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REFLEXIONES SOBRE LAS ETAPAS GEOPOLÍTICAS Y LA POLÍTICA EXTERIOR: EL MODELO MEXICANO. UN ENSAYO DE PERIODIZACIÓN DE LA GEOHISTORIA. Leopoldo González Aguayo Introducción . Para poder hablar tanto de las etapas geopolíticas por las que transcurren todos, o determinados entes sociales nacionales y, además, de la política exterior de esos mismos entes sociales, deberemos y estaremos obligados para intentar hacer primero, toda una serie de precisiones conceptuales. Por otra parte, con el fin de hacer mas claro nuestro objetivo, también será y resultará de utilidad aplicar a nuestros propios diseños, dos oportunos criterios teórico- metodológicos. El primero, relativo a la “teoría de la representación” desarrollada por el Profesor Yves Lacoste y, el segundo, relativo a la “teoría del dispositivo”, aportada por el Profesor François Thual. Ambas teorías se refieren a un método, o a una metodología, que busca hacer o volver opertativa precisamente a la geopolítica. En forma muy resumida, la primera establece que, toda construcción geopolítica se basa en la representación que sobre la conflictiva de cualquier índole y especie, se hacen los participantes en ella. La segunda, de manera igualmente resumida, habla de la forma en que actúan, así como de la muy especial instrumentación que elaboran los participantes – reales o potenciales- de los conflictos, ya sea con objeto de tener éxito en ocasión de que sobrevengan los mismos, o para prevalerse de ellos (1). Hablando de la teoría de la representación, la misma también nos ayuda a los mexicanos para hacer una reflexión en un 1

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Page 1: ETAPAS GEOPOLÍTICAS Y POLÍTICA EXTERIOR

REFLEXIONES SOBRE LAS ETAPAS GEOPOLÍTICAS Y LA POLÍTICA EXTERIOR: EL MODELO MEXICANO. UN ENSAYO DE PERIODIZACIÓN DE LA GEOHISTORIA.

Leopoldo González AguayoIntroducción.

Para poder hablar tanto de las etapas geopolíticas por las que transcurren todos, o determinados entes sociales nacionales y, además, de la política exterior de esos mismos entes sociales, deberemos y estaremos obligados para intentar hacer primero, toda una serie de precisiones conceptuales.

Por otra parte, con el fin de hacer mas claro nuestro objetivo, también será y resultará de utilidad aplicar a nuestros propios diseños, dos oportunos criterios teórico-metodológicos. El primero, relativo a la “teoría de la representación” desarrollada por el Profesor Yves Lacoste y, el segundo, relativo a la “teoría del dispositivo”, aportada por el Profesor François Thual. Ambas teorías se refieren a un método, o a una metodología, que busca hacer o volver opertativa precisamente a la geopolítica. En forma muy resumida, la primera establece que, toda construcción geopolítica se basa en la representación que sobre la conflictiva de cualquier índole y especie, se hacen los participantes en ella. La segunda, de manera igualmente resumida, habla de la forma en que actúan, así como de la muy especial instrumentación que elaboran los participantes –reales o potenciales- de los conflictos, ya sea con objeto de tener éxito en ocasión de que sobrevengan los mismos, o para prevalerse de ellos (1).

Hablando de la teoría de la representación, la misma también nos ayuda a los mexicanos para hacer una reflexión en un sentido muchísimo más amplio, que el que originalmente se propuso darle el Profesor Lacoste, al tratar de hacer luz o radiografiar la geopolítica de la conflictiva. Me refiero a la dificultad para representarnos, incluso nosotros mismos, la radiografía del carácter ambiguo que los mexicanos heredamos y el cual literalmente permea no sólo nuestra vida y actitudes, sino virtualmente toda nuestra historia y la propia manera de ser, al menos la de los últimos quinientos años. Psicología ambigua que por definición atrae y facilita la conflictiva, o bien inversamente, enrarece y dificulta la solución de los aspectos conflictivos. Pues bien, el Diccionario Hispánico Universal aclara lo que se entiende por ambiguo: “algo que puede interpretarse de varias maneras, que es indefinido o incierto”.

Entendemos por geopolítica un aspecto toral respecto de la complejidad de la vida social y el contexto en el que ésta misma se involucra y desarrolla. De una parte, dicha complejidad tiene que ver directamente con la evolución biológica humana, de otra, casualmente con la evolución del sentido socio-político de las propias organizaciones humanas. La evolución biológica humana, que para el caso mantiene una historia de algunos pocos millones de años, muy al final o en el techo de este dilatado y accidentado proceso, se cruza justo con el inicio de la organización de los primeros asentamientos humanos, los cuales por eso mismo apenas rebasan en edad, el ciclo de los últimos 10,000 años. En la práctica, distintos

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estadios de la evolución biológica humana siguen caminos, en ocasiones paralelos, pero más bien de mutuo entrecruce, y éstos a la vez van a acelerar su encuentro, pero en esta ocasión con la red de los muy diversos y distintos períodos y procesos, tal como fueron registrados por las variadas organizaciones socio-políticas de los humanos, y de sus respectivos estadios de desarrollo.

Ahora bien, en este complejo contexto de los asentamientos, más que los puntos de coincidencia y de consenso entre ellos, en el polícromo mosaico de las muy diversas organizaciones y asentamientos de los humanos, lo que aparentemente ha prevalecido es la situación de rivalidad. Desde luego, los pretextos para mantener dicha rivalidad entre los distintos asentamientos frente a los criterios del consenso, y aún al interior de los propios asentamientos, son múltiples. Sin embargo y a pesar de ello, es necesario dejar en claro que no obstante el innegable y persistente síndrome de la rivalidad, o más bien, con el fin de completar, legitimar y redondear su marco, de una manera paradójica y simultánea siempre ha quedado funcionando el proceso opuesto entre las propias y presuntamente sociedades rivales. Es decir, el sistema de intercambios: económicos, sociales, culturales, religiosos, etc., lo cual debemos hacer notar, agrega sugestivos elementos en sí mismos capaces de incrementar la complejidad del propio modelo teórico y de sus respectivos procesos.

Pero recordemos que estamos hablando de diversos y variados asentamientos humanos ocurridos en forma simultánea. Esto directamente nos lleva al terreno de los escenarios, dado que los asentamientos se dieron, y no por una simple coincidencia, en y sobre sitios y lugares que casualmente los propiciaban, entre otras cosas, en función de la facilidad para la obtención de algo tan mundano, como las proteínas vegetales y animales. No hace falta ningún gran esfuerzo intelectual para deducir que dichos y privilegiados lugares, ubicados sobre ciertas y determinadas zonas geográficas del planeta, atrajeron y facilitaron por ello mismo los mejores asentamientos humanos en densidad, los cuales, aceleraron además con sus respectivas rivalidades el desarrollo y evolución de esos distintos asentamientos, y naturalmente también por si no fuera suficiente, anexo con los citados antagonismos y rivalidades, dialécticamente prohijaron a su propio correlato: la necesidad de la respectiva convivencia entre los rivales. Es decir, se trató de una correlación entre asentamientos humanos, además de necesariamente acompañada con simultaneidad de operaciones e iniciativas positivas y negativas, eventualmente también encontradas o antagónicas.

Pues bien, para completar el cuadro, este también es el escenario en que literalmente nacen por ello mismo, y tampoco por simple casualidad, todas: las ciencias, las disciplinas, las artes, las técnicas, las religiones y, por definición, como simple praxis el lugar de origen entonces, de la mismísima geopolítica.

Si por geopolítica entendemos el conjunto o la serie de ciencias, disciplinas y técnicas (2) que integran los métodos de pensamiento mediante los cuales, considerados siempre bajo el prisma de los enfoques estratégicos, tras asegurarse de conocer los recursos de que se dispone y en función de aquellos otros de los cuales se carece, y aún pulsando para ello, tanto las rivalidades como las coyunturas políticas internas y las externas, la dirigencia de cualquier sociedad e históricamente la de cualquier tiempo, sin pretender dejar en ningún momento como máxima prioridad y objetivo el mejor desarrollo de la misma, conducirá a través de este prisma, tanto sus acciones fundamentales como sus futuras iniciativas. Ahora

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bien, en una versión un poco más compendiada podríamos también suponer a la geopolítica como el instrumento o el método de pensamiento, que permite obtener a las dirigencias politico-sociales, de cualquier sociedad y época histórica, la concepción no sólo para el mejor diagnóstico del entorno y de los problemas fundamentales que enfrenta, sino además, bajo inspiración de los criterios estratégicos, con el fin de resolverlos estar en la posibilidad de trazar políticas tanto internas como externas.

Es decir, hablamos de un eje no sólo fundamental sino toral, para entender e interpretar la naturaleza tanto de los problemas así como del tipo de contextos a enfrentar, e igualmente darle también con ello, el mejor de los sentidos y sustento tanto a sus iniciativas políticas internas, como a las externas. En otras palabras, hacerse la representación de los problemas y rivalidades que los estimulan, al mismo tiempo que se adecúan y adaptan los dispositivos capaces de enfrentarlos.

Ahora bien, esta es la definición que bien podríamos denominar de geopolítica “a secas”, referida o aplicable a una sociedad nacional (si bien eventualmente sería utilizable para cualquier otro tipo de sociedad individual sin importar su respectivo grado de evolución o desarrollo), sin embargo, a su vez también existen geopolíticas igualmente aplicables tanto en el espacio como en el tiempo, a aquellas diversas sociedades cuya presencia y cita dentro de una misma región geográfica, más bien tiende a presentarse como parte integrante o formando parte de conjuntos, y por supuesto, eso abre la puerta a una geopolítica de las geopolíticas, por simple deducción aplicable a estos mismos conjuntos, que resultan o se traducen para los propios participantes, en una especie de amplio paraguas general. Obviamente los conjuntos de que hablamos, desde luego están identificados, ya sea tanto por la cercanía o proximidad geográfica de los citados participantes individuales, como por los lazos, razones lingüisticas, religiosas, en suma hablamos del abanico de criterios sociales y culturales existentes entre ellos, o entre algunos de ellos. E incluso, aunque suene algo extraño, los participantes también se entrelazan por simples razones de operatividad, referidas éstas a permitir hacer viables entre sí no sólo sus respectivas y flexibles reglas, sino aún, sus densas matrices culturales. En otros términos, más que echar a andar, más bien se trataría de lograr lubricar a estas últimas, por medio o a través del uso y la simple aplicación, de los criterios de la civilización (3).

Conjuntos geopolíticos que finalmente se presentan o se extienden en muy diversas regiones del globo, por ejemplo: el mundo mediterráneo (4) que desde remotas épocas milenarias fue uniendo y articulando a pueblos asentados en sus márgenes precisamente por medio de las reglas más flexibles y superficiales de la civilización (por ejemplo a través de las comunicaciones, entre ellas la navegación), aunque pertenecientes a muy distintas culturas, en especial como estamos diciendo, utilizando los intercambios civilizatorios de todo tipo, incluso los comerciales. Esto mismo ocurrió con el amplio espectro de pueblos y sus variadísimas culturas del vastísimo sur y sudeste asiático; sin duda también fue el caso de los multicolores pueblos herederos no sólo de antiquísimas sino de las riquísimas culturas de África subsahariana (casualmente donde nació la humanidad); y desde luego en América, de un lado, con el extraordinario y colorido mosaico de los mesoamericanos, y de otro, con el no menos fabuloso conjunto polícromo de los andinos; e incluso, y para terminar, con los muy diversos pueblos y riquísimas culturas europeas, asiáticas y africanas, unidas, articuladas y finalmente aglutinadas con posterioridad todas ellas,

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precisamente por la civilización romana. En nuestros días exactamente eso mismo puede decirse de los países que articulan e integran la Unión Europea, con el caso de los países árabes y desde luego, con el de los países latinoamericanos, unidos todos ellos entre otras muchas razones y cosas, sin duda ni más ni menos que también, de entrada por medio de los criterios de la mismísima civilización europea, y muy especialmente en nuestros días, faltaba más, por las espectaculares iniciativas de la civilización estadunidense.

Las Etapas Geopolíticas. Ahora bien, por etapas debemos entender periodisar los conjuntos o los ciclos históricos, y de hecho hacer con ellos ciclos de períodos geohistóricos, los cuales responden a diseños con límites bastante bien determinados, es decir, a complejos procesos amoldados a través de sus propias y respectivas características, esencialmente culturales. En otros términos, las etapas geopolíticas serían aquellos períodos en la geohistoria no sólo como dijimos muy bien identificados, sino que son capaces de abarcar en lo individual en su dimensión horizontal, tanto a las sociedades nacionales, como desde luego innegablemente a éstas con sus respectivos vecinos contiguos y aún los próximos, con los cuales no sólo forman, sino integran articuladamente el respectivo y complejo conjunto. Concepto que además por simple lógica también nos hace pensar, aparte de la dimensión del espacio geográfico horizontal, en la dimensión del espacio temporal, es decir en un sentido vertical, que no sólo abarca, sino absorbe, acoge y envuelve en el tiempo a todo este vasto conjunto En otros términos, una etapa o un período geopolítico de un país o de una nación, sería aquel que no sólo se fundamentaría en la suma sucesiva de sus propias dimensiones horizontales y verticales, sino además ésta se consolidaría para su recreación, con y en el espacio de sus vecinos hasta integrar en un conjunto, su propio y respectivo universo, eventualmente milenario. Aquí cabe reflexionar que al abarcar también etapas o períodos largos, o muy extensos de tiempo, podríamos suponer que dentro de estos mismos períodos sin duda caben perfectamente y existen subtapas o subperíodos, igualmente bien caracterizados e identificables. Desde luego que, tratándose de fenómenos sociales, los muy diversos países y entes que integran los citados conjuntos de que hablamos (al mismo tiempo que se articulan durante larguísimo tiempo por medio de los fuertes lazos geopolíticos civilizatorios, del tipo de los intercambios de comercio, de personas y bajo un sinúmero de pretextos, como los de carácter religioso) simultánea o paralelamente como hemos dicho, más que ofrecer siempre coincidencias de carácter político, más bien lo que parece prevalecer entre los mismos, son las contradictorias relaciones geopolíticas, de los entrejuegos del poder. Es decir, las clásicas disputas por el dominio y el predominio entre otras cosas, de y por el espacio (5).

Ahora bien, cualquiera puede suponer que para nuestra concepción de la geopolítica “a secas” más que para aquella de las etapas, funcionaría y se adaptaría mucho mejor el concepto de política exterior (6), dado que este parece acoplarse más fácilmente a una concepción o criterio individual. Mientras que tratándose de la concepción geopolítica respecto de las etapas y las subetapas, para éstas no parece haber dudas de que resulta mucho más adecuada, la categoría de análisis que podríamos denominar: tipo de política exterior. Es decir, cuyas reglas para un mismo ente nacional resultan mucho más vastas y de conformidad a sus respectivos enfoques y matices circunstanciales, existe la posibilidad de obtener para el mismo ente una serie sucesiva de políticas exteriores, digamos en familia, o perfectamente reconocibles dentro de una misma familia..

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Las Etapas Geopolíticas de México o la Periodización de su Geohistoria.

En el modelo geopolítico mexicano, facilmente podemos reconocer al respecto seis etapas o períodos de esta índole, perfectamente diferenciadas entre sí, y aún como hemos dicho, la mayor parte de ellas si no es que la totalidad, podrían analizarse a su vez, a través del criterio de una respectiva subdivisión interna igual y muy cómodamente identificable, por ejemplo, en: subetapas o en subperíodos.

La periodización de la geohistoria mexicana, abarca seis etapas geopolíticas muy bien definidas, que son las siguientes: 1) La larga o muy dilatada Etapa milenaria Prehispánica, hasta 1521. 2) La Etapa de los tres siglos Hispánica, de 1521 a 1821. 3) La Etapa de los primeros cincuenta años, o del caótico primer medio siglo de la vida del pais formalmente independiente, de 1821 a 1871. 4) El Período de cuatro décadas de la estabilidad Porfirista, de 1871 a 1911. 5) La Etapa de siete décadas de los gobiernos a sí mismos designados como revolucionarios, de 1911 a 1981. 6) Y finalmente, El Período de los 25 años de los gobiernos conocidos como neoliberales.

1) La Etapa Prehispánica .

La Etapa milenaria Prehispánica que por lógica sería la etapa del despegue de la larguísima historia geopolítica mexicana, necesariamente tendría que asentarse, a su vez, en la importantísima formación de aquella región cultural de nuestro continente americano, que los especialistas han acertadamente designado con el nombre de Mesoamérica. Es decir, la vital o toral región que ocupa la zona central en el sentido de los paralelos geográficos, del más dilatado continente del planeta, largo continente que prácticamente se extiende desde el círculo polar ártico hasta el círculo polar antártico.

Mesoamérica o “la parte central de América” (7), si bien, desde el punto de vista: histórico, arqueológico, cultural, antropológico y sociológico esta constituída por los actuales territorios geográficos, de: México y Centroamérica, sin duda desde el punto de vista estrictamente geopolítico, resultaría imposible prescindir dentro de ella a las islas de El Caribe, dada la muy estrecha relación que desde época muy temprana, existió entre la importante población de dichas islas, con aquella muy densa y vital de la zona continental, o propiamente mesoamericana. Aunque aquí sin duda también debemos reconocer que los orígenes sociales y culturales de ambos conjuntos de pueblos, el mesoamericano y el caribeño, fuesen en extremo diferentes como constataremos más adelante.

Pues bien, Mesoamérica se hizo famosa dentro de la historia universal no sólo porque por ahí llegaron hace exactamente medio milenio las primeras avanzadas que enviaba el capitalismo europeo con Colón a la cabeza, sino también por su increíble riqueza demográfico cultural, por algo más que una simple casualidad, asentada sobre el vastísimo depósito de recursos cuyo encuentro virtualmente fortuito cambiaría la mismísima historia, no digamos de Europa, sino del propio capitalismo y consecuentemente del mundo entero. Vastísimos recursos americanos de los cuales los europeos ignoraban su existencia, pero que a partir de entonces resolvieron con creces a través de las dinámicas y pragmáticas iniciativas expresamente encaminadas por el citado capitalismo, literalmente todos los gravísimos problemas que justo aquejaban entonces a Europa. Serie de agudos problemas

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que precisamente el propio capitalismo europeo esperaba originalmente resolver, con su genial pretención de acceder de una manera directa por la vía oceánica, a los igualmente respetables recursos de Asia (8).

Pues bien, Mesoamérica es tan importante en la historia de las formaciones y la evolución humana que para no pocos especialistas contemporáneos, ocupa un lugar similar al de los otros dos grandes conjuntos y asentamientos de población que se han dado en la evolución de la humanidad. Nos referimos en primer lugar, al antiquísimo conjunto de pueblos que geopolíticamente ocuparon el espacio geográfico llamado por los europeos Medio Oriente, y en segundo, al también muy antiguo y vastísimo conjunto geopolítico de pueblos, con altísima prevalencia de la étnia Han, que han ocupado desde entonces el inmenso espacio de lo que hoy es China.

