la catedral del anticristo

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- Fabio Delizzos

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  • Fabio Delizzos

    La catedral del Anticristo

  • ndice

    Prlogo

    PRIMERA PARTECaptulo 1Captulo 2Captulo 3Captulo 4Captulo 5Captulo 6Captulo 7Captulo 8Captulo 9Captulo 10Captulo 11Captulo 12Captulo 13Captulo 14Captulo 15Captulo 16Captulo 17Captulo 18Captulo 19Captulo 20Captulo 21Captulo 22Captulo 23Captulo 24Captulo 25Captulo 26Captulo 27Captulo 28Captulo 29Captulo 30Captulo 31Captulo 32Captulo 33Captulo 34Captulo 35

    SEGUNDA PARTECaptulo 36Captulo 37Captulo 38Captulo 39Captulo 40Captulo 41Captulo 42Captulo 43Captulo 44Captulo 45Captulo 46Captulo 47Captulo 48Captulo 49Captulo 50Captulo 51Captulo 52Captulo 53Captulo 54Captulo 55Captulo 56Captulo 57Captulo 58Captulo 59Captulo 60Captulo 61Captulo 62Captulo 63Captulo 64Captulo 65

  • Captulo 66Captulo 67Captulo 68Captulo 69Captulo 70

    EPLOGO

    NOTA DE AGRADECIMIENTO

    Crditos

  • Para Rosa

  • Muchas cosas aqu narradas no ocurrieron nunca; otras, s, y otras deben ocurrir todava.

  • Prlogo

    Turn, diciembre de 1888

    En piazza Castello aparece la suave aura de las farolas de gas: una corona de luz tenue, que por momentos se encoge y desaparece, engullida por la blancura intermitentede los rayos.

    Los perros salen disparados, asustados por el redoble de los truenos.La lluvia chisporrotea sobre los techos de los carruajes, que pasan veloces mientras el viento canta sobre las notas amortiguadas de las orquestillas encerradas en los

    cafs.Adis, otoo.Qu le sirvo esta noche, Herr Professor?El cliente reflexion unos instantes mientras mova los ojos como si quisiera repasar el men en el pensamiento; despus, con su seco acento alemn, respondi

    simplemente que tena ms apetito que de costumbre.Hay raviolis de carne recin hechos sugiri el joven camarero, con una cabellera vaporosa y unas patillas que le bajaban por los carrillos.Me parecen muy bien los raviolis.Se los traigo enseguida. Alis el mantel con la palma de la mano vestida de blanco y deposit una ejemplar intonso de la Gazzetta Piemontese.Prospero!S, profesor.Sabes que el peridico me aburre. No tienes ninguna historia que contarme?El muchacho le hizo seas para que esperara un poco. Transmiti el pedido a la cocina y volvi enseguida. Lanz un vistazo dentro para asegurarse de que el amo no

    lo estaba observando, extrajo un pequeo cuaderno del bolsillo y se puso a hojearlo.No dijo pasando la primera pgina. No desliz el dedo sobre la segunda y pas directamente a la ltima pgina escrita. Esta historia se la he odo a un

    tipo que estuvo sentado precisamente en esta mesa. Estoy seguro de que le va a gustar.Oigmosla, pues convino el profesor, preparndose para or con la expresin jubilosa que en realidad tena reservada para cuando llegaran los raviolis.Todas las noches, el sacerdote..., empez a leer el joven camarero, con un ojo en su interlocutor para comprobar la reaccin.El sacerdote? exclam el profesor alemn, saboreando anticipadamente la continuacin.El muchacho sonri y volvi a dirigir la mirada al cuaderno.

    El sacerdote aparece todos los das al anochecer, la cara blanca y lisa como mantequilla, con su sempiterna expresin radiante y feliz, enmarcado por las ventanas verdes de su balcn, y, con una mano levantaday la otra en su hbito negro a la altura del pecho, sobre la cruz, prorrumpe: Dios, yo te maldigo! . Un grito potente, furibundo. El aire atruena. Los gatos salen disparados a esconderse debajo de las calesas. Unanube oscura de palomas se eleva sobre el patio y se esparce sobre los tejados, dejando caer una lluvia de plumas, mientras el alzacuello blanco del sacerdote ahoga una poderosa voz de tenor. Me oyes, Creadordel universo? Yo te maldigo! . Feroz, fragoroso, todas las venas hinchadas. Un alud de improperios lanzado contra algo que un sacerdote debera adorar ms bien.

    El profesor rio a gusto.Ests seguro de que no te lo ests inventando?Completamente seguro, Herr Professor. Como le he dicho, lo he odo contar en esta mesa, y he tomado la debida nota.Prosigue, entonces.El muchacho sigui leyendo:

    Me consta haber llevado una cuenta bastante exacta de sus apariciones; he anotado todas a las que he tenido ocasin de asistir, con sus horarios correspondientes. De lo que he deducido que el sacerdoteendemoniado no se rinde nunca antes de pasada una hora. Despus, entra en la casa. Y nadie sabe cmo ni por qu se le permite vivir all, a pesar de su aficin a la blasfemia. Sentado en el escritorio, lo oigo todaslas tardes vomitar con todas sus fuerzas una lava de odio furioso contra el ms all; un ms all al que, de vez en cuando, hasta yo mismo me sorprendo dando las gracias por haber permitido la existencia desemejante musa en mi patio. El sacerdote escenifica enfurecido la ms feroz de las rebeliones contra el abismo. Grita desde la nada, pasando de una profunda concentracin o de una mirada ausente a la fuga enmenos de un segundo. Las escasas ocasiones en que interrumpe su letana de blasfemias es porque o bien l, o alguien dentro de l, decide dedicarse a monlogos delirantes pero no por ello carentes defascinacin.

    El camarero saba que a aquel cliente, el profesor Friedrich Nietzsche, no le iba a desagradar tanta blasfemia, pero no haba esperado que iba a ser aplaudido.Felicidades! profiri aplaudiendo. Excelente! Esta idea de ir robando historias por las mesas es realmente magnfica. Deberas reunirlo todo en un volumen, o

    incluso componer una novela con todo ello.El muchacho se inclin como un actor en el escenario.Est seguro?Segursimo, muchacho!Es un honor.Y ahora el profesor Nietzsche se atus su gran mostacho bigote y dej de rer, treme esos raviolis.

  • Primera parte

  • 1

    Lunes, 17 de diciembre de 1888

    El manso fluir del Dora, que en aquel punto se deslizaba entre dos orillas de arena gris, pareca haberse interrumpido de repente. Nadie oa ya el leve chapoteo de lasaguas, el perpetuo borboteo de la corriente.

    El ro pareca haber desaparecido.La atencin de todos estaba concentrada en un pequeo bulto blanco, del que sobresala la cabeza de un recin nacido; tena la cara contrada de dolor. Pareca an

    presa de una pesadilla espantosa.Como si se tratara de una cuna, las miradas incrdulas de los carabinieri estaban clavadas en la criatura que acababan de encontrar; sus ojos atnitos desprendan

    destellos de angustia.Levntalo orden el coronel Pural al teniente Coretti, el cual se arrodill, desliz delicadamente los brazos por debajo del cuerpecito y lo levant, dejando en el

    suelo la sbana que lo envolva.El mdico forense, doctor Ugo Rossini, lo examin con detenimiento.Presenta numerosas quemaduras en la espalda. Levntelo ms, por favor.El teniente obedeci.Aqu hay signos evidentes Agarr con dos dedos un bracito y lo gir para verlo por todas partes. Estas huellas Despus examin el cuello. Estos

    signos Y as sigui un buen rato, murmurando pensativo, incierto, explorando cada milmetro de piel del beb, un varn, desnudo e inmvil entre las manos deCoretti.

    Signos, huellas, pero de qu? pregunt bruscamente el coronel Pural con el rostro sombro y unos ojos recorridos por varios hilillos de sangre.El doctor Rossini se lo llev aparte y dijo entre suspiros:El pobrecito ha muerto como consecuencia de unas torturas horribles.Intenta ser ms claro.Presenta quemaduras por todo el cuerpo, especialmente en la espalda y en la parte posterior de las piernas. En los brazos hay marcas de manos adultas, que le han

    producido numerosas fracturas.Pural mir las articulaciones del nio, que se balanceaban de manera antinatural, para confirmar lo que le estaba diciendo Rossini.Lo han debido apretar con mucha fuerza.Podras determinar la hora y causa de la muerte?En cuanto termine la autopsiaPural lo interrumpi para volver a preguntarle:De lo que acabas de ver, puedes sacar ya alguna conclusin?El mdico dirigi la mirada hacia el pequeo cadver y se puso a meditar; era evidente que le costaba trabajo dar una respuesta racional.Se dira que unos adultos han estado torturndolo antes de intentar asarlo. Tiene el pelo completamente quemado, tambin en la parte frontal del crneo. La parte

    posterior es la que aparece ms quemada. Se llev una mano a la barbilla y sacudi la cabeza. No puedo afirmar nada con seguridad. En mi vida haba visto nadaparecido. Una cosa es cierta: no se trata de un accidente. Si un nio as de pequeo cae en el fuego, se queda ah hasta carbonizarse. Adems, las marcas lvidas, lasnumerosas fracturas Sinceramente, no s qu decir.

    En aquel instante, proveniente del ro, por entre los ramajos que se plegaban sobre el agua, se oy un grito sofocado.Coronel, coronel!Pural se volvi y se dirigi corriendo hacia la orilla hendiendo la niebla baja que se le arremolinaba alrededor de los tobillos.De qu se trata? grit.Otro ms! le respondi desde una barca rastreadora un carabiniere agitando un remo para sealar la posicin exacta.A Pural se le hel la sangre en las venas.Puedes cogerlo?Creo que s, coronel.De repente, el cielo, como para impedir el hallazgo de un segundo beb muerto, de una segunda vergenza, de una segunda afrenta a la eficacia de Pural, o al menos

    para hacerlo ms difcil como castigo, se nubl por completo, al tiempo que se levantaba un viento lleno de polvo, y el sol declinante, ya parcialmente engullido por elhorizonte, quedaba velado por un enorme prpado plmbeo.

    El primer trueno se oy tan cerca que hizo que todas las miradas se elevaran al cielo.Una gota le cay en la frente.Otra en los labios.Otra en un ojo, que se cerr de repente.Una rfaga de viento y una cascada de gotas, cual perlas desprendidas desde un collar roto.El temporal arreci.Subiendo, sin ayudarse de las manos, por el follaje viscoso, Coretti, con el cuerpo del beb an en los brazos, fue corriendo a ponerlo al abrigo hasta el carruaje que

    haba acudido desde la morgue.Se acercaba la navidad, y el teniente Coretti, que era un catlico ferviente hasta la ostentacin, pos sobre el asiento de madera el cuerpecito envuelto en la sbana

    arrugada, tristemente inmvil y entumecido en la oscuridad de aquella especie de gruta que era el habitculo del vehculo, y vio un pesebre de muerte.

  • 2

    Las nubes bailaban en lo alto de la Mole Antonelliana, la edificacin ms alta del mundo.Debajo, los rayos temblaban en la niebla cual ascuas debajo de la ceniza. Una sombra deforme se deslizaba rpida sobre los muros.El espectro de un hombre vestido con una ajustada capa negra, la cara casi completamente cubierta por una bufanda, la cabeza baja y cubierta por una chistera,

    avanzaba deprisa pero se detena a menudo, amenazando con caerse a cada paso en la calle mojada. Se confunda con la oscuridad hmeda, fragmentada aqu y all porlas manchas de luz amarilla que bajaban del alumbrado urbano.

