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1 Seminário Internacional Fazendo Gênero 11 & 13th Women’s Worlds Congress (Anais Eletrônicos),
Florianópolis, 2017, ISSN 2179-510X
LA SOBERANÍA ALIMENTARIA DESDE Y PARA LAS MUJERES EN
AMÉRICA LATINA: LOS CASOS DE BOLIVIA Y URUGUAY
Marta Chiappe Hernández1
Ana Dorrego Carlón2
Bishelly Elías Argandoña3
Resumen: El actual sistema agroalimentario está provocando graves consecuencias para el mundo
rural, en especial para las mujeres como principales discriminadas e invisibilizadas de dicho sistema.
Como forma de contrarrestar esta tendencia, la Soberanía Alimentaria se presenta como una
propuesta no sólo para relocalizar, humanizar y naturalizar la alimentación sino también para promover
una igualdad efectiva y real entre hombres y mujeres. A partir de dos investigaciones llevadas a cabo
en Bolivia y en Uruguay, en la presente comunicación pretendemos analizar los marcos teóricos
en los que se sustenta la propuesta y conocer la relación y aportes de las mujeres rurales a la
misma. Con este propósito, se recorre de manera comparativa entre los dos países las estrategias,
expectativas y aspiraciones que poseen estas mujeres de cara al futuro, con ánimo de encontrar
similitudes y aprendizajes comunes de la compleja situación que viven las mujeres agricultoras en
diferentes regiones de América Latina.
Palabras-clave: Soberanía alimentaria, Mujeres rurales, América Latina
En la actualidad el sistema agroalimentario, como el resto de sectores económicos, viene
definido por concepciones capitalistas aplicadas a la producción y las teorías neoliberales aplicadas al
comercio, conjugadas con la denominada globalización. La diferencia con otros sectores radica en
que la alimentación es una necesidad y un derecho básico reconocido a través de infinidad de tratados
internacionales4; no obstante en la práctica es tratada como una mercancía más que compite en el
intrincado juego del mercado internacional.
Desde que con la denominada Revolución Verde se instaurara en la agricultura en la
segunda mitad del siglo pasado con una lógica capitalista de aumentar la productividad y la
producción, se ha ido implementando un modelo de agricultura que no tiene en cuenta las
1 Departamento de Ciencias Sociales, Facultad de Agronomía Universidad de la República, Montevideo, Uruguay. 2 Facultad de Geografía e Historia, Universidad Complutense de Madrid, Madrid, España. 3 Universidad Privada Boliviana, La Paz, Bolivia. 4 Carta de las Naciones Unidas de 1945, Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de 1966, etc.
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especificidades ni las necesidades locales y que es crecientemente llevado a cabo por grandes
empresas.
En este sentido, la aplicación de la lógica capitalista a los sistemas de producción,
distribución y consumo de alimentos ha generado algunas consecuencias significativas como son:
El incremento de las personas que sufren hambre crónica en el mundo al desviar una parte
importante de la producción de alimentos hacia los agrocombustibles
La expulsión del campesinado de sus tierras dándose los fenómenos de acaparamiento de
tierras y recursos, de proletarización y de migración
Pérdida de biodiversidad cultural
Concentración del poder en pocas manos
La degradación de los ecosistemas agrarios que provoca la insostenibilidad del modelo
agroindustrial
Ante esta situación es que, a mediados de los años 90, surge la propuesta de la Soberanía
alimentaria SbA, como planteamiento alternativo prometedor, desde las organizaciones de La Vía
Campesina (LVC a partir de ahora). Así lo expusieron en 1996 en México, durante su segunda
conferencia internacional, cuando se habló por primera vez de este concepto: “Nos une el rechazo a las
condiciones económicas y políticas que destruyen nuestras formas de sustento, nuestras comunidades,
nuestras culturas y nuestro ambiente natural. Estamos llamados a crear una economía rural basada
en el respeto a nosotros mismos y a la tierra, sobre la base de la soberanía alimentaria, y de un
comercio justo”.
La Soberanía Alimentaria, por tanto, no es un concepto académico sino el resultado de un proceso
de construcción colectivo, participativo, popular y progresivo que se ha ido enriqueciendo en sus
contenidos como consecuencia de un conjunto de debates y discusiones políticas iniciadas en el proceso
mismo de conformación de LVC y que plantea que “el alimento no es una cuestión del mercado, sino
una cuestión de soberanía” (Montecinos, 2011).