Ahora bien, a partir de que los habitantes de Mesoamérica lograron controlar las proteinas vegetales, hace aproximadamente, entre siete y cinco mil años las del maíz (en náhuatl: tlaolli o centli), quedó resuelto el principal argumento para el permanente asentamiento de muy diversos pueblos en la región, dado que en no pocos lugares de la misma Mesoamérica designados como las “ollas cálidas”, se pueden lograr hasta tres cosechas al año. Pretexto para que no sólo ahí se dieran cita una multitud de estos diversos pueblos, sino para iniciar la formación de sus ricas y milenarias culturas, igualmente tan complejas y diversas, como las de sus pares en el Medio Oriente y en China..

De manera similar a lo que ocurrió, tanto en el citado Medio Oriente como en China, la geopolítica mesoamericana se caracterizó además de por la diversidad de reinos y señoríos durante larguísimo tiempo finalmente ahí asentados, por la permanente rivalidad y disputa entre ellos, con ningún otro fin más que el de asegurarse el control de los citados recursos (sin duda seguramente entre otros las mejores tierras o el acceso a ellas), al tiempo que igualmente, por paradójica lógica, también se establecieron estrictas reglas entre los mismos, a fin de mantener todo tipo de intercambios, y mucho más que eso, para regular una muy larga y obligada convivencia entre los mismos (9).

No obstante lo anterior, sin duda un vital elemento de diferenciación geopolítica entre la pareja de conjuntos: mediorientales y chino, por una parte, frente a los conjuntos: andino y mesoamericano, por la otra, sin duda estaría dado justamente por un aspecto particular de las citadas reglas geopolíticas de convivencia e intercambios, pero en este caso, por aquellas especiales reglas que ocurren y se dan por medio o a través de los flujos entre conjuntos, o bien si se quiere, interconjuntos. Es decir, y de conformidad con la teoría del Profesor Jared Diamond de la Universidad de California, desde hace largos milenios los conjuntos mediorientales y chino, a pesar de la muy respetable distancia que los separaba, no sólo conocieron de su respectiva existencia mutua, sino mantuvieron igualmente de manera permanente entre ellos un muy alto flujo de comunicación e intercambios, al grado de integrar y articular todo un sólido y antiquísimo eje geopolítico horizontal. Es decir, todo un dispositivo milenario en alianza, entre ambos conjuntos. Ahora bien, el Profesor Diamond también asegura que sobre dicho eje circularon, desde el este hacia el oeste: las porcelanas, lacas, marfiles, jades y otras de las maravillas chinas, e inversamente desde el oeste hacia el este, tanto de parte de los mediorientales como de los mediterráneos: el oro, la plata y los perfumeros de cristal, sino lo más importante y desde muchísmo tiempo antes:

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el cultivo de las gramíneas fundamentales (trigo, sorgo, cebada, centeno principalmente) y la cría de los animales igualmente básicos (caballos, vacas, burros, cabras, borregos, entre otros, cargados a su vez con sus respectivas enfermedades), todos vitales elementos casualmente originarios y provenientes del Medio Oriente, hacia China. Mientras en reciprocidad, desde las mismas épocas tempranas esta última también exportó hacia el oeste, elementos tan importantes como: el arroz, las gallinas y los puercos. Ahora bien, lo verdaderamente interesante de esta teoría del Eje geopolítico y milenario Horizontal, enunciada por el Profesor Diamond es que, en su opinión, dicho Eje no tiene correspondencia con la eventual existencia de un respectivo Eje geopolítico Vertical, igualmente milenario, aplicable tanto al sistema de las Américas: del Norte, del Centro más El Caribe, considerado como un sólido conjunto, y del Sur o Andino, considerado como otro; sino también sin duda, para el caso del otro continente igualmente vertical, o sea África, hablando obviamente tanto de la del norte, como de toda la subsahariana (10).

El mismo Profesor Diamond menciona en otro estudio, que en la práctica una serie de proteínas vegetales, como las papas o patatas del complejo sistema andino, fueron llevadas y seguramente, más que introducidas y difundidas, enseñadas a cultivar a los agricultores de la parte norte del continente, tanto en los puntos de contacto entre ambos, dentro del sistema mesoamericano, o sea en Centroamérica como en el archipiélago caribeño, por los propios agricultores andinos durante su respectiva migración natural hacia el norte. Y, de igual manera ocurrió hacia el sur con el maíz, los frijoles, los jitomates, las calabazas y los chiles, propios de los agricultores del sistema mesoamericano, enseñadas a cultivar y aprovechar a los andinos, exactamente en los mismos puntos de contacto, por los mesoamericanos. Todas ellas determinantes fuentes de proteínas vegetales genética y previamente preparadas por el hábil e ingenioso talento de los pueblos americanos, las cuales presumiblemente se transmitieron de manera mutua a través de los puntos de contacto que ambos sistemas establecieron en Centroamérica, por ejemplo, justo a la mitad del actual espacio territorial de Costa Rica, o bien, a través del estrecho contacto de los pueblos continentales vía marítima, con los pueblos caribeños, cuyo origen es precisamente sudamericano. Ahora bien, aquí debemos hacer notar que hasta ahora no existen evidencias sólidas sobre la existencia de flujos, con continuas corrientes de comercio (como las que caracterizaron al Eje Horizontal), así como de otro tipo de contactos permanentes entre ambos conjuntos y sistemas americanos, que por ejemplo, siempre de acuerdo con los criterios del Profesor de la Universidad de California, hubieran permitido difundir, tanto los elementos como los distintos criterios que finalmente crearon los sofisticados lenguajes escritos y sus literaturas corrientemente usados y perfeccionados por los mesoamericanos, en el mundo andino; como por otra parte, las llamas, la metalurgía del bronce y su asombroso sistema de lenguaje y organización estadística, tan familiares entre los andinos, en el mesoamericano. En consecuencia, la teoría geopolítica del citado Profesor concluye que más bien el Eje geopolítico Horizontal, nunca se dió ni en el caso de las Américas, ni en el de África del norte y la subsahariana (11).

Como hemos dicho, las propicias condiciones para la obtención de proteínas en América tuvieron su cenit más que en el sistema andino, en el sistema mesoamericano, al grado que el volúmen ahí alcanzado por los asentamientos, se reflejó por sí solo como mínimo, en alrededor de los dos tercios del total de la población existente en América.

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Al igual que ocurrió en el modelo asiático (medioriental y chino), los mesoamericanos también registran literalmente una explosión de asentamientos, al deliberadamente converger y darse cita ahí muy distintos pueblos, a partir de que quedaron preparadas las proteínas de origen vegetal, sobre todo: el maíz, la calabaza, los jitomates, los frijoles y los chiles. En consecuencia, sólo fue un problema de tiempo para que empezara a darse la disputa por los mejores espacios de la región mesoamericana, antes de que pasara a convertirse en un complejo asunto cotidiano. Es decir, existió tanto en Mesoamérica como en el mundo andino, un dispositivo de alianzas cruzadas, con el fin de neutralizar a los respectivos rivales, a efecto de buscar un equilibrio (cambiantes alianzas cruzadas y presunta búsqueda de equilibrios del tipo que intensamente existió por ejemplo, entre los países del llamado “concierto europeo”, durante el período 1870 a 1914).

Sin embargo, el modelo de los asentamientos y la creación de diversos señoríos y reinos mesoamericanos, también se aleja relativamente tanto por el número como por la velocidad con que se crearon, del modelo medioriental y del chino. El caso de esta rápida y abigarrada reunión de señoríos y reinos en nuestro continente, resultaría mucho más parecida al del también milenario sistema, tal como se dió por largo tiempo dentro del espacio territorial de La India. También sería similar al modelo de verdadera explosión como ocurrió durante un milenio, en el espacio de la Europa feudal; y desde luego, al de los más de 200 señoríos y reinos que se dividieron el espacio alemán, hasta hace solo unos cuantos siglos (12). En todos estos casos, la geopolítica de las controversias y disputas, corrió de la mano entre ellos, aunando en paralelo, o a pesar de eso, las iniciativas de múltiples intercambios de todo tipo, según ya lo hemos señalado.

Luego entonces, el modelo geopolítico mesoamericano responde al de otros modelos contemporáneos suyos, que por lógica y como es de pensarse, necesariamente a su vez supusieron la presencia de dispositivos, con reglas, tanto para la convivencia como para el conflicto y la guerra.

Las subetapas del modelo mesoamericano.

Tal como ocurrió en los modelos: el medioriental, el chino, de La India, de la Europa feudal, así como con los posteriores reinos y principados alemanes, en los cuales ciertos principados y reinos no sólo acabaron prevaleciendo sobre los otros, sino que tendieron o intentaron unificarlos, el modelo mesoamericano por supuesto que en ningún momento se sale de esta regla. De esta forma, podemos identificar con cierta precisión, desde al menos hace tres o cuatro mil años, procesos de prevalencia y eventuales procesos o intentos de unificación dentro del mundo prehispánico, perfectamente registrados dentro de nuestra consideración, como clásicas subetapas, en la misma forma en que hasta ahora nos las han ido describiendo los historiadores, arqueólogos, antropólogos y otros especialistas.

Las principales subetapas culturales del mundo mesoamericano, son las siguientes:a) La Olmeca,b) La Maya,c) La Teotihuacana,d) La Tolteca,e) La Meshica o Tenochca.

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Para todos estos casos, resultan materialmente imponentes hasta la actualidad los propios testimonios que al respecto nos legaron. Geopolíticamente hablando, resultan no menos espectaculares las dimensiones espaciales, tanto en el sentido del tiempo como propiamente en el espacio geográfico, que ocuparon dichas culturas, y ni que decir respecto de la espectacularidad también alcanzada, en materia de: ciencias, artes y técnicas producto sin duda, de muy elaboradas concepciones y reflexiones de grupos de élites de las mismas. Pero para nuestro objeto, el caso más concreto y vistoso sería el del manejo y desempeño de la organización política, que sin duda supera en esta materia, incluso al de la registrada por sus contemporáneos en las otras dos grandes regiones del globo, ya que a diferencia de éstos últimos, los mesoamericanos en ningún momento contaron con el colosal apoyo que implicó el muy respetable auxilio de disponer en materia de fuerza física, con hatos y rebaños de animales de alzada (lo que garantizó a aquellos que si los tuvieron, entre muchas otras cosas, además de las proteínas, el molino, el arado, la carreta y su correlato: el transporte; así como el uso del fuelle para incrementar el grado de calor necesario a fin dereducir los minerales, y con ello obtener las distintas metalurgías, especialmente la del hierro y del acero), y ni siquiera rebaños de animales de talla media (13).

Precisamente apoyándose únicamente en la organización política y la fuerza física humana, los mesoamericanos lograron periódicamente crear, dentro del mosaico de estos diversos y distintos pueblos, focos de poder con los cuales además de obtener el predominio local, no tardaron demasiado en literalmente llevarlos a una perfección, y al pasar a desbordar estos límites, eventualmente convertirlos en imperios regionales.

La Subetapa Olmeca.

Diversos especialistas coinciden en que el primer pueblo mesoamericano organizado que dejó dentro del área muy respetables testimonios de la expansión de sus asentamientos, es el Olmeca. A diferencia de los últimos tres de la anterior lista, cuyas originales matrices de poder se situaron en las altas mesetas centrales mexicanas, los grupos olmécatl (tal como los bautizaron los meshicas y en la correspondiente traducción náhuatl: “habitante de la región del hule”) (14), ocuparon una extensa área del sureste de México sobre las tierras cálidas y selváticas en las márgenes de las dos costas, si bien, a su vez incluyeron la meseta de Oaxaca, y hace alrededor de tres mil años su influencia se extendió a través de las dilatadas costas del Pacífico del propio Istmo Centroamericano, hasta la mitad suroeste del actual espacio territorial de Costa Rica (15), antes de que por esa misma vía penetraran los mayas. Es decir, el dispositivo geopolítico de los olmecas, si ya incluía el mestizaje a partir de un núcleo de poder o una capital, que casualmente en los últimos años se ha encontrado que existieron en realidad “tres centros los cuales se reconocen como las tres capitales consecutivas del mundo olmeca”: San Lorenzo (1200-800 a.C.), La Venta (800-400 a.C.) y Tres Zapotes (400 a.C.-100 d.C.). Núcleos desde los cuales se cubrió una enorme área de influencia que abarcó en forma radial a muy diversos pueblos de distintas étnias y culturas. Fenómeno geopolítico que estimuló profundamente con la fuerza de su cultura, a todos sus sucesores (16).

Presumiblemente, los olmecas también descendieron de grupos provenientes de muy antiguas migraciones procedentes del norte de América, si bien dichos grupos gradualmente

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se asentaron y durante muy largo tiempo convivieron con otros pueblos establecidos también desde muy temprano, en el espacio del actual sureste mexicano, dada como ya dijimos, la gran facilidad para la obtención de proteínas vegetales y otros elementos vitales, dentro de esta misma región selvática. Sin duda, por esta misma razón, los olmecas se fueron desplazando y extendiendo, tanto hacia el norte, dentro del actual espacio mexicano como por el centroaméricano, hasta su feliz encuentro al fondo de éste último, dentro del actual espacio costarricense, de una materia altamente apreciada por ellos: el rarísimo jade azul. Seguramente este afortunado encuentro en el actual espacio costarricense, además del hecho de también toparse justo ahí, con la innegable presencia en su máxima extensión hacia el norte, de la migración geoestratégica de los pueblos de las culturas andinas, todo ello acabó definiendo a su vez, la huella de los límites máximos, es decir, precisamente la cota de expansión geopolítica por el sureste mexicano y el corredor centroamericano, no solamente para los olmecas, sino para todos sus importantes sucesores.

Por otra parte, dentro del actual espacio mexicano, siendo el pueblo base con la cultura madre, los olmecas estuvieron directamente relacionados y presumiblemente emparentados, con otros pueblos: los mayas, los totonacas, los huastecos, los xicalancas y los huejotzingas, los tres primeros ocupando la vertiente del Golfo de México, mientras los dos últimos, además de los teotihuacanos, los toltecas y los nonoalcas, ocuparon todos ellos la meseta central. Por la importante vertiente del Pacífico sur mexicano, encontramos en la meseta de Oaxaca: los mixtecos y los zapotecos directamente emparentados con los olmecas, entre otros muy importantes grupos con asentamientos culturales, más antiguos que los náhuas.

Pues bien, como también es de suponerse, los olmecas finalmente establecieron dentro del espacio mesoamericano, una de las reglas prehispánicas de la geopolítica básica: la del itinerario en penetración a través de las feraces tierras selváticas en los estrechos confines del Istmo Centroamericano. Itinerario particularmente inclinado, siguiendo en especial la ruta de la vertiente del Pacífico, hasta la mitad noroeste-sureste del actual territorio de Costa Rica, y dada la estrechez del Istmo, procurando tener y mantener siempre a su alcance la costa del Caribe, es decir, del Atlántico. Itinerario geopolítico que de una manera casi religiosa, y no por una simple casualidad, los sucesores siguieron con absoluta propiedad: los mayas, los teotihuacanos, los toltecas y, finalmente, los meshicas. Luego entonces finalmente, muy relacionado con lo anterior tampoco es casual, que estos últimos bautizaran por su parte, con el apropiado nombre de Anáhuac, al importantísimo espacio geopolítico, cuya traducción del náhuatl no podía ser, ni más sugestiva ni más poética: “la tierra entre las dos aguas”, es decir, la muy vasta y espectacular tierra, cuyos confines final y gradualmente se van estirando y estrechando, ni más ni menos, entre los dos gigantescos oceános.

Las Subtepas Teotihuacana y Tolteca. Aquí debemos dejar constancia que el esplendoroso mundo Teotihuacano: (en náhuatl: “el lugar o la ciudad donde los hombres se hacen dioses”) y el posterior, aunque también bastante notable Tolteca (en náhuatl: “la tierra o la ciudad entre los tules”), es ampliamente conocido por la espectacularidad de sus construcciones, si bien ambos pueblos, comparados con el conocimiento que en nuestros días ya disponemos sobre: los mayas, los meshicas, e incluso en algunos aspectos de los olmecas, sólo alcanzamos a tener hasta el momento un conocimiento sobre ellos bastante

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fragmentado, y respecto a sus: dirigencias, dinastías e historia, aún relativamente pobre. Luego entonces, buena parte de lo que reproducimos sobre ellos más adelante, es lo que desde el ámbito y la óptica de algunos testimonios, esencialmente mayas, nos ha sido revelado sobre ambos extraordinarios pueblos. También aquí vale la pena recordar que fueron los meshicas quienes trataron de reproducir en su espectacular capital y ciudad lacustre Tenochtitlán, de una parte, las colosales maravillas tanto del arte, de la ciencia, de la espectacular arquitectura y de la religión, de los teotihuacanos, y de otra, de los toltecas, asi como que fueron ellos mismos quienes al igual que hicieron con los olmecas, les dieron en su sonoro náhuatl, la designación y el nombre con el que finalmente conocemos a tan enigmáticos pueblos (17).

La Subetapa Maya.

Hemos visto que para una serie de especialistas que trabajaron desde hace seis y siete décadas, el dispositivo radial de la cultura madre olmeca, literalmente sentó las bases de muy importantes grupos culturales posteriores, entre ellos: los mayas, los huastecos, los teotihuacanos, los toltecas y los nonoalcas.

Investigadores con trabajos más recientes, sin pretender poner en duda el presunto origen olmeca de los segundos, más bien se han inclinado por desentrañar la fabulosa historia de estos supuestos grupos culturales subsidiarios, dejando por el momento más bien de lado la discusión sobre las conexiones de sus orígenes. De esta forma sin duda han alcanzado, mucha mayor precisión en la datación de los procesos históricos de estos últimos, lo que finalmente tarde o temprano, obligará a pesquisas en mucha mayor profundidad sobre la misma cultura madre.

