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    Cultura ysimulacroJean Baudrillard

    Traducido por Pedro RoviraEditorial Kairs, Barcelona, 1978

    Ediciones originales:La precession des simulacres,Traverses, n 10, fevrier 1978

    Leffet Beaubourg, Editions Galile, 1977

    La paginacin se correspondecon la edicin impresa

    http://www.letrae.com.ar/
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    Si ha podido parecemos la ms bella alego-ra de la simulacin aquella fbula de Borges en

    que los cartgrafos del Imperio trazan un mapatan detallado que llega a recubrir con toda exac-titud el territorio (aunque el ocaso del Imperiocontempla el paulatino desgarro de este mapaque acaba convertido en una ruina despedazadacuyos girones se esparcen por los desiertos

    belleza metafsica la de esta abstraccin arrui-nada, donde fe del orgullo caracterstico delImperio y a la vez pudrindose como una carroa,regresando al polvo de la tierra, pues no esraro que las imitaciones lleguen con el tiempo

    a confundirse con el original) pero sta es unafbula caduca para nosotros y no guarda ms queel encanto discreto de los simulacros de segun-do orden.

    Hoy en da, la abstraccin ya no es la delmapa, la del doble, la del espejo o la del con-

    cepto. La simulacin no corresponde a un terri-torio, a una referencia, a una sustancia, sinoque es la generacin por los modelos de algoreal sin origen ni realidad: lo hiperreal. El terri-torio ya no precede al mapa ni le sobrevive. En

    adelante ser el mapa el que preceda al terri-5

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    torio PRECESIN DE LOS SIMULACROS yel que lo engendre, y si fuera preciso retomarla fbula, hoy seran los girones del territoriolos que se pudriran lentamente sobre la super-ficie del mapa. Son los vestigios de lo real, nolos del mapa, los que todava subsisten espar-cidos por unos desiertos que ya no son los delImperio, sino nuestro desierto. El propio desier-

    to de lo real.De hecho, incluso invertida, la metfora es

    inutilizable. Lo nico que quiz subsiste es elconcepto de Imperio, pues los actuales simula-cros, con el mismo imperialismo de aquellos car-

    tgrafos, intentan hacer coincidir lo real, todolo real, con sus modelos de simulacin. Pero nose trata ya ni de mapa ni de territorio. Ha cam-biado algo ms: se esfum la diferencia sobera-na entre uno y otro que produca el encanto dela abstraccin. Es la diferencia la que produce

    simultneamente la poesa del mapa y el em-brujo del territorio, la magia del concepto y elhechizo de lo real. El aspecto imaginario de larepresentacin que culmina y a la vez se hun-de en el proyecto descabellado de los cartgra-fos de un mapa y un territorio idealmente su-

    perpuestos, es barrido por la simulacin cuyaoperacin es nuclear y gentica, en modo algu-no especular y discursiva. La metafsica enteradesaparece. No ms espejo del ser y de las apa-riencias, de lo real y de su concepto. No ms

    coincidencia imaginaria: la verdadera dimensin6

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    de la simulacin es la miniaturizacin gentica.Lo real es producido a partir de clulas minia-turizadas, de matrices y de memorias, de mode-los de encargo y a partir de ah puede ser re-producido un nmero indefinido de veces. No po-see entidad racional al no ponerse a prueba enproceso alguno, ideal o negativo. Ya no es msque algo operativo que ni siquiera es real puesto

    que nada imaginario lo envuelve. Es un hiperreal,el producto de una sntesis irradiante de mode-los combinatorios en un hiperespacio sin atms-fera.

    En este paso a un espacio cuya curvatura yano es la de lo real, ni la de la verdad, la era dela simulacin se abre, pues, con la liquidacinde todos los referentes peor an: con su re-surreccin artificial en los sistemas de signos,material ms dctil que el sentido, en tanto quese ofrece a todos los sistemas de equivalencias,

    a todas las oposiciones binarias, a toda el lge-bra combinatoria. No se trata ya de imitacinni de reiteracin, incluso ni de parodia, sinode una suplantacin de lo real por los signos delo real, es decir, de una operacin de disuasinde todo proceso real por su doble operativo, m-

    quina de ndole reproductiva, programtica, im-pecable, que ofrece todos los signos de lo real y,en cortocircuito, todas sus peripecias. Lo realno tendr nunca ms ocasin de producirse tales la funcin vital del modelo en un sistema de

    muerte, o, mejor, de resurreccin anticipada que7

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    Pues si cualquier sntoma puede ser produ-cido y no se recibe ya como un hecho natural,

    toda enfermedad puede considerarse simulabley simulada y la medicina pierde entonces su sen-tido al no saber tratar mas que las enfermedadesverdaderas segn sus causas objetivas. Lapsicosomtica evoluciona de manera turbia enlos confines del principio de enfermedad. Encuanto al psicoanlisis, remite el sntoma desdeel orden orgnico al orden inconsciente: una vezms ste es considerado ms verdadero queel otro. Pero, por qu habra de detenerse elsimulacro en las puertas del inconsciente? Por

    qu el trabajo del inconsciente no podra serproducido de la misma manera que no impor-ta qu sntoma de la medicina clsica? As lo sonya los sueos.

    Claro est, el mdico alienista pretende queexiste para cada forma de alienacin mental unorden particular en la sucesin de sntomas queel simulador ignora y cuya ausencia no puedeengaar al mdico alienista. Lo anterior (quedata de 1865), para salvar a toda costa un prin-cipio de verdad y escapar as a la problemtica

    que la simulacin plantea a saber: que la ver-9

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    dad, la referencia, la causa objetiva, han dejadode existir definitivamente. Qu puede hacer lamedicina con lo que flucta en los lmites de laenfermedad o de la salud, con la reproduccinde la enfermedad en el seno de un discurso queya no es verdadero ni falso? Qu puede hacerel psicoanlisis con la repeticin del discurso delinconsciente dentro de un discurso de simula-

    cin que jams podr ser desenmascarado al ha-ber dejado de ser falso?

    Qu puede hacer el ejrcito con los simula-dores? Tradicionalmente, los desenmascara ylos castiga en base a patrones fijos, y preclaros,de deteccin. Hoy por hoy, puede reformar almejor de los simuladores como si de un homo-sexual, un cardaco o un loco verdaderos setratara. Incluso la psicologa militar retrocedeante las claridades cartesianas y se resiste a lle-var a cabo la distincin entre lo verdadero y lo

    falso, entre el sntoma producido y el sntomaautntico: Si interpreta tan bien el papel deloco es que lo est. Y no se equivoca: en estesentido, todos los locos simulan, y esta indistin-cin constituye la peor de las subversiones. Pre-cisamente contra ella se ha armado la razn

    clsica con todas sus categoras, pero las ha des-bordado y el principio de verdad ha quedado denuevo cubierto por las aguas.

    Ms all de la medicina y del ejrcito, cam-pos predilectos de la simulacin, el asunto remi-

    te a la religin y al simulacro de la divinidad:10

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    As pues, lo que ha estado en juego desdesiempre ha sido el poder mortfero de las im-genes, asesinas de lo real, asesinas de su pro-pio modelo, del mismo modo que los iconos deBizancio podan serlo de la identidad divina.A este poder exterminador se opone el de lasrepresentaciones como poder dialctico, media-cin visible e inteligible de lo Real. Toda la fe

    y la buena fe occidentales se han comprometidoen esta apuesta de la representacin: que unsigno pueda remitir a la profundidad del sentido,que un signo pueda cambiarse por sentido y quecualquier cosa sirva como garanta de este cam-bio Dios, claro est. Pero y si Dios mismo

    puede ser simulado, es decir reducido a los sig-nos que dan fe de l? Entonces, todo el sistemaqueda flotando convertido en un gigantesco si-mulacro no en algo irreal, sino en simulacro,es decir, no pudiendo trocarse por lo real perodndose a cambio de s mismo dentro de un cir-cuito ininterrumpido donde la referencia no exis-te.

    Al contrario que la utopa, la simulacin par-te del principio de equivalencia, de la negacinradical del signo como valor, parte del signocomo reversin y eliminacin de toda referen-cia. Mientras que la representacin intenta ab-sorber la simulacin interpretndola como falsa

    representacin, la simulacin envuelve todo el13

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    La etnologa roz la muerte un da de 1971 enque el gobierno de Filipinas decidi dejar en sumedio natural, fuera del alcance de los colonos,los turistas y los etnlogos, las pocas docenasde Tasaday recin descubiertos en lo ms pro-fundo de la jungla donde haban vivido duranteocho siglos sin contacto con ningn otro miem-

    bro de la especie. La iniciativa de esta decisinparti de los mismos antroplogos que vean alos Tasaday descomponerse rpidamente en supresencia, como una momia al aire libre. Paraque la etnologa viva es necesario que muera suobjeto. ste, por decirlo de algn modo, se ven-

    ga muriendo de haber sido descubierto y sumuerte es un desafo para la ciencia que preten-de aprehenderlo (acaso no ocurre as con todaciencia, incluso con las no humanas?). sta que-da instalada sobre una estrecha franja, sobre lacornisa paradjica a que la somete la evanes-cencia de su objeto en su aprehensin misma,y la reversin implacable que ejerce sobre ellaeste objeto muerto. Como Orfeo, la ciencia sevuelve siempre demasiado pronto hacia su ob-jeto, y, como Eurdice, ste regresa a los infier-

    nos.16

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    Es contra este infierno de la paradoja contralo que los etnlogos quisieron prevenirse cerran-do el cinturn de seguridad de la selva virgenen torno a los Tasaday. Nadie podr rozar siquie-ra su mundo: el yacimiento se clausura como sifuera una mina agotada. La ciencia pierde conello un capital precioso, pero el objeto queda asalvo, perdido para ella, pero intacto en su vir-

    ginidad. No se trata de un sacrificio (la cien-cia nunca se sacrifica, siempre ha preferido elhomicidio), sino de un sacrificio simulado de suobjeto a fin de preservar su principio de reali-dad. El Tasaday congelado en su medio ambien-te natural va a servirle de coartada perfecta, de

    fianza eterna. Se inicia a s una antietnologainterminable de la que, bajo otro prisma, danvariado testimonio Jaulin y Castaneda. De todosmodos, la evolucin lgica de la ciencia consis-te en alejarse cada vez ms de su objeto hasta

    llegar a prescindir de l: tal autonoma es unafantasa ms y afecta en realidad a su formapura.

