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C E5 E D E EL ARTE DE LA GUEIRA EN LA ERA UCLEÁI Por Leo FIAMON (Rcvuo cieDfense Nationale, cdril y mayo 1968) Diciembre, 968 íCLETIN DE 1NFCfUVC1ON NUM. 31 IV

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C E 5 E D E

EL ARTE DE LA GUEIRA EN LA ERA UCLEÁI

Por Leo FIAMON

(Rcvuo cie Dfense Nationale, cdril y mayo 1968)

Diciembre, 968 íCLETIN DE 1NFCfUVC1ON NUM. 31 — IV

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PRIMERAPARTE

En un libro notable, incluso profótico en ciertos aspectos, “Do Gengis Khana Stalin”, el Almirante Castex evoca la ostrctcgia del mongol que, ansioso de extenderse hacia el Oeste, hebra logrado su verdadera seguridad por una maniobra en direcciónEste, hacia China, quedando reducida a condición de sub—seguridad la primeva protec—cón procautoria en clireccicSn a Europa. Y siguiendo la marcha de la maniobra de Gengis Khan a travós de la ¿poca zarkta, que había mantenido tambión su preocupación —

principal en la maniobra en dirección Este, el Almirante Caste; dosemboca en el estudio de la situación de la URSS.

“Su propósito —dice, analizando el plan político ruso, en tórminos estratúgi —

cos— era asegurar su seguridad hacia el Este para, en un segundo movimiento, estar encondiciones de proceder a la conquista do las sociedades industriales y proletarias delOeste”.

Al leer estas póginas de aquel militar y marino, esto político recuerda necesariamonte la frase de Lenin: “El camino do Moscú a París pasa por Calcuta”.

Pero el Almirante Castex, continuandc su anólisis examinaba el fracaso del —

bolchevismo en el Este; deduciendo que ¡ci Unión Soviótica so veía obligada a revalorizar su seguridad hacia el Oeste y, relacionando esta oLorvacióri con la expansión delpeligro hitleriano sacaba esta conclusión:

“Rusia soviótica que so consideraba y temía como la probable perturbadora delmundo, se ha convertido en una pieza mós de la posición defensiva organizada en Europa contra un “perturbador” al que, con excesiva precipitación, se había creído muerto

Se refiere a Alemania y estas líneas so escribieron cuando 1 litler estaba en elpoder: ycontinúci.

“El posible agente del desorden se convierte en un factor del orden europeo”.¿Ironía?. Tecle llega, y esto simple detalle demuestra, mós que cualquier otro rasgo,cuónto so ha modificado la situación general entre 1920 y 1935.

Rusia volvía a tomar Forzosamente, a consecuencia del misr1o hecho, su papelde protección de la civilización europea, de vanguardia del mundo blanco contra Asiacomo en los buenos viejos tiempos do los zares”.

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‘(ci Almirante Castex concluye “Rusia, anulada o situada en cortocircuito,como amenaza ofensiva, figuraría con carctor defensivo tanto anta la hegemonía o fase alemana corno cinte la amarilla, sin haber tenido ocasi6n de ¡ugar un papel verdaderamonto ofensivo”.

So puede discutir la exactitud do esto texto, la oportunidad de su aplicaci6nrigurosa en el tiempo presente, poro no se puede dudar que partiendo de un an6lisis dolo militar ha logrado deducciones de gran densidad prof6tica, merced a una capacidadde anticipaci6n política do la cual muchos especialistas puedan sacar provecho. Realmonto, el Almirante Castex habría sido muy bien recibido en los consejos de espocialistas de ciencias políticos. Rosguard6ndose tras su oran figura y sin prctcnsi6n de seme —

janza es como un civil puede hablar a favor de un “derecho de visita”, en contrapartida do los derechos de simetría y aún do Ici simple analogía. En efecto, si el militar haentrado útilmente en lo política ¿por qu6 el político no ha de poder reflexionar y ha —

blar sobre el terreno militar?.

Pero una admisi6n del “derecha de visita”on beneficio del 9orcistoro” lleva apreguntar por qu& los intercambios de refleionos entre militares y políticos han llegado a ser cada vez rncs corrientes. En la 6poca en que escribía el Alr.iiranto Castex eranraros lospolíticos que meditaban sus escritos. Recíprocamente, cuando un hombre quedespu6s fue Presidente del Consejo, M. Paul fleynaud, plante6 ante la C6mara de los —

Diputados al problema del ej6rcito, de su orgcinizaci6n y material, s6lo suscit6 la curiosiciad y of intor6s de los espíritus m6s innovadores. Pero habl6 ante la indiferencia dela opini6n, incluso la ms esclarecida.

Hoy día, las cosas han cambiado mucho; en las universidades cimoricanas, ¡nglesas, alemanas, son numerosos los profesores que escriben sobre tenaS militarey, eneste aspecto, nuestro país no hace nada rn6s que recoger las especulaciones de nuestrosamigos anglo—sajones.

Las razones de este cambio de actitud parece ser, para empicar una terminolo9r0 marxista, las unas subjetivas referentes a la persona que reflexiona, las otras objetivas, con rolaci6n al cspect&uio que el mundo ofrece a todos sus habitantes.

Para los soci6logos, los “poUt6logos”, (si aceptamos esto vocablo pretencioso)especialistas en ciencias políticos, las razones subjetivas tienden a una evoluci6n pro—’

funda en ci concepto de la sociedad, y que, por influencia do la cduccici6n fradicional,es a la voz un concepto catiSlico, tomista y del individualismo revolucionario, secjún elcual, la armonía es la base de la sociedad. Esta sociedad sería naturalmente “arm6ni —

ca” y la lucha, la guerra (bajo sus formas r.i6s diversas), un hecho oxcepcionaf. El Almirante Castox dir que esto es debido a un “perturbador”; m6 familiarmente, la ac —

ci6n de un “vicioso”.

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Especialmente, la concepci6n americana de las relaciones internacionalesestaba siempre lirjcida a un mundo naturalmente pacificado, én el cual el perturbador —

kaisericino, hitleriano, stal iniano, representa al intruso que perturbo un natural con —

cierto.

En onseFíanza cksica, Maquiavelo y Nobbes que propuganan la lucha,la gierra de todos contra todos, son figuras excepcionales. Es sin dudo Carlos Marx —

quien mcs generalizo el punto de vista según el cual la lucha es la baso do la socioda4y muchos hombres aunque no sean marxistas, persisten sin embargo en esto enfoque de•la lucha permanente. No fue por azar por lo que ci mismo Marx y después do &l Lonin,leyeron a Clausev,fz. AIl encontraron los modelos militares de lo lucha que creen reconocer en la base misma de la sociedad.

Hoy, las grandes potencias toman a la voz parte en la lucha y en la armonía. Si en AmSrica prevalece la idea de una sociedad interior a base de armonía, porel contrario en el orden internacional prevalece el criterio de lucho, no solamente ensu enfrentamiento con la URSS —mayor posiblemente ayer que hoy— sino principalmentecon China. Y la Uni6n Soviética misma, mientras se habla de buena gana de coexis —

tencia pacífica y de relaciones pacíficas entre estados, mantiene la lucha interior de —

clases como doctrina oficial. Si bien podría decirse a los comunistas que entre las cIases enfrentadas hay, a pesar de todo, terrenos donde es posible la cooporaci6n y a losamericanos que entre las potencias nucleares confrontadas existen, no bsfante intereses comunes (por ejemplo, la no proliferaci6n, la prcvenci6n comón de la ccit6strofe —

nuclear), es el mismo Platon quien recuerda los derechos de la armonía y sigue impo —

nienclo la originalidad de su pensamiento.

De la idea aceptada de la lucha corno fon6meno esencial de las sociedades,gira naturalmente el socliSlogo hacia el anc5liss de la guerra. Actualrionte, cuando sehabla de economía, se hacen frecuentes referencias a la estrategia econ6rnica y la es —

trategia comercial. Del mismo modo que una serie do an6lisis rebasan la nocliSn clsica de estrategia, para retener el hecho de una dualidad hostilque puede alcanzar la —

lucha armada, pero que no desemboca necesariamente en ella, así como un nivel elevodo de reflexiones y, consecuentemente, la existencia do un plan para una accicSn deliberada. -

El concepto de estrategia al ser de aplicaci6n rn6s general, aumenta su valor tonto para el observador como para el investigador.

Pero si el observador del mundo ha carnbiado mucho, el espoct6culo del mundo ha experimentado un cambio no menos profundo. Nos referimos a los causas objetivás. fndudabler.iente el respeto a las fronteras ha dependido siempre del estado de lasarmds. Pero su equilibrio, o m6s exactamente la lentitud de su evoluci6n, permitía queesta dependencia no tuviera que replantearse y lo constancia aparento de las fuerzas —

militares favorecía —en este aspecto— la inercia de los espíritus. Hoy día el caso es —

muy distinto. La ovoluci6n de los armas es la que, en 1945, impone la nueva fisono —

mía de Europa o incluso la de todo el mundo. Pero sin que se sacrificase ninguna vida

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más, doce aíos despuás la invenci6n de los cohetes intercontinentales, supone un cam—bio profundo en ci equilibrio de fuerzas y de alianzas, trastorno comparable al ocasionado por la expiosián atámica de Hiroshima pocas ser.ianas despuás do ternincre la lucha en Europa.

Así cono las armas clásicas contornean el mapa trazado en Potsdam, en —

945, despus do Hiroshima, las armas nucleares imponen una nueva dstribucián de —

fuerzas; los cohetes la modifican a su vez. La forma en que Francia concibe su inte—gracián en la NATO, y, —con mayor amplitud— la situacián de Europa con respecto ala NATO vista por los países que desean permanecer en ella como miembros son consecuencia indudable del gran acontecimiento sobrevenido. Sin embargo el espectáculode los ejárcitos más comprometidos en las guerras que ya no se llamarían coloniales sino de descolonizacián, en la de Vietnam, o en la do Dolivia, demuestra que la guerra,allí donde persiste o surge de nuevo se lleva de modo que la política, la psicología ylo militar se encuentran estrechamente entrelazados.

Como escribiá el General Aillcret: “Puesto que mandar es prever, los comandantes en jefe que actian siguiendo directivas concebidas para alcanzar ciertos objetivos políticos no pueden adaptar sus operaciones a la política del gobierno con la nocesaria exactitud si no se dan cuenta, inmediatamente y en todos los casos, de las variaciones debidas a la evoluckSn de las circunstancias. Por otra parte, los gobiernos —

no pueden aplicar la fuerza a la realizacián de su política sino, teniendo en cuenta,— -

objetivamente, las capacidades reales de sus medios militares que solamente los resporvsables de la direccián de las operaciones son capaces do evaluar con alguna exactitud”.

Esta cita marca la pauta de las observaciones que siguen.