Como es bien conocido, durante su etapa formativa tanto la colonización como la influencia mayas, se extendieron de manera muy amplia por los actuales espacios territoriales de: Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, y una no menos extensa área del sureste de México, pero lo que muy pocos saben, es que los mismos mayas, con seguridad de manera simultánea, también ascendieron hacia el norte siguiendo las costas del Golfo de México, alrededor de dos mil años antes de Cristo. Es decir, no sólo rebasaron en México el actual espacio territorial del estado de Tabasco, sino sobre todo, el muy dilatado espacio del también actual estado de Veracruz, hasta alcanzar la desembocadura del río Pánuco. En consecuencia ocuparon hacia el interior, sobre la misma cuenca del Pánuco, en especial la extraordinariamente fértil área selvática tropical desde los contrafuertes de la sierra madre hacia la llanura costera, conocida como: la Huasteca. Área que se extiende por: el norte de Veracruz, el sureste de San Luis Potosí, una pequeña fracción del este de Querétaro y del sur de Tamaulipas. Ahí quedaron sus herederos: los actuales huastecos cuya lengua y cultura originalmente desciende de la maya, si bien éstos al no tardar mucho en encontrarse con la migración de los pueblos totonacos y, sobre todo de los náhuas, por lo que entonces el grueso de las iniciativas mayas en el área huasteca debió retroceder hacia sus originales confines del sureste mesoamericano, dejando para el caso en el centro de la costa del Golfo a los citados huastecos, cuya refinada cultura y lengua terminó dándole el nombre con el cual desde entonces se conoce a dicha región. Ahora bien, la presión hacia el este ejercida por los náhuas, encaminada muy concretamente bajo iniciativa de los toltecas desde su

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capital Tollan, no sólo obligó a un acuerdo entre ambas culturas, sino finalmente a una mezcla o simbiosis de la huasteca con la tolteca (18). De conformidad con los especialistas, durante los últimos dos o tres siglos antes de la Era cristiana, comenzó en las comunidades mayas el período Preclásico, las cuales durante los primeros siglos de nuestra Era, no sólo se habían constituído en diversos reinos y señoríos de muy distinta importancia y variado peso, sino con la complejidad que por sí mismos habían alcanzado, dió principio hacia el tercero y cuarto siglo de la Era cristiana, el período Clásico. Tampoco los especialistas tienen la menor duda, de que para el caso se trataba de ciudades Estados (19), de entre las cuales destacaron tres por su particular importancia: Tikal, Copán y Calakmul, no sólo como fuentes de poder, sino como urbes Estados de primer orden (super potencias les llaman algunos de los actuales especialistas). En estas condiciones otras ciudades más, como: Dos Pilas, Naranjo, Caracol, Yaxchilán, Piedras Negras, Palenque, Toniná y Quiriguá, también han sido consideradas como importantes fuentes de poder, aunque de segundo orden. Y aún, ocupando un tercer nivel, han quedado una multitud de comunidades ocupando ciudades subsidiarias, que aparecieron en un claro papel de tributarias, tanto del primero como del segundo grupo, de entre las cuales algunas de ellas circunstancial y eventualmente, lograron ascender al segundo rango, o bien que alguna más, temerariamente se permitiera desafiar a los del primero (20).

Lo importante aquí es que durante el período Preclásico y el Clásico del Mundo Maya (exactamente igual a como ocurrió con las ciudades Estados de la Grecia Clásica), las ciudades Estados mayas de todos niveles, se la pasaron todo este tiempo (del siglo III a.C., al Siglo VIII y IX, de la Era cristiana) en alianzas, contralianzas y disputas interminables, y de la misma manera a como les ocurrió a los griegos, ninguna de las ciudades mayas logró durante este importante período imponerse ni siquiera circunstancialmente, a todas o a una mayoría del gran conjunto. Es decir, se mantuvieron como entidades geopolíticas abiertas sin unidad, en la cual la propia inestabilidad geopolítica conseguida por la permanente disputa entre las propias ciudades Estados mayas, se convirtió en el mejor de los caldos de cultivo para atraer las ambiciones imperiales de otros grandes Estados bastante mejor consolidados, Estados que los observaron con muy ambiciosa atención desde la distante meseta central mexicana (a más de mil kms. de distancia). De esta forma, a partir del siglo IV de la Era cristiana, se hace sentir en múltiples formas, la enorme influencia de la colosal metrópoli teotihuacana, alcanzando entonces su máximo esplendor. Influencia directa e indirecta que prácticamente pervivió en el mundo maya hasta el final de su espléndido período Clásico, incluso mucho tiempo después del definitivo hundimiento de la propia Teotihuacán, ocurrido en el curso del siglo VII d.C., (21).

Dos o tres siglos después, algo similar sucedió con la influencia y el esplendor de Tollan (en náhuatl: “el lugar o la ciudad entre los tules”, o Tula en el actual Estado de Hidalgo), la espléndida capital de los toltecas, cuyo mayor ascenso coincidió con el período Postclásico de los mayas, en el curso de los siglos IX al XIII de nuestra Era, aunque en esta ocasión en especial, su impacto más bien se sintió en las numerosas e importantes ciudades que para entonces la migración maya había ido edificando en el norte de la península de Yucatán, ya que las maravillosas y fantásticas ciudades del sur, correspondientes con los períodos Preclásico y Clásico del mundo maya, en ese momento ya habían sido abandonadas. Influencia que se manifiesta –aseguran los especialistas- cuando en el mismo mundo maya

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del norte, se empezó a recibir y sentir la presencia de poderosos grupos de comerciantes guerreros mayas, pero además característicamente “mexicanizados”, procedentes de la región de la Laguna de Términos y de las desembocaduras de los ríos Grijalva y Usumacinta. Notables grupos mayas de poder “extranjerizados”, que entonces influyeron decisivamente para la formación de una cultura, un arte y una religión “híbridas”, por ejemplo: se popularizó el rito de Quetzálcoatl, (en náhuatl: “la serpiente con plumas de quetzal”), deidad que en la lengua maya yucateca se conoció entonces, como: Kukulcán y, con el nombre de: Necxit, entre los quichés del sur. Antiguo rito que si originalmente provenía de los legendarios teotihuacanos, fueron los toltecas los que lo difundieron hasta Yucatán. Estos grupos mayas “híbridos”, estuvieron entre otras interesantes cosas, estrechamente conectados con el florecimiento de los entonces complejos sistemas “internacionales” de comercio, como aquellos que se practicaron en muy alta intensidad a partir de los bazares de: Xicalanco, puerto de comercio marítimo que se situaba en la actual costa sur de Campeche, de Naco, puerto de comercio terrestre ubicado en la meseta de la actual Chiapas y de Nico, puerto de comercio situado en la meseta de la actual Guatemala. Grupos de interés principalmente económico que, con criterios y procedimientos muy diferentes a los tradicionales de las élites político-religiosas mayas, no sólo se fueron apoderando en buena medida del sistema de decisiones políticas en los nuevos e importantes centros de población situados al norte, sino de paso les impusieron en especial sus nuevos enfoques y concepciones esencialmente militar- económicas. Centros, de entre los cuales destacaron los modelos aplicados en urbes, como: Chichen Itzá, Uxmal, Tulúm y finalmente en Mayapán, la cual terminó imponiéndose por alrededor de otra centuria, a la mayor parte de las otras (22). En otras palabras, el dispositivo absolutamente solemne, refinado y calendarizado de las antiguas dinastías, fue directamente substituído por el mucho más flexible y pragmático de los comerciantes guerreros, los cuales visiblemente no se preocuparon más por dejar gravada en refinadas estelas y frisos, la cronología e historia tanto de su obra como de los grandes acontecimientos ocurridos en su tiempo, aunque seguramente dejaron buena parte de dichos inventarios desde luego para la posteridad, en los libros o códices, en forma de biombo (de corteza o de piel, los cuales también incluían muchísimos otros conocimientos), mismos que por cientos, si no es que por millares, fueron achicharrados en grandes hogueras durante el siglo XVI, por los recién llegados religiosos españoles.

Y, por supuesto, es el conjunto del mundo maya, aunque para entonces más bien se presentara, como un pálido y desarticulado reflejo respecto a su fantástico e increíble esplendor de siglos antes, el que finalmente encontraron los meshicas o tenochcas, durante los siglos XV y XVI, y muy concretamente hasta el año 1521, en el transcurso de la máxima expansión imperial, a partir de su no menos prodigiosa metrópoli: Tenochtitlan (23).

Como sabemos, el mundo griego se vio por vez primera unificado en el siglo IV a.C, a consecuencia de la invasión del imperio Macedonio (griegos del norte), y por supuesto, con la inmediata y subsiguiente invasión por parte del imperio Romano. Pues bien, en Mesoamérica no ocurrió un fenómeno exactamente similar, ya que ni teotihuacanos, ni toltecas, ni meshicas, unificaron en ese mismo sentido al mundo maya, y sólo muy excepcionalmente a otros muy diversos pueblos sometidos, con una serie de reglas y procedimientos incluso jurídicos comunes, dado que el principio imperial mesoamericano

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más bien descansó en fabricar un extraordinariamente eficiente sistema de pueblos tributarios, permitiéndoles por lo general conservar sus propias instituciones a fin de apoyarse no sólo sobre las respectivas estructuras ya existentes, sino sobre todo en la legitimidad de los propios gobernantes nativos. Si bien también es cierto, que a fin de mantener muy claros los símbolos de la sujeción, normalmente “secuestraron” a las deidades religiosas de los pueblos sometidos, las cuales -al igual que hicieron los romanos- tanto los teotihuacanos, como los toltecas y finalmente los meshicas, las colocaron dentro de sus respectivas capitales, en un lugar, o “panteón” ad hoc, al que por supuesto en adelante se dirigirían los peregrinos, desde las sedes que originalmente habían ocupado dichas deidades secuestradas, peregrinos provenientes incluso de muy alejadas distancias. Como consecuencia de todo esto, la verdadera unificación, no sólo de los mayas, sino de todo el respetable abanico de pueblos existente dentro del vasto universo mesoamericano, fue el trabajo de los brillantes estrategas diseñadores del dispositivo de construcción y cimentación del imperio Español, según veremos a continuación.

Otro notable aspecto del dispositivo que montó la dirigencia meshica para alcanzar su fulgurante ascenso que, virtualmente en el curso de un siglo los convirtió en uno de los más poderosos imperios del mundo prehispánico, es literalmente el haber cubierto todos los requisitos supuestos por la teoría del propio dispositivo, veamos: a) una poderosa ideología, además de referida a sus propias deidades religiosas, con un arraigado sentimiento de superioridad, incluso racial; b) un articulado sistema de alianzas con los vecinos, con el que debutan desde su llegada a la cuenca del Valle de México, durante las primeras décadas del siglo XIV, alianzas que van modificando a medida que se fortalecen, hasta llegar en los siglos XV y principios del XVI, a descansar en una muy estrecha relación con los señoríos de Texcoco y de Tacuba, no sólo a efecto de mantener el equilibrio dentro del abigarrado y complejo escenario de la meseta central, sino a fin de permitirles guardar su vital iniciativa expansiva dentro del mundo maya y del centroamericano; c) un dispositivo diplomático ad hoc, impulsado por la élite de los comerciantes tlatelolcas o pochtecas, quienes protegidos mediante dicho estatuto de carácter sagrado, cumplían simultáneamente con tres funciones básicas: 1) ser comerciantes, 2) ser agentes diplomáticos y 3) ser espías; d) un dispositivo militar profesional sumamente complejo y altamente sofisticado. Ahora bien, desde la época de los teotihuacanos y toltecas, los reinos en condición meditarránea, concretamente: de los tlaxcaltecas y de los huejotzingas, se interpusieron en el camino de las iniciativas de todos ellos, hacia el sureste. De esta forma, los teotihuacanos lograron neutralizar a los huejotzingas pero no así a los tlaxcaltecas, mientras que posteriormente al expandirse los toltecas, decidieron mejor rodear ambos reinos, al no poder someter a ninguno de ellos. Con estos antecedentes, los meshicas les lanzaron a ambos reinos todo el peso de su respetable poder, pero de nueva cuenta al sólo lograr controlar a los huejotzingas, mantuvieron a cambio una espantosa presión sobre los tlaxcaltecas, hasta lograr ponerlos durante un considerable tiempo, bloqueados literalmente contra la pared, casualmente la cual era su angustiosa y desesperada condición, cuando inesperadamente se aparecieron en el horizonte las avanzadas de los europeos, con quienes los afectados no dudaron un minuto en aliarse, e incluso constituirse ellos mismos en el elemento básico en la iniciativa de los propios europeos, a efecto de en definitiva contribuir decisivamente al exterminio de sus últimos rivales históricos.

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Como podemos ver, las reglas de la larga etapa prehispánica, incluyeron entre sus dispositivos, todo lo correspondiente a sus criterios teóricos, inclusive el de un especial tipo de política exterior. Regla que se aplicó en este vastisimo sistema de reinos y señoríos prehispánicos, normalmente exhibiendo cruces y entrecruces de intereses, a muy distintos niveles de jerarquías de dominio y por supuesto cambiantes, lo cual obligó a mantener una serie permanente tanto de mecanismos de equilibrio, como de alianzas y de contralianzas. Relación sumamente rica en la cual durante milenios, se hicieron familiares en el respectivo dispositivo, entre otras cosas por ejemplo, los Estados “tapón” del tipo de: Tlaxcala y Huejotzingo. Al igual que ocurrió en los similarmente plurales modelos y tipos de política exterior, de: La India, la Europa medieval y del conglomerado alemán de señoríos y reinos al que ya nos hemos referido, el correspondiente tipo de la política exterior implementada entre los múltiples vecinos de la extensa área mesoamericana, fue extraordinariamente: rica, dinámica, plural y compleja.

Por lo que respecta a la representación de la ambigüedad, el mejor ejemplo que salta por si solo, exacta y justamente al final de esta etapa, es el de las profundas dudas del poderoso Emperador Moctezuma Xocoyotzin respecto a la verdadera identidad de los europeos, recién desembarcados en las costas del Golfo. Dudas que finalmente resuelve enviando muy espléndidos regalos al pequeño grupo de los recién llegados, incluyendo algunos particularmente espectaculares de oro y de plata, presentes acompañados con la increíble petición dirigida a sus atónitos beneficiarios, de que al recibir los obsequios se alejaran o regresaran por donde habían venido. Todos conocemos esta historia, y el resultado.

2.- La Etapa Hispánica.

Como hemos dicho anteriormente, el dispositivo de avanzada del capitalismo europeo, encabezado por españoles y portugueses, finalmente irrumpió desde el área de El Caribe sobre Mesoamérica, comandado por los castellanos. Como todo mundo sabe, a partir de “la cabeza de puente” establecida por ellos mismos durante los últimos años del siglo XV en la isla La Española (actual R. Dominicana y Haití), estupendamente desde dicho balcón se inició el reconocimiento destinado a facilitar la gradual ocupación del área continental, o la “tierra firme”. Sin embargo después de varios intentos fallidos, fue hasta 1519, cuando la célebre expedición al mando de Hernando Cortés se dio de manos a boca con las áreas densamente pobladas del México costero, desde donde el pequeño grupo directamente accedió a la vital área central, y desde luego, a todo lo esencial de los fabulosos recursos mesoamericanos, que a partir de las sucesivas metrópolis situadas en las altas mesetas, y en el curso de los mil doscientos años previos, se habían venido detentando bajo la guía de los tres extraordinarios imperios sucesivamente ahí asentados.

Lo que ocurrió inmediatamente después es relativamente conocido. En primer lugar, la genialidad castellana imaginó de inmediato un dispositivo que le permitiera utilizar en su favor, las pugnas de los poderosos reinos existentes, a fin de aprovechar en lo inmediato la inapreciable fuerza más que de los señoríos y reinos más débiles, astutamente la de los más agraviados, a fin de convertirla en un extraordinario ariete y poder deshacer con el mismo la de aquellos, no solamente más poderosos, sino muchísmo más peligrosos. Una vez conseguido lo cual en 1521, practicamente no tuvieron grandes problemas para someter con relativa facilidad a todos los demás. Es decir, desde luego repetir el modelo estratégico que

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incluyó el mismo dispositivo mil setecientos años antes, con los principios empleados por los romanos en la construcción de su propio imperio, al poner a sus rivales unos contra otros.

Estamos hablando del hecho de incluir al reino de los tlaxcaltecas como el elemento toral del dispositivo castellano, lo cual le permitió a estos últimos no sólo hacerse de los increíbles recursos americanos, sino además, desde dicha plataforma alcanzar los de Asia. Es decir, no se puede imaginar la construcción del colosal imperio español sin la presencia de los tlaxcaltecas, ya que después del brillante éxito obtenido para someter a los meshicas, los tlaxcaltecas (quienes fueron los únicos autorizados para conservar sus dinastías nativas), acompañaron a los españoles en el grueso de sus grandes iniciativas geopolíticas posteriores, hacia el norte y noroeste, por ejemplo: la colonización de la inmensidad septentrional (entre otras cosas fundaron la ciudad de Saltillo) hacia: Tejas, Nuevo México, las Californias, Sonora, Sinaloa; hacia el occidente: Jalisco y Michoacán; y hacia el sur y sureste: Guatemala, Honduras, Nicaragua, Ecuador y Perú; además de poner parte de las tropas para la conquista de las Islas Marianas (Guam) y sobre todo, para la de las Filipinas. Pero seguramente lo más importante y trascendente de este genial dispositivo fue el hecho de que durante los tres largos siglos de la colonia española, lo bien cimentado del modelo le evitó a España, tener que recurrir al costoso uso de tropas de ocupación, las cuales en ningún momento existieron en América, ya que logró mantener siempre el control y la seguridad de la inmensidad de estos espacios, descansando solo en la fuerza de los propios nativos.

Pero el asunto no quedó ahí, ya que a la vista del éxito obtenido desde principios del siglo XVI por los españoles, el mismo modelo sería utilizado en buena medida por los ingleses a partir de su correspondiente dispositivo táctico, con el fin de igualmente someter aunque si bien en el curso de la revolución industrial, durante el siglo XVIII, a la extraordinaria diversidad de señoríos y reinos de La India. Iniciativa que en el modelo británico, el admirable y oportuno papel de los tlaxcaltecas, lo cubrieron con creces los sihjs, quienes al llenar este estratégico déficit, le permitió a los súbditos de Su Graciosa Majestad apoderarse de la inmensidad de los recursos de aquel subcontinente, recursos con los cuales edificaron el respetable dispositivo estratégico y la plataforma, sobre la que a continuación montaron su espectacular imperio planetario. Por otra parte, guardándose en repetir con celo las mismas figuras, sin tener que recurrir en ningún momento, a las tropas de ocupación y casualmente designando incluso a su propia y espléndida entidad colonial, con el nombre de virreinato.

Ahora bien, desde la plataforma novohispana, los castellanos no sólo construyeron la inmensidad de su imponente imperio planetario, sino además, precisamente depositaron en la Nueva España, tanto la seguridad como el propio equilibrio del imperio. En consecuencia, durante todo el siglo XVI el dilatado imperio español cómodamente descansando en la supremacía novohispana, le permitió a la corona de Madrid llevar y mantener durante dicha centuria una política mundial de super potencia.