    Al final de la calle, dos pequeos cubos luminosos, oscilantes, se volvan cada vez ms grandes. Tras calcular con fatiga, el hombre dedujo que se trataba de unosfaroles que se dirigan hacia l. Supuso que se trataba de dos guardias urbanos. Tena unas ganas enormes de vomitar, de arrancarse la cabeza para que le cesara el dolor.Vacil. Impact con el hombro en la pared, llevndose ipso facto varios trozos de cal desprendida. Haciendo un esfuerzo extremo, consigui enderezar la espalda. Seapart de la boca la bufanda negra y tom aire; unas respiraciones muy pequeas, precursoras infalibles de la muerte. Escupi al suelo y mir hacia delante. Los cubosamarillos tenan ahora un color ms intenso; casi se poda distinguir la llama en su interior. Le quedaba una esperanza: que no fueran guardias. Pero las lgrimas densasque le inundaban los ojos le nublaron la imagen. Tambalendose, fue a dar a la otra parte: unos desconchones se despegaron de la pared como y junto a lassalpicaduras de vmito que le salan de la boca, por debajo de la bufanda. Tena los labios lvidos, la lengua mojada de saliva fra y salada. El estmago le arda, leoprima.

    Los faroles seguan acercndose a ritmo lento, cansino: dos hombres con botas. S, eran guardias urbanos.Su respiracin se volvi ms entrecortada todava. Las piernas ya no obedecan a su mandato de caminar; cedan con cada paso. Casi rozaba el suelo con las rodillas; a

    ese paso, tendra que andar a gatas para conseguir avanzar un poco. Tropez. Unos resplandores dbiles se encendieron en su conciencia, unas conexiones exhaustas delpensamiento; se dio cuenta de que iba a caer de bruces; o tal vez no: tal vez iba a caer de lado y a desplomarse junto a la pared en aquella parte ms oscura de la calle.Tal vez con un poco de suerte iba a terminar en aquella parte de la pared ms oscura, un rectngulo negro que pareca una puerta, antes de la siguiente farola.

    Eso esperaba, pues si superaba aquella farola sera el final.En aquel momento, lo nico que importaba era impedir que un haz de luz lo revelara a los guardias. Habran encontrado un cuerpo sin vida y, al acercarse ms,

    habran visto.Hizo un ltimo esfuerzo. Se dej caer con todo su peso; se le entrelazaron los pies, pero consigui dar dos pasos ms laterales, por suerte. Bajo la bufanda llena de

    espuma amarillenta que le suba del estmago aflor una dbil sonrisa: se desplomara en medio de la sombra. Una vez en el suelo, los guardias lo confundiran con unvagabundo o un borracho y tal vez pasaran de largo.

    Se estaba cayendo, consciente de que ya no volvera a levantarse.Caa, y al chocar su cuerpo contra el muro, sigui cayendo. Y sigui cayendo tambin con la pared a sus espaldas; consigui adelantar un pie y prolongar as la cada

    unos metros. Ahora vea la realidad invertida con respecto a unos segundos antes. En lugar de una pared clara con un rectngulo oscuro en el centro, vea una pared negracon un rectngulo luminoso. Se percat: estaba viendo un segmento de callejn iluminado por las farolas. Haba entrado en un porche sin luz.

    Cay golpendose la cabeza y vomitando materia luminiscente. El sombrero cay rodando. Con un ltimo esfuerzo, se apoy en un codo y mir hacia la calle. Dosguardias urbanos empuando sendos faroles atravesaron riendo el rectngulo luminoso. No se volvieron. No se haban dado cuenta de nada. Le pareci una fotografaanimada.

    La imagen se difumin antes de desvanecerse.

  • 3

    Tras una larga jornada en el caf Giardino transportando bandejas cargadas de vasos y respirando humo de tabaco, y tras dejarse la vista leyendo las pginas de un viejolibro de astrologa comprado en el Balon, Prospero estaba intentando dormir. Pero su vecina, la seora Maria, se haba propuesto una vez ms que aqulla era la horams indicada para ponerse a buscar uno de sus gatos llamndolo a grito pelado.

    Prospero se volvi al otro lado, meti la cabeza bajo la almohada y la apret contra las orejas.Iside!De no ser por ciertas rarezas y sobre todo por las noches en que lo molestaba llamando a sus numerosos gatos, la seora Maria hasta le habra cado simptica. No

    haca mucho tiempo que Prospero viva en aquel inmueble, donde Maria viva desde que fuera nia, pero conoca bastante bien a todos los inquilinos, y ella era sin dudala nica con la que le habra gustado intercambiar unas palabras de cuando en cuando. Pero no se lo permita. La evitaba por miedo a que la cordialidad pudiera servirlede coartada a su mala educacin, a que se sintiera libre para molestar al vecindario todo lo que se le antojara. Deba comprender que armar jaleo de noche no era propiode personas civilizadas. Por eso haba decidido dejar de saludarla.

    Iside!Su aversin hacia aquella mujer tena unas causas bien precisas, y lo mismo caba decir de ese poquito de simpata que tambin senta hacia ella. Debera existir algn

    tipo de relacin entre personas interesadas por las mismas cosas, un inters que por cierto uno se ve obligado a ocultar a menudo. Por eso, saber que con ella habrapodido hablar libremente del libro que estaba leyendo, de la manera como se fabrica un amuleto, de la inscripcin de un talismn eficaz, de cmo se echa un mal de ojo ocmo se cura, era un motivo suficiente para trabar amistad.

    Iside!Pero ahora mismo la odiaba ms que nunca. Quera dormir. El pensamiento de enfrentarse a otro da de duro trabajo sin haber descansado lo suficiente lo pona de los

    nervios.S. Mejor no haber trabado amistad con ella.Sinti la tentacin de levantarse y asomarse para soltarle cuatro cosas, pero apret ms aun la almohada contra la cabeza.Iside!Aquello no era justo, la verdad.Como si no tuviera ya bastante con soportar todo el da las lamentaciones de los parroquianos y sus particulares ocurrenciasIside! Dnde te has metido?Estruj ms aun la almohada y se tap la cabeza con las mantas. Empez a sudar, cada vez ms nervioso. Se levant como un resorte y se sent en la cama. Encendi

    un fsforo y con mano temblorosa lo aplic a lo que quedaba de vela en la mesilla de noche.Iside!Estaba furioso.Le aumentaron las ganas de asomarse a maldecirla.S, se iba a levantar. Si Maria hubiera llamado otra vez al gato, se habra armado la marimorena.Se puso a escuchar, los dientes apretados. Ah! Ya no llamaba Maria a Iside? Tal vez haba entrado en la casa y se haba acostado.Ah, no, seor! Prospero prefera ahora que hubiera seguido gritando. La frustracin no le gustaba. La idea de tener que tragarse toda aquella rabia lo puso ms

    nervioso todava.Pero Maria pareca haberse callado. Bueno, pens, tal vez sea mejor as. Suspir, se encogi de hombros y poco a poco el cansancio lo convenci de que lo mejor era

    sumergirse de nuevo bajo las mantas.Volvi a afinar el odo. La paz de la noche.Por fin haba silencio fuera.Alis la almohada y pos sobre ella la nuca. Mir al techo apenas iluminado por la vela moribunda y, dejando vagar los pensamientos entre las sombras, esper a que

    el sueo volviera a acariciarle la mente.Sinti que los prpados empezaban a pesarle y sonri.Ya se haba dormido cuando oy a Maria lanzar un grito desesperado, y luego otro, y despus una serie interminable de exclamaciones desgarradoras. Maria estaba

    pidiendo ayuda. Estaba aterrorizada.Dios mo, Dios mo, aydame, Dios mo!Tal vez Prospero ya estaba soando. Durante unos segundos, hizo votos para que as fuera.Meti la cabeza debajo de la almohada.Socorro!Francamente, aquello no era justo.

  • 4

    Auxilio, socorro!Maria pareca haberse vuelto loca.Oh, Dios mo, Dios mo!Deba de haber encontrado algo no demasiado peligroso, pues llevaba varios minutos pidiendo ayuda.Finalmente, Prospero, rezongando como un caballo de tiro, decidi levantarse e ir a ver. Cogi la colcha y se la ech por encima. Sali.Recorri el permetro al que daban las viviendas de la planta superior. Pas delante de la vivienda de la seora Maria, adyacente a la suya, ech una ojeada al interior

    (la puerta estaba abierta), baj los pocos escalones por los que se acceda al patio y mir hacia las ventanas de arriba. En aquel mismo momento se corrieron muchascortinas. Claro, pens, la cosa no debe merecer su atencin. Probablemente, Maria haba encontrado muerto uno de sus gatos, y ya estaba l ah para ocuparse delasunto: los seores podan volver a acostarse... Sus labios se endurecieron de la rabia.

    Maria ya no vociferaba. Estaba gimiendo, de pie en un rincn del porche, con una mano tapndole la boca. Con la otra sealaba un bulto en el suelo, en un puntodonde la oscuridad era todava mayor.

    Seora Maria, qu ocurre?Maria estaba temblando. No consegua articular palabra.Siguiendo su dedo, Prospero distingui una sombra en el pavimento; pero estaba demasiado oscuro.Volvi deprisa a su casa por una vela.Frot el pulgar contra la cabeza del mixto, acerc la llama a la mecha y, armndose de valor, se acerc a la cosa oscura, despacio, sin respirar. El corazn se le haba

    subido hasta la garganta. Conforme se acercaba, el objeto fue tomando la forma de una persona tendida en el suelo.Virgen bendita! exclam Maria, aterrorizada.Vulvase a su casa! le intim.Toc el bulto con la punta del pie. Nada, ninguna reaccin.Vyase dentro!Estaba muerto?Maria no quiso verlo y se fue corriendo.Prospero coloc la vela encima de un poyo entre dos maceteros, al abrigo del viento, para que no se apagara. Protegindose con la colcha, se inclin sobre el hombre y

    lo sacudi con fuerza.Eh, oiga, seor!Nada, no respiraba.Seor!No se atreva a darle la vuelta para verle la cara.Junt las manos y sopl. Dio unos pasos atrs para comprobar si los vecinos seguan asomados. Era ms prudente compartir con algn testigo el descubrimiento de

    un cadver en el inmueble. Nadie iba a ayudarlo?La nica cabeza que permaneca asomada se retir al interior. La luz se apag.Se poda or a la seora Maria rezando el rosario dentro de su casa.Nadie bajaba a echarle una mano.Decidi volver a investigar el caso.Cual trapo al viento, la luz de la vela fluctuaba por el suelo envolviendo el cuerpo inmvil. Prospero recogi la chistera que haba salido volando, la mir y acarici el

    material. El hombre estaba bien vestido. Deba de tratarse de una persona importante. Vesta abrigo, pantalones de lana muy finos y unos zapatos relucientes. Lacabeza, completamente calva, estaba salpicada de una reverberacin luminosa, fra.

    Le puso una mano en el hombro y tir, listo para salir corriendo. Tena tanto miedo que estuvo a punto de actuar al revs: escapar antes de verle la cara. Tom aire,apret los dientes para que no le rechinaran y volvi a tirar con ms fuerza. El hombre permaneci unos segundos de costado, rgido, y despus, con un ruido sordo,qued boca arriba.