La Soberanía Alimentaria se ha definido como el conjunto de derechos de los pueblos a definir
sus propias políticas de agricultura y alimentación materializándose en el derecho a decidir cómo
organizar la producción y cómo organizar la distribución y consumo de alimentos, de acuerdo a las
necesidades de las comunidades, en cantidad y calidad suficientes, priorizando productos locales y
variedades criollas (Vía Campesina, 2007).
Los componentes clave de la propuesta de la Soberanía Alimentaria son, por tanto: el
derecho a la alimentación, la valoración del campesinado y de los/as productores/as, la producción
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local y el control de la misma, y la sostenibilidad medioambiental. Cada uno de estos componentes,
tienen importantes dimensiones de género que han sido a menudo puestas en relieve, sobre todo,
por mujeres de las bases.
En cuanto a la vinculación entre Soberanía Alimentaria y el papel de las mujeres resulta
clave la discusión sobre los modelos productivos. Una parte importante se sustenta en el
reconocimiento y valoración de la contribución de las mujeres en el proceso de creación y pervivencia
de los modelos campesinos, base para la Soberanía Alimentaria (León, 2010; Mundubat, 2012).
La valoración de los conocimientos de las mujeres en la agricultura, la alimentación y la gestión
de la vida, implica la transformación de los estereotipos generados por el capitalismo y el patriarcado,
para que ellas puedan, al fin, alcanzar su calidad de sujetos políticos y sociales. Para lograrlo, como
señala el manifiesto sobre Soberanía Alimentaria de la Marcha Mundial de las Mujeres, “el camino es
reconocer que la sustentabilidad de la vida humana, en la cual la alimentación es una parte
fundamental, debe estar en el centro de la economía y de la organización de la sociedad” (García
Forés, 2011).
Durante las diversas asambleas llevadas a cabo por LVC se han ido destacando algunos aspectos
de la situación que afrontan las mujeres en las áreas rurales de todo el mundo. En este sentido, en su
última declaración durante la IV Asamblea Internacional de las Mujeres de LVC (6-7 junio de 2013,
Yakarta, Indonesia) se puso especial énfasis en una serie de puntos (Via Campesina,
2013):
Acceso a la tierra como parte central de los derechos de las mujeres campesinas e indígenas
en igualdad de condiciones a los hombres y mediante una Reforma Agraria Integral
Ejercer la Soberanía Alimentaria con Justicia de Género para lo cual es necesario
valorizar en todas sus dimensiones el rol de las mujeres en el desarrollo “agro-cultural”,
revalorizar las relaciones de trabajo y poder en las familias y en los propios movimientos y
valorar el carácter económico-productivo de la reproducción y la producción de alimentos
por parte de las mujeres
Construir un proyecto político descolonizador y despatriarcalizador que avance hacia una
nueva visión del mundo sobre los principios de respeto, igualdad, justicia, solidaridad, paz y
libertad.
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Soberanía Alimentaria desde las mujeres en Bolivia y Uruguay
El caso de Bolivia
Bolivia, de acuerdo al Censo Nacional de Población y Vivienda CNPV 2012, tiene una
población de 10.059.856 personas (50,1% son mujeres y 49,9% hombres), de las cuales un 48 % se
autodefine como indígena (76% en el caso de las mujeres rurales). Se trata, además, de una población
predominantemente urbana ya que esta representa 67,34 % frente a 32,66 % de la rural (52,1% son
hombres y 47,8% son mujeres).
Existen 871.927 unidades productivas agropecuarias UPA (INE, 2015), de las cuales alrededor
de 58,2% son menores a 5 hectáreas. Del total de UPA en este tramo (0,01-4,99 hectáreas),
45,4% tiene menos de 1 hectárea de tierra, ya sea en propiedad o usufructo.
En esas pequeñas unidades familiares y en medio de relaciones comunitarias viven cerca de tres
millones de personas. La gran mayoría de estas pequeñas unidades productivas y sus familias vive en
las regiones de altura de Valles y Altiplano de la región andina occidental y ocupan tan sólo el 15% de
la superficie arable del país y disponen (en propiedad o usufructo) del 2,1% del total de la superficie
declarada por las UPA del país (INE, 2015).