Ya que hablamos de los éxitos geopolíticos del Imperio Español a través de las iniciativas novohispanas, en opinión del autor Rodrigo Rivero Lake, si los novohispanos llenaron con creces los vacíos que dejaban tanto los frecuentes conflictos como las crisis y las

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coyunturas que casualmente se les abrían desde Madrid, la conquista de las Filipinas (que finalmente realizaron tropas: tlaxcaltecas y presumiblemente meshicas) les ofreció insospechadas posibilidades para que los mismos novohispanos, superando o rebasando las limitaciones que les imponía, entre otras cosas, el sistema de castas en el virreinato, construyeran su propio dispositivo catapulteados desde la nueva extensión filipina, a efecto de mejor proyectarse en Asia. De esta forma, su primera iniciativa fué continuar con la tradición establecida por Magallanes, de involucrarse activamente en los conflictos locales, y con dicho pretexto participaron con éxito en las querellas de los múltiples señoríos tanto de las propias Filipinas, como de las vecinas Molucas, pero igualmente en las muy oportunas querellas del reino de Camboya. Durante este tiempo, como consecuencia de la misma dinámica y de algunos naufragios novohispanos ocurridos en las costas japonesas, además del auxilio recibido en la ocasión por las dirigencias niponas, éstas aprovecharon para solicitarles el envío de mineros novohispanos, a fin de que les enseñaran las técnicas de explotación de las minas de plata, dado el manifiesto interés por tener monedas no sólo de la calidad, sino del prestigio de las producidas por el virreinato. Al mismo tiempo, los novohispanos convirtieron a Manila en una bulliciosamente dinámica y cosmopolita urbe comercial, con gran presencia de mercaderes: chinos, malayos, malasios, indios, javaneses, japoneses y, desde luego españoles y novohispanos. Ahora bien, en ocasión del combate a los piratas japoneses y malasios los cuales asaltaron y destruyeron Manila, por lo menos en dos ocasiones y la asediaron en otras, durante una misión diplomática ante el emperador chino en Pekín a fin de solicitarle su apoyo, éste no sólo los recibió muy bien sino les ofreció un espacio en la costa china del sur que, bajo el modelo de enclave como el que funcionaba en Macao, los mantuviese al mismo tiempo tanto al abrigo de estas dificultades, como bajo la protección del espacio chino. Merced a todas estas iniciativas y dinámicas geopolíticas novohispanas, no cuesta mucho trabajo entender, porqué durante los siglos XVI y el XVII se considerara al Pacífico como un lago español (24).

El problema del costo demográfico mesoamericano. Es un hecho histórico que en números absolutos y relativos la demografía mesoamericana era con mucho, al momento de la llegada de los europeos no sólo la más importante del continente, sino que además, se mantenía en plena expansión. Población que significaría en volúmen, alrededor de no menos de 25 millones de habitantes (compárense con los 6 a 9 millones en que se calcula entonces la población de España), lo que equivaldría a, entre dos tercios y tres cuartos del total de la población americana de la época. Población que con la llegada de los europeos inmediatamente pasó a ser víctima, además de los abusos y de los conflictos bélicos, especialmente de los gérmenes epidémicos que, por definición aunque original e inconcientemente, portaba el dispositivo de los propios europeos. De esta forma, aunado a todo lo anterior, la inmediata pérdida de las élites prehispánicas: político-religiosas, culturales, sociales y económicas, desencadenaron una severa crisis de orden psicológico-moral entre los mesoamericanos sobrevivientes, todo lo cual ocasionó en pocas décadas, la peor hecatombe demográfica que hubiera presenciado hasta entonces la humanidad. A eso se refería el dominico Fray Bartolomé de las Casas con sus angustiosos llamados a la corona española, al señalarles “la rápida despoblación de Las Indias”, dado que la población total se redujo drásticamente durante ese breve tiempo, al 10 % o menos de la total. Es decir, la catástrofe demográfica fue de tal naturaleza que se requirieron siglos para recuperarla. De esta forma, en el primer censo llevado a cabo por las autoridades virreinales, a fines del siglo XVIII, la población total de México alcanzó poco más de seis

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millones de habitantes (25), que se calcularían en siete millones a mediados del siglo XIX y, en quince millones en el censo de 1910. De esta forma, 430 años después de la llegada de los europeos, la población mexicana volvió a sumar 25 millones en el censo de 1950 (26).

Por otra parte, la catástrofe demográfica tuvo como inesperado resultado geopolítico, no sólo el más fácil sometimiento de los diezmados núcleos de población de los distintos reinos indígenas, sino su igualmente rápido aglutinamiento dentro de la amplia y sólida unidad diseñada por el nuevo orden imperial español. Ahora bien, como de todas formas y durante mucho tiempo, la población europea continuó resultando simbólica comparada con la densa población nativa, amén de toda clase de disposiciones expresas para evitar que los indígenas ascendieran, a través de las distintas escalas: política, económica, social y religiosa, mucho menos se imaginó que participaran así fuese tangencialmente en la administración imperial. De esta manera, resulta perfectamente explicable que nunca se permitiera la implantación en las colonias españolas, ni de la comuna ni del cabildo, dos formas democráticas y de autogobierno bastante conocidas del orden político castellano (a tal grado que tanto Vasco Núñes de Balboa en Panamá en 1513, como Hernando Cortés en México en 1519, inmediatamente utilizaron justo el cabildo, a fin de independizarse de los empresarios que patrocinaban sus respectivas expediciones), salvo en el caso de Costa Rica, y esto último por razones sumamente particulares. Todo esto, a su vez ocasionó, que en cambio el virreinato dejara gran libertad de acción, especialmente para sus negocios, a las muy poderosas oligarquías locales, es decir, aparte de la de la capital, las de: Puebla, Guanajuato, Zacatecas, San Luis, Aguascalientes, Querétaro, Valladolid (Morelia), Oaxaca, Guadalajara, Mérida, Taxco, Veracruz y varias otras ciudades y regiones más, las cuales dispusieron en su favor: de la propiedad de la tierra, de las minas, del comercio, de los solares urbanos, de la alta y mediana burocracia, más una mano de obra indígena numerosa y a discreción en el límite de la subsistencia, e incluso, que se legitimaran a sí mismos manipulando el cabildo, todo ello a cambio de que soportaran la absoluta centralización del verdadero poder político y religioso, en las manos de un puñado de confiables peninsulares españoles.

Aquí aparece con bastante claridad la representación de la ambigüedad como sistema. España nunca confió ni por error, en permitir a los novohispanos la mínima posibilidad de autogobernarse y para que no hubiera dudas, exterminó a tal grado a las élites prehispánicas y a su memoria, especialmente con objeto de borrar en definitiva su reconocida capacidad para la creación y organización de colosales entidades geopolíticas, que ahora cuesta bastante trabajo reconstruir las raíces de dicha importante etapa. Aquí cobra toda su lógica la destrucción sistemática de los códices (27). Es decir, nada que los llevara a reflexionar sobre su propia y prodigiosa identidad, y menos a contaminarse con las discusiones democráticas. Por su parte, a los criollos deliberadamente se les dejó un gran poder según hemos dicho, pero a fin de que no abusaran, la regla fundamental del cabildo permitido fue atenerse a las decisiones verticales en las cuestiones de fondo. Desde luego estos criterios permearon hasta a la propia denominación que se le impuso a partir de su creación, a la innegable poderosa nueva entidad: “virreinato”. En fin, durante la época hispánica sin duda la más vistosa representación de la ambigüedad, fue desde un principio, la existencia de los “mestizos” (normalmente hijos de español con indígena), quienes de inmediato se encontraron simultáneamente rechazados, tanto por españoles como por indígenas, lo que equivale a decir, tanto por la casta superior como por la inferior, y los cuales a fin de

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sobrevivir desarrollaron durante los siguientes tres siglos toda una particular y muy astuta cultura, que naturalmente incluyó o se basó, entre otras cosas, en el uso de un doble lenguaje, característica de la cual sin duda la mejor y más rica de sus representaciones actuales, es la llamada cultura del: “sí, pero nó”, o del: “nó, pero sí”, en otras palabras: “la cantinflada”, es decir, la capacidad o la posibilidad de poder decir todo, con el objeto de no decir nada.

Por otra parte, cuando en la mayor parte del transcurso del siglo XVII la metrópoli europea, a su vez se vió envuelta en gravísmos problemas, entre otros: las terribles guerras de la sucesión dinástica, más hambrunas cíclicas y epidemias periódicas, que provocaron verdaderas catástrofes y grandes dificultades para comunicarse con sus colonias (28), el dispositivo montado a cargo de la Nueva España funcionó por el contrario estupendamente. El opulento virreinato (así lo llaman algunos historiadores cubanos) no sólo se urbanizó, sino sus ciudades prosperaron, además de para cubrir el papel toral que se le había encomendado durante el crucial siglo XVII, con objeto de abastecer con sus propias exportaciones la demanda de las otras colonias: buques, cerámicas, vidrios, herrajes, jarcierías, artículos de cuero, artículos de madera, textiles, obras de arte y muchas otras cosas más, incluso vinos. Esto, sin olvidarse de continuar enviando a la metrópoli en crisis su fabulosa remesa anual en metálico, principalmente en millones de pesos acuñados en monedas de plata fina, o “columnarios”. Dentro de esto, también debemos considerar que la Nueva España estuvo encargada de cubrir, no sólo durante el siglo XVII, sino en el curso de todo el período colonial, los gastos totales, de: Cuba, las Filipinas, las Californias (la del norte y la del sur), las dos Floridas (la occidental y la oriental), más contribuir con eventuales apoyos a la Capitanía General de Guatemala (es decir Centroamérica) y a la Capitanía General de Venezuela; y por si no fuera suficiente, el virreinato se hizo cargo en el último tercio del siglo XVIII también de los gastos de Luisiana (que entonces pasó a formar parte de sus dependencias), además de encargarse de cubrir el apoyo que España brindó a los rebeldes americanos de las trece colonias inglesas, y que consistió en otorgarles entre otras cosas, una flota completa de buques recién y expresamente construídos por el propio virreinato, la cual costó 10 millones de pesos oro (que casualmente los beneficiarios nunca pagaron), flota que de conformidad a los recibos firmados que existen en los archivos coloniales de Cuba, se entregó a los marinos bostonianos en La Habana. Sin menoscabo de que la misma Nueva España finalmente tuvo también a su cargo poco después, el pago de los gastos de representación, de la recién creada misión diplomática española en Filadelfia.

Durante la etapa hispánica se pueden apreciar con claridad, dos subetapas: a) la de la dinastía de los austrias; b) la de la dinastía de los borbones. Durante la primera, la corona se preocupó bastante por asegurar, conocer e inventariar los recursos de sus nuevos dominios, e igualmente por asegurar las nuevas instituciones destinadas a regirlos. Luego entonces durante el siglo XVI, Madrid tuvo mucho cuidado en seleccionar el envío de la nueva representación política y religiosa. Por lo tanto, es de deducirse, que durante el transcurso del por el contrario, muy conflictivo siglo XVII padecido por la propia metrópoli, su representación en el virreinato no sólo reflejara en cierta medida dicha confusión, sino más bien se tradujera en la relajación de algunas reglas, lo que fué hábilmente aprovechado por los criollos, los peninsulares y la propia iglesia, a fin de incrementar sustancialmente su poder económico. Situación de prosperidad del virreinato en este siglo que en apariencia,

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también se prolongó durante el siglo XVIII, dado que la historia registra una gran explosión económica, cultural, artística y científica también en el curso del mismo. Sin embargo, en el transcurso de esta última centuria, el innegable auge económico se debió directamente a una exponencial actividad minera de extracción, concretamente de plata en una multitud de fundos, situados en la parte central, centro norte y el norte de la inmensidad del virreinato. Fundos que necesariamente tuvieron que verse abastecidos por un notable incremento de la producción agropecuaria de las haciendas, principalmente en manos de los novohispanos y de la iglesia, cuyos respectivos insumos y productos circularon a través de una compleja red comercial, cruzada por cientos y en ocasiones, miles de kilómetros de caminos, a lomo de larguísimas recuas, también en manos de arrieros novohispanos. Las actividades industriales también se mantuvieron, pero a diferencia del siglo precedente, únicamente para abastecer las necesidades internas del virreinato, ya que los triunfantes borbones en Madrid finalmente prohibieron el intercambio intercolonial, e incluso talaron los parrales existentes, a fin de que los vinos novohispanos dejaran de competir con los de la metrópoli.

3 – La Etapa de los primeros cincuenta años.

Algunas personas suponen que la Etapa Hispánica fue un período que, si bien se inició con grandes y muy graves convulsiones de toda suerte, en cuanto unas décadas más tarde éstas quedaron sosegadas, todo fue paz y tranquilidad, pero debemos aclarar que por el contrario, esa es una muy falsa apreciación, dado que durante todo el período colonial hubo revueltas y estallidos populares, literalmente durante todos los años, si bien dichos estallidos al no rebasar el ámbito local, fácilmente pudieron ser reprimidos y controlados por autoridades igualmente locales. Situación que cambió diametralmente a partir de 1810, cuando en función de la madurez tanto de las condiciones, como de las propias coyunturas interna y externa, se propició una sublevación general en gran escala. Revuelta ahora alentada y acaudillada, ya no por líderes de las bases populares locales, sino por importantes cuadros y grupos de la élite criolla, que además contaron con la oportuna colaboración de muy numerosos mestizos. Aquí debemos señalar que si dichos mestizos, durante los tres siglos previos sobrevivieron como parias dentro de la estructura colonial, su respetable número a principios del siglo XIX, encontró la coyuntura ideal en el gran movimiento popular, tanto para lograr su definitiva aceptación y reconocimiento, como para iniciar su vertiginoso ascenso político-social-económico, en la nueva entidad. Siendo justamento, tanto su participación en las nuevas milicias como en los ejércitos del siglo XIX, la escalera que les permitió lograrlo.

Como todo mundo sabe, el ingreso a esta nueva etapa geopolítica fue terriblemente cruento porque debió no solamente librarse una lucha armada sin cuartel, sino porque además quedó devastado el pivote del sistema económico colonial, el cual giraba alrededor de la gran minería de la plata. Por otra parte, al igual que en el resto de América Latina hispana, el grueso de la casta elítica de los “criollos” en principio solo aspiraba a sustituir a los peninsulares, pero a diferencia de lo que ocurrió en los demás países latinoamericanos, como hemos mencionado, una pequeña parte de dichos criollos acompañados también de no pocos mestizos, imaginaron a su vez aprovechar el gran movimiento social para llevar a cabo una transformación muy profunda y radical, concretamente respecto a: suprimir el sistema de castas, abolir la esclavitud, afectar la propiedad de la tierra y de paso, llevar a cabo reformas políticas, educativas, hacendarias y de otra índole. También se deduce que

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entre las enormes masas desheredadas fue punto menos que inmenso el prestigio de los líderes que propusieron tales transformaciones, como el mismísimo Padre Miguel Hidalgo y desde luego el mejor estratéga político y militar del movimiento, el Padre José María Morelos. Hecho que por supuesto, por si solo intensificó y endureció la lucha, no sólo a fin de evitar que cundiera dicho radicalismo, sino más bien, para directamente exterminar a tan populares caudillos. El resultado fue, que la estructura económica que heredó lo que sería la nueva entidad a partir de 1821, quedó totalmente devastada y no solamente carente de otros líderes progresistas, sino en medio de una coyuntura internacional en la que ninguno de los rivales de España, juzgó oportuno y seriamente entrometerse.

A diferencia de las dos etapas previas: la Prehispánica y la Hispánica, las que según hemos visto cubren fielmente con el requisito teórico geopolítico del dispositivo, la etapa de los primeros cincuenta años de vida “supuestamente independiente” (1821 a 1871) es tan caótica y confusa que, sin menoscabo de una serie de ideas y proyectos de las múltiples dirigencias, con objeto de lograr cimentar algún tipo de dispositivo, lo único real, evidente y tangible durante ella, es la absoluta inestabilidad.

Para demostrar esto último no es necesario hacer un gran esfuerzo intelectual. Durante ese medio siglo existieron poco más de cien gobiernos nacionales diferentes, incluyendo entre ellos: dos imperios y medio (el de Agustín de Iturbide, el de Maximiliano de Habsburgo y uno más bien aproximado, como fue en alguno de sus diversos momentos, el de Antonio López de Santa Anna). Dos invasiones militares francesas, dos españolas, una inglesa, y de las 250 invasiones armadas estadunidenses contra México que hasta el día de hoy registra la historia, la inmensa mayoría de ellas, ocurrió durante ese período (29).

También durante esta etapa cobra absoluta vigencia el problema de la representación, de entrada como nueva entidad ¿nacional?, y junto con eso, cómo hacerse representar ante sí misma y ante el exterior: ¿imperio, reino o república?, y unos u otra, ¿de qué tipo?. Es decir, la ambigüedad químicamente pura, e indiscutiblemente su más preclaro exponente: don Antonio López de Santa Anna.

Ahora bien, seguramente la razón más importante que explica la inestabilidad mexicana en ese entonces, descansa en la herencia de un simple hecho estructural. Solo recordemos que los mexicanos, hasta el día de hoy, nunca hemos conocido ni la democracia ni el autogobierno, y de ambos, ni siquiera aquellos que, muy fugazmente, practicaron al deliberadamente crear el cabildo, Balboa en Panamá en1513, y Cortés en Veracruz en 1519, a fin de cubrir necesidades, más que estratégicas, de un simple carácter táctico en ese momento básico para ellos. En esta tesitura, si nunca ha existido en México el sistema y las instituciones democráticas, lo que si ha prevalecido en cualquier y en todo tiempo, es el sistema oligárquico constituído por muy pequeñas élites, que por definición se arrogan, no solamente todo el poder, sino que además lo consideran una parte, tanto de su patrimonio como de su herencia personal. De esta forma, durante el período colonial español, el verdadero poder político y religioso, quedó en manos de una muy pequeña representación de peninsulares españoles. Éstos reinaban sobre un estamento de igual forma, sumamente privilegiado, que a su vez estaba representado en su inmensa mayoría por los hijos y descendientes de españoles, a quienes como se sabe, se les designaba como: “los criollos”. Estos “criollos” formaron poderosas oligarquías que reinaron, tanto en la capital, como en

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prácticamente todas las provincias. De esta manera, al desaparecer en 1821 el estamento del poder español situado en la cúspide de la pirámide, dichas oligarquías literalmente se encontraron con las manos libres, y apoyadas en su inmenso poder no resultó raro que por lógica simplemente imaginaran sustituirse o llenar el enorme vacío geopolítico que dejaron al retirarse los representantes de la corona, por lo que en adelante y durante el siguiente medio siglo, manejando incluso sus propios ejércitos, se disputaran entre ellas mismas la primacía y, sobre todo, desafiaran al poder entonces reducido a una mera formalidad, en la capital.

Ahora bien, si la disputa político económica con y entre las poderosas oligarquías locales duró décadas en México, la disputa con el inmenso poder de la iglesia católica, ésa duró siglos, por razones similares a las que enfrentó la propia corona española antes de llegar a someterla, ya que la iglesia católica y eso no es ningún misterio, también es una entidad estatal. En consecuencia, nadie debe sorprenderse que cuando fallaban las oligarquías locales, la iglesia no dudara en tomar el relevo contra el poder de la capital. De igual forma, tampoco nadie debe extrañarse que la misma iglesia previamente negociara, y finalmente se terminara aliando con los invasores extranjeros, como fue el caso muy concretamente, con los estadunidenses, durante la invasión de 1846-48, y con los franceses, en 1862-65. Otro importante aspecto de la rivalidad interoligárquica durante el período que nos ocupa, es el éxito que tuvieron las oligarquías tradicionalistas durante las primeras tres décadas del siglo XIX, a fin de neutralizar al poder central, y finalmente como éste último a partir de mediados del siglo, se va imponiendo gradualmente aprovechando las coyunturas. Hasta que verdaderamente se presenta una oportunidad ideal: la iglesia y las oligarquías que le son afines, se alían a las ambiciones imperiales francesas hacia fines de la quinta década del siglo XIX, con vistas a definivamente derrotar a los liberales masónicos e imponer un sistema monárquico, encabezado por un príncipe europeo. Poderosa coalición conservadora que se enfrentó no a los liberales masónicos como habían originalmente supuesto, sino a la unidad nacional inflamada por el patriotismo, a la vista de un poderoso invasor ejército extranjero. Unidad nacional que no sólo era la primera vez que en México se daba, sino que fué la primera vez que se puso a prueba a partir de la gran invasión estadunidense, y como resultado de ella la lucha quedó garantizada para efectuarse sin tregua ni cuartel, hasta finalmente alzarse con la victoria. Ahora bien, la unidad nacional surgió en forma muy traumática, exactamente al final de la invasión estadunidense, a la vista de la derrota y de la terrible mutilación del territorio nacional, sufrida en 1847. Ahora bien, después de su espectacular derrota durante la guerra 1862-1867, la coalición conservadora clerical literalmente no volverá a resurgir en México con una fuerza y unas ambiciones similares, hasta el año 2006.