    El Indio as recluido en el ghetto, en el atadde cristal de la selva virgen, se reconvierte enel modelo de simulacin de todos los indios po-

    sibles de antes de la etnologa. sta se permitede este modo el lujo, y la ilusin, de encar-narse en una especie de ms all de ella misma,en la realidad bruta de estos indios completa-mente reinventados por ella salvajes que le

    deben a la etnologa; l seguir sindolo. No est17

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    Es pues de una inocencia mayscula el ir a bus-car la etnologa entre los salvajes o en un Ter-cer Mundo cualquiera, porque la etnologa estaqu, en todas partes, en las metrpolis, entrelos blancos, en un mundo completamente recen-sado, analizado y luego resucitado artificialmen-te disfrazndolo de realidad, en un mundo de lasimulacin, de alucinacin de la verdad, de chan-

    taje a lo real, de asesinato de toda forma simb-lica y de su retrospeccin histrica e histrica;muerte de la que los salvajes, nobleza obliga,han pagado los primeros la cuenta, pero quehace mucho tiempo que se ha extendido a todaslas sociedades occidentales.

    Pero al mismo tiempo, la etnologa nos brin-da su nica y ltima leccin, el secreto que lamata (y que los salvajes conocen mucho mejorque ella), la venganza del muerto.

    La clausura del objeto cientfico es idntica

    a la de los locos y a la de los muertos. De igualmodo que la sociedad entera est irremediable-mente contaminada por el espejo de la locuraque ella misma ha colocado ante s, la cienciano pueda ms que morir contaminada por lamuerte de un objeto que es su espejo invertido.

    Aparentemente es ella quien lo domina, pero dehecho l la inviste en profundidad, segn una re-versin consciente, no dando ms que respues-tas muertas y circulares a una pregunta muertay circular.

    Nada cambia cuando la sociedad rompe el19

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    espejo de la locura (abole los asilos, devuelvela palabra a los locos, etc.), ni cuando la cien-cia parece romper el espejo de su objetividad(abolirse frente a su objeto como en Castaneda,etctera) e inclinarse ante las diferencias.A la modalidad del encierro sucede la de un dis-positivo innombrable, pero nada ha cambiado.A medida que la etnologa se hunde en su insti-

    tucin clsica, se sobrevive en una antietnologacuya tarea es la de volver a inyectar diferencia-ficcin entre los salvajes, o salvajeficcin entodos los intersticios, para ocultar que es estemundo, el nuestro, el que vuelve a ser salvajea su manera, es decir, devastado por la diferen-

    cia y por la muerte.Del mismo modo, siempre bajo el pretexto de

    salvar el original, se ha prohibido visitar las gru-tas de Lascaux, pero se ha construido una rpli-ca exacta a 500 metros del lugar para que todos

    puedan verlas (se echa un vistazo por la mirillaa la gruta autntica y despus se visita la repro-duccin). Es posible que incluso el recuerdomismo de las grutas originales se difumine en elespritu de las generaciones futuras, pero noexiste ya desde ahora diferencia alguna, el des-

    doblamiento basta para reducir a ambas al m-bito de lo artificial.

    La ciencia y la tcnica se han movilizado tam-bin recientemente para salvar la momia deRamss II tras haberla dejado pudrirse durante

    varias dcadas en el fondo de un museo. El p-20

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    nico invade de pronto a occidente ante la ideade no poder salvar lo que el orden simblico ha-ba sabido conservar durante cuarenta siglos,aunque lejos de las miradas y de la luz. Ramssno significa nada para nosotros, slo la momiatiene un valor incalculable puesto que es la quegarantiza que la acumulacin tiene sentido. Todanuestra cultura lineal y acumulativa se derrum-

    bara si no furamos capaces de preservar lamercanca del pasado al sacarla a la luz. Paraesto es preciso extraer a los faraones de sustumbas y a las momias de su silencio: hay queexhumarlos y rendirles honores militares. Estosviejos cadveres son el blanco de la ciencia y

    de los gusanos al mismo tiempo. Slo el secre-to absoluto les garantizaba su poder milenariodominio de la podredumbre que significaba eldominio del ciclo total de intercambios con lamuerte. Nosotros slo sabemos poner nuestraciencia al servicio de la restauracin de la mo-mia, es decir, slo sabemos restaurar un ordenvisible, mientras que el embalsamiento suponaun trabajo mtico orientado a inmortalizar unadimensin oculta.

    Precisamos un pasado visible, un continuum

    visible, un mito visible de los orgenes que nostranquilice acerca de nuestros fines, pues en elfondo nunca hemos credo en ellos. De ah lahistrica escena de la recepcin de la momiaen el aeropuerto de Orly, acaso porque Ramss

    fue una gran figura desptica y militar? posible-21

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    nada hubiera sucedido. Se borra todo y se vuel-ve a empezar. La restitucin del original difumi-na la exterminacin. Incluso llegan a presumirde mejoras, de sobrepasar la cifra original. Heaqu la prueba de la superioridad de la civiliza-cin: llegar a producir ms indios de los questos mismos eran capaces de producir. Por unasiniestra irrisin, tal superproduccin es una for-

    ma ms de exterminio: la cultura india, comotoda cultura tribal, se apoya en la limitacin delgrupo y en el rechazo de todo crecimiento demo-grfico libre, como puede apreciarse en Ishi.Se da, pues, ah, en la promocin libre de losindios por parte de los americanos, un contra-

    sentido total, un paso ms en la exterminacinsimblica.

    De este modo, por todas partes vivimos enun universo extraamente parecido al originallas cosas aparecen dobladas por su propia es-

    cenificacin, pero este doblaje no significa unamuerte inminente pues las cosas estn en l yaexpurgadas de su muerte, mejor an, ms son-rientes, ms autnticas bajo la luz de su modelo,como los rostros de las funerarias.

    Disneylandia con las dimensiones de todo ununiverso.

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    Disenylandia es un modelo perfecto de todoslos rdenes de simulacros entremezclados. En

    principio es un juego de ilusiones y de fantas-mas: los Piratas, la Frontera, el Mundo Futuro,etctera. Suele creerse que este mundo imagi-nario es la causa del xito de Disneylandia, perolo que atrae a las multitudes es, sin duda y so-

    bre todo, el microcosmos social, el goce religio-so, en miniatura, de la Amrica real, la perfectaescenificacin de los propios placeres y contra-riedades. Uno aparca fuera, hace cola estandodentro y es completamente abandonado al salir.La nica fantasmagora en este mundo imagina-

    rio proviene de la ternura y calor que las masasemanan y del excesivo nmero de gadgets aptospara mantener el efecto multitudinario. El con-traste con la soledad absoluta del parking au-tntico campo de concentracin, es total.O, mejor: dentro, todo un abanico de gadgetsmagnetiza a la multitud canalizndola en flujosdirigidos; fuera, la soledad, dirigida hacia unsolo gadget, el verdadero, el automvil. Poruna extraa coincidencia (aunque sin duda tieneque ver con el embrujo propio de semejante uni-

    verso), este mundo infantil congelado resulta25

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    haber sido concebido y realizado por un hombrehoy congelado tambin: Walt Disney, quien es-pera su resurreccin arropado por 180 gradoscentgrados.

    Por doquier, pues, en Disneylandia, se dibujael perfil objetivo de Amrica, incluso en la mor-fologa de los individuos y de la multitud. Todoslos valores son all exaltados por la miniatura y

    el dibujo animado. Embalsamados y pacificados.De ah la posibilidad (L. Marn lo ha llevado acabo excelentemente en Utpiques, Jeux dEs-paces) de un anlisis ideolgico de Disneylan-dia: ncleo del american way of life, penegri-co de los valores americanos, etc., trasposicinidealizada, en fin, de una realidad contradictoria.Pero todo esto oculta otra cosa y tal tramaideolgica no sirve ms que como tapaderade una simulacin de tercer orden: Disneylandiaexiste para ocultar que es el pas real, toda

    la Amrica real, una Disneylandia (al modocomo las prisiones existen para ocultar que estodo lo social, en su banal omnipresencia, lo quees carcelario). Disneylandia es presentada comoimaginaria con la finalidad de hacer creer que elresto es real, mientras que cuanto la rodea, Los

    ngeles, Amrica entera, no es ya real, sinoperteneciente al orden de lo hiperreal y de lasimulacin. No se trata de una interpretacinfalsa de la realidad (la ideologa), sino de ocul-tar que la realidad ya no es la realidad y, por tan-

    to, de salvar el principio de realidad.26

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    Lo imaginario de Disneylandia no es ni ver-dadero ni falso, es un mecanismo de disuasinpuesto en funcionamiento para regenerar a con-trapelo la ficcin de lo real. Degeneracin de loimaginario que traduce su irrealidad infantil. Se-mejante mundo se pretende infantil para hacercreer que los adultos estn ms all, en el mun-do real, y para esconder que el verdadero in-

    fantilismo est en todas partes y es el infantilis-mo de los adultos que viene a jugar a ser niospara convertir en ilusin su infantilismo real.

    Adems, Disneylandia no es un caso nico.Enchanted Village, Magic Mountain, MarineWorld... Los Angeles est rodeada de esta es-

    pecie de centrales imaginarias que alimentancon una energa propia de lo real una ciudad cuyomisterio consiste precisamente en no ser msque un canal de circulacin incesante, irreal. Ciu-dad de extensin fabulosa, pero sin espacio, sindimensin. Tanto como de centrales elctricasy atmicas, tanto como de estudios de cine, estaciudad, que no es ms que un inmenso escena-rio y un travelling perpetuo, tiene necesidad delviejo recurso imaginario hecho de signos infan-tiles y de espejismos trucados.

    Disneylandia muestra que lo real y lo imagi-nario perecen de la misma muerte. A una reali-dad difana responde una imaginacin exange.

    Pero hubo un tiempo de poder para lo imagi-nario de igual modo que hubo una fase de poder

    de lo real, aunque ambas se hayan cumplido ya27

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    hoy en da. Los juegos de la ilusin tuvieron sumomento triunfal desde el Renacimiento hastala Revolucin, en el teatro, el Barroco, la pinturay las peripecias menores del engao visual.ste presenta en dos dimensiones lo que en rea-lidad tiene tres: el universo real, pero de re-pente da un salto hasta la cuarta, la que precisa-mente le falta al espacio realista del Renacimien-

    to. Nunca se vio con mayor claridad que se tratade seccionar lo real para abrirse a lo imaginario.Escamotear una verdad tras otra, un hecho trasotro, una palabra tras otra, escamotear lo real alo real, tal es la potestad de la seduccin. Si elpoder tiene tres dimensiones, la seduccin se

    inicia con una dimensin de menos. Esto es jus-tamente lo que nos revela el studiolo del Pa-lazzo Ducale de Urbino.