    Le quit la bufanda que le tapaba casi todo el rostro.La vela vacil, y en aquel momento Prospero vio, o crey ver, algo que lo hizo estremecerse y caer al suelo.Se incorpor masajendose las nalgas.Mir a ver si haba algn vecino asomado. No, no haba nadie. Todos haban vuelto a acostarse. Todos, menos l. El que ms lo necesitaba Qu le iba a decir por la

    maana al dueo del caf para justificarse?Nada.Se acerc un poco. Se detuvo. Sopl la vela.Aquello era lo ms increble que haba visto en su vida. No, no estaba soando, pues las nalgas le dolan de verdad, y el corazn le lata contra las costillas con una

    violencia tal que se habra despertado de estar realmente durmiendo.S, estaba despierto. Del rostro del cadver, lvido, rgido, con la boca abierta y los ojos cerrados, emanaba una luz. Tambin brillaba la materia espumosa que le sala

    de la boca.El patio se ilumin de repente, como si fuera de da. Se oy un trueno y al poco empez a llover. El olor a polvo mojado y el fro lo hicieron estornudarSe encontraba a cubierto, pero no saba qu hacer.Llamar a los Carabinieri?S, era lo mejor. Sin embargo, opt por lo peor. Lo devoraba la curiosidad. Se inclin sobre el hombre. Se frot las manos y, echando aliento en ellas, mir alrededor;

    acto seguido, desaboton el abrigo, el chaleco, y empez a registrar.No estaba robando, no lo hara nunca, encontrara lo que encontrara, por muy valioso que fuera.Simplemente senta curiosidad, una curiosidad por lo dems perfectamente legtima. Despus de todo, aquel hombre haba elegido su casa como lugar para morir; y,

    encima, reluca como una lucirnaga.Lo palp apresuradamente en busca de los ojales y los botones para descubrir lo que se esconda debajo. El hombre era todo pellejo y huesos. No respiraba. Pareca

    realmente muerto. Prospero era un manojo de nervios. Estaba a la vez excitado y atemorizado. Tena que darse mucha prisa: nadie deba verlo registrando a un cadver.Nunca haba tenido tanto miedo. Jadeaba, y el corazn le lata con tanta fuerza que todo el cuerpo temblaba a la vez. Pero tena que mirar.Era el momento ms indicado para hacer un conjuro, invocar la ayuda de un espritu amigo, apretar con fuerza un amuleto o recurrir a alguna magia.Pero no recordaba ni una sola.Para qu tantos libros comprados en el Balon, tantas noches pasadas en blanco leyendo y pensando en cosas que ahora de repente le parecan completamente

    intilesTron.Palp un objeto que pareca un envoltorio de lana y que encerraba algo pequeo y duro. Ms arriba, en el bolsillo interior de la chaqueta, toc algo que pareca un

  • sobre con una lmina o con papel muy grueso.Lo cogi. Tena las manos sucias de espuma luminiscente, con la que haba embadurnado tambin la ropa del pobre hombre.Los botones estaban manchados de luz.Huellas de luz por todas partes.Ahora sera imposible ocultar que alguien lo haba estado registrando.Deba ir corriendo a lavarse, a esconderse.Lo negara. l no haba hecho nada.Secundando su deseo de agua para borrar cualquier huella de su mala conducta, empez a llover con intensidad y los arroyuelos fangosos que discurran entre las

    grietas del adoquinado se desbordaron rpidamente. Estaba mojado hasta las rodillas. Trat de lavarse las manos en el suelo. Despus se dirigi a gatas hasta un charco,meti la cara y esper a que cayera otro rayo. Las gotas que le caan del pelo distorsionaran su imagen en la superficie del agua en cuanto sta apareciera. Se lo echpara atrs, atusndoselo con la palma de las manos, y esper.

    Susurr entre dientes:Un rayo, por favor!Despus de unos instantes, el cielo obedeci, crepit y se ilumin.Consigui verse reflejado unos instantes. Vio las numerosas rayas luminosas que le surcaban la frente. Se haba manchado al tocarse; tambin tena todo el pelo

    manchado de luz.Senta ganas de llorar y de rer al mismo tiempo.Ahora deba calmarse y ponerse a pensar. Tal vez fuera una buena idea arrastrar al muerto hasta la calle. La lluvia y la noche haran el resto. Por la maana, l ira a

    trabajar como siempre. Dira que no saba nada, que no se haba enterado de nada, que estaba durmiendo.Para saber lo que haba pasado aquella noche, ah estaba la seora Maria. Era ella la que haba encontrado algo en el patio. Todos la haban visto y odo.Intent tranquilizarse respirando hondo y convencindose de que aquellos pensamientos no denotaban cobarda, pues a una vieja como Maria terminaran

    perdonndole todo. l ya tena las manos bien lavadas, y si consegua empujar el cuerpo hasta la calle, seguro que la lluvia, que caa con mpetu, borraba en poco tiempolas manchas de la ropa.

    Se inclin sobre el muerto y esper.Un rayo.Unos botones.Un segundo rayo.Otros botones ms.Con calma, y con la ayuda de los rayos, consigui abotonar tambin el abrigo. Despus lav la bufanda: unos riachuelos fosforescentes jaspearon el suelo del porche

    en su carrera hacia la calle. Se la volvi a poner alrededor de la cara.De puntillas, pegado al muro, se asom a ver. Llova a mares. La calle era una autntica torrentera. Los canalones geman bajo la presin del agua, el viento zarandeaba

    las contraventanas, el cielo pareca venirse abajo, y todas las consonantes del mundo parecan haberse dado cita para hacer ruido.Al volverse, vio o crey ver algo que lo hizo salir disparado al interior de su casa, rpido y conteniendo la respiracin.Se haba movido el hombre?Estaba vivo el muerto?

  • 5

    Como todas las noches, Giorgio Pural, coronel de los Carabinieri Reali, estaba sentado en su escritorio meneando las piernas nerviosamente con la mirada perdida en elvaco, en espera de otra mala noticia. Por regla general, no sola esperar demasiado, pero de unas semanas a esta parte los acontecimientos se sucedan a un ritmoparticularmente acelerado.

    Tema que los pobres bebs sacados del ro fueran slo los primeros de una larga serie. Le estaba dando vueltas al confuso relato del doctor Rossini, a las marcas quehaban dejado en aquellos cuerpecitos. Inexorablemente, su cerebro, su alma, cada fibra de sus nervios, todo su ser se vio asaltado por el recuerdo cegador de Lidia, suhija pequea.

    Un ruido lo hizo salir del abismo.Delante de l estaba plantado un soldado, agarrndose con una mano el borde de la chaqueta, en espera de una seal para poder hablar.Pural ni siquiera levant la mirada.Una cosa muy extraa, seorLo interrumpi ordenndole que se fuera.La carpeta que le haba llevado estaba blanda a causa de la humedad. La abri suspirando. Ley rpidamente el folio que iba dentro y se puso a tamborilear sobre l

    con el dedo. Afortunadamente no se hablaba del hallazgo de nuevos nios. Se hablaba de la muerte del cardenal Martini. Como haba imaginado, se trataba del hombreque haban encontrado muerto por la maana en la escalinata de la iglesia de la Gran Madre di Dio. El reconocimiento, por la tarde, haba corrido a cargo del arzobispode Turn en persona, y, desde haca unas horas, el cuerpo se hallaba en la morgue, donde estaba siendo examinado por el mdico forense.

    Segn el carabiniere que haba redactado el informe, el cadver del cardenal presentaba unas cosas muy raras, muy difciles de explicar. En el dossier haba dospalabras subrayadas: el sustantivo homicidio y el adjetivo desfigurado.

    Coretti!El picaporte chirri al instante. En un santiamn, estaba delante de la puerta un soldado delgado, de expresin austera.S, mi coronel.Voy a salir. Ve a decirle a Luigi que traiga el coche.

  • 6

    El recuerdo inund de improviso su mente, como una riada. Su mirada se volvi fija y vtrea. El paso, mecnico. Era de noche. Pural estaba dentro de una morgue perodelante de sus ojos haba una via en un soleado da de vendimia.

    Los miembros de la familia estaban todos atareados cortando racimos y colocndolos con cuidado en los capachos, disputando sobre cul era el ms grande, riendosobre las viejas ancdotas repetidas ao tras ao y conservadas para la ocasin como un vino aejo, y de cuando en cuando levantaban la espalda dolorida no tanto paradescansar como para supervisar a la pequea Lidia, que estaba jugando sola bajo una encina.

    Aquel da, Pural quit una piedra de debajo de la rueda de un carro, en ese momento sin bueyes, con la intencin de moverlo a fin de que todos pudieran pasar mscmodamente con los capachos repletos de uva y cargarlos.

    De repente oy gritar.Lidia!El carro empez a moverse. Primero lentamente, despus, ayudado por su enorme peso y la pendiente, super fcilmente una protuberancia del terreno y una

    depresin, slo lo que se necesitaba. Despus, Pural tir de l con furia, y con un pie volvi a encajar la piedra debajo de la rueda.Tal vez fue aquel gesto, o tal vez el haber pasado demasiado tiempo doblegado entre las hileras recogiendo uva: un cuchillo se le clav en la espalda, o eso le pareci.

    Un dolor intenso, crudo.El carro, repentinamente, se le escap de las manos y tom velocidad.Lidia! seguan gritando desde las hileras.Sin pensar, se apoy en la vera, contrado por el dolor, desesperado. El mundo se estremeci con violencia. Las ruedas chirriaban, desprendiendo un olor a chispas.Lidia, aprtate!Ahora comprenda por qu llamaban a Lidia, pero era demasiado tarde.Fue una eternidad que dur un instante.Lidia, su pequea, su adorada hija nica, con su carita plida enmarcada por largas trenzas rubias, la boquita rosa siempre a punto de decir algo bonito y gracioso,

    pas por delante, inasible.Pural contemplaba el vivo recuerdo de aquella belleza inestimable, tornada ms radiante y resplandeciente de perfeccin aun por el imperdonable remordimiento.Lidia tena entonces cinco aos y pocos meses.Desde entonces Pural reviva da tras da aquella trgica maana de principios de septiembre. Aquel carro se le escapaba una y otra vez. Y, oyendo los gritos de todos

    (Lidia!), la buscaba desesperadamente con los ojos pero no consegua verla, obligado como estaba a retorcerse de dolor, sacudido con violencia, superado por lairrefrenable y fatal carrera de aquel vehculo fuera de control. Agarrado a la vera como si fuera una ltima esperanza, slo consegua ver briznas de imgenes, confusascomo colores mezclados en la paleta de un pintor: una vorgine de hojarasca y largas rayas de tierra.

    Lidia, no!Como siempre, el recuerdo terminaba all, en aquel punto preciso donde el carro conclua su bajada frentica chocando contra un rbol recio, en el punto en el que hoy

    se encuentra la lpida de la pequea Lidia.Cuando se recuper, Pural se dio cuenta de que iba avanzando en medio de la oscuridad lvida de la morgue, el lugar en el que la haba visto por ltima vez y la vida se

    haba convertido para l en una pesadilla.Se sec las lgrimas con una manga del abrigo, apret los puos y exhal un grito dentro de s.Mira aqu llam su atencin el doctor Rossini, que le haba precedido en medio de la penumbra.El pavimento del vestbulo que daba acceso a la sala en la que se realizaban las autopsias y se conservaban los cadveres estaba salpicado de atades destapados y de

    otros objetos, que la luz tenue del farol, sostenido por el mdico, no permita reconocer fcilmente.En el aire flotaba un olor irrespirable a polvo hmedo, a putrefaccin dulzona, a cal y a excrementos.El doctor guio a Pural hasta una mesa donde haba un bulto cubierto por una pequea sbana. Alz el farol y levant la tela.Los han matado de la misma manera.Los cadveres de los dos bebs rescatados del Dora, un varn y una hembra, yacan uno junto a otro, los brazos pegados a los costados, la piel jaspeada por una

    infinidad de equimosis y salpicada de quemaduras, y los ojos piadosamente cerrados.Ahora ya puedo decirte algo ms.Te escucho.No han muerto ahogados. No hay agua en los pulmones. Adems, he podido establecer el momento del fallecimiento: pocas horas antes de ser encontrados.

    Despus de la muerte, los cuerpos pierden alrededor de un grado de temperatura cada hora, pero el enfriamiento corpreo en este caso se ha visto acelerado por el aguaglida del ro. Luego he examinado la sustancia gelatinosa de los ojos, y por el nivel de potasio an presente puedo decirte casi con certeza que han muerto hace menosde veinticuatro horas. Los han asesinado al menos dos personas. Alumbr mejor e invit a Pural a constatar lo que le estaba explicando. Como puedes ver, losapretones de dos, tres, tal vez ms individuos han roto los capilares, dejando unas marcas bastante claras. Deben de haber estado jugando con los cuerpos de los niosmientras an estaban vivos, de manera violenta.