La primera parte de esta exposicián so refiere a la influencia de lo militarsoixe la vida política, la segunda parte trata de la influencia de Ici decisián política —

sobre la estÑctura y la actuación del ejórcito.

En primer lugar ¿quá es lo que la política debe recibir y saber do lo militar?. A este respecto, pueden distinguirse dos grupos de ideas:

— Lo que la política debe hacer,

— Lo que la política puede hacer,

y, puesto que es necesario rendir homenaje a la libertad de cici6n y C! la facultad de —

invención, el segundo de estos grupos será más amplio que el primero.

Lo que la política debe hacer ante todo es proporcionar su política al ojórcito. Con frecuencia so ha reprochado a Francia el no haber tenido, entre las dos guerras el ejórcito correspondiente a su política. A partir del momento en que (al día si —

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guiente del tratado de Versalles) Francia había elegido organizar con los Estados de —

la “pequeFía entcnte” el sucedneo de la alianza de envolvimiento en la que habían —

tomado parte sucesivamente los sultanes turcos y los zares de Rusia, y desde el instante en que Francia decidi6 ser la alicnza,la garantía do Checoslovaquia y Polonia, y —

entrar con Alemania en unas dificultades ligadas a esta garantía de fronteras, le era —

necesario tener un ej&cito estructuralmente capaz para la ofensivá. Pero oste no se -

form6. Los políticos del período transcurrido entre las dos guerras, no comprendierontal necesidad y no hicieron lo que debían.

Pero no basta decir que es necesario tener ci ej&cito correspondiente a —

una política, os tamhi6n necesario preparar el ejSrcito dci porvenir y la política do osta época; los arrnan-ionfos que prockicen hoy un país corresponden menos en ló esencialcon el equipo americano, soviético, alemn, o frcinc& del ao 1967—1963 que con losde los ciiios 1970—1975. El m& profano habr6 podido escuchar muchos comentarios so -

bre los submarinos at6micos y su número, previsto para 1970—1975.

Ai’ o! político se ve ob! ¡gádo a abarcar el programa de armamento de todo un período, posiblemente una dcada y —como ya el coronel Aillerot decía— antesde la estrategia do la batalla existe una estrategia de los armamentos, que tiende a —

proporcionar al país el dominio do la técnica moderna y los beneficios, derivados del —

mismo.

Quedo bien entendido que una empresa tal no se concibo ni se logra sinocon una dotaci6n presupuestaria concebida do forma duradera. La política debe saborcual es la fracci6n de la renta nacional que corresponde al ej&cito pero tarnbi6n debosaber que la dccisi6n tomada no ser vlida solamente para dos o tres ciíios. Es una decisi6n que comprarioto para largo tiempo. La estabilidad en la aplicaci6n del esfuerzo tiene que compaginarse, parad6jicamente, con la inestabilidad de la t&nica.

Pero si la política debo hacer ciertas cosas, puede hacer r.iucho mcs; y suconocimiento de la situaci6n militar impone lo que puede entender razonablemente.

Naturdmcntt, se preocypar4 ante todo, de los efectos del arma nuclear.Ha llegado a ser un lugar común el decir que la disuasi6n —“fen6meno violo corno el -

mundo”— ha alcanzado rango ¿e primera fila. Lo que os nuevo, no es el “si Vis pacempara bellum”, sino que s*Slo debo prepararse la guerra para lograr la paz. Poro este —

“ascenso” del concepto de disuasi6n trae consigo cierto número de consecuencias queel político debo tener en cuenta.

La primera es lo que alguien ha calificado como”el poder igualador del tomo”. Por encima deun cierto mínimo, la cantidad de las armas at6rnicas no basta paraasegurar la derrotci ni siquiera lo que se puede llamar la genuflexion del mas debil ,

y la razcSn de esto os que la confrontaci6n at6mica sería tan espantosa que la victoria,ganada “por puntos” por el ms fuerte, carecería do sentido. El ms diSbil resulta toda

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vía lo bastante fuerte parci excluir el recurso a la m&ma prueba de fuerzas. El General Gallois lo suxayo al producirse la crisis de CuLxi. La Union Sovieticci, disponia—entonces do un arsenal muy inferior cuantitativamente, al de los Estados Unidos, peroha bastado que lo tuviera para que por una y otra parte se mániobrase para ovitar laconfrontaci6n at6mica efectiva. Los políticos, do cualquier potencia nuclear debensaber que aunque su país sea de dimensiones reducidas, de la existencia y posesi6n delarma nuclear obtiene una especie de “ascenso1 a una igualdad localizada.

Poro si así puede sacar ciertas ventajas para la defensa do su independoncia e incluso do sus posiciones adquiridas, ya es tfotro cczntarcon respecto a sus propias reivindicaciones frente a otra potencia nuclear, incluso en el caso de que su potencia sea considerable, puesto que el arma nuclear lleva el conflicto a un intercambio de disuasiones, y el equilibrio tiende necesariamente a establecer sobro el sfatuquo”. Esto es lo que el General Gallois llama el poder no solamente “igualador” sinotambién ‘stabilizador” del tomo. Si /lsacia y Lorena hubieran sido sustraídos a Francia en él momento del descubrimiento del arma at6mica, habría sido temible y aun insensato, la simple esperanza de su recuperación. Los alemanes tienen o;porioncia sobre esto ci prop6sito de sus actuales fronteras orientales. Desgraciadamente para sus —

intereses el tel6n de las fronteras cay6 a continuación de los acontecimientos prenucleares, mientras ante el mundo atcSnito comenzaba a ascender el sol osfrcnecedor de lasexplosiones nucleares.

Poro si enfrcnt6ndose con este “statu quo” que le es impuesto, el políticoquiere, a posar de todo, hacer algo, puede elegir entre dos maniobras: el desarrollo —

de una u otra lleva consigo cierto número de condiciones militares y políticas y ni launa ni la otra se aplican apenas —sobre todo la prmcrei—, allí donde puedo chocarso —

con una potencia nuclear.

En primor lugar, surge fuertemente la tontcci6n de la guerrilla; es decir,del arma subversiva. Evidentemente opera con eficacia y ha ocasionado ciertas modificaciones fronterizas, especialmente en el Torcer Mundo. Pero la políflca que so indina hacia las posibilidades de la guerrillas., debe conocer la influencia en olla de —

las consideraciones psicolGgicas, sociales y hasta do las puramente militares; si decide seguir esto tipo de guerra debo estudiar y lograr nuevos tipos de armamonto, de tropas y do ¡nstrucci6n adecuados a la accin y estímulo guerrilleros en casa ajena. Noobstante, si decide adoptar un papel defensivo tambi6n debe éstudiár las posibilidadesdo las armas anti—guorrillas; los americanos experimentan actualmente las consecuencias de los problemas planteados por este gnoro de operaciones.

La guerrilla os uná acci&i que no afecta solamente a las potencias nucleares sino tambi6n, y sobro todo, a las potencias dotadas exclusivamente con armas cl6—sidas; las potencias nucleares tienen en efecto normalmente unas cóndciones —distribuci6n del territorio, estructura y aparato del estado— que no dejan apenas campo a ostetipo de guerra en su territorio.

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El otro tipo do maniobras militares a exaninár es la manóbra que el Generol Boaufre llama “las hojas de alcachofa”, que consisto en crear r6pidcmcntc un hecho.consumcido ante el cual se instituir6 el nuevo “statu quo” preat6mico, al igual quese arranca do un tir6n, una hoja de alcachofa.

Esta maniobra acaba de desarrolkirso en Oriente Medo pero so puso en —

practica repetidas voces —entre 1935 y 1939— mediante las acciones deNitlor. Poro eltemor del engranaje ct6mico es hoy tan fuerte que, allí donde las óportunidadcs de escalada at6mica son muy grandes (como lo son en Europa) no se ha producido el hechopolítico do la hoja de álcachofa, o la política de creaci6n del hecho consumado. Lascrisis contempor6ncas alrededor de Berlín se han resucito con calma y contenci6n aunque habría siclo cosa do juego para alguno de los antagonistas él alcanzar rpidamonte,por medio de arnas cl6sicas, una victoria tocál (al menos temporal). Tan grande es —

el peligro de ¡a escalada at6mica, que no se recurre siquiera a ias armas cl6sicas. Lasposibilidades do uso do estas armas sin recurrir no oLtante a ollas se encuentran en Cube en 1962, aunque invertidas en cuanto a la personalidad del ms fuerte en su arsonl.

El conflicto de Oriente Medio en su última fase, esta también lleno de —

enseñanzas. Primeramente, Nasser recibe la experiencia, impresionante porque so encaj6 en seis días (dospu6s de todo, la de Francia en 1940. s&Io dur6 sois semanas) delinconveniente do adoptar una política para la cual no so tienen los armamentos adccuados. Francia tampoco era entonces capaz de garantizar o incluso socorrer a sus aliadosde la “pequoa entonte” (checos y polacos). Nasser os incapaz do sostener con me —

dios militares la prctonsi6n que había expresado do bloquear el golfo do Akaba. En losdos casos, la política se ve arrastrada a lamentables yerros por no haber medido los —

modios militares necesarios a su política.

Si lo prudente hubiera sido, para el militarmente m6s d6bil, no provocar —

al mús fuerte, para este último es difícil evitar la tentaci6n do emplear la fuerza paraconf irmar su seguridad, ocupar mejores posiciones ydes hacer a un adversario demasiadoprovocativo. oroste debo saber hasta qucS punto ¡ci fuerza militar le permito actuar —

en un plazo breve hasta el momento en que las grandes potencias, inquietas por los engranajes puestos en marcha, le impongan el cése del fuego. El hombre de estado debesaber que el ambiente de relaciones políticas, la intorvenci6n cte la O.N.U., ‘los peligros de la escalada nuclear y el deseo de las suporpotencias de evitar una coyunturapeligrosa, imponen el actuar r6pidamente. “Hazlo, pero r6pidamentc”, decía Cavour aGaribaldi ompefícido en derribar al rey de las Dos Sicilias para incorporarel reino do —

N6poles a Italia.. “iiacedlo, pero r6pidamento”, dicen muy bajo las superpotencias alos antagonistas 6rabos o israelíes.

Pero si es necesario actuar r6pidamentc para crear el hecho consumado, deello resultan unas consecuencias militares f6cilmcnto discernibles para los militares. Elej&cito debe estar organizado, equipado y preparado para óperar y triunfar r6pidamente.El error político que supone en el bando franco—inrjl6s la oxpediclún do Suez ha sido el

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o-u—

cómprometer a un ojrcito cuya vktoria era segura, a condfci6n d ó haber tenidotiempo suficiente, pero que no lo tenía en la coyuntura internacional duda.