    Minsculo santuario engaoso en el corazndel inmenso espacio del palacio. Todo el palacio

    es el triunfo de una sabia perspectiva arquitec-tnica, de un espacio desplegado de acuerdo conlas reglas. El studiolo es un microcosmos in-verso: separado del resto del palacio, sin venta-nas, sin espacio propiamente dicho, el espacioest en l perpetrado por simulacin. Si todo elpalacio constituye el acto arquitectnico por ex-celencia, el discurso manifiesto del arte (y delpoder), qu pasa con la nfima clula del stu-diolo que, como una especie de otro lugar sa-grado, flanquea la capilla desprendiendo cierto

    tufillo a sacrilegio y alquimia? Lo que se baraja28

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    ah con el espacio y, por tanto, con todo el sis-tema de representaciones que ordena el palacioy la repblica, no est muy claro.

    Se trata de un espacio privadsimo, es patri-monio del prncipe como el incesto y la transgre-sin fueron monopolio de los reyes. Tiene lugaraqu un cambio total de las reglas del juego queconduce a suponer que todo el espacio exterior,

    el del palacio y, ms all, el de la ciudad, que elespacio mismo del poder, el espacio poltico,puede que no sea ms que un efecto de pers-pectiva. Un secreto tan peligroso, una hiptesistan radical, el prncipe se preocupa de guardar-los para l, slo para s y en la intimidad msrigurosa: quizs reside ah justamente el secre-to de su poder. Despus de Maquiavelo los pol-ticos quizs han sabido siempre que el dominiode un espacio simulado est en la base del po-der, que la poltica no es una funcin, un terri-

    torio o un espacio real,sino un modelo de simu-lacin cuyos actos manifiestos no son ms queel efecto realizado. Es este punto ciego del pala-cio, este lugar cercenado de la arquitectura y dela vida pblica, el que, en cierto modo, rige elconjunto, no segn una determinacin directa,

    sino por una especie de inversin metafsica, detransgresin interna, de revolucin de la reglaoperada en secreto como en los rituales primi-tivos, de agujero en la realidad simulacro ocul-to en el corazn de la realidad y del que sta

    depende en toda su operacin.29

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    Ocurre igual con el studiolo de Montefel-tre: es el secreto inverso (perverso?) de la noexistencia en el fondo de la realidad, secreto dela siempre posible reversibilidad del espacioreal en lo profundo, incluido el espacio pol-tico secreto que rige lo poltico, y que se per-di luego por completo, en la ilusin de la rea-lidad de las masas.

    En el truco visual no se trata nunca de con-fundirse con lo real, sino de producir un simula-cro, con plena conciencia del juego y del artifi-cio. Se trata, mimando la tercera dimensin, deintroducir la duda sobre la realidad de esta ter-cera dimensin y, mimando y sobrepasando elefecto de lo real, de lanzar la duda radical sobreel principio de realidad. Pues la tercera dimen-sin, la de la prospectiva, es tambin la dimen-sin de la mala conciencia del signo para conla realidad y toda la pintura desde el Renaci-

    miento est podrida de esta mala conciencia.Si existe una especie de milagro del truco,

    jams se da en la ejecucin realista las uvasde Zeuxis, tan reales que los pjaros las pico-teaban. Absurdo. El milagro no puede darse nun-ca en el colmo del realismo, sino precisamente

    al contrario, en el desfallecimiento repentino dela realidad y en el vrtigo que produce hundir-se en l. Esta prdida del escenario de lo reales la que revela la familiaridad sbita, surreal,de los objetos. Cuando la organizacin jerrquica

    del espacio real bajo el privilegio de la visin,30

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    cuando esta prospectiva simulada pues no esms que un simulacro se deshace, surge otracosa que, a falta de algo mejor, expresamos entrminos de tacto, de una hiperpresencia tctilde las cosas, como si fuera posible tocarlas yy llevrselas. Pero no nos engaemos, este es-pejismo de presencia tctil no tiene nada quever con nuestro sentido real del tacto: es unametfora de la aprehensin correspondiente ala abolicin de la escena y del espacio represen-tativo. De golpe, esta aprehensin, que es el mi-lagro del engao visual, resurge sobre todo elllamado mundo real circundante, revelndonosque la realidad nunca es otra cosa que un

    mundo jerrquicamente escenificado, objetiva-do segn las reglas de la profundidad, y reveln-donos tambin que la realidad es un principiobajo cuya observancia se regulan toda la pintu-ra, la escultura y la arquitectura de la poca,pero nada ms que un principio, y un simulacro

    al que pone fin la hipersimulacin experimentaldel engao visual.

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    Watergate. Escenario idntico al de Disney-

    landia, efecto imaginario ocultando que no exis-te ya realidad ni ms all ni ms ac de los lmi-tes del permetro artificial. Efecto de escndaloen este caso, ocultando que no hay diferenciaalguna entre los hechos y su denuncia (los m-todos usados por los hombres de la CIA y porlos periodistas del Washington Post son idnti-cos). La misma operacin de disuasin destina-da a regenerar ya, por medio del escndalo, unprincipio moral y poltico, ya, a travs de lo ima-ginario, un principio de realidad en extincin.

    La denuncia del escndalo es siempre un ho-menaje tributado a la ley. Con Watergate se halogrado ante todo imponer la idea de que Water-gate fue un escndalo lo que en este sentidoha constituido una operacin de intoxicacin pro-digiosa, una buena dosis de reinyeccin de mo-ral poltica a escala mundial. Puede decirse conBourdieu: Lo caracterstico de toda tensin defuerzas es disimularse como tal y lograr toda supotencia precisamente gracias a este disimulo,entendiendo lo anterior de este modo: el capital,

    inmoral, y sin escrpulos, slo puede ejercerse32

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    tras una superestructura moral, quienquiera queregenera esta moralidad pblica (sea a travsde la indignacin, de la denuncia, etc.) trabajaespontneamente para el orden del capital. Aslo hicieron los periodistas del Washington Post.

    Pero esto no sera ms que la frmula de laideologa y cuando Bourdieu lo enuncia sobreen-tiende la relacin de fuerzas como verdad dela dominacin capitalista y, tambin l, denunciaesta relacin como escndalo, situndose en lamisma posicin determinante y moralista que losperiodistas del Washington Post. Lleva a cabo elmismo trabajo de purga y relanzamiento de unorden moral, de un orden de verdad donde se en-gendra la autntica violencia simblica del or-den social, ms all de todas las relaciones defuerzas que no son sino su configuracin move-diza e indiferente en la conciencia moral y po-ltica de los hombres.

    Bourdieu enmascara que el capital no signifi-ca en modo alguno un orden de la racionalidad,de la moralidad o de las relaciones de fuerzas, ycomo los periodistas del Washington Post, nohace ms que simular para denunciarla, una ins-tancia ideal del capitalismo. Ahora bien, estoes todo lo que el capital nos pide: recibirlo comoracional o combatirlo en nombre de la racionali-dad, recibirlo como moral o combatirlo en nom-bre de la moralidad. Se trata de lo mismo, y se-mejante peripecia puede leerse bajo otra forma:

    antao se pona empeo en disimular un escn-33

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    dalo, hoy el empeo se pone en ocultar que nolo es.Watergate no es un escndalo, he aqu loque es preciso decir a toda costa, pues es lo que

    todo el mundo, y antes que nadie los denuncian-tes, se dedican a ocultar. Semejante disimulo en-mascara un ahondamiento de la moralidad, de la(puesta en) escena primitiva del capital: su

    pnico moral, a medida que nos acercamos a lacrueldad instantnea, su incomprensible feroci-dad, su inmoralidad fundamental he aqu lorealmente escandaloso, inaceptable para el sis-tema de equivalencia moral y econmica queconstituye el axioma del pensamiento de la iz-quierda desde el Siglo de las Luces hasta el co-munismo. Se le imputa al capital la idea del con-trato, pero a l le tiene sin cuidado pues es unaempresa monstruosa, sin principios, un puntoy nada ms. El pensamiento iluminado es el que

    intenta controlarlo imponindole reglas y todarecriminacin con avisos de pensamiento revo-lucionario est hoy acusando al capital de no se-guir las reglas del juego: el poder es injusto,su justicia es una justicia de clase, el capitalnos explota..., como si el capital estuviera li-

    gado por un contrato a la sociedad que rige. Esla izquierda la que tiende al capital el espejode la equivalencia esperando que quede pren-dido en l, prendido en la fantasmagora del con-trato social y cumpliendo sus clusulas, redistri-

    buyendo su deuda entre toda la sociedad (al mis-34

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    mo tiempo, la revolucin ya no es necesaria: bas-ta con que el capital se adhiera a la frmula ra-cional del cambio).

    Pero el capital no ha estado nunca unido porun contrato a la sociedad que domina. Es unahechicera de la relacin social, un desafo a lasociedad, y como a tal debe respondrsele. Noes un escndalo que denunciar segn la raciona-

    lidad moral o econmica, es un desafo que hayque aceptar segn la regla simblica.

    Watergate no ha sido, pues, ms que unatrampa tendida por el sistema a sus adversariossimulacin de escndalo con fines regenerado-

    res. Esto estara encarnado en el film por el per-sonaje de Deep Throat, de quien se ha dichoque era la eminencia gris de los republicanosmanipulando a los periodistas de izquierda paradesembarazarse de Nixon. Por qu no?, todaslas hiptesis son posibles aunque sta, adems,

    es superflua: la izquierda se basta muy bienpara realizar ella sola, y sin complejos, el traba-jo de la derecha. Sera, pues, muy inocente en-contrar ah una especie de amarga buena con-ciencia, ya que la derecha, por su parte, reali-za tambin espontneamente el trabajo de la iz-quierda. Todas las hiptesis de manipulacin sonreversibles en el seno de un torniquete sin fin:la manipulacin es una causalidad flotante don-de positividad y negatividad se engendran y serecubren, donde ya no existe activo ni pasivo.

    Slo con la detencin arbitraria de esta causali-35

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    tal, como la de la bomba, constituye el verdadero

    campo magntico del suceso. Los hechos no tie-nen ya su propia trayectoria, sino que nacen enla interseccin de los modelos y un solo hechopuede ser engendrado por todos los modelos ala vez. Esta anticipacin, esta precesin, estecortocircuito, esta confusin del hecho con su

    modelo (ya sin desviacin de sentido, sin pola-

    ridad dialctica, sin electricidad negativa, im-plosin de polos opuestos), es la que da lugar atodas las interpretaciones posibles, incluso las

    ms contradictorias, verdaderas todas, en el sen-tido de que su verdad consiste en intercambiar-se, a imagen y semejanza de los modelos de que

    proceden, en un ciclo generalizado.