    No entiendo. Qu quieres decir? pregunt Pural con la vista clavada en los cuerpecitos, con rabia.Parece como comoSe dirigieron una mirada atnita.Vamos, Ugo, cunto tiempo hace que nos conocemos?El doctor se encogi de hombros.Pues ya ni me acuerdo.Pues eso! Conmigo puedes aventurar cualquier teora, hasta la ms estrafalaria. No soy un compaero tuyo de la universidad!No es eso. Es que me parece que no voy a decir cosas razonables, eso es todo.Sacudieron la cabeza sin dejar de mirar a los bebs. Exhalaron un largo suspiro.Como si no tuviramos que vrnoslas con casos incomprensibles articul Pural con tono lnguido. No hacemos ms que formular hiptesis ridculas. Es cierto

    que no estamos suficientemente preparados para enfrentarnos a este tipo de situaciones. Aqu est pasando lo mismo que en Londres con el Destripador. Oscuridad.Oscuridad. Y slo oscuridad.

    El doctor Rossini le hizo sentir el calor de su mano en el hombro.He pensado durante mucho tiempo, y slo hay una cosa que puede explicar este tipo de lesiones.Pural se volvi para mirarlo.Deben de haberlos usado como una pelota. Se los han lanzado unos a otros, lo entiendes?No, no lo entiendo. Acaso puedes entender t una monstruosidad semejante?No, pero es lo que me ha venido a la cabeza mientras examinaba a estos pobrecillos.Y las quemaduras, cmo las explicas? Pural se inclin para observarlas ms de cerca.Este juego demencial deben de haberlo practicado sobre un fuego.

  • Era evidente que formular hiptesis tan poco verosmiles le produca al doctor cierta turbacin.Pural trat de sonsacarle ms cosas.Lo siento, mi capacidad de imaginacin acaba aqu sentenci el doctor Rossini. Sin embargo levant la cabeza de uno de los nios. Mira esto.Los ojos de Pural volaron hacia la oreja derecha de la vctima.Una serpiente asever el doctor. Una serpiente grabada a fuego. Levant la cabeza del segundo nio y la volvi hacia la otra parte. Han marcado a los dos

    de la misma manera.Ya veo. Pural vea, pero era como si estuviera dirigiendo los ojos hacia un mar de tinieblas. Qu puede significar?No tengo la ms mnima idea. T eres el carabiniere. Yo slo puedo decirte que la marca tiene un centmetro de largo por medio de ancho, y que la han hecho con

    hierro candente cuando los pequeos estaban todava vivos. El resto te toca a ti averiguarlo.Gracias. Si te viene a la cabeza algo ms, no tengas el menor escrpulo en compartirlo con un viejo amigo.Descuida. El doctor ech la sbana sobre los dos pequeos cadveres y se dio media vuelta. Se acerc a otra mesa y dirigi la luz dbil y oscura del farol hacia

    otra sbana ms grande, bajo la cual deba de encontrarse el cuerpo de un hombre robusto. Sin duda el del cardenal Martini.Y aqu tienes a tu hombre. Hizo volar la sbana. An no he realizado la autopsia. Te lo he dejado tal y como estaba.Pural se tap la boca con el brazo y apart la mirada.Ya, es horrible asinti el doctor.Apesta a excrementos!El doctor Rossini le pas un frasco con crema de alcanfor para que se la aplicara debajo de la nariz. Pural se ech un poco, ensucindose como siempre, el bigote.Te escucho.No tengo mucho que decir. No se necesita la autopsia para ver que lo han matado rompindole el cuello, y que lo han ahuecado y vaciado como a larvas famlicas.

    Un trabajo hecho de manera concienzuda, por manos expertas, un trabajo de taxidermista. El trato que le han dado hace difcil, por no decir imposible, determinar la horadel fallecimiento. Pero por la descamacin de la mano (nosotros lo llamamos desenguantado), yo dira que lleva entre cuatro y cinco das muerto. Hundi la yema deun dedo en el alcanfor y se la restreg por la parte baja de la nariz. Tienes razn, huele a mierda.

    Mientras el doctor pasaba el farol por encima del cadver, a la mente de Pural aflor todo lo que haba ledo en los peridicos sobre los crmenes del tristementefamoso Jack el Destripador. Tambin en aquel caso se trataba de vctimas a las que el homicida haba extrado algn rgano, pero aqu, en el caso del cardenal Martini, elasesino o asesinos haban ido ms lejos: el cadver estaba sin ninguno de sus rganos internos; lo haban vaciado como a un mueco de cartn piedra.

    En mi vida haba visto nada as!Ni yo tampoco.Qu queras decir con lo de trabajo de taxidermista?Al cardenal le han extrado los rganos internos y le han aspirado el cerebro por la nariz. No lo he examinado todava, pero es evidente que sopes la cabeza

    , est vaco.Pural lo comprob l tambin.Lo que han hecho recuerda la fase preparatoria a un embalsamamiento y a una momificacin, a la manera de los egipcios. El doctor lo mir con aire perplejo.

    No te has preguntado por qu un hombre tan importante viajaba sin escolta?No lo s. Pural se alis el bigote y riz una punta. Imagino que un hombre tan importante puede hacer lo que le apetezca.Eso creo yo tambin, peroYa, llevas razn. Hay lmites. De hecho, lo estbamos vigilando. Y por lo que hemos podido saber, creo que volva de un festn nocturno cuando asaltaron el

    carruaje.Desde luego, no es un trabajo de maleantes observ el doctor.No, no lo parece. Ahora que, gracias al alcanfor, el olor del cadver era menos intenso y repugnante, Pural aventur a inclinarse sobre el cuerpo. Ilumname un

    poco.La empuadura del farol chirri al acercarse.Pural cogi un ojo del cardenal entre el pulgar y el ndice y lo abri.Ilumina aqu, por favor.En cuanto la vacilante claridad del farol se desliz por la frente del cardenal, Pural se estremeci y quit la mano de repente.Qu pasa?El doctor se alej.Espera.Pural lo oy hurgar entre el instrumental y despus vio que volva con una pinza en la mano.Ahora lo descubriremos. El doctor entreg el farol a Pural y con mano firme introdujo las pinzas en cada una de las rbitas. De la izquierda extrajo un pequeo

    pergamino enrollado; de la derecha, unUnLa luz, pese a estar prxima, no ayudaba. El objeto careca de forma: blando, huidizo. Instintivamente, Pural y el doctor arrimaron la nariz a la punta de las pinzas,

    pero el alcanfor anublaba el olfato. Lo tocaron, sacaron un trozo y lo restregaron entre las yemas de los dedos; olfatearon ms aplicadamente.Es mierda!

  • 7

    Martes, 18 de diciembre de 1888

    Con la cabeza debajo de la manta para no ver entrar por la ventana las primeras luces del alba, Prospero esperaba con terror que se hiciera de da.Haca varias horas que no dejaba de rumiar lo que haba hecho y, sobre todo, lo que haba visto. No lograba encontrar una explicacin plausible de la luminosidad que

    desprenda la piel del hombre encontrado en el porche, ni de la materia espumosa y reluciente que le sala de la boca. Pero segua empeado en buscarla: era la nicamanera de ahuyentar el miedo.

    Pronto vendran a llamar a la puerta. Estaba arrepentido de haber cedido a la curiosidad, pues estaba convencido de que aquello le iba a acarrear un gran disgusto. Peroya no se poda dar marcha atrs. Haba decidido no ir a trabajar: no quera que los guardias fueran a por l al caf y se lo llevaran esposado a la vista de todo el mundo:del dueo, de los clientes. Adems de la libertad, perdera la reputacin. No tena otra eleccin. Aunque era consciente de que as podra despertar sospechas, no, aquellamaana no ira a trabajar.

    Haba concebido un plan. En cuanto llamaran a la puerta, se golpeara la frente con un bastn que haba metido debajo del colchn y luego dara la versin de quehaba salido de casa al or los gritos de ayuda de la seora Maria, de que haba visto a un hombre tendido en el suelo y de que se haba desmayado del susto. Que norecordaba nada ms. A causa del golpe recibido en la cabeza al caer, al volver a su casa ya no recordaba nada: se haba olvidado incluso de ir a trabajar. Le dola mucho lacabeza.

    Tuvo la tentacin de levantarse para ir a ver si an era de noche, pero la manta le pesaba como una losa.Qu iba a hacer ahora?Tena un secreto, que le habra gustado ocultarse tambin a s mismo. Y si todo haba sido un sueo? Meti la mano debajo del colchn. El bastn segua ah. Sus

    dedos se hundieron en un envoltorio de lana pequeo, blando, con algo duro dentro. Luego rozaron los bordes de un sobre hinchado. Record haber visto lo quecontena: cuatro fotografas de un cadver en descomposicin, un hombre con el pelo largo.

    S, todo era verdad.Lo ms sensato ahora eso le pareca era esperar y seguir preguntndose intilmente cmo era posible que un hombre desprendiera luz y que hubiera otro hombre

    tan estpido como para ponerse a registrarle y robarle a la vista de todo el vecindario.Tres golpes rpidos en la puerta lo hicieron sobresaltarse. Se destap una oreja y escuch; pero la sangre le lata con demasiada fuerza en los tmpanos.Ms golpes.Era el momento que tanto haba temido a lo largo de la noche: estaba perdido, desahuciado para siempre. Salt de la cama, sac el bastn de debajo del colchn,

    inspir, lo agarr con fuerza, cerr los ojos y se golpe en la frente.Llamaron otra vez.Se toc. No sangraba; no le dola mucho. No satisfecho, se golpe otra vez, con ms fuerza, demasiada, y cay al suelo.Llamaron.Seor Prospero!Tena un ojo ensangrentado.Seor Prospero!Estaba aturdido; el crneo le resonaba como si hubieran dado una campanada dentro.S que est en casa, no lo he visto salir esta maana.Reconoci la voz. Era la de la seora Maria. Sonri, y un hilillo de sangre caliente se le infiltr por los labios.Se levant con dificultad, quit la cadena de la puerta, pero enseguida tuvo que sentarse en el suelo: la cabeza le daba vueltas.Entre, por favor profiri dolorido.La luz del da llen la estancia. Maria se inclin sobre l y le levant la cabeza.Seor Prospero, pero qu se ha hecho?Me desvanec anoche al ver a ese hombre en el porche.Y eso de ah? Seal el bastn ensangrentado.Se incorpor lamentndose y refunfuando.Me ca tambin encima.Voy a llamar a un mdico.La sujet de un brazo.No, no, no debe llamar a ningn mdico. Estoy bien. Es slo un golpetazo, nada grave. Le quit el bastn de las manos y cerr la puerta.Qu desea?He venido por el asunto de anoche.Por el asunto de anoche? Prospero descorri las cortinas y mir al exterior. No llova; al contrario, haca una maana esplndida. A juzgar por la posicin del

    sol, deban de ser las nueve de la maana; es decir, que haca dos horas que deba llevar trabajando. Se sent, con la cabeza entre las manos. De qu me est hablando?Pero cmo? exclam Maria con los ojos como platos y las manos en las caderas. Acaso no lo vio usted tambin? Pero si lo acaba de mencionar...No s de qu me est hablando. Prospero meti un trapo en la palangana, lo escurri y se lo aplic a la frente.Seor Prospero, por favor, es evidente que est mintiendo.Haga usted el favor de ir al grano. Llego al trabajo con retraso. Debe saber que pierdo la memoria cada dos por tres.Usted vio a ese hombre, anoche.Prospero protest.Yo no he visto a nadie. Me desmay con slo pensarlo.Pareca muerto Maria seal con la mano el exterior mientras diriga hacia Prospero su rostro decrpito por los aos y perplejo.Yo no lo vi.Cmo que no lo vio!Demustremelo. Si haba un muerto anoche, debe seguir ah. Los muertos no andan.Maria se qued parada. Lo mir enmudecida.Cmo sabe que ya no est?Prospero gimi al limpiarse la sangre de la frente y escurrir el trapo en la palangana.Que cmo s qu?Que el cadver ya no est. Maria lo mir con recelo. Que ha desaparecido. Recul hacia la puerta hasta tocarla y, con las manos que tena a la espalda,

    agarr el picaporte. Lo ha hecho desaparecer usted?Pero qu me est contando! Prospero lanz el trapo al agua y se dirigi a la puerta, apart a Maria y abri. Se protegi los ojos contra la luz con una mano y

    entre los dedos vio al caballerizo que estaba cuidando los caballos y a un cochero que estaba empujando su calesa para aparcarla bien.