Por el contrario la victoria ¡sraelita de 1967 os la victoria de un ej&cito —

qúe sabe que tiene el tiempo cóntádo (s6lo unos días) para vencer y que organiza unéjSrcito aprópicido a la coyuntura política con el fin de reéuperar el ritmo del G&iesis,para hablar en t&minos bíblicos, aunque no reFirindoso a la creacitn del mundo, sino a la victoria de un estado.

La experiencia del Oriente Medio sugiere otras consideraciones relativasdi juego de las alianzas. Los crabes han. recibido buenas palabras, ciertas armas e incluso algüncxs soguridades por parte de Ici Uni6n Sovf6tica, pero descubrieron enseguidaqué la alianza no llegaría hasta el compromiso mf litar la Uni6n Sovi6tica asisti6,.sin —

intervenir militarmente, a su derrota y a la captura do su propio material, situaci6n siempre desagradable para un protector. ¿ Por qu esta attenci6n?. Porquo la URSS sabeque, a partir del momento en que un soldado soviótico hubiera quedado comprometido,habría desencadenado un engranaje que, con la aparaci6n del sóldado americano compensador, podría conducir a la situaci6n llamada (durante Id crisis do Cuba) “de primero sangre” en que las noticias de p6rdidas y muertes sufridas, desencadena un juego deemociones que los gobiernos no podrían controlar. Se quiero evitar oste riesgo a toda -

costa y por ollo se reduce la alianza y se hace intermitente, según los ¿rabos han com—obado. Es evidente que esto no se aplica solamente a los sovi6ticos, ni a Oriente —

Medio.

Recordemos el anlisis que hacía Clauscwitzdel mecanismo de las alianzasUNo se ha visto jam& —decía— que un Estado que se alíe a la causa de otro Estado adoE

te ¿sta con tanto entusiasmo como la suya propia. En realidad, se limita a enviar un -

ejército auxiliar de fuerza moderada. Si no resulta victorioso, el aliado considera elasunto como terminado o intenta zafarse de ¿1 con las menores pérdidas”. Y posterior —

mente se refiere a ‘tinas partes contratantes que no se comprometen por lo general sinoa equipcir un poqucíio contingente especificado, para poder emplear el resto de sus fuerzas militares en los fines que la política pueda signarlos”.

DescrpcicSn notable de las alianzas y de su juego en la ¿poca clsica en —

cuya definici6n Clausewitz comprendía que la uni6n había cesado de ser vordadera enmoméntos én que las guerras napole6nicas exponían cii aliado a una irrupci6n sobre su —

territorio y a otras r.iuc has consécuencias que sobrepasaban el compromiso de contingentes limitados aplicado hasta entonces. Pero si Bonaparte plantea la limitaci6n del riesgo de las alianzas, ¿sto es mucho ms evidente con la presencia del arma nuclear. Bonaparte, “Dios do la guerra” (según la expresi6n de Clausewitz) resulta en roalidaci unp6lido arcngcl, comparado con ese dios alsoluto do la guerra que es el arma nuclear,Esta ha destruido la distribuciSn de los riesgos en las alianzas y en su consecuencia, tante la U’ni6n Sovi6tica como los Estados Unidos han tenido que delimitar sus propios cornpromisos. La política dirigida a una alianza debo estudiar profundamente cierto númerode consideraciones teniendo en cuenta no s61o las probabilidades de conflicto, sino el —

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riesgo de ser arrastrado por el nuevo aliado a una clase u otra de conflictos. Antiguamente el aumento del armamento de .in aliado era siompré satísfactorio: cuanto mós —

fuerte el aliado, mejor. Pero el ¡ncrementodcfzadeFaIiado arrebata parte do nuestra libertad do acción respecto a ¿1. Peró cidernós, si aquól os do desencadenar el engranaje nuclear esto hace mós difícil para nosotros mantener una postura de contonción ennuestra disposición general; y tambión puedé promover esta éscensión a los extremos —

de los que hablaba Clausewitz. Y en realidad sove haifa uó uno, en cualquier carnpo, el aUado mós poderoso se dedica a disuadir a los dernós de adquirir el arma nuclear.

El problema de las alianzas, sus fines y formáción se encuentra trastornadopor la evolución del armamento y la política no debería ignorarlo.

Las conclusiones de esta primera parto llevan a otra cita do Clausowitz:“Solamente si la política se promete el obtener efectos imposibles de ciertos modios ymedidas militares (efectos realmente opuestos asu naturálezá) ejerceró una influenciaperniciosa sobro la guerra, imponiendo a ósta una r.icircha forzada, al igual que quienno habla bien una lengua dice a veces cosásdistiñtas a las qué quisiera decir”. El político da, frecuentemente, órdenes que contradicen sus verdaderas intenciones.

Por ello, los políticos intentan ahora aprender el idioma militar para no decir sino lo que corresponde a sus propósitos realas.

* * *

Perosi los políficos ciprendén la lengua do los militáres, puede quo tambión -

sea necesario, no que los militares aprendan el idioma de los pólíicos puesto que ya loconocen, pero sí que se familiaricen con esa lengua. Es décir, empleando la terminología dé Clausewitz: “con la gramótica de la lógica de la política”, en cuya expresiónla “gromótica” puede significar la guerra.

Todo el mundo conoce lai frases cólebres del doctór Puissier sobre la guerra,que Lenin gustaba do citar: “La guerra no es mós que una parte de las relaciones políflcas y, por consiguiente, de ninguna mañera independiente. ¿No es la guerra simplemente otra forma de escribir y de hablar para expresar ci pensamiento de los políticos?.Es verdad que tiene su propia gramótica pero no su propia lógica”. La incigen es bellay el pensamiento profundo.

Luego, hace falta escribir —aunque en tórminos ajustados a la rjraméitica dela guerra— algunas cosas cuya lógica estó basada en la política. No se puedo separar —

jamós la guerra do las relaciones políticas. Y agrega: “la guerra se convierte en política del nivel mós elevado; pero una política que libra batallas en lugar do redactar —

notas.”

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-lo-

La gramtica es practica, la t&tica, aquí la batalla, y tambi6n la diplomacia; pero la l&jica se oncuentrasiemprcá al servicio del fin político y es en la por—cepckSn simultnoa de la gram&ica y de la l6gica donde se pueden hablar tanto el conocimiento corno los medios para la necesaria eficacia.

Se reconoce y comprueba la constante interferencia de las decisiones políticas en el proceso do la guerra: antes de su desencadenamiento, durante su dosarrollo,ya su fin.

Ante el desencadenamiento de la guerra, ci primer problema planteado esel de la elecci6n de los armamentos. Ya se ha evocado (pórque los mismos problemasvuelven, ora planteados por los militarés a los políticos, lora por los políticos a tos militares), citando ci ejemplo de Francia, que asta no había sabido proporcionarse entrelas dos guerras el ej&cito necesario para su polítka.

Poro este problema puede actualizarse. La elécci6n de los armamentos deun es funci5n del punto de vista político sobre su puesto en el mundo y del papelque asigne a las alianzas.

Jctualrnente la alianza se considera como un compromiso que aE6orbo al —

pa que lo “integra”, para emplear la expresi6n actual. Se tráta do un tipo de alianza que evoluciona muy rpidamente hacia una comunidad nueva, corno la que a vecesse llamaba “la Comunidad” (y no solamente la Alianza Atlnfica). La primera condi—ci&i de los armamentos que debe proporcionarseo! pa& ¡nteresádo os que complemcr—ten los de las otras naciones aijadas. En ofecfo ¿para qu& repetir lo que el otro ya tic.ne?, Se fratarcí pties, solamente, de procuarse aquello que los otros no poseen en ab—soíuto o en suficiente cuahtra -

De esto punto do vstc proceden los cohsc[ós procedentes do Id otra orifladel Atlcntico para invitar a los éuropeos a especializarse en los armamentos pre—nucleares. “Seamos complementarios”, es un consejo l6gico si se adopta el punto do vista politico de una alianza dirigida hacia una comunidad,

Si por el contrario se considera que la evoluci6n hSénicci y política permitee incluso recomienda a las alianzas un carcictor totalmente diferente, o al monos muchom6s flexible viene a ser normal que el país interesado intente dotarse do armamentos cuya primera condicion no sera la de ser complementarios con respecto a los do otros pauses, sino lado ser complementarios eñtró ellos mismos en el interior do una naci6n, y deun ejrcito, constituyendo un todo autSnomo.

Se puede ir m6s lejos. Si se pretende proporcionarse, por medio de las armas nucleares, un papel m6s importante án la alianza; si se hace dél acceso al arma —

nuclear el medio de un ascenso de importancia dentro de laciliánza; si se trata de un —

“occeso—ascenso”—como es por ejemplo el. caso de Gran Bretaíia— la elccci&n de los ar—

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mamentos a adquirir no es la misma que la que so dobo hacer que cuando se pretende,por medio del armamento nuclear, adquirir una libertad de movimientos actualizada yrealizar un acceso—omancipación; de lo cual, China nos ofrocé él mós claro ejemplo.China no so dote de armas nucleares para desompáííar un’méjor papel en la alianza —

chino-sovióiica, so las proporciona para poder hacer su propio juego. Y la elecciónde los armamentos, paticularmente de los vectorcs,o misilésportadores ci producir conprioridcic! obedecen a unas consideraciones totalmente diferentes a las aludidas en la —

hipótests procedente.

Pero la opción política no interviene solamente en la actividad del militarpara tmponorlo la elección de clottos armamentos. Interviene tambión para decirle haste dónde puede lIejar teniendo en cuenta los riesgos de complicaciones internacionales

— Para la marina americana, el ostabkcor el bloqueo dó Cuba en 1962 fue,tScnicamcnte, un juego, pero ¡cuóntas rcsponsabilidádos políticas!. Puesquede bien entendido que sólo al ¡efe político correspondió la decisión; decidicndo asimismo cuando se presentó el ceso qué el bloque ofreciese lasfisuras necesarias para permitir al antagonista soviótico aceptar la realidadde este bloqueo con cierta dignida, dejando llegar dós otros barcos hastaLa Habana, cuya acogida triunfal haría olvidar la virada en redondo cumplimentada por el resto de los buques.

— Cuanoo Berlin fue bloqueada en l94u, era facil imaginar una iniciativa local para.forzar el bloqueo y aún se seguía soñando con ello en 195C. Pe¿quión no ve que oste simple gesto militar era do tan grandes consecuon —

cias que su realización suponía una decisión política previa?.

Cuando Nasser llega a las orillas do Ákaba —o mós óxactamonte a Chcrmel Cheik—, el primer cañonazo ¡sráolita no se disparó ciortanoito sin ordendel podar político y, del lado agipcio, cs el poder político quien habló —

‘icon cuanta vehemencia y con que olvido de las condiciones do su eficacia!— y es el poder político el que proclamó que la libertad de navegaciónen el estrecho de Tiran sería abolida.

