechoso; pero ya sea que uno declare su posición sobre los problemas actuales

    o no, la investigación antropológica comprometida con los intelectuales indios en

    México es siempre potencialmente arriesgada.

    PRIMERO LA GENTE Y LA PLANIFICACIÓN SOCIAL 

    En un reciente artículo inédito, Virginia Molina señala que Ángel Palerm (maestro de

    muchas generaciones de antropólogos) fundamentó su trabajo teórico en función de

    una antropología aplicada y de la planificación social, que era su preocupación

    central; aunque en ocasiones daba la impresión de que su interés estaba más en el

    aspecto teórico que, sin duda, se relaciona con el quehacer del antropólogo

    profesional. Para Palerm era fundamental

    una ampliación efectiva de la capacidad humana de manejar la realidad y de controlar de tal

    manera que pueda conseguir de ella las transformaciones deseadas y previsibles. Como

    consecuencia, toda ciencia debe realizar un esfuerzo para generar tecnologías de base y con

    fundamentación científica que permitan la utilización práctica de los conocimientos

    desarrollados y representen una conexión constante entre la teoría y la praxis, entre la

    investigación y la aplicación de la ciencia (1993:345s).

    De la misma manera, si revisamos los trabajos de Juan Comas, Julio de la Fuente,

     Aguirre Beltrán o Ricardo Pozas, encontramos en todos ellos una preocupación

    central: la gente. Michael Cernea en su análisis, Primero la gente, variables

    sociológicas en el desarrollo rural   (1995), demuestra que aunque los proyectos –

    financiados multilateralmente– de ingeniería civil, agronomía, salud, etc. van

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    dirigidos al bienestar de la gente, ésta en realidad no es consultada y mucho menos

    es partícipe de tales proyectos, lo cual genera una infinidad de conflictos sociales y

    de proyectos de desarrollo hoy extintos.

    Por estas razones la antropología, con su perspectiva, puede apoyar los

    procesos de autonomía, autogestión y autodesarrollo para el manejo de proyectos.

    En este sentido, la óptica diacrónica y sincrónica orientan la prospectiva de los

    programas para tener un mayor impacto y un efecto positivo en el bienestar de las

    poblaciones de acuerdo con sus características culturales.

    Es necesario que la población participe en el diseño –incluyendo la

    investigación básica– y ejecución de sus proyectos, cualquiera que éstos sean, que

    el poder de decisión se comparta entre los responsables externos y la sociedad

    beneficiada (Bartra 1996).

    En 1960, cuando estuve entre los chocholtecas de Oaxaca haciendo una

    etnografía para el Handbook of Midle American Indians con el maestro Weitlainer,

    pude captar la extrema pobreza de este pueblo indígena y su enorme resistencia a

    las condiciones geográficas de su tierra, las cuales prácticamente lo mantienen en

    ese estado. Más aprendí de ellos estrategias que les permiten mantener su propia

    identidad, su cultura; vi como la migración comenzó a formar parte de su sistema;

    sus miembros desde la ciudad de México mantenían la vida comunitaria y su propio

    desarrollo. Todo esto se debe a su organización social y su propia estrategia de

    vida, que hoy se denomina capital social   en el lenguaje de los economistas

    (Bourdieu 1996). En realidad, cada comunidad, cada pueblo tiene una experiencia

    histórica para sobrevivir y articularse a la sociedad más amplia y esto tiene que

    aprovecharse precisamente como un capital. Piensan los desarrollistas, desde el

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    exterior, que lo que se tiene que hacer con las comunidades es organizarlas: error

    fatal de todo proyecto.

    Hoy se puede testificar que los chocholtecas no han desaparecido; tienen su

    territorio, su lengua, su patrimonio cultural y un sistema económico mixto que les

    permite sobrevivir en condiciones limitadas, pero con su propio proyecto.