Aproximadamente entre 60 y 80% de la producción campesina es destinada a la venta en el
mercado, aportando a la seguridad alimentaria de la población rural-local, pero también urbana de la
región (VDRA, 2011 citado por CIPCA, 2015), además, alrededor de 45% de los ingresos de estas
familias provienen todavía de actividades agropecuarias siendo el ingreso monetario en el campo de
menos de 300 dólares por persona y año (Banco Mundial, 2007).
Bolivia es uno de los países de mayor población rural de la región latinoamericana y gran parte
de la pobreza se focaliza sistemáticamente en el medio rural (55%), asociada de manera crítica y
persistente con la etnicidad y el género.
Además, la agricultura familiar campesina ha estado fundamentalmente enfocada a la
producción de alimentos tradicionales propios de las distintas zonas agroecológicas del país. Es,
además, una producción agrícola que, por lo general, se encuentra diversificada y se combina con la
actividad pecuaria y en la que gran parte de lo que se produce se destina al consumo de las propias
familias campesinas, aunque es también común la generación de excedentes para su comercialización.
La fragilidad de las condiciones estructurales en el sector campesino e indígena y de las
estrategias y medios de vida adoptados para sobrellevarla, hace que la pequeña agricultura comunitaria
tienda a quedar sistemáticamente en manos de las mujeres. El crecimiento en el número de hogares
rurales con mujeres ostentando la jefatura de los mismos (31,5%,) (INE, 2015), la creciente población
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femenina en el sector rural y el aumento de la participación de mujeres en la agricultura, son algunos
elementos que permiten sugerir que la feminización del sector rural es una realidad. Sin embargo, este
fenómeno no ha sido aún muy estudiado en el país. Aún así, hay algunos datos: del total de
mujeres rurales, 71,67% (según el CNPV) son mujeres que participan en la actividad agropecuaria.
Llama la atención, no obstante, que el porcentaje de mujeres participando en la producción
agropecuaria (como trabajadoras asalariadas y no asalariadas) aún es inferior al de los hombres:
38,6% vs. 61,4 % en la campaña agrícola 2012-2013 (CEDLA, 2016). Sin embargo son datos que
subestiman la realidad del mundo rural ya que un elevado número de mujeres se registran como
“inactivas” constituyendo un universo invisible, puesto que otros registros sobre usos del tiempo ponen
de manifiesto el elevado número de horas de trabajo que las mujeres destinan a la producción de
autoconsumo.
Otro dato que muestra “la feminización de la agricultura” es el relativo al incremento del
porcentaje de mujeres a cargo de unidades productivas, ya sea como consecuencia de un incremento
de la emigración de los hombres por periodos prolongados, de la mayor participación de éstos en
actividades económicas no agropecuarias o de un aumento del abandono de los hogares por parte de
los hombres.
Según FAO, entre 8% y 30 % de las unidades productivas agropecuarias en América
Latina y el Caribe están a cargo de mujeres. En Bolivia, este porcentaje es del orden del 25 % (INE,
2015) situándose entre los países con mayores porcentajes de unidades productivas a cargo de mujeres.
De igual manera, el número de hogares con jefes de hogar hombres ha crecido a un ritmo mucho menor
que los encabezados por mujeres. Esto ratifica el papel cada vez más visible de las mujeres en los
hogares rurales y de que, sobre todo en regiones del Altiplano y Valles, el área rural esté
“feminizándose”.
En relación a la participación social, los datos del Censo muestran el creciente rol de las mujeres
en las organizaciones de productores/as. No obstante, y aunque no se refleja en los datos del Censo,
aún siguen relegadas en lo que respecta a su participación en la toma de decisiones como dirigentes.
En cuanto a la tenencia de la tierra, según datos del INRA (2009), el acceso por parte de las
mujeres se ha incrementado en régimen de copropiedad. No hay mucha información al respecto en el
Censo; si embargo, el análisis de los datos recogidos en el marco de la tesis de doctorado “Las mujeres
en los sistemas de producción bajo principios agroecológicos en Bolivia”, muestra que, en general, la
propiedad de la tierra no está en manos de las mujeres y que sólo aproximadamente 16% de las mujeres
tiene un tamaño de parcelas igual o superior al promedio de su zona (Dorrego, 2017).
