estas perdiendo el pelo amigo

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 jinetedelaire.b logspot.com http://jinetedelaire .blogspot.com/2005/ 04/e8-ests-perdien do-el-pelo-amigo- ensayo.html E8 Estás perdiendo el pelo, amigo, ensayo Estás perdiendo el pelo, amigo Por: Alfredo Gutiérrez Borrero Escrito originalmente en www.proyectod.com (agosto 15 de 2000) [email protected] Afirmó alguna vez el gran filósofo inglés John Locke que las nuevas opiniones, como las diferencias, son siempre sospechosas y a menudo rechazadas solamente por su condición infrecuente. Decían diseñadores como el famoso Otl Aicher (exaltado por su mundialmente conocido sistema de pictogramas que, con líneas sencillas representando figuritas humanas, identif icó para la historia la actividad de todos los deportes durante y desde los Juegos Olímpicos de Munich hasta nuestros días), que el diseño como actividad iba mucho más allá de crear objetos e imágenes, de manejar los signos y la materialidad y se extendía de la concepción, consecución y puesta en marcha de las capacidades, puntos de vista y actitudes humanas, hasta la forma de plantear el estar y el ser en el mundo.  Y otro renombrado diseñad or y escritor , Y ves Zimmerman (autor del text o “Del Diseño ”. Gustavo Gili 19 98) afirma al respecto que quien quiere compenetrarse con el diseño debe repensarlo constantement e, cavilar sobre su naturaleza porque: “En cualquier caso, hace falta menos ruido y más reflexión en torno a nuestra profesión. Reflexion ar es distinto que alimentar, en las páginas de los diarios y las pantallas de televisión, la moda en que se ha convertido el diseño. Reflexionar es un trabajo denso, duro y sin lucimiento. Es algo que obviamente no interesa a los promotores del boom del diseño”. La reflexión es una condición que brilla por su ausencia en todas las actividades humanas: ¿O qué otra cosa sino falta de ella, es lo que hace que, justo el día en que escribo estas letras, un vándalo encapuchado, supuesto estudiante de la Universidad Nacional de Bogotá, mientras protesta por la visita a nuestro país del presidente del “Imperio Norteamericano” asesine volándole la cabeza con una bomba casera a un compatriota suyo, quizá más humilde y hombre del pueblo que él, sólo por ser policía, representar la autoridad e intentar impedir que los de su ralea perturben la vida normal en la ciudad? ¿Por qué sobreviven en nuestro medio concepciones que desde la edad de piedra han debido superarse? ¿Por qué en plena era de la globalización algunos ciegos individuos tratan de clamar por aislar un país del mundo? Hacerle el feo a los estadounidenses y a los europeos sólo por ser tales, ¿No es una actitud tan censurable como la del mismísimo Adolfo Hitler? En lo que a repensar y replantear las actitudes humanas pocos han sido más grandes para la humanidad que el danés Hans Christian Andersen (1805-1875), y como excelso entre sus ejemplos traigamos a colación la historia de ese Patito Feo: Discriminado por sus congéneres patos por eso que éstos en su juicio irreflexivo estimaban como una severa imperfección, y que al final del relato resulta ser el carácter de un príncipe entre los palmípedos. El patio feo era un aristocrático cisne al que sus detractores, vulgares patos de baja estofa, juzgaban con terrible dureza sin tener siquiera la capacidad de estimar su auténtica belleza. Y su leyenda muestra cuán vacías y erróneas resultan a menudo las apreciaciones colectivas. Pues bien, días atrás, mientras aguardaba en la recepción de su oficina a uno de mis camaradas de aventuras de fin de semana, me encontré con otro conocido, que por ventura trabaja en esa misma compañía, el cual examinando mi larga y fina cabellera se quedó mirando mi cabeza y , como si hubiera visto en ella algo repulsivo, me dijo con tono de voz trágico: “Estás perdiendo el pelo, amigo”, a lo que yo repuse (casi avergonzado y sintiéndome presa de

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E8 Estás perdiendo el pelo, amigo, ensayo

Estás perdiendo el pelo, amigo

Por: Alfredo Gutiérrez Borrero

Escrito originalmente en www.proyectod.com (agosto 15 de 2000)

[email protected]

Afirmó alguna vez el gran filósofo inglés John Locke que las nuevas opiniones, como las diferencias, son

siempre sospechosas y a menudo rechazadas solamente por su condición infrecuente.