De este caótico medio siglo también habría que rescatar: el diseño teórico exterior que se proponía implementar el gobierno conservador del emperador Agustín de Iturbide, así como también el diseño con su dispositivo geopolítico interno y externo, del emperador Maximiliano Habsburgo, el cual en cierta medida se va a intentar implementar durante la larga e inmediatamente posterior administración del general Porfirio Díaz, entre otros aspectos al hacer efectivos los ferrocarriles y los puertos. Sin duda aquí debemos incluir los intentos durante las fugaces administraciones mexicanas, y muy concretamente del particularmente muy ilustre canciller conservador y brillante estadista Lucas Alamán, frente

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a las tangibles amenazas de invasión, a fin de apoyarse en los países latinoamericanos, como fue el caso durante esta época, de las distintas conferencias interlatinoamericanas estimuladas por el propio gobierno mexicano, por ejemplo y de entrada: continuar en Tacubaya el análisis y la discusión de los importantísimos proyectos presentados en 1826 en la ciudad de Panamá, durante el célebre Congreso de Unión, Liga y Confederación Perpétua, originalmente convocado en el Istmo Centroamericano por Simón Bolivar.

4 – La Etapa Porfirista.

Las cuatro décadas de la etapa de estabilidad porfirista se caracterizan también porque, de una parte, se recuperó a tambor batiente, el gran dispositivo geopolítico interno, apoyado en: a) la diplomacia; b) las fuerzas armadas; y, c) los servicios secretos; y de otra, porque el conjunto del sistema porfirista, a su vez es la viva representación de nuestra mejor ambigüedad institucional: alta modernización basada en sólidas estructuras materiales capitalistas, exactamente montada sobre una vastísima infraestructura social precapitalista. En otras palabras, se mantuvo el sistema de la doble casta que funciona hasta la actualidad: la muy pequeña casta superior la cual posee y detenta todos los derechos y privilegios, y la inferior, que no sólo no posee ningún derecho, sino mucho menos algún privilegio.

Las dos subetapas del período porfirista, sin duda se pueden establecer aludiendo directamente a la relación con la potencia estadunidense. Es decir, la primera entre 1871 y 1890, de una intensa relación y un absoluto predominio estadunidense; y, la segunda, de 1890 a 1911, de una no menos intensa búsqueda para establecer e implementar relaciones con otros actores: latinoamericanos, europeos y asiáticos, a efecto de contrabalancear el excesivo peso estadunidense. También es durante esta época que se inicia la política mexicana para alentar e implementar la creación y participación de y en organismos internacionales (de hecho interestatales), teniendo como máximo propósito y objetivo en ello: intentar neutralizar a través de dichos mecanismos, el exagerado protagonismo de las grandes potencias, y concretamente para México, el terrible fardo del estadunidense.

Por supuesto, otro objetivo estratégico de primer orden del dispositivo diplomático porfirista, fue el delimitar las fronteras con los dos vecinos del sur: con Guatemala, y la de Belice, con Inglaterra. Si bien, para persuadir a Guatemala a negociar la línea fronteriza (en principio absolutamente reacia a hacerlo), primeramente se debió aguardar a implementar durante algunos años, un respetable dispositivo militar, que además incluyó la posibilidad de contar con excelentes armas de fuego, de patente y manufactura mexicana. Así en 1884, tras una gran exhibición pública en Balbuena, situada en la periferia este de la capital, respecto de las cualidades del nuevo, amplio y moderno dispositivo castrense, al final de cuya ceremonia se anunció como primer y sugestivo orden de batalla del flamante ejército, que inmediatamente “empezaría a marchar hacia el sureste”, frente a este hecho, Guatemala tuvo entonces mucho menos objeciones para negociar la línea fronteriza (30).

Durante esta época, se aplicó con América Latina, también dentro del dispositivo diplomático y con el expreso objetivo de encontrar puntos de equilibrio, la práctica de las alianzas cruzadas, las cuales practicamente han funcionado durante toda la historia de la humanidad. De esta forma, en respuesta al dispositivo desplegado entonces por Guatemala, de simultáneamente apoyarse en Washington y en Buenos Aires, a fin de neutralizar la

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presión mexicana, el gobierno mexicano desplegó el suyo propio, apoyándose en San Salvador y en Santiago de Chile, con el propósito de dejar sin efecto el dispositivo guatemalteco.

Dentro de un criterio similar, a partir de 1890, las concesiones canalizadas por el gobierno mexicano para desarrollar actividades: mineras, ferroviarias y finalmente petroleras, fueron también otorgadas a empresas europeas, las cuales casualmente empezaron a ser mucho más importantes, que las obtenidas por las empresas estadunidenses.

El dispositivo diplomático del gobierno de Díaz incluyó relaciones estrechas con todos los países americanos, salvo Canadá. En Europa, con: la República Francesa, el Reino Unido, el Imperio Alemán, el Imperio Holandés, el Imperio Austro Húngaro, el Imperio Ruso, el Reino de Italia y el reino de España, esencialmente. En Asia, con el Imperio Otomano, el Imperio Chino y, entre sus primicias, se contó con el hecho de haber sido el Estado que sentó el precedente en el mundo de haber otorgado status de país soberano al Imperio del Japón. Iniciativa que el Mikado agradeció de especial manera, otorgándole en Tokio como agradecimiento al gobierno mexicano una parte del jardín del Palacio Imperial, a fin de que instalara ahí su Embajada.

Por otra parte, la administración de Díaz adoptó también la iniciativa de hablarle a Washington tanto desde Centroamérica, como desde El Caribe. De esta forma, en 1909, sostuvo al Presidente de Nicaragua acosado por los aliados de Washington, y lo rescató con todo y su familia, en un buque de la Armada mexicana el cual debió escabullirse entre el despliegue de acorazados estadunidenses, anclados en Puerto Corinto sobre el litoral Pacífico de Nicaragua, a fin de trasladarlo y también asilarlo en México. Paralelamente, las estancias del gran líder independentista cubano José Martí durante la última década del siglo XIX, también se hicieron cotidianas en México, porque para el gobierno de Díaz, nuestra frontera en El Caribe necesariamente pasaba por La Habana. No es preciso recalcar que las tangibles iniciativas mexicanas hacia: los europeos, hacia los japoneses y hacia los centromericanos y los caribeños, fueron pésimamente apreciadas en ese entonces por parte de Washington, al igual que la fabricación de nuestras propias armas.

Ahora bien, como cualquiera puede suponer, el dispositivo diplomático se articulaba con el dispositivo de las obras públicas, concretamente con los nuevos puertos en las dos costas oceánicas, amén de con la construcción de los ferrocarriles, cuya red entre otras cosas, conectaba el interior del país, tanto con las fronteras como con los puertos.

Además de una intensa urbanización, el gobierno de Díaz se ocupó de los servicios básicos: agua potable, drenaje, construcción de represas, electricidad, sanidad, industria siderúrgica, industria textil, de bebidas, otras, pero por lo que finalmente el gobierno porfirista pasó a la historia fue, en especial, por su espectacular obra educativa. En efecto, fue por el denodado esfuerzo a fin de atender la educación pública “con el fin de combatir el fanatismo”, se dijo, en donde dicha administración encontró sus máximos laureles.

Por el contrario, como hemos dicho, el estatuto de la propiedad y de la explotación de la tierra, así como de la explotación minera y de la petrolera, en condiciones precapitalistas y

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semicoloniales, sería el grave detonador de los problemas del país que, finalmente, darían al traste con dicha administración.

Vale la pena recordar que, una vez militarmente derrotado el poder de las oligarquías conservadoras y clericales, durante las guerras de reforma y de la intervención francesa, los liberales masónicos en pleno triunfo, aplicaron las Leyes de Desamortización de Bienes de Manos Muertas, así como las de secularización de la educación y de los cementerios. Las primeras afectaron al impresionante volúmen de todas las tierras y minas poseídas por la iglesia, que casualmente también eran una proporción muy respetable en el país, pero igualmente a todas las propiedades urbanas de la propia iglesia, que incluían los infinitos lugares de: culto, hospitales, cementerios, clínicas de asistencia, asilos, escuelas, edificios, terrenos baldíos, etc., es decir, otro volúmen y proporción nada despreciable. La mayoría de estos bienes, que originalmente estaban destinados a rematarse entre millones de nuevos propietarios, en la práctica pasaron a manos de una pequeña oligarquía liberal, es decir, masónica, que fué la que heredó dichos beneficios por su apoyo al gobierno, igualmente masónico de Díaz. Sin embargo, dichas leyes también afectaron a las tierras de las comunidades indígenas, las cuales deliberadamente fueron desposeídas mediante este subterfugio, a fin de obligar a los habitantes a integrar la reserva del nuevo ejército de trabajo precapitalista, principalmente en las haciendas y en las minas. No se requiere ser un sabio para imaginarse que, el gravísimo descontento generado mediante esta situación, fue lo que proporcionó los enormes contingentes de milicianos que integraron los ejércitos revolucionarios, a partir de 1910.

5 – El período de los a sí mismos llamados gobiernos revolucionarios.

Durante esta etapa, se pueden distiguir cláramente tres subperíodos: a) el de la lucha armada y la consolidación de los gobiernos revolucionarios 1911-1935, b) el auge del modelo mexicano de desarrollo 1935-1965, y, c) la decadencia: 1965-1981. Además, esta larga etapa de la geopolítica mexicana, por algo más que una simple casualidad, va a coincidir durante la primera mitad del siglo XX, con las tres determinantes décadas de la espantosa crisis mundial: 1914-1945, y a partir de esta última fecha, durante la segunda mitad del siglo pasado, con la crisis de la guerra fría: 1946-1991.

Como es bien sabido, el dispositivo del poder porfirista, desde fines de 1910 enfrentó una sublevación popular armada, que rápidamente rebasó su propio sistema de control, y al año siguiente ocasionó la rápida dimisión y precipitada salida del país hacia Francia, del propio general Porfirio Díaz.

Aquí debemos establecer el innegable éxito que tuvo el propio dispositivo del crecimiento porfirista, muy especialmente en materia educativa, dado que los profesores normalistas de la excelente reforma educativa del régimen, estuvieron tan estrechamente ligados con el movimiento revolucionario, que de ahí salieron, no sólo los ideólogos y no pocos de los grandes generales del movimiento y de los ejércitos rebeldes, sino más aún, los mejores Presidentes de la República del nuevo período.

Ahora bien, el movimiento rebelde incidió seriamente en el campo mexicano, mucho más que en las áreas urbanas, dado que era en el campo en donde se situaba la mayor parte de la

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población y de las tensiones nacionales, que además era la gran masa que reclamaba un cambio drástico en el estatuto tanto de la propiedad de la tierra, como del difrute de sus beneficios. Así mismo los nuevos gobiernos se van a beneficiar de la existencia de una burocracia profesional, asi como de brillantes planificadores que en materias tales, como: la educativa, la hacendaria, la de salubridad, la de obras públicas, la de las comunicaciones y de los transportes, así como la de otros rubros más, los cuales fueron directamente heredados de la administración anterior, y se usaron magistralmente para contener y reencauzar el caos original generado por la gran revuelta.

A su vez, la estructura y fortaleza del dispositivo porfirista fue suficiente para enfrentar durante los primeros años incluso a los propios rebeldes y, de esta manera, junto a la nada discreta participación estadunidense en el conflicto (los mexicanos le debemos a Washington, primero el apoyo que otorgó a los rebeldes a fin de acelerar la salida de Díaz, y frente a la poca docilidad mostrada por éstos, asesinar de paso al primer Presidente elegido democráticamente en nuestra historia, al decidir nuevamente inclinarse por el viejo orden). Habría que agregar que con el estallido de la primera guerra mundial, en el verano de 1914, no tardaron en aparecer tangiblemente en el dinámico proceso mexicano los intereses de las principales potencias europeas involucradas en el conflicto, esencialmente por dos razones: 1) lo oportuno de la cruenta lucha armada mexicana, 2) la contigüidad con los Estados Unidos (31).

De esta forma, si el objetivo de los rebeldes mexicanos, era triunfar y consolidar un sistema de gobierno, el objetivo del Imperio Alemán era involucrar a México en un conflicto con los Estados Unidos, a fin de evitar que éstos últimos interviniesen en la contienda europea. De esta forma, solo mediante maniobras muy hábiles, el gobierno de Venustiano Carranza logró evitar, no obstante la muy activa agresividad de Washigton, no sólo un conflicto armado directo con la potencia del norte, sino permanecer neutral durante la Gran Guerra a pesar de la abierta germanofilia del pueblo mexicano, y aún lograr neutralizar a sus nada escasos ni débiles rivales, dentro del complejo escenario armado mexicano. Si bien no pudo evitar ser vetado por las entonces triunfantes potencias aliadas, a fin de poder integrarse entre los miembros fundadores de la Sociedad de las Naciones en Ginebra, a partir de 1919.

Los gobiernos sucesivos al de Carranza, en especial el de Álvaro Obregón y el de Plutarco Elías Calles, enfrentaron igualmente la abierta hostilidad de Washington, al no acceder a mantener el status de las concesiones petroleras en los términos que habían obtenido sus consorcios, durante la administración de Díaz. De esta manera ambos gobiernos, jugaron con las coyunturas internas y externas de los propios Estados Unidos, e incluso, el segundo de ellos tuvo éxito al hablarle nuevamente a Washington a través de Nicaragua, al apoyar al general guerrillero antiestadunidense César Augusto Sandino, lo cual implicó además, una discreta visita a los archivos del Agregado militar estadunidense en la embajada en México, a fin de neutralizar un proyecto norteamericano de invasión armada en gran escala contra México. Es decir, mientras esto ocurría, ambas administraciones mexicanas construían el sólido dispositivo institucional, sobre el que pocos años después descansarían las únicas tres décadas continuas que hasta ahora hayamos conocido los mexicanos, durante los últimos dos siglos, de: desarrollo continuo, con pleno empleo, sin inflación, sin deuda externa y con una moneda “dura”, además de una muy tangible elevación de los niveles de vida de la población, hablamos del período: 1935-1965.

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Ahora bien, el dispositivo diplomático de los nuevos gobiernos mexicanos sensiblemente se alteró del modelo seguido durante el porfirismo, el cual buscaba equilibrar la rutinaria presión de Washington, atrayendo tanto a sus competidores europeos como al Japón, dado que, como todo mundo sabe, en la cruenta disputa por la hegemonía mundial fue Alemania la que perdió, y finalmente eso mismo ocurrió un cuarto de siglo después, además de con Alemania, también con el Japón e Italia. Mientras los otros competidores europeos de Washington en México: Inglaterra y Francia, quedaron tan desgastados durante ambas contiendas, que sus triunfos más bien resultaron pírricos. En consecuencia, la nueva dirigencia mexicana se vió obligada a practicar durante más de tres décadas, frente a la muy fortalecida dirigencia estadunidense, lo mejor que había aprendido a hacer desde el siglo XIX, es decir, dar muestras de una reconocida destreza e innegable astucia durante las negociaciones.

A su vez, el dispositivo diplomático mexicano encontró y utilizó un estupendo nicho que le dió un inmenso y merecido prestigio en el escenario internacional: el uso verdaderamente maestro y extremadamente pulcro y elegante, de la diplomacia multilateral.

Ahora bien, la experiencia mexicana en materia de diplomacia multilateral que empezó temprano, durante la tumultuosa primera mitad de nuestra vida independiente y la etapa porfirista, literalmente recibió su bautizo de fuego durante la segunda y tercera década del siglo XX, en ocasión de las discusiones dentro de las llamadas comisiones de reclamaciones, que México aceptó integrar con varios países a fin de examinar las demandas que diversos súbditos extranjeros elevaron a través de sus respectivos gobiernos, por supuestos daños sufridos durante la revolución. Reclamaciones que en su inmensa mayoría no prosperaron, mucho más que por la deficiencia de los argumentos en su favor, por la pericia y habilidad de los representantes mexicanos. Además de esta experiencia, los mexicanos habían asumido un destacado papel dentro de ocho de las nueve Conferencias Internacionales Americanas: 1889, 1902, 1906, 1910, 1923, 1928, 1933, 1938, 1948, dado que en la Quinta, celebrada en Santiago de Chile en 1923, el gobierno del general Álvaro Obregón aún no había sido reconocido por Washington, y en ese entonces absurdamente era el Secretario norteamericano de Estado el que cursaba las invitaciones para asistir al evento. Todas estas reuniones se realizaron bajo la égida de la llamada Unión Panamericana, y durante la última celebrada en Bogotá en 1948, se creó el nuevo instrumento denominado Organización de Estados Americanos (OEA), amén de que junto con su Carta se firmaron otros muy importantes documentos. Reunión a la que asistió México llevando a Bogotá un verdadero arsenal, tanto en el sentido humano como en materia de proyectos y documentos, con una pléyade de sus mejores y más prestigiados negociadores encabezados por el canciller, por lo que en el curso de las muy diversas deliberaciones y animados debates, la historia registra –en medio del famoso “Bogotazó”- no sólo el papel de vanguardia, sino protagónico de los delegados mexicanos dentro de la Conferencia, no precisamente apoyando las posiciones estadunidenses. Sin embargo, después de este importante evento realizado hace 58 años, nunca se ha celebrado la X Conferencia (32).

Otro tipo de mecanismos multilaterales en los cuales participó también muy activamente el dispositivo diplomático mexicano fueron, de entrada, el de las Reuniones especializadas,

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como la de la Comisión de Jurisconsultos Americanos, realizada en Río de Janeiro en 1927, encargada de redactar el llamado Código Bustamante con el excelente borrador del derecho internacional codificado que fue presentado y firmado durante la VI Conferencia celebrada en La Habana, en 1928. En este mismo tenor, durante la década de los años treintas se realizaron dos de las tres Conferencias Interamericanas “Especiales”, la primera se efectuó en Washington en 1928, poco después de celebrada la VI Internacional Americana en La Habana, denominándose: Conferencia Internacional de Estados Americanos sobre Conciliación y Arbitraje; la segunda se celebró en 1936 en Buenos Aires a la cual asistió el Presidente estadunidense Franklin Roosvelt a fin de coronar su política hacia América Latina denominada “del buen vecino” , que por algo más que una casualidad, se tituló al evento: Conferencia Interamericana de Consolidación de la Paz; y la tercera, fué convocada y realizada en Chapultepec en 1945, a fin de presentar una posición latinoamericana conjunta frente a los proyectos que se discutirían pocos días después en San Francisco, relativos al diseño ya elaborado por los triunfadores en la contienda, sobre una Organización de las Naciones Unidas, así como de los órganos anexos que le interesaba sobremanera hacer aprobar a los Estados Unidos: Fondo Monetario Internacional (FMI) y Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento o Banco Mundial (BM). Por su parte, en la Conferencia de San Francisco la agenda de los mexicanos fue muy amplia, y varias de sus iniciativas fueron bien recibidas, si bien no tuvo mayor éxito, al intentar moderar los privilegios previstos para los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la nueva Organización.