Esta consideración política es necesaria para no entrar ¡amós en guerra sinhaberlo deseado. Es posible que no se tuviese en cuenta con e! compromiso de Norteamérica en Vietnam: pueden verse las consecuencias.

Incluso, una vez desencadenadá la guerra n se estó en guerra con todo elmundo a la vez; continúa existiendo una preocupación primordial para el po!ítico: cviter qe el desarrollo de las operaciones no amplíe a su vez ei número de los beligerantes. Y así so lo ve intervenir en todo momento para decir al ejórcito hasta dónde puede llegar. Porque si fuese mós allc5 llevado por la tóctica militar, contravendría la 16—gica política sobro la Umtación del conflicto. Dos ejemplos muy claros: uno un poco

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antiguo y el otro, contempor&eo. U primer ejemplo os el de la guerra de Corea.¿Cual fue entonccs el razonamiento del Géneral Mac Arthur?1 Un razonamiento impecable en el plano de la “gramtica” militar, el inico que podía tenerse en oste aspoc.fo. El jefe militar americano quiere contar con el mximo do tropas disponibles y pa —

ra ello pretendo llatncr a las tropas do Chang—Kai—Chok. El jéfe militar no quiero ti—mitar el combato al terreno de Corea nicamento, dorido la estrechoz del frente favorece la defensiva. Mac Arthur desea llevar sus ataques y operaciones a otros territorios(los do la China continental, por ejemplo) y quiero bombardeár las rotcigucirdias dolenemigo, los puentes del Yalu y ms all las zonas do Manchuici.° Tódo esto es pcrfectcimente l6gico. Pero es la decisi6n política del presidónte Truman quien ha elegido —

hacer una guerra limitada que prohibe el recurrir a las tropas de Chang—Kai—Chok, y —

los desembarcos continentales y que, segón una oxpresi6n que ha hecho fortuna, transforme a Manchuria en un “santuario”. La dácisi6n política de no extender la guerra,tomada por Trumqn, regula la acciSn militar, a voces rnultipliccndoLa. Poro la l&jicapolítica domina aquí a la grcirntica militar.

A diario, problemas semejantes se plantean y resuelven do un modo u otroen ci Vietnar.. AW la guerra es, en primer lugar, unaguerra antf—uerrilia. Los quela dirigen croen que no so puedo kgrarsu soluciSn sino por un bombardeo do santuario—norviotnamita. Entonces so toma la decisi6n política de bombardear ci Vietnam del Norte0 Pero esta f6rmuia tan sencilla debe gracluarso; es necesapio disntinguir entro los —

bombardeos llamados do “objetivos militares” y los diri0idos contra “objetivos industriaLes” y los “bombardeos de poblaciones”. ¿Es necesario pór otra paite apro;inarsc a la”frontera china?. Cuando se presente la oportunidad ¿ser necesario bombcirdcar las pistas noMetnamitas do vuelo situadas en China?. A cada momento interviene la docisi6npolítica; y las recientes asambleas de la comisi6n senatorial para asuntos extranjeros’-han hecho resurgir las divergencias que pueden existir entre las preocupaciones dci Ministro de Defensa Nacional Mac Namara, las del propio Presidente do tos Estados Unidosy las de los ¡efes militares,

Así la guerra, en todo momento, esta “disificada” por las decisiones polít!cas. Se trata do saber si se acepta y hasta qu punto, el riesgo de que una guerra limtoda a Vietnam pueda alcanzar tambin a la Unin Sovitica, China, etc.

Si pasamos de la situaci& de “pro—guerra” a la de “durante la guerra” in—teriendrS la teoría llamada de la respuesta flexible o graduada, Nos limitarnos en estetema,a una breve observación: entre los procedimientos ci6sicos de la guo y el procedimiento nuclear hay tal discontinuidad que nadie puede imaginaEe el pasar de lo guarra clsica a la guerra nuclear sin que intervenga una docisin potca1 Nadie ponsa —

ría qúe el tronar de los cañones puede ser dominado de repente por el apocaiípsis nu —

clear, sin una decisiSn del poder político. Luego, os el poder político quien tomaría —

la dócisi&i ligada a fa discontinuidad ftindamental do la guórraci6sica o nuclear. Porola opci6n parece todavía demasiado dura, demasiado brutal para el poder político, Lat6cnica y la doctrina militar se ingenian, particularmente entre los escritores militares

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y civiles americanos, para estudiar lo que llaman “la esccilada” a fin do marcar barreras. Herman Kahn cspocifica 44 de astas, con una rinuciosidad y una exactitud tal,que asombran cuando no incitan a sonreir, pero su misma onnumcracin sucesiva atestigua la vóluntad de multiplicar las decisiones políticas; probablemente cstc medio no —

es siémpre eficaz, pero —en su simple investigaci6n— se reconoce la preocupaci6n de —

asegurar la intcrvencicn del político en lo militar.

Una ltma rcflexin se refiere a la terninacin de la gucrra.

¿Cucando es necesário terminar una guerra?. ¿Cundo es necesario detenerlas operaciones militares?. tastos pro’Dlcmas se le pkintoaron al ej&cito srciclita victo—riósó. Nadie dúda de que, si las operaciones militares hubiesen conflnuado, las tropasisraéUtcis en la pendiente de su &xito hubiesén entrado en Damasco y en El Cairo. ¿Poro era necesario hacerlo?. ¿Qu éxitos se podrÍin cosechar aGn hasta el momento fa—tídico dealto el fuego?. No es el “un minuto mcs,, señor verdugo” do la pobre Mme.Du Barry, sino ci “una victoria mas, señores diiiomticos” del general vencedor. El póder político ós tajanto;’ivanzacen Siria hasta ahí, pero entonces, dateneos. Hasta aqu

— ‘. — It ..—en el Jorcian, pero no mas alla.... etc. . So ve la docision del poder politico para indicar en todo instante al jefe militar hasta d6nde puede dejar rodar las bolas sobro “elplano inclinado do la vctoria”, segi5n la cxprosi&i del Mariscal Foch, Y ptresto que —

so cita al vencedor de 1913 ¿no fue entonces la autoridcid política interaliada quien leimpuso, contra su grado1 el momento del armisticio?. -

Así, para concluir esta segunda parte, citando una vez ms a Clausowitz,insistimós: “La guorra es un instrumento de la política. Lleva necesariamente ci sellode esta política y debo medirse con la medida de k!.política. Luego la direcci6n de laguerra os, en líneas generales, la política misma, que coge la espada en lugar de la —

pluma sin cesar por esto de pensar según sus leyes propias” y agregamos nosotros, “ex —

pres6ndose con la gram6tica, con las reglas do estilo, del ejórcito”.

* * *

Para terminar, debemos concluir insistiendo sobre la necesidad do coopero—ci6n do estos dos pensamientos. Si el mflitar subestimo lás obligaciones políticas caó —

en el error cometido por Francia e Inglaterra en Suez, error consistente en poner en pieun ejrcito seguro de vencer.., s hubiese tenido tiempo para ello. Por otra parte, si —

t ,. . .. — . .ia politica ignora cii militar, cae en el error do Nasser que comenzo en iunio de 19u7 —

por un triunfo, para terminar en un dósastre. M6s todavía (no limitemos nuestro ospfri—tu crítico a los actos de los dem6s): pensemos en ci error del Gobierno franc& entre —

lasdos guerras mundiales anunciando unas garantías, dando al Este unas seguridades docuyo mantenimiento la misma línea Maginot hace dudar. El desconocimiento del problema de la interdcpcndcncia resulta temible.

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Comprender al otro es aumentar la fuerza propia, ¿aumentarla indefinidamente es hacerla ilimatada?. Ciertamente no. En el libro ya citado; el Almirante Castexopone a la rormula del 1efe aloman Ludcnciorff: no hay fatalidad, no hay mas que la yoluntad de los hombres fuertes”, las palabras do Foch (que quiz6 resulten sorprendentes —

en su pluma): “Los acontecimientos son ms fuertes que los hombros”,

El Almirante Castex concluye: “Es necésario saber que la ejocuci6n de f&lamaniobra comporta azarés e incertidumbres; que queda expuesta a los acidontos inevitables do su desarrollo y cuando los descngafíos y los fracasos sóbróvionen, cuandó se produce el fen6r1ieno antagonista, como sucede frecuentemente, es necesario acaptar la frmula contraria con resignaci6n y filosofía, cipliccndose inmediatamente a tratar de invontar, a poner en pie algo que reemplace el plan que las circunstancias acaban de echar —

abajo. Es esta persistencia y esta adaptacicn continua de la voluntad directora a una situaci6n constantemente cambiante quienes resumen lo esencial dé ¡ci dirócci6n de la lucha, militar o de otro sao., Llevados a su esencia mcs profunda, las ¡oyes de toda luchatienen una profunda afinidad. Es necesario que todos conozcan la t6ctica y la l6gca —

del otro. El fil6sofo Spinosa viene a decir “La libertad se identifica con la necesidad —

que nos mueve, cuando tenemos conciencia de Ssta”.

Tener conciencia de la necesidad que mueve al otro, que el militar compren—dalas circunstancias que gobiernan al político ye1 político las oblirjaciones del militares, con un sentido filosfico, comprobar y acortar las necesidádos de las que el otro es —

abogado y portavoz, pero no como algo irritante, y arbitrario, como un ataque infligidopor uno a! otro en el seno de una misma patria, sino como elemonto de la necesidád quenos gobierna y a partir de la cual se manifiesta nuestra libertad dentro de los límites fa—cilitaclos por la perpetua invencin de la que hablaba el Almirante Casfex.

Que el militar y el político se conozcan supone ante todo que no se consideren como seres hostiles. No es necesario hisistir en las ventajas do este conócimiento yde la confianza que del mismo se deriva. Dedicarse a conseguirla supone situar a uno yotro en las melores condiciones para aprovechar a! rnximo el marrjen de juego que la nocesklad impuesta por los acontecimientos pone al alcance de los hombros bien dispuestos

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SEGUNDAPA[TE

Pre9unta. -,.Stedenapiiøardeterminodos an1is e5hógcos-d estudio de la. vidc -

política?.

Respuesta. Ho ciquíun ejemplo. Se habla do una teoría militar del punto cúlmincintede ld ofensiva o punto límite. Este es un ejemplo magistral de reflexión abstracta dirigido a reconocer el aspecto mós general do un fenómeno, 6 -corio se dice hay en ciencias políticas o económicas— de un modelo en este caso militar, cuya utilización puedeaclarar difo,’entes aspectos de la acción política. A mcd ¡cia que ci jefe militar avanza,alargc sus líneas de comunicaciones, so ajotci y agota a sus tropas. Las cosas se vuel —

ven cada vez mós difíciles para ól mientras que resultan mósfócilos parct su adversQriopor hallarse mós cercano a sus propias bases do operaciones y aprovisionamienfo, y puede concentrar su ejórcito ... etc.... Los israelitas pudieron llecir 6 El Cairo, pero ¿ ydespuós’?. No habrían podido llegar por lo tanto a Khartoum sino perdiendo el alionto y exponiendo a sus unidades a las guerrillas, a los contraataques, los golpes de manetc...