    Si queremos un cambio sustantivo y estructural, debemos fortalecer el capital

    humano de las comunidades que, sin duda, hoy están en crecimiento y en donde

    muchos jóvenes son profesionistas y técnicos, que bien podrían prepararse en

    Etnografía, Etnología, Antropología Social y Etnodesarrollo para colaborar en el

    diseño de proyectos de desarrollo de su propia comunidad. Esto es muy difícil de ser

    captado por las fuerzas externas que consideran que quienes viven en condiciones

    limitadas, sin un exagerado consumo de bienes, son pobres cultural y socialmente,

    lo cual es totalmente falso. Para solucionar este problema se generan proyectos de

    alto costo económico, pero plagados de corrupción, como el de Oportunidades,

    orientando a la salud, la educación y la alimentación (versión de los anteriores

    programas Progresa y Solidaridad), o la extinta Coordinación General del Plan

    Nacional de Zonas Deprimidas y Grupos Marginados (COPLAMAR). La perspectiva

    antropológica puede ayudar a fortalecer las capacidades de los propios pueblos,

    para que ellos sean los autores y actores de su propio desarrollo.

    Ilustremos un poco más los párrafos anteriores.1  La comunidad de

    Tonantzintla en el valle de Cholula mantiene sus estructuras comunitarias nahuas

    ligadas al pasado prehispánico, en un proceso de ajuste entre el modelo

    mesoamericano y las formas occidentales. En el Porfiriato, mediante una orientación

    política racista de poblamiento, se injertó socialmente a campesinos italianos de la

    !

     

    Estas reflexiones las debo a mis primeros estudios sociales como pasante de Trabajo Social querealicé en las comunidades de Tonantzintla y Chipilo de Puebla.

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    región de Véneto; de esta manera se formó la comunidad de Chipilo. Se pensaba

    que éstos iban a aculturar a los indígenas de Tonantzintla y a todos los pueblos de la

    región. Pero si visitamos hoy las dos comunidades que están a escasos cinco

    kilómetros una de otra, después de cien años de iniciado el experimento, vemos que

    los italianos mantienen toda la estructura cultural y lingüística de los campesinos de

    Italia y los indígenas mantienen sus propias estructuras mexicanas. Los chipileños

    mantienen una relación endogámica y, al mismo tiempo, de doble lealtad hacia

    México y hacia Italia.2 Lo cierto es que el proyecto, utópico, no tuvo el éxito deseado,

    pero sí un impacto social que hay que medir. Pero ¿qué podemos aprender de estos

    casos?, ¿cómo entender la dinámica de estas comunidades?

    Veamos otro ejemplo muy asociado con la antropología urbana. Cuando

    trabajé con Ricardo Pozas, analizábamos el impacto de la industrialización de alta

    tecnología de Ciudad Sahagún, Hidalgo, sobre las comunidades rurales,

    fundamentalmente pulqueras. Los comuneros en los años sesenta tuvieron que

    pasar de tlachiqueros (recolectores de aguamiel) a armadores de carros,

    ferrocarriles, autobuses y maquinaria textil en un contexto de ciudad urbana

    ultramoderna. Los campesinos eran los habitantes de la ciudad en cuyo interior, a

    falta de previsión social en lo que respecta a su construcción, se generó una serie de

    conflictos, al igual que en el hinterland  de las comunidades campesinas.

    El impacto social de las políticas públicas no es un problema que afecta sólo a

    las sociedades indígenas o campesinas, sino que se relaciona con el proceso de

    modernización e industrialización de las ciudades y de las regiones, y en especial en

    los puntos en donde se han instalado las industrias.

    "

     

    Hace un par de meses, un domingo, en una ceremonia un coro chipileño tenía la bandera italiana aun lado y la bandera mexicana al otro.  

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     A mediados del siglo XX,  la revista Problemas Agrícolas e Industriales de

    México publicó un importante número dedicado al impacto del industrialismo entre la

    población de Puebla, en él aparece un estudio de Wilbert E. Moore, el cual es

    comentado por los antropólogos Pedro Armillas, Wigberto Jiménez Moreno,

     Alejandro D. Marroquín, Arturo Monzón, Antonio Pérez Elías y Roberto J. Weitlaner.