Decían diseñadores como el famoso Otl Aicher (exaltado por su mundialmente conocido sistema de

pictogramas que, con líneas sencillas representando figuritas humanas, identificó para la historia la

actividad de todos los deportes durante y desde los Juegos Olímpicos de Munich hasta nuestros días), que

el diseño como actividad iba mucho más allá de crear objetos e imágenes, de manejar los signos y la

materialidad y se extendía de la concepción, consecución y puesta en marcha de las capacidades, puntos d

vista y actitudes humanas, hasta la forma de plantear el estar y el ser en el mundo.

 Y otro renombrado diseñador y escritor, Yves Zimmerman (autor del texto “Del Diseño”. Gustavo Gili 1998)

afirma al respecto que quien quiere compenetrarse con el diseño debe repensarlo constantemente, cavilar 

sobre su naturaleza porque: “En cualquier caso, hace falta menos ruido y más reflexión en torno a nuestra

profesión. Reflexionar es distinto que alimentar, en las páginas de los diarios y las pantallas de televisión, l

moda en que se ha convertido el diseño. Reflexionar es un trabajo denso, duro y sin lucimiento. Es algo qu

obviamente no interesa a los promotores del boom del diseño”.

La reflexión es una condición que brilla por su ausencia en todas las actividades humanas: ¿O qué otra cosa sino

falta de ella, es lo que hace que, justo el día en que escribo estas letras, un vándalo encapuchado, supuesto

estudiante de la Universidad Nacional de Bogotá, mientras protesta por la visita a nuestro país del presidente del

“Imperio Norteamericano” asesine volándole la cabeza con una bomba casera a un compatriota suyo, quizá más

humilde y hombre del pueblo que él, sólo por ser policía, representar la autoridad e intentar impedir que los de su

ralea perturben la vida normal en la ciudad?

¿Por qué sobreviven en nuestro medio concepciones que desde la edad de piedra han debido superarse? ¿Por qu

en plena era de la globalización algunos ciegos individuos tratan de clamar por aislar un país del mundo? Hacerle e

feo a los estadounidenses y a los europeos sólo por ser tales, ¿No es una actitud tan censurable como la del

mismísimo Adolfo Hitler?

En lo que a repensar y replantear las actitudes humanas pocos han sido más grandes para la humanidad que el

danés Hans Christian Andersen (1805-1875), y como excelso entre sus ejemplos traigamos a colación la historia de

ese Patito Feo: Discriminado por sus congéneres patos por eso que éstos en su juicio irreflexivo estimaban como

una severa imperfección, y que al final del relato resulta ser el carácter de un príncipe entre los palmípedos. El patio

feo era un aristocrático cisne al que sus detractores, vulgares patos de baja estofa, juzgaban con terrible dureza sin

tener siquiera la capacidad de estimar su auténtica belleza.

Y su leyenda muestra cuán vacías y erróneas resultan a menudo las apreciaciones colectivas.

Pues bien, días atrás, mientras aguardaba en la recepción de su oficina a uno de mis camaradas de aventuras de f

de semana, me encontré con otro conocido, que por ventura trabaja en esa misma compañía, el cual examinando m

larga y fina cabellera se quedó mirando mi cabeza y, como si hubiera visto en ella algo repulsivo, me dijo con tono

de voz trágico: “Estás perdiendo el pelo, amigo”, a lo que yo repuse (casi avergonzado y sintiéndome presa de

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alguna enfermedad contagiosa dado el tonillo acusador que él había usado): “¡Pero sí siempre he tenido poco pelo

“¿Entonces por qué te lo dejas largo? ¡Deberías cortártelo! Las mamás siempre han dicho que si se deja el pelo

largo se cae más”, agregó él despiadadamente. A lo que me quedé preparando muchas posibles réplicas que ya no

tuve tiempo de expresar porque la persona a la que estaba esperando a apareció a la puerta e hizo algún

comentario y los tres nos fuimos a almorzar. Sin embargo, y aunque sobreviví a ese “ataque” a mi autoestima (más

social que otra cosa) me vino, como natural respuesta esta columna.