    Los comunistas se las tienen con el P.S. comosi pretendieran romper la unin de la izquierda,pero dejan que prospere la idea de que sus re-

    sistencia proceden de disensiones internas (si-

    mulacin de democracia!). De hecho, podraquiz tratarse de que, en bloque y realmente, nodesean el poder?, pero, no lo quieren en estacoyuntura o no lo quieren por definicin? CuandoBerlinguer declara: No hay que temer ver a los

    comunistas en el poder en Italia, esto puedesignificar a la vez:

    que no hay de qu temer, pues los comunis-tas, si llegan al poder, no cambiarn nada desu mecanismo capitalista fundamental.

    que no existe peligro alguno de que lleguen37

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    al poder (por la sencilla razn de que no lodesean), y suponiendo que llegaran a ocupar-lo, no harn otra cosa que ejercer el poderpor procuracin.

    que de hecho, el poder, lo que se dice unverdadero poder, ya no existe y no hay puesriesgo alguno de que alguien pueda tomarlo.

    ms an: Yo, Berlinguer, no temo que los co-munistas tomen el poder en Italia, lo que pue-de parecer una perogrullada, pero no lo estanto si tenemos en cuenta que

    ello puede querer decir lo contrario (no esnecesario el psicoanlisis para comprender-

    lo): tengo miedo de que los comunistas to-men el poder (y existen buenas razones paratenerlo, incluso para un comunista).

    Todo esto es verdadero al mismo tiempo. Esel secreto de un discurso que ya no slo es am-

    biguo, como puedan serlo los discursos polti-cos, sino que revela la imposibilidad de unaposicin determinada ante el poder y la imposi-bilidad de una posicin determinada ante el dis-curso. Y esta lgica no pertenece a ningnpartido, sino que atraviesa todos los discursosaunque no lo deseen. Quin ser capaz de desen-redar este embrollo? El nudo gordiano poda porlo menos cortarse. De la divisin de la bandade Moebius resulta una espiral suplementariaen la que no queda resuelta la reversibilidad de

    las caras (en el caso que nos ocupa, la continui-38

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    dad reversible de las distintas hiptesis). Infier-no de la simulacin que no es ya el de latortura, sino el de la torsin sutil, malfica, ina-bacable, del sentido.1 Un ejemplo ms: los con-denados en el proceso de Burgos fueron un re-galo de Franco a la democracia occidental a laque brind la ocasin de regenerar su propio hu-manismo vacilante, pero acaso la protesta indig-

    nada de los demcratas consolid el rgimenfranquista aglutinando a las masas espaolascontra semejante intervencin extranjera? Quha sido de la verdad en una maraa tal de com-plicidades admirablemente tejida sin advertirloni sus propios autores?

    Conjuncin del sistema y de su alternativams lejana llegando ambos a tocarse como losdos extremos de un espejo cncavo. Curvaturaviciosa de un espacio poltico en adelanteimantado, circular y reversible de derecha a iz-

    quierda torsin parecida al genio maligno dela conmutacin, el sistema entero, lo infini-to del capital se repliega sobre su propia super-ficie. Acaso no ocurre lo mismo con el deseoy con el espacio libidinal? Conjuncin del deseoy del valor, del deseo y del capital, del deseo y

    del poder. Conjuncin del deseo y de la ley, l-timo goce metamorfoseado de la ley (lo que ex-plica porqu sta se encuentra tan generosa-

    1. Ello no desemboca forzosamente en la desesperacin, sino amenudo en una improvisacin desentido, de sin sentido, de mltiples

    sentidos simultneos que se destruyen.

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    mente a la orden del da): slo goza el capital,deca antes de llegar a pensar que nosotros go-zamos tambin en el interior del capital. Versati-lidad aterrante del deseo en Deleuze, giro enig-mtico que quizs conduce al deseo, revolucio-nario en s mismo, casi involuntariamente, slopor querer lo que quiere, a desear su propiarepresin y a investir sistemas paranoicos y fas-

    cistas. Torsin maligna que deja a la revolucindel deseo sometida a la misma ambigedad fun-damental de la otra revolucin, la histrica.

    Todos los referentes mezclan su discurso enuna compulsin circular, moebiana. Sexo y tra-bajo fueron no hace mucho tiempo trminos fe-rozmente opuestos, hoy se resuelven ambos enel mismo tipo de demanda. Antao, el discursode la historia tomaba toda su fuerza de oponerseviolentamente al de la naturaleza y el discursodel deseo de oponerse al del poder, hoy inter-

    cambian sus significantes y sus campos de ac-cin.

    Sera demasiado largo de correr todo el aba-nico de la negatividad operativa, el abanico detodos estos escenarios de disuasin que, comoWatergate, intentan regenerar un principio mori-

    bundo mediante el escndalo, el espejismo y lamuerte simulados especie de tratamiento hor-monal para la negatividad y la crisis. La cues-tin es probar lo real con lo imaginario, la ver-dad con el escndalo, la ley con la transgresin,

    el trabajo con la huelga, el sistema con la cri-40

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    sis y el capital con la revolucin, del mismomodo que se prob la etnologa (los Tasaday)desposeyndola de su objeto. Todo ello sin con-tar

    probar el teatro con el anfiteatroprobar el arte con el antiarteprobar la pedagoga con la antipedagogaprobar la psiquiatra con la antipsiquiatra

    etc. etc.

    Todo se metamorfosea en el trmino contra-rio para sobrevivirse en su forma expurgada. To-dos los poderes, todas las instituciones, hablande s mismos por negacin, para intentar, simu-

    lando la muerte, escapar a su agona real. El po-der quiere escenificar su propia muerte para re-cuperar algn brillo de existencia y legitimidad.Por ejemplo, el caso de los presidentes nortea-mericanos: los Kennedy moran porque tenan

    an cierta dimensin poltica; los dems, John-son, Nixon, Ford, deban contentarse con atenta-dos de pacotilla a base de asesinato simulado.Sin embargo, precisaban el aura de una amenazaartificial para ocultar que no eran ms que ma-rionetas del poder. Antao, el rey deba morir

    (tambin el dios) y en ello resida su fuerza. Enla actualidad, el lder se afana miserablementeen la comedia de su muerte a fin de preservarla gracia del poder. Sin embargo, esta gracia seha perdido ya.

    Buscar sangre fresca en la propia muerte, re-41

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    lanzar el ciclo a travs del espejo de la crisis,de la negatividad y del antipoder, es la nica so-lucincoartada de todo poder, de toda institu-cin que intente romper el crculo vicioso de suirresponsabilidad y de su inexistencia funda-mental, de su estar de vuelta y de su estar yamuerto.

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    La imposibilidad de escenificar la ilusin, esdel mismo tipo que la imposibilidad de rescatar

    un nivel absoluto de realidad. La ilusin ya no esposible porque la realidad tampoco lo es. stees el planteamiento del problema poltico de laparodia, de la hipersimulacin o simulacin ofen-siva. Toda negatividad poltica directa, toda es-trategia de relacin de fuerzas y de oposicin, no

    es ms que simulacin defensiva y regresiva.Por ejemplo, sera interesante comprobar cun-do el aparato represivo reacciona ms violenta-mente, si ante un holdup simulado o ante unholdup real. Pues el segundo no hace ms que

    cambiar el orden de las cosas, el derecho a lapropiedad, mientras que el primero atenta contrael mismo principio de realidad. La transgresin,la violencia, son menos graves, pues no cuestio-nan ms que el reparto de lo real. La simulacines infinitamente ms poderosa ya que permite

    siempre suponer, ms all de su objeto, que elorden y la ley mismos podran muy bien no serotra cosa que simulacin (recordar el engao deUrbino).

    Pero la dificultad est cortada a la medida

    del peligro: cmo fingir un delito y probar que43

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    fingamos...? Simule usted un robo en unos al-macenes y haga que le descubran (sino, dndeestara el juego?). Cmo persuadir al serviciode vigilancia de que se trataba de un hurto si-mulado?, no existe diferencia objetiva alguna.Se trata de los mismos gestos y de los mismossignos que en un robo real y, adems, los signosno se inclinan ni de un lado ni de otro. Para el

    orden establecido son, sin duda, signos pertene-cientes a la esfera de lo real.

    Organice usted un falso holdup. Asegresede que sus armas sean totalmente inofensivas yutilice un rehn cmplice a fin de que ninguna

    vida sea puesta en peligro (pues de lo contrarioacabar en la crcel). Exija un rescate y procureque la operacin alcance la mayor resonancia.En suma, intente que el asunto resulte verda-dero para poder poner a prueba la reaccin delsistema ante un simulacro perfecto. No va usted

    a lograrlo: su red de signos artificiales se liarinextrincablemente con elementos reales (un po-lica disparar de verdad; un cliente del bancose desvanecer y morir de un ataque cardaco;puede que incluso le paguen el rescate). Total,que sin haberlo querido se encontrar usted in-

    merso de lleno en lo real una de cuyas funcio-nes es precisamente la de devorar toda tentati-va de simulacin, la de reducir todas las cosasa la realidad. ste es precisamente el ordenestablecido, y lo era ya mucho antes de la pues-

    ta en juego de las instituciones y de la justicia.44

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    Dentro de esta imposibilidad de aislar el pro-ceso de simulacin hay que constatar el pesode un orden que no puede ver ni concebir msque lo real, pues slo en el seno de lo realpuede funcionar. Un delito simulado, si ello pue-de probarse, ser o castigado ligeramente (pues-to que no ha tenido consecuencias), o castigadocomo ofensa al ministerio pblico (por ejemplo,

    si se ha hecho actuar a la polica para nada),pero nunca ser castigado como simulacinpues, en tanto que tal, no es posible equivalen-cia alguna con lo real y, por tanto, tampoco esposible ninguna represin. El desafo de la simu-lacin es inaceptable para el poder, ello se ve

    an ms claramente al considerar la simulacinde virtud: no se castiga y, sin embargo, en tantoque simulacin es tan grave como fingir un de-lito. La parodia, al hacer equivalentes sumisiny transgresin, comete el peor de los crmenes,

    pues anula la diferencia en que la ley se basa. Elorden establecido nada puede en contra de esto,est desarmado ya que la ley es un simulacrode segundo orden mientras que la simulacinpertenece al tercer orden, ms all de lo verda-dero y de lo falso, ms all de las equivalencias,

    ms all de las distinciones racionales sobre lasque se basa el funcionamiento de todo orden so-cial y de todo poder. Es pues ah, en la ausenciade lo real, donde hay que enfocar el orden, noen otra parte.