Luo9o hayunpunto,mósoliódelcualelvencedorsedebilito. Este es k leyque enuncio la teoría del “punto lfmite.

Sin embargo convieñe aclarar que esta iey, como todas las leyes dictadas en —

materia do acciones humanas, no es verdadera sino en caso de que no surja lo contrork.Cuando en 1940, Hitler llegó con sus ejórcitos al centro de Francia, alcanzó quizó el“punto límite”, con relación a las circunstancias militares normales, poro nádá té impiditS rebasarlo porque la resistencia francesa se había desfóndacto. Aunque sús tropas experimentasen Ici necesidad de recuperar el aliento, se encontró conque áquellos con. losque se enfrontaba habían perdido su propio resistencia. Por ello Hitler pudo rebasar loque, normalmente habiera sido el “punto límite”. Del mismo modo, si Napoleón, al entrar en Mosci, hibierci visto dislocarse el Imperio de los zares o abatirso la voluntad dresistencici Ie Alejandro (lo que Napoleón daba por descontado) o! ‘punto límite” de —

su esfuerzo militar hubiera coincidido con el apogeo de su victoria.

Sin dudo ¿sta es uno situación semejante a 16 qüe ha debido dar por descánta—da Hitler para comprometerse en la carnpa’Ía do Rusia, que no podía terminar favórablemente para ¿1, sino eñ el caso de producrise rópidamente el desfondamiénto dél poder —

sovi&tico. Porque la particularidad de Rusia en razón de su inmensidad, es que puede —

resultar finalmente victoriosa si persiste en su ónimo cte no ser vencida.

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Pero, con la reserva de estas pintualizációnes, lá “teoría del punto limite”es valedera parala acci6n política. Uno acci6n política dada riplica el compromiso —

de un cierto crcdito de aútoridad en el muñdo, la movilizaci6n y ci empleo de un ciertas reservas de confiañza, de lo cualse benoficid al cómienzo. Durante cierto tiempose éádoa o la nación, se la arrastra por el onúsiasmo, pero lleba un mománto én quetervkno ci cansancio y los résótes tienden a aflójórse; el dirídcntc ó el ártdo, hanllegado al final de Su ofensivci; fras ellos so contompla su frctcaso y sci ansia la paz.

Muy imperfectamente, el punto culminante dó la movilizaci6n geñárel del esfuérzo fitinc6s en la primera guerra mt,ndial, so sitGa aproxirnádamánto en Verdún. A —

partir do 1916, asistimos en los dos campos él franqueo del punté límite seguido de un —

reflujo. So produce ci retroceso rusó, ms tarde defécckin sóviSticá’. Perá Ici situaci6ncámbia do formé docisivá pár la llegada dcii ciliado árrierkano. Aqi.ií táribi&n la ky delpunto culminante es una ley que puedo ser trastocada por el juego do otras leyes. Porólo cierto os que, en una acci6n política dacia, hay un mómento en el que alcanza su apogea y otro dospu6s en el que se llega al extremo del esfuerzo.

Observemos los grandes movimientos como el del Frente Popular, por éjemplo;y lo que os ciorto con respecto a una oscilaci6n hacia la izquierda, puedo naturalmenteobsorvcirso en otra hacia la derecha, representada por el Bloqio Naciónal, (cada vez)llega un momento en el que los vencedores han alcanzádé la plcar.iar, y a partir dcii cualsé produce un reflujo y esta comparación so roficre a que, en muchos casos, el an6lisis —

que los grandes estrategas han hecho de las leyes de la acción militar, tambión os provechoso para los civiles.

Pregunta. — ¿Existe verdaderamente una virtud estabilizadora dci átomo?. Este punto —

es él centro de la controversia chino—sáviótica a propósito dé lá guerra. Siguióndola seobserva que existo un cierto número de estrategas y pensadores políticos que discuten lavirtud estabilizadora del ótomo.

Respuesta.— Para responder, tomemos la cuestión desde un poco mós lejos.

; travós de la historia, la violencia es la comadrona do ks sociedades. Marxlo decía en una frase que se ha convertido en lugar común; con cierto espíritu paradó¡ico se podría demostrar que la “Declaración de los derechos del hombro” y el código cvil nacieron en un acto de violencia: la torna do la Bastilla.

Pero antes, el mismo reino de Francia había sido el resultado do una serie doguerras. Tambin fue necesaria la lucha pára alcanzar la unidad do Italia, y la alemana tampoco hubicÑ sido posible sin la guérra do los dos ducadosy la que por desgréciasoportamos en 1070. Luego la guerra parece corno un instrumento esencial en la forma -

ción do las naciones y en cierto número do r.iutácionos interiores. ¿Et6 áctuálmente —

bloqueada y ha adquirido, por el hecho do la aparición del arma nuclear, un efecto estabilizador casi total?. En la vida social raramente asistimos a la alternativa de lo no —

cesario y lo imposible.

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Pero sí asistimos corrientemente al trcnsito de lo mcs difícil a lo m6s f6cIl. —

¿Constituye ci arma a6mica un estabilizador indeclinable. do las fronteras que hacen imposible toda mutaci6n?. No. ¿Tiende a aur.ontar su ástabilfdad ya “dificultar” su dis—

. .e .cusion?. i; sin duda alguna.

Tmcmos dos ejemplos. Imaginemos prmeramente que no htibise habido armarúckar. El período llamado dé la óuerra fríá que se resént6 án 1945 y de 194647 a1957 ¿habría désomhocao en guerra caliento?. Nafuralmónto no sé puede asegurar —

qúe hubiera habido una guerrá verdadera poro mc sieñfo inclinado a creerlo en realidad;ni los esfuerzós de los sabios ni las hermosas palabres do persüási6n moral y política, hanimpedido la gilorra en el pásado y, por cónsiguicnté, súendó ci fon6rnóno dé aceleroci6n do la historia, ya debei’ía haberse producido “ñuestra” tercera guerra mundiál de nohaberse producido un cambio esencial. Ahora bien, no la hemos tenido. ¿Por qu6? Porque la simple existencia del arma at6mica quita toda probabilidad de beneficio a la victorio. A partir do este acontecimiento la confrontaci6n militar entro potencias nucleares—se reduce a una confrontación de disuasiones, El Presidente Kennedy record6 la poten -

1 — 1 ..cialidad nuclear de su pais cuando, paseandoso ante el muro do Berlin, di1o lch bm orn

Berliner” (Soy berlinés) dando a entender: “Mis armas nucleares proteger6n Berlín lo mismo que protegerían Washington”. Exacto o no, la informacn provoc6 un efecto de ir’—h ¡ bi c cSn. IAcís tarde Mali novsky y despu& de l l( hruc hef declararon “Los cohetes soyticos cubren Cuba”, queriendo significar: “Lzaremos cohes n caa nuclear sobreAmricasi ¿sta interviniese en Cuba”.

En ambos casos se trataba de fronteras indefendibles por las armas cl6sicas. —

¿Sé podría contar por horas o por días el tiempo que necesitarían los rusos para apode—rarse de Berlín Oeste?. Del mismo modo el ej&rcito americano habría podido apoderar -

se de Cuba. Ahora bien, en los dos casos ha habido estabilizaci6n do fronteras indefendibles por tas armas clásicas. Luego existe un efecto estabilizador del arma nueva, del&omo; y allí donde el riesgo de guerra at6mica es ms fuerte —os decir, en Europa— el —

efecto del “statu quo” es tambiin ms fuerte. El ejemplo puedo ilustrarse por la comporaci6n entro el problema de Alsacia y Lorena y al de las fronteras orientales de Alemania.

Pero este efecto estabilizador ¿os absoluto? ¿no puede altorarse?. Podríapensarso en recurrir a las armas cl6sicas. Poro el efecto do inhibici6n, segin se ha visto,es tal, que las potencias nucleares, al igual que sus aliados inmediatos, dudan en recurrir a las arnas cl6sicas. Los soviéticos hubieran podido pensar “i)ominamos Berlín Oestey enviamos un mensaje a los americanos, diciéndoles: no lo tomáis o mal y no lo haremosmas”. Igualmente, los americanos hubieran podido intervenir en 1956 en ci “asunto” deBudapest,y doctarar:”Enviamos voluntarios en socorrode lós hóngaros”,comunicando a lossoviticos:Tanto peor para vosotros si estamos aquí, pero no haremos nada mis si no hayinsurrecci6n interior”.

Ahora bien, nadie se ha expresado ni procedido así, porque el efecto disusor —

del arma nuclear se extiende no solamente a los usos nucleares, sino tar,,bin a los usos —

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ir— lo—

limitados do las armas cl&sicas. La maniobra tlamcidade “la hoja de alcachofa” no se hapracticado en Europa. Sin duda ha parecido demasiado pe[igrosa.

Por e1 contrarió, no hay estabilizacin en !os zonas dop1o pueden llevorse acabo guerras subat6micas, con oportunidades razonables de xito, y donde parece inverosímil una ciscensi6n a los extremos nucleares.

¿Cuales son estas zonas?. Primeramente, las zoñas en Las cuaks el lazo póUfleo—moral con las potencias nucleares es lo bastante débil para que no haya —al menós —

durante los primeros días— riesgos de complicaciones nucleares. Esto os el casó del Oriente Medio; allí se pueden practicar breves intervenciones indirectas sin perder, al menosal principio, el control de la contienda.

Pero si bien hay zonas consideradas corno menos neurálgicas que otras, no óxiste un límite riguroso. La intervenckn es mts o menos indirecta, puede uno equivocarse.

Es necesario tener en cuenta los estados en los cuales la guarra subversiva esposible. ¿Cu6Ees son estos estados?. En resumidas cuentas son aqu6llos en los cuales:

12. EE.poder político del Estado propiamente dicho es naturalmente débil, porflcularmente en razn de la rusticidad de sus modios,

22. Existen profundos descontentos sociales o nacionales,

32. No existe tradici6n de arreglo pacífico y democr6tico do los problemas.

42. Existen ciertas facilidades Mcnicas para las guerrillas, debido a la coñfiguraci6n del territorio,’ La montaña es r.i6s favorable que la llanura, la maleza —

n6s que el terren pelado. Los estados en que surge esta guarra son los que —

permanecen en Id situacitn llamada “pro—industrial”. Alif ci efecto estabilizador del átomo n existe. Tonemos pruebas sangrientas desde hace una veintena do años.