  • Antes de salir, mir hacia arriba, despus asom la cabeza para ver el porche. A continuacin, aunque Maria lo estaba mirando con un guio satisfecho y asintiendocon la cabeza como si hubiera comprendido algo gordo, baj las escaleras que unan la puerta de su piso con la planta del patio y dio unos pasos para poder ver mejor elporche, perennemente oscuro.

    Se volvi hacia atrs, estupefacto.Maria cruz los brazos y dijo:No ve? Ha desaparecido.Prospero volvi hacia ella con paso rpido, la asi de un hombro y la empuj dentro de la casa.Usted y yo tenemos que hablar. La hizo sentarse en el rugoso divn relleno de paja, cuyos numerosos y oxidados muelles crujieron como huesos rotos.Qu modales son stos! protest Maria.Tengo prisa, tengo que ir rpidamente al caf, de lo contrario pierdo el puesto de trabajo. Abri al armario quitando una puerta, que apoy en la pared. Espero

    que no le moleste si me cambio y hablamos mientras del asunto.No, no me molesta.La sombra de Prospero detrs del biombo, haciendo equilibrios sobre un pie solo, encogi un calcetn hasta reducirlo a un anillo, por donde introdujo la punta del pie.Qu, no tiene ninguna explicacin? Repiti la operacin con el otro calcetn y se quit el batn.Yo esperaba que tuviera usted alguna, seor Prospero.Yo no he visto absolutamente nada. Para m que era un borracho que se haba refugiado en el porche. Para qu iba yo a buscar problemas! Jadeaba mientras

    hablaba, y de vez en cuando su voz quedaba amortiguada por prendas de vestir que le tapaban la boca.El seor del piso de arriba dice que lo vio entretenerse en el porche.Prospero reaccion con tono categrico:Pues debi de ver mal. Yo me desmay.Si usted lo dice Maria no insisti, call y mir alrededor, mientras Prospero, que de vez en cuando se miraba la herida de la frente en el espejo, terminaba de

    vestirse.Para estar usted soltero, tiene la casa muy ordenada.Gracias, pero es simplemente porque nunca estoy en ella. La herida consista en un corte superficial, rodeado de una hinchazn lvida. El dolor era soportable.

    Almuerzo siempre en el caf.Debera casarse. A qu est esperando usted, con lo buen mozo que es?Prospero se par a mirarse de cuerpo entero en el espejo y tuvo que constatar que Maria llevaba razn: era un buen mozo, de estatura media y bien proporcionado;

    adems, pareca un tipo fiable y honrado. Se pregunt qu le impeda dedicarse al otro sexo o soar con fundar una familia. Sus ojos se dirigieron hacia el libro bajo lavela que haba apagado por la noche. Suspir.

    Slo tengo diecisiete aos.Podra ser nieto mo.Le juro que no lo soy.Maria rio. Apart la palmatoria que descansaba sobre la cubierta arrugada del libro de Prospero y ley el ttulo: La magia de los astros.Por qu no viene a cenar a mi casa un da de stos? Preparo un conejo.Prospero retir el bombn del perchero y se acerc a la puerta. No le haca gracia la idea: se haba empeado tanto en no darle confianza Saba que as no se la

    quitara nunca de encima. Adems, cmo iba a trabar amistad con una persona tan maleducada, que se pona a llamar a sus gatos a gritos en plena noche? Cmo ibacontarle semejante cosa a un amigo? Imposible. Pero tambin le pareca imposible rechazar su invitacin, pues Maria, que lo miraba ahora con aire maternal, en el fondole caa bien, y sobre todo porque estaba seguro era mejor tenerla bajo control, al menos hasta que se esclareciera aquel asunto del hombre luminiscente. Se sentaorgulloso por la versin que haba pergeado, enhebrando sus mentiras con lo que Maria le haba manifestado sobre lo acaecido la noche anterior, lo que compensaba almenos un poco su estupidez por haberse golpeado la cabeza con el bastn.

    Abri la puerta y la empuj. Cerr con doble vuelta de la llave.En cuanto tenga un da libre voy a cenar a su casa expres mientras empezaba a correr, con el bombn en la mano.Cuento con ello, entonces! grit Maria.Prometido!

  • 8

    Como nunca haba llegado tarde al trabajo, el dueo del caf Giardino decidi hacer una excepcin y lo perdon, aunque dejndole bien claro que, si volva a ocurrir,aunque fuera una sola vez, lo despedira sin dudarlo un momento, ni pagarle. Estaba furioso y despechado, pero como las navidades, ya prximas, suponan ms trabajoque de costumbre, y como adems el local ya estaba lleno de clientes, no se entretuvo demasiado en el rapapolvo.

    Qu le ha pasado en la frente? le pregunt.Nada, anoche me di con la cabeza contra la pared, en la oscuridad.Ale, vaya rpidamente a atender a las mesas le orden lanzndole el delantal blanco; a continuacin volvi a sus ocupaciones de propietario con un gesto

    ofendido y la nariz hacia arriba. Vamos, vamos!Prospero, feliz y sonriente, inclin la cabeza en seal de obediencia y sali disparado a tomar nota de los primeros pedidos de la jornada, la cual prometa ser ms

    larga y fatigosa que la anterior.Las mesas humeaban como teteras. Vio una con los vasos vacos y una conversacin animada pero mantenida en voz baja.Se acerc.Los seores desean tomar algo?Fingi que escriba un coac.Y para el seor?Una grappa.Y usted, seor, no toma nada?Otra grappa.Dio unos pasos hacia la cocina para alejarse un poco de la mesa pero no demasiado para poder seguir oyendo. Se detuvo como para terminar de anotar en el bloc el

    pedido y el nmero de mesa. Afin el odo para or bien lo que estaban diciendo aquellos tres. Como ya estaba entrenado en aquella prctica, poda or bien incluso auna distancia considerada de seguridad por quien no quisiera ser escuchado. Los tres estaban hablando de un cadver encontrado en la escalinata de la Gran Madre diDio. Como en lnea recta no estaba lejos, sealaban una y otra vez el punto exacto del hallazgo, como si hubiera sido all mismo, en piazza Castello.

    A tenor de lo que deca uno de ellos, se trataba de un cardenal. El que pareca estar ms informado del grupo insista en el lamentable estado en el que haban dejado elcuerpo del pobre e indefenso eclesistico.

    Para ganar tiempo y seguir escuchando, Prospero fingi ponerse a ordenar algo cerca de all. Con el rabillo del ojo trat de asegurarse de que el dueo no se estabadando cuenta de su lentitud Pero en aquel instante entr un gaitero para alegrar a los parroquianos con motivo de la navidad, y le result imposible or ya lo que seestaba diciendo en aquella mesa.

    Decepcionado, pero decidido a saber ms sobre aquel extrao caso, comenz el habitual e incesante vaivn entre la sala y la cocina.Por fin, el gaitero recogi las monedas del sombrero y sali reculando, inclinndose varias veces en seal de agradecimiento.La puerta del local no tard en volverse a abrir. Nada interesante. Unos minutos despus, se abri de nuevo. Nada.Nada.Nada.Nada.Nada.Nada.Despus, dos clientes a los que no haba visto nunca.Has ledo en el peridico lo que pas la otra noche? vena diciendo un joven a su amigo de ms edad mientras lo invitaba a entrar primero. Una vez dentro, los

    dos se miraron para decidir qu mesa era la ms apropiada para charlar del asunto.Buenos das, seores, qu desean tomar? les pregunt Prospero en voz baja como si no quisiera interrumpir el interesante dilogo que los dos iban a iniciar.Chocolate caliente, por favor.Para m tambin.Lo traigo enseguida enunci tomando nota en el bloc (slo que no anot el pedido sino pas la otra noche).Unos segundos despus, ya estaba de vuelta con los chocolates humeantes, que sirvi sin darse prisa.No, yo no creo en absoluto que sea un canope estaba diciendo uno de los dos clientes mientras le sealaba a su amigo una noticia que vena en un peridico

    arrugado.Robo en el Museo Regio de Antigedades Egipcias.Qu te hace pensar eso? pregunt el otro levantando la taza. Si las autoridades han declarado que, afortunadamente, se trataba slo de un canope, pues debe

    ser as.El ms joven de los dos, pero tambin el ms distinguido, sopl al chocolate y escudri a su amigo desde detrs de la cortina aromtica que se elevaba de la taza

    caliente.Entraron en el museo sin que nadie se diera cuenta. Podan coger lo que queran y se limitaron a un canope? Sacudi la cabeza con decisin. No me

    convence.Su amigo sorbi con calma. Era evidente que, para l, no haba nada nuevo en la actitud decidida y apasionada de su interlocutor.Tal vez eran ladrones de poca monta. Sorbi con el aire sabio de un monje que bebe t. Tal vez entraron sin saber bien lo que buscaban y arramblaron con lo

    primero que encontraron antes de echar a correr creyendo que haban robado quin sabe qu.Prospero dej en aquella mesa los chocolates (adems de sus odos) y se puso a limpiar con flema la mesa contigua.Yo te digo que sos el hombre agit el peridico enrollado como si los ladrones estuvieran dentro y los tuviera en el puo, sos eran unos profesionales. No

    los vio ni oy nadie. No forzaron la puerta del museo, no se not ningn movimiento sospechoso en la calle Pero unos hombres que salen con una caja del MuseoEgipcio, de noche, deben hacer ruido y llamar la atencin, no? Aunque hubiera sido realmente un canope, deba tener unas dimensiones considerables.

    El amigo asinti y aplic los labios al borde de la taza.Vamos a ver. Yo soy un ladrn que entra en un museo obligado a elegir a toda prisa un objeto al azar. Qu hago? Me llevo una caja pesada y voluminosa? No, mi

    querido amigo, no se ha tratado de un canope.Con un suspiro que delataba aburrimiento, su amigo lo invit a revelar la verdad.En mi opinin, puede que robaran una momia concluy el hombre bajando la voz pero no lo suficiente para que no llegara hasta los tmpanos de Prospero.Una momia?

  • 9

    La noticia del robo en el Museo Egipcio de Turn haba entrado en el despacho de Pural sin hacer ruido. El informe haba ido a parar al ltimo cajn del escritorio,siendo rpidamente olvidado.