Paralelamente a esto, existieron a partir de 1939 las llamadas Reuniones de Consulta de los Ministros de Relaciones Exteriores. Durante la primera realizada ese mismo año, en Panamá, pocos días después de iniciadas los hostilidades de la II Guerra Mundial, se aprobó una zona de exclusión de 300 millas a partir de ambas costas oceánicas, para presuntamente preservar del conflicto el territorio del continente americano; la segunda Reunión se realizó en 1940 en La Habana, para enfrentar el problema de los territorios americanos que poseían las potencias europeas derrotadas por Alemania; el pretexto de la tercera convocada en Río de Janeiro, en 1942, dado que para ese momento los Estados Unidos y otros nueve países latinoamericanos ya estaban en guerra contra las potencias del Eje, naturalmente era buscar la unanimidad. Dichas Reuniones de Consulta se volvieron a hacer interesantes cuando los Estados Unidos las convocaron de manera tanto directa como indirecta, a fin de lavar su propia ropa sucia, como fue el caso de la VI, la VII y la VIII, alentadas por Washington en la primera mitad de los años sesentas, para discutir “el peligro que representaba para el continente” la Revolución Cubana. Como sabemos, las diversas posiciones mexicanas desplegadas durante todo este tipo de Conferencias y de Reuniones, no fué extraño que sobresalieran no solamente por su dinamismo, sino con el fin de crear, o de perfeccionar los nacientes mecanismos multilaterales, y una vez creados, intentar evitar pasaran a convertirse en solo otras piezas más de los instrumentos de presión en manos de los estadunidenses, y cuando de todas formas esto llegaba a ocurrir, escudarse dentro de posiciones estrictamente jurídicas, con dos fines: a) no tener que abandonar las propias posiciones, b) tampoco entrar en conflictos innecesarios con la potencia del norte.

Durante la primera mitad de los años sesentas del siglo pasado, las Naciones Unidas celebraron con muy diversos pretextos y motivos, una serie de Conferencias y Reuniones especializadas, como la Primera Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el

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Desarrollo (UNCTAD por sus siglas en inglés), eventos que coincidieron con el nacimiento o la consolidación de importantes grupos de países en varias regiones del planeta, entre otras: África, Asia y El Caribe. El prestigio de los mexicanos que en 1960 celebraron 150 años de su independencia y 50 años de la revolución, oportunamente acompañado con la originalidad de sus tesis internacionales y su innegable habilidad para aprovechar los mecanismos multilaterales, catapultó el prestigio mexicano hasta alturas insospechadas. Obviamente, mecanismos como los denominados, de: Los Países No Alineados, y de: La Organización de los Países Productores de Petróleo (OPEP), aún cuando desde luego el país no formaba parte de ellos, tampoco iban a escapar para proporcionarle apreciables beneficios directos e indirectos. Naturalmente, nadie debe extrañarse que cuando en 1964, el Comité Olímpico Internacional (COI) decidiera realizar su evento de1968, por vez primera en un país en desarrollo, el modelo escogido fuera el de México.

Respecto a la participación de México en la II Guerra Mundial (1942-1945), como aliado de los EUA, debemos decir que la misma tuvo diversas facetas, desde: los indispensables trabajadores migratorios (braceros), pasando por el vital abastecimiento de heroína y morfina (insustituibles analgésicos durante la campaña bélica dado que el Japón se apoderó de todas las fuentes proveedoras en el sudeste de Asia), multitud de materias primas básicas (muy diversos minerales industriales, alimentos y petróleo especialmente) y, nuestra simbólica participación en el teatro de la contienda bélica con un solo escuadrón aéreo que, sin el mínimo demérito para los participantes, es un claro símbolo de la ambigüedad a que debió recurrir el gobierno del general Manuel Ávila Camacho durante la importante coyuntura. De un lado, frente a la presión del gobierno estadunidense, y, de otro, frente a la opinión pública mexicana abiertamente germanófila, la cual contaba entre sus importantes aliados, con el prestigiado escritor José Vasconcelos y el no menos reconocido pintor Gerardo Murillo. El resultado es que finalmente si a la dirigencia mexicana le resultaba muy difícil acceder a los generosos créditos estadunidenses involucrándose en gran escala en la contienda del lado de Estados Unidos, también dejó pasar una oportunidad única en la historia para haber obtenido algo perfectamente similar, capaz de apuntalar por si solo de manera permanente su desarrollo, esto es, negociar el compromiso estadunidense para calificar a los millones de trabajadores mexicanos precisamente presentes en suelo norteamericano a causa de la contienda, lo que automáticamente hubiera hecho de éstos no sólo sujetos de crédito, sino aún mejor, permanentemente simpáticos a los ojos estadunidenses, y por si esto fuera poco, en los subsiguientes períodos de recesión de la economía norteamericana, como el muy serio de 1949 durante el cual fueron devueltos millones de dichos mexicanos, éstos mismos sostenidos en sus fuentes créditicias hubieran acelerado con innumerables actividades productivas la economía mexicana, ya entonces en plena expansión y construcción de su propia infraestructura. En consecuencia, durante la coyuntura única de la Segunda Guerra, en América Latina no sólo el Brasil se hubiera beneficiado inmensamente al obtener la casi totalidad de los vitales créditos otorgados por fuentes estadunidenses. Créditos concedidos en condiciones sumamente ventajosas a cambio de una tangible participación en la guerra, los cuales fueron aplicados en gran escala por la dirigencia carioca, a la construcción de su respetable infraestructura económica, y que justo a ellos les debe, en muy alta medida, su muy importante despegue económico posterior, sino que México que ya se encontraba por propia cuenta en este camino, sin duda también hubiera consolidado mediante este subterfugio, un impresionante y definitivo despegue. Y, pensando en voz alta, esto nos hubiera ahorrado medio siglo más

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tarde, entre muchas otras cosas, nuestra muy lamentable actuación en el Tratado de Libre Comercio (33).

Otros elementos no menos importantes del Dispositivo diplomático, fueron aquellos que utilizó la dirigencia mexicana, a partir de 1935, concretamente desde que asumió el mandato el general Lázaro Cárdenas del Río, y que sin duda continuaron sus tres sucesores, utilizando para el caso, tanto el foro de los mecanismos multilaterales, como también la diplomacia bilateral. Nos referimos a la brillante defensa que hizo el delegado mexicano Isidro Fabela en Ginebra, en el seno de la Sociedad de las Naciones entre 1935 y 1940, de las entonces victimas de la agresión, es decir: China, Etiopía, España, Checoeslovaquia, Austria, Polonia y Finlandia. Posición en la que no fue raro que el prestigiado delegado, literalmente se encontrara en ocasiones absolutamente solo, junto con la víctima. En ese tenor, el mismo prestigio lo mantuvo el país cuando, en 1951, fue el único país de América en defender el derecho del gobierno iraní, presidido por el Primer Ministro Mohamed Mossadegh para nacionalizar su industria petrolera; de igual forma ocurrió en 1956, ya que en nuestro continente tampoco nadie acompañó a México, al defender el igualmente legítimo derecho del gobierno egipcio del Presidente Gamal Abdel Nasser al nacionalizar el Canal de Suez; eso mismo ocurrió en 1959, cuando los triunfantes revolucionarios cubanos decidieron nacionalizar el petroleo y otros rubros de la producción. Posiciones que no es necesario recalcar, los defendidos nunca han olvidado. Como colofón, del prestigio que mencionamos, agregaremos que poco después de la fundación de la UNESCO en Paris, se designó al poeta y diplomático Jaime Torres Bodet como Director General durante el período 1948-1952, y dentro de esto mismo cabe recordar, la sucesión de prestigiados Magistrados mexicanos que pasaron a ser miembros, durante varias décadas sucesivas, de la Corte Internacional de Justicia de La Haya.

De otra parte, el nacionalismo mexicano que había alcanzado su cenit durante la primera mitad del siglo XX, benefició estupendamente a la dirigencia mexicana frente a las presiones esencialmente de la potencia estadunidense, y por si fuera poco además de esa carta en su favor, la dirigencia mexicana tampoco se olvidó de echar mano de otro elemento único, o realmente difícil de encontrar entonces para el caso de otros países en desarrollo, es decir: hablamos del dispositivo de la economía diversificada. De esta forma, mientras por las razones que anteriormente hemos expuesto, literalmente se había perdido para el país la diversificación diplomática bilateral, la agilidad y los éxitos de la diversificada economía interna no sólo se hicieron proverbiales, sino le permitieron evitar y desviar buena parte de las presiones de Washington (34). Tampoco la dirigencia estadunidense pudo echar mano, frente a México, de otro recurso muy socorrido en el caso de los países en desarrollo: el de las fuerzas armadas. Dado que, en primer lugar, en México el volúmen de las mismas no ha sido muy grande comparado con el peso que han tenido en el resto de América Latina, salvo en Costa Rica; y en segundo lugar, el profundo nacionalismo prevaleciente dentro de sus filas, evitaba por si sólo que algunos de sus más importantes cuadros acudieran a especializarse en las academias castrenses estadunidenses y que, bajo ese mismo pretexto, tampoco requiriesen del armamento ni de otros sofisticados dispositivos de seguridad que Washington utiliza corrientemente como cobertura, a fin de inmiscuirse en los asuntos internos de los países “beneficiarios”. Por último, había que recordar el papel absolutamente clave que tuvieron tanto la burocracia técnica profesional, como los planificadores --todos egresados de la UNAM, del Politécnico y de El Colegio

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Militar--, tanto en el diseño de los grandes sistemas de obras públicas, como en la creación de las instituciones torales y de las grandes empresas del Estado. Prestigiada burocracia profesional que duró en funciones hasta verse totalmente substituída, por razones de edad y de cambio generacional, hasta la primera mitad de la década de los años sesentas.

Sin embargo, coincidiendo con esto último, también todo alcanza un precio. El innegable éxito económico, político y social del modelo mexicano durante tres décadas, coincidió con las posibilidades de absorción del mercado interno, mientras la situación internacional estaba totalmente volcada lidiando con las crisis bélicas y económicas planetarias, y como resultado, las empresas mexicanas no sólo dejaron de mostrarse rentables, sino perfectamente obsoletas, a partir de la década de los setentas, cuando se inició la gran transformación tecnológica que ha llevado al capitalismo a la situación actual. Menos rentable aún, resultó haberse acostumbrado a mirar al resto del globo terráqueo, sólo a través de los ojos de Washington, lo que implicó ya no una simple obsolescencia económica, sino más bien de índole cualitativa, es decir: política. La consecuencia de estas deficiencias quedaron perfectamente a la vista, entre 1966 y 1981: tanto la obsoleta máquina económica como la política se atascaron, y a fin de volverlas a poner en circulación, sin modificar un ápice sus estructuras, se recurrió al fácil expediente de las reservas petroleras, medicina que se reveló peor que la enfermedad, al petrolizarse la vida nacional y deslizarse, como inmediata y automática consecuencia, por el estrecho tobogán de las crisis recurrentes: económicas, sociales y políticas. Fenómeno de espiral en descenso al que destinaremos nuestra última etapa.

En los análisis que normalmente encontramos respecto a la política exterior, difícilmente se aborda el problema de la estructura interna del poder, en nuestro caso de la estructura del poder mexicano. Pero dentro del análisis de una estructura geopolítica, es imposible que eso se olvide. De esta forma, como hemos hecho al abordar las anteriores etapas, también aquí debemos hacer una reflexión sobre el particular. Manteniéndonos dentro del criterio del reino de las pequeñas oligarquías, hemos visto que durante toda nuestra historia, son éstas las que han decidido y deciden, lo esencial de nuestro devenir político. Pues bien, la pequeña oligarquía liberal masónica porfirista, que además practicaba más que el positivismo, el darwinismo social, cimentada a su vez sobre similares oligarquías locales infinitamente más débiles fue más que desplazada, barrida, por el gran movimiento popular. Movimiento al que a su turno, los nuevos líderes también masones, fueron acotando con nuevos y respectivos parámetros. Recordemos que el porfirismo fue el que en buena medida rescató un poder central muy fuerte (como el de la etapa colonial), nuevamente impuesto sobre una red de oligarquías locales las cuales le debían su existencia, desde los días de la lucha contra la iglesia y los franceses. Sencillamente este sistema de poder sumamente elemental, fue sustituído por otro igualmente oligárquico y muy centralizado, que a su turno premió a sus aliados con cacicazgos (es decir pequeñas oligarquías) locales. De entre estas oligarquías “revolucionarias” locales, sin duda además de la yucateca, sin duda la más interesante es la chiapaneca, porque de hecho, a diferencia de todas las otras, la estructura chiapaneca no cambió. Extraordinario fenómeno atribuible, a la innegable inteligencia de la propia oligarquía chiapaneca, ya que cuando estalló la revolución los hacendados chiapanecos no tardaron en presentarse acompañados de sus peones para unirse al movimiento armado, y lo mismo habían hecho en 1860 al apoyar a los liberales en su lucha contra la iglesia y los franceses, y por supuesto también, tres o cuatro décadas antes,

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al plantearse el problema de continuar siendo parte de Guatemala, o unirse a la naciente República Mexicana, momento en que astutamente se decidieron por esto último, dado que sus intereses básicos, estaban inextricablemente ligados a los de las oligarquías locales mexicanas vecinas. En consecuencia, nadie se debe preguntar porqué nunca se aplicó en Chiapas la reforma agraria, ni mucho menos sobre la presencia en su suelo de su obligado correlato: el Subcomandante Marcos.

Naturalmente, las oligarquías de nuevo cuño, principalmente en la capital se fueron refinando haciéndolas pasar por filtros, como el de la educación universitaria. Con las de provincia ocurriría igual, si bien en Estados como: Hidalgo, Guerrero, Oaxaca la existencia de títulos universitarios, en nada refinaron hasta hoy los procedimientos autoritarios.

En paralelo a la existencia de las oligarquías nacionales y locales masónicas, desde los años 30 y 40 del siglo pasado, otro grupo de poder igualmente semi secreto fundado en España en la tercera década del siglo pasado, y directamente competidor de las clásicas sociedades masónicas, hizo su aparición: el Opus Dei. Grupo que gradualmente se fue infiltrando, sin mucho esfuerzo, entre los grupos empresariales privados, los cuales en nuestro caso han tenido la originalidad de cubrirse bajo el manto de una supuesta religiosidad. Poderoso grupo de poder que puso la mira de sus grandes objetivos, tanto en el sistema educativo nacional, como directamente en el poder público. Huelga decir, que la coyuntura ideal para pasar al asalto fueron las crisis en cascada, a partir de administraciones ad hoc, como las de: Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría Álvarez, José López Portillo, y por supuesto, los últimos cuatro neoliberales: Miguel de la Madrid Hurtado, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo Ponce de León y Vicente Fox Quesada, en el curso de las cuales se han permitido exhibir sin el menor recato, el inmenso poder que hasta hoy llevan acumulado (35).

Para terminar, el cuadro de la actual estructura del poder estaría incompleto si no nos referimos en el curso de las últimas cuatro décadas, a la red que tanto las sociedades masónicas (a la defensiva), como su gran competidor el Opus Dei (a la ofensiva), han tejido entre sí, y con otros no menos visibles grupos de poder, del tipo de: los homosexuales y los grupos extranjeros, señalando que de entre estos últimos, destacan especialmente dos: los españoles y los judíos, a ellos les siguen: los alemanes, los franceses, los árabes, los chinos, los japoneses, los ingleses, los estadunidenses, italianos, etc., de los cuales varios de ellos mantienen y perpetúan deliberadamente, tanto su identidad como sus respectivos símbolos, a través de: liceos, hospitales, cementerios, clubes, publicaciones y una serie de actividades: culturales, deportivas, científicas, etc.

Desde luego, esta estructura e hilos del poder, que por supuesto ha ido infiltrando a sus respectivos miembros en todos los rincones de la vida nacional, no cuesta ningún trabajo también encontrarlos en todos y cada uno de los niveles de decisión, no digamos del llamado sistema privado, sino esencialmente del público. Por lo mismo y en paralelo, tampoco cuesta trabajo demostrar que, como una parte importantísima del sistema real de poder, en paralelo, la corrupción también es imposible de disfrazar y permea a todos y cada uno de los estamentos y rangos. Ahora bien, la corrupción ha sido nuestra fiel compañera a partir de la etapa hispánica y, digamos, que durante todo este largo tiempo, en el mejor de los casos más que lograr extirparla, sólo ha sido posible mantenerla eventualmente a niveles

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“manejables”, situación alcanzada presumiblemente durante las dos décadas de crecimiento del porfirismo: 1890-1910, y sobre todo, en el curso de las tres décadas del único período de desarrollo que los mexicanos hemos conocido en el transcurso del último medio milenio: 1935-1965. En nuestros días la corrupción es de tal amplitud y naturaleza, que la pequeña oligarquía que nos gobierna publicamente la exhibe como la máxima joya, no sólo de su inmenso poder, sino de su absoluta impunidad (36).

Por último, el dispositivo del tipo de la política exterior, que orgullosamente acompañó desde la segunda etapa del porfirismo a los sucesivos gobiernos hasta 1965, fue atrapado por el torbellino de la crisis que, desde ese mismo año hasta el día de hoy, no nos abandona. Ciertamente no se desmoronó todo el edificio de golpe, pero fue perdiendo y atrofiando sus funciones inexorablemente, con seguridad por causas atribuibles tanto al propio mecanismo oficial (la Secretaría de Relaciones Exteriores), como a diversos motivos externos a él. Entre las causas propias o internas, sin duda se tendría que contar, el que no se haya vuelto a tomar en serio la necesidad de diversificar realmente las relaciones bilaterales, o en otras palabras, que se conformara con dirigirse al resto de la humanidad a través de la visión estadunidense, y para muestra de ello basta recordar, el que se haya olvidado para nuestros intereses, de la existencia de regiones enteras del planeta, como por ejemplo: África y la mayor parte de Asia. Entre los motivos externos al mecanismo oficial, el permitir que dentro del gobierno mexicano se impusieran otros grupos de poder paralelos al mecanismo institucional, y le arrebataran funciones esenciales, ya no digamos que se evitara seguir la que parece ser una tendencia natural (que se ha dado en todo el mundo), respecto de que muy diversas entidades oficiales se doten de sus propios mecanismos, a fin de tratar en forma especializada los asuntos externos, sino que, a pesar de ello por razones de simple coherencia la S.R.E. no se hubiera reservado la coordinación de todas las iniciativas. El ejemplo más gráfico de esta terrible deficiencia, es el famoso Tratado de Libre Comercio con los EUA, no sólo fincado en el desastre de la falta de negociación sino encima también, en el de la ausencia de coordinación, supuestamente negociado y firmado a través de la Secretaría de Economía. Bueno, si la respectiva muy pequeña oligarquía que puebla nuestra cancillería, no permitió durante largas décadas abrir mayor número de plazas al servicio profesional de carrera, presuntamente con el fin de evitar perder poder al convertirlas en un apetecible botín político para otros grupos rivales, como justamente había ocurrido en el caso de las nuevas plazas en las otras Secretarías, la pequeñísima oligarquía de la extrema derecha que ahora conduce al país también acabó con esa preocupación, al subastar solo entre sus parientes, amigos y protegidos los nuevos y viejos cargos, de la Secretaría de Relaciones Exteriores.