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Bolivia es uno de los dos países en América Latina, junto con Ecuador, que ha incluido como
objetivo en su Constitución Política del Estado (CPE), el logro de la seguridad y soberanía alimentarias
a través de su política de desarrollo rural. Por ello se puede decir que el país presenta un contexto
favorable para que desde las mujeres se pueda pensar en alcanzar la soberanía en los distintos niveles
territoriales (Elías, 2012).
La Confederación Nacional de Mujeres Campesinas Indígenas Originarias de Bolivia
“Bartolina Sisa”, como organización representativa de las mujeres del campo—fundada en 1980—
mantiene una relación cercana con las familias campesinas y las comunidades, enfrentando en su
cotidianidad el desafío de alimentar a sus familias e hijos/as, de cuidarlos/as, de vivir las
limitaciones de la agricultura familiar, los efectos nocivos de agentes químicos sobre los suelos y
los alimentos, así como de las influencias climáticas en su producción. Además son las inmediatas
guardianas de los sistemas productivos ancestrales y del manejo sostenible de los recursos. De ahí
su particular interés en desarrollar la temática alimentaria y productiva e incidir sobre ella ante las
autoridades locales y nacionales, ante otras organizaciones y/o ante la sociedad.
En este sentido, como parte de LVC, basándose en un análisis de su propia realidad y del
proceso de cambio gubernamental, realizaron una definición propia de la soberanía alimentaria (en
“Fundamentos para la Ley de Soberanía Alimentaria.” Comunicado de la CNMCIOB BS (2009/2010)
estableciendo una serie de pilares en los que la SbA debía fundamentarse: derechos de la Madre Tierra;
derecho humano a la alimentación; descolonización del consumo y promoción de alimentos nativos;
derecho al uso sostenible de los recursos naturales: agua, tierra y bosques; acceso a recursos
productivos por parte de las familias campesinas indígenas; derecho e intercambio de prácticas
ancestrales y tecnología apropiada para un sistema de producción sostenible y diversificado; acceso a
precios justos y mercados locales/nacionales; rol de la mujer para la soberanía alimentaria e
implementación del control social para la soberanía alimentaria.
Asimismo, la experiencia de trabajo con proyectos de incidencia política con mujeres
rurales desarrollados por ONGs como REMTE-Bolivia han logrado que las mujeres reconozcan el rol
económico que tiene su trabajo reproductivo y productivo, y en el derecho a la tierra, en la producción
ecológica, en el consumo de alimentos sanos y en el cuidado del ambiente su soberanía alimentaria
(Elías y Dorrego, 2014).
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El caso de Uruguay
En Uruguay ha existido históricamente en zonas rurales un predominio de la población
masculina sobre la femenina. Si bien el desequilibro por sexo y la ausencia de mujeres es un rasgo
generalizado en las áreas rurales de muchos países, el caso de Uruguay es uno de los más altos del
mundo. A partir de 1975, se ha producido una continua migración desde áreas rurales hacia los centros
poblados. Si bien la proporción de hombres y mujeres a nivel nacional ha permanecido casi constante
desde 1963. a población masculina en las áreas rurales ha sido siempre mayor que la femenina. Para
el año 2011el número de mujeres rurales alcanzaba 76.855, representando43.8% de la población rural,
4.5% de la población femenina del país y 24% de la población total (INE, 2012). Casi la mitad de las
mujeres rurales (39.257) residían en las casi 45 mil explotaciones mayores de 1 ha relevadas en el
Censo Agropecuario, representando 36.7% de la población agrícola (DIEA,
2013). Estas cifras revelan que las mujeres en su mayoría no solo se encuentran excluidas
del mercado laboral de las áreas rurales sino marginadas socialmente dentro del área productiva. La
menor proporción de mujeres en relación a los hombres en el campo se atribuye, por un lado, a la
predominancia de la ganadería extensiva en el país, la cual ocupa cerca de 80% de la superficie
productiva, y por otro lado, a pautas culturales establecidas y fuertemente arraigadas, que excluyen a
la mujer de la producción agropecuaria de mayor escala. A esto se suma la constante disminución de
predios familiares que se produce a partir de la década del 1960, con el consiguiente impacto en el
desplazamiento de hombres y mujeres del campo.