No obstante, el riesgo de la ascensi6n a la guerra at6mica aparecería si hubiese (como por ojémplo en el Vietnam) confrontación directa de los sovi&kos y de los ámóricanos. Y la conciencia de este riesgo podría hacer que, ¡ñclo en zona h’abaf ada porla guerrilla subversiva, presa de los guerrilleros, se buscase una soluci6n que no podríaser sino do ostabilizacicn; el “statu quo” apcirocería entonces do una y otro parte como unmal menor, pero siendo difícil definirlo ante la dosmembraci& do los podoes existentes1

Terminemos por un juicio apreciativo.. El primer impulso, os decir, “el átomoestabiliza”, constituye una ventaja. Pero ¿es cierto? ¿y as deseable”1 hay 5ituacfonosano josas en ci orden interior así como en el internacional. ¿C6mo llegar a corregirlas?,Si el 6tomo bloquoa ciertos procesos de transforrnacicn ¿no ser5 necesario inventar oh’os?.

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En una humanidad sosogada —y por desgracia esta situaci6n no se prov6 para un futuro inmediato— so plantearía eLproIena de una ficamento, ci r&gimen democrtico en un país como el nuóstro, supo roalizarpacíficamente cierto núricro de aqsei las mutaciones sociales que nuestros anfocosorostratában de álcanzár en el siglo XIX, erigiendo barricadas: reformas comá el pleno empleo, la seguridad social ... etc... ¿No se puede imaginar una situación parecida en el mundo, no aescala interior sino a escala internacional?,

Con frecuencia se álúdó ái onfrentar.iionto chino—soviótico. Resumamos lástesis en dos “siogans”. Créar en todas partes niovós Vietnam es el santoy seFiade Cuba;“Amórica os un tigre do papel, pero con dientes atómicos” dijo Kruschof. Estas dos fra

ses són significativas. Los chinos dicen:”Existc un cierto número de situaciones intolerabies, de opresiones naciónales y sociales ... etc, que no se pueden modificar, sino porprócodimientos violentos” y se sobreentiendo que estos procedimientos serón subáfómicos.Los sovióticos rospondén: “En efecto existe cierto número de sitúacionos injustas, maceEtábles, peligrosas, péro’ debernós evitar que provoquen la catóstrofo nuclear11. Y estas dospfeocipaciones. que, por otra porte, son las preocupaciones normales que no debe olvi -

dar ningún hombro de estado responsable, marcan —en suma— dos tiempos do una misma reflexión. So puede imaginar fócilmonte que Kosygúin se haya dotonido en Cuba al regreso de los Estados Unidos, para decr ‘o Castro: “No fuerce la presión; no multiplique losVietnarns a travós de la 1-lispanoamórica a esto ritmo. Los cambios que quiero promoverhacen imposible la paz que queremos salvaguardar”.

Y os de suponer que chinos, cubanos y otros comunistas piensen: “No se puedesacrificar el movimiento al estabilizador atómico” .Luoao la tabilizóción nucleorno os total,

su relativa garantía permite un planteamiento completcmente satisfactorio, aunque esun elemento qúo dificulta la guerra y la rnutacitSn violenta.

Pregunta.— Se ha hecho aquí, repetidas voces, refrencia a la noción de la alianza, enocasión de los anólisis de las situaciones, so expone cómo esta noción ha evolucionado —

considerablemente ¿No se podía ir ms lejos y hablar de una pulverización de alianzas opor lo monos de una nueva concepción de la alianza política a la luz dci arma atómica?

Respuesta.— Ho abordado esta probicmci muy importante en un artículo que la “Revuo deDófónso ationaIo” publicó en 1956 y lo he repetido en un libro “La Stratógio contra laguerro”. La idea base es la siguiente: en ia era nuclear, la alianza nopuodo ser un matrimonio indiIuble o la romana para lo mejor y lo peár; en la concepción y prócticackisicas “lo peor” era una división o cuerpo do ejórcitó perdidos y so ha citado a este —.

propósito ci anólisis de Clausewitz. Lá prir.lora portúrbáción ón esta próctca fúe intróducida pór Bonaparte. Se creíá no haber ‘dardo a Prusia o a Inglaterra nada mós que el apoyode algunos cuerpos dé ejórcito y se tenía que soportar la invasión: el riesgo de la alianza ¿nirnontaba, Póró, despuós de veinté afios do crisis, la situación se estabiliz6, áiinquedespuós de soportar ms golpes de los que so habían pensado. Finalmonto se compartió lavictoria; poro hoy el riesgo no es el de una guerra de veintó arios, sino do una Inc ineración definitiva. Y ningún jefe político do ninguna nación puede consentir que eslu sea

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reducida. a cenizas por otro país. El general Gallois ha insistido mucho sobre está té—sis, Lo inmensidad del peligro hace que lo alianza no pueda ser “para lo mejor y paralo peor”. Para lo mejor, de acuerdo; pero para lo peor, cuando ¿sto es tan estremecedor, decididamente, no.

Sin embargo en toda alianza hay siempre un elemento fundamental y créó —

que este elemento no permite una integraci6n militar sin la integración política correspori&entc. No se puede arriesgar, no solamente al ejrcito, sino la supervivencia dela propia nación sin6 en el caso de que ¿sta no se considere distinta ante los ojos de —

las domis naciones aIjadas, Como francós de París, acepto perfectamente la idea do —

morir por Estraburgo o Porpifn, ya que no cxste una nación parisiense, sino solamente una nación francesa. Pero J.mbión puedo imaginar qúe un proceso do ovolu n hi5tórica consiga que algúndía tenga oste mismo sentimiento con respecto a Amórica oAkmania. Sin embargo, debo reconocer que aún no considero la situación madura paro ello.

La alianza no puede jugár “un pleno” nada mós que en el casóde iina inte—gración no solamente militar sino adomós política y móral, és decir, de i.iná sustitucn’do la llor.,ada aliónza por una comunidad real. Tambión en la &poca nuclear las alianzas son necesariamente inestables, o incluso mós precarias y exclusivistas.

Está es lo que ya declaró cuando nuestro páís todavía formaba parte de la —

NATO, aunque temía decirlo demasiado brutalmente, a fin de no inquietar o la opinión.Desde entonces F comprobado que los ¡uicios y decisiones de nuestro país se ¡nspiran —

en puntos de vista semejantes.

¿Es necesario ir mós lejos y hablar de la “pulverización do las alianzas”, esdecir, do la improbabilidad do las alianzas?. No es necésario. Desde luego que sé —

presentan situaciones diferentes, prenucloaros de cualquier clase. Así, por ejemplo, —

somos aliados del Gabón, y puesto que hay pocas probabilidades do que so llegue a unaguerra nuclear a propósito del Gabón, puedo considerarse -como a otros— un aliado nopeligroso. Cabo prcguntarse en estos casos, una aliañzá vale la pena. Pues una alianza desigual supone cierto beneficio para al nós dóbil, pero én cambio grandes cargas —

para la alianza. Aunque las deudas son discretas entre gentes bien educadas que no —

aspiran a ser paados en el acto. Existe un procedimiento establecido que recomiendaabonar los honorarios según la vieja tradición del foro que té llama “ci tributé espon—tónco del agraclócimiento del cliente a su defensor”. Témbión aquí hay unos tributos —

espontóncos do roconocimiénto, de gratitud que consisten por ejemplo en unas formas —

de “cooperación” tócnica y económica que no son estrictamente igualitarios en las ventajas económicas o comerciales, el trato de favor, etc.

Tambión se establece por una y otra parte, mós o menos conscónteménte, unbalance entre las cargas y kis veñtajas de alianztiy el saldo puédá rosultarposifivo. Laalianza tiene venta jás olíticás y culturales para el mós fuerfo, y en nuésfros tratos áonlas repúblicas africanas, nuestros compromisos militares no son muy posados; imaginemos

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que sé solicita nuostrá intárvencióri en el Dahárey cóntra unci dcciónnigérianá o en laCosta do Mcwfil contra unci do Ghana. (La anarquía de l’igeria en un caso, la subver—si6n, en Ghana en el otro, han alelado tales posibilidades que aún pormanoéénconcebiblos). A cambio de ésta garantíá nó demasiado pesáda (cro qué cigo—ferigasé muyen cuénta— una formaci6n militar apropiada dc las tropás aerotransportadas para qt se—puedan desplazar f6cilmente, etc.) se mantondr cierto número do ventajas políticas,económicas y culturales.

En otro caso, totalmente distinto, países de civilización anEoga pueden coincidir en sus intereses políticos y proclamarse aliados a fin de reforzar sus ideales comunes con una fuerza mayor.No fue ¿sto el caso de Francia y otros países occidéntales,en 1949, cuando sé quería éntonces mantener un lago atl&ntico?. Tánbi&i sé puede —

imaginar que unos países situados sobre e! continente europeo deseen establecer entreellos un tratado de aUanza frente al polirJro amarillo; (evocamos do nuavó al almirante Castox). Se tendría entonces una alianza militar que ligaría a rancia, Alemania yla Unión Soviótica y comunidades de intereses. Estas varias comunidades de intereses ysolidaridades no reúnen siempre a los mismos partidarios,sino que puedo haber cabalga —

das ocasionales do solidaridad ya que las alianzas no son exclusivas. Luego, no pareceque el arma nculear nos encamine hacia una supresión de todas las alianzas. Paradójicamente, la justificación de las alianzas podría llegar a ser mós política que militar, dependiendo su valor del efecto psicológico conseguido en el interior dci país; particularmente para los países en equilibrio precario.

/.síen Italia en 1949, la adhesión a la Alianza Atióntica ha tenido uná au—tóntica importancia política portrotorsedeun país en el que la oposición comunista eramuy fuerte y estaba aijada al partido socialista de izquierda por un pacto de unidad doacción, desarrollada especialmente en la Italia clelSur, donde la pobreza y atraso do -

una óran parte de la póblación eracampo propicio para violentas convulsiones. En talcaso, la alianza tiene,claramente, un efecto estabilizador sobro la política. D! mismomodo, si ci canciller Adenauer ha insistido tanto para qué Alemania entrase en la Alianza Átltntica os porque quería rofórzarasí los lazos dé su país con Occidente. Probablemente, con la mentalidad de la ópoca, témía una invasión militar sovótica, deseando —

asogurarso contra un riesgo que consideraba haliarse subestimado; considerando conve—nionto dirigir y consolidar la opción política de su propio pueblo en tal sentido, lo quejustificaba su maniobra.

Así ksalianzas pueden sobrevivir, por razones tanto políticas como militares,pero áon carócter menos rí ido y hasta mo atrevería a decir sin quorór atacar a ningunavirtud, que pasando del matrimonio a la romana O una unión mós libre.

Pregunta.— ¿Puedo delegarse la decisión dci empleo de armas nucleares?