6 – El cuarto de siglo de los gobiernos neoliberales.

Durante este cuarto de siglo, en que se entronizaron los neoliberales e invadieron con su ideología todos los aspectos de la vida nacional, paralelamente a la reducción no sólo de la participación del Estado en la vida económica, sino muy en particular, al abandonar el desempeño de sus funciones básicas: educación, salud, seguridad, justicia, servicios elementales básicos, exactamente en la misma proporción disminuyeron tanto el abanico de las concepciones, como en su representación de la vida interna y de la externa. Es decir, por obvias razones, se redujeron al máximo los alcances y la mira de la política interna y, por supuesto, de la externa.

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A partir del gobierno de Miguel de la Madrid (1982-1988), al mismo tiempo que el dispositivo militar y el dispositivo religioso empezaron a ser deliberadamente aceitados por las manos de los neoliberales más radicales, por su parte, el dispositivo diplomático que aún había adquirido cierta relevancia durante las inmediatamente anteriores administraciones de: Luis Echeverría Álvarez (1970-1976) y de José López Portillo y Pacheco (1976-1982), mostrando para el caso muy pocas coincidencias con las iniciativas de las respectivas administraciones estadunidenses durante esos años, dicho sispositivo empezó a padecer una sordina respecto de sus anteriores iniciativas, si bien habría que señalar el éxito que aún tuvo el Presidente de la Madrid al especialmente encargar a uno de sus últimos brillantes negociadores, el embajador Ricardo Valero, que desamortizara con sumo cuidado y extrema finura, a través del llamado Grupo Contadora (integrado por Panamá, Venezuela, Colombia y México) el peligroso dispositivo especialmente armado con explosivos por la administración del Presidente Ronald Reagan, a fin de hacer estallar a toda Centroamérica bajo el pretexto de deshacerse del triunfo de los revolucionarios sandinistas en Nicaragua, maniobra que por supuesto amenazaba directa y obviamente a México.

Puestos en esta pendiente, nadie debe sentirse sorprendido que durante las administraciones de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) y de Ernesto Zedillo Ponce de León (1994-2000), la única prioridad en nuestra política exterior se haya reducido a los Estados Unidos, a cuya propia dirigencia convenció el primero de ellos para que nos admitieran junto con el Canadá, dentro del famoso Tratado de Libre Comercio (para nosotros los mexicanos es un Tratado, pero para los estadunidenses se trata de un simple acuerdo). Firma del acuerdo o del Tratado, que se celebró con grandes fanfarrias hace trece años como nuestra entrada triunfal en el Primer Mundo y, en efecto, durante los primeros años de la administración del Presidentre Zedillo el país recibió inversiones particularmente norteamericanas de alguna importancia, lo que entonces engañó a algunos ingenuos al hacerles suponer que ya estábamos en el paraiso, pero que al cambiar la administración a la del Presidente Vicente Fox (2000-2006), se comprobó que, una vez más, todo se reducía a una falsa alarma. El TLC ciertamente ha servido, pero para acelerar la articulación completa del país con los Estados Unidos, desarticulando en paralelo el sistema productivo mexicano, y dejándolo a merced de sus políticas e intereses, al tiempo de liquidar partes completas muy importantes de la planta productiva nacional, y lanzando a la desocupación y a la economía informal, a decenas de millones de mexicanos, de los cuales varios millones de ellos finalmente optaron por emigrar a los Estados Unidos.

Desde luego, esto último no cuesta trabajo comprobarlo, ya que la única prioridad del gobierno del Presidente Vicente Fox (2000.2006), precisamente se redujo durante todo su sexenio, a la obtención de un acuerdo migratorio con los propios Estados Unidos, y para convencerlos no sólo disminuyó deliberadamente al mínimo sus relaciones con los países de América Latina, sino encima se tensaron a tal grado los lazos con: Cuba, Venezuela, Bolivia y Argentina, que por momentos supusimos que la verdadera idea era que, de conformidad a la sugerencia hecha en ocasión de los atentados del 11/09/01 por el entonces canciller del “gobierno del cambio”, de apresurarnos a enviar tropas mexicanas a fin de apoyar el dispositivo estadunidense en Afganistán, podría pensarse en una solución similar muy pocos años después, a fin de convencer a los “renegados”, tanto sudamericanos como caribeños. Pero a pesar de todo el grave desaguizado montado por el gobierno de Fox

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contra los latinoamericanos, eso tampoco dió ningún resultado, porque los Estados Unidos han seguido no sólo sin querer oir hablar del famoso proyecto de acuerdo migratorio, sino endureciendo sus posiciones frente al fenómeno.

A la pequeñísima oligarquía de la extrema derecha que acompaña al Presidente Fox, le ha parecido perfectamente normal que, en un país laico, el dispositivo religioso ocupe la máxima prioridad, aunque desde luego sin olvidarse ni descuidar el dispositivo militar, seguramente con el fin de que éste último borre de paso de su memoria, el hecho de que hasta hace medio siglo, las fuerzas armadas estaban orgullosas de ser uno de los baluartes de la masonería y del nacionalismo en el país. En otras palabras, el dispositivo geopolítico, vive ahora uno de los peores momentos en la historia de México.

CONCLUSIONES.

El recorrido en grandes brochazos por nuestra historia, como lo permite el diseño geopolítico, muestra en primera instancia sin duda, enormes esfuerzos de las distintas dirigencias políticas por consolidar y consolidarse en el poder.

Obviamente, la acumulación de recursos o la importante reserva existente de los mismos, en el ámbito mesoamericano, en el novohispano y, finalmente, en el mexicano, por sí solo ha condicionado para que las distintas fuerzas en presencia, canalicen con frecuencia sus iniciativas geopolíticas, más bien por el ángulo de la controversia, antes que por el del consenso. E incluso, este respetable inventario de recursos e históricamente la permanente disputa por el control de los mismos, neutralizó en buena medida no sólo las posibilidades para alcanzar los esperados acuerdos consensuales, sino tanbién el de los cruciales ensayos democráticos y de autogobierno. En consecuencia, durante todo el transcurso de nuestra larguísima y milenaria historia, las grandes soluciones políticas siempre se han visto implementadas de una manera vertical e inconsesual, por parte de pequeñas oligarquías.

Ahora bien, la cruenta y milenaria disputa llevada a cabo entre las citadas pequeñas oligarquías, facilitó de entrada enormemente el trabajo de un pequeño grupo de europeos, para que a su vez las oligarquías más agraviadas durante el larguísimo trascurso de la disputa prehispánica por el poder, pasaran no sólo protagónicamente a la ofensiva, sino fueran ellas mismas las que finalmente implementaran las bases de un increiblemente poderoso y nuevo imperio planetario, naturalmente bajo el diseño y para el beneficio, de los propios europeos. Nueva concepción de imperio planetario tan bien lograda y estructurada, que incluso le serviría de modelo a los mismos competidores de España, por supuesto también europeos, quienes de inmediato pasaron con sus respectivos y nuevos dispositivos geopolíticos, a disputarle con éxito a aquellos primeramente beneficiados, el control de los recursos del planeta.

Como estamos diciendo, España tuvo un inmenso éxito hace medio milenio, con la rápida consolidación de su imperio planetario, pero a cambio de ello irónica y trágicamente conculcó sus propias posibilidades de desenvolvimiento histórico cualitativo. Es decir, a causa de su enorme éxito en América, paradójicamente no sólo no pudo entrar debidamente al naciente capitalismo europeo, sino al quedarse en el umbral, tampoco continuar su

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desarrollo conforme a las reglas geopolíticas de éste, y por si con esto no hubiera sido suficiente, igualmente condenó también por ello mismo, el consiguiente ascenso geopolítico de sus colonias. Luego entonces, si la democracia capitalista la vino a conocer España, en el transcurso de la segunda mitad pero del siglo XX, por su parte su importante virreinato novohispano, según hemos dicho, no sólo en ese importante momento histórico tampoco vió el capitalismo, sino ni siquiera lo ha visto ni conocido en los casi dos siglos posteriores que lleva como presunto país “independiente”. Por razones obvias, hasta la actualidad los problemas que arrastra México, son los de un verdadero y extraño amasijo, pero de estructuras geopolíticas precapitalistas, que impregnan como lastre no solamente toda su vida, sino por razones elementales, sus distintas áreas de la vida rural y urbana. Además, al registrar a consecuencia de ello una permanente y agria disputa interna por el poder, necesariamente por parte de muy pequeñas oligarquías fincadas en estructuras precapitalistas, les ha sido mucho más fácil a estas mismas en los momentos históricos cruciales (como ocurre precisamente en nuestros días), llegar a imponerse por medio de la victoria militar, que a través de mínimos acuerdos consensuales democráticos.

Ahora bien, dentro del balance de las estructuras geopolíticas, la reflexión nos lleva a considerar y retener ciertas reglas también precapitalistas, las cuales no sólo nos acompañan fielmente, sino hasta hoy han logrado marcarnos durante toda nuestra existencia. De esta forma, el innegable poderío de los colosales imperios prehispánicos asentados en las altas mesetas centrales mesoamericanas, prácticamente en ningún momento registra especial interés geopolítico por ejemplo, hacia las reglas y los espacios marítimos, si bien aquí habría que acotar sobre este mismo particular, las iniciativas, por cierto no sólo complejas, sino bastante bien concebidas y desarrolladas a través del comercio marítimo, del mundo maya entre sí y con los pueblos antillanos. Es decir, por eso mismo bastante tangenciales respecto a la clara visión del poder proveniente de las altas mesetas mesoamericanas. En otras palabras, se trató de sociedades imperiales visiblemente impregnadas de un diseño geopolítico esencialmente continental, lo que equivale a decir interno, o con una consiguiente visión volcada hacia el interior. A diferencia de sus contemporáneas, las sociedades prehispánicas andinas, para las cuales la navegación marítima costera y en alta mar, con fines de gran explotación y extracción, tanto de alimentos, como de productos comerciales: perlas, conchas, caracoles, etc., e incluso, con conocimiento y comunicación respecto de las sociedades polinesias, fue un asunto cotidiano y bastante frecuente, durante milenios.

Sobre este mismo importante déficit en particular, durante la época hispánica, tampoco se nos resolvió el asunto, dado que la dirigencia española igual que conculcó las prácticas democráticas de autogobierno a través del virreinato, de la misma forma puso un gran celo para que los nativos no aprendieran las artes y oficios de la navegación marítima (a diferencia de los hijos de los ingleses asentados a partir del siglo XVII en las trece colonias atlánticas de norteamérica), y aunque los novohispanos se mostraron innovadores y perfectamente capaces de desarrollar y lanzar sus propias e importantes iniciativas al respecto, muy concretamente a partir de las Filipinas, dicha experiencia no se pudo reproducir, no digamos en o desde el virreinato, sino tampoco durante el llamado México “independiente”, y la prueba está en que sólo se logró desalojar a la pequeña guarnición española parapetada en el Castillo de la Isla de San Juan de Ulúa, hasta 1825 (la cual se mantuvo ahí entre 1821 y 1825 bien abastecida desde La Habana), cuando con múltiples

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dificultades, la nueva dirigencia nacional pudo comprar en Nueva Orleáns, una pequeña flota de buques para emplearla con ese propósito. Entonces tampoco debemos sorprendernos que, uno de los grandes objetivos del régimen del emperador Maximiliano (un gran experto en asuntos de marina), fuera dotar a México de una gran política marítima, con modernos puertos, flotas, astilleros y ferrocarriles que comunicaran todo el complejo dispositivo con el interior del país, lo cual incluyó un cuerpo de leyes al respecto que, hasta hoy, no ha logrado ser superado. Esto último, ni siquiera por el régimen porfirista que es al único de los de origen nacional, al que verdaderamente le preocupó el asunto. La consecuencia de todo esto es que en México, a diferencia de los sudamericanos: argentinos, uruguayos, chilenos, brasileños, otros, nuestra mente, o la mente geopolítica mexicana, hasta el día de hoy aún sigue siendo, o padeciendo, el determinismo de la continentalidad. Fenómeno similar al que históricamente encontramos, por ejemplo, en el caso de los mongoles, con la pequeña diferencia de que estos últimos ciertamente se sienten en el ombligo o en el centro de un vasto continente, sobre el que su nada escaso poder, en muy diversas ocasiones históricas pudo verse desbordado ha través de la eficacia de sus jinetes. Si bien, con la salvedad de que los mongoles no se pueden siquiera imaginar, que además de existir esa misma envidiable posición geopolítica central continental, similar a la de ellos mismos, asombrosamente se la pueda acompañar, con más de 11,000 kilómetros de costas sobre dos colosales oceános, pero sin duda ni aún eso los dejaría tan estupefactos, como el hecho de saber, que a la inmensa mayoría de las distintas dirigencias de la entidad estatal que en los últimos dos siglos, ha reunido tan remarcados atributos, dichas virtudes hasta el día de hoy no le hayan servido absolutamente para nada. La ambigüedad subida al extremo de lograr ignorar y borrar nuestro propio sentido geopolítico.

Otro aspecto de esta característica geopolítica es que, en la época prehispánica, todo el tiempo o permanentemente, se trató de unidades independientes o, más bien, con muy alta conciencia de su autonomía. Pues bien, a partir de la época hispánica, literalmente no sólo desapareció la autonomía, sino esta quedó tan condicionada, que o no se pudo recobrar, o lo peor, finalmente se perdió dicha conciencia, y encima de eso, muy al final de los tres siglos durante dicho período, encima apareció la sombra del poder imperial estadunidense. Es decir, la vulnerabilidad mexicana no sólo ha estado dada a partir de entonces por la inestabilidad, como una constante, sino que además, sobre esta misma directamente inside y pesa, y no por simple casualidad, la presencia norteamericana, y esta ha sido la regla y el síndrome hasta el día de hoy.

Desde luego, en materia de política exterior, aún la deficiente estructura precapitalista del país, puesta a prueba por el terrible desafío del colosal ascenso imperial estadunidense, como respuesta en el transcurso de los últimos dos siglos, se han hecho esfuerzos nada despreciables para dotarse de instrumentos y dispositivos geopolíticos a la altura de las circunstancias, e innegablemente se tuvieron sonados e importantes éxitos al respecto. Sin embargo, presumiblemente dichos esfuerzos, en buena medida se consumieron casi en su totalidad, al deber contener las peores ambiciones norteamericanas, ya que visiblemente, o no fueron suficientes, o no lograron articularse al necesario impulso que decidiera como un siguiente paso: el impulso cualitativo interno hacia el capitalismo desarrollado y consiguientemente, hacia la verdadera autonomía. Con seguridad esta circunstancia tan ambigua, de finalmente no alcanzar hasta hoy estadios geohistóricos superiores, sin duda también ha alentado en nuestros días, a las más recalcitrantes y obsecadas fuerzas internas

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precapitalistas, no sólo para lograr que México se olvide en completar la siguiente etapa histórica, sino incluso como le ocurrió a España en 1936, para intentar el absurdo de un regreso o una involución dentro de su propia historia, es decir, descender a los días en que la iglesia y sus poderosos seguidores, pretendían ser el único referente nacional.

NOTAS.1.- La teoría del dispositivo “es un concepto central del método geopolítico, y tiene como propósito dar cuenta tanto del ajuste y jerarquización de prioridades como de los objetivos que un país se ha propuesto alcanzar con su comportamiento y posturas geopolíticas”. Destinada tanto a facilitar las iniciativas y ambiciones externas de un Estado, como a neutralizar las amenazas provenientes de otros, para su implementación debe lógicamente recurrir a elementos de dos órdenes: a) externos, referidos muy concretamente al necesario tipo de alianzas que el dispositivo requiere efectuar con otros Estados, las cuales eventualmente pueden cambiar con vistas a mantener y conseguir el objetivo propuesto; y, b) internos: el dispositivo geopolítico esencialmente se encarna tanto en un dispositivo diplomático, como en un dispositivo militar y en un dispositivo que agrupa los medios secretos de acción y de coerción (espionaje y servicios especiales). Para un conocimiento más anplio y preciso de la “teoría del dispositivo”, consultar: François Thual, Méthodes de la géopolitique, Apprendre a déchiffrer l’actualité, Paris, Ellipses, 1996; también: Aymeric Chauprade, François Thual, Dictionnaire de Géopolitique, Paris, Ellipses, 1998, pp. 486-491. A su vez., para una bastante amplia y precisa exposición de la “teoría de la representación”, consultar:Yves Lacoste director, Dictionnaire de Géopolitique, Paris, 1993, especialmente el Preámbulo pp. 1-35; también del mismo autor: Vive la Nation, Destin d’une idée géopolitique, Paris, Fayard, 1997.

2.- En opinión del Profesor Yves Lacoste dada, entre otras cosas, la actual dificultad para establecer aún puntos de vista comunes sobre los múltiples aspectos y facetas que ofrece la geopolítica, resulta en consecuencia un tanto pretensioso llamarla ciencia, por ello mismo prefiere mantenerla a nivel de: “iniciativa científica”, consultar: Dictionnaire de Géopolitique, op. cit., p. 3.