En relación al trabajo asalariado, según la Encuesta Continua de Hogares del año 2011,
5,2% de las mujeres y 14,7% de los hombres ocupados en alguna actividad económica trabajaban en
agricultura, ganadería y silvicultura (INE, 2012). Sin embargo, en los últimos 10 años ha ocurrido un
crecimiento porcentual en la participación de las mujeres en el trabajo asalariado agrícola, atribuible
principalmente a una mayor demanda en agroindustrias en crecimiento. Por ejemplo, el crecimiento
de la producción de frutas frescas como arándanos y de la forestación ha traído como consecuencia que
las mujeres se empleen en tareas de cosecha y empacado (en caso de frutas) o de manejo de las plantas
de viveros para las cuales socialmente son consideradas más aptas que los hombres por la destreza
manual que implican estas actividades (Tubío, 2014; Vázquez, 2011). Además, tal como sucede en
otros países de América Latina a nivel de la producción intensiva, en Uruguay se está dando una
tendencia a que la mujer rural que vive en un predio familiar salga a trabajar durante un periodo del
año en forma zafral, ya sea para la cosecha de fruta, para realizar trabajos en los tambos, o para
emplearse en cultivos hortícolas, especialmente los que se producen en invernáculo (Mascheroni,
2016).
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La ausencia de datos estadísticos y de estudios abarcativos en profundidad sobre la participación
de las mujeres en las actividades productivas no remuneradas es un obstáculo a la hora de identificar
de qué manera las mujeres contribuyen a la producción de alimentos y a la soberanía alimentaria a nivel
nacional. A partir de estudios puntuales realizados en distintos rubros y zonas del país, se conoce
que las mujeres participan principalmente en explotaciones familiares dedicadas a la producción
hortícola, frutícola y lechera, y dentro de la ganadería, a las que se dedican a ganado de cría. Si bien se
desempeñan en diversas tareas, se concentran en mayor medida en actividades de manejo de ganado o
que implican destreza manual, y las labores de cosecha y post-cosecha (secado, almacenamiento,
embolsado y pesaje). En cambio, las mujeres participan menos que los hombres en actividades que
requieren cierto nivel de capacitación y especialización y que son culturalmente reservadas a los
hombres, como por ejemplo la aplicación de agroquímicos o la utilización de maquinaria para el manejo
de los cultivos, la comercialización de los productos o las que implican decisiones financieras. Las
actividades de índole reproductiva (preparación de comida, lavado y limpieza, etc.) están en su mayoría
a cargo de las mujeres. En cuanto a las actividades comunitarias, las mujeres participan en aquellas
relacionadas con el bienestar social, pero en mucho menor grado en las organizaciones de productores.
Se observa también una correlación entre el tamaño de establecimiento y el aporte de la mujer a la
producción, siendo mayor la participación en los establecimientos de menor tamaño (Mandl, 1996;
Chiappe, 2001; Peluso, 2011).
En relación a la tenencia de la tierra, si bien en Uruguay no existen impedimentos legales para
que las mujeres puedan acceder a su propiedad, existe un fuerte sesgo de género en este sentido.
En total, las mujeres son titulares del 237% de las explotaciones registradas en el Censo y ocupan
21.1% de la superficie explotada, teniendo una mayor representación en los estratos más pequeños. Así,
63,8% de los establecimientos con titularidad femenina tienen menos de 100 ha y del total delos
titulares con establecimientos de menos de 100 ha, las mujeres son 24.7% (en propiedad exclusiva o
con otra forma de tenencia), mientras que son 11.6% de los productores con establecimientos de más
de 5.000 ha. Por otro lado, es interesante resaltar que de las 6 explotaciones registradas de más de
10.000 ha, 2 están en manos de mujeres.1
A pesar del contexto desfavorable para la inserción de las mujeres en el sector agropecuario, en
los últimos 20 años, las mujeres rurales han abierto espacios de participación a través de la creación de
formas asociativas, como forma de paliar el aislamiento y generar oportunidades de inserción
económica y social. Desde estas organizaciones, mediante la búsqueda de alternativas productivas y la
1 El Censo Agropecuario de 2011 registra en total 44.781 explotaciones, de las cuales 38.395 (85,7%%) están en manos de personas
físicas y ocupan 52,8% de la superficie del país. Es llamativo que sólo 6.386 explotaciones (en su mayoría personas jurídicas, de las
cuales no se conoce su nacionalidad ni cómo están integradas) ocupen casi la mitad de la superficie del país.