    Todos ellos coinciden en que la óptica economista es una visión sesgada y destacan

    la importancia de las poblaciones rurales e indígenas. Armillas señala que la

    utilización de nuevas fuentes de energía –animal o fuerzas naturales como la

    energía hidráulica o eólica–, y la aplicación de principios mecánicos –la rueda en el

    viejo mundo– contribuyeron a lo que, con exageración antropocéntrica, se llama el

    dominio del hombre sobre la naturaleza. Sin embargo, la revolución urbana se define

    mejor por determinados cambios económicos, sociales, políticos e intelectuales,

    como la producción agraria superior a las necesidades de subsistencia y que rebasa

    la lógica de las reservas de los campesinos; es decir, existe una correlación entre los

    excedentes y un determinado sistema social, que favorece la concentración de

    aquéllos, por otro lado, tenemos una especialización de tiempo completo, mercados

    formales y profesionales, moneda y comercio exterior, estratificación social definida

    por su base económica, gobierno político (concentración del poder), guerra

    organizada como instrumento político, religión teísta, templos con sus jerarquías

    sacerdotales; escritura, matemáticas, astronomía y el calendario; centros urbanos

    sostenidos por la renta de la tierra, tributos o los rendimientos del comercio. Los

    pueblos a los que se refiere Moore, señala Armillas, habían alcanzado desde antes

    de la Conquista ese nivel cultural urbanístico.

    Cuando se emprenda el estudio de ciertas reflexiones se requerirá de una

    revisión crítica y analítica de los estudios que abordan el impacto de la industria en

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    las comunidades campesinas e indígenas, que permita una reflexión a fondo (Bueno

    2000). Así, en determinadas regiones, como Toluca, la expansión industrial ha

    invadido a las comunidades matlatzincas, otomíes, mazahuas, entre otras, por lo

    que es urgente realizar estudios con una visión prospectiva y analítica de carácter

    antropológico.

    Sin embargo, persisten vacíos en los estudios y en la formación antropológica

    de profesionales aplicados. Los profesionales tienen que contar con elementos

    suficientes, que focalicen sus esfuerzos para generar análisis, sugerencias y

    recomendaciones de carácter aplicativo.3 

    ESTUDIOS REGIONALES DEL INSTITUTO N ACIONAL INDIGENISTA 

    Los estudios realizados por el Instituto Nacional Indigenista (INI) en microrregiones,

    donde los indígenas se relacionan con otras etnias, representa una aportación

    significativa al conocimiento aplicado. Estudios como el de la cuenca del

    Tepalcatepec de Gonzalo Aguirre Beltrán (1952) o la investigación Mixteca nahua

    Tlapaneca del antropólogo otomí Maurilio Muñoz (1963) son de referencia obligada

    cuando pretendemos conocer parte de Jalisco y Michoacán o la montaña de

    Guerrero.

    Podemos hablar también del primer estudio monográfico que realicé en la

    región mixe de Oaxaca en 1962 (Nahmad 1965). De las recomendaciones

    planteadas en dicho estudio emergieron una infinidad de proyectos y orientaciones

    # Las líneas de formación que podrían seguir son: educación bilingüe intercultural, salud y bienestar, cultura y

    arte, agricultura y ganadería, recursos naturales y forestaría, jurídicos y derecho consuetudinario, urbanos eindustriales y obras de infraestructura: presas, carreteras y puertos. Para ello existen numerosas escuelas ycentros de investigación de antropología en México, como la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH),la Universidad Iberoamericana, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), entre otras, en las que elprofesionista podría afinar su formación.

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    la Madrid y su secretario Carlos Salinas de Gortari votaron al basurero. El riesgo

    para la clase dirigente al aceptar este tipo de iniciativas es que los pueblos indígenas

    asuman su propio destino. El análisis y el conocimiento antropológico y sociológico

    debe acompañarse de la formulación y desarrollo de sus proyectos; los actores

    centrales deben ser el pueblo mismo y no una burocracia que vive del presupuesto

    destinado a los indígenas. Por ello creo que los últimos cambios jurídicos en algunos

    estados, y los que vendrán a partir de la propuesta de los Acuerdos de San Andrés

    Larráinzar, Chiapas y la Comisión de Concordia y Pacificación (COCOPA), junto con

    una nueva perspectiva antropológica permitirán cambiar estructuralmente las

    relaciones de desigualdad construidas desde la Colonia; así como liberar a las

    comunidades y pueblos indígenas, y potenciar la construcción de una sociedad

    mexicana multiétnica y multilingüística, pero el Estado no ha cumplido con los

    acuerdos.