3.- Aquí debo hacer notar lo que entiendo, tanto por cultura, como por los criterios de la civilización. La primera implica, todo aquel amplio, vasto y denso bagaje de elementos y redes sociales que finalmente se resumen en una muy particular y propia concepción del mundo, y desde luego de su respectivo universo, lo cual no sólo acompaña, sino que visto en profundidad, más bien caracteriza e identifica a las sociedades milenarias, cuyos ciclos y procesos de evolución necesariamente se dan, ocurren o devienen, de manera muy lenta y pausada en una igualmente vasta y densa dimensión temporal. A diferencia del ciclo, o más bien en plural, de los rápidos ciclos y superficiales procesos de evolución de lo que me permito denominar, los criterios de la civilización, los cuales curiosamente incluso dentro del arco de ciclo de una misma cultura, por supuesto que tienden a cambiar aunque muy aceleradamente, dentro de espacios de tiempo desde luego muy continuos, por lo mismo muchísimo más breves, y que por lo tanto no sólo permiten, sino tienen entre otras cosas como mérito y función primordial, ni más ni menos, la de lograr hacer operativas en su penosa densidad a las propias culturas (ya sea a una misma o a varias culturas entre sí). Ejemplificando para que mejor nos entendamos, hablamos de la cultura china, la persa, la

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de La India, la griega, la egipcia, la etrusca, la hitita, la fenicio-cartaginesa, la europea, la mexicana, la maya, la peruana, la chimu, etc., entre el mosaico de muy diversas otras que arrastran consigo pasados milenarios gloriosos, pero dificilmente dentro de esta concepción podríamos hablar de la cultura estadunidense, en razón de que sin duda sus innegables logros técnico-sociales los cuales están y se encuentran a la vista de todos, típicamente corresponden a los de una magnífica y extraordinaria civilización, y por ello mismo se sitúan al efecto dentro de un ciclo y una dimensión temporal de más de 300, pero de menos de 400 años de historia. Es decir, un período muy breve y por lo mismo demasiado joven, para el devenir y la eternidad de los procesos geohistóricos de las culturas, y tan es así que entre otras cosas, hasta nuestros días los estadunidenses aún no acaban de absorber, asimilar e integrar, a muy importantes y destacados núcleos originariamente existentes dentro o en la base de su respectiva sociedad, y eso a su vez ayuda a explicar, los serios problemas de identidad que arrastran entre otros, aquellos de sus miembros quienes además pretenden subrogarse la exclusividad, dentro de la propia sociedad estadunidense.

4.-Sobre la complejidad del mundo mediterráneo existe una muy buena y rica literatura, por lo que se puede iniciar su conocimiento y acercamiento, desde el punto de vista geopolítico, a través de los espléndidos estudios y las teorías clásicas del prestigiado historiador y geógrafo Profesor Fernand Braudel: El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la Época de Felipe II, México, FCE, 2002; El Mediterráneo, el Espacio y la Historia, FCE, México, 1989.

5.- Sin duda los mejores estudios y discusiones teóricas sobre las disputas por el dominio y el predominio del espacio bajo los enfoques geopolíticos, son los del Profesor Yves Lacoste y de su selecto grupo de especialistas, quienes los han admirablemente expuesto además de en numerosos libros, durante los treinta años de publicación de su famosa y prestigiada revista cuatrimestral Herodote.

6,- De las diversas definiciones que existen sobre “política exterior”, tomaremos la del Profesor Edmundo Hernández Vela, quien nos dice: “Es el conjunto de políticas, decisiones y acciones, que integran un cuerpo de doctrina coherente y consistente, basado en principios claros, sólidos e inmutables, forjados a través de su evolución y experiencia histórica; permanentemente enriquecido y mejorado; por el que cada Estado, u otro actor o sujeto de la sociedad internacional, define su conducta y establece metas y cursos de acción en todos los campos y cuestiones que trascienden sus fronteras o que pueden repercutir al interior de las suyas; y que es aplicado sistemáticamente con el objeto de encauzar y aprovechar el entorno internacional para el mejor cumplimiento de los objetivos trazados en aras del bien general de la nación y de su desarrollo durable así como de la búsqueda del mantenimiento de relaciones armoniosas con el exterior”, Diccionario de Política Internacional, México, Edit. Porrúa, 2002, Tomo II, p. 935.

7.- En la actualidad existe una nutrida literatura sobre Mesoamérica, al respecto recomendamos iniciar el periplo de su conocimiento, a través del rico material que sobre el particular incluye: La Enciclopedia de México, José Rogelio Álvarez director, México, Tomo IX, 1988, pp. 5212-5225. También, los ensayos especialmente preparados sobre el tema, por: Irene Sánchez Ramos, Carlos Figueroa Ibarra, Rodrigo Páez Montalbán, Gisela

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González, Consuelo Sánchez y Kristina Pirker, incluídos en la revista: Estudios Latinoamericanos, FCPyS, UNAM. Nueva Época, Año X, N° 19, enero-junio de 2003.

8.- Los serios problemas que aquejaban al capitalismo y a los europeos hasta el siglo XVI, eran: los muy crudos y largos inviernos, las hambres y su inmediata consecuencia: las epidemias, las cuales no sólo se presentaban de manera períodica, sino que cíclicamente diezmaban a la población; aunadas al no menos serio problema de la permanente falta de numerario metálico, a fin de insuflar y mantener en vida permanente el vital ciclo producción-consumo del propio capitalismo, dado que si bien desde el siglo XIII se conocía la existencia del papel moneda que el propio Marco Polo les mostró, tal como se empleaba desde hacía siglos en el imperio chino, el sistema financiero capitalista europeo no lo adoptó hasta el siglo XIX. Luego entonces, las proteínas americanas andinas (papas o patatas que se pueden cultivar en cualquier tipo de suelo, más los arenques provenientes de los gigantescos bancos de Terranova, sin pretender aquí dejar de lado a las especias mesoamericanas) literalmente salvaron a la población europea; y ni que decir del increíble e inesperado aliento, que de forma directa y literalmente inmediata recibió el mismísimo capitalismo, con la llegada, a partir de 1530, de los fabulosos tesoros provenientes de los yacimientos americanos (esencialmente oro y plata en cantidades masivas). Consultar también: Moreau Defarges, Phillippe, Dictionnaire de Géopolitique, Paris, Armand Colin, 2002, pp.62-64.

9.- Sobre las complejas redes de convivencia política entre los grupos náhuas, entre sí y con el mosaico de otro tipo de pueblos que ocuparon mesoamérica, consultar de: David Silva Galeana (autor que casualmente habla y lee náhuatl), su tesis para obtener el grado de Licenciado en Relaciones Internacionales, titulada: “Las relaciones diplomáticas entre los distintos señoríos del México Prehispánico, hasta 1521”, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM, 1998. Investigación dirigida por el Doctor Miguel León Portilla.

10.- Sobre la teoría de los Ejes geopolíticos horizontales y verticales, consultar, del Profesor Jared Diamond el estupendo estudio titulado: Armas, Gérmenes y Acero, La sociedad humana y sus destinos, Madrid, Editorial Debate, 1998.

11.- Ibidem, y también, del propio Profesor Diamond consultar el extracto de su teoría respecto a que la difusión de las milenarias familias de lenguas de los agricultores, corrió paralela en el mundo, con la difusión de las semillas que a su vez ellos portaban: “Los agricultores del mundo sembraron idiomas y semillas”, The New York Times, Selección semanal de Reforma, sábado, mayo 17, 2003, p. 6.

12.- Respecto a la respetable variedad de imperios, reinos y señoríos, por una parte, situados en La India, asi como por otra, la enorme cantidad de reinos, señoríos y ciudades estados simultáneamente existentes en Europa, durante los siglos XV al XVII, consultar: Sallmann, Jean Michel, Géopolitique du XVI siecle, 1490-1618, Éditions du Seuil, 2003, pp. 23- 29, 46-65 y 97-116..

13.- Sobre la existencia de una excelente organización científica y técnica en el seno de las culturas mesoamericanas, que en buena medida permitió compensar la falta de animales de tiro y de arrastre, a fin de lograr muy altos niveles demográficos dentro de estadios

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relativamente similares a los de las culturas: asiáticas, africanas y europeas que si los tuvieron, consultar: Sugiura Yamamoto, Yoko, “La ciencia y la tecnología en el México antiguo”, Ciencia y Desarrollo, México, Conacyt, N° 43, año VIII, pp. 112-141.

14.- Consultar: “Olmecas”, Enciclopedia de México, director Rogelio Rodríguez Álvarez, México, Tomo X, 1998, pp. 5595-5596.

15.- Es importante destacar que en los excelentes museos de San José de Costa Rica, como: el Del Jade y el Del Oro, aparece sobre el mapa cuadrangular de la actual República de Costa Rica, prácticamente dividido por mitad en triágulos rectos similares, siguiendo para ello el trazado de la ocupación geoestratégica llevado a cabo por los distintos y milenarios grupos prehispánicos: en el Del Jade dedicado a la representación de los mesoamericanos, o “norteños”: olmecas, mayas, teotihuacanos, toltecas y meshicas, dichos grupos en especial se asentaron sobre el espacio de uno de dichos triángulos, en este caso el formado hacia el oeste por una diagonal inclinada, diagonal que correría del vértice situado en el noroeste en la Costa Atlántica, hasta el vértice del sureste en la Costa del Pacífico con sus dos penínsulas, y cuya base perpendicular resultaría ser la actual frontera con Nicaragua, mientras la correspondiente base horizontal del mismo triángulo la formaría la Costa del Pacífico. En cambio, los asentamientos de los “sureños”, a quienes deliberadamente se les reservó en San José el Museo Del Oro, expresamente dedicado a los grupos andinos, estos mismos ocuparon un triángulo similar al anterior, aunque invertido, es decir, cuya base horizontal la ocuparía la Costa del Atlántico, mientras la actual frontera con Panamá pasaría a ser la base vertical, y naturalmente la línea de separación de ambos triángulos, correría o la ocuparía la misma diagonal inclinada. Pues bien, la anterior es una apreciación, ya que otra concepción paralela más bien establece que, los norteños mesoamericanos se expandieron por la costa centroamericana del Pacífico, hasta Panamá. Mientras los sureños andinos, entre otros grupos: los chibchas, se reservaron la costa caribeña o atlántica centroamericana, al menos hasta Nicaragua y buena parte de Honduras, lo cual tiene lógica, ya que las islas del Caribe, prácticamente en su totalidad hasta el archipiélago de Las Bahamas, fueron colonizadas desde muy antiguo por los pueblos: arawaks, de los que se derivaron los “tainos” y los “caribes”, con quienes casualmente se tropezó Colón, y los cuales originalmente provinieron del estuario y la cuenca del Orinoco. Pueblos caribeños y sudamericanos establecidos en las costas atlánticas centroamericanas, con quienes por otra parte, comerciaban intensamente los mayas tanto por las vías terrestres como por las marítimas, al grado que los españoles constararon la existencia de un sistema de faros y edificaciones para facilitar la orientación durante la navegación por las costas de El Caribe, dispositivo especialmente diseñado y establecido por los mayas. Consultar, para la colonización del Caribe por parte de los pueblos sudamericanos: Joseph Grolier, Cuba, Carrefour des Caraïbes, Société Continentale d’Éditions Modernes Ilustrées, Paris, 1970; también: María Teresa Franco (directora), Arqueología Mexicana, La Navegación entre los Mayas, México, Vol. VI, N° 33, especialmente los artículos, de: María Eugenia Romero, Anthony P. Andrews, Tomás Gallareta Negrón, Carlos Navarrete y Sonia Lombardo de Ruíz; y por último: “Los Mayas”, José Rogelio Álvarez director, Enciclopedia de México, Tomo IX, 1988, pp. 5092 a 5104. Respecto a las eficacia de las redes de caminos terrestres tanto en el mundo náhuatl, como también en el maya, consultar: María Nieves Noriega de Autrey (directora), Arqueología

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Mexicana, Rutas y Caminos en el México Prehispánico, México, Vol. XIV, N° 81, sep.-oct. de 2006.16.- Respecto a las investigaciones más recientes sobre la cultura “madre” olmeca, consultar: Ladrón de Guevara, Sara, “Museo de Antropología de Xalapa”, Arqueología Mexicana Edición Especial 22.

17.- Respecto a los criterios empleados por los meshicas para denominar en su propia lengua náhuatl, así como asignar funciones a los extraordinarios vestigios de la colosal metrópoli teotihuacana, consultar: A.R. Williams, “Teotihuacán Secreto. La pirámide de la muerte”, National Geographic, Español, México, octubre 2004, pp. 2-11. 18.- Para una buena referencia de los estudios hasta ahora realizados sobre el origen maya de los huastecos y sobre la simbiosis realizada por éstos con los toltecas, consultar la Revista bimestral Arqueología Mexicana, México, Vol. XIV, N° 79, mayo-junio de 2006.

19.- Para una excelente discusión teórica sobre las ciudades Estado establecidas en diversas partes del mundo antiguo y en Mesoamérica, consultar: Marshall J. Becker, “Estructura social en la evolución de los Estados políticos en Mesoamérica”, Los Mayas, El esplendor de una civilización, Barcelona, Turner, 1990, pp. 45-61.

20.- Para un excelente estudio de los períodos Preclásico y Clásico Mayas, consultar de los autores británico y estadunidense: Martin, Simon y Grube, Nikolai, Crónica de los Reyes y Reinas Mayas, La Primera Historia de las Dinastías Mayas, México, Edit. Planeta, 2002.

21.- El trabajo de los autores mencionados en la cita anterior, abreva al detalle en muchas aportaciones de numerosos autores: norteamericanos, británicos y rusos, más la de una misión francesa, y por supuesto, el no menos rico material generado por el destacado trabajo de los especialistas: guatemaltecos, hondureños y mexicanos, resaltando en todo caso muy bien la estrecha relación alcanzada entre mayas y teotihuacanos, concretamente la influencia de los segundos, dentro del extraordinario eje o triada: Copán, Tikal y Palenque.

22.- Sobre el fenómeno de la expansión y “mexicanización” de los procesos de la cultura maya, especialmente a partir del siglo IX de la era Cristiana, consultar: José Rogelio Álvarez director, Enciclopedia de México, op.cit. De igual manera, consultar: Martin, Simon y Grube, Nikolai, op. cit., pp. 226-230. También: Los Mayas, El esplendor de una civilización, op. cit., especialmente los capítulos VI,VII y VIII, pp. 73-115.

23.- Para un conocimiento más profundo sobre el extraordinario personaje, creador y diseñador del Imperio Meshica o Tenochca, consultar: Antonio Velasco Piña, Tlacaelel, el Azteca entre los Aztecas, México, Editorial Jus, 1979. Para un estudio detallado del abigarrado sistema de pueblos existentes en la meseta central, así como de su dispositivo de relaciones y de equilibrios montado durante la época de la máxima expansión Meshica, consultar: Charles Gibson, Los aztecas bajo el dominio español, 1519-1810, México, Siglo XXI, 1967. También: George Clapp Vaillant, La civilización Azteca, México, FCE, 2003.

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24.- Sobre las iniciativas económicas y políticas novophispanas, entre otras cosas con proyección hacia muy diversos puntos de Asia, a través de las Filipinas, consultar: Rodrigo Rivera Lake, “Proyección mexicana en Asia”, en: La presencia novohispana en el Pacífico Insular, México, Conaculta-INBA-UIA, 1992, pp. 27-40. Para entender mucho mejor la trascendencia del dominio oceánico, así como la correspondiente agria disputa por el mismo y el esfuerzo que implicó ponerlo al servicio del naciente capitalismo, consultar las siguientes obras: Juan A. Ortega y Medina, El conflicto anglo-español por el dominio oceánico (Siglos XVI y XVII), México, UNAM, 1994; Alfred W. Crosby, El intercambio transoceánico. Consecuencias biológicas y culturales a partir de 1492, México, UNAM, 1991; Carlos Bosch García, Tres ciclos de navegación mundial se concentraron en América, México, UNAM, 1985; J.H. Harris, El descubrimiento del mar, México, Conaculta-Grijalbo, 1991; Ralph Davis, La Europa atlántica. Desde los descubrimientos hasta la industrialización, México, Siglo XXI, 1989; Michel Mollat du Jourdin, Europa y el mar, Barcelona, Editorial Crítica, 1993.

25.- Sobre las deplorables condiciones de la población novohispana y los increíbles privilegios de las élites oligárquicas, a fines del período colonial, consultar: Alejandro de Humboldt, Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, México, Cía. General de Ediciones, 1953.

26.- Para una detallada explicación del fatal efecto de los gérmenes aportados tanto por europeos como por africanos, sobre las densas poblaciones indígenas americanas, consultar: el excelente estudio del Profesor Alfred W. Crosby, El intercambio transoceánico, consecuencias biológicas y culturales a partir de 1492, México, UNAM, 1991.

27.-Respecto a la liquidación sistemática de los elementos que permitían no sólo conocer, sino especialmente mantener no sólo viva, sino muy alta la conciencia sobre las grandes realizaciones geopolíticas meshicas o náhuas, rescatados incluso entre otros autores, por el franciscano Fray Bernardino de Sahagún, consultar: Cantares Mexicanos, Songs of the Aztecs. Translated from the náhuatl, with an Introduction and Commentary, by John Bierhorst, Stanford University Press, 1985; también, Amos Segala, Literatura náhuatl, Fuentes, identidades, representaciones, México, Conaculta-Grijalbo, 1990.

28.- Sobre la terrible crisis europea y, en particular de la de España, que abarcó la mayor parte del siglo XVII, consultar: Dantí Riu Jaume, Las claves de la crisis del siglo XVII, Barcelona, Editorial Planeta, 1991.

29.- La lista completa de las 250 invasiones armadas estadunidenses contra México, se puede consultar, en: Gastón García Cantú, Las invasiones norteamericanas a México, México, Editorial Era, 1972.

30.- Para un detallado estudio de la política mexicana con respecto a Guatemala, en la etapa del Porfirismo, consultar: Daniel Cossio Villegas, Historia Moderna de México, Vida Exterior, el Porfirismo, Tomo III, México, El Colegio de México, 1959.

31.- Sobre los detalles del verdadero avispero de intrigas, que tejieron alrededor de México las grandes potencias europeas y los EUA, en ocasión de la guerra civil mexicana y de la

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primera guerra mundial, consultar el excelente estudio del Dr. Friedrich Katz, La Guerra Secreta en México, México, Editorial Era, Dos Tomos, 1982; también: Ricardo Urioste, El Káiser y la revolución mexicana, México, Editorial Contenido, 1977.

32.- Para un estudio detallado sobre la participación de México en el Sistema Interamericano, consultar: Ismael Moreno Pino, Orígenes y evolución del Sistema Interamericano, México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1977.

33.- Para un buen análisis sobre el crucial papel de los servicios de propaganda e inteligencia estadunidenses con sus mecanismos para operar en México, durante la II Guerra Mundial, además de destinados a neutralizar y deshacerse de sus similares destacados en el país por las potencias del Eje, aprovechar para igualmente de paso neutralizar a los respectivos servicios de inteligencia ubicados también en México, pero por sus propios aliados. ingleses y franceses, consultar Ortíz Garza, José Luis, México en Guerra, México, Planeta, 1989.

34.- Respecto a la gran ofensiva llevada a cabo en las últimas cuatro décadas por los grupos más radicales de la ultraderecha mexicana, a efecto de apoderarse del poder político y económico nacional, consultar: Delgado Álvaro, “El Yunque en la cima”, y Paredes Moctezuma, Luis, “El asalto”, Proceso, México, N° 1562, octubre 8 de 2006, pp. 36-42.

35.- Consultar, del autor: “La política de diversificación de las relaciones internacionales de México”, en: César Sepúlveda compilador, La política internacional de México en los ochenta, México, FCE., 1994, pp. 101-145.

36.- Para un análisis de la corrupción mexicana vista a través del especial ángulo de la improvisación, consultar, del autor: “Hacia una teoría de la improvisación gubernamental”, Contaduría y Administración, Facultad de Contaduría y Administración, UNAM, julio-septiembre de 1997, pp. 15-38.

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