El desencadenamiento de una acción nuclear, implica ciertos problemas materialos de carócter instantóneo o próctico, cuyo atención puede conducir a la idea do de

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legaci6n do la dociskSn; la delegacicSn os gubernamental, cierto, peró tarnli&i es dolegaci6n del político al militar. ¿QucS piensa Vd. como “polit6lóo”, o jurista, doeste aspecto determinado de las relaciones entre político y militar?.

Respuesta. Esta es una pregunta muy pertinente y el problema puede trotarso mediantelasiguianto diforenciaci6n:

12. El paso del empleo excIi.svo de las armas cltscas al empico del arma nucleardebo cónsidorarse siempre como una docisi6n política. En esto, todo el mundo

• parece estarde acuerdo.

22. So puede —c incluso esto debería adr1itirse corno nórmal— subdividir la decisi6npolfica del paso al empleo de las armas nucleares, en dos decisiones dinstin—tas: una decisi&i relativa al empleo do las armas nucleares llcrnadcs”tcticas”y otra decisi6n relativa al empleo de las armas nucleares llamadas “estrat&gi—cas”.

• Si un país “A” ve sus tropas empofadas en el cómbcito cón las do un país “f3”,una cesa os ordenar que se empleen las armas nuclares t6ctcas para detener la progre—sliSn do los contingentes “B” y otra es decir ordenar el bombardeo do las poblaciones —

del país “B”. .

La docfrmna adoptada por Francia es la de lás rópresalias masivas en caso de —

cgresin; doctrina orientada evidentemente hacia la disuasin. Existo por otra parteuna solidaridad t&cnka entre los distintos empleos dolcírma núclocir; paré incluso losmantenedores do nuéstra doctrina admiten que el póder político conserva, hasta el último momento, el derecho de fragn-entar su fuerza de respuesta o, al menos, de intentarhacorlo.

A partir del momento en que se toma una decsn do principio, su puesta enaccicn supone un cierto número de decisiones t&cnicas, relativas —especialmente— ci ladesignaci6n do los obletivos. Si el poder político da la orden de emplear los medios -

estratgicos del arma nucleár contra bs objctivosde ún dó’torminado país, tiene propcxrodo de antemano un programa dé bombardeo qué so deencadena ¡nstantneamente

Pr6cticamcnte, la orden de recurrir a los bombardeos nucleares en la Unión Soviticao en los Estados Unidos desencadeno inmediatamente un cierto núr.icro de dispositivos —

regulados do antemano y la velocidad de las transmisiones hace que no haya ms disposiciones tecnicas que realizar: las m6quinas calculadoras se ocupan de ello. —

Puede ¡maginarse que el estado de la atm6sfera u otro aspecto de ¡a situaci6riintroduce un elemento nuevo. Sería entonces necesario que la autoridad militar aporte en el último momento las correcciones pertinentes ai plan previsto. Por ejemplo: enla hipotosis de un bombardeo estratégico desde submarinos at6micos, el torpedeamiento

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dé uno do ellos obligare a efectuar las oportunas córrecc iones de tiro por parte de los —

otros; estas medidas no son políticas sino militares, f6cnicas.

Pero la misión de la autoridad militar scr ms importante en ci caso de un cmpico t&tico do las armas nucleares. Aunque el poder polífico d6 la autorizaci6n del —

empleo tcctf co d las armas nucleares, no pueda especificar: “Disparen sobre tal objetiyo a 15 y no ci 20 km”. S6IO ci mando militar, a veces incluso un r.ando de escalan —

muy modesto, puede saber sobro dando debo tirar. La dccisi6n política no puede ser sino una docisi6n de principio pero la dcsignaci6n de objetivos requiere otras decisionesque deben tornarse a la vista de la situaci6n, en la proximidad de los lugares del combate.

Dicho esto, que sería la base de una discusi6n tScnica c incluso jurídica, queda por establecer el medio, la forma de aplcacicSn. Aquí se presenta la dificultad dedistinci6n entre los empleos tácticos y los empleos estrat6gicos; la lucha por la superioridad impone la oleccin do los objetivos mHitaros y los imperativos de la táctica proporcionan al ¡efe militar empeñado con un enemigo que ost a punto de atacarlo con armasc ksicas.

El general de divisi6n que ve su unidad en gran peflgro picnsq instintivamente “Tengo al alcance de la mano cabezas nucleares y cmplendolas podría hacer retroceder al enemigo. ¿Corno puede prohibursemo su empleo? . Es una reaccion normal que —

trato de llevar el combate a un nivel que ie evite una derrota. ¿No es esto lo que puede producirse en el Vietnam?. Sin embargo, para franquear este umbral nuclear tiene —

que contar con luz verde, que no puedo ser, en materia de armas tctcas, el dosencadenamiento automático de un dispositivo preestablecido. El día en que el Presidente de —

la Ropblica diga “DesencadcSnese la operacicn cstratgica” los aviones se pondr6n envuelo y los cohetes se dispersarcn autom&icancnte. Pero si ordena por el contrario,”Utilícenso las armas t6cticastl, quede por tomar una serie de decisiones militares en el escal6n subordinado; incluso la elecci6n do los objetivos. —

Sería también necesario examinar el caso —t6cnicarnentc original— de las armasnucleares antiaSroas o anfimisiles que operan en el espacio a&eo correspondiente al territorio nacional.

Pero aparFmonos por un instante del planteamiento de la cuostlin para hacer —

una observacin propiamente política.

La repentinidad necesaria de la docisi6n política excluye el tomarla por vota—ci6n. No se vota por tres votos contra dos, o cuatro contra úno, por el empleo del armaatrnica ¿ Por qué?. Porque los cuatro o cinco hombres competentes para tomar la dcci—si6n no est6n presentes en e1 mismo lugar; si quieren deliberar por tel6fono, ci primer —

resultado de esta consulta os arriesgar que el adversario conozca las intenciones y esta —

al tanto de las discusiones. Y entonces puede ser que tome l la iniciativa nuclear y realmente ¿no tcndrc raz6n para hacerlo?.

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La naturaleza del arma nuclear CCfl1TCliZCI la decisión política; la naturalezade los problemas en ci plané internacional impone un límitó a la cooperación entre estados y en el plano interno, asegura el poder fojocutivoH un privilegio inexorable so —

bre las decisiones de las asambleas parlamentarias. Tradicional o incluso constitucionalmente, ci gobierno no puede declarar la guerra sin té opini6n del parkmento. ¿Poro es imaginable el que so consulte al parlamento para saber si es necesario emplear elarma atómica?. Sería una burla.

La naturaleza misma de la fócnicc impone una centralización de la decisión;centralización nacional y centralización constitucional. La central ¡zac ión nacional —

ejerce evidentemente su efecto sobro el problema de las áiianzcs citado hocé poco. Lapráctica adoptada entre generales de discutir cada uno en nombro do su país, se habíaya róbcisado a final de la primera guerra mundial, y con más rezón durante la segunda —

guerra mundial. Áctualmántc, es impensable ante él caso de Id dccísión nuclear. El —

problema de la alianza os pues un problema de compromiso aun sor.iotdosc a una dccisión extranjera ¿No hay razón para pensarlo mucho?.

Pregunta.— ¿Cómo supone que evolucionará, enun plazo más o r.enos largo, la nocióndo dsuasión?. ¿No cree que en los países que poseen el arma nuclear la elevacióndel nivel social y del estado psicologicocle la nacion acarreare una olovacion progrosuva dci umbral de la reacción y haga posible la maniobra de la hoja de alcachofa incluso en las zonas donde actualmente no se puede llevar a cabo?.

Respuesta.— Esta pregunta corresponde a una preocupación bastante extendida .

El general Beaufre ha repetido muchas veces que era necesario “salvar la disuesión”. Gran parte de su pensamiento gira alrededor de osIQ idc . Y los r1iantencdoresde la respuesta flexible presentan entre otros argumentos en su favor ci dé que té “modostia” de los primeros grados es indispensable para mantener su”credibiUdad’, overcsimilitud, sobro el empicodel arma nuclear. Hoy se duda de que ninguna potencia nucleardesencadene el apocalipsis que la aniquilaría. Ysi el uso de oste arma llega a scrnverosímil, su fuerza disuasiva desaparece. Pero, si por el contrario, se mantienen a punto ciertas acciones, de por sí terribles, aunque limitadas, el queso recurro a su empleo permanecerá creíble, y la “disuasión’ se salvará.

En varias ocasiones el presidente Kennedy expuso que era necesario susfraersoa Amórica a lo que llamaba la alternativa de la capitulación o de la incineración; y esde suponer que el progreso y la civilización hagan cada vez más increíble ci empleo delarma atómica, atenuando así la disuasión. Do donde se deduce una serio de consocuoncias en cuanto a la estrategia y a la política.

Personalmente cada vez creo menos en estepeligro (y repito, estepeiigr)deIdobilitar.iiento de la disuasión. ¿Por quó?. Por tres id’zones. Dómoslas en el orden jerárquico segón su importancia creciente.

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En primer lugar, el progreso social, por cuya raz6n un país oste dé menos dispuesto cada día a hundirse en la catstrofe, no opera en sentido Gnico; el país que sesitúa al frente do los demás est6 también cada vez menos dispuesto a correr el riesgo —

del aniquilamiento.

Sin embargo, el equilibrio o equiparaci6n en clapaciguamiento de ksformanó es absoluto Se pueden dar dos ejemplos: de un lado, Israel y Oriento Medio; delotro,. China.

Los israelitas han creído durantc largo tiempo que el progreso —mátórial y social— que elevo a los países ¿irabes y podr permitirles aprovechar s superioridad num&rica, al mismo tiempo les urgiría menos a batirse, les haría ms pacíficos, mejor dispuestos a aceptar el “hecho” israelita. Recuerdo que en una convcrsaci6n con el primerministro israelita do Asuntos Extorioros, MoisSs Sharett, su interlocutor le decía “Uds.podrn conseguir siempre el mantenerse con el mismo progreso tcnico. A la largo quódarn reducidos a 2 ç 4 millones frente a 50, y estos 50 millones no porrnanccor6n eternamente rctrcisddos”. El primor ministro respondió: “La evolucicSn que consiga hacerlesms fuertes, les hora tambi6n ms pacíficos, ms realistas”. El argumento es v6lido.Pero no so ha cumplido en Oriente Medio, donde no so ha conseguido apenas evoluciny los millones do ¿irabes ni se han hecho n6s fuertes ni ms realistas.

El caso do China es completamente diferente. Actualmente asistimos aún fo—n6meno muy curioso: el progreso rápido, casi vertiginoso, de la potencia militar, sin —

que so presente la rcgrcsi6n correspondiente del belicismo. China cst consiguiendo unarmamento at6mico con deducciones sobro su renta nacional proporcionalmente mucho —

mayores cu0 las de los Estados Unidos, pero a favor asimismo de un desarrollo genéral —

considora)le; empleando a la vez cierto nóncro de procódimiontos psicól6gicos y sociales para mantener en las almas la pólvora seca —si así se puedo decir— a pesar do la ovolucicn industrial y social.