    El quehacer antropológico debe fortalecer el capital humano de los pueblos

    indígenas y de las sociedades marginadas del país, para que ellos mismos puedan

    construir sus propios modelos. Así el Centro de Investigaciones y Estudios

    Superiores de Antropología Social (CIESAS) inició en los años setenta un programa

    de etnolingüística que luego fue abandonado; pero se retomó en Oaxaca veinte años

    después en los ocho centros de investigación étnica y con cuadros profesionales de

    las propias regiones indígenas.

    MEGAPROYECTOS Y REASENTAMIENTOS 

    No cabe duda de que la antropología ha intentado influir en los grandes

    megaproyectos. Cuando la Comisión del Papaloapan planeó y construyó las presas

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    del Cerro de Oro y del Papaloapan, varios antropólogos participaron en forma

    directa, pero sus recomendaciones fueron ignoradas. El resultado fue el reacomodo

    de miles de chinantecos y mazatecos que dejó una huella negativa para la historia

    de los pueblos indígenas de Oaxaca y los reclamos de éstos se mantienen aun en

    nuestros días.

    Sin embargo, las últimas experiencias, la construcción de las presas de

     Aguamilpa en la región huichola y la de Zimapán en la región otomí de Querétaro

    demuestran que el criterio antropológico amortigua y resuelve muchas

    contradicciones sociales que han provocado estas obras de beneficio nacional , que

    afectan en mucho a la gente que vive en estos territorios. Pero ello se logró

    mediante la presión ejercida a la resistencia de los directivos de la Comisión Federal

    de Electricidad (CFE) por parte del Banco Mundial (BM), quien, a su vez, fue

    presionado por la Sociedad Antropológica Internacional (The World Bank 1991).

    Estos proyectos no deberían afectar y dañar la vida de los pueblos y comunidades,

    sino apoyar la construcción de alternativas de vida propia y desarrollo regional

    autónomo.

    No obstante, estas experiencias no modificaron las prácticas autoritarias

    tradicionales. Hoy se mantiene el modelo tecnocrático, injusto, que dio nacimiento a

    la presa La Angostura en Chiapas o recientemente al caso del aeropuerto de Atenco

    en el Estado de México. A Ángel Palerm le correspondió, junto con un grupo de

    antropólogos, formular ciertas recomendaciones que pretendían aminorar el impacto

    de tal megaproyecto, pero no fueron tomadas en cuenta. Muchos de los conflictos

    generados se expresan en los planteamientos del Ejército Zapatista de Liberación

    Nacional (EZLN) y en los acuerdos de San Andrés Larráinzar.

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    Todas estas experiencias me llevan al siguiente planteamiento: La visión y

    proyección antropológica es la de un mundo que cambia y evoluciona no en forma

    lineal sino multilineal, en donde diversos tipos de vida quedan incluidos en un

    proyecto de sociedad humana y no excluidos como en el modelo hegemónico y

    autoritario que están tratando de imponernos desde las metrópolis neocoloniales y

    globalizantes.

    La reconstrucción de la credibilidad de los pueblos y comunidades estará

    fincada en la preparación más puntual y especializada de los antropólogos. Nuestra

    ciencia tiene que generar sistemas de capacitación social y técnicas de asesorías

    para las comunidades, gobiernos locales y nacionales; así como implementar

    metodologías y técnicas que permitan el diseño de los proyectos, su monitoreo y

    evaluación en forma sistemática y analítica.

    Para lograr la credibilidad de la población habrá que forzar el cambio: una

    planeación regional autogestiva frente a los modelos centralistas y paternalistas. La

    interacción entre antropología, economía y sociología debe de ser una constante

    para lograr dicho cambio y preparar a los antropólogos aplicados de este siglo (Ervin

    2000).

    Oaxaca, Oaxaca, octubre de 2006.

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