    Por eso el orden escoge siempre lo real. En45

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    la duda, prefiere siempre la hiptesis de lo real(en l ejrcito se prefiere tomar al que fingepor verdadero loco), aunque esto se va haciendocada vez ms difcil, pues si resulta prctica-mente imposible aislar el proceso de simulacina causa del poder de inercia de lo real que nosrodea, tambin ocurre lo contrario (y esta re-versibilidad forma parte del dispositivo de simu-

    lacin e impotencia del poder), a saber, que apartir de aqu deviene imposible aislar el proce-so de lo real, incluso se hace imposible probarque lo real lo sea.

    Por ello, todos los holdup, secuestros de

    aviones, etc., son de algn modo holdup simula-dos, en el sentido en que estn todos someti-dos a priori al desciframiento y a la orquesta-cin ritual de los massmedia que se anticipana su escenificacin y a sus posibles consecuen-cias. En definitiva, en el sentido en que funcio-

    nan como un conjunto de signos sometidos a sucarcter de signos, en modo alguno a su fina-lidad real. Pero guardmonos de tomarloscomo irreales o como inofensivos, Al contra-rio, es en tanto que sucesos hiperreales, no te-niendo ni contenido ni fines propios, pero re-

    fractados los unos por los otros (del mismomodo que los llamados sucesos histricos: huel-gas, manifestaciones, crisis, etc.), es en tantoque tales que llegan a ser incontrolables paraun orden que slo puede ejercerse sobre lo real

    y sobre lo racional, sobre causas y fines. Orden46

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    referencial que slo puede reinar sobre lo re-ferencial, poder determinado que slo puede rei-nar sobre un mundo determinado, pero que nopuede nada contra esta recurrencia indefinida dela simulacin, contra esta nebulosa ingrvidaque no se somete a las leyes de la gravitacinde lo real. El poder mismo acaba por desmante-larse en este espacio y deviene una simulacin

    de poder (desconectado de sus fines y de susobjetivos, abocado a efectos de poder y de si-mulacin de masa).

    La nica arma absoluta del poder consisteen impregnarlo todo de referentes, en salvar loreal, en persuadirnos de la realidad de lo social,de la gravedad de la economa y de las finalida-des de la produccin. Para lograrlo se desvive,es lo ms claro de su accin, en prodigar crisisy penuria por doquier. Tomad vuestros deseospor la realidad puede llegar a entenderse como

    un eslogan desesperado del poder. En un mun-do sin referencias, la referencia del deseo, o in-cluso la confusin del principio de realidad ydel principio de deseo, son menos peligrosasque la contagiosa hiperrealidad. Quedamos en-tre principios y en esta zona el poder siempre

    tiene razn. La hiperrealidad y la simulacin di-suaden de todo principio y de todo fin y vuelvencontra el poder mismo la disuasin que l ha uti-lizado tan hbilmente durante largo tiempo. Pues,en definitiva, el capital es quien primero se ali-

    ment, al filo de su historia, de la desestructura-47

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    posturas artificiales, sociales, econmicas o po-

    lticas. Para l es una cuestin de vida o muerte,

    pero ya es demasiado tarde.

    De ah la histeria caracterstica de nuestrotiempo: la de la produccin y reproduccin de loreal. La otra produccin, la de valores y mercan-cas, la de las buenas pocas de la economapoltica, carece de sentido propio desde hace mu-

    cho tiempo. Aquello que toda una sociedad bus-ca al continuar produciendo, y superproducien-do, es resucitar lo real que se le escapa. Por eso,tal produccin material se convierte hoy en hi-perreal. Retiene todos los rasgos y discursos dela produccin tradicional, pero no es ms queuna metfora. De este modo, los hiperrealistasfijan con un parecido alucinante una realidad dela que se ha esfumado todo el sentido y toda laprofundidad y la energa de la representacin.Y as, el hiperrealismo de la simulacin se tradu-

    ce por doquier en el alucinante parecido de loreal consigo mismo.

    Desde hace mucho tiempo, el poder no sue-a ms que en producir signos de su realidad.De pronto, ha entrado en escena otra figura delpoder, la de la demanda colectiva de signos depoder, unin sagrada que se produce en tornoa su desaparicin y para conjurarla. Todo el mun-do se adhiere ms o menos a esta demanda porterror al hundimiento de lo poltico. As llega-mos a un punto en que el juego se reduce a mul-

    tiplicar la obsesin crtica del poder, obsesin49

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    de su vida y de su muerte, a medida que se es-fuma. Cuando nada quede de l, nos encontra-remos todos, segn una lgica de autodisuasinprogresiva, bajo la alucinacin total del poder.Una obsesin tal que se perfila ya por todas par-tes, expresando a la vez la compulsin de desha-cerse del poder (nadie lo quiere ya, todos lo de-jamos para los otros), y el nostlgico pnico de

    su prdida. La melancola de las sociedades sinpoder, ella fue una vez quien suscit el fascis-mo, la sobredosis de un referencial fuerte enuna sociedad que no puede culminar su enluta-da vocacin.

    Seguimos en el mismo sitio y no encontra-mos salida: no sabemos guiar el cortejo fnebrede lo real, del poder, de lo social mismo, impli-cado tambin en la depresin en que nos agi-tamos. Y es precisamente por un recrudecimien-to artificial del poder, de lo real y de lo social

    por lo que intentamos escabullimos. Esto, sinduda, acabar produciendo el socialismo. Por

    una torsin inesperada, por una irona que no esya la de la historia, ser de la muerte de lo so-cial de donde va a surgir el socialismo, comobrotan las religiones de la muerte de Dios. Ad-

    venimiento retorcido, energa inversa, reversinininteligible para la lgica de la razn. Como loes el hecho de que el poder no est ah msque para ocultar que ya no existe poder. Simu-lacin que puede durar indefinidamente: a dife-

    rencia del autntico poder que es, que fue,50

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    una estructura, una estrategia, una relacin defuerzas, una apuesta, el poder del que habla-mos, no siendo ms que el objeto de una de-manda social, ser objeto de la ley de la ofertay la demanda y no estar ya sujeto a la violen-cia y a la muerte. Completamente expurgado dela dimensin poltica, depende, como cualquierotra mercanca, de la produccin y el consumomasivo (massmedia, elecciones, encuestas).Todo destello poltico ha desaparecido, solamen-te queda la ficcin de un universo poltico.

    Lo mismo ocurre con el trabajo. Ha desapa-recido la chispa de la produccin, la violenciadel trabajo y de lo que en l se juega. Todo el

    mundo produce an, y cada vez ms, pero el tra-bajo se ha convertido en otra cosa: una necesi-dad, como lo contemplara idealmente Marx, peroen modo alguno en el mismo sentido, sino en elsentido de que el trabajo es objeto de una de-manda social, como el ocio, al que se equipara

    en el funcionamiento general de la vida. Ahorabien, tal demanda es exactamente proporcionala la prdida del rumbo en el proceso del tra-bajo.1 Idntica peripecia que en el caso del

    1. A esta debilitacin de los atributos del trabajo, correspondeuna baja paralela de los atributos del consumo. Se acab, por ejem.,

    la satisfaccin directa, de uso o de prestigio, del automvil; se acabel discurso amoroso que opona netamente el objeto de placer al ob-jeto de trabajo. Ha llegado el turno de otro discurso que, por unamezcla paradjica, es un discurso de trabajo sobre el objeto de con-sumo, ante un revestimiento activo, constreidor (gaste menos gaso-lina, cuide su seguridad, no corra, etc.) al que tratan de adaptarselas caractersticas de los vehculos. Recuperar la posibilidad de otra

    apuesta mediante el desplazamiento de un polo sobre el otro. El tra-

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    poder: el escenario del trabajo se monta paraocultar que lo real del trabajo, de la produccin,ha desaparecido. Y tambin lo real de la huelga,que ya no consiste en detener el trabajo, sino ensu alternativa en la cadencia ritual de la anuali-dad social. Todo ocurre como si cada cual hu-biera ocupado, tras la declaracin de huelga,su lugar y puesto de trabajo y retomado, como

    es de rigor en una ocupacin autogestionaria,la produccin exactamente en los mismos trmi-nos que antes, pese a declararse (y a estar vir-tualmente) en estado de huelga permanente.

    Sin embargo, aunque las cosas continencomo si no hubiera pasado nada, todo ha cam-

    biado de sentido. No se trata de un sueo deciencia ficcin, sino del doblaje del proceso deltrabajo y del proceso de la huelga huelga in-corporada como la obsolescencia en los objetos,como la crisis en la produccin. No puede ha-blarse ya de huelga y de trabajo, sino de ambosa la vez, es decir, de algo completamente dife-rente: una magia del trabajo,un engao, una es-cenificacin del drama de la produccin (por nodecir de su melodrama), dramaturgia colectivaen el escenario vaco de lo social.

    No es ya la ideologa del trabajo lo que escuestin viejo discurso, moral caduca quebajo se hace necesario, e! automvil deviene objeto de trabajo. Noexiste mejor prueba de la escasa diferencia existente entre las bazasa jugar. Por un deslizamiento parecido desde el derecho al votohasta el deber electoral se pone en evidencia la escasez de atri-

    buciones de la esfera poltica.

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    ocultara el proceso real de trabajo y el fun-cionamiento objetivo de la explotacin. El he-cho es que el trabajo sigue ah tan solo paraocultar que no hay ya trabajo. De igual modo, lacuestin no est ya en la ideologa del poder,sino en la escenificacin del poder para ocultarque ste no existe ya. La ideologa no correspon-de a otra cosa que a una malversacin de la rea-

    lidad mediante los signos, la simulacin corres-ponde a un cortocircuito de la realidad y a sureduplicacin a travs de los signos. La finali-dad del anlisis ideolgico siempre es restituirel proceso objetivo, y siempre ser un falso pro-blema el querer restituir la verdad bajo el simu-

    lacro.

    Por eso el poder est en el fondo tan deacuerdo con los discursos ideolgicos y los dis-cursos sobre la ideologa, porque son discursosde verdad vlidos siempre, sobre todo si sonrevolucionarios, para oponerlos a los golpes mor-tales de la simulacin.