    Un caso completamente irrelevante si se comparaba con la interminable secuencia de homicidios macabros, suicidios inexplicables, desapariciones, violencia,secuestros, asesinatos de bebs

    Pero ahora la mano de Pural volvi despacio hacia ese mismo cajn y registr por el fondo; pareca moverse de manera autnoma, pues la atencin de Pural estabapuesta en el ttulo de la Gazzetta Piemontese:

    Robo en el Museo Regio de Antigedades Egipcias.Al igual que en el papel fotogrfico de una cmara oscura, en su mente apareci la imagen del cardenal Martini en la mesa de la morgue. Resonaron de nuevo las

    palabras del doctor Rossini: Un trabajo de taxidermista.l no era experto en arqueologa pero saba que los antiguos egipcios utilizaban los canopes para conservar en ellos las vsceras de los cuerpos momificados.No poda tratarse de una coincidencia.La mano de Pural encontr el informe sobre el robo. Lo sac, lo puso delante de su rostro y lo ley con atencin; pero no deca nada sobre lo que haban robado

    exactamente: tal vez los expertos del museo no estaban an en condiciones de afirmarlo con toda seguridad en el momento en el que haban redactado el informe.Pero por qu, entonces, se haba informado a la prensa de manera tan perentoria? Por qu no lo haban puesto al corriente enseguida a l?Un canopeMeti el informe en un cajn, ahora el de arriba, y sali.Tena que hacer algunas pesquisas.En el espacio de una hora consigui que lo recibiera un consejero municipal, el profesor de arqueologa de la universidad, el fundador y presidente de la Sociedad de

    Arqueologa y Bellas Artes, el director de la Escuela de Magisterio de la Facultad de Filosofa y Letras, el presidente de la Academia de Ciencia, el fundador ypresidente de la Sociedad para la Cremacin, el venerable maestro de la logia masnica Dante Alighieri y el director del Museo Egipcio.

    Todos estos cargos los ostentaba un nico individuo: Ariodante Fabretti.Nacido en Perugia, setenta y dos aos cumplidos en octubre, hombre carismtico, personaje pintoresco, intelectual influyente, en opinin de muchos, propincuo

    senador del reino de Italia.En la fotografa anexa al fascculo que tena Pural en sus manos, el profesor Fabretti diriga al objetivo un rostro olivceo, plcido, liso, simtrico, enmarcado por

    debajo por una poblada barba blanca que le caa por el pecho tapndole parte de la camisa, y por encima por un fez negro que le coronaba la cabeza. El venerable masnvesta abrigo de lana y pantalones anchos de rayas verticales y luca una gran cadena de plata que describa una curva sobre el chaleco antes de desaparecer en unbolsillo. Su mano derecha reposaba sobre un libro con, si se miraba bien, el ndice intencionadamente apuntando a un smbolo estampado en el lomo. En medio de laoscuridad de la carroza que lo transportaba a la cita, Pural no logr descifrarlo. Pero haba notado que la cubierta del libro sobre la que reposaba la mano del venerableestaba tapada con un pao blanco para impedir leer el ttulo. Un hombre sin duda amante de lo oculto.

    Y con una gran pasin: la muerte. Lo cual lo haba llevado a fundar la Sociedad para la Cremacin y al mismo tiempo lo converta en un individuo ms que idneo paraocupar el cargo de director del Museo Egipcio de Turn.

    En puridad, se le habra podido confundir con un egipcio de no ser por su inconfundible acento umbro, o piamonts, segn qu palabras pronunciara.Usted dir, coronel, qu desea saber? Voz tierna pero que denotaba autoridad.El coronel dej de mirar alrededor: el estudio de Ariodante Fabretti pareca un autntico prontuario de smbolos ocultos.Ah, son tantas las cosas que me gustara saber Recibido el asentimiento del dueo de la casa, encendi un puro. Lo digo en general: me gusta aprender.Eso hace que nos parezcamos bastante, coronel.Una bocanada de humo abandon los labios de Pural.Bien, profesor. El robo se produjo el 11 de diciembre, hacia las tres de la maana, no es cierto?As es.Unas horas despus, su asistente, el doctor busc el nombre en su memoria, el doctorFrancesco Rossi?No, me parece que se llamabaLanzone.S, eso es. Peg una calada. Tiene un nombre demasiado inquieto para guardarlo en mi memoria.Se llama Ridolfo Vittorio Lanzone, una persona que goza de mi plena confianza.Pues bien, su asistente declar que no estaba en condiciones de decir con exactitud qu haban robado, pues el objeto perteneca a una serie de objetos todava sin

    catalogar. Es cierto?As es. El venerable suspir cruzando los brazos. Estamos trabajando con alacridad en la elaboracin de un catlogo completo de todos los objetos, pero la

    cantidad de material an sepultado en los almacenes es ingente.Entonces, qu les permiti saber en tan poco tiempo qu haban robado y por qu lo comunicaron a la prensa?Fabretti asinti a la legitimidad de la pregunta.La prensa estaba encima de nosotros.Est usted seguro de que se trata de un canope?S. La caja robada perteneca a un grupo de canopes. Me explico: los embalajes no haban sido catalogados todava uno a uno, pero el grupo como tal s. Aquella ala

    de los almacenes estaba a punto de ser examinada y numerada, y ya se haba hecho un examen preliminar con vistas precisamente a la catalogacin. No puede tratarsems que de un canope.

    Se dira que los ladrones estaban al corriente de esta inminente clasificacin del material.Es poco probable, pero no imposible.Y cmo explica que actuaran sin forzar nada?Puede que tuvieran un cmplice que les suministr una copia de las llaves.Quiere decir alguien que trabaja en el museo?Un guardin, por ejemplo.No lo creo. Pural volvi a dar vida al puro. Mis hombres dicen que todo estaba en perfecto orden despus del robo.Es cierto. Los ladrones no tocaron nada.Quiere decir que no tocaron nada ms?Exacto. Fabretti empezaba a sospechar que sospechaban de l.Pural no hizo nada para desmentir aquella sensacin.Si, como ha manifestado usted a la prensa, los ladrones hubieran arramblado con lo primero que encontraron y despus hubieran huido a causa del miedo o de la

    excitacin Le mostr el artculo del peridico con sus palabras entrecomilladas. Usted habla aqu de excitacin.

  • Y bien?Perdneme, profesor, pero por lo que leo aqu usted sostiene que puede que fuera la ocasin lo que tent a los ladrones. As pues, no se tratara de un robo

    premeditado sino de un fruto de la tentacin. Y dice tambin que la manifiesta incompetencia arqueolgica de los delincuentes ha resultado ser una bendicin para elmuseo.

    Cierto, as es asever el director. Imagnese que las llaves hubieran cado en manos de un entendido con malas intenciones.Yo me inclino a pensar que los ladrones saban lo que buscaban y saban tambin el lugar exacto donde se encontraba.Qu le hace afirmar eso?Si el ladrn hubiera sido yo, seguro que habra producido un poco de desorden. Habra abierto muchas cajas en busca de oro. Es pesado, pero ocupa poco espacio,

    y su valor es el mismo para un profano. En cambio, aqu se plantea la pregunta de cmo consiguieron ustedes percatarse del robo.Como ya le he dicho, la zona de los almacenes apenas haba sido inspeccionada a efectos de archivo. Aquella noche, el guardin oy ruidos procedentes de esa

    parte. Por eso nos percatamos.Comprendo. Difcilmente hubiera podido expresar una palabra ms falsa que aqulla. Mis hombres dicen tambin que es imposible deducir la altura y

    profundidad de la caja a partir del hueco dejado al sustraerla. Tambin dicen que los embalajes del grupo de los canopes (repito lo que ha dicho usted mismo) tenanformas y dimensiones diversas. As pues, no hay slo canopes en ese grupo de objetos. Corrjame si me equivoco.

    No todos los canopes son iguales, coronel. Yo confo en encontrar el objeto. Adems, debe saber que, a consecuencia de lo sucedido, la vigilancia del museo se havisto considerablemente reforzada. Se puso de pie de un salto, rode el escritorio y seal en direccin al pasillo. Una cosa as no volver a ocurrir nunca ms.Ahora, lo siento, pero debo dejarlo.

    Pural sofoc el puro en el cenicero y se levant.S, ya me voy, ya le he causado demasiada molestia. Gracias por la disponibilidad.No hay de qu.Slo una ltima cosa.Entre parntesis insinu el director con una risita. No estar usted sospechando de m, verdad?Cmo que no, usted es el principal sospechoso! respondi Pural afectando el mismo tono bromista.Entonces merezco un interrogatorio ms largo. Pregunte cuanto sea necesario.Segn usted Se detuvo, como si quisiera darle tiempo al masn para concentrarse. Segn usted, es posible que la caja saliera del museo por una va distinta

    de la puerta principal?No le sigo.Podran haberla sacado a travs de los subterrneos de la ciudad?Ariodante Fabretti se acarici la barbilla y mir al techo con actitud reflexiva.Interesante suposicin. Hizo bailar el ndice. Reflexion un poco ms asintiendo con creciente conviccin. Esa idea podra explicar muchas cosas, en efecto.

    Por los stanos se puede acceder a la red de alcantarillado y desde ah a la vasta red urbana. Pero quin podra hacer semejante cosa? Nadie posee un plano completo delos subterrneos. El que lo intentara se perdera ah abajo. En cuyo caso ya no lo encontraramos nunca. Sera imposible.

    Pural se dej acompaar hasta la puerta. Antes de que la abriera el director, se detuvo.Una ltima cosa, ahora de veras.Adelante.Usted es masn, no es cierto?As es.Conoce por casualidad al profesor Nietzsche?No en persona, pero s quin es. Por qu me lo pregunta?Puedo preguntarle qu relacin existe entre los masones y la derecha antisemita alemana?Los neopaganos volkisch?Durante unos instantes, a Pural le pareci que la mueca del director dejaba de ser inescrutable.Ninguna relacin?Ninguna. No se llame a engao, coronel. Nietzsche no es antisemita. Por eso lo han aislado. Vive en la ms completa soledad.Lo s.En fin, que entre los masones y los defensores de la superioridad de la raza aria no puede haber ninguna amistad.O sea, que no existe ninguna relacin cultural.No. Los orgenes de la masonera se remontan a la construccin del templo de Salomn en Jerusaln. Cmo podramos estar de acuerdo con los antisemitas?Sin embargo, me consta que el profesor Nietzsche ha dado algn seminario a los hermanos de no s qu logia.No a la ma, desde luego; de lo contrario, yo lo sabra. Pero podra ser tambin que lo hubiera invitado a hablar el gran maestre. Nosotros estamos culturalmente

    abiertos a las novedades al igual que nos sentimos muy aferrados a nuestra tradicin. En fin, insisto en que Friedrich Nietzsche es cualquier cosa menos un antisemita, oun volkisch, si lo prefiere. Si tiene ocasin de verlo, pregntele por su hermana y ver lo que piensa de los volkisch. Y ya de paso saldelo de parte de un admirador. Abri la puerta y lo despidi con una inclinacin despaciosa, haciendo oscilar el colgante negro del fez como la varilla de un reloj de pared. El tiempo de que disponaPural haba expirado.

  • 10

    El hombre que acababa de asomar por la puerta, un seor distinguido y muy reservado, no frecuentaba mucho el caf, si bien lo haca con la misma regularidad quepona en cada gesto, hasta el punto de que Prospero podra adivinar la secuencia exacta de sus acciones en cuanto traspasara del todo el umbral.

    Era el general de los Carabinieri Reali.Probablemente vena para llevrselo detenido.Hizo votos en lo ms ntimo de su ser para que lo ignorara, como de costumbre. Lo sigui con una mirada cargada de aprensin mientras se diriga hacia la izquierda (a

    un reservado junto a la pared) y se sentaba con su habitual y mal disimulada circunspeccin exhalando un largo suspiro antes de cruzar las piernas y zambullirse en lasnoticias de la Gazetta Piemontese.