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implementación de actividades de carácter social y comunitario , las mujeres han logrado canalizar sus
aspiraciones y mejorar no sólo su calidad de vida sino la de sus familias, (Chiappe, 2014; Luis
Garmendía, 2011). La confluencia de saberes e intereses comunes y el desarrollo de capacidades en
los distintos grupos a lo largo del tiempo dieron origen al desarrollo de emprendimientos grupales
tales como elaboración de conservas de alimentos, quesos, cultivo y envasado de hierbas aromáticas y
medicinales, cría de animales, extracción de miel, tejido y artesanías, entre otros, así como a la
adquisición de habilidades de negociación, comercialización y de gestión organizacional. La
elaboración de productos que contribuyen a la generación de ingresos para las mujeres y sus familias a
partir del aprovechamiento de recursos locales y el desarrollo de actividades comerciales innovadoras,
de carácter grupal y basadas en relaciones de cooperación y de fomento de la a nivel de las áreas
rurales, constituyen aportes claves a la soberanía alimentaria del país. La participación en los grupos y
el nucleamiento en organizaciones ha repercutido no sólo en el empoderamiento de las mujeres rurales,
sino en un mayor protagonismo y visibilidad en la sociedad. Estos avances se reflejan en hechos como
que a partir del año 2005, las organizaciones de mujeres rurales se propusieron incidir en la agenda
política del gobierno, planteando sus demandas y aspiraciones en las instancias electorales6 así como
en diversas instancias de participación ciudadana y en ámbitos de definición de políticas económicas y
agropecuarias tradicionalmente pertenecientes al mundo masculino. Cada vez más, las mujeres rurales
están haciendo escuchar sus voces y reivindicando su rol como pilares de la producción de alimentos y
preservación de la biodiversidad. En un evento realizado el 27 de octubre de 20167, la presidente de
una de las organizaciones reclamó el reconocimiento del “rol protagónico de la mujer rural en la
producción agropecuaria y en la alimentación”, su valoración “como productoras y guardianas de
semillas nativas y criollas” y “defensoras, luchadoras y transmisoras de esos saberes que preservan
la biodiversidad”. Además, reivindicó la soberanía alimentaria que implica “defender nuestro
territorio”, conservar las semillas y evitar la contaminación y el derecho de los pueblos a definir su
política alimentaria y agraria independiente de los otros países (DGDR, 2016). Y otra de sus dirigentes
sostuvo: “Las mujeres rurales defendemos la soberanía alimentaria porque
6 En este sentido se destacan los documentos de AMRU: “Nuestra Propuesta para 1997” (1996); “Políticas Públicas
para la Mujer Rural” (1998); “Fortalecimiento del Rol de la Mujer Rural Uruguaya: Desarrollo con Equidad” (2001);
“Construyendo Nuestra Historia” (2003) (Chiappe, 2006) y de la Red de Grupos de Mujeres Rurales el documento
“Visiones, Propuestas y Recomendaciones de la Red de Grupos de Mujeres Rurales del Uruguay (1999) 7 “Mujeres Rurales, autonomía económica y seguridad alimentaria”, organizado por CEPAL conjuntamente con FAO,
REAF/MERCOSUR, MIDES/INMUJERES, MGAP/DGDR e INC
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consideramos que vamos a ser autónomas cuando podamos elegir con qué y cómo alimentar a
nuestras familias” (De los Santos, 2017). Si bien la toma de conciencia por parte de las mujeres rurales
en cuanto a su aporte a la soberanía alimentaria constituye un avance, para que ésta se consolide y se
sostenga, es clave que existan políticas públicas y cambios socio-culturales que promuevan una mayor
inserción de las mujeres en los territorios rurales.