Este proceso no se ha producido en la Uni6n Soviética. Indiscutiblemente, ala ascensin do la URSS hacia la potencia industrial y especialmente hacia potencia nuclear, han correspondido cierto apaciguamiento de lo ambici6n revolucionaria y una debilitacj6n de los mitos revolucionarios.

¿Sucodcrí lo mismo en China?. La respuesta debo ser muy cota, >i que nosencontramos ante una civil ¡zaci6n y una t6cnica tan diferentes que no afirma ni excluye que se produzcan allí las mismos correlaciones en los diferentes dominios do la evo —

luci6n.

Siempre lléga un mománto para el seci6logo, el historiador o el ‘1pólit6logo” ysin duda tcimbi6n para el militar, en que cada uno dober reconocer su ignorancia, examinando naturalmente el pro y el contra. Esperemos la experiencia, deseando que no —

sea demasiado mala.

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En lo que habría que pensar es en si la disuasi6n podrki defenderse ó mr5s bienrelevarse de su funci6n; el progreso t6cníco que permite el desarrollo del armamento —

nuclear puedo también apoyar la disuasi&i propiamente dicha con otros elementos de renunciacuon a la violencia.

Poro debo tenerse en cuenta in segundo orden do consideraciones que protegenla disuasi6n. Existo, según hemos visto, una concentraci6n de la decisi6n política enmateria nuclear que nácosariamente recae sobre un nómero reducido do hombres. NI siquiera so puedo pensar en una asamblea que voto el empleo dolarna nuclear, péro puodo ponsarse que algunos piensan “Si no queda otro rccurso,cs ptcfcrible ki muerte an—tos de producirse el deshonor que la muerto después de consumado el deshonor”. Ese péqucilo n&moro de hombres con competencia para decidir y ejecutar puedo hacer pensar—o temer— que conservar6n la capacidad para tomar la decisi6n c;:trema incluso en el —

caso de que la opinicSn pública la toma.

Poro hay una tercera raz6n sobro la cual es necesario insistir finalmente, porque ós la m6s difícil de comprender. El arr.a at6nica, se ha dicho, supone al mismo —

tempo y con corteza la dcstruccn dci vencedor y del vencido. Se tiene en ofecto esta certeza. Pero debemos insistir en que la disuasin que produce un efecto psicol6gi—coooact: solamente por corteza sino tar.ibi6n mediante la incertidumbre.

Kennedy dijo delante del muro de Berlín: HSoy borlin6s”, queriendo sgnifi —

car, Utihzcirc las armas atomicas para dorendor Berlin , pero ¿ostaxi en realidad seguro deque se serviría de ellas?. El general Gallois diría “Lo contrario era lo seguro”.Nosotros diríamos simplemente ‘EI empico do las armas at6micas americanas para la de—

• IIcnsa de Benin oro por io monos inseguro

Del mismo modo, nó sabemos si Kruschof habría utilizado los cohetes atmicosdesde Cuba. Lo dijo. ¿Poro hubiese mantenklo su palabra?.

Como se dice en lenguaje familiar “hay que hacerlo”. Pero la incertidumbreen ambos casos fue disuasiva. Que se nos perdono la sutileza, poro: la corteza de la —

dostrucci6n en caso de empleo de las arnas at6r.iicas os tan terrible que su misma incertidumbre basta para disuadir. La corteza de ver perecer a la naci6n propia en una situa—ci6ndada, hace queso detenga su curso la carrera de una acci6n que lleva consigo laincertidumbre, en cuanto al riesgo de ver surgir la situaci6n arribo evocada. La ovolu—ci& examinada podr6 aumentar las oportunidades de que no se utilice el arma nuclear —

pero creo que mantondr6 el riesgo de su empico y que este ixistar6 para disuadir. Este —

es el nudo de mi razonamiento. Pero las cosas cambiarían r1iucho s con los misiles —

se descubriera verdaderamente el arma absoluta de protecci6n. Utilizando un lenguá—je que sorprender6 en boca de un civil, espero que esto no sirva para nada. Lo espero,—porque el cerrojo estabilizador y específico del arma at6mica se encontraría roto por —

una invonci6n diabSlica. Pero la protcccin antimisil suprimiendo el riesgo nuclear ¿noqueda aón muy lejos?.

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íJíadarnos, finalmente a este prop6sito, aunque rebasando la cuosti6n planteada que, si las potencias nucleares se comprometen en lo carrera antinisil siguiendo em2eñudos a Ici voz en la carrera de los misiles, de ello resultarían unos trastornos considerables uc los políticos deberían tener en cuenta en este momento, tanto por lo que respectu al precio de la “enfradu” en el club nuclear corno en la tarifa del “tique” moderador,(empicando expresiones gr6f kas).

Pregunta.— ¿Qu& se puede esperar de un h!pot6tico acuerdo sobre e1 desarme nuclear?• ._ ., • . •¿No nos llevare a la sutuacuon que prevalecio en la primera rnita del siglo A, situa—

cian de conflicto cl6sicó pero extremadamente destructor?. El Occidente, las nacio —

nos cono Francia, Gran Bretaña, Alemania ¿no se encontrarían entonces en un estadodo inferioridad cIsica aplastante?. En estas condiciones ¿es deseable tal acuerdo?.

Ráspuesta. — Hay en efecto mucho que discuti7. Un “portavcz autorizado” (según elt&mino usual) ha indicado recientemente que desde el punto de vista del gobierno francs un compromiso de no pro1 ¡feraci6n debería estar subordinado al acuerdó de desarmenuclear. En realidad lo que queremos no es la no proliferacin, sino la supresión de lasarmas nucleares. Pero ¿no se siente la tontaciin de adoptar la actitud deFzuavo, quedijo: “lnpedidme cométer una desgracia”?. Porque puede pensarse que prescindir puray simplemente de las armas nucleares resulto temible, por las razones que acaban de su—gerirso y porque en fin de cuentas suvordadera supresi6n es imposible.

En primer lugar existen problemas do control casi insalvables; cuanto msmortífero es un tipo de armas, tanto rns la ‘Jisimulaci6n de la menor de ellas basta parafalsear la s’uac6n. Para apreciar la evoluclin do los armamentos, recordemos por ejempb que icis disimulaciones realizadas on Alemania con respecto a ellos hasta 1930, no —

cambiaron fundamentalmente la proporci6n de fuerzas estipulada en 1219. La Wohrmachtno llega abiertamente a ser una potencia militar temible, enfrentada ci Tratado de Versalles, hasta dcspu6s que Hitler rcchaz6 el control militar. Hoy día, por el contrario,basta la menor fisura en el control de las armes at6rnicas para crear de nuevo un peligroinmenso, ya que un reducido nimero do bor.bas puedo causar terribles estragos.

Poro supongamos que so hayan destruido todas las armas at6nkas: henos liberados de las preocupaciones de la cat&trofe nuclear; e1 cerrojo nuclear ha saltado y nosvolvemos a encontrar ante la facilidad de entrar en la guerra con ci coraz6n ligero, como diría un ministro de Napoleón lii (yjcuntas veces no se dijo o se hizo en el pasado!).Henos do nuevo en esa edad de oro que fue la edad de la p6lvoro y enseguida podremosentrar de nuevo en una guerra. Pero ¿qu6 hace entonces un jefe político responsable, lamisma tarde del día en que comenz esa rjuerra con armas clsicas?: ordena la fabrica —

ci6n de arnas nucleares. No es siquiera imaginable que un hombre de estado que tengael sentido de responsabilidad hacia su nación no tome esta medida, bien porque tema queel onor.iigo se le anticipe ó porque no pueda sabor si el adversario no la tomar& ya que —

todo control real sobre un país en guerra es prácticamente imposible.

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Adem6s, incluso en el caso de que se hayan destruido todas las armas atmicas,no se habr destrudio la ciencia, y otras nueves armas nuclcaras se podr6n fabricar rdativamente pronto y enseguida se cstar tentado a emplearlas. ¿C6no so pLiode garantizar qúe el que ost ci punto de sucumbir bajo el poso de las armas clsicás no sentir lateritaci6n de “salvarse” recurriendo a las armes nucleares?. En cuyo caso, queramos ono, nos veremos cnvuelten una guerra nuclear.

Es necesario comprender que el retroceso al estado do inocencia nucléar os absolutarncntc ir.iposible. Cuando Ack’in y Eva se dieron cuenta de su desnudez, el mismoDios no púclo evitar que se contemplaran y de ello se originaron resultados do consecuoncias diversas, tanto para la vida pública y privada como para la denográfra. Del mismo modo, tampoco ha podido evitar que los hombres hayan contcr.iplado un espcctculo,ciertamente menos agradable que la visi6ri do Eva, pero no menos perturbador para la vidci de las sociedades.

Pero cabe preguntarso: Si se e;cluye pricticamente la destrucci6n de las armas nucleares ¿que se puede hacer en materia do desarme?. Porqpe realmente es necesario hacer algo contra lo carrera de armamentos. Hornos citado el problema de los misiles antinisiles. A partir del momento en ¿ende so abordo el programa de los misiles —

antimisiletodos sabemos que se desencadcncircí una nueva y terrible competencia en lacarrera do los armamentos. Pero toda la gana de las otras carreras desembocan inevitablemente, de una parte, en la proliferación de armas nucleares y de otra, en la ruina —

de los estados rncs ricos y no esnecesario ir hasta los antimisiles para que toda ¡nvesti—gaci6n de crmamontos nucleares constituya un desastre ccon6mico para los estados deltorcer mundo.

Por ollo me parece, personalmente, que el progreso debe buscarse en las limitaciones mutuas de los gastos de armamentos, La sugcsti6n americana de “no cómprómso” en la carrera de los anfimisilos mc parece r.luy sabia. Tarnbkn se podría estudiar —

una limitaci6n del número de las armas nucleares, reduciendo 6stas a lo necesario paralas destrucciones esenciales en el pais adversario. Esta es la teorra que los amercanosllaman do la “overkilling capacity”. Durante cierto tiempo ha sido r.xintenida sólamente por intelectuales bastante mal vistos en su país, pero su opini6n parece admitirso —

hoy; a partir del momento en que se puede destruir cinco veces a su eventual adversa —

ronoesnecesariorecurrira la posibilidad do destruirlo veinte veces. Parece que en lasmedidas de este orden debe buscarse un progreso realista. En este sentido se encontrareuna acci6n rns flexible que la de los tratados solemnes para desalentar la prolifcraci6ny la aparici6n de nuevas potencias nucleares. El. efecto de la disuasin y la renuncie —

a la guerra,ost6n prósentes en la conciencia polífica de los propietarios do estas armas yestas cual ¡dados de prudencia y hasta de verdadera sabiduríc podrían faltar entre los re—ci6n llegados.