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    A semejante ideologa de lo vivido, de exhu-macin de lo real desde su banalidad de base, es

    decir, desde su autenticidad radical, se refierela experiencia americana de TVverdad lleva-da a cabo en 1971 con la familia Loud: 7 mesesde filmacin ininterrumpida, 300 horas de tomadirecta, sin script ni escenografa, la odisea deuna familia, sus dramas, sus alegras, sus peri-

    peripecias, en suma, un documento histrico enbruto, y el ms bello logro de la televisin,comparable, a escala de nuestra cotidianeidad,al film del primer alunizaje. El asunto se com-plica con el hecho de que la familia se deshizo

    durante el rodaje: estall la crisis, los Loud sesepararon, etc.... Tras esto, una controversia in-soluble: es responsable la TV? Qu habra su-cedido si la TV no hubiese estado all?

    Resulta ms interesante todava el espejis-mo de filmar a los Loud como si la TV no estu-viera. El realizador basaba el acierto de sutrabajo en la afirmacin: Han vivido como si no-sotros no estuviramos, frmula absurda y para-djica; ni verdadera ni falsa, simplemente ut-pica. Esta utopa y esta paradoja son las que han

    fascinado a los veinte millones de teleespecta-54

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    dores, mucho ms incluso que el placer per-verso de violar una intimidad. No se trata ensemejante experiencia ni de secreto ni de per-versin, sino de una especie de escalofro de loreal, o de una esttica de lo hiperreal, escalofrode vertiginosa y truculenta exactitud, de distan-ciacin y de aumento a la vez, de distorsin deescalas, de una transparencia excesiva. Placer

    por exceso de sentido precisamente cuando elnivel del signo desciende por debajo de la lneade flotacin habitual del sentido: la filmacinexalta lo insignificante, en ella vemos lo que loreal no ha sido nunca (pero como si estuvierausted all), sin la distancia de la perspectiva y

    de nuestra visin en profundidad (pero msreal que la vida misma). Gozo de la simulacinmicroscpica que hace circular lo real hacia lohiperreal (es algo parecido a lo que ocurre conel porno, cuya fascinacin es ms metafsica que

    sexual).Pero, por otra parte, esta familia era ya hi-

    perreal por el hecho mismo de su seleccin: t-pica familia americana, casa californiana, 3 gara-jes, 5 nios, estatus profesional y social desa-hogado, housewife decorativa, nivel por encima

    de la media. Semejante perfeccin estadsticacondena de algn modo a esta familia a morirbajo el ojo de la TV. Herona ideal del AmericanWay of life, es escogida, como en los sacrifi-cios antiguos, para ser exaltada y morir entre

    las llamas del mdium. Pues el fuego del cielo55

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    nos de un sistema cuadriculado. Ms sutil, perosiempre en exteriores, jugando con la oposicindel ver y del ser visto, incluso en el caso de quepueda ser ciego el punto focal del panptico.

    Cuando, como en el caso de los Loud, ustedno mira ya la TV, es la TV la que le mira a ustedvivir, o usted ya no escucha Pas de Pani-que, sino que es Pas de Panique quien le es-

    cucha a usted, se ha producido un giro del dis-positivo panptico de vigilancia (vigilar y casti-gar) hacia un sistema de disuasin donde estabolida la distincin entre lo pasivo y lo activo.Se acab el imperativo de sumisin al modeloo a la mirada, USTED es el modelo, USTED

    es la mayora... Tal es la vertiente de una so-cializacin hiperrealista donde lo real se confun-de con el modelo, como en la operacin esta-dstica donde lo real se confunde con el mdium,igual que en la operacin Loud. ste es el esta-dio ulterior de la relacin social, el nuestro, queno es ya el correspondiente a la perspectiva (re-presiva) ni a la persuasin, sino el correspon-diente a la disuasin. Usted es la informacin,usted es lo social, usted es la noticia, le con-cierne a usted, usted tiene la palabra!, etc.,

    etctera.1

    A causa de este cambio resultaimposible de localizar cualquier tipo de proce-der (del modelo, de la mirada, del poder, ni si-quiera el proceder del mdium en el caso de losLoud). Ya no hay punto focal, no hay centro ni

    1. Igual que en Orwell: La guerra es la paz, etc.

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    periferia, slo queda el mdium, pura flexin oinflexin. Se acabaron la violencia y la vigilancia:la informacin, virulencia secreta, reaccin encadena, implosin lenta y simulacro de espaciosy de perspectivas donde viene a jugar todavael proyecto de lo real.

    Se acabaron la distorsin de lo real y la ma-nipulacin. Esta hiptesis, moral an, es solida-

    ria de todos los anlisis clsicos sobre la esen-cia objetiva del poder. Aqu cabe adems otracosa: la abolicin de lo espectacular y del efec-to mdium (en sentido literal), en adelante inal-canzable, incorporado y difuso en lo real sin queni siquiera pueda decirse que ste resulte al-

    terado. El mdium ya no ejerce, como una fuer-za o una mirada, violencia objetiva, es una viru-lencia, una modalidad microscpica y molecular.

    No obstante, hay que tomar precaucionesante el giro negativo que el discurso impone:

    virulencia, infeccin, pues no se trata ni deenfermedad ni de afeccin virulenta. Es precisopensar los massmedia como si fueran, en larbita externa, una especie de cdigo genticoque conduce a la mutacin de lo real en hiper-real, igual que el otro cdigo, micromolecular,

    lleva a pasar de una esfera, representativa, delsentido, a otra, gentica, de seal programada.

    Lo que se cuestiona es todo el modo tradicio-nal de causalidad, determinista, activo, crtico,analtico; distincin de causa y efecto, de lo ac-

    tivo y lo pasivo, de sujeto y objeto, del fin y58

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    cribir en trminos de inscripcin, de vector, dedescodificacin, una dimensin de la que nadasabemos puede que ni siquiera estemos yaante una dimensin, o quiz se trate de lacuarta dimensin que, segn la relatividad, sedefine por la absorcin de polos distintos del es-pacio y del tiempo. De hecho, todo este procesono podemos entenderlo ms que en forma nega-

    tiva: nada separa un polo del otro, el inicial delterminal, se da una especie de aplastamiento re-cproco, de penetracin de los dos polos tradi-cionales el uno en el otro. As pues, IMPLO-SIN absorcin de la manera radiante de lacausalidad, del aspecto diferencial de la deter-

    minacin, con su electricidad positiva y negati-va, implosin del sentido. Ah es donde co-mienza la simulacin.

    60

    En cualquier dominio, ya sea poltico, biol-gico, psicolgico, donde la distincin de los dos

    polos no pueda mantenerse, se penetra en la si-mulacin, es decir, en la manipulacin absoluta.No se trata de pasividad, sino de confusin en-tre lo activo y lo pasivo. El ADN realiza esta re-duccin aleatoria del sentido a nivel de la sus-tancia viviente. La TV, en el ejemplo de los Loud,

    alcanza tambin un lmite de indefinicin dondelos Loud no son frente a la TV ni ms ni menosactivos o pasivos de lo que lo es una sustanciaviviente ante su cdigo molecular. En uno y otrocaso, una sola nebulosa indivisible en sus ele-mentos simples, indescifrable en su verdad.

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    La apoteosis de la simulacin es lo nuclear.Sin embargo, el equilibrio del terror no es ms

    que la vertiente espectacular de un sistema dedisuasin insinuado desde el interior en todoslos intersticios de la vida. El suspense nuclearno hace ms que sellar el sistema banalizado dedisuasin que se encuentra en el corazn de losmassmedia, de la violencia sin ms que reina

    por doquier en el mundo, del dispositivo alea-torio de todas las opciones que se nos presen-tan. El menor de nuestros gestos est reguladopor signos neutralizados, indiferentes, equivalen-tes, como los signos que regulan la estrategia

    de los juegos. Pero la verdadera ecuacin estms all y lo desconocido es precisamente lavariante de la simulacin que hace del mismo ar-senal atmico una forma hiperreal, un simulacroque nos domina a todos y que reduce cualquierevento al nivel de escenografa efmera, trans-

    formando la vida que se nos concede en super-vivencia, en una apuesta sin apuesta, ni siquieraen una letra girada contra la muerte, sino en unpapel mojado.

    Lo que paraliza nuestras vidas no es la ame-

    naza de destruccin atmica sino la disuasin.61

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    Y esta disuasin nace del hecho de que inclusola guerra atmica real queda excluida exclui-da por anticipado, como la eventualidad de loreal en un sistema de signos. Todo el mundofinge creer en la realidad de la amenaza (lo cuales comprensible en el caso de los militares y enel discurso de su estrategia, pues todo lo se-rio de su oficio est en juego), pero precisamen-

    te a este nivel no es cuestin de estrategia, ytoda la originalidad de la situacin reside en loimprobable que resulta la destruccin.

    La disuasin excluye la guerra, arcaica vio-lencia de los sistemas en expansin. La disua-

    sin es la violencia neutralizante de los siste-mas. No existen ya ni un sujeto privilegiado niun adversario de la disuasin, se trata de unaestructura planetaria de anonadamiento de op-ciones. Nada suceder a nivel atmico. El ries-go de una pulverizacin nuclear no sirve ms

    que de pretexto a travs de una falsa competi-cin en la sofisticacin de las armas para lainstalacin de un sistema de seguridad univer-sal, de un cerrojo para la destruccin y para laescalada cuya ficcin se alimenta en lo posi-ble para mantener en vilo a las gentes de un

    sistema universal de prevencin, de control, cuyoefecto disuasivo no apunta en modo alguno alenfrentamiento atmico (ste no ha sido nuncacuestionado, salvo quizs en los inicios de laguerra fra, pues se ha confundido el aparato nu-

    clear con la guerra tradicional), sino a la proba-62

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    militares. La opcin poltica ha muerto, no que-dan ms que simulacros de conflictos y apues-tas cuidadosamente circunscritas.