Bolivia y Uruguay: similitudes, diferencias y recomendaciones
En ambos países se percibe una falta de información estadística y estudios que muestren las
características de los sistemas productivos al frente de los cuales están las mujeres, la contribución y
participación de éstas en la producción de alimentos así como el carácter económico de los trabajos
reproductivos y de cuidado que realizan, entre otros, quedando, de este modo, invisibilizadas.
Asimismo, existen diferencias en el reconocimiento de la participación de las mujeres en la
agricultura en ambos países, mientras que en la agricultura a gran escala y en la ganadería extensiva
(en Uruguay) se invisibiliza su participación, ésta se hace inminente en la pequeña agricultura familiar,
lo que nos lleva a confirmar la mayor participación de las mujeres o mayor visibilización de éstas
en la agricultura familiar o de pequeña escala.
En ambos casos, participan de manera mayoritaria en las organizaciones con fines sociales y
relacionadas con los roles social y culturalmente asignados. Y aunque en el caso boliviano se
observa una creciente participación de las mujeres en organizaciones de productores, aún existen
grandes limitaciones para el acceso a los cargos de toma de decisión. De igual manera, en ambos
países se constata limitantes en el acceso a los medios de producción como la tierra, y cuando existe
es menor en tamaño en relación a los hombres. En cuanto a los contextos políticos, si bien son
distintos, se perciben algunos cambios a nivel de la institucionalidad pública, en cuanto a promover
y otorgar una mayor visibilidad de los saberes y del rol de las mujeres en la producción de
alimentos y en la sostenibilidad de los medios de vida rurales, a través de programas de desarrollo
rural dirigidos a emprendimientos de mujeres rurales y el desarrollo de estadísticas con enfoque de
género.
A nivel de las organizaciones de mujeres rurales, se observa una visión de sostenibilidad, ética
del cuidado, seguridad y soberanía alimentaria presente en el discurso de las organizaciones de
mujeres campesinas en ambos países, así como la importancia de estas organizaciones para la
incidencia en políticas que buscan la soberanía alimentaria y sostenibilidad y para la generación de
ingresos que permitan una mayor autonomía económica a las mujeres.
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En función de los aspectos anteriormente señalados, proponemos tres ámbitos desde los que
sería importante definir estrategias para el impulso de los ejes definitorios de la propuesta de la
soberanía alimentaria con justicia de género: el productivo-comercial, el comunitario u organizacional
y el reproductivo. En este sentido se plantea, entre otras, la necesidad de:
Ø Promover el acceso a los medios de producción como la tierra y a otros activos, como el crédito
y la asistencia técnica, en igualdad de condiciones entre hombres y mujeres
Ø Facilitar el acceso de las mujeres productoras a los instrumentos de apoyo del Estado, aun
cuando no sean propietarias de la tierra (medios de producción)
Ø Transformar las instituciones para que sean más incluyentes y promover el trato horizontal y la
visión integral
Ø Apoyar la organización para planificar la producción y la comercialización en mercados locales
Ø Promover la responsabilidad compartida (corresponsabilidad) en la realización de los trabajos
domésticos y de cuidado de manera que las mujeres no vean limitadas sus posibilidades de formación,
participación en la toma de decisiones y en la esfera política
Ø Crear espacios que apoyen la auto-organización de las mujeres para su fortalecimiento como sujetos
económicos y políticos como paso previo para avanzar y consolidar la soberanía alimentaria como
acción política
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Food sovereignty from and for women in Latin America. The cases of Bolivia and Uruguay
Abstract: The current agri-food system is causing serious consequences for rural areas, especially for
women, who are severely being discriminated and invisibilized from the productive process. To
counteract this model, Food Sovereignty comes as a proposal not only for food relocation,
humanization and natural food production, but also to foster real and effective equality between men
and women. Based on two research studies carried out in Bolivia and Uruguay, in this paper we
intend to analyze the theoretical frameworks on which the proposal is based and to examine the
contributions that rural women of both countries make to food sovereignty. With this purpose, we
compare the strategies, expectations and aspirations that rural women of both countries have, with the
aim of identifying similarities and common lessons learned from the complex situation of female
farmers in different regions of Latin America.
Keywords: Food sovereignity, Rural women, Latin America