    Desea tomar algo el seor?El peridico baj despacio, haciendo frufr y descubriendo una masa de cabellos cromados y, a pesar de la edad (ya pasada la cincuentena), an espesos y

    abundantes.Ahora, estaba seguro Prospero, lo mirara a su manera habitual, extraa y equvoca, como si fuera a decirle algo y, pensndolo mejor, enarcara una ceja haciendo que

    el monculo se precipitara sobre la palma de una mano.Treme dijo el general fingiendo indecisin, antes de pedir lo de siempre. Treme un chocolate caliente y dos cruasanes con mermelada de castaa.Como siempre.Hacer votos en lo ms ntimo de su ser pareca dar resultado.Sin embargo, cuando Prospero volvi con el pedido, el general hizo (dijo) algo que no haba hecho nunca.Has dormido bien, jovenzuelo?Jovenzuelo? As que los Carabinieri saban Estaba definitivamente perdido.Inclin la cabeza para que no se viera lo colorado que se haba puesto.No mucho, por desgracia.Y eso?Los gatos de mi vecina no hacen ms que maullar estas ltimas noches. Pens que media verdad prestara algo de sinceridad a su tono de voz.El general dobl rpidamente el peridico y se inclin hacia delante, intrigado.Y por qu no maullaban igual antes?Prospero lanz una mirada al dueo, el cual le sonri como respuesta. Si hubiera estado perdiendo el tiempo con Nietzsche se lo habra echado en cara; pero con el

    general, era distinto.Antes maullaban raras veces contest, se les oa slo en perodo de celo. Pero desde hace unos das, bueno, desde hace unas noches se corrigi, no paran

    de maullar.Un fenmeno harto interesante.Sin duda lo es para usted, seor, pero para m es una autntica calamidad.El general esboz una sonrisa.Llevas razn, llevas razn!Prospero hizo una rpida inclinacin y esper un poco.Que aproveche, seor balbuce al fin dando media vuelta y diciendo para sus adentros: Ojal que no me llame otra vez. Lo repiti con tanta intensidad que

    slo un dios malvado habra podido decepcionarlo.Espera, muchacho!Se detuvo, tom aire y se volvi con gesto abatido, resignado.Diga, seor.Le estaba indicando la silla libre que haba a su lado.Ya estaba: lo iba a detener a la vista de todos. Todo haba terminado. Camin despacio hacia la silla y se sent con aire desconsolado.Qu viste anoche?No vi nada, seor.Quera decir a quin viste.Prospero sinti un ligero mareo.A un borracho tirado en el suelo en el porche de la finca. Arm mucho ruido.No haban sido los gatos?El dueo del caf, al verlo sentado a la mesa del general, hizo un signo de aprobacin y orgullo teido con una nota de asombro.Bueno, los gatos tambin, seor. La voz de Prospero se haba reducido de repente a un hilillo casi imperceptible.Viste de cerca a ese borracho del que hablas?No, seor, slo me asom, luego volv a la cama.O sea, que s has dormido.Un poco.Mira, muchacho, yo me estaba preguntando si por casualidad no habras visto algo que me interesa mucho. No tengo ninguna intencin de causarte problemas. Al

    contrario. Siempre y cuando decidas ser mi amigo.Intent que sus miradas se cruzaran, pero Prospero tena los ojos fijos en la superficie de la mesa.Quieres ser mi amigo?S, seor.El general esper.En determinado momento sal a ver empez Prospero. No consegua conciliar el sueo y quera comprobar si el borracho se haba marchado.Y se haba marchado? pregunt el general animndolo a proseguir.S, afortunadamente.No, no afortunadamente, ms bien por desgracia. El general cerr una mano y la fue bajando lentamente. S, una autntica desgracia. Yo crea que era el

    delincuente que andbamos buscando y que t podras haber encontrado algo interesante en su poderYo? Puso los ojos en blanco.Un vecino afirma que te vio prestar ayuda a un hombre que deba sentirse mal. Dice que te vio desabotonarle la chaqueta, sin duda para que as respirara mejor. En

    fin, yo esperaba que, pero bueno, dejmoslo, si te parece. Le puso un billete en la mano y se la cerr. Si se hubiera tratado del hombre que buscamos y hubierasencontrado algo, te habra pagado muy bien. Se levant. Ni siquiera haba tocado los cruasanes. Y el chocolate ya no humeaba.

    Se coloc el peridico bajo el brazo e hizo ademn de irse.Pero Prospero lo detuvo.

  • No s si es el hombre que andan buscando expres, pero cuando me asom el borracho ya no estaba. Mi vecino cotilla es un embustero. Pero a aquel hombrese le debi caer esto termin entregndole un sobre.

    El general volvi a sentarse, muy despacio, como sobre un barril de plvora, abri el sobre y escudri las fotografas con la agudeza de un jugador de cartas.No he resistido a la tentacin de mirarlas confes Prospero. Es un cadver humano, verdad?No le respondi. Pareca completamente ausente. En los intrincados recovecos del cerebro del general, algo pareca haberse aflojado a la vista de aquellas fotografas.Prospero esperaba una recompensa inmediata, segn lo prometido, o por lo menos unas palabras tranquilizadoras que le permitieran pensar en un perdn por el

    delito cometido.Pero el general, sin mirarlo, pregunt con tono grave:Has visto estas fotografas?Prospero sacudi velozmente la cabeza.Qu fotografas?Muy bien zanj el general dejando caer unas monedas por los cruasanes y el chocolate. A continuacin, se levant mecnicamente y sali sin aadir palabra, con

    la mirada perdida en el vaco.Un vaco que, a juzgar por su expresin, absorta, deba estar lleno de cosas.

  • 11

    El aire fresco y seco y el cielo constelado de pecas luminosas invitaban a caminar, a perderse por las calles de la ciudad. Pural le dijo al cochero que llevara el vehculo aldepsito del cuartel y se retirara a su casa, que l iba a seguir a pie. Tena necesidad de pensar, de quitarse de la cabeza la imagen de aquellos dos nios martirizados, y ladel cardenal, al que haban matado de manera tan grotesca.

    Anduvo un buen rato, pero cualquier direccin le produca ms desaliento todava.Haban pasado quince meses desde que el general Linzi le confiara el mando de una seccin secreta, la DIO (Divisin de Investigacin de lo Oculto), promovida por el

    rey Umberto a instancias del Vaticano, con la misin de indagar homicidios extraos que parezcan oficiados segn rituales satnicos, otras abominaciones de carcterreligioso y cualquier otra cosa de la que se pueda sospechar razonablemente una matriz esotrica.

    Quince meses de trabajo en vano, y catorce de infelicidad.Un mes despus de la creacin de la DIO, haba perdido a Lidia en un accidente del que era presunto culpable. Al poco tiempo, Matilde, su mujer, ahogada en su

    propio mar de lgrimas, haba sido internada en una institucin para enfermos mentales.Su vida se haba ido definitivamente al garete.No era supersticioso ni creyente ni ateo; no era nada. La nica ley a la que daba valor era la que l mismo deba hacer respetar. Y sin embargo, el pensamiento de

    que pudiera haber algn nexo entre sus investigaciones y la mala suerte que se haba cebado con l y con las personas y cosas que ms quera, se converta en unapesadilla noche tras noche.

    Tal vez fuera eso lo que le hizo seguir los alegres y seductores sones de una musiquilla lejana. Parecan provenir de un rgano calope: un circo.La sigui.La perdi.La volvi a encontrar.Se dej guiar hasta una explanada en cuyo centro se alzaba una carpa con franjas verticales blancas y rojas, circundada de antorchas chispeantes.El viento, que ola a estircol, vapuleaba dos banderolas sobre las que campeaba el rtulo CIRCO LA FLEUR.Se acerc a la carpa y oy las largas vocales de admiracin del pblico que la llenaba, sus gritos (ora de miedo ora de entusiasmo liberador), la msica inconfundible y

    evocadora del rgano calope. Borde la carpa vibrante y se encontr en el campamento de la tropa circense, donde borboteaban los sonidos de una lengua para lincomprensible pero familiar: el roman de los sintos.

    Tambin haba vida en aquella zona fangosa, apenas iluminada por las ventanillas de los carromatos en hilera: un payaso con aire contrariado sala de uno y se metarpidamente en otro dando un portazo, un acrbata fumaba en solitario, un enano ganaba una mano a las cartas al hombre forzudo y se llevaba una copita comopremio

    Era un curioso pas en miniatura, un pas sobre ruedas listo para replegarse en un santiamn y salir rumbo a otra parte.Not que a sus espaldas se abra de par en par la puerta de un carromato, expandiendo su tufo por la zona circundante.Aquel combinado de olores desconocidos lo oblig a arrugar la nariz.No se volvi para mirar. No quera que lo tomaran por un fisgn ni tampoco ponerse a discutir con quien fuera por haberse infiltrado en una realidad paralela. Decidi

    alejarse de aquel lugar efmero, que pronto desaparecera en la nada como un espejismo.Coronel Pural! Una gitana lo llamaba desde el carromato. Cmo era posible que conociera su nombre?Se volvi y la mir pero sin el menor ademn de respuesta.La mujer llevaba una vela encendida en la mano. Lo estaba invitando a entrar.Permitidme que os lea la mano. Os dar buena suerte.Dos sentimientos encontrados, la desesperacin y la curiosidad, se disputaban el nimo de Pural.La gitana haba vuelto a entrar en el carromato, dejando la puerta abierta.Por favor, coronel, entrad se la poda or.La idea de dirigirse a una adivina, slo por probar, le haba rondado en la cabeza ms de una vez. Las dudas haban hecho que vacilara a menudo. Se senta culpable

    de no haber hecho ninguna tentativa. Tal vez estaba volviendo la espalda a la posibilidad de saber algo de Lidia, a la posibilidad de or su voz, de hablarle Pero nuncase haba atrevido.

    Se deca a s mismo que si daba aquel paso se creera loco, ms aun, se volvera loco de verdad. Y si uno pierde la razn ya no puede saber si lo que ve y siente es realo imaginado.

    Pero ahora la locura haba dado el primer paso, y all estaba l, ante la puerta abierta de un carromato, que lo reclamaba de manera irresistible.No decidi entrar. Entr.La mitad del espacio estaba ocupado por una cama inmensa, salpicada de cojines resplandecientes y de colchas arrugadas. Un olor entre rancio y fragante impregnaba

    toda la estancia. Mientras la vieja, diminuta, la piel recubrindole los huesos, apoyaba la vela en el centro de una mesita redonda, Pural dej vagar los ojos por aqueluniverso de baratijas, fetiches, bolas de cristal, barajas y otros objetos inclasificables.

    Despus, sin hablar, cerr la puerta y se sent.Yo me llamo madame La Fleur enunci la mujer, que estaba sentada enfrente, la voz cambiadiza como las sombras que bailaban bajo sus pmulos.Cmo es que sabe mi nombre?La gitana rio, mostrando dos incisivos de oro, brillantes al resplandor de la llama.Yo os ayudar a vos si vos ayudis a mi gente.Cmo es que sabe quin soy?La mujer extendi las manos.Butyakengo, nuestro espritu protector. Santa Sara la Negra. Jesucristo. Ellos hablan, yo escucho. Le cogi la mano y la estrech.l dej hacer.Cunto dinero me va a pedir despus?Yo no quiero dinero.Qu es entonces lo que quiere?Yo os ayudo y vos nos ayudis a nosotros.Explquese.Lo mir durante un buen rato y despus habl:Nosotros no hemos robado esos nios. Nosotros, los sintos, amamos a los nios ms que a nosotros mismos. Pero ahora la gente nos echa la culpa a nosotros. Nos

    echa la culpa siempre que desaparece un nio. Pero nosotros no hemos sido.Entonces no tienen nada que temer asever Pural.El rostro de la gitana permaneca serio. Tena el pelo liso y encanecido por los aos, una nariz larga y ganchuda, labios delgados surcados por una serie de pequeas

    arrugas verticales.Coronel, unos hombres muy malvados os han echado la maldicin.