    La aventura espacial ha jugado exactamen-te el mismo papel que la escalada nuclear. Poreste motivo ha podido relevarla tan fcilmente enlos aos 60 (Kennedy/Krouchtchev), o desarro-llarse paralelamente bajo un aspecto de coexis-

    tencia pacfica. Pues cul es la funcin lti-ma de la carrera espacial, de la conquista de laluna, del lanzamiento de satlites?, no puedeser otra que la institucin de un modelo de gra-vitacin universal, de satelitizacin del que elmdulo lunar es el embrin perfecto: microcos-mos programado donde nada puede ser dejadoal azar. Trayectoria, energa, clculo, fisiologa,psicologa, entorno nada puede ser abandona-do a la contingencia, se trata del universo totalde la norma ah la ley ya no existe, es la in-

    manencia operativa de todos los detalles la quelegisla. Universo expurgado de toda amenaza desentido, en estado de asepsia y de ingravidezlo que es fascinante es semejante perfeccin.Pues la exaltacin de las masas no provena delhecho del alunizaje ni del paseo de un hombre

    por el espacio (esto sera, sobre todo, el finalde un viejo sueo), no, la estupefaccin nace dela perfeccin del programa y de la manipulacintcnica. Fascinacin por la norma llevada al m-ximo y por el control de la probabilidad. Vrtigo

    del modelo, que se une al de la muerte, pero64

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    sin espanto ni pulsin. Pues si la ley, con su

    aura de transgresin, y el orden, con su aura de

    violencia, arrastraban an cierta imaginacin

    perversa, la norma fija, fascina, asombra e invo-

    luciona todo aspecto imaginario. Ya no se pue-

    de fantasear acerca de la minuciosidad de un

    programa, su sola observancia es vertiginosa,

    pues pertenece a un mundo que no desfallece.

    Hay que tener en cuenta que el mismo mo-delo de infalibilidad programtica, de seguridad

    y de disuasin mximas, es el que rige hoy el

    campo de lo social. He aqu el ltimo rizo de la

    parbola nuclear: la operacin minuciosa de la

    tcnica sirve de modelo para la operacin minu-ciosa de lo social. Nada ser ya dejado al azar,

    y, sin embargo, sta es la socializacin que se

    inici hace siglos, pero que acaba de entrar en

    su fase acelerada, hacia un lmite que se crea

    explosivo (la revolucin), y que de momento se

    traduce en un proceso inverso, implosivo, irre-versible: disuasin generalizada de todo azar,

    de todo accidente, de toda transversalidad, de

    toda finalidad, de toda contradiccin, ruptura o

    complejidad, en una socialidad irradiada por la

    norma, volcada a la transparencia de seales de

    los mecanismos de informacin. De hecho, losmodelos espacial o nuclear no tienen fines pro-

    pios: ni el descubrimiento de la luna, ni la su-

    perioridad militar y estratgica. Su verdad con-

    siste en ser los modelos de simulacin, los vec-

    tores modelo de un sistema de control planeta-65

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    supersatlites americano y ruso, apoteosis dela coexistencia pacfica. La supresin por partede los chinos de la escritura ideogramtica y supuesta en marcha del alfabeto romano. El segun-do de estos sucesos significa la instalacin or-bital de un sistema de signos abstractos y mo-delizado en cuya rbita sern absorbidas todaslas formas, antao singulares, de estilo y de es-

    critura. Satelitizacin de la lengua: es la manerachina de penetrar en el sistema de la coexisten-cia pacfica, el cual queda inscrito en su cielosimultneamente gracias al acoplamiento de losdos satlites. sta es su manera de relegar unsistema autnomo para unirse a un sistema ho-

    mogneo de signos del que, adems, forman par-te su bomba H y su ideologa. Vuelo orbitalde los dos Grandes, neutralizacin y homogenei-zacin de todos los dems en el suelo.

    Sin embargo, pese a tal implosin, involu-

    cin y disuasin mediante el factor orbital c-digo nuclear o cdigo molecular los sucesoscontinan sobre la tierra, las peripecias inclu-so son cada vez ms numerosas dado el procesomundial de contigidad y de simultaneidad de lainformacin. Pero no tienen ya sentido, no son

    ms que el efecto duplicado de la simulacinen la cumbre. No existe un ejemplo mejor quela guerra del Vietnam puesto que se dio en lainterseccin de una alternativa histrica y re-volucionaria mxima con la instalacin de este

    elemento orbital de simulacin. Qu sentido ha67

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    se hubo logrado el objetivo. De ah que todo aca-bara con tanta facilidad.

    El mismo proceso estratgico se puede de-tectar sobre el terreno. La guerra dur mientrasduraron los elementos irreductibles a una sanapoltica y a una disciplina de poder, aunque setratara de un poder comunista. Una vez que laguerra qued en manos de las tropas regulares

    del Norte y escap a las de los maquis, pudoterminar, su objetivo se haba cubierto. La cues-tin estaba, pues, en el traspaso de poder, en elrelevo poltico. Cuando los vietnamitas hubieronprobado que no eran portadores de una subver-sin indomable y que eran susceptibles de enca-jar bien en el orden social, se les pudo ya dejara sus anchas. Al fin y al cabo, el que se tratede un orden comunista no es muy grave en elfondo: ha dado suficientes pruebas de que sepuede confiar en l. Es incluso ms eficaz que

    el capitalismo en lo concerniente a la liquidacinde las estructuras precapitalistas salvajes yarcaicas.

    Encontramos exactamente el mismo teln defondo en la guerra de Argelia. El otro aspectode esta guerra (sin duda el fundamental en todaguerra moderna), es el siguiente: tras la violen-cia armada, el antagonismo mortal de los adver-sarios, que parece una cuestin de vida o muer-te, que se interpreta como tal (si no la genteno se dejara matar por estas historias), tras

    este simulacro de lucha a muerte y de despia-69

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    dado juego mundial, los dos adversarios son fun-damentalmente solidarios contra otra cosa, in-nombrada, nunca dicha, pero de la que el resul-tado objetivo de la guerra, con igual complici-dad por parte de los dos adversarios, supone laliquidacin total: las estructuras tribales, comu-nitarias, precapitalistas, todas las formas de in-tercambio, de lengua, de organizacin simbli-

    ca, todas las formas anteriores a la socializa-cin racional y terrorista esto es lo que sequiere abolir, lo que la guerra quiere extermi-nar situada en su inmenso objetivo espectacu-lar de muerte no es otra cosa que el encubri-miento de este proceso de racionalizacin terro-

    rista de lo social, el homicidio por excelenciasobre el que podr instaurarse el orden social,la socializacin, ya sea comunista o capitalista.Complicidad total, o reparto del trabajo entredos adversarios (capaces de soportar por todoesto sacrificios inmensos) con la misma finali-dad de racionalizacin y de domesticacin de lasrelaciones sociales. De neutralizacin y de uninde energas. De colonizacin en el pleno sentidode la palabra.

    A los Norvietnamitas se les recomend pres-

    tarse a representar la liquidacin de la presen-cia americana, representacin en la que, claroest, haba que salvar la cara.

    La escenografa: los terribles bombardeossobre Hanoi. Su carcter insoportable no debe

    ocultar que no eran ms que un simulacro para70

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    permitir a los vietnamitas la apariencia de pres-tarse a un compromiso y a Nixon hacer tragara los americanos la retirada de sus tropas. Todoestaba previsto, objetivamente no estaba en jue-go ms que la cara ideolgica. La guerra no esmenos atroz por ser slo un simulacro. Que losmoralistas de la guerra, los poseedores de valo-res de referencia de la guerra no se desolen de-

    masiado: se sigue sufriendo en la propia carne,y los muertos y los excombatientes que deestas guerras simuladas cuestan lo mismo desiempre. En cierto sentido, este objetivo sesigue alcanzando lo mismo que el de domes-ticacin de un territorio, de imposicin de una

    socializacin disciplinaria. Lo que ya no exis-te es la adversidad de los adversarios, larealidad de las causas antagnicas, la seriedadideolgica de la guerra. Tampoco existe la rea-lidad de la victoria o de la derrota, aunque laguerra es un proceso que triunfa siempre muy

    por encima de estas apariencias.

    As pues, es preciso leer todos los sucesospor el reverso, ms all de su montaje oficial.Todo el mundo es cmplice, en especial los massmedia, de mantener la ilusin de la posibilidad

    de ciertos hechos, de la realidad de las opcio-nes, de una finalidad histrica, de la objetividadde los hechos. Todo el mundo es cmplice desalvar el principio de realidad.

    De este modo, es posible araar la verdad

    de una guerra, a saber: que termin mucho an-71

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    tes de acabar, que se puso fin a la guerra en sumismo corazn, que probablemente esta guerrano lleg a comenzar nunca. Muchos otros suce-sos (la crisis petrolferas, etc.) tampoco hanempezado nunca ni han llegado a existir ms quecomo peripecias artificiales,1 trucajes histricos,catstrofes y crisis destinados a mantener bajohipnosis un cerco histrico.

    Que todos estos pseudoacontecimientos (loscomunistas al poder en Italia, el redescubrimien-to pstumo, o, por lo menos retro, del Gulagy de los disidentes soviticos, as como el des-cubrimiento, casi contemporneo, por una etno-loga moribunda de la diferencia perdida de

    los salvajes), todas estas cosas que llegan de-masiado tarde, en medio de una espiral de re-traso, que han agotado su sentido desde hacelargo tiempo y no viven ms que de una eferves-cencia artificial de signos, que todos estos su-cesos se desarrollan sin lgica, en medio de

    una equivalencia total de las ms contradicto-rias y de una indiferencia profunda por sus con-secuencias (aunque la realidad es que no tienenconsecuencia alguna: se agotan en su promo-cin espectacular y se olvidan), esto lo sabe

    1. La crisis de la energa, la puesta en escena ecolgica son pors mismas un film de catstrofe, del mismo estilo (y del mismovalor) que los que llenan actualmente las arcas de Hollywood. Es intilcualquier interpretacin laboriosa de estos films y su relacin con unacrisis social objetiva o, incluso, con un espejismo objetivo de lacatstrofe. Lo que ocurre es que lo social mismo, en el discursoactual, se est organizando segn una escenografa de film de ca-

    tstrofe.

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    todo el mundo aunque nadie lo acepte no esextrao que la pelcula de la actualidad pro-duzca una impresin siniestra de kitsch, de re-tro y de porno a la vez. La realidad de la simu-lacin es insoportable, ms cruel que el teatrode la crueldad de Artaud, que fue la ltima ten-tativa de una dramaturgia de la vida, el ltimosobresalto de una idealidad del cuerpo, de la

    sangre, de la violencia en un sistema que loarrastraba ya hacia la absorcin incruenta de to-das las opciones. Nuestra suerte est echada.Toda dramaturgia e incluso toda escritura realde la crueldad ha desaparecido. La simulacines quien manda y nosotros no tenemos derecho

    ms que al retro, a la rehabilitacin espectral,pardica, de todos los referentes perdidos, quetodava se despliegan en torno nuestro, bajola luz fra de la disuasin (incluido Artaud que,como el resto, tiene derecho a su revival, auna segunda existencia como referente de lacrueldad).