En principio voy a hablar de la gordura y de la calvicie, expresiones físicas caracterizadas por unos pelos de menos

en algunas cabezas y unos kilos de más en algunos cuerpos. Como condiciones humanas éstas son estigmatizadapor el común de la gente, al punto que se hace sentir a quien es gordo o calvo culpable de ser tal: “¿Qué te pasó,

cómo te engordaste así?” o “Pero si antes tenías bastante pelo, ¿Cómo lo perdiste?” son interrogaciones que

reciben constantemente los obesos y los alopécicos, con una fonación desconsolada que connota lástima de parte

de los demás. Y en un tono que indica sobre el rollizo y el pelón la misma reprobación que merece alguien que

despilfarra su capital económico con irresponsabilidad.

Pero ¿Quién dijo que el exceso de kilos o la carencia de cabellos son necesariamente enfermedades? Aunque teng

varios amigos calvos —o al menos con poca concentración capilar— ninguno se ha enfermado de calvicie o ha

caído a cama por su causa. Asimismo nadie se muere de gordura, aunque claro está el sobrepeso puede conducir

infartos, o complicaciones respiratorias. El punto es que hay en las rutinas humanas una violenta fuerza centrípeta

que tiende a homologarlo y a neutralizarlo todo, pues aunque sé que mi amigo no me estaba agrediendodirectamente al decirme que no usara el cabello largo, sí hablaba a través de él una cierta reprobación colectiva

tradicional que dice que alguien con poco pelo no puede usarlo largo, de la misa forma que un gordo no puede

mostrar su torso en público so pena de inspirar las burlas ajenas, o una gorda salir a la playa en bikini. ¿Es lícito qu

se usen la ropa y la apariencia personal como criterios segregacionistas o campos de discriminación? Y aunque la

calvicie y la adiposidad fueran enfermedades

¿Acaso son crímenes?

¿Se es culpable de ser gordo o de ser calvo?, ¿Son dichas manifestaciones físicas pecaminosas desde el punto de

vista moral o religioso? ¿Deberían los buenos católicos que las posean acudir al confesionario y decir: “Padre me

acuso de ser gorda”, o “Me incrimino por ser calvo…”?

¿Deberían?

Calvos eran entre muchos otros: El poeta francés Charles Baudelaire (1821-1867); El literato venezolano Andrés

Bello (1781-1865); El príncipe prusiano Otto Bismarck (1815-1898) padre de la nacionalidad alemana; El corso

Napoleón I Bonaparte (1769-1821); El filósofo español José Ortega y Gasset (1883-1955); El poeta chileno Pablo

Neruda (1904-1973); El compositor ruso Sergei Prokofiev (1891-1953); Julio Cesar el romano (101-44 a. de J. C.);

político mexicano Benito Juárez (1806-1872) y el literato inglés William Shakespeare (1564-1616), quien calvo y tod

usaba asimismo cabellos largos.

Y entre los gorditos notables, estarían: El reformador protestante Martín Lutero (1483-1546); Los inmortales

compositores alemanes Juan Sebastián Bach (1685-1750) y Jorge Federico Handel (1685-1759); Catalina II “La

Grande”, o mejor “la gorda”, emperatriz de Rusia (1729-1796) gran organizadora del Imperio Ruso; la también

emperatriz María Teresa de Austria (1717-1780); El Papa reformador Juan XXIII (1881-1963); El gran estadista

británico Winston Churchill (1874-1965); La reina emperatriz Británica Victoria I (1819-1901); y por supuesto las

figuras de Buda y Papá Noel (o Santa Claus), tal como las retrata la tradición. Y obsérvese que todos eso gorditos

vivieron vidas que superaron los sesenta años.

Espero que con tantas emperatrices y celebridades gordas en la lista, algunos reconsideren su tendencia a

acomplejarse por sus kilos de más, y se enorgullezcan un poco de contar con tanto peso en la realeza.