  • Durante unos instantes, sinti ganas de retirar la mano, pero no lo hizo.Vuestra hija Los ojos de la gitana empezaron a girar bajo los prpados. Vuestra hija es muy guapa.Reprimi de nuevo las ganas de retirar la mano.La vieja la tena bien sujeta entre sus dos manos, la cabeza dirigida hacia lo alto, los ojos cerrados pero agitados; haba empezado a respirar de manera fatigosa. La

    llama se estremeca delante de ella.Yo veo en vuestra vida.Silencio, unas leves sacudidas. Pural sinti calor por todo el cuerpo.Qu ve? pregunt.Ahora veo a vuestro espritu protector. A vuestro padre.Cmo se llama?El capitn de los Carabinieri Antonio Pural.Pural retir la mano con decisin y se levant como un resorte.Cmo ha conseguido saber esas cosas?Yo veo en la vida.Yo no creo en esas tonteras objet Pural como si acabara de volver en s de repente. Puede ver tambin dnde estn esos nios?Tal vez.Qu quiere decir con tal vez?Debo tocar algo que les pertenezca. Seal la silla. Por favor. Abri las manos para recibir de nuevo la de Pural.Sin saber por qu, l obedeci. Volvi a sentarse y le entreg el papelito que haba extrado de la cavidad ocular del cardenal Martini, pero sin revelarle este detalle.La gitana lo tom y lo apret contra el pecho.Ah, esto no es de un nio murmur. Cerr los ojos. Respir hondo, hasta caer en un sueo ligero pero agitado. Y empez a ver. Un sendero en medio del

    campo, la colina de Superga, acontecimientos ocurridos unos pocos das antes.Un carruaje levantando una nube de polvo.Un cardenal que rozaba la mano blanca y fina de una mujer invitndola a posarla sobre la suya. Repeta que no lo creera hasta que no lo viera.Un hombre en el asiento opuesto, los ojos medio cerrados como puales, le contestaba diciendo que despus de verlo lo creera todava menos.El cardenal no estaba tranquilo. No se fiaba. Tena miedo.El hombre le aseguraba que pronto tendra la Iglesia el santo cadver que deseaba; a continuacin, orden al cochero que se detuviera.En pleno campo.El carruaje se detena en medio del camino; la nube de polvo iba disminuyendo lentamente. Suba hacia el cielo, como si quisiera reunirse con las nubes que

    amenazaban lluvia en lontananza.La mano lctea de la mujer asomaba por la puerta, leve haz de dedos.Todos bajaban.El cochero acariciaba el cuello sudado de los caballos.El hombre rompa de un tirn el del cardenal.Pese a estar el invierno ya a las puertas, el aire era clido, silencioso.

  • 12

    El vehculo que se balanceaba como una cuna, ms el efecto de dos cpsulas de polvo de Dover (estaba claro que el farmacutico no le haba escatimado el opio),hicieron que unas ganas de dormir muy grandes se apoderaran del cuerpo exhausto del Friedrich Nietzsche.

    El hilo de voz de la persona que tena enfrente le lleg como desde ultratumba.Qu tal est, Herr Professor?Demasiado polvo. No haba hecho falta, estaba seguro. Nunca se haba sentido tan bien. Una cpsula habra bastado para hacerle pasar una eventual agitacin; pero,

    como de costumbre, haba cedido a la tentacin.Sacudi el cuerpo para mantenerse despierto.Abri de par en par los ojos parar percibir bien la forma del hombre que estaba sentado enfrente.Se encuentra bien en Turn?Es la nica ciudad en la que podra vivir. Bostez.Vive en una casa digna de usted?Me alojo en la casa de una buena familia, un piso cntrico. Entre los dedos de Friedrich relampague un mixto y sus pupilas se retrajeron de repente. Movi la

    llama para ver a su interlocutor: delgado, distinguido, la chistera ligeramente ladeada, patillas pobladas que le bajaban hasta una mandbula huesuda. Llevaba lentes, y elreflejo del fsforo en los cristales le impidi ver su mirada. El dueo de la casa tiene un quiosco en una esquina de piazza Carlo Alberto. Le acerc el mixto y unafotografa. sta, a su lado, es su mujer. Y despus otra fotografa: un retrato de familia. Tienen tres hijos.

    Mirando la foto al resplandor de la llama moribunda, el hombre apenas tuvo tiempo para constatar que el nmero de los halos oscuros, que se poda intuir que eranpersonas, se corresponda con stas mismas. El mixto se apag. El olor a fsforo inund la cabina.

    Yo no revelo nunca a nadie mi direccin y, menos aun, facilito informacin sobre la amable familia que tiene la paciencia de soportarme en su casa; pero al tratarsede un amigo de mi hermana se puede hacer una excepcin, no? Estoy seguro de que Elisabeth, que tiene ojos y odos para todo, ya os ha informado de lo habido y porhaber

    No s de qu me habla, Herr Nietzsche respondi el hombre resoplando brevemente por la nariz. Pero me alegra saber que es bien tratado.l se llama Davide Fino. La mujer, Bianca GandolfoY los hijos?Friedrich vacil.Por qu est tomando notas?El seor me ha encargado entregarle un regalo a su familia anfitriona.Estaba seguro de que se trataba de una idea de Elisabeth.Los hijos se llaman Ernesto, Irene y Giulia. Irene, la mayor, toca muy bien el piano.El hombre estaba listo para tomar notas con rapidez.Qu podra gustarles a estas excelentes personas?Nada que no posean ya. El seor Fino, adems de vender peridicos junto al edificio de Correos, desarrolla una pequea actividad como editor: propaganda

    anticlerical, principalmente opsculos y cualquier cosa que coadyuve a la causa. Pasamos ratos muy agradables de vez en cuando, generalmente por las tardes. Es unhombre muy digno y de una inteligencia admirable. Estoy seguro de que puede prescindir perfectamente de los regalos del barn von Hermann.

    Bien. El hombre de la chistera dej el lpiz y el papel.Es una familia muy reservada, lo cual me agrada. Friedrich respir profundamente. Espero que falte ya poco.El castillo del barn se encuentra a escasos kilmetros de la ciudad. Dentro de poco habremos llegado.Hubo un largo silencio, durante el cual Friedrich dej que sus ojos se cerraran.El balanceo del carruaje le removi el opio en la sangre.Les concedi a sus ojos unos minutos de descanso, el placer de sentir cmo el escozor remita bajo sus prpados hmedos.Cuando los volvi a abrir, tena la cabeza echada hacia atrs, y un hilillo de baba fluyndole por los labios. Violento por haberse ausentado unos instantes, repiti:Espero que quede ya poco.El hombre sonri, sin responder. Los gritos del cochero eran inequvocos: los caballos resoplaron mientras el vehculo pareca detenerse. Siguieron unas oscilaciones

    de estabilizacin. Ya haban llegado.Alguien abri la puerta desde fuera. El hombre baj primero. Friedrich se cal las lentes y de repente vio muchas cosas. Un botones joven con cintas decorativas hizo

    una inclinacin ante el hombre con chistera. Ahora consegua verlo mejor, adems porque a sus espaldas se alzaba una montaa de velas partida en dos por unaescalinata, sta misma recubierta de varias filas de luces y de antorchas que se extendan vivarachas por las balaustradas. Limpi los cristales de las lentes con unpauelo y se las volvi a poner con avidez.

    Las antorchas estaban dispuestas de tal manera que formaban una enorme esvstica.El hombre con hilillo de voz, frac, chistera un poco ladeada y guantes negros de piel reluciente se desplaz ligeramente mientras lo invitaba a apearse.Lo estn esperando, Herr Nietzsche.ste pos un pie en el estribo y asom la cabeza.Tena los ojos llameantes. Dos esvsticas luminosas relampagueaban en el centro de sus pupilas.Adnde lo haban llevado?

  • 13

    A lo largo del tramo entre el carruaje y la puerta principal del castillo no dej de repetirse a s mismo que no deba fiarse de Elisabeth. Lo saba bien. Pero lo que nosaba tan bien era por qu haba aceptado entrevistarse con estas personas, por qu se haba dejado aconsejar por ella.

    Tal vez estaba an a tiempo de echar marcha atrs.Bastaba con llamar la atencin del hombre pintoresco que estaba delante de l (no hay que fiarse nunca de los hombres pintorescos!) y susurrarle bajo el ala de la

    chistera que l se marchaba. Despus de todo, el hombre no haba tocado todava la campanilla. Seguro que poda llegar a un acuerdo con l: por unas cuantas liras talvez aceptaba decirles a sus ilustres seoras que el profesor Nietzsche haba sufrido un contratiempo.

    Y se volva a Turn.En aquel momento le pareci lo ms sensato. Alarg la mano, roz el brazo del hombre, que estaba a punto de coger la cuerda que penda de la pequea campana.Lo tena decidido: hara el camino inverso.El reloj marcaba las veintids.Mir a su alrededor.Pens.Si entraba all, se arrepentira durante el resto de su vida. Lo saba. Lo crea. Este pensamiento zarandeaba con fuerza su mente. Haba cometido un error. No le caba

    la menor duda sobre el tipo de personas que iba a encontrar en el castillo. Y el hecho de que Elisabeth le hubiera ocultado que se trataba de un castillo no haca sinoreforzar sus sospechas.

    Volkisch, sa era la clase de gente que estaba a punto de conocer. Probablemente amigos de Frster, el marido de Elisabeth, fundador en Paraguay de la coloniaantisemita Nueva Germania.

    Zaratustra tena amigos en Paraguay? No.Entonces por qu estaba all?Antes de tocar al hombre de la chistera, que ya alargaba el brazo hacia la cuerdecilla, se volvi rpidamente hacia el cochero, que revisaba el bocado de los caballos

    para reemprender el regreso, sujet al hombre por el brazo y dijo:No toque la campana, por favor.Pero en aquel momento la puerta empez a girar sobre sus goznes con un gran crujido.Zaratustra!Frente a l, un grupo de personas con las manos vueltas hacia arriba exultaba ante su llegada:Zaratustra! Zaratustra!El corazn le dio un vuelco. Las manos empezaron a sudarle de la emocin. Sin saber cmo comportarse, se limit a mantener la cabeza erguida y a saludar con la

    mano.El coro volvi a entonar:Zaratustra! Zaratustra! Zaratustra!Friedrich, inclinado en seal de reconocimiento, pens que, fueran quienes fueran aquellas personas, le estaban regalando una dulce ebriedad.Sigui el murmullo excitado, pero entonces un hombre se separ del grupo y dio unos pasos adelante, producindose un completo silencio. Hasta el aire glido se

    qued inmvil. Slo se oa el crepitar de la grava bajo los pies del barn von Hermann, que iba al encuentro de Friedrich, y de las antorchas encendidas sobre los murosdel castillo mientras, ms all, el viento percuta contra el hielo y ululaba entre las hendiduras.

    El amo de la casa era un rico compatriota suyo, antiguo embajador en Francia y en Italia, ahora artista y poeta del Volk. Alto, robusto, modales impecables.Bienvenido, divino Zaratustra. Tu espritu est con nosotros. Y, presentndolo al grupo que observaba en silencio, exclam: princeps Taurinorum!Todos volvieron a entonar el nombre de Zaratustra.Friedrich entreg a un criado el tartn que llevaba siempre colgado de un brazo y se acerc a estrecharles la mano a todos. Estaba a la vez excitado y desorientado,

    irritado y jubiloso, ufano como un joven dios y dbil como un prisionero. No saba qu decir ni qu pensar. Esta vez, Elisabeth s haba logrado sorprenderlo.Se estaban postrando delante de su mano.Marqus Antonio Rusceli.Un tipo plido y enjuto.Ubaldo degli Ubaldeschi.Un hombre grueso y desmaado.Madame Adam.Mejillas de porcelana, labios de coral y cabellos en filigrana de oro.Todos lo asan, lo miraban, le besaban la mano manchndola de saliva, y retrocedan con la cabeza inclinada para dejar el puesto al siguiente.Se comportaban como fieles.Brunilde von Hermann.Haba creado Zaratustra una gr