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    Por eso la diseminacin nuclear no debe sertomada como un riesgo ms a aadir a los yaexistentes de estallido o accidente atmicosalvo durante el intervalo crtico, durante elque las jvenes potencias pueden sentir latentacin del uso no disuasivo, es decir, real,como hicieron los americanos en Hiroshima

    aunque slo ellos han tenido hasta el momentoderecho al valor de uso de la bomba y cuan-tos logren tenerla sern disuadidos de su usopor el hecho mismo de poseerla. El ingreso enel club atmico, tan lindamente bautizado, borrarapidsimamente (como la sindicacin en el

    mundo obrero) toda veleidad de intervencinviolenta. La responsabilidad, el control, la cen-sura y la autodisuasin siempre crecen msaprisa que las fuerzas o las armas de que se dis-pone: ste es el secreto del orden social. De ahque la posibilidad misma de paralizar un pascon un simple interruptor haga que los tcnicosen electricidad no lleguen a usar jams estaarma: todo el mito de la huelga general y revo-lucionaria se derrumba en el mismo momentoen que se dan las condiciones necesarias para

    ella pero, sta es otra cuestin, precisamente74

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    porque se dan tales condiciones. En esto con-siste el proceso de la disuasin.

    Es, pues, muy probable que un da veamos alas potencias nucleares exportar centrales, ar-mas y bombas atmicas a todas las latitudes, ex-portando al mismo tiempo el virus de la disua-sin. Al control mediante la amenaza atmica,hoy en da monopolio de unos pocos, suceder

    la estrategia mucho ms eficaz de pacificacinmediante tenencia de bombas. Las pequeaspotencias, creyendo comprar su autonoma, com-prarn su propia neutralizacin oculta en la bom-ba disuasoria. Es el caso de las centrales nu-cleares que se estn repartiendo ya, pues, igualque bombas de neutrones, neutralizan toda viru-lencia histrica y todo riesgo de explosin. Eneste sentido, lo nuclear inaugura por doquier unproceso acelerado de implosin, congelndolotodo a su entorno y absorbiendo toda energa

    viva.Lo nuclear es a la vez el punto culminante

    de la energa posible, la mxima energa dispo-nible y, paralelamente y de un modo ms rpido,la culminacin de los sistemas de control detoda energa. La encerrona y el control crecen

    en la misma medida (y sin duda an ms apri-sa) que las posibilidades liberadoras. sta fueya la apora de las revoluciones modernas, de laRevolucin. Con una envergadura mucho mayor,sigue siendo la paradoja absoluta de lo nuclear.

    Las energas se congelan con su propio fuego,75

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    se disuaden a s mismas. No acaba de verseclaro qu proyecto, qu poder o qu estrategiase ocultan tras este cerco, esta saturacin gi-gantesca de un sistema con sus propias fuerzasya neutralizadas, inutilizables, ininteligibles einexplosivas, de no ser la posibilidad de una ex-plosin hacia el interior, de una implosin en laque todas estas energas se aboliran en un pro-

    ceso catastrfico en sentido literal, es decir, enel sentido de una reversin de todo el ciclo ha-cia el punto mnimo, de una reversin de lasenergas hacia el ms estrecho umbral.

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    EL EFECTO BEAUBOURGIMPLOSIN Y DISUASIN)

    El efecto Beaubourg, la mquina Beaubourg, lacosa Beaubourg qu nombre darle?. Esun enigma este esqueleto de flujos y de signos,de redes y de circuitos veleidad ltima con-sistente en traducir una estructura que ya notiene nombre, la de las relaciones sociales ex-puestas a una valoracin superficial (revitaliza-cin, autogestin, informacin, mass media), ya una implosin irreversible en profundidad. Mo-numento a los juegos de simulacin de masa, el

    Centro funciona como un incinerador absorbien-do toda energa cultural y devorndola algoparecido al monolito negro de 2001: conveccincarente de sentido de todos los contenidos ve-nidos a materializarse, absorberse y anonadarseen esta oscura y misteriosa masa.

    Los alrededores no son ms que una pen-diente de desage restauracin, desinfeccin,desing snob e higinico, pero se trata sobretodo de un mecanismo de vaciado mental. Enlas centrales nucleares se observa un engranaje

    semejante: el verdadero peligro que comportan77

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    no es la inseguridad, la polucin o la explosin,sino el sistema de seguridad mxima que bulleen torno a ellas, la oleada de control y de disua-sin que va ganando terreno implacablemente,oleada tcnica, ecolgica, econmica y geopol-tica. Qu importa lo nuclear?, la central es unamatriz donde se elabora un modelo de seguridadabsoluta,que va a generalizarse a todo el camposocial y que, ms que cualquier otra cosa, esun modelo de disuasin (es lo mismo que nosrige mundialmente bajo el signo de la coexisten-cia pacfica y de la simulacin de peligro atmi-co).

    El mismo modelo, salvadas las proporciones,se elabora en el Centro: fisin cultural, disuasinpoltica.

    Quiero decir que la circulacin de fluidos esdesigual. Ventilacin, refrigeracin, tendidoselctricos los fluidos tradicionales circulan

    muy bien por ellos. Lo que ya no est tan ase-gurado es la circulacin de fluido humano (lasolucin de las escaleras mecnicas envueltasen moldes de plstico resulta arcaica, debera-mos ser aspirados, propulsados, qu se yo, perocon una movilidad adecuada a esta teatralidadbarroca de fluidos en que consiste la originali-dad del armazn). En cuanto al conjunto de obras,objetos y libros, y al espacio interior supuesta-mente polivalente, no circulan ya en absoluto.Cuanto ms nos adentramos, menos circulacin

    hay. Ocurre lo contrario que en Roissy, donde78

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    desde un centro futurista, diseo espacial, queirradia hacia satlites, etc., se va a parar muysuavemente a los... aviones tradicionales. Sinembargo, la incoherencia es la misma. (Qupasa con el dinero, ese otro fluido, qu se hacede su tipo de circulacin, de emulsin y de osci-lacin en Beaubourg?).

    La misma contradiccin se da incluso en el

    comportamiento del personal, asignado al espa-cio polivalente pero sin espacio privado parasu trabajo. De pie y movindose, los individuosadoptan un comportamiento cool, muy flexible,muy design, adaptado a la estructura de unespacio moderno. Sentados en su rincn si esque as puede llamrsele, se agotan secretandouna soledad artificial, envolvindose en su pro-pia burbuja. Es una bonita tctica de disuasin:se les condena a usar toda su energa en estadefensiva individual. Curiosamente, reencontra-

    mos de este modo la misma contradiccin delobjeto Beaubourg: un exterior mvil, conmutati-vo, cool y moderno un interior crispado so-bre los viejos valores.

    Este espacio de disuasin, articulado sobreuna ideologa de visibilidad, de transparencia, depolivalencia, de consenso y de contacto, y san-cionado por el chantaje a la seguridad, es, hoypor hoy, virtualmente, el espacio de todas lasrelaciones sociales. Todo el discurso social estah y tanto en este plano como en el del trata-

    miento de la cultura, Beaubourg es, en plena79

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    contradiccin con sus objetivos explcitos, unmonumento genial de nuestra modernidad. Esagradable pensar que la idea no se le ha ocurridoa ningn espritu revolucionario, sino a los lgi-cos del orden establecido, desprovistos de todosentido crtico y, por tanto, ms cercanos a laverdad, capaces, en su obstinacin, de poner enmarcha una mquina incontrolable, cuyo xito

    mismo les escapa, y que es el reflejo ms exac-to, incluso en sus contradicciones, del estadode cosas actual.

    Naturalmente, todos los contenidos culturalesde Beaubourg son anacrnicos, pues a semejan-te envoltorio arquitectnico slo poda corres-ponderle el vaco interior. La impresin generales de coma irreversible, de una animacin queen realidad no es ms que reanimacin, y estoes as porque la cultura est muerta, cosa que

    Beaubourg perfila admirablemente aunque deuna manera vergonzosa. Lo mejor hubiera sidoaceptar triunfalmente esta muerte y erigir unmonumento o un antimonumento equivalente a lainanidad flica de la torre Eiffel en su poca. Mo-numento a la desconexin total, a la hiperreali-

    dad y a la implosin de la cultura hecha hoypor nosotros en plan de circuitos transistoriza-dos siempre bajo la sombra acechante de un cor-tocircuito gigantesco.

    Beaubourg es ya una compresin a lo Csar

    figura de una cultura tal que se hunde bajo su80

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    propio peso como los automviles congeladosde pronto en el seno de un slido geomtrico.As los coches de Csar recin librados de un

    accidente ideal, no exterior sino inherente a laestructura metlica y de carne humana aparececortado a la medida geomtrica del ms peque-o espacio posible de modo parecido en Beau-bourg la cultura es triturada, retorcida, recorta-da y comprimida en sus menores elementossimples manojo de transmisiones y metabo-lismo difunto, helado como un mecanoide deciencia ficcin.

    Pero en lugar de romper y de comprimir todala cultura en este armazn que, de todos mo-

    dos, tiene aspecto de compresin, en lugar deesto, se expone ah precisamente a Csar. Seexpone a Dubuffet y a la contracultura y la si-mulacin inversa sirve como referente de la cul-tura difunta. En este esqueleto que habra po-dido servir como mausoleo de la operatividad

    intil de los signos, son expuestas las mquinasefmeras y autodestructivas de Tinguely bajo elsigno de la eternidad de la cultura. Se neutralizade este modo todo el conjunto: Tinguely quedaembalsamado en el museo, Beaubourg se ve re-bajado en su pretendido contenido artstico.

    Felizmente, todo este simulacro de valoresculturales es anticipadamente negado por la ar-quitectura exterior.1 Pues sta, con sus redes

    1. Hay algo ms que anonada al proyecto cultural de Beaubourg .:la masa misma que se agolpa para disfrutarlo (ms adelante nos ocu-

    paremos de esto).

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    de tuberas y su aire de edificio de exposicino de feria universal, con su fragilidad (calcula-da?) disuasiva de toda mentalidad o monumen-talidad tradicionales, proclama abiertamente quenuestro tiempo ya nunca ser tiempo de dura-cin, que nuestra nica temporalidad es la co-rrespondiente al ciclo acelerado y al reciclaje,la del circuito y del trnsito de fluidos. Nuestra

    nica cultura es en el fondo la de los hidrocar-buros, la de la refinacin, la del cracking, ladel rompimiento de molculas culturales paravolver a combinarlas en productos de sntesis.Esto, BeaubourgMuseo quiere ocultarlo, peroBeaubourgarmazn lo proclama. Y es esto tam-

    bin lo que origina la belleza del armazn y elfracaso de los espacios interiores. De todos mo-dos, la ideologa misma de produccin cultu