De paso anotaré que soy zurdo, o “siniestro”, y en otro tiempo no muy lejano cuando tal condición recibía el mismo

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trato denigrante y discriminatorio que la gordura y la calvicie eso me habría acarreado también censura y limitación

 A riesgo de usurpar atribuciones a los expertos en ciencias de la salud y la estética, agregaré que tanto: 1. La

calvicie: Ausencia definitiva, o deficiencia irremediable del cabello por atrofia de los bulbos pilosos (debida a vejez,

pitiriasis o caspa excesiva, o seborrea crónica por segregación de grasa), como 2. La obesidad o trastorno

nutricional que genera un sobrepeso al individuo algo superior al normal para su talla (por exceso de alimentación,

falta de ejercicio o trastornos hormonales diversos), son sólo peculiaridades que no hacen a nadie ni peor ni mejor,

obligan a quienes las poseen a comportarse de alguna manera en especial (si bien presumo que algunos obesos

tienen, en virtud de sus hábitos ‘devóralo-todo’, mayor conexión con su rolliza condición que la mayoría de lospelones). Lo que sí es patético es sentirse un delincuente estético por ellas y enmascararlas, como el calvo que usa

bisoñé para aparecer ‘bien’, o se deja crecer un par de kilométricos mechones que pega con gomina a su cráneo

desnudo, o la gorda que se faja para aparentar ‘esbeltez’. Dichas conductas apocadas son instigadas por la oleada

de publicidad que perpetúa los más estúpidos y discriminatorios convencionalismos en aras de aumentar las venta

de una serie de inútiles menjurjes cosméticos y de popularizar costosos tratamientos médicos (innecesarios la

mayoría de las veces), sin que —en la abrumadora generalidad de los casos— se modifique en lo más mínimo la

verdadera causa del supuesto padecimiento que quieren solucionar:

Una tendencia genética indeleble.

 A veces es menester perder o ganar algo para progresar: El renacuajo pierde la cola y las agallas para convertirseen sapo o rana adulta y conquistar la superficie; Y la oruga tiene que abandonar el lastre del capullo para

transformarse en mariposa; El barroco y el rococó como estilos arquitectónicos tuvieron que perder los detalles

exagerados y fútiles para evolucionar hacia la arquitectura contemporánea. La metamorfosis de un estilo artístico

para convertirse en otro, presumiblemente superior la mayoría de las veces, con frecuencia se da cuando el nuevo

estilo se despoja o prescinde de los impedimentos del anterior.

Convendría recordar que las tendencias cambian y —mientras en una época los calvos como Fu-Manchú y Lex

Lutor, quizá en tanto ecos de prejuicios generalizados dentro de las mentes de sus creadores, eran los villanos de

los cuentos de aventuras— hoy, un calvo, Jean Luc Picard es el capitán más celebre en todas las series de Star-

Trek, (Viaje a las estrellas), mientras otro, más calvo aún, Charles Xavier es el jefe absoluto de los X-Men, famosos

paladines de la Marvel Comics.

Si la propia teoría de la evolución es cierta, es muy probable que en un momento dado los peludos hombres de

Neandertal interrogaran burlones con inquietudes surgidas de sus pequeños cerebros a los lampiños hombres de

Cromagnon. Quizá en sus mofas dijeron cosas como: ¿Qué le paso a tu cuerpo, a qué horas perdiste el pelo?

Deberías cubrir más ese imberbe cuerpo ¿Por qué no te arropas? (Y el Cromagnon, tal vez avergonzado, inventó e

vestido)… O, bien pudo decir de igual modo el Neandertal a su colega Cromagnon: ¿Qué le sucedió a tus

mandíbulas prominentes y a tu pequeño cráneo? ¿Acaso empujaste tu quijada al interior de tu cabeza y eso te

agrandó el cerebro? (Y entonces, asumimos, el hombre de Cromagnon utilizando su superior capacidad, y sus

centímetros extra de masa encefálica, se quedó meditando una respuesta, y comenzó a escribir la historia para

responderle al hombre de Neandertal, pero para cuando iba con su redacción por los primeros capítulos del relato,

su primo Neandertal ya se había extinto…).

Por eso es adecuado rematar este escrito con unas palabras de Luther Burbank (1849-1926), célebre horticultor y

criador de plantas estadounidense: “Es bueno para la gente que piensa, asear de vez en cuando sus mentes para

mantenerlas limpias. Y para aquellos que no piensan, eso es conveniente al menos para ordenar sus prejuicios de

vez en cuando”.

 Así que amigos, calvos, gordos, zurdos, negros, homosexuales y demás diferentes minorías discriminadas del

mundo, nunca tengan miedo de asumirse como cisnes y perder el pelo y jamás, bajo ninguna circunstancia (pero

siempre, claro, dentro de lo que el respeto hacia el prójimo señala) permitan que los ‘patos’ “normales” los hagan

sentir culpables por ello.

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Reacuérdenlo: somos cisnes.